DEL PRINCIPIO DEL PLACER A LAS CIMAS DE LA

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DEL PRINCIPIO DEL PLACER A LAS CIMAS DE LA DESEPERACIÓN
MARIO ALEJANDRO DESIDERIO CUEVAS
Artículo presentado como trabajo de grado, para optar al título de Psicólogo
DIRECTOR TRABAJO:
Mg. Marco Alexis Salcedo
UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA
FACULTAD DE PSICOLOGÍA
SANTIAGO DE CALI
2014
DEL PRINCIPIO DEL PLACER A LAS CIMAS DE LA DESESPERACIÓN
Mario Alejandro Desiderio Cuevas
Resumen
El propósito del siguiente texto es presentar, a través de una modalidad de escritura, no sé
si literaria pero seguramente no prosaica, el resultado de un ejercicio del pensamiento que
consistió en mirar en la obra de E. M. Cioran titulada “En las cimas de la desesperación” la
poderosa elaboración estética de la expresión de una sintomatología del hombre
contemporáneo, a través del prisma de un concepto tomado del psicoanálisis, motivado por
la sospecha que la escritura del filósofo proveía una demostración del concepto que Freud
denominó “Pulsión de muerte”.
El método utilizado durante esta investigación consistió en la escritura de una serie previa
de textos cuyo objetivo era hallar coincidencias en el desarrollo que cada uno hacía de la
muerte como concepto o como motivo de su obra. Ya que se trataba, no de explicar un
concepto de una complejidad tal como el de pulsión de muerte, sino de leer en la escritura
de uno de los más altos pensadores contemporáneos la manifestación de esa potencia, y que
la herramienta seleccionada era la escritura, fue inevitable que el estilo asumiera los
efectos, que no serían otros que una escritura modelada por la metáfora y la metonimia. De
allí la opacidad de su contenido.
La obra de Cioran titulada “En las cimas de la desesperación”, puede interpretarse como la
elaboración simbólica que impide, retrasa o al menos asume con el riesgo a ello asociado, la
irrupción de la pulsión de muerte. El texto hace una apuesta por jugarse a fondo en lo que
concierne a realizar un ejercicio reflexivo desde la propia subjetividad y plasmar a través de
la escritura el itinerario de esa búsqueda, regida por el placer, aunque después halle que ese
placer que la rige lleva en su reverso “fuerzas” harto complejas, pero que poseen una
función determinante en la configuración de nuestras subjetividades.
La fuerza que ejerce el pensamiento de Cioran radica en la forma de su escritura. Sustraerse
a su influjo poniéndolo a dialogar con Freud, ha motivado también el desarrollo del
presente texto. Es esta opción sublimatoria de la escritura la que pretende hacerse explícita
en la forma en que ha sido escrito.
Palabras claves: pulsión de muerte, sublimación, falta.
Inicio
El presente artículo busca seguir un autor hasta sus últimas consecuencias, idealizar una metáfora
que más temprano que tarde habrá de revelar las inconstancias de quien la ha elevado a la
categoría de sustituto. Suspender la propia voz y mitificar otra que se constituye en un punto de
referencia e identificación. Aceptar la falta de criterio que impide a la duda hacer su labor de
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espía y sacar a la luz las heridas del ideal. Ignorar que no hay precisión posible y que toda letra
está condenada al desengaño y la expiración.
“Entre todo cuanto se escribe, yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre.
Escribe tú con sangre, y comprenderás que la sangre es espíritu.
No es tarea fácil el comprender la sangre ajena: yo odio a los ociosos que leen.
Quien conoce a su lector no hace ya nada por su lector. Todavía un siglo más de lectores
conocidos -¡hasta el espíritu olerá mal!-.”
