Castigos modernos: (Re)-territorialización de los internos en las prisiones y su significación ético-política Melissa Judith Weizman Tesis presentada como requisito parcial para optar al título de: Magister en Derechos Humanos y Cultura de Paz Director: Jesús Carrasquilla O. Línea de investigación: Educación, valores e interculturalidad Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales Cali, Colombia 2016 CONTENIDO Introducción…………………………………………………………………………………..5 Capítulo 1. Territorialidad en la sociedad y en los internos..…………………………….12 1.1. Problema, objeto y enfoque de la investigación .………………………………..12 1.2. Espacios, objetos y acciones…...………………………………………………...17 1.3. Territorio…………………………………………………………………………20 1.4. Espacio, territorio y castigo……………………………………………………..23 Capítulo 2. La influencia ético-política en la formación de la identidad de los internos………………………………………………………………………………………28 2.1. Identidad y Estado: el papel de la política en la formación de identidades……...28 2.2. Identidad y no reconocimiento…………………………………………………..33 2.3. Des-territorialidades……………………………………………………………..38 2.4. Identidad y castigo………………………………………………………………41 Capítulo 3. Una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil: (Re)-territorialización del interno……………………………………………………………………………………46 3.1 La territorialidad como mediación en la prisión……...…………………………..47 3.1.1. Ideologías territorializadoras…………………………………………..48 3.1.2. Uso y distribución del espacio…………………………………………52 3.2. Des-territorialidades: el papel de la identidad en el proceso de (re)territorialización………………………………………………………………………55 3.2.1. La influencia de lo ético-político en el castigo de ciertas identidades……………………………………………………………………56 3.2.2. La criminalización de las identidades………………………………….60 Capítulo 4. Las dinámicas de la (re)-territorialización en Colombia: hacinamiento, derechos olvidados y “seguridad” para todos……………………………………………..65 4.1. Historia de la prisión en Colombia………………………..……………………..66 4.2. Dinámicas de re-territorialización en Colombia……………..…………………..69 4.3. Seguridad y prisión: pobreza, criminalidad y la mano dura……………………..71 Conclusiones…………………………………………………………………………………78 Bibliografía…………………………………………………………………………………..82 2 Resumen El presente trabajo propone un análisis del concepto de prisión, (re)-territorialización y las posturas ético-políticas que interfieren en el proceso punitivo. El trabajo tiene como referente el contexto colombiano y considera el análisis de fuentes locales sobre la historia y actualidad de la crisis carcelaria y penitenciaria en Colombia. Dicho de otra manera, este ejercicio intenta una comprensión de cómo opera la (re)-territorialización de los internos a partir de las relaciones de poder que se dan en el Estado y la formación de identidades ―criminales‖, es decir, la influencia ético-política en el proceso punitivo. Desde una perspectiva hermenéutica social y con base en la filosofía de Michel Foucault, se problematiza el concepto de prisión y se plantea que esta forma de intervención punitiva no atiende a las necesidades reales de las personas sobre las que recae el sistema penal sino que profundiza las problemáticas sociopolíticas y económicas ya existentes, constituyendo, finalmente, una forma de reactivación del poder establecido. Para ello se analizan los procesos de territorialización que permiten estos juegos de poder, la construcción de identidades anómalas y la función de la prisión como instrumento moderno para castigar. Palabras clave: Orden establecido/construido/dominante, castigo, prisión, territorialización, (re)-territorialización Abstract This research proposes an analysis of the concept of prison, (re)-territorialization and the ethical-political postures that intervene in the punitive process. The investigation makes reference to the Colombian context and considers the analysis of local sources that examine the penitentiary crisis that has marked the history and present of the Colombian jail system 3 and its institutions. In other words, this exercise seeks to comprehend the way in which the (re)-territorialization of inmates operates based on relations of power within a State, as well as the formation of ―criminal‖ identities: the influence of ethical-political postures in the punitive process. Using a social hermeneutic, based on the philosophy of Michel Foucault, this research explores the problematic concept of prison and suggests that this form of intervention does not actually tend to the real needs of the people who fall into the penal system. Rather, this form of punishment tends to deepen socio-political and economic predicaments that already exist and thus makes up a form in which established power is reactivated. As such, this work is grounded on the analysis of territorialization processes that allow for power games, the construction of anomalous identities and the role of prison as a modern day instrument for punishment. Key words: Established/constructed/dominant order, punishment, prison, territorialization, (re)-territorialization. 4 Introducción There is no way out of the imagined order. When we break down our prison walls and run towards freedom, we are in fact running into the more spacious exercise yard of a bigger prison 1 . Yuval Noah Harari (2014: 118). Mi pregunta por la prisión y las relaciones de poder que en ella tienen lugar surgió a raíz de la creciente polémica que tiene lugar en Estados Unidos sobre raza, clase social y penalización. A lo largo de los últimos años ha habido debates y controversias sobre el tema dada la alta incidencia de asesinatos de jóvenes afrodescendientes de parte de la policía y también debido a las incoherencias en relación con sentencias para afros y para caucásicos. Un lugar como Baltimore ha visto mucha violencia policíaca antes y durante de las protestas que se dieron a raíz de dicha polémica. Al parecer, el sistema penal, junto con las fuerzas policíacas, discriminan sistemáticamente a los jóvenes afros en ciertas partes de EE.UU. Según la Asociación Nacional para el Progreso de Gente de Color (NAACP, por su sigla en inglés—National Association of Advancement for Colored People), entre 1980 y 2008, la tasa de encarcelación del país se cuadruplicó de alrededor de 500,000 a 2.3 millones de personas (“Criminal Justice Fact Sheet”, 2016). Esto significa que actualmente, EE.UU tiene el 5% de la población mundial con un 25% de sus internos. Así mismo, los afrodescendientes constituyen el 37.8% de la población carcelaria (“Inmate Race”). Las disparidades se evidencian más cuando se mira el tipo de sentencias por las que son juzgados caucásicos y afros. Según la NAACP, 14 millones de blancos y 2.6 millones de afrodescendientes se reportaron como usuarios de sustancias ilícitas; un ratio de 5 a 1. Al mismo tiempo, los afrodescendientes son encarcelados 10 veces más por esta misma ofensa (“Criminal Justice Fact Sheet”, 2016). Adicionalmente, la duración de la pena para un afro que haya cometido dicha ofensa (58.7 meses) es casi igual a la que sirve un caucásico por una ofensa violenta (61.7 meses) (Ibid). Es decir, existen fuertes incoherencias en relación con raza, clase social, tipo de pena y ofensa cometida: ―Hoy en día hay más hombres negros bajo 1 ―No hay manera de eludir el orden imaginado. Cuando derribamos los muros de nuestras prisiones y corremos hacia la libertad, estamos, de hecho, entrando al patio más espacioso de una mayor prisión‖ (traducción mía) (Harari 2014: 118). 5 control correccional de los que había bajo esclavitud en 1850‖ (Guo, 2015)2. Las cifras y las polémicas sociales apuntan a la existencia de lo que se llama ―racial disparity‖ (disparidad racial). Esto indica que hay un sesgo sistemático que se efectúa a la hora de juzgar como culpable o no y a la hora de implementar la duración e intensidad de una sentencia. En otros términos, el racismo se manifiesta en el proceso penal. Como resultado, la población carcelaria también refleja este tipo de racismo. Algunas fuentes lo contemplan, incluso, como una forma contemporánea de esclavitud: Organizaciones de Derechos Humanos, además de organizaciones políticas y sociales, están denunciando lo que llaman una nueva forma inhumana de explotación en los Estados Unidos, diciendo que la población carcelaria de hasta 2 millones—mayoritariamente negros e hispanos—está trabajando para varias industrias por una nimiedad. Para los magnates que han invertido en la industria carcelaria, ha sido como encontrar una mina de oro. No se tienen que preocupar por las huelgas o por pagar seguro de desempleo, ni vacaciones u horas de compensación. Todos sus trabajadores están a tiempo completo y nunca llegan tarde o faltan a causa de problemas familiares; además, si no les gusta el pago de 25 centavos por hora y se niegan a trabajar, son encerrados en celdas de aislamiento (Peláez, 2014)3. Todo lo anterior despertó mi interés en el tema y me llevó a hacerme varias preguntas. La primera y más importante es que si a pesar de todos los avances sociales que hemos experimentado en los últimos siglos, la naturaleza de las estructuras sociales siguen siendo igual de excluyente como lo era en los siglos de la colonización del continente americano: ¿qué hacer frente a esta situación? ¿Y en qué perspectiva soportar teóricamente mi trabajo investigativo? Siendo norteamericana yo misma (de Canadá), el tema no me ha sido ajeno y aunque el sistema penal y carcelario canadiense es diferente al de Estados Unidos, las noticias y las polémicas que suceden allá nos son presentadas a diario. Adicionalmente, mientras estudiaba en bachillerato, dos amigos míos fueron encarcelados y el tema, desde entonces, me ha llamado mucho la atención. Ahora vivo en Cali, desde el 2010, y comencé a preguntarme qué similitudes y qué disparidades había entre ambos sistemas. Aún teniendo en cuenta lo anterior considero que el caso colombiano tiene sus propias particularidades, sin embargo esto no 2 Traducción mía de: ―There are more black men under correctional control today than were under slavery in 1850‖. 3 Traducción mía de: ―Human rights organizations, as well as political and social ones, are condemning what they are calling a new form of inhumane exploitation in the United States, where they say a prison population of up to 2 million – mostly Black and Hispanic – are working for various industries for a pittance. For the tycoons who have invested in the prison industry, it has been like finding a pot of gold. They don‘t have to worry about strikes or paying unemployment insurance, vacations or comp time. All of their workers are full-time, and never arrive late or are absent because of family problems; moreover, if they don‘t like the pay of 25 cents an hour and refuse to work, they are locked up in isolation cells.‖ 6 quita que ambos sistemas penitenciarios puedan compartir problemáticas similares. Basada en las clasificaciones étnico-raciales en Estados Unidos (eso es, en la institucionalización de la `raza´ como etnicidad denegada), en las clasificaciones étniconacionales de la Unión Europea (es decir, la división ‗nacional/extranjero‘) y una mezcla variada de los dos en América Latina y en gran parte de África, (re)-activado por la inmigración y las diferencias culturales que la migración puede conllevar, la división étnica es esencial para comprender la formación y deformación de las clases (Waqcuant, 2013: 2)4. Es, pues, difícil negar que existe una conexión entre marginalización—basada en clase social, raza o etnia— y penalización. Y aunque en esta investigación la discriminación racial y étnica no hace parte del argumento central, no se niega. Sin embargo, mencionar este punto es útil para ilustrar, por un lado, la conexión que puede tener el sistema punitivo colombiano con otros, especialmente porque la mayor parte de los trabajos teóricos (investigativos) en el tema están enfocados en los sistemas europeos y norteamericanos. Por otra parte, es importante porque evidencia la posible existencia de unas divisiones históricas que parecen seguirse dando de manera más disimulada. Subrayar esto es vital porque permite considerar la persistencia y perpetuación de unos rasgos heredados de los siglos anteriores al nuestro, concretamente a partir del siglo XVI, que conformaron un tiempo de transición hacia la modernidad, pero cuya influencia aún se siente. La marginalización racial y étnica se puede tomar en cuenta, puesto que constituye una faceta de la marginalización que ocurre en Colombia. Pero más específicamente, demuestra cierta influencia ético-política en el proceso punitivo que se perpetúa. Si en EE.UU el racismo histórico hacia la población afro se sigue manifestando en el sistema punitivo, es posible que haya características políticas y socio-históricas que se evidencien también en el sistema colombiano. En relación al tema general de las prisiones me hice la siguiente pregunta: ¿Cuál es el grado de influencia ético-política de los mecanismos de territorialización sobre la formación de internos a partir de la criminalización de identidades anómalas? Una primera respuesta a esta cuestión pasa por considerar que el proceso carcelario es un modo en el que las autoridades logran territorializar o (re)-territorializar a sujetos cuya identidad ha sido construida y etiquetada a partir de la marginalización y subordinación. 4 Traducción mía de: Grounded in ethno-racial classifications in the United States (that is, in the institutionalization of ‗race‘ as denegated ethnicity), in ethno-national classifications in the European Union (to wit, the ´national/foreigner´ cleavage) and in a varying mix of the two in Latin America and a good part of Africa, (re)-activated by immigration and by the cultural differences of which migration can be the carrier, ethnic division is nonetheless essential to grasping the formation and deformation of classes (Wacquant, 2013: 2). 7 La categoría de (re)-territorialización surge en el marco de lo que defino en este trabajo como territorialización, es decir, el dominio y disciplinamiento de los individuos en un territorio nacional. Sobre esta base, el ―territorio envuelve siempre, […] una dimensión más concreta, de carácter político disciplinar: una apropiación y ordenación del espacio como forma de dominio y disciplinamiento de los individuos‖ (Haesbaert 2004: 93-94)5. Existen autores como Deleuze, Guattari, Rolnik, que usan los términos reterritorialización y desterritorialización para describir procesos en los que un individuo abandona su territorio y construye otro a partir de una territorialidad nueva (Herner, 2009: 168), pero esa definición y uso de dichos términos se diferencia del concepto que se aborda en esta investigación. La (re)-territorialización definida en este trabajo no se refiere específicamente a los espacios geográficos ni tampoco a individuos que recrean territorios y territorialidades nuevas al abandonar el suyo, sino que sugiere, como concepto, que existe una dominación territorial, más explícita que la general (territorialización), que recae sobre individuos anómalos 6 o ―desterritorializados‖, en el sentido de que no están adaptados a las normas dominantes, y constituye un proceso en el cual se reactiva el poder legal. Sobre esta premisa, la (re)territorialización y la desterritorialización difieren conceptualmente de las categorías abordadas por Deleuze y Guattari. Elaboro esta categoría aquí con un trasfondo basado en la teoría de las disciplinas7 de Foucault, pues la territorialización en este trabajo se refiere al ejercicio de las disciplinas sobre la población, mientras que la (re)-territorialización se hace por medio de las instituciones propiamente punitivas. La desterritorialización es la desadaptación de un individuo o un colectivo a lo que son las normas dominantes y mayoritarias e implica su clasificación como ser anormal. La mirada desde la (re)-territorialización constituye, pues, mi aporte al estudio de las prisiones modernas, entendida en clave del asunto del castigo, específicamente. Constituye el objeto de esta tesis y a la vez es el concepto a partir del cual se estudia a Foucault desde una hermenéutica social. 5 Traducción de María Teresa Herner (2009). Para Foucault la anomalía y sus derivados (lo anómalo y los anómalos) tienen su origen en tres figuras: el monstruo humano, el individuo a corregir y el masturbador. Las tres figuras ocupan espacios distintos en la sociedad, pero son caracterizados por ser incorregibles en la medida en que la ―familia y las instituciones, con sus reglas y sus métodos han fracasado‖ y ―habrá que ubicar [los] en un medio de corrección apropiado‖. La anomalía es, en concreto, la patología que se establece primero en torno a lo anormal en estado puro, cristalizando en torno a sí las conductas patológicas constituirán la enfermedad mental y la alteración mental (Castro, 2011:32). En esta investigación, la anomalía se referirá generalmente a las conductas, identidades y fenómenos considerados alienados o irregulares, en torno a los cuales se han ―cristalizado‖ o concretado tendencias patológicas criminales y psicológicas, es decir, tendencias incompatibles con las normas y la idea de ―lo normal‖. 7 Ver definición en las páginas 8-9. 6 8 Este tipo de hermenéutica permite cuatro pasos claves en esta investigación: 1) Se indaga el prejuicio como fuente de conocimiento (develar las trampas de la realidad, incluso para el caso de la prisión que no permiten entender toda su problemática y complejidad), 2) Reconocer el dinamismo de la vida social (internos, Estado y sociedad civil) que no se deja capturar por una sola mirada y requiere metodologías más comprensivas y participativas, 3) La clave en Foucault no es solo el estudio de los internos, sino también de las prácticas históricas reguladas que permiten su (re)- territorialización y en muchos casos el menoscabo de sus derechos, 4) Una perspectiva más integral y crítica (es posible considerar modelos alternativos de pena, pareciera que es necesario superar la visión vengadora de la pena por una que de veras reintegre al ‗interno‘ a la sociedad como ciudadano con plenos derechos). Para desarrollar el tema de esta investigación la re-territorialización de los internos en las prisiones fue necesario estudiar primero las maneras en que las formas de poder se manifiestan en la vida cotidiana de la población, condicionando e influyendo, hasta cierto punto, sus percepciones y comportamientos. A esto lo llamé territorialización sobre la población general, pues se trata de conformar un territorio nacional que no sólo constituye el espacio sino que también está compuesto por el conjunto de acciones humanas que en él se evidencian y se anhelan y que ayudan a conformar un proyecto de nación: el sujeto moderno no es más que el efecto del encuentro de las tecnologías disciplinarias y el desarrollo de las ciencias del hombre, entre ellas una de las más definidoras de su ser: el derecho (Márquez, 2009: 13). Al mismo tiempo, este condicionamiento no es absoluto, sino que más bien busca implementar medidas correctivas sobre los espacios e individuos que no lo asimilan. Sobre esta base fue necesario identificar y definir lo que llamamos anomalías, es decir, comportamientos, personas y fenómenos considerados como divergentes o anormales dentro de este conjunto de acciones que constituyen la idea y el proyecto de nación y definen el concepto de ciudadano ideal. De ahí que, la parte identitaria es vital porque a partir de ella se ilustran las disparidades como punto de partida para el castigo. Es decir, a partir de las identidades ―anómalas‖ o indeseables, se definen y se implementan las formas de castigo. En la obra de Foucault, el término ―disciplina‖ tiene dos usos principales. Uno corresponde al orden del saber (forma discursiva de control de la producción de nuevos discursos) y el otro, al orden del poder8 (el conjunto de técnicas en virtud de las cuales los 8 Cabe aclarar que ―Foucault no escribió una teoría del poder, si por ―teoría‖ entendemos una exposición sistemática; más bien, nos encontramos con una serie de análisis, en gran parte históricos, acerca del funcionamiento del poder […] es necesario tener en cuenta que el tema del poder puede ser abordado—y lo es, 9 sistemas de poder tienen por objetivo y resultado la singularización de los individuos). Esta forma de ejercicio del poder tiene por objeto los cuerpos y por objetivo, su normalización. Sin embargo, el primer uso, el del orden del saber, también es fundamental para iluminar el modo en que Foucault concibe las relaciones entre saber y poder (Castro, 2011: 102). Como resultado, hay en Foucault una ambigüedad y paradoja importante entre las disciplinas como orden del saber y las disciplinas como orden del poder que permite establecer conexiones entre las dos cosas. El poder opera, pues, con una relación de fuerzas o de acciones al interior de una pluralidad de instituciones disciplinarias (escuelas, hospitales, psicología, empresas, trabajo, etc.), en la cual existe una tensión; el poder siempre implica resistencia y aprendizaje, pero también es un tipo de relación que pretende ser omnipotente y omnipresente al implementarse de una forma transversal a distintos marcos institucionales. El poder no es, pues, estático, ni tampoco es meramente prohibitivo, sino creador y productor (mediante la producción del saber, el discurso existente en las disciplinas y el efecto de ―goteo‖ que se puede observar en los diferentes niveles de autoridad)9. Desde esta lógica, las instituciones disciplinarias en general se ponen al servicio de lo que hemos llamado territorialización sobre la población, al moldear sutilmente sus percepciones y comportamientos y así inculcarles ideas de lo que está bien y de lo que está mal. Este condicionamiento de la mayoría justifica el castigo hacia ciertos individuos por comportamientos que han sido social y legalmente clasificados como criminales. Mediante esta idea estudio la prisión como institución disciplinaria por excelencia—la forma más intensiva y concentrada de disciplina (tanto poder como saber) —que centra todas sus energías en reactivar el poder, que de alguna manera se encuentra amenazado y desafiado por la desobediencia (resistencia). La (re)-territorialización de los internos por medio del aparato-prisión surge, pues, de de hecho—desde diferentes ángulos […]‖ (Castro, 2011: 304). Existe una concepción de justicia y poder que maneja Foucault que tiene que ver con la resistencia entre clases sociales, generalmente relacionado a las luchas por el poder. La justicia se manifiesta como un fenómeno que en realidad responde al deseo de tener el poder por parte de alguna clase social. En cuanto su concentración, el saber y el poder se apoyan y refuerzan mutuamente. Así mismo, los fenómenos políticos de la modernidad (el Estado centralizado, la burocracia, los campos de concentración, las políticas de salud, etc.) resaltan el problema de la relación entre el proceso de racionalización de la Modernidad y las formas de ejercicio del poder. Gran parte de esto tiene que ver con las formas de ejercicio del poder que se presentan como una extensión de los procesos de racionalización: en la sociedad moderna se encuentra ―una combinación tan compleja de técnicas de individualización y de procedimientos de totalización‖ (Cita de Foucault- dits et ecrits-) (Castro, 2011: 304). La relación entre saber y poder puede ser resumida como tal: ―ningún saber se forma sin un sistema de comunicación, de registros, de acumulación, que es una forma de poder vinculada a otras formas de poder, y, por otra parte, ningún poder funciona sin apropiarse de formas de saber (Castro, 2011: 318). 9 Cabe destacar que el uso del término ―disciplina‖ difiere entre sus obras. ―Vigilar y Castigar‖ está dedicado en su mayoría al análisis del poder disciplinario como una forma de poder que tiene como objetivo los cuerpos en sus detalles, en su organización interna (Castro, 2011: 103). 10 la naturaleza territorializadora del Estado; en este sentido, se desarrolla sobre los delincuentes y por medio del espacio que constituye la prisión. Es territorialización en tanto aplicación del poder que usa un espacio para concentrar y difundir su dominio, y es (re)-territorialización porque se repite o se intensifica el proceso de territorialización de manera más concreta y más explícita sobre individuos considerados divergentes. El contenido del trabajo se dividirá así: En el primer capítulo presento el problema, el objeto y el enfoque de la investigación, además de un análisis del concepto de territorialización mediante el cual muestro los diferentes elementos teóricos que configuran su definición. Presento el asunto tomando en cuenta el territorio como término que engloba una serie de factores relacionados al espacio, el uso que se hace de él y las relaciones de poder que lo definen. En el segundo capítulo realizo un estudio de la identidad, en el cual pongo de relieve cómo la formación de identidades se entreteje con el concepto de nación y de ciudadano y cómo la marginalización y la exclusión de individuos y colectivos se entrelaza con las instituciones disciplinares, la penalización y el encarcelamiento. En el tercer capítulo analizo cómo las disciplinas carcelarias se encuentran estructuradas para (re)-territorializar al interno. Sugiero que al constituir un espacio destinado a la reactivación de las formas del poder, la prisión puede ser vista como aparato que implementa de manera más forzada las creencias establecidas en la sociedad como normales, tratando de corregir o suprimir a los individuos identificados como una amenaza al orden, o puede simplemente reactivar el poder legal de castigar sobre ellos. En el cuarto capítulo expongo un estudio del contexto colombiano, por medio del análisis de la información obtenida en textos, revistas e investigaciones, el cual considera ciertos rasgos fundamentales del modelo punitivo europeo-norteamericano que al mismo tiempo son transformados y adaptados al contexto local, marcado por la herencia hispanacolonial, el conflicto armado y la situación financiera del país. 11 Capítulo 1 Territorialidad en la sociedad y sobre los internos Es preciso que las ideas del crimen y de castigo estén fuertemente ligadas y “se sucedan sin intervalo… […] la desesperación y el tiempo destruyen los vínculos de hierro y de acero, pero no pueden nada contra la unión habitual de las ideas, no hacen sino estrecharla más; y sobre las flojas fibras del cerebro se asienta la base inquebrantable de los Imperios más sólidos” (Foucault, 2002: 96). El fenómeno de la territorialidad se basa en la estructura de nuestras sociedades. El tema de la re-territorialización de los condenados depende de que haya habido una territorialización o un intento de ello sobre la población general. Este fenómeno de territorialización ciudadana (sobre el conjunto de la población) permite construir reglas socialmente establecidas como indicadoras de ―lo normal‖. A su vez, la territorialización de los ciudadanos permite establecer e identificar cuáles son las anomalías existentes en la sociedad que pudieran amenazar, perjudicar y desestabilizar el orden social construido y, simultáneamente, implementar parámetros no sólo para identificar estas anomalías sino también para corregirlas o suprimirlas. La (re)-territorialización es esto último y recae sobre sujetos identificados como anómalos dentro del cuerpo social. 