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Potenciar la personalidad de la fraternidad
Probablemente todos tenemos en la memoria experiencias personales en las
que hemos llegado a una relación de entendimiento y complementariedad grandes
con otra u otras personas. Quizá fue practicando un deporte, o trabajando con un
equipo de personas con las que nos compenetramos extraordinariamente, o con
ocasión de tener que acometer alguna cuestión grave y urgente que facilitó aunar
esfuerzos para resolverla. Son ejemplos de situaciones de sinergia.
La sinergia es un efecto que se produce entre dos o más personas y que les
hace sincronizar y complementar sus esfuerzos e intereses de tal manera que
logran alcanzar un resultado notablemente superior al que saldría de la simple
suma aritmética de sus aportaciones individuales. En ese sentido, podría decirse
que la sintonía humana y la armonía propia de la amistad o el amor son buenos
ejemplos de situaciones de sinergia.
Para algunos, esas situaciones se reducen a su relación con muy pocas
personas, o sólo a algunos ámbitos de una vida que, por lo demás, discurre teñida
de experiencias negativas en la relación con los demás.
Sin embargo, otras personas han aprendido a descubrir y estimular lo positivo de
quienes le rodean, y saben establecer sinergias con casi todo el mundo: son como
los buenos escaladores, que logran encontrar pequeños puntos de apoyo donde
otros no ven más que una pared totalmente lisa e impracticable.
Cuando alguien aprende a descubrir y potenciar sinergias en su relación con los
demás, abre su vida a una infinidad de nuevas posibilidades y alternativas.
—Pero a muchas personas, por la educación que han recibido, les será muy
difícil incorporar a su vida esa actitud, supongo.
Les costará más, sin duda, pero –como cualquier otro rasgo del carácter– puede
incorporarse regular y sistemáticamente a sus modos de plantear la vida cada día.
Es cuestión de poner el necesario esfuerzo personal y, también, cierto espíritu de
aventura.
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—¿En qué sentido hablas de aventura?
Me refiero a que exige un talante mínimamente activo, pues cualquier esfuerzo
creador precisa de algo de arrojo e imaginación, y siempre se asumen algunos
riesgos. El que no hace nada no se equivoca, pero el que hace algo a veces se
equivoca, y precisa por tanto de una mínima resistencia a la frustración: debe
abandonar la triste paz de la apatía y el apocamiento para adentrarse en la alegre
satisfacción de una relación humana plena.
Por ejemplo, muchas personas no logran un mayor entendimiento entre ellas
simplemente porque no hablan las cosas. Por eso, un recurso clásico de
comunicación sinérgica es el brainstorming, la tormenta de ideas, que consiste en
provocar un profuso y abundante intercambio de ideas y puntos de vista a lo largo
de una reunión de un grupo de personas.
—Supongo que te refieres a una reunión de trabajo.
Se puede aplicar a cualquier relación humana, también a una reunión familiar
informal o a una tertulia entre amigos. Una tormenta de ideas puede aportar un
torrente de imaginación y creatividad que desbloquee una situación de rutina o
estancamiento. Desde luego, muchas de las ideas que surjan serán inútiles; pero
otras serán interesantes, y puede que incluso alguna, en medio de tantas otras,
llegue a tener rasgos de espontánea y auténtica genialidad.
En general, lograr que pueda darse un intercambio natural y fluido de
impresiones entre dos o más personas siempre resulta estimulante y permite
superar las barreras de algunas inhibiciones negativas, o visualizar errores que de
otra manera no habríamos advertido.
Cuando se logra esa comunicación sinérgica, se puede unir de un modo
extraordinario a un grupo de amigos, una familia, un equipo de investigadores o un
consejo de administración.
—Y cuando se lanza uno y no se logra ese ambiente, puede caerse en el caos
más absoluto…
Sucede de vez en cuando, a veces incluso justo después de haber estado en un
momento de buena sintonía, pero que por alguna razón se pierde y el curso de la
conversación se desvía hasta descarrilar por completo y precipitarse en el caos.
Por eso decía antes lo de tener cierto espíritu de aventura, pues en esa situación
podemos pensar que habría sido mejor no arriesgarse a llegar a esos
desencuentros.
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—Y puede ser cierto, porque habrá veces en que será imprudente tratar
determinados temas en determinados momentos y circunstancias.
Por supuesto. Unas veces comprenderemos que no era un modo acertado de
tratar esas cuestiones, y hemos sido efectivamente imprudentes, pero en otros
casos el error procederá del modo de conducir la conversación, y entonces
debemos sacar experiencia para posteriores ocasiones y no refugiarnos en la
incomunicación, porque en la incomunicación el desencuentro es permanente.
—Supongo que el éxito dependerá más de las personas que del método que se
siga, porque hay gente con la que no hay forma de entenderse en ningún sitio.
Para lograr una buena comunicación no es suficiente el método, ni el simple
respeto, ni la cortesía o la diplomacia. Lo deseable es que la consideración de
cada uno por los demás sea tan alta que, si surge un desacuerdo, en lugar de
oponerse inmediatamente y procurar rebatir al otro, se inicie un esfuerzo personal
de comprensión hacia la postura de esa otra persona.
Es decir, que ante una diferencia de opinión con otro, se parta de una actitud
que sea como decir: si una persona de tu valía disiente de mí, debe haber algo en
tu desacuerdo que no entiendo, una nueva perspectiva que me interesa mucho
percibir.
La esencia de la sinergia
está en valorar la diferencia
y saber respetarla
y complementarla.
De esta manera, evitando las actitudes innecesariamente defensivas y
autoprotectoras, se produce un sano deseo de mejorar nuestras ideas con lo que
piensan los demás. Quizá nos sobran evidencias, y se trata, en definitiva, de no
defender como cuestión de principios lo que no son más que unos puntos de vista
que probablemente nos interese enriquecer.
Otras veces, cuando una situación parece enfrentar sin remedio dos alternativas
(y quizá pensamos que podrían calificarse como la nuestra y la errónea), casi
siempre podremos buscar una salida más a gusto de los dos: lo que podríamos
llamar una tercera alternativa sinérgica. La clave está en reemplazar la mentalidad
dicotómica de o esto o aquello por una nueva solución que, sin ser quizá perfecta
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(sobre todo porque los problemas complejos no suelen tener soluciones
perfectas), deje satisfechos a ambos.
—¿Te refieres a aquello de que «a veces lo mejor es enemigo de lo bueno»?
Sí, si se entiende bien ese dicho. Porque si la solución que a nosotros nos
parece mejor va a provocar un conflicto que no guarda proporción con la ventaja
que aporta esa solución, entonces esa solución deja de ser mejor, y será preferible
que cedamos un poco.
Esto no quiere decir que ceder sea bueno de por sí, puesto que otras veces lo
sensato será demostrar firmeza, y tan equivocado sería ceder por sistema como
encastillarse en la obstinación.
En cualquier caso, la excesiva rivalidad, los conflictos y agravios permanentes,
la continua preocupación por proteger la propia retaguardia, la desconfianza, la
lucha por el dominio, la crítica destructiva… son siempre actitudes y
planteamientos que consumen una energía enorme en cualquier relación personal.
Son como conducir un coche con un pie en el acelerador y otro en el freno: la
solución no es apretar más el acelerador –más elocuencia, más presión, más
argumentos para fortalecer la propia posición–, sino levantar un poco el pie del
freno y saber usar armónicamente ambos pedales.
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