E Denken Pensée Thought Mysl..., Criterios, La Habana, nº 29, 1 septiembre 2012 uropa inventa a los gitanos: El lado oscuro de la modernidad* Klaus-Michael Bogdal ¿Existe Europa o consiste ya tan sólo de los habituales restos de una fantasía de grandeza política? ¿Hay un lazo cultural que una las naciones y pueblos de este agrietado continente? Los grandes de la historia espiritual europea, desde Max Weber hasta Norbert Elias, han descrito a Europa una y otra vez como cuna de la modernidad. No como «corazón de las tinieblas», igual que los demás continentes, sino como centro energético del progreso civilizatorio. Su mirada estaba dirigida a los «grandes» fenómenos: industrialización y productividad económica, formación de estados y de naciones, ciencia y arte. Para mis investigaciones sobre la «invención” de los gitanos me guío por otra consideración de partida: ¿no se pueden obtener desde el otro lado, desde la observación de lo marginal, conocimientos esenciales sobre los desarrollos de «larga duración»? Si, como hasta ahora, hacemos entrar a los pueblos romaníes en la historia política europea sólo a partir del genocidio nacionalsocialista, se estará ocultando una historia única de seiscientos años. Sin embargo, los pueblos romaníes, que durante largo tiempo vivieron como nómadas y carecen de una escritura propia, no dejaron absolutamente ningún testimonio de sí. Por tanto, ni la tradición ni los documentos permiten escribir una * «Europa erfindet die Zigeuner: Die dunkle Seite der Moderne», Eurozine, 24 de febrero de 2012. Europa inventa a los gitanos... 483 historia de los pueblos romaníes que se pueda comparar, por ejemplo, con la de los perseguidos y desterrados hugonotes franceses. De lo que disponemos, sobre todo en forma de literatura y arte, es de las experiencias básicas que tuvo la población europea estamental y autóctona con una forma de vida extraña, percibida como amenazante. Sin embargo, sólo podemos aprehenderlas en las historias e imágenes de defensa, es decir, en forma de una «distorsión». Así pues, el punto de partida para investigar la historia de seiscientos años es cualquier cosa menos difícil, pues lo que se investiga es una apropiación cultural caracterizada por una segregación. Nos topamos casi exclusivamente con las huellas de la parte de la realidad de vida de los pueblos romaníes que ha sido representada por otros y, a partir de ellas, tenemos que inferir la parte considerada como no representable. Las representaciones culturales ajenas de los pueblos romaníes, que circulan bajo los nombres de zigeuner (gitanos), gypsies, Tatern (tártaros), tsígani, çingeneler, etc., constituyen, por consiguiente, unidades heterogéneas de identidad «tachada» y atribuciones culturales. La invención de los gitanos representa el reverso de la autoinvención del sujeto cultural europeo, que se concibe a sí mismo como portador del progreso civilizacional mundial. Los gitanos ocupan una posición única desde el principio mismo. Figuran entre los que no estuvieron ahí desde el comienzo, entre los que nadie esperaba, y por eso tienen que desaparecer de nuevo. Se los considera siniestros porque «acechan por doquier» y «van y vienen» siguiendo reglas insondables. De ahí se deriva un factor constante de la percepción y el encuentro: la ambivalencia de desprecio y fascinación. Ya desde temprano, en el tránsito de la Edad Media a la Edad Moderna, surge un fondo básico de estereotipos, imágenes, motivos, modelos de acción y leyendas. Y constantemente las imaginaciones eliminatorias se transforman en práctica política eliminatoria. Secretos del origen La aceptación de los pueblos romaníes que emigran a Europa por distintas vías alrededor de 1400, es obstaculizada por su incierta ascendencia. Mientras que en Europa los mitos nacionales originarios y fundacionales de germanos, galos, anglos y sajones, entre otros, se elaboran en detalle y pretenden certificar la llegada y toma de posesión de un territorio determinado, ya las primeras leyendas difundidas sobre los pueblos romaníes cuen- 484 Klaus-Michael Bogdal tan de un origen lejano no esclarecido y una fallida llegada. Las especulaciones sobre su genealogía conducen a una primera localización y reacción. Si fuera cierto que, como ellos mismos sostienen a veces, su supuesto origen está en «Egipto», donde dicen haber vivido en la época del nacimiento