1.1. Problema, objeto y enfoque de la investigación Este trabajo de investigación constituye un esfuerzo por pensar la territorialización, la identidad y la prisión como procesos interconectados desde una hermenéutica social10. Para conocer estas interconexiones me aproximé a la literatura existente sobre dichos temas, a estadísticas y a estudios de tipo sociológico e historiográfico. Adicionalmente, a pesar de mi interés inicial en el caso estadounidense, que está 10 Se entiende aquí que es una exploración interpretativa del texto Vigilar y castigar de Michel Foucault, aplicada al ámbito de la sociedad y en clave ético-política. 12 definido tanto por la raza como por la clase social, esta investigación no se enfocará en el elemento racial como punto principal sino en el elemento social en general, la idea de lo anormal (como parte de lo anómalo), aunque ésta tenga puntos de convergencia con lo racial. El objetivo general de esta investigación es visualizar un marco más amplio de comprensión de los procesos contemporáneos de encarcelamiento, de penalización y de marginalización, que permita repensar el concepto punitivo actual a partir de un análisis interpretativo de los dispositivos de poder que están en juego teniendo como referente el contexto colombiano; contexto marcado por una mixtura de guerrilla, narcotráfico, corrupción, delincuencia común y desigualdad social: ―un componente explosivo y aterrador para las exiguas capacidades fiscales y políticas de una economía al borde de la quiebra y de unos gobiernos ahogándose en la polarización‖ (Rojas, 2003: 96). Los objetivos específicos incluyen: 1) Explorar, desde un soporte teórico, una definición clara del concepto de territorialización que permita comprender los factores intersubjetivos que interfieren en el proceso punitivo. 2) Reconstruir el análisis del concepto de identidad con el fin de comprender en qué grado los fenómenos intersubjetivos de territorialización definen y/o crean ciertas identidades y cuáles tiende a criminalizar. 3) Establecer una relación clara entre los conceptos de territorialización, identidad y prisión, enmarcada en una mirada más amplia de la re-territorialización, analizando su conexión con prácticas sociales de la historia reciente de Colombia. Las investigaciones sociológicas, antropológicas, históricas, geográficas e incluso filosóficas sobre el tema son limitadas en comparación con otros temas de investigación, como la pobreza y la violencia; lo que, desde mi perspectiva, pone en evidencia una de las principales problemáticas en torno al tema: la marginalización y el olvido de la población carcelaria. De hecho, la mayor parte de los trabajos sobre la prisión y el tema punitivo en Colombia tienen un enfoque socio-jurídico—Ariza, 2011; Iturralde, 2011; Gaitán, 2000; GDIP, 2010; FCSPP, 2010, 2011 (Bello 2013: 5) — lo cual sugiere que los problemas tratados en dichos trabajos son internos, es decir, permiten cuestionar los problemas prácticos más no los conceptuales. En otras palabras, se buscan soluciones provenientes del mismo sistema, sin cuestionar en profundidad los problemas sistémicos e ideológicos del entorno carcelario como sistema dependiente del marco jurídico nacional. El trabajo de cuestionar el concepto mismo de la prisión aún es una tarea ardua que requeriría otra investigación, sin embargo queda sugerida una línea clara a indagar: 13 Abolir las prisiones es enfrentarse a la tarea nada fácil de descolonizar nuestros deseos de castigo y de venganza contra aquellos que cometen crímenes y contra aquellos que pueden llegar a agredirnos. Comprometernos con deseos de reconciliación y justicia restaurativa no es algo sencillo, pero es una inquietud que deja esta perspectiva política para emprender un camino hacia la posibilidad de un mundo sin cárceles y sin opresiones de ningún tipo. La abolición de la prisión empieza por la erradicación de los miedos sobre el crimen que nos han enseñado a sentir los sectores dominantes, es decir, sobre aquellos imaginados como peligrosos y criminales (Bello, 2013: 9). En este trabajo propongo una reflexión sobre el sistema penitenciario no desde su interior sino desde una óptica crítico-analítica que pretende cuestionar las mismas entrañas de dicho sistema: su fundamento y su función. El problema fundamental del sistema punitivo contemporáneo es, en primera instancia, que no atiende a las necesidades reales de las poblaciones marginadas a las que se dirige sino que acaba agravando la marginalización y degenerando los aspectos de miseria que ya estaban presentes en la vida del individuo-interno y de su familia. Al mismo tiempo, no pretendo omitir factores como la responsabilidad y la libertad individual sino que, más bien, planteo que el sistema punitivo tiene una tendencia hacia la criminalización y tipificación de ciertos grupos sociales, incluso, posiblemente un sesgo desde su fundamento puesto que las leyes reflejan las normas que se imponen desde una mayoría dominante: La abrumadora dinámica del conflicto impide pensar- lo social, lo penal, lo carcelario- en términos que respeten la identidad de estos subsistemas. La respuesta al desafío institucional generalmente es efectista, global y coyuntural, y oculta muchos bosques tras el árbol de la tipificación máxima de comportamientos y el incremento de las penas a límites que desafían la prohibición criminológica de su perpetuidad o irredimibilidad. […] quitándoles su contenido progresivo y resocializador‖ (Rojas, 2003: 96-97). En cierto sentido, la libertad de unos parece estar vedada por las normas de otros, pero sus derechos no son necesariamente protegidos. No se trata pues, de negar la existencia de la libertad y responsabilidad de los individuos-infractores, sino de analizar lo que parece ser un problema estructural que hace que el proceso punitivo y las instituciones carcelarias funcionen principalmente en torno a las anomalías que son definidas por la sociedad mayoritaria y que se implementen como parte de una solución superficial frente a problemas estructurales más profundamente arraigados. A continuación se vislumbran el enfoque, las perspectivas de análisis, y el horizonte de comprensión en que debe ser entendida esta investigación: 1) Los trabajos desde la antropología y la historia configuran un aporte elemental para 14 esta investigación al proveer hechos concretos. La literatura antropológica ha servido para sustentar datos sobre la moral y su influencia sobre las formas de poder de sociedades similares y distantes a la nuestra. Esto es importante para entender la función y el trasfondo de las instituciones disciplinares (escuela, hospital, fabrica, prisión) como la manifestación y jerarquización de las formas de poder (el orden del poder, según Foucault) y la expresión de una moral dominante y mayoritaria que se exhibe en lo cotidiano y en el proceso de territorialización generalizada en las sociedades contemporáneas. 2) El enfoque ético-político en general concede cierta creatividad al análisis de las prisiones al incluir interpretaciones diversas y profundas sobre la moral, el castigo, la organización social, los conflictos sociales, los valores en juego y las formas de poder. Foucault es uno de los autores claves en esta investigación por su aproximación singular a las prisiones. Él analiza el castigo como una forma de disciplina, intensiva y cruel, entendido desde una perspectiva histórica y filosófica. No sólo se analizan los castigos modernos sino también su desarrollo desde la Revolución Francesa y las sutilezas creativas y horribles que esto evidenció. El enfoque de Foucault no es definitivo e incluso puede ser discutible, pero me puede servir de referencia por la manera cómo contextualiza históricamente las prácticas sociales. Además esto se entiende porque al centrarse en los aspectos ―menos conocidos‖ de la Revolución de 1789, los sucesos que llevaron a ella y las posteriores Reformas penitenciarias, permite considerar dimensiones relevantes en torno a la prisión y al sistema penal que no dejan de suscitar debate hoy: a) La Revolución Francesa vista desde la perspectiva foucaultiana indica la posible falibilidad del argumento de que los Derechos Humanos están detrás de la transición de los castigos antiguos a los modernos como ―fuerza benigna‖ soportada muy bien por un trasfondo capitalista. Estas dos construcciones sociales—los Derechos Humanos y el capitalismo— siguen siendo una de las mayores paradojas de nuestro tiempo11. Al ser una paradoja la que 11 Hoy en día sigue habiendo debates sobre la existencia objetiva de los Derechos Humanos. Autores como MacIntyre y Rorty, entre otros, cuestionan su fundamento: ―(…) no existen tales derechos y creer en ellos es como creer en brujas y unicornios. La mejor razón para afirmar de un modo tajante que no existen tales derechos, es precisamente del mismo tipo que la mejor que tenemos para afirmar que no hay brujas, o la mejor razón que poseemos para afirmar que no hay unicornios: el fracaso de todos los intentos de dar buenas razones para creer que tales derechos existan. Los defensores filosóficos dieciochescos de los derechos naturales a veces sugieren que las afirmaciones que plantean que el hombre los posee son verdades axiomáticas; pero sabemos que las verdades axiomáticas no existen. Los filósofos morales del siglo XX han apelado en ocasiones a sus intuiciones o las nuestras; pero una de las cosas que deberíamos haber aprendido de la filosofía moral es que la introducción de la palabra ―intuición‖ por parte de un filósofo moral es siempre señal de que algo funciona bastante mal en una argumentación. En la declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos humanos de 1949, la práctica de no dar ninguna buena razón para aseveración alguna, que se ha convertido en normal para 15 expone Foucault, se vuelve un tema controversial y susceptible de debate. No obstante, me parece fundamental su análisis y constituye un aporte invaluable para esta investigación al contribuir a la exploración del poder estatal territorializador y el poder punitivo como reterritorializador y reactivador de unas estructuras construidas. Este aporte consiste en dos cosas: cuestionar la legitimidad de las leyes (al cuestionar las verdaderas intenciones e intereses detrás de la implementación generalizada de la pena privativa de libertad y las sucesivas reformas penales y penitenciarias) y exponer el interés que posiblemente subyace tanto a las leyes como a las instituciones disciplinarias (el capital) y la contradicción que representa la tensión entre estos dos paradigmas (Derechos Humanos y capitalismo). Si, en efecto, la pena privativa de libertad nace como respuesta a la humanización de los sistemas de castigo, es necesario analizar por qué, entonces, legitima la violación de uno de los derechos más valiosos para nuestra sociedad como es el de la libertad. b) El análisis que hace Foucault de las disciplinas es vital para entender el tema de la territorialización y la re-territorialización, puesto que establece una relación de dominio evidente en la sociedad contemporánea (territorialización) que se agudiza, se concentra y se intensifica en el caso de la prisión (re-territorialización). Nuevamente, la paradoja capitalismo-Derechos Humanos se ve reflejada al referirse a unas disciplinas que, reflejando el orden del poder y el del saber, se ponen al servicio de la industria y que a la vez, proclaman proteger los derechos de la población. El enfoque ético-político es necesario para esta investigación al constituir un pilar fundamental de la argumentación central sobre el tema de la (re)-territorialización en las prisiones y al proveer unas interpretaciones creativas y reveladoras. Estas fuentes me permiten aventurarme en un tema desafiante y poco tratado. Contextualizar esta (re)territorialización implica no solo describir el fenómeno, sino interpretarlo y encontrarle su significación. 3) Más allá de los aportes teóricos, el limitado acceso que tenemos los investigadores a los centros de reclusión es uno de los factores por los que la información en torno al tema es relativamente restringida y los análisis están condicionados por estas mismas limitaciones. A pesar de haber tenido la oportunidad de visitar el centro de reclusión Villahermosa de Cali, mi las Naciones Unidas, se sigue con gran rigor. Y el último defensor de tales derechos, Ronald Dworkin (Taking Rights Seriously, 1976), concede que la existencia de tales derechos no puede ser demostrada no implica necesariamente el que no sea verdadera (p. 81). Lo que es cierto, pero podría servir igualmente para defender presunciones sobre los unicornios y las brujas (MacIntyre, 2004: 98-99)‖. Es importante entender las implicaciones de esta paradoja y considerarlas en este análisis. 16 visita fue corta y mi contacto con los internos limitado. Por un lado, la percepción que encontré es que el sistema es lento para definir los procesos de los internos, no se valora suficientemente a los internos (su dignidad y sus derechos), las condiciones de habitabilidad son muy precarias y el horizonte de rehabilitación social no es muy esperanzador. Por el otro, recurrí a textos sociológicos e historiográficos sobre el contexto punitivo en Colombia. Dichas fuentes han servido para respaldar razonablemente ciertos supuestos que había hecho en torno a las similitudes y disparidades entre el sistema punitivo colombiano y el sistema europeo-norteamericano. Además, dichos estudios me permitieron analizar las dinámicas particulares de la re-territorialización en las prisiones colombianas. Éstas se destacan por una herencia teórica importante del sistema punitivo europeo-norteamericano y por otros factores muy particulares de la región, entre ellos las tradiciones punitivas hispanas, el conflicto y la situación financiera del país. En resumen, existe ya literatura que explica, analiza y critica la historia, el desarrollo, el concepto y las prácticas de la prisión. Autores como Michel Foucault, Loïc Wacquant y Ángela Davis exponen diferentes problemas conceptuales y prácticos en torno a las experiencias asociadas al castigo moderno. Entre las críticas más fuertes encontramos las que escrudiñan el desarrollo de la prisión como forma principal de castigo en nuestra era; críticas a las figuras de poder asociadas a esta forma de castigo; y críticas a las desigualdades implícitas en todo el proceso de castigo. Estos análisis—sobre las prácticas de poder, la identidad de las poblaciones más castigadas y el concepto y función de la prisión—me han ayudado a llegar a una conclusión preliminar: la prisión como aparato re-territorializador, es decir, como espacio donde se pretende reactivar el poder sobre sujetos anómalos y alienados socio-políticamente. 1.2. Espacios, objetos y acciones El tema del espacio tiene una relación intrínseca con el orden construido y los paradigmas en los que se funda. Nuestra percepción de lo que es el espacio y para lo que sirve, se define a partir de esto. Asimismo, el concepto del espacio se puede enmarcar dentro de una metáfora clasificada como la interconexión de fenómenos ambientales, económicos, culturales y sociales (Montañez, 2001: 15). 17 Se considera el espacio geográfico como un medio holístico que expresa la dinámica y la interacción social, económica y cultural de los pueblos y dentro de ellos (Montañez, 2001:16). Sobre esta premisa, los humanos somos seres geográficos: transformamos la tierra y al mismo tiempo ella nos transforma, es decir, la geografía y el espacio tienen una influencia intrínseca sobre nosotros. Gustavo Montañez plantea que los procesos históricos y los progresos técnicos y de evolución de lógicas sobre las formas de organización social y productiva median los procesos espaciales (ibid). En otros términos, el espacio expresa nuestras creencias y nuestro orden construido a través del uso que se le da. El espacio geográfico también puede ser concebido como una categoría social e histórica de la producción, incorporación, integración y apropiación social de estructuras y relaciones espaciales (Montañez, 2001: 17). El espacio es, pues, un conjunto indisociable, solidario y contradictorio de sistemas de objetos y acciones que pueden ser naturales (dones) o técnicos o artificiales y generalmente van de la mano con otros objetos y acciones de los que dependen (Montañez, 2001: 18). La nación, como espacio geográfico definido por el ser humano, representaría entonces un sistema de acciones y objetos cuya interacción es intrínseca: las conductas tienen relación directa con los objetos que conforman y definen ciertos espacios (instituciones, parques, vías, negocios, etc.). Los espacios que constituyen una nación son una transformación del espacio geográfico y a la vez, son espacios que transforman e influencian los comportamientos del ser que se mueve dentro de ellos. El espacio geográfico enfatiza, pues, la relación entre objetos y acciones, es decir que no existen individualmente (ibid). Así mismo, la relación entre espacios, objetos y acciones se refleja en la interacción entre los ciudadanos y su entorno. Las instituciones socio-políticas de una sociedad manifiestan los valores y principios dominantes, inculcándolos en la vida cotidiana de los habitantes. Del mismo modo, los habitantes de un espacio determinado pueden modificar, hasta cierto punto, las características de su entorno, incluyendo las instituciones sociopolíticas: ―No basta tener afición a la arquitectura. Hay que conocer el corte de las piedras. De este ―corte de las piedras‖ se podría escribir toda una historia, historia de la racionalización utilitaria del detalle de la contabilidad moral y el control político‖ (Foucault, 2002: 128). Esta relación entre espacios, objetos y acciones es abordada indirectamente por autores como Weber y Foucault. Weber, por ejemplo, habla de cuatro racionalidades ligadas a las instituciones sociopolíticas (nuestros espacios). En este caso, se resaltaran únicamente las dos últimas. La tercera racionalidad de la que habla Weber hace referencia a valores trascendentales provenientes de las grandes religiones que se convierten en la base de la 18 educación y socialización de los individuos a través de leyes, normas, prácticas y usos que confieren racionalidad y coherencia a la mayoría de las acciones humanas (Castro, 2006: 31). La cuarta racionalidad de Weber hace referencia al cálculo de los fines y los medios. Es una racionalidad instrumental que opera en la tecnociencia, como la administración del Estado, lo jurídico y la organización económica, permitiendo un control cada vez mayor de la naturaleza externa y nuestra propia condición psicobiológica (Castro, 2006: 30). La tesis de Weber se basa en el desencantamiento, es decir, el paso de la tercera racionalidad a la cuarta, acarreando un mayor interés por el funcionamiento de las cosas, la producción y el trabajo que por la meditación sobre el misterio del ser (Ibid). Se trata de una transformación en la racionalidad dominante que simultáneamente transforma los usos del espacio: Cuando se dice que una cuestión es política, o que son ―políticos‖ un ministro o un funcionario, o que una decisión está ―políticamente‖ condicionada, lo que quiere significarse siempre es que la respuesta a esa cuestión, o la determinación de la esfera de actividad de aquel funcionario, o las condiciones de esta decisión, dependen directamente de los intereses en torno a la distribución, la conservación o la transferencia del poder. Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fines (idealistas o egoístas) o al poder ―por el poder‖, para gozar del sentimiento de prestigio que él confiere. El Estado, como todas las asociaciones políticas que históricamente lo han precedido, es una relación de dominación de hombres sobre hombres, que se sostiene por medio de la violencia legítima (es decir, la que es vista como tal). Para subsistir necesita, por tanto, que los dominados acaten la autoridad que pretenden tener quienes en ese momento dominan‖ (Weber, 1979: 84). Aunque hay diferencias epistemológicas entre ambos autores, lo anterior se asemeja a la argumentación de Foucault, en Vigilar y Castigar, sobre el paso de una etapa en la que las instituciones se basan de manera absoluta en la religión y el poder monárquico, a otra en la que la ciencia invade los espacios públicos e institucionales y el poder se diluye. Esto implica que las instituciones y los espacios que conforman una nación responden a la racionalidad vigente. En la actualidad—la cuarta racionalidad según Weber o la era de la vigilancia y el castigo, según Foucault— esto se traduce en una fascinación por cómo funciona la mente del ser humano y cómo, a base de la ciencia y los espacios, podemos manipularla. Entonces, la territorialización parte del uso de los espacios para establecer el poder y distribuirlo, asegurando así su conservación y una mayor cooperación de la población. De este modo, los espacios y sus usos son determinados por las relaciones de poder que los rige. 19 1.3. Territorio El territorio difiere del espacio como tal al adquirir una dimensión política y afectiva. Esto implica que para que exista un territorio, debe haber vínculos de dominio, poder, pertenencia y apropiación entre el espacio y un determinado sujeto individual o colectivo (Montañez, 2001: 20). El concepto de territorialidad, en cambio, implica un dominio no absoluto o puede referirse a la coexistencia de muchos sujetos dentro de un mismo territorio que, no obstante su subordinación al poder hegemónico, ejercen cierto grado de dominio territorial selectivo o jerárquico (Montañez, 2001: 22). En este trabajo se utilizará el término de territorialidades parciales para referirse a esto último. Al respecto, el concepto de nación puede clasificarse bajo el concepto de territorio, constituyendo un espacio que se encuentra, teóricamente, bajo el dominio absoluto del poder hegemónico (el Estado: ley, gobierno, constitución, etc.). Max Weber, por ejemplo, define la política como la dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, de un Estado, el cual se define sociológicamente por referencia a un medio específico a él: la violencia física. Este no es el único medio, pero hoy en día “tendremos que decir que el Estado es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima” (Weber, 1979: 83). El Estado es, entonces, la única fuente del “derecho” a la violencia. La política significa, hoy en día “la aspiración a participar en el poder o a influir en la distribución del poder entre los distintos Estados o, dentro de un mismo Estado, entre los distintos grupos de hombres que lo componen” (Weber, 1979: 84). El monopolio sobre la violencia y la coerción del Estado constituye, pues, la legitimación de su dominio, el cual incluye las percepciones que implementa. Particularmente, se aplica de manera hegemónica en un territorio nacional. Sobre esta base, los ejércitos, la policía, las cortes y las prisiones están entre las herramientas que se usan para asegurarse de que las personas actúen en concordancia con el orden construido. A su vez, puede clasificarse desde su interior por territorialidades parciales basadas en el dominio selectivo de las diferentes regiones, zonas y sectores que experimentan diferentes niveles de autoridad, sea de parte de alcaldías, grupos criminales, pandillas urbanas, etc. Estas territorialidades pueden ser legales o ilegales. Ejemplos de esto son las jurisdicciones departamentales o estatales en ciertas naciones, los gobiernos autóctonos locales (autogobiernos indígenas/autóctonos, resguardos, etc.), el control paramilitar o 20 guerrillero de ciertas zonas como en Colombia y la República Centroafricana, el control de las mafias sobre sectores socio-económicos y finalmente, el control de pandillas sobre sectores urbanos (fronteras invisibles, etc.). En todos los anteriores casos, aunque exista un gobierno y una constitución a nivel nacional, la autoridad que se impone y se respeta es, a menudo, la de dichos grupos. En estos casos existe un orden construido dominante y mayoritario a nivel nacional (el Estado) que posee el ―derecho‖ a la violencia física legítima, y otros inferiores en términos de alcance y poder, y cuya violencia física es ilegal o subordinada (dependiendo de su naturaleza). Adicionalmente, las lógicas de producción del espacio afectan nuestro concepto de territorio y la manera en que interactúan los territorios y las territorialidades. Este fenómeno aparece en diferentes momentos históricos, incluso en los imperios antiguos como el Romano, cuya organización militar y administrativa afectaría directamente a los territorios circundantes (Montañez, 2001: 23). A partir de esta idea, la lógica capitalista, además de utilizar la forma de sometimiento militar directo, ―introdujo otras alternativas de dominio territorial […] como la intensificación y ampliación del comercio internacional [mediante] la exacerbación de los flujos de capital financiero y el fraccionamiento espacial de los procesos productivos en todo el planeta‖ (Montañez, 2001: 24). Esto se denomina capitalismo global e implica la subordinación de ciertas naciones a otras dentro del mercado global y a la vez, la subordinación de ciertos sectores dentro de las naciones. En torno al paradigma de la producción y la utilidad de los cuerpos Foucault afirma que: […] el estudio de esta microfísica supone que el poder que en ella se ejerce no se conciba como una propiedad, sino como una estrategia, que sus efectos de dominación no sean atribuidos a una “apropiación”, sino a unas disposiciones, a unas maniobras, a unas tácticas, a unas técnicas, a unos funcionamientos; que se descifre en él una red de relaciones siempre tensas, siempre en actividad más que un privilegio que se podría detentar; que se le dé como modelo la batalla perpetua más que el contrato que opera una cesión o la conquista que se apodera de un territorio (Foucault, 2002: 27). Generalmente esta subordinación implica la pérdida de trabajo para muchos sectores (campesinos, mineros tradicionales, pescadores, etc.), ejerciendo una influencia sobre las olas de migración internas y a veces el fenómeno del desplazamiento forzado, o su sometimiento a un trabajo dirigido por grandes empresas, generalmente bajo condiciones muy precarias y con pago insuficiente. 