(Nietzsche, 1983)
¡Déjeme hablar!, dijo Emmy von N. a Freud, rompiendo el paradigma hipnótico con que había
trabajado hasta entonces y sometiéndole a la escucha. Este trabajo pide lo mismo, que se le
escuche. No anhela romper el paradigma que rige los destinos de los trabajos académicos, sino
proponer un cambio de postura del lector-oidor, a partir del cual la forma, es decir, la literalidad
de los significantes organizados del modo en que lo están, funcione como el fondo mismo de lo
buscado. Es decir, la exposición de las letras siguientes es también la exposición de la
subjetividad de quien con ellas se postula para acceder al título de profesional en psicología. De
otra parte, ¿no es eso lo que hacemos en nuestra práctica clínica? ¿en la docencia? ¿en la soledad
de la noche cuando se han apagado las urgencias objetivas y quedamos solos ante la especular
revelación de lo otro, del Otro?
Resulta entonces más probable observar en su desarrollo los rastros de una tentativa imposible,
de un acto fallido si se quiere. Menos aún es un paradigma epistemológico o una guía normativa
para futuras elaboraciones teóricas. Es en realidad el diferir de un acto fatal. Una fiesta de la
destrucción, un ditirambo apolíneo y como tal debe ser leído.
Es una travesía hecha de puro placer. Requiere por ello de un tipo particular de ojos y un
singular oído. Sólo alguien terco, quizá un roedor pueda hacer uso de lo que aquí se dice, si es
que algo llegara a decir. ¿Con qué habrá de encontrarse entonces nuestro audaz jurado?
“Lo que sigue es especulación, a menudo de largo vuelo, que cada cual estimará o
desdeñará de acuerdo con su posición subjetiva. Es, además, un intento de explotar
consecuentemente una idea, por curiosidad de saber adónde lleva”
(Freud, 1990)
Es precisamente esto lo que ha tenido lugar en esta construcción. La idealización de una letra
imposible, una letra hecha para fallar y menoscabar a quien se atreva a situarla como ideal. Así
debe ser leído lo que aquí se muestra. Apelando a la forma más que al fondo. Advertirá quien lo
haga que no existe fondo capaz de sostenerse a través de una representación que se quiebra
apenas ha alcanzado alguna continuidad.
Asumir con seriedad los postulados freudianos y jugárselos a fondo en la escritura de Cioran
es el propósito de este artículo. La pregunta es, no si existía un punto de articulación entre ambos,
alguna coincidencia, o ver en uno la confirmación de alguno de sus descubrimientos. La pregunta
es, fue, si era posible estructurar la imposibilidad que funda nuestra subjetividad usando para ello
la escritura de dos pensadores ajenos en el tiempo y en el espacio.
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El resultado: Las paradojas del lenguaje hacen imposible la estructuración de esa
imposibilidad y así lo atestiguan las aporías de Cioran. Lo novedoso: que para que esa
estructuración no sea imposible se requiere de una singularidad (el psicoanálisis) que suspende
brevemente dichas leyes y funda, -posibilita- la construcción de lo subjetivo.
“Vivíamos en el campo, yo iba a la escuela, y, detalle importante, dormía en la misma habitación
que mis padres. Por la noche, mi padre acostumbraba a leerle en voz alta a mi madre. Aunque era
presbítero leía de todo, pensando, sin duda, que, dada mi edad, no estaba en situación de
comprender. Por lo general yo no escuchaba y dormía, salvo si se trataba de un relato
apasionante. Una noche agucé el oído. Se trataba de una biografía de Rasputín, de la escena en
que el padre, en su lecho de muerte, llama a su hijo para decirle: Ve a San Petersburgo, aduéñate
de la ciudad, no te detengas ante nada y no le temas a nadie, pues Dios es un viejo cerdo.
