ANOREXIA Y FEMINIDAD: ENTRE EL HAMBRE Y EL DESEO

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ANOREXIA Y FEMINIDAD: ENTRE EL HAMBRE Y EL DESEO
CAROLINA VILLEGAS VANEGAS
Artículo para optar por el título de especialista en Psicología cínica con
orientación psicoanalítica
Tatiana Calderón
Magister en Psicología
Directora Trabajo de Grado
UNIVERSIDAD SAN BUENAVENTURA
FACULTAD DE PSICOLOGÍA
ESPECIALIZACIÓN EN PSICOLOGÍA CLÍNICA
CON ORIENTACIÓN PSICOANALÍTICA
CALI
2014
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Anorexia y Feminidad: entre el hambre y el
deseo
CAROLINA VILLEGAS VANEGAS
Introducción
A partir de una serie de interrogantes que surgen alrededor de la anorexia como una
generalización que se contrapone a la singularidad, proveedora de pistas que permitirán
comprender el entramado por medio del cual emerge la sintomatología propia de dicho desorden,
se intenta con el siguiente texto, dilucidar algunos elementos relevantes que pueden ser útiles al
momento de abordar el asunto, pues en la precipitación de dar orden a lo que sucede cuando un
sujeto es nombrado como anoréxico, sin importar si es hombre o mujer, se apuesta por respuestas
sobre lo sintomático, desde las políticas y las creencias sociales, dejando de lado aspectos
fundamentales que viven hombres y mujeres que pueden predisponerlos para que la anorexia
aparezca.
Si bien, lo que se pretende es exponer desde el psicoanálisis la existencia de una estrecha
relación entre feminidad y anorexia, no se trata de un trabajo relativo al género, sino, de una
revisión del proceso de sexuación que vive la niña hasta llegar a constituirse como mujer dentro
de un sistema simbólico en el cual comparte ideales que socialmente han sido determinados para
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el género femenino, ya que existe una tendencia mayor a sufrir de anorexia en el caso de las
mujeres.
La revisión teórica mostrará factores ligados al desarrollo de la feminidad que dan cuenta de
un periodo donde podría ubicarse algo referente a la posterior formación de la sintomatología
anoréxica, que involucra el paso por el complejo del destete y todo lo que representa en cuanto a
la formación de la imagen especular, aspecto que nos conduce a la melancolía y finalmente, lo
que queda de un posible proceso de separación-individualización fallido.
Mujeres que no comen
“El trastorno resulta de una suerte de extrema exageración, podríamos aventurar, de una
enfermedad del ideal”
(Emilce Dio Bleichmar, 2000)
La pertinencia de traer a colación el complejo del destete de la teoría de Lacan, recae en la
utilidad que proporcionará como guía para la presentación de la anorexia, no como síndrome,
sino como movimiento subjetivo referente a la feminidad, si se quiere, debido a que dicho
complejo representa la forma primordial de la imago materna y se determina por factores
culturales. Contrario a lo que sucede en los animales, el destete en el hombre se presenta como
manifestación cultural, dejando una huella en el psiquismo que dará cuenta de la interrupción
biológica, es decir, de los procesos meramente orgánicos que requieren satisfacción de alguna
necesidad. En tal interrupción, se despierta una intención mental que se resuelve en dos vías:
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aceptación y rechazo. Ambas respuestas no serán concebidas en ese momento como elección,
pues haría falta un Yo que afirme (acepte) o niegue (rechace), de manera que no hay
contradicción entre ellas inicialmente. No obstante, habrá una ambivalencia posterior que se
resolverá a partir de diferenciaciones psíquicas donde una de las respuestas tendrá mayor
prevalencia. Cabe afirmar que el complejo eventualmente se relaciona con lo orgánico cuando se
busca reemplazar una insuficiencia vital a través de la regulación social. De acuerdo con lo
anterior, la imago de la madre deberá ser sublimada para que otras relaciones puedan
introducirse, de lo contrario, la imago materna se convertirá en un factor de muerte.