21 El capitalismo global, según Montañez, conlleva un aumento en el número de pobres y sus espacios, la dilución de elementos de demarcación entre lo rural y lo urbano, la fragmentación socio-espacial y el incremento de la violencia en los espacios públicos y privados (Montañez, 2001: 26). Estas consecuencias inevitablemente llevan a un aumento en el número de poblaciones e individuos marginados así como en un aumento de las tasas de criminalidad, sea dentro de los sectores urbanos que reciben a los migrantes provenientes de otras regiones y que comúnmente tienen dificultades para adaptarse a la vida urbana o en las zonas rurales por el incumplimiento de las mismas políticas impuestas por el mercado internacional que prohíben lo que muchas veces constituyen prácticas ancestrales o tradicionales de ciertas poblaciones. En otros términos, conlleva un aumento en el número de personas y grupos excluidos y una diversificación de la naturaleza de su exclusión12. El capitalismo global también lleva a una desarticulación económica interna en los países no ricos, o en ciertas regiones, y la destrucción de territorialidades implicando consecuencias como la crisis económica (Montañez, 2001: 27). Sobre esta base, el Estado no es la única entidad que ejerce poder y dominio sobre sus habitantes, sino que existe un nivel de dominio entre naciones: una jerarquización que se reproduce. Esto no sólo define los espacios y sus usos, sino que también el tipo de poder ejercido en diferentes tipos de naciones cuyas costumbres y tradiciones difieren entre sí. En este sentido, existe un fenómeno de globalización de conceptos, ideologías y prácticas socioeconómicas, culturales, políticas y legales. El DIH, los Derechos Humanos y especialmente el capitalismo pueden incluirse dentro de los ejemplos de ello. Esto en sí es un ejercicio de dominio territorial que termina transformando las relaciones existentes entre espacio, objetos y acciones no sólo a nivel nacional sino a nivel global y es importante porque resalta la globalización de ciertas creencias y el crecimiento de fenómenos intersubjetivos que entran a transformar los diferentes órdenes implementados a nivel internacional. Las territorialidades se dan, pues, como resultado de las relaciones de poder a partir de interacciones globales o dentro de una nación. En el caso de las naciones, estas relaciones incluyen relaciones entre el Estado, las instituciones disciplinarias y los habitantes. 12 Se evidencia que el castigo penal y el encarcelamiento aparecen como ―estrategias gubernamentales que transforman en ―problemas de criminalidad‖, los profundos ―problemas sociales‖ derivados, entre otras cosas, de la precarización del trabajo, la marginación urbana, la falta de oportunidades, el desempleo, la adicción a las drogas, el desplazamiento forzado, el sexismo, el racismo y la violencia del régimen heterosexual‖ (Bello, 2013: 208). Es decir, las formas de exclusión mencionadas contribuyen a las tasas de criminalidad y a la criminalización de los problemas sociales. 22 Si bien la territorialidad está estrechamente relacionada con los usos del espacio, aquí también se va a analizar el ejercicio de este tipo de poder sobre los seres humanos, más específicamente, sobre los ciudadanos y habitantes. Esto implicaría que desde que un sujeto nace o vive dentro de un territorio nacional, existe un ejercicio territorial sobre él que lo orienta hacia ciertos comportamientos por medio de normas sociales y legales. Esto se analiza a partir de lo que Foucault denomina las disciplinas. Recogiendo pues los argumentos de Foucault y de Weber, las instituciones y los espacios que conforman una nación se ponen al servicio de la racionalidad vigente. En la actualidad— la cuarta racionalidad según Weber o la era de la vigilancia y el castigo, según Foucault— esto se traduce desde la fascinación por cómo funciona la mente del ser humano y cómo, a base de la ciencia, poder manipularla. En este sentido, el territorio nacional se transforma en una especie de laboratorio que usa los espacios (las instituciones, espacios cibernéticos/mediáticos, espacios públicos, etc.) para transformar las acciones y los pensamientos de los ciudadanos (su percepción y su comportamiento). Esta manipulación del accionar y del pensar de la población es, en esencia, el ejercicio de una territorialidad sobre ella que determina e influencia instancias como la identidad y el papel que cada individuo o colectividad ocupa en la sociedad. 1.4. Espacio, territorio y castigo Para Michel Foucault, en su libro Vigilar y Castigar, las formas de castigo han sido un reflejo directo de los órdenes dominantes: lo que él llama el poder. Esto es debido a que responden directamente a las formas de organización que dichos órdenes implementan. Sobre esta base, compara lo que es el Antiguo Régimen13 con la era moderna: la de la vigilancia y el castigo. El Antiguo Régimen se caracterizaba por ―mitos‖ 14 basados generalmente en la religión, la cual concedía ciertos privilegios o derechos incuestionables al soberano y sus 13 Foucault escribe sobre el contexto en Europa antes del siglo XVIII. Se aplica en términos generales también al contexto americano ya que en la época a la que hace referencia los países americanos eran todavía colonias de Francia, España, Portugal e Inglaterra. Adicionalmente los procesos de revolución que comienzan en dicha época toman lugar también en la mayor parte del continente americano y las formas de gobierno generalmente son adaptadas en diversas partes del mundo occidental. 14 Los mitos nos permiten cooperar a gran escala al trabajar nuestra consciencia y subconsciencia a partir de 23 allegados. El poder del soberano era, en teoría, absoluto y el castigo era un reflejo de su voluntad o su venganza. Las principales formas de castigo eran caracterizadas por su naturaleza pública (tipo espectáculo) y su elemento físico: el suplicio, ya sea la tortura, la mutilación, la muerte o todas las anteriores. El objetivo principal del castigo era reactivar el poder del soberano quien había sido personalmente atacado por el criminal: el castigo era, en gran parte, su venganza. Se trataba pues, de una territorialización de su cuerpo y, a veces, la salvación de su alma para lo que sería el inframundo. No obstante, el carácter principal del castigo era proyectar el poder del soberano sobre el cuerpo del condenado. A mediados del siglo XVIII, comenzó a haber alteraciones públicas sobre la atrocidad de los castigos e inconformidad de parte de la población con respecto al poder arbitrario del soberano. En efecto, uno de los objetivos de los suplicios públicos era infundir el terror en el pueblo para que los crímenes - ataques personales al soberano - no se repitieran. Una forma de intimidación para disuadir a futuros delincuentes se transformó en el mismo motivo de las sublevaciones que ayudaron a cambiar este orden. El ―mito‖ del poder incondicional del soberano comenzó a cuestionarse en un enfrentamiento entre la violencia del rey y la del pueblo (Foucault, 2002: 67). A partir de este momento comenzaron a nacer nuevas creencias intersubjetivas que finalmente fundarían un nuevo orden. Las creencias que surgieron—sobre los Derechos del hombre y del ciudadano—se instauraron junto con unas formas de justicia aparentemente más benignas, aunque, según Foucault, el fundamento de esta benignidad estaba lejos de reflejar una sensibilidad agudizada en el ser humano. En realidad, de lo que se trataba era de una transformación en los valores dominantes. Anteriormente el poder lo ejercía el soberano y su círculo más cercano. Con la Revolución Francesa, y las consiguientes reformas jurídicas o lo que Foucault llama la Reforma, surge una nueva clase dirigente: la burguesía. Esto implica que los valores reflejados en la ley no son ya los del soberano sino los que esta nueva clase considera de importancia. De acuerdo con esto, cobran relevancia los Derechos del hombre—lo que luego se convierte en Derechos Humanos—y el capitalismo. Cierto nivel de ilegalismo o permisividad fenómenos intersubjetivos. permitiendo la creación de pueblos, ciudades, naciones e imperios basados en mitos y leyendas que establecen y fundan órdenes sociales. Aunque solemos asociar los mitos fundantes con las historias de la Grecia y la Roma antiguas, aquí el mito se refiere más bien a creencias y entidades intersubjetivas que incluyen las religiones, los regímenes políticos, el derecho, las corporaciones, las naciones, el dinero, etc. Los fenómenos intersubjetivos como tal existen dentro de las redes de comunicación que conectan la conciencia subjetiva de muchos individuos. La creencia o no de un solo individuo no tendrá gran impacto para el conjunto. Sin embargo, si la mayoría de los individuos involucrados mueren o cambian sus creencias, el fenómeno intersubjetivo se transforma o se desaparece (Harari, 2014). 24 que antes favorecía a las clases populares 15 ahora perjudicaba a los comerciantes y propietarios burgueses. Una vez que los ilegalismos que favorecían a la clase burguesa16 se legalizaron como derechos, los delitos que perjudicaban dichos derechos se volvieron el objeto de la persecución penal. De hecho, según Foucault, la naturaleza de los crímenes reflejaría ya no la violencia del soberano sino la inequidad causada por un sistema capitalista: Desde finales del siglo XVII, en efecto, se nota una disminución considerable de los crímenes de sangre y, de manera general, de las agresiones físicas; los delitos contra la propiedad parecen remplazar a los crímenes violentos; el robo y la estafa, a las muertes, las heridas y los golpes; la delincuencia difusa, ocasional, pero frecuente de las clases más pobres se encuentra sustituida por una delincuencia limitada y ―hábil‖; los criminales del siglo XVII son ―hombres agotados, mal alimentados, dominados en absoluto por la sensación del instante, iracundos, criminales de verano‖; los del siglo XVIII, ―ladinos, astutos, tunantes calculadores‖, criminalidad de marginados […] (Foucault, 2002: 69). En este sentido, la criminalidad se comenzó a caracterizar por los delitos contra la propiedad y contra los bienes, afectando, justamente, a la nueva clase dirigente. El nuevo valor no es el honor del soberano, sino el valor de los bienes y de la propiedad y estos se vuelven la base del nuevo orden, reflejado en las leyes. Los infractores de dichas leyes se vuelven el objeto de la persecución penal y del castigo: ―El ilegalismo del ataque a los cuerpos deriva hacia la malversación más o menos directa de los bienes‖ (Foucault, 2002: 69). De acuerdo con Foucault, esta modificación en el juego de las presiones económicas— caracterizado por una elevación general del nivel de vida, crecimiento demográfico, multiplicación de las riquezas y de las propiedades— crea la necesidad de más seguridad. Es decir, los nuevos esquemas económico-políticos dan lugar a este nuevo tipo de criminalidad que atenta más contra los bienes y la propiedad, y frente a esta nueva criminalidad se ve la necesidad de crear unas formas de justicia más severas pero más discretas. Esta forma de justicia sería menos probable a incitar agitaciones e inconformidad porque sería más mesurada pero, al mismo tiempo, sería más severa para con los ilegalismos populares, es decir, la criminalidad de las clases bajas (Foucault, 2002: 70). Esto da lugar a la creación de unos aparatos jurídicos con parámetros extremadamente claros, codificados y considerablemente más discretos que, en torno, reflejan 15 Foucault se refiere a un espacio de ilegalismo permitido—el ilegalismo popular— que se respetaba para no causar sublevaciones. Este ilegalismo permitía cierto nivel de criminalidad entre las clases populares a la vez que promovía la criminalidad por medio de la misma permisividad. Incluiría delitos menores, como el robo, el contrabando, incluso ciertos privilegios que favorecían a campesinos y comerciantes, mientras no perjudicaran al soberano. Los ilegalismos populares pasan a ser perjudiciales cuando sube al poder la clase burguesa. 16 Como el contrabando, el flojo control fronterizo, la propiedad, etc. 25 las necesidades y las preocupaciones de una nueva clase dirigente. Como lo plantea Foucault, el ilegalismo de los Derechos se ha volcado sobre el ilegalismo de los bienes17: ―la economía de los ilegalismos se ha reestructurado con el desarrollo de la sociedad capitalista‖ (Foucault, 2002: 80). Esto también implica que el blanco explícito de la penalidad son, a partir de este momento, los marginados. Toda esta reforma judicial se encasilla en el concepto del pacto social, en el que ―se supone que el ciudadano ha aceptado de una vez para siempre, junto con las leyes de la sociedad, aquella misma que puede castigarlo‖ (Foucault, 2002: 83), implicando que cualquier individuo que infringe la ley está rompiendo el pacto, convirtiéndose ya no en enemigo del soberano, sino en enemigo de la sociedad entera (Ibid) y es considerado traidor, monstruo y enemigo común. Adicionalmente es descalificado como ciudadano (Foucault, 2002: 95). El criminal será considerado des-territorializado o no adaptado al territorio nacional ni al proyecto de nación y será el blanco de la (re)-territorialización. El castigo, entonces, se trata de reactivar el poder y proteger el orden dominante, cuya conservación, según Foucault, es incompatible con la del criminal. Las otras disciplinas, en cambio, se reservan para el conjunto del cuerpo social en el proceso de territorialización general sobre la población. Y todavía ha habido además una serie entera de dispositivos que no reproducen la prisión ―compacta‖, pero utilizan algunos de los mecanismos carcelarios: sociedades de patronato, obras de moralización, oficinas que a la vez distribuyen los socorros y establecen la vigilancia, ciudades y alojamientos obreros, cuyas formas primitivas y más toscas llevan aún de manera muy legible las marcas del sistema penitenciario. Y finalmente, esta gran trama carcelaria coincide con todos los dispositivos disciplinarios, que funcionan diseminados en la sociedad (Foucault, 2002: 278). En definitiva, Foucault pone en evidencia una nueva forma de castigo y una nueva economía del poder que refleja un nuevo orden dominante: el de la vigilancia y el castigo, en lo que concierne al tema penal y disciplinario, el del capitalismo, en lo que concierne a la política y a la economía, y el que, debatiblemente, refleja una búsqueda de la sensibilidad y humanidad en el trato hacia los condenados: ―moderar y calcular los efectos de rechazo del castigo sobre la instancia que castiga y el poder que ésta pretende ejercer‖ (Foucault, 2002: 85). 17 Según Foucault la burguesía, antes de la Reforma Judicial, apoyaba los ilegalismos que favorecían ciertos privilegios o derechos de los que gozaban. Sin embargo, al realizarse la Reforma, se vuelven intolerantes hacia los ilegalismos que los perjudican a ellos mismos al favorecer a las clases más populares. Entre estos se incluye el robo de bienes, por ejemplo. 26 En otros términos, la forma de castigar ha cambiado e incluso el poder que lo hace, pero la esencia es, realmente, la misma: reactivar el poder. Las formas no son sino un reflejo del nuevo orden establecido como dominante, convirtiendo el castigo, o más bien conservándolo, como forma de (re)-territorializar al condenado, sea por medio de su cuerpo o su alma, o ambas cosas. La (re)-territorialización consiste, pues, en un ejercicio más intenso y más concentrado del poder sobre el individuo que ha sido descalificado como ciudadano, desadaptado o desterritorializado, mientras que la territorialización está conformada por el conjunto de aparatos de vigilancia y control—políticos, legales, educativos— que imponen sobre los ciudadanos, e inculcan en ellos, una serie de valores acordes al orden que se quiere preservar. 27 Capítulo 2 La influencia ético-política en la formación de la identidad de los condenados Se trata, en apariencia, del descubrimiento de la belleza y de la grandeza del crimen (…) la afirmación de que la grandeza también tiene derecho al crimen y que llega a ser incluso el privilegio exclusivo de los realmente grandes (Foucault, 2002: 65). Este capítulo está dedicado al estudio de la relación entre identidad y los procesos de adaptación al territorio nacional; identidad y tasas de criminalidad; identidad y castigo. Con este ejercicio interesa conocer los diversos modos en que son vigiladas, controladas, desadaptadas y castigadas las personas con base en su identidad social y política. Para ilustrar el tema, se estudiará a Michel Foucault y se analizarán algunas ideas de Charles Taylor. El presente capítulo está dividido de la siguiente manera: 1) Se detalla una aproximación conceptual para comprender ciertas facetas del tema de identidad donde se establece una relación clara entre la formación de la identidad de individuos y colectivos y el reconocimiento político: identidad y Estado—el papel de la política en la formación de identidades. 2) Se estudia, además, la correlación entre exclusión, marginalización y criminalidad con el fin de identificar factores que definen el concepto de criminalidad. 3) Se estudian las des-territorialidades: la exclusión de ciertos grupos sociales y problemáticas relacionadas al concepto de identidad, especialmente las colectividades que no se benefician de ningún tipo de reconocimiento político y algunas de las implicaciones que tiene esto. 4) Desde la perspectiva de Foucault, se analiza si, en efecto, existen identidades más propensas a ser blanco del sistema punitivo y las posibles razones detrás de ello. 2.1. Identidad y Estado: el papel de la política en la formación de identidades 28 El papel de la política en la formación de identidades individuales y colectivas es fundamental. Charles Taylor promueve la idea de que nuestra identidad se moldea en gran parte por el reconocimiento o por la falta de éste, tanto a nivel social como a nivel político. Así, la falta de reconocimiento entendida como una representación negativa tendería a ser perjudicial para el colectivo o el individuo en cuestión. Un ―individuo o un grupo de personas puede sufrir un verdadero daño, una auténtica deformación si la gente y la sociedad que lo rodean le muestran, como reflejo, un cuadro limitativo, o degradante o despreciable de sí mismo‖ (Taylor, 1993: 43). Es decir, el reconocimiento que un individuo o grupo de individuos recibe de los demás dialoga, básicamente, con su subconsciencia, transformando la percepción que tiene de sí mismo y reflejándose en la manifestación que hace de sí: lo que muestra a los demás. Pero la idea de esta autodepreciación es más que un golpe a la autoestima, se transforma en uno de los instrumentos más poderosos de opresión (Taylor, 1993: 44). Algunos ejemplos de esto son: la imagen proyectada por los europeos sobre los pueblos autóctonos ―incivilizados‖ de América a partir de 1492, la opresión de los afroamericanos y la de la mujer. Sobre esta premisa Taylor clasifica el reconocimiento como una necesidad humana vital (Taylor, 1993: 45). El concepto en el que se basa el reconocimiento, según Taylor, es el de la dignidad humana que comienza a surgir como valor de importancia a finales del siglo XVIII y que emplea un sentido universalista e igualitario de la dignidad, aplicada a todos los seres humanos18. En este caso, el concepto de dignidad, que surge progresivamente como resultado de unos procesos socio-históricos, contrasta con el del honor que se relacionaba con la monarquía antes de su derrocamiento. Eventualmente, la democracia ―desembocó en una política de reconocimiento igualitario, que adoptó varias formas con el paso de los años, y que ahora retorna en la forma de exigencia de igualdad de status para las culturas y para los sexos‖ (Taylor, 1993: 46). La identidad no puede existir internamente, pues, ya que el rasgo decisivo de la vida humana es su carácter dialógico: ―Nos transformamos en agentes humanos plenos, capaces de comprendernos a nosotros mismos y por tanto de definir nuestra identidad por medio de nuestra adquisición de enriquecedores lenguajes humanos para expresarnos‖ (Taylor, 1993: 52). La autodefinición de la identidad propia se adquiere, entonces, por medio de diálogos o 18 A pesar de que Foucault da otro razonamiento para las transformaciones jurídico-políticas que ocurren a partir del siglo XVIII, él reconoce que parte del éxito de estas transformaciones se debe a que en apariencia, y para muchos, fueron transformaciones para bien, basadas en valores benignos. 29 lenguajes 19 interactivos. A través de estos diálogos nuestros gustos, deseos, opiniones y aspiraciones adquieren sentido (Taylor, 1993: 54). Es decir, se contextualizan. Estos diálogos también proyectan y reproducen los valores, principios y normas más importantes y mayoritarios en un orden construido. Las identidades señaladas como buenas o malas, normales o anormales, son definidas como tal a partir de dichos valores, principios y normas, por medio de estos diálogos y las creencias intersubjetivas que generan en torno a los otros. Esta idea también se expresa en Waqcuant: ¿Cómo puede uno ignorar que la percepción colectiva que se tiene sobre ellos, sus modalidades de incorporación, su capacidad para la acción colectiva, en suma, su destino, depende en gran parte de su posición y trayectoria social, y, por tanto, de los cambios en la estructura de las clases en la cual se instalan (Waqcuant, 2013: 2).20 Los gustos, deseos, opiniones, aspiraciones y finalmente los comportamientos adquieren sentido en torno a la percepción colectiva y son incorporados de acuerdo a esto: Así como hay un gran número de articulaciones fonéticas posibles, y la posibilidad del lenguaje depende de la selección y la estandarización de algunas de éstas para que la comunicación discursiva sea posible, la posibilidad del comportamiento organizado de cualquier tipo, desde la moda local y las casas según el dictamen ético y religioso de las personas, depende de una selección similar entre posibles comportamientos (Benedict, 1934: 5)21. De ahí que la percepción y la autopercepción de cada grupo o individuo concretan, de cierto modo, su papel y su lugar dentro del orden social construido. El papel y el lugar de las personas son definidos, parcialmente, por la percepción que tiene el conjunto del cuerpo 19 Taylor se vale del término lenguaje en el sentido más flexible. No sólo abarca las palabras sino también otros modos de expresión que incluyen el arte, el gesto, el amor y similares (Taylor, 1993: 52). 20 Waqcuant habla de la relación entre etnia/raza, marginalización y penalización. En esta cita se refiere a la percepción tenida en Europa en cuanto a los inmigrantes. Señala los puntos de convergencia entre raza o etnia y marginalidad, resaltando cómo percepción, identidad, marginalidad y crimen están interconectados. Traducción mía de: ―How can one ignore that the collective perception one has of them, their modalities of incorporation, their capacity for collective action, in sum, their fate, depend a great deal on their social position and trajectory, and therefore on shifts in the class structure in which they become ensconced?‖ 21 Según Ruth Benedict— antropóloga que estudia la variedad y los elementos comunes de ambientes culturales y sus consecuencias sobre el comportamiento humano— en una comunidad, sociedad o civilización tendemos a favorecer y desarrollar ciertos comportamientos por encima de otros y a partir de estas preferencias culturales establecemos lo normal y lo anormal—los comportamientos adquieren sentido. Cita (traducción mía): ―Just as there are great numbers of possible phonetic articulations, and the possibility of language depends on a selection and standardization of a few of these in order that speech communication may be possible at all, so the possibility of organized behavior or every sort, from the fashions of local dress and the houses to the dicta of a people´s ethnics and religion, depends upon a similar selection among the possible behavior traits (Benedict, 1934: 5). 30 social sobre ellas y por su propia autoestima, fruto de su autopercepción 22 . Pero están especialmente determinados por el nivel de reconocimiento e inclusión política que recibe, es decir, por su interacción con el Estado, sus instituciones (educativas, médicas, laborales, legales, etc.) y los representantes del poder (policía, ejército, jueces, tribunales, cortes, etc.): Educar cuerpos vigorosos, imperativo de salud; obtener oficiales competentes, imperativo de calidad; formar militares obedientes, imperativo político; prevenir el libertinaje y la homosexualidad, imperativo de moralidad […] No parecerán irrisorios más que si se olvida el papel de esta instrumentación, menor pero sin defecto, en la objetivación progresiva y el reticulado cada vez más fino de los comportamientos individuales. Las instituciones disciplinarias han secretado una maquinaria de control que ha funcionado como un microscopio de la conducta; las divisiones tenues y analíticas que han realizado han llegado a formar, en torno de los hombres, un aparato de observación, de registro y de encauzamiento de la conducta (Foucault, 2002: 160161). Como consecuencia, el valor que se le concede a las diferentes identidades y a los diferentes comportamientos a partir de los cuales estas identidades son tipificadas se determina a partir de las interacciones sociales. Por medio de lo anterior se ilustra la importancia de la interacción y la interpretación en los procesos de formación identitaria. Las interacciones que definen diferentes identidades pueden determinarse tanto por encuentros individuales como por experiencias colectivas, como las normas sociales/legales y la naturalidad con la que son asimiladas por un grupo o por el conjunto de la población. Es decir, la naturalidad con la que son ―territorializados‖: Estas ciudades comprendieron claramente que, en última instancia, la transigencia policial neoyorquina no puede sostenerse, porque socava las relaciones entre la policía y los residentes de los barrios desheredados y segregados, blanco prioritario del accionar agresivo de las fuerzas del orden que se comportan con ellos a la manera de un ejército de ocupación (Wacquant, 2010: 14). Cuando la comunicación y las interacciones son inadecuadas— como en el caso de un cuerpo policial que se ve obligado a operar como un ejército de ocupación— las interpretaciones se distorsionan y lo que definimos en el capítulo primero como territorialización impone de manera forzada determinados criterios a ciertos sectores. Esto 22 La autopercepción es importante porque expresa una voluntad condicionada. Al mismo tiempo, las ―prácticas de discriminación y los imaginarios que informan los habitus de los agentes estatales de control—como la policía, los juzgados y los trabajadores penitenciarios—, se construyen a través de procesos rutinarios de interacción cotidiana, basados en expectativas consideradas ―normales‖, donde actos de racismo [discriminación] no son percibidos como tales porque se han incorporado en las pautas de interacción de la sociedad colombiana‖ (Bello, 2013: 56). 31 evidencia una interpretación distorsionada entre entidades públicas y mayoritarias y sectores marginados que crea tensión entre ambos: El concepto de tolerancia cero es una designación errónea. No implica la rigurosa aplicación de todas las leyes, que sería imposible—por no decir intolerable—, sino más bien una imposición extremadamente discriminatoria contra determinados grupos de personas en ciertas zonas simbólicas. ¿Dónde está la ´tolerancia cero´ de los delitos administrativos, el fraude comercial, la contaminación ilegal y las infracciones contra la salud y la seguridad? En realidad, sería más exacto describir las formas de actividad policial realizadas en nombre de la ―tolerancia cero‖ como estrategias de ―intolerancia selectiva‖ (Crawford, 1998: 155)23. La identidad, como reflejo de estos diálogos, percepciones e interpretaciones, tiene un papel fundamental en la aplicación del castigo, primero porque a partir de ciertas percepciones y creencias se define lo correcto y lo incorrecto, y se impone sobre quienes pueden tener otras creencias y percepciones o quienes viven otra realidad. En segundo lugar, porque se tipifican identidades como ―buenas‖ o ―malas‖. Dentro de un orden establecido— respaldado por un sistema político-jurídico— esto sugiere que la identidad es un factor de interferencia tanto en el proceso de criminalización, como en el proceso punitivo. La persecución penal parece que tiene más en cuenta generalmente las identidades más alejadas del modelo de ciudadano ideal y las más excluidas de los diálogos mayoritarios— el marginado, anormal, desadaptado, traidor, enemigo común—como resultado de unas interpretaciones sesgadas. Finalmente, el castigo concreta esta identidad por medio de la objetivación del condenado: descalificado como ciudadano, despojado de su identidad nacional 24 . La desigualdad entre el poder—en todas sus manifestaciones—y el condenado se manifiesta por medio del uso legalizado de la violencia física (la coerción) de parte del primero en respuesta al uso ilegal de la violencia del segundo25. 