de Cristo, entonces, desde el punto de vista de los países europeos hacia los que emigraron sin que se les pidiera, tendrían que regresar al país de sus ancestros. Al origen se vincula directamente también la cuestión de la filiación religiosa, central para la época. Como los pueblos romaníes no practican dentro de su comunidad una religión cristiana institucionalizada, con congregaciones, sacerdotes e iglesias, hasta entrado el siglo XX se debaten constantemente tres variantes. La primera es que los gitanos asumieron superficial y aparentemente las distintas expresiones de la religiosidad cristiana. Se considera típicamente «gitano» —también en Martín Lutero— el múltiple bautismo fraudulento, para conseguir así regalos de padrinos y documentos. Una segunda suposición los declara espías de los turcos y los convierte así en musulmanes. En tercer lugar, se supone seriamente que practican cultos mágicos paganos o satánicos. Y que la prueba de ello sería su arte profetizador y sus prácticas curativas y para causar daño. Por la misma razón se les acusa repetidamente de canibalismo. La estructura social, percibida como muy simple, la diferenciación entre un líder destacado por medio de insignias y del vestuario, denominado casi siempre «duque» o «rey», que todavía en el siglo XV era capaz de mostrar salvoconductos y cartas de escolta otorgadas por príncipes e incluso hasta por reyes y papas, y su «pueblo», por otra parte, que por lo regular sólo abarcaba a un grupo de algunas docenas de personas, no se considera digna de ser investigada en cuanto a genealogías señoriales. Los documentos y obras literarias que cuentan de los inmigrantes, crean un espacio de desatención , de observación imprecisa y de descripción descuidada, en el que se fabrica a los extraños en vez de dar testimonio de ellos. Sin estado — sin hogar — sin lugar Aparte del origen, los problemas de una localización territorial obstaculizan desde el principio la aceptación de los romaníes. En la medida en que las escasas fuentes permiten echar una mirada, la inicial forma de vida nómada de la mayoría de los pueblos romaníes lleva a una primera identificación de los mismos —prontamente abandonada— como refugiados o peregri- Europa inventa a los gitanos... 485 nos. El establecimiento paulatino del principio territorial nacional y del pensamiento territorial subyacente tras él, iniciado en la Edad Moderna temprana, hace que el modo de vida de los pueblos romaníes parezca un acto subversivo de desintegración de los contextos sociales, jurídicos, económicos y culturales. El pensamiento territorial moderno parte de que, en primer lugar, todo lo que se encuentra en el planeta, es decir, también la tierra, se halla en una relación de propiedad y posesión. De ello se deriva, en segundo lugar, una identificación afectiva con las circunstancias geográficas, que en Alemania, desde el siglo XIX, se denominan con el concepto de «Heimat» (patria, terruño, tierra natal, hogar). Y, en tercer lugar, las atribuciones subjetivas de «propiedad» y «Heimat» tienen que ser establecidas, garantizadas, delimitadas y cartografiadas por medio de actos jurídicos y de poder. El pensamiento territorial se convierte en una idea de normalidad, que establece la forma de vida propia en términos absolutos. ¿Qué «Heimat» puede ser atribuida a los pueblos romaníes en esas condiciones, excepto la calle y los bosques y brezales aún sin colonizar, y los márgenes inhabitables de la civilización europea, los pantanos y las estepas? La imposición de una carga simbólica a la topografía europea y el reordenamiento geopolítico refuerzan la segregación de los pueblos romaníes. Aunque por lo general se mueven durante generaciones enteras dentro de un radio de límites geográficos visibles, son considerados como extraños sin lugar y sin hogar. Entre 1650 y 1750 el pensamiento territorial se transforma en terror estatal hacia los pueblos romaníes. Considerados como una «chusma sin amo», dejan de ser tolerados en la mayoría de los territorios principescos. En algunas fronteras se erigen expresamente para ellos las «tablillas de gitanos», en las que se representa con imágenes diseñadas para los analfabetos los castigos que cabía esperar: desde golpizas, pasando por marcar con hierro al rojo, hasta el suplicio de la rueda. Las exclusiones territoriales significan constante persecución y