Más Allá de La Luna Rebecca Brandewyne LOS PERSONAJES LA CASA REAL DE LOTHIAN Rhiannon Olafursdaughter, de Boreal; conocida luego como Lady Rhiannon sin Lothian, de Vikanglia LA CASA REAL DE TOVARITCH Lord Iskander sin Tovaritch, de Iglacia LA CASA REAL DE ARIEL Lady Ileana sin Ariel suL Khali, de Cygnus; Princesa Suprema de Tintagel Oriental; esposa de Lord Cain (peregrino tras la Espada de Ishtar) LA CASA REAL DE KHALI Lord Cain sin Khali suL Ariel, de Bedoui; Príncipe Supremo de Tintagel Oriental; esposo de Lady Ileana (peregrina tras la Espada de Ishtar) EL CONVENTO DE MONTE SANTA MIKHAELA La Reverenda Madre Sharai san Jyotis, de Bedoui; Suma Sacerdotisa de Monte Santa Mikhaela La Hermana Amineh san Pázia, de Bedoui; sacerdotisa de duodécimo rango; mentora de Lady Ileana EL MONASTERIO DEL MONTE SAN CHRISTOPHER El reverendo Padre Kokudza san El Dyami, de Tasmarind; Sumo Sacerdote de Monte San Christopher Hermano Ottah san Huatsu, de Tamarind; sacerdote de duodécimo rango; mentor de Lord Cain LOS MANDATARIOS ORIENTALES DE LAS CASAS REALES Lord Balthasar sin Ariel su¡ Ariel, Rey Supremo de Tintagel Oriental Lady Nenet sin Khali suL Khali, Reina de Bedoui Lord Xenos sin Ariel sul Ariel, Rey de Cygnus Lord Tobolsk sin Tovaritch sol Kharkov, Rey de Iglacia Lord Lionel sin Morgant sol Draca, Rey de Lorelei Lady Pualani sin Gingiber sul Gingiber, Reina de Tamarind Lord Faolan sin Lothian sul Lothian, Rey de Vikanglia LOS MANDATARIOS ORIENTALES DE LAS CASAS DE LOS COMUNES Maestro Radomil san Pavel sol Antoni, de Iglacia; Ministro Supremo de Tintagel Oriental Maestra Elysabeth san Villette sol Franchot, de Lorelei; Electriz Suprema de Tintagel Oriental LOS COMPAÑEROS DE PEREGRINAJE Anuk, un lupino de Iglacia Yael Olafursson, un gigante de Boreales Chervil, un elfo de Potpourri, esposo de Anise Anise, una elfina de Potpourri, esposa de Chervil Sir Weythe, un espadachín de Finisterre Gunda Granite, una gnoma de Labyrinth Lido Lodestone, un gnomo de Labyrinth Kalig, un mercenario de Bezel Hordib, un mercenario de Bezel Moolah, un mercader de Bezel OTROS PERSONAJES Ulthor, un gigante de Borealis (peregrino tras la Espada de Isthar). Lord Gerard, Príncipe de Finisterre (peregrino tras la Espada de Ishtar) Lord Parrish (llamado "Perish"), un nigromante de Finisterre; hermano de Lord Gerard Lord Fiend de Salamandria, Líder Imperial de los AntiEspecie Lord Ghoul de Salamandria, Primer Líder de los AntiEspecie Allende la escarcha a la luz de las estrellas Desplegábanse los cielos para soltar la noche, Abriendo los doce signos todas sus puertas perlinas Para dejar salir las estrellas una a una, Como una profecía tiempo ha predicha, Ahora una parte vista ya. En el corazón de Piney Woods en Yukon Valley, Desde las coníferas, los búhos nevados, Con gritos plañideros, estaban llamando Y contando cada parpadeo De la iluminación de los cielos; En la bóveda melánica, Se espejeaban las Luces de Arcolunar De brillantes colores. La Campana Eterna repicó medianoche, Como si tañera una remota galaxia -muy lejanaY dos claustros Mont-Sect le replicaron igual. Los luminares ardieron con luz Tenue como la niebla por los estrechos recodos; Y el Linaje Lothian serpenteó por planicies nevadas. Allende la escarcha a la luz de las estrellas, La Fortaleza Tovaritch, Donde los misteriosos obeliscos se yerguen, Imponentes, cupulados, Cada uno sobre su basamento de hrennos astados, La novia de Iskander, MetaMorfista, Elegida de la Luz, custodiaba ese templo. Se elevaba ya la Luna Pasión, Y las sombras de la Primera y de la Azul Habían colmado ya el planeta, Delineado aquel castillo Con una encantada incandescencia, Compeliendo a aquella que miraba con apasionado deseo A temblar y desgarrarse Y a encontrar un Príncipe Glacial Que tuviera hambre de su alma. Besarle era llevarse su escarcha En los labios. Su cuerpo tembló al pensarlo. Su aura se heló; inmóvil, él la cubrió con la suya. El sello del Pergamino Sagrado yacía roto; Y desde un lugar ignoto, la Oscuridad avanzaba... LA NUEVA ESTRELLA. SE HA VISTO YA. No le es suficiente a quien ha sido Elegido para descorrer el delgado velo que oculta el Tiempo Futuro y para penetrar con su mirada, ni las profundidades de los fuegos y las nieblas invocadas, ni los estanques plateados, ni los espejos pulidos ni las esferas de cristal de los presagios, ni leer las antiguas barajas y las hojas de té de los augurios, en busca de las Señales de las Cosas por Venir. Un Elegido debe, además, ser capaz de mirar atrás y ver con claridad la Forma de las Cosas que han sucedido en el Tiempo Pasado y tener muy en cuenta las muchas lecciones que ellas encierran. Fracasar en este Deber Ineludible es fracasar en todo, puesto que entonces, los errores de la historia vuelven a repetirse indefinidamente y agravados cada vez más por el Conocimiento y el Poder que mientras tanto se han ido acumulando, por eso lo que resurge como el Ave Fénix de las cenizas, no es otra cosa que cenizas al fin y al cabo, que el viento barre y hace desaparecer corno si jamás hubieran existido. ¿Y dónde está entonces el provecho?¿Qué ha prevalecido entonces sino el Tiempo eterno, ingobernable, donde están escritos los legados de todas las cosas?-trágicos en su inutilidad si no se les lee o se les recuerda. Pero, ¿no es inevitable que todas las cosas cierren su círculo, podéis preguntar, y con razón? -Sí, pues ese es el comportamiento de los cielos y de las tierras. Pero, ¿no es el círculo, sin embargo, eternamente cambiante, pregunto yo? ¿No son las nuevas hojas que verdean cada primavera haciendo retoñar al roble añoso completamente distintas de las nacidas en la anterior? Sí, sin duda alguna. Y por lo tanto os digo, que aquel que al final del círculo no es más sabio de lo que era al principio, es el necio más grande de todos los necios y por no haber efectuado cambios para mejorar durante las vueltas incesantes del círculo, merece que le condenen al castigo que el Destino, siervo predilecto del Tiempo, escoja imponerle. Y así es que, aquel que ha sido Elegido debe buscar la Verdad y la Comprensión, no sólo en el Tiempo Futuro sino también en el Tiempo Pasado -y nunca debe olvidar que hasta el más añoso y fuerte de los robles puede caer derribado por una sola ráfaga de viento furioso... -Así está escritoen El Don del Poder por la Hechicera Saint Sidi San Bel-Abbes de Mosheh Torcrag, Borealis, 7274.12.25 MUY POR ENCIMA DEL PLANETA TINTAGEL, las luces de arcolunar brillaban tenuemente, bordeando un millar de hebras de colores sobre el tapiz de terciopelo del nocturno cielo. Alrededor de las tres lunas incandescentes las Luces ceñían nudos satinados y, con hebras de seda, hilvanaban con osadía unas a otras las innumerables estrellas plateadas esparcidas por los cielos. En el borde inferior del firmamento, una orla de cintas incandescentes se extendía como estela de brillante tapiz tejido por las Luces, derramándose sobre la tierra. Allí, se desplomaban por las laderas de las montañas densamente pobladas de bosques, reflejándose como rayos de sol a través de los carámbanos que enjoyaban las ramas de las coníferas, altas y majestuosas como chapiteles, sobre la inmensa extensión que bordeaba la tundra septentrional. Delicadas como telas de araña, las Luces hilaban formando un tejido sutil que se colaba por entre los árboles resinosos, moteando el suelo lleno de nieve, le hacía parecer un vidrio de colores que cambia como los dibujos de un calidoscopio. Las Luces, con su brillo espectral y su gracia mágica, parecían revolotear y menearse por el blanco terreno helado, dispersando a su paso la niebla y el polvo de luna hasta que, finalmente, se pusieron a danzar en las llamas que brillaban con luz mortecina en el corazón mismo de un gran anillo de piedras grises que rodeaban la gran fogata solitaria. Allí, un círculo de gigantes, con los cuerpos cubiertos por largas y abrigadas capas de piel, permanecían solemnemente sentados sobre pieles de animales, previamente extendidas sobre la nieve endurecida. Era el solsticio de invierno, la noche más larga del año y, en otros tiempos, había sido una noche de ceremonias y celebraciones en la que los gigantes de Borealis habían honrado a sus dioses. Pero sus antiguos dioses ya no existían para ellos. Ahora rendían culto y creían únicamente en el Ser que era la Luz; y esa era una noche de rituales y réquiem en la que guardaban luto y recordaban con pesar a los miembros de la hermandad que, en las Planicies Strathmore, esa noche hacía exactamente un año, habían llegado a su Tiempo de Tránsito. Sin embargo, el gran dolor que les embargaba estaba mezclado con un gran orgullo por los mil valerosos miembros de la hermandad que habían ofrendado sus vidas para salvar el mundo que les pertenecía. Ya que si no hubiese sido por el extraordinario valor y determinación de los hermanos muertos, todo Tintagel se habría perdido cayendo en manos de la Oscuridad, la nada. Ahora, mientras Lord Jorvik, el gran jefe de la tribu de los gigantes, contemplaba los rostros pétreos de sus hombres, iluminados apenas por la luz de la lumbre, vio que aguardaban expectantes, y supo que había llegado el momento de narrar la dulce y amarga historia de lo sucedido. Se sintió realmente agobiado de dolor al pensarlo, pues era una historia verdaderamente trágica y lo que era peor aún, sin un final conocido todavía. Esto último era lo más terrible de todo. Pero ahora, al menos, sus hombres y él sabían cómo luchar contra la Oscuridad, esa lacra abominable que había invadido las costas de su tierra natal, Borealis, y más allá. Todavía había una esperanza. Sin embargo, ¿cuántas vidas más se perderían en la batalla? Jorvik lo ignoraba. Demasiadas, imaginaba. Por fin, exhalando un largo y profundo suspiro de pesar y sintiendo el peso de sus muchos años, el anciano gran jefe habló. -Cuéntanos, Ulthor -le indicó y su voz imponente retumbó en el silencio que hasta ese momento sólo había roto el gemido del viento al pasar por las montañas, el crujido apagado de los árboles siempre verdes del Bosque Piney y el chisporroteo de las brasas-. Háblanos de las Planicies Strathmore. -Sí, cuéntanos, Ulthor -pidieron también algunos de los gigantes reunidos alrededor de la lumbre-. Cuéntanos de las Planicies Strathmore. Cuéntanos, Ulthor. ¡Ulthor! ¡Ulthor! ¡Ulthor! ¡Ulthor! Las voces subieron y aumentaron hasta ser una sola que clamaba por la historia que los gigantes habían oído una sola vez antes, poco después de la culminación de los sucesos que narraba, la historia que había apartado a la tribu de sus antiguos dioses y que había convertido esa noche en lo que era en esos momentos. Era un relato doloroso para los que lo oían, pero más doloroso aún para el que lo narraba; y por un momento, el gigante Ulthor sintió que la emoción estrangulaba su garganta y temió no estar capacitado para la penosa tarea que habían puesto sobre sus hombros. Después recordó a sus hermanos, asesinados todos hasta el último guerrero sobre las Planicies Strathmore, y resueltamente, reunió fuerzas para abordar la narración. Si sus hermanos no le habían decepcionado entonces, él no les decepcionaría ahora. Echó hacia atrás su larga melena de pelo rojo, y lentamente se puso de pie. Al ver su silueta recortada contra las Luces de ArcoLunar, en el cielo de ébano, un rugido estentóreo brotó de las filas de la tribu y reverberó por las montañas y el bosque. Después, los vítores y los cánticos se fueron apagando gradualmente mientras, uno por uno, los gigantes reunidos alrededor de las llamas se quedaban en silencio. Durante lo que pareció una eternidad, Ulthor miró fijamente a aquellos congregados alrededor del fuego, advirtiendo cuántos rostros faltaban, rostros que habían estado presentes el año anterior -antes de las Planicies Strathmore. Lágrimas que no le avergonzaban ardieron en sus ojos mientras trataba de soltar el nudo que se había formado en su garganta y luchaba para dominar sus sentimientos. Por fin, comenzó a hablar-sosegadamente, pero a pesar de ello, el viento llevó el sonido de su voz a los oídos de todos los presentes. -Yo no soy un bardo sino un guerrero -pronunció sencillamente-, así que no poseo los dones de la lengua, y mis palabras no tienen la riqueza de la musicalidad ni de la elocuencia, sino que son las pobres, ásperas e incultas palabras de un simple soldado. Sin embargo, soy yo, Ulthor de Borealis, quien relata esta historia. La cuento porque yo estaba allí, sobre las Planicies Strathmcore, y por lo tanto es mi derecho. Pero más que por esta razón, la cuento para que aquellos del Tiempo Futuro conozcan y recuerden lo que sucedió un solsticio de invierno en la tierra de Finisterre. "Es por muchos -sin nombre y desconocidos- que también estuvieron allí por los que hablo; por nuestros miembros de la hermandad muertos, un millar de guerreros fuertes, ellos, los que permanecieron impávidos y con intrépido valor hasta el final de sus vidas. Es por el espadachín, el Príncipe Lord Gerard de Finisterre, que hablo ahora ante vosotros, por él, que, acusado injustamente de asesinato y desterrado de su tierra natal, fuera alguna vez conocido como Garrote el Desposeído y que fue mi compañero inseparable en mis errabundos días juveniles. Es por su esposa elfina, la Princesa Lady Rosemary de Potpourri; por el hermano de ella, el Príncipe Lord Tarragon de Potpourri; y por mi propia esposa, la gitana Syeira de Nomad, que yo hablo. -Ulthor bajó la vista y la clavó amorosamente por un instante en la mujer arrodillada a sus pies, cuyos rasgados ojos negros brillaban con lágrimas de orgullo. Fugazmente apoyó la mano sobre el largo cabello negro de la mujer, rememorando todo lo que habían pasado juntos y que les unía tanto como el amor que se profesaban. Después continuó: -Es por el Bedouin, Lord Cain, Príncipe Supremo de las seis Tribus Orientales de Tintagel, que hablo, él que resistió con tanta valentía y arrojo a la horrible bestia de la Oscuridad que permanecía enroscada dentro de él y a la que venció a costa de sufrimientos insoportables. Pero más que nada es por la Cygninae, Lady lleana, Princesa Suprema de las seis Tribus Orientales de Tintagel y esposa de Lord Cain, que yo hablo, ella que es la más genuina de los Defensores de la Luz, que arriesgó todo lo que conocía y amaba para que nosotros y nuestro mundo pudiera salvarse y por quien daría hasta mi vida si me lo pidiera. "Es una larga historia la que narraré, será la historia de los nacidos de Sangre Real y de los Comunes, pero todos hombres y mujeres de gran nobleza. Impertérritos, no cedieron ante la Oscuridad más aterradora que cayera jamás sobre Tintagel, con anterioridad o desde la Guerra de la Especie y el Apocalipsis. "Mi parte en esta historia es pequeña, puesto que en gran medida es el relato de Lady lleana que me mandó contarla por todas partes y cuya confianza y fe en mí me obliga a hablar. Así que escuchad ahora y yo os contaré, como mejor recuerdo, lo que está escrito en el Libro del Edén del Libro Sagrado, La Palabra y El Camino que Lady lleana citó para mí, oíd estas muchas e interminables noches pasadas, obligándome bajo mi Juramento Sagrado a recordar y lo que vino después, la búsqueda de Lady Ileana de la mágica Espada de Ishtar. Todo lo que sé al respecto proviene de los propios labios de la princesa; y lo que sucedió más tarde aún, lo que yo vi con mis propios ojos sobre las Planicies Strathmore, hace esta noche exactamente un año -yo que soy el único de todos nuestros hermanos muertos, viví para regresar a Borealis y contar. Escuchad, os digo, y prestad mucha atención a mis palabras, pues enseñan lecciones que debemos aprender. Oíd ahora, entonces, mi relato." Ulthor hizo una pausa para ordenar sus pensamientos y sus palabras y hasta el bosque Piney pareció callado y sin aliento, esperando. Sólo el viento helado susurró -fue como un suspiro, un gemido, de mil gigantes espectrales. Ausentes pero no olvidados, vivirían eternamente en los corazones y en las mentes de sus hermanos, recobrando la vida cada solsticio de invierno alrededor del fuego comunal de la tribu. Consciente de ello, Ulthor, cuando volvió a hablar, lo hizo bajando la voz y en tono reverente. -En el Principio, hace una eternidad, antes de que existiera alguna cosa que conocemos o que hayamos soñado siquiera, sólo existía el Ser. Estaba solo en la fría oscuridad vacía que llamamos la nada, una titánica esencia etérea que se extendía hasta los mismos confines de los cielos, ya que todo lo que alguna vez hubo o habrá estaba dentro de El. Sin embargo, El ni siquiera sabía si El era real, porque no había nada que confirmara Su existencia. "El Ser deseaba saber si El era; y pensando de este modo, El convocó Su poder en toda la extensión y amplitud de Su alcance interminable. Como un aura, el Ser empezó a fulgurar, tenuemente al principio, más y más brillante después, los relucientes colores -como las Luces de ArcoLunar que caracterizan esta noche comenzaron a fluir de Su centro hasta que finalmente El estalló, esparciendo Su fuerza por la nada para iluminar la oscuridad, para llenar todo el vacío y para caldear la frialdad. "El Ser quedó satisfecho con lo que había creado, ya que aunque Su tremendo estallido de energía había generado en un principio el Caos, de ello El había forjado las estrellas y los planetas y, sobre todo, el Orden cuando El las había fijado en los cielos, junto con los soles y las lunas que, desde entonces, traerían el día y la noche. "Después de esto, el Ser causó cataclismos en los planetas y así se separaron los mares y apareció el suelo. Hecho esto, El diseminó las semillas de Su poderío y estas crecieron para cubrir el suelo con tierra y flora; y luego los mares, la tierra y los cielos se llenaron de criaturas. El Ser vio que esto era bueno y bendijo a todas las criaturas, porque eran parte de El mismo. "Sin embargo, esto no era suficiente. Por lo que de inmediato, así como había hecho a los otros, el Ser creó dos criaturas más y a estas las hizo a Su imagen. Estas dos criaturas a las que el Ser llamó la Especie, El las colocó sobre la tierra debajo del Árbol de la Vida y del Conocimiento nacido de la semilla de Su poder. Después el Ser rozó ligeramente el árbol y en sus ramas floreció el Fruto del Libre Albedrío. "El Ser ansiaba conocer la verdad de Su existencia y sabía que para descubrir esto debía darle a la Especie la libertad de elegir entre la Luz que era El mismo y la Oscuridad que era la nada. Si la Especie elegía la Luz, entonces se confirmaría la existencia del Ser. Si la Especie elegía la Oscuridad, entonces sólo quedaría la nada. "Transcurrido un tiempo la Especie comió el fruto del árbol y las Semillas del Libre Albedrío se plantaron dentro de ellos y se arraigaron; y la Especie aprendió que, a diferencia de las criaturas del mar, de la tierra y de los cielos, se les había otorgado la libertad de elegir sus propias Sendas Vitales y Destinos. "Pasado un tiempo, la Especie se apareó y engendró hijos y esos hijos engendraron más hijos hasta que los planetas se poblaron con la Especie; y estas se convirtieron en Tribus, porque los miembros de la Especie eran muchos y, a través de los siglos, se fueron diferenciando unos de los otros. "Algunas Tribus adoraban al Ser que era la Luz, aunque le llamaban con muchos nombres. Pero hubo otros que eligieron la Oscuridad, la nada, y el Ser envió mensajeros a los planetas para que hablaran de El; y estos fueron los Custodios y los Profetas. "Pero a pesar de ello, algunas Tribus no creyeron en el Ser y ellos rompieron la Armonía de todo lo que El había creado; y la Oscuridad comenzó a conseguir poder. La esencia etérea que albergaban aquellos que pertenecían a las Tribus que habían elegido la Oscuridad sufrió una metamorfosis tal que ya no fue como el Ser la había creado. Esas criaturas tan cambiadas se convirtieron en los Demonios Miedo, Ignorancia, Prejuicio, Odio, Codicia y Apatía -los esbirros y secuaces de la antítesis del Guardián Inmortal, el Vil Esclavizador, y eso que se sienta a Su siniestra, el Caos. "Como la esencia etérea de estos Demonios se había alterado, ya no formaban parte del Ser que les había hecho y el Camino Para retornar a El, para volver a ser uno con El, como lo habían sido en el Principio, se perdió para ellos para siempre, y lo que una vez había sido bueno dentro de ellos se corrompió y se convirtió en maldad. "Muy pronto otras Tribus se contagiaron de la maldad de aquellos que servían a la oscuridad y, erróneamente, empezaron a creer que el nombre que ellos le daban al Ser que era la Luz que adoraban era el único nombre por el que El podía nombrarse o conocerse. Entonces, en el Nombre de la Luz las Tribus empezaron a guerrear entre ellas, derramando Sangre de Vida y destruyendo a aquellos que no creían como ellos. Muchas civilizaciones pasaron a la Oscuridad, la nada, dejando de existir para siempre. Ese fue el Tiempo de las Guerras Tribales. "Por medio de sus mensajeros, el Ser amonestó a las Tribus, diciéndoles que ese no era el Camino ni la Verdad de la Luz. Pero no escucharon. Finalmente, descorazonado, el Ser volvió a convocar Su poder, y una vez más los cielos se llenaron de Caos, como había sido en el Principio. Este fue el Tiempo de los Cataclismos. "Pero todavía, las Tribus no prestaron atención a las advertencias del Ser; y a través de los años se apartaron de Sus antiguas enseñanzas y se volcaron a un nuevo aprendizaje, en el que buscaban afanosamente descubrir la energía del Ser y apropiársela. No lograban comprender que se les habían revelado únicamente algunos fragmentos de Su fuerza y se creían dueños del secreto del Ser. "Con las piezas de conocimiento recién descubiertas, que llamaron Tecnología, las Tribus de cada planeta volvieron a guerrear entre ellas. Grandes explosiones sacudieron la tierra y la destrucción que provocaron devastaron los planetas como lo habían predicho los Custodios y los Profetas. Ese fue el Tiempo de las Guerra Mundiales. "Una vez más, por medio de sus mensajeros, el Ser reprendió a las Tribus, pero otra vez se negaron a escuchar; y continuaron en pos de lo que podrían conocer y comprender plenamente sólo aquellos que se hubiesen hecho Uno con el Ser al Fin, como se les había prometido a todos aquellos creyentes. "Con su Tecnología las Tribus de cada planeta descubrieron la existencia de aquellas en los otros planetas; y como todos, en su ignorancia, temían a los otros, en el Nombre de la Luz, las Tribus de los planetas empezaron a aniquilarse unas a otras. Los mundos chocaron. Fuego y hielo como nunca antes se habían visto barrieron la faz de los planetas, consumiéndolos, arrasándolos hasta que todo fue pura devastación causada por las luchas desatadas como lo habían predicho los Custodios y los Profetas. Ese fue el Tiempo de las Guerras de los de la Especie y el Apocalipsis. "Todas las cosas cumplieron un ciclo completo, cerrando el círculo. "Después del Apocalipsis todo volvió a lo que había sido en un principio, las Tribus se dispersaron y ya no pudieron moverse físicamente a través del Tiempo y del Espacio como lo habían hecho alguna vez. Muchas habían cambiado tanto que eran irreconocibles como pertenecientes a la Especie, y por supuesto, ya no lo eran, habían hecho una terrible regresión y habían vuelto a ser las criaturas como las que habían sido antes de que el Ser les otorgara su esencia etérea, y con el Fruto del Libre Albedrío del Árbol de la Vida y el Conocimiento. Otras se perdieron para siempre, pues sus mundos habían pasado a la Oscuridad, la nada, y habían cesado de existir. "Fueron pocos los que sobrevivieron. Sólo las Tribus cuya fe en el Ser nunca había vacilado, aquellas que habían esgrimido las Espadas de la Verdad, de la Justicia y del Honor contra la Oscu- ridad para que no se extinguiera la Luz sino que continuara brillando, sin importar si lo hacía tenuemente, esparciendo Sus rayos de esperanza y promesa por todo el universo. "Estas fueron las Tribus que experimentaron el Tiempo del Renacimiento y el Esclarecimiento, cuando Fidelidad, la Custodia de la Llama, apareció y habló otra vez del Camino al Ser, El Guardián Inmortal de todas las cosas que han sido y serán, la Luz Eterna que por siempre mantiene a raya a la Oscuridad mientras haya tan siquiera uno de la Especie que crea que el Ser es. "Y esta vez, en Tintagel, las Tribus oyeron la Palabra... y escucharon. Así está escrito en El libro del Edén del Libro Sagrado, El Mundo y el Camino, que Lady Ileana citó para mí. "Ahora, sucedió que en el este de nuestro mundo se fundaron dos claustros para honrar, servir y defender la Luz; y durante siglos, siguiendo al pie de la letra la lección que había enseñado la Custodia Fidelidad, la Especie vivió en Armonía y todo estaba bien. Pero una antigua Profecía vaticinaba el retorno de la Oscuridad; y andando el tiempo los Druswidas, los Elegidos adiestrados y disciplinados en esos claustros, observaron los fuegos y las nieblas que llamaron a su presencia y vieron las Señales de las Cosas por Venir. Y comprendieron que la Profecía había hablado con la verdad, que la Oscuridad estaba una vez más al acecho, una Oscuridad más terrible que cualquiera antes vista, aunque no Podían discernir Su forma, solamente Su creciente fuerza y poder. "Así fue que los dos ancianos de los claustros, Takis san Baruch y Gitana san Kovichi, cada uno por su lado practicó el peligroso Ritual de Elección y los cielos parieron dos AImaAfines -un Hijo de la Oscuridad y una Hija de la Luz- las que se equilibrarían mutuamente en el Poder de los Elementos, en una arriesgada unión contra el mal venidero. Estas dos AImaAfines así elegidas fueron Lord Cain y Lady lleana. "En el poderoso y extraordinario barco de vela Moon Raker se hicieron a la mar rumbo al oeste en busca de la mágica Espada de Isbtar con la que la Profecía ordenaba que debían luchar contra la Oscuridad. Pero durante la travesía por los mares, un pulso gigantesco les atacó y hundió el barco. Solamente Lord Cain, Lady Ileana y un puñado de los cientos que les habían acompañado lograron sobrevivir y alcanzar las costas de Cornucopia. Una vez allí, recibieron el amparo y la amistad de la tribu de los enanos, dos de los cuales se ofrecieron a servirles de guías en el oeste. "Pero esos dos enanos, Bergren Birchbark y Jiro Juniper, no fueron los únicos en ofrecerles su ayuda. Muchos otros, yo entre ellos, también sabíamos que había maldad en la tierra, ya que habíamos visto a los morbosos esbirros del Vil Esclavizador y luchado contra ellos. Finalmente, nosotros también nos unimos a la búsqueda en la que estaban empeñados Lord Cain y Lady lleana viajando azarosamente a través de los continentes de Aerie y Verdante, del que forma parte nuestra patria, Borealis. "Giraba y giraba la Rueda del Tiempo -con demasiada velocidad, temíamos. Pero finalmente Lord Cain y Lady ¡¡cana llegaron a la tierra de Valcoeur, y allí, en la Ciudadela de los Falsos Colores, Lady Ileana extrajo de las llamas de cristal de la verdad la mágica Espada de Ishtar para esgrimirla contra la Oscuridad. "Pero la monstruosa bestia del mal colocada dentro de Lord Cain durante el Ritual de la Elección, para que pudiera reconocerse y convertirse en una fuerza aún más poderosa y terrible que la Oscuridad misma, se despertó súbitamente. Así que cuando llegamos por fin a las Planicies Strathmore de Finisterre, él le robó a Lady Ileana la Espada de Ishtar usando artimañas y dirigió su magia a la mano izquierda de la Oscuridad. "Era el solsticio de invierno, la noche más larga del año, y había una espesa capa de nieve sobre las Planicies Strathmore, donde los esbirros del Vil Esclavizador estaban concentrados, un ejército de miles, negros como la noche, escamosos como reptiles. Alguna vez habían pertenecido a la Especie. Ahora, contagiados de ese espantoso mal, han sufrido una metamorfosis y se han vuelto AntiEspecie, ComeAlmas; y a la cabeza de todos ellos estaba Woden, antiguamente un gigante de Borealis." En ese momento, todos al unísono contuvieron la respiración y un siseo colectivo recorrió la tribu en una clara manifestación de horror por la terrible traición de uno de los suyos. Ante esa reacción Ulthor asintió con la cabeza brevemente, con un gesto adusto en el rostro con barba roja. -Sí, era él, Woden de Borealis -declaró nuevamente en tono severo-. Desde las murallas del castillo de Ashton Wells, que miran hacia las Planicies Strathmore, yo mismo le vi y le reconocí como uno de los nuestros y grande fue mi furia y mi vergüenza. "Aquella primera noche Lord Cain, único representante de la Especie, se quedó en las Planicies Strathmore. El solo enfrentó la embestida de los AntiEspecie. Pero para entonces, era tal su espantoso y sobrecogedor Poder nacido de la Oscuridad que, ileso, les mató por cientos, mientras nosotros observábamos desde el torreón y Lady Ileana nos protegía y también a los límites de las Planicíes Strathmore con su propio Poder. Pero ella no podía volver ese, su Poder, contra los ComeAlmas, porque emanaba de la Luz. "La terrible batalla siguió dos días más y los cuerpos mutilados de los AntiEspecie cubrían el congelado suelo. Pero todavía, Lord Cain continuaba tan fuerte como al principio porque la mágica Espada de lshtar había acrecentado su fuerza diez veces, puesto que la muerte de cada ComeAlmas también aumentaba la de ella. "Entonces, al amanecer del tercer día, Lady ¡]cana sufrió un colapso, consumida por su Poder y el aura de protección que había extendido por las Planicies Strathmore se desvaneció. Pensamos entonces que estábamos perdidos y con nosotros todo Tintagel, porque los AntiEspecie habrían invadido el mundo, infectando a todos y a cada uno de nosotros con su podrido veneno, corrompiéndonos, en cuerpo y alma. Y nuestros corazones nos pesaban y nos dolían en el pecho. Pero antes de marchar hacia Ashton Wells, yo le había rogado a Lord Erek, que era entonces el gran jefe de nuestra tribu, que nos ayudara contra los ComeAlmas. Y en ese momento, entre el velo de niebla matinal que cubría el terreno, un ejército venía marchando desde el norte. Eran nuestros hermanos, un millar de guerreros fuertes. "¡Uig-biorne, ntürz alza! ¡Uig-bionte, nrürz alza!, gritaban una y otra vez. 'Osos guerreros, imarchard!'-pronunció con ferocidad Ulthor, orgullosamente, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas al recordar a los bizarros guerreros gigantes que avanzaban hilera tras hilera sobre las devastadas Planicies Strathmore. Se le quebró la voz, pero finalmente se tranquilizó y continuó: -¡Les vitoreamos! Oh, cómo les vitoreamos... y recobramos nuestro valor para la lucha mientras ellos lanzaban su grito de batalla y atacaban intrépidamente a los AntiEspecie. "Los ComeAlmas no estaban a prueba contra las mazas y manguales los mazos y hachas de guerra de nuestros hermanos. En su desesperación las criaturas pervertidas se desprendieron de sus escudos y armas y con sus dientes y garras afiladísimos y peligrosos la emprendieron contra nuestros hermanos como animales rabiosos y... y... -Ulthor calló abruptamente, se pasó la mano por los ojos que le ardían como si intentara no sólo enjugarse las lágrimas sino tam. bién borrar el recuerdo horripilante y espantoso de cómo habían muerto los mil guerreros gigantes. Por fin él continuó. "Cuando todo pasó, hasta el último hombre y la última mujer de nuestra hermandad yacían sin vida sobre las Planicies Strathmore. Pero ese glorioso sacrificio no fue en vano, porque se habían llevado con ellos hasta al último ComeAlmas. Únicamente Woden, el caudillo AntiEspecie y Lord Cain quedaron con vida. Aunque ya había salido la Luna Primera, la noche estaba más negra que la boca de un lobo mientras ellos se lanzaban miradas fe. roces y asesinas y sus ojos relumbraban en la oscuridad con una luz rojiza que era realmente diabólica. Lo que siguió entonces fue un duelo tan abominable que no hallo palabras para describirlo. Así que sólo diré que al final, con la Espada de Ishtar, Lord Cain atravesó el corazón de Woden. El cuerpo del gigante estalló al recibir el impacto de la estocada; y cuando esto sucedió, el cielo, que hasta esos momentos había estado completamente negro, se abrió inesperadamente y unas inmensas fauces de dientes largos y mellados quedaron abiertas en los cielos, para nuestra gran sorpresa y asombro, era algo que nunca antes y nunca más en el futuro podremos ver. Entonces, allí, ante nuestros propios ojos, se formó un violentísimo torbellino que descendiendo a tierra chupó todo lo que encontró a su paso. Sólo quedó Lord Cain." A solas, en las Planicies Strathmore, quedó de pie, una figura amenazadora y macabra, la Oscuridad misma; y con desesperación pensamos que seguramente se volvería contra nosotros y nos destruiría... y a todo Tintagel con nosotros. -La Luna Azul ya se había unido a la Luna Primera en el cielo, y en esos momentos, en el horizonte empezaba a asomar la Luna Pasión cuando Lady Ileana, que ya se había recobrado y había abandonado el torreón, caminaba hacia él, sin demostrar ningún temor: pues en ese momento ella era la Luz misma, nuestra única esperanza, nuestra única salvación. No miento cuando digo que nosotros los que estábamos en las murallas estábamos faltos de aliento, esperando, aterrorizados, porque creíamos que Lord Cain estaba tan imbuido y transformado por la Oscuridad que mataría hasta a su adorada AlmaAfin. "Pero la Especie siempre puede elegir, pues ese es el camino no y la Verdad de la Luz. Y el gran amor perdurable que Lord Cain sentía por Lady Ileana, su AlmaAfin, probó ser mucho más fuerte que la bestia atroz que se anidaba dentro de él, pues había una parte muy importante de su ser que no podía tocar ni poseer, su corazón... y allí dentro estaba la Luz de Lady Ileana. Así que Lord Cain la eligió a ella; y con una angustia insoportable para él, conquistó y venció su propia Oscuridad y así nos salvamos nosotros y todo Tintagel." Ulthor quedó en silencio y lo mismo hicieron todos los miembros de la tribu, porque no había palabras para expresar sus sentimientos. Después de pasado un tiempo, uno a uno se fueron poniendo de pie lentamente. Con grandes puñados de agujas de pino alimentaron las llamas del fuego hasta que ardió con más brillo y las llamas subieron al cielo; y luego, cerrando la mano derecha en un puño apretado cada uno de ellos se la llevó al pecho para rendir así el más grande homenaje a todos aquellos que habían muerto en las Planicies Strathmore de Finisterre. Después empezaron a cantar el réquiem que honraba a sus héroes muertos. En voz alta, fuerte y clara, los gigantes plañeron sus cantos fúnebres hasta que apagaron los sonidos del viento que gemía entre los árboles, hasta que el bosque y las montañas, y hasta los mismos cielos, donde las Luces de ArcoLunar rielaban, sonaron al unísono con la magnífica canción de duelo, y el regocijo de los gigantes por la Luz. LA ASCENSIÓN El príncipe glacial 1 La última prueba, la más difícil y ardua de todas para determinar si un novicio elegido es digno de hacer los votos finales y entrar en los vestíbulos de los claustros Mont-Sect para convenirse en sacerdote o sacerdotisa druswidio, que le inserten la señal del sol o de la luna en la frente y que le coloquen el Collar de Primer Rango, es esta: convocar la barcaza a su presencia y guiarla a través de las nieblas hacia las costas del claustro de enseñanza. Si no puede cumplir este propósito, se considerará al novicio elegido indigno de hacer los votos finales y se cerrarán para el indigno las puertas de los claustros Mont-Sect para toda la eternidad. -Así está escritoen Los Libros de los Misterios Menores Volumen 1 La Costa Meridional de Tamarind, 7274.12.25 DESPUÉS DE UNA LARGA TRAVESÍA POR MAR llena de dificultades, el pequeño barco construido por los elfos, el spice of the Seas por fin había llegado, y echado anclas frente a la costa meridional del continente de Tamarind. Luego, con muchas precauciones, se había bajado un bote al agua para que un hombre y una mujer pudieran remar solos hasta la costa. En esos momentos, el hombre y la mujer, ambos druswidas, estaban de pie y en silencio sobre la negra playa rocosa que se extendía desde las Colinas de los Incas hasta el mar. En estas tierras del sur era verano, a diferencia de lo que pasaba en la tierra de Borealis, bien al norte, donde era pleno Invierno. Pero la noche tropical era triste. El viento que soplaba a ráfagas desde el Océano Monsoon era frío y, de las nubes que se amontonaban en el cielo, amortiguando la luz de las lunas y las estrellas, caía una fina llovizna. Tiritando un poco, la mujer, una sacerdotísa, se arrebujó más con el jaique que llevaba puesto. La capa con capucha estaba tejida con lana liviana de Finisterre, teñida de color violeta glacial y estaba contenta de tenerla; porque la mayor parte de lo que tenía al comenzar sus viajes hacía tres años estaba perdido para siempre. Aun así, había sobrevivido para regresar a su hogar. Eso era lo único que importaba. Echó una mirada expectante al hombre, un sacerdote, que estaba junto a ella, esperando que él llamara a su presencia a la barcaza que habría de llevarles a través de la espesa niebla a las Islas de Cinnamon y Monte San Christopher. Ella misma podría haber llamado a la barcaza, pero como el monasterio no era su claustro, habría sido presuntuoso e indebido enviar por el Hawk Hymn. Pero, un tanto desconcertada todavía, se preguntaba por qué el hombre no lo hacía. Abriéndose paso a través de las enormes frondas de las altísimas palmeras que bordeaban la costa de Tamarind, la luz calinosa de las tres lunas iluminaba su tranquilo rostro bronceado. Ella advirtió finas estrías, que no habían estado allí tres años atrás, alrededor de sus ojos y su boca, y se le oprimió el corazón por él. Los claustros a los que ambos servían habían pedido demasiado de ellos, pensó. No era justo ni correcta lo que les habían hecho -y peor aún porque se había hecho en el Nombre de la Luz. El silencio se dilató entre ellos, no obstante, la mujer esperaba -y todavía el hombre no llamaba a la barcaza. Ella continuaba preguntándose por qué, y luego por fin, aun antes de que el hombre hablara, comprendió que él tenía miedo. ¡Miedo! Quiso llorar, porque el valor de ese hombre equivalía al de un millar de hombres, nadie lo sabía mejor que ella, y estaba segura de que él no era el responsable de esa duda íntima. Kari -le dijo su esposo en voz baja en la lengua bedouin de su tribu-. No sé si puedo llamar a la barcaza. Un año atrás él no habría admitido su temor ante ella. Pero los dos habían cambiado y ahora el vínculo entre ellos era tal que superaba todas las cosas, hasta el Tiempo mismo. Aunque ella había nacido en la tribu de los Eygninos, la mujer conocía la áspera lengua de los bedouins así como también la suya propia, más dulce y cantarina, y le respondió en la debida forma. -¡Eres fuerte, cid -dijo ella suavemente, con sinceridad-, más fuerte que lo que se halla dentro de ti! ¡Lo has probado! Y yo estoy aquí, como siempre. Nunca más me separaré de tu lado. Esto lo juro por todo lo que es sagrado. El hombre contempló fijamente a su esposa, dejando que sus ojos negros le dijeran todo el amor que sentía por ella, ya que no encontraba las palabras adecuadas para expresárselo de otro modo. Siempre había sido un hombre lacónico y muy reservado, y después de todos los peligros que habían pasado juntos, esas características se habían marcado más. Pero su esposa comprendía y esta no era la primera vez que rezaba dando gracias a la Luz por haberla hecho suya. No había utilizado el inmenso Poder de los Elementos que era suyo desde hacía un año. No había querido utilizarlo. Pero ahora debía hacerlo -y eso le infundía temor-. Le espantaba pensar que, por el simple hecho de invocarlo, esa parte maldita y maligna de su ser a la que había vencido, pero no destruido completamente, pudiera despertarse. Siempre se había preguntado cómo podía alguien aniquilar una parte de sí mismo. Volvió la cabeza y paseó la mirada sobre la superficie azul noche del Océano Monsoon hasta que la fijó en las Islas Cinnamon o Canela, que se elevaban sombríamente de entre el mar de espuma de las olas, como si fueran la cola erizada de púas del continente Tamarind cuya forma era la de un dragón, que corta tangencialmente el horizonte. Las islas debían su nombre a los perfumados árboles siempre verdes de los que se extraía la especia; crecían en abundancia en el denso bosque tropical donde llovía todo el año y se extendían no sólo por toda la isla más grande y la principal de todas -Isla Bark- sino también por todos los islotes más pequeños. Sin embargo, a decir verdad, el hombre sólo veía las islas con los ojos de su imaginación. Porque en esos momentos, como siempre, se encontraban ocultas por la espesa bruma fría y grisácea que avanzaba hacia el norte en alas de los vientos helados que soplaban de Janus el casquete polar austral. Ese era el motivo por el que ningún barco se atrevía a acercarse a las islas y por el que nadie osaba ni intentaba aterrizar en ellas desde el cielo. Por eso el Monte San Christopher estaba realmente aislado del mundo. Para llegar al monasterio, se debía llamar a la barcaza Hawk Hymn a la fuerza. Muy lentamente el hombre se llevó las manos extendidas al pecho, apretando palma contra palma e inclinó la cabeza hasta que la frente tocó las puntas de los dedos y el mentón se apoyó en las puntas de los pulgares unidos. Entonces, después de aspirar profundamente unas cuantas bocanadas de aire, cerró los ojos y los oídos a todo lo que le rodeaba, concentrándose para obligarse a invocar su Poder. Al principio no obtuvo respuesta y llegó a temer haberlo perdido para siempre. No supo si debía regocijarse o lamentar la pérdida. Pero después, indolentemente, como un río lodoso, comenzó a circular por sus venas, latiendo y pulsando cada vez con más fuerza hasta que finalmente fue un bramido enfurecido en sus oídos. A despecho de sí mismo, el corazón del hombre dio un salto de júbilo en su pecho cuando el Poder, como impetuosa marejada, le recorrió el cuerpo, se lo colmó de energía hasta que, súbitamente, salió violentamente de él como un grito sin sonido, silencioso, salvajemente terrible y glorioso cuyo nombre era Triunfo. Ese grito mudo repicó por encima del océano. Sonó a través de la bruma. Reverberó de islote en islote hasta el corazón mismo de la Isla Bark hasta el monasterio y sacudió sus cimientos, aterrorizando a los druswidas que oyeron su clamor en sus mentes y no lo entendieron. Les heló hasta la médula de sus huesos a aquellos que sí lo entendieron pero no podían creerlo. El hombre percibió a la distancia que todos ellos quedaban atolondrados y retrocedían espantados, abrumados -todos menos uno- y una inflexible sonrisa sarcástica que no alcanzó a subir hasta sus relumbrantes ojos negros le torció sus carnales labios. Deliberadamente, como para demostrar aun más la potencia del Poder a su disposición partió en dos el chillido pavoroso, suavizando y endulzando el que llegaría a aquel único ser que no daba señales de terror ni de sobresalto al percibir su presencia, sino que se regocijaba de todo corazón. -¡Ottah! ¡Ottah! -gritó el hombre en su mente a ese ser solitario. Y la respuesta llegó fuerte y clara, llena de orgullo también: Bienvenido a casa, hijo mío. Acto seguido, abruptamente dominado por la emoción y sabiendo que había recibido su mensaje, el hombre interrumpió el contacto telepático y levantó la vista, separó las palmas de las manos y extendió los brazos antes de dejarlos caer a los costados del cuerpo. Su esposa no habló, pero sus descoloridos y luminosos ojos rasgados brillaron de orgullo y de profundo deleite por su victoria. El supo entonces que ella había oído, sentido y comprendido: por lo que les habían hecho, por todo con lo que tendrían que vivir de ahora en adelante, estaban en deuda con ellos... y esa noche la pagarían en parte. Horas antes, por medio de una investigación que había pasado inadvertida, los dos habían descubierto que los cuatro a los que les exigirían el precio a pagar se encontraban reunidos en el monasterio, una circunstancia fortuita. A esos cuatro el hombre y la mujer, deliberadamente, no les habían anunciado su regreso. Ahora, a pesar de haberse frustrado la reunión que mantenían violentamente y sin aviso previo- esos cuatro se estaban reponiendo rápidamente y se preparaban para recibir a los dos que habían creído perdidos o hasta muertos durante los últimos tres años; porque también el Poder de estos cuatro era considerable y no se les amedrentaría fácilmente. Todo esto era bien conocido por el hombre y la mujer. Sin embargo, aun antes de lo esperado, como si fuera llevada en alas de la magia, en el horizonte apareció una pequeña y antigua barcaza deslizándose sin ruido sobre el océano. Una barcaza cuya proa, bandas y popa angulosas, le daban todo el aspecto de un halcón en vuelo. Construido con la madera del macizo roble sombrío, la barca era negra como una noche sin luna. Una única vela de oruz se hinchaba en el mástil. Seis Hermanos encapuchados manejaban los largos remos. Traían los rostros ocultos bajo los pliegues de las cogullas, las manos que sobresalían de las mangas acampanadas parecían separadas de los cuerpos cubiertos por largas túnicas oscuras que se. confundían con la oscuridad de la noche. Al acercarse a la costa donde les esperaban el hombre y la mujer, los lúgubres sacerdotes recogieron los remos. Después, desembarcaron sin hacer caso de sus túnicas ceñidas a la cintura con un ancho cinturón, avanzaron trabajosamente por las turbulentas aguas arrastrando la barca hasta la playa. En cuanto tocaron tierra firme no les dirigieron la palabra ni al hombre ni a la mujer, sino que permanecieron mudos como si hubiesen hecho voto de silencio -o les hubieran cortado la lenguaComo ninguno de los que habían tripulado la Hawk Hymn jamás lo habían hecho para ir a recoger a una persona de la costa, todos a una cayeron de rodillas sobre los resbaladizos guijarros negros, las cabezas gachas, las manos estrechamente entrelazadas como a la espera de que un hado terrible y nefasto cayera sobre ellos. Era evidente que el hombre que había llamado a la barcaza de ese modo les infundía un temor reverente. Desde las profundidades de sus capuchas le lanzaban miradas aterrorizadas y hasta los de más alto rango entre ellos temblaban ante él. Pero eran inocentes de cualquier fechoría o maldad y la ira y el justo castigo del hombre estaban reservados para los cuatro culpables. Y por lo tanto, para gran sorpresa y alivio de los sacerdotes, él no hizo nada salvo volverse para ayudar a su esposa a subir a la barca; porque ella estaba pesada y torpe por el niño que llevaba en su vientre. Luego, él subió y, después de asegurarse de que ella estaba cómodamente sentada, se dirigió a ocupar su lugar en la proa. Osando apenas creer en su buena suerte, los Hermanos se pusieron de pie tambaleándose. Volvieron a poner la barca en el agua empujándola, luego subieron a las alas del halcón que formaban los costados del bote y volvieron a ocupar sus puestos empuñando los remos. Lentamente la Yawk Hymn puso rumbo hacia mar abierto y las Islas de Cinnamon. Mientras la barca pasaba rasando sobre la espuma de las olas, la vela se azotaba en el viento, los remos empuñados por los sacerdotes se movían perfectamente al unísono, la bruma la envolvía con su velo tan espeso y blanco como la misma muerte. Otros, enceguecidos, habrían temblado de miedo al sentirse amortajados por la niebla. Pero aquellos que navegaban en la barcaza no tenían necesidad de ver. Seguro ahora de su Poder, el hombre guiaba la embarcación infaliblemente a través de la bruma y más allá de los mortíferos arrecifes de coral que rodeaban las islas. Su pelo negro como el azabache ondeaba al viento como la larga y sedosa melena de un faesthors. El albornoz de lana que llevaba puesto semejaba las negras alas de un cuervo al agitarse alrededor de su cuerpo, inmóvil como el de una estatua. Nada en él hacía parecer de este mundo, sino de algún otro lejano y misterio so. Su piel bronceada, humedecida por la constante rociada mar que caía sobre él como fina llovizna, brilló al tenue resplandor de la luna cuando por fin la barcaza emergió de la niebla y la isla Bark estuvo a la vista de todos. Como lo habían hecho antes, los sacerdotes bajaron de la embarcación y la arrastraron por el agua hasta subirla a la playa de arenas doradas dividida por largos y retorcidos dedos de obsidiana, la piedra vítrea volcánica de color negro sobresalía de trecho en trecho. Sin esperar a los Hermanos, el hombre y la mujer emprendieron la marcha por el sendero que serpenteaba desde la costa hasta el mismo corazón de la isla. Allí, en un claro siempre verde del bosque, al pie del imponente volcán Yama-Magara coronado de nieves eternas, se erguía en toda su majestuosidad el monasterio de Monte San Christopher, de diseño meticuloso y sólida construcción rodeado de altísimas murallas. Fundado hacía siglos, estaba construido con magma solidificada que habían arrancado trabajosamente de la tierra y que luego habían cortado en grandes bloques cúbicos y pulido hasta dejarlos tan brillantes como el vidrio volcánico con el que estaba tachonado. En cada uno de los ángulos que formaban sus cuatro muros almenados se levantaba una torre de forma cuadrangular también coronada con almenas. La estructura básica tenía forma cuadrangular con la iglesia en el centro rodeada de las alas. Un campanario cuadrado con cúpula dorada se elevaba agresivamente desde el empinado tejado del presbiterio como si quisiera horadar el cielo. Las alas de tres pisos con tejados de dos aguas tenían por todos lados innumerables ventanas batientes, divididas con parteluz cuyos cristales ambarinos parecían clavar la mirada en el denso bosque tropical como si fueran los relucientes ojos amarillos de esmilodontes. Por las mañanas, cuando el sol ya estaba lo bastante alto en el cielo como para dar de lleno en el edificio, esos cristales romboidales atrapaban y reflejaban los brillantes rayos rojos y dorados dándole al monasterio la apariencia de un poderoso lupino negro a punto de saltar de un reluciente lago de fuego líquido. Era un ónice perfecto para el marco verde dorado en el que estaba embutido Se esperaba la llegada del hombre y la mujer; y ahora, cuando los Hermanos que custodiaban la casa de la guardia les avistaron, el Pesado rastrillo de hierro se levantó y las inmensas puertas de madera que clausuraban el monasterio se abrieron lentamente haciendo crujir los goznes para permitir el paso de los dos druswidas a través del portal abovedado. Cruzaron el patio público, luego entraron en el claustro donde tropezaron con otro sacerdote más que les haba ido a recibir. Era mayor que los otros Hermanos y no demostraba tanto temor, aunque no por ello les dirigió la palabra o se mostró menos cauteloso. Les saludó solemnemente con una inclinación de cabeza y les indicó que habían de acompañarle Los pliegues de sus vestiduras susurraban en el silencio mientras los dos le seguían por los estrechos y serpenteantes corredores del monasterio. Candelabros de pared con antorchas encendidas iluminaban el camino a seguir. Por fin el sacerdote se detuvo ante una sólida puerta de madera y llamó golpeando los nudillos contra ella. Al oír un lacónico "Adelante", hizo girar el picaporte y abrió la puerta. Después se hizo a un lado para que el hombre y la mujer pudieran pasar al interior de la cámara débilmente iluminada, donde los cuatro que estaban sentados allí esperaban -y se preguntaban llenos de inquietud qué presagiaba la llegada de los dos que se iban acercando a ellos. La Rueda del Tiempo gira inexorablemente, irrevocablemente, incesantemente. Y por lo tanto, si alguien clava un palo en la Rueda, infaliblemente, el palo regresará para clavarse en él. -Así está escritoen Las Enseñanzas de los Mont Sects El Libro de las Leyes, Capítulo Cuatro En la sala de estar privada del Reverendo Kokudia san Dyami estaban él y los otros tres druswidas de más alto rango en todo el mundo. Pero aunque el Poder de cada uno de ellos era extraordinario -Y sus Poderes mancomunados como en ese momento se convertían en un solo Poder más fuerte aún- y ellos más que nadie, sobre todo, sabían cómo ocultar sus emociones, solamente uno de ellos miró con perfecta ecuanimidad al hombre y la mujer que entraban. solamente ese mismo no demostró ninguna sorpresa ni se escandalizó de que, en vez de arrodillarse, como era de esperar, el hombre y la mujer permanecieron impávidamente erguidos ante los cuatro reunidos en la cámara. En verdad, el Hermano Ottah san Huatsu se encontraba en serias dificultades para disimular ante sus inquietos y airados colegas el respeto y la admiración que sentía por los dos que habían viajado al otro lado de Tintagel -y habían conseguido vivir para regresar y hablar de ello-. Esa era una hazaña jamás igualada por ninguno de todos los que habían partido antes que ellos; y aunque Ottah y sus colegas habían perdido las esperanzas de que el hombre y la mujer tuvieran éxito en la empresa, contando con ese éxito a pesar de todo, ninguno ignoraba que el haberlo logrado les convertía en una fuerza que debían tomar en cuenta, más poderosa que la de los cuatro que hasta ese momento había sido la fuerza más poderosa en todo Tintagel. La sola idea humillaba y atemorizaba a los colegas de Ottah, ya que ellos, que se habían vuelto arrogantes debido al Poder y autoridad supremos que habían tenido hasta entonces, no estaban acostumbrados a que les sucediera algo semejante. Sin embargo, en esos momentos las emociones que les embargaban eran las de aquellas personas que, impulsadas por la ambición, a sabiendas han creado un monstruo colosal para conquistar el mundo -y que, demasiado tarde, han comprendido que ellos mismos forman parte del mundo en el que lo han dejado suelto. De ellos era el triunfo, sí... pero, ¿a qué precio? Al llevar a cabo la tarea que le habían impuesto, el monstruo había comprendido perfectamente que no debía llamar amo a nadie. Ya no estaba sometido al mandato de los que le habían creado. Y ahora el único que no temía al monstruo era Ottah.. La tensión en el aire era tan densa que los allí presentes creían que se podría haber cortado con el arthames ceremonial que cada uno de ellos llevaba en la cintura y que era el símbolo de su Poder y rango druswídico. Nadie hablaba. Ninguno se movía. Era como si la habitación entera estuviese congelada, como una viñeta puesta de algún modo aparte del esquema de la realidad o como una fotografía del Tiempo Pasado. La mujer, que miraba fijamente a los que tan despiadadamente la habían enviado al otro lado de Tintagel hacía tres años, había visto una fotografía una vez hacía muchísimo tiempo una imagen atrapada Y detenida para siempre en un entraño trozo de papel por algún medio... ¿mecánico quizá?... ya olvidado de los Antiguos. Instintivamente ese recuerdo hizo que le remordiera la conciencia. Estaba prohibido hablar de tales cosas, prohibido hasta el pensar en ellas. Pero con todo, la fotografía, o lo que quedaba de ella, había estado allí, en la biblioteca de Monte Santa Mikhaela, donde la habían educado y preparado para ser una druswida, la imagen borrosa los colores desvaidos, pero allí a despecho de ser accesible únicamente a los que ya habían ingresado en el grupo elegido de los conocedores de los Misterios mayores. Ese pensamiento hizo que la ira anulara su sentimiento de culpa. Poseer artefactos de los Antiguos estaba en contra de las leyes del país -si bien los druswidas estaban por encima de todas las leyes con excepción de aquellas de la Luz. Sin embargo, los druswidas, como los Antiguos, también las habían violado en el Nombre de la Luz y, al hacerlo, se habían colocado por encima de la misma Luz que ellos servían. Tendrían que dar cuenta de ello. Como si Ottah percibiera las cavilaciones de la mujer, se levantó de la silla, rompiendo por fin la quietud y el silencio de todos los reunidos en la cámara. Abrazó cariñosamente al hombre que estaba de pie delante de él, el hombre que había sido como un hijo para él. -Me alegro de verte vivo y bien, Caín -dijo simplemente. Lord Caín, el Príncipe Supremo de Tintagel Oriental, devolvió el abrazo de Ottah con vehemencia. Un nudo de emoción le apretó la garganta por la comprensión y la aprobación incondicional de su mentor -por aceptarle como él había sido, en lo que se había convertido y en cómo era ahora: un hombre que tendría que luchar todos los días de su vida para mantener encadenada a la horrible bestia de la oscuridad que estaba agazapada dentro de él, una bestia que por culpa de los druswidas sería para siempre parte de su ser, una bestia cuya furia perversa y aniquiladora los tres colegas de Ottah temían que Caín desataría sobre ellos. Cuando Cain se separó lentamente de su mentor para enfrentarles, un músculo se crispó en su mandíbula rígida. Ellos casi les habían destruido tanto a él como a su amada esposa, Lady Ileana. Todo lo que pudo hacer al recordarlo fue reprimir su ira... y mantener la bestia a raya. Un estremecimiento perceptible atormentó su cuerpo cuando, al sentir cómo bullía de indignación, la bestia se agitó y chasqueó su cola erizada de púas. Los tres colegas de Ottah se alarmaron y le miraron con los ojos desorbitados. Se encogieron, horrorizados. Aunque sólo barruntaban cuánto podía hacer la bestia juntamente con el Poder de Caín, no tenían ningún interés en confirmar sus sospechas. La risa cruel y áspera de Caín resonó en la cámara. -¿Qué pasa, Sharai? -Habló con desprecio y se mofó de la Reverenda Madre Sharai san Jyotis, la Suma Sacerdotisa de Monte Santa Mikhaela, puesto que abrigaba contra ella una animosidad especial. Su lengua mordaz le había atacado de modo insultante una vez, insultamente, y no lo había olvidado. ¿No te alegras tanto como Ottah de verme? ¿No quieres saber lo que el resto de vosotros habéis forjado dentro de mí? La bestia con la que debo vivir todos los días de esta SendaVida... ¡No, qué va! ¡Vosotros no estáis haciendo otra cosa que malgastar vuestras artes conmigo! -Su voz sonó dura al hablar con mordacidad; mientras tanto, Sharai se propuso probar los límites del Poder de Cain y, si no era tan formidable como sus colegas y ella temían, conseguir dominarle; súbitamente empleó un acto de magia, trivial pero efectivo, que la hizo aparecer de golpe dominándole terriblemente con su inmensa estatura como la de un verdadero titán. Con ese arcano ella una vez, hacía mucho tiempo, le había engañado e intimidado, a él, un sacerdote de duodécimo rango.- ¡Debéis saber que tales trucos ya no me engañan! -le escupió él en la cara. Diciendo esto, él mismo conjuró el mismo hechizo de Sharai -excepto que en vez de sobrepasarla en tamaño, pareció convertirse también en un colosal dragón negro. Debidamente castigada y consternada, Sharai se redujo de inmediato a su verdadero tamaño y Caín volvió a reírse estrepitosamente lanzando llamaradas carmesí de su garganta escamosa. -Caín -le regañó dulcemente su esposa Ileana, posando la mano sobre su brazo-. Caín, lo único que haces con esto es despertar la bestia. Repentinamente, reconoció que ella tenía razón y recobró su apariencia real y todos en la cámara respiraron un poco más aliviados. Era evidente que Ileana, al menos, ejercía alguna influencia sobre su esposo, aun cuando ninguno de los demás lo hiciera; y esto sirvió para mitigar el pavor que les había infundido. A diferencia del de Caín, el Poder de Ileana derivaba de la Luz. Por ese motivo los otros la creían incapaz de causarles perjuicios -o de permitir que se los causara su esposo, aunque se equivocaban sobre esto. Con todo, sintiéndose un poco más seguro ahora que sus colegas y él no corrían un peligro inmediato, el Reverendo Padre Kokuzda san Dyami, el Sumo Sacerdote de Monte San Christopher, se atrevió a interrogar a Caín. -Entonces, Cain, entre nosotros sólo Ottah ha de ser perdonado.,. ¿es eso? -preguntó. -Dentro de los límites de sus conocimientos y sabiduría y a despecho de la forma en que le estorbabais, Ottah me preparó lo mejor que pudo para lo que yo había de enfrentarme. Únicamente él es merecedor del perdón entre todos vosotros. En cuanto al resto de vosotros, nos enviasteis a Ileana y a mí al encuentro de un destino aciago en la más completa ignorancia de lo que nos aguarda y habríais preferido vernos muertos antes que contarnos la verdad de vuestras maquinaciones, ¡y todo en Nombre de la Luz! -La ironía que encerraba esto hizo que su voz sonara dura y punzante. -Sin embargo, habéis regresado vivos -señaló la Hermana Amineh san Pázia. -Si lleana me hubiese amado menos, si yo la hubiese querido tan poco como tú, Amineh, la mentora en quien ella confiaba que la traicionó, todos vosotros estaríais muertos ahora ¡y yo, sentí una monstruosidad como vosotros jamás llegaríais siquiera a imaginar! ¡Y si me hubiera convertido en tal, Amineh, si no hubiese vencido a la bestia con la que tú y los demás, en vuestro celo, tu visteis a bien investirme, Tintagel sería ahora un mundo devastad, por la Oscuridad más horrenda jamás vista, una Oscuridad mucho, peor aún de la que lleana y yo encontramos y enfrentamos hace esta misma noche un año! -¿Habéis visto entonces la Oscuridad de la que nos habla la Profecía? -inquirió Kokuzda vivamente. -Sí. La hemos visto -respondió inexorable, el agotamiento, y las tensiones de los tres pasados años se hacían patentes ahora en su rostro-, y la sobrevivimos y la derrotamos en una batalla campal. Pero no hemos ganado la guerra y en eso consiste e núcleo corrompido de lo que se nos plantea ahora. A pesar de todas vuestras esperanzas, no es una victoria lo que os traemos, sin, una advertencia: Lo peor de todo queda todavía por llegar... y yo, soy un paladín muchísimo más peligroso de lo que aun vosotros que me habéis hecho así, creeríais; porque la bestia que llevo agazapada dentro de mí medra con la Oscuridad y lo único que y puedo hacer aún ahora es mantenerla enjaulada. Si alguna vez llegara a dominarme, nada ni nadie en el mundo resultará lo bastan te fuerte para derrotarme... ¡y yo, que entonces seré la Oscuridad en persona, arrasaré todo Tintagel! Acto seguido la habitación quedó una vez más sumida en un profundo silencio mientras los que estaban en su interior digería] mentalmente el cabal significado de las palabras de Cain. Todos menos lleana, que ya estaba en el secreto de los peligros latentes en e Poder de su esposo, parecían haber recibido un repentino garrotazo en la cabeza, porque aunque previamente habían tenido vagas sospechas de esto, oír la confirmación de ello era aterrador. Ante que existiera semejante posibilidad mortífera había sido una especulación sobre algo remoto e improbable. Ahora era real... Y estaba allí mismo. Si bien los ojos oscuros de Ottah le miraban llenos de, compasión, el resto contemplaba a Cain con recelo, como si súbita mente él pudiera perder los estribos matarles a todos. Esta vez, sin embargo, él ni se rió ni se burló de la turbación que demostraban -Sí -comentó con sarcasmo-, igual que los necios Antiguos imprudentes, os dais cuenta demasiado tarde de los resultados de vuestras acciones. ¡Demasiado tarde comprendéis lo que habéis desatado sobre todos nosotros en el Nombre de la Luz! Fue Sharai, siempre práctica, quien rompió el silencio que siguió a esa horrenda declaración. Sin embargo, aun cuando buscaba apaciguarle, no pudo evitar que su voz regia, desacostumbrada a expresar una disculpa, sonara afectada y dura a los oídos. -Caín, si nos hemos equivocado... y parece que así ha sido, entonces estoy segura de que hablo por todos nosotros cuando digo que lo lamentamos profundamente. Obramos de ese modo pensando que era lo mejor para defender la Luz y, quizá debido a nuestros temores y a nuestro fervor, seguramente hemos sido, como tú sostienes, iguales a los Antiguos, incapaces de ver si existía una alternativa mejor. Pero lo que está hecho, hecho está; y por mucho que quisiéramos, ninguno de nosotros puede cambiar el Tiempo Pasado. En cambio, debemos mirar el Tiempo Futuro. Eso es lo que debe preocuparnos ahora... si, como dices, lo peor de todo todavía no ha ocurrido. - Les indicó dos sillas junto al hogar donde ardía un pequeño fuego para templar el aire de la noche melancólica y desalentadora. -Venid. Sentaos. Desearíamos oír el relato de todo lo que os ha sucedido durante los años que habéis pasado en el otro extremo de Tintagel y de esta terrible Oscuridad que nos amenaza a todos. Y os juro que escucharemos y aprenderemos y nos dejaremos guiar por el conocimiento que habéis adquirido lleana y tú y vuestros consejos al respecto. -Sharai se volvió hacia Kokuzda.¿Sería posible ordenar que nos traigan una comida ligera? Cain e lleana han viajado durante mucho tiempo y desde muy lejos y, sin lugar a dudas, deben estar hambrientos y fatigados. Además, lleana está encinta... -Su voz se desvaneció poco a poco mientras estudiaba con detenimiento a la hermosa mujer de cabello plateado que estaba de pie delante de ella, los ojos fijos y acusadores, la barbilla alta y desafiante y los brazos cruzados protectoramente sobre su abultado vientre. Un hijo, pensó Sharai... y no estaba sola en su angustia y aprensión. Qué necios hemos sido al no haber considerado esa posibilidad, Cuán necios como los Antiguos hemos sido ciertamente. Los ojos color lavanda de lleana no se bajaron respetuosa, nerviosamente, como lo habrían hecho antiguamente bajo la mirada penetrante y severa de la Reverenda Madre. En cambio, sostuvo descaradamente la mirada de Sharai como si le lanzara un reto. Como su .esposo, Ileana no olvidaba que, a pesar de que tanto Sharai como Amineh la amaban de verdad, la habían traicionado una vez. Como habían creído que la unión física de Cain e lleana era necesaria para derrotar a la Oscuridad, la habían drogado y se la habían entregado a él siendo todavía virgen, sin considerar siquiera la bestia agazapada dentro de él, la cual ella había percibido, Ahora, a despecho de la aparente capitulación de aquellos reunidos en la habitación, de su supuesta buena voluntad para es. cuchar y hacer caso de los consejos de Cain y los suyos propios, todavía lleana creía que ambas eran capaces de cualquier cosa, en, especial la Reverenda Madre, hasta de buscar algún modo de envenenarla -no para matarla, sino para hacerle abortar a su hijo, por miedo de que fuera una criatura execrable, nacida de la si miente corrompida de Cain, como sería seguramente. La sola idea de que la determinación de ambas de defender la Luz a toda costa fuera tal que pudiera llegar hasta dañar a su hijo, hizo que la furia y el terror creciera desmesuradamente en ella casi hasta el punto de dominarla. No te atrevas a pensar siquiera en deshacerte de mi hijo, de matarle antes de que nazca, Sharai -le advirtió telepáticamente a la Reverenda Madre en tono amenazador-. Ten la absoluta certeza de que, por el bien de mi hijo, no detendré la mano de Cain si él decidiera levantarla contra ti... como seguramente lo hará si osaras dañar a nuestro hijo. No fueron los ojos de lleana los que se bajaron sino los de Sharai. Satisfecha de que su amenaza no se hubiera tomado a la ligera, lleana se sentó entonces en una de las sillas junto a la lumbre. Se quitó el jaique y aceptó agradecida la taza de vino de palma que Cain había servido del aparador de Kokuzda y le ofrecía en ese momento. De la cocina les trajeron una cena fría que ambos comieron ávidamente, pues habían echado de menos la comida característica del Oriente. Después de comer los dos hablaron mucho de sus viajes y de la batalla campal que había tenido lugar hacía exactamente un año esa noche en las Plancies de Stathmore en Finisterre. -Como podréis ver -dijo entonces Cain concluido su relato-, hemos asestado un rudo golpe a la oscuridad, sí... pero no fue mortal, no la derrotamos por completo. Ni siquiera pudimos averiguar de dónde provienen esas huestes morbosas del Vil Esclavizador, estos AntiEspecie, estos ComeAlmas. Puede que hayan venido de los continentes de Montano o Botanica. De ser así, es muy probable que ya hayan conquistado esas tierras, enrolando sus filas desmesuradamente... una posibilidad que, hasta yo que he luchado contra ellos y les he derrotado, encuentro escalofriante, porque sé que, aun así, no será suficiente para ellos. Si hay algo de lo que debemos estar absolutamente seguros en lo que concierne a estas retorcidas abominaciones de la Especie es que no descansarán basta que no hayan dominado todo Tintagel, contagiándonos a todos y corrompiendo nuestras almas. ¡De ese modo, nos quedará vedado para siempre el Camino de regreso al Guardián Inmortal, volver a ser Uno con él, como éramos al Principio! -Como todas las criaturas vivientes, ellos están impulsados por una necesidad primordial: la preservación de su tribu. Creo que esa horrible enfermedad con la que están contaminados, la que provoca esa asombrosa metamorfosis que experimenta el cuerpo pasando de homo sapiens a saurio, debe de volver estéril a uno de los sexos o a ambos durante el proceso de mutación. De lo contrario, podrían engendrar naturalmente para reproducirse y no necesitarían tomar tantos prisioneros o atacar hasta animales en los que, dicho sea de paso, la transformación es un horrendo fracaso, en el desesperado afán de crear más seres como ellos y aumentar su número. Y por eso, como verdaderos parásitos, se alimentan de nosotros. Y nosotros... nosotros debemos forzosamente hallar su corazón y destrozarlo... ¡antes de que todo Tintagel esté definitivamente perdido! -Qué propones, Cain -inquirió Ottah pausadamente y con semblante serio-. Si lo que dices es verdad y conocemos en la actualidad pocas formas de matar -mucho menos curar- a estos AntiEspecie, entonces parece que ni siquiera un ejército de druswidas tendría alguna posibilidad de triunfar sobre sus huestes innumerables... y eso sin considerar siquiera el hecho de que los mares son traicioneros y están plagados de peligros. Si el poderoso y extraordinario barco de vela Moon Raker, el más grande jamás construido, pudo hundirse... -¿Qué posibilidades tendrían de llegar al Occidente sin contratiempos los barcos más pequeños y frágiles que nos quedan? -terminó de formular la pregunta Amineh. -Pocas o ninguna -declaró gravemente Cain-. No cabe duda de que esa es la razón por la que nuestros anteriores emisarios nunca regresaron. Aquellos barcos que lograron llegar al otro extremo de Titangel se hundieron, probablemente, durante el viaje de regreso. Fue únicamente por la gracia de la Luz que Ileana y yo hemos podido sobrevivir. -Entonces, repito la pregunta: ¿qué propones, Cain? -reiteró Ottah. -Propongo esto: que enviemos un único druswida al Occidente por la ruta que pasa por el casquete polar boreal, Persephone, para encontrar el corazón de la Oscuridad, infiltrarse en sus filas y averiguar todo lo que hay que saber de Ella. Cuando tengamos toda esa información, decidiremos la mejor estratega para acabar con Ella definitivamente. -¡Qué! ¡Es una verdadera locura! -exclamó Amineh, horro. rizada-. ¿,Qué druswida tendría la más remota posibilidad de sobrevivir en el Artico? ¿.Qué druswida podría espiar a esos AntiEspecie, esos ComeAlmas, pasar inadvertido como uno más de ellos, cuando, como dices, ya no son Especie, sino que se han metarnorfoseado en saurios como nunca antes se ha visto? -Hay un druswida capaz de todo eso -insistió Cain, a pesar de que un dolor profundo le ensombreció los ojos por el mero hecho de conocer esa información. -¡Ahhhh! -exclamó Ottah comprendiendo todo, repentina. mente-. Entonces, hijo mío, después de todo no careces de cierta comprensión con respecto a nuestra aflicción y al calvario que sufrimos antes de decidir enviaros a Ileana y a ti a lo Desconocido, ¿no es así? -No, Ottah. -Sin embargo, aun así enviarías a tu mejor amigo, Iskander sin Tovaritch, al corazón mismo de la Oscuridad, ¿no es verdad? Porque es de él de quien hablas, ¿no? -Sí, Ottah -respondió Cain con pesar-. Es él y, por muy reacio que sea a esa idea, le enviaré sí, siempre y cuando él acepte la misión. -¡Pero, por supuesto, que la aceptará! -estalló Kokuzda. -Él es, sin lugar a dudas, el druswida apropiado... qué digo, el único druswida capaz de llevar a cabo esa tarea; y como tal, hará lo que le ordene Mont-Sects. -¡No, Kokuzda! -replicó Cain endureciendo las facciones de su rostro moreno-. ¡No se volverá a actuar de ese modo! Eso es parte del precio que pagaréis... todos vosotros... por lo que nos habéis hecho a Ileana y a mí. No enviaréis a nadie más ignorando el destino que le espera. Se informará a Iskander de toda la verdad. Se le ha de permitir la libertad de elegir... o ¡juro que conoceréis lo que significa despertar la bestia que albergo! Hasta Ottah palideció al oír la amenaza y pensar en los estragos que podría causarles Cain... de no hacerle caso, una vez que estuviera en las garras de la bestia agazapada en él. Era un riesgo que no se atrevían a correr. -Mandaré llamar a Iskander, Cain -por fin consintió Kokuzda, a regañadientes-. Pero serás tú quien le informe de todo lo que sabes. ¡Tuya será la responsabilidad de los resultados de su decisión! ¡Y no olvides esto, Cain: si, debido a tu insistencia en agobiarle con lo que es mejor desconocer, Iskander rehúsa hacer el trabajo que piensas encomendarle, entonces tú y sólo tú serás responsable de haber condenado a Tintagel como si tú mismo la hubieras destruido con tus propias manos! -Amén -replicó Cain en voz baja-. Que así sea. 2 Desde muy pequeña he sabido que era diferente del resto de mi familia, tan diferente en todos los aspectos que, por más que yo quisiera que fuera de otro modo, tire aislaban de ellos. Aunque había nacido en Boreales, la tierra de los gigantes, yo no era boreal, sino Vikanglian. Mis padres carnales habían venido del otro lado del mundo, del Oriente, un territorio del que los gigantes sólo tenían algunos conocimientos muy vagos, casi nulos. Durante el viaje que mis padres hacían a través del continente de Aerie, les habían atacado los reiveros, una tribu salvaje y sanguinaria, y habían matado a mi padre y a sus acompañantes, a todos menos a mi madre que, de algún modo se las había arreglado para escapar de la carnicería. Desde que lo supe siempre he pensado que debió de haber sido una mujer de gran valentía y mucho ingenio, ya que, sola en una tierra extraña y con una criatura en su vientre, a pesar de todo se había ingeniado para encontrar el camino a Borealis, donde la habían encontrado y cuidado los bondadosos gigantes. El gran pesar que me embarga ahora es no haberla conocido, porque murió al darme a luz, no sin aretes decir en un murrinillo el nombre que había elegido para mí. Y así fue que me crié entre los gigantes como una más de ellos. Pero no lo era, y al ir creciendo, me percataba cada vez iras de las diferencias que existían entre nosotros. Al principio no comprendía por qué no seguía creciendo hasta ser tan alta y tan grande como ellos, por qué siempre sería más baja y más pequeña que el resto de mi gigantesca familia (aunque ahora sé que en mi propia tribu me habrían considerado un bello ejemplar de mujer); y no fue sino hasta que me quejé amargamente de mi falta de estatura a Freya, mi madre gigante, cuando me enteré de que no era su hija carnal, y de que, de hecho, ni siquiera pertenecía a la raza de los gigantes. Yo era una huérfana cuyos padres pertenecían a una tribu extraña y poco conocida, la de los Vikanglians que habitaban en el Oriente. Mi mundo se desmoronó por completo aquel día; y desde entonces, a pesar de saber que mi familia de gigantes me quería bien, en lo más íntimo de mi corazón me sentía sola, una extraña en una tierra extraña -aunque era el lugar donde había nacido y todo lo que había conocido hasta ese momento-. Empezó a consumirme el deseo de saber quién era yo, qué era. Pero mis padres gigantes no podían decirme nada más, ya que ellos sabían muy poco más que yo del Oriente y yo no sabía nada en absoluto. Ellos me entregaron todo lo que había poseído mi Madre cuando llegó a la tribu; pero como esas posesiones sólo consistían en algunas vestimentas usadas y desconocidas, y un cofrecito que contenía un pergamino escrito en una lengua foránea que ninguno de nosotros podía leer ni entender, sus pertenencias no me servían en absoluto -aunque las conservé en mi poder a pesar de todo. Porque fue después de haber abierto por primera vez el cofrecito y tocado el pergamino que contenía, cuando algo en mí cambió. Ahora, claro está, sé que fue entonces cuando mi Poder, que había permanecido en estado latente durante muchísimo tiempo, despertó dentro de mí. Pero en aquel momento yo ignoraba qué era lo que se agitaba en mi interior cobrando vida propia; y me sentí presa de un Horrible terror como le sucedió a Yael, mi hermano gigante, que fue testigo de mi primera transformación. bien lo recuerdo aun hoy, después de todos estos años. Yael, y yo estabamos corriendo a la par de él, mangual en mano, cuando, por alguna razón, me imaginé que era un grácil hrein galopando airosamente por la tundra, como los había vista hacer con frecuencia. No bien se me ocurrió la idea cuando algo salvaje y fuerte y temible se desencadenó, súbitamente dentro de mí, como si yo hubiese estalla do; y por unos pocos segundos, pareció que, en realidad, yo me había convertido en el animal que había imaginado ser. Me desmayé y lo primero que vi al recobrar el conocimiento fue el rostro demudado de Yael inclinado sobre mí que me observaba con inquietud y bastante miedo. Hablamos poco de lo que había sucedido. Nos convencimos mutuamente de que sólo había sido un truco de nuestra imaginación, de que yo me había mareado de tanto correr y de que la brillante luz del sol reflejada en la nieve le había hecho una mala pasada a sus ojos. Sin embargo, en el fondo, sabía perfectamente que no era así. En lo más íntimo de mi ser estaba seguro de que, por fugazmente que hubiese sido, yo me había metamorfoseado en un hreinn, de que yo no sólo era un ser ajeno a los gigantes sino quizá a todas las trbus también, angustiada por un Poder que no entendía y que no quería. Aunque jovencita y hermosa -como me había repetido una y mil veces Yael- me sentía una persona execrable, una abominación; y como les amaba sinceramente empecé a apartarme cada vez más de mi familia y amigos gigantes, por miedo a contaminarles de alguna forma con la anormalidad de mi ser -Así esta escrito en Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin lothian Piney Woods, Borealis, 7274.12.26 COMO YA ERA CASI UNA COSTUMBRE ÜLTIMAMENTE, Rhiannon Olafursdaughter, apellido compuesto que indicaba que era la hija de la familia Olafurs, estaba sola. Se había internado profundamente en el denso bosque llamado Piney Woods para cazar algún animal salvaje, algo que practicaba cada vez con más frecuencia desde hacía poco tiempo. Esto no se debía a que su padre, Olafur, o su hermano, Yael, no fueran diestros cazadores, perfectamente capaces de proveer de abundante carne para la mesa familiar, porque así lo eran. Era sencillamente porque, desde que había descubierto que era una hechicera, Rhiannon había sentido la necesidad de distanciarse de su familia y amigos. Aunque la querían bien, ahora también la temían; y algunas veces, a espaldas de ella, cuando creían que no les veía, hacía la antigua señal contra los maleficios. Esto la hería profundamente, pero no podía culparles por tener miedo. ¿Cómo podría hacerlo si hasta ella misma se infundía miedo? Oh, ojalá pudiesen retornar aquellos días cuando ignoraba que no pertenecía a la tribu de los boreales, que era Vikanglian, pensaba Rhiannon, cuando creía que su falta de desarrollo físico se debía simplemente a una atrofia temporal y se sentía segura de que a la larga llegaría a ser tan grande como su madre gigante, Freya. Cuando no tenía conocimiento de ese extraño Poder que se había despertado en ella y que a veces hacía que hasta su hermano Yael, el más allegado a ella que cualquier otra persona, la observara con cierto recelo, desgarrado entre el profundo amor que le profesaba y el temor de que ella no fuera totalmente... Especie. Pero ella no podía hacer volver hacia atrás la Rueda del Tiempo. Al comprender plenamente esto, Rhiannon suspiró apesadumbrada. No era la primera vez que se le ocurría que su deber era huir de allí para que su familia no tuviera que soportar la carga de albergar en su seno a una... hechicera. Pero por otra parte, Pensaba en los AntiEspecie, los ComeAlmas, que incluso en esos momentos, después de la batalla de las Planicies Strathmore, se dejaban ver fugazmente, muy de tarde en tarde, merodeando por el País, y la paralizaba el miedo. Caer víctima de ellos era un destino Peor que la muerte y, ¿qué posibilidad de salvación tendría ella, sola y maldita, contra ellos? Además, aun cuando no fuera arriesgado violar, que sí lo era, ¿adónde podía ir? ¿A Valcocur, donde habitaban los feéricos? ¿.A Potpourri habitado por los elfos? ¿Con los gnomos de Cornucopia? Era tan diferente de todos ellos como lo era de los gigantes. Ni siquiera con los Finisterrea, nos, los Nomados o los Gallowishos, que en general eran los que más se parecían físicamente a ella, no tenían absolutamente nada que ver con la tribu de donde habían venido sus padres. ¿y con qué medios contaba para atravesar los mares y volver al Este prácticamente desconocido para los gigantes? ¿Cómo podría regresar a ese remoto lugar llamado Vikanglia, que era su verdad,- ra patria? Carecía de medios y de posibilidades, no contaba con nada en absoluto. Le convendría olvidarse para siempre de que alguna vez había oído hablar de ello. Pero Rhiannon no podía olvidar. Además, no la ayudaba en nada la historia que había contado Ulthor la noche anterior alrededor del fuego ritual, ese espeluznante relato de la batalla en las Planicies Strathmore, ya que lo único que había logrado había sido avivar aun más su curiosidad y aguijar su secreto afán por informarse más sobre el ignoto Este. Mientras seguía arrodillada en un tranquilo claro del bosque a orillas del Río Snowy o Nevado, se dedicó a meditar mucho tiempo el relato de Ulthor. Según sus palabras, tanto el Príncipe Supremo como la Princesa Suprema de Tintagel, Lord Cain y Lady lleana, también habían poseído Poder. Quizá no se diferenciaba tanto del suyo propio, reflexionó Rhiannon. Quizás entre otros de ese jaez, ella sería una más y no se la consideraría una hechicera. Cuando ese pensamiento cruzó por su mente, metió la mano en la mochila y buscó el cofre que había pertenecido a su madre carnal y que siempre llevaba consigo desde que se lo entregara Freya. Al abrirlo y sacar el enigmático rollo de su interior, Rhiannon se preguntó, como siempre lo hacía cada vez que lo contemplaba, qué diría lo que estaba escrito en ese pergamino. Estaba bellamente adornado con un complejo sello de cera roja en relieve, roto ya, y escrito en caracteres extrañísimos como jamás antes había visto. Por más ahínco que pusiera al estudiar los caracteres foráneos que formaban las palabras de ese extraño mensaje, no podía descifrarlas. Por último, cansada ya, exhalando otro suspiro de pesar, Rhiannon volvió a enrollar el pergamino y lo guardó nuevamente en el cofrecito. El rollo le resultaba completamente inservible. No sabía bien por qué lo conservaba en su poder, salvo que algunas veces, cuando lo tocaba, se formaban imágenes en mente, imágenes que intuía tenían una importancia fundamental para ella; y por ese motivo, a pesar de lo mucho que la perturbaba ese rollo, era reacia a deshacerse de él. Temblando un poco metió el cofre de nuevo en la mochila y lo empujó con fuerza casi hasta el fondo. Después echó un vistazo al melancólico ciclo que no estaba iluminado por el sol, Sorcha, que, en los límites meridionales de la región ártica sólo brillaba fugazmente cada día durante el invierno, si se dignaba aparecer. Abultados nubarrones grises se iban amontonando en el horizonte. Se aproximaba una tormenta de nieve, calculó Rhiannon. En realidad, debería regresar cuanto antes a su hogar en Torcrag, morada de los gigantes. Sin embargo, estaba poco dispuesta a hacerlo, a contestar las preguntas que seguramente le formularían en cuanto la vieran aparecer sin traer siquiera un solo conejo para la cazuela; puesto que entonces sus padres comprenderían que su ida de caza sólo había sido un pretexto para salir de la tienda y eso heriría sus sentimientos. ¿Por qué tenía que ser tan diferente de su familia?, volvió a preguntarse con amargura. Rhiannon contempló su imagen reflejada en las oscuras y glaciales aguas del río, notó, como de costumbre, qué poco tenía de común físicamente con los boreales. Ya había cumplido dieciocho años. Sin embargo, a despecho de que había llegado a la plenitud en su desarrollo, era casi un metro y medio más baja que el gigante más bajo que conocía; y aunque musculosa, era de huesos pequeños, de cuerpo esbelto y delicado comparado con los de los boreales. Su rostro, perdido en medio de una mata de largos cabellos rojos, era seductor, todo planos y ángulos y en el que se destacaban los pómulos altos y muy marcados. Nunca se había creído hermosa aunque lo creyera firmemente su hermano Yael. De lo que sí estaba convencida era de que por el mero hecho de ser tan diferente de los gigantes era como llevar marcado en la frente el estigma de esa infamia. Hasta sus ojos la hacían descollar entre los de la tribu, ya que en vez de ser azules como los de los boreales eran castaño claro, casi dorados como si fueran dos topacios. La característica más peculiar de esos ojos, y la más desconcertante para los gigantes, era esa clase de luminiscencia que poseían, como si con ellos Rhiannon pudiera ver y comprender lo que era incomprensible para los simples mortales El ruido súbito de una pisada la sobresaltó y la arrancó de su ensimismamiento. Con la presteza y la agilidad de aquellos cuya supervivencia dependía primordialmente de mantenerlos cinco sentidos alerta recogió rápidamente su mangual del suelo y se levantó de un salto, agazapándose a medias en la Postura clásica de un guerrero. Luego, al comprobar que sólo se trataba de su hermano Yael, se relajó sin dejar por ello de fruncir el ceño. -Tenías que ser tú, debí haberlo sabido -comentó a modo de saludo-, porque eres el único que conoce la predilección que tengo por este lugar. -Sí. -Asintió con la cabeza y avanzó hacia el interior del claro.- Vienes aquí a menudo, Rhiannon, sobre todo en estos últimos tiempos... desde aquel día... -Calló abruptamente, como si luchara para contener las palabras. Pero estas, a pesar de todo, brotaron a borbotones de su garganta.- ¡Procuras evitarme todo el tiempo! -la acuso acaloradamente y el dolor y el enojo brillaron en sus claros ojos azules-. ¡La verdad es que huyes de todos nosotrosI ¿Por qué? Sabes bien por qué, Yael -respondió Rhiannon en voz -queda, evitando mirarte a los ojos mientras la culpa y la vergüenza le hacían arder las mejillas-. Ya sabes en lo que me he convertido. Todos los saben, puesto que al parecer, aunque estoy poseída por este Poder que me permite cambiar la forma de mi cuerpo, Ye soy incapaz de controlar esas transformaciones, y ya todos las han presenciado. Los boreales me creen una hechicera, Yael... quizá con razón, porque yo misma creo que debe de ser así... y sólo por el cariño que me tienen tus padres y su relevante posición social en la tribu no se me ha declarado una Paria. -Ellos también son tus padres, Rhiannon -insistió su hermano más calmado. Ella movió la cabeza de un lado al otro con aire triste. -No, Yael, no son mis verdaderos padres, aunque me llaman hija y me quieren bien como yo les quiero. A decir verdad, fueron más que bondadosos al acogerme en la familia cuando murió mi madre carnal, y tú lo sabes. ¿No es acaso el argumento que tú mismo has usado con bastante frecuencia para persuadirme para que me case contigo... que por nuestras venas no corría la misma. sangre? Le toco el turno a Yael de enrojecer y desviar la vista. En verdad que se lo había dicho cuando al llegar a la edad adulta había dado cuenta de que el amor perdurable que sentía Por ella no era un amor meramente fraternal sino el de un hombre Por una mujer a quien tomaría por esposa. Ahora las palabras le atormentaban y Yael quiso desesperadamente no haberlas dicho, retractarse de todas ellas. Pero era imposible y su corazón sangró por ella. A lo largo de los últimos meses -desde aquel día nefasto de su primera metamorfosis- había visto con alarma creciente cómo Rhianon, deliberadamente, se aislaba del resto de los boreales. Su temor era que planeara huir de la familia, que emprendiera lar vida de Paria que muchos en la tribu, temerosos de su Poder habían procurado que la declararan. Le aterraba la idea de perderla para siempre. La región abundaba en peligros, entre los que no era el menor el puñado de dispersos AntiEspecie que había quedado, a pesar de la batalla de las Planicies Strathmore. Sólo imaginar a Rhiannon en las garras de los ComeAlmas aterrorizaba a Yael. Imaginarla muerta le desgarraba el alma. Y en verdad, ¿cómo podía culparla por dejarse llevar por lo que sentía y percibía a su alrededor? Entre los boreales solamente Ulthor, que había viajado a lo largo y ancho de este mundo y conocido a otros también con Poder, no la consideraba una hechicera y no hacía la antigua señal contra el maleficio a espaldas de Rhiannon. Pero ni siquiera Ulthor comprendía plenamente el Poder de la joven. Debido a esto, la habilidad que tenía para transformarse en otras criaturas que no eran ella misma habría sido, en el mejor de los casos, un hecho aterrador para los integrantes de la tribu. Entonces los boreales, por ignorancia, no podían menos que compararlo con la horrorosa mutación de tantos Especie en AntiEspecie y de ahí preguntarse si Rhiannon era efectivamente una hechicera y quizás una secuaz de los viles ComeAlmas. En lo más recóndito de su corazón, Yael sabía que no lo era. Sin embargo, aunque no pretendía comprender el Poder que se había revelado repentinamente en ella, deseaba que no lo tuviera. La apartaba mucho más del resto de la tribu, pero aun así, no menoscababa el amor que él sentía por ella. Seguía queriendo que fuera su esposa. Yael se acercó con la intención de tomarla entre sus brazos, pero Rhiannon, anticipándose a ello, se lo impidió levantando la mano como un muro entre ellos. -No, Yael, no lo hagas. Lo único que consigues con ese amor que sientes por mí es lastimarnos a ambos. Ahora, más que nunca, no está bien entre nosotros. Te quiero como una hermana quiere a su hermano, y aun cuando sintiera algo más que eso, no podría casarme contigo ahora, no desde el momento en el que me he convertido en lo que soy. Jamás comprometería tu posición en la tribu, sabes bien que eso sucedería si creyeran que te habías casado con una hechicera. -¡No me importa nada lo que digan los demás -murmuró él, obstinado. -¡Pero te Importará, Yael! -declaró Rhiannon-. ¡Si empezaran a evitarte, a volverte la espalda como lo hacen conmigo, si te convirtieras casi en un Paria entre ellos como si realmente lo fueras, entonces sí te importaría! No sabes o que significa ser diferente, lo que significa no pertenecer Yo sí... y procuraré evitarte ese dolor por todos los medios posibles -¡Pero yo te amo, Rhiannon! Gustosamente compartiría tu dolor. Gustosamente hasta partiría de aquí hoy mismo, si eso es lo que deseas, y te llevaría adondequiera que deseases ir. -No podría pedir eso de ti, Yael -musitó ella profundamen. te conmovida-. Además, no deseo ir a ninguna otra parte que no sea al Este a través de los mares, y no hay muchas esperanzas de que pueda hacerlo. No, simplemente debo aprender a aceptar el hecho espantoso de que no existe ningún sitio donde pueda decir alguna vez que yo pertenezco a él, ninguno al cual poder llamar alguna vez patria... -Se le quebró la voz y una solitaria lágrima se deslizó de uno de sus ojos hasta quedar congelada como una gota de cristal en su mejilla. Yael sintió crecer su ira y frustración ante su impotencia para consolarla. Maldiciendo por lo bajo, descargó su cólera dando un poderoso puñetazo contra el tronco de un pino cercano. Instintivamente Rhiannon se encogió mientras el golpe seco y sonoro reverberó a través del bosque. Una lluvia de piñas cayó como copos de nieve de las ramas del árbol y una ardilla asustada saltó desde su agujero del árbol a una rama alta desde donde pareció chillarle a Yael. Una ligera sonrisa rozó fugazmente los labios de Rhiannon, puesto que parecía que casi podía entender a la criatura. Luego, consternada, apartó rápidamente ese pensamiento de su cabeza, como si por el mero hecho de pensarlo ella pudiera de algún modo hacer que se cumpliera; pues qué trivial debía de ser una conversación mágica con un animalito si se era capaz de transformarse en uno por involuntariamente que fuera. Dentro de ella sintió agitarse una onda eléctrica; una vibración inconsciente atormentó todo su cuerpo recorriéndolo de la cabeza a los pies -los síntomas que Rhiannon había llegado a reconocer y que anunciaban el despertar del Poder sobre el que no tenía ningún control. -¡Déjame sola, Yael! -le pidió con voz áspera, con ganas de echarse a llorar al ver en su rostro la mueca de dolor que le causaba al exigir su alejamiento. Pero no quería que su hermano viera la metamorfosis que seguramente sufriría en unos momentos-. Por favor -logró decir más dulcemente-. Por favor, déjame ya. Al principio pareció que Yael discutiría con ella. Después, abruptamente cerró la boca apretando los labios, y lanzándole una mirada expresiva más elocuente que las palabras giró sobre sus talones y echó a andar alejándose de allí. Las ramas de los pinos se abrían a su paso y se cerraban a ,sus espaldas como alas de una lechuza nevada. Una vez que estuvo a solas, Rhiannon cayó de rodillas, tiritando y jadeando al compás del Poder que latía dentro de ella, con tanta fuerza ahora que le daba la sensación de que la haría pedarzos. La cabeza le daba vueltas; puntos de luz como estrellas diminutas estallaron en una multitud de colores brillantes ante sus ojos. Un desgarrador grito de angustia brotó de sus labios pero el bosque resonó con el escalofriante bramido de un oso polar heid, mientras, contra su voluntad, su cuerpo iba cambiando de forma hasta convertirse en una enorme mole borrosa de piel blanca, espesa, brillante y lisa y unas garras largas, afiladas y negras azotaban la tierra helada con dolorosa impotencia y perplejidad. 