23 Traducido por Waqcuant (2010: 17). Los reclusos y los ex reclusos a menudo tienen dificultad para encontrar trabajo al culminar su pena. Pasan dificultades muy similares a las que pasaría un inmigrante ilegal, es decir, una persona sin nacionalidad ni estatus en el país. 25 Según Weber, las cuestiones políticas siempre dependen directamente de los intereses en torno a la distribución, la conservación o la transferencia del poder (1979: 84). De manera similar, el concepto que presenta Foucault habla de resistencia y las luchas por el poder entre las clases sociales dominantes y las que se encuentran oprimidas o sometidas a las primeras. 24 32 2.2. Identidad y no reconocimiento El concepto de democracia hoy en día es de alta importancia porque configura un sistema que intenta tomar en cuenta las necesidades de diversos grupos cohesionados generalmente por una identidad en común: la de ciudadano (nacional o ―del mundo‖). También es considerado uno de los sistemas políticos más justos por ser uno de los que más satisface las exigencias de los sistemas de Derechos Humanos (DDHH) y de Derecho Internacional Humanitario (DIH). El respeto por los DDHH y el DIH en un sistema democrático se da en consideración de que la población entera pueda participar en las decisiones que la afectan, limitando el poder de las autoridades y volviéndolo considerablemente más justo por esta misma razón, pues si todos participan, las decisiones reflejan los deseos y las necesidades de la mayoría. En este sentido, una democracia con una constitución fuerte es considerada, generalmente, como una herramienta de apoyo a los Derechos Humanos y el DIH al evitar que las decisiones del gobierno sean arbitrarias sino que, más bien, reflejen la voluntad popular. Entonces una democracia debería, por excelencia, promover la igualdad, la libertad y la dignidad de todo ser humano. Sin embargo, una cuestión que plantea Taylor es si una democracia defrauda a sus ciudadanos al excluir o discriminar a algunos de ellos cuando las instituciones no toman en cuenta sus identidades particulares (Taylor, 1993: 14). La crítica que él hace es que la democracia está basada en el reconocimiento de los intereses más universalmente compartidos en las libertades civiles y políticas, en el ingreso, la salubridad y la educación, mas no siempre existe una representación igual de todos los ciudadanos cuyas características, necesidades e identidades son diversas. A pesar de que los sistemas democráticos son considerados entre los sistemas políticos más justos y respetuosos para con los Derechos Humanos y el DIH, son, por naturaleza, imperfectos, o al menos presentan controversia porque resulta imposible llegar a un consenso absoluto. Más bien terminan prevaleciendo ciertas necesidades sobre otras. De ahí que las necesidades particulares de ciertos grupos pueden verse relegadas a un segundo plano26. 26 Existen dos concepciones acerca de la relación entre el sistema legal y la comunidad: el modelo del consenso y el modelo del conflicto. El primero nace en un modelo inspirado en las ciencias naturales, de énfasis positivista y pragmático e incluye autores como Emile Durkheim, Wilfredo Pareto y Max Weber. Para esta corriente, la desintegración equivale a patología social. El modelo del conflicto puntualiza que el conjunto social debe entenderse como entidades que mantienen una relación conflictiva en términos de intereses. Así mismo, metodológicamente, el modelo del consenso asume la neutralidad del investigador y la objetividad en la 33 Una de estas necesidades es la del reconocimiento. Sin embargo, parece ser que las instancias del poder siguen reflejando las necesidades y los deseos de la mayoría. En los sistemas regidos por la disciplina, el efecto real de la democracia puede ser una reproducción del mismo orden y de las mismas formas de poder una y otra vez puesto que las percepciones dominantes se diluyen entre la mayoría, mientras que la resistencia a este orden es criminalizada: En la gran manufactura, todo se hace a toque de campana, los obreros son obligados y reprendidos. Los empleados, acostumbrados con ellos a una actitud de superioridad y de mando, que realmente es necesaria con la multitud, los tratan duramente y con desprecio; esto hace que esos obreros o bien sean más caros o no hagan sino pasar por la manufactura. Pero si los obreros prefieren el encuadramiento de tipo corporativo a este nuevo régimen de vigilancia, los patronos reconocen en ello un elemento indisociable del sistema de la producción industrial, de la propiedad privada y del provecho (Foucault, 2002: 162). De esta manera, las estructuras de dominación se mantendrían relativamente en contacto. Taylor enfoca su argumento en la inclusión de identidades basadas en etnia, religión, raza, género y orientación sexual dentro de un contexto marcado por el multiculturalismo. Sin embargo, en este trabajo se considera la exclusión de identidades anómalas en general, ya sean basadas en clase social, como lo plantean algunos autores (Foucault, 2002; Waqcuant, 2010; Davis, 2003), raza, género, orientación sexual, etnia, cultura o proyección individual27 . Se ha propuesto que las identidades subalternas—en el siguiente apartado basadas en clase social— tienen una correlación intrínseca con la persecución penal y la aplicación de los castigos: cuantificación de los fenómenos. En contraste, el modelo conflictivo da preferencia a la interpretación de las relaciones de poder que determinan la ubicación de los sujetos en estratos desiguales de la sociedad, para ellos, la metodología positivista es el disfraz científico en el que la ideología dominante justifica el statu quo actual (Garrido, 1986: 46). Como en el modelo consensuado asume una supuesta neutralidad del investigador, no existe conexión directa entre el producto científico y la definitiva aplicación política (Ibid: 46). El modelo conflictivo, en cambio, asegura que no es posible tal neutralidad. ―El modelo del consenso, sugiere esencialmente, que la ley es una codificación de los valores mayormente compartidos por la sociedad, de forma tal que existe un consenso tanto en lo que constituye un delito como en la magnitud de las sanciones legales que han de imponerse a los infractores. Además, el Estado es concebido como neutral en la aplicación de dicha ley, lo cual permite que se resuelvan los conflictos de grupos sin que la propia naturaleza del Estado sea amenazada. El modelo del conflicto, en contra, pone su énfasis en el proceso político de dominación que subyace a la creación y ejecución de las leyes por parte de los grupos con poder‖ (Garrido, 1986: 46-47). Estos paradigmas se aplican a una ambigüedad existente en la obra de Taylor, sobre el reconocimiento de ciertas minorías bajo la óptica mayoritaria. Esta condescendencia que resalta Taylor en el reconocimiento de grupos minoritarios sugiere la existencia de unos criterios sesgados (se decide cuáles aspectos culturales se reconocen y cuáles no). 27 Jeisson Bello afirma que las experiencias de criminalización en Colombia no se pueden definir de forma simple como el resultado de una política penal neoliberal que castiga ―la pobreza‖, sino que el ―castigo de la pobreza‖ es mucho más complejo, pues el objeto de la actual política de criminalización y encarcelamiento son lo que él denomina los ―cuerpos colonizados en el cruce de las matrices interseccionales de dominación‖, lo cual se basa en la criminalización de diversos grupos marginales, históricamente víctimas de la colonización (afrocolombianos, indígenas, mujeres, homosexuales, pobres, etc.) (Bello, 2013: 209). 34 Se ha demostrado en los veredictos una severidad con frecuencia mayor contra los obreros que contra los ladrones. Se han mezclado en las prisiones dos categorías de condenados, y concedido un trato preferencial a los de derecho común, mientras que los periodistas y los políticos detenidos tenían derecho, la mayoría de las veces, a ser colocados aparte. En suma, una verdadera táctica de confusión cuyo fin era crear un estado de conflicto permanente (Foucault, 2002: 265). Existen, pues, sectores y comunidades marginados que comparten una identidad no basada en raza, etnia, religión, sexo u orientación sexual y aunque hayan sido reconocidos como marginados a lo largo de la historia28, no hacen parte de las discusiones actuales sobre reconocimiento e inclusión. Tomemos, por ejemplo, a sectores sociales de bajos recursos que acogen a personas de diversas proveniencias y que terminan transformándose en ―melting pots‖ o crisoles donde se construyen identidades nuevas. O, igualmente, tomemos en cuenta a individuos que no han logrado adaptarse dentro de las diferentes instituciones disciplinarias por motivos individuales y personales (el alumno expulsado, el soldado rebelde, el empleado desobediente, etc.). En el contexto colombiano podemos tomar como ejemplo a los sectores urbanos que reciben a grandes números de personas desplazadas. En otros contextos internacionales, sectores parecidos pueden recibir más bien a grupos de refugiados, inmigrantes y personas de bajos recursos. Estos son sectores donde, aunque no haya una sola identidad cultural (étnica, racial, religiosa, sexual, etc.), se forman identidades socio-culturales comunes basadas en la convivencia y las experiencias vividas en común. Por ejemplo, pueden tener más en común dos amigos; uno mestizo y el otro afrodescendiente— que hayan ido al colegio juntos, hayan aguantado hambre juntos, hayan corrido los mismos riesgos en su barrio— que lo que tiene en común cada uno de ellos con otros individuos de su misma raza o etnia, pero cuyas experiencias y realidad sean distintas. Un planteamiento bastante interesante es sobre si las demandas de reconocimiento son antiliberales y si se puede afirmar o no que la mayoría necesita, en realidad, un marco cultural seguro para dar significado y orientación a su elección de vida (Taylor, 1993: 13). Esta 28 Generalmente no se niega la marginalización de ciertos sectores sociales sino que los que se mencionan aquí no forman parte de los discursos políticos actuales sobre reconocimiento, inclusión y autodeterminación. En cambio, minorías como las comunidades indígenas y afrocolombianas, por ejemplo, reciben significativa consideración en términos políticos desde la Constitución de 1991. No obstante, gran parte de los sectores marginados que no reciben la misma atención pueden ser conformados igualmente por descendientes de indígenas y de africanos, o pueden estar en condiciones iguales o peores que dichas comunidades. Es importante, además, tomar en cuenta los criterios para que una persona con rasgos fenotípicos ―afros‖ o ―indígenas‖ sea reconocida dentro de dichas colectividades y resaltar que no todos están amparados por las políticas de reconocimiento. 35 reflexión es interesante porque, de ser afirmada, reforzaría el concepto de territorialización de los ciudadanos aquí abordada. Es decir, tal marco cultural haría parte de lo que en este texto llamamos la territorialización de la población general—la implementación de unos criterios como parte de un orden dominante que orienta al cuerpo social. Esto es, en términos de identidad, la aplicación de un marco cultural como guía para la convivencia. También expresa la intención de orientar y encauzar los comportamientos. Dicho marco, en caso de que fuera necesario, se basaría en los artículos primarios, básicos para las perspectivas de la mayoría, para vivir lo que ésta identifica como una vida buena (Taylor, 1993: 16). Esto se parece a lo que Foucault expone: la manifestación del poder en unas perspectivas cerradas de cierto grupo que se reproducen como si fuesen naturales. Entonces la libertad se basaría en la satisfacción de ciertas necesidades identificadas por las mayorías, además del reconocimiento, a través de las instituciones públicas, de las particularidades culturales, al menos las que la mayoría legitimase e identificase como significativas. Para establecer unos límites morales, sería relevante volver a hacer referencia a la definición de la identidad. Taylor refuta la universalización de la identidad ciudadana en una democracia por dos motivos: 1) cada persona es única, creativa y creadora de sí misma y 2) las personas son ―transmisoras de la cultura‖ y las culturas que transmiten difieren de acuerdo con sus identificaciones pasadas y presentes (Taylor, 1993: 18). Esto implica que el reconocimiento público de nuestra identidad requiere una política que nos dé margen para deliberar públicamente acerca de aquellos aspectos de nuestra identidad que compartimos o que podemos compartir con otros ciudadanos (Taylor, 1993: 19). Sin embargo, esta exigencia es problemática y controvertida, especialmente si la queremos aplicar, eventualmente, a las personas que defienden una identidad que la mayoría consideraría criminal. La exigencia de reconocimiento apunta en dos direcciones, según Taylor: a la protección de los derechos básicos de los individuos como seres humanos y al reconocimiento de las necesidades particulares de los individuos como miembros de grupos culturales específicos. De hecho, Foucault identifica en el crimen un origen basado en la miseria y en la falta de reconocimiento y de garantía de derechos básicos: El hombre que nos da la muerte no es libre de no dárnosla. La culpable es la sociedad, o para estar más en lo cierto es la mala organización social.‖ Y esto, o bien porque no es apta para subvenir a sus necesidades fundamentales, o bien porque destruye o borra en él unas posibilidades, unas aspiraciones o unas exigencias que se manifestarán después en el crimen: ―La falsa instrucción, las aptitudes y las fuerzas no consultadas, la inteligencia y el corazón comprimidos por un trabajo forzado en una edad demasiado tierna.‖ Pero esta 36 criminalidad de necesidad o de represión enmascara, por la resonancia que se le da y la desconsideración de que se la rodea, otra criminalidad que a veces es su causa, y siempre su amplificación. Es la delincuencia de arriba, ejemplo escandaloso, fuente de la miseria y principio de rebelión para los pobres (Foucault, 2002: 268). Esta ―delincuencia de arriba‖, quizá la no protección de ciertos derechos básicos— como los que son omitidos diariamente en los sectores más pobres y más marginados—y el no reconocimiento, es decir, el desdén hacia las diferencias socio-culturales, constituyen ambos actos de negligencia de parte del Estado y los crímenes cometidos como resultado, directo o indirecto de esta negligencia podrían, incluso, considerarse como actos de reivindicación: Puede, por lo tanto, ocurrir que el delito constituya un instrumento político que será eventualmente tan precioso para la liberación de nuestra sociedad como lo fue para la emancipación de los negros; ¿se habría realizado ésta sin él? ―El veneno, el incendio y a veces incluso la rebelión, son testimonio de las ardientes miserias de la condición social.‖ ¿Los presos? La parte ―más desdichada y más oprimida de la humanidad‖. La Phalange coincidía a veces con la estética contemporánea del delito, pero en un combate muy distinto. De ahí la utilización de la nota roja que no tiene simplemente por objetivo volver contra el adversario el reproche de inmoralidad, sino hacer que aparezca el juego de fuerzas que se oponen entre sí. La Phalange analiza los casos penales como un enfrenta-miento codificado por la ―civilización‖, los grandes crímenes no como monstruosidades sino como la reacción fatal y la rebelión de lo reprimido, y los pequeños ilegalismos no como los márgenes necesarios de la sociedad sino como el fragor central de la batalla que se desarrolla (Foucault, 2002: 270). El crimen como reivindicación constituiría una forma de rebelión, de desdén y de inconformidad con el orden establecido y mayoritario. Sin negar factores como la libertad y la responsabilidad individual, se recurriría al crimen, a menudo, para resistirse a dicho orden. Resumiendo este punto, el reconocimiento constituye una necesidad fundamental del ser humano ya que su no realización puede ser perjudicial para el individuo y la colectividad. Aunque la democracia moderna pretende incluir políticas de reconocimiento, existe una problemática con respecto al alcance real de este reconocimiento en las instituciones públicas. Los resultados de estas discusiones y diálogos sobre el reconocimiento se reflejan eventualmente en los usos del espacio, del territorio y finalmente, en la composición del poder, a manera de marcos jurídicos y culturales impuestos. Estos diálogos también se manifestarían en las identidades definidas a partir de ellos. Las discusiones en torno al tema siguen excluyendo a ciertas minorías cuya composición identitaria no se basa necesariamente en etnia, raza, religión, sexo u orientación sexual sino que, más bien, se construye a partir de experiencias y vivencias en común y la 37 formación de normas sociales divergentes. La exclusión de estas minorías no sólo es caracterizada por el no reconocimiento sino también, a menudo, por la precaria protección de sus derechos básicos y no sólo es el resultado de su identidad, sino que a menudo también es la causa. Vemos, pues, que la marginalización de identidades sociales, casi de manera inevitable, termina teniendo relación con la criminalización de ciertos individuos y colectivos. El sistema punitivo recae, pues, generalmente, sobre individuos marcados, como mínimo, por una identidad que no está incluida en las políticas públicas, cuya condición no es reconocida a nivel político-jurídico y cuyos comportamientos no están amparados bajo la ley ni la parcialidad de los que la imponen. 2.3. Des-territorialidades Hasta aquí nos encontramos con dos problemas. El primero es el que plantea Taylor sobre el tema del reconocimiento dentro de una democracia y la definición de los límites morales exigibles. El segundo alude al problema que surge cuando nos referimos a grupos marginados que no hacen parte de las discusiones actuales sobre reconocimiento político e inclusión en las instituciones políticas. Esto se refiere a las colectividades que no se benefician de ningún tipo de reconocimiento político porque su composición cultural y su identidad colectiva no constituyen tales cosas oficialmente o en términos convencionales, ya sea porque su identidad no es homogénea o porque su identidad no es considerada cultural (racial, étnica, religiosa, de género o de orientación sexual). Pero ¿qué tiene que ver esto con los procesos de adaptación al territorio nacional y qué relación tiene todo esto con el castigo? Si bien dar una respuesta concreta todavía no es posible, aquí se presenta una serie de argumentos que ilustran el asunto. Hemos definido la territorialización de los habitantes dentro del territorio nacional como una combinación de marcos culturales y jurídicos, una manipulación del accionar y del pensar de la población, y un condicionamiento psicocognitivo. Si algo nos prueba la tesis de Taylor, es que, como bien lo insinúa Foucault, las instituciones públicas se ponen al servicio de la racionalidad vigente (el orden dominante). Esta racionalidad es difundida principalmente por medio de instrumentos mediáticos e institucionales. 38 La identidad tal y como se ha definido en este trabajo es aun difícil de puntualizar en términos concretos. Sin duda, se sabe que existen diferentes identidades y que éstas son construidas y transformadas por medio del diálogo, del lenguaje y de las interpretaciones dentro de un territorio. Sin embargo nos es difícil definir cada una de ellas y aplicarlas a cada individuo o grupo de manera definitiva por el dinamismo propio que posee: Mi vida de escritor me ha enseñado a desconfiar de las palabras. Las que parecen más claras suelen ser las más traicioneras. Uno de esos falsos amigos es precisamente ―identidad‖. Todos nos creemos que sabemos lo que significa esta palabra y seguimos fiándonos de ella incluso cuando, insidiosamente, empieza a significar lo contrario (Maalouf, 1999: 1). Partiendo nuevamente de la teoría de Taylor, quien define la identidad como un diálogo entre individuos creadores, las personas integran, reflejan y modifican su propia herencia cultural y la de aquellos con los que entran en contacto. ¿Entonces cómo se hace para definir claramente a los distintos grupos, especialmente en sociedades y contextos donde existen diálogos multiculturales e interculturales? Los dos puntos anteriores son importantes porque ilustran una dinámica social no tangible. La dinámica creadora e integradora de la identidad puede revelar ciertos patrones pero al mismo tiempo los puede romper. Esto es paradójico, porque mientras que clasificamos a un grupo cultural o social dentro de una identidad, existen miembros de ese grupo que rompen con los rasgos característicos de dicha identidad, o, que los transforman. Las anomalías no sólo se dan a nivel nacional, sino también dentro de cada colectivo, por más pequeño que sea. Por ejemplo, no es lo mismo una comunidad indígena que habita en Cali, que una que se encuentra en su tierra ancestral. De igual forma, la que vive en su tierra ancestral se ha transformado a lo largo de los años por medio del contacto con otras culturas. Adicionalmente, habrá miembros de esas comunidades que no se identifican del todo con los rasgos comunes que se consideran característicos de su identidad colectiva. Ahí tenemos ya tres matices: una identidad cultural (étnica, religiosa y racial), una identidad social (ubicación geográfica) y una identidad individual (creada a partir de la interpretación individual). Al mismo tiempo, y casi contradictoriamente, esto puede ayudar a entender la incidencia entre ciertos delitos y ciertos sectores, ya sea debido a la exclusión política, sociocultural y económica de su población, o debido a fenómenos socio-culturales arraigados en la comunidad que pueden estar tipificados con una connotación negativa, nuevamente, sin querer caer en radicalismos. 39 Aquí es importante recordar que las normas sociales pueden diferir de sector en sector e incluso entre individuos. Se pueden formar identidades en torno a las acciones y costumbres delictivas, pero estas identidades basadas en ciertas acciones no definen a un grupo cultural específicamente (basado en raza, etnia, religión, sexo u orientación sexual) sino que miembros de cualquiera de ellos pueden identificarse con aquellas. Al mismo tiempo, la exclusión de ciertos grupos culturales puede influenciar su propensión a participar en actividades criminales o a ser criminalizados por actos por los que otros grupos no recibirían el mismo trato. Waqcuant ilustra este fenómeno: Si la hiperinflación carcelaria está acompañada por una ampliación ―lateral‖ del sistema penal y, por lo tanto, de una duplicación de sus capacidades de regimentación y neutralización, lo cierto es que estas capacidades se ejercen prioritariamente sobre las familias y los barrios desheredados, y en particular sobre los enclaves negros de las metrópolis (Waqcuant, 2010: 105). Tomemos como ejemplo la tendencia a que se formen pandillas en ciertos sectores: los miembros forman una identidad basada en la delincuencia. Dichos barrios pueden estar compuestos mayoritariamente por ciertos grupos étnicos, raciales, religiosos, socio-culturales o socio-económicos que han sido sistemáticamente excluidos a nivel socio-político; lo cual vincula directamente la identidad no sólo con las tasas de criminalidad sino, específicamente, con las tasas de penalización y castigo29. El fenómeno del narcotráfico en Colombia y en otros países también ha dado lugar a la formación de nuevas identidades basadas en territorialidades parciales: los narcos o traquetos: Se observa que la marginación urbana y la pobreza no son estructuras mecánicas que por sí solas determinan la inscripción de estas personas en actividades delictivas. […] sus trayectorias sociales reflejan que ante la exclusión social y económica, construyen respuestas colectivas organizadas en torno a la violencia y el delito como mecanismos de supervivencia, pero también como medios para la satisfacción de necesidades y anhelos de consumo. Estas respuestas colectivas configuradas a partir de ―parches‖ y ―bandas‖ imponen normas […] [que] conduce[n] a los hombres a una lucha por el reconocimiento de la masculinidad y el prestigio dentro de sus comunidades, como valores asociados a la comisión de delitos (Bello, 2013: 210). Las normas legales generalmente son aplicadas y aplicables en todos los sectores de una nación, mientras que las percepciones y/o normas sociales de dichos sectores y comunidades difieren de las normas legales. Como resultado, tales sectores, a menudo, son 29 Waqcuant estudia el ―ennegrecimiento constante de la población detenida‖ en Estados Unidos en torno a la hiperinflación carcelaria. Es un ejemplo del sesgo que se da en los sistemas penales y punitivos, especialmente en cuanto a raza y posición social. 40 clasificados como inadaptados o ―peligrosos‖. Estas clasificaciones entran a formar parte de la identidad que es percibida por los demás y, a menudo, es interiorizada por la población afectada. Lo cierto es que la exclusión socio-económica y política de ciertos grupos facilita la creación de generalizaciones que afectan negativamente las identidades individuales y colectivas en ciertos sectores, su propensión a cometer infracciones y las probabilidades de que sean criminalizados sus actos. La exclusión de ciertas poblaciones no sólo es una causa de tasas elevadas de criminalidad, sino que también es el efecto: incrementa la existente exclusión debido a la percepción que se difunde sobre ellos y sus habitantes. En especial, lo anterior termina convirtiendo a los miembros de sectores excluidos y estigmatizados en el blanco de la persecución penal y el objeto principal del castigo moderno al considerarse como los individuos más desadaptados, menos ciudadanos y más desterritorializados. Esto último sucede en vez de atender a las necesidades reales de dichas poblaciones o individuos vulnerables: el reconocimiento de su condición, sus necesidades más vitales y su cultura; la protección de sus derechos básicos; y su inclusión en las instituciones políticas y públicas nacionales (educación digna, servicios de salud dignos, trabajo digno, etc.), es decir, el fomento de su participación en el proyecto de nación. Aunque aquí no se quiere negar factores como la voluntad, la responsabilidad y la libertad del individuo, sí se quieren resaltar los factores que pueden jugar en su contra, entre ellos: la tendencia a criminalizar los actos de ciertos colectivos marginados, las territorialidades parciales que influencian las percepciones y comportamientos locales, el difícil acceso a una educación digna, a recursos básicos y a actividades ―de escape‖ que desvíen a los jóvenes de la delincuencia (arte, danza, deportes, etc.