destierro. Impiden toda planificación de vida y significan de facto una disminución de la expectativa de vida debido a la pobreza, la subalimentación y los daños a la salud. En el siglo XVIII algunos estados, como España y la Austria de María Teresa y José II, tratan de imponer el principio territorial mediante los asentamientos obligatorios. Esa medida pretende impedir el modo de vida nómada e incluye, al mismo tiempo, la aceptación de la religión católica y el abandono del idioma propio, el romaní. La imagen del campamento de gitanos y de sus amenazadores habitantes se condensa como el lugar opuesto al «Heimat». Va desde el nido de 486 Klaus-Michael Bogdal ladrones en el bosque, pasando por el «kral» de los romaníes de Europa suroriental y las viviendas en cuevas de los gitanos españoles, hasta los «campamentos de gitanos» erigidos separadamente para ellos en AuschwitzBirkenau. El lugar de residencia de los pueblos romaníes no se considera ni como una esfera privada que debe respetarse ni como un bien cultural digno de ser preservado. Por el contrario, numerosas obras literarias ensalzan su destrucción como un acto civilizatorio. Fascinación: la bella gitana Entre las imágenes de más efecto se cuenta en todas las culturas europeas, sin duda, la figura de la «bella gitana». Ella no ha salido, como a menudo se supone, de las imaginaciones del romanticismo europeo y la literatura victoriana inglesa, aun cuando las Semfiras, Esmeraldas y Carmen se hayan grabado de modo más perdurable en la memoria cultural. Ya la novela de Cervantes La gitanilla, aparecida en 1613, presenta el futuro vestuario «español», el arte de cantar y bailar, así como el garbo de la femineidad desenfrenada, «salvaje». Pero lo decisivo en las historias del encuentro con las bellas gitanas es otra cosa: ni se les permite entrar en una relación familiar con los miembros masculinos de la mayoritaria población autóctona, ni abandonan por tiempo indefinido su vida nómada. Los proyectos de vida narrativos apuntan por lo regular a una muerte temprana. O mueren a manos de sus amantes celosos o se marchitan y desaparecen en la civilización, la cual experimentan como una prisión. Al igual que en los discursos exotistas y orientalistas, con los que existen sintomáticas coincidencias, la «bella gitana» sirve sobre todo como objeto del deseo sexual masculino. Sobre ella se proyectan un comportamiento de roles no burgués, una femineidad «natural», un peligroso carácter salvaje, la disposición a la promiscuidad y, por último, una y otra vez fantasías pedófilas. En la narración Chandala (1889) de August Strindberg, el protagonista masculino comenta la unión sexual con una joven «gitana», apenas salida de la edad infantil: «Había abrazado a un animal, y después del abrazo el animal lo había besado como una gata, y él se había dado la vuelta, apartándose, como si temiera que su alma encontrara en esos labios el alma de un animal, como si temiera respirar aire impuro.» Las «bellas gitanas» sorprenden con una misteriosa inaccesibilidad, incluso en los momentos de íntima proximidad, y el alejamiento hacia otro orden oculto, no civilizado, o hacia una esfera animal. Europa inventa a los gitanos... 487 Desviación social La instalación de los pueblos romaníes en la estructura social de las sociedades europeas de la Edad Moderna temprana se logra bajo una condición preñada de consecuencias: hay que negarles que constituyen un pueblo, aunque sea un pueblo pequeño. Y si no son un pueblo, entonces se los puede clasificar entre las masas de los «sin amo» colocados fuera y por debajo del orden estamental, que buscan sobrevivir mediante los trabajos ocasionales, la mendicidad y la criminalidad. Degradados a la condición de banda confundida con el ejército de pobres de los vagabundos, la «plebe apelotonada» y la «chusma sin amo», de la que hablan las fuentes contemporáneas, terminan por perder la posición privilegiada de grupo étnico. A partir de entonces su modo de vida es visto dentro del discurso sobre la desviación social y la criminalidad y, de este modo, en el contexto de un saber diferente al de la genealogía y tipología de los pueblos. Una amplia pista lleva desde la construcción «sociedades de bandidos» y las órdenes mendicantes en el Liber Vagatorum, pasando por las «listas de bandidos» y las órdenes de búsqueda y captura de fines del siglo