La anorexia mental es estimada por ciertos autores como una conducta de rechazo, a la cual se
encadenan causas y consecuencias que involucran el entorno, la psique y el cuerpo, calificándola
en muchos casos, como trastorno psicosomático. A esto se le añade la afectación que el sujeto
sufre respecto a la nutrición, siendo éste un factor de alta relevancia durante el trastorno. Bernard
Brusset en el texto La anorexia. Inapetencia de origen psíquico en el niño y el adolescente
(1985), se plantea la siguiente pregunta: “¿es posible distinguir el hambre y el apetito, y por
tanto dos tipos de anorexias según el trastorno afecte a uno o al otro?” (p. 63), cuestionamiento
pertinente si se desea establecer puntos de encuentro entre lo mental y lo orgánico, es decir, entre
psique y cuerpo, pues existe una diferencia entre ambas instancias, ya que el apetito viene a ser
el componente psíquico del hambre.
Dio Bleichmar, por su parte expone en el texto Anorexia/Bulimia. Un intento de ordenamiento
desde el enfoque modular transformacional (2000), que el cuerpo puede considerarse causa en la
anorexia cuando se vuelve foco de los conflictos internos debido a una pobreza en los contenidos
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mentales, lo que abre espacio para la reflexión acerca de tales contenidos que podrían responder
a una dificultad de expresar emociones y formular fantasías. Éste aspecto será retomado más
adelante.
Es importante, antes de realizar cualquier señalamiento que involucre lo psíquico, el orden
sexual, el placer o la búsqueda de un objeto de satisfacción, volver sobre el estado del ser
humano donde lo orgánico prima, pues a partir de las manifestaciones dadas en dicho periodo, el
sujeto podrá aprehender y reconocer aquello que le sucede. Para la elaboración de tales
manifestaciones es necesaria la presencia de un otro que ayude a regular las necesidades y que dé
respuesta a ellas, tomemos como ejemplo el hambre no como hambre, sino como una simple
tensión en el organismo, conjunto de contracciones, calambres y dolores eventuales, tal como lo
plantea Brusset; para que el hambre evolucione y no permanezca en una noción de malestar o
manifestación somática, es indispensable que este tipo de experiencias (tensión en el organismo)
se den lo suficiente como para hacer huella de ello en el organismo, condición que será posible
por las acciones de quien cuida el organismo del sujeto que empezará a emerger.
De acuerdo con lo señalado en el complejo del destete y los planteamientos de Brusset, las
conductas alimentarias adquieren un alto valor social; no es suficiente con que el infante crezca y
se encargue de conservar su salud, sino que se espera de él que pueda inscribir en una red
imaginaria y simbólica los alimentos, compartiendo así, las características culturales y familiares.
Frente a esto, es posible afirmar que los sujetos buscan satisfacer algo que va más allá del orden
de la necesidad, por consiguiente, las costumbres alimentarias desempeñan formas de existencia,
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se hacen portadoras de moral, significaciones y sentido, en última, son valores que conforman la
identidad de los sujetos.
Brusset presenta la obesidad y la delgadez como estados del cuerpo ofrecidos a otros, que sin
importar cuan deseados o soportados sean, sirven de proyección y de receptores de mensajes. En
el caso de la delgadez ligada a las huelgas de hambre, el ayuno se convierte en medio de protesta
en contra de quienes tienen alguna participación en situaciones que involucran al sujeto,
buscando responsabilizarlos moralmente frente a lo que pueda sucederle en su esfuerzo de
protesta. En el caso de la anoréxica hay que resaltar que no se trata de la discordancia entre la
presentación física y el discurso, pese a su apariencia, sino de una contradicción entre un
mensaje y un mensaje sobre el mensaje, es decir, un mensaje oculto que presenta la crítica moral
dirigida al otro.
En este orden, se entiende que el comer contiene un placer compartido que es comunicado, en
primera instancia, por la madre, quien mediante la satisfacción de las necesidades alimentarias
del niño, le presenta conflictos ligados al placer y al displacer. Por lo tanto, el apetito será útil
para educar el deseo y las muchas significaciones que se establecen alrededor de éste. En
consecuencia, la madre se verá expuesta a la ambivalencia aceptación/rechazo por ser la
encargada de satisfacer las necesidades alimentarias y ser reconocida como primer objeto de
amor, elemento que en un primer momento la protegerá contra la destrucción que implica el
desplazamiento hacia el alimento que ella representa.
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“Además, no sólo la madre fuerza a su hijo, alimentándolo a menudo todavía y esperando
de él una actitud totalmente pasiva y dependiente, sino que ella misma entra en el juego y a
los ojos del pequeño se identifica por completo con la comida” (Brusset, p. 72).