3 De los continentes habitados conocidos, los iglacianos, la tribu más septentrional, son los que viven más aislados geográficamente del resto de las tribus y por lo tanto fueron los últimos en asociarse al Consejo Supremo establecido por los supervivientes. Debido en gran medida a este aislamiento físico que durante muchos años fue un obstáculo en detrimento de las comunicaciones y el comercio entre Iglacia y los otros cinco continentes habitados conocidos, los ignacianos son una tribu relativamente bárbara. Están acostumbrados a una vida de muchas privaciones y sacrificios, debido a que Iglacia es un continente donde predomina la tundra y por lo tanto carece de la mayoría de los recursos naturales que se pueden encontrar en otros continentes corno Tintagel. Sin embargo, lo más positivo de todo esto es que los iglacianos, por consiguiente, han desarrollado una incomparable capacidad de adaptación al medio hostil en el que viven y son capaces de sobrevivir hasta en los desiertos helados de la región ártica .-Así está escritoen Habitantes de la Tundra: Un Estudio sobre la Tribu Iglacian por el Antropólogo Sharif san Al-Jabar de Zeheb La Tundra, Iglacia, 727 HABÍA DESPUNTADO LO QUE PASABA POR SER EL ALBA en la oscuridad invernal, al parecer interminable de la región ártica, una cinta de débil luz sobre el horizonte, pálida como la misma escarcha que apenas diferenciaba el día de la noche al proyectar sus sombras en tonalidades grises y lilas y azuladas sobre la tundra eternamente helada. El incesante viento gélido del norte soplaba como anunciando la llegada de la mañana y cada ráfaga violenta agitaba la nieve levantándola en grandes nubes y remolinos que, intermitentemente, oscurecían aun más la vasta extensión de tierra que tenía por delante -pelada, cubierta de nieve, desprovista de todo salvo de las plantas y las hierbas más resistentes y algún que otro animal que se había adaptado a los rigores de la vida en los desiertos árticos. Sin embargo, a pesar de la relativa inhospitabilidad de la tundra, Iskander sin Tovaritch sabía, mientras contemplaba el horizonte más al norte, que todavía faltaba lo peor; pues no se hacía ilusiones sobre lo difícil que era la investigación que había aceptado llevar a cabo. Una locura, la había calificado la Hermana Amineh. Pero por otra parte, también lo era apostar todo a una sola carta a Pharaoh, un riesgo que Iskander solía correr la mayoría de las veces. Además, si había un druswida que podía cumplir la tarea llevando a cabo ese viaje y regresar vivo para contarlo, era él. Esa era la verdad lisa y llana, desprovista de toda vanidad por su parte. Solamente él era singularmente apto para desarrollar la tarea que tenía por delante. Sólo él podía contar con una buena probabilidad de sobrevivir, basada en su Poder y conocimientos después de regresar a la Fortaleza Tovaritch desde Morite San Christopher, había pasado todo un mes muy agitado preparándose y equipándose para salir airoso de las innumerables y severas pruebas que habría de enfrentar. Con todo, y a pesar de haber estado terriblemente apremiado por la escasez de tiempo a su disposición los preparativos de Iskander habían sido meticulosos, ya que sabía perfectamente que de ellos dependería su propia vida. Había escogido el mejor equipo o jauría de lupinos de toda Iglacia y de todas partes había reunido las provisiones que acopia- ha en grandes bultos sobre el trineo en el que viajaba en esos momentos con los pies sobre los patines y la vista escrudriñando el desolado terreno a recorrer. Estaba mejor preparado que nunca para emprender la misión. Era el momento preciso para decidir emprenderla o regresar al sur y decirle a su mejor amigo -Lord Cain sin Khali- y a los demás que había cambiado de parecer. Entonces, ¿qué sería de Tintagel? ¿Cómo podría él hacer menos por su mundo que lo que había hecho ya Cain, a pesar del terrible precio que había tenido que pagar para la salvación de Tintage? Iskander sabía que era imposible hacerlo; y así, aunque. tenía que cargar con una gran responsabilidad, la soportaba impávidamente. La cobardía no cabía en un iglaciano, especialmente en alguien de sangre real y además sacerdote de duodécimo rango. -¡Mush! -gritó a través de la gruesa bufanda de lana que le protegía el rostro de los crueles elementos. Era la voz para apresurar el paso de los lupinos que tiraban del trineo y con la mano enfundada en mitón de piel hizo chasquear el largo látigo semejante a una serpiente sobre las cabezas del equipo de lupinos. Con una repentina sacudida, las bestias y el robusto trineo de madera al que estaban enganchadas emprendieron la carrera por la tundra hacia las lejanas Islas de la Desolación y Persepho-ne, el casquete polar ártico. Había empezado la larga travesía solitaria de Iskander. No volvería a ver a otro Especie durante muchas e interminables semanas -nunca más si fracasaba en el intento de sobrevivir al cruce del Sea of Frost, o Mar de Escarcha, y Persephone, donde era lo más probable que un hombre se topara anticipadamente con su Tiempo de Tránsito. Iskander no le temía a la muerte, sólo a lo que su muerte -incumplida la misión encomendadasignificaría para su mundo; porque ¿qué importancia tenía el destino de un solo Especie cuando la de miles pesa han en la balanza? Ese pensamiento le pesaba tanto como el arma que llevaba en la vaina de cuero cruzada a la espalda -la mágica Espada de Ishtar, que le habían dado Cain e Ileana, por si la llegaba necesitar para empuñarla contra la Oscuridad. Hecha de meta caído de las estrellas, la hoja se había forjado dos veces y por lo tanto era invencible. Iskander suspiró, deseando que se pudiera decir lo mismo de quien la llevaba. Pero no se podía. A pesar de todo su Poder y conocimientos, era mortal como cualquiera, hecho que se vio forzado a aceptar cabalmente en toda su magnitud al recibir los furiosos azotes del viento brutal que le estaba helando hasta los huesos, a despecho del pesado manto de piel de marta cibelina y las innumerables prendas forradas de piel que llevaba puestas-. Se estremeció al comprender que la temperatura se volvería más inclemente cuanto más al norte viajara. Con su Poder, Iskander podría haberse protegido contra las terribles dentelladas del viento quejumbroso. Pero esto habría drenado sus fuerzas, las que con toda prudencia había decidido que sería mejor conservar para hacer frente a los peligros imprevistos. Así que sabiendo que los esfuerzos excesivos que debía realizar para manejar el equipo de animales y el trineo le harían entrar en calor muy pronto, se aferró al manubrio del vehículo y estimuló a los lupinos para que apresuraran el paso. Los iglacianos respetaban y casi veneraban a estos animales que habían domesticado y criado durante siglos. Las robustas bestias no eran ni perros ni lobos, sino algo más que cualquiera de ellos, y llegaban a medir casi un metro de alzada, de pecho corpulento y muy musculosos. Debido a su gran tamaño y fuerza, eran capaces de cubrir largas distancias en un solo día, incluso cuando tiraban de un trineo tan cargado y pesado como el de Iskander. Los lupinos casi sin excepción eran blancos como la nieve y de ojos azules, si bien en contadas ocasiones aparecía algún caso de melanismo, como era el lupino guía del equipo, de pelaje negro y ojos plateados, una anomalía en la tundra, donde se habían originado las especies en conjunto. Muchos iglacianos, dejándose llevar por las supersticiones, se habrían alejado asustados del lupino guía, creyendo que la aberración era una criatura nefasta. Pero Iskander lo había elegido adrede, sabiendo que su color distinto e inconfundible le facilitaría no perderlo de vista y por lo tanto actuar rápidamente si llegaba a verlo forcejear torpemente en un ventisquero traicionero. Hasta ese momento Anuk, como había llamado al animal, había demostrado que era una bestia de andar muy seguro y firme, de vista e inteligencia agudas y, por lo tanto, Iskander estaba convencido de que no se había equivocado al confiar en él. Esto era muy importante, pues los mushers, o conductores de trineo, que marchaban por la nieve durante horas y horas sin interrupción eran con mucha frecuencia propensos a sufrir alucinaciones y por lo tanto se veían forzados a depender del lupino guía para conducir el equipo sin vacilación. Iskander había sometido al animal a una serie de pruebas extremadamente rigurosas para determinar el grado y la fiabilidad de su preparación, instinto y valor. Anuk había salido victorioso de todas esas pruebas y exámenes exhaustivos, demostrando poseer excelentes aptitudes entre las que des. callaban su capacidad, firmeza, tenacidad y resolución. Ahora, confiando en las habilidades de Anuk de las que estaba seguro, lskander daba rienda suelta al lupino guía y la jauría o equipo avanzaba velozmente hacia el norte, mientras los interminables kilómetros que iba cubriendo, a la larga se convertían en días más interminables aún porque la Rueda del Tiempo seguía girando, inexorable. Nunca antes había experimentado tales sentirnientos de aislamiento y soledad como los que experimenté en aquellos días que siguieron al de mi partida en busca del corazón de la oscuridad. Aunque era sacerdote y estaba, por ende, acostumbrado a la soledad, a pesar de todo, anhelaba la compañía de otro Especie más de lo que jamás habría podido imaginar. Pero no había tú uno solo. Aunque sabía que no era así, imaginaba con frecuencia que las Guerras de la Especie y el Apocalipsis habían borrado de la faz de Tintagel a todos los Especie menos a ti¡(. Era un pensamiento pavoroso que me helaba la sangre en las venas, y más de una vez estuve a punto de regresar a la Fortaleza Tovaritch para reasegurarme de que aún estaba allí, inexpugnable, gobernada por mi familia corno lo había estado durante siglos. Pero en cambio, hacía un esfuerzo por reírme de mi mismo y de esas extrañas fantasías; y para compensar la ausencia de otros Especie a mi lado, fui desarrollando una clase de enlace espiritual con los lupinos, particularmente con el melanista, Anuk -sin siquiera presentir entonces que él habría de salvarme la vida en más de una ocasión y que habría de convertirse en el arraigo más sincero y fiel que jamás habría podido imaginar o pedido para compañía en mis tantísimos momentos de necesidad. Ningún Especie podría haberme sido tan útil y servicial Si hubo alguna vez un animal digno de los mejores elogios y el mayor de los respetos, ese es él. -Así está escrito en Los Diarios íntimos de Lord Iskander sin Tovaritch Durante varias semanas después de la partida, Iskander siguió una férrea rutina. Cada mañana se levantaba muy temprano y con toda prontitud alimentaba, daba agua y atendía a los lupinos, prestando especial atención a sus patas, revisándolas minuciosamente para tener la absoluta seguridad de que sus dedos no presentaban grietas ni heridas sangrantes, que no había diminutas piedras o fragmentos de hielo incrustados entre ellos. Esto era de vital importancia, ya que sin los lupinos se vería obligado a dejar abandonado el trineo cargado de provisiones y todo lo necesario para subsistir y seguramente muy pronto moriría. En cuanto dejaba a los animales, Iskander cocinaba y devoraba su propio plato de comida, algo sencillo y nutritivo antes de llevar a cabo un rápido y limitado aseo personal. En seguida, levantaba el campamento, doblaba cuidadosamente la pequeña tienda que le servía de cobijo durante la noche y volvía a cargarla en el trinco junto con el resto de sus pertenencias y aseguraba todo con fuertes cuerdas de cuero crudo. Luego enganchaba el equipo al trineo y viajaba tantos kilómetros como podía -eran kilómetros penosos y agotadores, kilómetros de tierra helada y desértica que le alejaban cada vez más del mundo que conocía y le llevaban hacia uno completamente desconocido. Cuando según sus cálculos -no teniendo el sol como guía era el mediodía Iskander se detenía un rato para descansar y revisar otra vez a los lupinos. Luego comía un bocado de tasajo duro o la mezcla de frutas secas que había almacenado en uno de sus zurrones de cuero. Si tenía algo de suerte y avistaba algún animal, que escaseaban, lo cazaba, mataba y desollaba para aumentar su provisión de alimentos que, aunque era considerable, no era infinita y que por no saber cuánto tiempo llevaría la travesía, debía racionar estrictamente. De vez en cuando consultaba los mapas imperfectos que se habían reconstruido con los escasos restos de aquellos del Tiempo Pasado, para calcular a qué distancia se hallaba de la costa del Mar de Escarcha a la cual debía llegar antes de que estuviera en su apogeo el lento, impredecible, y para él peligroso deshielo primaveral. Luego seguía avanzando laboriosamente. Usando antorchas sujetas al trineo para iluminar el camino, Iskander no se detenía nuevamente hasta mucho después de que cerrara la noche y fuera tan negra como boca de lobo con esa característica oscuridad del invierno boreal. Sólo entonces paraba para pasar la noche. Una vez más dedicaba toda su atención al cuidado de los lupinos antes que nada. Después montaba la tienda y cubría el suelo con las pieles que le servían de lecho y mantas. A continuación recogía sus pertenencias del trineo y se retiraba al interior de la tienda para pasar la velada y después echarse a dormir. Con la lumbre azul que creaba con el Poder a su disposición, calentaba entre las manos la oleada del hogar que prudentemente había traído consigo, consciente de que carecería de los medios para preparar una hoguera de campamento en la región ártica. Luego se preparaba la cena que, a menos que hubiese cobrado una presa, era bastante similar al desayuno, que si bien le satisfacía el estómago no siempre resultaba sabroso al paladar. A veces, cuando no estaba demasiado exhausto, Iskander jugaba en solitario una partida de La Concubina del Capitán o conversaba con los lupinos, sus únicos compañeros. Con Anuk, sobre todo, hablaba muy a menudo, descubriendo, con el paso de las semanas, más y más razones para felicitarse por no haber permitido que las supersticiones de los iglacianos le predispusieran en contra del melanista -máxime porque fue Anuk quien le advirtió de la acechanza del tigre de las nieves. Esto sucedió una noche mientras Iskander estaba metiendo la tapa en las ranuras acanaladas de la caja rectangular donde guardaba los dados y las piezas con que jugaba a la Concubina del Capitán. No había terminado de cerrarla cuando vio que Anuk descorría la cortina de la entrada con el hocico y entraba cautelosamente en la tienda. Los ojos plateados tenían un brillo extraño, casi espectral a la luz azul de la incandescente pieza del hogar. -He venido a prevenirte, khan -manifestó el lupino telepáticamente, dándole a Iskander el tratamiento iglaciano equivalente a lord-. He olfateado un tigre de las nieves a lo lejos. Merodea sigilosamente y avanza en círculos hacia nuestro campamento. lntuyo que no busca solamente satisfacer la curiosidad que le hemos despertado, sino, rifas bien, que tiene intenciones hostiles hacia nosotros. Estamos en la época de la prolongada oscuridad invernal . khan , y como has visto, la caza no abunda en la tundra -le recordó Anuk-. Por esta razón creo que el tigre de las nieves, indudablemente , está hambriento... lo bastante hambriento como para atacar aun lupino o hasta a un hombre. -Has hecho bien, Anuk -lo elogió Iskander y extendió la mano para empuñar la Espada de Ishtar que, cuando no colgaba a sus espaldas, estaba siempre a su alcance. Se puso la capa de piel de marta cibelina y se ciñó el arnés de la vaina de cuero. Luego, recogiendo su adarga, dijo: Vamos. Tenemos que ir a enfrentarnos con esta amenaza, porque en esta primera etapa de nuestro viaje, mal podemos permitir que se pierda un solo lupino del equipo. Sin más, los dos, hombre y animal, salieron de la tienda y se internaron en la negrura de la noche, cegados momentáneamente por las espirales de copos de nieve que parecían danzar al son de los silbidos del viento. El resto de los lupinos se amontonaban contra la pequeña tienda, única barrera protectora contra el viento, pero la espesa piel blanca que los cubría se agitaba y revolvía con cada ráfaga. Al parpadear para quitarse la nieve de los ojos, Iskander vio que ninguno de ellos dormía. En cambio, mantenían sus ojos bien abiertos y la mirada alerta como si trataran de penetrar la oscuridad y las orejas erguidas aguzando el oído. De vez en cuando un suave gañido o un gruñido apenas audible emanaba del grupo, pruebas evidentes de la inquietud que sentían. Ellos, también, estaban enterados de la proximidad del feroz tigre de las nieves. Normalmente la criatura no se habría aventurado tan cerca del campamento o pensado siquiera en tratar de derribar a un lupino, cuyos largos y afilados caninos, poderosas mandíbulas y la propensión no sólo a defenderse agresivamente contra cualquier ataque, sino también a correr en manadas, desanimaban eficazmente hasta al más formidable de los predadores. A pesar de esto, el hambre, cuando se ha padecido durante mucho tiempo, podría ser una motivación caprichosa y por lo tanto letal, reconoció Iskander. Lenta, cautelosamente, con todas las fibras de su ser tensas y listas para entrar en acción, Iskander empezó a recorrer los alrededores del campamento, agradeciendo la presencia de Anuk mientras buscaba al tigre de las nieves con la esperanza de atraparlo por sorpresa. Por fin Iskander lo vislumbró y, hasta él, que había visto esos animales antes y por lo tanto sabía qué debía esperar, quedó desconcertado por su tamaño. Seguramente era el tigre de las nieves más grande que había visto en su vida -más grande aun que el lupino agazapado vigilantemente a su lado, listo a saltar en su defensa si era necesario. El tigre de las nieves medía casi un metro y medio en la cruz. El cuerpo largo de pelaje blanco con rayas negras, era flaco, nervudo y musculoso. Ostentaba alguna que otra cicatriz de pasadas batallas, proclamándolo tanto un peleador como un superviviente La longitud de los sedosos y blancos bigotes era una señal de sus muchos años de vida, otro indicio más de que resultaría un enemigo difícil de abatir, ya que solamente las bestias más fuertes y las más astutas vivían muchos años en el desierto ártico. Los ojos azul celestes brillaban a la débil luz de las estrellas, y las garras negras y afiladas como dagas, extendidas para sostenerse en la nieve suelta y espesa, destellaban al moverse silenciosamente por el terreno blanco. La astucia del animal era evidente en su taimado acercamiento al campamento- Estaba claro que de no haber estante los límites del campamento, el tigre de las nieves podría haber sorprendido desprevenidos a Iskander y a los lupinos Como la capa de pieles oscuras de Iskander y el manto negro de Anuk los hacían casi invisibles en medio de la oscuridad, el tigre de las nieves todavía no había visto a ninguno de ellos. Pero ambos sabían que solo sería cuestión de un momento antes de que el tempestuoso viento cambiara de dirección llevando el olor sus cuerpos a las narices de la criatura. Iskander sabía que debía atacarlo antes de que eso sucediera. Desenvainando la Espada de rápidamente evocó su Poder. Aunque Cain e Ileana le habían advertido de la poderosa magia que poseía la hoja, Iskander no estaba preparado para la descarga que le sacudió violentamente cuando su Poder emanó de él en deslumbrante aura de fuego azul, que se metió inadvertidamente en el arma -y tan súbita y enérgicamente que se arrancó de su mano de acero que la sostenía con fuerza y voló por los aires como una plateada rueda en la noche polar-. A mayor altura cada vez, daba voltereta tras voltereta, dibujando un rutilante arco a través de los cielos, hasta que finalmente se enderezó, precipitándose a tierra para clavarse y hundirse de punta en la tundra. Allí, quedó vibrando con tanta violencia que la música del sonoro metal reverberó en el viento y la brillante luz con la que el Poder de Iskander la había imbuido siguió centelleando cegadoramente. Por el impacto de la espada al clavarse profundamente en la tierra helada, esta pareció vomitar nieve en todas direcciones, como si fuera un geyser de blancasy cristalinas escamas de hielo que atrapaban y reflejaban la luz de las estrellas. Luego, la nieve cayó, la hoja se aquietó y se amortiguó la luz. Aturdido, Iskander se percató de que la imprevista potencia del arma le había derribado de rodillas y había extingudo su aura, la que le habría protegido contra el tigre de las nieves. Ahora, desarmado y sin protección salvo la que le brindaba su adarga enfrentaba a la criatura que se fundía en las sombras como un fantasma cargando directamente contra él, mostrando sus colmillos afilados y las garras extendidas amenazadoramente. En ese instan te Iskander se sintió al borde mismo de la muerte y le invadió un terrible sentimiento de pesar de que su Tiempo de Tránsito demostrara ser tan inoportuno. Atolondrado todavía por la terrible descarga de la espada, se había olvidado de Anuk, que en ese momento, soltando un feroz aullido, se abalanzaba como una saeta de pelo negro para ir resueltamente al encuentro del ataque del tigre de las nieves- Sorprendido Y sobresaltado por la aparición de ese inesperado oponente, el tigre de las nieves no pudo reducir su velocidad- Los dos animales chocaron de frente y el terrible impacto los hizo ir rodando por el suelo- Rápidamente ambos recobraron el equilibrio y, con la mirada puesta en la garganta del adversario, volvieron a embestirse en medio de un revoltijo de pieles y dientes afilados y garras. Durante un instante, Iskander contempló embelesado a las dos criaturas- Los animales eran casi del mismo tamaño y demostraban la misma ferocidad, aunque las afiladas garras daban al tigre de las nieves una ventaja sobre el lupino que carecía de ellas- Al ver esto, recobró sus cinco sentidos y se arrastró rápidamente por la nieve en busca de la espada perdida. La hoja se había hundido profundamente en el suelo duro y escarchado y con bastante dificultad pudo arrancarla. Pero finalmente la rescató. Esta vez, preparado para la reacción del arma, convocó a su Poder más lentamente, controlando la energía que se iba acumulando en su ser antes de permitirle surgir al exterior como el aura protectora de fuego azul. Se cuidó muy bien de activar la espada y poner en libertad la magia con la que los Custodios de la Ciudadela de los Colores Falsos, o Pretextos Falsos, habían investido a la hoja, cuando Ileana la había reclamado. Luego, con el arma desactivada en una mano y la adarga en la otra, se volvió y fue a enfrentarse al tigre de las nieves. La bestia seguía luchando ferozmente con el lupino y era tal la furia de la batalla que a Iskander le resultaba difícil juzgar qué bestia, si alguna, llevaba las de ganar- El viento arrastraba pedazos de piel y la sangre teñía de rojo la nieve- Ante semejante espectáculo Iskander sintió un vacío en la boca del estómago, porque sabía que una de las criaturas, o quizá las dos, debía de estar herida y no quería perder al lupino que le había salvado la vida en la lucha. no fuera que con la espada. Pero hasta que los animales no se separaran, no se atrevía a entrar en la lucha, no fuera que, con la espada mágica con la que no estaba familiarizado y por ende le resultaba impredecible, matara a Anuk sin querer- Impacientándose por su dilema, por su impotencia para ayudar al animal no había vacilado en saltar en su defensa lskander se fue acercando lo más que podías al los animales trabados en lucha feroz, ala espera de la primera oportunidad que se le presentara, si llegaba a presentarse alguna. Los gruñidos de las dos bestias se mezclaban con el aullido escalofriante del viento que hendía la noche mientras las criaturas rodaban y se abrían camino en la nieve luchando cuerpo a cuerpo, desgarrándose mutuamente con dentelladas y zarpazos despiadados. Las fuerzas del lupino se concentraban en su arma más poderosa, las mandíbulas que semejaban afiladísimas trampas dentadas y con ellas desgarraba cruelmente al tigre de las nieves. Pero final. mente un zarpazo particularmente poderoso del tigre de las nieves hizo volar por el aire al lupino. Con miedo y expectación hormigueando en cada uno de sus poros, Iskander aprovechó rápidamente la situación para colocarse entre los dos contrincantes. "El miedo es un demonio", recordó Iskander, repitiendo en silencio la letanía que había aprendido en Monte San Christopher "Perturba los procesos de la mente impidiendo pensar clara o racionalmente -si es que se puede pensar de alguna manera-. Debe enfrentar al Demonio del Miedo y reconocerlo por lo que es. Después debo vencerlo alejándolo de mi mente y poner toda mi voluntad en concentrarme en la Luz. Respiraré profundamente. y pensaré en la Luz. Pensaré sólo en la Luz." Y con esa determinación, avanzó hacia el tigre de las nieves El animal, privado de su anterior presa, soltó un chillido penetrante y se abalanzó de un salto hada la garganta de Iskander, pero inútilmente, ya que se topó contra e! aura de fuego azul que le escudaba. La bestia aulló de dolor cuando las lenguas de fuego, como tridentes, estallaron en el instante del impacto, chamuscándo. lo y dejando una negra raya humeante sobre la piel. El tigre de las nieves retrocedió rugiendo y bufando, pero esta vez no cometió el error de embestir la barrera azul. En cambio, intentó moverse alrededor de Iskander para reanudar el ataque contra el lupino herido. Rápidamente Iskander se. desplazó colocándose entre el tigre de las nieves y Anuk; y una vez más el astuto tigre de las nieves, intuyendo que sería muy difícil vencer Iskander, volvió a retroceder. El grito de guerra de los Tovaritch brotó de la garganta de Iskander que arremetió contra la bestia dando tajos Y reveses con la hoja de la espada. Súbitamente vio, consternado, que el ama brillaba extrañamente en la noche. De algún modo y a pesar de la cautela que había tenido, el Poder que anidaba en Iskander apenas la había animado y sin embargo resplandecía y zumbaba fuera su magia. Un fuego azul pálido chisporroteaba a todo lo largo de la hoja bruñida, pero un tinto verdoso de la mitológica sangre los dioses iba alterando y corrompiéndolo, algo que él no había previsto -y que temía-. Era una iniquidad inherente a la espada, un resto de la odiosa pero inevitable urdimbre de la magia de la espada proveniente de Cain, su tendencia a entregarla a la mano siniestra de la oscuridad - un legado del que no se había percatado ni Cain ni Ileana , puesto que, de haber sido conscientes de ello, Iskander estaba seguro de que le habría prevenido al respecto. Por un momento le dominó el pánico, ya que no sabía si era posible que el estigma tuviera la capacidad de disolverse en su propio Poder, doblegándolo también para servir a la Oscuridad y dudaba de su habilidad para luchar contra esa terrible amenaza que se sumaba a la del tigre de las nieves. Su Poder, si bien era colosal, no provenía de los Elementos como el de Cain, sino de los Terrestres. obraba de manera diferente del de Cain que además estaba profanado, aunque no por sus acciones y a pesar de él mismo, por la horrible bestia que moraba en su cuerpo. Ese instante de vacilación casi le cuesta la vida, pues le dio tiempo al tigre de las nieves para descubrir el punto débil del aura de Iskander. Era una hendidura por la que pasaba el brazo armado para atacar y defenderse y que debía cambiar de lugar constantemente. Al reaccionar tardíamente para maniobrar el aura y protegerse debidamente, permitió que el tigre de las nieves le atacara. Pegó un grito de dolor al sentir las garras afiladas clavándose en el hombro y desgarrándole la carne. La sangre manó con intensidad. La herida volvió a llenarle de aprensión, ya que las garras de un tigre de las nieves eran huecas y contenían un veneno paralizante que actuaba lentamente hasta producir la muerte de la víctima. Iskander podía sentir ya el terrible escozor en la carne, lo cual le daba la certeza de que le había inyectado el veneno en la sangre. Estaba obligado a matarlo rápidamente para poder ocuparse de las virulentas heridas antes de que resultaran fatales para él. Lanzó una estocada furiosa, pero la hoja de la espada apenas rozó el carrillo del ágil tigre de las nieves en vez de clavarse en la garganta de la bestia como había intentado hacer Iskander. Sin embargo, al mismo tiempo que maldecía la astucia del animal, se sentía forzado a admirarlo y en su interior aplaudió al tigre de las nieves reconociéndolo como un digno adversario. A pesar de su poder, necesitaría toda su inteligencia y destreza para vencerlo. Por un momento Iskander consideró la posibilidad de utilizar el rayo de fuego azul que tenía a su disición ya que le permitiría aniquilar a la bestia inmediatamente. sin embargo, rechazó la idea en cuanto paso por su cabeza. el don del Poder no debía usarse de ese modo. Aquellos que lo empleaban así, muy pronto descubrían que sus almas servían al Vil Esclavizador, a disposición de la oscuridad y que habían perdido el Camino al Guardian inmortal... tal vez para siempre. Ya era bastante grave haber animado involuntariamente a la espada liberando no sólo su magia sino también cualquier otro mal con que Cain podría haberla dotado. sin quererlo. Iskander ya estaba recurriendo a las reservas de su Poder para contrarrestar la influencia malsana de la espada y sabía que pronto perdería todas sus fuerzas. Maldijo a la nieve traicionera que le entorpecía el paso al veneno que corría por sus venas, entumeciéndole inexorablemente el cuerpo y echó pestes de los druswidas que habían dotado a Cain de la horrenda bestia de la Oscuridad que había maculado la Espada de Ishtar. sobre todo, Iskander maldijo al tigre de las nieves que incapacidado por el hambre había invadido el campamento y persistí, a pesar de sus heridas, en atacarle., Los afilados y puntiagudos caninos de Anuk habían dejado innumerables huellas en la carne chamuscada por el aura de Iskander la sangre brotaba y goteaba del lado derecho de la cabeza del animal donde la espada la había cortado, manchando las hebras sedosas de sus bigotes blancos. Aún así, impávido y resuelto, el tigre avanzaba. Estimulado por la desesperación, Iskander no titubeó, sino que luchó con todas sus fuerzas contra la criatura que le acosaba El tigre de las nieves pareció percibir el peligro que acechaba en el arma que despedía ese malévolo brillo verdoso y se movió furtivamente lejos del alcance de la espada como provocando a Iskander. Los ojos azules del felino se habían entrecerrado y brillaban astutamente, Iskander casi podía ver cómo giraban los engranajes de la cabeza del animal mientras este calculaba cual sería la mejor forma de aniquilarle Debido al Poder que tenía Iskander podía oír en su mente los pensamientos del animal, pero eran tan confusos por el hambre, la rabia y el dolor que le resultaban incomprensibles. De cuando en cuando el tigre de las nieves se abalanzaba sobre él con las fauces abiertas, era entonces cuando Iskander olía el hedor fétido de su aliento y sentía su calor en la piel. Una y otra vez el animal lanzaba zarpazos, luego retrocedía cautelosamente moviendo su larga cola como si fuera un látigo. Iskander sabía que, si pudiera, el animal le arrancaría miembro por miembro, y para evitar ese destino, cambiaba constantemente de posición, pero los pies descalzos con botas resbalaban y se hundían en la nieve, así que una o dos veces tropezó y casi perdió el equilibrio. . En esos momentos sintió que el corazón se le subía a la garganta, porque sabía con certeza que si caía, tendría los dientes del tigre de las nieves en la garganta antes de que él pudiera parpadear. Iskander y la criatura salvaje siguieron al acecho y atacándose mutuamente durante lo que parecieron horas -mientras el veneno del tigre de las nieves le saturaba torpemente el cuerpo y la Espada de Ishtar se volvía más brillante con la rencorosa luz verde, a pesar de que Iskander la alimentaba con su Poder para combatir la plaga. Para su desesperación, Iskander percibía que iba debilitándose cada vez más. Le daba vueltas la cabeza, no podía enfocar la mirada y, a despecho del frío, el sudor corría por su rostro. Poco a poco, el aura comenzó a apagarse; y el tigre de las nieves, percibiendo su creciente debilidad, acentuó su hostigamiento y con la garra comenzó a tantear la barrera azul que le protegía. Cuando la zarpa del animal entró en contacto con el aura, hubo una explosión de chispas ante la invasión y el círculo defensivo de Iskander titiló y relampagueó violentamente durante un instante, dándole tiempo al animal para encontrar otra brecha en la defensa. Iskander se libró de recibir nuevos zarpazos del tigre de las nieves sólo por su torpe pero instintiva acción de levantar la adarga. Las garras cayeron brutalmente sobre la ligera y redonda adarga de bronce arañándola con un chirrido escalofriante. Al sentir el impacto, un dolor agudo subió de la muñeca al hombro de Iskander y, para su consternación, el violento golpe le arrancó la adarga del brazo dejándolo indefenso. Desconcertado, cayó hacia atrás con tanta fuerza que se quedó sin aire en los pulmones. En un instante el tigre de las nieves estaba sobre él, chillando horriblemente al sentir cómo le quemaba el aura. Pero ya había demasiadas fisuras en la barrera azul para que Iskander pudiera sellarlas, y podía sentir el peso de la bestia tratando de apretarle contra el suelo mientras luchaba contra el círculo defensivo y alcanzarle la garganta con sus fauces abiertas, babeando y con los dientes restos al ataque. La Espada de Ishtar cantó lúgubremente, pero sin saberse por quién. Iskander, con los nervios tensos como cuerdas de cuero, no estaba seguro hasta que finalmente pudo levantarla y clavarla profundamente en el pecho robusto del tigre de las nieves. Una luz verde celedón estalló en la noche cuando la maldad del arma Penetró en la criatura haciendo que su cuerpo y el aura de Iskander chisporrotearan con luz fosforescen. La sangre brotó a borbotones de la herida mortal v fue como un río escarlata sobre la nieve. Rápidamente lskander arrancó la espada del cuerpo del animal, horrorizado por el mal diabólico que le había rozado brevemente al salir la hoja. El tigre de las nieves vaciló sobre sus patas como petrificado, Luego, se desplomó sobre él soltando un gorgoteo agónico en el mismo instante en que Iskander sentía desvanecerse el último vestigio de su Poder. En ese instante se apagó el aura. Jadeando con desesperación porque el corazón y los pulmones parecían a punto de estallar dentro de su cuerpo, se retorció en el suelo como un loco hasta que finalmente pudo desembarazarse del pesado cuerpo inerte del tigre de las nieves que le estaba oprimiendo contra la nieve. Aunque una parte racional de su ser sabía que el animales taba realmente muerto, por un momento Iskander temió, sin ninguna razón válida, que la Oscuridad contenida en el arma hubiera contaminado de algún modo al tigre de las nieves para resucitarlo artificialmente. La idea predominante en su mente era la de escapar de allí cuanto antes, así que se levantó de un salto, pero de in. mediato descubrió que no podía mantenerse en pie. Se tambaleó y cayó pesadamente de rodillas hundiendo profundamente en el suelo yermo la hoja de la espada que aún sostenía débilmente en las manos. Sólo los puños aferrados ahora a la enjoyada empuñadura le sostuvieron el cuerpo impidiendo que diera de bruces contra la nieve. Iskander permaneció arrodillado durante mucho tiempo, jadeando para recobrar el resuello después de los terribles esfuerzos que había hecho y bastante mareado por el veneno del tigre. Pero finalmente, con un último esfuerzo sobrehumano, se obligó a ponerse de pie. Con el instinto de un verdadero guerrero (porque en Monte San Christopher los sacerdotes recibían muchas enseñanzas y no todas ellas espirituales) tomó un puñado de nieve y limpió la sangre que manchaba la Espada de Ishtar. Mientras lo hacía se estremeció al recordar el instante fugaz de increíble malicia que le había rozado a través del aura. Inactiva, la hoja parecía en ese momento bastan inofensiva -fría, oscura y silenciosa- e Iskander consideró que ya no había motivo para tenerle miedo inanimada como esta Además, tuvo la esperanza, mientras la enfundaba en la vaina de cuero, de que el mal que la había poseído había sido expulsado para siempre Después de esto, tambaleándose y con paso vacilante se dirigió al sitio donde había caído el lupino herido. El animal yacía inmóvil, completamente inconsciente de lo que lo rodeaba y por un momento Iskander pensó que estaba muerto. Pero entonces, con gran alivio, observó que el animal respiraba débilmente y supo que vivía... aunque a duras penas. Las garras del tigre de las nieves lo habían herido en muchas partes del cuerpo y, como él mismo, el pobre animal padecía los efectos del terrible veneno. No podía abandonarlo a su suerte, lo sabía. Se agachó junto al lupino y gimiendo, y sudando por el esfuerzo, cargó sobre sus hombros al robusto animal. Luego empezó a andar dando tumbos hacia la tienda. Sólo se detuvo unos segundos para asegurarle al resto del equipo, que seguía nervioso y lleno de temor, que el tigre de las nieves había muerto y que Anuk todavía vivía, aunque débilmente. Una vez dentro de la tienda, Iskander depositó suavemente al lupino sobre las pieles que cubrían el suelo. Sabía que sólo era cuestión de tiempo antes de que él también cayera en coma debido al veneno mortal del tigre de las nieves, empezó a buscar con frenesí las medicinas almacenadas entre los saquillos de cuero. Estaba debidamente preparado para utilizarlas ya que en el monasterio le habían enseñado varias artes curativas. Precipitadamente arrojó una mezcla de varias especies de hierbas medicinales en el mortero y comenzó a triturarlas. Luego echó el contenido del mortero en una vasija con nieve que puso a derretir y hervir sobre la piedra del hogar. Mientras se calentaba la decocción, Iskander destapó un frasco de aromático bálsamo curativo y después de limpiar las heridas del lupino esparció el ungüento calmante sobre ellas. Sólo entonces, se dedicó a curar las heridas y desgarrones en su propia carne. Cuando hubo terminado con esto, vio que la infusión de hierbas estaba lista. Vertió una generosa cantidad del líquido en una copa y mientras la bebía sorbo a sorbo cuidadosamente abrió a la fuerza la boca del lupino y le dio de beber a cucharadas un poco del líquido, frotando al mismo tiempo la garganta del animal inconsciente para asegurarse de que lo tragara. Poco después revisó el cuerpo del animal para ver si tenía algún hueso roto u otras heridas más que no hubiese advertido antes. Afortunadamente no descubrió nada de eso, pero una de las patas traseras de Anuk estaba hinchada y presentaba un nudo del tamaño de un huevo de perdiz blanca; pero lskander creyó que el miembro solamente estaba dislocado, así que lo frotó con frío aceite siempre verde y envolvió fuertemente con un vendaje de lino que aseguró con una tira de cuero crudo. Sólo entonces, sabiendo que no podía hacer nada más por el lupino o por él mismo, sí se permitió rendirse al dolor y al agotamiento que invadían su cuerpo. Gruñendo y gimiendo, se dejó caer de sopetón cuan largo era sobre las pieles esparcidas sobre el suelo de la tienda... y cayó en un profundo, desasosegado sopor poblado de sueños y delirios ignorando si viviría o moriría. 4 No sé cuántos días yací allí completamente débil y ardiendo de fiebre, sólo consciente a medias, sólo vivo a medias -demasiados, sospeché, sabiendo que debía llegar al Mar de Escarcha antes del deshielo de primavera. Porque hasta en medio de mi delirio la urgencia de mi misión agobiaba terriblemente mi conciencia; así que no descansaba bien y me despertaba con frecuencia, corno lo había hecho algunas veces en el monasterio, con la espantosa sensación de no haber podido asistir a un examen importante del que dependía el resto de mi Senda Vida. En esos momentos me despertaba agitado y, entonces me daba cuenta de que estaba enfermo, de que había sido envenenado por el tigre de las nieves y que yacía en mi tienda levantada en medio de la tundra y de que no estaba en mi celda en el Monte San Christopher en absoluto aunque deseaba de corazón que así fuera, ya que entonces habría tenido a alguien cerca Pura atender mis necesidades-. Pero no lo tenía. Así que en tales circunstancias me forzaba a levantarme -tanto para curar a Anuk como a mí mismo con el bálsamo curativo además de administrarnos una dosis de la decocción que era el antídoto del veneno y que, ni siquiera ahora, recuerdo haber preparado, aunque sé que debo de haberlo hecho, ya que si no habríamos muerto con toda seguridad. Cada cierto tiempo alguno de los otros lupinos entraba en la tienda para comprobar nuestro estado de salud. Pero era muy poco lo que podían hacer por nosotros además de vigilar el campamento para asegurarse de que ningún otro depredador hiciera estragos y de calentarnos con sus cuerpos para que no nos congeláramos cuando el calor de la piedra del hogar, que no había vuelto a ser alimentada por mi Poder, se apagó finalmente. Esto, sin embargo, sí lo hicieron -de manera loable- lo cual explicará mis posteriores acciones sentimentales hacia ellos, las cuales, de otro modo, serían indudablemente consideradas ridículas en extremo por todos los conductores de trineos iglacianos. -Así está escritoen Los Diarios Íntimos de Lord Iskander sin Tovaritch ISKANDER DESPERTÓ A LA MAÑANA DEI. TERCER DÍA, débil, desorientado, sediento -y bastante sorprendido de encontrar a Anuk y a él mismo vivos. Le pareció un milagro que hubiesen sobrevivido, solos, envenenados e indefensos en medio de la tundra como habían estado. Lentamente se puso de pie, con una mueca de disgusto por su falta de firmeza, por el dolor agudo en el hombro y por el resabio amargo que la decocción había dejado en su boca. Se sintió sucio y cuando las ventanas de su nariz se crisparon espasmódicamente, supo que también hedía. Tenía los músculos, las articulaciones y la ropa de su cuerpo totalmente rígida por el frío. Poniéndose en cuclillas ante la piedra del hogar que estaba en el centro de la tienda, bastante aturdido todavía, convocó a su Poder que respondió letárgicamente pero lo suficientemente bien como para permitirle calentar la lisa roca redonda. Casi de inmediato un cálido brillo azul inundó el interior de la tienda. Se sintió reacio a abandonarla. Pero al ver que Anuk dormía apacible, Iskander comprendió que lo primero que debía hacer era ocuparse del resto de los lupinos. Cuando abrió la puerta de la tienda una fría ráfaga de viento dio de lleno contra su cuerpo y le hizo tiritar. Salió a la intemperie esperando encontrar que el equipo estuviera a punto de morir de hambre o que le hubiese abandonado a su suerte. Con gran alivio vio que nada de eso había pasado. De hecho, los lupinos se las habían apañado muy bien durante su ausencia. Habían descubierto el cadáver del tigre de las nieves y lo habían arrastrado hasta el campamento para alimentarse. Iskander también reconoció algunos huesecillos de perdices blancas y conejos blancos esparcidos por la nieve. También vio que los lupinos hasta habían cazado un hreinn, una prueba de que había hecho incursiones lejos del campamento en sus correrías -y aun así habían vuelto a su lado. Aunque sabía que habían sido bien adiestrados para servir a su amo, se sintió profundamente conmovido por la lealtad que le habían demostrado; puesto que teniendo en cuenta las circunstancias, no los habría culpado de nada si, siguiendo su instinto, hubiesen vuelto al estado salvaje y escapado. Los ponderó generosamente, después casi se arrepintió de haberlo hecho cuando todos empezaron a comunicarse con él al mismo tiempo, haciendo alarde de sus acciones y preguntando por la salud de Anuk y de él mismo. El mudo parloteo cacofónico resonó en su mente todavía nublada, hasta que se vio forzado a rogarles que desistieran. Así lo hicieron con las rosadas lenguas colgando y las blancas colas meneándose de alegría y alivio cuando uno de los lupinos más atrevidos del equipo comentó socarronamente que Iskander seguramente debía de estar completamente curado del veneno del tigre de las nieves, ya que empezaba a sonar como de costumbre. Hasta él se vio obligado a sonreír, al oírle y advertir su buen humor, el equipo estalló en una breve ronda de sus notorios ladridos que sonaban asombrosamente como carcajadas. Iskander vio que quedaba muy poco del tigre de las nieves. Pero no hacía mucho que habían cazado al hreinn porque todavía no estaba helado del todo aunque supuso que los lupinos debían de haberlo arrastrado desde bastante lejos del campamento. El cadáver del animal no había sido tocado aún, así que la primera tarea que se impuso fue desollarlo cortarlo en trozos y dar a cada uno de los lupinos una generosa porción de carne cruda que ellos devoraron rápidamente. Enrolló la piel del animal y la dejó a un lado para curtirla más tarde. Limpió y guardó los majestuosos cuernos del hreinn con los que haría algunos utensilios y otros artículos útiles. Luego recogió nieve en una vasija que colocaría sobre la piedra del hogar para que los lupinos tuvieran agua y regresó a la tienda. Anuk ya estaba despierto y bastante bien como para devorar su porción de carne de hreinn, y tragar una buena cantidad de agua tibia. Todavía cojeaba ligeramente de la pata lastimada, pero con decisión se declaró apto para continuar el viaje. Iskander, que no quería demorar el viaje más de lo necesario ni lastimar el orgullo del lupino, acordó que se pondrían en marcha al mediodía, Iskander calentó más agua y, al calor de la lumbre, se quitó rápidamente la ropa que estaba manchada con capas de sudor seco por la fiebre además de las manchas lógicas de un viaje tan accidentado. Se lavó el cuerpo con una esponja, pensó afeitarse completamente la barba entrecana que le había crecido durante las últimas semanas, pero desechó la idea de inmediato, sabiendo que le protegía el rostro de las excoriaciones producidas por el gélido viento ártico. Se vistió con ropa limpia y se sintió mucho mejor. Cocinó y comió ávidamente varios trozos de carne de hreinn conjuntamente con una mezcla de frutas secas que llevaba en los saquillos de cuero. Poco después se dedicó a levantar el campamento. Iskander cargó en el trineo toda la carne de hreinn que podía llevarse. El resto lo envolvió cuidadosamente en la piel y la enterró en un hoyo lo más profundo que pudo cavar con su pequeña pala en el durísimo suelo de la tundra. Señalizó el sitio con un trozo de madera que había cortado del trineo con su hacha. Esa era la norma que seguiría de allí en adelante, acortaría gradualmente el trineo al irse consumiendo los víveres y ocultando todas las provisiones que pudiera en escondrijos a lo largo del camino, para tenerlas de reserva, esperándole, para mantenerle con vida en el viaje de regreso si es que sobrevivía después de cumplir la misión. I Todavía se sentía un poco mareado y tembloroso, pero al igual que Anuk, se negaba terminantemente a permitir que esto le disuadiera de continuar la marcha, aunque sospechaba que tendría que hacer un alto para pasar la noche antes de lo acostumbrado. Sin embargo, el simple hecho de avanzar unos pocos kilómetros era mejor que nada, consideró seriamente, ya que ignoraba cuánto tiempo había pasado echado en la tienda presa del delirio y le preocupaba que hubiera sido tanto como una semana. Entonces decidió que si fuera necesario, a causa de la debilidad que sufría, se amarraría al trineo para no caerse. Sencillamente debía avanzar de prisa. En cuanto la tienda y el resto de sus posesiones estuvieron cargadas y atadas con correas en el vehículo, Iskander engancho el equipo de lupinos al trineo. Se detuvo un momento para rascar amistosamente a Anuk entre las orejas y para asegurarse de que el lupino estaba realmente en condiciones de viajar. Había frotado la pata de Anuk otra vez con el aceite siempre verde y había vuelto a envolverle apretadamente la venda de lino para robustecer el miembro. A pesar de todo esto, seguía preocupando a Iskander la idea de tener que colocar una responsabilidad tan grande como el exceso de peso y esfuerzo en el lupino tan pronto. Iskander insistió en que Anuk le informara de inmediato si se encontraba demasiado fatigado para continuar. Después, con el corazón rebosante de afecto y gratitud por la rapidez y valentía con que el lupino le había defendido del tigre de las nieves, le dijo: Gracias por salvarme la vida, Anuk. -Como tú seguramente salvaste la mía, khan -respondió el lupino, consciente de todo lo que había hecho Iskander a pesar de su propio delirio. Sin que lo supieran ni el hombre ni el animal, era el comienzo del estrecho vínculo que forjarían entre sí y que permanecería inquebrantable. mientras vivieran. Después de darle otra palmadita afectuosa, Iskander ocupó su lugar en la parte trasera del trineo colocando cuidadosamente los pies con botas sobre los largos patines. -íMush! -gritó chasqueando el látigo por encima de las cabezas de los lupinos. El equipo echó a correr regularmente y el trineo se deslizó inexorablemente hacia el norte a través de la tundra. Y así pasaron los días, tan parecidos unos a otros como dos gotas de agua, hasta que sumaron muchísimos en mi tarja donde llevaba su cuenta haciendo una muesca al final de cada día; pues esta también era una de mis tareas en la expedición. Nosotros, los de las seis tribus Orientales, no conocíamos gran cosa de la tundra más septentrional de Iglacia ni de las Islas de Desolación ni de Persephone el casquete polar ártico, que estaba más allá del Mar de Escarcha; y de todos estos yo debía trazar un etapa lo más exacto posible en cuanto a distancias y terrenos. Cuanto más al norte iba, más me convencía de que los mapas que me habían entregado para llevara cabo mi misión eran lamentablemente inadecuados, los kilómetros a recorrer mal calculados y los escasos ni ojones solitarios estaban fuera de su lugar. Debido a todo ello, para guiarme tenla que depender Principalmente de la estrella polar, llamada el Profeta, que salía cada anochecer y brillaba como un fanal plateado en el cielo nocturno. A veces cuando el viento soplaba con furia y la nieve se elevaba y danzaba locamente como los Espectros Plañideros a quienes pocos, aparte de los elegidos, han vislumbrado alguna vez, la estrella polar era apenas visible. Entonces yo añoraba con cierta melancolía, si bien con cierto sentimiento de culpa (aunque no lo consideraba mecánico), un instrumento de los Antiguos -una brújula, recuerdo que la llamaban- sobre la que había leído en los archivos de la biblioteca de Monte San Christopher, y que había poseído cierta propiedad magnética que le permitía indicar el rumbo. Pero esta, como tantas otras cosas desde las Guerras de la Especie y el Apocalipsis, estaban perdidas para nosotros. Por lo tanto, estaba constreñido a avanzar hacia el norte lo mejor que pudiera y confiar en que el curso elegido era el correcto. -Así está escrito en Los Diarios íntimos de Lord Iskander sin Tovaritch Llegó por fin el día en el que el trineo de Iskander estuvo tan corto que ya no se necesitaba que lo tirara todo el equipo de lupinos. Para cualquier conductor de trineo iglaciano esto habría significado una cosa -y una cosa solamente-. Era el momento de matar a los dos lupinos del equipo que iban en la última posición. cuya carne. comería el mismo conductor o reservaría para consumirla en el futuro, ya que los lupinos jamás se alimentan con los de su misma especie. Interiormente Iskander sabía que ese era el modo de proceder más acertado y práctico, especialmente cuando los animales de caza eran tan escasos y veía disminuir las provisiones diariamente. Pero entonces pensó en el comportamiento tan leal de los lupinos y se rebeló contra esa antiquísima costumbre. Mientras apartaba a la pareja de. lupinos que ocupaba el último lugar del equipo, los animales gañían inquietos. Iskander clavó su mirada en los ojos tristes y atemorizados y comprendió que tanto Tyki como Sitka, como les llamaba, era conscientes del fatídico destino que corrían sus congéneres en un viaje tan largo y arduo como ese. Por eso mismo, el hecho de que no le hubiesen abandonado cuando habían tenido la oportunidad de hacerlo era aún más conmovedor. Supo entonces que no podría matarlos. -¿Os parece que tendríais alguna posibilidad de regresar sanos y salvos a la Fortaleza Tovaritch? -les preguntó sosegadamente al arrodillarse junto a ellos. -Sí, khan -respondieron al unísono y la esperanza que les iluminó los ojos le oprimió el corazón. -Entonces me gustaría que llevarais algunos recados míos a casa -anunció-. Esperad aquí. Iskander se dirigió a la tienda, donde, con pluma de ave, tinta y pergamino, escribió tres cartas -una cariñosa misiva a sus padres para comunicarles que estaba bien (no veía razón para preocuparles contándoles el ataque del tigre de las nieves); un informe a Cain sobre el progreso de su expedición así como también las dificultades que había enfrentado, sin omitir la calamidad de la Espada de Ishtar; y una escueta descripción a Lord Tobolsk, el Rey de Iglacia, de todo lo que había aprendido de la tundra ártica hasta entonces durante sus viajes, adjuntando un mapa sobre el que había esbozado, lo mejor posible, la ruta que había seguido hasta ese punto. Luego, en caso de que llegara a perderse un juego de cartas, Iskander hizo una copia de cada uno de los tres rollos de pergamino. Cuando hubo terminado, los enrolló y selló con cera derretida de una vela sobre la que presionó su anillo de sello, que tenía grabados el escudo de armas de los Tovaritch y sus dos iniciales. Salió de la tienda y acercándose a los lupinos que había soltado aseguró un juego de pergaminos al cuello de cada uno de ellos. -Me habéis servido bien, Tyki y Sitka -les dijo Iskander-. Ahora, servidme de igual modo en esto también. Los recados que lleváis son importantes. Encargaos de que lleguen a su destino sin contratiempos. - No temáis, khan -respondió serenamente Tyki-. No ignoramos que habéis quebrantado unta vieja tradición de los iglacianos perdonándonos la vida, por lo que estamos muy agradecidos. No te decepcionaremos en esto la última petición que nos haces. Siempre que Sitka y yo sobrevivamos, tus recados llegarán a la Fortaleza Tovaritch. -Entonces, que la Luz sea con vosotros en vuestra travesía -dijo Iskander. -Y contigo, también, en la tuya, khan, dondequiera que esta te lleve -respondió Sitka. Con esas palabras de despedida, los dos lupinos se dirigieron al sur corriendo velozmente. Iskander los observó en silencio hasta que, minutos después, ambos se perdieron de vista, como tragados por el velo de nieve que se amontonaba sobre la tierra. Al menos si no vivía para cumplir plenamente su misión, había hecho algo útil al enviar los hechos detallados de sus viajes, pensó. Albergaba la esperanza de que los dos lupinos sí llegaran a la Fortaleza Tovaritch, aun cuando recordó que ninguno de los fuertes y veloces halcones mensajeros despachados por Cain e Ileana desde el Oeste jamás habían llegado a sus destinos, Monte San Christopher y Monte Santa Mikhaela, induciendo a los druswidas a creerles muertos. Al recordar los sufrimientos padecidos por su mejor amigo y la esposa de ese amigo durante los últimos tres años, se ensombreció momentáneamente el semblante de Iskander. Al menos no le habían enviado a ciegas a su destino, ni ignorando los obstáculos que enfrentaría. Por lo menos le habían concedido el tiempo necesario para prepararse para la misión, para reunir el equipo de lupinos que, con valentía y dedicación, habían más que probado lo que realmente valían. No pertenecían a la Especie, pero aun así, no podría haber pedido mejores compañeros de viaje que ellos, pensó. Pero para gran alegría de su corazón, con el paso de los días, Iskander llegó a comprobar que los lupinos que se habían quedado a su lado le eran aun más fieles y devotos que antes por el simple hecho de haberle perdonado la vida tanto a Tyki corona Sitka. Por algún motivo sabían que por permitirles seguir con vida se veía forzado a racionar su propia comida mucho más que antes. A causa de ellos, los lupinos eran más diligentes para persegir y atacar cualquier animal de caza que olfatearan y muy pronto se desvanecieron los temores de Iskander de morir de hambre por haber cedido a sus sentimientos. El tiempo siguió su marcha inexorablemente y el trineo se fue acortando cada vez más, lo que permitió a Iskander continuar soltando a dos lupinos cada vez. A cada par le confiaba sendos juegos de mensajes para que los llevaran a la Fortaleza Tovar Cuando llegó al Mar de Escarcha sólo le quedaban doce lupinos de todo el equipo. Pero eran los más fornidos y sabía que necesitarías toda esa fuerza que tenían para cruzar las Islas de Desolación y Persephone, el casquete polar ártico. Esa noche Iskander permaneció mucho tiempo cavilando a la orilla del Mar de Escarcha. Con gran alivio vio que el agua salobre no había empezado a deshelarse a gran escala, sino que todavía la mayor parte del mar estaba congelado. Una dura capa de escarcha cubría la superficie que brillaba como diamantes a la luz de las estrellas y al mirar en dirección a las Islas de Desolación y Persephone, que estaban a gran distancia, se preguntó qué había allende la escarcha iluminada por las estrellas, qué le aguardaba al oeste de Tintagel. No lo sabía. Sólo podía imaginarlo basándose en los toscos mapas que tenía y en las narraciones de Cain e peana. Al recordarlas en detalle, Iskander vaciló, hasta volvió a considerar la idea, aunque fugazmente, de abandonar la misión y regresar. Hasta le resultaba casi imposible imaginar criaturas tan maléficas como las que le habían pintado Cain e peana. Sin embargo, a pesar de no haber visto con sus propios ojos a los corrompidos saurios, sabía que eran muy reales. Había visto la corrupción de la Espada de Ishtar; había sentido la fuerza diabólica que esta había absorbido de Cain cuando la empuñó para luchar contra esas horrendas y maléficas criaturas. Iskander se estremeció- al pensar que, aunque se había ganado la batalla de las Planicies de Strathmore en Finisterre, quizá todavía quedaba ganar la guerra y se asombró de su propia temeridad al osar desafiar el corazón de la Oscuridad. Mientras consideraba con especial cuidado la misión que le habían encomendado la exclamación imprevista de la Hermana Amineh cuando él había aceptado acometerla, resonó una vez más en sus oídos. ¡Es una locura! Hasta el viento glacial que encrespaba la piel de su capa oscura parecía susurrar la palabra: Loooooocuuuraa, loooooocuuraa. Sin embargo, ¿no eran todos los de la Especie en algún momento u otro, un poco locos? -se preguntaba o era eso acaso lo que al final les había llevado a las Guerras de Especie y al Apocalipsis? ¿Qué mente cuerda podría haber participado, en la destrucción de tantas tribus y sus mundos? ¿Qué mente cuerda podría haber condonado el uso de las letales armas . químicas y biológicas que habían ocasionado la ruina Universal; las armas que eran, si las especulaciones de Cain eran correctas, fundamentablemente responsables de la creación de esa nociva enfermedad que había permanecido aletargada durante centurias y que finalmente había retoñado para que los mutantes AntiEspecie, los ComeAlmas, empezaran a existir? Iskander lo ignoraba. Le parecía un verdadero sacrilegio querer devastar todo lo que había creado el Guardián Inmortal, los dones que el Ser había otorgado a los Especie. Más que otra cosa en el mundo era precisamente eso lo que le había inducido a emprender el viaje. Lo sabía perfectamente, como un Verdadero Defensor de la Luz, no podía hacer menos. Sin embargo, no podía dejar de preguntarse qué sería lo que la suerte tenía guardado para él. Levantó la cabeza y clavó la mirada en la estrella polar, el Profeta, como si ella, de algún modo, conociera las respuestas a sus muchas preguntas. Pero el globo plateado estaba tan silencioso como el Mar de Escarcha. Sólo el viento hablaba -y su helada voz no le proporcionaba ningún consuelo. 5 Ser uno con la Luz Eterna es la ambición fundamental de todos los de la Especie que buscan la perpetua armonía, gracia y esclarecimiento del espíritu. No cumplir con este destino prefijado es condenar al alma a un interminable destino de VidaSendas en la dimensión primitiva de la existencia -el plano físico- del cual la Esencia, así atrapada, será incapaz de escapar; y entonces el Camino al Guardián Inmortal estará perdido para siempre. Si es este el sendero que os gustarla seguir, no sigáis leyendo. Si, no obstante, vuestro deseo es alcanzar un imperecedero estado de bienaventuranza, entonces debéis comenzar de inmediato a prepararos para el desafío de la ardua peregrinación que habéis decidido emprender. Porque el sendero que lleva a la Luz Eterna es largo y difícil, lleno de tentaciones y trampas para los débiles, los vanidosos, los ignorantes y los necios. Llevar este viaje a feliz término es un privilegio que sólo aquellos dignos de su herencia sagrada pueden ganar. Hay muchas pruebas que habréis de soportar para probaros a vosotros mismos que sois merecedores de esta santificada confianza, y habréis de aprender y memorizar muchas lecciones si tenéis que responder las preguntas que os formulará Rocca, el custodio de la Puerta del Guardián Inmortal. Pues aun allí puede que os nieguen la entrada, y que os juzguen indignos de entrar en el excelso reino de la Luz Eterna. De este modo estaréis advertidos de los infortunios de vuestro cometido. Si ahora todavía estáis dispuestos a intentar la búsqueda de la verdad imperecedera y del entendimiento definitivo, y a emprender vuestros viajes al Guardián Inmortal de todas las cosas incesantes y universales, entonces ya habéis aprendido la primera lección: tened la valentía de probar. -Así está escrito en Las Enseñanzas de los Mont Seets El Libro de Lecciones, Capítulo Tres FUE UN ESTAMPIDO ENSORDECEDOR el que resonó por la tundra, como si súbitamente la tierra se partiera en dos, lo que le despertó. Completamente espabilado y alarmado, Iskander saltó de las pieles sobre las que había dormido y salió corriendo fuera de la tienda para ver qué pasaba. En la pálida franja de luz del sol matinal, observó lo que la oscuridad de la noche le había ocultado: numerosas grietas pequeñas desfiguraban la superficie helada y dura del Mar de Escarcha, dándole el aspecto de un espejo cuarteado; y lo que la noche anterior había confundido tomándolas por sombras o ventisqueros, eran, en realidad, grandes grietas en el hielo que iban ensanchándose lentamente. Horrorizado descubrió que lo que había causado el ruido que le había sobresaltado minutos antes era una inmensa fisura que dejaba al descubierto una lengua de agua fría, oscura y espumosa. Inexorablemente el hielo se expandía y quebraba. Había empezado el deshielo de primavera. Iskander se precipitó al interior de la tienda donde rápida mente alimentó, dio de beber y atendió a los lupinos. Luego recogió sus pertenencias con la velocidad de un rayo, mientras masca ha lonjas de tasajo, sin molestarse en preparar el desayuno. Después que hubo terminado de cargar sus pertenencias en el trineo enganchó el equipo. Pero en vez de ocupar su sitio habitual en el fondo, sobre los patines, sacó una larga pica del vehículo y que había tenido la previsión de llevar y a grandes zancadas se acercó a Anuk. -Hemos llegado tarde para cruzar, khan -advirtió preocupado el lupino guía-. Será difícil... y peligroso. -A pesar de todo debemos intentarlo, Anuk -replicó Iskander, apretó los dientes y echó una mirada ensombrecida sobre el Mar de Escarcha que iba haciéndose astillas. Hizo una mueca cuando otro estampido horrendo sacudió la tierra y aparecía una segunda grieta enorme por donde subían las olas que golpeaban y se derramaban por encima de sus bordes-. Pero ten cuidado. Vigila con mucho cuidado donde pisas, para que no te hundas en el hielo y todos nosotros contigo seamos arrastrados por la corriente hasta ahogarnos. -Sí, khan -contestó el lupino. Emprendieron la marcha con gran desconfianza, Iskander a la cabeza tanteando el terreno. Con su larga pica probaba la solidez del hielo antes de que él y el equipo lo pisaran; y tenía el oído atento a los ruidos sordos que le advertirían de nuevas divisiones. Todas estas precauciones demoraban un avance de por sí lento, sin mencionar las veces que se vieron obligados a dar un rodeo para evitar pedazos de terreno inseguro donde el hielo era más delgado. Sin embargo, Iskander y su equipo persistieron dirigiéndose con resolución hacia el norte. A la luz de las lunas y las estrellas, avanzaron apretando el paso hasta mucho después del anochecer, puesto que Iskander temía acampar sobre hielo movedizo; y por fin, con gran alivio, vio que habían llegado sin contratiempos a la Primera de las Islas de Desolación. No sabía cómo se llamaba y ni siquiera si alguna vez había tenido nombre. Pero en la tienda esa noche mientras ponía al día las mapas a la luz de las velas y de la piedra del hogar, marcó la isla y le puso de nombre "Refugio", ya que lo era para él. Cada mañana el sol brillaba más tiempo, mientras, continuaban viaje..- a paso de tortuga. Iskander se mostraba cada vez más inquieto, temiendo verse obligado a abandonar el trineo antes de llegar a Persephone. Esto significaría dejar a la espalda casi todo lo que aún quedaba de sus provisiones y echarse al mar en el esquife que llevaba. No quería tomar esa determinación a menos que fuera absolutamente necesario. Los mares de Tintagel eran traicioneros y el bote era pequeño, apenas tres metros de largo y Menos de un metro de ancho, constaba de una estructura de madera fuerte y resistente pero liviana, recubierta de cuero crudo tensado al máximo y sellado. No era para aventurarse mar adentro lejos de las costas, pero lo necesitaría para cruzar el Mar de Nubes, ya que no podía confiar en que estuviera helado. A través del crujiente y quebradizo Mar de Escarcha, Iskander guió al equipo de una isla a otra, sin quedarse jamás más tiempo del necesario sobre la superficie debilitada por el deshielo de lo que una vez había sido sólida escarcha bajo sus pies. Pero finalmente llegó el día en que tuvieron que cruzar un tramo muy ancho de hielo. Mientras paseaba la mirada sobre él, los temores v presentimientos se adueñaron de su alma. Era evidente para él que era aún más inestable que lo que ya habían recorrido, pues estaba plagado de grietas y con más de una hendidura de abismo, donde el mar dejaba ver su turbulencia vomitando espuma hacia lo alto. Fue. después de estar casi a mitad de camino cuando comenzó el crujido abominable de una inminente fisura. Los pelos de los lupinos se pusieron de punta y deja, ron oír sus gruñidos sordos y atemorizados cuando un temblor pavoroso recorrió el hielo, arrojando de rodillas a Iskander y despatarrando a la mitad del equipo. Con mucha dificultad, él volvió a ponerse de pie mirando desesperadamente en torno suyo sin saber hacia dónde ir. A su alrededor el hielo se movía tanto que apenas podía conservar el equilibrio. Un estampido aterrador sonó en ese instante ensordeciéndole casi y alarmado vio que el hielo a sus espaldas empezaba a rajarse y a separarse cada vez más con una velocidad que no habría creído posible. Como mellados tridentes de un rayo aserrando el cielo, las olas se hinchaban y rebasaban los bordes del hielo precipitándose hacia él y los lupinos. Con el corazón en la garganta, Iskander corrió hacia la parte trasera del trinco y se montó sobre los patines. -¡Mush! -aulló con voz enronquecida, haciendo culebrear el látigo por encima de las cabezas del equipo-. ¡Mush! ¡Mush! Los lupinos no necesitaron más estímulo. Instintivamente arrancaron en loca carrera, empujados a arriesgarse a esa precaria velocidad por la muerte certera que les pisaba los talones. El trinco brincaba y patinaba peligrosamente por el hielo, pero de algún modo Iskander se las arregló para mantenerlo derecho mientras seguía avanzando atropelladamente. El terreno por el que se deslizaban era una mancha borrosa para sus ojos. Pero el sólo aferraba el manubrio del vehículo y, gritando a todo pulmón azuzaba a los lupinos para que fueran a mayor velocidad, mientras, a sus espaldas el hielo se hacía añicos violentamente y el mar ártico rugía y bramaba cada vez con mayor intensidad. Se levantó viento cubriendo la tierra con un velo de nieve que cegó a él y a los lupinos. Pero aun así, siguieron la loca carrera avanzando hacia el norte. Iskander imploraba que Anuk no tropezara, que no se hundiera a través de la engañosa escarcha en el mar glacial arrastrando con él al resto de los lupinos y al trineo. Pero un sexto sentido parecía guiar al lupino guía como un faro en la tormenta mientras tiraba por el inseguro hielo que seguía temblando y sacudiéndose, zigzagueando para evitar ventiscas y escarcha sospechosa. Atrás, los tremendos crujidos llenaban el aire. Pero Iskander concentraba toda su atención en controlar el trineo y no osaba mirar a su alrededor para ver si estaban lejos o no de la profunda hendidura que bostezaba en dirección a ellos empeñada en tragarlos. La sangre sonaba monótonamente en sus oídos. Tenía las manos entumecidas por el frío y por aferrar el manubrio del trineo con tanta fiereza. Una o dos veces, cuando llegaron a tramos de hielo particularmente escabrosos, estuvo a punto de perder completamente el control del vehículo. Pero rechinando los dientes, apretó más los puños alrededor del manubrio y pudo sostenerse sin desfallecer. Entrecerrando los ojos para protegerlos de los remolinos de nieve, Iskander pudo ver a cierta distancia un gran declive del terreno, como si la blanca caparazón de una tortuga gigante se hubiese posado sobre el hielo. La forma le era conocida y grata a la vista, porque reconoció con alivio que se acercaban a otra isla. Momentos después el equipo enfiló hacia la elevación, subiendo por ella y enseguida, con un chirrido estridente, el trineo chocó contra el duro suelo. Fue tal el impacto que inclinó violentamente el vehículo y ya Iskander no pudo gobernarlo más... ni tan siquiera seguir agarrado a él. Despedido, dio de cabeza contra la tierra helada unos segundos antes de que el trineo volcara y se incrustara en un banco de nieve, haciendo saltar en pedazos no sólo las cuerdas que aseguraban las provisiones sino también varios tramos de los arreos; al desviarse el trineo, los lupinos tiraron violentamente de él y quedaron tendidos con las patas abiertas sobre el suelo, tuvieron que parar forzosamente. Al rato, temblando todavía por las secuelas de la horrorosa carrera, Iskander se levantó tambaleante. Se. le doblaban las rodillas, pero las afirmó mientras escudriñaba la descomunal hendidura que se extendía hasta la isla, donde las olas coronadas de espuma blanca rompían contra la costa. Respiró agitadamente al comprender que si la isla hubiese estado unos metros más lejos, el de Escarcha los habría tragado. Los lupinos se levantaron y al sacudirse la nieve del espeso pelaje parecieron quedar envueltos en una blanca nebulosa. Luego se quedaron inmóviles, esperando pacientemente que Iskander los desenredara de la maraña de arreos. -Nos salvarnos de milagro, khan -observó Anuk al acercar, se Iskander. -Escapamos por un pelo -asintió Iskander con la respiración agitada y frotándose enérgicamente las manos con mitones de piel para desentumecerlas-, y no estoy dispuesto a sufrir otro día como el de hoy. Después de la experiencia angustiosa por la que acabamos de pasar, merecemos un descanso. Además, tengo que reparar los arreos. Por eso, a pesar de que aún faltan algunas horas para el crepúsculo, acamparemos ahora mismo. ¿Ves aquella enorme mole de tierra a lo lejos, un poco más allá del último tramo de escarcha? -Señaló hacia el norte donde inmensos acantila. dos de nieve se elevaban sobre la superficie como muros almenados de un castillo.- Es Persephone. Según mis cálculos, podemos estar allí mañana a mediodía... y en ese momento eso es muy pronto para mí. Una vez que Iskander hubo liberado a los lupinos, echó a un lado los tramos rotos de los arreos y luego volvió su atención al trineo del que habían saltado por el aire las provisiones cuidadosamente cargadas, cuando se estrelló contra el banco de nieve. Con un suspiro de pesadumbre, se inclinó primero para recoger los víveres diseminados por el suelo. Revisó cuidadosamente cada saco de cuero para asegurarse de que el contenido no se había dañado. Sus reservas de medicinas eran de primordial importancia y estuvo tranquilo al ver que estaban intactas. Después examinó el esquife y se desalentó al ver que uno de los patines del trineo había perforado un costado del bote. Tendría que remendarlo. Afortunadamente tenía bastante cantidad de cuero curtido que podría servir para el remiendo y además llevaba un frasco pequeño con pez para sellar. El trineo estaba intacto. Jadeando por el esfuerzo, lo enderezó y lo arrastró cuesta arriba alejándolo de la escabrosa costa de la isla para que no lo barrieran las olas con la marea ascendente. Sólo después se dedicó a levantar la tienda. Arreglé no solo los arreos sino también el esquife y después de cruzar -afortunadamente- sin dificultad el último tramo de hielo, llegamos finalmente a Persephone, el casco polar ártico. Allí, también, era evidente que la prolongada oscuridad invernal estaba llegando a su fin y que el deshielo de primavera estaba en marcha. Macizos e imponentes farallones de nieve se cernían sobre nosotros y periódicamente enormes montones de nieve se deslizaban y hundían en el Mar de Escarcha. Entonces se elevaban hacia el cielo altísimos geysers de copos de nieve y rociada del mar. El espectáculo me sobrecogía y me sentía pequeño e insignificante ante ese colosal cataclismo sobre la tierra. Volví a acortar el trineo y solté otros dos lupinos. Sin los arreos y el trineo para estorbarles, podrían cruzar sin demasiados riesgos el Mar de Escarcha, estaba seguro. Porque los lupinos, como los osos polares, son fuertes y expertos nadadores y estaban bien protegidos del frío ártico por la espesa piel y gran capa de grasa que tenían debajo y, a pesar del deshielo, todavía encontrarían muchos témpanos de hielo sobre los que podrían descansar en el mar si estaban fatigados. También desde los témpanos de hielo los lupinos liberados podrían pescar peces y otras criaturas marinas para alimentarse durante la travesía, así ninguno padecería hambre tampoco. Antes de que los dos partieran escribí más mensajes es para enviar a casa. Luego, cotizo había hecho con los demás, les agradecí por servirme tan bien y los despedí deseándoles un viaje sin contratiempos. Poco más tarde enganché a los otros al trineo y después de buscar durante un rato, encontramos una senda natural que llevaba a la cumbre de las sierras nevadas. La subida era escarpada y se avanzaba con "luchas dificultades, pero mi fiel equipo no decayó y por fin me encontré en la cima de los acantilados desde donde podía gozar de una vista maravillosa de varios kilómetros a la redonda. No me avergüenza admitir que me invadió entonces una gran emoción, mezcla de orgullo y júbilo. Yo era, hasta donde llegaban mis conocimientos, el primer Especie que pisaba Persephone desde las Guerras de la Especie y el Apocalipsis siglos atrás; y por un momento de exaltación suprema, me sentí soberano de todo el mundo. -Así está escrito en Los Diarios Íntimos de Lord Iskander de Tovaritch Antes de reanudar la marcha a través de Persephone, Iskander enterró otro cúmulo de alimentos y señaló el sitio con una estaca arrancada del trineo. A partir de ese día debía racionar los víveres más rigurosamente, él lo sabía para el caso de que sobreviviera y no pudiera obtener provisiones adecuadas en el Oeste antes de emprender el regreso. Presentía que debía ser prudente y sensato y prepararse para lo peor. A excepción de su limitada provisión de comida, Iskander ya no tenía motivo para ir de prisa, así que pudo viajar en cómo das etapas. Se dirigió hacia el oeste, cuidándose de. tener siempre la costa al alcance de la vista, pues no podía permitirse perder su sentido de orientación en la región interior del casquete polar. Además, no sabía qué podría encontrar en el interior de Persephone. Se rumoreaba que Janus, el casquete polar antártico, era inestable , por ende, estaba prohibido explorarlo. Pero quizá las tradiciones y leyendas antiguas podrían haber confundido los dos polos. En realidad, no sería de extrañar que Persephone fuera el caprichoso y por lo tanto peligroso. Después de varios días de agotador viaje, Iskander, con asombro por su parte, al mirar hacia abajo vio una manada de focas perezosamente echadas en la playa cubierta de nieve. Sabiendo que era una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar, se deslizó silenciosamente farallón abajo hasta la costa, donde, con la Espada de Ishtar, sacrificó tres de los confiados animales En seguida las desolló y deshuesó sus cueros. Envolvió cuidadosamente la carne de una de ellas en su propia piel, la enterró y señaló el lugar. Luego puso la carne de las otras dos focas sobre una de las pieles blancuzcas y la subió a rastras hasta la cima del farallón. Una vez allí cortó varios trozos de carne fresca para los lupinos, que, como él, tenían poco que comer y por lo tanto, mordieron y desgarraron con voracidad la carne dulzona. Al poco tiempo, Iskander cocinó y comió una generosa ración de carne tierna y jugosa. Después de un corto descanso, bajó nuevamente a la playa para recoger la piel que había dejado allí. Hecho esto cargó en el trineo las pieles y el resto de la carne. Durante muchos días no tendría que preocuparse por la comida. Más animado de lo que había estado desde el comienzo de la expedición, consideró la inesperada aparición de las focas blancas como un buen augurio fortuito. Y todo pareció darle la razón, ya que el viaje se volvió más fácil y menos pesado después de esto. Su único problema eran los mapas que llevaba, pues eran tan inexactos y poco fiables, que no estaba seguro de cuánto tendría que andar bordeando la costa de Persephone antes de echarse al mar en su pequeño bote para alcanzar el continente de Montano. Las islas frente a la costa eran muy semejantes unas a las otras y muchas de ellas ni siquiera estaban marcadas en los mapas. El las iba agregando y registrando debidamente, además de corregir lo que era necesario en el resto. Pero nada de esto resolvía sus problemas en esos momentos. A la larga decidió que, cuando se quedara con unos cuantos bocados de comida para sobrevivir, se haría a la mar. Sin embargo, pocos días más tarde, al ver que el trineo se había acortado tanto que tenía que poner el esquife al través para poder llevarlo, Iskander comprendió que no podría seguir mucho más tiempo por tierra. Había soltado a todos los lupinos menos a los dos últimos y lo que quedaba de comida no alcanzaría para alimentarlos a todos adecuadamente muchos días más. Tendría que soltarlos .y tirar él mismo del trineo para conservar las provisiones. Pero aunque la hembra, Baklova, emprendió el regreso inmediatamente, Anuk se negó obstinadamente a partir. -No, khan, no te dejaré solo declaró con fiereza el lupino guía-. En el ártico, tierra inhóspita y cruel por demás, es muy difícil sobrevivir, especialmente para un hombre .solo. Además, ni siquiera sabes con certeza qué te espera en el Oeste. Puede que necesites un amigo en quien confiar. Yo sería ese amigo, khan. Por favor, no me eches de tu lado. La lealtad del lupino le conmovió profundamente y, a decir Verdad, en el fondo se alegraba de poder contar con la compañía 'Protección de Anuk. Sin embargo, le advirtió: -No quedan muchas provisiones, Anuk... y todavía nos aguarda lo peor. A la larga puede que te arrepientas de haberte quedado. -Juntos nos las arreglaremos de algún modo -insistió el lupino- ,Y pase lo que pase, jamás llegaré a arrepentirme de haber decidido seguir al servicio de alguien que deliberadamente rompió con la tradición iglaclana de los conductores de: trineo para salvar la vida de los lupinos de su equipo y la mía... arriesgando su propia vida. -Bien, entonces, no nos quedemos aquí todo el día Anuk -concluyó Iskander con rudeza, para disimular la emoción que le embargaba-. Tiraremos juntos del trineo lo más que podamos antes de que tengamos que hacernos a la mar. Y así fue como hombre y animal continuaron la larga y penosa marcha; y aunque el vehículo era pesado, les parecía más liviano al compartir la carga. Pero muy pronto llegó el día en que resultó evidente que, si habían de tener suficientes víveres para llegar al continente de Montano, debían abandonar el trineo y hacerse a la mar. Iskander enterró y señaló la última ración de provisiones que creyó no necesitar para el resto del viaje sin pasar hambre. A continuación cortó bloques de nieve compacta de la tierra helada hasta que tuvo una cavidad lo bastante amplia como para ubicar el trineo. Utilizó los bloques para proteger el trineo. Cuando se marcharon de allí, dejaron atrás un tosco iglú cuadrado con el trineo dentro. Arrastró el esquife hasta la costa y lo cargó. Luego subieron a bordo e Iskander izó la pequeña vela. Poco después estaban navegando en el Mar de Nubes. Temiendo aventurarse demasiado lejos de la costa, costea ron las islas que circundaban a Persephone y que, de acuerdo con los mapas, se extendían hasta Montano. Mientras tuvieran las islas al alcance de la vista, confiaba en que Anuk y él llegarían a la larga a su destino. Con todo, la corriente ártica era rápida y los témpanos de hielo que a menudo les impedía avanzar no le ayudaban mucho para poder gobernar el bote. Además, tanto el viento como la rociada del mar eran intensamente fríos. La mayoría de las veces, empapado y helado hasta los huesos, Iskander llegó a sentir que nunca más volvería a tener calor. Desdichados y abatidos, Anuk y él se acurrucaban en el interior de una tienda que Iskander se había arreglado para levantar parcialmente en la popa del esquife. Sólo el fuego azul de la piedra del hogar impedía que murieran de frío. Fue algunos días después, cuando Iskander con horror vio que estaban atrapados en una corriente austral demasiado rápida y poderosa para luchar contra ella. Indefensos, no podían hacer nada sino observar, sobrecogidos, cómo les arrastraba fuera del Mar de Nubes y les internaba en lo que Iskander supuso debía ser el Mar de Tempestades. Se le cayó el alma a los pies, pues estuvo seguro que estaban inevitablemente condenados. Fuertes olas azotaron el bote, amenazando varias veces con hacer zozobrar la pequeña embarcación; pero milagrosamente se mantuvo a flote, aunque siempre a la deriva. Iskander no vio más que agua en kilómetros a la redonda. pocos días después, con gran asombro y alivio, vislumbró en el horizonte una cadena de islas tan minúsculas que no le extrañó que no estuvieran marcadas en los mapas. Agradecido a esa esperanza de salvación, apresuradamente y con renovadas fuerzas, dirigió el bote hacia las isletas, pensando que formarían parte de la cadena de grandes islas que se extendía hasta Montano. A lo lejos avistó una gigantesca mole de tierra, lo que pareció confirmar sus suposiciones. Esto le llevó a considerar que, seguramente, había bordeado la costa de Persephone hacia el oeste muchos más kilómetros de los que había calculado. Cuanto más al sur iban, más templada era la temperatura, aunque todavía hacía demasiado frío para sentirse realmente cómodos. Pero Iskander estaba convencido de que podría soportar cualquier cosa ahora que el final del largo viaje parecía estar a la vista. Como lo había hecho antes, avanzó hacia el sur costeando las isletas. Anuk y él casi habían llegado a la inmensa mole de tierra cuando se desató la tormenta. Estalló repentinamente minutos después de que el día, gris y melancólico, pareció volverse más oscuro y lóbrego. Se levantó un viento huracanado que bramaba con furor levantando las olas y arrojándolas contra el esquife hasta casi hacerlo zozobrar. Con cada ráfaga violenta, el bote se remontaba por encima de las crestas espumosas, pero después era arrastrado hacia el seno de otras olas como si el mar quisiera tragárselo. Tanto Iskander como Anuk no podían hacer nada, salvo aplastar sus cuerpos contra el fondo de la pequeña embarcación para impedir que les barriera el agua y caer al mar. La primera racha de viento se había llevado la tienda y había partido el mástil en dos; sólo quedaban jirones de la pequeñas vela de cruz. Y aunque Iskander había atado y asegurado con correas todas las provisiones, la fuerza extraordinaria del oleaje había destrozado las tiras de cuero crudo, las había arrancado del fondo del esquife y las había hecho caer desordenadamente al mar embravecido. Sus dos barricas de agua, como eran de madera, flotaban como corchos en las hinchadas olas. Sus innumerables sacos de cuero pasaban ante sus ojos como restos flotantes de un naufragio. Los relámpagos con sus gigantescos zigzags partían el firmamento. Los truenos retumbaban como si un martillo digno de titanes golpeara sobre un yunque más grande aún y la lluvia caía a cántaros de los hinchados nubarrones apiñados en el cielo. Iskander se agarraba bien de Anuk y del borde de la barca... y oraba fervorosamente por su salvación mientras la furia de la tempestad les lanzaba de un lado a otro. De repente se alzó ante ellos una ola gigantesca, una pared tan inmensa c infranqueable que Iskander supo que llevaba la muerte en sus entrañas. Durante una verdadera eternidad, según le pareció a Iskander, la ola pendió sobre ellos, suspendida e inmóvil como el hacha de un verdugo, antes de desplomarse tumultuosamente y hundirlos a varias decenas de brazas de profundidad bajo la superficie del mar. Vagamente, como algo remoto e irreal, Iskander sintió que tiraban violentamente de Anuk y del esquife hasta arrancárselos de las manos. Después las aguas volvieron a cerrarse sobre su cabeza, se llenaron sus pulmones casi hasta estallar y no supo nada más. LA ESTRELLA DE LA MAÑANA Allende la Escarcha a la Luz de las Estrellas 6 Yo fui la que descubrió al forastero y quizás el Guardián Inmortal, en su infinita sabiduría, así lo había dispuesto. No lo sé. Lo cínico que sé es que cuando le vi por primera vez, me dio un vuelco el corazón. Si bien ya estaba enterada de que existían otros como yo fuera de la tribu de los gigantes, con excepción de Syeira, la esposa Nomada de Ulthor, jamás había tenido ante mis ojos a alguien como él. Nunca olvidaré la primera visión que tuve del forastero -un hombretendido sobre la playa cubierta de nieve, más muerto que vivo, después de ser lanzado por la tormenta desde las profundidades del mar. Todavía tenía la ropa húmeda y el agua salobre estaba escarchándose, así que parecía envuelto en un capullo de copos de nieve. Como llevaba puestas tantas prendas de pieles, sólo podía verle el rostro. Pero a pesar de su palidez, era tan hermoso para mí que por un momento creí que debía de esta viendo a algún antiguo dios pagano, no un mero Especie mortal como yo. En la frente, entre las cejas negras y espesas llevaba el beso de los cielos, un extraño sol color carmesí de Tyrian, una marca como nunca había visto en mi vida en otro hombre o mujer. Seguramente, pensé, eso sólo era una prueba innegable de su condición de hijo predilecto. -El pelo, largo y desgreñado, era negro como el cielo de medianoche en la interminable oscuridad invernal, salvo dos inusuales pero llamativos mechones plateados que, como alas, nacían en las sienes. Las cejas negras parecían suspendidas como dos cuervos en vuelo sobre los ojos fuertemente cerrados. Las negras pestañas eran tan largas y espesas que proyectaban una sombra curvada como lunas crecientes sobre los altos pómulos del rostro anguloso. La arrogante nariz recta era tan perfecta que parecía cincelada en granito. Debajo, los labios gruesos y sensuales de la boca generosa, estaban apenas entreabiertos como si todavía respirara. Al darme repentinamente cuenta de ellos, rogué que así fuera. Fascinada por ese prodigio, me arrodillé lentamente al lado del cuerpo yacente y después de darle la vuelta, apoyé la cabeza sobre el ancho pecho. Entonces oí, aliviada, que el corazón latía débilmente. Me pareció un verdadero milagro que aún siguiera vivo. No sabía por qué ese hecho tenía que alegrarme tanto, ya que era todo un extraño para mí. Pero a pesar de todo, me llenó de intenso gozo descubrir que vivía. Por alguna misteriosa razón, presentí que era un buen augurio. No obstante, ni siquiera entonces sabía que -así como una piedra arrojada a las tranquilas aguas de un arroyo produce ondas en la superficie que alcanzan las costas más alejadas-, la vida del extraño habría de alcanzar y afectarla mía propia -tan inevitable, tan intrincada y tan irrevocablemente, que ya no volvería a ser la misma nunca más. -Así está escrito en Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian La Costa Occidental de Borealis, 7275.4.38 SIEMPRE DESDE ENTONCES RHIANNON OLAFURSDAUGHTER habría de creer en la casualidad. Ya que había sido un hecho fortuíto que, al terminar la larga oscuridad invernal y llegar el deshielo de primavera, su hermano Yael y ella hubieran ido al oeste a las Montañas Shivering o Temblorosas en busca no sólo de animales de caza sino también de las hierbas y flores silvestres medicinales que crecían únicamente en primavera en las grietas y fisuras de sus riscosas laderas. En la atalaya, sobre el pico más occidental de las montañas fue desde donde Rhiannon vio de casualidad al hombre solitario que yacía tan quieto allá abajo en la playa. Sopló el cuerno de caza para llamar a Yael y empezó a bajar hacia la costa con el ceño fruncido preguntándose quién sería el hombre echado boca abajo. Ouienquiera que fuese, estaría seguramente herido o enfermo o hasta quizá muerto. Sin embargo, también estaba perpleja, puesto que a excepción de Yael y ella, no conocía la existencia de otros borealis tan al oeste de su tierra. Sabía que la gran distancia desde donde le había visto, le había hecho parecer más pequeño, pero aun así, no le había parecido un gigante. Quizás era un cazador de pieles y comerciante de Finisterre, se dijo mentalmente Rhiannon, aunque si era así, no podía imaginar cómo había ido a parar a la costa; ya que después de pasar por Groaning Gorge, o la Garganta Crujiente, en las Montañas Majestuosas, tendría que haber seguido hacia el este hasta el Puerto Avalanche o a Torcrag. Sin embargo, supuso que era posible que se hubiese extraviado. Pero finalmente, cuando se acercó al hombre caído en la Playa, Rhiannon vio de inmediato que no pertenecía a ninguna de las tribus que había visto en su vida. Sus ropas estaban hechas con cueros de animales que no reconocía y al advertir que las prendas de piel estaban incrustadas de escarcha salobre, comprendió que el hombre había venido del mar, no de las montañas. Los restos de un naufragio, esparcidos por la costa, lo que quedaba de una especie de embarcación muy pequeña, según juzgó, eran otra prueba evidente de ello. Lentamente Rhiannon se acercó más y se arrodilló al lado del cuerpo yacente. Cuando pudo ver con claridad el rostro pálido con barba negra veteada de plata se maravilló. Era tan guapo que por un momento se quedó sin aliento. Le tocó con manos vacilantes, le dio la vuelta, apoyó la cabeza sobre el pecho y descubrió que vivía. Ese descubrimiento le produjo una extraña e inesperada felicidad. Rhiannon volvió a soplar el cuerno de caza con mayor urgencia esa vez. Quería que Yael corriera a su lado. Luego comenzó a examinar con más detenimiento al hombre que seguía inconsciente; poco a poco fue retirando una a una las capas de pieles que le cubrían y que le eran tan extrañas. Acababa de poner las manos sobre el cuerpo para tratar de encontrar lesiones internas cuando un gruñido feroz rompió el silencio. Asustada, levantó la cabeza y se encontró cara a cara con lo que pensó debía de ser el lobo gris más enorme que había visto en su vida. El corazón dio un salto en su pecho y se quedó aterrada. Se incorporó a medias con suma cautela y así agachada comenzó a retroceder. Soltó el cesto de madera lleno de hierbas y flores silvestres para tener la mano libre y la deslizó lentamente hacia el mangual que llevaba en la cintura. Gruñendo todavía amenazadoramente, el animal continuó avanzando, receloso, con el pelo negro del lomo erizado y los ojos grises centelleando como plata bruñida al sol. Pero no demostró intención de atacarla, lo cual la desconcertó más. En vez de ir hacia ella, el animal se acercó al hombre y lentamente bajó la cabeza hasta la de él. Horrorizada, creyó que le desgarraría la garganta a dentelladas. De un tirón sacó el mangual del cinturón y estuvo presta para ir en su defensa. Pero entonces con gran sorpresa oyó los gemidos lastimeros de la criatura salvaje y su estupor fue aún mayor al ver que meneaba la cola y empezaba a acariciarle con el hocico mientras le lamía el rostro. Rhiannon comprendió en ese momento que, por increíble que le resultara, el lobo gris estaba domesticado y que únicamente quería proteger a su amo inconsciente. Volvió a colgar el mangual de su cinturón y mostrándole las manos vacías, avanzó con cierta vacilación hacia el animal. -No tengo intención de lastimarle -dijo despacio y en voz queda en lengua boreal-. ¿,Puedes entenderme? Sólo quiero ayudarle. En esa cesta hay plantas que podrían servir. -Señaló la cesta de madera.