XVIII, referidas al bandidismo y al bandolerismo, así como por los expedientes criminalísticos psicológicos de principios del siglo XIX, hasta llegar a las teorías degenerativas y la biología criminal de alrededor de 1900. En este espacio discursivo los rasgos antropológicos y las características étnicas se van reinterpretando poco a poco para formar una imagen general de un grupo criminal parasitario, de modo que, finalmente, se los considera como infractores de la ley y fuera de ésta desde que nacen. Para cada miembro de una familia romaní se elabora, en cierto sentido, un perfil criminal: tanto para las ancianas como para los hombres, las mujeres e incluso los niños. Entre las acusaciones más notorias hasta el día de hoy se encuentran, aparte del robo y el fraude, el secuestro de niños, es decir, la intromisión solapada en la genealogía familiar de la población mayoritaria. El poder interpretativo de la ciencia La antropología ilustrada y la lingüística histórica del último tercio del siglo XVIII sacan a la luz, más bien de pasada, nuevos conocimientos sobre los pueblos romaníes, que logran hacer estallar como pompas de jabón las especulaciones de la Edad Moderna temprana acerca de su origen y lenguaje. Resulta francamente sensacional el descubrimiento de un genuino 488 Klaus-Michael Bogdal «idioma gitano», que se ha de adscribir al sánscrito y que, así, indica claramente su origen en la India. Con métodos investigativos lingüísticos y sobre la base de los niveles de la lengua y de la toma de palabras de otros idiomas se pueden describir a grandes rasgos, si bien no temporalmente, por lo menos sí geográficamente, los caminos de la migración hacia Europa. La obra científica que resume estos resultados, el Ensayo histórico del modo de vida y constitución, costumbres y destino de este pueblo en Europa, junto con su origen (1783) de Heinrich Grellmann [Historischer Versuch über die Lebensart und Verfassung, Sitten und Schicksahle dieses Volkes in Europa, nebst ihrem Ursprunge] alcanza de inmediato una gran repercusión en otros países europeos y es traducida, copiada o reescrita rápidamente. Desde el punto de vista de los antropólogos ilustrados, a los «gitanos», como descendientes indios de la familia de pueblos e idiomas «indogermánicos» tendría que corresponderles en la jerarquía de los pueblos un rango superior al de una banda fuera de la ley. Sobre todo la posesión de un idioma propio, conservado durante siglos, representa un considerable capital cultural desde la perspectiva antropológica. Durante un breve periodo de pocas décadas se vislumbra en las discusiones científicas y en distintas obras del romanticismo la posibilidad de una percepción y ubicación «ilustrada» de los pueblos romaníes, que en las variantes más avanzadas es acompañada por vagas ideas de igualdad. Pero estas tendencias no logran imponerse históricamente. En las concepciones antropológicas de la época el grado de civilización de un pueblo se mide con arreglo a su capacidad de salvaguardar y explotar económicamente un territorio a largo plazo, de lograr un orden estatal institucionalizado, así como al nivel de su cultura (escrita). Mientras que en ese período los vascos —para mencionar un solo ejemplo significativo— elevan a un nuevo nivel su «política identitaria» mediante la creación de una escritura propia, entre los pueblos romaníes no existe ningún esfuerzo en esa dirección. También los pocos proyectos de asentamiento impulsados por los ilustrados y realizados por la fuerza bruta, los cuales buscaban una «elevación» del modo de vida de los pueblos romaníes al nivel de las capas bajas europeas y no una integración en condiciones de igualdad, fracasaron por distintas razones. La razón fundamental fue el intento de borrar el lenguaje oral tradicional de los «gitanos», para así impedir la posibilidad de comunicación con los otros grupos nómadas. Desde la visión de los reformadores filantrópicos, los pueblos romaníes no son capaces de aprobar el examen de civilización y, una vez más, se revelan como carentes de cultura e Europa inventa a los gitanos... 