—especialmente en sectores con una fuerte presencia de territorialidades parciales) y la falta de ventajas económicas para defenderse adecuadamente en los tribunales. 2.4. Identidad y castigo Parte de la obra de Foucault se enfoca en la historia del castigo, sus orígenes y su función. En efecto, el crimen lo relaciona generalmente con las masas, con el pueblo o las clases populares, resaltando un elemento clave: el papel de la identidad en el proceso punitivo. Esto es fundamental porque ayuda a explicar el fenómeno de la (re)- 41 territorialización por medio del castigo en relación con el concepto de identidad. Son dos caras de la misma moneda. El castigo, anteriormente caracterizado por su elemento físico (el suplicio o la tortura) y su carácter público (atemorizante, intimidante: el espectáculo), reflejaba el poder del soberano y su derecho incuestionable de aplicar la justicia. El castigo, más que otra cosa, era una manifestación del poder en la que la infracción lesionaba el derecho de aquel que invocaba la ley, atacando al soberano ya que la ley valía por su voluntad (Foucault, 2002: 4546). Sobre esta base, el castigo tenía como función principal reactivar el poder, o bien, la identidad del soberano. La crueldad que caracterizaba el castigo antes de los siglos XVIII y XIX— la mano dura del soberano— generalmente caía sobre individuos provenientes de las clases populares. Se trataba, en definitiva, de ponerlos en su lugar y recordarles no sólo su lugar en un territorio, una sociedad o el mundo, sino de recalcar y recordarles su identidad de súbditos. Las agitaciones que eventualmente provocaron una transformación en las formas de castigar nacieron como resultado de dos dilemas principales. El primero, la agitación contra la diferencia entre penas según las clases sociales y el segundo, la agitación contra las penas demasiado fuertes aplicadas a delitos frecuentes y considerados como de poca monta, como el robo con fractura; o contra castigos para ciertas infracciones vinculadas a condiciones sociales, como el robo doméstico (Foucault, 2002: 58). Lo cierto es que el tipo y la severidad del castigo aplicado a un infractor dependía de quién era: su identidad (noble, plebeyo, comerciante, etc.). El primer motivo de agitación se debe a que era difícil en la época comprobar la inocencia de los pobres y que eran fácilmente víctimas de la malevolencia de sus patronos (Foucault, 2002: 58). También era común la impunidad entre los criminales más prósperos, ricos y poderosos y, ciertamente, cuando había, los castigos eran más leves. El segundo motivo tiene relación directa con la subalternidad30 de los criminales populares. La identidad del subalterno (el súbdito, el plebeyo, etc.) estaba directamente reflejado en el acto de castigar; el castigo se proyectaba hacia los sujetos más subalternos mientras que los más ricos y poderosos gozaban de una salida sin sufrimiento (Foucault, 2002: 58). Al mismo tiempo, la 30 Según Massimo Modonesi, la ―noción de subalternidad surge para dar cuenta de la condición subjetiva de subordinación en el contexto de la dominación capitalista‖. Su sentido convencional, usado por autores como Engels, Lenin y Trotsky, se refiere a la subordinación derivada de una estratificación jerárquica, principalmente en relación con los oficiales del ejército y, eventualmente, a los funcionarios de la administración pública (Modonesi, 2012: 2). Al igual, aquí se refiere a una subordinación derivada de una estratificación jerárquica, aunque también puede aplicarse a la condición de subordinación dentro de un contexto de dominación capitalista. En definitiva, el término alude a la subordinación de un sujeto frente a alguna forma de poder. 42 misma posición de subalternidad podía, a menudo, influenciar el deseo o la necesidad de cometer un crimen, ya sea por falta de recursos y educación. Como ya se ha mencionado, se vinculaban ciertas infracciones con la condición social. Con todo esto, las masas comenzaron a verse reflejadas en el condenado; se identificaban en cierto modo con él, especialmente en lo que concierne a los delitos menores. El sufrimiento público del condenado se volvía un motivo de unificación y el criminal se convertía en ―héroe negro‖ (Foucault, 2002: 63), transformándose en una especie de mito que unía a la comunidad y a través del cual se formaba un tipo de identidad popular basada en la solidaridad. El poder del soberano se veía, pues, amenazado por la intolerancia del pueblo hacia sus ritos penales. Las masas finalmente se sentían amenazadas por una violencia legal que carecía de equilibrio y de mesura (Foucault, 2002: 60). En realidad, lo que sucedía era que las creencias intersubjetivas de ciertas capas de la sociedad se estaban transformando, poniendo en peligro el orden dominante de la época. Durante y después de la Revolución Francesa (1789), que desencadena en una serie de cambios políticos, sociales y económicos a nivel casi global, surge una transformación en los sistemas de justicia. Aparte de la transformación más obvia—la abolición eventual del suplicio que es remplazado por la pena privativa de libertad—se transforma la identidad del criminal. Se trata de romper los lazos entre las masas y el delincuente al convertirlo en enemigo común de todos (Foucault, 2002). Al hacer esto, la nueva clase dominante logra penetrar en las percepciones intersubjetivas de la población: logra territorializarla, de acuerdo a los valores del nuevo orden dominante. La nueva justicia tiene como objetivo implementar una severidad más discreta pero más minuciosa, que pretende acabar con el ilegalismo popular 31 , buscando la manera de castigar y prevenir crímenes que atenten contra los bienes y la propiedad. Esto resulta en un enfrentamiento físico con el poder por la lucha intelectual entre el criminal y el investigador32 (Foucault, 2002: 65). Esta nueva lucha revela unas transformaciones en relación con la 31 Como ya se ha mencionado, los ilegalismos populares perjudicaban el orden impuesto por la burguesía al atacar los bienes y la propiedad. 32 La nueva justicia no sólo busca ser más severa, pero para evitar sublevaciones tiene que acatar 6 reglas, según Foucault: la proporción entre el delito y el castigo, la de los efectos laterales, la de la certidumbre absoluta (inocente hasta que se compruebe lo contrario), la verdad común (la investigación y otros métodos matemáticos para revelarla) y la especificación óptima, es decir, la clasificación de todas las infracciones y las penas apropiadas (Foucault, 2002: 88-91). La necesidad de tener certeza absoluta sobre el crimen para poder llevar a cabo el castigo significó que tuvieron que desarrollarse unas técnicas de indagación más avanzadas. Adicionalmente, como ya se mencionó, la criminalidad del siglo XVIII, según Foucault, era más astuta que la de los siglos anteriores. 43 identidad: la nueva identidad que caracteriza el poder y proyecta en las leyes sus valores; una nueva manera de ver e identificar al criminal y también una nueva manera en la que el criminal es socialmente construido y definido. El nuevo orden que se instaura cambia para siempre los parámetros y las dinámicas del poder. Como el castigo pasa de ser físico y público a ser psicológico y privado33, el cuerpo del condenado ya no es territorio del soberano34 sino que se convierte en territorio del Estado y sus instituciones disciplinarias. Las formas del poder, incluso democrático, se reactivan sobre el cuerpo y el alma del condenado, recordando no sólo la posición de subordinado del condenado, sino también recalcando los valores mayoritarios e imponiéndoselos. En teoría, esto puede convertir al condenado en una herramienta muy valiosa para el capitalismo, dependiendo del contexto, pero particularmente, demuestra que el castigo responde a una necesidad de reactivar algún tipo de poder: No hay duda de que, por encima de toda esta organización, la existencia de los suplicios respondía a otra cosa muy distinta. Rusche y Kirchheimer tienen razón de ver en ella el efecto de un régimen de producción en el que las fuerzas de trabajo, y por ende el cuerpo humano, no tienen la utilidad ni el valor comercial que habría de serles conferido en una economía de tipo industrial (Foucault, 2002: 52). La identidad tanto de la clase dirigente como del criminal es redefinida y transformada. Aunque esto es discutible, Foucault refuta la existencia de una benignidad detrás de esta transformación. Él plantea que el castigo sigue reflejando el ejercicio del poder y sigue siendo un aparato cruel para suprimir comportamientos calificados como anormales o amenazantes, ya no desde la soberanía del rey, sino desde la prosperidad de la industria. Hoy en día, los castigos reactivan un poder más disperso, más discreto, pero, a menudo, igualmente sesgado: el poder del Derecho, en especial, el Derecho como reflejo del poder económico de cierta clase socio-política y de la mayoría conformada a partir de ahí: Y el desinterés desdeñoso que el ex jefe de la policía de Nueva York exhibe por las causas profundas de la inseguridad—miseria, desocupación, ilegalidad, desesperanza y discriminación—confirma, por si hubiera necesidad, que el objetivo de la penalidad punitiva made in USA es menos combatir el delito que librar una guerra sin cuartel contra los pobres y los marginales del nuevo orden económico neoliberal que, por doquier, avanza bajo la enseñanza de la ―libertad‖ recobrada (Waqcuant, 2010: 17). 33 No confundirse con secreto. Al ser privado quiere decir que el público no ve el sufrimiento pero sí conoce tanto el crimen por el cual recibe una pena y es informada también sobre la naturaleza de la pena. 34 Foucault habla de la venganza del soberano sobre el cuerpo del condenado. El suplicio lo deja como una especie de marca en el cuerpo del condenado que reactiva el poder soberano, recordando quién es el que manda. 44 A través de lo anterior se puede afirmar que la forma y la función del castigo reflejan el orden instaurado. En el caso de la era medieval y parte de la era clásica, el castigo reflejaba el poder del soberano justificado y concedido por el derecho divino de Dios. En la actualidad, el castigo refleja, según Foucault y Waqcuant, el nuevo orden económico que se viene implementando—con todas sus versiones y modificaciones (industrialismo, capitalismo, neoliberalismo) —desde antes del siglo XVIII. El castigo, pues, refleja más que una fascinación por la ciencia, más que una búsqueda por la sensibilidad en las formas de castigar y más que una funcionalidad regida por las políticas de producción: refleja todo lo anterior como el conjunto de valores, principios y normas que constituyen el orden dominante actual. Existe, pues, una correlación aparente entre identidad y castigo. El sistema disciplinario del Antiguo Régimen, de la Edad Clásica y de la sociedad moderna tienen todos un elemento que parece preservarse: la tendencia a criminalizar los actos de ciertos colectivos marginados que son vistos, de algún modo, como una amenaza al orden establecido. La identidad es, por tanto, lo que, por un lado, determina la castigabilidad y lo que es, por el otro lado, el objeto del castigo como forma de (re)-territorialización. 45 Capítulo 3 Una cadena es tan fuerte como su eslabón más débil: (re)-territorialización del interno “El orden social dominado por la fatalidad de su principio comprensivo continúa matando por medio del verdugo o por las prisiones a aquellos cuya naturaleza robusta rechaza o desdeña sus prescripciones […] No hay, pues, una naturaleza criminal sino unos juegos de fuerza que, según la clase a que pertenecen los individuos, los conducirán al poder o a la prisión: pobres, los magistrados de hoy poblarían sin duda los presidios; y los forzados, de ser bien nacidos, “formarían parte de los tribunales y administrarían la justicia” (Foucault, 2002: 269). El poder de castigar es determinado, en principio, por las autoridades que conforman la rama ejecutiva, la jurídica y la legislativa de una nación. Juntos, los miembros de estas tres ramas conforman, hoy en día, ―el poder‖. Este poder está redistribuido, a escala menor, en los funcionarios de las instituciones públicas de diversa índole: mediática, educativa, médica, laboral, militar, punitiva, etc., y sobre esta base, las formas de poder están reproducidas diariamente en todos los ámbitos de un territorio nacional. Los doctores, psicólogos, académicos, educadores, policías, soldados, guardianes, etc., son pequeños reproductores de las creencias y del orden construido que sostienen el poder. Esto es inevitable, ya que, trabajan en función de él. Al hacerlo, reproducen sus valores, comportamientos, hábitos e incluso percepciones de manera casi natural y a veces desapercibida, convirtiendo los espacios institucionales en espacios territorializadores. Estos usos reflejan el poder que tiene un orden dominante. Un poder, incluso cuando es cambiante: ―Somos mucho menos griegos de lo que creemos. No estamos ni sobre las gradas ni sobre la escena, sino en la máquina panóptica, dominados por sus efectos de poder que prolongamos nosotros mismos, ya que somos uno de sus engranajes‖ (Foucault, 2002: 200). A partir de esta reproducción del orden se va entrelazando todo el sistema que lo apoya. Este sistema tiene la misma fuerza que su eslabón más débil. Por eso, cuando un eslabón se debilita, no encaja, se rompe o se cae, o bien hay que arreglarlo, o bien suprimirlo. En esto se basa la (re)-territorialización del interno: en arreglar, adaptar y reinsertar los 46 eslabones más débiles del sistema nacional, o, cuando esto no es posible, en suprimirlos por medio de la segregación. En este capítulo se estudiará la función de la prisión en tanto aparato (re)territorializador. Para ilustrar esta función, se esbozará la conexión entre territorio, identidad y prisión como procesos interrelacionados y dependientes. Todo esto, en aras de responder a la pregunta que inicialmente se planteó en torno al tema: ¿Cuál es el grado de influencia ético-política de los mecanismos de territorialización sobre la formación de internos a partir de la criminalización de identidades anómalas? En el primer punto—prisión y territorio—se definirán los puntos de convergencia entre los conceptos de prisión y de territorio, resaltando, en especial, las ideologías éticopolíticas que permiten su uso como aparato (re)-territorializador, su relación con las otras disciplinas como parte de ―lo carcelario‖ y las características espaciales que evidencian esta función. En el segundo punto—identidad y prisión—se identificarán los aspectos claves que conectan los dos conceptos. En primer lugar, se analizará más detalladamente la actuación punitiva sobre identidades etiquetadas como anómalas y, en segundo lugar, se estudiará las formas en que la prisión actúa sobre estas identidades desde las políticas dominantes. 3.1. La territorialidad como mediación en la prisión La (re)-territorialización del interno implica una posible transformación de sus percepciones, hábitos y comportamientos determinada por unos valores mayoritarios e impuestos dentro del espacio punitivo que funciona como sistema reactivador del poder. En este punto se establecerá una conexión entre los conceptos de prisión y el de territorio, y las implicaciones de esta conexión. Si miramos la pregunta central de esta investigación, el grado de influencia ético-política en el proceso carcelario está mediado por los mecanismos de territorialización sobre la formación de internos a partir de la criminalización de identidades anómalas. ¿Qué implica esto? Implica que existe una interacción principalmente entre tres instancias: el poder que delimita un territorio; los usos del espacio que compone el territorio nacional; y los usos del ser humano como espacio/territorio. La territorialización implica el uso de un determinado espacio bajo unas relaciones de dominio. El aspecto de territorialización en todo el proceso punitivo tiene que ver con el uso 47 de los espacios institucionales/ nacionales y el uso del cuerpo como un espacio para moldear al ciudadano y construir un proyecto de nación de acuerdo con unos valores dominantes o mayoritarios. Es decir, la territorialización sobre la población en general se realiza como forma de lograr una cooperación a nivel nacional a la vez que sostener un orden social establecido. La (re)-territorialización, en cambio, implica que el proceso de territorialización es repetido o intensificado. Funciona específicamente cuando la cooperación a gran escala es rota o interrumpida y el orden social está amenazado por algún individuo o colectivo ―desterritorializado‖, es decir, que no acata las normas que impone el orden. Los individuos pueden estar des-territorializados por tres motivos: 1) la disposición moral personal/individual, 2) la influencia de otras formas de poder subordinadas sobre las percepciones y el comportamiento de un individuo (territorialidades parciales, tal y como las definimos en el primer capítulo), y 3) por los trastornos psicológicos. En cualquier caso, el individuo criminalizado35 está alejado de la imagen de ciudadano y del proyecto de nación. Es calificado como ―desterritorializado‖ y constituye un eslabón débil de la cadena al perjudicar o amenazar el orden construido. 3.1.1. Ideologías territorializadoras La historia nos muestra que los rasgos fundamentales del castigo se adaptan al contexto. Como ya se ha planteado aquí, por medio del análisis de Foucault, cambian las formas mas no la esencia del castigo como reactivación del poder. Los castigos modernos, especialmente la pena privativa de libertad, responden a una nueva sociedad ordenada por nuevas formas de poder. El paso de la época clásica a la del humanismo moderno36 conlleva una herencia caracterizada por el control político, preocupado por los detalles y una 35 Jeisson Bello Ramírez señala que el enfoque epistémico de la sociología de las prisiones falla en reconocer las dinámicas de la criminalización de la pobreza como una técnica de invisibilización de los problemas sociales— ocasionados por el proyecto político neoliberal, el desempleo permanente, la precarización del trabajo, la inseguridad social, la estigmatización, la marginación urbana, el incremento de la desigualdad de clases, la violencia y la segregación cultural—al basarse en categorías universales que no reconocen la intersección de las opresiones de género, raza, clase y sexualidad. Como resultado, Bello se enfrenta a la generalización de que la selectividad penal está dirigida especialmente a hombres jóvenes marginados, señalando que hay una variedad más amplia de identidades oprimidas y criminalizadas. En ese sentido, concluye que ―la criminalización opera no sólo como una tecnología de control de las clases empobrecidas, sino que es un campo de articulación de múltiples tecnologías de gobierno que se dirigen a un conjunto de poblaciones diferenciadas y subalternas” (Bello, 2013: 36-38). 36 Término que Foucault usa para referirse a la transformación descrita en esta sección. El humanismo moderno se clasifica en la sociedad moderna (Foucault, 2002: 130). 48 minuciosa observación de todo lo que ocurre en un Estado. Hay una laicización general y esta surge a partir de lo que Foucault denomina una cultura de la vigilancia. Las ideologías carcelarias se desarrollan dentro de un contexto en el cual ―lo carcelario‖ 37 no sólo es aplicado a la institución punitiva, sino a todas las instituciones: ―La minucia de los reglamentos, la mirada puntillosa de las inspecciones, la sujeción a control de las menores partículas de la vida y del cuerpo darán pronto, dentro del marco de la escuela, el cuartel, del hospital o del taller, un contenido laicizado, una racionalidad económica o técnica a este cálculo místico de lo ínfimo y del infinito‖ (Foucault, 2002: 129). Este paso representa una transformación en las formas de dominio político con respecto al control territorial sobre los espacios y las instituciones de una nación y, consiguientemente, las personas que en ella habitan. Es un tipo de territorialización del ciudadano que responde al nuevo orden dominante. Tras la preocupación por los detalles y la noción de docilidad que acompaña las disciplinas surge la idea del hombre-máquina, que es una reducción materialista del alma y una teoría general de la educación (Foucault, 2002: 125). A lo largo de la edad clásica, hay un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco del poder ya que se manipula, se da forma, se educa, obedece, responde, se vuelve hábil y sus fuerzas se multiplican (Ibid). El cuerpo es, pues, un espacio por medio del cual se ejerce control sobre el alma y se vuelve más útil a los hombres para el conjunto de la sociedad. El cuerpo del ciudadano es transformado en otra especie de territorio, diferente al cuerpo supliciado. Es un espacio que, en vez de ser aniquilado, mutado o deformado, es transformado para que ―sirva‖. Se trataba, desde un comienzo, de establecer un dispositivo de poder que permitiera percibir hasta el más pequeño acontecimiento del Estado que se gobernaba y que pretendía, por medio de la rigurosa disciplina, abarcar el conjunto de la sociedad pasando inadvertido este poder en el menor detalle (Foucault, 2002: 129). Es decir, buscaba ejercer un mayor control con mayor discreción, y así, que pareciera ser natural y necesario su orden y las medidas y los parámetros esbozados por él: 37 Foucault presenta lo carcelario como una ideología o un concepto que abarca el conjunto de las instituciones disciplinarias, clasificándolas básicamente como una extensión de la prisión misma: ―Y todavía ha habido además una serie entera de dispositivos que no reproducen la prisión ―compacta‖, pero utilizan algunos de los mecanismos carcelarios: sociedades de patronato, obras de moralización, oficinas que a la vez distribuyen los socorros y establecen la vigilancia, ciudades y alojamientos obreros, cuyas formas primitivas y más toscas llevan aún de manera muy legible las marcas del sistema penitenciario. Y finalmente, esta gran trama carcelaria coincide con todos los dispositivos disciplinarios, que funcionan diseminados en la sociedad‖ (Foucault, 2002: 278). 49 ―No es únicamente en las bellas artes donde hay que seguir fielmente a la naturaleza; las instituciones políticas, al menos aquellas que tienen un carácter de prudencia y elementos de duración, se fundan en la naturaleza.‖ Que el castigo derive del crimen; que la ley parezca ser una necesidad de las cosas, y que el poder obre ocultándose bajo la fuerza benigna de la naturaleza (Foucault, 2002: 98). El nuevo interés en el cuerpo dócil, como lo llama Foucault, nace de una mentalidad forjada por la economía, la eficacia, la organización y la coacción. La modalidad de este control se da por medio de una coerción ininterrumpida y constante que vela sobre los procesos de la actividad más que sobre el resultado y se ejerce según una codificación que retícula con la mayor aproximación el tiempo, el espacio y los movimientos (Foucault, 2002: 126). Es, pues, un control minucioso que somete las fuerzas de los hombres y que crea una relación de docilidad y utilidad entre la población y las formas de poder. La disciplina se convierte en una herramienta de dominación a través de la cual no sólo se hace posible una territorialización más precisa sobre la población general38, sino que también se permite una (re)-territorialización calculada sobre los hombres condenados con el objetivo de ponerlos al servicio del orden social vigente: ―La disciplina fabrica cuerpos así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos dóciles,‖ aumentando las fuerzas en cuanto a utilidad pero disminuyéndolas en términos de políticas de obediencia‖ (Foucault, 2002: 126). En ese momento de la historia se crea, pues, un arte del cuerpo humano como espacio que vincula el poder directamente al individuo al volverlo más obediente, más dócil y a la vez más útil para el orden dominante: En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una ―aptitud,‖ una ―capacidad‖ que trata de aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta. Si la explotación económica separa la fuerza y el producto del trabajo, digamos que la coerción disciplinaria establece en el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud aumentada y una dominación acrecentada‖ (Foucault, 2002: 127). Esto se da de forma natural en el sentido de que responde a los diferentes contextos que surgen en la época, o más precisamente, se han impuesto para responder a exigencias de coyuntura como, en este caso, una innovación industrial. Estos procesos se imponen con el objetivo de formar ciudadanos ―cómplices‖, es decir, reproductores del orden. 38 La territorialización, al igual que las disciplinas, según Foucault, sería algo que ya existía en sus diferentes formas. Aquí se compara con la idea de disciplina de Foucault, que se adapta a un nuevo contexto y tiene unas implicaciones más calculadas. 50 Las técnicas minuciosas de las disciplinas definen, pues, cierto modo de adscripción política y detallada del cuerpo y puesto que no han cesado, desde el siglo XVII, de invadir dominios cada vez más amplios, tienden a cubrir el cuerpo social entero (Foucault, 2002: 127). El crecimiento o la ampliación de estas técnicas demuestran la importancia de comprender su fundamento y su origen, lo cual nos permite en esta investigación comprender la o las funciones de la prisión en la sociedad moderna: Pequeños ardides dotados de un gran poder de difusión, acondicionamientos sutiles, de apariencia inocente, pero en extremo sospechosos, dispositivos que obedecen a inconfesables economías, o que persiguen coerciones sin grandeza, son ellos, sin embargo, los que han provocado la mutación del régimen punitivo en el umbral de la época contemporánea (Foucault, 2002: 127). Tenemos hasta aquí, pues, los fundamentos de las disciplinas modernas, definidas a partir de la perspectiva foucaultiana: la ―historia de la racionalización utilitaria del detalle en la contabilidad moral y el control político‖ (Foucault, 2002: 128), o, en otros términos, una obsesión por los detalles que contribuyen a un minucioso control político y moral, ejercido sobre el cuerpo como espacio y a la vez territorio. Muy específicamente, es una forma de territorialización del ser ciudadano por medio de la atención a los detalles y el control sobre el cuerpo humano que se extiende en la función de la prisión bajo la forma de la reactivación del poder por medio de la (re)-territorialización del condenado39. A partir de lo anterior, la prisión nace de una ideología que implementa ―lo carcelario‖ en todo el cuerpo social y funciona como la rama más extensiva de ―lo carcelario‖—la forma más absoluta de territorialización—por encima de las otras disciplinas y, a su vez, constituye una de las formas de castigo más discretas en la historia de la humanidad. Pero esta función no se deriva únicamente de la función territorializadora de las otras disciplinas, sino de unas formas innovadoras que incorporan en todos los espacios disciplinarios y especialmente en el espacio cerrado de las prisiones una serie de elementos encaminados a encauzar los comportamientos, las percepciones y los valores de los 39 Cabe resaltar que existe una ambigüedad en Foucault, puesto que su definición del poder no se expresa sistemáticamente (Castro, 2011: 304). Por supuesto que aquí no se niega que las formas del poder han cambiado a lo largo de los últimos siglos, específicamente de una forma de poder altamente centralizada (soberanía) a unas formas de poder más diluidas (el Estado democrático y la república, por ejemplo). Sin embargo, no obstante estos cambios, la función del castigo parece mantenerse a lo largo de estas transformaciones políticas: reactivar las formas del poder sobre el condenado que es visto como una amenaza, ya sea al poder soberano del monarca o al orden establecido como dominante y mayoritario. El condenado es visto, en la antigüedad como un enemigo del soberano y en la actualidad es convertido en enemigo común: enemigo de la mayoría. 