- Y también tengo algunas cosas en la mochila que llevo a la espalda. Pero debo palparle para saber qué le duele ¿Me permitirás hacerlo? La bestia sólo la miró con fijeza, le enseñó los dientes y dejó oír otro gruñido amenazador antes de volver toda su atención a su amo. Desesperada, Rhiannon repitió las palabras, pero esta vez en lengua común, Tingalese. Acto seguido la criatura levantó las orejas y aguzó el oído, alerta un momento más tarde sobrecogida hasta los tuétanos, oyó la voz del animal en su mente -acércate, entonces, khatun -dijo Anuk (porque era él), dándole el tratamiento debido pero que ella no comprendía, el equivalente de lady en ignaciano-. Pero ten cuidado: te vigilaré atentamente y sí intentas lastimar o hacerle algún daño al khan, lo lamentarás. -Te he dicho la verdad: sólo quiero ayudarle, quédate tranquilo, lobo gris -respondió Rhiannon. -¡Lobo gris! -estalló Anuk, indignado-. ¡No me cuentes entre las filas de plebeyos tales como esos, khatun! ¿Qué lugar es este donde no se reconoce a un lupino cuando se le ve? -Es Borealis... donde no tenemos tales animales, si es que tú eres uno de ellos -explicó Rhiannon, contrita-. Ni tampoco hemos visto antes seres de la misma raza de tu amo. Discúlpame si te he ofendido. No fue mi intención, te lo aseguro. Ahora, por favor, permíteme atender a tu amo para que no se muera de frío en esas ropas húmedas. -Muy bien. Procede... pero recuerda mi advertencia. Rhiannon se inclinó una vez más y se dedicó a la tarea de atender al hombre, descubriéndole el cuerpo lo mejor posible para examinarlo más de cerca. Al hacerlo, la sorprendió descubrir un torques de oro macizo alrededor de su cuello, porque a pesar de tener toda la apariencia de un dios, no parecía un hombre rico. Quizás era un bandolero, pensó con cierta inquietud, porque eso también podría explicar ese tatuaje tan raro que ostentaba en la frente. Pero como estaba herido e inconsciente, no se preocupó y continuó con el examen. Tenía algunas costillas rotas, supuso al ver el feo y enorme cardenal en el costado del torso, sin mencionar las otras manchas moradas que tenía en el cuerpo. Era evidente que el mar le había golpeado con furia. También pudo ver una gran variedad de rasguños y cortes que ya no sangraban. Pero la herida que más preocupaba a Rhiannon era el tajo largo y profundo que tenía en la cabeza. Había sido ese golpe dado quizá por algún trozo de madera flotante el que le había dejado inconsciente, estaba casi segura. Sacó un paño de la mochila y limpió cuidadosamente la herida. Después la curó con un bálsamo curativo y la cubrió completamente con un musgo especial de la montaña que sacó de la cesta. Volvió a arroparle cuidándose de no moverle demasiado Y. quitándose la capa forrada de piel de hreinn que clavaba puesta, cubrió todo el cuerpo del hombre para que entrara en calor. Para entonces ya había llegado su hermano. Ante la inesperada presencia de Yael, los pelos eréctiles del lupino volvieron a erizarse. El animal se levantó de un salto y se colocó en actitud agresiva entre el hombre, Rhiannon y su hermano, Yael se paró en seco, asustado al ver la escena que se presentaba ante sus ojos. Temiendo que Rhiannon estuviera en peligro, rápidamente llevó la mano a la empuñadura de la espada ancha de dos filos que llevaba a la espalda. -¡No, Yael, no lo hagas! -gritó ella-. El animal está domes, micado y pertenece al hombre. Sólo busca protegerle. -Se volvió al lupino.- Ese es Yael, mi hermano -aclaró-. No les hará daño ni a tu amo ni a ti, lo prometo. Si lo permites, llevaremos a tu amo a Torcrag, la morada de nuestra tribu, donde nuestro curandero se encargará de atenderle y cuidarle. Necesita calor, de otro modo se congelará; quizá hasta puede morir. Por poco que haya sido, he hecho todo lo que puedo hacer por él aquí. -Está bien -respondió Anuk aunque con cierta prevención. No sabía si debía confiar en la desconocida, pero ella sí había atendido al khan; y además, en ese momento el lupino no veía otra alternativa práctica para su amo o para él. Era como había dicho la mujer: si el khan no recibía calor y pronto, moriría irremediablemente-. Dile a tu hermano que puede acompañarnos. Pero dile también que le vigilaré tanto o más que a ti. Protegeré al khan y le defenderé con mi propia vida, si fuera necesario. -Lo comprendo -contestó Rhiannon-. No nos conoces y naturalmente recelas de nosotros. Yo haría lo mismo si estuviera en tu lugar. Pero te aseguro que no sufriréis ningún maltrato entre nuestra tribu, palabra de honor. Sin más hizo señas a Yael y él se acercó con cautela, manteniéndose a distancia prudencial del lupino. -Hablas con el... con el animal -observó él inquieto y, con el entrecejo fruncido. -Sí -asintió ella-, y de algún modo entiendo cuando me contesta, aunque sólo oigo su voz en mi mente. Nunca me había pasado una cosa así. Pero aunque supongo que debe de estar ligado al extraño Poder que tengo, debo confesar que me alegro de ello en estas circunstancias, porque el animal jamás me habla permitido tocar a ese hombre; y como puedes ver está moribundo Yael, ¿crees poder llevarle hasta el trinco? Debemos llegar a Torcrag lo antes posible. -Claro que sí -gruñó su hermano-. Por su aspecto apenas te lleva una cabeza y probablemente pesa unos kilos más que de El mar le echó a la playa, ¿verdad? Me pregunto quien es y dónde viene. ¿Lo... lo dijo... el animal? -preguntó, incómodo, poco dispuesto a referirse hasta indirectamente al Poder de Rhiannon que seguía siendo un tema molesto entre ellos. -No.-Rhiannon negó con la cabeza.- Aunque cuando habla de él le llama khan, una palabra en alguna lengua extraña que nunca había oído antes, pero que, por el contexto, considero que debe de ser algún título. Quizá significa cacique -conjeturó-, porque el hombre lleva una marca extraña en la frente y aunque es verdad que no es marca de proscrito alguna que yo haya visto hasta hora, bien puede ser un reivero. La fiera niega ser un lobo gris y dice que es un lupino. No conoce ni entiende la lengua borealis, pero sí la lengua común... si bien la habla a su modo. -Bueno, quizá Ulthor, que ha viajado por todas partes, reconozca la lengua que hablan y deduzca la procedencia y el linaje de este hombre, si es que el animal no puede o no quiere revelárnoslo. Pero bribón o respetable, no constituye una grave amenaza para nosotros en el estado en que se encuentra. Ven. Aprestémonos a partir. Anochece y ya nos hemos demorado más de lo debido. Diciendo esto, Yael, sin demostrar el más mínimo esfuerzo, alzó el cuerpo inerte en brazos y le llevó hasta el trineo que estaba bastante lejos al pie de las montañas. Rhiannon y Anuk le siguieron a corta distancia. Cuando llegaron al trinco, Rhiannon vio que mientras ella había ido en busca de hierbas y flores silvestres, Yael había cazado cuatro cabras de las montañas, grandes y gordas, cuyos cuerpos lanudos se convirtieron en un cómodo jergón para llevar al herido. Después de acomodarle sobre los animales muertos, su hermano, percibiendo también que debía abrigarle del frío, se quitó la capa forrada de piel y la arrojó sobre el hombre que había empezado a tiritar convulsivamente. Luego, para impedir que se cayera del trineo durante el largo trayecto a la comarca, le amarraron al vehículo. Una vez concluidos los preparativos, su hermano recogió las largas cuerdas del trineo y empezó a tirar de él en dirección a Torcrag. Rhiannon iba a su lado caminando a largas zancadas para no rezagarse, mientras que Anuk, silencioso y vigilante, iba a la zaga. 7 Como era de esperar, cuando desperté estaba completamente perplejo y desorientado. No sabía dónde me encontraba ni qué me había sucedido y, al principio no hice absolutamente nada más que quedarme tendido donde estaba y tratar de ordenar un poco el caos que reinaba en mi mente. Estaba herido y tenía magulladuras por todo el cuerpo. Eso era evidente porque me latía dolorosamente la cabeza y, cuando la palpé cautelosamente, descubrí un punto extremadamente sensible que me hizo encoger súbitamente de dolor al tocarlo. Vagamente recordé entonces la ola imponente que se había abatido sobre el esquile y que nos había arrastrado a Anuk y a mí al agua. Repentinamente, sobrecogido de angustia e inquietud por la suerte corrida por mi fiel compañero, intenté incorporarme mirando alrededor con desesperación para ver si había sobrevivido y estaba cerca. Pero no lo vi por ninguna parte. No obstante, comprendí abruptamente que eso no significaba gran cosa, puesto que mientras contemplaba y estudiaba el ambiente desconocido en el que mente hallaba, me convencí de que el golpe en la cabeza no sólo había afectado mi memoria sino también mi vista. Me daba la sensación de estar viendo los objetos a través de una espesa niebla que borraba y distorsionaba sus contornos, porque todo parecía aterradoramente desproporcionado con respecto a lo que yo estaba acostumbrado. La sencilla habitación en la que me encontraba era imponente por su altura y sus techos se elevaban hacia el cielo por encima de la altura de cinco hombres o más. El vasto jergón que me servía de lecito era inmenso -me empequeñecía totalmente- y la mesa y las sillas toscas que tenía cerca eran las más grandes que había visto en mi vida, como si se hubieran hecho para una tribu de titanes. Me froté los ojos y traté nuevamente de enfocarlas. Pero nada cambió. Gimiendo ante esa evidencia, sin mencionar el dolor punzante que parecía partirte el cráneo, caí nuevamente de espaldas sobre el jergón creyendo que debía de estar delirando de fiebre -o muerto y tendido en la gran antecámara de algún custodio. Mientras me quejaba y me revolvía en el jergón, un leve movimiento en el cuarto atrajo mi atención. Observé entonces con el rabillo del ojo lo que se me había escapado antes: encaramada a una de las enormes sillas, estaba sentada la que en un principio tire pareció una criatura de rostro seductor perdido entre la espléndida melena que ardía como lenguas de fuego cuando los rayos del sol que se filtraban por una ventana abierta caían sobre ella. Mi agitación y los sonidos que se escapaban de mi garganta la sobresaltaron y la arrancaron de su ensimismamiento. Se dejó caer de la silla y caminó hacia mí y su andar era tan airoso y de otro mundo que pensé: Sí, estoy muerto y Ceridwen, la Custodia de la Tierra, ha venido a guiarte a la Luz... -Así está escrito en Los Diarios íntimos de Lord Iskander sin Tovaritch NO ERA UNA NIÑA NI UNA CUSTODIA. Iskander lo reconoció cuando ella se acercó más y se inclinó sobre él poniéndole la mano sobre la frente. Los dedos eran largos y delgados; la palma tan lisa suave como el pétalo de una flor y el roce tan ligero como el de las alas de una mariposa sobre la piel. Pero a pesar de todo esto, la mano era alentadoramente tangible -real y de una Especie y femenina- sin importar que ella misma pareciera tan fuera de lugar como él en esa habitación extrañamente desproporcionada. Al observarla detenidamente, Iskander comprobó que era joven y bella, aunque la expresión ceñuda del rostro desfigurara un tanto sus facciones mientras le examinaba. Los ojos dorados le miraban con inconfundible preocupación por él, lo cual aminoró bastante la in. quietud que había sentido de que ella pudiera tratar de hacerle algún daño. -¿Quién... quién eres? -gruñó él en lengua común, preguntándose si le entendería y le aferró la muñeca con mano torpe como si temiera que se desvaneciera en el aire. Se alarmó por el hilo de voz con que había formulado la pregunta, por la debilidad que invadía todo su cuerpo, como si la terrible experiencia por la que había pasado le hubiese consumido todas las fuerzas. La desconocida se mostró claramente sorprendida por sus palabras y su actitud y apagó a duras penas un grito de asombro. -Yo... yo creí que aún tenías fiebre -tartamudeó ella en tintagelese con dejo extranjero. Ruborizada, intentó apartarse bruscamente.- Pero por fin has recobrado el conocimiento. Debo ir por Hjalmer, nuestro curandero, de inmediato. -No, espera -pidió Iskander con voz ronca-. Te lo ruego. No te marches... al menos, todavía no. Por favor. Dime quién eres, dónde estoy, cuánto tiempo he estado aquí... Por favor. No puedes imaginar lo que significa despertarse súbitamente y encontrarse siendo un extranjero en tierra extraña. Con sorpresa vio que sus palabras causaban un efecto curioso en la joven. Ella dejó de luchar para liberarse y un gesto de pena le nubló el rostro pálido y desencajado. Desviando la mira da, se dejó caer pesadamente en el borde del jergón donde quedo sentada muy tiesa. La larga cabellera rojiza se derramó como una cascada a su alrededor y desde ese momento él ya no pudo verle el rostro, no pudo advertir cómo se mordía el labio inferior mientras luchaba por mantener a raya las súbitas e inesperadas lagrimas que le quemaban los ojos. Una dulce fragancia desconocida para él emanó del pelo y quedó flotando en el aire, como si ella hubiese acabado de lavarlo y perfumarlo con la esencia de hierba flores silvestres. Iskander sintió el impulso irresistible de acariciarlo pero se reprimió por temor a asustarla más. .Está bien, me quedaré un rato más. -Volvió a hablar pero en voz muy queda.- Responderé tus preguntas lo mejor que pueda. Me tramo Rhiannon Oiafursdaughter. Fui yo la que te encontré después de que el mar te arrojara a la playa en la costa más occidental de esta tierra que se llama Borealis. Por tu aspecto y los restos de un naufragio que flotaban en el mar y estaban esparcidos por la nieve de la playa, deduje que estabas en el mar cuando te sorprendió alguna violenta tempestad que hizo zozobrar tu bote. Estabas herido y con mucha fiebre, entonces mi hermano, Yael, y yo te trajimos aquí, a Torcrag, que es la comarca donde habita nuestro pueblo. Has estado aquí quince días y durante todo ese tiempo Hjalmer, el curandero de la tribu, y yo te hemos estado cuidando y atendiendo. No, por favor, no te esfuerces ni te agites tratando de hablar más. Ya habrá tiempo más adelante para el resto de tus preguntas, lo prometo. Ahora debo ir por Hjalmer. Se molestará muchísimo cuando se entere de lo mucho que me he retrasado en llamarle después de haber recobrado la conciencia. -No, no te marches todavía -insistió Iskander una vez más-. Yo viajaba con un lupino... -¿Anuk? -Rhiannon sonrió dulcemente y se le iluminó el semblante al pensar en el animal al que había llegado a conocer bien y a querer en esas semanas.- Sí, lo sé. Un compañero sumamente fiel. No te inquietes por él, te lo suplico. También está aquí, se encuentra bien y casi no se ha apartado de tu lado desde que llegasteis. Sin embargo, hoy conseguí persuadirlo de que tu vida ya no pendía de un hilo y de que ya había estado encerrado demasiado tiempo en la choza de Hjalmer. Aunque se mostró muy reacio a dejarte, finalmente accedió a ir de caza con mi hermano. Han de regresar antes de que caiga la noche y entonces te enviaré a Anuk Para que lo veas. Ahora, sinceramente, debo marcharme sin tardanza. Diciendo esto, Rhiannon logró liberarse de la mano de Iskander que seguía aferrada a su muñeca y abandonó la choza precipitadamente. No quería derrumbarse anímicamente ante el extraño y estaba segura de que sucedería eso si no escapaba de allí en ese instante. Se sintió incapaz de mantener por más tiempo la apariencia de compostura y serenidad que tanto trabajo le había costado presentar ante su vista. Su respiración se volvió agitada, su corazón parecía galopar alocadamente dentro del pecho y le temblaban las rodillas, tanto que hasta tuvo miedo de caer redonda al suelo En cuanto estuvo al aire libre corrió a la choza de Hjalmer y antes de entrar se apoyó contra una de las paredes de madera con los ojos cerrados e intentó sosegarse. Reinaba tal confusión en sus emociones que apenas podía comprenderlas o contenerlas. Había sido así desde que había encontrado al extraño. Era el primer hombre que no pertenecía a la raza de los gigantes y con quien se había expuesto a pasar mucho tiempo a solas. Por lo tanto, pensó que hasta era natural que él ejerciera esa atracción sobre ella. Pero en lo más hondo de su corazón, Rhiannon intuía que era mucho más que eso. El extranjero la fascinaba. Quería conocer todo lo que se refería a él... de dónde venía, quién era, qué estaba haciendo en el mar, en el bote atrapa do en medio de la tempestad... todo. A pesar del extraño vínculo amistoso que se había ido afianzando entre Anuk y ella en esas dos semanas, no había podido averiguar mucho del amo del lupino, ni siquiera el nombre, puesto que la bestia había seguido refiriéndose a él como khan. Pero de vez en cuando, el receloso y parco Anuk había revelado inadvertidamente algunos datos que la habían llevado a la conclusión de que tanto el lupino como su amo habían ve. nido de Oriente. Esa posibilidad la había entusiasmado muchísimo, porque se había dado cuenta de que al fin tendría una oportunidad de averiguar más detalles de sus propios antecedentes, de la tribu de la que provenía. Su desesperado anhelo de pertenecer realmente a algún lugar donde se hundían sus raíces, la hacía aferrarse a la débil esperanza de que el extraño pudiera llevarla a Vikanglia, su verdadero hogar; porque si había llegado de Oriente, tendría, seguramente, la intención de volver allí. Ya había desechado convenientemente la idea de que fuera un bandolero. Cuando Yael y ella habían vuelto a la aldea con el extraño, se habían enterado de que Ulthor, el único que podría haberles revelado la condición social del desconocido, se había marchado a Puerto Avalanche, al sur de Torcrag, la plaza fuerte costera de los gigantes; allí tenía planeado adquirir mercancías y víveres en trueque de las pieles que había cazado con trampas durante el invierno. Pasaría bastante tiempo antes de que él y los que le habían acompañado volvieran a la aldea. Las primeras palabras que le había dirigido el forastero habían dado de lleno en el corazón de Rhiannon, pues ella sí sabía lo que significaba sentirse extranjera en tierra extraña. El vínculo nacido de esa sensación compartida, la había llevado a pensar que él no se mostraría insensible a su propio calvario, si se animaba a contarle sus más recónditos sentimientos. A pesar de la vocecilla interior de advertencia, no supo cómo había logrado contener el torrente de palabras que habían pugnado por darle a conocer sus sueños y nostalgias. El forastero no sólo era guapo sino también diferente de todos los hombres que había conocido hasta entonces, todo lo cual le hacía más atractivo. Mientras había estado inconsciente, a su cuidado, Rhiannon le había estudiado y tocado el cuerpo al curarle las heridas sin sentir vergüenza alguna. Pero al mismo tiempo, confusamente había percibido que ese hombre, sin saberlo siquiera, había despertado en ella una emoción desconocida hasta entonces. Algo que bullía y se agitaba excitándola y atemorizándola a la vez, por su intensidad y envergadura. Ese día, cuando había mirado directamente a los ojos grises, tan cristalinos como los carámbanos que cuajaban las ramas de los pinos en invierno, había sentido primero una oleada de calor y luego un inexplicable escalofrío le había sacudido el cuerpo de pies a cabeza. Y cuando él la había agarrado, Rhiannon había sido plenamente consciente de la masculinidad que emanaba de él y también de cómo encajaba su propia muñeca en el círculo de la mano viril. Había estado a punto de estallar en llanto ante la conmovedora revelación de que allí había un ser cuya naturaleza no humillaba la suya propia, ni la hacía sentir tan pequeña y frágil físicamente como una niña y por ende, incapaz de satisfacer los deseos y necesidades de un hombre. Sobreponiéndose había respondido a las preguntas del desconocido, cuando en realidad lo único que había querido hacer era escapar corriendo de allí para refugiarse en su escondite favorito, donde podría saborear en secreto las emociones electrizantes que la abrumaban y también reflexionar desapasionadamente sobre ellas. En cambio, conociendo su deber como asistente del curandero de la tribu, Rhiannon respiró profundamente para serenarse. Luego, simulando una calma que estaba lejos de sentir, fue en busca de Rialmer para decirle que el forastero finalmente había recobrado el conocimiento. Para mayor frustración por mi parte, esa mujer, Rhiannon Olafursdaughter, me había planteado muchos más interrogantes que los que había respondido. En cierto modo me sentía más desconcertado que nunca. Borealis, recordé por lo que habían contado Caín e Ileana, era una tierra de gigantes, lo cual explicaría las enonnes proporciones de todo lo que me rodeaba. Respiré con alivio, pues significaba que mi¡ vista seguía siendo tan buena como siempre. Sin embargo, Rhiannon, a pesar de ser una mujer alta, difícilmente podía pasar por una gigante. En efecto, no cuadraba mucho más que yo con el mobiliario imponente que me rodeaba en esa habitación monumental. Esa supuesta anomalía me dejaba perplejo. ¿Era posible que existiera un gigante enano? me pregunté con cierto escepticismo. ¿O acaso el golpe en la cabeza me había hecho confundir los datos que había oído en el relato de Cain e Ileana? No lo sabía. Dada la confusión que reinaba en mi mente, es comprensible que como esa paradoja era tan obvia cautivara mi atención: en primer lugar y que fuera después, mucho más tarde, cuando empezara a meditar sobre algo más intrigante aún... que Rhiannon conociera inexplicablemente el nombre de Anuk. -Así está escrito en Los Diarios Íntimos de Lord Iskander sin Tovaritch -Ella me oye, khan, en su mente, lo mismo que tú -explicó esa noche Anulo, tendido en el suelo al lado del jergón donde descansaba Iskander. El animal estaba tranquilo ahora al ver que su amo mejoraba a ojos vista. El lupino hizo un gesto equivalente a un encogimiento de hombros de los Especie-. Después de todo, comunicarse de esa forma no es algo tan excepcional. -No, no lo es entre los Elegidos -aceptó Iskander hablando lentamente-. Pero según los relatos de Ileana y Cain, los de Occidente no tienen conocimiento alguno del Poder. Ileana me confesó que había descubierto que en estos lares la tenían con frecuencia por bruja; y Cain, claro está, debido a la bestia que habita en él, infundía verdadero temor. Entonces, Anulo, no alcanzo a comprender por qué Rhiannon Olafursdaughter puede conversar contigo. -Ni yo tampoco, khan -dijo el lupino-. A veces algo así simpleplemente sucede sin ninguna explicación. Reconociendo que eso era verdad, Iskander no quedó satisfecho y continuó interrogando exhaustivamente a Anuk. Pero si el lupino había sido amistoso aunque reticente con Rhiannon, ella había demostrado la misma reserva. Era muy poco lo que podía agregar sobre ella, excepto que no pertenecía a la raza de los gigantes, ya que había sido una niña abandonada a la que habían adoptado los boreales. Eso explicaba la apariencia física de la joven pero nada más y, por lo tanto, la curiosidad de Iskander por saber más sobre ella, seguía insatisfecha. Había esperado que regresara a la choza, pero no había sido así. Solamente había llegado Hjalmer, el curandero, moviendo la cabeza y chasqueando la lengua en muestra de desaprobación, al ver que Iskander intentaba incorporarse en el lecho y frustrado volvía a caer de espaldas. -¡Vaya, vaya, muchacho! -había rezongado Hjalmer ahuecando su voz tronante-. ¡No te has restablecido aún lo suficiente como para levantarte del lecho! Pasarán algunos días más antes de que recobres todas tus energías. Sin embargo, un buen cocido espeso y sustancioso contribuirá mucho para ello y, afortunadamente, Yael y tu mascota -había señalado a Anuk-, han disfrutado de una buena cacería hoy. Muy pronto Iskander comprobó que Hjalmer no sólo era experto con las hierbas medicinales. Poco después un aroma tentador había empezado a salir de la cazuela que el bondadoso curandero había puesto a hervir a fuego lento en el hogar. En ella se mezclaban grandes trozos de carne fresca traída por Yael y Anuk con legumbres y hortalizas que los gigantes tenían almacenadas en sus despensas. Iskander no se había dado cuenta de lo hambriento que estaba hasta que ese olor tan exquisito había llegado hasta él. Después de haber devorado tres platos de cocido, con una gruesa corteza de pan duro recogió hasta la última gota de salsa que quedaba en el cuenco de madera y se llevó el bocado a la boca masticándolo con placer. Con el estómago a punto de estallar, dejó el cuenco a un lado y continuó conversando con Anulo. Quería enterarse tanto como fuera posible de la situación en la que se encontraban antes de que Hjalmer, que estaba atendiendo a otro paciente, regresara a la choza. No se debía precisamente a que Iskander desconfiara de los gigantes, ya que era obvio que no te harían ningún daño. Sencillamente era que él, como Anuk, prudentemente preferían proceder con cautela cuando se enfrentaban a lo desconocido. Iskander descubrió que habían perdido casi todas sus pertenencias cuando el mar embravecido había desbaratado el esquife. Todo lo que les quedaba era la Espada de Ishtar que había estado atada a la espalda de Iskander y la pesada bolsa con monedas que había llevado ceñida a su cintura. Aunque lamentaba la pérdida de lo poco que habían tenido, Iskander se sintió profundamente aliviado al oír que las dos pertenencias que consideraba de suma importancia y necesidad para la misión estaban a buen recaudo. La espada mágica era irremplazable. Las monedas servirían para comprar más provisiones, algo que tendría que haber hecho de todos modos. Ni siquiera la pérdida de los mapas toscos e incompletos podían considerarse una tragedia, ya que creía poder reconstruirlos de memoria. Aunque se impacientaba por la debilidad que le mantenía postrado, por el aplazamiento que sufría la expedición, porque el mar no les había arrastrado a Anuk y a él a las playas del continente de Montano como hubiera esperado, Iskander se alegraba sinceramente de que los gigantes les encontraran y cuidaran. Mucho peor hubiera sido caer en manos de alguna tribu desconocida que podría haberles tenido en cautiverio... o algo peor aún. Tenía que admitir además que la urgencia que le había empujado a llegar a Persephone antes del deshielo de primavera había disminuido ahora que habían dejado atrás el casquete polar boreal. A pesar de la impaciencia que le consumía, sabía que lo más sensato era permanecer un tiempo en Borealis, para recuperar sus fuerzas, reponer las provisiones y explorar el territorio. Esto también le daría la oportunidad de llegar a descifrar el enigma que era Rhiannon Olafursdaughter. Ahora que se le había aclarado la mente y se había enterado de que no era una gigante, tardíamente empezaba a ver que se parecía físicamente a los Vikanglians de Oriente. Y se preguntaba, intrigado y excitado a la vez por la perspectiva, si era posible que fuera una descendiente de los miembros de alguna de las expediciones perdidas que se habían enviado a Occidente años atrás. En Tiempo Pasado, con la esperanza de encontrar otras tribus que pudieran haber sobrevivido a las Guerras de la Especie y al Apocalipsis, tanto los gobiernos planetarios como los continentales de Oriente habían enviado numerosos barcos a Occidente, de los que poco o nada se había sabido. A excepción del Spice of the Seas, construido por los elfos que Cain e Ileana habían encargado en el territorio occidental de Potpourri para remplazar al barco que habían perdido, el Moon Raker, ninguno de aquellos barcos habían regresado; ni se había descubierto jamás un solo rastro de ellos o de sus tripulaciones. Si Rhiannon Olafursdaughter resultaba ser la hija de dos miembros de alguna de esas expediciones, hasta cierto punto sería el eslabón perdido que podría, quizá, proporcionar a Oriente valiosa información sobre la suerte que habían corrido tantos de ellos y que ignoraban por completo. Iskander sintió que sería negligente en su deber si no intentaba resolver el enigma de la existencia de Rhiannon. Además, reflexionó, si ella fuera realmente oriental, era muy probable que fuera una de los elegidos. Eso explicaría su habilidad para comunicarse con Anuk y planteaba la posibilidad de que también poseyera otras cualidades notables desconocidas para ella. Eso también era materia de reflexión. Que Rhiannon fuera hermosa y que le hubiera salvado la vida eran sólo incentivos adicionales que le estimulaban para querer conocerla todo lo que pudiera. Por lo tanto, resolvió firmemente hacerlo así en la primera oportunidad que se le presentara. No le había llevado a tomar esa decisión un único interés estrictamente profesional, pero desechó la idea relegándola al olvido pues no era digna de un sacerdote de duodécimo rango como él, encargado además de cumplir una misión crucial. 8 Hace mucho tiempo, una vez estando en la biblioteca de Monte San Christopher, leí acerca de otro inundo remoto y acerca de una antiquísima fábula que corría de boca en boca en una de sus tribus. Según esa fábula había tres Parcas con largas túnicas blancas que estaban encargadas de las hebras de la vida. Se decía que la más pequeña y la más temible de las tres era Atropos, porque era ella quien con sus tijeras finalmente cortaba la hebra de cada ser de la Especie, y así causaba la muerte de cada uno a su debido tiempo. Nunca entendí por qué esta Parca era la más temida. Me resultaba inconcebible que infundiera miedo aquello que no era otra cosa que una puerta, la entrada a una dimensión más elevada de la existencia en el sendero que lleva al Guardián Inmortal. No, si yo hubiese vivido en ese mundo remoto, habría temido mucho más a Cloto y Láquesis, las otras dos Parcas de la fábula. Se decía que Cloto con su huso estiraba y retorcía todas las fibras de todos los de la Especie hilando las hebras de la vida, y Láquesis era la encargada de medirlas con su vara. Además, entre las dos devanaban y tejían una urdimbre enmarañada inexorable, el destino predeterminado de cada uno de la Especie, con lo cual no existía el derecho al Libre Albedrío. Aunque sabía que sólo era una fábula, una leyenda mitológica, ya que cada uno de la Especie era el atizo de su propio destino, izo sabía entonces cuántas veces habría de volver a mi memoria esa vieja historia en los días que habrían de venir. Recordarla y preguntarme... ¿Había sido realmente pura casualidad que el mar me arrojara a las playas de Borealis... y me trajera al lado de Rhiannon Olafursdaugltter .. o estaba mi destino, como el de Cain, escrito en las estrellas desde siempre? ¿Estaba acaso cumpliendo simplemente con el curso predeterminado de mi SendaVida? ¿O la Luz le había dado verdaderamente a cada Especie una opción, como Cain había llegado a creer finalmente, a pesar de todo lo que había padecido? ¿Todo lo sucedido en aquellos días, que por entonces aún eran futuros, fue porque yo lo elegí y por lo tanto, así como Cain, cambié lo que estaba escrito para mí? A decir verdad todavía a veces me lo pregunto. -Así está escrito en Los Diarios Íntimos de Lord Iskander sin Tovaritch FUE UNOS DÍAS MÁS TARDE cuando Iskander finalmente estuvo bastante fuerte para levantarse del jergón. Sin embargo, muy Pronto descubrió, exasperado, que apenas podía mantenerse en pie. Sólo con la ayuda de Hjalmer pudo caminar y salir de la chola para sentarse cómodamente sobre la piel que el curandero extendió sobre la tierra fértil humedecida con la nieve derretida. Con todo, a pesar de la prolongada debilidad que le aquejaba, Iskander Pensó que era bueno haber dejado la cama por fin. Su espalda buscó apoyo en la pared de bastos listones de madera. Desde allí contempló todo lo que le rodeaba con el mayor interés, mientras gozaba del calor del sol primaveral cuyos rayos se filtraban por entre las ramas de los pinos penetrándole hasta los huesos. Poco a poco se sintió revivir. Torcrag, reflexionó después de estudiarla concienzuda, mente, ese lugar habitado por los gigantes, no era en realidad una ciudad como las que él conocía. Se parecía mucho más a una aldea, con sus chozas de madera, amplias y enormes para albergar a las familias y un único edificio más grande aun y alto que los demás, que según dedujo correctamente, servía al mismo tiempo de posa. da, taberna y tienda general de intercambio. No obstante, la distribución de sus calles y casas era agradable a la vista, pues además estaba enclavada en medio de los gigantescos árboles de Piney Woods, dejando ver a las claras que se habían esmerado en reservar el medio natural que rodeaba la aldea. Ese respeto de los gigantes por la naturaleza mereció la más sincera aprobación de Iskander. Una de las lecciones más im. portantes que se enseñaba a todos los niños de Oriente desde el nacimiento eran los estragos sufridos por Tintagel en el Tiempo Anterior y que habían sido causados por la insensibilidad y la desidia de los Antiguos respecto del equilibrio ecológico del planeta. Finalmente los Antiguos habían contaminado tanto la atmósfera y habían talado y devastado indiscriminadamente tantos bosques que se habían visto obligados a cubrir las inconcebible mente extensas megápolis con cúpulas de cristal especialmente tratadas para proteger a sus pueblos de la radiación de rayos letales que llegaban a la superficie de la tierra. Para poder respirare sobrevivir en una atmósfera llena de elementos nocivos, habían tenido que recurrir al uso de máscaras con filtro. Al contemplar en esos momentos el medio apacible y placentero que le rodeaba, Iskander apenas podía dar crédito a los Testimonios Escritos del Tiempo Anterior, cuidadosamente reunidos y guardados en los archivos que habían creado los supenivientes después de las Guerras de la Especie y el Apocalipsis. A pesar de todo, sabía que los terribles relatos archivados en los Testimonios Escritos eran verídicos. Había leído El Libro de Dämmrerung en el Libro sagrado La Palabra y El Camino, donde se describía el Tiempo Anterior hasta en sus menores detalles: las vastas ciudades que extendía' sus tentáculos devorando más y más terreno, con sus altos rasca cielos tan pegados unos a otros... que ni un solo árbol, ni una sola flor, ni una sola hoja de hierba los hijos predilectos de la Eterna y protegidos de Ceridwen, la Custodia de la Tierra, podían crecer del suelo cubierto por esas monstruosidades de hormigón y. acero que afrentaban a toda la naturaleza. Había leído acerca de las fábricas diabólicas donde se habían hecho los materiales para esas estructuras antinaturales, sobre los maléficos ordenadores robots que habían remplazado a los oficiales expertos cuyas artes y oficios se habían perdido con el paso de los siglos. Había leído acerca de las abarrotadas carreteras y autopistas, interminables caminos de asfalto de dos calzadas subdivididas en varios carriles y diversos niveles por donde circulaban a gran velocidad miles y n,¡les de automóviles quemando gasolina y otros combustibles; y acerca de las mugrientas vías férreas por donde corrían trenes de vapor. Entre todas habían formado una red intrincada sobre las campiñas, horadando montañas, descuajando bosques enteros y devastando praderas para unir a esas ciudades. También habían contado con inmensos buques cisterna de hierro que habían surcado los mares entre esas ciudades, dejando una estela de inmensas manchas de petróleo que habían quedado flotando en la superficie del agua matando peces, aves marinas y toda clase de fauna; y, sin olvidar las aladas naves metálicas, los aviones jumbo-jet, que habían volado por los aires como pájaros, escupiendo fuego y humo hacia el firmamento. Había leído acerca de los satélites, los cohetes y finalmente acerca de las naves espaciales que habían atravesado los cielos por encima de esas ciudades, dejando desechos y escombros nucleares desparramados entre las estrellas, los planetas y las lunas. Y también sabía por haberlo leído a qué había conducido todo eso: a las Guerras de la Especie y el Apocalipsis. Esa era la razón por la que estaba prohibida la perversa tecnología que había fomentado los horrores y la destrucción del Tiempo Anterior. En el Tiempo Presente llegar a pensar siquiera en crear una máquina infernal era arriesgarse a un confinamiento solitario. Durante el tiempo que durara el castigo se le hacía ver de manera amable pero firme el grave error en el que había incurrido y volvían a encaminar su espíritu descarrillado por los cauces formales y metódicos que evitaban el caos. En el Tiempo Presente se exaltaba el talento inherente pero largamente reprimido de los Especie. En primer lugar, entre estas peculiaridades innatas se destacaban las de los Elegidos, cuyos sentidos estaban en tal armonía con las fuerzas de la naturaleza que se les consideraba sublimes. Pero hasta los Elegidos podían ser postrados, se dijo con pesar mientras pensaba en el estado deplorable en que se hallaba. Se daba cuenta ahora de que, además del golpe en la cabeza seguía sufriendo los efectos prolongados de haber estado expuesto a las inclemencias de la tundra y al frío glacial de las aguas del mar ártico . No debía olvidar el hambre que había padecido también debido al estricto racionamiento de las provisiones durante sus viajes. Al ponderar en esos momentos todas las vicisitudes que había soportado, el mero hecho de haber sobrevivido era un verdadero milagro. Estaba convencido de que, en justicia tendría que estar muerto. No era de extrañar, entonces, que de todas las expediciones enviadas previamente desde Oriente a Occidente, únicamente Cain e Ileana hubieran regresado. Iskander deseó más que nunca ahondar en el misterio que rodeaba a Rhiannon Olafursdaughter. Un poco más tarde, no pudo controlar su excitación al verla acercarse acompañada de su hermano Yael, de otro boreal a quien no reconoció y, sorprendentemente, de una mujer que de gigante tenía tanto como Rhiannon. Volviéndose a Anuk que estaba sentado a su lado, acarició disraídamente el espeso pelaje negro y sedoso del animal. -Al parecer están a punto de darnos formalmente la bien. venida a Borealis, Anuk -comentó en voz baja-. No hables, sino más bien continúa ocultando tus pensamientos tanto como te sea posible, como lo has hecho desde nuestra llegada. Los boreales nos han tratado bien, es verdad. Pero hasta que sepamos a ciencia cierta en qué situación nos encontramos en este lugar, no quiero que Rhiannon Olafursdaughter conozca de nosotros más de lo necesario. -Como siempre, tu deseo es una orden para mí, khan -respondió Anuk. Segundos después el grupo llegó a la choza de Hjalmer deteniéndose delante de Iskander y Anuk. Entonces Rhiannon, a quien evidentemente habían nombrado portavoz, se adelantó un poco más. Conteniendo un gemido de dolor, Iskander trató de levantarse, pero Rhiannon se anticipó y levantó una mano para impedírselo. Luego, como a pesar de las más de dos semanas que habían transcurrido desde su llegada a Torcrag, ella ignoraba su nombre, se dirigió a él dándole el tratamiento que usaba el lupino. -Buenos días, khan -le saludó en la lengua común, preguntándose si su rango desconocido existía y como tal ella debía actuar de cierta manera. Por fin, indecisa, se contentó con inclinar levemente la cabeza, esperando que sirviera para evitar cualquier ofensa involuntaria-, No, por favor no intentes levantarte -le dijo-. No esperamos que lo hagas, te lo aseguro Sabemos que has estado enfermo. Un poco más aliviado, Iskander volvió a dejarse caer sobre la piel acomodándose lo mejor posible. - Mientras contemplaba al extranjero, el corazón de Rhiannon latía con tanta violencia que temió que él pudiera escucharlo Tenía la boca seca como un viejo hueso de bisonte, en tanto que perversamente, un sudor profuso le empapaba las palmas de las manos que trató de secarse inconscientemente en las polainas de cuero Desde su recuperación, Rhiannon, adrede, había evitado acercarse al extraño, pues conocía demasiado bien cuánto la afectaba verle. Pero además, porque debido a su anhelo de reencontrarse con su propia tribu, estaba depositando demasiadas esperanzas Y una fe desmedida en el hipotético origen del extranjero. porque aun en el caso de que viniera realmente de Oriente, no había ninguna razón válida para suponer que tuviera la intención de regresar a su país natal o que la llevara con él si lo hacía. Si fuera un malhechor expulsado de la tribu podría resultarle fatal regresar. Y aun cuando lo fuera, Rhiannon, cuanto más lo había pensado tanto más había creído que ese extraño no tendría interés alguno en cargar con ella durante lo que ciertamente debía de ser un viaje largo y azaroso... en especial cuando descubriera que ella era una hechicera. Sin embargo, no podía desterrar de su corazón las secretas fantasías que anidaban allí, y por consiguiente consideraba ese día, cuando por fin sabría con certeza de dónde había venido, como el momento crucial de su existencia. Estaba tan nerviosa que pasó algún tiempo antes de advertir que había tenido la vista clavada en él hasta rayar en lo grosero... y que tanto él como los demás estaban esperando ansiosos que continuara hablando. Ruborizada de pies a cabeza, rápidamente desvió la mirada y se aclaró la voz. -Nos alegramos de ver lo mucho que has mejorado, khan. ¿Te sientes mejor? -Sí -respondió Iskander-, lo bastante bien como para haber recordado que nunca os he dado las gracias a tu hermano y a ti por haberme salvado la vida. Y quiero hacerlo en este momento. Os estoy muy agradecido por lo que ambos habéis hecho por mí. -No ha sido nada más que lo que habría hecho cualquiera en nuestro lugar, khan -señaló Rhiannon-, aunque naturalmente, Yael y yo nos sentimos muy contentos de haberlo hecho. -Considerando entonces que había cumplido adecuadamente con lo que se esperaba de ella, se volvió para presentar a sus acompañantes. A Yael, claro está, ya le conoces. -Indicó a su hermano a quien Iskander había visto fugazmente cuando, después de la cacería, había llevado a Anuk a la choza de Hjalmer.- Y ellos son Ulthor y su esposa Syeira. Entre los de nuestra tribu, Ulthor es el que más ha viajado por el mundo... de hecho, acaba de regresar de uno de sus viajes. Y como habla tintageles con mucha fluidez, hemos creído que es el más apto para responder a las muchas preguntas que sé que aún debes de querer formular. Te pido me disculpes por haber retrasado tanto en satisfacer tu natural curiosidad, pero desgraciadamente Ulthor apenas acaba de llegar esta mañana, Además, Hjalmer nos tenía absolutamente prohibido molestarte hasta hoy. -Eso sí lo puedo creer-admitió Iskander sonriéndose por. que el curandero si bien era simpático y agradable con él también era muy estricto en cuanto al tratamiento de sus pacientes, y no toleraba que desobedecieran sus órdenes-. ¡Vaya, si hasta llegué a temer que cumpliera su amenaza de amarrarme al jergón en el que he estado acostado hasta esta mañana! Iskander siguió relatando algunas de las muchas anécdotas relacionadas con las instrucciones estrictas que Hialmer le había impartido, mientras los engranajes de su mente giraban furiosamente, tanto que hasta llegó a creer que Rhiannon podía percibir. lo. Apenas pudo reprimir su excitación al reconocer los nombres Ulthor y Syeira, pues estaba seguro de que debían de ser el gigante y la gitana mencionados por Cain e lleana, los dos que les habían acompañado en el peregrinaje tras la Espada de Ishtar. lskander apenas podía creer en su buena suerte porque, si ese era el caso, estaba seguro de que no sólo se encontraba entre amigos sino que también podría contar con su ayuda. De pronto, en cuanto llegó a una decisión, interrumpió sus comentarios sobre el curandero, diciendo: -Pero basta ya de hablar del trato atento y gentil de Hjalmer con sus enfermos, porque indudablemente es un buen curandero. Me temo ser yo un mal paciente, desacostumbrado como estoy a estar confinado en cama. Vamos. Desenrollad vuestras pieles y sentaos. -Señaló las pieles que todos llevaban consigo, obviamente con ese propósito.- Temo haber sido un grosero por haberles tenido de pie hasta ahora y me disculpo por ello. -Los Boreales protestaron cortésmente de que Iskander había estado enfermo y de que no estaba familiarizado con sus costumbres (como ellos con las suyas, lo cual les había disuadido de sentarse sin que les invitara) y desenrollando sus pieles las dispusieron ordenadamente en semicírculo antes de sentarse en torno suyo. Iskander entonces se volvió a Anuk. Entra a la choza de Hjalmer y tráeme la espada -ordenó mentalmente al sor. prendido lupino-. Lo haría yo mismo, pero temo que debo presentar como excusa mi reciente enfermedad y suplicar tu indulgencia. -Comprendo, khan -respondió Anuk, aunque la petición de su amo despertó su curiosidad, no formuló preguntas sino que, obedientemente, se apresuró hacia el interior de la choza Para cumplir el encargo. Una vez que el lupino hubo entrado en la choza del curandero, Iskander volvió su atención a los boreales y miró a Rhiannon a hurtadillas por si ella había acertado a oír la conversación con Anuk. Estaba desconcertada, como si hubiese percibido algo pero sin llegar a entender plenamente lo que había pasado entre hombre y animal. Y en ese momento él comprendió que aunque era posible que tuviera el Poder pero sin los conocimientos ,druswidicos Sintió entonces mucha pena por ella, porque recordaba todavía el miedo y el desconcierto que sus propios dones le habían causado en la infancia, antes de que le enviaran a Monte San Christopher para su formación. Pensó que el peso de sus dones desconocidos debía de ser una carga insoportable para ella. Estaba sentada en un sitio apartado del resto del grupo, como si pensara que después de haber terminado las presentaciones había cumplido ya con su papel de portavoz. Iskander le dirigió la palabra a Ulthor, aceptándolo. -Como ha dicho Rhiannon Olafursdaughter, me han quedado muchas preguntas sin contestar -declaró-. Pero también sé que tendréis curiosidad por saber algo de mí, el extranjero al que habéis acogido en el seno de vuestra tribu y cuidado con esmero durante estas últimas semanas. Debe de ser evidente para vosotros que no soy de estos parajes. Sin embargo, no me habéis acosado a preguntas, sin conocer tan siquiera mi nombre. Entonces, quizá, sería mejor empezar contándoos algo de mi vida. -Eso suena de lo más conveniente, ya lo creo -declaró Ulthor-, pues debo confesar que eres una clase de rareza entre nosotros, extranjero. No es frecuente que un habitante de tierra adentro se aventure a viajar tan al norte como Torcrag. Sin embargo, a pesar de ser todo un Especie, no hay nada en ti que te identifique como Gallowish o Finisterrean, y es evidente que no eres de las otras tribus que sabemos habitan en estos dos continentes de Aerie Y Verdant del que Borealis forma parte. Sólo en una ocasión anterior he visto a un hombre luciendo ese torque de oro tan peculiar que cuelga alrededor de tu cuello -Ulthor señaló la pesada joya que Rhiannon había notado cuando le atendía.- O con la marca de ese extraño sol en la frente. Entonces, continúa, extranjero, si así estás dispuesto a hacerlo y nosotros escucharemos y nos enteraremos de lo que deseamos saber. -De acuerdo entonces -dijo Iskander-. Soy Iskander sin Tovaritch. No tengo los rasgos característicos de esas tribus que son familiares porque no vengo de Occidente sino de Oriente, como Ya habréis adivinado... del continente de Iglacia, un continente con árboles y también tundra muy semejante a vuestro propio Borealis. Abandoné mi tierra natal hace algunos meses, resuelto a llegar al continente occidental de Montano. Para conseguir mi propósito viajé en trineo a través de Persephorte el casquete polar ártico. Cuando llegué al Mar de Nubes, continué mi largo viaje en un pequeño bote que llevaba conmigo. Desafortunadamente Anuk y yo habíamos pasado unos pocos días en el océano cuando dimos de pronto con una fuerte corriente del sur que rápidamente nos llevó a la deriva sacándonos de nuestro curso. Poco después nos sorprendió la tempestad que destruyó completamente nuestro pequeño bote y no supe nada más hasta que desperté y me encontré aquí. "Es probable que penséis que una situación semejante inquietaría a cualquier hombre y en realidad es lo que me ocurrió al principio, pues no sabía si había caído víctima de una tribu de bribones que me mantendrían en cautiverio... o algo peor aún. Pero me alegra deciros que en cuanto supe dónde estaba se desvanecieron mis temores y tuvieron respuesta muchas de mis preguntas, Debo aclararos que, al contrario de lo que podéis haber supuesto, conozco muy bien la región de Boreal y la tribu de los gigantes." -Iskander se sonrió al ver la sorpresa primero y luego desconcierto en el semblante de Ulthor. -Ya veo que os he pillado desprevenidos -continuó Iskander, sobresaltando al gigante que habría hablado si la mano levantada de Iskander no le hubiese frenado-. No te impacientes, por favor, gigante amigo -insistió blandamente-, en unos momentos espero que sepas todo lo que deseas saber. -Estas palabras desconcertaron a Ulthor aún más si era posible, pero los buenos modales le impedían discutir con su huésped. Apretando los labios, inclinó la cabeza en señal de consentimiento, aunque de mala gana. Iskander se volvió entonces a Anuk, que había reaparecido a su lado. El lupino traía entre sus poderosas mandíbulas la espada envainada de su amo. Quitándosela de la boca, Iskander se la tendió al gigante.- Desenvaina el arma, Ulthor set Torcrag, Y drene después si la reconoces -le ordenó al boreal. Ulthor miró detenidamente a Iskander con un brillo de sospecha en sus ojos. Luego, bajó la vista a la vaina de cuero que sostenía en las manos y lentamente sacó la espada que quedó a la vista de todos. -¡Por la Luz! -exclamó el gigante, estupefacto, al contemplar el arma-. ¡Por mi honor, la reconocería donde quiera... aun- que fuera más ciego que un recién nacido! ¡Es la Espada de Ishtar Súbitamente, entrecerrando los ojos, lanzó una mirada feroz a Iskander y le preguntó entre gruñidos de sospecha: -¿Cómo ha ¡legado a tus manos, extranjero? ¡Es una espada mágica y en justicia le pertenece a la mujer que la arrancó de las llamas de cristal de la Verdad! -¿Me creerías, gigante amigo -inquirió gentilmente Iskander-, si te dijera que Lady lleana en persona la depositó en mis manos y me mandó usarla para luchar contra la Oscuridad que devoraría todo Tintagel si pudiera? -¡No, jamás! -gritó Ulthor... y poco rato después, a despecho de sí mismo, con el corazón henchido de esperanza, preguntó-: ¿Es así? ¿Es realmente así? ¿Es verdad lo que has dicho, Iskander sin Tovaritch? ¿Regresaron a salvo a su tierra... aquellos dos seres maravillosos más valientes y arrojados que nadie haya conocido hasta ahora o conocerá jamás sobre la tierra? -Lo lograron... y contaron la historia del gigante Ulthor... y la de mil guerreros fuertes y leales que una mañana saliendo de la niebla marcharon hacia las Planicies Strathmore gritando a voz en alto: ¡Uig-biorne, märz ana! i Uig-biorne, märz ana!: y luchando con bravura hasta el fin hicieron retroceder a las huestes de la Oscuridad en el Nombre de la Luz. Ulthor acusó una fuerte conmoción al oírle y revivir la horrible matanza de sus hermanos. Lágrimas amargas le humedecieron los ojos y no se avergonzó por ello. Su esposa Syeira, conteniendo a duras penas el llanto que le provocaba ese recuerdo macabro, le tomó de la mano con la intención de reconfortarle. Yael, menos familiarizado que el resto con la Lengua Común, permanecía sentado, callado y confundido, tratando de desentrañar el significado de lo que había oído. A su lado estaba Rhiannon, que también guardaba silencio, pero era un silencio expectante y nervioso. Tanto por su mejor dominio de la lengua tintageles como por su mente más ágil y despierta, había entendido cada palabra. Se le había ensombrecido también el semblante al rememorar la muerte despiadada de tantos gigantes heroicos, pero eso no impidió que la excitación la hiciera temblar de pies a cabeza. Ese desconocido -este Iskander sin Tovaritch- no sólo había venido de Oriente (lo cual la había llenado de gozo) sino que también parecía conocer a Lord Cain y a Lady Ileana, seres que. según Ulthor, poseían el extraño Poder. Partiendo de esas premisas, Rhiannon llegó a la conclusión de que el mismísimo Iskader tenía forzosamente que conocer el Poder. ¡Quizás hasta llegaría a darle informes precisos sobre el suyo que tanto la perturbaba! Vibrando de emoción apenas contenida, esperó impacientemente que se reanudara la conversación, acercándose más al grupo sin tener conciencia de ello. Aunque sin mirar hacia donde ella estaba, Iskander advirtió la leve inclinación de su torso hacia él, con el cuerpo tembloroso y expectante como el de un grácil hreinn listo para darse a la fuga. Nadie más que él percibió la impaciencia, la agitación que la dominaban -aunque la gran tensión emocional de la joven le dejaba perplejo e intrigado- ya que contrastaba sobremanera con las emociones de los demás boreales. Por un momento consideró la posibilidad de sondearle los pensamientos. Después, desechó de mala gana la idea. Por más inexperta que fuera, Rhiannon era lo bastante sensitiva como para advertir que alguien le estaba hurgando la mente. La brisa llevó la dulce fragancia de los largos cabellos sueltos hasta él y se agitaron las aletas de su nariz. El perfume le hizo revivir el momento en que había vuelto en sí y la había visto inclinada sobre él, envuelta en esas lenguas de fuego mientras una roa, no suave como la seda le acariciaba la frente. En vano intentó controlar el sentimiento inexplicable que le perturbaba. Iskander supo que muy dentro suyo sentía la irresistible atracción de esa mujer y que esa atracción tenía muy poco que ver con la curiosidad que había usado de pretexto. Mientras escuchaba hablar a Ulthor, una parte de su mente continuó meditando sobre ello. -Me dices que Lord Cain y Lady lleana regresaron sanos y' salvos a su tierra -dijo lentamente el gigante-, y como prueba de tus palabras, nos presentas la Espada de Ishtar, que Lady Ileana en persona te entregó para que la usaras como tuvieras a bien contra la Oscuridad. Eso tan sólo significa que los druswidas no crees que se haya vencido a la Oscuridad -observó Ulthor. con seno semblante-, y que tienes una misión que cumplir. Esa es la razón por la que has emprendido este viaje tan largo y peligroso ¿No es así? -Así es -afirmó Iskander sobriamente. Luego explico en detalle el propósito de sus viajes, mientras los demás escucha has en silencio. Los rostros expresivos de los oyentes fueron revelando primero que comprendan sus palabras y luego inquietud y temor crecientes por lo que implicaban. Cuando por fin lskander hubo terminado de hablar. Ulthor exhaló un largo suspiro y movió la cabeza, demasiado abatido por lo que había oído. -Es verdad que, desde la batalla de las Planicies Strathmore , hemos visto de vez en cuando a algunos AntiEspecie ronda por las cercanías -anuncio el gigante-, pero hemos creído que eran casos aislados, ComeAlmas que habían escapado de la carnicera de las Planicies Strathmore o que nunca habían estado allí en primer lugar. Ahora nos dices que no provienen de estos dos continentes, sino que necesariamente deben proceder de los otros dos que están más al oeste todavía, que te propones encontrar el corazón de la oscuridad y atacarla antes de que sea demasiado tarde. -Ulthor hizo una pausa, luego continuó.- Verdaderamente, amigo mío, la Luz te ha guiado a las costas de Borealis cuando zozobró tu bote. ¿Qué podemos hacer para ayudarte en tu expedición? Cualquier cosa que pidas, la tendrás... porque como Lord Caín y Lady Ileana, nosotros los boreales tampoco hemos olvidado la batalla de las Planicies Strathmore ni a los valientes que dieron sus vidas para salvar nuestro mundo. Por mi honor, ese es un sacrificio que jamás permitiremos que haya sido en vano -insistió el gigante con ferocidad. -Tenía la esperanza de que dijerais eso mismo -confesó Iskander-. Necesitaré otro bote, claro está, además de pergaminos, pluma y tinta para dibujar los mapas que he perdido. Por cierto me sería muy útil que me proporcionarais cualquier información que tuvierais sobre las tierras que seguramente habré de cruzar durante la travesía. Me sentiré realmente feliz de pagar por estas cosas. Tengo monedas... -¡Sin duda... y las puedes conservar también, Iskander sin Tovaritch! -declaró enfáticamente Ulthor, ofendido por la propuesta-. Tendrás muchísima más necesidad de ellas más tarde, no te quepa duda. ¡Lo que damos los boreales, lo damos desinteresadamente... por la Luz y por Tintagel! Volviéndose a los otros que le acompañaban, ordenó: -iSyeira, Yael, Rhiannon, marchaos inmediatamente y haced que corra de boca en boca entre el resto de la tribu la noticia de la identidad de Iskander, su misión y sus necesidades! ¡Y prevenidles sin rodeos que cualquiera que se muestre remiso o negligente en responder a este requerimiento, habrá de vérselas conmigo! ¡Nada menos que el bienestar y el futuro de nuestro Inundo pueden estar en juego... y no es algo que pueda tomarse a la ligera! -Después de dar esas órdenes en voz tajante, una vez más Ulthor volvió toda su atención a Iskander. -Y ahora, amigo mío -continuó el gigante en una voz embriagada por la emoción-, si no te encuentras demasiado fatigado, me gustaría muchísimo que me hablaras de aquellos dos que contuvieron a la Oscuridad en un remoto solsticio de invierno... Y que siempre ocuparán un lugar de privilegio en mi corazón Por favor. Cuéntame todo lo que sepas de Lord Cain y de Lady Ileana, porque ellos han poblado mis pensamientos obsesivamente desde aquella noche de horror, y quisiera saber cómo les va y si prosperan… 9 No cabía en mí de contenta. Lord Iskander sin Tovaritch, según nos había revelado su título de nobleza y su nombre, había resultado ser mucho más de lo que hasta yo había esperado. No sólo no era un bandolero sino que era de Sangre Real del Oriente, y de posición tan encumbrada entre las seis Tribus Orientales que conocía bien a Lord Cain y Lady lleana, personajes tan míticos y remotos para mí que había llegado a pensar que eran héroes legendarios salidos de la imaginación de un bardo. A causa de esto, Lord Iskander aparecía, en mi mente, más que nunca como un antiguo dios pagano, de tamaño y poderes sobrenaturales, no un simple hombre de carne y hueso. Nunca en mi vida había conocido otro como él. Bajo todos los conceptos, él era incomprensible para mí. A decir verdad, le tenía tal temor reverencia! que, perversamente, deseaba de todo corazón que fuese menos de lo que era. Porque habiéndome enterado de la misión difícil y peligrosa que había emprendido para luchar contra los AntiEspecie, no podía menos que pensar cuán insignificantes y sí, hasta triviales, parecían mis propios problemas. Que un hombre solitario, sin más compañía que la de su fiel lupino, arriesgara la vida por ir en pos de la fuente generadora de los ComeAlmas era un acto tan excelso y altruista que yo, rodeada de una familia cariñosa y lejos de todo peligro real, a despecho del secreto temor y el recelo disimulado que me habían tenido los gigantes después de saber de mi extraño Poder, sólo podía despreciarme por ser tan innoble y egocéntrica. Por esto, ni siquiera podía atreverme a acercarme a Lord Iskander y mucho menos a importunarle aunque sólo fuera para preguntarle si podía leer el rollo de pergamino guardado en la arqueta que mi madre carnal me había dejado como única herencia al morir. Tan abatida estaba por todo lo que había sabido de él que, de hecho, no hice otra cosa que aislarme del mundo y andar alicaída por el bosque durante días y días. Era como si me hubiera esforzado por coger una estrella sólo para descubrir en el último momento que era indigna hasta de un solo rayo de su luz celestial. No podía recordar si alguna vez me había sentido tan desgraciada en la vida... y lo que era peor, sabia perfectamente que yo era la única culpable de todos mis sufrimientos. Esto último fue el trago más amargo de todos. -Así está escrito en Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian CAMINABA POR EL BOSQUE SIN HACER RUIDO, tan silenciosamente como un hombre salido del vientre de Ceridwen, la Custodia de la Tierra, y por lo tanto en indisoluble unión con todos sus dominios. Rhiannon no le oyó acercarse. Ni siquiera se percató de su presencia. Sólo cuando los tibios rayos del sol proyectaron una sombra sobre ella, el sobresalto que sufrió la arrancó de su ensimismamiento. Instintivamente llevó la mano al cinturón del que colgaba el mangual. La mano quedó en el aire a medio camino cuando al alzar los ojos se encontraron con los plateados y glaciales del hombre que había penetrado en el claro del bosque, como un intruso para -estorbar tu aislamiento. Lo Siento. -Iskander habló con voz baja.- No era mi intención asustarte. No había caído en la cuenta de que estabas tan absorta en tus pensamientos como para no oír mis pasos. -Aunque no hubiese sido así, se habría necesitado un oído más fino y agudo que el mío para haber percibido tus pasos, porque caminas con el sigilo de un tigre de las nieves -replicó Rhiannon, la voz baja, el corazón martillándole el pecho con golpes lentos y recios por tenerle tan cerca. Debía de haber salido expresamente a buscarla porque había descubierto su escondite favorito-. ¿Tienes por costumbre pisar sin hacer un solo ruido? -Supongo que sí... aunque debo confesar que nunca se me había ocurrido -dijo. Siguió una breve pausa y luego continuó-: Yael me dijo dónde podría encontrarte. ¿Me puedo sentar? -Señaló el suelo al lado de ella.- Me gustaría hablar contigo y te he visto tan poco desde mi completo restablecimiento que no ha habido una sola oportunidad para mantener una conversación entre nosotros. Tan pronto oyó sus palabras, Rhiannon se mordió el labio inferior y desvió la mirada. Se sentía culpable de haberle evitado deliberadamente y creyó que él lo había advertido. Si sabía la verdad, debía tenerla por grosera y mal nacida, pensó, sintiéndose más acongojada que nunca. -Yo... es para mí un honor que quieras reunirte conmigo -apenas si pudo balbucear, apartándose ligeramente para hacerle lugar sobre la piel. Moviéndose con una elasticidad que era muy suya, Iskander se dejó caer sentado junto a ella. Le tenía tan cerca que Rhiannon tuvo plena conciencia de su proximidad, de las oleadas de calor que emanaban del flexible cuerpo fornido y del limpio, fresco olor del jabón que brotaba de la suave piel bronceada. Le espió por debajo de las pestañas y se sorprendió al ver que se había afeitado el bigote y la barba. Parecía más joven y se veía más guapo que nunca. El rostro desnudo hacía resaltar el negro pelo lustroso en marcado contraste con las inusuales alas de plata que nacían en las sienes. Parecía más extraño aún, un ser de naturaleza divina, la deidad de una tribu más antigua que la de los gigantes, un ser de ultramundo. El aspecto que le caracterizaba la tenía intrigada. No era ni tan alto ni tan ancho como los boreales; sin embargo, se destacaba por su porte majestuoso. Era alguien acostumbrado a imponer respeto y a recibirlo graciosamente. Un hombre habituado a mandar... y a que le obedecieran. Sin duda, esto se debía a ser de Sangre Real. Para Rhiannon el concepto de pertenecer a la Sangre Real era desconocido, pero por una correcta asociación de ideas, comparó con la larga línea de caciques que habían gobernado Borealis desde tiempo inmemorial. Continuó estudiándole furtivamente, preguntándose qué querría de ella y esperando con expectación que volviera a hablar Como de costumbre tenía a mano la mochila con el arquilla que había pertenecido a su madre carnal. Los dedos de Rhiannon rabiaban por abrirla, por sacar el rollo de pergamino que contenta porque ella ansiaba preguntar a Lord Iskander si podía leerlo, Entonces se acordó de la peligrosa misión que tenía... y una vez más se reprendió severamente por pensar siquiera en fastidiarle con sus trivialidades. Sin embargo, con gran sorpresa suya, cuando él retomó la palabra, pareció no ignorarlas. Khatun -comenzó pausadamente midiendo las palabras-, espero que no creas que estoy tratando de fisgar para descubrir tus secretos más íntimos, pero por muchas razones... y el haberme salvado la vida no es la menos importante, has despertado en mí una gran curiosidad. Ya conozco un poco de tu historia, ya que es obvio que no eres boreal. Sé también que la tribu te adoptó. Sino te fastidia contármelo, me gustaría oír más de ti. Pero si estás poco dispuesta a darme más información, lo entenderé perfectamente. Sin embargo, antes de tomar una decisión, ten la plena seguridad de que no pregunto por mera curiosidad. Déjame explicarlo. -Iskander volvió a hacer una pausa tara concentrarse. Después continuó. -Sé que puedes comunicarte con Anuk, khatun -anunció sorprendiendo a Rhiannon que levantó la cabeza y entrecerrando los ojos ambarinos le miró fijamente. No sabía cómo podía haberse enterado. Yael no se habría atrevido a contarle tal cosa. Antes de que pudiera interrogarle, Iskander no le dio respiro-. Esa es una aptitud natural que, por lo que he sabido hasta ahora, sólo poseen los elegidos. Como un Poder semejante es casi incomprensible y hasta diría desconocido en Occidente y como también me be ido dando cuenta de lo mucho que te pareces físicamente a una de las seis tribus orientales, he llegado a creer firmemente que tus padres carnales llegaron aquí en una de las tantas expediciones que se habían enviado a explorar este territorio año tras año desde Oriente, pero sin que volviera ni una sola de ellas. No, por favor. No me interrumpas y déjame terminar. El había unido el gesto a la palabra levantando la mano en el preciso momento en que ella iba a interrumpirle. Con todo, a Iskander no se le escapó el repentino fulgor que asomó en los ojos joven, ni las manos que temblaban como mariposas asustadas en ella regalo, Tampoco dejó de advertir que el cuerpo rígido vibraba de excitación. Temió haberla ofendido sin querer, que se negara á responder a sus preguntas o, peor todavía, que echara a correr huyendo de él. Con presteza tomó una resolución y se jugó el todo por el todo. -Si lo que creo llegara a ser verdad -concretó él sin permitirle apartar los ojos de los suyos-, podría sernos de gran ayuda para averiguar el destino desconocido de tantos hombres y mujeres que, en Tiempo Pasado, han estado tan misteriosa y desalentadoramente desaparecidos para nosotros. Esto, a la vez, probablemente me permitiría conocer mejor y apreciar en su justa medida la magnitud de los peligros que estarán al acecho cuando siga adelante con mi misión. -Como puedes ver, si pudieras ayudarme, khatun, no sólo yo te lo agradecería muchísimo, sino que al fin y al cabo, podrías tranquilizar a las familias de los integrantes de las expediciones desaparecidas. Es muy doloroso no saber qué le ha acontecido a alguien amado. Será aun más penoso y difícil ahora que Lord Cain y Lady lleana han logrado regresar sin demasiados contratiempos para informar de esta infame Oscuridad que ha sitiado nuestro mundo... estos AntiEspecie que nos destruirán a todos, si pueden. Rhiannon se estremeció de miedo al recordar los ComeAlmas que había vislumbrado esporádicamente en Piney Woods. Verdaderamente, reflexionó, eran la prole del Vil Esclavizador. Bajo estas circunstancias nadie podría pensar que ella abusaba de la amabilidad de Lord Iskander si le contaba su pasado y le mostraba el rollo de pergamino de su madre carnal. -Es muy posible que podamos ayudarnos mutuamente, khan-por fin dijo ella. Iskander respiró aliviado-. Claro que debo confesar que tan pronto descubrí que eras de Oriente, he tenido la secreta esperanza de que pudieras traducirme el pergamino que perteneció a mi madre carnal. Sin embargo, cuando me enteré de tu peligrosa misión, consideré que sería una descortesía molestarte con un asunto tan insignificante. Ahora, sin embargo, deduzco Por tus palabras que piensas que yo podría ser una especie de eslabón perdido entre el Oriente y el Occidente. Es posible que estés en lo cierto. Ahora bien, todo lo que he llegado a saber es que mis padres carnales sí venían del Oriente, exactamente como has conjeturado. Ambos eran de una tribu llamada de los Vikanglins. Pero casi no sé nada más que eso; y como yo también daría cualquier cosa para saber quién y qué soy en realidad, lo único que me alienta es que entre ambos podamos unir todos los pedazos hasta completar esta clase de rompecabezas. Acto seguido, Rhiannon le relató minuciosamente lo que Freiya, su madre gigante, le había contado de sus padres carnales, Luego, sin poder ocultar su ansiedad, abrió la arquilla de madera y le entregó el pergamino. Tan excitado en ese momento como la misma Rhiannon, Iskander desenrolló el pergamino con manos nerviosas y echó un vistazo a su contenido. -¿Puedes... puedes leerlo, khan? -inquirió Rhiannon, tímidamente y con un nudo en el estómago al pensar que él no pudiera agregar nada más a lo que ya sabía. Pero finalmente, Iskander asintió con la cabeza y ella se tranquilizó. -Sí -afirmó, seguro-. Está escrito en lengua Vikanghan, pero afortunadamente estoy familiarizado con ella. Por lo que veo, se trata de un documento legal del Oriente, llamado Progignere. En simples palabras, es la historia de las líneas de sangre de tu familia. ¡Por las lunas! exclamó por lo bajo al seguir leyéndolo--. Anuk no se equivocó al darte el título de khatun, que es el equivalente de lady en lengua iglacian, pues no sólo perteneces a la tribu Vikanglian sino que además ¡eres nada menos que de la Casa Real de Lothian! -¿Yo... qué soy? -inquirió Rhiannon, incrédula y sobresaltada. La sorprendente, inesperada revelación la dejó pasmada. Desde niña su cabecita había estado poblada de locas fantasías sobre sus orígenes, pero nunca se había atrevido a soñar que era de Sangre Real-. ¿Quiere... quiere decir que... que tengo una familia en Oriente... una familia de mi misma sangre? -Por supuesto -afirmó Iskander-. La Casa Real de Lothian es una de las familias más numerosas. Es de las más antiguas v respetadas y ha regido los destinos de Vikanglia desde tiempo inmemorial. Puedes estar verdaderamente orgullosa de pertenecer a ella, khatun. Era demasiado para digerir todo junto y de golpe. Rhiannon se sentía abrumada. No sabía qué decir. Pensar que en un abrir y cerrar de ojos había pasado de ser una niña expósita de origen desconocido a ser toda una lady con una dilatada familia, la Casa Real de Lothian, la Sangre Real del Oriente. Pensar que por fin sabía quien era, qué era, dónde se hundían sus raíces... -Yo... yo simplemente no puedo creerlo -balbuceó, tratan' do de asimilar lo que acababa de oír, sin atreverse demasiado a aceptar sus palabras. -Debes creerlo -la instó, sonriente-, porque te aseguro que es la pura verdad, está muy claro. -¿Este pergamino, este.-este... Progignere es una prueba concluyente de ello?, -volvió a preguntar Rhiannon recelosa y con el temor agazapado en algún rincón del alma de que su revelación fuera demasiado cierta para ser verdad. -Sin duda. Ese es el blasón de la Casa Real de Lothian – dijo señalando el sello roto impreso en el pergamino-, y esta es la firma de tu madre carnal dando fe de tu nacimiento... –continuó indicándole ciertos símbolos escritos que Rhiannon no podía leer Y que miró con escepticismo. Pero... ¿por qué le iba a mentir Lord Iskander? se preguntó. No ganaba nada con ello. No, tenía que haber dicho la verdad. Al llegar a esta conclusión, Rhiannon se pellizcó disimuladamente. Persistía en ella el temor latente de estar viviendo un sueño. Con gran júbilo tuvo que reconocer que estaba despierta; las palabras de Iskander eran parte de la realidad, del mundo tangible y verdadero. -¿Esta Casa Real de Lothian, entonces, me reconocerá como suya? -continuó indagando para asegurarse esta vez de modo fehaciente de los hechos antes de ilusionarse demasiado. -Sí, desde luego -respondió él un poco sorprendido---. Si se es de Sangre Real, se es de Sangre Real. Eso es todo. -¿De veras? -Sí. La sangre lo es todo, la sangre es lo absoluto. Aunque era la respuesta que ansiosamente había esperado oír de sus labios, una duda repentina enturbió la exaltación y la inmensa dicha que le había producido todo lo que Iskander le había revelado. ¿Bastaría la Sangre Real que corría por sus venas para que no la rechazaran en cuanto descubrieran que también era hechicera? Podía comunicarse mentalmente con Anuk, y esto, según había sostenido Lord Iskander, era un privilegio que sólo los elegidos poseían. Pero era todo lo que le había dicho al respecto. Rhiannon no podía menos de preguntarse si se debería a que compartía los mismos temores y supersticiones de los gigantes. Sin embargo, resultaba más que evidente que no les temía a sus amigos Lord Cain y Lady Ileana, que por lo que Ulthor había presenciado y luego contado a los boreales también eran dueños de ese mismo Poder. En su espíritu retoñó la confusión con más fuerza y que, al sumarse a la turbulencia de sus emociones, dio como resultado una sobreexcitación inmanejable ya para ella. Con horror sintió que empezaban a acosarla los síntomas que había llegado a reconocer Y que siempre precedían a su metamorfosis en algo distinto de lo que ella era en realidad. -No... -El débil quejido brotó de sus labios cuando, sin previo aviso, su cuerpo empezó a tambalearse violentamente mientras le daba vueltas la cabeza.- no... Vagamente tuvo conciencia de la preocupación de Iskander, de la mano que la aferró rápidamente de un brazo para que no se sacudiera de un lado a otro, de la fuerte presión que ejercían sus palmas sobre las sienes para mantener a raya las tumultuosas sensaciones que la asaltaban de modo feroz. Pero aunque ella luchó con todas sus fuerzas para recobrar su autodominio, perdió la batalla. Poco después un espeso velo de bruma le nubló la vista y sintió náuseas al ver que el horizonte se inclinaba peligrosamente ante sus ojos despavoridos. Entonces apretó los párpados para evitar el vértigo que le provocaba. En ese momento, el mundos, alejó girando rápidamente. Quedó aterrada. De pronto le pareció oír la voz de Iskander, apenas como un eco distante. -Rhiannon, qué te sucede? -le preguntó con preocupa. ció,-. ¿Te encuentras bien? -Pero mientras le hablaba, veía lo que le estaba ocurriendo. Supo que estaba mala... padeciendo un mal que únicamente alguien como él habría reconocido... y comprendido. MetaMorfista. La revelación le dejó pasmado. Ya había caído en la cuenta de que Rhiannon debía ser una de los elegidos -era la única explicación posible para que pudiera comunicarse con Anuk. Pero ni siquiera él había imaginado el alcance de su Poder -en bruto e inexperto, como había supuesto, pero por lo visto, mucho más potente de lo que habría imaginado jamás. Oyó su voz, un quejido lastimero que le imploraba frenéticamente que no la mirara, que la dejara sola, pero no le hizo caso. Aunque no lo supiera, le necesitaba. -¡Respira a fondo! -La orden fue concisa, tajante, Rhiannon sólo dejaba escapar gemidos débiles y luchaba denodadamente por respirar mientras se sacudía todo su cuerpo.- ¡Respira a fondo! ¡No luches contra eso! ¡No te opongas a ello! Deja que suceda. Deja... que... suceda... Y entonces sucedió. El cuerpo empezó a desdibujarse, a cambiar de color, a deformarse toscamente, de modo errático. caprichoso, bamboleándose de atrás para adelante, de un lado a otro hasta que finalmente se completó el transformismo y Rhiannon desapareció. En su lugar había una bestia lobuna que tenía cierta semejanza con Anuk, pero de aspecto primitivo; el contorno irregular mellado, del cuerpo daba la sensación de algo que no ha logrado su pleno desarrollo, el pelaje bermejo tenía un tinte azulado que lo hacia resplandecer débilmente, como el halo espectral de las estalactitas y estalagmitas de una gruta misteriosa. Los ojos de la criatura eran brillantes y con visos amarillos y anaranjados como la citrina. Tenía la lengua roja como la sangre colgando hacia fuera; pero entonces levantó la cabeza y aulló. Su aullido fue en realidad más que un grito atormentado. Luego, de pronto, como se apaga la llama de una vela, la bestia desapareció y Rhiannon volvió a ocupar su lugar sobre la piel. Tenía la cabeza echada hacia atrás y de su garganta brotaron sollozos. Súbitamente perdió el conocimiento y, como una pobre muñeca de trapo, cayó redonda al suelo. Iskander sabía que tardaría unos minutos en volver en sí, que despertaría desconcertada antes de horrorizarse al recordar la violenta y desgarradora metamorfosis que había sufrido. Pasado el momento de horror se preguntaría llena de amargura por qué debía padecer de ese maldito Poder. Mientras tanto, no había nada que pudiera hacer por ella, salvo acomodarla para que descansara lo mejor posible. Con mucho cuidado le movió el cuerpo inerte hasta que quedó tendido de espaldas a todo lo largo de la piel. Se sentó y le apoyó la cabeza sobre sus rodillas. Mientras la contemplaba, notó que tenía el pelo empapado en sudor y que brotaba un hilillo desangre del labio que se había mordido aterrada. Con dolor de su corazón, tiernamente se dedicó a enjugarle tanto el sudor como la sangre. Aunque los boreales la habían cuidado y querido hasta el punto de adoptarla, no le habría resultado nada fácil llevar una vida tranquila entre ellos que, por pura ignorancia, tenían tanto miedo del Poder. Por primera vez Iskander se preguntó si habría otros como Rhiannon en el Occidente. En el Oriente se daba por sentado que todos los miembros de las expediciones perdidas, que durante años se habían enviado a explorar el Occidente, habían muerto. Sin embargo, ya había una buena razón para dudar de la absoluta veracidad de esa hipótesis... y para verse forzado a preguntarse con igual razón si no habría otros hijos abandonados de aquellas parejas de expedicionarios que podrían haber sobrevivido algún tiempo. Era una teoría inquietante. Le angustió pensar que quizás existían muchas más criaturas que por siempre sufrirían una extraña e incomprensible sensación de desarraigo por ignorar sus verdaderos orígenes y muchas otras que aun conociéndolos, como era el caso de Rhiannon, jamás pisarían las tierras del Oriente adonde pertenecían por derecho propio. Vívidas imágenes pasaron como una ráfaga por su mente. La feroz tormenta en el mar. El y Anuk arrastrados por la corriente después de que las olas destrozaran el bote. Y de inmediato, sin saber cómo, su despertar sintiéndose un extraño en tierras desconocidas. Se borraron Ias imágenes, pero las sensaciones y los sentimientos que habían evo cado siguieron conmoviéndole. La terrible experiencia vivida le había dado la posibilidad de vislumbrar, aunque vagamente, lo que debía ser sentirse exiliado a perpetuidad, despojado de sus raíces por un destino perverso; y más que nunca se compadeció de Rhiannon, víctima involuntaria de circunstancias que jamás habían estado bajo su control. En ese momento advirtió que estaba recobrando el conocimiento lentamente. Parpadeó varias veces antes de abrir los ojos con una mirada fija, perdida. Hablaron luego sus ojos y dijeron del desconcierto y turbación que ella sentía, hasta que empezó a comprender todo lo que había pasado siendo Iskander testigo de ello. La humillación sufrida encendió de rubor su cara y, apartándola de su vista, luchó con denuedo por incorporarse violentamente. Mil veces querría haber muerto. Deseó con fervor que se abriera la tierra y la tragara, pero sin saber cómo, dominó el impulso de ponerse de pie de un salto y escaparse a todo correr. Eso no solucionaría nada. El daño ya estaba hecho. A los ojos de Lord Iskander, reflexionó, ella se había convertido en un ser repulsivo, No entendía cómo podía seguir sentado al lado de ella, tan sereno e impasible como si nada desagradable hubiese ocurrido... rara actitud la suya, a la luz de lo que acababa de pasar. Tal vez el impacto le había dejado paralizado y hasta mudo. Se moría de ganas de mirarle a la cara, de tratar de leerle los pensamientos. Pero no podía cobrar suficiente ánimo para encontrarse con su mirada y ver su hermoso rostro moreno desfigurado por el asco que sentía al mirarla. -¿Por qué... por qué te has quedado? -le preguntó con la voz quebrada por la emoción-. ¿Por qué no me dejaste sola como te rogué? ¿No tienes miedo ahora de estar a solas conmigo.., una hechicera? -¿Es así cómo te ves, khatun? -le preguntó Iskander con ra, ra ternura en la voz, como si le hablara a una niña agraviada-. ¿Como una hechicera maléfica? -¿Lo pones en duda, acaso? -le gritó ella, herida en lo más hondo por lo que percibía como incomprensión de su parte, o lo que era peor, como una prueba de la compasión que sentía por ella-. ¿Qué sucede contigo... eres tan ciego que no has podido ver lo que ha pasado? -En, absoluto. Lo he visto todo -replicó al instante Iskander.. He sido testigo de un raro don del Poder, pueril, en bruto carente de adiestramiento, pero un don a pesar de todo. ¿por qué habría de temerle? Y lo más importante, ¿por qué habrías de creerte una bruja y menospreciarte por haber nacido con él? -Porque es antinatural, una maldición, un hechizo maIi estadogno -Todo lo contrario, es un Poder excepcional, digno de admiración y respeto, ya que sólo un reducido puñado de elegidos son los afortunados poseedores de ese don. Si te hubieses criado y educado en el oriente, sabrías que no te estoy diciendo nada más que la verdad. -¿Estás diciéndome que... que conoces a otros como yo? _preguntó Rhiannon en medio de titubeos. Ansiaba dar crédito a sus palabras, pero las encontraba difíciles de digerir a pesar de todo-. ¡No! No-no te creo. -Esta es la segunda vez en el día que has dudado de mí, kharun -señaló él con cierto pesar-. Debo confesar que no estoy acostumbrado a que se me denigre así, y por consiguiente, empiezo a preguntarme qué idea tendrás de mí. Sin embargo, ya que sí has dudado de mí, permíteme convencerte de la veracidad de mis palabras. Acto seguido, Iskander se puso de pie y se alejó unos pasos deteniéndose. a poca distancia de ella. Rhiannon le miraba perpleja. -Ahora, observa, khatun -le pidió él-, y te demostraré cómo debe hacerse. Sin más, cerró los ojos y los oídos al mundo exterior y, respirando a fondo, unió las palmas delante del pecho mientras lenta y deliberadamente invocaba a su Poder. Al igual que una bestia dormida, despertó dentro de él y empezó a palpitar a través de su sangre con la misma fuerza y regularidad que los latidos del corazón, circulando gradualmente por todo su ser. Mientras el Poder fluía por él, Iskander empezó a moverse, encorvando su cuerpo con un garbo y una flexibilidad inconcebibles para Rhiannon que le observaba boquiabierta y con los ojos desorbitados. Su espalda combándose sin el menor esfuerzo, formó una curva convexa, mientras los brazos caían poco a poco, extendiéndose hacia delante con las manos abiertas y los dedos encogidos. Cuando se doblaron las rodillas, el cuerpo quedó semiagazapado. Esa postura tenía un extraño parecido con la de un feroz depredador a punto de saltar sobre la presa. Sobrecogida por la imagen engañosa debida a la extraordinaria similitud entre lo real y lo irreal, Rhiannon, casi en un estado hipnótico, continuó observando el fenómeno. Una ve, que se hubo moldeado a voluntad, el cuerpo entero de esa criatura Pare, ció irradiar una brillante luz azul difusa que, como un halo sinuoso, se dilató y contrajo hasta adaptarse perfectamente a su contorno, definiendo y puliendo la forma animal que había adoptado hasta que cada línea, cada curva y cada detalle infinitesimal tuvo el acabado perfecto que sólo un artista del cincel puede darle a su obra. Pero de inmediato, el aura envolvente comenzó a cambiar de color y paulatinamente se fue transformando en un juego calidoscópico de luces y sombras hasta que separándose, cada una se estabilizó, solidificó de tal modo que, si no hubiese presenciado] electrizante transformación de Iskander, Rhiannon habría jurado que la criatura que tenía enfrente era el mismísimo Anuk, de ojos plateados y negro pelaje... tan real como ella misma. Estaba tan aturdida por la mutación hombre-animal que, por un interminable minuto, dudó de lo que había visto, hasta de la verdad hecha carne que resplandecía aún ante sus propios ojos. El prodigio, que corroboraba plenamente la veracidad de todo lo dicho por Iskander, fue para ella como un golpe vil que con su fuerza brutal le quitó el aliento. Lúcida ahora, comprendió su punto de vista y se aferró a él con alma y vida. No era una hechicera, ni tan siquiera un caprichoso engendro de la naturaleza. ¡No era la única! A la luz de esa verdad, Rhiannon se mostraba excitada. Vencida por las emociones se le arrasaron los ojos de lágrimas intempestivas que no pudo reprimir y que libremente rodaron por sus mejillas. Existían otros seres como ella. El mismísimo Lord Iskander era prueba de ello. No estaba maldita, sino bendita. Al referirse a su Poder, Iskander había dicho que era "un raro don", y parecía que sí lo era. Pero también recordó que había calificado de "pueril, en bruto y carente de adiestramiento", el uso que ella hacía de él. Mientras cavilaba sobre la impecable metamorfosis que había presenciado, supo que hasta en eso había sido veraz. Ella ni siquiera era notable en eso. Indudablemente, comparada con él, era una mera principiante y encima, torpe. Al tomar plena conciencia de ello, las lágrimas de felicidad se trocaron en llanto silencioso, en sollozos llenos de dolor que en vano trató de sofocar. En medio de su abatimiento, se vio como era ella realmente nada más que una necia muchacha inepta e ignorante. Con razón Lord Iskander no se había asustado y huido de su lado. En esos momentos, la idea de que alguien alguna vez, la considerara un ser maléfico, le resultó irrisoria. En realidad si su familia y amigos conocieran toda la verdad sobre ella la tendrían lástima, no miedo. Tan ensimismada estaba que había olvidado por completo la presencia de Lord Iskander, testigo involuntario de sus lágrimas. Se las enjugó con rabia, abochornada al comprobar que, recobrada su forma natural, él se había vuelto a sentar sobre la piel, pero con gran alivio advirtió que, adivinando quizá sus sentimientos y ,espetando su necesidad de domar las emociones que tanto la habían Perturbado, no la miraba sino que permanecía con la mirada puesta en la lejanía, como si no se hubiese percatado de su llanto, dándole el tiempo y la intimidad que tanto necesitaba para sobreponerse. Un rato después él volvió a hablarle. -Los druswidas lo llamamos MetaMorfismo, cambio de forma a voluntad -le explicó con calma mientras ella luchaba por sosegarse-. Un preciado don que emana del Terrenal Poder, el Poder de la Tierra; y como te he dicho ya, es un talento relativamente inusual entre nosotros. Se lo tiene, por lo tanto, en muy alta estima. -Iskander calló para que asimilara lo que acababa de decirle. Luego continuó. -Hubo un tiempo, sin embargo, en que siendo yo muy niño, no entendía qué pasaba conmigo. En ese entonces no sabía que mi Poder era un don tan extraordinario. No podía comprender qué me estaba pasando cuando el MetaMorfismo se apoderaba de mí... sin que pudiera controlarlo y tan de improviso. Por consiguiente, me sentía tan aterrado que no me atrevía a contárselo ni a mis padres siquiera. Tenía miedo de que se alejaran de mí, horrorizados, convencidos de que habían parido un monstruo. -Pero, inevitablemente, llegó el día en que ya no pude ocultarles más las violentas transformaciones que sufría mi cuerpo repentinamente y mis padres reconocieron mi condición tan especial. Fui muy afortunado, khatun, por haber nacido en el Oriente, donde conocen la existencia de los elegidos y se les reverencia por serlo. Mis temores habían sido infundados, ya que mis padres no sólo entendieron el don que poseía, sino que también lo consideraron muy valioso, y aunque acababa de cumplir seis años y me quejaba amargamente para que no me enviaran fuera, ellos, en su sabiduría, dejaron de lado la pena que les causaba perderme e hicieron todos los preparativos para mi partida e ingreso en el moriasterio de Monte San Christopher, donde me adiestrarían en el Arte del MetaMorfismo. -El viaje desde mi hogar en Iglacia hasta Bark Island, la isla as grande del Archipiélago de Cinnamon, donde se yergue Monte San Christopher, fue el más largo que había hecho en mi corta vida. Al principio no sólo estaba asustado y aislado sentía terriblemente nostálgico. Añoraba mi hogar, echaba .terriblemente de menos a mis padres y lloraba creyendo que me habían mentido, que al saber que yo era un monstruo se habían deshecho de mí porque ni me amaban ni me querían más a su lado. Lloraba hasta que me vencía el sueño noche tras noche. Me acompañaba, un bondadoso sacerdote que comprendía mi angustia y hacía lo imposible para asegurarme de que estaba equivocado. Natural, mente, como no era más que un niño, sospechaba y desconfiaba de él. Era mi carcelero y no le creía nada en absoluto. -Sólo fue al llegar por fin al monasterio cuando descubrí que era un hombre honesto y que me había dicho la verdad. Esto se debió a que, desde el principio, tanto mi personita como mi poder, despertamos admiración e infundimos temor reverencial en todos los novicios excepto dos de ellos. Comprendí entonces que, aunque sí era diferente, era en efecto especial como habían dicho mis padres y el sacerdote, y que no era el único. En Monte San Christopher llegué a ocupar un lugar destacado entre la elite de los novicios. Me da vergüenza confesar que, a los pocos días de mi llegada, enterré en el olvido al niño nostálgico y triste y me volví propenso a buscar pelea. -Iskander sonrió tímidamente. El relato había picado la curiosidad de Rhiannon y había secado sus lágrimas, tal como él se había propuesto. Fingiendo no ver su interés, continuó:- Me contoneaba entre ellos con jactancia y mortificaba vergonzosamente a los otros novicios por carecer de un Poder tan fuerte o inusual como el mío. Perdonaba únicamente a los que luego habrían de conocerse como Lord Cain y Lord Jahil, cuyos respectivos Poderes, aunque dispares, ya entonces rivalizaban con el mío. -El tiempo voló y mi primer día de adiestramiento llegó demasiado pronto. Mi mentor, el Hermano Yucel, se presentó por primera vez ante mí. Esa mañana quedó grabada para siempre en mi memoria. Como todos en el monasterio, el Hermano Yucel también había oído hablar de mi fanfarronería desvergonzada. Sin embargo, no me censuró. Permaneció, en cambio, erguido y en silencio taladrándome con sus ojos. Después de un interminable y, para mí, embarazoso minuto, me dijo: "Mirar y aprender es costumbre sabia sirrah. Veamos ahora si hay esperanza de salvación para ti o si en verdad, eres tan necio como tu conducta dentro de estas sacras paredes te ha pintado." Entonces, ante mis asombrados ojos, empezó a practicar el maravilloso Arte del MetaMorfismo -con movimientos tan fluidos e imperceptibles que, a pesar de mi corta edad, comprendí que mi vanidad me había hecho creer que era un todopoderoso halcón y sólo era un pichón implume. -Al recordarlo, Iskander movió tristemente la cabeza - Estaba dotado de un raro Poder, sí. Pero no era su amo, sino su esclavo. -Calló por unos momentos, absorto en el recuerdo. Reanudó el monólogo con el semblante serio. -Como ves, khatun, no basta con el Poder que se tiene. También debes saber cómo usarlo... y hacerlo juiciosamente, para no llegar a convertirte en su eterno esclavo o, peor, corromperte y ser la mano izquierda de la oscuridad. Con el tiempo llegué a entenderlo y aprendí también a dominarlo para que acudiera obedientemente al ser invocado por mí. Ahora también tú te enfrentas a esa elección, khatun. Ojalá lo hagas con sabiduría y prudencia. Luego, tan silenciosamente como había llegado, Iskander se levantó y se escabulló por el claro. Todo fue tan imperceptible e inesperado que, antes de que Rhiannon pudiera reaccionar y comprendiera que se alejaba, había desaparecido. La única evidencia de su paso fue el follaje cerrándose como la niebla a sus espaldas. Le llamó, pero la voz que brotó de su garganta sonó como un sollozo entrecortado y débil... y él no regresó. 