La anterior cita muestra las pretensiones de la madre respecto al hijo, que en muchos casos
son sofocantes para éste, no sólo en los momentos de la alimentación, también en aspectos
concernientes a la formación de su Yo que termina por constituirse a partir de imágenes ideales
que involucran tanto al niño como a la madre. En el caso de la mujer anoréxica, teniendo en
cuenta lo anterior y el vínculo de continuidad entre madre e hija del cual hablará Juranville, es
probable que la hija sea útil para depositar las proyecciones de la madre, constituyéndose de esta
manera un fuerte bloque narcisista difícil de romper.
En sus investigaciones, Dio Bleichmar se pregunta por el carácter evolutivo de la anorexia
infantil cuando el niño busca abrirse lugar a un cambio subjetivo que implica el reconocimiento
de otro y de sí mismo por medio de actividades no nutricias que logre compartir con la figura de
apego, ya que se trata del mismo momento en que el niño percibe los deseos de la madre en torno
a él, incrementando también la percepción sobre los propios deseos, siempre y cuando, sean
reconocidos, de lo contrario, el hambre, la alimentación y el comer se convertirán en una
aglomeración que no permitirá la discriminación de necesidades emocionales referentes a la
sensación de hambre por parte del niño, situación que pone de manifiesto algo del narcisismo de
la madre. Así, las conductas de rechazo del niño pretenderán un distanciamiento del objeto,
solicitando su presencia para que le reconozca por fuera de la pasividad.
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“Desde el momento en que la permanencia del objeto se halla establecida, el hambre se
convierte en la experiencia de la falta, la cual suscita la producción de sustitutos mediante la
manipulación de objetos o del cuerpo, chupando, pero también con la realización
alucinatoria del deseo. Se compone de las trazas mnésicas de la experiencia de satisfacción,
pero ésta no integra tanto la modificación metabólica o corporal como la propia modalidad
de realización, es decir, la manera de hacer –indirectamente, la manera de ser- de la madre
en las diversas componentes de los cuidados que son otros tantos canales de comunicación”
(Brusset, p.79).
De acuerdo con lo planteado por Freud sobre la oralidad y la relevancia que tiene en la
identificación primaría, así como en la diferenciación entre el Yo y el objeto, es posible afirmar
que las frustraciones vividas pasivamente por el sujeto durante la fase oral, fundarán
sentimientos ambivalentes cargados de culpa de la cual se espera librarse posteriormente,
argumento que serviría para explicar en el tormento que vive la madre debido a la situación de la
hija, la satisfacción de la agresividad inconfesada de la hija hacia la madre. Sin embargo, en la
anorexia, es la hija quien padece las consecuencias de la neurosis, y existe una razón para ello; si
la enferma suprimiera lo que recibe de su madre, se estaría suprimiendo a sí misma, ya que en los
procesos de identificación que resumen el paso del primer objeto de amor a uno totalmente
distinto, tuvo que mirar nuevamente a su madre para llegar a sentirse mujer, es decir, entre ellas
se ha tejido una continuidad irrompible, debido a que es el valor de la existencia misma.
M. Selvini citado por Brusset, afirma que las anoréxicas son sujetos hambrientos y su hambre
exhibe una regresión evocadora del momento en que estaban bajo los cuidados de la madre y el
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hambre devoradora promueve la representación atemorizante de un cuerpo enorme que aumenta
a expensas de su Yo, controlado por la madre, es decir, aquel momento en que era un objeto
poseído por la madre quien lo nutría y lo engordaba. Sin embargo, hay otro elemento de mayor
complejidad que dista de la idea del cuerpo como contenedor del objeto malo, y es el hecho de
convertir el cuerpo mismo en el mal objeto en relación con el Yo ideal. Con esto intento referir
que la simbiosis madre-hija resultó insatisfactoria en el curso del desarrollo, debido a la
incesante preocupación narcisista de la madre y su insensibilidad frente a las necesidades de la
hija, estableciendo carencias en la función materna que imposibilitó el proceso separaciónindividualización y en respuesta, no permitió la formulación de un Yo propio en la hija, sino en
base a los desechos de la madre, cumpliendo su función de objeto-desecho.