489 incapaces de desarrollarse desde todo punto de vista. A partir de entonces la devaluación y reinterpretación del conocimiento antropológico se imponen rápidamente. Esto vale también para el idioma. Como dice el filólogo y escritor alemán Gustav Freytag: es cierto que se parece al nuestro, pero se trata sólo de «un hijo venido a menos del distinguido sánscrito». Y que en su patria india, en todo caso, ellos habrían pertenecido a la casta más baja de los impuros e intocables. Nuevamente vuelven a ser considerados como natio infamata, como pueblo deshonrado, digno de desprecio, colocados al mismo nivel que los «hotentotes», «negros papúes» y «fueguinos», que la antropología había colocado bien abajo. En el último tercio del siglo XVIII, el exotismo y la falta de familiaridad retroceden ante el creciente conocimiento sobre el origen, costumbres, tradiciones y lenguaje de los pueblos romaníes. Sin embargo, este conocimiento liberado de inexactitudes y elementos no confiables, aumenta la distancia respecto de los romaníes en vez de reducirla. Destaca la otredad y trata de remontarla a diferencias civilizacionales fundamentales. El desarrollo civilizacional, entonces, se mide a partir de la distancia respecto de los pueblos romaníes. Hasta a los pueblos más atrasados de Europa Oriental los tranquiliza la comparación con los «gitanos», al saber entre ellos a un pueblo despreciado. Fascinaciones románticas La literatura del romanticismo europeo, al igual que más tarde la música y la pintura posromántica, contribuyó a popularizar la muy celebrada «alegre vida de gitano». El muchas veces musicalizado poema de Nikolaus Lenau Los tres gitanos (1838), cuyos protagonistas se pasan el día fumando, durmiendo y tocando violín, se convirtió rápidamente en el símbolo de su modo de vida. Los románticos aceptaron los resultados de la antropología ilustrada y algunos de ellos trataron incluso de aprender la lengua romaní para poder tratar «en su hábitat natural» y desprejuiciadamente a los objetos de sus añoranzas, y poder desentrañar sus secretos. Motivados por un interés propio en lo arcaico, las mitologías populares, lo misterioso y antiburgués, crearon figuras de gitanos con llamativa frecuencia y gran riqueza de variantes. Entre las más conocidas se hallan Isabel de Egipto en la noveleta de igual nombre de Achim von Arnim (1812), Meg Merrilies en la novela de Walter Scott Guy Mannering o El astrólogo (1815), Semfira en el poema de Alexander Pushkin Los gitanos (1827), Esmeralda en Nuestra 490 Klaus-Michael Bogdal Señora de París (1831) de Víctor Hugo y la Carmen de Prosper Mérimée (1845). De lo que se trata, a comienzos del siglo XIX, es de un espacio misterioso que los gitanos parecen esconder: un mundo invisible en algún lugar allá fuera en la naturaleza o en el interior de sus almas «negras»; quizás también un paraíso perdido de la moderna sociedad industrial: una isla de vida autónoma. No resulta difícil ver en la relación entre lo real y lo imaginario, entre lo banal y lo maravilloso y entre lo feo y lo bello, una afinidad con la imagen artística de sí mismos propia de los artistas románticos. A mediados del siglo XIX los artistas que se identifican con la vida gitana, o con lo que ellos consideran como tal, se llamarán a sí mismos La Bohème o bohemios. Para denominar su representación idealizadora, embellecedora, se impondrá muy pronto el concepto de «romanticismo gitano». Los escritores románticos no colocan a sus gitanos en la actualidad moderna de sus estados nacionales industrializados, sino que los hacen regresar a un escenario premoderno, como la Meg Merrilies de Walter Scott que vive en las ruinas de una antigua fortaleza escocesa. Esta contradicción parece ser productiva desde el punto de vista artístico, pues el romanticismo logra el más grande y sostenido impulso de estetización y medialización de los gitanos. En prácticamente todas las culturas europeas, suministra una innumerable cantidad de historias e imágenes acerca de un grupo arcaico, libre y, a veces, peligroso y amenazante, que vive en los márgenes y en los nichos de la moderna sociedad disciplinaria. En el transcurso del siglo XIX los gitanos se convierten en un popular objeto de entretenimiento. Son tan excesivamente «usados» y desgastados, que se produce una trivialización de las imágenes y las historias. Si se conciben esas obras como medios, hay que decir que no son capaces de comunicar el más mínimo conocimiento sobre los pueblos romaníes, sino siempre otra cosa. Por ejemplo, el romanticismo gitano es, a menudo, un medio para comunicar sobre el erotismo y la sexualidad femeninos, sobre los cuales, en el marco del decoro burgués, sólo se puede hablar de manera alusiva o se debe callar. La medialización, no obstante, libra a las obras de arte de las caracterizaciones discriminatorias contemporáneas. La estilización y la tipologización exitosas son más importantes que el contenido de realidad. Por un lado, surgen en este contexto pocas representaciones originales de gran pretensión estética; por otro, muy pronto predomina un banal romanticismo gitano pseudofolclórico, con el violinista húngaro y la bailarina andaluza de flamenco como iconos masculino y femenino respectivamente. La cons- Europa inventa a los gitanos... 