10 Sé que las intenciones de Lord Iskander eran buenas, cuando me habló aquel día en el claro del bosque y es verdad que a poco de haberse ido, tanto mi corazón como mi mente se regocijaron por el conocimiento, comprensión y perspicacia que había demostrado conmigo. Con todo, como una hoja de doble filo, su bondad me había planteado un terrible dilema. Si bien era fácil elegir entre servir a la Luz o a la Oscuridad, yo no contaba con un mentor que me adiestrara para dominar mi Poder. Mi mente bullía de preguntas y sólo encontraba una respuesta; Lord Iskander en persona debía instruirme. Sin embargo, ¿cómo podría asumir esa responsabilidad? Su misión, aunque peligrosa, era vital, y no era la clase de hombre que dejaría de cumplirla si existía la más mínima posibilidad de alcanzar el éxito. Por lo tanto, estaba convencida de que no pospondría el cumplimiento de la misión por mí -ni yo era tan egoísta o tan poco perspicaz como para pedírselo. El, un perfecto desconocido hasta entonces, había hecho por mí más de lo que debía. Y había cumplido con creces su cometido. No tenía ningún derecho de esperar más ayuda de él. Sin embargo, me atrevía a albergar esperanzas, a soñar. De algún modo aprendería a usar mi Poder con sabiduría y prudencia, prometí solemnemente. Con el propósito de cumplir esa promesa, empecé a preparar mis planes. Sin saberlo, había dado el primer paso en el tortuoso camino que habría de ser mi SendaVida, porque una vez emprendido el viaje no habría de volver atrás –ni entonces, ni más tarde, ni nunca. -Así está escrito en Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian UN SOL PÁLIDO, APENAS TIBIO, daba pinceladas sobre el lienzo del horizonte, matizando melancólicos tonos orquídea y añil y rosa para pintar el cielo gris recién amanecido. El tenue resplandor se filtraba entre los árboles y la alfombra de niebla. Debajo, al reflejarse en la nieve casi derretida, irisaba la luz de la mañana. La tierra abundaba en diminutas gotas de agua que, cual prismas de cristal, dispersaban la luz en todos sus colores. Por las laderas de los picos más bajos de las Sierras Shivering o Temblorosas y Hailstone o De Granizo, se precipitaban arroyos impetuosos que desembocaban en los Ríos Snowy o Nevoso y Sleet o Cellisca, aumentándolos hasta convertirlos en tumultuosos torrentes con Peligrosos rápidos y remolinos. Los pocos carámbanos que aún colgaban de las ramas de los pinos como joyas resplandecientes, iban deshaciéndose gota a gota, salpicando de charcos el yermo terreno que todavía se resistía al embate de la primavera. El olor de la tierra nunca había sido tan limpio, tan fresco y tan dulce. Fragantes pinochas y piñas alfombraban el bosque donde hojas en descomposición, manchones de musgo y moho combinaban sus tufillos con los efluvios y vapores del rico humus negro, poroso y fecundo. Las botas se hundían en la tierra húmeda dejando profundas. Iskander seguía avanzando hacia el suroeste por un sendero del bosque que casi nadie transitaba. Su meta era Groaning Gorge que marcaba el límite entre Borealis y Finisterre, Sobre sus hombros descansaba la pesada Espada de Ishtar y a su lado, trotando silenciosamente, iba Anuk. Se habían marchado de Torcrag poco antes de rayar el día. La noche anterior se habían despedido de todos y cada uno de los miembros de la tribu y él les había agradecido la cordialidad que les habían acogido en su seno. Era precisamente esa cordialidad, razonaba, la que le había hecho dilatar su estancia en el lugar. Ni siquiera en ese momento quería admitir que la causa de su prolongada permanencia en Torcrag se debía a algo más que a la necesidad de recuperarse plenamente. Había hecho lo que podía por Rhiannon Olafursdaughter, no podía hacer más. Pero con todo, un pensamiento rebelde volvía una y otra vez a mortificarle, "Ella era sin Lothian, de la Sangre Real -mucho más aun que eso, ya que era MetaMorfista." Le había salvado la vida y había merecido mejor trato y más ayuda de la que le había brindado. Empezaba a reconocer que a pesar de haberle hablado afectuosamente, movido por la compasión, había sido muy cruel al afirmarle que, debía someter a su Poder, dominarlo a voluntad, sabiendo que él era el único indicado para instruirla. "iNo podía hacer más por ella!" reiteró mentalmente, con tanta pasión y vehemencia que estuvo seguro de que Anuk le había oído. Pero el lupino guardó silencio. La falta de una respuesta indulgente, te hizo ver a las claras que Anuk censuraba severamente el mal comportamiento de su amo. El mudo reproche de Anuk avergonzó profundamente Iskander y esto, a su vez, le causó enfado. Pero en su fuero interno sabía que estaba enojado consigo mismo y no con su fiel compañero. No lo regañó por haberle humillado de ese modo, en cambio, descargó parte de su ira en la mochila llena de provisiones que le habían dado los gigantes y que llevaba a la espalda, colgada de los hombros. La subió y apretó tirando con violencia de las correas y continuó la marcha por el bosque con paso resuelto. Nada en él revelaba la lucha que se libraba en su interior, salvo los débil les movimientos espasmódicos de los músculos en las mandíbulas apretadas. Debía concentrarse en la búsqueda, en cumplir la misión, se dijo severamente. No debía permitirse el lujo de olvidar el verdadero motivo que le había llevado a Occidente. Frente a tamaña responsabilidad, ¿qué era una mujer? Nada. Menos que nada. Sin embargo, la imagen de esa mujer le obsesionaba, le perseguía como una pesadilla. El sol naciente era del color de sus ojos y cada rayo incandescente era un rizo de su cabellera llameante .lndefensa, impotente, había necesitado imperiosamente su ayude. Iskander procuró erradicar de sus pensamientos el más hiriente. Nunca antes nadie le había necesitado. Con gesto adusto, fijó la atención en la senda que serpenteaba a través del bosque. Todo era nuevo para él, desconocía absolutamente el terreno por el que iba avanzando. Un manto de niebla flotaba casi a ras del suelo y los pinos parecían tener un solo tronco de tan juntos que estaban formando una techumbre impenetrable con sus ramas, que le impedía ver las vueltas y recodos del sendero. Mientras andaba casi a tientas se le ocurrió pensar que tanto los AntiEspecie como los bandoleros podrían vagar libremente por Piney Woods sin ser vistos. Se inquietó al tener presente la posibilidad de una emboscada y caer víctima de ella. La inquietud creció de sólo pensar que podía morir en esta tierra extraña, tan lejos de su hogar. Entonces, recordó padres el relato que había hecho Rhiannon del triste fin de sus padres carnales, desahuciados y muertos en el mayor desamparo, sin manos amigas que les amortajaran para el enterramiento, sin voces cordiales y queridas que repitieran para ellos el oficio del Tránsito, sin corazones oprimidos que les lloraran. Súbitamente se sintió más solo que nunca, más de lo que había llegado a sentirse en las desoladas tierras árticas del oriente. La espada pesó más sobre los hombros y la maldad que inadvertidamente había soltado en el arma al luchar contra el tigre de las nieves volvió a su memoria. ¡Qué no daría en esos momentos por una espada común y corriente, desprovista de maléficos poderes mágicos ingobernables! Suspiró por contar con una espada que le sirviera en las peleas y lamentó la pérdida de su adarga que yacía en el fondo del mar. Temía también errar el camino, porque de vez en cuando el estrecho sendero se bifurcaba perdiéndose entre la maraña de árboles. Entonces recurría al mapa que Ulthor había dibujado toscamente para guiarle hacia Finisterre y poder cruzar las Planicies Strathmore hasta llegar al límite opuesto donde se erguía la torre de homenaje de Ashton Wclis. Allí esperaba obtener la ayuda del Príncipe Lord Gerard, compañero inseparable de Ulthor en todos sus viajes. Iskander necesitaba un bote; si no lo conseguía todo estaría perdido. No tendría modo alguno de llegar a los continentes de Montano y Botánica, y su larga y penosa travesía habría sido en balde, pensó con amargura, pero más se amargó cuando cayó en la cuenta de que sin un bote tampoco podría retornar a su pueblo. -El Príncipe te ayudará en todo -le había asegurado Ulthor, convencido. Fue un aliado incondicional de Lady Ileana y Lord Cain y peleó con bravura al lado de ellos aquel invierno en las Planicies Strathmore. Poco antes de que se librara la batalla, los ComeAlmas habían apresado a su hermano, Lord Parrish, y Gerard sabe lo que eso significa. No desesperes, Lord, él no te volverá la espalda. Todas las esperanzas de Iskander dependían de esas palabras. Por un lado era más y por otro menos de lo que podría haber deseado. Rompió su ayuno mientras caminaba. La comida boreal, una mezcla de cecina triturada y grandes molidos sutilmente sazonada con hierbas, aún resultaba extraña a su paladar, aunque no menos sabrosa y comible por ello. El aroma de las hierbas le recordó a Rhiannon. Terminó de comer de prisa, deseando fervorosamente que sus pensamientos no volvieran a traerle su recuerdo. Al llegar a la vera de un riachuelo de aguas cristalinas que cortaban el sendero, aprovechó para apagar la sed. La otra orilla estaba lejos y, como no era demasiado profundo, lo cruzó caminan- do penosamente para que no lo arrastrara el agua, Anuk salvó la distancia de un salto sin mayores problemas. Un pinzón de las nieves que dormía en la rama de un abeto, sorprendido por los ruidos que hacían al caminar, levantó vuelo escabulléndose por entre las ramas de los árboles hasta sobrepasar las copas. Libre entonces de obstáculos, desplegó las alas y se alejó por el cielo que empezaba a clarear. Mientras contemplaba el espectáculo Iskander sintió una punzada de nostalgia, porque también había pinzones de las nieves en los bosques de Iglacia. Por un momento casi se creyó de vuelta en su hogar, en los bosques que rodeaban la Fortaleza Tavaritch; y una vez más se preguntó si volvería a verla alguna vez. Pero luego, la realidad le despertó de su melancolía. Gracias ala determinación e insistencia de Cain, estaba advertido de antemano de los peligros a los que había de enfrentarse en el cumplimiento de la misión. Se encogió de hombros y se impuso la tarea de observar con cuidado todo lo que le rodeaba con el fin de estar preparado para cualquier circunstancia fuera de lo común. Era la hora del crepúsculo cuando hizo un alto para pasar la noche, pero la temprana oscuridad que era el último vestigio del invierno caía rápidamente en el bosque y con ella se espesaba el fino velo de niebla que le impediría ver el sendero con claridad. Era mejor avanzar lenta y cautelosamente aunque fuera una pérdida de tiempo antes que caminar en círculos y perderse en la espesura. Recogió algunas ramas secas del suelo para hacer fuego La madera estaba húmeda, pero intercaló unas ramas de pino encendiéndolas con la llama azul que brotó de las yemas de sus dedos con la ayuda de su Poder. Alimentó la lumbre con hojas secas y ramitas que encontró por casualidad en el hueco de un abrigo del viento y de la humedad. Poco después la pequeña hoguera estaba encendida y ardía con llamas azules entibiando el aire. Iskander descargo los bultos que Anuk llevaba sobre el lomo y rápidamente levantó la pequeña tienda que estaba en uno de ellos. Sacando de la mochila un pequeño caldero y una vasija de metal, preparó té y cocinó algo para comer. Liberado de la carga, Anuk se internó en la oscuridad para cazar, regresando rato después Con un desconocido pájaro nocturno colgando de sus fauces. Iskander ya estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas cerca del fuego, envuelto en la gruesa capa de piel y a punto determinar la poca comida que había calentado. Tenía la mirada fija en la oscuridad, porque sabía que si miraba las llamas durante mucho tiempo, al apartarla de la luz quedaría momentáneamente ciego y no era tan necio como para probarlo. Comía con un hambre devorador. El largo trayecto recorrido desde el amanecer había avivado su apetito y después de los pocos bocados fríos con que se había alimentado por la mañana y al mediodía, la comida caliente era un verdadero banquete para su estómago. Sin embargo, sus movimientos eran mecánicos. El bosque, que durante el día había parecido tan acogedor, al llegar la noche tenía un aspecto casi siniestro. A pesar de la quietud de la noche, se mantenía tan alerta como siempre y aguzando los oídos. En torno todo era silencio, roto sólo de vez en cuando por algún chisporroteo súbito del fuego que el viento hacía bailotear, el crujido de un frágil huesecillo del pájaro entre los afilados dientes del lupino, el goteo incesante y regular del agua que caía de las ramas de los árboles y los esporádicos ululatos de los búhos nevados a lo lejos. Y de pronto llegó a sus oídos un ruido fuera de lugar... el chasquido de una ramita seca tronchada por el tacón de una bota, seguido del suave silbido de las ramas de los pinos al volver a su lugar después de que alguien se abriera camino entre ellas. -,"Cuidado! ¡Atención, khan! -advirtió Anuk, listo ya para la pelea al mismo tiempo que Iskander tensaba el cuerpo. Respiró hondamente y sintió un escalofrío en la espalda. Con deliberación se forzó a respirar acompasadamente, se relajó y recogió el último bocado de comida con los dedos y se lo llevó a la boca, lo masticó lentamente como si no hubiese oído ese ruido que presagiaba algún peligro desconocido. Luego, dejó el cuenco de madera en el suelo fingiendo una calma que no sentía. Los movimientos pausados, despreocupados, no delataban que tuviera conciencia de que alguien -o algo- estuviera al acecho en el bosque- Bostezó .Y se desperezó dejando que la capucha cayera naturalmente hacia atrás, sobre la espalda. La empuñadura de la espada quedó al descubierto y al alcance de su mano. El recuerdo de la ponzoña que se había apoderado de la hoja anteriormente cruzó como un rayo por su mente. Se preguntó si se habría consumido, perdido todas sus fuerzas al matar al tigre de las nieves como le había parecido. ¡Ojalá así fuera! Aunque no podría estar seguro hasta desenvainarla y empuñarla incluido de su Poder. Con todo, corrompida o no, la espada era con lo único que contaba para luchar. Tendría que servirle contra lo que fuera -hombre o bestia- que le acechaba al amparo de las sombras. Quizás un maléfico que procuraba no ser visto ni oído. Muy pronto tuvo que admitir que acechar no era la palabra apropiada. De la espesura llegaban ahora sonidos cada vez más claros y cercanos. Resultaba evidente que ya no tomaba ninguna precaución al andar. La falta de sigilo en el intruso mermó en algo su aprensión, sin dejar de mantenerse en guardia con nervios y músculos en tensión como correas al sol. Por fin, la amenaza intangible y misteriosa, salió de la oscuridad y quedó a la vista de Iskander. Se coreorizó en una alta figura cimbreña de largos cabellos rebeldes al viento como llamaradas. En sus ojos, en la blancura astral del largo manto de piel, rieló la luz mortecina de la luna de ópalo. Suaves remolinos de niebla se agitaban alrededor del borde de la capa. Parecía estar de pie sobre una nube sobre la que avanzaba hacia él deslizándose sin rozar la tierra, etérea, fantasmal como el Espectro de Escarcha, encarnación de Ceridwen, la Custodia de la Tierra. ¡Rhiannon...! Repentinamente se detuvo al otro lado de la hoguera y el tenue resplandor del fuego le dio una pátina dorada. En el rostro pálido orillaban los ojos como ascuas de oro. Iskander pensó que debía de estar famélica y rendida de fatiga aunque no lo demostrara. Su inesperada presencia tendría que haberle irritado; en cambio, se alegraba por haberse impuesto un ritmo de marcha moderado, por haber hecho un alto al llegar al crepúsculo. Ni siquiera en ese momento quería admitir que, en el fondo, una parte de su ser siempre la había estado esperando. Rhiannon ni le saludó ni dio explicaciones de cómo había llegado al medio del bosque -aunque era obvio que le había seguido- y cuando rompió su silencio, lo hizo entre sollozos, apasionadamente. -¡Tienes la obligación de enseñarme! -le dijo, desafiante, arrojándole el guante. A pesar de todo, los ojos suplicaban ella temblaba ligeramente. Tal vez no era por temor sino simplemente de frío, pensó Iskander. La mezcla de desafío y ruego llegó al corazón de Iskander Acongojándolo, se apiadó de ella al mismo tiempo que se sentía inundado de un gozo avasallador por esas mismas palabras entonces la realidad, implacable, despiadada, Impuso sus reglas. De la y el júbilo Iskander pasó a la ira y la zozobra por su Propia impotencia, atado como estaba a la misión que le habían encomendado, El deber tenía prioridad sobre todo lo demás. No puedo, Rhiannon le dijo sinceramente - Sabes bien que no puedo. -¡Pero debes hacerlo! -gritó antes de caer súbitamente de rodillas a sus pies, la cabeza gacha, perdidas las riendas del control. Entre sollozos le habló de su soledad, de su añoranza de pertenecer, de la necesidad de comprender quién y qué era, de su necesidad (la Luz le amparará) de él. Le hizo una promesa imprudente y precipitada tras otra (promesas que Iskander sabía que no podría cumplir, que él no podría permitirle que las cumpliera) para que la llevara con él y le enseñara a dominar su Poder. -Levántate, por favor, khatun -le rogó Iskander mientras trataba inútilmente de ponerla de pie-. Al humillarte de este modo no sólo es vergonzoso para ti sino para mí también. ¿Crees que aceptaría las condiciones humillantes que has ofrecido para que te lleve conmigo? ¿Me crees tan frío, tan canalla como me haces sentir al llegar al punto de ofrecerte tú misma? ¡Por las lunas! ¿Tienes una idea tan pobre de ti misma, como mujer y como una de las elegidas, además? ¡Arriba, he dicho, khatun! Levántate y que no vuelva a oírte decir semejantes sandeces. Soy un sacerdote y un Lord y un hombre honorable; y aunque pueda no significar nada para ti, significa mucho para mí. Me despreciaría si tomara por concubina a una mujer vulgar de esta manera... ni hablar de una doncella de ilustre cuna. Tu insinuación es un insulto para ambos. El dolor que percibió en las palabras de Iskander hizo que empezara a levantarse lentamente. Una vez de pie ante él, alzó la cabeza. Le temblaba la barbilla y el rubor teñía sus mejillas. Para que él no viera la vergüenza que sentía, ni las lágrimas, ella volvió la cabeza y no quiso mirarle hasta componer el semblante. Sosegada ya. suavemente le suplicó: -Por favor, Lord, perdona mis impulsivas palabras. No fueron premeditadas sino que escaparon a borbotones antes de que pudiera detenerlas. No quise ofenderte. Lo que sucede es que me desespera no saber qué será de mí... -La emoción no le permitió seguir. Hizo Un esfuerzo para controlarla. Se mordió el labio inferior y luego hablo con pesar:- Es evidente que me consideras una intrusa-Que he invadido tu intimidad sin derecho alguno. Tampoco he tenido el derecho de agobiarte con mis problemas, sobre todo cuando los tuyos propios son mucho más graves y pesados que los míos. No sé qué me obligó a convertirme en una mujer tan osada, tan impúdica y despreciable a tus ojos. Sí se en cambio, que deseaba aprender con verdadera desesperación lo que nadie más que tú podría enseñarme. No tenía nada que ofrecerte a cambio salvo mi propio cuerpo. Veo ahora que me he puesto en ridículo, que he sido muy imprudente, como has dicho... al intentar convencerte con un pacto denigrante. -Ha sido por tu propio bien, khatun, por lo que me he mostrado cruel y brutal contigo. Hay hombres malvados en este mundo, dispuestos a usar a una doncella a su antojo, sin importarles el daño que les provocan. ¿Nunca has pensado en eso? –preguntó lskander con ternura. -No, Lord, sólo que tienes hermosas facciones, brazos y piernas fuertes y que me has tratado con bondad. Siempre te he considerado un hombre justo y honorable. Era suficiente para mí. Era mucho más de lo que yo, una pobre mendiga, tenía el derecho de pedir. -Entonces no me había equivocado. Te subestimas demasiado. Cuando ella le miró, Iskander advirtió por primera vez el mangual que pendía del cinto de Rhiannon. Era el arma preferida de los vikanglias. Se preguntó si lo habría elegido para honrarlo poco que conocía de su historia personal y recobrar aunque fuera un poquito de su identidad. Trató de no compadecerla demasiado. Sería el colmo de la necedad llevarla con él y sobornarle de forma tan patética y desesperada. Era un sacerdote del duodécimo rango, no un necio y un canalla. Y con todo, su corazón disentía profundamente con su cerebro. Una voz interior le preguntaba si él no se merecía alguna recompensa por todo lo que había arriesga do. De inmediato se aborreció por preguntárselo. -Lo lamento, khatun -insistió él-. Pero debo negarte lo que me pides por tu propio bien. No sé adónde voy, ni los riesgos que correré ni el precio que deberé pagar por intentar cumplir la misión. Sólo sé que debo hacer lo que se debe hacer sin importar nada más. Para ello sacrificaría mi propia vida y la tuya también, si llegara a ser necesario. ¿Me entiendes? Está en juego todo Tintagel y no puedo darme el lujo de ser clemente si lo único adecuado para triunfar es la crueldad. Es mejor para ti seguir viviendo aquí, en medio de lo que conoces, que morir sola en tierras desconocidas. No es cosa fácil.. con la que me encaro y quiero ahorrarte eso. -Entones, no te será nada difícil llevar a cabo la tarea Lord -replicó Rhiannon con un brillo de orgullo y desdén en sus ojos-, porque aunque has tenido buenas intenciones, todos tus nobles consejos, todas las palabras bondadosas que me has dicho, terminaban hiriéndome como dardos. Eres incomparable como incomparable es la devoción que demuestras por la misión que inexorablemente debes cumplir. Nadie podría dudar de que es el fin supremo de tu existencia, y te mantienes tan firme y resuelto en decisión que prefieres, en tu magnanimidad, ahorrarme una muerte improbable condenándome a una vida desdichada que conozco demasiado bien. Pero debo decirte que por bien intencionado que sea tu propósito, no eres quién para decidir por mí, Lord. La Luz nos ha dado el Libre Albedrío y ninguna Especie tiene el derecho de quitárselo a nadie. ¿Te atreves a hacerlo y seguir considerándote un fiel defensor de la Luz? La flecha llegó a su destino. A pesar de reconocer la verdad hiriente que ella había esgrimido, Iskander continuó defendiendo su punto de vista. -A pesar de tu Poder, eres inexperta en su uso, khatun, pues no has recibido formación replicó-. Serás un estorbo para mí. Retrasarás mi marcha. No podré depender de ti. Me obsesionará la idea de que, quizá cuando más te necesite, me decepcionarás debido a tu ignorancia e impericia. -Lord, a pesar de toda mi impericia y mi falta de preparación, no por ello deja de ser Poder lo que tengo -replicó Rhiannon en tono persuasivo ahora al percibir cierta inseguridad en él. La batalla aún no estaba perdida. Como buena estratega, cambiaría las lágrimas por argumentos contundentes-. En todo el Occidente soy la única que puede afirmar semejante cosa, salvo por ti mismo. Aprendo deprisa. Si soy capaz de mantenerme a la altura de Yael, puedo mantenerme también a tu altura. Puedes estar tranquilo desde ahora. No pediré ni esperaré clemencia de ti. Lo que deba hacerse se hará inexorablemente, pues cumpliré y con creces las obligaciones que me asignes. Y además, someteré al Poder a mi Voluntad o moriré en el intento. Porque un solo pensamiento rondará siempre en mi cabeza para no olvidar que cuando más me necesites no deberé decepcionarte pase lo que pase... por tu bien y por el bien de todo Tintagel. Iskander juró por lo bajo. -Que la Luna Azul se deshaga en lágrimas si falto a la verdad. Aunque nunca hubiese visto tu Progignere, te reconocería inmediatamente como vikanglian, khatun -declaró-, porque todos son unos malditos demonios con el pico de oro, desde el primero al ultimo de ellos, sí... y tú una de las peores que he visto en muchos años- Con toda sinceridad, ¿no te avergüenza hablar con tanta osadía, retorcer mis palabras, quieras o no quieras y después arrojármelas a la cara como argumentos favorables a tu posición contrariando todo lo que yo había dicho? -En absoluto... si como dices, es el comportamiento digno de una vikanglian, Lord -respondió dócilmente bajando la vista Al ver su actitud, Iskander estuvo seguro de que la adoptaba para que no pudiera leer en sus ojos la seguridad que tenía de haber lo. grado sus propósitos. Y no estaba equivocada, porque ya no podía rechazarla sin sentirse culpable después de toda la valentía y la elocuencia con que ella había defendido su posición. A pesar de haber sostenido lo contrario, Iskander tuvo que admitir que Rhiannon se había salido con la suya. -Estás decidida, supongo. En ese caso, arrodíllate -le ordenó con un tono de desesperación y resignación en la voz. Concederlo era renunciar a su único consuelo, el voto de desobedecer los consejos que le había dado Lady Ileana cuando había partido de Monte San Christopher. "No rechaces a nadie, ni deseches nada. Quizá llegue a servirte en algún momento, Iskander", le había aconsejado, "por más dudas que te asalten. Ardua y pesada es la tarea que te hemos impuesto... y el único héroe es el héroe muerto. Por doloroso que te resulte, vale la pena sacrificar la vida de amigo y enemigo con tal de que te ayude a vencer. Debes triunfar a costa de cualquier cosa. Porque ningún precio es demasiado alto para salvar a Titangel. Que le hubiera aconsejado algo semejante alguien que había sufrido en carne propia el alto costo de ser quien era, le había desgarrado el corazón, y se había jurado que, a pesar del consejo que le había dado, jamás permitiría beneficiarse con el sacrificio de seres inocentes. Incluso en ese momento al ver a Rhiannon de rodillas delante de él, con la cabeza inclinada en señal de sumisión, no pudo evitar la idea de que pudiera morir o caer prisionera de los ComeAlmas, pagando con la vida su arrojo. A Punto estuvo entonces de echarse atrás para protegerla. Pero volvió a oír sus palabras. "¿Te atreves a quitarme eI Libre Albedrío y seguir considerándote un fiel defensor de la LUZ ? Comprendió que no podría. -No soy un canalla. Te tomaré como mi vasallo... Pero nada más que eso -dijo para tranquilizarla y desechar de su Propia mente los pensamientos indignos. Desenvainó la Espada de Ishtar y tocó los hombros de Rhiannon con la hoja. Dejándola descansar sobre uno de los hombros de la joven llevó a cabo el rito sacramental de la acolada oriente. Repitió entonces con voz firme las palabras tradicionales que la obligaban a cumplir como vasallo las órdenes de su señor. Mientras ella daba su consentimiento y besaba la espada para sellar su juramento de obediencia, Iskander trató de hacer caso omiso del escalofrío agorero que bajó por su espalda. -Lady Rhiannon sin Lothian -salmodió solemnemente-, conocida hasta ahora como Rhiannon Olafursdaughter, yo, Lord Iskander sin Tovaritch, acepto tu promesa y tu servicio, y nada pido sino que tú, como mi vasallo, me sirvas fielmente y bien en todo durante el tiempo que estés obligada a servirme. yo, como tu señor, me comprometo a darte trato justo y digno en todo durante el tiempo que estás bajo mis órdenes. Habiendo jurado ambos, te ordeno que te levantes, Lady, y aceptes el beso de la paz. Rhiannon se puso en pie. y quedó ante él. Iskander apoyó las manos sobre los brazos de Rhiannon y la besó primero en la mejilla derecha y luego en la izquierda y sus labios parecieron alas de mariposa sobre su piel. Al tocarse hombre y mujer, vibraron al unísono. Todo pasó tan deprisa que creyeron haberlo imaginado, pero ambos sabían que había sido real. Iskander respiró a fondo y el rubor hizo arder las mejillas de Rhiannon. Se separaron precipitadamente como diciendo: "Sólo somos señor y vasallo, vasallo y señor, nada más, ¡nada más!" Pero estaban confusos y molestos. Estaban agitados como si hubieran corrido un largo trecho y se encontraran ahora al borde de un precipicio oyendo a lo lejos los aullidos de una jauría de corderos. Sobre sus cabezas, se partió el cielo negro con un relámpago y un trueno retumbó amenazadoramente. Todo había terminado; se habían hecho los votos. Sin detenerse a pensar en las consecuencias, estaban unidos por promesas solemnes que no podrían romperse. Y esto se hizo carne en ellos. La carga era pesada y a la vez bienvenida como el sol que marcaba el final de la larga noche invernal de la tundra. A pesar de sí mismos, sus corazones se regocijaban porque se entrelazaban las SendaVida de ambos. -¡Alto! -bramó una voz, rompiendo el momento mágico que les había unido-. ¡Alto, he dicho! El grito sobresaltó a Iskander y a Rhiannon que, instintivamente, llevaron las manos a las armas, porque tan absortos habían estado, que no habían oído acercarse al intruso. Anuk, mudo testigo del intercambio de promesas, no había considerado apropiado quebrar la solemnidad del momento con un grito de advertencia. - Tranquilízate Kahn- afirmó el lupino respondiendo a la mirada severa de su amo-. No hay cuidado, no corre peligro, al menos, esta vez. Pero la próxima vez podrías no ser tan afortunado. Mi silencio ha querido darte una lección que espero recuerdes. Si como parece, debes estrechar vínculos amistosos con Lady, que así sea. Pero pon atención a mis palabras y no dejes que tus sentimientos por ella te cieguen a todo lo demás, comprometiendo tu misión y poniendo en peligro tu vida. Iskander reprimió la réplica violenta que subió a sus labios. Anuk tenía razón. El mismo había tomado en cuenta los peligros que le señalaba Anuk en esos momentos. Sin embargo había permitido que Rhiannon nublara sus pensamientos, que vagara su imaginación… errores que podrían ser fatales. Ni siquiera tuvo el ánimo suficiente para retar al lupino por no haberle avisado. El viento había cambiado mientras Rhiannon estaba de rodillas y el animal había olfateado un olor conocido que no le causó alarma. Saliendo de la sombra de los árboles y la niebla que le habían ocultado a la vista, se acercaba ahora Yael al fuego. -¡Yael! – gritó Rhiannon al reconocer a su hermano-. ¿Qué haces aquí? -Podría formularte la misma pregunta – replicó él, sombrío. Iskander vio dolor y emociones encontradas en el rostro del gigante- aunque no necesito mirar muy lejos para encontrar la respuesta.- Angustia y cólera brillaron en los ojos azules de Yael cuando se clavaron, desafiantes, en el hombre moreno y altivo que estaba al lado de Rhiannon. Al verles tan juntos, cruzó por la mente del gigante que estaban hechos el uno para el otro. Eran diferentes pero iguales al mismo tiempo sin que ninguno empequeñeciera al lado del otro. Se le oprimió el corazón. -¿Significa tanto para ti el Lord que tienes que escabullirte como un ladrón en la noche, abandonando la choza de tus padres sin avisar de tu partida? – preguntó airado-. ¿No has pensado que merecías algo mejor que eso, Rhiannon Olafursdaughter, nuestros padres que siempre te han amado como si tuvieras su misma sangre y que llorarían tu pérdida del mismo modo? ¿No has creído que les debías una explicación, alguna palabra de consuelo y de amor que aliviara sus corazones y mentes después de haberte ido? ¿Eres tan insensible, cruel e ingrata que no te importa lo que puedan sufrir al no saber qué te ha pasado? –El boreal reprobaba a su hermana sin piedad, impulsado tanto por el sufrimiento que padecían sus padres como por su propio dolor.- ¡Qué vergüenza, Rhiannon Olafursdaughter! ¡Qué vergüenza! Lágrimas de remordimiento bañaron las mejillas de Rhiannon. Era culpable y merecía los severos reproches de su hermano mayor. -No.. he querido herirle… ni a ti Yael – dijo con un nudo en la garganta-. Es que tuve miedo de que me prohibieran salir y me habría visto forzada a desobedecerles, añadiendo ofensa al daño. No podía soportar la idea de desperdicia la oportunidad de dominar mi Poder, de convertirme en lo que soy. ¡No podía! Lord Iskander tiene Poder… Poder como el mío. Él pude instruirme en su control… Oh, Yael, ¿no sabes lo que eso significa para mi? ¿Sigues preguntándote por qué he actuado como lo hice? -No –respondió más sereno-. Ulthor me habló del sol tatuado y del torques dodecagonal de Lord Iskander, atributos de un druswida, sacerdote del duodécimo rango del Oriente, y lo que significaba. Esta mañana, cuando te vi recoger tus pertenencias y salir sigilosamente, adiviné qué te proponías, qué buscabas y comprendí. Expliqué todo a nuestros padres y después te seguí con la esperanza de hacerte volver del camino que habías elegido, pero parece que he llegado demasiado tarde… -Yael enmudeció súbitamente como para ordenar sus pensamientos cuando volvió a hablar se dirigió a Iskander. -Has tomado a Rhiannon como tu vasallo, ahora, también debes tomarme a mi, Lord –declaró. Rhiannon comprendió con horror que su hermano había presenciado parte de lo que había pasado entre ella y su señor. Enrojeció de vergüenza al pensar que Yael estuviera enterado del pacto denigrante que le había ofrecido a Iskander para salirse con la suya-. Puedes necesitar un brazo derecho fuerte y diestro a tu lado –señaló el gigante- y no encontrarás hombre mejor que yo para servirte lealmente. -No, Yael, no le pidas eso a mi señor – imploró Rhiannon-, no lo hagas por mí, te lo ruego. No es necesario… -Mía es la decisión. Yo no decidí por ti, Rhiannon. No decidas por mi- le mandó su hermanó con firmeza y al reconocer la fuerte determinación en el tono de su voz, se le cayó el corazón a pedazos. Al recibir de boca de su hermano el mismo argumento irrevocable que había usado para convencer a su señor, la hirió profundamente. Comprendía ahora la impotencia que había sentido Iskander cuando ella le había acosado y entendía por qué su voz había estado teñida de resignación y desesperación al aceptarla. Ahora era ella quien estaba obligada a ceder y enmudeció. Pero además sufría creyendo que el amor que Yael sentía por ella le había llevado a esto, y de ese modo, asestar un golpe doblemente amargo a sus padres -¿Sabes qué me estás pidiendo? -inquirió gravemente lskander-. Es indudable que puedo llevarte a la muerte, como ya he advertido a Rhianon -Hay muchas formas de morir, Lord -le respondió con re, signada dignidad. Volviéndose a Rhiannon, la mirada de adoración le transmitió el profundo amor inquebrantable, nada fraternal, que siempre le había inspirado. lskander advirtió el significado secreto de la escena, entonces, turbado y acongojado por ser su verdugo involuntario, entendió el gesto noble del gigante. La carga de culpa y pesar se hizo más pesada porque el mismo sentimiento, negado hasta ahora, se anidaba en lo más hondo de su corazón; porque rememoró el beso de la paz que, en vez de apaciguarles, les había hecho arder al unísono. Si Yael les había visto, lo habría percibido. Quizás era lo que le impulsaba ahora. a pensar que podría perder a Rhiannon en más de una forma. Iskander comprendía bien esa sensación. -Está eso, también, que es peor que la misma muerte-dijo en voz alta sin pensar, y se sorprendió por la melancolía y el desconsuelo que sonaron en su voz. Había desnudado sus sentimientos como lo había hecho el boreal. La mirada de Yael se quedó clavada en él, contemplándole largo tiempo. -Sí, Lord, también eso... -Y así, al conocerse mutuamente y entender los sentimientos del otro, se selló una amistad que nada ni nadie podría mellar. -¿Me llamarás tu señor, a pesar de todo? -preguntó Iskander admirado. -Sí -afirmó Yael, resuelto. -Entonces, arrodíllate, Yael Olafursson, y ríndeme homenaje... y ruega que nunca lamentemos los hechos de esta noche. Sin más, Yael se arrodilló, inclinó la cabeza y juró lealtad, Iskander, y su voz, al dar el consentimiento, sonó segura. Una súbita ráfaga de viento huracanado se llevó sus palabras que siguieron resonando durante largo tiempo. ¡Lo hecho, hecho está! El viento no amainó sino que se encrespó azotando los árboles del bosque hasta apagar el último eco del juramento. Y se desató la tormenta. LA ESTRELLA DIURNA. MetaMorfista 11 La Luz me perdone, en verdad, porque aunque debía haberles ordenado regresar a Torcrag, me alegraba contar con la compañía de Rhiannon y de Yael. Recluido en la soledad de mi tienda en medio de la noche fue cuando caí en la cuenta de la enormidad que había cometido. Se me heló el corazón al pensar que les había impuesto la obligación indeclinable de seguirme llevándoles a su perdición, a que se buscaran, Por mi culpa, el fin al que más le temía yo mismo: morir lejos del terruño, de todo lo conocido y tan amado. Ni siquiera eso les arredraba y lo soportarían sin medir lo poco que recibirían de mí a cambio. Y me creía indigno de la fidelidad que me habían jurado voluntaria y ciegamente. Pero en ese instante, me propuse firmemente hacerlo indecible para no defraudarles. ¿Qué menos podía hacer? A Rhiannon le impartía las enseñanzas de los druswidas como mi mentor, el Hermano Yucel, me las había enseñado, como si ella fuera una criatura. Porque, ¿cómo empezar si no desde el principio? El aprendizaje era diario, y progresaba a ojos vista, ya que su mente era brillante y ágil. Se mostraba tan ansiosa de complacerme que, a veces, no sabía cómo debía reaccionar para que mis entusiastas elogios no fueran mal interpretados y tuvieran para ella un significado más trascendente del que yo quería darles. Éramos el señor y su vasallo, el mentor y su discípulo; traspasar los límites nos haría desembocar en una situación compleja y difícil para ambos que era mejor evitara toda costa. A pesar de mis temores, debo confesar que, por las noches, después de encender la hoguera, me sentaba en silencio, oculto entre las sombras, y me quedaba contemplándola. Era entonces cuando su pálido semblante cobraba vida, las llamas le daban un brillo dorado a sus ojos y teñían de rosa sus mejillas. Las bellas facciones, marcadas y acentuadas por el cansancio, suavizaban sus planos y ángulos con el juego de luces y parecía más bella que nunca. Día a día crecía nuestro cansancio después de cruzar el Río Snowy y habernos adentrado en las Montañas Shivering. El camino era cada vez más tortuoso y la caza menos abundante. Las gordas cabras lanudas que habitaban las grietas eran veloces y ágiles. También lo eran los cenatillos que aparecían ocasionalmente. Aunque Yael tenla consigo su arco largo, las flechas eran contadas y, además, no teníamos tiempo para seguir el rastro de los animales. Sólo en contadas ocasiones tuvimos la suerte de cazar alguno de ellos. Pero fuimos más afortunados con las trampas, al menos cazamos algunos conejos y pájaros en ellas. Pero un par de cualquiera de ellos no alcanzaba para alimentar cuatro bocas y menos cuando entre ellas estaban las de un gigantón .v un lupino hambriento. Aunque Yael muchas veces se restringía para que hubiera suficiente comida para el resto de nosotros y Rhiannon apenas probaba su parte diciendo que no tenía hambre. Pero la desacostumbrada manipulación de su Poder la consumía y tanto Yael como yo temíamos por su salud. Rhiannon, irónicamente, era quien nos unta!' nos distanciaba aunque nunca le hablamos de esto último, ni volvimos a comentarlo entre nosotros. Pero era igual siempre, estaba presente... en las chispas que asomaban en los ojos de Yael al ver la sonrisa de Rhiannon cuando yo le daba mi aprobación y en el ceño adusto que ensombrecía mi rostro cuando veía cuánto la codiciaba. Su amor por ella me era indiferente, me decía con firmeza, como los sentimientos que ella albergara por él. Con todo, de improviso se estremecía mi corazón al versus ojos hundidos y con ojeras violetas. Al ver sus fuerzas socavadas por la batalla que libraba para doblegar su Poder y por el ayuno forzado que se imponía para que Yael comiera más. La mayoría de las veces me iba a la cama sin probar bocado para que ella no pasara hambre y salta a cazar cada vez más lejos para que no faltara qué poner al fuego esa noche. -Así está escrito en Los Diarios Íntimos de Lord Iskander sin Tovaritch La Garganta Rugiente, Borealis, 7275.5.47 PESADAMENTE AVANZABAN LOS BUSCADORES. La marcha era regular, sin prisa y sin pausa, por el sendero desconocido en esas tierras ignotas. A esto se añadía un estorbo más. Una llovizna persistente les calaba hasta los huesos después de traspasar las capas de pieles y las prendas de cuero que llevaban, ayudada por la niebla y el viento helado que barría las cumbres de las montañas y hacía tiritar hasta a Anuk, a pesar de ser primavera. De las ramas de los Pinos caían gruesas gotas de agua y súbitamente se formaban arroyuelos de aguas revueltas que debían sortear. Iskander no podía recordar lo que era estar seco y abrigado. Se arrepintió de no haber ido por el camino más largo en dirección a Puerto Avalanche bordeando las montañas. Por lo menos allí te habrían dado una calurosa bienvenida abundante comida y un refugio decente para d escalar un par de y noches. Esto habría sido un respiro de la pegajosa humedad que no les daba tregua. Pero había optado por los pasos entre las cumbres, una ruta más directa pero más difícil, que Por las mismas razones creía menos transitada y por ende menos Peligrosa. La senda estaba desierta no había señales de AntiEspecie ni de bandoleros, confirmando su corazonada, pero en cuanto a los peligros era tema discutible. Escaseaba la caza, la lluvia constante había vuelto extremadamente resbaladizo el terreno la pendiente era cada vez más empinada y escabrosa. Los desmoronamientos de tierra dejaban el sendero al borde mismo de un abismo insondable. Profundidades que daban vértigo de sólo vislumbrarlas. Más de una vez encontraban obstruido el camino Por piedras que la lluvia había deslizado desde las alturas y se veían obligados a trepar por ellas arriesgando sus vidas. Iskander comprendía ahora por qué los boreales no criaban animales para montar; no podrían usarlos. Los espesos bosques y el terreno montañoso que ocupaba la mayor parte de sus tierras eran obstáculos casi insalvables a menos que se recorrieran a pie. Pero por fin, llegó el día en el que los viajeros tuvieron Groaning Gorge a la vista y respiraron aliviados. La marcha no resultaba tan difícil como antes, era cuesta abajo hasta la garganta misma, que no era un desfiladero propiamente dicho sino una cuenca de bordes mellados entre la majestuosa cadena de Montañas Shivering de Borealis y las no menos encumbradas Mon. tañas Majestic de Finesterre. El límite entre los dos territorios es. taba a medio camino, de acuerdo con el mapa de Ulthor y según los propios conocimientos de Yael y Rhiannon. Pero los datos eran inciertos y los conocimientos de los gigantes sobre lo que había más allá de su propio territorio eran muy limitados, debido principalmente al aislamiento en que vivían. Borealis era la península más septentrional del continente Aerie y, por serlo, estaba cercada por el agua, excepto por una parte que la unía a la tierra firme. Las montañas abundaban en la región y sus cadenas la protegían al mismo tiempo que eran otra barrera casi infranqueable. Las costas daban a tres océanos, Tempest al norte, por donde había llegado Iskander, Harmatten al oeste y Zephyr al este. Al sureste lindaba con Valcoeur, la tierra misteriosa de los teurgos, que los hombres evadían en lo posible. De los pocos osados que se habían internado en ese territorio, casi ninguno había vuelto a ser visto. Los que sí habían regresado parecían haber perdido el juicio después de la experiencia que habían vivido. Los únicos que habían escapado a ese triste destino eran Cain e lleana a la costa meridional de Borealis soportaba a duras penas contener de las olas del Mar Great Cerulean, vasto e impredecible, como si una desconocida fuerza titánica palpitara en su abisal, agitando a capricho sus profundidades insondables. Y por último, al suroeste, se encontraba Finisterre, de la cual tanto le había hablado Ulthor, que la conocía muy bien. Hacia allí se encaminaban los buscadores. Habían hecho un alto en la cumbre del reborde boreal de Grooaning Corge, para descansar y recobrar el aliento y sus menguadas fuerzas por la escabrosa y empinada subida. Contemplaron desilusionados lo que tanto habían buscado, porque la bajada parecía ser tan difícil y extenuante como la subida y lo que les esperaba abajo no era lo alentador que había esperado. El ancho de la ingente garganta les había dejado pasmados. A través de la espesa bruma y de la lluvia, los colosales picos de la cadena de las Montañas Majestic eran apenas una mancha oscura con borde quebrado e irregular contra el horizonte. .Qué había en el fondo de la garganta? Nadie podía adivinarlo, puesto que estaba cubierta por una turbulenta bruma lechosa tan espesa que ni la Iluvia la afectaba. Parecía una nube de tamaño colosal flotando en el hundido centro de los picachos que la rodeaban. Flotando suspendida sobre el vacío, un inmenso agujero sin fondo. Era tal el efecto que causaba en la imaginación que Iskander se preguntó qué pasaría si daba un salto al vacío, si aparecería al otro lado de la tierra, en Tintagel, tal vez en las cercanías de las Montañas Gloriana de Cygnus, a corta distancia de la Fortaleza Tovaritch por el océano Mistral. Después se reprendió severamente por dejar volar su fantasía, pero estaba empapado hasta los huesos y con frío, hambriento y exhausto, como todos los demás. No se podía pensar con cordura faltándole a uno las fuerzas. Todos habían sufrido penurias que soportaban con resignación. En ese momento estaba poco dispuesto a reanudar la penosa marcha cuesta abajo; a meterse en esa bullente blancura sin fondo. A seguir a tientas por algún estrecho y traicionero sendero lodoso, resbaladizo, serpenteando entre afilados bordes rocosos, cortados por grietas peligrosas, rocas esparcidas de algún deslizamiento y riachuelos convertidos en rápidos por el deshielo. Sin embargo, apenas había pasado medio día y todavía debían buscar caza y refugio para pasar la noche. Respiró a fondo, y resignado, Iskander se levantó y acomodó la mochila a la espalda. A pesar de estar tan exhaustos como Iskander, Rhiannon y Yael le imitaron y siguieron caminando tambaleantes y debilitados, con Iskander al frente y Anuk a retaguardia. Descendieron sin parar, hora tras hora, y el descenso incesante continuó. Cada vez que creían haber llegado a su destino, descubrían que debían seguir bajando más y más. De seguir así llegaran sin duda a las mismas puertas de la Oscuridad. Las dificultades que encontraban eran verdaderamente terribles. Resbalaban tropezaban y trastabillaban a cada rato, con peligro de caer al vacío en cualquier momento. Las manos nerviosas, desesperadas, trataban de encontrar de qué asirse. Se metían en precarios huecos en la pared de roca, se aferraban a tallos y arbustos que crecían en las grietas. Todo estaba resbaladizo por la niebla que llovizna helada y lo más probable era que se arrancaran de cuajo en lugar de soportar el peso de los que las aferraban con desesperación. Y con todo, por increíble que pudiera parecer, el descenso les pareció un juego de niños comparado con lo que habían enfrentado en la subida... y que volverían a enfrentar después de haber cruzado la garganta. Hacia el anochecer llegaron a la zona donde empezaba en apariencia, impenetrable nube de bruma y descubrieron que no era tan densa como habían imaginado desde arriba. Sin embargo, seguía siendo un impedimento. Circulaba, subía y bajaba como un mar, tapándolo todo, sin dejar ver el sendero: y los árboles, que habían sido escasos y ralos en lo alto, empezaban a ser más numerosos y a crecer más juntos con ramas bajas que chorreaban agua. Hasta entonces no habían visto señales de animales de caza y no tenían idea de dónde estaban y cuánto les faltaba para llegar al final del interminable barranco. Pero cuando en el cielo ya oscurecido salió la Primera Luna, escarcha plateada y espectral ha. lo de polvo lunar, dieron con un saledizo en la pared rocosa. De. bajo descubrieron que se había formado una cueva que se adentraba en la roca, no era demasiado grande, pero podían refugiarse los cuatro sin demasiada incomodidad, ya que agradecían poder compartir el poco calor de sus cuerpos en medio del frío de la noche. Entraron el refugio decididamente, sin pensar en las [natas de arbustos espinosos que crecían alrededor y dentro de la cueva, los líquenes y telarañas que tapizaban las paredes y el techo, en los huesos de animales, las hojas en descomposición v otras podredumbres que cubrían el suelo. A pesar de todo eso, era un refugio más seguro y caliente que sus pequeñas tiendas y les protegería mucho más y mejor de la lluvia y del viento. Yael e Iskander recogieron madera húmeda y ramas de pino que Rhiannon, después de algunos intentos, encendió con la llama azul que lentamente iba aprendiendo a llamar a las puntas de los dedos. Agachado junto a ella, Iskander la observaba, corrigiéndola pacientemente, mientras Yael sacaba ollas y provisiones de las mochilas dándoles la espalda. Secretamente seguía temiendo y aborreciendo lo que aún consideraba una especie de hechicería , y que dolorosamente le hacía ver lo distinta de él que era Rhiannon - lo parecida al Lord. Gradualmente se iba convirtiendo en una extraña, pensó, luego desechó esa idea de su cabe Habían crecido juntos, se tranquilizó; la conocía como se conocía él mismo, pero a pesar de todo, se mantuvo a distancia mientras ella encendía el fuego artificial con madera demasiado mojada para arder de otra forma. Se dedicó a preparar té y el vino con azúcar y especias para luego cautelosamente poner a hervir en la lumbre. . Después de volverse, furtivamente, hizo la antigua señal contra el mal y rogó tanto a los antiguos dioses boreales como a la Luz que le protegieran de todo Poder. Como si le respondiera, el fuego crepitó, chisporroteó y siseó repentinamente despidiendo humo. A pesar del grato calor que reinaba en la cueva, Yael empezó a temblar. Al notarlo Iskander, no supo si debía echarse a reír o a llorar por el miedo y la ignorancia del boreal, dos demonios que siempre provenían de la falta de conocimientos y de comprensión. La mente era como una criatura; se la debía enseñar, adiestrar y disciplinar para que no creciera salvaje como una bestia, sólo sabiendo cómo sobrevivir y no cómo vivir. Ya que era únicamente entre seres civilizados donde la paz, la tolerancia y el orden podían florecer en vez de la guerra, el fanatismo y el caos; y los últimos, como las malas hierbas en un jardín, amenazaban siempre con invadir y comerse a los primeros y continuamente debían ser arrancados de raíz sin ninguna misericordia. Comieron en silencio la escasa comida y saborearon el vino caliente con especias que Rhiannon había incluido entre sus provisiones y que escaseaba ya, aunque lo habían racionado cuidadosamente, sabiendo que no podrían reponerlo hasta llegar a Ashton Wells. Fuera del estrecho refugio, los relámpagos iluminaban fugazmente las ramas de los árboles, retumbaban los truenos y la lluvia caía como una cascada por los bordes del saledizo, mientras la niebla se alzaba y rodaba como si fueran olas en un mar embravecido. En el interior de la cueva, el fuego chisporroteaba alegremente, pero sus llamas no habían podido secar del todo las capas mojadas de los viajeros que se amontonaron en un rincón frotándose las manos y el cuerpo para entrar en calor. A pesar de la lumbre, el aire frío de la noche se hacía sentir. Era como estar completamente solos, aislados del resto del mundo, envueltos en un capullo. Pero no era la primera vez que tenían esa sensación pues las montañas estaban acribilladas de escondrijos y grietas donde los viajeros se habían refugiado más de una vez. Pero con todo esa noche el bramido furioso de los elementos hacía más pesado el silencio. Finalmente, haciendo un esfuerzo para disipar en algo la melancolía que sentían, Iskander alisó la tierra y tomando una ramita empezó a dibujar en el suelo una serie de runas y Rhiannon supo que había llegado la hora de su clase. Ansiosa de aprender más, se acercó al Lord. Se enorgulleció al ver cuántos símbolos había llegado a reconocer, ella, que a hasta entonces casi no había sabido leer ni escribir. Y en su fuero interno, a pesar de la pena que les había causado a sus padres adoptivos y a Yael, estaba contenta de haber seguido los dictados de su corazón -y al Lord. Aunque todavía no había llegado a do. minarlo por completo, conocía la esencia de su Poder, con,. prendía por qué era tan poco común y reverenciado el don que poseía. Porque el arte del MetaMorfismo no tenía parangón. Requería un delicado equilibrio de los sentidos que se lograba después de mucha práctica y habilidad. De no ser así, los resultados podían ser catastróficos. -En realidad, nuestro cuerpo no se transforma verdadera mente en lo que parece -le había explicado Iskander una noche-, Es decir, el cuerpo no se disuelve literalmente y vuelve a corporizarse tomando otra forma durante el cambio, lo cual no sería natural. Lo que sí sucede es esto: la esencia etérea, que es la sustancia pura y elemental del cuerpo, se canaliza durante el cambio al aura, dándole color, textura, forma y materia, así que lo que el espectador ve es una paradoja... algo real e ilusorio a la vez. La metamorfosis es tangible para él porque la percibe con todos sus sentidos, pero no es genuina. Pocos elegidos poseen el talento de alterar sus auras y la práctica de este arte tiene sus peligros. Durante la transformación, en un plano físico, el cuerpo es virtualmente un cascarón vacío, vulnerable a las esencias etéreas de otros... ArrebataCuerpos, les llamamos los druswidas. Y a diferencia de una simple telepatía, que no es más que una transmisión, la energía que se requiere para mantener la transformación es tal que puede agotar la fuente del Poder, la reserva de fuerza necesaria para rechazar al invasor. Por eso, cada vez que practicamos el MetaMorfismo, nos arriesgamos a que ocupen nuestro cuerpo Y a convertirnos en almas perdidas. No es algo que pueda tomarse a la ligera, khatun, y ha sucedido... les ha sucedido a algunos que he conocido. Fue el precio que pagaron por su negligencia y su temeridad. Debes prestar mucha atención a mis palabras, aprende conocer tus limitaciones y mantente dentro de ellas; Porque los que olvidan la sabiduría y la prudencia en este arte no lo poseen mucho tiempo... o al menos no en esta dimensión. Al recordar los consejos de Iskander Rhiannon se estrene ció y diligentemente se dedicó a la lección de esa noche, mientras. ceñudo, Yael se refugió en el rincón más alejado de la cueva A pesar de Conocer el placer que le causaba a su hermana aprender lo que le enseñaba el Lord, lo desaprobaba con alma y vida. No quería recordar que Ulthor, conocedor del mundo y del Poder, había confiado y creído en Iskander. Mientras se desarrollaba la clase Yael furtivamente miraba de reojo y con recelo a su señora Casi se arrepentía de haberle jurado lealtad a Iskander, porque no lo había hecho de corazón para servirle a él sino para proteger a Rhiannon. Sin embargo, en su fuero interno, sabía que aún así, también había emprender esa aventura, que a menudo había envidiado a Ulthor por sus viajes a tierras lejanas y había querido conocer más de lo que había dentro de los límites de Borealis. Más de una vez se había impacientado por la organización de clan cerrado que tenía su tribu, pero comprendía las razones para ello. Con demasiada frecuencia en el Tiempo Pasado, Iris jóvenes guerreros, la sangre vital para la supervivencia de la tribu, se había aventurado fuera de Borealis y nunca más habían vuelto. Ulthor era uno de los pocos que había sobrevivido a la aventura para contar lo que ya se había convertido en leyenda para todos, pues había ocurrido en una época tan remota que ni siquiera los ancianos de la tribu lo recordaban como algo cierto. Sólo había quedado en los cantos épicos de los bardos. Y ellos cantaban que se había desatado una gran guerra una vez para terminar con todas las guerras y que después Tintagel nunca más volvió a ser lo que había sido. Aquellos de la Especie que habían apreciado sus vidas, se habían aislado de todo, encerrándose dentro de los límites de sus terruños porque la Oscuridad se había adueñado de la tierra y no querían que se apoderara de sus almas ni de sus tierras. Los gigantes habían aprendido esa lección y no la olvidaban. Sin embargo, cuando la adversidad se había ensañado más con Tintagel, y había necesitado ayuda, todos los guerreros, jóvenes y viejos sin excepción, habían acudido a su llamada. Porque también los bardos cantaban que nunca más había de permitírsele a la Oscuridad que hiciera su voluntad sobre la faz de Tintagel, ya que esa voluntad consistía en furia demencial... y el fin del imperio de la Luz, y tal vez si Yael fuera sincero consigo mismo, reconocería que era esa, más que Rhiannon, la razón por la que se había arrodillado ante el Lord y le había jurado su lealtad. Y si fuera más sincero aún, se vería forzado, aunque de mala gana, a admitir su respeto por Iskander, su admiración por el Lord. Sí, le admiraba y respetaba porque tenía el valor de arriesgar su vida solo, sin ayuda de nadie aceptando la misión de desafiar al corazón de la Oscuridad. Por aceptar como vasallos a Rhiannon y a él mismo, a pesar de la ignorancia de ambos, y enseñarles a su propio modo sin pedir nada más que lealtad a cambio. Sobre esas cosas meditaba Yael Olafursson mientras miraba sin ver la negrura de la noche y la lluvia que caía a raudales del saledizo, mientras Iskander garabateaba sus glifos en el polvo y Rhiannon aprendía lo que debía saber. En cuanto a Anuk, dormitaba junto a la lumbre, una criatura más simple que los Especie... y contento de serlo. 12 A quienquiera que pudiere llegar a leer este documento, sepa que, en tiempos remotos, nosotros fuimos una tribu pacífica y próspera que habitó esta sagrada y feérica planicie, Grünen Gorst, bajo la autoridad de nuestra pálida y bella Morgen-Stem, ella que, siendo descendiente de las estrellas y estrella ella misma, fue nuestra Diosa y nuestra Reina, y en cuyo honor erigimos estas piedras verticales, hincadas profundamente en la tierra; y aquí, rendímosle culto y humildemente le ofrecimos nuestro homenaje y le juramos lealtad eterna y le hicimos ofrendas de oro y otros metales preciosos y oblaciones tales que pudieran granjearnos su buena voluntad, pues siendo benévola y dadivosa, era orgullosa y arrogante, y su ira era terrible de contemplar. Por esto, para asegurarnos su bendición, nosotros también, sin faltar jamás, veníamos aquí cada Mittespringan, MitteSumor, Mitteautumpne y Mittewintar -los días sagrados- y los celebrábamos con grandes banquetes y música y danzas para complacerla, pues ella amaba especialmente el arpa y le agradaban muchísimo las notas que emitían sus cuerdas de plata. Esto era porque aquí, en medio de estas piedras verticales, residía la fuente de su Poder en esta buena tierra y su canción era, además, la canción del arpa, y sonaba como la voz de su propia arpa, muy dulcemente, dondequiera que ella misma tañera, cosa poco frecuente, ya que su arpa era cosa de maravilla, poseída de pavorosa magia no destinada a ser vista por ojos mortales. Y de este modo vivíamos aquí en esta feérica y sagrada planicie y la reverenciábamos a ella que era nuestra Diosa y nuestra Reina y todo era felicidad y abundancia. Pero ocurrió que en el año de nuestra Diosa-Reina de 1459, por el recuento común, unos hombres paganos meridionales llegaron a Grünen Gorst, a hacernos la guerra; porque el rey de estos salvajes meridionales no reconocía otra ley que su propio capricho y voluntad y deseaba a nuestra Diosa-Reina, de quien todos los hombres hablaban maravillas, y también deseaba su Poder, del que se comentaban hechos fantásticos que los bardas cantaban por todas partes, y que con el paso del tiempo fueron estimulando la codicia y la envidia de hombres perversos y ambiciosos. Estos bárbaros meridionales llegaron a lomo de los llamados caballos, venían corro corazas y armas que nos produjeron mucho miedo y pánico, pues no sabíamos nada de tales armas diabólicas y paganas que escupían relámpagos y truenos haciendo una carnicería de nosotros sin dejar marca; y así, estos filisteos meridionales profanaron las piedras verticales para abrir por fuerza la puerta del Gran Templo de nuestra DiosaReina y ponerle encima sus manos violentas y groseras. Entonces, al ver nuestra Diosa-Reina Morgen Stern cómo habían caído sobre ella estos enemigos sacrílegos, se elevó por los aires de donde moraba en el Gran Templo; y tan terribles fueron su disgusto y su furia que se llevó consigo su arpa mágica de oro y plata, que muy pocos hombres, además de los nuestros, habían contemplado antes de ese día aciago y no había tañido hombre alguno jamás; ella le arrancó ásperas notas discordantes y de ese modo desató su terrible Poder sobre los cerdos meridionales. Entonces fue cuando un formidable y muy temible viento boreal, chillando y gimiendo, originó un violento torbellino que subió del Gran Templo y atravesó Crünen Gorst. Nada ni nadie pudo oponerse a la furia del viento helado. Con mis propios ojos, esto vi y juro solemnemente: todo desapareció a su paso, su enorme boca voraz arrancó de cuajo y tragó hombres, bestias, árboles, piedras y los arrojó violentamente hacia las estrellas, lugar que era el verdadero y legítimo reino de nuestra DiosaReina, aun cuando ella se había dignado vivir y caminar entre nosotros; y allí, el rey Meridional y sus guerreros, llevados de ese modo, temblaron y se postraron a sus pies, clamando lastimosamente misericordia, pues también allí había ido nuestra DiosaReina y ya estaba sentada en su gran trono con gesto adusto e implacable para juzgarles. ¡Ay! ¡Ay de mí! Nunca más después de aquel calamitoso día nuestra Diosa-Reina Margen-Stem retomó a Grünen Gorst; y yo, Ruighar el Escriba, que todavía la sirve y la honra grabando este documento en esta piedra vertical, soy el último y único sobreviviente de lo que aconteció a nuestra tribu a manos de las bestias meridionales y que causó la ruina, amarga y triste, de todos nosotros. En el duodécimo día del séptimo mes del año de nuestra Diosa-Reina de 1459, por el recuento común, yo añadí mi nombre a la presente escritura. -Así está escrito en Un Menhir de RingStones en la Groaning Gorge de Borealis NO HABIA DEJADO DE LLOVER EN TODA LA NOCHE. Todavía seguía lloviznando con la misma monotonía cuando Rhiannon, que había hecho la última guardia, fue a despertar a los demás. Iskander y Yael se despertaron inmediatamente, pero no pudieron incorporarse hasta un poco después. Tenían sus cuerpos doloridos, los músculos y articulaciones acalambradas por la incómoda posición en que habían dormido en el suelo. Anuk ya estaba de pie; siempre salía de caza muy temprano cuando podía, algunas veces conseguía alguna presa pequeña que luego compartía con los demás. La providencia le había acompañado esa mañana; dos conejos blancos ya estaban asándose al fuego. Por su parte, Rhiannon había recogido varios puñados de bayas maduras así como también pequeños hongos carnosos que ya estaban cociéndose fuego. Los buscadores desayunaron rápidamente saboreando la comida inesperada y sabrosa y la acompañaron con té caliente. Luego, reconfortados y con los estómagos llenos, se sintieron más animados y se prepararon para seguir viaje. Recogieron sus provisiones y salieron del refugio contentos de tener su ropa seca. Alrededor del mediodía llegaron a las últimas estribaciones de las montañas, el borde de Groaning Gorge y por fin vieron lo que la bruma no les había permitido ver desde lo alto. Lo que había parecido un llano era en cambio un inmenso pantano donde se hundirían hasta las rodillas, inundado por el deshielo y la lluvia y el aflujo de los crecidos arroyos de las montañas. Hasta donde alcanzaba la vista todo estaba cubierto de altas hierbas, malezas puntiagudas y millares de juncos, mezclados y enredados con una profusión de retoñados brezos, tenues helechos y, más que nada, gruesas aulagas verdeantes y espinosos tojos achaparrados y retorcidos por el constante azote del viento: verdaderas melenas de brujas enmarañadas y largas. Aquí y allá emergían extraños mogotes, esponjosos de podredumbre y moho, y algunos arbustos atrofiados y nudosos que empezaban a mostrar sus brotes en las ramas tendidas casi a ras de las hierbas. En el mismo centro del pantano había un imponente montículo coronado con una antiquísima RingStones, un círculo de menhires que tenían un aire misterioso y espectral bajo el cielo plomizo. Las oscuras piedras grises parecían las ruinas de algún templo construido por paganos en honor de antiguos dioses. Macizos dólmenes erosionados por los tenaces elementos se inclinaban unos contra otros como si una mano titánica los hubiera empujado; otros, los menhires, se habían caído al suelo y estaban esparcidos como altares de sacrificio a la espera de que se derramara sangre sobre ellos. La niebla flotaba y se arremolinaba entre los megalitos, como si fueran espectros danzando sobre el túmulo distante. El viento mecía y agitaba la espesa vegetación que parecía un mar embravecido, mientras las gotas de lluvia caían monótonamente en el agua estancada que llenaba el pantano. De vez en cuando se oía un chapoteo producido que por alguna criatura oculta serpenteando por el fangal y los trineos lúgubres y espaciados de algún pájaro solitario. Tenían ante sí un paisaje desolador y melancólico. Obviamente Ulthor no había pasado por Groaning Gorge en primavera. Iskander juró por lo bajo. -¡Que me condenen! Ni por pienso me meteré a caminar por el pantano - declaró con firmeza-, sin conocer la configuración del terreno, lo bajo que puede ser en algunos lugares o cuál es la profundidad del agua... o qué alimañas lo habitan. Yael, haznos el favor de cortar algunas ramas gruesas y fuertes de aquellos árboles con las que podamos construir una balsa que nos lleve a todos. Rhiannon, busca por la orilla bejucos resistentes para unir y enlazar los troncos. Anuk, por aquí debe de haber forzosamente unas aves acuáticas; procura cazar algunas para comer. Tan pronto se dieron las órdenes, comenzaron a ser cumplidas. Los golpes secos y contundentes del hacha de guerra de Yael resonaron en medio del silencio cuando tronchaba ramas gruesas, rápidamente las iba apilando mientras Rhiannon recogía largas cuerdas de una planta fibrosa que había visto mecerse como adujas sobre la superficie del agua y que te resultaba fácil arrancar del fango, pues casi no tenían raíces. Iskander, con su puñal, talaba árboles jóvenes de troncos delgados limpiándolos eficientemente de renuevos y hojas. Anuk levantaba un ave moteada de color castaño que estaba escondida entre la maleza verde y dorada; pero cuando intentó cazarla, el ave resultó más rápida que él. Soltando un grito de alarma, el ave remontó vuelo, asustada. El grito alertó a toda la bandada. Las aves, asustadas, salieron volando del follaje y se dispersaron en el cielo como flechas. Al cabo de unas horas, los tres compañeros habían armado una balsa tosca pero utilizable. Treparon a bordo con suma cautela y, cuando se aseguraron de que la improvisada embarcación soportaría el peso, se alejaron de la orilla usando largas varas, no sólo para guiar e impulsar la balsa por el agua, sino también para alejar cualquier cuerpo viscoso -fuera bestia o planta- que se moviera furtivamente debajo y pudiera ser una amenaza potencial. Cuando estuvieron bastante lejos de la costa, la balsa entró en una especie de corriente que les ayudó a ir más rápido. Durante un buen rato los viajeros guardaron silencio mientras la embarcación avanzaba raudamente. Pero todos sin excepción estaban inquietos, desasosegados. Iskander no tuvo necesidad de advertirles que estuvieran alerta. En la proa de la balsa, Anuk permanecía sentado con las orejas levantadas y hacia adelante mientras olisqueaba el aire. De vez en cuando gruñía por lo bajo, cuando husmeaba o veía cuerpos visco-s que se movían furtivamente debajo de la superficie; y una vez, Rhiannon ahogó un grito al sentir un súbito y violento tirón en la vara pero se tranquilizó al ver que sólo estaba enredada en las plantas fibrosas que ya conocía y con las que habían liado los troncos. De un golpe seco liberó la vara y la balsa siguió avanzando. Las ráfagas de viento eran más fuertes y frías sobre el agua. Las olas que levantaban chocaban con los bordes de la embarcación lanzando rociadas aún más frías. Un espeso velo de niebla en. volvía a los buscadores que apenas veían por dónde iban Rhiannon casi temió que pudieran perderse vagando en círculos hasta agotarse, pero se tranquilizó cuando comprobó que el viento levantaba cada cierto tiempo el velo y podían ver el túmulo con el RingStone en su cima -el único punto de referencia en el pantano. Entonces, comprendía que la balsa seguía el rumbo fijado y se maravillaba de la habilidad sobrenatural de Iskander para guiarla certeramente. Estaba anocheciendo cuando en el horizonte empezaron a brillar los primeros relámpagos y a retumbar los truenos. Todos echaron miradas llenas de preocupación al firmamento que se oscurecía rápidamente y a los abultados nubarrones que se juntaban en masa en el horizonte. En medio del pantano no tendrían dónde buscar cobijo. La única tierra firme y alta era el remoto túmulo, un refugio sombrío y nada prometedor en el mejor de los casos. Sin embargo, era lo único que había y el pequeño grupo redobló los esfuerzos para avanzar en esa dirección lo más rápido posible. La tormenta se desataría de un momento a otro. Pero el cielo tormentoso y negro estaba delante de ellos, no a sus espaldas, y cada vez que hundían las varas en el fondo del pantano para avanzar, se iban acercando peligrosamente a los nubarrones iluminados por los relámpagos. El aire se enrareció y se volvió más denso hasta ser casi palpable. Se había vuelto sofocante y cada vez más cargado de una fuerza misteriosa que aumentaba perceptiblemente al irse acercando al dominante montículo que, como un ominoso Y lúgubre custodio, surgía ante ellos. Un escalofrío corrió por la espalda de Rhiannon al verlo de cerca y se le erizaron los pelillos de la nuca. Alguna vez este había sido un lugar sagrado; lo sentía en los huesos. Había poder aquí dormido Y en estado latente desde hacía mucho tiempo, pero Poder al fin. Iskander también lo sentía, pensó; se había ensombrecido su semblante revelando su preocupación y hasta le vio estremecerse ligeramente, aunque bien podría haber sido por el viento que soplaba con más fuerza cada vez. Finos mechones del pelo de Rhiannon, que ella había trenzado y asegurado cuidadosamente esa mañana, se soltaron de las trenzas empapadas y le azotaron la cara, cegándola momentáneamente hasta que los apartó con la mano. Pero no tardaron en volverle a azotar el rostro una y otra vez. La fuerza de la corriente aumentó arrastrando con ella a la desventurada balsa a una velocidad alarmante. Sobrecogidos de espanto, por un momento creyeron que la balsa zozobraría. Pero Yael hundió profundamente su vara en el fango del fondo Y, aunque la balsa se sacudió y bailoteó en el agua fangosa, finalmente pudieron estabilizarla y mantener su curso. Una a una empezaron a caer las inmensas gotas de lluvia y súbitamente, ante el horror de Rhiannon, en la cumbre del túmulo, moviéndose erráticamente entre las ruinas que la coronaban, comenzó a brillar una misteriosa luz fosforescente, una macabra llama verdosa que centellaba y brincaba y subía o bajaba en espiral como si estuviese poseída por un demonio. Poco después pareció que los propios megalitos habían cobrado vida, rielando y vibrando con un Poder que luchaba con el viento produciendo una mezcla discordante de notas arrancadas de un arpa invisible. Y enseguida supo que no quería subir al túmulo, ni aceptar el refugio que podría hallar en él. Iskander se debatía entre el sentido común y una emoción parecida a la de Rhiannon. Las olas se encrespaban cada vez con mayor violencia bajo la copiosa lluvia. No sabía hasta dónde podía subir el agua, sólo que no podían continuar sobre la balsa improvisada, pues no resistiría mucho más. La costa estaba fuera del alcance de ellos. Sólo el túmulo les ofrecía una posibilidad de salvación. Pero había Poder, fuerte y antiguo en ese lugar, un Poder que nunca antes había sentido y que no entendía. Se volvió cauteloso y receló del montículo y del RingStones a los que no habría temido normalmente. Tanto en Monte San Christopher como en Monte Santa Mikhaela había RingStones. Sin embargo, ninguno de ellos le habían perturbado tanto ni tan profundamente como el de Groaning Gorge. Pero Iskander sabía que no les quedaba otra alternativa que subir al túmulo y lo mismo comprendieron los demás. A pesar de la aprensión que sentían, ninguno se rebeló contra las órdenes que el impartió a los gritos para ser oídas por encima del estruendo de los elementos. Desembarcaron rápidamente y empezaron a subir arrastrando penosamente la balsa cuesta arriba para que no se la llevara el agua. Agachando las cabezas contra el viento y la lluvia torrencial, apenas podían avanzar por el terreno anegado. Aunque la pendiente era suave y fácil de escalar, todo se les complicaba por la lucha de los elementos. El suelo estaba lodoso y cubierto de inmundicias que les hacían resbalar y dar traspiés a cada momento. Por otra parte, una horda de alimañas que habían escapado del pantano y trataban de buscar refugio en el túmulo corrían y se escabullían entre sus pies y las rocas que bordeaban el camino. Eran criaturas extrañas, semejantes a pequeños caimanes con largas colas que movían amenazadoramente, dientes afilados que les mostraban para asustarles y pequeñas fauces rojas. Los reptiles sin embargo, no eran tan peligrosos como parecían. Después de los más audaces recibieron unos cuantos golpes de varas en los hocicos, huyeron despavoridos. Finalmente, el pequeño grupo llegó a la cima. Era una especie de meseta bastante grande y allí descubrieron, en su mis., centro, una enorme piedra plana de forma rectangular. Se dirigieron tambaleantes y aliviados a ese lugar. Al menos no estaba cubierta de lodo, por más húmeda que estuviera. Iskander y Yael lucharon a brazo partido contra la fuerza del vendaval para levantar la balsa de canto para que les sirviera de escudo contra la lluvia. Rhiannon rápidamente comprendió qué querían hacer y, tomando las varas, las metió entre los troncos, asegurándolas en el suelo como columnas. Contentos con el improvisado y precario refugio que había levantado, los buscadores se acurrucaron en un rincón, demasiado agotados hasta para deshacer sus mochilas. La lluvia seguía cayendo a cántaros y se filtraba entre los nudosos troncos de la balsa. Hartos del frío y de la lluvia, los compañeros desenrollaron las tiendas y las usaron para cubrir los troncos dejando que colgaran a los costados para protegerse mejor. Después, Iskander salió precipitadamente en busca de una de las rocas más pequeñas que estaban esparcidas por el lugar. La verdosa luz fosforescente que seguía moviéndose rápidamente entre las ruinas iluminó el rostro contraído y ojeroso de Iskander cuando la recogió. No era una piedra de hogar auténtica como la que se le había perdido O el fondo del mar, pero serviría a sus propósitos, pensó, aunque no estaba seguro de poder utilizar su Poder para encenderla en ese lugar que vibraba intensamente con un Poder propio, un Poder mucho más antiguo, percibía, que el suyo. Ese Poder desconocido le dejaba perplejo, porque como el suyo parecía tener su origen en la tierra y, sin embargo, no se parecían en nada. No sabía qué podría suceder si invocaba a su propio Poder allí. Con todo, era un riesgo que tenía que correr Porque, de otro modo, cualquiera de ellos podría enfermar de frío. Regresó al precario refugio con la piedra. lskander se acomodó sobre las pieles que Rhiannon y Yael habían extendido en el suelo en su ausencia. Entonces, lentamente, controlándolo al ex-. tremo, invocó a su Poder. Poco a poco llegó a las puntas de sus dedos la llama azul de los druswidas, pequeña y pálida pero suficiente para calentar la roca que, con gran alivio suyo, no estalló en pedazos. el calor que irradiaba era insignificante, estaba mal distribuído y no duraría demasiado. Pero era mejor que nada. Hasta Yael, aterido, olvidó el miedo que sentía de tales cosas y se acercó extendiendo las manos sobre el fuego azulado. Pero el débil calor no llegó sin pagar un precio, porque se intensificó el aullido lastimero de las ruinas como si el Poder de Iskander hubiese espoleado al más antiguo y desconocido. La luz fosforescente aceleró sus saltos y bailoteos como delgados dedos verdes estirándose entre los menhires y los dólmenes, tratando de unirlos. Súbita e instintivamente, Iskander comprendió que el círculo no debía cerrarse, que si se completaba, algo incontrolable podría desatarse, aunque no podía adivinar sus consecuencias. Rhiannon se estremeció como si presintiera lo mismo y se arrebujó más en su capa para protegerse no sólo de los elementos, sino de algo siniestro e intangible. Se cruzaron una mirada. Los ojos de Rhiannon reflejaron temor, pero también comprensión, ya que sabía por qué no le había pedido que ella encendiera el fuego sobrenatural. Todavía era demasiado ignorante. Había visto la concentración y las restricciones que se había impuesto para invocar su Poder, cómo se le había tensado el rostro y el cuerpo por el esfuerzo que había hecho. Ella no habría sido tan prudente, tan meticulosa. Habría liberado más Poder del que era necesario. Quizás entonces el ulular de las ruinas habría aumentado incontrolablemente y la luz fosforescente habría completado el círculo, y algo espantoso y desconocido habría caído sobre ellos. La idea la heló más que el viento y la lluvia y tembló de miedo. A pesar de todo lo que había aprendido hasta ahora seguía sumida en la ignorancia en lo concerniente a su Poder. Agradeció a la Luz por el Lord, por la ráfaga fatídica que le había arrojado a la playa de Borealis y a ella a su lado. Seguramente sin su ayuda, el Poder la habría dominado y se habría convertido en el monstruo que había creído ser. Los relámpagos plateados, la luz verdosa fosforescente y la llama azul de su propio Poder iluminaban a intervalos el rostro de Iskander, que permanecía en las sombras. Con todo, Rhiannon vio su fatiga y se afligió por él. La consternaba que todo el peso de la misión cayera únicamente sobre sus hombros. Nunca había conocido a nadie como él. Quería extender la mano para alisarle los negros mojados que caían sobre el entrecejo fruncido, quitarle la expresión preocupada del rostro. Le escocían las yemas de los dedos queriendo seguir la curva de sus labios y arrancarles una sonrisa. Pero no había nada en ese túmulo inestable que pudiera aligerar la pesadumbre de los corazones de los viajeros, incluyendo el de Rhiannon. Dejó escapar un suspiro y volvió su atención a la mochila donde aún quedaba algo del vino con especias. Lo vertió en una cazuela, lo calentó a la lumbre de la roca y luego llenó las copas. Bebieron el potente licor en silencio y cocinaron y comieron lo que quedaba de la comida del mediodía, aunque apenas era suficiente y estaba tibia por el poco calor de la roca. A pesar del cansancio, Iskander estaba demasiado nervioso para poder dormir, así que eligió la primera guardia armado con una vara que había quedado libre y su puñal, porque lo que más temía era tener que desenvainar la Espada de Ishtar, cuya magia podría desencadenar cualquier desastre. La larga noche pasó lentamente. La tormenta amainó su furia y mermó el viento, la luz fosforescente menguó y lo mismo hicieron los sonidos disonantes del RingStones. Pero no se fiaba de ese supuesto respiro. El Poder en ese lugar era demasiado fuerte, demasiado antiguo e impredecible para que pudiera sentirse seguro dentro de su esfera de acción... en especial, teniendo en cuenta que Rhiannon todavía no había lo. grado un completo control del suyo. Si llegara a atacarla por sorpresa una MetaMorfosis... Iskander interrumpió el pensamiento antes de completarlo. El miedo era un demonio y dudar era funesto. ¿No le habían inculcado esta verdad en San Christopher toda su vida? No obstante, la observó dormir con una mirada llena de inquietud. Estaba acostada entre Yael y Anuk, que la abrigaba con su largo y espeso pelaje. Estaba pálida y tenía las facciones tensas y contraídas, pero no era menos bella por eso, pensó, sabiendo las penurias que había soportado. Las ojeras eran dos medias lunas que bordeaban los párpados cerrados y daban realce a sus Pestañas, tan largas y espesas que parecían dos pinceladas oscuras sobre sus pómulos. Tenía los labios apenas entreabiertos y de vez en cuando dejaban escapar un quejido, como si algo más que la inclemencia del tiempo Y la frialdad Y dureza de la piedra sobre que había extendido la piel perturbara su sueño. Iskander se preguntó si soñaría y con qué. ¿Con él, quizá? Que la Luz le perdonara por albergar la esperanza de que así fuera. 13 Era Iskander el que estaba acostado a mi lado. Lo sabía -aun antes de abrir los ojos y comprobarlo- porque el largo de su cuerpo estaba en armonía con el mío y ya estaba muy familiarizada con sus formas por las largas noches e interminables días que habíamos pasado juntos en la intimidad de refugios estrechos y fríos. No me moví, permanecí inmóvil y muda durante largo rato, casi sin atreverme a respirar para no despertarle cuando le hacía tanta falta descansar y dormir Profundamente. Había pasado de guardia toda la noche vigilando nuestro sueño y sólo al despuntar el alba, cuando ya había cesado la furia de la tormenta y se habían apagado también la fantasmal luz fosforescente y el aterrador canto del Círculo de Piedras, había despertado a Yael para que le relevara. Desde entonces Yael había estado de guardia sin intentar siquiera despertarme. Tanta consideración de ambos merecía con creces mi agradecimiento, pero a la vez me hacía sentir culpable, Pues entre los dos habían cubierto mi huno. Iskander me rodeaba el cuerpo con su brazo y su amplio manto de piel oscura nos cobijaba del frío, una intimidad que habría sido indecente bajo otras circunstancias. Pero durante un viaje tan accidentado y plagado de peligros corno el que habíamos emprendido, el recato y la intimidad de cada uno de nosotros eran lujos que no podíamos permitirnos. Además, nada nos complacía más que compartir las mantas y el calor de nuestros cuerpos para mantenemos vivos en medio del frío y de la oscuridad. Cosas tales como esta también las había tenido que aprender. Sin embargo, era más que gratitud lo que yo sentía teniendo su cuerpo pegado al mío, era más que simple calor lo que ardía en mi interior al sentir que su brazo me ceñía más, estrechándome mientras él se acomodaba a mis formas. Sé que estaba mal; pero por más que me avergüence admitirlo, debo confesar que no me resistí, sino que volví a cerrar los ojos, fingí dormir -y rogué que Yael no pudiera oír el violento martilleo de mi corazón. No quería que sufriera sabiendo que estaba despierta y consciente entre los fornidos brazos de Iskander y con su aliento acariciándome la mejilla como el primer hálito vivificante del ardiente kamsín. Volví a quedarme dormida... y el hombre que me abrazaba pobló mis sueños. -Así está escrito en Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian LAS ESCURRIDIZAS NUBES VAPOROSAS y las ventanas de los dólmenes dejaron filtrar los brillantes rayos del sol. La intensa claridad despertó a Rhiannon -eso y el silencio. Permaneció inmóvil un rato, sintiendo que algo distinto pasaba esa mañana, pero sin. poder definirlo. De pronto lo supo. La lluvia había cesado; el viento era apenas una brisa ligera que le acariciaba la piel se había vuelto a dormir. Recordó que había fingido hacerlo mientras Iskander, inconscientemente, la había rodeado con sus brazos. Se volvió a mirarle y, turbada, vio que estaba despierto, observándola. Se le tiñeron las mejillas de rubor y bajó la vista confundida. Luego, con cuidado de no tocarle, se incorporó. -Buenos días. Es una hermosa mañana -la saludó con voz grave, que fue una caricia a sus oídos. -Sí, así es en verdad, Lord -respondió sin mirarle, mientras empezaba a deshacer la madeja de trenzas. El largo cabello suelto cayó como una cortina que le ocultó el rostro-. Sorcha por fin se ha abierto paso entre las nubes. Se preguntó si él sabría que le había permitido abrazarla como si fueran amantes. Era tan consciente de sus actos y tan perceptivo. A veces parecía conocerle hasta sus más recónditos pensamientos. "Soy un sacerdote, un lord y un hombre honorable", volvieron a sonar en sus oídos las palabras indignadas con las que él la había rechazado cuando se le había ofrecido tan abiertamente. ¿Sabría que no se había resistido al abrazo protector y cariñoso? De sólo pensarlo enrojeció de vergüenza. No obstante, si lo sabía no dijo nada. En cambio, después de unos momentos, Iskander se levantó y salió fuera del refugio para darle un mínimo de intimidad y que pudiera terminar de arreglarse. Rhiannon sacó entonces de la mochila el peine de madera de pino que le había hecho su padre gigante, Olafur, y la invadió la nostalgia. Era algo tan insignificante y sin embargo, cada curva, cada borde había sido tallado por amor a ella. Se le ocurrió que quizá nunca más volvería a ver a sus padres adoptivos y se entristeció más, aunque en el fondo de su corazón sabía que les había hecho el favor más grande que podía haberles hecho por amor a ellos, librarles de la pesada carga de su Poder. Para ellos había sido más incomprensible que para el mismo Yael y, secretamente, la habían temido como el resto de los gigantes. Quizás algún día habrían llegado a desear que se alejara de la tribu. Sí, era lo mejor. Pero a pesar de todo, las lágrimas le hicieron arder los ojos, mientras lentamente, con mano diestra, se alisaba y peinaba el largo cabello enredado por la tormenta. Mientras Rhiannon completaba su tocado, dejó pasear su mirada Por el inmenso montículo donde habían buscado refugio la noche anterior. Era la primera vez que veía el enigmático túmulo a plena luz del día y vio que el extraño Círculo de Piedras o RingStones, como lo llamaba Iskander, no tenía un aspecto tan siniestro. La claridad las dejaba al desnudo y sólo eran ruinas antiquísimás donde el paso del tiempo ye l embate de los elementos habían dejados sus huellas, erosionándolas y demoliéndolas poco a poco. Viéndolas de ese modo casi llegó a creer que su imaginación le había jugado una mala pasada y que el Poder que había percibido no era real. No era de extrañar que Ulthor la describiera simplemente como una antigua ruina sobre una colina, un montón de piedras sin otro significado que servir de mojón para los caminantes. Y por alguna razón, esta nueva visión de las ruinas la apenó pro, fundamente, como si con los años se fuera perdiendo algo demasiado valioso y sagrado. Silentes, taciturnas, las piedras se mantenían a duras penas erguidas en sus puestos -pero quizá no totalmente mudas como había creído. De repente, advirtió que uno de los enormes menhires tenía una serie de runas talladas en una de sus caras desgastadas por la intemperie. También lo había advertido Iskander, ya que se dirigía a grandes zancadas al megalito y se detenía a estudiar la inscripción. Terminó de trenzarse el cabello a toda prisa y poniéndose de pie abandonó el refugio. Se dirigió a paso vivo a reunirse con él, azuzada por la curiosidad. -¿Qué dice? -preguntó deseosa de enterarse de lo que allí estaba escrito. El tamaño monumental de la piedra la dejó anona. dada. Estiró la mano y siguió con un dedo los trazos borrosos de los símbolos, como si con ello pudiera descifrar el secreto que encerraban. -No lo sé a ciencia cierta -respondió él, ceñudo-. Está escrito en lengua antigua y sólo conozco ciertas palabras, no todas, sólo aquellas referidas a los ritos que aprendí de memoria. Al parecer habla de una reina llamada Morgen-Stern y de un rey Meridional y de una gran batalla entre ambos. Habla también de un Poder y de cierto viento y de las estrellas, pero las palabras son enigmáticas y no tienen sentido alguno para mí. -¿Has visto la fecha, Lord? -inquirió, pasmada al reconocer los números entre los glifos borrosos-. Mil cuatrocientos cincuenta y nueve, C.R. ¡Estas piedras han estado en pie durante casi seis mil años! ¿Cómo es posible? -Donde hay Poder, todo es posible, khatun. Recuérdalo- la instó Iskander. Calló y estudió minuciosamente el megalito. Después, movió la cabeza con enfado por su incapacidad para descifrar las runas y habló bruscamente-. Ven conmigo. Desayunemos cuanto antes y recojamos nuestras pertenencias. Quiero que abandonemos este sitio lo antes posible. Tengo aversión a este extraño túmulo, a estas Piedras Circulares, tan iguales y tan distintas de las de Oriente. Aquí hay algo que me inquieta y me perturba, pero no puedo descubrir qué es. Preferiría que nos marcháramos de este lugar antes de que liberemos accidentalmente lo que permanece en estado latente entre estas ruinas. Sin una palabra más, giró en redondo y se alejó de allí dirigiéndose al lugar donde Yael había amontonado manojos de jun- cos secos recogidos al romper el día y a los que había prendido fuego sin necesitar la ayuda de la magia, lo cual le daba una gran satisfacción. El gigante había puesto a hervir el té y estaba asando linchas de carne de uno de los reptiles que había atrapado y matado Anuk había descubierto un nido de pájaros y los huevos se estaban cocinando en una cazuela junto con los brotes tiernos de una planta comestible del pantano, que Yael había encontrado. Los buscadores no pasarían hambre esa mañana. Después de desayunar, levantaron el campamento. Iskander y Yael recogieron las provisiones y las tiendas. Luego, desarmaron el refugio y llevaron todo a la costa mientras Rhiannon ahumaba lo que quedaba de la carne, la guardaba en bolsas de cuero y apagaba el fuego. Le habría gustado bañarse y lavarse el pelo, ya que hacía mucho tiempo que no se sentía verdaderamente limpia. Pero solamente lo podría hacer cuando llegaran a la costa meridional del pantano. Estaba plenamente de acuerdo con Iskander en que debían alejarse de ese lugar lo antes posible. El túmulo y sus peligros desconocidos le erizaban la piel. Cuando llegó al pie del montículo se sobresaltó al ver hasta dónde había subido el agua durante la noche. Le llegaba hasta más arriba de la cintura. Casi la tercera parte del túmulo estaba bajo las aguas. El espectáculo la estremeció y agradeció a la Luz la sagacidad y previsión de Iskander por insistir en construir la tosca embarcación. Jamás habrían podido cruzar el pantano a pie luchando contra las olas encrespadas por el viento y la lluvia, y no habrían llegado a pisar tierra firme antes de que se desencadenara la tormenta. Seguramente se habrían perdido en el pantano y habrían muerto ahogados. Todos habían llegado a la misma conclusión, porque a pesar del buen tiempo, tanto Iskander como Yael permanecían ensimismados mientras terminaban de cargar la balsa y después de que todos hubieron subido a los troncos salvadores, recogieron las varas y dando un furioso empujón desatracaron de la orilla. Paulatinamente, sin embargo, a medida que se alejaban cada vez más del montículo con el Círculo de Piedras, empezaron a distenderse. De vez en cuando uno u otro hacía un comentario festivo alegrando el viaje. Anuk, en su puesto habitual en la proa, se mostraba también menos tenso. A veces dejaba colgando la lengua fuera de la boca y meneaba la cola. Otras, jugueteaba con alguna pequeña criatura que pasaba nadando cerca de la balsa. La actitud despreocupada del lupino también ayudaba a tranquilizarles, peno por eso dejaron de vigilar. La corriente no era muy fuerte, pero llevaba a la balsa a una velocidad aceptable- Al atardecer volvió a soplar el viento por el pantano. Una o dos veces el sol desapareció detrás de una delgada nube gris, pero el buen tiempo se mantuvo y, casi al anochecer el grupo había llegado, por fin, a la costa meridional donde empezaban las dispersas y bajas estribaciones de las Montañas Majestic de Finesterre. Allí, los viajeros abandonaron la balsa en el agua. Iskander mandó hacer alto. -Acampemos ahora que es temprano -dijo-. Parece un buen lugar para descansar y refrescarnos. A decir verdad, después de la terrible experiencia de ayer, creo que lo merecemos. Nos convendría también cazar y reaprovisionarnos antes de escalar las montañas, no vaya a ser que otra vez volvamos a tener los elementos en contra nuestra. Todos acogieron la idea con verdadero beneplácito. Arma. ron las pequeñas tiendas y sacaron los utensilios y las provisiones. En el centro del campamento pronto ardió el fuego. Iskander salió a cazar seguido de Anuk. Yael se quedó de guardia mientras Rhiannon, protegida por una maraña de juncos y maleza que bordeaban la costa, se quitó la ropa y se metió en el agua fría del pantano. No se alejó demasiado de la orilla temiendo ser atacada por alguna de esas viscosas criaturas que se deslizaban como anguilas debajo de la superficie. Tampoco permaneció mucho tiempo en el agua. Después de frotarse el cuerpo y el pelo con una planta llamada jaboncillo, que descubriera accidentalmente entre las hierbas, se enjuagó y salió a la orilla temblando de frío. Se envolvió en la capa y corrió a la tienda a vestirse. Tenía una sola muda de ropa, una camisa y pantalones de cuero muy fino que estaban terriblemente arrugados, pero al menos, limpios. Luego, mientras Yael se bañaba, lavó toda la ropa sucia y, escurriéndola con fuerza, la colgó cerca del fuego para que se secara. Se encaramó a una roca y se dedicó a quitar el barro pegado a las botas con su pequeña daga. Yael, limpio y vestido ya, fue a sentarse junto a ella y ambos trabajaron en silencio bastante tiempo. Pero finalmente, su hermano habló. -El camino que has elegido seguir es muy duro, Rhiannon Olafursdaughter -observó él emocionado-, y nadie sabe adónde te puede llevar. Probablemente a la muerte, como ha advertido el Lord, porque, indudablemente, su misión está plagada de peligros. -Hizo una pausa.