Por vía de consecuencia, puede decirse que la representación visual de un cuerpo reducido en
su volumen que intenta escurrirse entre los dedos del objeto, para escapar a su poder y a la
asimilación con éste en la identificación, viene a ligar los peligros que son directamente
experimentados en la realidad corporal; el cuerpo se experimenta como si careciese de límite
porque representa el límite mismo y en esta conexión, ya no se trata de presentar conductas
anoréxicas, sino de no llegar a ser otra cosa que anoréxica. Ya no se trata pues, de un equilibrio
narcisista, sino de un conjunto de síntomas que exhiben todo lo contrario, un desequilibrado
autocontrol. Frente a esto, cabe preguntarse, ¿Qué se pretende controlar? ¿Sobre qué recae la
noción de tal desequilibrio?
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Resolviendo la falta en el cuerpo
La sexualidad femenina vista desde el psicoanálisis, forma parte del transitar subjetivo
mediante el cual un sujeto se hace a una identidad, que pese a estar influenciado por la condición
anatómica, no se resuelve a partir de la genitalidad, sino de un cumulo de movimientos,
variaciones, representaciones y relaciones que el sujeto tendrá que resolver en relación con otro y
consigo mismo. En dicho proceso, el sujeto deberá encontrar una salida en la perdida
(castración), asumiendo una posición en el mundo que le permitirá vivirse en el plano de la
sexualidad, concepción distante de las generalidades sociales que suelen dar por resuelta la
participación en la feminidad por el hecho de tener un genital especifico, dejando de lado que no
hay una sola forma para llegar a ser mujer.
De acuerdo con el transcurrir del proceso de constitución femenina, se cree que existe un
momento determinante donde se establece un punto de relación con los elementos que
posteriormente darían forma a una sintomatología anoréxica. Por ende, el interés por relacionar
los síntomas anoréxicos con lo femenino, conduce a una revisión del proceso de sexuación que
viven las mujeres, hecho que presenta cierta indeterminación debido a que abre una brecha en
relación con la falta que implica directamente aquello que como mujer –anatómicamente
hablando- no se tiene. De acuerdo con esto, es posible pensar que la niña en su desarrollo se
pondrá en la búsqueda de aquello que sirva o sea útil para llenar o suplir dicha falta. Sin
embargo, en el caso de la anorexia es preciso preguntarse si se trata de un perfeccionamiento de
sí con el fin imaginario de llegar a llenar la falta, o por el contrario, se trata de algo más.
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Dio Bleichmar (1997) muestra la incidencia social en la caracterización de la feminidad a
partir de la sexualización como un proceso “natural” donde la niña linda será la mujer guapa,
convirtiendo términos como belleza y hermosura en propio de lo femenino, siempre y cuando, la
mujer tenga el poder de causar placer en los otros al ser vista. “…el exhibicionismo en la mujer
es un imperativo de lo que se ha teorizado como su verdadera feminidad: <<ser objeto causa de
deseo>>” (p. 384). La anterior afirmación, “ser objeto causa de deseo”, viene con cierta
pertinencia, pues abre paso a la concepción del cuerpo como objeto de exhibición y admiración,
susceptible de ser mirado y habitado.
A partir de lo anterior, es posible estimar que la sexualización del cuerpo femenino proviene
de un formato precedente a la niña-mujer, cuestión que la ubica en una posición pasiva respecto
de los esquemas preexistentes que desvirtúan las experiencias individuales e íntimas que pueden
llegar a estructurar su subjetividad y dar forma a un nuevo yo femenino 1. En tal devenir, la niñamujer parece construirse mediante atribuciones impuestas sin espacios para preguntarse acerca
de sí, mientras el saber sobre su cuerpo queda reducido a descubrimientos reprimidos y sus
emociones sustituidas por comportamientos adaptativos según la teoría sobre las emociones de
Sartre, quien indica “que cuanto más desarmado se halla un ser humano para incidir sobre la
realidad, para actuar eficazmente, para controlar sus experiencias, no le queda más remedio
que hipertrofiar la emoción, emoción que toma la ruta del sufrimiento” (citado por Dio
Bleichmar, p. 338).
Siguiendo las palabras de Sartre, “para controlar sus experiencias, no le queda más remedio
que hipertrofiar la emoción, emoción que toma la ruta del sufrimiento” y trayendo a colación el
1
Término usado por Emilce Dio Bleichmar en el capítulo “El cuerpo de la niña”, página 374.