51 ciudadanos y finalmente, de los internos. Lo carcelario permite identificar a las anomalías sobre las cuales hay que reactivar el poder, y la prisión determina, en teoría, los métodos. 3.1.2. Usos y distribución del espacio La distribución y el uso del espacio de las prisiones reflejan las relaciones de poder que juegan en él. La prisión es un pequeño territorio dentro del gran territorio nacional. El primer elemento que define la función de la prisión en la sociedad moderna a través de la atención a los detalles es la distribución y el uso del espacio. Según Foucault, la disciplina exige a veces la clausura, y en el siglo XVIII surge lo que él denomina la microfísica de un poder ―celular‖ (Foucault, 2002: 137). La estructura celular se basa en el uso del espacio puesto al servicio del orden construido y permite reflejar directamente la ideología de ―lo carcelario‖. Esta distribución espacial nace en diferentes ámbitos, incluyendo el sector hospitalario, el industrial (las fábricas), el escolar y el militar, pero se perfecciona en las prisiones. En relación con las disciplinas, se desarrolla una serie de características que modifican los usos del espacio y las relaciones que en ellos se dan. Una serie de principios fundan estos usos. Entre ellos: el principio de clausura, el de localización elemental y la regla de los emplazamientos funcionales que permite organizar espacios analíticos que habilitan vigilar de manera individual pero también general, romper las comunicaciones peligrosas y a la vez crear un espacio útil (Foucault, 2002: 132). Sobre esta base, las prisiones se prestan para codificar espacios que la arquitectura institucional dejaba como vacíos. Tanto las fábricas como las escuelas, los cuarteles militares, los hospitales y las instituciones disciplinarias máximas (las prisiones), se construyen de forma que se pueda realizar una vigilancia efectiva y a la vez promover la mayor utilidad de los individuos. Las estructuras celulares con pasillo en las fábricas, los hospitales y las prisiones que permiten una observación eficiente, la distribución calculada de los alumnos en un salón de clase, etc. Estos usos del espacio se heredan en estos diferentes tipos de instituciones disciplinarias y determinan el objetivo de la vigilancia y el control: un dominio casi absoluto ya sea sobre los trabajadores, los soldados, los enfermos, los estudiantes o los internos. Se trata, pues, de una territorialización, una dominación que se logra por medio de dichos espacios: 52 Hasta aquí hemos evadido de manera deliberada una alusión directa o enfática de las dimensiones política y afectiva del espacio geográfico, cuestión absolutamente inevitable cuando hablamos de territorio. La palabra territorio se deriva de las raíces latinas terra y torium, que conjuntamente significan la tierra que pertenece a alguien (Lobato Correa, 1997). El territorio es, por tanto, un concepto relacional que insinúa un conjunto de vínculos de dominio, de poder, de pertenencia o de apropiación entre una porción o la totalidad de un espacio geográfico y un determinado sujeto individual o colectivo. De ahí que cuando designamos un territorio siempre estamos asumiendo, aun de manera implícita, la existencia de un espacio geográfico y de un sujeto que ejerce sobre él cierto dominio, una relación de poder, una calidad de poseedor o una facultad de apropiación (Montañez, 2001: 20). Dentro de estos espacios calculados y controlados, se determina, hasta cierto punto, el papel de cada quien y el rango que tiene para transformarse: ―al asignar lugares individuales, ha hecho posible el control de cada cual y el trabajo simultáneo de todos‖ (Foucault, 2002: 135), haciendo funcionar los espacios institucionales como máquinas para vigilar y jerarquizar a las personas. Las celdas, lugares y los rangos fabrican, dentro de cada área de disciplina un espacio complejo arquitectónico, funcional y jerárquico: ―recortan segmentos individuales e instauran relaciones operatorias; marcan lugares e indican valores; garantizan la obediencia de los individuos pero también una mejor economía del tiempo y de los gestos‖ (Foucault, 2002: 136). Finalmente, esta organización del espacio fija unos parámetros que terminan adaptándose al orden construido y a la vez, adaptan a los individuos que en ellos conviven con dicho orden. Los usos y la distribución de los espacios, con el objetivo de territorializar y (re)territorializar, se perfecciona en los espacios punitivos por medio del desarrollo del Panoptismo, invento del siglo XVIII que, según Foucault, funciona como el punto utópico o ideal de la sociedad disciplinaria. Su influencia tiene especial peso en el programa correctivo o punitivo. Foucault describe el Panoptismo como la creación de unos espacios que aumentan la visibilidad de aquellos sobre quienes se ejerce el poder mientras que los que vigilan se mantienen casi invisibles. No obstante esta invisibilidad de los que vigilan, la vigilancia ejercida sobre los individuos es conocida y ejerce cierta presión sobre ellos; funciona como una forma de coerción por medio de la mirada (Foucault, 2002: 180). El panoptismo y sus derivados implican una omnipresencia de las formas del poder en el espacio donde se ejerce un dominio. Es, en otras palabras, una figura arquitectónica que permite materializar el poder en el cuerpo y el alma del interno y que establece de manera clara y concisa una relación de tipo netamente territorial. Esto significa dos cosas que veremos a continuación. 53 En primer lugar, significa que se crean espacios o territorios dentro del territorio nacional dirigidos a concentrar el ejercicio del poder de manera intensiva: espacios transformados con el fin de transformar. El modelo panóptico aplicado a la prisión es principalmente un aparato arquitectónico, espacial, que está diseñado para obligar disimuladamente al interno a cambiar: ―Es un tipo de implantación de los cuerpos en el espacio, de distribución de los individuos unos en relación con otros, de organización jerárquica, de disposición de los centros y de los canales de poder, de definición de sus instrumentos y de sus modos de intervención, que se puede utilizar en los hospitales, los talleres, las escuelas, las prisiones‖ (Foucault, 2002: 189). Como implantación espacial, tiene una clara relación con el tema de territorio y el espacio al conformar explícitamente un lugar, un espacio, dirigido a transformar y hacerlo con fines socio-políticos y económicos. El esquema panóptico es un intensificador para cualquier aparato de poder al garantizar su economía (en cuanto a material y tiempo), garantizar su eficacia por su carácter preventivo (la territorialización como prevención si hablamos de otras disciplinas, o hablando de la prisión, el carácter preventivo en cuanto a recurrencia), su funcionamiento continuo y sus mecanismos automáticos (se autoreproduce por que se incrusta en la psiquis del sujeto). Al ajustar y reproducir las relaciones del poder constituye un espacio o aparato territorializador (aplicado a ―lo carcelario‖, las disciplinas en general) o re-territorializador, cuando es aplicado a las instituciones punitivas como tal. En segundo lugar, permite establecer el cuerpo del interno como territorio sobre el cual ejercer un dominio al establecer lo que Foucault denomina una sujeción real que nace mecánicamente de una relación ficticia (Foucault, 2002: 187). Esta relación ficticia se basa en esta máquina panóptica que disocia la pareja ver-ser visto, metaforizando, o más bien personificando las formas de poder en la sociedad moderna: ejercen poder sin ser vistas. El misterio de su dominio permite que nos subordinemos más voluntariamente, incluso reproduciendo dichas formas de poder sin caer en cuenta. La eficacia del poder, su fuerza coactiva, han pasado, en cierto modo, al otro lado—al lado de su superficie de aplicación. El que está sometido a un campo de visibilidad, y que lo sabe, reproduce por su cuenta las coacciones del poder; las hace jugar espontáneamente sobre sí mismo; se inscribe en sí mismo la relación de poder en la cual juega simultáneamente los dos papeles; se convierte en el principio de su propio sometimiento (Foucault, 2002: 187). Sobre esta base la relación es ficticia porque la fuerza física del poder sobre el cuerpo del condenado no es necesaria sino que se logra por medio de la mirada y la 54 observación. La relación no es ni totalmente imaginada ni completamente física. Con ello no sólo se tiende a lo ―incorpóreo‖ al aligerar el peso físico del poder externo sino que se busca un dominio más prolongado y más profundo. La (re)-territorialización se hace, pues, sobre elementos no directamente físicos del interno, buscando transformar y, de alguna manera, convencerlo para ―vencerlo‖: En esta gran tradición de la eminencia del detalle vendrán a alojarse, sin dificultad, todas las meticulosidades de la educación cristiana, de la pedagogía escolar o militar, de todas las formas finalmente de encarnamiento de la conducta. Para el hombre disciplinado, como para el verdadero creyente, ningún detalle es indiferente, pero menos por el sentido que en él se oculta que por la presa que en él encuentra el poder que quiere aprehenderlo‖ (Foucault, 2002: 128). Hay, pues, dos elementos claves que permiten entender la mediación del concepto de territorio en la función de la prisión moderna: el uso ideológico de ―lo carcelario‖ aplicado a las instituciones disciplinarias, lo cual permite estudiar la prisión como una extensión de este sistema, donde se intensifica y se concreta el ejercicio del poder (o viceversa, es decir, estudiar el resto de las disciplinas como formas más moderadas de la prisión); y el uso y la distribución física de los espacios a partir de unas relaciones de dominio, lo que define la creación de espacios-territorios dentro del territorio nacional y, a su vez, permite el uso del cuerpo humano como territorio—como ―hombre-máquina‖ más útil y más obediente. La (re)territorialización implica, pues, unas relaciones de poder reiteradas en unos espacios disciplinarios sobre unos sujetos indisciplinados. 3.2. Des-territorialidades. El papel de la identidad en el proceso de (re)territorialización La identidad juega un papel fundamental en el proceso de (re)-territorialización, pues este proceso recae únicamente sobre sujetos identificados como una amenaza al orden dominante establecido. En este sentido, la (re)-territorialización es un proceso que comienza por la identificación de las anomalías, pasa a criminalizarlas y luego a reactivar el poder sobre ellas. El proceso de (re)-territorialización tiene, entonces, básicamente, tres pasos: 1) la infracción es definida a partir de valores hegemónicos reflejados en las leyes; 2) el sujeto que comete la infracción es detenido y judicializado por la infracción cometida, convirtiéndose en 55 delincuente 40 ; y 3) el sujeto es condenado a prisión—se transforma en `interno´. A continuación estudiaremos el proceso a través del cual se pasa de cometer una infracción a ser judicializado como delincuente y las formas en que la prisión actúa sobre estas identidades desde las políticas dominantes. 3.2.1. La influencia de lo ético-político en el castigo de ciertas identidades La transición político-jurídica que da lugar al paso de una era de castigos-suplicios a una era de castigos-reclusión, o privación de libertad, es de gran importancia. El análisis histórico de la prisión que propone Foucault es importante ya que da luz sobre la incidencia de posturas ético-políticas en el proceso de criminalización y penalización de identidades desadaptadas a la maquinaria disciplinaria moderna. A partir de la Revolución de 1789, la territorialización de la población de acuerdo a los valores de la nueva clase dominante (la burguesía) transforma la identidad del criminal en enemigo común de todos a la vez que la formación de su identidad es trasformada. A diferencia de la época de la revolución, los crímenes cometidos por los pobres (los ilegalismos populares) no son ―revolucionarios‖ ni tratan de reivindicar sus derechos, sino que son concebidos por la clase dirigente como una forma de amenaza a su nuevo orden. En ese momento, la pena privativa de libertad, o la reclusión aún recibía muchas críticas. Según muchos juristas clásicos y reformadores, privar de libertad al condenado y vigilarlo aún era considerado una tiranía (Foucault, 2002: 106). En primer lugar, era incompatible con el concepto de pena-signo con lo cual se pretendía implementar unos castigos públicamente descifrables, definidos y correspondientes a cada delito41. En cambio, 40 Según Foucault el delincuente es definido a partir de las relaciones de poder y los mecanismos disciplinarios implementados por ellas: ―El examen combina las técnicas de la jerarquía que vigile y las de la sanción que normaliza. Es una mirada normalizadora, una vigilancia que permite calificar, clasificar y castigar. Establece sobre los individuos una visibilidad a través de la cual se los diferencia y se los sanciona. A esto se debe que, en todos los dispositivos de disciplina, el examen se halle altamente ritualizado. En él vienen a unirse la ceremonia del poder y la forma de la experiencia, el despliegue de la fuerza y el establecimiento de la verdad. En el corazón de los procedimientos de disciplina, manifiesta el sometimiento de aquellos que se persiguen como objetos y la objetivación de aquellos que están sometidos. La superposición de las relaciones de poder y de las relaciones de saber adquiere en el examen toda su notoriedad visible‖ (Foucault, 2002: 171). El proceso de judicialización puede ser visto como una especie de examen, en donde los que vigilan y los que representan el poder (jueces, abogados, policías, guardias, etc.) califican y clasifican los comportamientos de individuos, los diferencian y con base en esto, los sancionan. 41 Lo que Foucault denomina un juego de representaciones que obedece a ciertos principios. Este sistema se propuso durante la transición hacia la modernidad, aunque luego fue parcialmente abandonado. La 56 la pena privativa de libertad era comparada con la idea de que un médico tuviera para todos los males el mismo remedio (Foucault, 2002: 108). La detención era criticada por ser usada en ese tiempo al margen de la ley, arbitrariamente y de manera indeterminada, considerada aún una figura e instrumento privilegiado del despotismo, usada a veces de manera secreta contra filósofos y reformadores (Foucault, 2002: 111), es decir contra ciertas identidades (en ese tiempo político-social): ¿Qué se dirá de esas prisiones secretas imaginadas por el espíritu fatal del monarquismo, reservadas principalmente o para los filósofos en manos de los cuales puso la naturaleza su antorcha y que se atreven a iluminar su siglo, o para esas almas altivas e independientes que no incurren en la cobardía de callar los males de su patria; prisiones cuyas funestas puertas son abiertas por cartas misteriosas que sepultan para siempre aquéllas a sus desdichadas víctimas? (Foucault, 2002: 111). La falta de reconocimiento político de la identidad, las demandas y las necesidades de sujetos encerrados indebidamente evidencia unos sesgos muy fuertes en el desarrollo del sistema punitivo moderno. La prisión como aparato para castigar nace, pues, dentro de la ilegalidad de una época en transición. Sin embargo, el encierro extrapenal, nunca desaparece por completo sino que es reactivado, reorganizado y mejor desarrollado como forma principal de castigo: Ahora bien, el principio mismo del encarcelamiento extrapenal jamás fue abandonado en la realidad. Y si bien el aparato del gran encierro clásico fue desmantelado en parte (y en parte solamente), muy pronto fue reactivado, reorganizado, desarrollado en ciertos puntos. Pero lo que es más importante todavía es que fue homogeneizado por intermedio de la prisión, de una parte con los castigos legales, y de otra parte con los mecanismos disciplinarios. Las fronteras, que ya estaban confundidas en la época clásica entre el representación se vuelve la regla de los castigos que ya no son suplicios sino signos-obstáculos regidos por unas condiciones que incluyen: 1) La no arbitrariedad: el castigo debe ser vinculado directamente al delito. Debe parecer natural y no aparecer como efecto arbitrario de un poder humano. 2) El juego de los signos apoyados en el mecanismo de las fuerzas: debe disminuir en el público el deseo de hacer atractivo el delito, es decir, debe desincentivar al crimen. La representación de la pena y sus desventajas debe ser más viva que la del delito y sus placeres. 3) La utilidad de una modulación temporal: debe haber un término limitado durante el cual la pena transforma, modifica, establece signos y dispone obstáculos. Se trata de corregir las pasiones que llevaron al condenado a cometer el delito. 4) La pena como un mecanismo de los signos, los intereses y la duración: se trata de que la pena cumpla la función de signo-obstáculo al infundir en el público un mensaje sobre el crimen y el condenado. Estos signos se graban poco a poco en el discurso de la gente y tiene una utilidad pública al ser una retribución que el condenado da a cada uno de sus conciudadanos por el crimen que los ha perjudicado. 5) La publicidad: el castigo debe ser público y servir como lección, discurso, signo descifrable, contribuyendo a la moralidad pública. Es, en este sentido, una reactivación del Código, un ―triunfo de las leyes‖. 6) Debe apagar la gloria dudosa de los criminales y fomentar un amor a las leyes y a la patria, el respeto y la confianza en la magistratura y sembrar la afición a la virtud (Foucault, 2002: 98-105). 57 encierro, los castigos judiciales y las instituciones de disciplina, tienden a borrarse para constituir un gran continuo carcelario que difunde las técnicas penitenciarias hasta las más inocentes disciplinas, trasmite las normas disciplinarias hasta el corazón del sistema penal y hace pesar sobre el meno ilegalismo, sobre la más pequeña irregularidad, desviación o anomalía, la amenaza de la delincuencia. Una red carcelaria sutil, desvanecida, con unas instituciones compactas pero también unos procedimientos carcelarios y difusos, ha tomado a su cargo el encierro arbitrario, masivo, mal integrado, de la época clásica (Foucault, 2002: 277). Menos de 20 años después, ―el principio tan claramente formulado a la Constituyente, de penas específicas, ajustadas, eficaces, formando, en cada caso, una lección para todos, se ha convertido en la ley de detención por toda infracción un poco importante, si no merece la muerte‖ (Foucault, 2002: 108). La pena privativa de libertad entra en un primer plano en la arena de los castigos. Según Foucault, el éxito del sistema castigo-reclusión se debe a la formación de algunos grandes modelos de prisión punitiva durante la edad clásica (Foucault, 2002: 112). Estos modelos se desarrollan en diferentes partes del mundo 42 , fomentando, en términos generales, una serie de principios que aún se conservan en las instituciones punitivas modernas. Entre estos principios están: 1) El de la duración de las penas. 2) El trabajo obligatorio y generalmente remunerado. 3) La transformación pedagógica y espiritual de los reclusos, es decir, el principio correctivo/ transformador. 4) El aislamiento. Estos principios están encaminados a encauzar el comportamiento, las percepciones y los hábitos de los condenados: trabajan sobre su alma. En teoría, esto aseguraba, entre otras cosas, una retribución individual para garantizar la reinserción moral y material del interno al término de su pena (Foucault 2002: 116). La búsqueda de la transformación pedagógica y espiritual nace en el carácter religioso de la época clásica, por el deseo de inculcarle al condenado la virtud del bien. Pero en el futuro no tan lejano, se introducen las disciplinas para transformar al individuo des-territorializado y desadaptado, a partir de las tecnologías científicas y psicológicas: Podemos ver ahora con claridad cómo la reciente ampliación de la Universidad para acoger en su seno nuevas ramas de la ciencia se está haciendo entre nosotros siguiendo patrones americanos. Los grandes Institutos de Medicina o de Ciencias se han convertido en empresas de ‗capitalismo de Estado‘. No pueden realizar su labor sin medios de gran 42 Principalmente incluye un modelo alemán, otros ingleses y otros de América del Norte. 58 envergadura y con esto se produce en ellos la misma situación que en todos aquellos lugares en los que interviene la empresa capitalista: la ‗separación del trabajador y de los medios de producción‘ (Weber, 1979: 184)43. El castigo, a partir de ese momento y a diferencia del suplicio, no marca ni desecha un cuerpo considerado inútil sino que intenta transformarlo en algo útil. Lo (re)-territorializa, reactivando un poder basado en la industria y la producción. El aparato de la penalidad correctiva moderna está caracterizado por el objetivo de volver dócil al cuerpo y al alma del condenado—suprimir la ―rebelión‖ de los pobres, como lo sugiere Foucault. Los instrumentos son formas de coerción y esquemas de coacción aplicadas y repetidas, que incluyen horarios, movimientos obligatorios, actos regulares, meditación solitaria, el trabajo común, etc., mas no con el objetivo de reconstruir el sujeto de Derecho sino el sujeto obediente (Foucault, 2002: 121). Es un sujeto que se encuentra sometido a hábitos, reglas, órdenes, una autoridad que se ejerce continuamente en torno suyo y sobre él y que ―debe dejar funcionar automáticamente en él‖ (Ibid). Esta nueva tecnología se basa en el secreto y la autonomía en el ejercicio del poder de castigar: ―El individuo al que hay que castigar debe estar enteramente envuelto en el poder que se ejerce sobre él‖ (121). El concepto del castigo, pues, no deja de ejercerse principalmente y con más frecuencia sobre una población subordinada, excluida, y desadaptada. Subordinada porque no conforma el poder, excluida porque sus peticiones y necesidades reales son descuidadas y desadaptada porque su identidad no es reconocida partiendo del hecho de que ni siquiera está clasificada como tal. Es decir, las diversas identidades individuales que existen entre los ―criminales‖ son convertidas en una sola: la del delincuente. Pero más allá, el castigo moderno, en teoría, está diseñado para transformar su identidad dentro del enclave capitalista: el ―inútil‖ se tiene que volver ―útil‖ para la sociedad. El castigo-reclusión se impone como una nueva forma, más discreta y más secreta, de ejercer un poder que pretende ser absoluto y omnipresente. Al hacerlo, crea un esquema de orden social, una idea de proyecto de nación y un prototipo de ciudadano al que se aspira llegar en la totalidad del territorio nacional. Las disciplinas, a partir de la vigilancia y el castigo, imponen un régimen carcelario en toda la sociedad que permite identificar y clasificar a los individuos que componen el cuerpo social y que se extiende sobre los que son fichados 43 Mientras que Weber aquí se refiere claramente a la americanización de los institutos científicos alemanes, está muy claro que relaciona lo que son las ciencias con las empresas del capitalismo. Lo que se quiere evidenciar aquí es que los sectores disciplinarios se van implementando, a lo largo del siglo XX, al servicio de las empresas capitalistas. En relación con el castigo, la función de la prisión, como institución disciplinaria, sucede igual. Pero más allá de eso, las ciencias naturales son usadas para reforzar las tecnologías disciplinarias, en este caso, los propósitos implícitos del castigo: (re)-territorializar. 59 como anormales, desadaptados o desterritorializados. El sujeto que no encaja en la idea de nación, que no se adapta al prototipo de ciudadano o que amenaza el orden social cae víctima de esta maquinaria carcelaria sin que se atiendan sus necesidades reales. Esta nueva tecnología logra esquivar el escrutinio público pero mantiene, potencialmente, el elemento de arbitrariedad que caracterizaba el castigo antes de la Revolución y las reformas punitivas. Es una forma de (re)-territorialización disimulada que usa, y quizás abusa, del Código. En resumen, el castigo en ningún momento deja de ser una reactivación del dominio de las formas de poder. Las tecnologías cambian, se transforman y caen en desuso, más el trasfondo teórico sigue siendo el mismo: reactivar el poder; sea por medio del Derecho monárquico o del Código. Esta reactivación termina implicando, inevitablemente, una forma de (re)-territorialización sobre el cuerpo y el alma del condenado. En la actualidad, el castigo pretende reactivar un poder de tipo capitalista, al favorecer la utilidad de los condenados en cuanto a producción, o, como mínimo, suprimirlos en cuanto a desobediencia y amenaza al orden dominante. 