- Todavía estamos a tiempo para regresar. En unas semanas estaríamos en Torerag, a salvo en la choza nuestros padres. -¿Quieres que ambos seamos perjuros, Yael? - pregunto su hermana-. Los dos juramos servir al Lord... o ¿lo has olvidado? Viola el tuyo y regresa a casa si así lo quieres. A decir verdad, te rogué, te aconsejé que no juraras, que no nos siguieras. Porque este viaje sólo habrá peligro para ti, y quizás hasta la muerte. En cuanto a Olí, seguiré al Lord. No me queda otra alternativa. Tengo la esperanza de dominar este Poder que el Guardián Inmortal, en su sabiduría, ha estimado conveniente conferirme. Porque si yo no soy su ama, me convertiré en su esclava: y creo que en este último caso hasta tú me temerías. Ya lo haces, un poco. Su hermano no contestó reconociendo que decía la verdad. Ojalá Rhiannon fuera una mujer como las demás... Pero no lo era, ni lo sería nunca. Casi la odió por ello, aunque no fuera su culpa. Luego, avergonzado de sus sentimientos amargos y llenos de resentimiento, volvió a hablar. -Mi único temor es perderte, Rhiannon. Cada día te apartas más de mí. Pronto llegará el día en que sólo seremos dos extraños. Esa idea me llena de horror. -Hago lo que debo hacer -reiteró ella, preocupada pero inflexible-. Debo instruirme para llegar a ser lo que soy verdaderamente. A pesar de todo lo que me amaban y yo a ellos, tus padres no eran los míos, Yael. No soy Rhiannon Olafursdaughter sino Rhiannon sin Lothian. No soy boreal sino vikanglian. -¡Por las lunas! ¡Jamás has visto ese lugar! -protestó el gigante. -Y quizá nunca lo veré. Pero por mis venas corre Sangre Real y con ella este Poder que siempre me ha perturbado. ¿Quieres que renuncie a mis derechos de nacimiento, que rechace mi herencia? No... porque en el fondo sabes igual que yo que sería incorrecto, tanto como si yo te pidiera que lo hicieras tú, a quien quiero como un hermano. No puedo ofrecerte más que eso, Yael, y nunca he dicho que lo haría. Lo sabes muy bien pues siempre he tratado de evitar tu sufrimiento. No me pierdes porque no soy tuya- Si nos estamos convirtiendo en extraños, es porque tú así lo quieres, no yo. En mi corazón ocupas el lugar que siempre has tenido, el de un hermano querido y respetado. No puedo hablarte con más claridad. Pero debo decirte que si has jurado fidelidad al Lord por mi bien, con la esperanza de arrancarme de su lado, has cometido una tontería inútil... y has agraviado al Lord. No permitiré que nadie me aparte de mi camino, ni siquiera tú, Yael. Si en verdad me amas como dices, no volverás a pedirme esto... Eso es todo. Estaba tan seria y tan resuelta que el gigante supo que nada la haría cambiar de idea. Se le partió el corazón, y por un momento casi no pudo respirar por el dolor que le habían producido sus palabras. Había esperado este golpe, se había endurecido y preparado para recibirlo, y a pesar de todo, era tanto su dolor, su pesar, que quería gritar al mundo su angustia y rechazo. Pero comprendió que no le serviría de nada -al contrario, les heriría profundamente a ambos- y volviéndose para que ella no pudiera verle asestó un manotazo a sus ojos bañados de lágrimas, suspiró pesaroso y fue a recoger más leña para el fuego. Ya se había ocultado el sol en el horizonte y el crepúsculo vespertino estaba en su apogeo entretejiendo relucientes hebras de color fila, escarlata, zafiro y topacio en la tela gris del cielo. Por el otro horizonte a la derecha de Rhiannon empezaba a asomar la Primera Luna en su lento ascenso al cenit. El viento susurró entre el follaje del pantano y agitó las ramas de los árboles que salpicaban las laderas de las montañas. Las olas lamían la costa y sonó a lo lejos el grito de un pájaro solitario, un sonido dulce y desolado. El fuego crepitó a los pies de Rhiannon. Cerca, una ramita seca crujió bajo la bota de alguien que se aproximaba. Entonces Iskander surgió de entre las sombras llevando un enorme ciervo muerto sobre los hombros. El animal tenía la garganta abierta por las poderosas mandíbulas del lupino. Anuk trotaba a su lado. El ciervo era tan grande que obtendrían una gran cantidad de carne, tanta que Rhiannon estuvo segura de que no podrían llevarse toda la carne que sobrara después de comer esa noche sin privarse de nada. Se le hizo la boca agua y se recriminó por no haber ido a buscar verduras, tubérculos y raíces comestibles para usar como complemento. Ya tenía que haberlo hecho. Se levantó de un salto, tomó una rama seca y la prendió en las llamas de la hoguera. Era una tea no muy convincente, pero le serviría para recorrer la orilla del pantano. Iskander no hizo ningún comentario sobre el retraso inusual en el que había incurrido Rhiannon, sino que descargó el ciervo en el suelo y con el puñal empezó a desollarlos' trincharlo con destreza, arrojando a intervalos los órganos internos al lupino mientras trabajaba. Anuk los engulló vorazmente hasta que su panza quedó llena. Luego se arrastró hasta la hoguera y se tendió a dormir con una oreja levantada por si había alguna señal de alarma. Yael regresó con una brazada de leña que descargó de golpe en la tierra. Absorto en sus pensamientos, alimentó el fuego y lo atizó con una vara hasta que ardió con llamas altas , azules. Después se acercó a Iskander para ayudarle. Entre los dos terminaron la faena en un abrir y cerrar de ojos. Para entonces, Rhiannon ya había puesto al fuego una olla. llena de verduras que se estaban guisando y estaba hirviendo el té. Con largos palillos a los que les había quitado las hojas, Rhiannon ensartó varios trozos de carne dulzona y fibrosa y los puso a asar. Mientras se terminaba de hacer la comida, Yael se mantuvo ocupado armando un tosco enrejado para ahumar y secar el resto de la carne de ciervo. Iskander, por su parte, bajó a la orilla para asearse como era debido y deshacerse de la incipiente barba que tanta le molestaba. Esa noche los buscadores se atiborraron de comida, casi hasta el hartazgo. Hacía mucho que no comían de esa forma. Cuando ya no pudieron comer más, Rhiannon se levantó y llevó los utensilios a la orilla para lavarlos y también la ropa sucia de Iskander, que lavó y escurrió antes de tenderla a secar al fuego. Mientras tanto, Yael e Iskander terminaron de trinchar la carne de ciervo, la cortaron en tajadas finas y las colgaron del enrejado para que se ahumaran y secaran lentamente sobre las llamas durante la noche. Poco después, Iskander le enseñó la nueva lección a su alumna. Rhiannon haría guardia esa noche, así que los dos hombres se dirigieron a sus tiendas y se echaron a dormir. Era lo justo. La noche anterior ninguno de los dos había descansado bien, porque no le habían permitido hacer su turno de guardia. El cielo estaba negro pero despejado y miles de estrellas parpadeaban como ojos vigilantes. Debajo, el bosque y el pantano estaban sumidos en el silencio; el viento era apenas un susurro sobre la tierra. La superficie del agua se rizaba y lamía mansamente la orilla. Un búho nevado ululaba a lo lejos. Envolviéndose más en la capa de piel, Rhiannon se acomodó contra el tronco de un árbol y se puso a reflexionar sobre los pensamientos que, desde que abandonara Torerag, habían predominado en su mente. Y mientras ella vigilaba en silencio, también el Círculo de Piedras, misterioso y enigmático, a lo lejos vigilaba... y custodiaba los secretos del corazón. 14 El majestuoso torreón de Ashton Wells fue escenario de un crimen monstruoso, un fratricidio. La tierra de Finisterre estaba gobernada según las costumbres de los Antiguos por una dinastía hereditaria, en la que el primogénito varón era el sucesor en el trono a la muerte del rey. Se debe tener esto muy en cuenta, pues fue lo que dio lugar al horrendo hecho que se llevó a cabo en el reino del Rey Lord Arundel. Aunque al final no resultó ser la bendición que se pensaba; el Rey Lord Arundel era un hombre prolífico y su Reina, Lady Bryony, una mujer fecunda, que le dio tres hermosos hijos -el príncipe Lord Niles, el príncipe Lord Gerard y el príncipe Lord Parrish, en ese orden. Todos los súbditos se regocijaron porque la sucesión estaba asegurada. El heredero era un saludable muchacho gentil y sabio, muy querido y respetado por el pueblo. Pero desgraciadamente había alguien que no quería al heredero y que ansiaba arrebatarle el trono. Ese ser maligno era el menor de los tres hermanos, el príncipe Lord Parrish. En secreto y en las entrañas del castillo, el príncipe estudiaba y practicaba el arte de la nigromancia. Valiéndose de ella, había privado del LibreAlbedrío a algunos de sus sirvientes que, desde entonces, le obedecían ciegamente. Así fue como concibió y maduró su plan para usurpar el trono. Mataría al príncipe Niles y haría recaer toda la culpa del terrible acto en su otro hermano, el príncipe Lord Gerard, quedando entonces como único heredero del trono. En el año de nuestro rey de 7260, por el recuento común, se consumó esta horrible felonía. Los incautos guardaespaldas del príncipe Lord Niles cayeron en un sueño profundo después de beber una poción que, con malas artes, les habían dado los esbirros del príncipe Lord Parrish. Sin guardias que le estorbasen, el propio príncipe Lord Parrish entró en el aposento de su hermano mayor y; una vez allí, recurrió a la magia negra y con un hechizo desconocido privó de voluntad y entendimiento al príncipe Niles. Cuando le tuvo completamente indefenso, le agarrotó mortalmente. Luego se demoró en el aposento sólo para desordenarlo y dejar en el suelo la insignia del príncipe Lord Gerard, como si se hubiera caído mientras los dos hermanos luchaban a muerte. El príncipe Lord Parrish salió del aposento sin que nadie le viera. Después de cierto tiempo se descubrió el cadáver del príncipe Lord Niles y esto causó gran conmoción. El Rey Lord Arundel amaba a todos sus hijos y le producía horror el solo pensar en que debía colgar a uno de ellos aunque fuera culpable de fratricidio. Como castigo por el abominable crimen que había cometido, se le desterró para siempre de la tierra de Finisterre y desde entonces el príncipe Lord Gerard fue un paria. Así logró sus propósitos el perverso príncipe Lord Parrish, porque de este modo quedó como único heredero del trono. Garrote el Desterrado fue el nombre que eligió para su vida de errabundo, pues no sólo le recordaba la injusticia que se había cometido con él culpándole de la muerte de su hermano mayor, sino también el triste destino que había recibido cotizo castigo. Bajo ese nombre el príncipe Lord Gerard viajó por todas partes acompañado de su gran amigo el gigante Ulthor de Boreal. Mientras recorrían lugares remotos y desconocidos, la Rueda del Tiempo giró trece años, y aconteció que, en la tierra gitana de Nomad, el príncipe: Lord Gerard y Ulthor conocieron a un grupo de peregrinos. que iban en busca de la legendaria Espada de Ishtar y se unieron a ellos. En el transcurso de los acontecimientos, sucedió que tuvieron que viajar a la tierra de los elfos, Potpourri, cuya princesa Lady Rosemary en el pasado habla estado prometida en casamiento al príncipe Lord Gerard. Por ella, que todavía le amaba profundamente, se enteró de la verdad de la culpabilidad de su hermano menor en el asesinato del príncipe Lord Niles -Y también de la horrenda suerte que había corrido el príncipe Lord Parrish. Borracho como una cuba, había confesado entre balbuceos su repugnante crimen y, temiendo la ira de su padre, el Rey Lord Arundel, y las fuerzas unidas contra él de los magos de la corte, huyó de Ashton Wells y había caído prisionero de los espantosos AntiEspecie, los ComeAlmas, que habían invadido estos dos continentes deAerie y Verdante, del que Finisterre forma parte. Y así fue corno el príncipe Lord Gerard volvió a ocupar su legítimo lugar como heredero del trono; y desde ese día nunca más volvió a oírse hablar del príncipe Lord Parrish. -Así está escrito en Los Anales de Finisterre registrados por el Historiador Tremayne de Ashton Wells DURANTE LARGOS Y TEDIOSOS DÍAS los peregrinos siguieron su marcha a través de las Montañas Majestic de Finisterre sin ningún tropiezo ni contratiempo hasta que, por fin, llegaron a las Planicies Strathmore, el ya legendario campo de batalla. Allí lleana y Cain se habían mantenido a pie firme contra los AntiEspecie, como lo habían hecho también los valerosos boreales.. Las planicies se extendían hasta donde alcanzaba la vista desde las Montañas Majestic hasta las Enmarañadas Scrublands o tierra de los matorrales, desde Hollow Hjlls hasta el Mar Greal Cerulean -y debieron de haber sido hermosas antes de que les cayera encima tan terrible infortunio. Porque era evidente que alguna vez se había esgrimido con fuerza fenomenal un gran Poder. Como si el sol que se hundía lentamente en el Océano Harmattan en el lejano horizonte occidental las hubiese incendiado, la tierra parecía una verdadera hoguera, la encarnación de lo que los Antiguos habían llamdo Infierno, aunque nunca había existido un sitio así en la Oscuridad, que era la nada Los color del ocaso bermellón, ocre oscuro, cetrino y ocre- delineaban con trazos horribles todo lo que allí crecía, pintando y sombreando encarnizadamente la vegetación atrofiada y retorcida, nudosa y deforme como si estuviera eternamente azotada por un viento salvaje. La bestia que anidaba en las entrañas de Cajn había deformado la naturaleza más allá de lo imaginable y quizá para siempre. Cain se angustiaría si viera toda esta devastación, pensó Iskander, profundamente apenado por todo lo que su amigo había tenido que padecer. Sólo al ver esa desolación llegó a comprender plenamente lo pesada que era la carga que Cain llevaba sobre sus espaldas. Se preguntó entonces cómo había podido soportar semejante responsabilidad, pero no supo qué responder. Lo único que sí sabía era que, por honestidad y compasión, Cain había hecho lo imposible para evitarle correr la misma suerte. Su congoja se tradujo en llanto silencioso. Apretó los párpados con fuerza, pero las lágrimas calientes se escurrieron dolorosamente y rodaron por sus mejillas dejando un rastro casi imperceptible a la débil luz del crepúsculo. Aunque no era un hombre propenso a llorar, no se avergonzaba de sus lágrimas ni intentó ocultarlas. A su lado, Rhiannon y Yael también contemplaban todo callados y con un nudo en sus gargantas. Un millar de sus amigos había muerto sobre esas tenebrosas planicies. Sólo Ulthor había sobrevivido. Nada de eso les había parecido real hasta ese instante. Los guerreros boreales se habían marchado -y no habían vuelto jamás. Cuando no se ven los cadáveres nunca se tiene la certeza de que se han ido para siempre aquellos a quienes les ha llegado el Tiempo del Tránsito; se sigue conservando la esperan7a de que, de algún modo, han burlado a la muerte y todavía se espera oír la voz tan amada el familiar sonido de sus pasos... Pero mirando las planicies Strathmore como lo hacían en ese momento Rhiannon y Yael tuvieron la certeza de que la muerte había recolectado allí su siniestra cosecha. Y los hermanos inclinaron la cabeza, elevaron una plegaria y deploraron las vidas tronchadas por la insobornable e ineludible guadaña de la muerte. Sin embargo no todo era desolación. En el corazón del ardiente brezal desfigurado había un lugar intacto. Era pequeño, sin duda, pero ese palmo de tierra era una chispa de vida y de esperanza en medio de las ruinas. Se sintieron espontáneamente atraídos. Allí Cain e Ileana, valerosos y triunfantes en la primera batalla que habían librado para salvar el mundo conocido, se habían jurado amor eterno. Desde entonces, cada solsticio de invierno una bella y rara flor solitaria abría sus pétalos de nácar durante una única larga noche, casi interminable -pasionaria la llamaban algunos, porque era lila, del color de la Luna Pasión que había salido en el cielo nocturno cuando se habían abrazado los dos amantes. Esa flor, se decía, era la que había creado ese encantador círculo feérico sobre la planicie, ese diminuto retazo de cielo que se mantenía vivo y lozano a pesar del infierno que amenazaba comérselo. Su espíritu y belleza eran tales que quitaban el resuello y partían el corazón; pero a pesar de todo, también, con. tribuían a hacer más llevaderas las Planicies de Strathmore y su tragedia -como una luz en la oscuridad. En el confín sur de los brezales se erguía Ashton Wells, dominando las vastas llanuras que se extendían a sus pies. Construida con enormes bloques de piedra gris extraídos de las Montañas Majestic, la imponente y sólida fortaleza remataba en altísimas torres y torretas, amplios arbotantes y ornadas almenas. De la muralla exterior pendían estandartes que ondeaban al viento. En ese momento el rastrillo de la entrada a la aldea estaba levantado como dándoles la bienvenida. Más allá de la muralla se extendía la aldea propiamente dicha, alrededor del castillo. Los peregrinos vieron entonces un cuadro de apacible actividad doméstica -tenderos levantando o cerrando sus tiendas al final de una jornada, en la plaza del mercado los buhoneros cargando sus carros con las mercancías que no habían podido vender ese día, todos emprendiendo el camino a sus hogares para comer y descansar. De las colinas distantes llegaban los taciturnos mugidos del ganado, de los riscos cubiertos de maleza los lastimeros balidos de las cabras y ovejas que iban hacia los corrales y rediles a pasar la noche y de vez en cuando el viento traía el tintineo inconfundible de los cencerros. Era una escena en riguroso contraste con el azote de las planicies y los buscadores sólo podían estar agradecidos por ello En verdad, a pesar de las descripciones que Ulthor había hecho de Finisterre, no sabían qué esperar. Les daba la sensación de que, a. pesar de la muerte y desolación en las planicies, allí la vida continuaba y, por fuera al menos, parecía normal. El grupo se encaminó hacia el castillo cuya colosalidad dejó mudos a Rhiannon y Yael. A pesar de los relatos de Ulthor e Iskander describiendo lugares como ese que estaban viendo, ninguno de los dos había imaginado nada parecido a Ashton Wells, que parecía salido de los cuentos fantásticos de los bardos. Lo único que podían hacer era tener la vista clavada en los muros de piedra gris más altos que los de Torcrag y que parecían atravesar las nubes. Sólo podían mirar boquiabiertos las torrecillas y parapetos y matacanes que adornaban la torre del homenaje, sin poder creer que los Especie hubiesen construido semejante estructura o que pudiesen vivir dentro de ella. Sin embargo, Iskander iba hacía allí confiadamente, como si no fuera algo extraordinario: y con dolor Rhiannon reconoció que para él no lo era. Por sus descripciones, su propia casa, la Fortaleza Tovaritch, debía de ser exactamente igual, pensó. Por primera vez se le ocurrió pensar lo atrasada e ignorante que debía de parecerle... y no sólo en lo concerniente a su Poder. No sabía nada de Tintagel fuera de los confines de Borealis, mientras que él había dado media vuelta al mundo. Ni siquiera Ulthor había viajado tanto ni tan lejos. Cuando se dio cuenta de esto, se sumió en el abatimiento. Había estado tan ansiosa de aprender todo lo que Iskander pudiera enseñarle que no había considerado qué pensaba de ella. Qué lastimosas debieron parecerle sus osadas palabras cuando le había pedido que le enseñara, cuando le había ofrecido su cuerpo para sobornarle. Se desesperó. Por primera vez pensó en regresar a su aldea, a Borealis, para no seguir siendo una carga para Iskander... ni que lo fuera Yael, pues estaba convencida de que la seguiría. No obstante, quedaba el hecho de haber jurado fidelidad a Iskander... Y faltar a un juramento era algo muy serio. Y ellos sí le habían ayudado, se dijo Rhiannon furiosamente. A pesar de no ser avezados en las cosas del mundo, Yael y ella sí sabían vivir de la tierra y usar las armas que llevaban. Seguramente no era importante, tenía que serlo. No volvería a Borealis, se quedaría y le demostraría lo que ella valía. No sabía bien por qué pero era de vital importancia Para ella poder demostrárselo... aunque no le interesó sondear su corazón para averiguar el motivo. Le disgustaba reconocer la frecuencia con que Iskander poblaba sus pensamientos, sus sueños... y como a veces, de modo chocante, deseaba que no fuera sacerdote, Lord y, mucho menos, un hombre honorable. Los buscadores llegaron a la explanada de Ashton Wells Poco después de ponerse el sol y en el preciso momento en que bajaban el rastrillo de la entrada que no se volvería a levantar hasta la mañana siguiente. Pero Iskander no se inmutó, nada le detendría- Se adelantó resueltamente y le explicó al oficial de guardia que sus compañeros y él habían viajado penosamente desde Borealis y desde más lejos aún buscando una audiencia con el príncipe Lord Gerard y exigía que les franqueara la entrada .el castillo sin dilación. Acto seguido se generó una acalorada decisión entre los guardias. Algunos, los que dudaban de la historia y la apariencia de los buscadores les parecía sospechosa, se negaban rotundamente a permitirles la entrada. Otros, más inseguros, argumentaban que el príncipe se enfurecería si despedían a personajes tan importantes como decían ser. Finalmente el más listo sugirió que dejaran pasar a los buscadores hasta la torre del homenaje donde los guardianes decidirían si les permitían la entrada o les despedían sin contemplaciones. Convenido esto, los centinelas, refunfuñando por el trabajo adicional, lentamente levantaron el rastrillo lo suficiente como para dejar pasar al pequeño grupo. Luego, les señalaron el camino a la torre del homenaje que se levantaba en medio de un vasto patio cuadrado dentro de las murallas. Después de subir por la escalinata del torreón hasta las pesa. das puertas de la entrada, se encontraron ante dos guardianes rigurosos que les cerraron el paso cruzando las picas delante del portal. Finalmente, Iskander consiguió persuadir a los dos guardianes que, a regañadientes, les escoltaron hasta una gran sala. Allí les recibió un cortesano de cierta importancia y autoridad, ya que los centinelas al verle dejaron de mascullar y, cuadrándose, le saludaron con brío antes de girar sobre sus talones y regresar a sus puestos, cerrando las pesadas puertas del torreón a sus espaldas. -Distinguidos señores y señora, me temo que habéis llegado demasiado tarde para una audiencia con el Rey -anunció el cortesano, Lord Percieval, adelantándose rápidamente. Les miraba con sospecha y desdén porque parecían gente de mala fama, una cuadrilla de bandoleros o bárbaros, armados hasta los dientes y adornados con pieles y cuero, un gigante en el grupo y un animal salvaje pisándoles los talones, y sucios... vaya, ciertamente, por encima de todo, muy sucios. De la manga acampanada de la túnica Percieval extrajo un pomo de perfume y se lo llevó discretamente a la nariz-. ¿Nadie os ha informado? ¿No? ¡Caramba! -aspiró el perfume, maldiciendo para sus adentros al guardia negligente que había permitido que esos intrusos indeseables entraran en la fortificación-. Lo lamento, pero deberéis regresar con vuestra gente... cualquiera que sea esta... mañana. Han terminado por hoy las audiencias de mi señor. -No estamos aquí para ver al rey Lord Arundel aunque ,ciertamente tendríamos mucho gusto de presentarle nuestros respetos cuando sea posible -replicó Iskander amablemente reprimiendo, porque no tenía autoridad allí, el súbito deseo de hablar duramente al desdeñoso cortesano-. Deseamos una entrevista con príncipe Lord Gerard. Os ruego que tengáis la bondad de inforormarle inmediatamente que Lord Iskander sin Tovaritch, emisario iglaciano de las seis tribus orientales, está aquí, y con él Lady Rhiannon sin Lothian y el gigante Yael de Torcrag, ambos de Borealis. Informad a vuestro Lord, también, que hemos venido por recomendación de su gran amigo y compañero Ulthor de Torcrag, por un asunto de suma importancia que concierne a todo Tintagel y que rogamos verle sin demora. Eso es todo. Se desorbitaran de asombro los ojos de Percieval al tiempo que hacía una mueca agria ante las instrucciones perentorias de Iskander y su despedida altanera y despótica. No estaba acostumbrado a un trato semejante. Con todo, le resultó claro por qué los guardias no les habían negado la entrada al torreón. ¡Eran amigos de Ulthor, y uno de ellos era nada menos que un Lord y emisario iglaciano de las seis tribus orientales! ¡Con razón, tanto su porte como su proceder, eran tan autoritarios y arrogantes! Indicándoles con ademanes gentiles que debían ponerse cómodos sentándose en las sillas que se alineaban en la sala, Percieval salió deprisa hinchando pomposamente el pecho por ser el portador de tales nuevas. Poco después reapareció seguido de un hombre alto y moreno con una cicatriz en el pómulo y un parche negro sobre el ojo izquierdo y una mujer esbelta, rubia y de ojos azules con orejas delicadamente puntiagudas. Los compañeros reconocieron inmediatamente a la pareja por las descripciones que había hecho Ulthor; eran el príncipe Lord Gerard y su esposa elfina, la princesa Lady Rosemary. Como había estado desterrado de Finisterre -injustamente, como se supo más tarde-, el príncipe había vivido durante muchos años la vida de un paria y no estaba acostumbrado a respetar el protocolo. Saludó jovialmente a los viajeros, con lo que era para Percieval una inusitada falta de moderación y de decoro de parte de un príncipe y heredero del trono de Finisterre. En cuanto a su esposa, la princesa Lady Rosemary, tampoco resultó más discreta, un defecto que Percieval sólo podía atribuir a la caprichosa influencia de su esposo, ya que su propia tribu, los potpourrianos, tendían a ser más moderados y reservados. Esperaba que los visitantes comprendieran el honor que se les hacía. El príncipe y la princesa se habían levantado de la mesa donde estaban cenando en el gran salón del castillo para bajar a recibirles y saludarles. Sin embargo, sospechó que, a excepción del Lord iglaciano, los demás conocían esas sutilezas. Suspiró con pesadumbre, movió otra vez la cabeza reprobando el aspecto desaliñado de los viajeros y volvió a llevarse discretamente el pomo a la nariz. -¡Percy! -La dulce voz musical de Rosemary le sacó de su ensimismamiento-. Encargaos de que preparen algunos .aposentos. para nuestros huéspedes de inmediato. Que haya en ellos una comida abundante y caliente y los baños preparados. Estoy segura de que están hambrientos y terriblemente fatigados después de tan largo viaje. -Claro -confirmó Gerard echando una mirada fugaz a su esposa y dejando de hablar con Iskander-. Pero hay muchas cosas que me interesa oír y quisiera oírlas lo antes posible. Percy, en cuanto nuestros huéspedes se hayan refrescado y hayan comido mándame avisar. -Dirigiendo nuevamente su atención a Iskander, continuó:- Seguiremos nuestra charla más tarde, esta misma noche si no te incomoda, Lord. Mientras tanto, sed todos vosotros bienvenidos a Ashton Wells. Si necesitáis algo más, sólo tenéis que pedirlo y Percy hará que seáis satisfechos. -Mil gracias, Lord -respondió Iskander con absoluta sinceridad-. Ya me he convencido de que Ulthor fue un buen consejero al indicarme que debía buscaron. Desde este momento espero con sumo interés nuestro encuentro de esta noche. El príncipe y la princesa regresaron al gran salón donde les esperaba la comida, mientras Iskander y el resto seguían a Peracval por una empinada y estrecha escalera de caracol que llevaba a las partes altas del torreón. Rhiannon y Yael miraban con reverente asombro y admiración el lujoso interior de la torre del homena. je. En unos minutos más los viajeros estaban alojados en un amplio aposento privado y dos habitaciones adyacentes una a cada lado. En medio de todo se erguía Percieval, dando palmas y ladrando órdenes a sirvientes y doncellas que corrían de un lado a otro llevando velas, ropa blanca, fuentes cargadas de comida, cubos llenos hasta el borde de agua caliente y muchísimas cosas más. Los sirvientes y las doncellas encendieron las velas en todos los candelabros de pared y los leños en los hogares; hicieron las camas con sábanas limpias y las dejaron abiertas para la noche; pusieron la mesa como para un banquete y llenaron las bañeras dejando cerca de ellas panes de jabón perfumado, frascos pequeños de perfume toallas limpias y ricas vestiduras de seda que el presuntuoso pero muy eficiente Percieval había sacado de las arcas del castillo. Por fin cesó el torbellino de actividad; los sirvientes y doncellas desaparecieron y Percieval, asegurándose de que todo estaba en orden también se marchó -rogando devotamente que la próxima vez que les viera los toscos visitantes se hubieran trasformado milagrosamente en seres civilizados. Les había ofrecido la asistencia de algunos sirvientes y doncellas, pero Iskander, baruntado que Rhiannon y Yael se sentirían incómodos, las había rechazado y había acallado las protestas de Percieval arqueando diabólicamente una ceja. Sola en su habitación, Rhiannon sólo podía mirar todo lo que la rodeaba con la boca abierta. nunca en su vida había visto tanto lujo. Preciosos cirios en vez de velas de junco y tantas que le espantaba pensar cuánto debían costar. Mojando con la lengua el pulgar y el dedo índice para no quemarse, pellizcó los pabilos de todas dejando sólo las necesarias para iluminar adecuadamente su aposento. Luego, dudó súbitamente al recordar la cantidad de antorchas encendidas en los corredores, temió haber cometido alguna falta y rápidamente volvió a encenderlas. Al terminar tomó el atizador que estaba cerca del hogar y removió el extraño fuego generado por unos duros terrones negros de una roca desconocida. Las llamas eran bastante reales, pero no entendía qué era lo que hacía arder las rocas. No ardían como lo había hecho la roca que Iskander había encendido en la cima del túmulo de Groaning Gorge. Por fin, incapaz de resolver el misterio, dejó el atizador en su lugar y se acercó al lecho. Era realmente inmenso con un gran dosel y cortinas y la tarima era tan alta que para acostarse debía subir unos escalones de madera adosados al marco. Rhiannon subió e inmediatamente se hundió en el lecho más mullido y suave que había conocido. Estaba segura de que no estaba relleno de ramas de pinos. Tímidamente brincó una o dos veces y sonrió feliz por la maravillosa sensación que le produjo. Recordó entonces que se enfriaba el agua del baño y se quitó la ropa metiéndose cautelosamente en la bañera de cobre repujado. El agua era la perfección personificada, más caliente que todas en las que se había bañado en su vida, acostumbrada como estaba a realizar su aseo en fríos arroyuelos de montaña. La bañera era bastante amplia y grande como para acostarse dejando sólo la cabeza fuera del agua. Así lo hizo y agradeció profundamente el calor que penetraba en sus doloridos músculos y entumecidas articulaciones calmando lentamente el dolor. Rhiannon destapó uno tras otro los frasquitos de perfume que tenía a mano sobre un banco y, curiosa, los olió. Al poco rato encontró uno, una mezcla de hierbas y flores silvestres, similar a la esencia favorita que había destilado en el pasado. Vertió el contenido en el agua. luego, un poco desorientada examinó los panes de jabón hasta que descubrió que tenían el mismo uso que as plantas jabonosas usaba para bañarse en Torcrag. Se frotó el cuerpo vigorosamente con un objeto poroso y áspero que, al caer dentro del, se tornó suave como piel de cabra y parecía hecho a propósito agua ra usarlo como paño para lavarse. Lavó y enjabono su pelo y luego se enjuagó entera con cubos de agua limpia que tenía cercad, la bañera. Salió de la bañera y se secó, pero tardó bastante en vestir, Después de varios intentos pudo ponerse las vestiduras foráneas,~ que habían dejado sobre una silla. Eran tan delicadas y etérea que Rhiannon al principio se sintió incómodamente desnuda, Buscó las suyas con la mirada y no las encontró. Indudablemente se las habían llevado para lavarlas. Cuando descubrió su imagen reflejada en el espejo de cuerpo entero, que estaba en un rincón de la habitación, quedó atónita, sin poder creer del todo que era ella misma. Se veía extraña, diferente. Por un momento se asustó de los cambios que le estaban ocurriendo. No era de extrañar que Yael hubiese temido que se convirtiera en una extraña para él. Pero entonces recordó que nunca habían sido iguales, que lo que siempre había deseado era ser ella misma, descubrir su propia identidad. Para eso había partido de Borealis, para ser quien era en plenitud. Se calmó un poco su desasosiego después de estos razonamientos. Por último se dijo que ni siquiera en Torcrag habría sido eternamente la misma. Las velas se habían consumido bastante. Al notarlo, Rhiannon supo que era tarde y que se había demorado más de lo que pensaba. Llamó a la puerta golpeando con los nudillos y oyó que Iskander la invitaba a entrar. Abrió tímidamente y entró, todavía nerviosa. Se sentía desmañada y torpe en su insólito atuendo y en ese medio desconocido. La presencia de Iskander no la ayudó en nada para tranquilizarse. Estaba de pie en el centro de la sala vestido elegantemente de negro con kurta y chalwar de seda y un ancho hizaam alrededor de la cintura. Se veía cómodo y confiado en esas ropas lujosas dignas de un verdadero Lord y a las que estaba tan habituado. La camisa, con botones de ónice engastado en oro, se adhería a los anchos hombros, al pecho y al vientre plano y duro, enfatizando la musculatura y elasticidad de su cuerpo. En muy contadas ocasiones le había visto la garganta al descubierto, donde resaltaba el magnífico torques de oro, símbolo de su rango druswídico. Los pantalones, anchos y guarnecidos de galones negros, se plegaban armoniosa y artísticamente alrededor de la cadera y los fornidos muslos, estrechándose en las rodillas Para amoldarse a las pantorrillas y tobillos que estaban encerrados entre las altas cañas de las botas de cuero negro. Además de la ancha hoja alrededor de la cintura, llevaba un cinturón también de cuero negro de donde colgaba una vaina que guardaba la Espada de Isthar, a la que nunca abandonaba. Todo el traje hacía juego con el negro azabache de su pelo lustroso, en llamativo contraste con las alas plateadas de las sienes y el gris acerado de los ojos, y subrayaba la confianza que tenía en si mismo, la gallardía de su porte y la fluidez de sus movimientos. Rhiannon se dio cuenta entonces que ese era el verdadero Iskander y tuvo conciencia de lo poco que le conocía y de lo tosca que ella debía parecerle en comparación. Sintió una punzada cruel y feroz que le atravesaba el corazón. Herida y triste, susurró: -Lord..-Impulsivamente cayó de hinojos e inclinó la cabeza para que él no viera las lágrimas que brillaban en sus ojos. -Levántate, por favor, khatun -pidió Iskander sorprendido. Arrodillarse es algo que sólo se hace durante un ritual o como gesto de cortesía ante aquellos del más alto rango... y tú eres igual a mí en rango. Como mi vasallo debes permanecer de pie y saludarme con la mano derecha cerrada y apoyada sobre tu corazón. Aunque en un marco puramente social como este, es más apropiado que una Lady ofrezca sencillamente la mano al Lord con la palma hacia abajo, así -la instruyó tomándole la mano para levantarla lentamente del suelo-, para que él se la bese ligeramente, de este modo -le demostró rozándole el dorso de la mano con sus labios. El cálido aliento acarició la piel de Rhiannon y la hizo estremecer sin saber por qué-. No, no retires la mano con tanta brusquedad; se lo consideraría una grosería. Sólo si el Lord la retiene en su poder más tiempo del debido puedes insistir amablemente para que la suelte. -Ya-ya veo -tartamudeó Rhiannon, ruborizada-. Lo... lo siento, Lord. No fue mi intención ofenderte. Es que... yo... soy muy ignorante en cuanto a estas cosas... -Por lo cual creí pertinente enseñártelas -observó Iskander, Y en ese momento, mientras la contemplaba embelesado, se alegraba de que así fuera. El verde abayed de raso brillaba tetenuemente a la luz del hogar realzando su silueta esbelta. La larga cabellera suelta era una llamarada. Dos estanques de agua ambarina eran sus ojos y el cutis era más blanco y traslúcido que los pétalos de la rosa más blanca de verano. Era, pensó, mitad mujer, mitad niña, despertando al mundo bajo su tutela... en todos sus aspectos. Percibió un ligero temblor en la delicada mano que sostenía en la suya, vio temblar el carnoso labio inferior rojo como la sangre hasta que ella lo apretó entre los dientes pequeños y blancos. El color se acentuó en las mejillas rosadas como melocotones maduros y los pechos redondos y suaves subían y bajaba al ritmo de su respiración agitada, apretándose contra la delgada tela del caftán, haciendo que él tomara demasiada conciencia del cuerpo cimbreante, armonioso y sensual que siempre había visto envuelto en capas y capas de gruesas pieles. Respiró con ímpetu desmedido al sentir que, sin advertencia previa, crecía y se aceleraba su deseo. Estuvo a punto de atraerla entre sus brazos. El lecho estaba a pocos pasos de distancia. Pero de pronto, rompiendo el hechizo que les había tenido detenidos en el tiempo, llegó un golpe rudo dado a la puerta. Después de un segundo de vacilación, la voz enronquecida de emoción de Rhiannon dijo: -Creo que has sostenido mi mano demasiado tiempo, Lord -y suave pero firmemente la retiró, con los ojos bajos para que él no pudiera leer en ellos sus pensamientos. Iskander maldijo para sus adentros y cuando habló lo hizo en tono rudo invitando a entrar al intruso, sabiendo como Rhian. non que debía de ser Yael. Así era en efecto. El gigante apareció en el vano llevando su única muda de ropa limpia pues en las arcas del reino no se había encontrado ninguna prenda que pudiera servirle. Al ver a Rhiannon y a Iskander de pie y casi juntos, el rostro ruborizado de su hermana y el gesto adusto de su señor mostrando una emoción indescifrable, Yael entrecerró los ojos y se detuvo en seco. Reinó un silencio tenso en el aposento. Rhiannon no se atrevía a mirar a ninguno de los dos hombres, porque tenía la certeza de ver ira y dolor en el rostro de Yael y no sabía qué podría leer en el de Iskander. Con gran esfuerzo el boreal se tragó las duras palabras de reproche, sospecha y confrontación que pugnaron por brotar de su garganta. No tenía derecho a decirlas, lo sabía... Rhiannon así se lo había hecho saber de antemano... y vestido con sus prendas de cuero y pieles se sentía más alejado que nunca de su hermana, vestida como nunca antes la había visto. Por un penoso momento, Yael anheló ser distinto de lo que era, ser un hombre como su señor, vestido como su señor... porque entonces, quizá, Rhiannon se dignaría echarle algo más que una mirada indiferente. Pero el gigante pensó en su tribu y sintió vergüenza de haber anhelado repudiar sus derechos de nacimiento y su herencia. Debía enorgullecerse de quién y qué era; no podía ser nada más. Y al fin y al cates. ¿no era eso lo que buscaba Rhiannon... la oportunidad de ser ella misma? En ese instante lo comprendió. Forzando una sonrisa Yael exclamo: Caramba, Rhiannon, te ves tan igual a una princesa de las hadas que no te había reconocido. -Y se rompió el tenso silencio que había pesado sobre ellos. Con gran satisfacción Yael recibió la mirada agradecida de su hermana. Aclarándose la voz, Iskander sugirió que se sentaran la misa para compartir la comida antes de que se enfriase más. El mismo sirvió vino y cerveza espesa y amarga, mientras Yael y Rhiannon destapaban las fuentes y servían la abundante comida en los platos. Los peregrinos comieron con deleite; hasta Anuk tenía un enorme plato de madera con un montón de carne cruda que le había enviado especialmente Lord Percieval, barruntando cuál sería la preferencia del lupino. Una vez que los compañeros terminaron de comer, Iskander se levantó de la mesa y, por medio del pequeño paje apostado junto a la puerta del aposento, le comunicó al príncipe Lord Gerard que sus huéspedes estaban ya a su disposición. Poco después Lord Percieval en persona llegó para escoltar a los viajeros hasta los aposentos privados del príncipe. 15 Había muchísima información en Finisterre, más de la que jamás habría podido soñar, como si todo lo que alguna vez había pasado en el inundo estuviera registrado en el torreón de Ashton Wells. Aunque, por increíble que parezca, lo que se guardaba allí no era nada comparado con lo que contenían las bibliotecas de los claustros druswídicos de Oriente, según me comentó Iskander y que no pude poner en tela de juicio debido a mi ignorancia. Sin embargo, yo estaba profundamente maravillada y asombrada con los registros del torreón. Había centenares de anaqueles con pergaminos encuadernados como no había visto en mi vida: "libros", los llamó Iskander y dijo que pertenecían a los Antiguos y por lo tanto databan del Tiempo Anterior, lo cual significaba que eran aún más antiguos que la gran guerra que casi había destruido a Tintagel -las Guerras de la Especie y el Apocalipsis las llamó Iskander. Las habitaciones en las que se almacenaban los registros se conocían como los archivos y allí pasé muchas horas leyendo lo poco que podía. Pues mucho estaba escrito en lenguas que no podía entender, menos aún leer o escribir: finisterreari, potpourrian (en la tierra natal de la princesa Lady Rosemary se ocupaba permanentemente a los escribas para hacer duplicados exactos de los manuscritos de las bibliotecas de Potpourri que luego se le enviaban a la princesa con la esperanza de que ningún registro, por insignificante que fuera, pudiera llegar a perderse en el Tiempo Futuro), gallowish, nomad, contucopian y hasta valcoeurish, y también en lengua antigua que hasta Iskander conocía poco. Pero yo podía leer tolerablemente bien lo que estaba escrito en borealish y en la lengua común. Por los registros me enteré de que muchas de las historias fantásticas que cantaban los bardos en boreal se habían originado en hechos reales y que en tiempos remotos en Tintagel habían existido cosas que en nuestros días son inimaginables, como: barcos que volabas: por los aires y hasta, increíblemente, hacia las lunas y las estrellas; grandes ciudades populosas con edificios más altos que montañas; e innumerables máquinas capaces de realizar tareas que a mí me parecían irreales y fantasiosas. Sin embargo, Iskander me aseguró que los relatos de los registros sólo contaban la verdad. Ciertamente, llegó a afirmar que no alcanzaban ni con mucho a narrar en su totalidad la historia de Tintagel, porque los Antiguos habían almacenado la mayoría de los datos en lo que llamaban Viscos", y que en Tiempo Presente no había nadie que supiera cómo transcribirlos. Por ese motivo mucho se ha ido perdiendo a lo largo de los siglos. Me explicó, además, que por esa razón todos en Oriente tenían la obligación moral de escribir un diario íntimo que se depositaba en los Archivos de su terruño cuando les llegaba el Tiempo del Tránsito. Se esperaba que así aquellos del Tiempo Futuro supieran siempre qué había sucedido antes y aprendieran del Tiempo Pasado. Por eso es por lo que yo ahora registro mis pensamientos y las normas de mi SendaVida lo mejor que puedo. -Así está escritoen Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian FUE REVISANDO LOS ARCHIVOS CONSERVADOS EN Ashton Weps como se consiguieron los conocimientos necesarios para construir el barco. Pudieron entender sin mayores dificultades todos los datos y especificaciones que se habían anotado pues era un registro reciente. La fecha de entrada sólo se remontaba en el Tiempo pasado a la salida de Occidente de vuelta a Oriente de Cain e Ileana, Uno de los miembros de aquella tripulación había sido la maestra constructora de barcos Halcyone set Astra. Era la misma que había diseñado el extraordinario barco de vela Moon Raker, en el que Cain e Ileana y sus compañeros habían navegado de Cygnus casi hasta las costas de Cornucopia antes de que un gigantesco pulpo atacara y hundiera la nave. Sólo un puñado de tripulantes había podido escapar del desastre en botes salvavidas. Habiendo sobrevivido a la búsqueda de la Espada de Ishtar, la Maestra Halcyone había dado las instrucciones necesarias a los elfos potpourrianos de la aldea de Bergamont para la construcción de un barco más pequeño pero fuerte y resistente, el Spice of the Seas, en el que Cain, Ileana y el resto del grupo habían podido regresar sanos y salvos al terruño. Por orden de Cain e Ileana, la Maestra Halcyone había dejado allí una serie completa de esos planos por si los elfos llegaban a necesitarlos alguna vez. Como ya era costumbre, se habían mandado copiar debidamente como precaución de una posible pérdida irreparable y se habían enviado las copias a la princesa Lady Rosemary para que las conservara en los archivos de Ashton Wells. Mientras Iskander contemplaba el barco Frostflower que se mecía suavemente sobre las olas del Océano Harmattan al otro lado de las Colinas Hollow de Finisterre, agradecía a la Luz tanto por la insaciable sed de conocimientos de los potpourrianos y los finisterrenos como por su tendencia a tan meticulosa conservación de los registros. Si no hubiese sido por esas dos circunstancias providenciales, no habrían podido construirlo y se habrían visto obligados a cruzar el océano que separaba los continentes de Aerie y Verdante de los de Montano y Botánica en un pequeño bote de mimbre y cuero o en algún esquife, Por lo menos, en el Frostflower, tenían buenas probabilidades de navegar sin contratiempos y con mayor seguridad. No se podía pedir más que eso. Al pasear la mirada por el impresionante campamento que habían erigido en la costa más occidental de Finisterre, consideró que el príncipe Lord Gerard había cumplido con creces la promesa que les había hecho de prestarles ayuda. A todo lo largo de la costa se levantaban los pabellones donde se albergaban toda clase de oficiales, desde metalistas a tejedores pasando Por artesanos, que poseían conocimientos prácticos de la vida del bosque y habilidad en trabajos de madera. Se habían necesitado los esfuerzos combinados de todos ellos para construir la embarcación que estaba amarrada al largo muelle, que no había existido hasta hacía unas semanas pero que ahora se metía en el agua como indicándoles el camino. Le maravillaba todo lo que se había podido hacer en tan poco tiempo. Se volvió entonces al príncipe Lord Gerard que estaba a su lado. -No sé cómo expresar mi profunda gratitud o recompensar a tu pueblo y especialmente a ti, por todo lo que habéis hecho por nosotros -dijo simplemente. -Quema la nave, Iskander -replicó el príncipe seriamente sabiendo que exigía demasiado del hombre que en el tiempo que habían pasado juntos se había convertido en su amigo-. Si eres lo bastante afortunado para alcanzar la costa occidental del mar, quema la nave para que no caiga en poder de los AntiEspecie y puedan utilizarla para volver a invadir estas tierras. Porque si, como crees, el corazón de la Oscuridad se encuentra en Montano o Botánica, allí debe de haber una cantidad de ComeAlmas imposible de contar. Y no se detendrán ante nada para propagar su maleficio lo más lejos que puedan, como yo, que he sobrevivido a la batalla de las Planicies Strathmore, puedo dar fe. -La Luz sabe que jamás querría verte desamparado en aquel lugar, Iskander. Pero si debes internarte en el territorio para encontrar lo que andas buscando, te verás forzado a abandonar el barco... y aun cuando encontraras el modo de ocultarlo, nunca podrías estar plenamente seguro de que no lo hallarían durante tu ausencia. A pesar de que son enfermos... y, en consecuencia, dementes... los AntiEspecie son inteligentes y astutos y les impulsa un fanatismo que aterra. Poseen la comprensión necesaria para saber cómo pueden hacer para que los barcos les sirvan; y por más que yo quisiera y pudiese, no osaría agarrarme a un clavo ardiendo para salvaros la vida a riesgo de exponer a Aerie y Verdante a un nuevo azote de los ComeAlmas. Si llegaran a ganar aquí una posición inexpugnable, es seguro que, a la larga, invadirían el mundo entero y entonces todos estaríamos condenados. Yo debo contraponer estoque es una certeza a la única posibilidad de que ellos hayan conquistado la totalidad de Montano y Botánica. -Comprendo perfectamente -afirmó Iskander, serio-, y no te culpo por lo que me. pides, Gerard. Yo en tu lugar haría exactamente lo mismo. Puedes estar completamente seguro, amigo mío, de que se hará como deseas. Con mis propias manos, si fuera necesario, prenderé fuego al barco si descubro que debemos dejarlo atrás. Te doy mi palabra. -Entonces, te deseo una buena suerte en tu peregrinaje, amigo mío, dondequiera que te conduzca. Aquí tienes, tómalo. –el príncipe puso un paquete de rollos en las manos de Iskander. – Rosmary en persona hizo esta copia de diseños del barco de la Maestra Halcyone. Llévala. Es posible que alguna tribu de Montana o Botánica quiera y pueda ayudarte como una vez ayudaron a Cain e Ileana los potpourrianos de Bergamot. Es la única posibilidad que puedo ofrecerte, Iskander. -Una vez más, mil gracias, Gerad –reiteró Iskander, metiendo los rollos en la bolsa que llevaba ceñida a la cintura-. Pierde cuidado, protegeré estos planos con mi vida. Y ahora, los otros y yo debemos prepararnos para abordar el Frostflower. Si los cálculos de tus astrónomos son correctos, las lunas estarán esta noche a su mayor distancia de Titangel. Quisiera navegar tan lejos como pueda antes de que vuelvan a acercarse y hagan estragos en los mares. Adiós, amigo mío, aquí nos separamos, te deseo lo mejor. -Que la Luz sea contigo, Iskander –contestó el príncipe con el rostro solemne y una expresión de gran tristeza, sabiendo que Iskander iba indudablemente a su muerte-, y ten por seguro que ocurra lo que ocurra, así como el recuerdo de Cain e Ileana está siempre vivo en Finisterre, también lo estará el tuyo… por todo el tiempo que Ashton Wells esté en pie y más allá. Esto lo juro por todo lo que es sagrado. Siete fueron los que, después de haber salido las lunas y cambiado la marea, soltaron las amarras del Frostflower, y desplegaron las velas al viento nocturno. Así como Cain e Ileana habían ganado adeptos en el Occidente, Iskander también les había atraído a su causa y tres de Ashton Wells habían optado por unirse a los buscadores. Estos tres eran Sir Weythe, un viejo soldado finisterreno que había perdido el brazo izquierdo en la batalla de las Planicies de Strathmore pero que todavía manejaba la espada mejor que muchos hombres de dos manos; y dos guerreros porpourrianos, Chervil y Anise, de la guardia personal de la princesa Lady Rosemary. Sir Weythe era un hombre corpulento, canoso y curtido por la intemperie a los largo de los años. Era hijo de un simple pescador y antes de convertirse en soldado había ayudado a su padre a pesar en las aguas poco profundas de esa bahía, de donde acababa de zarpar el frostflower. Por eso entendía algo de botes y conocía el océano, y aunque Iskander había hecho todo lo posible para disuadirle de acompañarle, estaba contento de tenerle junto a él. a pesar de ser viejo y tener ojos legañosos, Sir Weythe todavía tenía la vista aguda y su mente perspicaz seguía tan despierta como cuando era un muchacho: y no había mejor maestro que la experiencia, pensaba Iskander. El viejo soldado había visto muchas cosas en su tiempo y después de haber perdido no sólo su brazo, sino también su familia a manos de los AntiEspecie, tenía sus buenas razones para ofrecerse como voluntario para la peligrosa misión y no le disuadirían. Los potpourrianos tampoco habían prestado atención a las advertencias de Iskander. Chevril y Anise eran marido y mujer y habían visto morir a no pocos de sus amigos en la batalla de las Planicies de Strathmore. Habían sido ellos los que acompañaran a Cain e Ileana en el viaje de regreso al terruño a la aldea Bergamon de os elfos y supervisaron los arreglos para la construcción y la botadura del Spice of the Seas. Después de conversarlo largamente entre ellos, los elfos habían anunciado que ellos también se unirían a los buscadores. Era indudable, había asegurado, que la expedición tenía necesidad de contar con dos buenos guerreros más y con sus ballestas ambos eran tiradores de primer orden; y aunque no eran artesanos expertos, algo entendían de barcos. Además, habían agregado, tenían el oído muy fino, eran excelentes rastreadores y poseían vastos conocimientos de las ciencias populares y de las tradiciones. No sólo era su deber sino un verdadero privilegio para ellos, habían insistido, servir como pudieran al amigo de Cain e Ileana, los que habían impedido que los continentes de Aerie y Verdante cayeran presa de los ComeAlmas. Iskander estaba sumido en sus pensamientos en la popa de ese barco modesto pero sólido que cada vez les alejaba más de la costa. Mientras contemplaba las olas sólo podía rogar y aferrarse a la esperanza de que sus seguidores no se hubiesen equivocado en otorgarle su confianza. No había hecho nada para merecerla y lo sabía. Lo que era peor aun, estaba tan preocupado como lo había estado desde un principio creía que les estaba conduciendo a una muerte segura. Agobiado pro esas siniestras ideas, miraba fijamente la costa de Finisterre que iba desapareciendo lentamente en el horizonte. Sin embargo todavía podían verse las hogueras del campamento ardiendo con luz brillante como faros en la noche y agradeció ese último gesto de despedida para los que estaban a borde del Frostflower. El espectáculo le hizo pensar en la noche anterior. Todos se habían reunido alrededor de las hogueras del campamento. Rhiannon y Yael habían honrado la memoria de los héroes muertos en la batalla de las Planicies Strathmore cantando el réquiem borealish mientras los bardas finisterrenos habían añadido sus voces y poemas a la epopeya que ya era una leyenda. La ceremonia había sido realmente emotiva. Poco después Sir Weythe, Chervil y Anise habían afirmado ante Iskander que se unirían a él en la búsqueda del corazón de la Oscuridad. Suspiró apesadumbrado al recordarlo. Dio la espalda a la costa que ya había desaparecido y se alejó de la popa. A pesar de todo se alegraba de no tener que reunir un ejército para librar una batalla campal contra los AntiEspecie. La naturaleza de su misión era otra. No quería ser responsable de otra matanza semejante y compadecía a Cain e Ileana por las cicatrices que les habían marcada para siempre. Se encaminó a la proa para hablar con Sir Weythe, que es. taba al mando del timón gobernando el barco rumbo a lo desconocido. -¿Cómo vamos? -preguntó al soldado-. ¿Algún problema? -No, Lord. Hasta ahora hemos tenido suerte -respondió Weythe-. El Frostflower no es una maravilla, pero es sólido, gracias a la Luz y al príncipe Lord Gerard. Creo que, descartando cualquier catástrofe imprevista, nos llevará sin muchos contra tiempos. Espero que el viento y la marea estén de nuestra parte también esta noche. Estas son aguas que conozco desde mi juventud, antes de convertirme en soldado. Pero cuando pasemos Wickmere Pass, el cabo más occidental de Finisterre, nos enfrentaremos a lo desconocido. Ninguno de nosotros conoce el camina Entonces tendremos que recurrir a nuestros mapas, Lord, y esperar que sean lo más exactos posible. Si el tiempo se mantiene así r los cielos siguen sin nubes, también podremos guiarnos por la estrella polar. Mientras esté a nuestra derecha sabremos que nuestro rumbo es oeste y me parece que, en ese caso, forzosamente llegaremos a Montano o a Botánica, a menos que se los haya tragado el mar. Esa era una posibilidad, reflexionó Iskander sombrío, que nunca podía dejarse de lado, aunque no le agradaba pensar en ella. Y Tintagel había sufrido semejantes catástrofes en el pasado Así contaban los bardos en sus canciones. Cantaban tristes podo mas que narraban historias de antiguas tierras que habían' para siempre al fondo del, mar o que habían sido barridas de la superficie por violentas borrascas y mareas altísimas: Mu, Pan Lumania, Lemuria, Atlantis, Lyonnesse y Ys. Se decía también que. en tiempos remotos el mundo había estado poblado de grandes civilizaciones como esas. Civilizaciones con conocimientos tan vastas que les habían permitido colonizar muchos planetas. Sin embargo, todo lo que quedaba de ellas eran castillos hundidos que los Pescadores de perlas y esponjas de Lorelei juraban haber avistado pero a grandes profundidades. Otros alegaban que todas esas visiones eran sólo cuentos, que tales "fortalezas" no eran otra cosa que montañas, riscos y peñascos, que se habían desmoronado cayendo al fondo de los mares, que continuamente erosionaban la tierra cambiándola y moldeándola de nuevo. Cuentos o no, lo único cierto era que la tierra había sufrido grandes cambios en los últimos tiempos. Los escasos y preciosos mapas y cartas de derrota que habían sobrevivido a las Guerras de las Especies y al Apocalipsis y que se guardaban como tesoros eran poco fiables por esa misma razón. De hecho, esas terribles guerras habían sido responsables de tales incendios y glaciaciones como nunca antes se habían visto, dejando partes de la tierra devastada y otras completamente destruidas. Tanto durante como después, las guerras habían provocado grandes cataclismos. Fuerzas titánicas habían arrancado de cuajo grandes extensiones de costas de los continentes, el fondo de mares y océanos habían sufrido maremotos, las montañas habían caminado y cientos de islas habían. desaparecido. Todo eso lo había leído Iskander en las Crónicas guardadas celosamente en los archivos de Monte San Christopher. Debió haber sido algo horripilante, pensó espantado. Los Antiguos, por pura ignorancia y desidia, habían labrado no sólo su propia desgracia sino también la de sus mundos. Se estremeció y lo atribuyó a una ráfaga de viento nocturno. Se envolvió más en su capa para resguardarse del frío de la noche y de la rociada de las Olas que chocaban incesantemente contra la proa del barco. Arriba, las lunas resplandecían como tres gemas engastadas en el negro terciopelo del firmamento; las estrellas eran diamantes cuyos reflejos tachonaban el océano. Soplaba el viento que hinchaba y gualdrapeaba las dos velas blancas del Frostflower. Y a lo lejos se oían los estridentes chillidos solitarios de las aves de ribera de Finisterre que se oponían armoniosamente al suave chapaleteo de las Olas contra la quilla de la solitaria silueta que se recortaba contra el horizonte oscuro, mientras seguía navegando raudamente hacia el oeste. Iskander dejó volar su imaginación y vio al Frostflower navegando eternamente por los mares sin poder desembarcar jamás, como el buque fantasma de un planeta remoto cuya historia había leído .hacía tiempo en la biblioteca de Monte San Christopher. Cerró ojos y borró esas imágenes. Sin embargo, si Montana y Botánica ya no existían... Pero no podían haber desaparecido ambos, uno u otro tenía que estar allí, se tranquilizó. De lo contrario ¿de dónde habían salido los AntiEspecie? ¿De la estrellas? ¿De los mares? No podía creer en esas fantasías. Cain había desarrollado una teoría al respecto. La repugnante plaga había sido un mal engendro de los Antiguos en tiempos de guerra que había permanecido en estado latente durante milenios hasta que finalmente , y para mal de todos, había salido de su letargo para contaminado a los Especie. Sólo el Guardián Inmortal sabía cómo había nacido. Los Antiguos habían llegado a adquirir vastísimos conocimientos, pero se habían corrompido por la maldita tecnología que había desarrollado gracias a la ayuda e instigación de los demonios Miedo y Codicia. La utilizaban en lugares de perversión -"laboratorios", los habían llamado entonces- donde trabajaron en muchas cosas funestas para el mundo -experimentos depravados, manipuleos genéticos indebidos, copulaciones antinaturales- cuyos resultados calamitosos se habían liberado durante las Guerras de IaEspecie y el Apocalipsis. Iskander consideraba que no estaba bienio que habían hecho los Antiguos en nombre de sus dioses Investigación y Desarrollo. Era un legado terrible el que habían dejado a incontables generaciones de inocentes y confiados descendientes. Como uno de ellos, Iskander les maldijo. -¿Lord? Había estado tan absorto en sus pensamientos que no la había oído llegar, aunque habría reconocido su voz en cualquier parte, pensó. Rhiannon... era ella. Se volvió y una vez más quedó prendado de su belleza. Estaba envuelta en su manto de piel blanca, pero el viento había echado atrás la capucha y la larga cabellera enmarcaba su rostro seductor como un halo de fuego a la luz de las lunas, empalideciéndolo más. Brillaban sus ojos color de ámbar. Los gruesos labios rojos estaban húmedos por el beso del rocío del mar y ligeramente entreabiertos, como si tuvieran ala .expectativa de algo. -Lord -repitió en voz más baja-. Lo siento. No tuve la m. tensión de molestarte en tus cavilaciones... -¡Nada de eso! Está bien. He terminado, y a decir verdad eran tan tristes los pensamientos que estaba rumiando que me alegra que me interrumpas. Dime, khatun, ¿qué te ha hecho abandonar el calor del brasero debajo de cubierta y te ha hecho saló frío de la noche primaveral? -Es que ya ha pasado la hora acostumbrada de nuestra lección, Lord. ¿No vamos a dar clases esta noche? Sé que el barco es estrecho, pero pensé... bueno, que me contentaría con Practicar la escritura y la lectura, Lord, si estás dispuesto a enseñarme. Quiero que se acostumbre bien mi lengua para hablar vikanglian antes de poner pie en mi terruño natal. -¿Tanta confianza me tienes, Rhiannon, que nunca dudas del éxito de esta misión o de nuestra supervivencia? -preguntó amablemente. -Desde luego -respondió sosteniéndole la mirada-, porque desde que te vi por primera vez supe instintivamente que la luz estaba contigo, Lord. No creo que nos decepciones... ni que decepciones a Tintagel. Iskander volvió a soltar un largo suspiro. -ojalá pudiera estar tan seguro de ello -le confesó. -¿Dudas entonces de ti mismo, Lord... o es que te sientes responsable de todos nosotros y eso te agobia? Pero ya te he dicho que no debes cargar con ese peso. No somos niños y cada uno de nosotros, por distintas razones, hemos decidido seguirte, Lord. La elección ha sido nuestra, no tuya. No nos has pedido ni ordenado que lo hiciéramos. Al contrario, muchas veces nos has advertido de los peligros que podríamos correr para que no te siguiéramos. ¿Qué más podrías haber hecho? -Negarme a aceptar el juramento de fidelidad de todos vosotros, supongo... -Y, por hacerlo, ¿te habrías creído superior a nosotros? Vaya, Lord, no podrías haber hecho semejante cosa. Este mundo es tan nuestro como tuyo y tenemos el mismo derecho de defenderlo. De todos modos, sintiendo como sentimos todos nosotros, cada uno te habría seguido sin pensarlo demasiado. ¿Eres culpable por ello? ¿No es mejor de esta manera con todos nosotros que lo, ayudamos y protegemos y recíprocamente? No me parece justo que un Especie deba enfrentarse solo a esta horrorosa Oscuridad que trata de avasallarnos. Es injusto por parte de tu pueblo enviar un solo hombre en una misión semejante, creo. -No, khatun, en eso estás equivocada y si te hubieses criado en Vikanglia, como te correspondía por derecho de nacimiento, sabrías reconocer la verdad de mis palabras cuando digo que en Oriente hemos aprendido del Tiempo Pasado y tratamos por tolos medios de no repetir los errores de la historia. La guerra es algo terrible... y poner el espíritu en peligro aún peor. Ser uno con la Luz es todo lo que cuenta. ¿Para qué condenar miles de vías si con una sola basta? Esto demuestra la demencia de los antiguos que olvidaron que las necesidades primordiales del todo deben prevalecer siempre sobre las necesidades menores de las partes de ese todo. Mira a Sir Weythe al timón, khantn. ¿Te parece que habría sido capaz de defender su brazo a riesgo de la . vida? -inquirió en tono grave. -No, Lord -respondió ella suavemente-. Creo que no. -Entonces entiendes de qué hablo. -Calló por un momento. .- Bueno, no hablemos más de esto. No estamos de ánimo para estas cosas cuando tenemos por delante un mar impredecible y un camino desconocido... perspectivas nada alentadoras, tal como, están las cosas. Vamos, caminemos un poco por la cubierta. Esta vez te daré una clase algo diferente que espero sea de tu agrado khatun. Vamos. Caminaron en silencio a lo largo del barco hasta llegar a la popa donde la cubierta adquiría la anchura total de la embarcación y había un poco más de espacio para moverse, aunque siempre limitado. Allí Iskander volvió a hablar. -Has aprendido bien todo lo que te he enseñado hasta ahora, khatun, pero en la nave no tenemos suficiente espacio para que continúes tus prácticas como antes. Así que, aunque esta etapa de tus progresos está lejos de ser la ideal para una clase semejante, he decidido comenzar a instruirte en los que son los MetaMorfismos más difíciles de dominar... las criaturas de los cielos. -Estas involucran un uso del Poder extremadamente complejo, porque es obvio que no podemos volar. A diferencia de lo que sucede cuando proyectamos animales terrestres y hasta marinos, en este caso no podemos movernos en verdadera conjunción con la forma del ave que estamos proyectando... es decir, cuando tomas la forma de un lupino, por ejemplo, y comienzas a correr. para el espectador parece que es un lupino corriendo, porque la forma hace lo que tú haces, como si te hubieras convertido literal. mente en un lupino. ¿No es así? -Claro -afirmó Rhiannon, escuchando con toda atención -Pero somos Especie y por lo tanto... terrestres, a menos que montemos en alguna bestia voladora. Así que, si corres y mueves los brazos imitando los aleteos de un pájaro en vuelo y tu aura con la forma de un pájaro se mueve contigo de la manera acostumbrada, parecerás un ave que revolotea a escasos centímetros del suelo. Si esto dura demasiado, el observador lo considerará anormal y empezará a dudar de lo que está viendo. ¿Entiendes lo que estoy diciendo, khatun? -Sí, pero cómo se realiza entonces el MetaMorfismo, Lord? -inquirió, desconcertada. -De este modo: dividiendo y coloreando el aura para hacer invisible el cuerpo que sigue en tierra y se vea solamente la criatura aérea. Como sospecharás y con razón, esta técnica requiere un tremendo control del Poder y del cuerpo, khatun, porque el aura es parte de uno mismo y no se separa fácilmente. Ahora observa y te demostraré cómo se hace. Sin más, Iskander retrocedió unos pasos escudriñando cuidadosamente todos los rincones antes de invocar su Poder. Luego, muy lentamente comenzó la MetaMorfosis. Brilló el aura de un azul intenso hasta que, como en un calidoscopio, se mezclaron formas y colores impregnando su nebulosidad y el cuerpo físico de Iskander se desvaneció tomando la forma de un halcón negro que se cernía sobre la cubierta a la altura de la cintura de Rhiannon. El ave se mantuvo brevemente en ese lugar aleteando con regularidad. Luego, soltando un estridente chillido, batió con fuerza las alas y remontó vuelo internándose en la noche. La luz de las lunas platearon y dieron un brillo casi sobrenatural a sus plumas. En el barco, Iskander había desaparecido como si se hubiera disuelto en el aire, aunque Rhiannon sabía que no era así. Como le había enseñado en anteriores oportunidades, extendió las manos y caminó moviendo los brazos como un ciego que tantea el camino, hasta que sus dedos detectaron el tenue calor del aura y supo que estaba junto a ella. Rápidamente retiró las manos conociendo por experiencia que sentiría un cosquilleo eléctrico si le tocaba. El ignorante lo consideraría una sensación producida por algún fenómeno atmosférico, pero el versado en el Arte del MetaMorfismo sabría que era lo único que indicaba que la bestia, a pesar de su aparente tangibilidad, era una ilusión, algo irreal, la creación de un MetaMorfrsta. Pero no había ningún animal en la cubierta, lo cual maravilló a Rhiannon. Era increíble la maestría de Iskander, el dominio que tenía sobre su Poder para que el aura pudiera ocultarle el cuerpo confundiéndole con el medio ambiente como si no estuviera allí, mientras por encima de la embarcación, el halcón chillaba 'y volaba velozmente por la bóveda melanótica -con tanta perfección que ni siquiera ella podía ver la delgada hebra plateada, esa hebra etérea que ligaba la esencia al cuerpo. Poco después el pájaro se posó sobre la barandilla de popa para descansar, luego voló hasta donde estaba el cuerpo invisible lskander y gradualmente se fusionó con él hasta que reaparecer Iskarder en persona. En los ojos grises Rhiannon vio entonces una expresión que nunca antes había visto en ellos; sus ojos resplandecían. Su rostro moreno estaba encendido y la respiración era agitada y fuerte. En ese momento ella pensó que así se vería sobre ella si estuvieran haciendo el amor. El corazón de Rhiannon golpeó con tanta rudeza en su pecho que respiró a fondo y desvió la vista incapaz de resistir por más tiempo la intensidad de la mi. rada de esos ojos grises. La atmósfera se cargó de electricidad. Finalmente, lskander. cerró los ojos para ocultar sus pensamientos y habló. -Ahora trata de hacerlo tú, khatun -le indicó-. No es necesario que ocultes tu cuerpo como hice yo, porque aún eres una novicia y le exigiría un esfuerzo demasiado intenso a tu Poder, me temo. Pero la separación de tu aura, la metamorfosis en un Pájaro.. eso sí puedes hacerlo sin dificultad, creo. Eso sí, no trates de . mantener la transformación durante mucho tiempo, no más de unos minutos por ser esta la primera vez. Si logras hacerlo será suficiente. Rhiannon asintió con la cabeza. No necesitó más recomen-. daciones, porque era consciente de los peligros que podría correr si sobrepasaba los límites de su Poder. El consejo y la cautela de Iskander eran sensatos; su ira era despiadada y cruel como un latigazo si ella llegaba a arriesgarse innecesariamente como ya había comprobado con anterioridad. Si deseaba continuar con las clases debía obedecerle ciegamente en todo. Tragando una gran bocanada de aire, cerró ojos y oídos a lo que la rodeaba e invocó a su Poder. Tal era su concentración que sólo a medias sintió el placer que le produjo que respondiera inmediatamente a su voluntad. Lentamente despertó dentro de ella, corrió por sus venas y con él llegó la emanación del aura. Al principio fue sólo un remolino de niebla púrpura. Pero poco a poco, al aumentar la magnitud del Poder, el halo se iluminó hasta tomar el verdadero color azul del fuego de los druswidas. Fue entonces cuando Rhiannon comenzó a darle color y forma como si fuera arcilla húmeda en sus manos y ella fuera la más diestra de las alfareras . Gradualmente fue tomando forma y color un pájaro blanco una paloma de mar, en medio del aura azul. Iskander se hinchó de orgullo al ver que todos los detalles estaban delicadamente trabajados y de que lo hubiera aprendido en tan corto tiempo Recordó que lo mismo le había pasado a su mentor, el Hermano Yucel al verle crecer y evolucionar. Pero en verdad, algún día la habilidad y la destreza de Rhiannon estarían a la altura de las suyas propias, percibió Iskander, y eso era algo que muy pocos en la tierra podían alcanzar. El pájaro estaba completo, terminado. Muy despacio, poquito a poco, Rhiannon empezó a obligarlo a salir del resto del aura, sorprendida del dolor y la resistencia que oponía, como si se tratara de arrancarse un brazo del cuerpo. Por un momento la, paloma de mar arremetió y batió las alas violentamente como si estuviera atrapada en una trampa, de súbito al llenarla de su esencia etérea, la paloma se liberó del halo imprevistamente y quedó libre en el aire. Nunca había experimentado antes una sensación de suprema libertad como la que estaba experimentando en ese momento, sin las ataduras del cuerpo, volando, remontándose en el aire, subiendo cada vez más hacia el firmamento. Las alas se movían al unísono, el mundo desaparecía a sus pies. Su júbilo era tan abrumador que gritó de pura alegría por no tener límites, ni fronteras, sólo la infinitud de los cielos, reino de la Luz. Esto debía de ser lo que era morir, pensó y estuvo segura de que nunca más temería el ritual del tránsito, pues no era otra cosa que cerrar la puerta físico, para abrir esta, incorpórea. Muy abajo, sobre la cubierta del Frostflower, los ojos de Iskander se humedecieron con lágrimas de verdadero gozo mientras oía en el viento el eco de sus trinos. Sabía lo que ella estaba sintiendo, tanto más dulce y más intenso por ser su primera vez. La vio volar vertiginosamente, caer en picada para remontarse al último momento otra vez hacia el cielo negro de la noche. Y como batía muchísimo tiempo le había pasado a su propio mentor con él, Iskander no tuvo el valor de reprimirla. Volvió, en cambio, a tomar la forma del pájaro negro y se unió a ella en las nubes. El halcón y la paloma volaron juntos por el cielo tachonado de estrellas mientras, al timón del velero, Sir Weythe les observaba pensativo y se maravillaba de verles tan lejos de la superficie del mar. Pero finalmente, cuando Iskander advirtió que las quiméricas alas blancas se agitaban más despacio, le indicó que debían retornar a sus cuerpos que seguían como petrificados sobre la cubierta, completamente visibles envueltos en sus respectivas auras azules, sintiéndose a salvo en el Frostflower. Y descendieron en picada, abajo, más abajo, abajo... hasta 'volver a ser Especie una vez más, con los corazones rebosantes de felicidad. La increíble experiencia había dejado a Rhiannon sin aliento y llorando de alegría, y a Iskander el conocimiento de que Por fin había una mujer que podía compartir con él cada momento de su vida y a quien no necesitaba explicarle quién ni qué era. El rostro de Rhiannon brillaba a la luz de la luna y las lágrimas que rodaban por sus mejillas parecían gotas de rocío sobre los pétalos de una rosa Entreabrió los labios. -Oh, khan -susurró utilizando el título más personal que era el Preferido de Anuk-, oh, khan, nunca soñé... jamás imaginé que mi Poder fuera algo así, tan maravilloso. Ójala hubiese seguido eternamente...-se apagó su voz Y en sus ojos apareció apareció una mirada que le imploró con más elocuencia que con palabras que la ayudara a recobrar ese glorioso interludio en que habían, sido uno con las estrellas. En un instante el aire se cargó como si amenazara tormenta , y súbitamente, Rhiannon se encontró estrujada entre los poderosos brazos de Iskander. Las bocas se buscaron, se unieron, ávidas, desesperadas. Las pasiones primitivas de las emociones les desbordaron como torrentes impetuosos nacidos del deseo y necesidad mutuos. Fue una búsqueda diferente, vieja como el tiempo pero él ya la conocía porque le llevaba un año más que una década; y también esto le enseñó y ella aprendió con afán. Más dulce que la miel fue el sabor del viento nocturno y del rocío del mar que se adhería a ellos como cada uno de ellos se adhería al otro, con labios y lenguas y manos inquietas. Los dedos de Iskander se , enredaron en el ensortijado cabello de Rhiannon, la boca viril absorbía una y otra vez el aliento dulce de la joven mientras alrededor. de ellos las olas crecían y se agitaban cubriéndose de blanca espuma en las crestas. Y en el lejano horizonte, las lunas empezaban su lenta e inevitable caída al mar oscuro y devorador. LA ESTRELLA VESPERTINA. Las Sombras de la Luna Azul 16 No volvimos a hablar de aquella noche, de esa súbita pasión que había estallado entre nosotros como una llamarada y que había surgido de lo que tampoco habíamos hablado nunca. Pero aquella noche todo había sido diferente. Había leído sus pensamientos sin equivocarme porque yo pensaba lo mismo. Hasta aquí había barruntado qué era lo que le consumía porque también me consumía a mí. Y tal vez habría sido mucho mejor que no hubiésemos robado esos pocos besos apasionados tan a destiempo, porque habían despertado emociones que hubieran sido mejor dejar dormidas; habían despertado sentimientos que, dado nuestro destino incierto, no podían ser más que dulces Y amargos a la vez. "Que la Luz me ayude... no me atrevo a quererte, no puedo permitírmelo", me dijo. Vi tanto dolor y angustia en sus ojos que quise llorar por ambos. Su misión era todo para él. Si para cumplirla con éxito hubiera tenido que mandarme a la muerte antes de aquella noche, lo habría hecho y quizá todavía lo haría por más que le doliera hacerlo. Yo lo sabía, lo entendía. Tintagel era el todo y nosotros sólo partes insignificantes. En el intrincado esquema del mundo , ¿qué importancia teníamos? No obstante, él buscaba mi compañía aunque no fuera más que para quedarse callado a mi lado mientras observábamos las ballenas cuya morada era el insondable Harmattan. A veces nadaban tan cerca del banco que, cuando salían a la superficie para resollar lanzando chorros de agua helada, nos rociaban el cuerpo entero, aunque nunca nos hicieron daño pues a pesar de su enorme tamaño eran de naturaleza pacífica Sin embargo, en una ocasión, cuando se desató una terrible tormenta y nuestro pequeño barco empezó a sacudirse violentamente hasta hacernos temer por su suerte, Iskander me agarró con desesperación al verme resbalar por la cubierta. Fue tanto su alivio por haber evitado que cayera al agua y me ahogara que me apretó entre sus poderosos brazos durante mucho tiempo sin importarle cómo renos azotaban el viento y la lluvia. Tales eran los gestos y actitudes que nos mantenían vivos. Era todo lo que teníamos, todo lo que nos atrevíamos a tener. Ignorábamos entonces qué nos reservaba el futuro... Ignorábamos si habría siquiera un futuro para nosotros. -Así está escrito en Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian Costa Oriental de Labyrinth, 7275.9.6 COMO PUNTIAGUDAS PLACAS DORSALES DE UN mítico dragón marino, las escarpadas montañas negras surgieron súbitamente de las espumosas olas del mar -montañas formidables y agoreras a la vez, delineadas y sombreadas como estaban por la Luna Azul que colgaba del firmamento encima de ellas, como centellarte hoz lista para segar; un presagio de lo que aguardaba a los peregrinos en esa tierra desconocida y hostil. Estaban en la proa del Frostflower en completo silencio, mirando azorados lo que se levantaba amenazadoramente ante ellos, El siniestro aspecto de esos picos monstruosos les infundía un temor reverencial. Hasta la estrecha franja de la costa era una masa informe y desordenada de riscos y pedrones de afiladas aristas que sobresalían de la superficie y miríadas de fragmentos de guijos negros castigados por las olas furiosas. Parecía que la tierra estuviera cubierta con un pino mortuorio y esa impresión les inquietó bastante. -Tal ver por la mañana no nos parezca tan sombría y desolada como ahora -dijo por fin Iskander, aunque ni él mismo pareció creer esas palabras. Lo confirmó al añadir-: Pero confieso que no me gusta su aspecto siniestro debido quizás a la engañosa luz de la luna. Pero no correremos riesgos innecesarios. Anclaremos aquí y no iremos más cerca de la costa hasta que amanezca. Cherva. -Se volvió al elfo.