(Tamaña enormidad en boca de mi padre, para quien el sacerdocio no era una broma, me
impresionó tanto como un incendio o un terremoto. Pero también recuerdo con claridad –y de ello
hace cincuenta años- que a mi emoción siguió un extraño placer que no me atrevo a llamar
perverso)”
(Cioran, Odisea del rencor, 1992, p. 8)
Cioran nació en 1911 en una aldea de Transilvania, por aquel entonces perteneciente al imperio
Autro-Húngaro, llamada Rasinari. Al cumplir los diez años, su padre, un sacerdote ortodoxo lo
lleva al Liceo de la ciudad vecina de Sibiu, quebrando un idilio hasta entonces dominado por las
paseos al campo, los fríos peñascos de su niñez y los relatos y murmullos escuchados en la
habitación de los padres.
A los diecisiete años, la filosofía determina el rumbo de una existencia signada por la ruptura.
Bucarest es el escenario donde sus noches no tendrán fin. Asediado por el insomnio, compondrá
su primer libro a los veintidós años que titulará “En las cimas de la desesperación” (Cioran, En
las cimas de la desesperación, 2009). Las putas serán sus primeras escuchas y él su testigo
dilecto.
Quizá no exista otro autor para quien la pasión por la ruptura y el escepticismo ante cualquier
propósito loable sean más deshonestos que para Emil Cioran. Un año de enseñanza de filosofía en
el Liceo Brasov de Berlín donde sus alumnos lo apodan “El demente” (Senecal, 1995) le bastará
para repudiar la docencia.
“En 1937, una beca del Instituto francés de Bucarest le permite ir a París a preparar su
tesis. No sólo no escribe la primera letra sino que es incapaz de imaginarse un título…”
(Senecal, 1995)
Jamás la escribirá. Será esta pasión por la imposibilidad el signo de una existencia atravesada
por el drama de no conseguir un propósito que le sirva de anclaje para sus días. O mejor su
propósito consistirá en no sucumbir a la tentación de realizar alguno.
Admiró en su juventud a Hitler y un diario de la época publicó unas palabras suyas donde
alababa su carácter. Fue incluso poseído por una “pasión nacionalista” que provocó en él la idea
que también su natal Rumania podía alcanzar las cumbres de una identidad exaltada, orgullosa,
reverberante de fuerza. A pesar de ello nunca marchó junto a sus coterráneos, una parte suya, o
mejor, todo él, tendía al abandono, a la lenta e inexorable certidumbre de que nada tenía mayor
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sentido, que éste se desgastaba, se agotaba, dejaba de ser. Cualquier adhesión intelectual,
cualquier teoría no resisten el vértigo de su mirada. La decepción ante el ideal, cualquiera fuese,
le desagrada e incomoda. Más allá de la ilusión, de cualquier ilusión, estaba otra cosa que le
determinaba, le empujaba, comandaba cada una de sus fugas, programaba sus engaños a la
academia, a los suyos, un principio que según un médico judío, expulsado por el régimen nazi,
estaba más allá del placer, quizá un lugar que Cioran conquistó muy pronto y jamás abandonó.
“¿[…] Por qué debería yo continuar viviendo en la historia, compartiendo los ideales de
mi época, preocupándome de la cultura o de los valores sociales?”
(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009, p. 115)
“[Además], ¿…, qué interés puede tener el estudio de los ideales caducos y de las
creencias de nuestros predecesores?”
(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009, p. 116),
dirá en el capítulo titulado “Historia y eternidad”.
¿Y qué responder ante el llamado de la melancolía que vemos asomar en las preguntas
anteriores? ¡Un sueño! ¡Un chiste!, el azar, el amor, una construcción involuntaria que dilató el
tiempo e impidió la fatal decisión y con su análisis una revelación que aportó una ganancia extra
de placer que momentáneamente venciera la destructiva pulsión que no dejaba de materializarse
en intensas jornadas estoicas, en inquisitoriales autorreproches…
En una época donde las certezas vienen empaquetadas en métodos, en formatos, dónde la
estadística que genera la encuesta tiene mayor prestigio académico que la reflexión lenta y
mesurada, por qué, entonces, complicar la existencia y dirigir la mirada hacia lo oscuro, hacia lo
que ningún resultado objetivo puede arrojar. ¿Capricho acaso?, ¿nostalgia?, ¿síntoma?,
¿malestar?