3.2.2. La criminalización de las identidades La (re)-territorialización de un sujeto identificado como indisciplinado, desadaptado o desterritorializado comienza cuando se pasa de cometer una infracción a ser etiquetado como ―delincuente‖ o ―criminal‖. La (re)-territorialización responde, pues, principalmente, a dos cosas: 1. las relaciones de poder que en el territorio definen lo ilegal y lo punible (los parámetros establecidos por el orden establecido) y 2. La identidad del individuo en relación con estos juegos de poder, es decir, su posición social dentro del orden establecido y su vulnerabilidad a las leyes. La (re)-territorialización, por definición, recae únicamente sobre las personas identificadas como anómalas dentro del orden establecido y por lo tanto, depende de los criterios a partir de los cuales se define lo anormal. Vimos en el segundo capítulo que hay una incidencia entre la identidad en individuos y colectivos marginados y el reconocimiento político. El tránsito del honor a la dignidad provocó la política del universalismo que subraya la dignidad igual de todos los ciudadanos por medio de la igualación de los derechos y títulos (Taylor, 1993: 60). El propósito de esto 60 ha sido evitar la existencia de ciudadanos de ―primera clase‖ y de ―segunda clase,‖ sin embargo, esto ha resultado difícil. Según algunos, esta igualación sólo afectó los derechos civiles y al voto mientras que otros arguyen que se extendió a la esfera económica (Ibid). De acuerdo con esta segunda posición, las personas a las que la pobreza ha impedido sistemáticamente aprovechar plenamente sus derechos de ciudadanía han sido relegadas a la categoría de segunda clase, lo cual exige una solución por medio de la igualación (Taylor, 1993: 60). En otros términos, la igualdad universal puede verse aún como un reto debido a los obstáculos que impiden la realización tangible de todos los derechos para todos los seres humanos. Hubo un segundo cambio constituido por el desarrollo del concepto moderno de identidad e hizo surgir la política de la diferencia (Taylor, 1993: 60). Con esta política se pide que sea reconocida la identidad única del grupo o del individuo, resaltando que la condición que lo distingue de los demás ha sido pasada por alto y ha sido asimilada por una identidad dominante o mayoritaria (Taylor, 1993: 61). Aunque el tema aún es muy controversial, se ha adoptado en muchos lugares. En Colombia, las políticas de reconocimiento y de diferenciación fueron adoptadas en la Constitución de 1991 en forma de políticas diferenciales con el fin de respetar ciertas diferencias culturales (étnicas, raciales y religiosas) de determinados grupos y evitar que el gobierno de la mayoría perjudicara ciertos derechos culturales de dichas poblaciones. Como resultado, vemos la existencia de comunidades indígenas y afrocolombianas que tienen cierta autonomía dentro del marco jurídico nacional. Sobre esta base, se podría decir que, de cierta forma, el gobierno se abstiene de intervenir en ciertos asuntos e incluso debe consultar, a menudo, antes de actuar o proveer medidas especiales para mantener el respeto por dichas culturas. Estos son ejemplos de territorialidades parciales legales que existen en Colombia. La cuestión hasta aquí es que existen sectores donde la intervención del gobierno está limitada por orden de la Constitución de 1991. No obstante, hay zonas y sectores del país donde la ausencia del gobierno no es intencional sino que existen ausencias, deficiencias y omisiones más debidas a la negligencia que a las políticas de no interferencia. Aquí es donde los espacios y sus usos coinciden con el tema de identidad. En el trabajo de Fabián Viegas Barriga llamado Presos. Identidad, reconocimiento y lugar Social— un estudio hecho en Argentina sobre la identidad de los reclusos— el autor habla de la identidad como un ―lugar y los lugares que dan identidad.‖ Viegas afirma que hay una similitud con el paria y el ―desterrado puertas adentro en territorios segregados‖ o lo liminal (Viegas 2013: 1). Es decir, hay una relación entre la identidad y el espacio. Según él, la 61 autocomprensión de los sujetos juega un papel fundamental en su capacidad de proyectarse temporalmente y socialmente (Viegas, 2013: 2). Según esto, el ser humano está en parte subordinado a los contextos culturales (socioespaciales), las conceptualizaciones jerárquicas y los estigmas. La identidad configura, entre otras cosas, las estructuras de los espacios vividos (Viegas, 2013: 2). Si bien ya vimos que la identidad se constituye a partir del diálogo con otros, Viegas afirma que se constituye en relación con otros, lo que supone que se articula a los mecanismos culturales, códigos de interpretación de lugares sociales, lógicas de hacer y estar con otros, modos de actuar y finalmente, la identidad se convierte en un indicio de habitus (Viegas, 2013: 2), es decir, un reflejo del entorno. Si la identidad se convierte en un indicio del hábitat o del entorno, entonces se puede afirmar que la relación entre espacio, territorio e identidad es intrínseca. Cuando hablamos de los espacios que conforman una nación, convertimos el espacio en territorio, ya que los espacios están regidos por relaciones de poder. Pero cuando hablamos de espacios dentro de una nación que experimentan un nivel de ausencia de parte del Estado; des-territorialidades— ya sea por abandono, corrupción, invisibilización, marginalización, segregación, etc. — damos lugar a que se formen territorialidades parciales como, por ejemplo, la formación de pandillas que dominan ciertos sectores urbanos donde la presencia de figuras de autoridad estatales o bien es rechazada por la comunidad o por algún motivo no se da. También vemos, como ya se ha hablado en este trabajo, zonas de difícil acceso con una significativa presencia de grupos criminales, ya sean grupos guerrilleros, paramilitares u organizaciones comerciales ilícitas. Se puede decir que estos grupos, si bien existen dentro de un territorio nacional, son ―desterritorializados‖ en el sentido de que no forman parte de la cultura mayoritaria ni entran a formar parte de las discusiones de políticas de reconocimiento debido a la naturaleza ilegal de su cultura. La ilegalidad de estas culturas o identidades colectivas enfatiza su vulnerabilidad al castigo y reduce las posibilidades de que sus necesidades reales sean atendidas por medio del proceso punitivo y mucho menos dentro de las instituciones carcelarias. Adicionalmente, se hace evidente que existen pequeñas naciones dentro de la nación, como lo llama Foucault. No se puede esperar que los colectivos excluidos y abandonados, sin acceso a las instituciones públicas y sin reconocimiento de parte de ellas, asimilen de forma adecuada lo que son las normas y las percepciones promovidas por las mismas. Más bien, se van formando infraordenes, micro ordenes construidos que funcionan y se implementan ya sea en un sector, una zona e incluso, cuando la exclusión es más personal, en un individuo. 62 Como resultado, la identidad como indicio del habitus—en el caso de identidades ―des-territorializadas‖ o alejadas del proyecto de nación, del orden dominante y de la idea de ciudadano—configura un indicativo para el castigo: Pensamos, pues, en el encarcelamiento como un destino reservado para otros, un destino reservado para los ―malhechores‖, para usar un término recientemente popularizado por George W. Bush. Porque en el persistente poder del racismo, los ―criminales‖ y los ―malhechores‖ son fantaseados como gente de color en la imaginación colectiva. La prisión funciona por lo tanto ideológicamente como un sitio abstracto en el que son depositados los indeseables, liberándonos de la responsabilidad de pensar acerca de los problemas reales que afligen a esas comunidades de donde los prisioneros son arrojados en tan desproporcionadas cantidades. Este es el trabajo ideológico que realiza la prisión—nos releva de la responsabilidad de involucrarnos seriamente con los problemas de nuestra sociedad, especialmente aquellos producidos por el racismo y, crecientemente, el capitalismo global (Davis, 2003: 16).44 Evidentemente, Davis hace referencia al contexto estadounidense, pero la prisión no deja de funcionar ideológicamente como un sitio abstracto en el que son depositados los indeseables en Colombia también. El individuo proveniente de una realidad que sea ajena a las realidades aceptadas políticamente y por la mayoría es más susceptible a ser criminalizado y castigado porque al estar excluido o alejado de ciertas instituciones disciplinarias, es más probable que sus percepciones y comportamientos sean distintos y que desconozca o desprecie las reglas y normas que a) constituyen la ―normalidad‖ y que b) constituyen la ley. En este sentido, la (re)-territorialización recae generalmente sobre individuos que son identificados como anormales, desadaptados, criminales. Esta identificación, además, generalmente es aplicada a los grupos más marginados de la sociedad: Desde Nueva York, la doctrina de la ―tolerancia cero‖, instrumento de legitimación de la gestión policial y judicial de la pobreza que molesta—la que se ve, la que provoca incidentes y desagrados en el espacio público y alimenta por lo tanto un sentimiento difuso de inseguridad e incluso, simplemente, de malestar tenaz e incongruencia—, se propagó a través del Planeta a una velocidad fulminante. Y con ella la retórica militar de la ―guerra‖ al crimen y de la ―reconquista‖ del espacio público, que asimila a los delincuentes (reales o imaginarios), los sin techo, los mendigos y otros marginales a invasores extranjeros—lo cual facilita la amalgama con la inmigración, que siempre da réditos electorales--; en otras 44 Traducción mía de: ―We thus think about imprisonment as a fate reserved for others, a fate reserved for the ―evildoers,‖ to use a term recently popularized by George W. Bush. Because of the persistent power of racism, ―criminals and ―evildoers‖ are, in the collective imagination, as people of color. The prison therefore functions ideologically as an abstract site into which undesirables are deposited, relieving us of the responsibility to thinking about the real issues afflicting those communities from which prisoners are drawn in such disproportionate numbers. This is the ideological work that the prison performs—it relieves us of the responsibility of seriously engaging with the problems of our society, especially those produced by racism and, increasingly, global capitalism (Davis, 2003: 16). 63 palabras, a elementos alógenos que es imperativo evacuar del cuerpo social (Waqcuant, 2010: 38). Vemos, pues, que la (re)-territorialización del interno inicia por medio de la criminalización del individuo a partir de su identidad, generalmente marginalizada. La (re)territorialización en cuanto a identidad funciona al crear una enemistad entre el individuo criminalizado y el resto de la sociedad. Sobre esta base, la (re)-territorialización recae sobre identidades etiquetadas como anómalas o inútiles, lo cual se define a partir de la percepción de la mayoría, la que está condicionada—―territorializada‖—por unas percepciones dominantes que, como lo sugiere Foucault, están condicionadas por la industria. Como consecuencia, la (re)-territorialización se convierte, como lo indica Waqcuant, en un imperativo para evacuar las anormalidades del cuerpo social. Así mismo, el que es identificado y juzgado como criminal puede ser sentenciado al espacio penitenciario en aras de evacuarlo del cuerpo social y, a partir de los espacios y las ideologías disciplinarias propiamente punitivas, ejercer sobre él una transformación que lo vuelva útil, tal y como vimos en los dos puntos anteriores. 64 Capítulo 4 Las dinámicas de la (re)-territorialización en Colombia: hacinamiento, derechos olvidados y “seguridad” para todos La dinámica real de las prisiones en Colombia evidentemente se diferencia de la realidad de las prisiones norteamericanas y europeas. La mayor parte de esta investigación, hasta el momento, ha constituido el estudio de literatura mayoritariamente extranjera. Aunque las dinámicas tienen elementos universales que con facilidad aplican a sistemas de cualquier parte del mundo, las referencias específicas son de países como Francia, Estados Unidos y Alemania, cuya cultura, gobierno, sistema legal y criminalidad son distintos. Pero si la información sobre el tema en general está relativamente limitada, lo es todavía más en relación con las prisiones colombianas. No obstante, a partir de la información existente es posible hacer un análisis sobre el tema propuesto en esta investigación y las prisiones en Colombia. En este capítulo se van a considerar tres puntos de suma importancia: 1) Se analiza la historiografía de la prisión en Colombia en relación con el tema de reterritorialización. Se examina además el desarrollo del sistema carcelario y la pena privativa de libertad en Colombia en función de determinados proyectos políticos. 2) Se estudia la situación actual del sistema carcelario y penitenciario colombiano y su relación con el conflicto y con los proyectos neoliberales. 3) Se examina el estado actual del sistema carcelario y penitenciario colombiano a través de estadísticas disponibles sobre cifras en cuanto a número de internos, criminalidad y ―sectores- blancos‖ de la persecución penal. Todo esto en relación con la función (re)territorializadora de la prisión. También se examinarán brevemente las políticas de tipo mano dura que se implementan como medidas para reducir las tasas de criminalidad y cómo esto termina dirigiéndose a ciertas poblaciones marginadas y desdeñando los problemas reales de los que surge la criminalidad. Esto tiene relación especialmente con lo que hemos visto sobre las identidades anómalas no reconocidas políticamente. 65 4.1. Historia de la prisión en Colombia El sistema carcelario surgió progresivamente en Colombia a partir del siglo XIX tras una historia punitiva basada en los castigos físicos—muerte, azotes, vergüenza pública, destierro y penas que afectaban el patrimonio económico—, implementados bajo el Imperio español. Durante el siglo XIX se desarrolló un nuevo sistema judicial de corte republicano que generalizaba la cárcel como forma esencial de castigo para el delito (Márquez, 2013: 103). El sistema, al comienzo, fue criticado por las condiciones inseguras e inhumanas, y porque ―los legisladores expresaron el interés del gobierno por hacer del castigo un instrumento intimidatorio y ejemplarizante, al más claro estilo colonial, que interiorizara en la población el supremo respeto a la ley y la punición a quien se atreviera a quebrantarla‖ (Ibid). En la década de los 30 del siglo XIX, se organizó el sistema penitenciario y carcelario en torno al ordenamiento jurídico republicano y se construyó una red carcelaria en todo el país. A partir de 1837 los sistemas penal y penitenciario se fundieron en un solo organismo punitivo, acompañado por un nuevo código penal que complementaba jurídicamente la política criminal que le interesaba impulsar al régimen republicano de la época (Márquez, 2013: 104). La pena privativa de libertad en Colombia nació, pues, dentro de un contexto de cambios políticos importantes. Asimismo, fue el régimen republicano el que implementó esta forma de pena en respuesta a unas nuevas políticas criminales. El sistema republicano creó un sistema penitenciario dependiente del poder ejecutivo y conectado con la administración de la justicia. Esto consistía en una serie de distritos penales conformados por centros de reclusión diseñados para atender las necesidades penales locales, cantonales y regionales, pero las instituciones presentaban graves complicaciones desde un inicio, caracterizadas por la inseguridad y las condiciones infrahumanas (Márquez, 2013: 104): Abolida la bárbara pena de muerte preciso e indispensable fue que para los delitos atroces se impusiera una pena severa i que no tuviera los inconvenientes que aquella, i nuestros legisladores, siguiendo el ejemplo de naciones más adelantadas en civilización que la nuestra, adoptaron la de aislamiento, pena menos bárbara pero más cruel que la muerte. Condenar a un individuo por tres, cuatro i hasta por cinco años a la inacción i mudez, a la privación del agua para baños generales, elemento indispensable para todo ser viviente, es condenarlo a una muerte lenta, es condenarlo a la desesperación, cuyo resultado con mucha frecuencia, es la enajenación mental (Archivo histórico de Cartagena, 1858: 1346). Durante la primera mitad del siglo XIX existieron en Colombia dos modelos punitivos y jurídicos: el modelo heredado de la Colonia, que operaba con el encierro de 66 explotación del trabajo forzado, y el de la institución prevista para el trabajo público, propio de la visión decimonónica disciplinadora de la cárcel moderna (Melossi & Pavarini, 1985). Este rigió a partir de 1837 (Aguilera, 2001: 9). El sistema carcelario sufrió una reestructuración durante las reformas liberales, como resultado de las críticas liberales a las condiciones inhumanas que se vivían en dichas instituciones en la época. Se introdujo, pues, la penitenciaría con la visión de implementar un nuevo sistema carcelario que fuera más seguro y humano y consistía en un trato institucional de los internos. Sin embargo, se siguió criticando ―la inadecuada mezcla de criminales [en] la cárcel por asuntos no delictivos propiamente, como contravenciones, deudas, vagancia, etc.‖ (Márquez, 2013: 105). La institución punitiva que caracteriza la segunda mitad del siglo XIX promovía el presidio de trabajo en obras públicas. Este modelo estaba influenciado por el modelo de prisión-fábrica norteamericano y europeo, donde el trabajo se dirigía al beneficio del sistema productivo, aunque en Colombia se distinguía un sistema que insistía más en el trabajo en obras públicas, lo cual reflejaba una costumbre punitiva de tradición hispana (Tomás y Valiente, 1992: 355). De hecho, en 1871 se expidió en el Estado Soberano de Antioquia la ley 200 para crear la colonia penal como una nueva forma carcelaria y se experimentó su funcionalidad para conquistar territorios no colonizados (Campuzano, 2000: 99). Esto se hizo mediante la construcción de un ferrocarril con el trabajo de presidiarios: ―(…) la utilización de la mano de obra de la colonia hizo que los presos se convirtieran en una cuota que abarató los costos y suplió en parte las dificultades de contratación de los peones asalariados de la empresa (…)‖ (Campuzano, 2000: 99). En esta época, además de usar a los presidiarios como mano de obra barata, se destacaba una serie de denuncias sobre las condiciones precarias de las cárceles, subrayando en especial sus condiciones físicas (falta de seguridad, mal estado en general) y la falta de recursos para mantener a los presidiarios: ―(…) como la autoridad judicial no los declara pobres de solemnidad i con derecho a ser racionados por el estado sino cuando son llamados a juicio, (…) se han visto expuestos a morir de hambre, si la caridad no hubiese acudido a su socorro‖ (Biblioteca Bartolomé Calvo, 1871: 136). El sistema carcelario, aunque adopta algunas características de los modelos europeos y norteamericanos, difiere en que el trabajo carcelario colombiano estuvo dirigido menos al beneficio del sistema de producción y más al proyecto estatal. En el caso colombiano las obras públicas predominaron porque el poco desarrollo manufacturero e industrial en el país no requirió la misma modalidad de trabajo que se dio en otras partes (Márquez, 2013: 109). 67 Asimismo, el trabajo dirigido al proyecto estatal tiene un doble origen: el precedente colonial heredado por la España del antiguo régimen y el ejemplo europeo-norteamericano (Ibid). A diferencia de los sistemas europeo-norteamericanos, el sistema carcelario colombiano manifestó ciertas deficiencias en cuanto a financiación y organización, que reflejaban la dificultad para un Estado republicano que ―carecía de un sistema regular de rentas que le permitiera asistir a una población carcelaria en sus necesidades mínimas‖ (Márquez, 2013: 110). Además, la institución penitenciaria y carcelaria a finales del siglo XIX se utilizó como instrumento de represión política durante la Guerra de los Mil Días, sometiendo a la oposición por parte del régimen de la Regeneración y promoviendo una visión del sistema punitivo violento e irrespetuosos de la condición de los penados (tortura, muerte) (Márquez, 2013: 110). En resumen, el sistema carcelario colombiano nace dentro de una época de cambios políticos y parece modificarse junto con dichos cambios, reflejando las instancias políticas de cada momento. De este modo, su uso refleja, en diferentes momentos dados, diferentes proyectos políticos. A pesar de las diferencias marcadas entre el sistema punitivo colombiano y el europeo-norteamericano, existen importantes similitudes de fondo. En primer lugar, se adoptó y se generalizó la pena privativa de libertad en la República, erradicando, eventualmente, las penas-suplicios. Esto constituyó un proceso similar al que se desarrolló en Europa y América del Norte, aunque en Colombia sufrió modificaciones basadas en las dinámicas financieras y organizativas del país. En segundo lugar, se previó la institución para el trabajo público, visión propia de la decimonónica disciplinadora de la cárcel moderna. Asimismo, se intenta aplicar la modalidad disciplinaria abordada por Foucault dentro del contexto colombiano, el cual, como es de suponer, se modifica y sufre transformaciones basadas en el contexto político-social y económico del país. Por último, se observa en todo esto una correlación entre proyectos políticos (republicanos, federales, liberales, conflicto, etc.) y el uso de la prisión, ya sea como espacio para la represión política, el control social basado en las ideas de la Iglesia católica (Márquez, 2013: 108) o como instrumento estatal, bajo la forma de mano de obra barata, para la compleción de obras públicas. En todo esto existe un trasfondo re-territorializador, como el que hemos estado estudiando, pues la prisión en Colombia, históricamente, era usada en función del poder—su reactivación—y mediante la instrumentalización de los penados—su utilidad y su re-territorialización. Entonces el sistema carcelario colombiano puede ser analizado como una forma de sistema disciplinario heredado del modelo europeo-norteamericano, pero transformado y adaptado al contexto nacional. Asimismo, el sistema punitivo colombiano mantiene ciertas bases teóricas del 68 sistema europeo-norteamericano mientras que las mismas son modificadas debido al contexto político-económico local que no le permite superar obstáculos de financiación y hacinamiento. 4.2. Dinámicas de re-territorialización en Colombia Las dinámicas de re-territorialización en las prisiones colombianas se reflejan en una serie de factores que se analizan a continuación. Entre ellos se incluyen proyectos político-sociales, económicos y militares. De hecho, las dinámicas de re-territorialización de los internos en Colombia refleja una compleja combinación de factores. La ley 65 de 1993 (Código Penitenciario y Carcelario) contiene un llamado régimen disciplinario carcelario y penitenciario que profundiza y consolida la militarización del sistema carcelario y penitenciario en Colombia (Restrepo, 2000: 132). Dicha militarización consiste en una serie de cuestionamientos al sistema penitenciario y carcelario colombiano, entre otros: La normatividad propia del sistema carcelario y penitenciario, como política criminal del Estado, resulta de la improvisación y el afán de resolver por la vía legislativa la crisis estructural que padece el sistema penal en Colombia. El artículo 31 del código autoriza el ingreso de la fuerza pública a los centros de reclusión. Así mismo, ésta puede realizar la vigilancia carcelaria en circunstancias excepcionales. Adicionalmente, la administración de los centros carcelarios bajo criterios policivos y militares impone un modelo autoritario que afecta los derechos fundamentales de la población reclusa. La figura de los ―Estados de emergencia carcelaria‖, estipulada en el artículo 168, replica los ―estados de excepción‖ que provocan una profundización de la crisis y el incremento de la violación de los derechos humanos: ―Los estados de excepción históricamente han sido instrumentalizados y convertidos en el vehículo para desconocer las garantías que consagra la Carta Constitucional y tirar a la hoguera de la ignominia el mentado Estado Social de Derecho‖ (Restrepo, 2000: 134). La ley 65 de 1993 facultó a los funcionarios judiciales y al director general del INPEC para disponer como sitios de reclusión lugares ―especiales‖, en condiciones y bajo circunstancias que van en contravía al derecho internacional humanitario y las normas 69 internacionales de derechos humanos. Esto demuestra la ―judicialización de la guerra‖ y la ―guerrerización‖ del sistema carcelario y penitenciario, ―en claro deterioro de los principios que gobiernan un Estado de Derecho‖ (Restrepo, 2000: 135). Dichos factores indican que lo que sucede en realidad con el sistema carcelario y penitenciario en Colombia es que se instrumentaliza según ciertas necesidades, intereses y frente a ciertas deficiencias. Al respecto, la legislación se convierte en un instrumento para manipular la normatividad a favor de dichos intereses, en este caso, a favor de la “judicialización de la guerra” y la “guerrerización” del sistema carcelario. Esta modalidad impone un falso concepto de seguridad social y estatal: Cuando la seguridad pasa a ser una cantilena que, como tal, se repite en labios de una considerable franja poblacional, pasa a convertirse en una no despreciable posibilidad política. Cuando no parece posible o no se sabe o no se logra hallar soluciones a las desigualdades sociales creadas por una economía de beneficio selectivo, o generar trabajo, el tema se elabora y enlista en la perpetuación de la situación y del sistema, lo que asegura su retroalimentación. Pasa a ser un instrumento básico de los que se vale el Estado para implementar y perpetuar el modelo político-económico elegido. […] De ese modo, las disfunciones estructurales continuarán su preciso destino: hacia la inclusión de unos y la exclusión de otros (Neuman, 2001: 75). Asimismo, la instrumentalización de las normas no se limita a la guerra que vive Colombia sino que se extiende a los sectores político-económicos: El neoliberalismo económico funge en los días que corren como capitalismo transnacional […] el planeta se convierte en un enorme mercado que deviene al servicio del capital, y el Estado, que ha sido naturalmente el representante de la colectividad y su principal agente de servicios públicos al delegarlos mediante privatizaciones que incluyen formas de control social, deja de ser responsable frente a la sociedad. Los parámetros […] marcan intereses privados que, por su parte, encaran luchas y competencia por le hegemonía (Neuman, 2001: 25). Modelos de racionalidad como los anteriormente mencionados— incluidos el militar y el neoliberal— se relacionan con el sistema carcelario y penitenciario en que ambas racionalidades inunden las leyes, tal como vimos en los ejemplos anteriores, y porque al hacerlo, favorecen la criminalización y punición de ciertos sectores. Este fenómeno, como ya hemos visto, no es nuevo, sino que está ligado ―dentro del andamiaje histórico, a la administración y creación de riquezas en beneficio de unos pocos‖ (Neuman, 2001: 76). Ya analizamos los castigos-suplicios como una forma de reactivar el poder del soberano sobre el cuerpo del condenado, en beneficio de la soberanía del monarca. También vimos que al transformarse las formas de poder tras la Revolución francesa, la clase burguesa modificó las 70 políticas criminales, las formas de castigo y el tipo de crimen objeto de la persecución judicial. Asimismo, se reactivaba su poder sobre un nuevo tipo de criminalidad que surgió frente a las adversidades de la época. En este momento, la punición y criminalización de la pobreza ―sirve para asegurar el desarrollo en paz del sistema neoliberal posindustrial o, en otras palabras, para disciplinar y controlar a los marginados y excluidos, frente a la imposibilidad de gobernar sobre sus carencias y hallar la solución del problema de sus vidas‖ (Neuman, 2001: 76). Particularmente en Colombia, esta dinámica de criminalización y punición de la pobreza se complica y se entrelaza con el tema del conflicto. La situación carcelaria actual refleja no sólo la implementación de unos paradigmas político-económicos (neoliberalismo y capitalismo) en el sistema punitivo, sino también unas crisis político-sociales muy particulares al país y profundamente arraigados. Estas mismas crisis influencian las tasas de criminalidad a la vez que las crisis no son tratadas ni resueltas con eficiencia: La cárcel asume una doble función en este proceso. Por un lado, contribuye a invisibilizar—o desaparecer—los problemas de desigualdad social e inequidad estructural engendrados por el sistema capitalista moderno/colonial y, por otro lado, establece una frontera simbólica y física que excluye con el confinamiento carcelario a las poblaciones marginadas, con el propósito de salvaguardar los privilegios de los sectores sociales dominantes, que se autorrepresentan como una categoría de ―ciudadanos de bien‖ (Bello, 2013: 208). El sistema carcelario colombiano se convierte, pues, en una solución tipo ―curita‖ que tapa temporalmente los problemas existentes en el país a la vez que reactiva y asegura la preservación de determinados proyectos políticos y económicos. Los internos, lejos o no de ser inocentes de los actos por los cuales son acusados, reflejan toda esta dinámica porque encarnan una identidad enemistada por una política criminal y distanciada de dichos proyectos políticos y económicos. Estos sujetos son, además, re-territorializados porque el poder de castigar mantiene cierta arbitrariedad sobre ellos que contraría los mecanismos internacionales para la protección de los derechos de los internos y de ex actores armados. 