491 tante repetición produce lo esperable y genera un vacío semántico. El romanticismo gitano trivial hace aparecer la realidad de la vida de los pueblos romaníes como su duplicado o la sobrescribe hasta volverla irreconocible. Si se toma la realidad como punto de referencia, puede considerarse el romanticismo gitano como una expresión del menosprecio de los pueblos romaníes mediante recursos artísticos. La etnología o la deseuropeización de los pueblos romaníes Para la floreciente etnología europea del siglo XIX, los pueblos romaníes representan un revelador objeto de investigación. Una comunidad ágrafa, que se ha opuesto exitosamente a las modernizaciones, permite poner a prueba los métodos etnográficos en una inmediata proximidad espacial. Las actividades de los investigadores aficionados y de los científicos académicos son considerables. Surge una alianza de «amigos de los gitanos» en Europa, tiene lugar un intenso intercambio a través de revistas y correspondencia. El punto culminante lo constituye la fundación de una sociedad para la investigación del modo de vida de los gitanos, la inglesa Gypsy Lore Society, que hasta el día de hoy edita un anuario propio. Los etnólogos documentan sistemáticamente los testimonios de la cultura material y recogen tradiciones narrativas orales como chistes, cuentos y leyendas. En este entorno se halla el muy discutido estudio de Franz Liszt sobre la música gitana y los virtuosos gitanos. La literatura de viajes, en la que se da forma literaria al material recogido, aumenta visiblemente. También aumenta la cantidad de fotografías etnográficas. La etnología del siglo XIX clasifica el «valor» de los distintos pueblos según el grado de su organización social: en línea ascendente desde la familia, pasando por la horda y la tribu hasta el pueblo, la nación y el Estado. En el paso de la observación antropológica a la etnológica, los pueblos romaníes caen del nivel de «pueblo» al escalón más bajo de «tribu». Aparecen entonces como una sociedad tribal, ya no más como un pueblo premoderno sino como un pueblo precivilizado en estado natural, que es comparado a los «indios» norteamericanos y a los africanos. Las descripciones etnológicas los colocan, al igual que la antropología, en el estatus de sociedades elementales, estacionarias, es decir, incapaces de desarrollarse, y cuya existencia parasitaria amenaza a los «pueblos huéspedes». El saber etnográfico, aun cuando insuficiente y erróneo, les quita a los pueblos romaníes una parte de su exotismo. Pero no por ello disminuye la 492 Klaus-Michael Bogdal distancia hacia ellos, pues persiste el criterio decisivo: el grado de civilización propio, valorado más altamente. Juicios despectivos como el siguiente son usuales y están muy difundidos: El gitano posee, sin duda, un alto grado de sensatez y destreza natural; de ahí su ingeniosidad y la astucia con la que busca alcanzar sus objetivos. [...] La honradez no es considerada precisamente el lado bueno de este pueblo, al que se califica desde su primera aparición como mentiroso y ladrón. [...] Desde luego, en este sentido revela de vez en cuando también una ingenuidad infantil o busca impresionar mediante la frescura y la desvergüenza. En general puede decirse que este pueblo posee una gran dosis de arrogancia y autosuficiencia.1 Mientras más se aproxima la etnografía a actividades elementales como la higiene corporal, los tratamientos terapéuticos y las costumbres culinarias, tanto mayor se hace la distancia con respecto a la cultura propia. Esas actividades forman el verdadero terreno de ensayo de las construcciones básicas del exotismo étnico. Con los gitanos la etnografía crea pueblos marginales en la periferia de la alta cultura europea, los