Todo eso y seguramente más respiran bajo la superficie de esta elección. Además y por qué no
la reivindicación de una verdadera investigación, la investigación originaria, esa pasión tan
prematuramente perdida y transformada en formulaciones de unas preguntas sin riesgo, sin
amenaza de extravío, preguntas de antemano seguras de la respuesta a encontrar.
Pero, ¿y la pasión por la investigación?, esa pasión que hace del niño un investigador natural,
¿por qué no una investigación así?, una investigación devuelta a sus antiguas raíces, a esas
preguntas fundamentales, quizá las únicas realmente válidas, las únicas que en realidad merezcan
la atención, solo por qué si, porque son una necesidad vital y cuyo resultado, a diferencia de otras
investigaciones, es lo menos importante.
“Estas cuestiones –como dice Kafka- tan complejas, cuestiones que en general se prefiere
evitar- comprendo también este punto de vista, hasta lo comprendo mejor que el míopero a las que yo he dedicado toda mi existencia”.
(Zuleta, 2003)
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Trama
Seguir una idea simplemente por el placer de ver hacia dónde conduce, como dice Freud al inicio
del capítulo IV en “Más allá del principio del placer” (Freud, 1990). Revivir esa investigación
originaria, actualizar aquel método de búsqueda que permitía abrir caminos inéditos, considerar
una idea, seguirla, abandonarla si se demuestra inconsistente, seguir otra, tacharla de insulsa,
tantear sin estar nunca seguro de estar pisando suelo, pero sobre todo dejar ver las dificultades de
la búsqueda en su desarrollo mismo, dejar constancia de la angustia que genera el pensamiento,
entonces y por eso mismo Freud, entonces y por eso mismo Cioran, por la necesidad de investigar
de esa forma, por el cansancio y el tedio que genera la ingenuidad de unas proyectos de
investigación sin riesgo, subordinados al número, a la mayoría, y creer, juzgar por ese resultado
que se ha llegado a algo.
¡No!, la investigación si no conduce a una transformación, a una desinstalación de quien
investiga no sirve de nada. Lo encontrado en una investigación sólo será verdad si transforma y
trastorna el modo de situarse frente a los otros, de lo contrario, será una bella novela familiar, la
confirmación en el pasado de la censura que cayó sobre aquella pregunta originaria.
Esta manera de llevar a cabo un descubrimiento, de mirar sin aterrarse la violencia de dos
seres que se entrechocan en medio de la noche del tiempo. Actualizar esa escena primaria,
concebir la diferencia, el espacio sin solución de continuidad que ofrece el otro, y derivar de ella
las preguntas fundamentales, sólo porque si, sólo porque no puede ser de otra manera.
Tal vez sea la academia y su discurso lo más contrario a esta forma de razonar. La
higienización que demanda para el uso de sus métodos exige la adquisición de un resultado, exige
mostrar que se llegó algo. Pero, (y la conjunción no necesariamente será adversativa) nos
rehusamos a ello.
“Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso,
nuestro pecado es que anhelamos regresar a él”,
dice Estanislao Zuleta en el “Elogio a la dificultad” y agrega en el primer párrafo:
“La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiesta de una manera tan
clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar
paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin
búsqueda de superación y sin muerte. Y, por tanto, también sin carencias y sin deseo: un
océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente
inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes.”