4.3. Seguridad y prisión: identidad, criminalidad y la mano dura Uno de los primeros problemas que se notan cuando se comienza a estudiar las prisiones colombianas es el problema del hacinamiento. A diferencia de las prisiones estadounidenses, las prisiones colombianas se ven desordenadas, sucias, abandonadas y 71 demasiado llenas. Las prisiones colombianas tienen cupo para un total de 76.000 personas, mientras que actualmente tienen más de 117.400 (Pirry, 2014) 45 . Además, mientras que Colombia enfrenta serios problemas de índole política, económica y social, la población de sus prisiones incrementa. Entonces, la (re)-territorialización de la población interna en Colombia puede analizarse, como se abordó anteriormente, a partir de las políticas de seguridad implementadas para promover un mayor control sobre la seguridad en el país y que buscan suprimir la delincuencia y el crimen que surgen a causa de problemas más profundos y más arraigados. A primera vista, parece que en Colombia se reactiva un poder estatal en los espacios penitenciarios y sobre los internos que, en vez de buscar soluciones reales a los problemas que causan la delincuencia—como el desempleo permanente, la desigualdad económica, la marginación urbana, la violencia y la segregación cultural, la precarización del trabajo, la inseguridad social, la estigmatización, etc.—utiliza las reformas penales y penitenciarias para poder caerle con mano dura a los individuos y colectividades que son percibidos como una amenaza al ―orden‖ que intentan imponer las formas de autoridad. Según el documental ―Cárceles al desnudo‖, presentado en el canal RCN en el 2014, el hacinamiento en las prisiones incrementó alrededor del año 2011 con la implementación de la ley 1453 de seguridad ciudadana, la cual elevó a la categoría de delito conductas que anteriormente eran consideradas como contravención. Esta ley fue promulgada con la ―finalidad [de] aumentar el control sobre la seguridad y mesurar los índices de criminalidad en las ciudades, además de prevenir el terrorismo, entre otros‖ (Arbeláez & Rodríguez, 2012: 6). La pretensión de aumentar la seguridad de un país criminalizando a un mayor número de personas por una cantidad más diversa de conductas suena, desde un principio, ilógico y arbitrario. Pero esto es sólo un ejemplo de lo que puede ser la arbitrariedad en la aplicación del castigo: La cárcel, la prisión, el establecimiento penitenciario, sugieren a la sociedad encierro, confinamiento, corrección, disciplina, normalización del cuerpo y de la conducta de aquellos que, por alguna u otra razón, han transgredido lo que el sistema jurídico de un Estado ha tipificado como delito. Aquella persona que transgrede, dolosa o culposamente, el pacto social mediante una conducta punible, dañando así a sus semejantes, quebrantando el equilibrio social, queda sujeta a un juicio de reproche que le hará la sociedad y el Estado (Arbeláez & Rodríguez, 2012: 6). 45 Según el ―Informe estadístico enero 2015‖ del INPEC, había, en ese mismo mes un total de 116.760 internos en todo el país. Los números pueden cambiar de manera constante, pero el rango es similar al que se menciona en otras fuentes, como la citada. 72 Hay dos puntos que interesa resaltar de la cita anterior. El primero es que se identifica al Estado como el que tipifica el delito. El segundo, es la alusión al pacto social que se ―transgrede‖ y el equilibrio social que se quebranta. Esto ratifica dos cosas que ya abordamos con la interpretación de Foucault: 1) las formas de poder son los que ―tipifican‖ el delito, es decir, definen lo que es castigable y 2) el delincuente es convertido en enemigo común al decirse que rompe el pacto social o quebranta el equilibrio. Es decir, el delincuente perturba el orden social que es, a la vez, definido por el Estado y por la mayoría (―la sociedad‖). En principio, castigar a alguien que quebranta el equilibrio social y transgrede el pacto social suena lógico, pero si miramos los índices en Colombia de pobreza, desempleo, marginación urbana, segregación cultural, desempleo permanente, entre otras cosas, veremos que el tal equilibrio social no existe, y ese pacto social del que se habla no parece amparar a toda la población. Según estudios, de los aproximadamente 47.1 millones (en 2014) de personas que viven en Colombia, 23 millones son pobres y 6 millones viven en extrema pobreza (Corbett, 2014). En otras palabras, aproximadamente la mitad de la población es pobre y una séptima parte son extremadamente pobres46. Mientras que la tasas de pobreza solas no comprueban la existencia de un ―pacto social‖ inequitativo y excluyente, los índices relacionados pueden aclarar algunas convergencias. En primer lugar, las condiciones socioeconómicas familiares son un buen indicio del logro académico de los estudiantes (Sánchez & Otero, 2008: 1). Por medio del estudio de la relación entre estrato social y acceso a la educación (sinónimo de una mejoría en las oportunidades y el estilo de vida), se han establecido conexiones importantes entre la pobreza y la reproducción de la desigualdad en Colombia: Estos resultados preliminares parecen señalar que la educación secundaria y superior en Colombia no está contribuyendo a reducir las diferencias socio-económicas de los estudiantes, sino que, por el contrario, ayudan a acentuarlas. Es decir, las características socioeconómicas de la familia siguen siendo un determinante clave del rendimiento académico del estudiante y del ingreso esperado que tendrá en su vida adulta, lo que termina por convertirse en un círculo vicioso de reproducción de las desigualdades sociales (Sánchez & Otero, 2008: 4). La pobreza y el inadecuado acceso a la educación son apenas dos de los múltiples indicadores de la falta de equilibrio social existente en Colombia. Hay numerosos estudios que demuestran su correlación con las tasas de criminalidad. De hecho, los patrones 46 La definición de ―pobreza‖ está calculada según el valor de lo que se necesita para sostener a un adulto, convertido en dólares. En 2014, según el DANE, la cantidad de dinero con la cual una persona en Colombia sería considerada pobre era de COP $208,404 ($105 dólares estadounidenses en ese momento) (Corbett, 2014). 73 internacionales muestran una clara relación entre pobreza, criminalidad y el clima político de un país o región: ―la desigualdad pareciera afectar el crecimiento y favorecer la tasa de criminalidad, aproximada en la tasa de homicidios. La pobreza interactuando junto con la desigualdad y el tráfico de drogas explican las tasas de criminalidad en uno de los estudios‖ (Rocha & Martínez, 2003: 3). Incluso, la existencia de lo que hemos llamado territorialidades parciales ilegales (bandas criminales, pandillas, guerrilla, ―traquetos‖, etc.), es decir, sectores con valores considerados criminales por la mayoría, ha sido atribuida, en gran parte, a la marginación y exclusión social, política y económica. Además, se han analizado dichos fenómenos como una especie de respuesta colectiva organizada que funciona como un mecanismo de supervivencia y un medio para satisfacer las necesidades y anhelos de los miembros (Bello, 2013: 210). Particularmente en el caso de Colombia, sería negligente ignorar que el conflicto armado colombiano y el clima político en general (a menudo marcado por las polarizaciones político-sociales) se dan a raíz de ciertas desigualdades socio-económicas e inconformidades con las políticas nacionales existentes. Cárceles como la Modelo, en Bogotá, entre otras, están pobladas de ex actores armados, cuyos principios y valores difieren muy claramente de los de la mayoría: Estas estrategias de supervivencia, así como sus cuerpos marcados por la dominación de clase y sus disposiciones agresivas son demonizadas por los medios de comunicación y el sistema penal de justicia. Estos lugares no analizan la posición de vulnerabilidad social de estos hombres, ni su invisibilidad para las políticas públicas ni para el mercado de trabajo, sino que transmutan los síntomas de su exclusión en la imagen de un ―sujeto peligroso‖ que no es tratado a través de políticas sociales y preventivas, sino con la policía, la cárcel e incluso la muerte (Bello, 2013: 210). De hecho, la propaganda de guerra, caracterizada por la deshumanización y demonización del otro, ha sido una de las armas principales con las que se ha contado, a lo largo de la historia, para incitar el odio del público hacia un enemigo común y así contar con su apoyo para ―atacar‖ (Chóliz, 2003: 1). De tal manera las ―guerras contra el crimen‖ y las ―guerras contra el terrorismo‖ son libradas. La enajenación del otro es un factor clave en todo el proceso punitivo y parece justificar y explicar el trato inhumano, legitimado por la mayoría, hacia los ―anormales‖: Para los serbios, los musulmanes ya no son seres humanos… estando unos prisioneros musulmanes acostados en filas en el suelo en espera de sus interrogatorios, un guardián serbio condujo su furgoneta sobre sus cuerpos. […] La moraleja que podemos deducir de las historias de Rieff es que los asesinos y violadores serbios no piensan que violan los derechos humanos. 74 Pues no cometen estas acciones contra otros seres humanos sino contra musulmanes. No son inhumanos, sino que discriminan entre los verdaderos humanos y los seudo-humanos. […] Como los serbios, Thomas Jefferson no pensaba que violaba los derechos humanos (Rorty, 1995: 1). La enajenación y deshumanización de un musulmán de parte de un serbio tiene el mismo trasfondo que la que justificaba la esclavización de los negros, el holocausto de los judíos y otras formas de violación a los derechos humanos. Del mismo modo son enajenados, criminalizados y de cierto modo deshumanizados ciertos colectivos, justificando el castigarlos con medidas consideradas crueles, incluso por la mayoría que apoya dichos castigos47. Como consecuencia, la implementación de políticas de seguridad de tipo ―mano dura‖, como la de Seguridad Ciudadana y la de Seguridad Democrática, demuestran una evidente ineficiencia en las capacidades del Estado para establecer un verdadero equilibrio en el orden social que permita erradicar la delincuencia en vez de suprimirla con el uso de la violencia física o la fuerza legal. El uso de tales fuerzas no hace sino evidenciar la existencia de un juego de fuerzas que se da entre los grupos marginados y las formas del poder: […] el objeto de la política de criminalización de la pobreza y el encarcelamiento en el marco del neoliberalismo, no es el cuerpo del ―hombre-joven-marginado‖, sino los cuerpos colonizados en el cruce de matrices interseccionales de dominación. […] la criminalización y encierro de la pobreza no se ejecuta sobre un conjunto homogéneo de sujetos marginados. Si bien existen condiciones materiales de existencia relativamente comunes entre éstos debido a la selectividad del aparato penal, sus posiciones, sus historias y autorepresentaciones en las matrices de opresión son heterogéneas. En ese sentido, concluyo que la criminalización opera no sólo como una tecnología de control de las clases empobrecidas, sino que es un campo de articulación de múltiples tecnologías de gobierno que se dirigen a un conjunto de poblaciones diferenciadas y subalternas (Bello, 2013: 37). Asimismo, las identidades marginadas, como se estudió en el segundo capítulo, no son homogéneas sino que la anomalía está compuesta por una heterogeneidad de identidades subalternas con distintas características y comúnmente basadas en experiencias vividas en 47 Jeisson Bello incluso habla de la racialización invisibilizada de las personas encarceladas, basado en la falsa premisa de que Colombia es un país mestizo e igualitario: ―El racismo local se caracteriza por su forma cotidiana regida por la integración y la dominación, y no tanto por la segregación y la penalización. En la medida que éste racismo no ha adquirido formas institucionales segregacionistas, ha tendido a ser negado como constituyente de la sociedad colombiana y de su ficción como nación mestiza igualitaria. En la cárcel distrital no se observan prácticas de segregación racial como las que se acostumbra a ver en los documentales televisados sobre las prisiones-gueto en los Estados Unidos; bajo una lógica situada, la administración carcelaria, policiva y judicial de las personas racializadas, se escuda tras un manto discursivo de mestizaje donde ―todos son apreciados como iguales‖, pero en la práctica se efectúan diferenciaciones materiales racializadas y racistas‖ (Bello, 2013: 56). De este modo, y aunque no es el enfoque principal de este trabajo, se puede observar incluso que el sistema punitivo colombiano comparte a) ciertos rasgos con el de Norteamérica (similares pero no idénticos) y, b) ciertos rasgos con los principios de ―propaganda de guerra‖ o deshumanización del otro. 75 común o miserias compartidas. Más específicamente, puede haber convergencias entre identidades culturales (de raza, etnia, religión, género y orientación sexual) no protegidas por las políticas diferenciales (como personas con rasgos fenotípicos negros o indígenas pero que no hacen parte de las comunidades protegidas), la pobreza y la enajenación. Adicionalmente, estas identidades, como ya discutimos, son difusas y a veces difíciles de definir en sentido estricto, especialmente gracias a la ficción que muestra una Colombia mestiza e igualitaria: […] el racismo, el clasismo y el sexismo, entre otras matrices de dominación se constituyen mutuamente y se viven de forma simultánea en la experiencia incorporada a través de las trayectorias sociales. En la sociedad de clases, las diferencias de sexo y las diferencias de raza, construidas ideológicamente como ―hechos‖ biológicos significativos, son utilizadas para naturalizar y reproducir las desigualdades de clase. […] En consecuencia, la criminalización de la pobreza no sólo instaura un modelo de ―dictadura sobre los pobres‖ que refuerza las brechas de clase, sino que […] ―los regímenes de punición son constituidos de forma indivisible por el capitalismo global, los patriarcados dominantes y subordinados, y las ideologías racializadas neocoloniales‖ (Bello, 2013: 56). Sobre esta premisa, las prácticas patriarcales, neocoloniales y el capitalismo global están entre las instancias que hoy en día caracterizan las políticas penales y el sistema punitivo. En la introducción había surgido la siguiente cuestión: si en EE.UU el racismo histórico hacia la población afro se sigue manifestando en el sistema punitivo, es posible que haya características políticas y socio-históricas que se evidencien también en el sistema colombiano. Asimismo, es evidente la persistencia de ciertos esquemas histórico-políticos que caracterizaban la organización socio-política de Colombia en anteriores siglos y esto se demuestra en las formas de administrar la justicia. Si bien hay diferencias importantes entre los sistemas carcelarios colombiano, europeo y norteamericano, sigue siendo posible resaltar unas bases muy similares, especialmente en cuanto a la criminalización general de la pobreza—sea personificada por los afroamericanos, los inmigrantes en Europa o las poblaciones mestizas colombianas—, la implementación de un sistema neoliberal que pone en detrimento los derechos humanos de los internos sin resolver los problemas de fondo que influencian las tasas de criminalidad y la intención de reactivar y reproducir las formas del poder. Las prisiones en Colombia son, pues, un claro ejemplo de cómo las formas de castigo modernas siguen constituyendo, a su manera, una reactivación de las formas de poder. En Colombia, políticas opresoras como las de Seguridad Ciudadana y Seguridad Democrática legitiman el uso de una fuerza física sobre los grupos menos reconocidos y más excluidos del país. La adopción de una Constitución llena de mecanismos que favorecen la protección de 76 los derechos fundamentales de todos los colombianos en 1991 aún se da en medio de la paradoja entre Derechos Humanos y prácticas políticas y económicas basadas en el capitalismo y el neoliberalismo. La (re)-territorialización en Colombia se evidencia, en una primera instancia, como el derecho de las autoridades colombianas a privar de sus derechos fundamentales—derechos que incluyen la libertad, la alimentación, al trabajo, a la familia, a una educación digna, a una vivienda digna, y a una vida digna, entre otros—a una numerosa y diversa población de individuos, todos los cuales son señalados por igual como ―delincuentes‖. Esta privación no se legitima en cualquier contexto, sino en el mismo que manifiesta con empeño, tanto dentro de la Constitución colombiana como por medio de tratados internacionales, la importancia de tales derechos y su universalidad. La (re)territorialización en Colombia es, entonces, la reactivación de un poder que puede quitarle los mismos derechos que están postulados en la constitución que lo limita. 77 Conclusiones A partir de la Revolución Francesa los sistemas punitivos cambian su forma, evolucionándose en unos aparatos re-territorializadores basados en la discreción en los castigos, la criminalización de lo anómalo y la reactivación de un poder movido por las estructuras socio-económicas capitalistas y neoliberales. Esta forma de re-territorialización emerge desde los cambios en las formas del poder que marcaron el rumbo hacia la modernidad: el paso de una sociedad religiosa, con una estructura socio-política monárquica a una sociedad marcada por los paradigmas científico-psicológicos y cuya estructura política está regida, en esencia, por las clases comerciales que descienden de la burguesía. Este fenómeno se da, si no a nivel mundial, sí de manera más o menos generalizada en los países occidentalizados. El sistema punitivo colombiano hereda, de los modelos europeo y norteamericano, dicha esencia que en este trabajo ha sido abordada desde el análisis de la obra Vigilar y Castigar de Foucault. A lo largo de esta investigación he evidenciado que la re-territorialización del interno depende de un fenómeno complejo de territorialización general, marginalización y criminalización de ciertas identidades consideradas anómales e incompatibles con la idea de ciudadano ideal y el uso de los espacios que componen la prisión para actuar sobre identidades anómalas, desde las políticas dominantes. La prisión, como extensión de lo que Foucault denomina ―lo carcelario‖, actúa pues, de forma deliberada, sobre las poblaciones marginadas, buscando reafirmar y reactivar el orden dominante y las formas de poder que los sostienen. En la era de la vigilancia y el castigo, la territorialización ciudadana, la que se realiza de manera aparentemente natural, parte del uso de los espacios institucionales-disciplinares para establecer y distribuir el poder mediante el condicionamiento del comportamiento y de las percepciones de la mayoría. Este proceso—que se hace por medio de las escuelas, hospitales, psicología, trabajo, ejército, etc., según Foucault— permite que las formas de poder permeen y se arraiguen en las creencias intersubjetivas de la población mayoritaria. Mientras busca reproducirse y conservarse de esta forma, es posible identificar a los 78 individuos o colectivos que no acatan las normas implementadas o que son percibidos como una forma de resistencia o amenaza al orden establecido. Al mismo tiempo, el proceso mediante el cual se construyen identidades anómalas y criminalizadas es caracterizado por unos diálogos que sesgadamente seleccionan los criterios de reconocimiento político dignos de ser representados a nivel público. Asimismo, el no reconocimiento de otros grupos cuyos criterios culturales no son admisibles para la mayoría es perjudicial porque implica un mayor nivel de exclusión política que agudiza la marginalización y exclusión de dichos grupos. Esto los enajena más del proyecto de nación y de la imagen de ciudadano ideal sin atender a sus necesidades reales. De esta manera, la democracia termina siendo un mecanismo político mediante el cual se excluyen a ciertas minorías al permitir la protección de las identidades culturales únicamente basada en criterios que la mayoría aprecia: un marco cultural. Adicionalmente, fenómenos mediáticos como la propaganda de guerra y la deshumanización de ciertas poblaciones contribuye a una mayor estigmatización hacia ciertos grupos y busca justificar y legitimar la violencia hacia ellos. Simultáneamente, el concepto de identidad, en sí difícil de definir, deja lugar para ambigüedades, pues las generalizaciones pueden, por un lado, justificar los estereotipos y la misma tipificación que hemos venido analizando, y al mismo tiempo nos pueden ayudar a explicar fenómenos de exclusión y criminalidad en ciertos sectores con el objetivo de identificar las causas de fondo y así comprender la problemática. Sobre esta premisa, la exclusión social, política y económica de ciertos grupos explica en gran parte sus tendencias delictivas, ya sea como forma de resistencia al orden dominante, como lo propone Foucault, sea como respuesta colectiva a la exclusión, mecanismo de supervivencia o modo de subsistencia. En todo caso, las desterritorialidades y las territorialidades parciales que hemos venido definiendo como sectores cuyos valores difieren tanto de las de la mayoría que son consideradas perjudiciales, peligrosas, amenazantes, etc., influencian las percepciones y comportamientos de minorías cuyos derechos, a menudo, no están realizados por algún motivo. Resalto, nuevamente, que esto no se trata de negar la existencia de la voluntad y la libertad individual, sino de identificar factores que influencian las decisiones individuales y los procesos ético-políticos que interfieren en el proceso punitivo. Se evidencia, pues, una correlación entre identidad y castigo y una semejanza entre los métodos de castigo antiguos y los modernos: la tendencia a criminalizar a ciertos grupos marginados. Hay dos conceptos claves que permiten entender la mediación del concepto de territorio en la función de los castigos modernos: el uso ideológico de ―lo carcelario‖ aplicado a las instituciones disciplinarias y el uso y la distribución de los espacios a partir de unas 79 relaciones de dominio que permiten usar el cuerpo como territorio. La re-territorialización del interno inicia, pues, por medio de la criminalización del individuo a partir de una identidad tipificada como anómala, creando una enemistad entre el individuo y el resto de la sociedad. La re-territorialización reactiva el poder de una de dos maneras: se ejerce sobre el individuo una transformación para volverlo útil o se evacúa del cuerpo social mediante la segregación. En Colombia las dinámicas de re-territorialización comparten rasgos fundamentales con aquellos del sistema europeo-norteamericano que estudiamos principalmente a través de Foucault, aunque el sistema colombiano está también marcado por factores particulares como la herencia de tradiciones hispanas, el conflicto y la situación financiera del país. Los rasgos más importantes que comparte con el sistema europeo-norteamericano son: la adopción de la visión propia de la decimonónica disciplinadora de la cárcel moderna (del modelo que analiza Foucault) y le previsión de las instituciones carcelarias para alguna forma de utilidad (aunque la forma como tal difiere del uso que se le dio en otras partes, en relación con el contexto particular local); una correlación entre proyectos políticos y el uso que se le da al sistema carcelario y penitenciario (la manutención de un orden dominante); la manipulación de la normatividad a favor de determinados proyectos políticos (el reflejo de los valores dominantes en el derecho); la implementación de políticas de mano dura (las guerras contra la criminalidad); la criminalización generalizada de la pobreza (aunque las características de ésta difieren de las de otras regiones); y finalmente, la violación legal de derechos humanos tales como la libertad, alimentación, familia, vivienda digna, etc., dentro de un contexto más o menos globalizado que busca proteger dichos derechos. Esto último resalta la deshumanización de la población carcelaria que justifica tales formas de castigo y que, hasta ahora, ha impedido la creación de unas formas de justicias más restaurativas que castigadoras. Finalmente, Foucault refleja en esta cita lo que es de alguna manera la sociedad, sus móviles y propone una mirada crítica sobre las prisiones, se vislumbra una hermenéutica social que permite cuestionar lo que, al parecer, nadie cuestiona o, por lo menos, no de la manera que lo hace él. Siempre es posible mirar los fenómenos sociales desde otras perspectivas y poder entender las regularidades que acompañan las prácticas históricas en relación con los internos en las cárceles y su (re)-territorialización. Sin el delito que despierta en nosotros multitud de sentimientos adormecidos y de pasiones medio extinguidas, permaneceríamos mucho más tiempo en el desorden, es decir, en la atonía.‖ Puede, por lo tanto, ocurrir que el delito constituya un instrumento político que será eventualmente tan precioso para la liberación de nuestra sociedad como lo fue para la emancipación de los negros; ¿se habría realizado ésta sin él? ―El veneno, el incendio y a veces incluso la rebelión, son testimonio de las 80 ardientes miserias de la condición social.‖ ¿Los presos? La parte ―más desdichada y más oprimida de la humanidad‖ (Foucault, 2002: 270). 81 Bibliografía Aguilera, M. (2001). ―La administración de justicia en el siglo XIX‖. En: La justicia en Colombia. Revista Credencial Historia. Edición 136, Bogotá. Arbeláez, Carolina; Rodríguez, Eduardo A. (2012). Análisis de la ley 1453 del 2011 y sus posibles consecuencias frente a la sobrepoblación de centros penitenciarios. 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