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vínculo entre feminidad y vida pulsional que Freud señaló a partir de los efectos que las
influencias sociales pueden producir en la mujer cuando se le demanda sofocar su agresividad, se
podría afirmar que la ruta del sufrimiento elegida en la anorexia es el cuerpo, debido al valor
narcisista que adquiere como instrumento de exhibición que da cuenta de la vida del sujeto que
lo porta.
Sin embargo, el cuerpo es la ruta elegida por una gran cantidad de mujeres que no desarrollan
la sintomatología anoréxica, por lo que se hace necesaria una revisión de mayor profundidad
frente a lo que atañe la relación anorexia-feminidad, además de examinar la procedencia del o de
los formatos que le permiten a la niña sujetarse a ellos con aparente docilidad y desprender de
allí los ideales femeninos, pues debe tratarse de un orden ligado a las imposturas sociales pero
que no descansa completamente en ellas, y que en el caso de las mujeres anoréxicas viene para
plantearse como punto de partida en la búsqueda de aquello que las pueda representar, la belleza,
pero termina por alejarse de los ideales comunes.
Aprehender el constituyente subjetivo de la anorexia no es moverse con ligereza, pues no se
trata de un asunto del cual se pueda hacer generalidades pese a la sintomatología; por lo que es
conveniente volver atrás, al momento en que se pusieron en juego los elementos que dieron
forma a la subjetividad de estas mujeres que han encontrado en tan riguroso modo de existir su
salida. Como primer eje está la cuestión del proceso de sexuación en la mujer, de lo cual no es
posible determinar con plena seguridad donde, ni cómo termina. Compete pues, centrarse
brevemente en el paso hacia el Edipo.
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En los textos Sobre la sexualidad femenina y la 33 conferencia: La feminidad, Freud traza
aspectos de suma importancia para acercarse a la cuestión de la feminidad de acuerdo con las
divergencias en el desarrollo sexual de hombres y mujeres. En el caso del varón, la destrucción
del Edipo, posterior a la aparición de la angustia de castración, representa la salida hacia la
masculinidad mediante la identificación que se establezca con el padre. En el caso de la niña, el
acontecer de los hechos se torna más complejo debido a que el Edipo es el puerto de llegada, es
decir, el momento donde encontrará la posibilidad de lograr algo de la feminidad.
El proceso de la niña involucra una etapa anterior (pre-edípica), en la cual se da lugar a
mociones afectivas de gran intensidad que fijan algo en el orden de la relación con la madre
como primer objeto de amor. Hamon en ¿Por qué las mujeres aman a los hombres y no a su
madre? (1998), cita a Fenichel quien plantea que en principio, es decir, antes de conocer la falta
existente en la madre, ésta es más una madre castradora que fálica, lo que genera en la niña la
pregunta por el deseo de esa madre “(¿Qué me quiere?)” y una respuesta a ello es el goce
devorador que se le supone, un goce mortífero del cual vendrá a protegerla el padre con la
prohibición en tanto se muestre como deseante ante la niña. Por lo tanto, la niña concebirá
principalmente la castración como un hecho personal, y en muchos casos, guardará la esperanza
de que ese hecho cambie; no obstante, al descubrir dicha falta en la madre, todo lo que ésta
representa (la feminidad) sufrirá una desvalorización que le permitirá a la niña abandonarla para
encaminarse hacia el padre en busca de lo que la madre le negó.
Hamon plantea un aspecto de suma importancia, la castración, que da cuenta de la falta no
sólo en el sujeto sino también en la madre, percibida primero como aquella que castra para luego
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designársele una posición gozosa y amenazante. A esto se le añade el valor del padre en su
función mediadora, regulador del deseo y pacificador del goce, sin el cual la niña quedaría
atrapada en el goce materno o expuesta a no saber sobre su deseo, pues sólo al momento de
reconocer la falta en el otro, se puede suscitar la pregunta por el deseo y el lugar que se ocupa en
él. Ante tal acontecer, la niña podrá guardarse en una posición narcisista donde corresponden la
vanidad corporal con la fragilidad que supone siempre la mirada del Otro y la posibilidad de una
caída, en la cual la interiorización de la prohibición llevará implícito el rechazo, pues representa
una renuncia de la sexualidad para tener acceso al amor de un padre de quien no se sabe pero se
espera, por lo que para evitar daños sobre lo que Dio Bleichmar llamó el yo-género femenino, la
niña deberá armarse de los mecanismos que le permitan el control sobre situaciones que le
fueron transmitidas en este proceso, y que su Yo, en tanto escindido, no logra hacer convenir.