(Zuleta, 2003)
Cámbiese felicidad por investigación y el sentido seguirá siendo el mismo. Dijo que de no
haber escrito “En las cimas de la desesperación” se habría suicidado. El título, según cuenta, es
plagiado de una noticia que apareció en un diario sensacionalista: “En las cimas de la
desesperación…un joven de veinte años se lanza al vacío…”, (Cioran, 2009, pp. 9-10) rezaba la
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noticia. Se identificó o al parecer comprendió en forma precisa aquel afecto límite y bautizó así
su libro. Y sobrevivió. Halló en el deseo de morir el propósito para continuar existiendo. La
satisfacción fatal podía ahora sí aplazarse, a través de la escritura.
Si nos atenemos a las palabras del filósofo, (¿y por qué razón no habríamos de hacerlo?)
aquellas palabras vertidas sobre el fondo blanco del papel fueron las culpables de no sucumbir a
la tentación. ¿Por qué? ¿Qué tenían, qué característica las distinguía del resto y les otorgaba la
facultad de erigirse ante la potencia digresiva de la aniquilación como otra fuerza de no menor
alcance y que, si no vencía, si al menos, detenía en su embestida?
Porque finalmente lo que aquellas letras le dieron no fue una respuesta a sus preguntas, -su
obra es un testimonio de esta búsqueda vencida de antemano-, sino tiempo. Un tiempo que se
desplazaba con cada palabra, impregnando de espacio la resolución aún traslúcida del exterminio,
otorgándole, sino paz, si espacio, soledad, aire. Y esto es lo que Freud denominará “elaboración”,
la inserción entre el sujeto y el acto de un espacio transitivo donde el deseo puede su-ceder por
medio de signos.
Este encadenamiento espacial fundido a base de cifras es lo que produce o convalida el
tiempo. Un ecosistema silencioso donde el afecto en sus diferentes tonalidades y ritmos contrae o
extiende los límites que lo acogen. La obsesión de la muerte continúa, sin ser boicoteada en su
ser, pero sí tergiversada en su forma, pues una vez al interior de aquel ecosistema, adquirirá las
más variadas manifestaciones, pero sin perder nunca del todo, su esencia dispersiva.
La muerte pervive y al pervivir en la escritura del filósofo, es asimilada y por tanto
temporalizada, lo que la dis-crimina del impulso ciego que buscaba la luz en el acto de la autoeliminación. Pero no nos llamemos a engaño. No se trata de una victoria. Fue apenas un paliativo,
una su-cesión, donde el impulso fue brevemente dominado, una vez cada vez, si así puede
decirse. Dominado más no eliminado, de allí que una palabra requiriera de otra y esta sólo tomará
forma en la próxima, en un enlace progresivo que detuviera la irrupción de un silencio demasiado
estrecho por donde pueda colarse la potencia corrosiva de la fatalidad.
Sin embargo, para escribir era fundamental encontrar un “tono”. El francés fue para él una de
las formas de ese “tono”, una voz que por sus mismas características, le permitía decir el
contenido de esas largas e insomnes horas, lo que le permitía representar lo irrepresentable. Fue
una conquista, ardua y jamás definitiva, que le llevó a abandonar la lengua de su natal Rumania, y
que luego también perdería a manos de ese lenguaje aún sin código que es el vacío, ese espacio
sin límites, ese triunfo de lo irreparable.
Desenlace
(Tras una prolongada agonía, hace llamar a su médico personal, y le informa que ha llegado la
hora de cumplir con la palabra pactada tiempo atrás. En la soledad de la habitación, el Dr. Max
Schur levanta el brazo de Herr Doctor, lleva hacia atrás la manga de la camisa y comprueba la
solicitud de la vena. Está lista, el hombre también. Una delicada aguja perfora la última puerta
antes del fin y derrama en el cuerpo una sustancia irreversible y satisfactoria)
La nada, ¿cómo llamarla?, la desposesión… se instiló progresivamente en su cuerpo. Uno a uno
se desdibujaron los signos y con ellos el contenido de los días que lo sujetaban a una historia. Sus
ojos entreabiertos parecían estar presenciando acontecimientos cósmicos que al resto de los
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mortales nos están vedados. Luego vino el silencio, un silencio implacable y atroz. Tenía ochenta
y cuatro años cuando murió. Se llamó Cioran.