- Anise y tú harán la primera guardia. -Como tú ordenes, Lord -respondió gravemente mientras sus ojos recorrían el horizonte. Con excepción de las olas que rompían contra la costa, no pudo discernir ni el más leve movimiento, una circunstancia de la que no sabía si alegrarse o inquietarse. Armados con sus ballestas, él y su mujer ocuparon sus posiciones en cubierta, mientras el resto bajaba al pequeño cuarto comunal donde estaban extendidas las hamacas para dormir. Los viajeros sólo durmieron a ratos y se sintieron verdaderamente aliviados al ver que clareaba. Pero el sol no pudo traspasar las espesas nubes grises que cubrían el cielo ni el manto de bruma que se levantaba del mar. La mañana prometía lluvia y esto no ayudó a aligerar sus espíritus. Se reunieron en la cubierta y preocupados, inquietos, comenzaron los preparativos para bajar a tierra. Casi desearon no haber visto la costa y que el continente estuviera en el fondo del mar. Pero habían llegado tan lejos que, aunque quisieran volver, no se atrevían a hacerlo. Estaban escasos de provisiones y se acabarían antes de que llegaran a mitad del camino de regreso a Finisterre. En cambio, tendrían que aventurarse en esas abominables montañas negras. Cautelosamente el Frostflower se abrió paso poco a poco hacia la costa sombría, mientras los que iban a bordo, encomendándose a la suerte, a la antigua carta de navegación del Océano Harmattan y a la poca destreza naval que poseían, confiaron en que el barco no encallara en los bajos, donde afloraban las afiladas rocas como dientes de tiburón al acecho. Pero la niebla tapaba la costa, la resaca era fuerte y traicionera y la fortuna no les sonrió a los buscadores. A pesar de todos sus maniobras desesperadas no pudieron evitar que el barco quedara atrapado en un agitado seno entre dos olas gigantescas. De pronto, como si hubieran abierto una compuerta, una corriente tumultuosa de agua lo lanzó violentamente contra los riscos. El barco dio un bandazo, crujió agónicamente y dando de quilla hizo rodar a todos por cubierta. Oyeron el ruido que hizo el casco al hacerse astillas y poco después el otro ruido inconfundible del agua que entraba a borbotones a la bodega por el boquete que se había hecho en el casco. Como un pez arponeado y clavado en el fondo, el barco forcejeaba violentamente para escapar de su destino. Iskander daba frenéticas órdenes a voz en cuello, y los demás corrían de un lado a otro tratando de cumplirlas, mientras las velas se hinchaban y flameaban enloquecidas, los maderos rechinaban y el Frostflower escoraba peligrosamente. Después, soltando un último estertor, el barco se movió violentamente y quedó libre, pero las olas lo levantaron como si fuera una pluma y volvieron a estrellarlo contra las rocas. La proa se destrozó sin remedio y los tripulantes comprendieron que debían abandonar la nave cuanto antes. Se habían perdido las pocas provisiones que les quedaban y lo único que esperaban era salvar sus vidas. Iskander fue el primero en zambullirse en los bajos, mientras Rhiannon, aferrada a la barandilla del barco escorado para mantener el equilibrio, miraba impotente y con el corazón en la boca. El desapareció bajo las olas agitadas, pero con gran alivio de Rhiannon y de todos los que habían visto cómo se lo habían tragado las aguas, volvió a subir a la superficie chorreando agua y jadeando para recobrar el aliento. Luchando ferozmente contra la resaca, se echó a nadar hacia la costa entre enormes pedruscos a los que se agarraba para que no se lo llevara de nuevo el agua. Al chocar con el agua helada Rhiannon se quedó sin respiración, instintivamente abrió la boca y tragó aire desesperadamente antes de que las olas se cerraran sobre su cabeza. El corazón pareció a punto de estallarle en el pecho cuando sintió la fuerte corriente de fondo que amenazaba arrastrarla a las profundidades. Movió ciegamente brazos y piernas en un desesperado esfuerzo por volver a la superficie, y cuando lo hubo logrado, volvió a luchar contra la resaca para alcanzar la costa, gracias esta vez las mortíferas rocas de las que podía asirse ara resistir el furioso embate de las olas. Podía oír los gritos de Iskander repitiendo su nombre sin cesar, pero la niebla le impedía verle hasta que repentinamente apareció ante ella. Los dedos vigorosos se cerraron alrededor de la muñeca de Rhiannon y la llevaron a tierra cuando empezaban a flaquear sus fuerzas. Después de lo que pareció una eternidad, sus pies encontraron el fondo y le siguió tambaleante y dando traspiés, mientras las olas les golpeaban y les tumbaban repetidas veces. Sofocados, tosiendo y jadeando, los dos siguieron batallando contra la resaca hasta que finalmente lograron alcanzar la costa. Cayeron sobre los negros pedruscos y se arrastraron como pudieron, sin importarles cómo les laceraban las rodillas y las palmas de las manos, hasta llegar a la arena de la playa donde cayeron de bruces. Rhiannon tosió y empezó a vomitar hasta dejar su estómago libre de toda el agua de mar que había tragado mientras Iskander hacía lo mismo a su lado. Después de un rato largo, se sentaron y él la estrechó contra su pecho. -Rhiannon, ¿estás herida? -inquirió rudamente levantándole la cabeza para mirarla a los ojos-. ¿Te has lastimado? -No, no creo, no estoy herida. Sólo muy golpeada y con algunos rasguños, me temo. ¡Oh, Iskander! Estaba tan asustada... Si no llegabas en ese momento... -Se apagó su voz y se mordió el labio inferior, sollozando en silencio, aferrada a él y temblando de miedo y de frío. Le había llamado por su nombre y esto le alegró a pesar de todos sus sufrimientos, pues era tal el respeto que siempre le demostraba por ser su señor, que casi nunca lo hacía. Pero temeroso de que llegara a enfermarse, se desenredó de la maraña de algas que envolvía sus cuerpos y se levantó de un salto. Rápidamente se quitó la capa de pieles y la arropó con ella, esperando que la ayudara a entrar en calor aunque estaba tan empapada como la de Rhiannon. Después se puso a mirar el mar en busca de señales de los demás integrantes del grupo, pero la bruma era demasiado espesa para ver a cierta distancia. Con gran alivio suyo vio a Chervil y a Anise caminar arrastrándose por las piedras negras y caer de rodillas, seguidos por Yael y Anuk, que llevaban a la rastra a Sir Weythe a quien habían salvado de morir ahogado. Pasó muchísimo tiempo antes de que los buscadores se movieran o hablaran siquiera. Cuando pudieron hablar sólo elevaron plegarias de gracias a la Luz por haberles salvado. En realidad, parecía un milagro. Pero inevitablemente llegó el momento en que comprendieron que debían levantarse y moverse o morirían de frío. Acurrucados en sus capas y prendas de abrigo empapadas les resultaba imposible protegerse no sólo del viento glacial que les cortaba la piel sino también de las olas que se encrestaban y rompían sobre las piedras, empapándoles cada vez. Culebrearon algunos relámpagos en lo alto, retumbaron los truenos y el cielo se encapotó con negros nubarrones. Pesadas gotas de lluvia cayeron aquí y allá. Aunque el Frostflower estaba inutilizado y no volvería a hacerse a la mar, Iskander recordó la palabra empeñada al príncipe Lord Gerard. Se levantó y se internó un corto trecho en el mar hasta los primeros riscos. Más allá estaba el barco, tumbado como una ballena herida, sacudiéndose y chirriando en medio de los fatídicos pedruscos. A través de la niebla vio las velas hechas jirones, uno de los mástiles partido en dos y el enorme boquete en el casco. Se concentró e, invocando la llama azul de los druswidas, le prendió fuego, mientras los demás observaban descorazonados, pero sabían que debía ser destruido. Al principio, las maderas y maromas húmedas de los restos del naufragio se resistieron al fuego, chisporrotearon y soltaron una densa humareda; pero cuando las llamas llegaron a las velas, estas se prendieron inmediatamente con grandes llamaradas quemándolo por completo. Poco después sólo quedaban restos carbonizados y humeantes que las olas arrastraron a las profundidades del mar. Ya no podrían echarse atrás. No tenían ningún medio para regresar al terruño. Los viajeros lo habían sabido de antemano, pero a pesar de eso, no estaban preparados para enfrentarse a la cruel realidad que ahora era una carga muy pesada para ellos. Uno a uno fueron dándole la espalda al lúgubre espectáculo y sin decir palabra escudriñaron el paisaje inhóspito que les rodeaba. La costa en la que estaban era angosta y bárbara, una estrecha franja de playa cubierta de gruesa, implacable grava negra con algas pero donde no crecía nada verde ni se veía un solo ser vivo. Al oeste se extendía el Océano Harmattan. Al este se levantaban las imponentes y abominables montañas que parecían imposibles de escalar. Mientras Iskander observaba sus altísimos picachos, se le ocurrió que si al norte y al sur de donde estaban los riscos se . extendían hasta el mar, tanto él como los demás estarían atrapados en la costa; y rápidamente empezó a impartir órdenes para explorar la costa y ver si eso era verdad. Los buscadores habían conseguido salvar sus armas pues se las habían atado a la espalda al saltar al agua. Mientras se dispersaban ara explorar el territorio, descubrieron por casualidad que, contrariamente a lo que habían temido en un principio no todo se había perdido. Arrastradas por la marea se encontraban las provisiones del Frostflower a lo largo de la costa junto con algunos restos del naufragio. Entusiasmados, todos se lanzaron a las rompientes a salvar lo que pudieran. Se sintieron mucho más animados después de recuperar dos de las tiendas, varias mochilas, algunos toneles llenos con alimentos y, lo más importante, vasijas repletas de agua dulce. Aliviados supieron que al menos no les faltaba cobijo, comida y agua y los medios para llevar todo mientras iban reconociendo el terreno. Destaparon los toneles y distribuyeron equitativamente las provisiones que guardaron en sus mochilas. Luego, las cargaron junto con las tiendas y continuaron explorando. De los negros nubarrones que se acumulaban sobre las montañas ya había empezado a caer una llovizna constante que dificultaba el avance al hacer que la grava no fuera sólo escabrosa si no también resbaladiza. Pero persistieron y al final encontraron una vereda muy estrecha que subía de la playa a las montañas. Al no advertir ninguna otra salida, decidieron subir por la empinada senda en fila de a uno. Nada se movía a excepción de algunas gaviotas que anidaban en las cumbres. Pero mientras Rhiannon avanzaba trabajosamente tenía la extraña sensación de que alguien les estaba observando. Una y otra vez miró furtivamente por encima del hombro por si podía ver a alguien o algo. Al parecer también tenían esa sensación sus compañeros, porque seguían caminando lo más a prisa posible lanzando miradas furtivas a uno y otro lado. -Esto no me gusta nada -observó Iskander, preocupado al hacer un alto-. Estas curvas cerradas, estas vueltas... No podemos ver qué nos aguarda a la vuelta de un recodo ni qué hemos dejado atrás. Además, estamos cercados a ambos lados por muros de piedra. Es un desfiladero ideal para una emboscada. Mantened los ojos bien abiertos, los cinco sentidos alerta y las armas a mano. No sabemos qué puede esconderse o vivir en estas montañas, sean bandoleros o alguna otra cosa. Tengo la sensación de que nos miran ojos hostiles y que lo han hecho desde que entramos en el desfiladero. -Sí, yo también lo he sentido, Lord -confesó Rhiannon, inquieta Los demás le hicieron coro aportando sus propias preocupaciones. Iskander arrugó más el entrecejo al oírles. Quizás era esa tierra extraña, esas montañas formidables, el tiempo inclemente lo que les ponía los nervios de punta, pero sinceramente no lo creía. -Busquemos un lugar donde cobijarnos, Lord -rogó Yael en nombre de todos-, Encenderemos fuego y prepararemos un poco de té para calentarnos. Hemos tenido una mañana horrorosa Estamos hambrientos y fatigados, tenemos la ropa empapada de agua de mar y de lluvia, y estamos helados hasta los huesos. No podemos seguir así, Lord. No puedes pedirnos eso. Debemos descansar y recobrar el aliento. Tenemos que escapar de este viento, de esta llovizna antes de congelarnos. Podemos encontrar algún lugar, un escondrijo o alguna grieta; no se necesita nada más que eso... un sitio donde podamos protegernos de los elementos y defendernos de algún ataque. -Si nos detenemos, perderemos tiempo -insistió Iskander-, y puede que más tarde nos encontremos desamparados y con la oscuridad pisándonos los talones. Es posible que anochezca de golpe en estas montañas... y probablemente hoy suceda así debido a la lluvia. ¿Qué pasará entonces? ¿Prefieres que acampemos en este maldito desfiladero y nos expongamos a un ataque? O, peor aún, ¿que nos perdamos deambulando sin saber adónde vamos, sin siquiera poder arriesgar una opinión porque los pocos mapas que teníamos yacen en el fondo del mar? No, debemos seguir adelante mientras haya suficiente luz. -Lord, así como están las cosas no hacemos muchos progresos -persistió Yael, porfiado-. Rhiannon y Anise están rendidas. Todos rendiríamos más si estuviéramos alimentados y descansados. Luego recuperaremos el tiempo perdido, lo juro. Al ver el agotamiento pintado en el rostro de Rhiannon, reconoció que el gigante tenía razón; Iskander se dejó persuadir. -Muy bien -dijo sucintamente y en un tono más tajante que de costumbre-. Si damos con un sitio así por casualidad, lo usaremos durante un tiempo. Pero no prometo más que eso. Se espesa la niebla y llueve cada vez con más fuerza. No voy a perder todo el día buscando un respiro cuando es probable que todo empeore. Se dio la vuelta y volvió a trepar a gatas por la cuesta dejando que los demás le siguieran si querían. Por un momento todos se quedaron inmóviles mirándole, sintiéndose abatidos por el mal humor que había demostrado. Entonces habló Rhiannon. -Es que se siente el único responsable de nuestro bienestar, de nuestras vidas -les explicó-. Le obsesiona esa idea. No permitiría que nos pasara nada y este paraje tan siniestro le ha crispado los nervios. Eso es todo. El resto comprendió la explicación y todos asintieron con la cabeza. Luego reanudaron la marcha con Rhiannon a la cabeza. Pudo ver a Iskander bastante más adelante y, tropezando Y, resbalando, se dio prisa para alcanzarle y que no pensara que le hablan - abandonado. El le sostuvo largamente la mirada antes de te le una mano para ayudarla a pasar un tramo particularmente difícil. Después siguieron caminando juntos en silencio. Con alivio, Rhiannon notó que cuanto más sinuoso se volvía el sendero, menos inclinada era la cuesta. En algunos lugares hasta descendía formando pequeñas hondonadas y cauces de arroyuelos. También empezaba a aparecer un poco de vegetación... musgos y líquenes y hasta pequeñas plantas que brotaban en los riscos y de las grietas en la roca. En las gargantas donde corrían los riachuelos podían verse marañas de árboles y tojos y enredaderas que debían de haber albergado animales de alguna especie, porque de vez en cuando les llegaba el sonido de diminutas criaturas que se escabullan dando saltitos por la maleza, aunque Rhiannon nunca veía nada que se moviera a excepción del follaje. Los que producían esos ruidos extraños eran tan ágiles y ligeros que apenas eran formas fugaces que veía por el rabillo del ojo, ya que no le daban tiempo ni para volver la cabeza. Estaba intranquila. Más de una vez pensó que esas figuras amorfas no carecían de astucia y de una especie de inteligencia para poder eludirles tan hábilmente. Lo mismo se le ocurrió a Iskander. Anuk -lo llamó mentalmente-, vete a investigar qué es lo que parece estar siguiéndonos. -Como quieras, khan -respondió el lupino y apartándose de los demás, bajó por el barranco más cercano desapareciendo en una maraña de arbustos. Anuk se quedó quieto durante unos minutos olisqueando el viento y la tierra. Pero la lluvia le dificultaba reconocer cualquier olor extraño y finalmente se arrastró furtivamente internándose más en la maleza. Miró con cautela a su alrededor y súbitamente se sobresaltó al oír un extraño sonido chirriante encima de su cabeza. Saltó a un costado y algo cayó de los árboles. Apenas vislumbró a su atacante antes de recibir un terrible golpe en la cabeza que habría partido el cráneo de un animal menos fuerte y hasta matarlo- El intenso dolor lo dejó aturdido. Aullando, retrocedió casi sin fuerzas mientras manaba sangre de la herida en la cabeza. La forma borrosa volvió a abalanzarse sobre él. Mareado, aturdido y cegado por la sangre que le entraba a los ojos, Anuk no vio más que una mancha borrosa que avanzaba rápidamente hacia él. Instintivamente le enseñó los dientes y gruñó amenazadoramente. Fuera lo que fuese, la mancha debió pensarlo mejor y se escabulló entre la maleza. Iskander, al oír el gemido de Anuk, bajó a tropezones por el barranco llamándolo a voz en grito y se metió como una tromba por la maleza buscándolo. Los otros que estaban desprevenidos tardaron más en reaccionar, y cuando lo hicieron, Iskander ya había desaparecido. -¡Anuk! -gritaba-. ¡Anuk! -Aquí, khan. La respuesta era tan débil que apenas la percibió el cerebro de Iskander. Sabía que el lupino debía estar mal herido y se dejó caer resbalando por la ladera al tiempo que daba manotazos contra las ramas que le rasguñaban las manos y la cara. Llovía incesantemente y el agua le cegaba. Al llegar al pie del barranco por fin vio a Anuk agachado debajo de los arbustos. El lupino gemía débilmente. Iskander se arrodilló a su lado. -¡Por las lunas! -maldijo quitándose la mochila y poniéndola a un lado-. ¿Qué te ha pasado, amigo mío? No, no trates de decírmelo ahora -protestó él mientras recibía en su mente una confusión de imágenes, palabras y dolor de la mente de Anuk- Descansa ahora mientras te examino la herida. El lupino lamió las manos de Iskander mostrándole su agradecimiento cuando le revisó la herida. Del tajo manaba mucha sangre. La herida no era profunda pero la cabeza presentaba una gran hinchazón. Iskander temió que el lupino tuviera una conmoción cerebral y el cráneo partido. Aunque no tenía ningún medicamento en la mochila, la agarró y buscó frenéticamente en su interior por si había algo que podría haber olvidado. Al no encontrar nada, no supo qué hacer. Desesperado, tomó el puñal y cortó un trozo de su camisa de cuero con el que vendó la cabeza de su fiel amigo... sin saber si debía alegrarse o aterrorizarse al ver que había entrado en coma. Después lo levantó en sus brazos delicadamente y emprendió el regreso al lugar donde sus acompañantes les esperaban angustiados. Se habían apiñado espalda contra espalda y tenían las armas en las manos y listos para defenderse. Al ver el cuerpo exánime de Anuk, Rhiannon ahogó un sollozo y corrió a ayudar a Iskander a trepar por la pendiente hasta el sendero. Anise también corrió a prestarles ayuda mientras los otros tres trataban de guardarles las espaldas-¡Bendito Guardián Inmortal! -gritó Rhiannon-. ¿,Está muerto? ¿Ha muerto? -sollozó al tiempo que con manos temblorosas le tanteaba el cuerpo para cerciorarse de que aún respiraba, que todavía estaba vivo. -No, pero no está lejos -respondió Iskander, sombrío- Tiene un corte en la cabeza... no es muy profundo, pero bastante grave, y un chichón del tamaño de un huevo de ganso. Sólo la Luz sabe qué más... y nosotros sin medicamentos y mucho menos un boticario a mano... -¿Qué le ha sucedido? ¡Por la Luz! ¿Qué ha pasado? -preguntó Rhiannon entre sollozos. Iskander sacudió la cabeza. -No lo sé. Todo lo que logré entender fue un rompecabezas. Una criatura de alguna especie apostada en los arbustos encima de su cabeza. Debe de haber sido muy astuta y muy fuerte para vencer a Anuk. Será mejor que estemos alerta. -Lord... -Yael se acercó.- He encontrado un refugio más adelante. No es gran cosa, pero nos servirá en estas circunstancias. permíteme cargar con el animal pues su peso no será nada para mí...-Enmudeció cuando súbitamente, como materializándose de la nada, apareció una horda de seres pequeños y oscuros que les rodeaban por todas partes. Seres que nunca antes había visto, Lord -susurró-. Lord... Iskander no necesitó preguntar qué le pasaba al gigante. El también podía ver que estaban totalmente rodeados, cortada toda vía de escape. Habría cincuenta, tal vez cien gnomos sobre las rocas bloqueando el sendero y muy cerca del borde del barranco. Ni uno solo de ellos medía más de medio metro, pero eran obviamente Especie; ni su diminuto tamaño hacía desmerecer su amenazadora apariencia. Hasta el que parecía más joven de todos tenía el rostro apergaminado, la correosa piel bronceada semejante a corteza de árbol. Todos tenían una gran mata de pelo largo que les llegaba a los hombros y los colores iban del castaño al negro y al gris. La maraña de pelo les cubría parte del rostro simiesco con ojos redondos que miraban con hostilidad y recelo a los buscadores. Los gnomos estaban ataviados con una estrafalaria mezcla de vestimentas; algunos se adornaban con plumas, colmillos y garras de diversas criaturas. Estaban armados hasta los dientes y cada uno llevaba una maza y un pico de mango corto y aspecto siniestro, que parecían manejar con suma destreza. Al ver las armas Iskander se dio cuenta de que con una de esas mazas diminutas pero pesadas habían lastimado a Anuk. -No hagáis absolutamente nada -advirtió a los demás en medio del tenso silencio que siguió-. No os mováis bruscamente. para esta tribu nosotros somos los invasores y, además, nos exceden en número. -Sabios consejos y sabias observaciones, extranjero -anunció repentinamente un gnomo más viejo y con evidente autoridad sobre los demás en lengua tingalese, con un acento muy singular-. ¿Quiénes sois vosotros -nunca antes hemos visto a tales como vosotros- y por qué habéis invadido nuestra tierra de Labyrinth? Más tranquilo al ver que, al menos, el líder de los gnomos conocía la lengua común, Iskander le respondió: -Soy Lord Iskander sin Tovaritch, de Iglacia, emisario de las seis tribus orientales Y estos son mis vasallos, Lady Rhiannon sin Lothian, de Vikanglia; Yael set Torcrag, de Borealis; Sir Weythe set Grcenbriar, de finisterre; y Chervil y Anise set Verbena, de Potpourri. -Indicando a Anuk que seguía en sus brazos, continuó:- Y este animal es mi lupino Anuk, al que alguien de vuestra tribu atacó a mansalva e hirió , tal vez mortalmente. -Su tono, aunque imperturbable, era acusador.- ¿Es la costumbre de vuestra tribu... atacar a viajeros inocentes que ni siquiera tienen la intención de haceros algún daño, -La bestia nos asustó. Cuando se separó de vosotros no sabíamos qué se proponía hacer, así que procuramos defendernos -declaró el gnomo sin disculparse-. No conozco esos sitios de los que hablas y que deben de estar muy lejos de aquí, ya que habéis venido del mar. Nuestros vigías avistaron vuestro barco y lo vieron forcejear como una bestia encabritada contra los escollos, También nos informaron de un hecho muy peculiar... nos dijeron que con un arma desconocida, que lanza llamas azules, quemaste el barco varado. ¿Por qué habríais de hacerlo a menos que desearais ocultar vuestra llegada? ¿Y por qué querríais hacer precisamente eso a no ser que tuvierais un propósito vil? Aún no has contestado mi pregunta, extranjero. ¿Por qué habéis invadido nuestra tierra de Labyrinth? -Somos buscadores -explicó Iskander-, que vamos en búsqueda del corazón de una terrible y poderosa Oscuridad que ha caído encima de nuestro mundo, criaturas a las que llamamos AntiEspecie o ComeAlmas. Son seres enfermos con apariencia de reptiles, aunque alguna vez fueron Especie, y cuyo propósito es infectarnos a todos para que seamos como ellos, almas descarriadas condenadas a servir para siempre al vil esclavizador. ¿ Habéis visto alguna vez a estas espantosas criaturas de las que hablo? Con gran sorpresa de los viajeros, al oír las palabras que acababa de pronunciar Iskander, los labyrinthios empezaron a murmurar. Luego, varios de ellos comenzaron a parlotear acaloradamente en lo que debía de ser su lengua nativa. El jefe levantó la mano y dando una orden seca impuso silencio. Pero esto, a la vez originó lo que al parecer era un violento intercambio de palabras entre el jefe y un puñado de sus más osados seguidores, ya que todos gesticulaban furiosamente y hablaban con tal rapidez que, aunque hubieran estado hablando en tingalese, Iskander estaba seguro de que no les habría entendido. Bastante inquieto, se. preguntó qué presagiaba esa discusión, al mismo tiempo que pensaba qué posibilidades tenían de escaparse de ellos. Le dolían terriblemente los brazos por cargar aún a Anuk y deseaba acostarlo en el suelo y atenderlo antes de que su estado empeorara, pero no se arriesgaría a dejar abandonado a Anuk si llegaba a presentarse la oportunidad de huir de allí; y, dado el temor que infundía el lupino a los labyrinthios, Iskander no creía que le permitieran cuidarlo. Por fin terminó la pelea y el jefe se volvió a los buscadores. -No nos ponemos de acuerdo en cuanto a qué conducta debemos seguir con vosotros -declaró rotundamente-. Por lo tanto, hemos decidido que tenéis que acompañarnos de regreso a nuestra aldea, Imbroglio, donde oiremos más detalles acerca de vosotros y de vuestra búsqueda antes de resolver nuestras diferencias de opinión. Os advierto: no intentéis atacarnos o escapar. Si lo hacéis, no vacilaremos en usar nuestras armas contra vosotros y, aunque no tenemos vuestra estatura, compensamos esa desventaja con nuestra ferocidad en la batalla y sobrepasando en número al enemigo. -Está bien -aceptó Iskander. Si sólo uno de los labyrinthios había podido derribar a Anuk, no quería ni pensar qué podrían hacer un centenar de ellos. Se volvió a Yael-. Por favor, lleva a Anuk -le indicó al gigante-, con tanto cuidado como puedas. No querría que se dañara más. -Tranquilízate, Lord -contestó serio el gigante-. Lo llevaré con tanto cuidado como si fuera un niño y soltaré un grito si llegara a empeorar su estado. -Gracias, Yael -dijo simplemente. -El boreal cargó en sus brazos a Anuk y los compañeros comenzaron a descender por el sendero. Los gnomos les llevaban como rebaño al matadero. Algunos marchaban delante y otro atrás. Todos correteaban por encima de las rocas y peñascos y descendían por los riscos con la agilidad de cabras montesas. Debía de ser cómico verles desfilar, pensó Iskander -tanto sus compañeros como él mismo sobrepasaban en mucho la estatura de los labyrinthios sin embargo eran sus prisioneros- Pero no tenían ganas de reírse. Estaba profundamente preocupado por Anuk y más de una vez consideró la posibilidad de destruirles usando la llama azul de los druswidas. Pero eso sería abusar de su Poder, ya que ellos le habían otorgado el beneficio de la duda. Además, era imposible esperar que pudiera matarles a todos antes de que se volvieran contra él y mataran a sus acompañantes. Tampoco sabía con qué fuerza y rapidez y hasta qué distancia podían arrojar sus mazas y picos y no tenía ningún interés en averiguarlo, en especial si ello debía poner en peligro a sus amigos. En ese momento deseó que Rhiannon estuviera más entrenada, si tuviera mayor dominio sobre su Poder, podría protegerlos a todos dentro de su aura mientras él atacaba a los gnomos. Presentía, sin embargo, que todavía no estaba capacitada para mantener firmemente su Poder frente a un ataque masivo. Decepcionado. , descartó el plan. Además, por la forma en la que los labyrinthios habían reaccionado a sus palabras, lskander sospechaba que poseían cierta información sobre los AntiEspecie y que, si quería enterarse de lo que sabían, tenía que convencerles de que podían confiar en él. Así que se envolvió más en su larga capa y esperó que los gnomos no les estuvieran llevando a una trampa. 17 Somos los últimos supervivientes del holocausto. Si existen otros, no los conocemos. Como hablan predicho nuestros científicos, la enorme cantidad de bombas que han estallado en el espacio exterior, en la atmósfera y en la superficie de la tierra, durante los últimos días de las Guerras Intergalácticas, han dado por resultado un invierno nuclear a nivel mundial. En estudios recientes se calcula que pasarán varios altos antes de que la estratosfera quede libre de Poli humo y productos químicos y para que el sol pueda volver a penetrar lo suficiente en la atmósfera y poner fin a esta era deglaciación y oscuridad que nos ha caldo encima. Actualmente no podemos determinar con exactitud cuáles serán los efectos de los contaminantes en la capa de ozono de Tintagel, capa que ya había estado parcialmente destruida por los fluorocarbonos y otras emanaciones nocivas. Pero parece que es probable que los bombardeos hayan destruido por lo menos otra porción de la capa restante de ozono y que finalmente, cuando el sol penetre otra vez en la atmósfera, nuestro Planeta recibirá un bombardeo más numeroso y más fuerte de rayos ultravioletas. Algunos informes previos hablan fijado un período de cien artos para la regeneración de la capa de ozono. Ahora no se sabe cuándo, se regenerará, si es que lo hace alguna vez. A la larga, se prevé la proliferación de casos de cáncer de piel -sin mencionar las enfermedades malignas adicionales que se esperan- debido a los conocidos efectos a largo plazo por exposición a la radiación y a los productos químicos. La mayoría de los recursos naturales de Tintagel, que no se habían agotado previamente, ardieron Y se quemaron completamente durante el holocausto. Todo el combustible que habíamos almacenado en nuestro refugio, en prevención de la lluvia radioactiva en la atmósfera después de las explosiones nucleares, casi se ha agotado- En consecuencia, sin los rayos solares, se han interrumpido o se han averiado totalmente: todos los sistemas de comunicaciones y de producción de energía. Los molinos de viento han sido incapaces de soportar los vientos huracanados de más de 180 kilómetros por hora que se han producido corro consecuencia de los cambios cataclísmicos, tanto en la atmósfera corro en el clima de Tintagel, haciendo inútiles hasta los generadores impulsados por viento. Como se había predicho, la lluvia negra ya ha caído; y recientes mediciones de los niveles de radiación, químicos y bacteriológicos en la superficie del planeta indican que todavía son peligrosamente elevados. A pesar de ello, algunos se han atrevido a subir a la superficie. Ninguno ha regresado. No sabemos qué les ha sucedido y sólo podemos suponer que están muertos. A pesar de todas nuestras precauciones, muchos de los que estamos aquí abajo presentarnos síntomas de enfermedades por radiación y envenenamiento químico, mientras que las enfermedades bacterianas y otras semejantes son endémicas entre nosotros. Nos han invadido las ratas y las cucarachas, que se están multiplicando a una velocidad alarmante debido a la falta de controles sanitarios y métodos de exterminio. Por desgracia, hemos comprobado que es inadecuada la protección que nos proporciona el refugio ante la radiación nuclear. Se rumorea que ha de culparse a la construcción defectuosa y a los materiales de inferior calidad que se usaron debido a que los contratistas escatimaron los fondos porque debieron pagar sobornos a los funcionarios gubernamentales. Entre los recién nacidos es común el raquitismo y los defectos congénitos. Me terno que, si cualquiera de nosotros llegara a sobrevivir, será como una raza de mutantes. Casi se han agotado nuestras provisiones de agua dulce, corrida y medicamentos. No sé cuánto tiempo más podremos aguantar antes de que todos nosotros muramos o nos veamos forzados a subir a la superficie arriesgándonos a lo que sea que podarnos encontrar allí. (Nota: En este punto la Crónica quedó trunca.) -Así está escrito en Un Sistema de Control de Tiempo de un Antiguo Desconocido de Labyrinth Lo PRIMERO QUE IMPRESIONÓ A LOS BUSCADORES fue el hedor nauseabundo de un millar de cuerpos sucios, de retretes y de putrefacción. Y después el calor -debido a una implacable ventolera de aire caliente que fue bien acogida al principio, tanto que Rhiannon creyó que nunca llegaría a bastarle. Pero después, al quedar envuelta en los vahos que despedían sus ropas empapadas Y el calor infernal se le hubo infiltrado en los huesos, se volvió intolerable. Ese calor bochornoso y la fetidez del ambiente bastaron para marearla y revolverle el estómago hasta tal punto que creyó que perdería el sentido o vomitaría. Jamás en su vida había visto nada semejante a Imbroglio. Los gnomos vivían en catacumbas, todo eran cavernas, túneles, pozos de aire y hoyos profundamente cavados en las entrañas de las negras montañas. En el interior se amontonaban cientos y cientos de individuos diminutos que vivían virtualmente como animales, increíblemente sucios y malolientes. El hedor a sudor impregnaba la atmósfera de esa horrible aldea subterránea donde las fraguas permanecían encendidas día y noche, noche y día, vomitando chispas, gases sulfúreos y hollín. Todo porque los labyrinthios eran mineros y metalistas, cavadores y buscadores de minerales metalíferos. Aquí Y allá ardía la lumbre en hogares donde humeaban ollas de cocido y a su alrededor, esparcidos por el suelo, había huesos secos y resto de comida en descomposición. En cada saliente de roca se veían roñosas zalcas que usaban para dormir Rhiannon observaba la inmensa caverna central, no podía encontrar otras señales de civilización. Si ella estaba horrorizada por lo que veía, cuánto más no estaría Iskander que había considerado primitivos a los boreales, pensó en ese momento. Sin embargo él no hizo ningún comentario acerca de ese sitio tan tosco y ofensivo a los sentidos. El grupo de compañeros seguía sumisamente al jefe de los gnomos, que había dicho llamarse Fagin Flint, a través de la espaciosa cámara subterránea. -Sentaos allí -les ordenó Fagin e indicó algunos cueros esparcidos en el suelo. Luego, volviéndose, llamó a voz en grito-: ¡cunda! ¡cunda Granite! No bien se oyó el nombre, una vieja diminuta y apergamina- da se separó de las mujeres que, aterrorizadas y cuchicheantes, habían huido precipitadamente a un rincón de la caverna llevándose sus críos en los brazos. Sin embargo, la vieja no parecía amedrentada en lo más mínimo, al contrario, miró osadamente a los viajeros como si quisiera calarlos con sus vivaces ojillos oscuros. -Os presento a Gunda Granite -dijo Fagin presentando a la mujer-, es una de los ancianos de nuestra tribu. Ella también do. mina la lengua común y se encargará de atenderos en todo lo que necesitéis mientras permanezcáis entre nosotros. Se os llamará cuando estemos listos para oír más detalles de vuestra historia. Mientras tanto, como todavía no estamos de acuerdo en que seáis una amenaza para nosotros o no, comed y descansad y sed bienvenidos a Imbroglio. Pero os advierto, se os tratará como huéspedes sólo mientras os comportéis como tales. Si llegarais a atacarnos no tratar de escapar, se os encadenaría como prisioneros hasta que hayamos decidido vuestra suerte. Con esas palabras de despedida, Fagin es dejó al cuidado de Gunda que se acercó más para estudiarles mejor. Para entonces Yael había tendido cuidadosamente a Anuk sobre una de las zaleas e Iskander estaba agachado junto al lupino quitándole muy cautelosamente el improvisado vendaje ensangrentado mientras los demás observaban con rostros preocupados. -¡.Qué le pasa a la bestia? -preguntó Gunda con voz cascada y ronca. Todos se sobresaltaron pues, en medio de su preocupación por Anuk, la había olvidado. --Alguien de la habían tribu lo golpeó en la cabeza.. con un mazo -respondió fríamente Rhiannon lanzándole miradas feroces a la vieja. -Oh. -Gunda consideró la información durante unos luego observó: - Vaya, debe de haber sido uno de los jovenzuelos, entonces, o la bestia estaría muertaPuede que los labyrinthíos seamos diminutos, pero somos fuertes y recios por trabajar en las minas y las fraguas- Tenéis suerte de que yo sea una de las mejores curanderas de la tribu. Traeré mis hierbas y veré qué Puedo hacer.- Cosa por la Rhiannon quiso protestar. Dudaba seriamente de que los gnomos tuvieran algún ínfimo conocimiento de medicina siendo tan sucios como eran. Pero luego comprendió que no se atrevería a descartar ninguna posibilidad, por débil que fuera, de salvar a Anuk. Si Gunda Granite era realmente una herbolaria que curaba con hierbas, seguramente tendría amplios conocimientos de las plantas de Labyrinth y reservas medicinales, de las que tanto sus compañeros como ella misma carecían. Gunda regresó al poco rato arrastrando por el suelo un gran saco de cuero muy abultado. La vieja se sentó en cuclillas al lado de Iskander, entrecerró los ojos, examinó atentamente la herida del lupino y extendió una mano pequeñita y mugrienta para tantear la herida. -¡No, espera! -ordenó Rhiannon, tajante-. Primero has de lavarte esas manos con jaboncillo y agua caliente. -¿Jaboncillo? ¿Qué es eso? -inquirió Gunda ásperamente-. ¿Y exactamente cómo crees que va a ayudar a la bestia? ¡No soy yo quien necesita tratamiento! ¿Estás segura, muchacha, que no has sido tú la que ha recibido el golpe en la cabeza... y por eso sales con esa noción pagana? Ahora bien, ¿quieres o no que atienda a la bestia? Si lo quieres, ¡entonces deja de parlotear y permíteme continuar con mi labor! -No lo haré hasta que te laves las manos -insistió tozudamente Rhiannon-. De otro modo, la suciedad entrará en la herida que podría ulcerarse y pudrirse. -¡Tonterías! -protestó Gunda mirando con desdén a la joven-. ¡Si todos saben que la buena tierra negra no causa ningún daño! Es lavándote como puedes pescarte un resfriado y morir seguramente. ¿Me crees tan tonta e ignorante como para no saberlo? -Los ojillos de Gunda se entrecerraron y la miraron con suspicacia- ¿O era lo que esperabas, que fuera tan ignorante como para hacer lo que querías y así morirme de un resfriado? ¡Fo! iNo he llegado a una edad tan avanzada por ser una zopenca muchacha ¡Y yo que estaba tratando de ayudaros! -El tono era de agravio. -Ella te ha dicho la verdad, Gunda Granite -acotó Iskander serio-. La suciedad esparce gérmenes y enfermedades. Por eso es costumbre en nuestras tribus limpiarnos, especialmente antes de tratar una herida- Lady no ha tenido intención de ofenderte. Sin embargo, si tienes algún resquemor, ten al menos la bondad de traernos una jofaina con agua caliente y nosotros nos laveremos y atenderemos personalmente a Anuk Por fin, moviendo la cabeza y murmurando para sí, Gunda hizo lo que le pedía Iskander. Hasta se las arregló para sacar del saco de cuero, después de oír la descripción que hiciera Rhiannon del jaboncillo, algo que podía pasar por serlo en Labyrinth. Iskander y Rhiannon se lavaron vigorosamente las manos, se las enjuagaron en la jofaina de arcilla llena de agua caliente que había traído Gunda, mientras ella seguía mirándoles, asombrada y afligida. Luego hizo la antigua señal pagana contra el mal. Ni Iskander ni Rhiannon le prestaron atención. Ambos estaban ocupados en enjabonar y limpiar cuidadosamente la herida antes de hacer penetrar en ella, frotando con suma delicadeza, una mezcla de hierbas trituradas y un bálsamo curativo que les había ofrecido Gunda a regañadientes. No obstante, la vieja mascullaba horrendas predicciones todo el tiempo. De ese modo expresaba sus dudas sobre la eficacia de la medicina, puesto que tanto Iskander como Rhiannon se habían desembarazado de la tierra. Estaba convencida de que ellos habían ofendido a la Diosa Tierra de los labyrinthios y para aplacarla entonaba en voz monótona un cántico oscuro, misterioso, que repetía una y otra vez. Al terminar, se lamió el pulgar derecho, cerró el puño y dio un golpe seco contra la palma de la mano izquierda, supuestamente para asegurar la buena suerte. Poco después Gunda volvió a meter todos sus preparados medicinales en el saco de cuero y se alejó de allí arrastrándolo otra vez por el suelo. Al rato, regresó en compañía de las que presumiblemente eran las pocas mujeres gnomo más valientes de todas. Traían jarras de barro con cerveza y escudillas con cocido para los peregrinos que, a pesar de estar hambrientos, miraron la comida con bastante escepticismo, preguntándose si la veneración que demostraban por la tierra llegaba al colmo de comerla. Finalmente, Yael probó la cerveza y el cocido y anunció que la primera era fuerte, pesada sabrosa que el cocido, si bien no era gustoso, al menos era comestible -aunque ninguno de ellos tuvo ganas de examinar minuciosamente los trozos de carne y verduras extrañas que habían amontonado en sus escudillas. Recibieron la cerveza Con especial agrado porque hacía tanto calor en la caverna que en poco tiempo que habían pasado allí, se les había secado toda la ropa y hasta habían tenido que despojarse de sus capas Sin embargo . por la amplia boca de la cueva podían ver que fuera seguía lloviendo casi torrencialmente mientras huracanadas ráfagas de viento llevaban la niebla de un lado a otro. En el interior, acallados los temores y calmada la conmoción inicial generados por la llegada imprevista de los buscadores, gnomos volvieron a dedicarse afanosamente a su trabajo; pero no por eso dejaban de lanzar miradas furtivas y curiosas al grupo de extranjeros como si no se atrevieran a creer que no intentarían atacarles o huir. Los viajeros, en cambio, no se movían de sus lugares y conversaban entre ellos en voz baja hasta que, finalmente, decidieron tenderse sobre sus capas y dormitar un rato. Sólo el gigante permanecía despierto, pues se había ofrecido a hacer la primera guardia sabiendo que los demás estaban verdaderamente exhaustos. Hasta esos momentos los labyrinthios se habían mostrado hospitalarios, ya que ni siquiera habían retirado las armas a sus huéspedes. Sin embargo, Iskander había preferido actuar con prudencia antes de tener que lamentarse por confiado y había insistido en que uno de ellos se quedara de guardia -por si acaso. Los gnomos no sabían qué pasaba por la mente de Yael, aunque más de una vez le vieron contemplar la figura dormida de Rhiannon con profunda tristeza y se preguntaron cuál sería la causa de su pena. De cuando en cuando el boreal atendía a Anuk que, para alegría del gigante, respiraba más aliviado y parecía haber caído en un sueño más tranquilo y profundo- Esto le daba la esperanza de que el animal pudiera sobrevivir después de todo y se alegró por el bien de Iskander y Rhiannon, ya que sabía cuánto lo querían. Yael tuvo que admitir en su fuero íntimo que hasta él había llegado a admirar y querer al fiel y tenaz lupino y le acarició el largo y sedoso pelaje negro... en el mismo momento en que se le Partía el corazón viendo a Rhiannon y a Iskander acostados muy juntos, con las manos inconscientemente entrelazadas, como si se fortalecieran y consolaran mutuamente aunque sólo fuera en sueños. El Dios Cielo vigilaba el sol, las lunas, las estrellas y las nubes- Más con todo, nada de eso le bastaba por ser un dios demasiado codicioso. Ambicionaba apoderarse de los dominios de su hermana, la Diosa Tierra y desde los cielos vomitar horrible fuego y cubrir de hielos eternos el suelo. Temiendo por sus vidas la Diosa Tierra reunió a sus hijos y les ocultó en lo más recóndito de las montañas, el corazón mismo de su reino, mientras ella, muy arriba en la tierra, luchaba con su hermano, el Dios Cielo. La guerra duró años y años pero al final la Diosa Tierra triunfó y del refugio sus hijos salieron, y al verles la Diosa Tierra lloró, porque sin que ella lo supiera, les habla descubierto el Dios Cielo, y había entrado en el refugio de sus hijos volando en alas de su hermano el Dios Viento y les había maldecido, cambiándoles para siempre. Mas el poder de la Diosa Tierra era grande, y a pesar de su hondo dolor, sustentó a sus hijos en las horas aciagas y así sobrevivieron y prosperaron para honrarla y adorarla por siempre jamás. -Así está escrito en El Cantar de Labyrinth por el Bardo Ruthven Riverrock de Imbroglio No fue sino hasta después de la cena cuando los buscadores hubieron de presentarse ante los ancianos de la tribu Labyrinth respondiendo a su llamada. En cierto modo agradecieron esa circunstancia, pues habían comido y descansado bastante, Y se sentían más seguros de conservar su presencia de ánimo durante el interrogatorio y menos proclives a decir o hacer inadvertidamente a algo que pudiera enemistarles con los gnomos... tal vez a costa de algunas vidas por ambos bandos. Iskander esperaba evitar, un derramamiento de sangre a toda costa, aun cuando fracasara en su intento de persuadir a los labyrinthios para convertirse en amigos -una idea que no le parecía nada descabellada Los gnomos ocupaban varias filas de asientos en un amplio nicho de la cámara principal formando un semicírculo alrededor de una hoguera. Detrás del fuego se elevaba una gran roca que servía de estrado a Fagin Flint para que todos pudieran verle y oírle. Los gnomos le escuchaban con expresión adusta en sus rostros. Algunos se mostraban francamente recelosos y hasta hostiles; otros parecían tímidos y asustados, todos eran cautelosos y se mantenían alerta- Era la misma actitud que habían adoptado los enanos de Cornucopia después de que les aterrorizaran los AntiEspecie, según le había contado Cain. Iskander creyó que también podría ser la explicación en este caso. Luego dirigió su atención al gnomo jefe-Ancianos -estaba diciendo Fagin Flirt-, ya habéis oído el informe de nuestros vigías sobre cómo vieron a los extranjeros acercarse a nuestro territorio, Labyrinth, en un bote que chocó contra los arrecifes y cómo el jefe de estos extranjeros, el Lord Iskander sin Tovaritch, de Iglacia, un territorio que nos es desconocido, usó entonces un arma extraña que lanzaba llamas azules con las que destruyó los restos de la nave. Muchos de nosotros nos hemos preguntado por qué harían semejante cosa a menos que quisieran ocultarnos su llegada. Más aun, ¿por qué querrían ocultarnos su presencia aquí a menos que desearan hacernos daño? Todo esto nos pareció evidente hasta que el jefe de los extranjeros mencionó a los AntiTierra, y esto nos hizo vacilar, ya que esas criaturas nefastas no nos son ajenas. Entonces, acordamos traer a los extranjeros a la aldea para que nos contaran más detalles de su aventura, antes de decidir qué hacer con ellos- Es por eso que ahora dirijo una llamada al Lord Iskander sin Tovaritch, de Iglacia, para que hable y nos permita oír su defensa, si es que puede presentarla ante nosotros. Dicho esto, Fagin se volvió e indicó a Iskander que diera un Paso al frente. Iskander se adelantó lentamente, pero viendo que destacaría demasiado sobre los gnomos si subía a la roca, decidió sentarse sobre ella, pensando que así no les amedrentaría tanto. Ya había ordenado sus pensamientos y considerado lo que les diría- Cuando empezó a hablar, lo hizo con voz serena, en tono bajo pero seguro. -¡Salve, oh tribu de los labyrinthios! -comenzó respetuosamente en tintagelese, esperando que los ancianos que también dominaban esa lengua, reconocieran su lenguaje cortés y formal- Como os lo ha dicho vuestro Jefe del Consejo de Ancianos, Fagin Flin. pero no lo hicimos para ocultar nuestra llegada a estas tierras, como alguno de vosotros pensáis, sino, más bien para impedir que los... AntiTierra, como les llamáis, pudieran apoderarse de nuestra nave y usarla para alcanzar las tierras de donde venimos. -Hizo una pausa y luego continuó. "No sé cuánta información tenéis sobre nuestro mundo Tintagel, porque ha cambiado mucho desde las Guerras de los Especie y el Apocalipsis y se han perdido muchos conocimientos a lo largo de los siglos... especialmente aquí, en Occidente, que al parecer y por razones que desconozco, sufrió ataques mucho más fuertes que el Oriente. Pero Iglacia, la tierra de donde vengo, se encuentra al otro lado del mundo y durante muchísimos años los de Oriente hemos estado enviando emisarios a Occidente para tratar de saber lo que pudiéramos, para averiguar si algunas de sus tribus habían sobrevivido a las Guerras de los Especie y el Apocalipsis. Ninguno de esos emisarios retornó jamás... hasta el año pasado, cuando una expedición sí regresó. "Antes de esto los druswidas, los... Líderes espirituales de Oriente, habían percibido una gran maldad en la tierra. Temíamos que el Tiempo de la Profecía, que los druswidas habían vaticinado muchísimo tiempo ha, había llegado. Temíamos que una terrible Oscuridad como la que se había desatado durante el Tiempo Anterior estaba otra vez entre nosotros. Y así era... mejor dicho, es, o así nos ha informado nuestra expedición. Pero aquí están los que pueden narrar esta parte de la historia mucho mejor que yo... Y que deben contarla, porque ellos estuvieron allí, y yo no, y por lo tanto es el derecho que han adquirido. -Iskander se volvió a sus fieles seguidores.- Habladles de Cain e lleana -les dijo suavemente-. Contadles lo que acaeció en las Planicies Strathmore. Y así fue como, al igual que habían hecho en Finisterre en vísperas de hacerse a la mar en el Frostflower, Rhiannon, Yael y los demás se pusieron solemnemente de pie y cantaron elegías de sus héroes muertos, de lo que ya era una leyenda en sus tierras. Sus voces subían y bajaban al unísono, para luego separarse y entretejer, - se bellamente resonando en el techo abovedado de la inmensa caverna. Sus emociones eran tantas, tan apasionadas y sinceras, que parecía que los buscadores tejían no sólo la trama del cuento sino también magia a la luz de la lumbre, mientras un poco mas allá, afuera, la lluvia seguía el compás con su incesante y rítmico tamborileo y el viento plañía sus endechas en perfecta armonía. Cantaron sin cesar mientras los gnomos escuchaban, tan conmovidos algunos que les brillaban los ojos oscuros bañados en lágrimas que juego rodaban por sus curtidas mejillas. Y hasta aquellos que no entendían la lengua, de algún modo captaban la esencia del canto, percibían el dolor y el orgullo que sentían los compañeros por aquellos que habían defendido su mundo. El canto épico era universal los labyrinthios también tenían sus bardos, sus propios poemas épicos... y, también conocían a los AntiTierra, los AntiEspecie. Por fin las últimas notas de la canción se extinguieron y durante largo tiempo todos guardaron silencio, perdidos en ensueños y recuerdos. Sólo rompía el silencio de la cámara el chisporroteo del fuego y el crepitar de los leños. Hasta las incesantes fraguas habían callado y los metalistas habían dejado por única vez sus martillos quietos con reverencia y respeto. Las siguientes palabras de Iskander cayeron blandamente en ese silencio. -Ahora sabéis por qué he quemado nuestro bote y por qué nos hemos atrevido a invadir vuestra tierra. Buscamos el corazón de la oscuridad, a los AntiTierra, los AntiEspecie. Debemos atacarles y asestarles un buen golpe antes de que ellos nos destruyan a todos. Entonces, ¿qué decís? ¿Nos consideráis como amigos... o enemigos? Iskander esperó la respuesta con todo el cuerpo en tensión. Había apostado fuerte... y lo sabía. Si los labyrinthios resultaban ser aliados de los ComeAlmas, habría cometido una horrible equivocación. No obstante, dada la naturaleza de los AntiEspecie, no creía que eso fuera probable: ni podía concebir que hubiese errado al juzgar a los gnomos, las expresiones que había visto en sus rostros durante la balada, el réquiem de las Planicies Strathmore. No era probable que estuviera equivocado. -Creo hablar por todos nosotros cuando os digo que tenemos un dicho en Labyrinth -anunció Fagin-. "Los enemigos de nuestros enemigos son nuestros amigos." Lord, los AntiTierra son nuestros enemigos... un verdadero azote que ha caído sobre nosotros. -!Sí, sí, un azote! -corearon los ancianos-. ¡Un verdadero azote -Fagin impuso silencio levantando la mano, después continuó hablando en tono serio y sombrío. .-La Diosa Tierra nos ayude, nosotros no sabíamos... al principio no sabíamos qué ni cómo eran. Pensábamos que eran simplemente otra tribu que se interesaba en nuestros trabajos de metalistería. pero luego una que hubieran aquietado nuestros temores, dándonos una falsa sensación de seguridad, se volvieron contra nosotros, revelando su verdadera y horripilante naturaleza y muchos de nuestra tribu... muchos cayeron víctimas de esos se, res espantosos. -Hizo una larga pausa, para recordar y lamentar, luego continuó. "La Diosa Tierra nos protegió a su manera de la perversidad de esas criaturas maléficas, ya que aquellos a los que les hacían mal de ojo, morían en vez de volverse como ellos, como lo habían propuesto con la ayuda de la magia negra. Cuando pie. ron esto, los AntiTierra se dedicaron a darnos caza y matarnos para comernos, como han sabido hacer los depravados frigidianos que también son nuestros enemigos. "Pero los AntiTierra desconocen absolutamente las vueltas y revueltas de las minas y ya hemos llevado a varios a una muerte segura en los pozos profundos. En cuanto caían dentro, les prendíamos fuego y quemábamos a esas horribles criaturas. De noche cerramos las puertas de acero de las montañas, el legado de nuestros ancestros. Así hemos podido sobrevivir. -Fagin sacudió tristemente la cabeza. "En verdad, como vida no vale mucho, pero es mejor que nada, Sin embargo, acogeríamos con agrado algo más de lo que tenemos, Lord. Yo no sé cómo este puñado de guerreros y tú podéis tener la ilusión de triunfar sobre los AntiTierra. Temo ciertamente que vuestra misión está destinada al fracaso. Pero si en algo podemos ayudaros, lo haremos sin vacilar. Decidnos qué necesitáis, Lord." Pasaron el resto de la velada con los peregrinos planeando el viaje que tenían por delante. De acuerdo con las informaciones de los gnomos, hacia el norte se encontraba el territorio de Frigi a un día, un sitio espantoso, frío, inhóspito y habitado por una tribu que apenas era Especie. Aunque podían hablar, su vocabulario era muy rudimentario y nadie ignoraba que a veces practicaban el canibalismo. Fuera de esporádicas correrías para saquear, tendían a mantenerse aislados, pero eran malvados y crueles en los combates. Los gnomos afirmaban que los frigidianos habían frenado varios ataques de los ComeAlmas. Por eso parecía poco probable que fuera la dirección en la que debían viajar para encontrar el corazón de la Oscuridad. Sólo les quedaba el oeste, pues al este y al sur se encontraba el Océano Harmattan y el Golfo de Uland. , Iskander anotó esos datos cuidadosamente en el tosco mapa que estaba dibujando y que se basaba en los limitados conocimientos los labyrinthios de aquello que quedaba más allá de los límites su territorio. Era realmente decepcionante que no tuvieran registros, ni archivos... aunque, por los poemas que cantaban sus bardos, parecía que en esos negros peñascos de Labyrinth, las Montañas Jigsaw o Rompecabezas, como se las conocía, habían vivido los Antiguos. Las inmensas puertas de acero que sellaban todas las entradas a la red de cavernas, túneles, pozos de aire y luz, y fosos, fortalecían más esa hipótesis. Era evidente que algún mecanismo poderoso había accionado esas barreras, pero ese mecanismo hacía tiempo que había dejado de funcionar. En su lugar los industriosos y esforzados gnomos habían ideado un sistema de pesas, poleas, fuleros y niveles, que manipulaban con destreza para abrir y cerrar las pesadas puertas. Pero si los Antiguos habían dejado otros rastros de su civilización dentro de las catacumbas, los labyrinthios lo ignoraban por completo y, por lo tanto, Iskander debía conformarse y arreglarse con los pocos datos que podían darle. El territorio de los labyrinthios limitaba al oeste con Bezel cuyos habitantes, los bezeles, comerciaban activamente con los gnomos. -Muchas otras tribus solían llegar a nuestra tierra para comerciar, tribus que venían del sur, Lord -le explicó Gunda Grante con su voz cascada-. Pero paulatinamente, a lo largo de estos últimos años, fueron cada vez menos y ahora muy pocos son los que se acercan a comprarnos algo. No conocemos con certeza cuáles son los motivos, pero sospechamos que los AntiTierra han capturado a casi todos y les han transformado o comido. Esta explicación le pareció terrible a Iskander aunque, por la circunstancias, era una perspectiva aterradora pero demasiado probable. Si resultaba cierto que Botánica, todo el continente austral, estaba en manos de los AntiEspecie, no sabía cómo sus compañeros y él tendrían alguna posibilidad de atravesarlo. Sin embargo, no era el caso de buscarse preocupaciones sin razón y, además, era absolutamente imposible juzgar la situación con exactitud hasta enfrentarla cara a cara. Así que, por el momento, hizo un esfuerzo por dejar las dudas a un lado y concentrarse en hacerlos preparativos a mano, recordándose todo el tiempo que, un viaje, fuera largo o corto, cómodo o penoso, solamente podía hacerse paso a paso. 18 Con gran alegría y profundo alivio nuestro, a los pocos días, Anuk se recuperó por completo, pero sólo para descubrir que estaba infestado de pulgas por las zaleas roñosas donde había estado echado, un descubrimiento que casi le costó una recaída, tan furioso estaba. Se compadecía de sí mismo y trataba por todos los medios de damos lástima. No sólo censuraba a Iskander sino también a mí, resoplando y diciendo que se había equivocado terriblemente al haber depositado su confianza en nosotros, que habíamos permitido que le sobreviniera semejante indignidad. Después, pasaba la mayor parte del tiempo en lamerse y mordisquearse diligentemente la piel para librarse de los diminutos insectos dañinos y molestos, mientras nos lanzaba miradas ofendidas todo el tiempo. Iskander solamente se reía y fastidiaba a Anuk diciéndole que si no hubiera sido tan tonto corno Para permitir que le dieran un mazazo en la cabeza, no se encontraría en una situación tan lamentable. Pero yo me sentía muy mortificada y no escatimaba esfuerzos para calmar su orgullo herido. Machaqué varias hierbas que había obtenido de Gunda Granite hasta reducirlas a polvo y le froté la piel a Anuk con la esperanza de quitarle las pulgas. Por consiguiente, durante los días que siguieron Anuk sólo hablaba conmigo, sin hacer caso de Iskander hasta que, como ofrenda de paz, él le regaló un hermoso collar de plata cincelado por Lido Lodestona, el gnomo que había golpeado a Anuk con el mazo. Lido era jovencito y estaba muy avergonzado por haberse asustado tanto de Anuk en la hondonada y haberle herido de esa manera. Con la ilusión de reparar ese daño, había creado especialmente ese collar para él, según explicó. Me temo que Anuk sea un animal bastante vanidoso y al recibir tantos halagos y mimos de parte de Lido, le tomó un cariño desmedido, tanto que algunas veces le permitía montar sobre su lomo para llevarle de paseo. Esto divertía enormemente a Iskander y hacía que todos los amigos de Lido le envidiaran sobremanera. Con el tiempo, durante los días que siguieron, todos los gnomos vencieron el miedo que les infundía Anuk y el animal se convirtió en el gran favorito de todos. Por cierto, muy pronto los niños se volvieron tan osados como para escabullirse detrás de él y tirarle de la cola, riéndose luego a carcajadas y escapando a toda velocidad cuando Anuk fingía enojo y gruñía persiguiéndoles al trote. Sus travesuras y payasadas nos alegraban a todos, sin excepción; y así fue como, con mejor talante que nunca, los que buscábamos el corazón de la Oscuridad, finalmente partimos de Imbroglio para reanudar nuestro peligroso viaje. -Así está escrito en Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian LA LLUVIA SEGUÍA CAYENDO INCESANTEMENTE como lo había hecho desde hacía muchos días. Sin pararse a pensar en ello, los buscadores se despidieron de sus nuevos amigos con gran pesar y emprendieron la marcha por las montañas Jigsaw hacia Twisted, Forest y Bafflee, otra de las aldeas de los gnomos que estaba también enclavada en la montaña. Baffle estaba ubicada en la parte más occidental de Labyrinth, cerca del límite con la tierra de Bezel, formado por el Río Knotted, una larga y ancha vía fluvial se extendía desde la Bahía Dangle al norte hasta el Golfo de Uland al sur, lo cual convertía a Labyrinth en una isla extremada. mente extensa. Eso era, en parte, lo que había sido una gran ayuda para proteger a los gnomos de los AntiEspecie. Los compañeros ahora sumaban nueve, ya que se les habían unido Gunda Granite y Lido Lodestone. A pesar de su edad avanzada, Gunda se había ofrecido voluntariamente a servir de guía y curandera, afirmando rotundamente que el grupo necesitaba cubrir esos puestos urgentemente. Pero Rhiannon opinaba que la muy endiablada viejecilla pensaba aprender tanto de ellos como ellos de ella, y que, además, le gustaba la aventura. Cuando Iskander le había advertido de los grandes peligros que deberían enfrentar, ella había chasqueado la lengua y había declarado secamente. -Lord, a mi edad, se pueden correr ciertos riesgos. Estoy pensando que quizás he estado encerrada en estas montañas demasiado tiempo. Me hará bien salir y andar por ahí. ¡Vaya, si hasta podría devolverme la vitalidad y vivir hasta los cien años! Lo de Lido era harina de otro costal. Se sentía en deuda con los viajeros y se había encariñado enormemente con Anuk. Sin embargo, el joven gnomo sólo tenía catorce años y al enterarse, Iskander le había ordenado que se quedara en Imbroglio. Pero no se habían alejado mucho de la aldea cuando descubrieron que les seguía a escondidas. Temiendo que fuera demasiado obstinado como para aceptar retornar a Imbroglio y que continuaría persiguiéndoles a hurtadillas, no tuvieron otra alternativa que llevarle con ellos para que no le ocurriera ninguna desgracia. Pasaban los días, pero el tiempo no mejoraba. A Rhiannon le parecía que no podía recordar cuándo no había estado subiendo por las montañas bajo una lluvia torrencial. Pero al menos en esos momentos, gracias a la generosidad de las labyrinthios, los buscadores estaban vestidos adecuadamente, cada uno llevaba una tienda pequeña y una mochila repleta de provisiones. Aunque -sin saber a ciencia cierta qué les esperaba más adelante- lskander había impuesto el racionamiento de las provisiones, pero no era demasiado estricto debido a la abundancia de caza- A causa de su tamaño reducido, las necesidades de los gnomos eran modestas; un ciervo grande o una gama alimentaría a varios de ellos durante días. En los bosques que poblaban la mayor parte de Laburinth se le permitía a la naturaleza seguir más o menos su curso y proliferaban los animales autóctonos. en los riscos triscaban grandes rebaños de cabras montesas y otros llanudos. Abajo, en los sotos, pacían alces y ciervos. Abundaban sobremanera otras criaturas más pequeñas tales como conejos, ardillas y pájaros. Mientras avanzaban hacia el oeste, Gunda iba enseñándoles a Rhiannon y a Anise las diferentes plantas de la región y juntas recogían bayas, verduras y raíces comestibles para complementar la dieta de los viajeros que de otro modo sería netamente carnívora. De vez en cuando podían encontrar algunos granos silvestres que funda luego molía entre dos piedras para hacer un pan ácimo pero nutritivo. Iskander se alegraba de ver que, como había suficiente comida para todos, los planos y los ángulos del rostro de Rhiannon se iban suavizando y ella ya no dejaba de comer para ofrecerle su ración a Yael. Sonreía más a menudo demostrando a las claras que le encantaba la compañía de Gunda y de Anise; y él comprendía que debía haber sido duro para ella no tener antes otra mujer con quien compartir sus tareas. Sin embargo, jamás se había quejado sino que había llevado su carga estoicamente y había continuado tenazmente los intentos de dominar su Poder, aun cuando las lecciones eran un esfuerzo violento adicional y un mayor desgaste de sus fuerzas. Iskander no cesaba de maravillarse de los rápidos progresos que hacía Rhiannon. Sus metamorfosis espontáneas ya eran cosas del pasado, porque en cuanto a eso había logrado pleno control de su Poder y producía los flujos y reflujos a voluntad. Lo que necesitaba ahora era alcanzar un control preciso de esa fuerza maravillosa para que cada forma que tomara fuera lo más real posible, como si en efecto existiera, sin defectos en la forma o el color, en los movimientos o sonidos. Esto sólo requería años de preparación Porque un Metamorfista altamente evolucionado como Iskander podía transformarse en más de cien criaturas distintas. También existía la necesidad de superar continuamente los límites del poder para sostener una forma durante períodos cada vez más largos. Iskander podía proyectar la imagen de un lupino, su favorita, durante tres días seguidos. No obstante, estaba contento con el nivel de eficiencia que a alcanzado Rhiannon. Había catado las nociones del arte. El resto era cuestión de pruebas a base de la eliminación de errores, en una práctica que nunca se terminaba completamente. Debido a la cercanía de Anuk y a su propia familiaridad con la forma, Iskander eligió al lupino como la forma primaria en la que debía concentrarse Rhiannon y cada noche ambos trabajaban refinando la técnica de la joven para reproducir con la mayor exactitud y mantener esa imagen. A pesar de haber conocido a Cain e Ileana, Sir Weythe, Chervil y Anise estaban fascinados por esa manifestación de Poder y, cuando no estaban de guardia, se sentaban callados y quietos para observar asombrados la clase nocturna. Sin embargo, Gunda y Lido se escandalizaron y horrorizaron al principio al ver que Iskander y Rhiannon se convertían en duplicados de Anuk. -¡Lido, nos han engañado! -chilló Gunda, al tiempo que arrancaba el mazo de su cinturón y tomaba la pose de combate_ ¡Ellos son los AntiTierra bajo un nuevo disfraz, que han venido para convertirnos en tales como ellos! -¡Oh, por amor del cielo, Gunda! -exclamó Rhiannon fundiéndose abruptamente en su forma de Especie-. ¡Vaya, mira lo que me has hecho hacer... y justo cuando lo estaba haciendo tan bien! -Lanzó una mirada feroz a la gnomo, e inquirió rudamente:_ Durante los días anteriores a nuestra partida de Imbroglio, ¿no es. cuchaste la elegía de las Planicies Strathmore y oíste hablar de la Luz y del Poder? ¿No aprendiste que no fue con un arma extraña que Iskander quemó nuestro bote sino con la llama azul de los druswidas? ¿Y todavía no has captado que el Poder se manifiesta de muchas maneras en los elegidos? -Bueno... sí -admitió Gunda con cierta reticencia. Después entrecerró los ojillos negros-. ¡Pero no sabía que el Lord y tú pudierais convertiros en bestias como los AntiTierra! -¡El arte del MetaMorfismo no tiene absolutamente nada en común con esas criaturas monstruosas, Gunda! -replicó Rhiannon, tajante-. Son seres enfermos, te hemos dicho ya, portadores de una horrible pestilencia del Tiempo Anterior que es demasiado real, desgraciadamente... ellos no proyectan simplemente una imagen como hacemos Iskander y yo. ¿Alguna vez has visto un AntiEspecie bajo otra forma que no fuera la de reptil? No, nunca, porque no son MetaMorfistas. Sus características de saurio derivan exclusivamente de la temible enfermedad que padecen y la única forma en la que pueden convertirse en uno de ellos es contagiándote el mal que ellos portan. Es como el azote de una paga como ha dicho Fagin Flint. -Quieres decir... ¿quieres decir que no se hace con magia negra? ¿No es magia? -La gnomo persistió.- ¿No es porque te hacen el mal de ojo? -No. -Rhiannon movió la cabeza.- Los ComeAlmas no tienen poder, Gunda... sólo gérmenes tales como Iskander trató de explicarte la primera noche que pasamos en Imbroglio. Los gérmenes son los que infectan a la gente... y son los culpables de que los AntiEspecie sean lo que son. - ¿Y todo este lavado que os hacéis... eso es para librarse de estos.., gérmenes? -preguntó Gunda, titubeando. -Claro -respondió Rhiannon. Luego ordenó con mal humor. Ahora, suelta ese mazo de una vez para que yo pueda continuar con mi práctica. No somos amigos de la AntiEspecie ni de nada que se les parezca. El arte del MetaMorfismo es un raro don, que se les ha otorgado a un puñado de elegidos. Es por eso que, de todos aquellos que existen en Oriente, han escogido al Lord y no a otro para llevar a cabo esta búsqueda. Además, como ya habrás visto, con el Poder que tenemos, si hubiéramos querido hacerte daño, fácilmente ya, podríamos haberlo hecho. Pero no ha sido así... y me duele profundamente que hayas dudado de nosotros. Ese no es el Camino. Nosotros servimos a la Luz, Gunda, no a la Oscuridad. No tienes nada que temer de nosotros. Pero, claro está, si tienes algún temor, Lido y tú tenéis plena libertad para regresar a Imbroglio. No intentaremos deteneros, lo juro. Gunda se convenció finalmente, ya que en su fuero íntimo sabía que todo lo que había dicho Rhiannon era verdad. Cabizbaja, guardó nuevamente el mazo colgándolo del cinturón de cuero. Todos respiraron aliviados. El viaje ya estaba suficientemente plagado de dificultades como para añadirle una feroz pelea entre ellos. Masculló una disculpa, Gunda volvió a tomar asiento junto a la lumbre y, juntamente con Anise, se dedicó a desplumar el par de pájaros que Yael y Chervil habían matado para la cena. Un rato después Iskander y Rhiannon reanudaron la clase. Lentamente y por primera vez Iskander se comunicó mentalmente con ella, vacilante, poco a poco, para no sorprenderla. -Lo has hecho muy bien, khatun -le dijo mentalmente-. No creo que yo pudiera haberlo hecho mejor. No fue el eco de la voz de Iskander en su mente lo que pilló desprevenida a Rhiannon, porque ya estaba acostumbrada a conversar con Anuk de ese modo. Fue el timbre extraño de esa voz lo que la dejó perpleja. Con los ojos dorados muy abiertos miró azorada a su señor. -¿Is-Iskander? -tartamudeó telepáticamente. -Si soy yo, Rhiannon -contestó gentilmente-. Pareces sorpredida .Pero va sabes que tal comunicación es posible. Yo mismo te he explicado los principios tanto de la Transmisión como de la mutua telepatía y cómo se realizan. Y después de todo ya hablas con Anuk. -Claro, pero nunca antes me has hablado así. Es verdad -asintió él. -Pero... ¿por qué no lo has hecho? Porque... entre un hombre y una mujer, esto puede volverse. ... una forma de comunicación muy íntima -explicó balbuceando casi las palabras al aparecer, espontáneamente, la imagen de aquella noche en el Frostflower, entre ellos y ocupando toda su mente-. Así puedes ver por ti misma los peligros inherentes a esto, donde ninguno puede guardar secretos del otro -dijo suavemente en voz ronca. Trazando delicadamente una mano en la mente de Rhiannon, borró la potente imagen, como borra el mar lo escrito en la arena-. No pienses en ello, Rhiannon. No debe ser. Este ha sido. un error que cometí a sabiendas... Pero deseaba... Quería agradecerte por todo lo que le has dicho a Gunda y como últimamente es rara la vez que estamos a solas, me he atrevido a invadir tus pensamientos sin permiso. -Yo no lo considero una invasión, Iskander. -El tono de Rhiannon sonó sincero. -Siempre eres bienvenido, como quiera que elijas comunicarte conmigo. ¿Es tan malo, tan censurable, entonces, lo que existe entre nosotros? ¿No nos merecemos, acaso, gozar de los pocos ratos de felicidad que podamos encontrar juntos? -¿A qué precio, Rhiannon? ¿A qué precio? ¿A costa de todo Tintagel? No conoces bien a la Oscuridad, no sabes lo cruel y engañosa que es, cómo se apodera de tus sentimientos y los retuerce volviéndolos contra ti misma. ¿Crees que debernos correr la suerte de que cada uno de nosotros pueda volverse contra el otro inconscientemente bajo su influjo destructor... y ser impotentes para impedirlo, para luchar contra eso, a causa de lo que sentimos uno por el otro? jamás, no podernos arriesgarnos a eso. No debemos hacerlo. El razonamiento la hirió en lo más hondo haciendo que asomaran lágrimas a sus ojos porque sabía que tenía razón. pero eso no mitigaba el dolor, ni hacía más llevadera su pena. -Entonces, déjame ahora, khan -logró articular ceremoniosamente aunque le temblaba la voz-, porque querría que diéramos por finalizada la clase de esta noche. -Claro corno quieras, khatun -aceptó él. Se arrancó en ese momento de la mente de Rhiannon con tal rudeza y brutalidad que ella casi gritó de dolor. Girando sobre sus talones, Iskander se aleó de su lado. Pero Rhiannon sabía lo penoso que le resultaba dejarla. Por, voluntad propia la mano de la joven se alargó para agarrarle, para traerle- de vuelta a su lado. Pero en lo más íntimo de su corazón sabía que sería inútil y después de un instante dejó caer la mano. Rápidamente, para que los demás no vieran su angustia, inclinó la cabeza y se ocupó de sus tareas, tragando saliva para ahogar los sollozos que pugnaban por estallar. Tenía que ser muy fuerte, se reprendió, severa. No debía permitirse representar un grandísimo estorbo para él. Enderezó los hombros y procuró seguir con su trabajo Pero por más que se esforzó no pudo engañar a dos de los compañeros con esa repentina laboriosidad. Oculto entre los árboles y vigilándola calladamente, Yael observaba los ojos atormentados por las sombras que no debían nada a las vacilantes llamas de la lumbre y la boca, suave y vulnerable, que temblaba como un pájaro herido. Verlo y desear violentamente hacerle daño a su señor fue todo uno. Y su señor, sentado en cuclillas dentro de su tienda, clavando la mirada fija y malhumorada en la oscuridad a través de la abertura que dejaban las solapas de la tienda, percibía tan intensamente como lo sentía el profundo dolor de Rhiannon, reflejando el suyo propio. 19 Por primera vez en mi vida desde que me habían tatuado el sello del sol carmesí de Tyrian entre las cejas y había recibido el torques de oro, símbolo del rango druswídico, deseé fervientemente no haber sido Elegido. Aquellos que han recibido la bendición del don del Poder, no alcanzan nunca a comprender que muchas veces nos pesa tanto que más parece una maldición. No hay nada como ser demasiado sensitivo, demasiado consciente de todo. Yo tenía plena y dolorosa conciencia de Rhiannon, de sus pensamientos, sus emociones, de saber que la habla herido con hechos y palabras y de la muda acusación que brillaba en los ojos de Yael, que la amaba tanto como yo-. Sí, yo la amaba, lo confieso. Quizá la había amado desde el principio, cuando abrí mis ojos en Torcrag y la contemplé creyéndola Ceridwen, la Custodia de la Tierra, de donde provenía mi Poder. ¿No se sienten los iguales atraídos mutuamente? Y éramos tan iguales como dos mitades de un todo. Esto lo sabía yo en mi corazón y me desesperaba; y maldije la búsqueda que había emprendido porque la había traído a mi vida -sólo para mantenemos perversamente separados. -así está escrito – en Los Diarios Íntimos de Lord Iskander sin Tovaritch YA HACÍA MUCHO TIEMPO QUE LAS MONTAÑAS JIGSAW habían quedado atrás y los buscadores estaban cruzando el Bosque Twisted. Fue al llegar al centro del bosque cuando los buscadores oyeron los gritos. Agudos gritos de dolor y miedo reverberaban terriblemente a través del bosque. Un escalofrío corrió por la espalda de Rhiannon. Los chillidos espeluznantes eran, sin lugar a duda, de un Especie. Con una mano en alto, Iskander hizo callar a sus compañeros y todos escucharon horrorizados los sonidos desgarradores. -¡Por aquí! -gritó Iskander y comenzó a correr zigzagueando entre los árboles, empuñando la Espada de Ishtar que había arrancado de la vaina colgada a la espalda. Los demás lo siguieron pisándole los talones. Yael sólo se detuvo para recoger a Gunda, que no podía ir al mismo paso, y la sentó sobre sus hombros antes de volver a devorar distancias con sus zancadas. Lido ya se había agarrado de un mechón de pelo de Anuk y se había montado sobre su lomo con la cabeza metida casi en el cuello del animal para evitar que las ramas más bajas de los árboles le tiraran al suelo. Sir Weythe, como Iskander, llevaba la espada en la mano y Chervil y Anise tenían sus ballestas preparadas con las flechas ajustadas en el hilo. Los dedos de Rhiannon apretaban con fuerza el mango y la cadena de su mangual. Le latía el corazón desaforadamente. La llovizna implacable había vuelto esponjosa la tierra por h que las botas de los peregrinos casi no hacían ruido al pisar, en su rápida carrera con bruscos y repetidos virajes para esquivar los árboles majestuosos, retorcidos, de troncos nudosos y gruesos, con ramas alabeadas que se entrelazaban formando un espeso dosel de verdes hojas que tiritaban y se estremecían bajo la persistente llovizna. La luz plomiza se filtraba trabajosamente por los intersticios del follaje. Jirones de niebla se envolvían como culebras alrededor de los troncos. El bosque entero parecía temblar mientras los gritos de terror continuaban sin disminuir en intensidad. Por fin, respirando dificultosamente, el grupo llegó al borde de un claro, de donde provenían los gritos, pero se pararon en seco por la escena espeluznante que se desarrollaba ante sus ojos. A un lado del claro vieron un pequeño carromato pintado de vivos colores que se balanceaba precariamente sobre dos ruedas muy altas. Tenía dos caballos enganchados que estaban atados con una cuerda a un alto tocón ennegrecido tal vez por algún rayo que lo había tronchado hacía algún tiempo. Los pobres animales relinchaban temblorosos y con los ojos desorbitados, encabritados y haciendo corvetas en una lucha furiosa para liberarse de las fuertes cuerdas de cáñamo que los tenían cautivos. El carro se movía peligrosamente sobre sus inmensas ruedas, inclinándose a un lado y otro alocadamente haciendo golpear contra los marcos de madera las contraventanas y la única puerta que tenía, mientras en el interior chocaban entre sí ollas y vasijas con bastante estruendo.. varias ya habían caído y el suelo alrededor del carromato estaba lleno de fragmentos de cristal y toda clase de restos. Pero este espectáculo no era lo que mantenía petrificados a los viajeros, sino lo otro que estaba a la vista, en el extremo opuesto del claro y cuyo protagonista era, evidentemente, el dueño del carro. El pobre joven estaba agachado y completamente encogido de miedo en un rincón del claro, gritando y chillando lastimeramente con la ropa de seda echa jirones y empapada en la sangre que manaba a borbotones de las heridas profundas que le surcaban todo el cuerpo tembloroso. A su alrededor rondaban seres tan enormes como gigantes. Pero allí terminaba la semejanza; porque salvo los AntiEspecie, los patéticos perseguidores de ese hombre eran las criaturas más feas y repulsivas que había contemplado Rhiannon en toda su vida. Eran encorvados, casi jorobados, los brazos macizos y fornidos parecían demasiado largos para sus cuerpos. Las manos les colgaban debajo de las rodillas y los dedos terminaban en largas uñas afiladas como garras, en las que había restos de piel y carne de la desventurada víctima. Las enormes cabezas redondas descansaban sobre cuellos cortos y rechonchos. Los rostros eran indescriptiblemente desagradables. Frentes demasiado estrechas, cejas hirsutas que semejaban escarabajos, ojos pequeñísimos Que bizqueaban, negros y brillantes como piedras de azabache y narices muy anchas y chatas como si las hubiera aplastado una mano gigantesca. Tenían poderosas mandíbulas como si estuvieran destinadas a triturar hasta huesos. Las mandíbulas inferiores sobresalían hacia adelante en gran desproporción, por lo que los labios gruesos y babeantes dejaban ver una hilera de grandes dientes inferiores con prominentes colmillos. Esos seres eran tan velludos que desde lejos se les podía confundir con simios. Todos llevaban gruesos garrotes erizados de púas, aunque parecía probable que no los habían usado todavía contra el joven encogido de miedo, porque era tan flaco y estaba tan débil que un solo golpe le habría matado Pero eso no era lo peor de todo. No cabía ninguna duda de que esas criaturas deformes, monstruosas, habían estado en algún momento en contacto con los ComeAlmas y seguramente se habían contagiado, pues todos estaban en diferentes etapas de la abominable transformación engendrada por la enfermedad de los AntiEspecie. Los cuerpos cubiertos de largo pelo greñudo presentaban claros donde había aparecido el cuero negro y escamoso tan característico de esas fieras. Rhiannon miró con inquietud a Iskander, preguntándose qué haría, si intervendría para salvarle la vida al joven o dejaría que sus grotescos verdugos le torturaran hasta matarle. Sin embargo, antes de que Iskander pudiera expresar sus pensamientos e impartiera las órdenes a los demás, la suerte decidió por él. -¡Frigidianos! -siseó Gunda y antes de que nadie se diera cuenta de lo que intentaba hacer, se arrancó el mazo del cinturón y lo lanzó por el aire en línea recta hacia el monstruo que estaba más cerca. Sentada sobre los hombros de Yael, Gunda tenía una vista panorámica del claro sin nada que la estorbara y dio con fuerza en el blanco. El mazo se clavó en la frente, entre los ojos del frigidiano, que soltando un aullido cayó al suelo tan pesadamente que la tierra pareció temblar. Las criaturas no eran demasiado inteligentes pues tardaron bastante en darse cuenta de que les atacaban. Luego, gruñendo de rabia, giraron y avanzaron pesadamente para repeler a sus atacantes cuando Iskander dio el grito de combate de los Tovaritch, salió de un salto de entre los árboles, y se puso a la cabeza de los buscadores para dirigir la carga contra esos seres feroces. La sorpresa estuvo de parte de ellos. La eficaz hacha de Yael partió limpiamente en dos de arriba a abajo el torso de uno de los frigidianos antes de que este pudiera parpadear y la Espada de Ishtar decapitó a otro. Apeándose del lomo de Anuk, Lido lanzó la pica, mientras el lupino se abalanzaba sobre la garganta de un frigidiano. Las ballestas de los elfos dejaron oír rasgueos sordos mientras las flechas dibujaban un arco mortal en el aire. La hoja de la espada de Sir Weythe despidió chispas cuando el paró un golpe de la maza que empuñaba uno de los bárbaros roas ligero que sus compañeros. Los músculos del brazo de Rhiannon se doblaron cuando ella hizo girar el mangual en círculos concéntricos para finalmente descargar un golpe violento en la cabeza del frigidiano que tenía más cerca. El repugnante choque a conmovió hasta los huesos y quedó tambaleante. Retrocedió jadeando y creyó que iba a vomitar al ver saltar segmentos de piel, chorros de sangre, y astillas de huesos del cráneo hundido del monstruo que se tambaleó sobre sus pies, primero hacia un lado y luego hacia el otro hasta que finalmente cayó muerto al suelo. Había matado a un Especie. Por unos instantes su cerebro acusó el impacto de ese hecho horroroso, desgarrándola hasta la médula, asqueándola. Después se calmó y la imagen retrocedió a algún oscuro rincón de su mente al ver que otro frigidiano la atacaba. Con un ágil regate consiguió esquivar milagrosamente el garrotazo que estuvo a punto de partirle la cabeza. Su enemigo, aunque lento y torpe, era formidable y persistente; y a diferencia del que acababa de matar, no se dejaba pillar desprevenido. Rhian. non presentía que estaba a un paso de la muerte. Instintivamente, casi sin pensar lo que hacía, invocó su Poder. Hubo un destello cegador de luz fosforescente que pareció brotar de todos sus poros, esta vez su aura era una verdadera llamarada azul que, alimentada con la intensidad de sus emociones se tornó, con la velocidad de un rayo, en fuego blanco, en un aura candente. La extraordinaria fuerza del estallido hizo retroceder trastabillando al agresor que estaba a punto de caer sobre ella. El aire se impregnó súbitamente de, un olor nauseabundo de carne y pelo chamuscados. Rhiannon levantó el mangual con intención de usarlo, pero descubrió, azorada, que no podía hacerlo sin atravesar el muro de protección que había levantado alrededor. Presa de inquietud y miedo, intentó pensar, recordar las lecciones... Concentrándose con todas sus fuerzas, forzó a la barrera a partirse, a abrir una hendidura, mientras la mantenía inalterable en los lugares donde debía proteger sus partes vitales. Libre ya de todas las trabas, el mangual cortó el aire raudamente y se hundió en el vientre del enemigo. El monstruo dejó escapar un gruñido de dolor y se dobló en dos. Dominada por el pánico y casi a ciegas. Rhiannon asestó otro golpe y esta vez le dio en la nuca. Fue tan duro y seco que le desnucó instantáneamente. Sin embargo, el alivio que experimentó se mezcló con desazón al comprender que había vuelto a matar. Se forzó a pensar que de otro modo ella estaría muerta, pero nada de eso logró tranquilizarla ni darle la paz que necesitaba. Se dio la vuelta y vio que también Iskander estaba envuelto en el fuego azul de los druswrdas con el que intentaba proteger tanto a Sir Weythe como a Gunda y Lido, quienes de otro modo ya habrían muerto a manos de los frigidianos. Ni el soldado manco los gnomos eran dignos rivales de esos monstruos. Demostrando Prudencia y astucia, Chervil y Anise habían trepado a sendos árboles desde cuyas copas y ocultos entre el follaje, disparaban una le tal lluvia de flechas que, infaliblemente, daban en el blanco. Yael, enfurecido, repartía golpes a diestra y siniestra con su enorme hacha de combate, mientras Anuk hostigaba a los frigidianos como Podía, hiriéndoles y desgarrándoles las carnes con sus poderosas mandíbulas y sus afiladísimos dientes y colmillos. El claro estaba sembrado de cadáveres destrozados, pero todavía quedaban algunos enemigos en pie luchando con una ferocidad que infundía pavor. Inflexible, Rhiannon se defendió todavía de otro ataque brutal asestando un golpe certero con su mangual. Pasó por encima del cuerpo caído y lanzó frenéticas miradas alrededor, a la espera de otro atacante. Pero al menos, para ella, había llegado un momento de calma en la feroz batalla. Los pocos frigidianos que aún quedaban con vida estaban ocupados luchando con los demás compañeros. Hizo una pausa jadeando con fuerza para recobrar el resuello mientras agradecía el respiro momentáneo. Le daba vueltas la cabeza y tenía una dolorosa punzada en el costado. Gotas de llovizna y de sudor le corrían por la cara. Sintió que se le revolvía el estómago y entonces, vagamente, se dio cuenta de que estaba salpicada de sangre de pies a cabeza. Mareada, asqueada, contuvo con dificultad el vómito que le subió a la garganta. Poco a poco empezó a comprender que había algo extraño en el aura de Iskander. Estaba saturada de lenguas de fuego de un enfermizo color amarillo verdoso que parecía emanar de la Espada de Ishtar. A pesar de la lluvia vio que él tenía las facciones contraídas y el semblante duro como no se lo había visto jamás, y en sus ojos brillaba una luz de aprensión y resolución. El muro de Protección que había levantado alrededor de los otros y de su propio cuerpo oscilaba caprichosamente, desvaneciéndose poco a poco, mientras las espantosas lenguas verdes que salían de la espada se volvían más y más fuertes. Para Rhiannon estaba claro que Iskander no sólo estaba gastando demasiada energía, agotando sus reservas de Poder, sino también luchando desesperadamente para controlar la espada. Mientras miraba, fascinada, Gunda y Lido salieron de pronto del interior de la barrera como si alguien les hubiera arrojado de allí con brutal fuerza. Ambos cayeron de cabeza y quedaron tendidos sobre la tierra mojada, aturdidos y tiritando Un momento después Sir Weythe salió volando del reino protector del fuego azul. De repente Rhiannon recordó que Iskander le había coma, do cómo Cain había sometido la magia de la espada a su voluntad, torciéndola de modo tal que quedó al servicio de la mano izquierda de la Oscuridad. Advirtiéndola un instinto básico, soltó un grito agudo, estridente. -¡Echaos al suelo! ¡Todos vosotros! ¡Echaos al suelo ya, y empezó a correr. Yael y Anuk levantaron la vista, sorprendidos, y de un solo vistazo se percataron de la turbulenta inestabilidad de la carga en el aura de Iskander y de la maligna luminiscencia verde pálido que brotaba de la espada que empuñaba. Vieron al viejo soldado y a los gnomos tendidos en el suelo, aturdidos. Las palabras de Rhian. non sonaban aún en sus oídos. Su figura era una mancha candente corriendo a campo traviesa por el claro. Chervil y Anise, con la agudeza mental y los rápidos reflejos típicos de los elfos, ya se habían dejado caer de sus respectivos árboles y se habían aplastado contra el suelo lodoso del bosque. Entonces también Yael y Anuk se arrojaron al suelo, pero el lupino lo hizo sobre los cuerpos de los dos gnomos para protegerles mejor. El joven desconocido cuyo martirio había sido la causa de todo el conflicto estaba acurrucado en un rincón del claro, gimiendo y temblando de terror, cubriéndose la cabeza ridículamente con el borde desgarrado de su gallibiya ensangrentada como si la prenda pudiera librarle de algún daño. La abrupta interrupción del combate pilló desprevenidos a los frigidianos que permanecieron estúpidamente de pie, murmurando entre ellos y echando miradas feroces y recelosas alrededor del claro sin entender qué estaba pasando. Momentos después, al observar a Iskander, se sobresaltaron y súbitamente retrocedieron haciendo cabriolas, aterrados y dejando escapar sonidos guturales de alarma de sus gargantas mientras sus manos peludas gesticulaban desenfrenadamente. Para entonces, Rhiannon ya había llegado al lado de Iskander. El calor de su aura era tal que ella podía sentirlo a través de la suya propia. Con todo, no vaciló, ni preguntó si el control que ejercía sobre su Poder le permitiría soportar la carga de potencia del otro, ni siquiera consideró el peligro que podría correr, simplemente arrojó el mangual al suelo y atravesó precipitadamente el muro de protección de Iskander con lo cual ambas auras se fusionaron. El impacto de las dos barreras al chocar y fusionarse semejó el estallido de una conflagración. Hombre y mujer quedaron sumergidos en una hoguera de fuego multicolor, cuyas chispas salían disparadas en todas direcciones. Rhiannon podía oír los so nidos de su propia aura y los del aura de Iskander rugiendo como una tempestad en sus oídos hasta que una descarga de pura maldad la sacudió tan violentamente que tropezó y habría caído si no se hubiese aferrado al brazo de su compañero. Tenía la sensación de estar en el ojo de una tormenta de viento, luz y color, cegándola casi. Los mechones de pelo que se habían soltado de la trenza durante el combate le azotaban el rostro. Los echó hacia atrás, tratando desesperadamente de orientarse en el caos creado por la colisión de ambas auras. No sabía que pasaría algo tan terrible. por la sombría expresión de Iskander comprendió que estaba sin fuerzas para ayudarla. De la empuñadura de la Espada de Ishtar surgieron tentáculos de color amarillo verdoso y se envolvieron como zarcillos alrededor de su cuerpo, chupándola ávidamente, como si quisieran apurar hasta la última gota de sus energías. Ella luchó con todas sus fuerzas para mantenerlos a raya, dándole, inadvertidamente, un breve respiro a Iskander. Frenéticamente, él hizo lo poco que podía para estabilizar las turbulentas auras, entretejidas con las incandescentes hebras retorcidas de verde celedón que se desarrollaban de la espada. La presencia inesperada de Rhiannon junto a él le disgustaba y aterraba a la vez. Pero ya le flaqueaban las fuerzas y no podía arrojarla fuera de los límites de su aura como había hecho con Sir Weythe, Gunda y Lido. -¡Corre, Rhiannon! ¡Huye! ¡No puedo sostenerla espada mucho más tiempo! ¡No puedo controlar lo que se oculta ahí! ¡Corre! ¡Huye! ¿Me oyes? ¡Sal de aquí tan aprisa como puedas! -La voz de Iskander reverberó imperativa en el vacío de su mente. -No, Iskander, he venido a ayudarte. -No, no, no lo... -Pero antes de que pudiera terminar la protesta, ella le había tomado las manos entre las suyas que aferraban el puño de la espada. Al tomar contacto con las manos de Iskander y el metal de la espada, Rhiannon sintió una violenta sacudida que llegó hasta la médula de sus huesos. Quiso llorar al percibir la fuerza de la ponzoña que ensuciaba la hoja. No podía entender cómo la había soportado Iskander tanto tiempo. Era retorcida, antinatural y amenazaba devorarla. Por su mente pasaron oleadas de imágenes horribles, escenas que debían de haber tenido lugar en la Batalla de las Planicies Strathmore, que de algún modo, habían quedado impresas en el arma por el Poder de Cain y que en ese momento tanto el de Iskander como el de ella habían liberado. El también las vio, intuyó Rhiannon, buscando torpemente, debido a su miedo, el frágil vínculo con la mente igualmente asediada de Iskander. Y entonces, precisamente cuando Rhiannon creía que ambos estaban condenados, apareció una visión de bondad y de luz un hijo del invierno envuelto en un manto de agitados copos de nieve, su amor era una señal que indicaba el camino. Porque Ileana también había dejado su marca en la Espada de Ishtar. ¡Respira, Rhiannon!-ordenó Iskander mentalmente-.Respira... y piensa en la Luz. Piensa únicamente en la Luz... Ella respiró lenta, pausada y profundamente, recordando aquella noche en el Frostflower cuando Iskander la había besado dejándola sin aliento, dándole él el suyo. El recuerdo llenó sus pensamientos, pasando luego a la mente de Iskander hasta que ambos respiraron al unísono y la Luz creció dentro de ellos mientras, juntos, luchaban contra los rayos ponzoñosos que emitía la espada. Poco a poco, obligaron a retroceder a la nefasta incandescencia desde el puño pasando por todo el largo de la hoja hasta la punta, donde las malévolas llamas amarillo verdosas estallaron en una incontrolable y desenfrenada explosión de energía que abarcó todo el claro. Los monstruos que observaban, petrificados, fueron calcinados donde estaban, convertidos en cenizas en un abrir y cerrar de ojos, después de que la inmensa bola de fuego verdosa corriera de uno a otro, antes de consumirles. Por fin, fuera lo que fuese que la había impulsado, se extinguió por completo y lentamente cayó a tierra como una enorme bola de humo. Simultáneamente se apagaron las auras de Iskander y Rhiannon, agotado por completo el Poder que las había sustentado. La Espada de Ishtar colgaba mansamente al costado derecho de Iskander, tan fría y oscura como si nunca hubiese fulgurado. El abrazó el cuerpo tembloroso de Rhiannon con su brazo izquierdo, mirándola con adoración; y en ese momento, cuando se ponía nuevamente de pie, Yael supo, finalmente, al ver las emociones desnudas en su semblante, el corazón en sus ojos, que la había perdido totalmente y para siempre. Porque sintió en lo más recóndito de su ser que lo que había pasado entre ellos al fusionarse sus auras había forjado entre ambos un lazo que nunca se rompería mientras viviesen. Un nudo se formó en la garganta del gigante, ahogándole. Se pasó la mano por los ojos que le ardían y desvió la mirada para no estorbar ese momento de tan intensa intimidad que había tenido la des. gracia de presenciar. Uno a uno, se fueron levantando los demás, trémulos y agitados. Los buscadores permanecieron mudos en medio de los restos de lo que les había ocurrida ninguno de ellos comprendía bien qué había destruido a los monstruos, sólo sabían que ellos estaban vivos y a salvo. Pero antes de que alguien pudiera que hablar, el joven torturado por los frigidianos empezó a balbucear de modo histérico en una lengua que nadie pudo entender. Estaba de rodillas extendiendo los brazos hacia delante y, cada vez que jadeaba, inclinaba el torso hasta que su frente tocaba el suelo. Parecía estar más atemorizado de ellos que de los monstruos. Después de observarle un rato, llegaron a la conclusión de que estaba implorándoles por su vida. -Levántate, extranjero -dijo Iskander con rudeza en la Lengua Común-. No tienes nada que temer de nosotros. No te haremos ningún daño y los bárbaros que querían hacerlo están muertos. -¡Oh, gracias a los Dioses! -gritó el joven en la misma lengua, su extraordinario alivio fue evidente-. ¡Eres un hombre educado que habla tintageles! -Acto seguido, llorando como un niño, se arrastró de rodillas y se arrojó a los pies de Iskander.- ¡Oh, estimado señor! ¡Querido señor! -sollozó-. ¡Jamás había visto una exhibición de magia tan estupenda! ¡Está claro que eres un mago de categoría, y me humillo a ti, agradeciendo profundamente que tus amigos y tú os hayáis tomado la molestia de rescatarme de esos bárbaros frigidianos! ¿Cómo te podré pagar alguna vez? ¡Oh, déjame servirte! ¡Me consideraría afortunado si pudiera convertirme en tu devoto esclavo de por vida! Mortificado por el comportamiento exaltado del joven y bastante disgustado por la desatinada sugerencia que había hecho, Iskander frunció el ceño y con gesto adusto gruñó, malhumorado: -¡La esclavitud es una lacra que sólo practican los que sirven a la Oscuridad! ¿Perteneces acaso a esa clase? -¡Oh, no, señor! ¡En absoluto! -se apresuró a asegurarle el joven-. ¡Yo adoro a los Dioses, no a los Demonios! ¡Lo juro! Permíteme que me presente. Me llamo Moolah san Eippuy, hasta hace poco de Bezel, y de oficio mercader... y alguna vez próspero en esto. Pero ¡ay de mí! me temo que últimamente me ha tocado vivir tiempos difíciles y ahora todo lo que me queda en el mundo es ese revoltijo que veis allí. -Señaló con cierta melancolía el pequeño carromato, que al final se había volcado de costado desparramando por el suelo todo lo que había contenido. Los caballos habían escapado después de liberarse de cuerdas y arneses. Moolah empezó a lamentarse y a sollozar nuevamente retorciéndose las manos mientras contemplaba el desastre.- ¡He perdido todo! ¡Absolutamente todo! ¿Qué he de hacer? ¿Qué he de hacer? ¡.Qué será de mí ahora? -¡Por amor de la Luz! -estalló Iskander-. ¡Levántate deja de lloriquear ahora mismo... antes de que me enfade más y ceda a la tentación de causarte algún daño que ambos lamentaremos! Chervil... Anise... ved si podéis hallar los caballos de Maese Moolah. Tened cuidado. Es posible que haya más monstruos acechando en este bosque. Yael... Weythe... echadme una mano, intentemos enderezar ese carromato si podernos, Rhiannon, Gunda y tú haced lo que podáis para curar las heridas de Maese Moolah. Parecen muchas, pero no de gravedad, porque en verdad está más nervioso y desconcertado que herido. -El tono de Iskander era seco.