cuales tienen que contentarse con lo que los «pueblos de cultura» les dejan. Todavía esto no son los basureros, los centros industriales contaminados o las superficies sin usar debajo de los puentes de las autopistas, como sucede hoy en todas partes en Europa, sino las zonas periféricas rurales no desarrolladas, hacia las cuales deben ser empujados. A esta fase de la percepción y ubicación deseo llamarla segunda deseuropeización —después de la primera en la antropología de la Ilustración—, en la que los cuerpos, el pensamiento y las acciones de los pueblos romaníes son presentados de forma tal que su otredad vuelve a adquirir una forma extraña, amenazante, para la cual no puede haber dentro de Europa espacio donde vivir. Por el momento la limpieza étnica ocurre sobre el papel. Racismo y biopolítica Con el advenimiento de las teorías raciales no desaparecen en modo alguno de la memoria las ideas establecidas sobre los gitanos durante casi seiscientos años. Pero sí experimentan un reordenamiento y agudización de la 1 J. H. Schwicker: Die Zigeuner in Ungarn und Siebenbürgen, 1883. Europa inventa a los gitanos... 493 desvalorización y desprecio existentes hasta el momento. Estas transformaciones no suceden por igual en todos los países europeos. Su centro es, sin duda, Alemania. Sin embargo, apenas hay un país europeoocidental que no agudizara claramente la persecución policial y oficial sobre el trasfondo de las nuevas teorías criminológicas basadas en una argumentación biológica. En la primera mitad del siglo xx la imagen de una banda criminal de estafadores, ladrones y secuestradores de niños regresa con más fuerza al primer plano. Desde el punto de vista criminológico los gitanos son considerados como criminales «natos», que heredan sus cualidades delictivas. Como etnia en general, y no como unión familiar específica, se les cuenta entre los «asociales», los «incapaces para la vida comunitaria» y los «temerosos del trabajo», con un instinto patológico hacia el nomadismo. Durante el dominio nazi ambos puntos de vista son combinados y difundidos planificadamente para justificar el exterminio en masa de los pueblos romaníes. Así pues, no es el conocimiento sobre los gitanos el que hace parecer necesarias determinadas medidas estatales de violencia, sino a la inversa: que a partir de 1933 existe un poder con capacidad para imponer ampliamente un determinado saber en todas las esferas sociales y estatales. También en otros países europeos y en los EE.UU. las teorías sociales y criminales basadas en argumentos biológico-raciales ganan en influencia desde fines del siglo xix, y se utilizan cada vez más para planificar, manejar y justificar medidas coercitivas de corte político-social, que limitan o suprimen los derechos básicos del individuo. Como consecuencia de este proceso de rígida vigilancia, persecución y exclusión, con respecto al cual la fascinación por la originalidad y naturalidad de los gitanos no constituye un contrapeso duradero, no se puede subvalorar, sin embargo, que es sólo el racismo, con su visión científica de sí mismo y sus habituales difusores, el que convierte en práctica biopolítica sistemática las fantasías eliminatorias. En este sentido, la vieja idea de que los gitanos no son europeos, alcanza nuevamente una importancia central, a pesar de que tras medio milenio de estancia continua ya no puede pretender a ninguna plausibilidad. La historia de los pueblos romaníes en la Europa Central y Oriental en el siglo XX cobra la forma de un sufrimiento ineluctable. En las décadas anteriores al holocausto, la mayoría de las obras de la literatura los hace aparecer charlatanescamente como una amenaza: como una amenaza a las familias, cuyos hijos secuestran; a la propiedad, que roban; a los hombres, a quienes corrompen; y a la civilización, para la que no están capacitados. 494 Klaus-Michael Bogdal En la realidad histórica, esas representaciones en el imaginario culminan en el genocidio, como, sin duda alguna, según la definición de la convención sobre el genocidio de las Naciones Unidas, se puede calificar su destino en Europa. Traducción del alemán: Orestes Sandoval López © Sobre el texto original: Klaus-Michael Bogdal, Eurozine. © Sobre la traducción: Orestes Sandoval. © Sobre la edición en español: Centro Teórico-Cultural Criterios. 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