Escribió “En las cimas de la desesperación” a los veintidós años. Es el contenido latente de un
insomnio devastador. Recordará en su vejez las calles empedradas que soportaron el peso
aplastante de la lucidez, encubrirá de nostalgia aquellas noches feroces y dirá en una carta
dirigida a su hermano, que nunca fue tan feliz, que esa era la idea de su paraíso personal.
Consta de setenta capítulos, si es que así pueden llamarse. Cada uno es un descenso, no, no un
descenso, una caída. Si Freud especuló con la idea de un principio rector anterior al placer,
Cioran lo encarnó hasta sus últimas consecuencias. Qué significan estas preguntas que lanza bajo
el título “Ser lírico” (Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009, p. 13), sino la prueba de esa
asfixia:
“¿Por qué no podemos permanecer encerrados en nosotros mismos? ¿Por qué buscamos
la expresión y la forma intentando vaciarnos de todo contenido, aspirando a organizar un
proceso caótico y rebelde? ¿No sería más fecundo abandonarnos a nuestra fluidez
interior, sin ningún afán de objetivación, limitándonos a disfrutar de todos nuestros
ardores, a gozar de todas nuestras agitaciones íntimas?”
(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009, pp. 13-14)
¿O son acaso una revelación, la profecía que se cumplirá en la fatalidad del Alzheimer? ¿El
contenido manifiesto de esa pulsión de muerte que Freud conquistó al final de su vida?; No lo
sabemos, pero cuánta cercanía, cuánto vértigo al considerar esta posibilidad.
¿No leemos acaso en la declaración anterior el contenido informe hacia el que tiende la vida,
el “Más allá…” Freudiano puesto más acá, justo en frente nuestro, demasiado cerca como para
abarcarlo por completo? Pero estoy especulando, mejor expulsar esa idea, mejor, en su lugar,
disponerse al trato y a la ceremonia, a la obligación de los otros.
Vivir con la conciencia permanente de la impermanencia, no apartarse de ella, exige una
lucidez tan semejante a la locura que se termina realizando una formación de compromiso
destinada por su misma naturaleza al fracaso, una suerte de síntoma abortado.
Dirá entonces:
“Ignoro por qué hay que hacer algo en esta vida, por qué debemos tener amigos y
aspiraciones, esperanzas y sueños”. [Además], “¡Nos hallamos todos tan cerrados los
unos con respecto a los otros!”.
(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009, pp. 18-19)
¿Y si alentados por la ficción, nos situamos en la mente de Herr Doctor, sería acaso muy
insolente considerar las palabras siguientes como suyas?:
“Incluso abiertos hasta el punto de recibirlo todo de los demás o de leer en las
profundidades del alma, ¿en qué medida seríamos capaces de dilucidar nuestro
destino?..., ¿acaso existe consuelo posible en la última hora?..., Todos aquellos que
desean rodearse de amigos en la hora de la muerte lo hacen por temor e incapacidad de
afrontar su instante supremo.”
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(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009, pp. 18-19)
Y si ahora traemos del olvido aquella última escena narrada por el Dr. Schur en la biografía que
escribe sobre su maestro, ¿no hallamos allí una de esas repeticiones que tanto gustaban a Borges
y con las que buscaba ironizar acerca del destino de la humanidad? Pero detengámonos allí. No es
de buen recibo en las instituciones académicas la ironía y la ficción.