- Lido, empieza a recoger aquellas ollas y vasijas y toda la loza rota. Anulo, monta guardia. No quiero que nada nos sorprenda, sea hombre o bestia. ¡Ya hemos soportado bastante para un día! Apenas había impartido las órdenes cuando ya las estaban cumpliendo. Los elfos armados con sus ballestas desaparecieron sin hacer ruido adentrándose en el bosque para buscar los caballos perdidos. Anuk empezó a rondar el perímetro del claro. Mientras Iskander, Yael y Weythe se dedicaban a enderezar el carro, Gunda iba en busca de su saco de hierbas y otras medicinas. Cuando regresó al lado de Rhiannon, ambas empezaron a recortar cuidadosamente las ropas de Moolah en las partes donde estaban más empapadas de sangre. Contrariamente a lo que había supuesto Iskander, muchas de las heridas del bezeliano eran, a decir verdad, muy profundas. Rhiannon barruntó que el joven estaba bajo los efectos de una conmoción violenta, hablando y moviéndose sin cesar debido a sus nervios que estaban al borde de la histeria y todavía no se había dado cuenta de la gravedad de sus heridas. Muy pronto quedó corroborada esa suposición, ya que cuando él se vio las heridas, Moolah se desmayó. Era lo mejor, pensó Rhiannon, porque de otro modo habría sufrido mucho mientras ellas las limpiaban y curaban las lesiones. El tajo más profundo. requería que lo suturaran. Tanto Gunda como ella temían que pudiera llegar a gangrenarse. Los frigidianos habían estado infectados de la enfermedad de los AntiEspecie y ninguna de las dos sabía en qué fase de la enfermedad esta se contagiaba o si podía propagarse con la clase de contacto que había soportado el bezeliano. A pesar de que tanto Lido como ella habían tomado el hábito de lavarse, aunque a regañadientes, Gunda todavía albergaba serias dudas acerca de la existencia de los gérmenes y secretamente continuaba creyendo, aunque con menos entusiasmo debía a últimamente, que el mal que causaban los ComeAlmas se debía a la magia negra hecha por medio del mal de ojo. Rhiannon, más instruida que su compañera, se inquietaba por el estado de salud de Moolah. Si por casualidad el bezeflano optaba por permanecer junto a ellos mucho tiempo, tendrían que observarle atentamente y ver si presentaba algún síntoma de la enfermedad, insistió al confiarle sus temores a Iskander. El asintió gravemente, comprendiendo de inmediato el peligro que correrían todos si Moolah estaba en canino de convertirse en AntiEspecie. Después de muchos esfuerzos, Iskander, Yael y Weythe había, por fin, enderezado el carro. Ordenaron un poco el interior y llevaron a Moolah, que continuaba sin conocimiento, y le tendieron en el estrecho camastro para que estuviera a resguardo de la lluvia. Los viajeros reconocieron que no había ninguna posibilidad de continuar la marcha en esas circunstancias. No podían dejar al pobre bezeliano herido, solo y desprotegido, ya que no podía valerse por sí mismo y, además, todavía no habían regresado los elfos con los caballos perdidos. -Esta noche acamparemos aquí -declaró Iskander perentoriamente, puesto que la idea de permanecer más tiempo en ese claro le resultaba tan desagradable como a todos los demás-. Pronto anochecerá y este es tan buen sitio como cualquier otro... no importa que pocos de nosotros pensemos así. Montemos las tiendas y encendamos la lumbre. Los buscadores pusieron manos a la obra sin poner objeciones de ninguna clase, pero ni siquiera el hecho de que la lluvia, que no había cesado ni un minuto, parara súbitamente después de caer la noche, ayudó a levantarles el ánimo ni a disminuir la inquietud que sentían. Las lunas salieron en el cielo nocturno. En ese momento la Luna Azul se encontraba en el punto de su órbita más cercano al planeta, a diferencia de sus hermanas. Esa noche, más que nunca, parecía mirar fijamente a los buscadores a través del espeso follaje del bosque... como el proverbial ojo maléfico del que siempre hablaba Gunda, imaginó Rhiannon, estremeciéndose. Según la leyenda la Luna Azul era un presagio del desastre; y en las noches de plenilunio, en su pálido rostro espectral se podía ver la figura de un certero saltando para atacar, una bestia mitológica de la que se decía que anunciaba la cercanía de la muerte y que guardaba las Puertas de la Oscuridad. Se decía además que de ella descendían todos aquellos semejantes a Anulo, pero Rhiannon no podía dar crédito a esa teoría y pensaba que sólo era una fábula Y la fiera simplemente un mito. Sin embargo, arrebujándose más en su capa, para protegerse se encomendó a su buena estrella... y deseó fervientemente que amaneciera cuanto antes. LA ESTRELLA NOCTURNA La Oscuridad. 20 Moolah estuvo enfermo -afiebrado y delirando constantemente durante muchos días y no tuvimos otra opción que llevarle con nosotros, pues tentamos que continuar nuestra mancha. Durante el curso de nuestra expedición, el estío habla llegado y se habla ido, estábamos en las postrimerlas del otoño y el invierno nos pisaba los talones. Más allá de los confines del Bosque Twisted se encontraban las Montarlas Windchill, que se extendían desde el norte de Frigidia hasta el sur de Labyrinth y deberíamos atravesar sus pasos antes de la primera nevada, o quedaríamos varados en Baffle sin poder seguir viaje hasta la primavera Iskander no quería que sucediera algo así porque el tiempo obraba en contra de nosotros y a favor de los AntiEspecie. Chervil y Anise hablan recuperado los caballos de Moolah y estos y el carromato hicieron más llevadero y rápido el viaje -aunque si me preguntaba qué tendría que decir Moolah en cuanto se enterara de que nos hablamos apropiado del carro y los caballos y del hecho de haberle desviado en la dirección opuesta en la que habla estado viajando. Sospechaba que no se mostraría demasiado contento con nuestros actos. -Es deplorable. Tintagel y sus necesidades tiene prioridad absoluta -dijo Iskander, tajante, cuando le mencioné mis escrúpulos-. El mercaderes afortunado de estar con vida... y debe estar feliz de que no le abandonáramos en el bosque. Después de esto no volvía hacer mención del tema, Iskander había cambiado mucho después de la batalla que había terminado con los monstruos muertos por nosotros. Aunque estábamos más unidos que nunca, en muchos aspectos también, perversamente, estábamos separados. Se había vuelto más duro, más determinado, como si le acuciaran las imágenes que ambos habíamos visto en las llamas de la Espada de Ishtar. Tan claras y reales habían sido esas escenas que bien podríamos haber estado presentes en las Planicies Strathmore en aquel solsticio de invierno de la batalla y el horror de todo ello no nos abandonaba. A veces me despertaba a mitad de la noche bañada en sudor frío, las imágenes obsesivamente presentes en mis sueños y suponía que le pasaba lo mismo a Iskander ya que parecía un hombre obsesionado; para él la misión era lo único que contaba. No perdonaba esfuerzos a ninguno de nosotros, mucho menos a él mismo, mientras seguíamos avanzando penosamente hacia Baffle, y muchas fueron las veces en que a nosotros, sus fieles seguidores, nos dolieron en la carne como latigazos, los sarcasmos de sus días de mal talante, la espantosa mordacidad de su duro y cruel lenguaje. A menudo por las noches se sentaba en el interior de su tienda con la mirada clavada en el fuego. De vez en cuando solía desenvainar la Espada de Ishtar dejando correr lentamente sus manos a lo largo de la hoja como lo haría un ciego, como si pudiera palpar la ponzoña que albergaba y buscara algún medio para erradicarla. Su Poder era diferente del que poseía Cain, según me había dicho. Esa era la razón por la que parecía no poder superar la maldición de esa hoja. Sin embargo, debía hacerlo o no osaría desenvainarla otra vez y ¿cómo, entonces, sería capaz de defendemos contra el corazón de la Oscuridad? Esos pensamientos eran tonto espuelas en su riente. Yo podía ver el dolor y la desesperación en sus ojos y mi corazón sangraba por él -por todo lo que el corazón de una mujer podía sangrar por un hombre. Eso es el amor, según he aprendido, la más grande de las alegrías y el pesar más profundo. -Así está escrito -enLos Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian El río Knotted, Labyrinth , 7275,10,43 EN OTRO TILMPO, LARGOS PUENTES DE MADERA habían cruzado el río Knotted, uniendo Labyrinth y Bezel. Pero a raíz de los ComeAlmas, los gnomos, por puro instinto de conservación, habían destruido los puentes que les vinculaban al mundo que estaba más allá de sus confines. Ahora sólo había una balsa que mantenían oculta en la orilla oriental y que debían dejar al descubierto y llevar hasta la orilla del río cuando se necesitaba -pero estas precauciones no impedían el cruce del río para aquellos que eran dueños de algún bote. Como la balsa era grande y bastante pesada, los labyrinthios debían moverla por medio de rodillos hechos con gruesos troncos. Pero esta operación que dirigía Sarn Shale, el Jefe del Consejo de Ancianos de Baffle, se llevaba a cabo suavemente, sin tropiezos, aunque con suma cautela y bajo rigurosas medidas de seguridad. Esto no era de extrañar, ya que habían descubierto un pequeño bote de mimbre y cuero y varios cadáveres de AntiEspecie y frigidianos ocultos entre las altas hierbas, juncos y maleza que bordeaban la ribera del Río Knotted. Estaba claro que recientemente había tenido lugar una escaramuza encarnizada entre las fuerzas contrarias, donde los ComeAlmas habían muerto a manos de los frigidianos que los sobrepasaban en número. Esos seguramente eran los AntiEspecie que habían contagiado a los bárbaros que habían encontrado en el Bosque Twisted, teorizaron los buscadores. El espectáculo que brindaban los cadáveres en descomposición de los AntiEspecie horrorizó a Iskander. Pero a pesar de todo, haciendo un esfuerzo, se arrodilló y les estudió atentamente, hasta el punto de pasar las manos por uno de los cuerpos como hacía últimamente con la Espada de Ishtar. Mirándole, Rhiannon tragó con dificultad la bilis que le subió a la garganta. -¡Apártate, Lord! ¡Retírate! - le rogó en tono suave pero apremiante- Ninguno de nosotros comprende nosotros comprende cómo puedes soportar tocar esa cosa horrible... ni por qué sientes la necesidad imperiosa de hacerlo. -¿De verdad no lo comprendes, Rhiannon... o es que no quieres enfrentarte al conocimiento de lo que debo hacer cuando encontremos el corazón de la Oscuridad. -inquirió en voz baja, áspera-. ¡Dime la verdad, maldita seas! ¿Ni una sola vez durante todo el viaje... te has preguntado cómo me propongo infiltrarme en las filas de los AntiEspecie, espiarlos de cerca, cuerpo a cuerpo? ¿No has comprendido todavía por qué me eligieron a mí, un MetaMorfista, para llevar a cabo esta misión? -No, Iskander, no... -¡No me mientas! -exclamó mordiendo las palabras-, No trates de no herir mis sentimientos... o los tuyos. Hay demasiadas cosas entre nosotros para eso. Lo sabes todo –dijo sombríamente-. En tus ojos puedo ver que es así. Hago lo que debo, lo que es absolutamente necesario, como ya te lo he dicho... y eso, tú más que nadie debes entenderlo. ¿Me temes ahora por eso, Rhiannon? Si llegara a tomarte en mis brazos en este momento, ¡.temblarías de pasión... o de asco? No puedes contestarme, ¿verdad? ¡Por las lunas! ¿Te das cuenta ahora por qué he luchado tanto para mantener a raya los sentimientos que nos unen? -Hizo una pausa, emocionado, luego continuó con brutalidad:- ¡Vete! Dile a Sarn Shale que he visto todo lo que necesitaba ver aquí. Que ha de quemar estos cadáveres ya que ni siquiera los buitres quieren tener algo que ver con ellos, pues de otro modo hubiéramos sabido de la existencia de estos cadáveres mucho antes de tropezar con ellos. ¡Vete, he dicho! A menos que quieras que te libere de tu promesa... -No, no pido eso de ti, Lord -respondió Rhiannon, serena, herida-. Haré como tú has mandado, como siempre he hecha Mordiéndose el labio para contener las lágrimas que amenazaban derramarse de sus ojos, se dio la vuelta y le dejó, levantando la barbilla y enderezando los hombros. Mudo, sabiendo cuánto la había herido, Iskander la dejó marchar. Después, soltando una maldición, se levantó y dio una feroz patada al cadáver AntiEspecie que estaba a sus pies. A pesar de que esto le permitió sentir y desfogar su cólera hasta entonces reprimida, no le hizo sentir mejor. Cabizbajo y con la vista clavada en esa criatura repugnante Iskander reconoció que, si fuera sincero consigo mismo, debía admitir que tenía miedo. Después de mucho tiempo, demasiado quizá, se encontraba cara a cara con los malditos ComeAlmas y, a pesar de sus amplios conocimientos sobre esos seres infernales, había aprendido que la realidad era muchísimo peor de lo que había imaginado... y horripilantes las visiones que había tenido de la batalla. injustamente había desahogado sus miedos en Rhiannon, por ser incapaz de cobrar suficiente ánimo para decirle que la energía demoníaca que emponzoñaba la Espada de Ishtar era la misma que emanaba de los cuerpos de los AntiEspecie, sólo que aumentada diez veces. Y si él no podía vencer a la espada, ¿cómo Podía albergar la esperanza de salir victorioso en la lucha a muerte con el corazón de la Oscuridad? No lo sabía. Las dudas lo consumían- ¡.Había llegado tan lejos sólo para abandonar la lucha y que todo terminara en un rotundo fracaso? No, no podía, no admitiría la derrota. Se dirigió a la balsa que se mecía suavemente en las aguas del Río Knotted. Hacía tres días que los compañeros habían llegado a Baffle. La aldea era bastante parecida a Imbroglio, excepto que, debido al mayor y más frecuente intercambio comercial con los bezelianos, especialmente en el pasado, antes de que los ComeAlmas invadieran ambas comarcas, los gnomos de Baffle eran más limpios y más progresistas que los de Imbroglio -aunque no por ello dejaban de vivir aterrados de los AntiEspecie. En Baffle también había inmensas puertas de acero para cerrar herméticamente todas sus entradas, vestigios de los refugios que habían construido y utilizado los Antiguos en el Tiempo Anterior. Al igual que sus coterráneos de Imbroglio, los gnomos de Baffle cerraban esas sólidas barreras cada noche y, durante el día, ya no se aventuraban a alejarse más de lo estrictamente necesario para buscar afanosamente los alimentos que requería la población. Gunda y Lido se habían encargado de hablar con Sarn Shale, de informarle sobre la importancia vital de la misión y de convencerle para que ayudara a los buscadores. Una vez concluidos los preparativos para reanudar la marcha, el jefe del Consejo de Ancianos les despedía deseándoles buena suerte mientras ellos subían a la balsa que les había estado esperando. Después se volvió y empezó a impartir las órdenes necesarias para la urgente cremación de los cadáveres de los AntiEspecie y frigidianos, así como también la quema del bote de mimbre y cuero que debieron de haber usado los ComeAlmas para llegar a Labyrinth. Minutos más tarde grandes llamas ardían y el humo subía en espiral para ser llevado en las alas del viento. desde la balsa, los buscadores contemplaban el fuego mientras los gnomos de Baffle, por medio de una gruesa cuerda de cáñamo tendida a través del río, lentamente , tiraban de la balsa hasta la ribera occidental. La cremación de los cadáveres y la quema del bote les recordó la destrucción del Frostflower y comprendieron la aflicción de Gunda y Lidon al ver como se iba empequeñeciendo a lo lejos su comarca natal, al saber que en cuanto la balsa les depositara en la ribera opuesta, quedarían abandonados a su suerte hasta que volviera por ellos -porque tanto para Gunda amo para Lido existía al menos esa posibilidad. El resto sólo podría seguir adelante. Hasta Moolah, lúcido ya y sin fiebre, aceptó acompañar a los viajeros sin protestar siquiera, insistiendo una y otra vez en que les debía la vida y que debía pagar su deuda. La suya era una historia típica de Bezel, les había dicho. Provenía de una familia pobre y había luchado denodadamente para abrirse paso en el mundo, decidido a mejorar sus condiciones de vida. Había comenzado con una insignificante carretilla de mano, en la que había llevado una miríada de baratijas para vender por los bazares de su comarca natal. Poco a poco había conseguido reunir el dinero para comprar el carromato y, al tiempo, una tienda en Pearl, a orillas del Lago Sapphiro. Después de unos años había ampliado la tienda. Con el tiempo había abierto una segunda tienda en Diamondi, y luego una tercera en Rubyatta y una cuarta en Amethyst. El incesante flujo de extranjeros que habían escapado del sur para salvar sus vidas había resultado ser una bendición para sus negocios. Pero como la implacable guerra contra los saqueadores AntiEspecie se prolongaba tediosamente, las aldeas de Bezel fueron sitiadas y destruidas una y otra vez. Durante el desarrollo de esos azarosos combates, se interrumpía frecuentemente el comercio, mermaban las provisiones y se expandían las plagas. Luego llegaba el pánico y, con una hogaza de pan vendiéndose a precio de oro, los aterrorizados prestamistas exigían el inmediato rembolso de sus créditos. Moolah, que había dependido en gran medida del crédito para financiar sus tiendas, quedó atrapado durante una de esas invasiones y no pudo pagar. En prenda de lo que debía, los prestamistas se habían quedado con todas sus tiendas. El se sintió afortunado de haber escapado sólo con vida sino también con su pequeño carromato. Con la ilusión de resarcirse de sus pérdidas, había decidido afrontar los riesgos de un viaje a Imbrogp y también a la más lejana. Maze, la aldea más oriental de Labyrinth, con la idea de negociar para obtener mercancías, puesto que era bien sabido que todas las aldeas labyrinthias poseían sus propios estilos típicos de trabajo de metalistería. A diferencia de los de Baffle, las mercancías que producían los gnomos de Imbroglio y Maze eran una rareza en esos momentos en los bazares de Bezel, porque muy pocos mercaderes y comerciantes tenían ganas de viajar tan lejos en tiempos de incertidumbre como los que vivían. Sin embargo, después de la espantosa experiencia que había sufrido a manos de los frigidianos Moolah no estaba demasiado ansioso de volver sobre sus pasos. En realidad, como creía que Iskander estaba poseído de una potente magia que les protegería a todos ellos, el bezeliano había ofrecido sus caballos, el carro y sus servicios a los buscadodores, prestando poca atención a las advertencias de Iskander sobre Ios peligros que les esperaban más adelante. Moviendo la cabeza, consternado, al tener que contar con un nuevo miembro en su séquito, Iskander se había alejado a grandes zancadas, jurando acaloradamente para sus adentros y prometiendo abandonar a Moolah en la primera aldea bezeliana a la que llegaran. En ese momento Rhiannon había creído que sólo era una amenaza sin significado real; pero ahora que estaba junto a Iskander en la balsa, estudiando de soslayo su recio perfil, no estaba tan segura. quizás en esos momentos su estado de ánimo era tal que se proponía librarse de todos ellos. ¿Acaso no le acababa de ofrecer liberarla del juramento que la ligaba a él? Para sus adentros, y aunque sabía que era una peculiaridad admirable, maldijo la preocupación de Iskander por el bienestar de todos aquellos que le seguían. Les necesitaba, pensó. Lo admitiera o no, él les necesita. Porque sacerdote del duodécimo rango o no, ¿qué era un hombre solo frente a los ComeAlmas -especialmente cuando él no se atrevía siquiera a desenvainar la única arma que podría significar su salvación? No importaba lo que Iskander dijera o hiciera, ella, al menos, no le permitiría que la echara de su lado, se prometió Rhiannon apasionadamente. Le apoyaría y le sería fiel hasta el fin, viniera lo que viniera. Su decisión estaba tomada. Volvió la cara al viento y se le contrajo el corazón en el pecho al ver que la balsa se acercaba a la costa oriental de Bezel, porque entonces, desde donde estaba en la balsa miraba la tierra a lo lejos y podía ver claramente la horrible devastación que había sufrido. Alguna vez ese yermo había estado poblado de árboles lozanos, de bosques pletóricos de vida como sucedía en Labyrinth, Pero .años y años de guerra se habían cobrado su precio. Vastas extensiones de esos bosques se ha incendiado, en su lugar quedó una interminable planicie calcinada donde los tocones carbonizados y en plena descomposición contaba su triste historia. -Se hizo para destruir a los Escamosos, los AntiEspecie, como vosotros les llamáis -dijo Moolah, abatido mientras avanzaba cojeando hasta colocarse al lado de Rhiannon e Iskander. Veréis, a nosotros sabíamos qué eran, por los extranjeros que habían huido de Botánica. Desde aquella primera vez, hace que tiempo, muchas veces más se ha prendido fuego a esta tierra lo que ahora tenéis ante los ojos es todo lo que queda de lo que una vez fue un magnífico bosque que se extendía hasta las colinas australes de Bezel. Ahora llamamos a este lugar la planicie Agotada, porque desde que quemamos los bosques por primera vez no hemos dejado crecer un solo árbol en todo el sur de Bezel para que los ComeAlmas no nos invadan y nos pillen desprevenidos Así nos hemos defendido nosotros. -Pero, ¿qué ocurre con los posibles ataques durante el invierno, cuando la nieve cubre toda la tierra con una espesa capa? -preguntó Rhiannon, sabiendo que no se había usado, esta técnica de defensa en las Planicies Strathmore por esa causa. -Hemos cavado enormes fosos alrededor de nuestras al. aldeas -explicó Moolah-, y cuando cae la primera nevada, los . llenamos con hierbas secas que hemos segado y recogido de las praderas cada otoño y que almacenamos para el invierno. Durante un ataque de los AntiEspecie, se prende fuego a las trincheras y arden día y noche, así los ComeAlmas no pueden escalar los altos muros que rodean las aldeas y entrar en ellas. Y como vosotros, nosotros también tenemos nuestras armas de fuego, aunque las llamas que salen de ellas no son mágicas, sino que las produce un polvo negro que ya era conocido por nuestros ancestros y con el que durante las celebraciones hacían brillar los cielos con miles de luces de colores. Pero a este brillante legado, nosotros le hemos encontrado un nuevo y oscuro propósito... pero que nos ha servido bien. -¿Cuántos bosques más habéis quemado de esta manera, Moolah? -inquirió Iskander en tono severo con un dejo de inquietud Ni Rhiannon ni el bezeliano pudieron entender el motivo de esa inquietud. -No lo sé a ciencia cierta, Lord -respondió Moolah-, aun que se dice que casi todas las tierras australes de Botánica han sido despojadas de sus árboles. ¿Por qué me lo preguntas? -Por lo que está escrito en el Libro Sagrado, La Palabra y El Camino... que ningún árbol ha de sacarse de la tierra sin que se plante otro en su lugar, porque de los bosques proviene la humedad vivificante y el aire mismo que respiramos. Cada uno de nosotros necesita quince árboles para sustentarnos durante toda nuestra SendaVida. Está escrito que, en el Tiempo Anterior, en el nombre del todopoderoso dios Progreso, los Antiguos talaron Y ,quemaron bosques enteros hasta dejar reseca la tierra y acabar casi con el aire. -yo- yo no sabía eso, Lord -tartamudeó Moolah-. ¡Juro que no! No conozco ese Libro Sagrado del que me hablas. ¿Es-es libro de grandes magias, Lord? -No -replicó Iskander sosegadamente-. Es un libro de grandes verdades. No se dijo nada más, la balsa había llegado al final de su recorrido 21 Era la primera vez desde que habíamos iniciado nuestro largo viaje que estábamos totalmente al descubierto, sin montañas ni gargantas, bosques o matorrales que ocultaran nuestra presencia, desnudos y vulnerables de ser atacados. Ni siquiera cuando cayeron las primeras nevadas nos atrevíamos a encender fuego para no atraer la atención hacia nosotros, sino que nos turnábamos para amontonarnos, ateridos y desdichados, alrededor del brasero que tenía Moolah en su carromato. Nuestro mayor temor era que alguna avanzadilla de depredadores AntiEspecie y hasta frigidianos pudiera caer por sorpresa sobre nosotros. Para evitarlo, hacíamos doble turno de guardia. Mientras la Imitad de nuestro grupo permanecía vigilante, la otra mitad procuraba dormir lo poco o mucho que pudiera en esas noches cargadas de tensión. Fue durante esos largos días y noches cuando Iskander empezó a hablarnos del Libro Sagrado, La Palabra y El Camino, que todos los de Oriente conocían de memoria, tal era su importancia para ellos. Hasta altas horas de la noche, Iskander, como un narrador de cuentos, nos citaba pasajes del libro en su voz baja y grave, tan hermosa y musical como la de un bardo, mientras desgranaba en nuestros oídos sus cuentos uno a uno. Debo confesar que jamás me sentí libre de temores durante aquellas noches interminables, pues para mí, que le contemplaba con ojos llenos de amor, su comportamiento era el de un hombre al borde de la muerte que necesitaba desesperadamente dejar, tras su paso por la tierra, un legado de verdadero valor para todos. Y así fue como aprendí a entender qué había sido lo que había impulsado a Ileana a instruir a lthoreonto lo hacía Iskander ahora con nosotros: sobre Tintagel, cómo había sido en el Tiempo Anterior, sobre las Guerras de los Especie y el Apocalipsis, y sobre el Tiempo del Renacimiento y el de las Luces, cuando Fe, la Custodia de la Llama, se había aparecido a los supervivientes y les había hablado otra vez del Camino al Ser, el Guardián Inmortal de todas las cosas que siempre han sido y siempre serán; la Luz Eterna que por siempre mantiene a raya a la Oscuridad siempre y cuando uno de los Especie crea que es el Ser. Y aunque yo no la conocía, sentí un fuerte vínculo con Ileana, aquella criatura de invierno cuya imagen yo había visto en las llamas de la Espada de Ishtar y cuyo amor había hecho regresar a Cain de los abismos insondables de la Oscuridad. -Cada uno de vosotros es un rayo de la Luz -dijo él una noche-. Recordadlo siempre. Recordad todo lo que os he contado; porque una lección olvidada es una lección no aprendida, y la ignorancia es la madre de todos los males. Por eso es por lo que todos nosotros debernos ser siempre- buscadores de conocimientos, portavoces de la verdad, con la voluntad y la valentía suficientes para levantarse y hacer siempre lo que es correcto. Así, con tanta sencillez y en tono tan sosegado y sincero dijo él esas palabras y no obstante, en lo más hondo de mi corazón, supe instintivamente que de todo lo que Iskander podía haberme enseñado esto último era la verdad más grande de todas. -Así está escrito -enLos Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian A VECES LOS BUSCADORES PENSABAN que debían de estar completamente solos en todo el mundo, porque a pesar de sus temores , ningún Especie ni AntiEspecie se movía por la Planicie Agotada. Incluso las escasas criaturas de pequeño tamaño que habitaban allí eran furtivas y asustadizas, como si hasta ellas percibieran la iniquidad en la tierra. Excepto por el continuo soplar del viento y el súbito arremolinarse de niebla y nieve, el crujir y el chirriar de los cascos de los caballos y las ruedas del carro sobre el suelo helado, todo estaba pavorosamente quieto, como si el mundo entero hubiese muerto. Así, en silencio la mayor parte del tiempo, los buscadores siguieron su marcha hacia el sur a lo largo del Río Knotted en busca de la aldea de Rubyatta. Transcurridos unos días vieron alzarse ante ellos las altas y macizas murallas que la rodeaban, sintiéndose gratamente sorprendidos. Sin embargo, vista desde lejos, a la luz de la Primera Luna en su lento ascenso por el cielo nocturno, la aldea parecía sumida en un silencio profundo, hasta desierta, y por cierto, nada tentadora. No obstante, era un lugar para cobijarse y no quedar al descubierto en el yermo. Aunque no fuera más que por eso se la buscaba con ilusión y se la saludaba con gratitud. -¡Es casi la hora del toque de queda! -exclamó Moolah, consternado, echando miradas ansiosas al firmamento-. ¡Debemos darnos prisa, Lord! En cuanto salga la Luna Pasión, se cerrarán herméticamente las puertas y ni siquiera por ti volverán a abrirse. Sólo lo harán nuevamente al amanecer. Esta es la ley de la tierra desde la llegada de los AntiEspecie: -Apresuremos el paso, entonces -ordenó Iskander. Los viajeros así lo hicieron. Cerca ya, respiraron con alivio al ver por entre los copos de nieve que empezaban a encenderse las primeras antorchas en las defensas de la muralla de Rubyatta. Poco después, al aproximarse a lo que Moolah dijo que era la Puerta del Dragón, los buscadores pudieron ver las siluetas de o. guardias que patrullaban y oír los ruidos característicos de un poblado. .-¡Alto! ¡.Quién va? -ladró una voz en lengua bezeliana mientras dos centinelas armados daban un paso adelante para cefiar el paso al carromato por el puente levadizo que se tendía sobre el foso seco que rodeaba la aldea. -Soy Moolah san Eippuy, mercader de Pearl -respondió Moolah en la misma lengua-, y mis acompañantes son extranjeros de labyrinth y de tierras allende los mares. Buscamos provisiones y albergue por unas pocas noches en Rubyatta. -¡Extranjeros! -aulló ahora el guardia que había hablado antes, súbitamente alerta. Indicándoles con su lanza, ordenó: -¡Moveos bajo la luz para que yo pueda veros... todos vosotros! Luego, volviéndose a su compañero, gruñó:- iIstu, revisa el carromato! Siguiendo las instrucciones de Moolah, los viajeros se apearan del carro para que el primer centinela pudiera examinarles, mientras el segundo revisaba el carro, hasta hundiendo la lanza en ,¡jergón sobre la tarima para asegurarse de que nadie se escondía dentro o debajo de ella. -El carromato está vacío, Vazir -anunció Istu, al reunirse con su compañero. Vazir gruñó mirando todavía con recelo a los buscadores, caminando alrededor de ellos y prestando particular atención a Chervil y Anise, cuya apariencia era claramente extraña para él. También dedicó mucha atención a Anuk y frotó con insistencia la cabeza del lupino, frunciendo las cejas. -¡,Qué clase de animal es este? -preguntó finalmente mirando a Moolah-. Parece un cerbero, pero no tiene cuernos, y por lo que puedo decir, tampoco se los han aserrado... un truco que tengo bien sabido, déjame decirte, Maese Moolah. Oye. -Vazir entrecerró los ojos.- Pensándolo bien, ese nombre me resulta familiar. Un mercader, dices. Sí, ya recuerdo. ¿No solías tener una tienda en el bazar de la aldea, Anillo de...? -Oropel -Moolah completó el nombre servicialmente.- Sí, así era. Pero, ay de mí, como tantos otros, me temo, yo... hem... amplié el negocio demasiado y lo perdí todo durante una invasión. -Ya, bueno, le ha sucedido a muchísima gente -observó Vazir en un tono un poco más amistoso y con un dejo de lástima-. Es una pena. Recuerdo que mi esposa solía comprar en tu tienda, afirmaba que tenías la mejor platería labyrinthia de todo Bezel. -Evidentemente una mujer de excelente gusto, Sir Vate -declaró Moolah con entusiasmo, aventurando una sonrisa-. Me siento realmente halagado. De hecho, iba camino a Imbroglio, Con la esperanza de obtener algunas piezas más de ese exquisito trabajo de metalistería, cuando tuve la desgracia de topar con un grupo depredador de frigidianos. Si no hubiera sido por mis acompañantes, seguramente no estaría aquí ahora. Veamos... hablando de Anuk, Sir Vazir... Reconozco que se parece a un cerbero. y admitiré que yo mismo lo creí en un principio... pero no es, te aseguro, no es una de esas mismo diabólicas criaturas. Es un lupino, que según entiendo, es una clase de animal apta para arrastrar trineos en la tundra de Iglacia, la tierra natal de Lord Iskander. -Bueno, en vista de que tú eres el que responde por el animal, Maese Moolah, supongo que todo está bien -declaró Razir al fin-. Quedáis todos en libertad de pasar y estoy seguro de que tú, al menos, conoces todas nuestras leyes. Dirígete a ver a Sir Dothan en la torre. El te asignará un oficial de cuarentena y te dirá dónde debes informar si permanecéis en Rubyatta más de tres días. Por favor, instruye a tus acompañantes como corresponde e infórmales que si por cualquier razón no se presentan semanalmente al oficial de cuarentena para su comprobación, serán arrestados y ejecutados. Por favor, infórmales también que si se descubre que alguno de ellos presenta síntomas de la enfermedad de los Escamosos, todos serán ejecutados inmediatamente, sin excepción. -Sí, lo haré. Gracias, Sir Vazir -dijo Moolah. Una vez dentro de las murallas de la aldea, los viajeros recibieron los documentos necesarios para demostrar que habían entrado debidamente en Rubyatta. Iskander, mientras tanto, observaba con interés con cuánta eficacia se conducían y mentalmente tomaba notas para proponer un sistema similar para las aldeas de Oriente. Mejor estar preparados y tomar tales precauciones antes de que fueran vitales para sobrevivir, pensaba. Iskander tenía una buena cantidad de monedas en su faltriquera de cuero que nunca separaba de su cinturón y Moolah, por su parte, conocía buenos albergues donde sería menos probable que les cobraran de más o robaran. Por lo tanto, fue él quien, dejando que los demás le siguieran, enseñó el camino por las estrechas y tortuosas callejuelas de la aldea hasta lo que era un barrio limpio pero obviamente más pobre y humilde que los demás. Muy pronto, los buscadores estaban cómodamente instalados en la Posada de la Tetera de Cobre. Les asignaron dos aposentos contiguos, uno para los hombres y el otro para las mujeres. Después de establecerse cómodamente. bajaron a la sala, donde pidieron vino, cerveza amarga y una cena. La bebida era fuerte, la comida sencilla pero apetitosa y buena para llenar el estómago. Cuando les sirvieron la cena poco después, los viajeros se abalanzaron sobre la comida ávidamente, prestando poca atención a las miradas curiosas que los demás parroquianos les dirigían de vez en cuando. La posada estaba abarrotada -se veía a las claras que era una noche de mucho movimiento- y llena de ruidos en los que se mezclaban palabras, risas y música. Nubes de humo de tabaco y los aromas de sabrosos guisados y panecillos calientes impregnaban el aire. A la brillante luz de los faroles, Rhiannon pudo ver que los hombres y mujeres ,que llenaban la sala pertenecían a tribus muy diversas y dedujo que muchos de ellos habían tenido que emigrar de las tierras australes, en donde ahora parecía claro que debían de haberse originado los AntiEspecie. Los parroquianos eran gente rústica pero alegre, que no parecía preocuparse por los ComeAlmas; y por primera vez desde que pisaron los continentes de Montano y Botánica, Rhiannon sintió que podrían dormir sin temores. Poco después de haber terminado de comer, se abrió la puerta de la posada y un grupo de gente inculta pero dispuesta, hizo su entrada siguiendo a un hombre casi tan grande como un gigante, pero Rhiannon supo que no era boreal. Era un mocetón musculoso, de tez aceitunada como la de un gitano Nomad y no demasiado limpio, con el largo pelo castaño oscuro, grasiento y suelto como la crin de un caballo. Las cejas gruesas e indóciles se arqueaban sobre sus relucientes ojos negros. Una nariz ganchuda sobresalía por encima de los tupidos bigotes, labios generosos y barba que le cubría la mandíbula inferior. En un lóbulo brillaba una argolla de plata que usaba como arete. Estaba todo vestido de negro -kurta, hizaam y chalwar- con un jubón de mallas de metal plateado sobre la camisa. En las manos llevaba mitones de cuero negro tachonados de puntiagudas púas de plata. Altas botas fuertes que pasaban de las rodillas, de cuero negro adornadas con espuelas de plata, encerraban sus piernas fornidas. Como Iskander, llevaba la espada envainada colgando a la espalda y hacía alarde de una Impresionante colección de puñales y cadenas en el cinturón. De las botas sobresalían, además, las empuñaduras de dos dagas. El resto de su abigarrado grupo estaba ataviado de la misma manera, incluso las mujeres; todos igualmente provistos de armas. Cuando la banda hizo acto de presencia, se hizo un profundo silencio en la sala mientras todos los presentes sopesaban y juzgaban a los recién llegados; los que ya estaban al tanto les reconocían por lo que eran. -¡Escalpa-Escamosos! -siseó Moolah, agitado, dirigiéndose a sus compañeros-. ¡Por las lunas! ¡Son Escalpa-Escamosos, Lord! -¿Y exactamente qué son los Escalpa-Escamosos, Moolah? -inquirió Iskander. -Son los hombres y mujeres más respetados y temidos de esta tierra, porque cazan Escamosos... los AntiEspecie, Lord. Ellos les matan y les escalpan por el dinero de recompensa que el Rey Lord Hakim ha ofrecido por cada par de cuernos... dos plátnas íntegras por un par de los Escamosos, apenas cincuenta goldenas por los de sus cerberos... una suma que, desde luego, no es poca. cosa, ya que después de todo, un hombre puede vivir muy bien con cincuenta goldenas al año. Durante largos minutos, que estuvieron cargados de tensión, los Escalpa-Escamosos permanecieron en el vano de la puerta mirando detenidamente la sala como si estuvieran reconociendo el terreno. Luego se dirigieron a dos mesas que acababan de desocupar los anteriores parroquianos quienes, al ver a los recién llegados, se habían levantado precipitadamente de sus bancos. Varias camareras recogían a toda prisa las jarras de barro y los platos que habían quedado sucios y limpiaban los tableros con paños húmedos. Terminó el breve silencio y la conversación se reanudó en la sala, aunque a Rhiannon le pareció que el tono de las voces era más bajo que antes. La repentina presencia de los feroces Escalpa-Escamosos había impregnado de cierta tirantez una atmósfera hasta entonces jovial, al recordarles a todos que estaban en guerra y que nadie estaba realmente a salvo en esos tiempos de incertidumbre. Pasaron unos cuantos minutos antes de que los Escalpa-Escamosos se dieran cuenta de los buscadores y, excitados, llamó la atención del barbado líder del grupo el lupino que estaba echado a los pies de Iskander y que, según ya habían advertido los buscadores con inquietud, tenía gran parecido con los feroces cerberos que hasta hacía poco habían creído una leyenda. -Quieres echar un vistazo a eso, Kaliq -dijo uno de los hombres en bezeliano y en voz bastante alta que delataba su nerviosismo. Otro silencio tenso se extendió gradualmente por la concurrencia mientras, uno a uno, los parroquianos se iban dando cuenta de lo que pasaba-. Los guardias de las puertas deben de haber estado dormidos en sus puestos para dejar pasar a ese maldito cerbero -se burló-, o bien algún maldito idiota fue lo bastante tonto como para dejarse engañar por los Pustulosos con el ardid que tanto usan de serrarles los cuernos a sus animales. De una u otra forma, creo que eso vuelve sospechosos a todos los que están sentados en aquella mesa, ¿no te parece? -Sí, Hordib, creo que sí -asintió el líder, Kaliq- Un rictus desagradable le torcía los labios y sus ojos, bajo la luz del farol. parecían echar chispas como pedernales. -Como bien sabes, Kaliq, cincuenta goldenas pagarían y con creces nuestra cena -continuó Hordib en tono incitador. Era evidente que se prometía una buena pelea. -Es verdad -reconoció Kaliq. Se levantó lentamente y empezó a caminar hacia la mesa de los buscadores con Hordib y los demás pisándole los talones. -¡Oh, mis dioses! -gritó Moolah-. ¡Oh, válgame las estrellas! Lord, mucho me temo que tendremos problemas. Los Escalpa-Escamosos... Lord, creen que Anuk es un cerbero, que nosotros somos Pustulosos... ¡Oh, dioses! -El bezeliano enmudeció cuando el grupo hostil se detuvo delante de Iskander. El líder hizo un gesto provocativo indicando al lupino mientras hacía comentarios burlones. Tanto Hordib como el resto de sus compañeros intercambiaron miradas de soslayo y sonrisas maliciosas. Después, balanceándose sobre los talones y enganchando los pulgares en el cinto, Kaliq lanzó una mirada desafiante a Iskander esperando, obviamente, que él le contestara. Iskander, en cambio, volvió los ojos a Moolah y le ordenó en voz baja: -Infórmale a este... bárbaro que no hablo bezeliano, y pregúntale si sabe la Lengua Común. -Claro que sé hablarla -respondió Kaliq antes de que el desdichado Moolah pudiera dar su versión-, al menos, bastante como para saber cuándo me han insultado, extranjero. -Entonces, quizá no eres tan... ignorante como pareces -comentó Iskander-. Maese Moolah me ha dicho que creéis que mi lupino, Anuk, es un cancerbero... cosa que no es... y que nos consideráis a mis amigos y a mí Pustulosos, palabra que, en el contexto en el que la usáis, me da a entender que pensáis que todos hemos sido contagiados por los Escamosos, como vosotros los bezelianos les llamáis... lo cual no ha ocurrido. Por lo tanto, como ninguno de nosotros responde a lo que andáis buscando, sugiero que tú y tus hombres regreséis a vuestras propias mesas sin discutir más. -Oh, eso sugieres, ¿no es así? -replicó Kaliq, ceñudo. -¡Por favor, oh, por favor, buen señor! interpuso Moolah, nervioso-. Haced lo que os ha pedido Lord Iskander. El os ha dicho la verdad tanto sobre el lupino como sobre nosotros. Sir Vazk, en la Puerta del Dragón nos ha examinado exhaustivamente, os lo aseguro, y tenemos los correspondientes papeles de pase oficial Para probarlo. -Al ver la expresión de escepticismo en el rostro de Kaliq, Moolah siguió parloteando de prisa para evitar la pelea. Buen señor, Lord Iskander es un poderoso mago... en verdad, el mago más poderoso que he visto. Su espada tiene un gran poder mágico que es realmente terrible con el que redujo a cenizas a una docena de frigidianos en el Bosque Twisted de Labyrinth. Yo a quien a esos monstruos habían atacado y golpeado casi hasta . morir, fui testigo de ese hecho increíble. El proviene de la tierra oriental de Iglacia, buen señor, y es un emisario de las seis Tribus Orientales. Está en estas tierras para cumplir una misión crucial... ¡asestar un golpe mortal en el mismo corazón de los Escamosos, -Vaya, ¿qué disparates son todos esos, hombre? -barbotó Kaliq, indignado-. ¿Me tomas por un simplón para dejarme embaucar por semejante estupidez? Espada mágica... Tribus Orientales... una docena de monstruos... una misión crucial. ¡Fo! ¿Qué estaría haciendo aquí en la Tetera de Cobre un poderoso mago, eh? ¿Y quién de todos nosotros sabe algo del Oriente que no sea Labyrinth, país de los gnomos? En cuanto a los frigidianos, son lentos y torpes, y matar una docena de ellos es una tarea fácil.., como sabemos bien los Escalpa-Escamosos. Pero hasta nosotros que cazamos cuernos no nos aventuramos más allá del Paso Epitaph, ¡porque sería el acto de un maníaco o de un estúpido! Me estás diciendo, entonces, que este hombre de quien afirmas que es un maravilloso hechicero, ¿es también un trastornado o un estúpido? Las últimas palabras de Kaliq consiguieron que tanto Hordib como el resto del grupo, que también parecían dominar la Lengua Común, empezaran a soltar carcajadas estruendosas, a repartirse codazos y a asumir poses grotescas intentando imitar los mejor posible a un hechicero tonto o trastornado. Fue en este punto cuando Iskander se puso lentamente de pie mientras decía en voz baja pero con absoluta determinación: -Yo, en vuestro lugar, me guardaría muy bien de averiguar a quiénes ofendo o de quiénes me burlo, antes de hacerlo, puesto que soy un extranjero en vuestra tierra y no sabéis nada de mí salvó lo que os ha contado Maese Moolah. Soy uno de los Elegidos... y sacerdote druswídico del duodécimo rango, si eso significa algo para vosotros. Si no es así, entonces, supongo que encontraréis el alcance de mi Poder sumamente... revelador, es decir... si tenéis algún interés en cruzar espadas conmigo... -¡Caramba, Kaliq, creo que acaban de arrojarnos el proverbial guante a la cara! -gritó, triunfante, Hordib, mientras el resto se felicitaban entre ellos-. ¡Un duelo! ¡Un duelo! -coreaban alegremente mientras discutían a ver quién sería el primero en ajustarle las cuentas a ese advenedizo. -¿Pensáis entonces elegir a uno de los vuestros para batirse conmigo? -les provocó socarronamente Iskander-. ¡Vaya, Para eso no vale ni la pena que saque la espada de la vaina! Mis estimados señores, soy un hombre honorable. Si peleo, debe ser en una pelea limpia. Me batiré con vosotros cinco al mismo tiempo. ¡Así lucharemos en pie de igualdad! Esto provocó un estallido de vítores y abucheos en la sala. Los restantes miembros de la banda de Kaliq saltaron de sus bancos para empujar las mesas y hacer lugar en el salón para la inminente pelea. Obviamente no era un hecho inusual, o bien el posadero tenía miedo de intervenir. Rhiannon se escandalizó al ver que, aparte de guardar nerviosamente algunas botellas de vidrio que estaban en el bar, para que no se rompieran, no protestó para impedirlo. Esto echó por tierra las esperanzas de Rhiannon de que detuvieran la confrontación. No sabía qué le pasaba a Iskander, por qué no había tratado de apaciguar a los Escalpa-Escamosos, salvo que esos hombres eran groseros y habían ofendido su dignidad y herido su amor propio. Sin embargo, que se atreviera a desenvainar la Espada de Ishtar en medio de tanta gente inocente la dejaba atónita. Por primera vez consideró preguntarse si la bestia que moraba en Cain estaba también dentro de Iskander. Horrorizada, tuvo miedo de que él y ella estuvieran reviviendo la pesadilla que Cain e Ileana habían soportado. Como si él percibiera su inquietud, Iskander la miró a los ojos, sosteniéndole la mirada unos instantes antes de volver la cabeza y prepararse para el duelo, se quitó con un movimiento de hombros el arnés de cuero que sujetaba la Espada de Ishtar a su espalda. Los Escalpa-Escamosos, por la cerveza, se habían vuelto muy alegres y bulliciosos. A voz en grito se jactaban de todas sus hazañas y se mofaban groseramente de Iskander que, según ellos, no ostentaba ninguna. Moolah, aunque debía admitirse que había hecho lo imposible para cambiar el desafortunado curso de los hechos, estaba en esos momentos copando todas las apuestas. Ya había jugado los caballos y el carromato, sin pensar siquiera en su Pobreza, tan seguro estaba del resultado de la pelea. -Sir Weythe. -Iskander habló mientras dejaba su espada envainada sobre la mesa delante de Rhiannon.- Dame tu espada, si te parece. -¿Lord? -Perplejo, el viejo soldado frunció las cejas como si no hubiera entendido bien. -Tu espada, Weythe -repitió Iskander-. No habrás pensado que. Iba a desenfundar la Espada de Ishtar para batirme con estos arrogantes pero por lo demás admirables mercenarios. Puede que sean una caterva de groseros, pero eso no quita nada de su gran valor si "cazan los cuernos", como ellos le llaman. Tu arma, Por favor. Fue tanto el alivio que sintió Rhiannon que se puso a temblar y casi hundió la cabeza entre las manos para echarse a llorar cuando Iskander extendió la mano para tomar la espada del soldado, ella rápidamente desató la correa que ataba la larga trenca que le colgaba sobre el hombro. Se levantó de su asiento, destrenzó la fina tira de cuero y la ató alrededor del brazo de Iskander. -Como prenda de una Lady, por si trae suerte -murmuró, sonrojándose cuando él la miró con insondables ojos grises a la luz del farol-. ¿No es... no es lo que se estila en el Oriente, Lord, en tales momentos? -Sí. Por si trae suerte... y por otras cosas más. -Sus ojos le escudriñaron el rostro como si quisiera memorizar cada uno de sus rasgos. Luego, recogió la espada de Weythe, se volvió a Kaliq, Hordib y los otros tres hombres.- Venid -les retó, si es que todavía sois de la misma opinión. De repente, pareció que Kaliq vacilaba, quizá cediendo a su instinto, o, quizás, empezaba a turbarle, finalmente, la calma y confianza en sí mismo que tenía Iskander. Pero entonces el imprudente Hordib sonrió socarronamente y declaró: -¡Vaya, hombre, no nos perderíamos esto por nada del mundo! -y el combate comenzó. Los parroquianos que estaban en la sala contuvieron el aliento al unísono cuando los EscalpaEscamosos se dispersaron formando un arco alrededor de Iskander y luego comenzaron a cercarle cautelosamente. De los espectadores partió un siseo de respiraciones agitadas cuando Iskander invocó su Poder y le envolvió un aura de fuego azul, como lo haría un sudario tenue como la niebla, el más débil de sus escudos protectores. Sorprendidos, los Escalpa-Escamosos retrocedieron un poco. Pero después, viendo que eso era todo lo que se proponía hacer, volvieron a ser nuevamente osados. Kaliq gruñó entonces: -¡Hombre, si ese patético despliegue de magia es lo mejor que puedes ofrecernos, no te llamaría experto, sino un mero prestidigitador, un tramposo, en verdad, un charlatán! Hubo en la posada otro estallido de obscenidades y comentarios irreverentes y regocijados acompañados de estruendosas risotadas de desdén, pero se callaron de repente cuando Iskander empezó a moverse. Era como el viento, estaba en todas partes y en ninguna, salvaje como la tempestad en el océano, sutil corvo un suspiro, atacando, parando, haciendo fintas, arremetiendo, un derviche de llama azul. Su espada relumbraba y se movía con la velocidad de un rayo. Un hombre cayó, herido, incapacitado para seguir la lucha, y luego un segundo y un tercero hasta que sólo Haliq y Hordib quedaron de pie jadeando con fuerza, ya borradas las sonrisas maliciosas de sus rostros por lo que les había caído encima a sus compañeros. Los restantes miembros de la banda estaban ,nudos, apagada su jovialidad. Eran los peleadores más valientes y los mejores de esa tierra. Ver derrotados de ese modo a tres de ellos y a Iskander todavía en pie, sin siquiera una marca en él, les dejaba atónitos y heridos en lo más hondo. Un runrún de enojo y de miedo corrió por sus filas; ¿qué clase de brujería era esa? Sólo quedaban Kaliq e Iskander. Todo lo que había pasado hasta ese momento pareció sólo un preludio para la lucha que se entablaría entonces. Era obvio que ambos hombres estaban fatigados. Jadeaban y trataban de recobrar el aliento. Para conservar las fuerzas, Iskander dejó que el Poder retornara a su oscura, profunda, vena interior; se desvaneció entonces el aura. Se oyó un rugido de alegría de todos los presentes cuando advirtieron que se enfrentaría a Kaliq en igualdad de condiciones. -Vaya... ahora sí nos batiremos a duelo, hombre -Iskander arrojó las sarcásticas palabras a la cara de Kaliq sin ningún miramiento; después, despiadadamente, arremetió contra su adversario. Chocaron las espadas despidiendo chispas. Rhiannon reconoció instintivamente que el espectáculo que ambos espadachines les estaban ofreciendo era el estilo más sublime del arte de la esgrima. Si Iskander era un maestro de ese arte, en tal caso también lo era Kaliq, astuto, calculador, sin ceder un ápice. Las hojas de reluciente acero se raspaban produciendo chirridos desapacibles que crispaban los nervios, y chocaban con rabia feroz, mientras los hombres que las empuñaban danzaban, giraban y brincaban, veloces, gráciles y mortales; los pies enfundados en las largas botas negras parecían tan ligeros como las aterciopeladas zarpas del esmilidón. Gruesas gotas de sudor bañaban la frente de ambos contendientes. Los músculos de sus antebrazos se estiraban y contraían mientras sus armas volaban y hacían visos en el aire. Rhiannon estaba tan quieta que podía haber pasado por una estatua. Contuvo el aliento, sintió el corazón en la boca, cuando la espada de Kaliq esquivó la de Iskander y le hirió. Se horrorizó al ver la sangre. Por primera vez temió por su vida. Kaliq, con sus hombres humillados, mataría a Iskander si pudiera. Sin embargo, Iskander simplemente se sonrió, y le pagó el rasguño con la misma moneda. Los Escalpa-Escamosos jadearon, conmovidos, sacudidos hasta lo más hondo, al ver la sangre que brotaba del hombro de Kaliq. Le habían creído invulnerable, invencible, el , hijo predilecto de sus dioses. Pero parecía que había otro más querido que él. El duelo continuó. Hipnotizada, Rhiannon, pálida como la muerte, les observaba. Con una mano aferraba, inconscientemente, el puño de la Espada de Ishtar, como si estuviera por desenvainarla. Súbitamente se le ocurrió que eso era lo que Iskander había querido darle a entender, que si le mataban, ella debía usar la espada para defenderse y defender a los demás. Porque solamente ella tenía el Poder para animar el arma. Si no la tenían para luchar todo el grupo perecería a manos de los Escalpa-Escamosos sin lugar a dudas. A pesar de todo, se encogió de miedo de sólo pensar en sacar la terrible espada, en desatar su vil ponzoña, en tratar de vencerla sin Iskander a su lado. Los techos de la posada parecían sacudirse y estremecerse con cada choque de las hojas. El estrépito de los metales era ensordecedor. Las hojas se retorcían y entrelazaban, empujaban y cedían, las puntas tintas en sangre y sus largos cuerpos plateados destellando a la luz de los faroles. De repente, el arma de Kaliq salió volando por el aire y la punta del arma de Iskander descansó en la garganta del mercenario. En medio de un silencio de muerte, todos los ojos se clavaron en la escena. Estupefactos, todos aguardaban conteniendo la respiración a que la espada de Iskander le traspasara de lado a lado. Pero en cambio, serenamente, le dijo a Kaliq: -A pesar de todo lo arrogante que eres, te considero un hombre de honor. Mi lupino, Anuk, no es un cancerbero. Mis amigos y yo no somos Pustulosos. Es todo lo que necesitas saber. Qué más y quiénes más somos no es importante. Dentro de tres días nos habremos ido de Rubyatta, lo juro. Entonces, despacio, sin ninguna prisa retiró su arma de la garganta de Kaliq. Limpió la sangre de la hoja en el chalar de cuero y se la devolvió a Sir Weythe. Un murmullo de sorpresa corrió por las filas de los Escalpa-Escamosos. Agradecidos como se sentían, no podían entender por qué Iskander le había perdonado la vida a su líder. El único que lo sabía era Kaliq. Ahora reconocía la extraordinaria astucia con que ese hombre les había manipulado a Hordib a él mismo a sus seguidores. Al desafiarles a todos como lo había hecho, Iskander había evitado un baño de sangre que habría terminado con la muerte de muchos -quizás hasta de inocentes-. Kaliq sabía que eso no lo habría hecho un hombre Pustuloso; ni habría herido a sus cinco enemigos en lugar de . matarles. -El Lord ha combatido bien y limpiamente... y ha hablado con la verdad -declaró Kaliq-. Que todos en Rubyatta sepan que él y aquellos que le siguen no han de ser molestados, que yo, Kaliq el Cazacuernos, salgo de garante de las palabras y del juramento del Lord Luego se despidió con una reverencia delante de Iskander, giró sobre sus talones, reunió a su banda y salió de la Tetera de Cobre. La noche y los remolinos de viento y nieve les tragaron de inmediato. Antes de cerrarse completamente la puerta, por donde habían salido los EscalpaEscamosos, dejó entrar el frío y el viento invernal en la posada. En ese momento, Rhiannon tomó conciencia de que sus manos seguían aferrando la empuñadura de la Espada de Ishtar y del cosquilleo en las palmas debido a las huellas que otras manos habían dejado impresas allí. Las de Ileana, Criatura del Invierno, Hija de la Luz. En ese momento, más que nunca, Rhiannon sintió la presencia de la hechicera, su marca sobre la espada. ¿Qué significaba? Rhiannon lo ignoraba por completo, y cuando Iskander le quitó la espada de las manos, la efímera sensación se escurrió como niebla entre sus dedos y se perdió. Entonces allí sólo estaba Iskander,... y el amor que fluía entre ellos mientras los ojos grises besaban los suyos. 22 En las tiendas y tabernas de Rubyatta me enteré, con espanto, de que la totalidad de las tierras australes, el continente de Botánica, estaban en manos de los AntiEspecie, y que si no fuera por la resistencia combativa de los bezelianos, los labyrinthios y, al oeste de Bezel, los craghios, así como también por la naturaleza belicosa de los frigidianos, los ComeAlmas también invadirían el continente de Montano. Periódicamente intentaban invasiones masivas de Montano, pues desde la batalla de las Planicies Strathmore habían tratado de conquistar los continentes de Aerie y Verdante. Pero cada vez que habían hecho el intento, los bezelianos les habían rechazado prendiendo fuego a sus tierras. Si había algo que atemorizaba verdaderamente a los AntiEspecie era el fuego: y los bezelianos, como había dicho Moolah, poseían armas que lanzaban llamas. Eran largos y gruesos tubos huecos con una mecha en el centro. Alrededor de esa mecha, cuidadosamente envueltas, había capas de un extraño polvo negro que al estallar lanzaba bolas candentes. Los bezelianos llamaban "tronadores" a sus asnas por el ruido que hacían cuando se las encendía. Se necesitaba valor para usarlas, porque a veces estallaban en su propia mano, mutilándola en parte o peor aún, arrancándola de cuajo de la muñeca. Confeso que no sabía qué pensar de los tronadores. Eran un legado de los Antiguos, y quizás, hasta cierto punto, réplicas en menor escala de las horrendas armas de destrucción, las grandes bombas que los Antiguos habían lanzado sobre la tierra y que habían sido la causa principal que les había llevado al Apocalipsis. Aun así, no veía cómo podía condenar a los bezelianos por usar los tronadores cuando era todo lo que mantenía a raya a la Oscuridad; porque en lo más hondo de mi ser, siempre que miraba a Rhiannon, sabía con absoluta certeza -v contrariamente a todo lo que me habían enseñado- que yo mismo usaría cualquier medio que fuera necesario para conservarla a salvo antes que permitir que cayera víctima de los AntiEspecie. De ese modo, por lo que albergaba en mi corazón, yo, sacerdote druswídico del duodécimo rango, puse en peligro no sólo mi misión crucial, sino quizás hasta mi propia alma. Por ello la Luz debe juzgarme como Ella quiera. -Así está escritoen Los Diarios Íntimos de Lord Iskander sin Tovaritch POR ÚLTIMA VEZ ANTES DE SALIR DE RUBYATTA, Iskander advirtió a sus compañeros que si le seguían irían indefectiblemente. a la muerte, y les rogó que regresaran a sus comarcas como pudieran, mientras estuvieran a tiempo, antes de que le acompañaran durante el resto del recorrido. Pero del primero al último de los buscadores rehusaron rotundamente, y afirmaron que irían con él hasta las mismas Puertas de la Oscuridad si fuera necesario. Tanto le conmovieron la valentía y fidelidad de sus amigos, que había lágrimas en sus ojos cuando se volvió para montar a caballo. Moolah había vendido su carromato y con ese dinero más todo lo que había ganado apostando a Iskander en el combate contra Kaliq, Hordib y los demás, había reunido los fondos suficientes para comprar caballos para todos. Iskander lo había considerado una necesidad imperiosa, ya que se había enterado en Rubyatta que los AntiEspecie poseían cabalgaduras y eran conocidos como buenos jinetes, aunque la mayoría de los ComeAlmas viajaban a pie. Los cascos de los caballos chacoloteaban por las calles . empedradas de la aldea. Con Iskander a la cabeza, los peregrinos cruzaron al galope por la Puerta Griffin, en la muralla sur de Rubyatta en el preciso momento en el que rompía el alba. Con gran sorpresa de todos ellos, al otro lado les estaban esperando los Escalpa-Escamosos, un centenar de fornidos guerreros, montados a caballo, armados hasta los dientes y bien abastecidos de provisiones con Kaliq, su líder, a la cabeza. -Buenos días, Lord -le saludó amablemente sin dar señales de guardarle algún rencor. Al parecer, Iskander había probado ser un digno rival-. Veo que eres un hombre de palabra, porque es el tercer día y aquí estás, sales de Rubyatta, como habías prometido. -¿Dudabas de mí? -preguntó secamente Iskander-. ¿Es por esa razón por la que te encuentras aquí? -No, Lord -respondió Kaliq, moviendo la cabeza-. No... hemos venido para unirnos a ti. -¡Uniros a mí! -exclamó Iskander, sorprendido-. ¡Vaya! ¿Has perdido el juicio, hombre? ¿No has dicho tú mismo que un hombre tendría que ser un maníaco o un necio para aventurarse más allá del Paso Epitaph? -Claro está, pero como parece, por las preguntas que has estado formulando por la aldea y por las provisiones que has comprado, que estás absolutamente decidido a hacerlo, nosotros, EscalpaEscamosos, hemos pensado que sería conveniente acompañarles en el viaje. Como han caído víctimas de nuestras espadas muchos de sus cuernos, los Escamosos se han vuelto muy cautelosos, han disminuido sus incursiones por los alrededores y por lo tanto, últimamente, la cacería nos ha resultado improductiva. Pero tú, seguramente, les harás salir de sus madrigueras, Lord, y nosotros tendríamos nuestra parte del botín. -Como ya les he advertido a mis propios seguidores, más de una vez, lo mejor que tú y tu banda deberíais hacer es no tener nada que ver conmigo -afirmó Iskander, rotundo-. Yo hago lo que debo hacer por Tintagel y la Luz. Pero no le pido a nadie que vaya por mi mismo camino. -A pesar de todo lo honorable que eres, te considero un hombre arrogante -comentó Kaliq con una mueca risueña Por haber invertido las mismas palabras que Iskander le dijera aquella noche en la posada y devolvérselas-. Sin mencionar lo de terco... y tontamente, me parece. Es muy posible que de veras seas un poderoso mago, y nadie que haya visto el combate en la Tetera de Cobre discutiría tus grandes proezas con una espada. Pero aun así eres un hombre, tus seguidores sólo un puñado; y con todo el debido respeto, a pesar de toda la devoción que, evidentemente, sienten por ti, la mayoría de ellos carecen de la veteranía que tienen, indiscutiblemente, mis guerreros. Admítelo ya; nuestra ayuda podría serte útil... y tampoco tienes el monopolio para defender el mundo. Así que deja ya de tratar de llevarte toda la gloria haciendo el papel de mártir y pongámonos en marcha de una buena vez. Te guste o no, no podrás deshacerte de nosotros, hombre. Conocemos este territorio como la palma de la mano, así que no podrás darnos esquinazo; ¡y nosotros no permitiremos jamás que se diga que unos simples extranjeros se atrevieron donde los Escalpa-Escarnosos no quisieron! Iskander se dio cuenta de que no disuadiría a Kaliq por más que hiciera, así que renunció al intento, pensando que quizá Kaliq tenía razón. Tal vez al preocuparse tanto por la vida de los demás estaba actuando tontamente como un terco. Después de todo, ¿qué pasaría si al llegar al corazón de la Oscuridad descubría que sí necesitaba ayuda para cumplir con éxito su misión?, ¿que por rechazar la ayuda libremente ofrecida, él mismo había puesto en peligro su misión? -Puede que tengas razón -por fin aceptó Iskander, si bien a regañadientes, porque no estaba muy convencido de haber decidido lo correcto-. En todo caso, estoy seguro de que harás lo que te plazca. Pero si viajas conmigo, yo mando. -¡Hecho! -contestó Kaliq-. Es tu misión, después de todo, Lord. Iskander asintió con la cabeza y espoleando a su caballo enfiló al sur hacia las Colinas Hindrance, hacia el Paso Epitaplh. Pisándole los talones iban los buscadores y los EscalpaEscamosos. Después de las incontables dificultades que habían encontrado en su largo viaje, les asombraba ver lo rápido que avanzaban en esos momentos. Los caballos les posibilitaban correr como el viento, y a pesar, de haber crecido tanto en número, los viajeros cubrían en horas distancias que antes habrían tardado días en recorrer. Ni siquiera las nevadas ocasionales les retrasaban demasiado y rápidamente iban quedando muy atrás. El aire se entibiaba a medida que se acercaban al ecuador y a las tierras australes de Botánica. Después de galopar sin descanso durante varias semanas los buscadores llegaron a Amethyst, otra aldea de Bezel, el último refugio que conocerían antes de internarse en las Colinas Hindrance para atravesar por el Paso Epitaph. En Amethyst se , enteraron de que, aunque se habían visto esporádicamente, algunos grupos de AntiEspecie que incursionaban por las cercanías, en su mayor parte la comarca estaba tranquila, los habitantes atrincherados. para pasar el invierno y con pocas señales de que los ComeAlmas estuvieran planeando otra invasión masiva -aunque en las torres de las murallas los centinelas estaban siempre alerta sin bajar nunca la guardia. Amethyst estaba demasiado cerca de la frontera austral para permitírselo. Más de una vez en el pasado había estado a punto de caer bajo las garras de los AntiEspecie. Los viajeros permanecieron dos días en la aldea, para asesorarse y reabastecerse, ya que era la última oportunidad que tendrían de hacerlo antes de continuar la marcha. Partieron finalmente y después de una marcha prolongada llegaron a las Colinas Hindrance, donde tuvieron que hacer un alto al ver el espectáculo que se presentaba ante sus ojos. Las formidables colinas eran un verdadero obstáculo como bien lo decía su nombre. Tenían toda la apariencia de montañas, aunque no eran tan altas como sus primas y sus picos eran redondeados, en lugar de puntiagudos. No obstante, eran sombrías y amenazadoras. Estaban muy cerca una de otra, tanto que daban la sensación de formar una sola mole. El pasaje por ellas estaba limitado a una sola senda estrecha y sinuosa que, desde la invasión de los ComeAlmas, había llegado a conocerse por un nombre que lo decía todo, Paso Epitaph. Por esa razón los montículos fácilmente se prestarían para una emboscada, sospechó Iskander, y por primera vez se alegró de contar con la compañía de los EscalpaEscamosos, pues estaba seguro de que serían feroces guerreros si se presentaba una batalla. -¿Comprendes, ahora, por qué nadie se aventura a venir al sur, Lord? -preguntó Kaliq, su barbado rostro con gesto adusto y preocupado. Tiró de las riendas del caballo y se detuvo junto a Iskander y ambos contemplaron las colinas-. Puedes estar seguro de que los Escamosos tendrán centinelas apostados a lo largo del paso y de que se enterarán de nuestra llegada mucho antes de que crucemos la frontera con la que alguna vez fue la tierra de Sylvania. Debemos proceder con suma cautela, Lord, porque a lo largo del sendero hay demasiados sitios apropiados para tendernos una emboscada -declaró Kaliq confirmando los temores de Iskander. -Aún no es demasiado tarde para que vosotros, todos vosotros -dijo alzando la voz para que le escuchara hasta el último hombre-, regreséis a vuestros hogares si así lo queréis. Yo, por mi parte, os exhorto a hacerlo con todas mis fuerzas. -Pero nadie se movió. Viendo esto, Iskander rogó mentalmente poder ser digno de tanta confianza de parte de esos valientes.- Entonces, no hay más que hablar. Adelante. Ya habían dejado atrás la nieve. Pero ahora, mientras las huestes que seguían a Iskander y a Kaliq avanzaban, empezó a caer cellisca, pero gradualmente, cuanto más al sur iban, el aguanieve se volvía llovizna persistente y helada. El viento era frío y tenía el olor salobre de los mares que se extendían al este y al oeste de las colinas. De vez en cuando, las ráfagas de viento arrastraban tras ellas jirones de bruma espectral que no ayudaban en nada a tranquilizarles mientras iban al trote por el estrecho sendero que serpenteaba por entre los montículos. Previamente, en la Planicie Agotada, los viajeros habían marchado en fila de diez o más. Pero ahora debían ir en fila de a cuatro y a veces de a dos. Como eran conscientes del blanco vulnerable que presentaban se agrupaban lo más posible para limitar el peligro. Después de adentrarse en las colinas durante unos cuantos días, Iskander, más intranquilo que antes, empezó a sentir que, como en Labyrinth, les estaban observando todos sus movimientos. Mantenía a Rhiannon junto a él, a su derecha, pues sabía que era el más indicado y el que más probabilidades tenía de defenderla. Yael cabalgaba a la derecha de Rhiannon, así que ella iba bien escudada entre ambos, con Kaliq a la izquierda de Iskander. Anuk, en el papel de explorador, se adelantaba corriendo y regresaba con frecuencia para informar de sus descubrimientos. Hasta entonces, el lupino no había visto nada. Pero sin embargo, Iskander estaba preocupado. Cuanto más se internaban en el paso, las colinas se. volvían más y más densamente pobladas de vegetación. Los árboles proporcionarían buenos escondites para cualquier centinela AntiEspecie. Kaliq estaba de acuerdo con las suposiciones de Iskander y mandó a varios de sus guerreros a pie para que averiguaran lo que pudieran. Pero ellos tampoco observaron nada extraño. Por las noches, los buscadores montaban sus tiendas donde Podían. Se contentaban, aunque no fuera más que por tener esos breves respiros de una lluvia por demás deprimente que no dejaba de caer. Helados y agobiados, se amontonaban en sus refugios alrededor de una hoguera que apenas merecía ese nombre, pues sólo servía para calentar la comida, hervir el agua para el té y entibiar un poco el aire. Iskander, a pesar de la inclemencia del tiempo, temía que el humo y las llamas atrajeran a los ComeAlmas cuyos hábitos eran, preferentemente, nocturnos, mientras que dormían de día. Pero pasaban los días y los kilómetros y aún no se habían avistado señales de los AntiEspecie. Todos estaban intrigados, nadie sabía qué pensar de todo eso. En vez de tranquilizar sus espíritus, esa falta les inquietaba más. Temían que los guardias de avanzada de los ComeAlmas hubiesen escapado sin ser vistos por los exploradores y que en esos precisos momentos estuvieran enviando mensajes a las fortalezas de los AntiEspecie donde se reuniría rápidamente un ejército para marchar contra ellos. A los compañeros les resultaba imposible concebir que el avance por las colinas de un número tan considerable de hombres y bestias pasara inadvertido, a pesar de haber tomado todas las precauciones posibles para que así fuera. -Esto no me gusta, Lord -insistió Kaliq el día que llegaron al Paso Epitaph-. Los Escamosos son sumamente astutos. Podría ser que esperaran a que salgamos de las colinas para enviar tropas aquí, a retaguardia de nuestras filas y así encerrarnos y aplastarnos entre dos fuerzas abrumadoras. -Sí, también yo he pensado en eso, Kaliq -confesó Iskander-. Es una perspectiva muy desagradable y debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para evitar que suceda. Por eso, me parece que sería mejor dejar el grueso de tus guerreros aquí, para defender el paso, y seguir avanzando sólo con un pequeño destacamento móvil, cuyos desplazamientos no serían tan notorios y que, además, podría atacar por sorpresa al corazón de la Oscuridad y retroceder a nuestras posiciones defensivas, en lugar de librar una batalla campal contra un despliegue masivo de fuerzas de los AntiEspecie. -Echó una mirada escrutadora al estrecho paso que marcaba el límite entre las tierras australes y las boreales. Un ejército numeroso no tendría demasiadas ventajas aquí donde hay tan poco espacio para maniobrar. Por lo tanto, estoy convencido de que tus guerreros podrían defender el paso aunque les sobrepasaran en número. -Estoy de acuerdo, Lord -respondió Kaliq, mientras él también observaba el paso, pensativo-. Tienes razón. Podría hacerse como dices. Entonces, ¿doy la orden? -Sí. -Iskander asintió con la cabeza. Así fue como ochenta y cinco Escalpa-Escamosos quedaron a retaguardia, mientras el resto de los viajeros, veinticinco en total, continuaron avanzando por el Paso Epitaph. Iskander intentó por última vez persuadir a sus propios seguidores, especialmente a Rhiannon, de que permanecieran con el grueso de los EsCalpa-Escamosos, pero una vez más todos rehusaron de plano. No habían llegado tan lejos sólo para echarse atrás justamente en esos momentos, declararon con decisión. Iskander se resignó al reconocer que no podía pedírselo otra vez. Merecían que les tratara mejor, que confiara más en ellos, por valientes y esforzados. Emprendió entonces la difícil tarea de prepararles para lo que habrían de enfrentarse, explicándoles cuáles eran sus planes para infiltrarse en las filas de los ComeAlmas y qué era lo que esperaba que hicieran sus seguidores. Se dedicó de lleno y tan exhaustivamente a preparar a Rhiannon, con tanto apremio y exigencias, que ella muchas veces temió que quisiera empujarla a una crisis. Iskander observaba sus progresos con tanta frialdad, le corregía los errores con tanta rudeza, que ella empezó a preguntarse si no habría sido todo un sueño, aquellos besos fogosos en la cubierta del Frostflower, la pasión y las otras emociones que habían surgido entre ellos, el amor que había creído compartido, por más que ninguno de los dos lo hubiera dicho con palabras. Otras veces, percibía claramente que era el miedo lo que volvía cruel a Iskander, miedo de que su misión la llevara a la muerte... una muerte que le resultaría insufrible. -Lo que se avecina no será como cuando matamos a los frigidianos -le dijo él una noche-, que ya fue bastante penoso para ti. Te diré ahora lo que me contaron Cain e Ileana antes de que yo partiera de Monte San Christopher, para que no te pille desprevenida. Por ser Elegida, por tener Poder, verás cosas que los no iniciados, los que no tienen nuestro talento, no podrán ver cuando mueran los AntiEspecie. Durante un momento que te llenará de horror, les verás cómo eran cuando eran Especie y ellos te gritarán y llorarán lastimeramente rogándote que les perdones la vida. No importa cuánto te desgarre eso el corazón, no debes conmoverte por ello, Rhiannon, porque no es más que un espejismo, una mala pasada que te hacen tus sentidos para llevarte a tu propia muerte. ¿Entiendes lo que te digo? -Sí -respondió ella, estremeciéndose ante esa terrible revelación, Al verle el semblante, lskander le habló con los dientes apretados: -¡Eres tan blanda de corazón, Rhiannon! iA sabiendas de lo que te acabo de advertir, escucharás los gritos de los AntiEspecie y morirás! -No, Iskander, no-protestó ella, pero vio que él no la creía. -Me defraudarás -dijo él, frío. -No, Iskander. No lo haré, lo juro. "¿Y qué pasará si yo te defraudo a ti?"' Lo pensó con tanta intensidad, con tal angustia, que Rhiannon lo escuchó en su mente. Extendió una mano con gesto implorante y la apoyó sobre el brazo de Iskander. Pero él se la desprendió con una violenta sacudida. Tenía las facciones contraídas de dolor y furia al mismo tiempo, cuando dijo como si fuera un latigazo: -¿Te das cuenta de qué forma me despedazas, que hasta dudo de mí mismo, que hasta vacilo de hacer lo que debo hacer? ¡Por las lunas! ¡Maldigo el día que te contemplé por primera vez, que acepté traerte conmigo y también a los demás! ¡Debo de haber estado loco! ¡Completamente loco! Rhiannon contuvo súbitamente la respiración, espantada, mientras su mano volaba a la boca abierta como si él la hubiese golpeado brutalmente, quitándole todo el aire de los pulmones. Se le llenaron los ojos de lágrimas y, después de un momento, aturdida todavía, giró sobre sus talones y echó a correr ciegamente, . internándose en el bosque. Jurando y maldiciendo, Iskander la siguió, furioso y avergonzado. La había herido injustamente por algo de lo que ella no era culpable... sino él mismo. La tomó de un brazo con fuerza salvaje y la hizo dar la vuelta bruscamente para que le mirara a la cara. Cuando vio el hermoso semblante de la joven iluminado por la enfermiza luz de la Luna Azul, respiró con fuerza. Tenía el largo pelo suelto completamente empapado y brillaba como fuego moreno a la luz de la luna. Eran luminosos los ojos dorados y las largas pestañas espesas estaban cuajadas de lágrimas y de gotas de lluvia que rodaban juntas por las mejillas, dos medias lunas color de malva le bordeaban los ojos, indicio seguro de su agotamiento. Se le ocurrió pensar lo delgada y pálida que estaba otra vez, cómo le habían minado las fuerzas, el largo viaje cargado de tensiones y sus exigencias para llevarla a los límites de su Poder. Sin embargo, Rhiannon lo había soportado todo sin quejarse, negándose a abandonarle a su suerte. -Rhiannon -susurré él, con la voz embargada de emoción - Lo lamento. No fue mi intención. Debes saber que no lo he hecho adrede. Es mi miedo por ti, por nosotros... me corroe todo el tiempo... Rhiannon... La Rueda del Tiempo giraba... y seguía girando. Ella no supo con qué rapidez, cuántas veces, mientras permanecía en el prado, entre los fuertes brazos de Iskander, su boca dura y hambrienta devorándole los labios, mientras la lluvia seguía derramándose sobre ambos por entre el espeso entretejido de las hojas de los árboles. Sólo sabía que le amaba con toda el alma -y temía, como él por el futuro de ambos. Por eso se aferraba febrilmente a él, entregándole mansamente los labios, embotados los sentidos bajo su embestida violenta, desesperada, queriendo más de lo que le daba queriendo darle más de lo que él tomaba. Iskander le agarró el rostro entre las manos y enredó los dedos en la larga cabellera, roja llamarada, mientras la besaba apasionadamente. Las manos de Rhiannon, en cambio, estaban firmemente apoyadas en el amplio pecho viril, percibiendo el agitado palpitar del corazón en bello contrapunto con el rítmico golpeteo de la lluvia. Estaban solos en el mundo dentro de un capullo de finísima niebla que el viento había tejido alrededor de ellos. Si solamente por ese momento, nada importaba salvo ellos mismos mientras se tocaban, se acariciaban, se saboreaban, rebosando de emociones y añoranzas insatisfechas. De pronto, una nube pasó rápidamente a través del cielo y ocultó momentáneamente, la cara de la Luna Azul. Lentamente, Rhiannon volvió a la realidad que la rodeaba y advirtió que brillaba otra clase de luz, había otra clase de niebla que iba envolviéndoles insidiosa, furtivamente, sus lenguas bífidas eran tan malignas y asquerosas, delgadas y pálidas como las de las víboras. -Iskander -susurró ella, horrorizada-. Tu espada... No, no la saques -le advirtió cuando él, al ver los vaporosos zarcillos verdosos arremolinados en derredor, quiso soltar el anillo que sostenía la vaina de la Espada de Ishtar sujeta a su espalda, para desenvainar la hoja de donde emanaban-. ¿Cómo puede ser? Si ni siquiera está animada -observó en voz baja. -Tiene Poder propio -le recordó Iskander-, que le confirieron los Custodios de la Ciudadela de los Falsos Colores, en donde estaba antes de que Ileana la diera a la luz de las llamas de cristal de la verdad. Cain e Ileana también dejaron sobre ella sus propias huellas, como bien sabemos ambos, el residuo del propio Poder de ambos, el Poder de los Elementos. -La espada percibe algo, Iskander. Algo ha hecho que despierte, que se manifieste su Poder. -¡Los AntiEspecie! -exclamó él casi en un susurro. Su instinto le decía que así era. En el mismo momento en que decía esas palabras, un grupo de ComeAlmas emergía de entre las sombras de los árboles, encerrando al hombre y a la mujer dentro de un círculo que se iba estrechando. Al verlos, Rhiannon se quedó sin respiración. Ni siquiera los cadáveres en descomposición que había visto a orillas del Río Knotted la habían preparado para el impacto que le produjo ver esas horribles criaturas vivas. Eran negros de la cabeza a los pies -negros, no simplemente cobrizos o morenos como muchos de los nómades y yallowishes que había visto, sino completamente negros como el mar de noche cuando no brillan las lunas y la niebla oculta las estrellas. Aunque todos los ComeAlmas eran altos, las cabezas parecían demasiado grandes para sus torsos, tanto que deba la sensación de que la carne que les cubría los cráneos se hubiera hinchado fuera de toda proporción. Eran completamente calvos. Las frentes presentaban en el medio dos nudosas protuberancias verticales que parecían cumplir el papel de las cejas, pero luego subían de golpe como dos prominencias semejantes a cuernos que sobresalían de las mitades frontales de sus abultadas cabezas. Estos eran los cuernos que cazaban los Escalpa-Escamosos para cobrar el dinero que ofrecía el rey. Los extremos inferiores de esas protuberancias bajaban por sus caras, fusionándose y formando lo que parecían ser sus anchas narices chatas. A ambos lados de estas, muy separados, estaban los ojos, rasgados y rojos como ascuas, de pupilas negras y sin pestañas. Las bocas eran tajos negros, los dientes como colmillos de animales o dientes de serpientes, chorreando saliva. Las largas mandíbulas cuadradas se angostaban hasta formar pequeños mentones triangulares casi inexistentes que desaparecían en los pliegues de los cuellos. Las orejas eran diminutas y muy pegadas al cráneo. Estaban completamente desnudos, como si hicieran alarde de sus cuerpos bien formados, musculosos y fornidos en extremo. Tanto los dedos de las manos como los de los pies terminaban en afiladas garras. En el ombligo, aunque generalmente los mantenían retraídos y ocultos a la vista, tenían largos cordones umbilicales que podían azotar como látigos para penetrar en la carne de sus enemigos, infectándoles con la terrible enfermedad que afligía a los ComeAlmas. Sus genitales no estaban visibles, pero eso no significaba nada, puesto que al ir agravándose la enfermedad, el cuero negro, duro y áspero cubierto de escamas cortezudas que se formaba sobre la piel, iba encerrando todo el cuerpo. La columna vertical de los AntiEspecie terminaba en una cola truncada. Todas esas criaturas estaban fuertemente armadas. Unos cuantos ComeAlmas traían en sus talones animales que debían ser los legendarios cerberos, porque las bestias se parecían mucho a Anulo, sólo que lucían un par de cuernos en la cabeza, el otro botín codiciado por los Escalpa-Escamosos. Alrededor de sus cuellos tenían amenazadores collares con afiladas púas y todo su aspecto era tan maligno y antinatural como el de sus perversos dueños. Los AntiEspecie les tenían rodeados, no podían escapar. Rhiannon sintió los latidos acelerados de su corazón, la boca seca alas palmas de las manos húmedas. Aunque Iskander y ella pudieran de algún modo, dar la alarma y así poner sobre aviso a los que habían quedado en el campamento, los ComeAlmas caerían sobre ellos antes de que pudiera llegarles alguna ayuda. Quisiera o no, Iskander tendría que sacar la Espada de Ishtar y ambos tendrían Ve luchar. -¡Bueno, bueno!, ¿qué tenemos aquí? -ironizó uno de los AntiEspecie en tintagclese con voz áspera y sibilante. El tono abominable hizo poner los pelos de punta a Rhiannon-. ¿Essspíasss? ¿O Essscalpa-Essscamososss? ¿O ambasss cosasss? ¿Qué? ¿No ressspondéisss? Bueno, no importa. Esss ssseguro que no soisss nuessstrosss amigosss, o de otro modo no andaríaisss por essstasss colinassss con tanto sssigilo ni encenderíais esasssss missserables hoguerasss con el tiempo essspantoso que hace. Ah, sí. Conocemosss todo lo que hacéisss. Hemossss essstado vigilando a vuesstra banda de guerreros desssde hace díassss, esssperando poder capturar aunque fuera a uno de vosssotrosss... y ahora lo hemossss logrado. Osss queríamossss vivossss, para poder interrogarosss sssobre vosssotrosss planessss, antes de enviar un informe a nuessstro LíderImperial de vuessstra invasssión a nuesssstra tierra de SSSalamandria. Vosssotros dosss ssserviréisss perfectamente para nuessstrosss propóssssitossss. -Imprevistamente el ComeAlmas se volvió a sus seguidores y les ordenó con rabia apenas contenida: ¡Prendedlesss! ¡Amarradlesss! iNo permitáisss que essscapen! Mientras había durado ese terrible monólogo, la Luna Azul había vuelto a brillar en el cielo. La fría luz azulada bañaba el prado y le prestaba su color ahumado al Poder que emanaba de la Espada de Ishtar, cuyos tentáculos verdosos pasaban por jirones de niebla saturados de rayos de luna remolineando alrededor de la pareja prisionera. Los AntiEspecie no les habían prestado ninguna atención y por eso, cuando Iskander, de un solo tirón, sacó la espada de la vaina desatando su inmenso Poder al tiempo que invocaba el propio, pilló a todos ellos desprevenidos. Estalló entonces una luz cegadora que, como gigantesca girándula de centellas y llamas multicolores, iluminó súbitamente el Prado. Las auras protectoras de fuego azul que envolvían los cuerpos de Iskander y Rhiannon le sumaron su fulgor, dejando atónitos a los AntiEspecie. El estallido inicial del Poder envolvió en llamas a seis de ellos que no habían podido reaccionar a tiempo, Espantosos chillidos de dolor poblaron la noche mientras los cuerpos de las criaturas ardían como antorchas. Escalofríos incontrolables de horror sacudieron el cuerpo de Rhiannon, porque como le había advertido Iskander, esos gritos eran Especie. Luego , poco a poco, cuando el fuego consumió sus lustrosos cueros de reptil como cera derretida, los ComeAlmas parecieron sufrir una metamorfosis que les devolvió su aspecto anterior y Rhiannon vio sus rostros -rostros Especieretorcidos de dolor, implorando con lástima que les ayudaran. "Socorro. Ayúdame", parecían gritar sus bocas, aunque Rhiannon sabía que las palabras sonaban sólo en su mente. Los ojos rojos como brasas ardientes se hincharon hasta romperse . dejando escapar un liquido viscoso que les chorreaba por la cara horrorosamente contraída; pero aun así, las carbonizadas y vacías cuencas de los ojos parecían seguir mirándola fijamente, pidiéndole ayuda. Rhiannon intentó cerrar ojos y oídos a sus súplicas, pero al final, sintiéndose incapaz de soportar los ruegos desgarradores por más tiempo, empezó a extender una mano temblorosa como para tocar los cuerpos envueltos en llamas. Luego, en el último . minuto, su instinto de conservación predominó en ella y retiró rápidamente la mano, forzándose a recordar, a creer, que los ruegos de los supuestos Especie no eran más que un truco diabólico para que bajara la guardia. Desde ese instante no se atrevió a dejar ni un solo resquicio abierto en su muro de protección por el que algún letal cordón umbilical de los AntiEspecie pudiera escurrirse hasta su piel, infectándola con la espantosa enfermedad que transmitían. Por esa misma razón, ni siquiera intentó empuñar su mangual contra los ComeAlmas, pues era un arma inútil contra las armaduras de escamas. En lugar de luchar por su cuenta, Rhiannon se colocó detrás de su amado para cubrirle la espaldas. Iskander estaba luchando con tanta determinación y contra tantos enemigos a la vez que su aura se movía y se abría constantemente para permitirle blandir la Espada de Ishtar con absoluta libertad de movimientos, pero dejándole a veces desprotegido. Iskander concentraba todas sus fuerzas mentales en obligar a la espada a despedir su ponzoña por la hoja hacia la punta que vomitaba fuego. El aire se impregnó de olor a carne chamuscada. Rhiannon tuvo ganas de vomitar al ver que más y más de los AntiEspecie ardían como hogueras, que estallaban los corazones en sus pechos desgarrándoles los torsos que quedaban abiertos, arrojaban sangre y materia podrida en todas direcciones, salpicaban a los árboles y al suelo. Riachuelos de grana corrían por la tierra saturada. Desaforados, los ComeAlmas resbalaban sobre su propia sangre al embestir como animales rabiosos. Peleaban rechinando los dientes y echando espuma y baba por la boca. Querían salir victoriosos a toda costa, no concebían la derrota a pesar de ir quedando cada vez menos. Al ver sus filas tan reducidas, en un arranque de cólera, tiraron sus armas y escudos, trataban de atacar al hombre y a la mujer con dientes y garras, mientras los cerberos, erizados sus collarines de pelo, ladraban y gruñían haciendo todo lo posible para ayudar a sus amos. Rhiannon jadeaba cuando un AntiEspecie tras otro la atacaba dando zarpazos y azotando con el cordón umbilical su inviolable aura, para caer luego de espaldas al suelo, chillando de dolor por las quemaduras que había recibido. No obstante, aun sabiendo que estaba a salvo y fuera del alcance de los ComeAlmas, no dejaba de encogerse de miedo cada vez que se acercaban amenazadoramente con esos rostros negros y macabros detrás de la barrera azul. Pero los meses de preparación con Iskander habían servido para mantenerla firme en su lugar, segura de lo que debía hacer sin desmayar. Se movía instintivamente cuando él lo hacía, cubriéndole las espaldas y preguntándose cuánto tiempo más podría Iskander controlar la Espada de Ishtar antes de que ella tuviera que ayudarle como lo había hecho ya una vez. Ahora sabía, por lo que le había explicado Iskander, que el anterior choque de sus auras se había debido a que ninguno de los dos sabía exactamente los colores y contornos de la del otro y, aunque él había intentado compensarlo, toda su concentración mental había estado dirigida a controlar la Espada de Ishtar. Por lo tanto, su intento de fundir las auras había fracasado; pero lo que era más extraño, no le había enseñado cómo se hacía. Sin embargo, lo intentó al percibir el desgaste de su Poder cuando el muro de protección empezó a titilar y desvanecerse. Respiró profundamente y dio la espalda impenetrable a los AntiEspecie para entrar lentamente en el aura de Iskander. Esta vez estaba preparada para la terrible sacudida, cuando las dos barreras azules chocaran. Como la primera vez, voló por el aire una violenta lluvia de chispas en el momento del impacto, por lo que Iskander supo que se había reunido con él. Pero esta vez no protestó y aceptó, hasta agradecido, su ayuda; porque al parecer, las muertes de esas abominables criaturas estaban produciendo efectos muy peculiares sobre la espada, aumentando sensiblemente su perversidad y redoblando sus fuerzas hasta casi abrumarle y dominarle. Las dos auras oscilaron, fluctuaron durante unos minutos hasta que Rhiannon, desesperada, hizo lo que pudo para estabilizarlas. Luego lentamente, desde atrás, deslizó los brazos alrededor de la cintura de Iskander hasta encontrar sus manos que apretaban el puño de la espada. Un dulce estremecimiento le recorrió el cuerpo al sentir esas manos fuertes y seguras debajo de las suyas. Llegando a las oscuras profundidades de las reservas interiores de su Poder, unió la mente a la espada en angustiada búsqueda de la esencia que era Ileana -hasta encontrar finalmente ese espíritu desconocido pero benigno y amistoso que parecía guiarla a través de la espada. Un júbilo indescriptible, jamás sentido antes, colmó todo su ser. Como si brotara de sus entrañas, fluyó una luz blanca, purísima, que envolvió la empuñadura, oponiéndose a la ponzoña de la espada mientras Iskander y ella, jun. tos, se mantenían firmes contra el mal que amenazaba vencerles, dominarles por completo. Repentinamente, la espada pareció entrar en erupción, como un volcán enfurecido, arrojando la maligna radiación verde amarillenta en un masivo estallido de llamas. El prado se convirtió en un verdadero infierno. Gritos Especie tras gritos Especie reverberaron agonizadamente al irse consumiendo los AntiEspecie, desgarrando el corazón de Rhiannon. Ni los cerberos escaparon a la destrucción del fuego... aunque a Rhiannon le pareció que algunas sombras, que habían estado entre los árboles al borde del claro, se habían escabullido eludiendo la conflagración. Le dio un vuelco el corazón, porque si algún AntiEspecie había podido escapar, avisaría de la presencia de los buscadores en Salamandria a su Líder Imperial y reunirían un ejército para hacerles frente. La refriega terminó abruptamente. Se apagó la Espada de Ishtar. También lo hicieron las auras de Rhiannon e Iskander. Jadeando con fuerza, cayeron uno en brazos de otro, sin que les importara la lluvia que seguía empapándoles. Sin embargo, antes de que tuvieran oportunidad de hablar, más explosiones sacudieron la noche y unos fogonazos brillaran entre los árboles. Iskander y Rhiannon se miraron emocionados durante unos segundos y luego emprendieron una veloz carrera temiendo que hubiesen atacado el campamento. Corrieron frenéticamente, saliendo del prado, zigzagueando entre la maraña de árboles y malezas hasta que se toparon con Yael, Sir Weythe, Kaliq, Hordib y varios guerreros más que libraban el final de una pelea breve pero mortal con un puñado de ComeAlmas que habían escapado de la terrible matanza que había desatado la Espada de Ishtar. El hacha de combate de Yael y la espada de Sir Weythe ya había dado muerte a tres cerberos. Kaliq y Hordib sostenían en sus manos los mortíferos tronadores bezelianos que seguían descargando sobre dos ComeAlmas que huían, envolviéndoles en llamas que les devoraron rápidamente. -Bien, esperemos que hayan sido los últimos -declaró Kaliq con el gesto sombrío después de un momento-.