El complejo de castración podrá ser superado por la niña con un alto gasto psíquico, en el que
se verá obligada a admitir la falta bajo un manto de tristeza, además de arreglárselas con la
castración en su cuerpo. De esta forma, el cuerpo vendrá a ser equivalente del órgano masculino
que no acepta fragmentación y exige ser visto en su completud, por ende, lo defectuoso es un
asunto que entra en estrecha relación con el pudor, buscando preservar para sí aquello que se
debe esconder, invistiendo el cuerpo en su totalidad con valor fálico en tanto cubierto. No
obstante, la anoréxica exhibe un cuerpo ausente de voluptuosidad, inútil en la promoción de la
hermosura, atrayendo la mirada del otro mientras le causa espanto. Esto remite a pensar, si la
falta de un superyó claramente estructurado vendría a ser en la anorexia la posibilidad de
regulación del sujeto mediante la perfección, no como respuesta a la pregunta neurótica, sino
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como un suceso en el sistema inconsciente que se convertirá más bien, en un ideal consciente, en
tanto usa la vía del cuerpo.
Perfectas y Escindidas
La experiencia de vacío referente a la castración simbólica está dada para hombres y mujeres,
pero la dimensión imaginaria del cuerpo en ambos producirá construcciones de sí diferentes. La
mujer se adjudicará un compromiso frente a su imagen corporal en tanto renuncie al mito de la
plenitud fálica, es decir, se borrará a sí misma en el estatuto de Cosa mediante la castración,
haciéndose objeto-desecho en un proceso que se repetirá de madre a hija, forma en cómo será
transmitida la feminidad. Sin embargo, en muchos casos, dicho proceso no alcanzará para cerrar
aquella etapa pre-histórica en la cual la hija debería lograr una separación de la madre, lo que
ocasiona que de una u otra forma, madre e hija permanezcan en continuidad, tal como lo plantea
Juranville en La mujer y la melancolía (1994). Por tanto, la conquista de la feminidad y la
entrada en el Edipo son un proceso que puede llegar a verse obstaculizado en la medida que
aspectos importantes puestos en juego no alcancen para proteger a la mujer contra la melancolía,
ni logren proveerla de los recursos suficientes que le permitan dar el paso por fuera de la etapa
pre-edípica, poniendo en peligro la feminidad misma.
Veamos pues, como a partir del mito de Deméter, Juranville expone el fracaso de la
melancolía originaria de la mujer en la risa, presentando una serie de elementos con los que la
mujer cuenta para arreglárselas con la cuestión de la castración en tanto va tejiendo su feminidad.
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La risa en el mito de Deméter vendría a ser por una parte, el hecho de no dejarse engañar por las
apariencias en tanto se asumen con cierta adhesión, y por otro lado, sería la afirmación del
sinsentido de la vida en torno a las apariencias que no hablan de lo profundo, ni de lo superficial,
sino de aquello que permite realizar un duelo de lo absoluto sobre la melancolía existencial. Así,
la manifestación de la seducción como factor resolutivo en el asunto de la feminidad, permitirá a
la mujer saberse objeto para el otro en el deseo sexual y ubicarse no sólo como objeto, también
como sujeto, abriendo de esta forma, la posibilidad de ejercer cierto control sobre algunas
situaciones que le conciernen.
Sin embargo, encontramos en la anorexia la imposibilidad de un enganche libidinal con el
otro, una no seducción que perpetúa la posición melancólica del ser, que causa en el sujeto la
sensación de perturbación y amenaza frente a la mirada del otro, conduciéndolo a la búsqueda de
la perfección, no para ofrecérsela al otro, sino buscando su admiración. Esta situación nos ubica
en una dimensión narcisista que resulta efectiva para arreglárselas con aquello de la castración
que se perdió en el desarrollo hacia la feminidad.