Preguntémonos, ¿Qué sucede en el psiquismo cuando una tensión llevada al extremo no se
resuelve? Se estalla en mil pedazos. ¿Y si este fuera el principio de la materia orgánica? ¿Una
tensión irresoluta, que toma un poco de aliento, cambia de estado y se hace carne, voz, garra y
desgarradura?:
“En algún momento, por una intervención de fuerzas que todavía nos resulta enteramente
inimaginable, se suscitaron en la materia inanimada las propiedades de la vida. uizá fue
un proceso parecido, en cuanto a su arquetipo vorbildlich , a aquel otro que más tarde
hizo surgir la conciencia en cierto estrato de la materia viva. La tensión así generada en el
material hasta entonces inanimado pugnó después por nivelarse así nació la primera
pulsión, la de regresar a lo inanimado. En esa época, a la sustancia viva le resultaba
todavía fácil morir probablemente tenía que recorrer sólo un breve camino vital, cuya
orientación estaba marcada por la estructura química de la joven vida. urante largo
tiempo, quizá, la sustancia viva fue recreada siempre de nuevo y murió con facilidad cada
vez, hasta que decisivos influjos externos se alteraron de tal modo que forzaron a la
sustancia aún sobreviviente a desviarse más y más respecto de su camino vital originario,
y a dar unos rodeos más y más complicados, antes de alcanzar la meta de la muerte.
Acaso son estos rodeos para llegar a la muerte, retenidos fielmente por las pulsiones
conservadoras, los que hoy nos ofrecen el cuadro {Bild} de los fenómenos vitales.”
(Freud, 1990)
Ahora escuchemos a Cioran:
“En las fronteras de la vida, sentimos que ella se nos escapa, que la subjetividad no es
más que una ilusión y que bullen en nosotros fuerzas incontrolables, las cuales rompen
todo ritmo definido”…, [porque hay] “Experiencias tras las cuales se siente que ya nada
puede tener sentido”…, [es que] “La vida es demasiado limitada, se halla demasiado
fragmentada para poder resistir a las grandes tensiones”.
(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009, p. 21)
¿Pero hay entonces alguna salida? ¿Qué ha pasado en estos seres que ocupan su existencia en
angustias tales? Y resulta que hay algo, algo tan mortal y vivo como los dos principios que guían
el suceder psíquico: la escritura, palabra viva y muerta a la vez, funeral y concepción.
“… espués de haber conocido las fronteras de la vida, después de haber vivido con
exasperación todo el potencial de esos peligrosos confines, los actos y los gestos
cotidianos pierden totalmente su encanto, su seducción. Si se continúa, sin embargo,
viviendo, es únicamente gracias a la escritura, la cual alivia, objetivándola, esa tensión
sin límites. La creación es una preservación temporal de las garras de la muerte”.
(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009, p. 20)
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Sin embargo no fue la escritura la que redimió a Cioran. Fue otra cosa, porque…,
“El paroxismo de las sensaciones, el exceso de interioridad, nos conducen hacia una
región particularmente peligrosa, dado que una existencia que adquiere una conciencia
demasiado viva de sus raíces no puede sino negarse a sí misma”
(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009).
Fue la idea del suicidio, del triunfo de la idea de la pulsión de muerte llevada al extremo, la
que le impidió sucumbir. Y lo paradójico o irónico si se quiere, fue que esa idea se objetivó a
través de la escritura. La muerte dándose tiempo mediante signos verbales que llevan en su seno
la finitud, o como dice él mismo:
“La única manera de lograrlo consiste en aferrarse a lo absurdo y a la inutilidad absoluta,
a esa nada fundamentalmente inconsistente cuya ficción es susceptible sin embargo de
crear la ilusión de la vida”.
(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009)
Epílogo
Releemos. También el olvido nos visita. Debemos seguir una línea, gobernar las ideas, disminuir
la tensión, dar el rodeo por la realidad, retardar el placer. Hemos recorrido algunos fragmentos de
la obra de Cioran, nos hemos valido de algunos términos de la jerga psicoanalítica y aún no
hemos dicho nada del por qué y el para qué de todo esto, de la pertinencia de lo dicho para la
psicología, que son preguntas que debemos responder. Ignoro si lo dicho hasta ahora tiene algún
valor para alguien fuera de quien escribe y dudo si lo tenga para la psicología.
¿Pero es que en últimas no tenemos que vérnosla todos nosotros y los psicólogos en especial,
con lo subjetivo, con las subjetividades de aquellos otros? Si algún indicio de pertinencia puede
haber aquí en referencia con lo psicológico ¿no es la exposición sin intermediarios de la
subjetividad, de una subjetividad?, ¿no es acaso el testimonio de un ser desgarrado que busca
recomponerse a partir de un requisito que debe cumplir, so pena, de permanecer aislado
laboralmente? Pues bien he allí una razón, yo y mis circunstancias, como decía Ortega y Gasset.
¿Y la pregunta que direcciona el texto y las categorías de investigación y la metodología y los
objetivos, el itinerario del viaje?
“Sólo que por desdicha, rara vez se es imparcial cuando se trata de las cosas últimas, de
los grandes problemas de la ciencia y de la vida. Creo que cada cual está dominado por
preferencias hondamente arraigadas en su interioridad que, sin que se lo advierta, son las
que se ponen por obra cuando se especula.”
(Freud, 1990)
Pero ¿y si invertimos el camino?; ¿Por qué formular al inicio la pregunta, las categorías?
Tener determinado de antemano todo, la búsqueda y sus resultados. Olvidamos acaso que la
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forma del experimento determina los resultados hallados. Olvidamos que la incertidumbre es
también un principio y no el menor, si consideramos los últimos avances en la física de las
partículas.
Permítaseme invertir los términos de elaboración de este trabajo de grado. El camino
propuesto está ya demasiado transitado, ya no ofrece posibilidades de avance, al menos no para
mí:
“¿Cómo no hallarse desconcertado, en efecto, cuando todas las direcciones son
equivalentes?”
(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009, p. 126)
¿Y la pertinencia para la psicología, es decir la utilidad, su valor de cambio? Tampoco ahora
puedo dar una respuesta definitiva. Sólo al final sabremos. Hacemos nuestras por el momento
estas palabras de Freud pertenecientes al capítulo sexto de su obra “Más allá del principio del
placer”:
“Podría preguntarse si yo mismo estoy convencido de las hipótesis desarrolladas aquí, y
hasta donde lo estoy. Mi respuesta sería: ni yo mismo estoy convencido, ni pido a los
demás que crean en ellas. Me parece que nada tiene que hacer aquí el factor afectivo del
convencimiento. Es plenamente lícito entregarse a una argumentación, perseguirla hasta
donde lleve, sólo por curiosidad científica o si se quiere, como un advocatus diaboli que
no por eso ha entregado su alma al diablo.”
(Freud, 1990)
Y si ello no bastare pues gritemos con Cioran:
“¡ ué más da!”…, “¿Hay realmente algo que ganar o que perder en este mundo? Toda
ganancia es una pérdida y toda pérdida una ganancia. ¿Por qué esperar siempre una
actitud clara, ideas precisas y palabras sensatas?”
(Cioran, En las cimas de la desesperación, 2009, p. 121)
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Referencias
Cioran, E. (2009). En las cimas de la desesperación. Barcelona, España: Tusquets.
Cioran, E. (1992). Odisea del rencor. Medellín, Colombia: Holderlin.
Evans, D. (2007). Diccionario introductorio de psicoanálisis lacaniano: Paidós.
Freud, S. (1990). Más allá del principio del placer. Buenos Aires: Amorrortu.
Freud, S. (1990). Estudios sobre la histeria. Buenos Aires: Amorrortu.
Nietzsche, F. (1983). Así hablaba Zarathustra. Madrid: Sarpe.
Senecal, D. (1995). Cioran, el flàneur. Revista Universidad de Antioquia , 47-52.
Zuleta, E. (2003). Elogio de la dificultad y otros ensayos. Cali: Hombre Nuevo.
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