En Duelo y melancolía se menciona ligeramente la conexión existente entre la melancolía y la
etapa oral, apunte pertinente para trazar una línea de comprensión de la anorexia. La melancolía
desarrollada por Freud presenta una elección de objeto a la cual se hace una ligadura libidinal
que después de una afrenta real o un desengaño se ve sacudida; como resultado, no se obtiene un
trabajo de duelo que desplace la libido a un nuevo objeto, sino que ocurre algo distinto, la
investidura de objeto al resultar poco resistente, deja libre la libido para retirarla sobre el Yo,
encontrando allí un uso de identificación con el objeto resignado del cual hablará el Yo bajo el
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juicio particular de objeto abandonado. Así, la identificación narcisista se convierte en el
sustituto de la investidura de amor y en consecuencia, el vínculo de amor permanece pese al
conflicto con la persona amada. El conflicto inconsciente muestra la ambivalencia, una constante
afrenta de amor y odio que intenta, por un lado, salvar la posición libidinal, y por el otro, desligar
la libido del objeto.
Es claro que en la melancolía se da una pérdida, pero es una pérdida inconsciente trasladada al
Yo mediante una escisión, donde una de las partes recibirá las críticas en representación del
objeto perdido, mientras la otra será la instancia crítica desde una posición moral, aspecto
fundamental en la anorexia, pues no sólo exhibe el desagrado moral con el propio Yo que dista
de situaciones que podrían hacer vulnerable al sujeto, sino también, la aparente ausencia de
vergüenza enlazada a la franqueza con la que narra (critica) su ser y sus hechos, que dan cuenta
del agujero causado por la castración en el proceso de la feminidad, que al no encontrar una
salida en lo simbólico, elige la vía del síntoma que permitirá la cohesión de un yo-cuerpo
dividido entre la imagen especular construida a partir de la madre, la cual permanece ligada a la
misma y la parte de sí que rechaza la ajenidad de dicha imagen, empeñándose en la lucha por la
propia existencia.
“Toda la secuencia: ver, verse, darse a ver, ser vista, que provoca encuentro y respuesta,
se dirige al Otro paterno a través del esquema de la pulsión donde se articula en primer
lugar el orden simbólico. Este hace posible el despegarse de la madre y la hija (“la mirada
de lo Mismo colmante, debe faltar al niño”), mientras que este “levantamiento” instaura al
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mismo tiempo, insistimos en ello, la transmisión de la femineidad” (Lemoine citada por
Jranville, p. 176).
De acuerdo con la lectura que Juranville realiza de Lemoine, es posible afirmar que en el
proceso de la imagen especular, la niña podrá creer que tal imagen es ella misma, sustituyendo
posteriormente la persona de la madre por la suya para luego aparecer en una imagen que la
madre causará.
Siguiendo el anterior planteamiento, es pertinente detenerse en el proceso vivido entre el
complejo del destete y el complejo de Edipo, el estadio del espejo propuesto por Lacan, donde
surgirá la identificación primaria y resultará la formación del Yo, elemento resolutivo en la vida
del sujeto que permitirá la organización de la noción de vida y muerte en torno a la castración.
En dicho proceso, el sujeto construirá una imagen que quedará petrificada a partir de lo que le
devuelva el espejo, representación de los ojos de la madre, es decir, de su deseo. La figura
materna será la unidad alienadora de la cual el sujeto tendrá que separarse para establecer la
relación yo/no-yo, en tanto se salvaguarda a sí mismo, mientras abre espacio a la pregunta por el
deseo. Es importante tener presente el hecho de que la imagen construida que da cuenta de la
identificación primaria, se mantiene, pues se trata de la relación de alienación que se comparte
con el Otro.
Respecto a lo anterior, Hamon plantea que sólo al momento de reconocer la falta en el otro se
puede suscitar la pregunta por el deseo y el lugar que se ocupa en él; por lo tanto, elegir el goce
sería alejarse de la pregunta por el deseo. Afirmar que la sintomatología anoréxica corresponde
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al orden del no saber, del no querer saber acerca del deseo del otro, pese a ver sometido el deseo
propio para reinventarse en la negativa, no es posible más que en la clínica, en el uno por uno,
pero se puede decir que la línea que separa el deseo del goce en la anorexia aparece borrosa y su
anhelo de perfección más allá de lo que es el otro, da lugar a cuestionarse, si realmente se trata la
anorexia de un límite aparentemente distante de la constitución del deseo y se establece en el
orden de la necesidad, precisamente donde lo alimenticio se encuentra afectado y lo nutricio
falta. La cuestión es que algo está puesto en juego y es el deseo, así como lo que en su formación
y mantenimiento acarrea.
De este modo y citando a Milmaniene, “Y si se trata de no ceder al deseo –tal como dice
Lacan-, esta afirmación debe entenderse como una apelación a una irrenunciable consecuencia
deseante, como modo privilegiado de esquivar el goce” (p. 18), vemos como el deseo funciona
en defensa de él mismo, es decir, se defiende para no caer en lo siniestro del goce, en este caso,
para mantener la cohesión de sí, evitando la disolución subjetiva mediante soportes
fantasmaticos que ocuparan la distancia simbólica creada –por mínima que sea-; en este caso, la
anorexia funcionaria como prótesis, como último recurso para la no disolución subjetiva, creando
una separación en la que pueda negar la dependencia simbólica y la falta de recursos subjetivos
para hacer frente a lo que se le presenta.
Se trata entonces de la misma pulsión de muerte de la que nos habló Freud, una posición un
tanto masoquista en la cual el sujeto ofrece parte de sí al goce del Otro, tambaleándose en sus
soportes fantasmaticos que lo enfrentan a la Ley del Padre y la ética derivada de ello que
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responde al deseo mismo, cuando la renuncia y la aceptación de la pérdida o la falta se vuelve
cada vez un proceso de mayor complejidad.
Ante el fracaso de la construcción de la feminidad que se presenta en ciertos casos, la mujer
puede establecer una relación patológica con la noción de hábitat presentada por Juranville que
se superpone al habere, hasta el punto en que el sujeto se confunde con su casa, produciéndose
entonces los vestigios de la melancolía en fantasmas de sofocación, cuerpo-ataúd inhumano,
entre otros, que conforman una imagen atravesada por una realidad que no es solo la propia,
sino también la de otro que la precede y que en conjunto conforman su identidad.
Conclusiones
Nos hallamos ante la complejidad que conlleva la renuncia y el deseo para la mujer, pues en
su transitar subjetivo, diferente al del varón, ésta queda atada al deseo primario a partir de
elementos especulares que confluirán en la constitución de la imago y la formación del Yo en un
proceso de identificación, del cual será difícil desligarse debido a que se trata de un movimiento
de ida y vuelta, en el que se le pide a la niña renunciar a la madre como objeto de amor, demanda
que acarrea la renuncia a sí misma, para luego regresar y verse en ella, encontrar en ella algo del
orden de lo femenino mediante la relación Yo/no-Yo que se haya establecido.
En esta medida, es posible afirmar que la anoréxica es una mujer que ha podido quedar
entrampada entre la necesidad de separación-individualización y el deseo primario, a partir del
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desbalance vivido en torno a la transición de la madre a la hija, donde el alimento adquirió en el
sistema inconsciente la forma de dicha transición, no del lado del deseo, sino del ideal. Así, el
alimento vendrá como objeto perturbador si viene por la vía del deseo, lo que ocasiona un
trastocar en la alimentación, cuestión a la que se debe responder.
En la respuesta anoréxica vemos un autocontrol desequilibrado que implica el cuerpo desde lo
sintomático, un cuerpo escindido que logra hacer coexistir las partes que lo componen, como si
a través de éste se pudiese recobrar un equilibrio en otro nivel. Sin embargo, la implicación que
tiene el cuerpo en la mujer, es decir, en la formación de su Yo, no le permite sino, encontrar un
mayor desequilibrio.
Por ende, sólo cuando el apetito (deseo) se ha ido, la comida y el comer vuelven en el orden
de la necesidad, despojados de los aspectos culturales que aporta la alimentación. No obstante, la
relación que se mantenga con los alimentos, no deja de estar subjetivada, ni de investirla de
atributos tan propios que dejan ver las tonalidades de la subjetividad del sujeto. En el caso de la
anorexia, la relación perturbada con la comida, da cuenta de un cuerpo más susceptible que sirve
como deposición del cuerpo de la madre, elemento del que se hace entrega en el proceso de
identificación, la cual se da más que por similitud, por compensación. Es decir, la madre entrega
en la feminidad una deficiencia, lo que le falta, lo que no es, buscando completarse con su hija.
En este sentido, el papel que toma el cuerpo en relación con el alimento, es del orden de la
necesidad, un cuerpo que necesita ser alimentado, un cuerpo funcional que ha perdido la noción
de la belleza, así como se ha perdido del deseo, un cuerpo cohesionado por la imagen especular
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ligada a una identidad que ha perdido la dimensión simbólica. El cuerpo de la anoréxica se
presenta como delirante, es su estancia crítica de sí que la salvaguarda, en algunos casos, de
psicotizar.
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