¿Y vosotros, os encontráis bien? ¿Lord? ¿Lady? -Sí, temblorosos y exhaustos... pero ilesos -jadeó Iskander mientras luchaba por recobrar el aliento. Señaló los cuerpos que estaban en el suelo y que seguían quemándose por el fuego despedido por los tronadores. Ha sido una suerte que llegarais cuando lo hicisteis, de otro modo aquellos pocos podrían haberse escapado. Kaliq asintió gravemente con la cabeza. Tenía el ceño fruncido al hablar. -Ya lo creo. Vimos la luz mágica, Lord, y oímos los gruñidos de los cerberos. Fue así como supimos que os habían atacado. Vinimos tan de prisa como pudimos, pero sí es posible que haya otros que se nos hayan escapado, Lord. Si es así, indudablemente buscarán refuerzos y volverán a atacarnos... y aunque no fuera así, las auras mágicas... los fuegos y llamas de extraños colores... la quemazón de los cadáveres habrán sido visibles desde una gran distancia, Lord, a pesar de la lluvia. Seguramente vendrán otros Escamosos a investigar. -Es exactamente lo que yo pienso -acotó Iskander, serio-. Por esa razón debemos salir de aquí... ahora... esta noche. Regresemos al campamento de inmediato. Quiero que recojamos y estemos listos para partir en menos de una hora. No podemos arriesgarnos a demorarnos más de eso. Cuando llegaron al campamento descubrieron que ya estaban sobre aviso. Chervil y Anise habían reunido un grupo de guerreros bezelianos para averiguar si un ejército de ComeAlmas había atacado por sorpresa y prestar ayuda a Iskander y al resto si fuera necesario; los otros, bajo la inesperada y sorprendente dirección de Gunda Granite, estaban preparándose Precipitadamente para una batalla campal en caso de un ataque. Al enterarse de que habían vencido a los AntiEspecie, pero que existía la posibilidad de que hubiera escapado uno o más de ellos, los compañeros empezaron rápidamente a recoger sus pertrechos y pertenencias y a levantar las tiendas, cargando todo sobre los caballos. Luego reanudaron el penoso y difícil viaje por las colinas, por ese paso traicionero, empujados Por una extraña sensación de urgencia. Por ese motivo ya no se detuvieron más, excepto para dar descanso a los fatigados caballos; ya no encendían más hogueras ni montaban campamentos. Comían como podían mientras marchaban. Todos dormitaban -cuando podían- en sus sillas mientras el pequeño grupo avanzaba dando rodeos por las colinas. Cuanto más se adentraban en Salamandria en dirección sur, más altos crecían los árboles y más espesos eran los bosquecillos donde buscaban pasar inadvertidos. Pero continuaban cabalgando bajo cielos ajenos, estrellas que algunos de ellos jamás habían visto antes, a través de la niebla de cara al viento y bajo la lluvia intermitente pero, al parecer, incesante, empapados hasta los huesos y entumecidos de agotamiento. Anuk continuaba a la vanguardia reconociendo el terreno. Ya había matado a dos cerberos que estaban al acecho entre la maleza. Kaliq escalpó a ambas criaturas y colgó de su cinturón los cuernos y los collares con púas, con los que frecuentemente los Escalpa-Escamosos moldeaban sus manoplas. Rhiannon se estremecía cada vez que veía esos espeluznantes trofeos. Pero mucho peor era el miedo que sentía mientras escuchaba a Iskander, que iba a su lado, practicar el abominable papel que debía asumir en cuanto llegaran cerca de la fortaleza de los ComeAlmas. Una y otra vez repetía las palabras que habían dicho los AntiEspecie en el prado, imitando esa voz sibilante con tal perfección y naturalidad que a Rhiannon se le ponían los pelos de punta al oírle. No entendía cómo podía soportar Iskander hablar de ese modo, cómo podría resignarse a tomar la forma de los AntiEspecie. Sin embargo, debía hacerlo, porque ¿de qué otro modo podría penetrar en el corazón de la Oscuridad? ¿Cómo podría indagar y descubrir sus más recónditos secretos? ¿Cómo podría asestarle un golpe mortal? No había otra forma de hacerlo y Rhiannon lo sabía. Pero con todo, seguía esperando lo imposible -hasta el último momento cuando, por fin, los buscadores emergieron de las colinas LA CAIDA El Pergamino Sagrado 23 Era un cáncer en la tierra, una monstruosa y abismal herida abierta y en carne viva que se habla gangrenado y supuraba podredumbre. Jamás en mi vida habla visto algo parecido. Esperé -rogué con fervor no volver a ver nada semejante nunca más. Iskander le había puesto el nombre apropiado: el corazón de la Oscuridad. La miré horrorizada. Todos lo hicimos. Porque ni uno solo de nosotros creta que pudiéramos salir de allí con vida. -Así está escritoen Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian Las Colinas Hindrance, Salamandria 7276.1.29 AMANECÍA. UN SOL PÁLIDO, ENFERMIZO, se asomó tímidamente por encima del horizonte. Oscuras nubes color de peltre amortiguaban la luz al deslizarse raudamente por el cielo encapotado que presagiaba más lluvia. Un viento impregnado del olor del lejano mar había barrido la niebla del alba, despejando la atmósfera. Los buscadores alcanzaron la cumbre de la última de las Colinas Hindrance y pudieron ver claramente el llano que se extendía a sus pies, y todos sin excepción se detuvieron en seco, horrorizados. Hasta donde alcanzaba la vista, la tierra estaba devastada, despojada de toda vida como si una plaga prodigiosa la hubiera asolado sin piedad, y destruido todo a su paso. Se habían derribado árboles en muchos kilómetros a la redonda, tronchados por manos AntiEspecie para un propósito que era demasiado obvio, En medio de esas ruinas había un gran lago de aguas negras y lodo en estado de putrefacción. Sobre sus olas cubiertas de verdín se mecían cuatro barcos de aspecto ominoso casi terminados. Eran barcos la mitad de largos de los poderosos barcos de vela del Oriente, pero obviamente diseñados para transportar un ejército. A cierta distancia de la ribera sur del lago se elevaba un inmenso volcán con su cima en forma de calavera. En la ladera que estaba enfrente de los buscadores, se veían tres enormes bocas de cavernas insondables, situadas de tal manera que parecían estar entre las mandíbulas abiertas de la calavera. De sus fauces, como una horda de hormigas devastadoras, interminables hileras de ComeAlmas salían y entraban, llevando con diligencia una serie impresionante de materiales entre el volcán y el lago, donde otro enjambre de AntiEspecie pululaba entre los barcos, midiendo, aserrando y martilleando afanosamente. Por todas partes alrededor del lugar, donde aún no se había diezmado a la naturaleza, el bosque estaba densamente poblado de árboles altísimos pero torcidos, los troncos y las ramas tortuosamente retorcidos y manchados de podredumbre. Jirones de fibroso musgo verde pálido colgaban de sus ramas; los hongos moteaban las hojas verdes con manchones amarillos y las bordeaban de marrón, porque era verano allí en el hemisferio austral, la estación lluviosa, cuando todo debía de estar floreciente y rebosante de vida, pero no era así. Las cortezas de los árboles estaban incrustadas de líquenes que también formaban gruesas costras sobre la tierra fangosa. Por el bosque serpenteaba un largo y ancho río que tenía sus nacientes en el lago y acarreaba sus aguas pútridas, seguramente, hacia el Océano Simoom, según calculó Iskander, pues esas cuatro naves que estaban construyendo estaban destinadas a surcar los mares, ¿y qué mejor forma de hacerlas llegar allí que esa vía de agua? Y desde allí, a través del océano, llegar al Oriente. La revelación le dejó estupefacto como si hubiera recibido un golpe. Recordó en ese momento el esqueleto del ComeAlmas que las olas habían arrastrado hasta la costa de Bedoui, años atrás. Los AntiEspecie debían de estar planeando invadir el Oriente -y parecía probable que esa no sería la primera vez que hubieran hecho semejante intento. Iskander estaba ahora más resuelto que nunca a salir airoso de su misión. No podía arriesgarse a dejar que los ComeAlmas terminaran de construir las naves, para ir más lejos de los sitios que ya habían conquistado. Sobre la orilla oriental del lago se erguía la formidable fortaleza de los AntiEspecie, una imponente monstruosidad que infundía temor. La habían construido íntegramente con grandes bloques de piedra negra. Tenía muros almenados con torrecillas en cada esquina y adornados con hileras de espantosas gárgolas que le daban un aspecto siniestro. Los muros tenían una altura aproximada de veinte metros. Del mismo corazón de la fortaleza surgía el torreón coronado con numerosos chapiteles como agujas que se colaban por entre las turbulentas nubes oscuras que tapaban el pálido sol naciente. Como el lago y el río la rodeaban por todos lados, la fortaleza no tenía foso. Sólo se podía entrar o salir por el rastrillo de hierro y las sólidas puertas de roble oscuro que estaban en el lado sur. En un principio los buscadores no habían podido ver claramente la torre del homenaje porque la fortaleza en sí se interponía en su campo visual. Pero después de abrirse camino cuidadosa y furtivamente por las estribaciones que bordeaban la orilla oeste del lago, pudieron examinar con detenimiento la imponente puerta que era el único acceso al torreón. Mientras la estudiaban, una figura a caballo pasó al galope por debajo del arco de piedra en dirección al Volcán Calavera. Verla y quedar estupefactos fue todo uno porque, por increíble que les pareciera, era definitivamente un hombre. -¡Déjame mirar por ese catalejo, Kaliq -siseó Sir Weythe, arrebatando prácticamente el pequeño catalejo de las manos del mercenario. Con dedos temblorosos el viejo soldado se llevó la lente con aro de bronce al ojo derecho y observó al hombre ataviado de rojo montado en el negro corcel-. ¡No, no lo puedo creer! ¡No puede ser! -Resopló.- Pero es. De algún modo es... Lord... Lord... -Se volvió, con el rostro pálido como la muerte, a Iskander.-¡Es el hermano del príncipe Lord Gerard! ¡Es el perverso Lod Parrish! -¿El que asesinó a su hermano mayor, el príncipe Lord Niles, e hizo que desterraran de Finisterre a Gerard? Pero... pero cómo puede ser? -preguntó Iskander, perplejo-. Creía que había caído prisionero de los ComeAlmas hace años. -Así fue, Lord -confirmó el soldado, ceñudo-. Cayó prisionero, como bien dices. Por eso, al principio, creí que me había confundido... Pero no es así. Es él, sin ninguna duda... el maldito bastardo. -Weythe escupió en el suelo.- Después de todo el mal que le hizo a la Casa Real de Ashton Wells, Lord, déjame decirte que no será probable que le perdone. Es él. No sé cómo. Pero es él... ¡el despreciable nigromante! -Ahí tienes la respuesta, Weythe -puntualizó gravemente Iskander-. Es un profesional de las negras artes. Por ese motivo no le han "pustulado", como lo llaman los cazadores de cuernos. De algún modo el príncipe Lord Parrish ha descubierto, ya sea la manera de no contagiarse o de curar la enfermedad que aflige a los AntiEspecie. O bien, cuando fue capturado, pudo persuadir a los ComeAlmas de que les resultaría más útil como hechicero que como saurio-observó secamente Iskander, pero misteriosamente. Hizo una pausa, mostraba un semblante preocupado. Luego continuó-: No esperaba esto... un nigromante entre ellos, el alcance de su Poder es desconocido para nosotros... -Calló. Durante un buen rato permaneció en silencio, meditando. Después dijo finalmente:- Vamos. Tenemos que encontrar un sitio seguro para escondernos en estas colinas. En cuanto caiga la noche intentaré entrar en el castillo... y entonces veremos lo que veremos. Después de una búsqueda desesperada y sigilosa, los compañeros dieron por fin con una caverna en las profundidades de las colinas occidentales, a lo largo de la costa del Golfo de Uland: y allí se ocultaron con sus caballos, a cobijo de la lluvia por primera vez después de muchos largos días y noches. Con la llama azul de los druswidas, Iskander y Rhiannon caldearon piedras en lo más profundo de la caverna para no ser vistos. Los viajeros, agradecidos, las usaron para poner a hervir el té y cocer los alimentos que comerían como cena. Poco después los devoraban ávidamente pues esa comida caliente era una bendición después de tantas noches en las que sólo habían podido probar raciones frías. Luego, con los estómagos llenos y las vestimentas secándose junto al fuego, el pequeño grupo se reunió para oír los planes de Iskander. Mientras la mayoría había estado buscando un refugio, Iskander y Anuk habían permanecido ocultos en las estribaciones, observando las idas y venidas de los AntiEspecie. Ni el hombre ni el animal habían visto señales de que quedaran más Especie en todo Salamandria, salvo el príncipe Lord Parrish. Era más que improbable que aquellos habitantes que no habían logrado salvarse huyendo al norte hubieran conseguido escapar tanto de ser descubiertos por los ComeAlmas como de su enfermedad. La tierra que los bezelianos habían conocido como Sylvania ya no existía más, había sido borrada por completo de la faz de la tierra. Los buscadores ya no podían contar con que hubiera seres como ellos ocultos en el interior del torreón dispuestos a ayudarles. En el mejor de los casos, esa había sido una esperanza, aunque remota, pero que les había animado en el viaje. Ahora que había muerto, debían enfrentarse al hecho de que no podían contar con nadie, que estaban verdaderamente solos en una tierra hostil, donde hasta la muerte era un destino mejor y más benévolo del que sufrirían en manos de sus enemigos. Los buscadores ni siquiera podían estar seguros de que, si por algún milagro eludían a los AntiEspecie en ese lugar, no encontrarían a esas criaturas esperándoles en el Paso Epitaph. Consideraban que era probable que la escaramuza que había iluminado el cielo nocturno varias semanas antes hubiera atraído la atención de los ComeAlmas. Quizás en esos mismos momentos las criaturas libraban un feroz combate con el ejército de Escalpa-Escamosos que había quedado a retaguardia custodiando el paso. La idea ensombreció los semblantes de los compañeros reunidos a la azulada luz de las piedras radiantes. Sin embargo, aun en el caso de que hubiese sucedido algo así, no podían hacer nada, por lo tanto se forzaron a encarar los asuntos más urgentes y acuciantes. -Por lo menos cuatro de vosotros habréis de montar guardia en todo momento -instruyó Iskander-. Nadie... ni siquiera los que estén de guardia... ha de salir de la caverna por ningún motivo. Como todos sabemos, los AntiEspecie son mucho más activos de noche y no podemos arriesgarnos a que cualquiera de ellos descubra nuestra presencia en esta zona, no sea que les tengamos a todos aquí, registrando todas las colinas con minuciosidad en busca nuestra. Yo mismo no intentaré otra cosa esta noche que un ensayo de prueba, para determinar si puedo ser aceptable, si en realidad puedo infiltrarme en sus filas sin ser descubierto. Estoy seguro de que no necesito deciros que si fracaso, si me prenden los ComeAlmas no dejarán piedra por mover para saber si he venido acompañado. Por lo tanto, si llegara a armarse un gran alboroto y se diera la alarma, tendréis que suponer que me han aprendido y deberéis escaparos con toda celeridad. No ha de hacerse ninguna, oídme bien, ninguna intentona de rescate para salvarme de sus garras. ¿Está claro? -inquirió ásperamente, mirando con Cijeza a Kaliq y Hordib en especial. El rostro de Hordib enrojeció-. Os pediré vuestra palabra de que cumpliréis mis órdenes -insistió Iskander al no responder nada ellos. -La tenéis, Lord -afirmaron ambos a regañadientes. -De acuerdo. -El asintió, satisfecho.- Entonces me prepararé para marchar. Acto seguido, se levantó. Lentamente se encogió de hombros y de un movimiento se quitó el arnés que sujetaba la Espada de Ishtar a su espalda. Aborrecía separarse del arma, pero no le serviría de nada. Si la usaba en las cercanías de los AntiEspecie, podría manifestarse nuevamente su Poder y atraer la atención de sus enemigos. Hizo ademán de extendérsela a Rhiannon, pero ella rehusó tomarla. -No -dijo ella absolutamente resuelta a negarse, aunque le tembló la voz al pensar en lo que quería hacer, en la ira de Iskander que pronto caería sobre ella-. Dásela a Kaliq. Yo no puedo tomarla. -¿Por qué no? -le preguntó creyendo que había empezado a temer al terrible Poder de la espada; pero la respuesta, cuando llegó, le sorprendió, enfureció y asustó. -Porque voy contigo, Lord. -¿Qué dices? -gritó él, y el corazón dio brincos en su pecho ante la súbita y horrible visión que llenó su mente, Rhiannon en las garras de los ComeAlmas-. ¿Estás loca? ¿Has perdido el juicio? ¡Por todas las lunas! ¡Es imposible que sueñes MetaMorfosearte en una de esas criaturas y mucho menos sostener la imagen! ¡Ni siquiera estoy seguro de poder hacerlo yo... que soy sacerdote druswida del duodécimo rango, con más de dos décadas de preparación adecuada en Monte San Christopher! -¡.Con eso me quieres decir que no me has entrenado adecuadamente, Lord? -le replicó indignada Rhiannon-. No, a mí no me lo parece, porque ambos sabemos que lo has hecho. No obstante, no estaba pensando vagar por ahí como ComeAlmas, Lord -explicó calmadamente aunque tenía el semblante demudado por la ira de Iskander-, sino como un simple cerbero a tus talones... y en esa imagen sí puedo MetaMorfosearme y sostenerla. Después de todo, es básicamente la de un lupino con cuernos y collar de púas... sin ánimo de ofenderte, Anuk. -No me ofendo, khatun -respondió el lupino-. Por cierto, con un par de cuernos y un collar de púas, yo mismo podría acompañaron. -¡Los dos estáis tocados! ¡Ambos tenéis el juicio trastornado! -afirmó rotundamente Iskander con expresión airada. -No, khan. En verdad, nosotros obramos más sensatamente que tú -declaró Anuk-. No podemos acampar aquí indefinidamente, mientras tú investigas y averiguas las fuerzas y flaquezas de los AntiEspecie, pues podrías tardar días y hasta semanas. Cada momento que demoremos aquí es otro momento que nos pone a todos en peligro. Los tres podemos cubrir más terreno del que puedes cubrir ti! solo khan. Al pensar con tu corazón en vez de hacerlo con tu cabeza, nos pones en peligro a todos, no solamente a ti, o a la khatun y a mi. -¡Maldición, Anuk! ¡Si necesito tu consejo, te lo pediré! -rugió Iskander, pero sabía que el lupino tenía razón; y a pesar de sus recelos y en contra de su mejor opinión, se vio forzado a aceptar que le acompañaran. Al oír esto, el pobre Moolah cayó de rodillas, se cubrió la cabeza con el borde de su gallibiya y comenzó a lamentarse y a orar en voz baja. Estaba demasiado encariñado con Rhiannon. Creía a pie juntillas que Gunda y ella con sus conocimientos de la ciencia medicinal y la pericia en el manejo de las hierbas habían evitado que los Pustulosos le contagiaran la enfermedad de los AntiEspecie. No era verdad. Ninguna de las dos mujeres comprendía en lo más mínimo cómo había escapado del contagio. Sin embargo, sus protestas no habían hecho nada para disminuir el afecto que sentía por ellas. El joven Lido también, al enterarse de la noticia, rompió a llorar temiendo que capturaran a Anuk. Por consiguiente, el ánimo reinante en el grupo era de tristeza y abatimiento mientras hacían lo que podían para ayudar en los preparativos. Gunda y Anise dedicaron todos sus esfuerzos e ingenio en disfrazar a Anuk. Eligieron primero un par de los cuernos de los cerberos muertos que Kaliq había escalpado y que llevaba colgados al cinto. Luego, descosieron el borde de la capa de pieles de Iskander y con el cordón de cuero negro que consiguieron amarraron los cuernos a la cabeza de Anuk, disimulando lo mejor posible las ataduras y nudos entre el espeso pelaje del lupino. Para terminar, las mujeres le colocaron uno de los collares con púas alrededor del cuello y retrocedieron unos pasos para contemplar su obra. Hasta Iskander tuvo que admitir que era algo menos que imposible descubrir la superchería y que Anuk engañaría a todos los que no le revisaran minuciosamente. Mientras tanto, Rhiannon se había despojado de casi todas sus prendas de vestir y sólo se había dejado puestos su etek y shaksheer, la camisa y los calzones de cuero, que le permitían una mayor libertad de movimientos. No olvidó ceñirse a la cintura el mangual y la daga. Iskander, por su lado, había cambiado su espada por la de Kaliq. -Debo decirte que si te fuera necesario usar la espada y ella se animara por sí misma, no podrías controlar su Poder. sinceramente creo que morirías, que lo que hay en el arma te mataría -le advirtió Iskander. -Bueno, todos tenemos que hacer lo que debemos, Lord, por Tintagel... y por la Luz -replicó Kaliq. -Por Tintagel y por la Luz. -Los demás, uno a uno, fueron repitiendo el lema como si fuera un talismán y, espontáneamente, se pusieron de pie y se agarraron de las manos, formando un círculo sin principio ni fin.- Por Tintagel y por la Luz. ¡Por Tintagel y por la Luz! Fue un momento de hondo patetismo. Había lágrimas en los ojos de Rhiannon al contemplar los rostros de aquellos que la rodeaban, de todos los que habían llegado tan lejos y arriesgado tanto por su mundo, su Especie y el Guardián Inmortal, que les había conferido el don más preciado, el don del Libre Albedrío, la libertad de elegir entre el bien y el mal, entre la Luz y la Oscuridad. La enorgullecía contarse entre ellos. -Cuídate, Rhiannon -le susurró Yael cuando la estrechó entre sus brazos. -Cuenta con ello -le dijo ella, esforzándose por sonreír al mismo tiempo que sus ojos memorizaban sus facciones en caso de que fuera la última vez que le viera-. Yael, ya sabes... ya sabes por qué debo ir con él, ¿no es verdad? -Sí, lo sé desde hace algún tiempo, Rhiannon, aunque tu nunca me has hablado de ello. Le amas... como ama una mujer a un hombre, como alguna vez me ilusioné que podrías llegar a amarme a mí. Pero no estaba escrito en las estrellas para nosotros dos... al menos, no en esta SendaVida. El propósito que persigues aquí es más importante, como ya he llegado a comprender y a aceptar. Si no podías ser mía, entonces, me alegro de que seas suya. Debes saber que, sinceramente, le considero un príncipe entre los hombres. Has elegido bien, Rhiannon. Vete ahora. Tu sitio está al lado de Iskander, donde tanto ansías estar, donde perteneces en realidad. Ahí fuera, en alguna parte, está esperándote tu destino. Mi corazón me dice que es así. Rhiannon asintió con la cabeza y le agradeció con un gesto, pues estaba conmovida hasta las lágrimas y tenía un nudo en la garganta por las cariñosas y tiernas palabras de Yael. Se dio la vuelta y con decisión siguió a Iskander y Anuk hacia el corazón de la noche. En cuanto traspasaron los límites de la caverna y salieron al aire libre, empezó a soplar el viento marino que les envolvió en un tenue velo de niebla y les ayudó a perderse de vista muy pronto. Después llegó la lluvia, como si hasta los cielos lloraran por los tres valientes. 24 A quienquiera que llegare a encontrar este registro, que haga saber que los hombres han fraguado y producido el rnayory más terrible de los males, y su nombre es la Guerra Biológica. Fue en el Instituto Militar Tonido de Ciencia y Tecnología donde durante años se llevaron a cabo investigaciones y experimentos científicos con fines muy distintos a los pacíficos, de los cuales el más horrendo era un experimento ultrasecreto al que le asignaron el nombre en clave de Operación Piel de Serpiente. Este experimento, en términos para legos en la materia, involucraba la alteración de ciertas cepas de bacterias por la introducción de material genético extraído de fuentes externas, específicamente de la clase reptilia, subclase lepdidosauria, orden squamata, subórdenes sauria y serpentes, y la subclase archosauria, orden crocodylia. El objetivo inicial del experimento era producir una plaga que atacaría la epidermis y destruiría las células de la piel, impidiendo, simultáneamente, su renovación, dando corno resultado la muerte de la víctima. Sin embargo, también se pusieron a prueba otras fórmulas que produjeron resultados diferentes. Registro esta información en esta forma arcaica de escritura manuscrita porque, durante las Guerras Intergalácticas, el Instituto Militar Torrido de Ciencia y Tecnología fue bombardeado y sufrió el impacto directo y devastador de un misil nuclear. Una de las consecuencias de ese bombardeo fue que, a pesar de ser subterráneo y estar a muchos metros debajo de la superficie de la tierra, el impacto afectó a por lo menos dos o más laboratorios y las bacterias mortíferas que estaban allí aisladas quedaron inadvertidamente en libertad. Es lógico suponer que, en el futuro, esas bacterias no sólo sufrirán procesos de mutación sino que también se cruzarán, y los resultados en cuanto a la contaminación y adulteración, además de la exposición a la radiación y a los químicos, son impredecibles actualmente. El holocausto, y el subsiguiente invierno nuclear que tanto temíamos, están sobre nosotros. Todos los sistemas de energía y de comunicaciones están interrumpidos o fallan. Sin embargo, todo esto es lo que menos me preocupa. Tengo ya todos los síntomas de la enfermedad de radiación y de envenenamiento químico, y sé que no viviré mucho más tiempo, quizás un día o dos a lo sumo. Estoy muy débil. Antes de morir, sin embargo, debo hacer lo que pueda para prevenir a aquellos que sobrevivan, si es que los hay, contra las bacterias letales que han escapado. Escribo este informe con la esperanza de que alguien, en alguna parte, de algún modo, lo encuentre algún día. Yo era uno de los científicos del Instituto Militar Torrido de Ciencia y Tecnología. Mi esfera de actividades era la medicina, me dedicaba, específicamente, a la investigación y desarrollo de drogas y otras terapias que contrarrestarían los efectos de todas las armas biológicas conocidas y las sospechosas de existencia, incluso aquellas del experimento ultrasecreto Operación Piel de Serpiente... -Así está escritoen El Pergamino Sagrado por un Antiguo Desconocido de Torrido A PESAR DE SUS LARGOS AÑOS DE PREPARACIÓN Y SU IDONEIDAD, Iskander necesitó ensayar tres veces antes de poder adoptar la apariencia de un ComeAlmas; y aun después de haberlo logrado, ese cuerpo antinatural le resultaba tan repugnante que no sabía cuánto tiempo podría sostenerlo. Debido a esto, sabía que debían moverse de prisa. Rhiannon y Anuk, como cerberos gemelos, trotaban silenciosamente a su lado, mientras se abrían paso hacia el lago, oscuro como el ónice bajo la luz opaca de las lunas de brillo céreo y las pocas y extrañas estrellas australes. Cuando llegaron a la orilla del lago, Iskander, con muecas de asco, se arrodilló y se mojó generosamente el cuerpo con el agua inmunda y apestada, mientras Rhiannon y Anuk hundían profundamente sus patas en las olas perezosas, rogando todos que el verdín infecto no les hiciera volverse Pustulosos. Al parecer, el légamo tenía la misma consistencia y aspecto del residuo aceitoso que cubría los cuerpos de los AntiEspecie y quizá la razón por la cual tenían tanto miedo al fuego y se les podía hacer arder como antorchas. Los tres buscadores se aplicaron la sustancia con la esperanza de que disimularía sus olores naturales, los que seguramente los verdaderos cancerberos olfatearían descubriéndole como Especie y lupino y ajenos a Salamandria. Por eso, era la primera vez que Iskander se alegraba de que lloviera, ya que ayudaba a quitarles hasta los últimos vestigios del primer viaje de los compañeros a través de las colinas hasta que llegaron a la caverna. -Bien, estamos tan preparados como podemos estarlo -les comunicó mentalmente a los otros dos-. Vamos ya. Y recordad: ¡Manteneos cerca! Debemos tratar de estar siempre a la vista unos de los otros, por si alguno de nosotros se encuentra en dificultades. Rhiannon y Anuk asintieron con las cabezas. Luego, todos continuaron rodeando el Lago Malady hasta que llegaron a la estrecha y empinada senda por la que se subía hasta los cavernosos ojos y boca del Volcán Calavera. Una vez allí respiraron más tranquilos al comprobar que no habían despertado sospechas. Luego, subrepticiamente, se intercalaron en la larga hilera de ComeAlmas que trabajaban fatigosamente, arrastrando los pies en un incesante ir y venir del volcán al lago donde se mecían las cuatro naves al ritmo de las olas. Al parecer el trabajo era incesante, día y noche, noche y día. -¡Asssí vamossss/Iza, iza! -Los AntiEspecie repetían el sonsonete con voz gutural, sibilante, mientras marchaban en ordenada procesión, como un bien engrasado mecanismo de los Antiguos y con los cerberos trotando a sus talones.- ¡Asssí vamosss/Iza, iza! Iskander se unió al canto, mientras Rhiannon y Anuk estudiaban a los cerberos y copiaban su comportamiento. Lentamente los tres fueron ascendiendo por el Volcán Calavera para entrar en la inmensa boca abierta. Como en las catacumbas de Labyrinth, lo primero que sintieron fue una ráfaga de calor tan intenso que casi les cortó la respiración. El interior del volcán era como el legendario infierno de los Antiguos, siseante de escapes de vapor y chorreando ríos de lava fundida que despedía un fantasmagórico resplandor rojo sobre las negras y lustrosas paredes de basalto. Las fraguas estaban calentadas al rojo y destellaban como ascuas, vomitando chispas, hollín y humo en el aire viciado y asfixiante. La inmensa cámara de la caverna estaba plagada de ComeAlmas, demasiado numerosos para contarles. Todos trajinaban de un lado a otro, todos se veían ocupados en sus respectivas tareas. Instintivamente, Rhiannon se encogió contra Iskander como buscando protección. La aterraba ver tantos AntiEspecie juntos en un mismo lugar y a un mismo tiempo. El ruido era ensordecedor. Los mazos de hierro golpeaban incesantemente los yunques donde se forjaban armas y artículos de todas clases. De pronto se oyó un silbido agudo, penetrante, que taladraba los oídos y que llenó el aire. Asustada, Rhiannon miró alrededor buscando el origen de ese ruido espantoso y entonces vio cosas que jamás había visto en su vida. Inmensas cajas de acero con botones y aros dentados y otras protuberancias que se proyectaban fuera de todas sus caras. Largas cuerdas de caucho serpenteaban por el suelo del volcán uniendo esas protuberancias a mecanismos desconocidos que giraban tan de prisa que la mareaban y que tenían ruedas dentadas que cortaban las trozas a todo lo largo con la misma facilidad que lo haría un cuchillo con la mantequilla. Por el aire volaban astillas de madera y serrín. Otros aparatos que giraban zumbando perforaban los tablones con más rapidez que una lezna a través del cuero. -Iskander, ¿qué son todas estas cosas horribles? -preguntó, azorada. -Generadores y otras máquinas de los Antiguos -respondió inexorable, reconociéndolos por las descripciones que había leído en el Libro Sagrado, La Palabra y el Camino-. Los ComeAlmas deben de haberlos encontrado de casualidad, los desenterraron de alguna parte y de algún modo se las han ingeniado para hacerlos funcionar. Aunque no podamos hacer otra cosa, tenemos que destruir estos infernales aparatos mecánicos. No podemos arriesgarnos a que sigan en manos de los AntiEspecie... especialmente, porque desconocemos si pueden usarse para otros propósitos perversos, además de la construcción de navíos, para invadir otra vez los continentes de Verdante y Aerie, o las tierras de Oriente. Vamos. Ya hemos visto bastante por ahora. iVámonos... y deprisa! Antes de que pudieran escabullirse sin ser vistos, uno de los ComeAlmas, al parecer algún capataz, se acercó a Iskander. -Oye... tú, allí... sssí, tú -gruñó el ComeAlmas en la lengua común-. ¿Por qué essstásss haraganeando por aquí como un montón de mierda de dragón? Nadie te dijo que te tomarasss un ressspiro, ¡.verdad? ¡bien, entoncesss, recoge esssosss tablonesss y llévalosss al barco! A menosss que quierasss sssubir a la Cripta, arrassstrando tu trasssero y explicarle al príncipe Lord Parrisssh lasss razonesss que tienesss para passsarte el tiempo sssoñando sssin hacer nada, como sssi fuerasss medio essscamossso, cuando hay tanto trabajo por hacer. ¿Quieresss essso? ¿No? ¡Entoncesss, menea tu rabo, sssoldado! Recogiendo el montón de tablones como le habían ordena. do, los cargó sobre el hombro y rápidamente se reincorporó a la fila de salida del volcán, contento de escapar del ceñudo ComeAlmas. En el futuro tendría que ser más cuidadoso y no atraer la atención, pensó. A pesar de todo el capataz no había dado señales de desconfiar de él, no había ordenado que le prendieran y le llevaran a la rastra al castillo para que le interrogaran. Ya eso decía mucho a su favor, reflexionó Iskander, no sin orgullo, pues había logrado engañar a esa criatura nefasta... y sobre todo, a un palmo de distancia. Rhiannon y Anuk le siguieron casi pisándole los talones mientras él bajaba nuevamente al lago Malady, que por extraña coincidencia quería decir enfermedad, donde pudo echar un buen vistazo a las cuatro naves que estaban construyendo. Eran, como bien había supuesto desde un principio, barcos de guerra capaces de transportar un gran ejército y completarlo con catapultas, mandrones, balistas y manteletes. Nada de todo esto tendría que quedar en pie, Iskander lo sabía. Poco a poco iba tomando cuerpo la idea de cómo llevarlo a cabo, aunque vagamente. Se dio cuenta de que estaba fatigado. Proyectar la perversa imagen de un CorneAlmas había resultado más agobiador de lo que había imaginado Esa noche no tendría tiempo para investigar la fortaleza. -Rhiannon... Anuk... estoy muy fatigado... terriblemente agotado, de repente. Necesitamos regresara la caverna ahora mismo -les dijo Iskander, casi sin poder transmitir las palabras. Conociendo los peligros a los que se exponían si se retrasaban un minuto más, ni Rhiannon ni Anuk le discutieron. En cambio, muy preocupados por la debilidad con la que les había hablado telepáticamente, echaron una mirada alrededor para asegurarse de que ningún AntiEspecie les estaba prestando atención. Luego, aprovechando la bruma que flotaba a lo largo de la orilla del lago, se escabulleron hacia la oscuridad. Rhiannon a la cabeza con todos sus sentidos alerta, temiendo la inesperada presencia a algún ComeAlmas que estuviera patrullando la zona, aunque no habían encontrado ninguno antes. Anuk iba a la retaguardia, cuidando de que no les siguieran. Los tres se habían escapado de la zona de peligro en el momento preciso, porque apenas habían empezado a internarse en las estribaciones de las colinas, cuando Iskander perdió su MetaMorfismo, volviendo a su forma natural de Especie, después de lo cual se dejó caer al suelo, gimiendo y temblando de horror y de fatiga. Rhiannon recuperó su forma rápidamente, se arrodilló junto a él y le agarró ansiosamente de los brazos. -Iskander, ¿estás herido? -preguntó con voz embargada por la emoción. Temía por él, porque se había tomado la cabeza entre las manos, como si le cegara el dolor y sus hombros se movían de manera incontrolable. -No -jadeó él-, sólo... sólo agotado, he agotado todo mi Poder... El MetaMorfismo... una imagen tan ajena... tan perversa para proyectar... De repente fue como si... como si yo estuviera... todo retorcido interiormente... deformado de algún modo... -Shhhhh. No intentes hablar más -le dijo ella mirando con preocupación a los ojos de Anuk-. Iskander, no nos atrevemos a quedarnos aquí por más tiempo. ¿Crees que puedes ponerte en pie? Respiraba todavía con dificultad pero asintió y Rhiannon le ayudó a levantarse. Iskander le pasó un brazo por encima de los hombros apoyando la mayor parte de su peso sobre ella. Luego se encaminaron penosamente hacia la caverna, pero solamente lograron llegar a la playa de arena que bordeaba el Golfo de Uland antes de que Iskander, gimiendo y quejándose, cayera redondo al suelo. Sus párpados trataron de mantenerse abiertos, se cerraron al cabo de unos segundos... y no se volvieron a abrir. Desesperada, Rhiannon apoyó la cabeza sobre su pecho y se tranquilizó al ver que seguía respirando. Anuk se detuvo apenas lo suficiente para asegurarse de que Iskander vivía y luego partió a la carrera en busca de ayuda. Mientras esperaba angustiada el regreso del lupino, Rhiannon hizo lo que pudo para lavar el cuerpo de Iskander y el suyo con las olas que rompían en la playa. Quería dejarlos limpios del Iodo infecto del lago. Estaba asustada. Iskander temblaba demasiado y sin control. Temía que se hubiese enfriado o, peor aun, que el légamo negro le hubiese convertido en un Pustuloso más. El último pensamiento fue como un puñal clavado en su vientre y el terror la llevó a fregarle el cuerpo con más fuerza, a arrojarle agua salada que a duras penas recogía en sus manos y a frotarle frenéticamente con los nudillos en un vano esfuerzo por quitarle lo que ni la lluvia había podido limpiar. No pensaba en ella ni en los posibles peligros que podía correr, sólo en Iskander. Nunca en su vida se había alegrado tanto de ver a Yael como cuando apareció pisándole los talones a Anuk en compañía de Kaliq y Hordib. Entre los tres hombres levantaron el cuerpo exánime de Iskander y con todos los cuidados y precauciones debidas le llevaron al interior de la caverna. Allí le tendieron sobre su manto de pieles que ya estaba extendido en el suelo de piedra de la cámara y le cubrieron para que entrara en calor. Rhiannon rápidamente volvió a invocar su Poder y calentó algunas piedras más que estaban esparcidas por el suelo. Mientras tanto, Gunda, soltando algunos chillidos de alarma, corrió en busca de su saco de medicinas y Anise a poner el té a hervir. -¿Qué ha sucedido? -inquirió Kafiq sentándose en cuclillas junto a Rhiannon, que estaba inclinada sobre el cuerpo inmóvil de Iskander. -La tensión que le produjo el MetaMorfismo debe de haber sido insoportable... una forma tan perversa y aberrante... que requirió hasta la última gota de su Poder. El simplemente dio todo de sí hasta que no le quedó nada más que dar... -Rhiannon calló de repente y ahogó un sollozo.- Oh, Kaliq, sacerdote o no, él es solamente un hombre, uno solo, y los druswidas exigieron tanto de él... demasiado... -¡Calla, Lady! No te hará ningún bien volverte loca de preocupación -señaló Kaliq con mucha lógica. Calló por un momento y luego continuó-: Soy el primero en admitir que no entiendo mucho de este extraño Poder que él tiene... o del que tienes tú. Pero por lo que el Lord y tú nos habéis explicado, me parece razonable suponer que él simplemente agotó su magia y no necesita otra cosa que descanso para renovarla. No me da la sensación de que esté inconsciente o lastimado, sino profundamente dormido. Sacerdote, mago, como quiera que le llames, su Poder no es ilimitado, Lady. Pero sí es considerable. Por eso es que su gente, estos... druswidas, creyeron en él, por eso todos nosotros creemos en él, por eso estamos aquí ahora. -Estás muy asustada y alarmada por él, porque le amas... todos nosotros tendríamos que haber estado ciegos para no verlo. pero debes confiar más en él, Lady. Iskander es un hombre fuerte; es un superviviente. No podría haber llegado tan lejos ni hecho todo lo que ha logrado hacer si no lo fuera. Entonces, Lady, cree tú también en él. Cree en nosotros. Confía en que no importa lo que suceda, algunos de nosotros llegaremos al final de esto. Esto sí juro por todo lo que es sagrado: ¡algunos de nosotros llegaremos, cueste lo que cueste, al final de esto! Viviremos para hablarles a otros de las tierras allende de las costas de Bezel, del Poder y de la Luz. Así se difundirán las nociones de la Palabra y el Camino que nos ha enseñado el Lord; y cuando oigan hablar de ello, más y más seres como nosotros empuñarán las armas para luchar y rechazar la Oscuridad. Al fin y al cabo, Lady, ¿no es de eso de lo que se trata? -Sí -respondió ella, más serena-. Sí. Al fin y al cabo, eso es lo que importa por encima de todo. Observó entonces los semblantes apasionados y decididos de todos los que estaban en la caverna rodeándoles y supo que era verdad. No sabía cómo, pero de algún modo u otro, algunos sobrevivirían y contarían la historia de la gesta de Iskander, como Yael y ella, Chervil y Anise y Sir Weythe habían cantado la canción de las Planicies Strathmore; y habría otros que la escucharían y llevarían adelante la batalla contra la Oscuridad que había atacado por sorpresa a su mundo, la batalla por Tintagel y por la Luz. Esa era la razón por la que todos ellos habían vencido su miedo innato al Poder de Iskander y de Rhiannon; por eso habían seguido ciegamente a Iskander hasta las mismas Puertas de la Oscuridad, sin pararse a pensar en sus advertencias de que, seguramente, les conduciría a la muerte. Porque para todos valía la pena morir por algo tan importante como defender la libertad de Tintagel y mantener para siempre encendida la llama brillante de la Luz Eterna. En un principio, egoístamente, Rhiannon había pensado sólo en aprender y hacerse diestra en el uso de su Poder, en encontrar su propio terruño. Y al final, había adquirido los conocimientos buscados sobre su Poder, sí. Pero también había descubierto la verdad y el honor, el amor y el sacrificio; y también había aprendido que la patria era dondequiera que estuviera el corazón.., y el suyo estaba y estaría para siempre bajo la custodia de Iskander. Para ella carecía de importancia ya si veía Vikanglia alguna vez, si llegaba a poner sus pies en las remotas costas de la tierra de sus ancestros. Ahora lo sabía. Porque allí, al lado de Iskander, en me, dio de esa amalgama de amigos que la rodeaban, se había hecho un sitio; pertenecía. Eso le proporcionaba paz... y esperanza las palabras de Kaliq. Se aferraría con alma y vida a esa esperanza. La acompañaría hasta el fin, viniera lo que viniera... esa esperanza y su amor por Iskander. Cariñosamente, le besó la frente. -Yo creo, mi amor -susurró con convicción-. Creo y confio plenamente en ti. 25 ¿Cómo hablar de aquellos días y noches que siguieron? Lo único que podría decir es que fueron los peores de mi vida. Sin embargo, al igual que aquel diminuto retazo de paraíso que florecía en el corazón de las asoladas Planicies Strathrnore, en medio de esos días y noches tan aciagas, hubo momentos en los que experimenté las alegrías más grandes y el gozo más sublime... Porque en las horas más negras siempre hay una luz para guiamos, como he llegado a aprender, si se tiene fe. Pero me estoy adelantando demasiado... quizá porque me disgusta extenderme en lo que fue tan angustioso que aun ahora el sufrimiento que padecimos es tan real e intenso como si lo produjera una nueva herida abierta, en carne viva y muy profunda. Hasta el día de hoy no sé cómo pudo soportar lskander todo lo que hizo, lo que tuvo que hacer para llevara cabo su misión. Una y otra vez desempeñó ese papel tan repugnante para él, bajo la forma de un AntiEspecie, caminó entre esas viles y odiosas criaturas, indagando y descubriendo sus fuerzas y sus flaquezas y desenterrando sus más recónditos secretos. Y cada vez que lo hacía volvía a sufrir un colapso por haber agotado completamente su Poder. Mi corazón sangraba por él. Su hermoso rostro mostraba profundas amigas que no habían estado allí antes; tenía los ojos hundidos y las ojeras eran como medias lunas debajo de las pestañas. Por momentos parecía casi calenturiento, maniático, como si él no fuera nada más que una entidad de energía pura, consumiéndose, abrasándose en su propio fuego. Y con todo, se forzaba a seguir adelante, con urgencia, sin piedad, comiendo y durmiendo a ratos... y sólo lo bastante para reponer el caudal de su Poder. Ni siquiera yo podía razonar con él. Era un hombre obsesionado, espoleado por su terror de que el nigromante, el Príncipe Lord "Perish" -o 'perecer'; como por su propensión a lo macabro se referían a él los ComeAlmas- llegara a descubrir nuestra presencia en Salamandria antes de que nuestra misión: llegara a buen término. En las pocas ocasiones en las que nos habíamos atrevido a acercamos más al tenebroso hechicero, él había dado la sensación de percibir algo fuera de lo común y había lanzado miradas feroces alrededor, con sus crueles ojos negros tan penetrantes, tan inquisitivos. En esos momentos yo había temblado interiormente por miedo de que pudiera atravesar con su mirada la falsa imagen que proyectaba Iskander o la mía propia. Toda magia deja una marca a su paso, corto el Poder de los Elementos tanto de Ileana como de Cain habían dejado las suyas en la Espada de Ishtar; y por lo tanto, sabíamos que sólo era cuestión de tiempo antes de que el nigromante llegara a discernir ese débil rastro etéreo que dejaba tras de sí el Poder de la Tierra que ostentábamos Iskander y yo misma y sabría entonces que otros hechiceros, aparte de él mismo, habían llegado y estaban trabajando en Salamandria. -Así está escritoen Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian ERA CONOCIDA COMO LA CRIPTA DEL, DIABLO. Ahora lo sabían, así como conocían ya todas las vueltas laberínticas de los largos y estrechos pasillos y pasadizos del castillo, y también los aposentos y cámaras, en su mayoría sin ventilación ni ventanas, amueblados en un estilo lúgubre y grotesco con una colección de sillas y mesas hechas con huesos, calaveras que eran lámparas de aceite y otros adornos igualmente horripilantes y totalmente repulsivos. Rhiannon nunca entraba en el torreón sin que le recorriera un escalofrío por la espalda, haciéndola desear huir de la fortaleza a toda velocidad. Pero jamás lo hacía, como no lo hacía en ese momento, concentrándose en cambio en mantener su proyección de la imagen de un cerbero, mientras se escabullía por los pasadizos poblados de pavorosas sombras bailoteantes que echaban las temblorosas llamas de los faroles de hierro, candelabros de pared con forma de cestillas, llenas del mismo aceite pútrido que contaminaba el Lago Malady. Durante la semana que había pasado desde que lskander, Anuk y ella hicieran su primera incursión en el Volcán Calavera, entre los tres habían cubierto palmo a palmo todo el hábitat de los AntiEspecie, incluso el fortificado torreón, observando y asimilando todo cuanto podían sobre sus enemigos. Luego regresaban a la caverna y comunicaban todos sus descubrimientos a los demás compañeros y hacían planes. Afortunadamente, salvo los pocos roces que habían tenido con el príncipe Lord Perish, solamente habían corrido peligro una vez y se habían escapado por un pelo de que les descubrieran. Uno de los ComeAlmas, gruñendo para sus adentros, había visto a Rhiannon, en su disfraz de cerbero, husmeando por una de las dependencias y la había conducido a la fuerza a las perreras, donde la había encadenado a un poste. Ella lo soportó durante lo que le pareció una eternidad, temiendo que Iskander perdiera todo su Poder antes de que pudiera llegar a liberarla, temiendo verse forzada a recobrar su forma natural para soltarse de la cadena. Pero si tenía que hacerlo, ello haría estallar un frenesí de aullidos y ladridos entre los verdaderos cerberos, que induciría a los AntiEspecie a investigar la causa del alboroto. Pero afortunadamente Iskander, llevando a su Poder al límite absoluto, había llegado junto a ella a tiempo para evitar el inminente desastre, y habían podido escapar de allí. Más tarde, descubrieron con horror que esa dependencia estaba llena de Especie, mamíferos y cadáveres de reptiles -era, por supuesto, la despensa de los ComeAlmas-. Los AntiEspecie mantenían alejados a los cerberos por miedo de que las voraces bestias devoraran su horrible contenido. Esa noche Iskander quiso hacer el último intento de espiar los aposentos del príncipe Lord Perish -el único lugar que ninguno de ellos había podido investigar-. Así que estaban allí, merodeando por el castillo en la que esperaban y rogaban fuera la última vez antes de poner en práctica los planes que habían hecho. En ese momento, mientras Rhiannon y Anuk montaban guardia en ambos extremos de la escalera por la que se subía a la torre del nigromante, Iskander escuchó a través de la puerta de la antecámara del príncipe Lord Perish. No oyó ningún ruido que le detuviera y, girando el picaporte, entró. Una vez dentro, donde nadie podía verle, deshizo su MetaMorfismo tanto para conservar más tiempo su Poder como para no dejar tras de sí ningún vestigio de magia que pudiera alertar al nigromante de que alguien había invadido su santuario privado. Calaveras usadas como lámparas de aceite iluminaban todo el aposento. Pero después de hacer un registro superficial, con gran abatimiento, tuvo que reconocer que no había visto nada que le interesara. La antecámara era simplemente una sala de estar que se usaba, obviamente, para recibir a recién llegados, dar audiencias y agasajar a invitados preferidos. Más lejos de la antecámara, a un lado de la misma, estaba la alcoba de Perish. Allí también ardían lámparas de aceite hechas con calaveras y, con sorpresa, Iskander descubrió que la habitación tenía una única ventana gótica con rombos de vidrios emplomados de colores. A través de la ventana pudo ver la horda de vampiros que, al anochecer, bajaban volando desde la parte más alta del torreón en busca de presas. Se estremeció al ver esas criaturas chupadoras de sangre, y volviéndoles la espalda, se dedicó a revisar los cofres y cajones de Perish tan rápida pero cuidadosamente como le fue posible. Volvió a decepcionarse pues no encontró nada que le llamara la atención. Regresó entonces a la antecámara, atravesó el suelo de puntillas hasta la puerta que, según creía, daba al estudio de Perish y a su taller donde practicaba la alquimia, en el piso superior. Iskander acababa de poner la mano sobre el picaporte de la puerta cuando llegó a sus oídos el sonido de voces airadas desde el otro lado de la puerta. -Essstoy bien ssseguro de que no necesssito recordarte que essstoy muy disssgussstado por esssta demora interminable, Perisssh. No entiendo cómo un nigromante con tu talento y tus grandesss conocimientosss no ha logrado todavía dessscifrar el Pergamino. -Quizásss esss sssimplemente porque sssu talento y conocimientosss no ssson tan grandesss como nosss ha hecho creer, Líder Imperial -terció solapadamente otra voz-. Desspueésss de todo, no previno la dessstrucción de nuessstro vasssto ejército en lasss Planiciesss SSStrathmore de Finesssterre, ¿no? Una imprevisión muy curiosssa y sssumamente lamentable por parte de un hechicero tan ilussstre, ¿no estásss de acuerdo, Líder Imperial? -¡Maldito seas, Ghoul! -estalló Parish, dirigiéndose a quien tenía bien ganado el nombre de ComeCadáveres-. Ya te lo advertí: ¡No me hagas responsable por ese fracaso! Si ha de culparse a alguien por la terrible pérdida de tantas de nuestras Fuerzas Imperiales, es a ti. Te dije que Woden era un incompetente para estar al mando. Te aclaré que no sólo era bruto sino también un maníaco agresivo, sin inteligencia ni astucia para moderar esos errores. Pero ¿me prestaste alguna atención? No. ¡Lo único que hiciste fue insistir en ponerle a cargo de la invasión de Aerie y Verdante a pesar de todo! -SSSí, yo tomé esssa decisssión -admitió el Primer Líder, Lord Ghoul, con cierta irritación que disimuló rápidamente. Después, un poco más confiado, continuó:- Pero a pesssar de que digasss lo contrario, Woden era un buen sssoldado, Perisssh. Dessspuésss de sssu incorporación a nuessstrasss filasss... incorporación voluntaria, podría recordarte, le juzgó nada menosss que el SSSegundo Líder, Lord Goblin, probando sssu capacidad y posssibilidadesss y le trajeron a SSSalamandria como correspondía. Cuando consssiguió todasss sssus essscamasss, le entrenó Goblin en persssona antesss de que le enviaran de regressso a Aerie. ¿Quieresss decir que Goblin esss un majadero? ¡Fo! ¡Woden habría ssservido admirablemente a nuessstra causssa, sssi no hubiera sssido por essse inexpugnable hechicero... cuya presencia en el campo de batalla dessscuidassste predecir en sssu momento, Perisssh! -¡Yo no tengo la culpa! -insistió Perish-. Los Demonios son engañosos y malévolos, y los que yo llamé a mi círculo de magia me hablaron en términos nada claros, con viles acertijos, de un hombre y de una bestia de la Oscuridad que eran uno pero no el mismo. Claro está que supuse que los Demonios se referían a uno de los nuestros y a un cerbero... un error comprensible. -Un error garrafal, querrásss decir -afirmó Ghoul con aire de suficiencia. -¡Basssta ya! -gruñó súbitamente el Líder Imperial, Lord Fiend-. El Tiempo Passsado no puede alterarssse. Lo que debemosss mirar esss el Tiempo Futuro... y essste Pergamino de losss Antiguosss podría sssernosss muy útil como lo han sssido sus máquinasss. ¿Por qué sssi no iban a sssellarlo y guardarlo tan herméticamente en essse cilindro de metal y luego ocultarlo con tanto celo en un essscondrijo? Y vuelvo a preguntar: ¿Por qué no lo hasss descifrado aún, Perisssh? -Estoy haciendo todo lo posible, Líder Imperial, te lo aseguro -respondió el nigromante con aire congraciador-. Pero últimamente he tenido otras prioridades... -¿Talesss como? -Fiend enarcó una ceja hirsuta y su semblante hizo honor al título nobiliario de Diablo, que era tal el significado de su nombre. -Líder Imperial, hace unas semanas, desde las torres de la Cripta, observé un extraño y caprichoso fuego azul verdoso en las Colinas Hindrance... -¡Bah! ¡Tonteríasss! No fue nada másss que el resssplandor de unosss tronadoressss bezelianosss -se mofó Ghoul-, que resssultó de una breve essscaramuza entre una de nuessstrasss patrullasss incursssorasss y esssos patéticosss excrementosss de rata que ssse atreven a cazarnosss por nuessstros cuernosss. -Entonces, ¿por qué no ha regresado la patrulla incursora del otro lado de la frontera? -exigió saber Perish. -¿No ssserá quizá porque todavía essstán incursssionando en territorio enemigo? -sugirió el Primer Líder con una sonrisa desdeñosa-. Dessspuésss de todo, esss invierno en Montano, y losss Essspecie ssse han refugiado como ratonesss asssussstadosss detrássss de sssussss altassss murallasss... -¿Y qué hay entonces, de los débiles vestigios de éter que he descubierto esta misma mañana... no sólo en el interior del Volcán Calavera, sino también alrededor del Lago Malady y aquí mismo en la Cripta? ¿Qué me dices de esos, Ghoul? Os digo que ha entrado un hechicero y está entre nosotros... -¡Que losss Demoniosss ssse den un banquete con tu lengua insssidiosssa, Perisssh, porque ssseguramente yo la desssprecio! -exclamó despectivamente Ghoul. Se volvió a Lord Fiend-. Líder Imperial, primero, cuando esss de capital importancia para nosssotrosss, esste que presssume de brujo, no ve ningún hechicero; y ahora, cuando no hay nada que temer, ve uno en todosss losss rinconesss... ¡No me cabe duda de que esss el resssulado de beber demasssiado vino de palma! Te lo ruego, Lord: ¡Líbranosss de esssta pobre excusssa para un mago antesss de que, en sssu total ineptitud, deje caer sssu bola de crissstal y lassstime nuestrosss piesss con alguna herida mortal! -iSSSólo un demente o un necio puede creer que un hechicero anda entre nosssotrosss sssin que nadie ssse dé cuenta! yo te pregunto, Lord: ¿cómo llegó aquí, essste gran hechicero desssconocido? ¿Ha venido volando como una bruja en alasss de un murciélago gigante para eludir a nuessstrosss guardiasss apossstadosss en el Passso Epitaph? Pero, ssseguramente, al tnenosss uno de losss nuessstrossss tendría que haber notado upa llegada tan extraordinaria, i no essstásss de acuerdo, Lord? ¿Y essste hechicero misssteriosssso esss tan increíblemente poderossso con sssu magia que le ha hecho tan invisssible que ni sssiquiera le han podido olfatear nuessstros cerberos? ¡Bah! ¡No me hagasss reír! -¡Ghoul, voy a encontrar a ese hechicero -garantizó Perish con los dientes apretados-, porque no importa lo que digas, está aquí... aquí en esta misma Cripta, os digo! ¡He visto sus rastros. puedo sentirle en mis huesos. Y cuando le encuentre... y le voy a encontrar... voy a usar todos los recursos de Magia Negra que tengo a mi disposición para meterme en tu cerebro tamaño de guisante, Ghoul, apresar tu alma, arrancártela del cuerpo y ponerla en el de ese mismo hechicero para que aprendas lo real que es! Mientras tanto, me propongo hacer lo que debía haber hecho en primer lugar en vez de escucharte cuando vi la luz azul verdosa en las colinas: ¡confiar tanto en mi instinto como en mi mejor discernimiento y enviar tropas al Paso Epitaph para averiguar qué pasa allí... y espero que no sea demasiado tarde para evitar que tu estupidez y engreimiento nos lleve a la ruina total! -¡Vaya, tú insssufrible...! -iSSSilencio! -rugió Fiend, enfurecido-. ¡Ya he oído todo lo que dessseaba oír de vosssotrosss! ¡De todosss modosss, Perissh, envía de una vez nuessstras Fuerzasss Imperialesss al Passso Epitaph, si essso te tranquiliza! ¡Ahhh, y no dejesss de bussscar a essse hechicero del que essstás tan ssseguro de que merodea por lasss sssalasss de la Cripta! Pero idessscifra el Pergamino antesss de que me encolerice y pierda la paciencia contigo! ¡He tolerado tusss interminablesss demorasss y débilesss excusssasss durante demasssiado tiempo! -Lanzando chispas por los ojos rojos, se volvió al Primer Líder.- ¡Y en cuanto a ti, Ghoul, también dejan mucho que desssear tusss progresssosss en misss navesss de guerra! ¡Encárgate de que lasss terminen antesss de que finalice el verano, o de otro modo, te encontrarásss en algún apossstadero de Frigidia, en vez de uno en el Ataud! ¿He hablado con sssuficiente clar¡dad para vosssotrosss? -SSSí, muy claro, Líder Imperial -masculló Ghoul, inclinando prudentemente la cabeza para ocultar que estaba enfadado Y atemorizado por la amenaza implícita en la reprimenda. -¡En tal cassso, Lord, ya tenéisss vuessstrasss órdenessss! -les espetó Fiend-. Encargaosss de que ssse cumplan inmediatamente. La propagación de nuessstra tribu esss de capital importancia. Nosss expandiremosss por el mundo, arrasssando con todo a nuessstro passso como una marea incontenible, y losss habitantesss de lasss tierrasss conquissstadasss me reconocerán como sssu Líder Imperial y ssse inclinarán ante mí. ¡Tintagel entero esss mío sssi me lo propongo y no dessscansssaré hasssta que el último palmo de tierra haya caído bajo mi control! Essso esss todo. Sin decir una palabra más, Fiend se dio la media vuelta. La larga capa de seda color rojo sangre giró alrededor de sus negras pantorrillas escamosas como niebla ensangrentada. Se encaminó a grandes zancadas hacia la puerta y la abrió de un tirón. Iskander apenas tuvo tiempo de enviar un mensaje telepático de aviso a Rhiannon y a Anuk antes de ocultarse precipitadamente en un espacioso armario que tenía cerca. Segundos después los dos ComeAlmas y el nigromante pasaron raudamente por la antecámara y salieron al pasillo desapareciendo por el tortuoso corredor. Por un momento, Iskander sólo pudo soltar un suspiro de alivio. Había sido tanta la agitación y el enfado de Perish que no había percibido la presencia del intruso. De prisa, sin saber cuánto tiempo tendría antes de que regresara Perish, Iskander salió del armario y se escabulló en el interior del estudio. Allí revisó el escritorio del nigromante y vio el Pergamino sobre el que habían estado discutiendo sus tres enemigos. Inmediatamente descubrió por qué Perish tenía tantos problemas para descifrarlo. El Pergamino estaba escrito en la Lengua Antigua. Iskander mismo reconoció unas pocas palabras solamente, pero estas le conmovieron tanto que estuvo tentado de tomar el Pergamino y escaparse con él. Sin embargo, prevaleció la cordura, porque si Perish regresaba y descubría la falta del Pergamino, no dejaría piedra por mover ni hechizos sin lanzar para descubrir al culpable del robo. Iskander no podía estar seguro de que Rhiannon, Anuk y él estarían lejos de la fortaleza antes de que eso sucediera. A regañadientes se obligó a dejar el Pergamino donde estaba. Alejándose del escritorio, llevó a cabo un examen breve pero muy meticuloso tanto del estudio del nigromante como del taller de alquimia. La gran cantidad de libros misteriosos que había coleccionado Perish le dejó atónito y consternado a la vez. La gran mayoría trataba de las Artes Negras y eran antiquísimos. A Iskander le cosquillearon los dedos por quemarlos hasta dejarlos hechos cenizas, ya que no sabía cuántas puertas del conocimiento maligno podrían abrir para el nigromante. Pero finalmente, se forzó también a dejarlos en paz, conformándose con la idea de que como en el caso del Pergamino, los volúmenes más antiguos también estaban escritos en la Lengua Antigua que Perish, obviamente, desconocía. El taller de alquimia del nigromante era aún más desalentador. Estaba lleno de una variada colección de criaturas -murciélagos, sapos, lagartos, víboras, hasta un dragoncito en una jaula- y plantas mortíferas, tales como muérdago, beladona, y hongos venenosos, todos ellos utilizados en hechizos malignos y para llamar a los execrables Demonios. Había una gran variedad de frascos pequeños de vidrio coloreado que contenían gases letales, polvos putrefactos y pociones mágicas; y toda suerte de morteros, manos de mortero, crisoles, alambiques, matrices y calderas llenaban los anaqueles y cubrían parte del suelo. En un rincón se veía una gran bola de cristal negro como la tinta y en otro, un espejo móvil de cuerpo entero hecho de plata. También había péndulos y varillas mágicas para hacer brujerías, varas y bastones. El lugar era un verdadero almacén de hechicería. Iskander por temor a desatar algo espantoso que no pudiera controlar, no tocó absolutamente nada. Por fin, al darse cuenta de lo rápido que giraba la Rueda del Tiempo, salió de los aposentos de Perish y recuperando la odiada forma de un AntiEspecie, se reunió nuevamente con Rhiannon y Anuk, que acechaban en las sombras en ambos extremos de la escalera exterior. Lo más discretamente posible, los tres salieron de la Cripta y regresaron a la caverna. Cuando estuvieron todos juntos, Iskander, regocijado, les informó de todo lo que había sucedido y de su inesperado hallazgo del Pergamino. -La verdad es que no he podido leer casi nada de él -confesó Iskander-, porque estaba escrito en la Lengua Antigua. Pero me pareció que hablaba de los métodos para combatir la horrible enfermedad de los ComeAlmas. No podemos irnos de aquí sin el Pergamino. Si tengo razón, y Perish logra descifrarlo, Lord Fiend ordenará que lo destruyan ¡y es probable que nosotros no lleguemos nunca a saber cómo deshacernos de esas criaturas antinaturales de una vez y para siempre! -Entonces, está claro que debemos robarlo -concordó Kaliq-. ¿Qué sugieres que hagamos, Lord? Hasta altas horas de la madrugada los buscadores continuaron hablando, repasando cuidadosamente y detallando sus planes. Cinco mercenarios ya habían ensillado sus caballos y partido al galope hacia el Paso Epitaph con la esperanza de llegar a tiempo para avisar al ejército de Escalpa-Escamosos allí estacionados de la inminente llegada de las Fuerzas Imperiales, que en ese preciso momento se preparaban para marchar hacia el norte. Perish no había querido perder ni un minuto de tiempo y había ordenado el envío de tropas AntiEspecie. El castillo estaba totalmente iluminado con antorchas mientras los ComeAlmas se alistaban para el viaje... y la batalla. Rhiannon contemplaba la lluvia que seguía cayendo sobre los arbustos y la maleza que los peregrinos habían usado para cubrir la boca de la caverna. Aunque estaba hasta la coronilla con la llovizna, agradecía a la Luz que lloviera tanto; porque gracias a la llovizna y a la podredumbre del Lago Malady habían despistado a los cerberos durante las incursiones que habían realizado Iskander, Anuk y ella misma, lo que había impedido que Perish descubriera hasta esa mañana los rastros etéreos de la magia de Iskander y de ella y lo que hasta en esos mismos momentos frustraba sus intentos de localizar su origen. La lluvia había enturbiado las débiles marcas y el fango había confundido más las huellas, dificultando el poder discernir que no venían de una, sino de dos fuentes de Poder. Pensó que el nigromante debía de sentirse terriblemente frustrado, tratando de desenredar el laberinto de residuos mágicos que se entrecruzaban en el torreón y en todo lo que lo rodeaba, al saber que un hechicero rival había penetrado en la fortaleza pero sabiéndose incapaz de probarlo, de puntualizar por dónde y cómo. Perish tenía que estar más desconcertado todavía porque, a pesar de los rastros de éter que había descubierto, no se había llevado a cabo ningún acto de magia que él pudiera reconocer. Como el arte del MetaMorfismo era un don muy raro, era muy probable que, a pesar de todos sus conocimientos y su talento, el nigromante desconociera esa habilidad, de otro modo, seguramente habría encontrado en ella la respuesta a todas sus preguntas. A pesar de todo, Iskander y ella tendrían que extremar las precauciones, porque no cabía duda de que Perish estaría preparando cantidad de trampas para capturarles. Lo que más preocupaba a Rhiannon era la amenaza del hechicero al Primer Líder, el Lord Ghoul, ya que ignoraba el verdadero Poder del nigromante, no sabía si de verdad era capaz de transferir un espíritu de un cuerpo a otro como había afirmado. Sin embargo, suponiendo que así fuera, consideró que presentaba una amenaza real para Iskander, cuyo propio Poder estaba tan agotado por sus continuas transformaciones en una forma tan antinatural que se había vuelto muy vulnerable. Sería presa fácil de los ArrebataCuerpos. -¿Y si no era una mera fanfarronada? -le preguntó, inquieta, después de unas cuantas noches. ¿Qué si Perish posee realmente el Poder y los conocimientos necesarios para realizar una transferencia semejante? -Es un riesgo que debo correr, Rhiannon -replicó Iskander-. Tengo que apoderarme de ese Pergamino. Siento en mis huesos que así debe ser. Estaban sentados al cobijo de un nicho en las colinas por encima de la caverna. Era una posición ventajosa para vigilar la torre del homenaje del castillo. Una saliente rocosa servía de alero para el nicho en forma de media luna y les resguardaba de lo peor de la lluvia. Un enrejado de ramas verdes y arbustos que se mecían suavemente les ocultaba de los curiosos ojos de los AntiEspecie y de los cerberos que merodeaban abajo. Había anochecido. La turbia luz de las lunas nacientes se filtraba por entre el dosel de ramas, moteando la tierra empapada y el semblante resuelto de Iskander con manchones luminosos. Estrellas, cuyos nombres desconocía Rhiannon, titilaban en la bóveda melánica. A lo lejos, un cerbero daba aullidos a las lunas, llenando la noche de un sonido lastimero y pavoroso. Rhiannon se estremeció al oírlo como si el Inexorable Segador, la Muerte, la hubiese acariciado con sus dedos helados. -Han pasado ya tres días desde que descubriste el Pergamino -señaló ella-, y en todo ese tiempo, que yo sepa, Perish no ha abandonado ni un momento su santuario privado en la Cripta. La Rueda del Tiempo gira y gira, Iskander. Las Fuerzas Imperiales están marchando hacia el norte, hacia el Paso Epitaph y, cada hora que nos retrasemos aquí, refuerzan las posibilidades de que la única vía de escape que tenemos se encuentre bloqueada por una batalla campal cuando lleguemos allí. No podemos seguir demorándonos aquí, esperando que surja una oportunidad en la que puedas apoderarte del Pergamino sin ser visto. Has dicho que a Lord Fiend se le estaba acabando la paciencia con Perish. ¿Qué ocurrirá si el nigromante no abandona la torre hasta que haya descifrado el Pergamino? ¿Qué pasará después? -Entonces tendré que quitarle el Pergamino -declaró rotundamente sin dejar espacio para una discusión; pero nada detendría a Rhiannon. -¿Y qué me dices de la amenaza de Perish de poner a Ghoul en tu cuerpo? -inquirió vivamente-. Aun cuando el nigromante carezca del Poder y de los conocimientos para efectuar esa hazaña, seguramente. te atacará de algún modo. Es imposible que Pienses que puedes rechazar el ataque y mantener la forma de un AntiEspecie al mismo tiempo. Para luchar con Perish tendrás que volver a tu propia forma, Iskander. Y aún en el caso de que vencieras al brujo, tal vez te falten las fuerzas para recuperar la imagen de un ComeAlmas. Agotado todo tu Poder, siendo incapaz de pasar por un AntiEspecie, jamás saldrías vivo de la Cripta. Los ComeAlmas y sus cerberos te arrancarían el cuerpo a pedazos... y el Pergamino quedaría en su poder. -Quizá todo suceda como has dicho -concedió Iskander-. Pero por otra parte, también puede suceder que no sea así. Con cada día que pasa mi cuerpo se ha ido acostumbrando a responder mejor a la pervertida exigencia que le he impuesto. Podría suceder que mi Poder resultara lo bastante resistente y fuerte como para que yo pudiera prevalecer sobre Perish y escapar después. -¿Y si no es así? -Tiene que ser así. No existe otra manera. -¿De veras, Iskander? -insistió Rhiannon. -¿Qué quieres decir? -le preguntó él entrecerrando los ojos. -Quiero decir que yo creo que sí existe otra manera de lograrlo y que tú la conoces... aunque el porqué no la has mencionado es algo que se me escapa, lo confieso, a menos que sea por lo que nos une. Pero eso está mal, Iskander, y en el fondo de tu corazón lo sabes muy bien. ¿No me has dicho miles de veces que nosotros dos no éramos nada cuando Tintagel estaba en juego? Eso no ha cambiado. No soy una niña, Iskander. No necesito tu protección. Te pediría otras cosas, sí, si nuestras vidas fueran diferentes. Pero aquí y ahora, sólo te pido que seas sincero. Dime la verdad: ¿No hay algún modo, como creo, de combinar nuestros Poderes, de fusionar nuestras auras para que sean una sola, una forma única sostenida por uno de nosotros, defendida por el otro? El permaneció callado tanto tiempo que ella creyó que no le contestaría. Pero por último, en voz grave, admitió: -Sí, hay un método... existe una manera para que cada uno de nosotros conozca los colores y los contornos exactos del aura del otro, del Poder del otro, como conocemos los propios. Pero para ello se necesita... llegar a la relación más íntima de todas, Rhiannon, en la que la mujer da a un hombre lo que puede dar una sola vez en su vida y en la que el hombre lo toma de ella sólo una vez. Yo soy un hombre honorable. ¿Cómo puedo saber si me asiste la razón para pedir semejante cosa de ti? ¿Para pedírtelo... bien lo sabe el Guardián Inmortal... en nombre de Tintagel y de la Luz, y no en mi nombre? Oh, Rhiannon, en verdad conoces tan poco del mundo que llamarías tu hogar, del Oriente y de Vikanglia... tan poco de los hombres... Lo que sientes por mí... quizá se deba solamente a que he sido el primer hombre de tu propia tribu que has conocido hasta ahora. ¿Cómo podemos tú o yo estar seguros de que no es así? ,Qué ocurrirá si sobrevivimos a esto y te llevo a Oriente, a Vikanglia donde hay incontables hombres de tu misma tribu? Tal vez llegarías a arrepentirte de lo que ambos hicimos en el ardor del momento, cuando ese parecía ser el único camino y nuestro futuro era tan incierto, nuestra necesidad tan desesperada. Ya has dado demasiado de ti misma a esta misión. Esto, entonces, te lo ahorraré. No te despojaré de lo que por derecho le correspondería a otro de tu elección. No soportaría que me despreciaras... como llegarías a hacerlo algún día cuando la única oscuridad para ti sea la que sigue al ocaso y está iluminada por las estrellas... -¿Realmente crees eso, Iskander? -le preguntó seriamente Rhiannon-. ¿Que podría llegar a odiarte, a despreciarte alguna vez? Dime una cosa: En todo Tintagel, ¿cuántos hombres hay que son de mi tribu? ¿Quiénes han sido Elegidos? ¿Quiénes tienen el más raro de los dones, son MetaMorfistas, como yo? ¿Quiénes saben lo que significa volar como un pájaro, sin trabas, por el cielo nocturno rodeado por las estrellas? Y de esos pocos, ¿quién entre ellos sabrá lo que es viajar a los confines de la tierra? ¿Tener frío y estar mojado, hambriento y exhausto, miserablemente acurrucados alrededor de una apenas tibia piedra del hogar y al mezquino cobijo de una tienda? ¿Quién entre ellos sabrá de la sensación que produce la nieve de la tundra en las plantas de los pies cuando el largo y oscuro tiempo de invierno llega a su fin? ¿Del sonido del viento cuando cruza raudamente por la Garganta Gimiente para ir a bailar entre las piedras erguidas y legendarias del RingStones? ¿Del espectáculo que brinda una lánguida Luna Azul suspendida en el espacio casi rozando los picos tenebrosos de las negras montañas de Labyrinth? ¿Del olor de un tronador bezeliano cuando se enciende la mecha? ¿Quién entre todos ellos sabrá qué es dejar atrás todo lo que se quiere y se conoce para desafiar al mismo corazón de la Oscuridad... por Tintagel y por la Luz? -En todo el mundo hay uno solo, Iskander, y ese eres tú. Y aun cuando hubiera miles de hombres así, todavía seguirías siendo el único para mí. ¿No somos acaso dos mitades de un mismo todo? Nunca he puesto tu honor en duda. No pongas ahora mi amor en duda. Una vez, ahora me parece que fue hace siglos, me ofrecí a ti impulsada por la desesperación. En este momento me ofrezco impulsada por mi amor a ti, Iskander... un amor que es verdadero, puro e imperecedero. No sólo por Tintagel y por la Luz, sino por mí misma, por nosotros. ¿Es esto tan malo, tan egoísta por mi parte o por la tuya? Creo que no. Porque no puedo imaginar que el Guardián In_ mortal sea tan cruel como para negarnos un momento robado para nosotros mismos. Siendo así, ¿no me tomarás, entonces, Iskander? Por favor. -Su voz era dulce, suplicante, su rostro estaba blanco como la nieve al claro de luna, cincelado con todo el amor que la colmaba hasta desbordarla. -Sí, con toda mi alma, amor mío -respondió él, sabiendo que sería así, deseándolo y deseándola con todas las fibras de su ser. La lluvia arreció, pero ninguno de ellos fue consciente. Para los dos la Rueda del Tiempo se había detenido. En todo Tintagel sólo existía el ahora, sólo estaban ellos dos. Muy despacio, casi como siguiendo un rito inmemorial, Iskander se quitó la Espada de Ishtar y la dejó a un lado, muy cerca de su mano; porque ni siquiera entonces debían olvidar que les rodeaba la Oscuridad, que habían osado invadir sus dominios y que por ello habría de pagarse un precio. Pero eso pertenecía al mañana... si ese mañana alguna vez llegaba. Por lo tanto, no pensarían en ello en ese momento, esa noche, que era de ellos, que les pertenecía únicamente a ambos, durante todo el tiempo que las lunas rigieran los cielos. Iskander extendió la capa de pieles sobre la tierra húmeda de la pequeña gruta y luego hizo que Rhiannon se tendiera sobre la espesa piel aterciopelada y tibia. La acarició con manos gentiles pero seguras, tanto que Rhiannon tembló por la riqueza de emociones que despertaban en ella, fuertes y dulces como el Poder cuando fluía por todo su cuerpo, como una marea envolvente de deseo, de necesidades que buscaban con urgencia el alivio y la descarga. La boca de Iskander era tan suave y tibia como su manto de piel, y como un capullo de color de grana desplegando sus pétalos, los labios de Rhiannon se abrieron bajo los suyos, cediendo ansiosamente a su tierno asalto. La punta de la lengua viril siguió el contorno delicado de la boca femenina primero y luego se internó en el húmedo hueco de la boca, sondeándola, entrelazándose con la de ella, tocando, acariciando, saboreando, mientras el viento nocturno tejía alrededor de ellos un sutil manto de niebla y llovizna. Pero Rhiannon no sentía las ráfagas que soplaban del mar arrastrando la rociada de olas encrespadas. Bajo la capa blanca que se había quitado y que Iskander tendió como manta sobre sus cuerpos, compartía con él el calor del cuerpo viril. Estaba acalorada como si en la gruta hubiera una hoguera encendida en vez de tener encendida la sangre y arder de pasión y de deseo. Era como la tundra a fines del invierno, e Iskander era el sol que, fundía el hielo y la despertaba a la vida. Se fundió contra él, amoldando su cuerpo para que encajara perfectamente en toda la tensión del cuerpo largo y duro de Iskander mientras él la estrechaba apasionadamente contra su pecho. Las manos ansiosas del hombre vagaban, acariciadoras y ardientes, por donde querían, excitándola, despertando en ella un millar de exquisitas sensaciones que nunca antes había sentido. Jamás había podido imaginar que fuera así. Se sentía consumida por la fiebre hasta el delirio, mareada y débil, tan frágil como una flor alpina cuyos delicados pétalos estuvieran desnudos al viento y la nieve. Los labios de Iskander le cubrían la boca, apurando el alma y la vida misma de su cuerpo, para luego verterlos nuevamente dentro de ella, devolviéndole todo con creces. Torpemente, los dedos largos y rudos, se hundieron en la cabellera de fuego, tironeando hasta desenredarle la trenza y soltarle el cabello. Los cuerpos quedaron entonces envueltos en una telaraña de hebras de seda en llamas. Gimiendo, él hundió la cara en la cabellera cobriza y envolvió los mechones alrededor de su garganta como si quisiera atarse a ella para siempre. El pelo de Rhiannon olía a hierbas y flores silvestres, a niebla y lluvia, todos ellos embriagantes olores de la tierra. Aspiró profundamente esas fragancias que se mezclaban con el fuerte y no menos embriagador perfume de la misma Rhiannon. Se tensaron súbitamente sus ijadas, exigían, necesitaban, urgían como puñales clavados en su vientre. Su ardor le estimuló más. Sus labios descendieron otra vez por el rostro de Rhiannon hasta la boca, devorándola ahora, exigiéndole todo lo que pudiera brindarle. Ella le devolvió los besos con el mismo fervor. Respiraban ahora al unísono, olvidados de todo menos de ellos mismos. El repiqueteo de las gotas de lluvia sobre las hojas y las piedras armonizaba con el tamborileo de los latidos cada vez más acelerados de sus corazones. El viento era un hálito tan prístino como la respiración de ambos al tensar sus cuerpos y agotarlos con el esfuerzo por mantenerlos pegados, unidos como nunca, pecho con pecho, muslo con muslo. Cuerpos tersos y flexibles como las prendas de cuero que se habían quitado en el calor del momento, cuando el deseo imperaba en ellos. Desnudos y echados muy juntos, la piel lustrosa de sudor, Rhiannon, blanca y bella como claro de luna, Iskander, moreno como cielo en medio de la tempestad; el abrazo en el que se fundían un complemento perfecto como el eterno abrazo del cielo y la tierra. Pues ¿qué era uno sin el otro? Eran los hijos predilectos de Ceridwen y todo lo que encarnaba la Custodia. El largo pelo suelto de Rhiannon era como una maraña de espesos tojos en otoño, cuyas ramas bermejas enlazaban a Iskander, atrayéndole sobre ella. Sus pechos, hinchados por la pasión, eran redondeadas colinas que exploraban las palmas del hombre. El aliento de Iskander era como la brisa caliente sobre sus crestas y el valle entre ellas, la lengua húmeda como la niebla que iba a la deriva y se encrespaba en las hondonadas de la tierra, probaba, saboreaba la sal de su piel, limpia y húmeda como la rociada del mar. Las manos febriles recorrieron, exploraron y memorizaron todas las líneas y todas las curvas del cuerpo amado hasta que no quedó rincón que no conociera, que no hubiera reclamado como suyo mientras le demostraba cómo era ser amada por un hombre y, al mismo tiempo, le enseñaba cómo le excitaría y le haría arder de pasión y de deseo. Rhiannon se deleitaba en tocarle, en palpar su carne por partes suaves y maleables como arcilla, dura como asta en otras, donde viejas cicatrices marcaban su cuerpo de bronce. Como altas hierbas onduladas por la brisa susurrante, los músculos de su ancha espalda y brazos y muslos se rizaban bajo sus dedos. El fino vello negro del pecho era suave como musgo bajo las palmas de las manos tímidas y contra los sensibles picos de los pechos cuando él se frotaba contra ellos. La caricia ligera como pluma hizo que ella contuviera bruscamente la respiración y un gemido bajo quedara enredado en su garganta hasta que Iskander tragara el sonido y el aliento con sus labios, dispersando los sentidos de Rhiannon como si fueran semillas arrojadas al viento. Después de esto, ya no pudo pensar más, solamente sentir. Todo su cuerpo había cobrado vida propia, no había un solo centímetro de piel que no vibrara con nuevas sensaciones exquisitas. Cada uno de los besos de Iskander, cada caricia producía en ella una deliciosa corriente eléctrica que latía a través de todo su ser. En alguna parte, el tiempo seguía su marcha inexorable, pero mucho más allá de la viñeta que rodeaba a hombre y mujer, que se encontraban perdidos en un reducido ámbito sin tiempo, tan misterioso y atávico como el mismo nacimiento del universo. Era un ámbito donde reinaban la carne y la emoción pura, donde bocas y lenguas y manos inquietas imponían su voluntad salvaje y dulce, al tiempo que tejían un mágico hechizo que agudizaba Y hacía aún más vehemente y punzante el deseo. El cuerpo de Rhiannon vibraba con los violentos latidos que irradiaba su corazón oculto, secreto, produciéndole una dolorosa e insoportable sensación de vacío. Deseaba con ansia y urgencia que Iskander la llenara como él suspiraba por hacer. Se retorció de dolor y de deseo insatisfecho contra el cuerpo del hombre, clamando impelida por una necesidad ciega y primitiva; y por fin él la tomó. Iskander la penetró y el impacto la dejó sin aliento. Jadeó al sentir su súbita, profunda y recia embestida, al experimentar el dulce dolor agudo que la convertía en mujer y a él en su amante. Hasta ese momento, nunca había llegado a comprender plenamente lo que era esa invasión absoluta y la rendición total, esa dilatación y amoldamiento de su ser para aceptar al otro como dos cuerpos fusionados en uno solo. Rhiannon ya no se pertenecía a sí misma sino que se había convertido en parte integrante de Iskander. Manos ardientes, ansiosas y varoniles la sostenían de las nalgas y le levantaban las caderas para que se encontraran con las firmes y duras, al tiempo que él se hundía profundamente en el caliente corazón femenino, pletórico del néctar de la vida. En ese instante, el mundo se alejó girando locamente hasta perderse en la nada, y todo eso mientras ella trataba de alcanzar algo indefinible, innominado que debía encontrar o morir. Su Poder, volcán dormido hasta entonces, despertó e hizo erupción dentro de ella, por voluntad propia. Se agitó y expandió libremente hasta inundarla y desbordarla. Fluyó entonces como un torrente incontrolable de luz, color y diseño, mientras ella, sin alas, sin trabas, grácil y etérea, se remontaba a las estrellas y allende los confines del universo. Desde muy lejos, sintió que los dedos de Iskander la apretaban dolorosamente, que sus uñas se le clavaban en la carne exaltando la intensidad de lo que ella misma experimentaba. El calidoscopio que hizo explosión entonces, tanto en, como fuera de Rhiannon, fue doble, pues el propio Poder de Iskander al derramarse en éxtasis dentro de ella, estalló con todo su brillo y profusión, quitándole el aliento. Abruptamente, la tierra se inclinó peligrosamente sobre su eje, las lunas cayeron del cielo y se hundieron en el mar; y en ese preciso instante, cuando los cuerpos de Rhiannon y de Iskander fueron uno, también lo fueron sus corazones, sus mentes y sus almas. El aura que les envolvía se fusionó en un todo perfecto, luces y colores y diseños se mezclaron en armoniosa unión, sin principio ni fin, pura, bella, incomparable e incondicional, la resplandeciente esencia del amor. Después lentamente... muy lentamente, el glorioso vuelo de los amantes llegó a su fin. Con trémulos aleteos de pájaros sublimes, palpitantes aún, Rhiannon e Iskander bajaron a la tierra, volvieron una vez más a ser parte de ella, de donde emanaba el Poder de ambos, como desde entonces eran parte del otro... para toda la eternidad. No hablaron. No tenían necesidad de palabras. El lazo que les unía era absoluto, abarcando tiempo y espacio... y hasta la misma muerte, si llegara mañana para ellos. Pero desterraron ese pensamiento, no se acordarían de él de momento, mientras la noche todavía seguía perteneciéndoles. Gentilmente se quitó de ella y la acunó en sus brazos. Rhiannon dejó caer, rendida, la cabeza sobre el hombro fuerte y viril. Más allá de la boca de la gruta la lluvia seguía cayendo sin cesar, mientras las estrellas que titilaban débilmente en el negro terciopelo del firmamento comenzaban a apagarse una a una. Poco después, en el lejano horizonte, rayaba el alba, pálida y plomiza. . 26 Que todos los Hombres sepan que en el año de la Luz de 7276, por el Recuento Común, vinieron a la tierra de Salamandria, alguna vez conocida como Sylvania, el Lord Iskander sin Tovaritch y su bien amada, la Lady Rhiannon sin Lothian, ambos verdaderos defensores de la Luz, y con ellos veintitrés guerreros fieles y valientes, para asestar un golpe mortal al corazón de la Oscuridad. Para tal fin se atrevieron a irrumpir en la Cripta de Fiend; a robar el Pergamino Sagrado que guardaba celosamente el maligno nigromante, el Príncipe Lord Parrish, llamado "Perish", de Finisterre; a hacer estragos entre ellos y causar la ruina de los Escamosos. Todo ello para salvar a Tintagel de la aniquilación y para que la Luz no se extinguiera, sino que continuara encendida por siempre, como eterna llama de esperanza y una promesa imperecedera para toda la Especie. -Así esta escritoen la pared de una cueva de Salamandria labrado por el Escalpa-Escamoso Kaliq de Rubyatta EL NO TENIA EL DERECHO DE ORDENARLA sacerdotisa Druswidica; esto sí lo sabía. Si era digna de tomar los votos finales, de recibir la marca de la luna en la frente y de que le dieran el Collar de Primer Rango era una prueba que ella misma debía aprobar o no aprobar en Monte Santa Mikhaela llamando a la falúa Swan Song y guiándola a través de las nieblas del claustro... o no. Pero en su corazón, Iskander sabía que, si Rhiannon se hubiera criado y educado en el convento, como le correspondía por nacimiento, el título de sacerdotisa ya sería suyo; que ella era, en verdad, merecedora de ese honor, y él estaba feroz y obstinadamente decidido a hacerlo. Rhiannon habría de tenerlo antes de que ambos emprendieran esa misma noche la aventura más arriesgada, desafiando la prueba más rigurosa y terrible de todas. En ese momento, viéndola arrodillada en el centro del círculo que los once, que ella había elegido para su ceremonia de iniciación, y él mismo habían formado alrededor de ella, Iskander, deliberadamente, desechó de su mente el hecho de que carecía de autoridad para actuar de oficiante en el inminente rito de ordenación. Aparte de eso, la ceremonia se desarrollaría lo más adecuadamente posible de acuerdo con las circunstancias. Ya había trazado el círculo, dibujado los símbolos y las runas, que eran todos elementos indispensables; y las antorchas ardían en todo el contorno. De sus cotas de malla los Escalpa-Escamosos habían arrancado y ofrendado orgullosamente sus eslabones de plata; Gunda y Lido, amorosamente, habían forjado el torques lunado con su única franja que señalaba el primer rango de un druswida. Del mar, Iskander en persona, había recogido los moluscos de los que se extraía la tintura púrpura de Tyrian para el tatuaje indeleble, que era la señal irrefutable y vitalicia de una sacerdotisa druswídica. Y si aquellos que rodeaban a Rhiannon en ese instante no eran de la Cofradía de Hermanas por un lado y de la Cofradía de Hermanos por otro, eran sus hermanos y hermanas en espíritu, merecedores más que nadie en todo el mundo, pensaba, del privilegio de estar allí y responder por su mérito. Echando una mirada a los demás que le rodeaban, Iskander reflexionó irónicamente que los que estaban en la caverna, solemnemente a la espera de la iniciación de la ceremonia, era un grupo tan heterogéneo y andrajoso, que cualquiera podría confundirlo con una cuadrilla de bandoleros. Y ciertamente, Rhiannon ataviada con su etek y shak-sheer de cuero y su blanco manto de piel, no parecía en absoluto una novicia a punto de tomar sus votos finales, sino, más bien, una mercenaria preparada para el combate. Los habitantes de Monte Santa Mikhaela se escandalizarían y quedarían pasmados si la vieran. Con todo, si ella y él sobrevivían a la misión, tenía el firme propósito de forzar al claustro a reconocer y bendecir lo actuado esa noche. Dejando de lado estos pensamientos, levantó las palmas lentamente y, en voz baja y melódica, empezó a salmodiar en lengua arcaica, la Lengua Antigua, palabras que sólo conocía de memoria por haberlas oído y repetido mecánicamente durante las ceremonias como la que estaba oficiando. Su aura comenzó, gradualmente, a radiar de todo su ser. Los que le observaban, lo hacían fascinados, porque esta era una invocación al Poder diferente de todas las que habían podido observar hasta entonces. Se daban cuenta de que el fuego azul que envolvía todo el cuerpo de Iskander era, de alguna manera, distinto, pues estaba saturado de rayas de colores pastel, como un arco iris en un firmamento verde mar. Pero únicamente Rhiannon, arrodillada a sus pies, sabía por qué era tan peculiar, pues el aura nacía del amor que se profesaban y compartían. Esa era sólo la mitad perteneciente a Iskander del todo que ambos habían creado la noche anterior. Se conmovió profundamente y rebosó de felicidad al comprender que la luz que irradiaba no era la que debía haberle iluminado para el ritual que estaba oficiando. No, estaba dedicado a ella en especial, para que supiera cuánto la amaba. Tan radiante estaba su rostro a la luz titilante de las antorchas que todos los testigos de la ceremonia pensaron que seguramente ella tenía que ser la encarnación de Cleridwen, la Custodia de la Tierra. Cuando entonó los responsorios apropiados que Iskander le había hecho memorizar para el acto, su voz llena de júbilo se elevó pura y cristalina, resonó en la caverna tan suave y melodiosa que el aire pareció poblarse del dulce tañido de un arpa. Ese era un acto ritual de misterio y belleza, de la transición de una mujer a sacerdotisa, que nadie antes había oficiado fuera de los muros de los claustros de los Mont-Sects; un acto que nunca habrían de olvidar aquellos que eran testigos en ese momento, que llevarían el recuerdo a sus tumbas, sin hablar jamás de lo que habían visto; no encontrarían las palabras para describirlo. El Poder que Iskander mostró era tan delicado, pero tan potente a la vez que este giró y giró alrededor de ellos devanando las madejas de seda de un tapiz, los sutiles hilos de telaraña de un sueño. Nadie sabía a ciencia cierta si estaban dormidos o despiertos. Sólo Rhiannon vio con exactitud lo que pasaba, supo que todo era real, sintió que las manos de Iskander quemaban cuando se las impuso y al grabar a fuego la señal lunada púrpura de Tyrian en el medio de su frente pálida; sintió el calor abrasador del torques de plata sobre la piel desnuda cuando él lo colgó alrededor de su cuello de cisne; sintió el fuego ardiente de sus labios sobre las mejillas cuando él le dio el Beso de la Paz y luego la declaró Druswida, Sacerdotisa del Primer Rango, verdadera defensora de la Luz. Alrededor de ellos se elevó una llamarada de fuego irisado, en su centro, dos seres únicos volvían a unirse, pero de otro modo, cuando Iskander la ayudó a ponerse de pie delante de él, sosteniéndole las manos en las suyas. Ya no eran hombre y mujer, sino sacerdote y sacerdotisa, comprometidos bajo juramento a honrar, servir y defender la Luz a ultranza y sin pensar en los riesgos. A Rhiannon se le llenaron los ojos de lágrimas al pensar en el precio que ambos podrían llegar a pagar. Cariñosamente, Iskander le tomó la cara entre las manos y le enjugó las lágrimas con los labios. Se miraron a los ojos largo rato. Durante todo ese tiempo, Iskander grabó en su memoria hasta el último detalle del semblante de la mujer amada. Después dijo: -Vamos. Ya es la hora, amada. -Al unísono, ambos pasaron de la luz a la oscuridad, donde el destino aguardaba y la muerte acechaba en las sombras. En su entorno parpadeaban las calaveras convertidas en lámparas de aceite. Se encontraba en su estudio en lo alto de la torre de la Cripta de Fiend. En las paredes bailoteaban sombras ocre oscuro y carmesí, otras ocre claro y verde amarillentas, mientras las negras runas del Pergamino se retorcían y contorsionaban ante sus ojos enrojecidos como culebras entre las brasas. No había dormido casi nada durante las últimas cuatro noches que habían estado llenas de pesadillas, de sueños premonitorios que le habían dejado preocupado e inquieto. No podía descifrar el significado de esos presagios ominosos. Había invocado a los Demonios tres veces y en las tres, como lo habían hecho antes una vez, habían hablado enigmáticamente -de un hombre y de una bestia, que eran uno pero no el mismo-. ¿Le anunciaban los Demonios la presencia del mismo hechicero que había estado en las Planicies Strathmore? El, que una vez había sido el Príncipe Lord Parrish de Finisterre, sintió un escalofrío en la espalda. Sin embargo, no podía negar que había percibido una presencia extraña en la Cripta; había visto la marca de magia que sólo un hechicero podía haber hecho. ¿Era el mismo que había destruido las Fuerzas imperiales en Finisterre? No lo sabía; no podía asegurarlo, porque se había sumado un nuevo enigma: Primero hombre y bestia, y luego vendrá ella. Cuando dos son uno, mira para ver tres. ¿Qué significaba? Perish se lo había preguntado una y otra vez, devanándose los sesos y maldiciendo la malevolencia y la inteligencia de los Demonios. Pero por más que lo había intentado, no había encontrado la respuesta a su pregunta. La bola de cristal de plata, las varillas mágicas... nada de lo que tenía en su taller de alquimia le había servido. Sin embargo, su instinto le decía que la pieza del rompecabezas que le faltaba estaba delante de sus ojos. Las drogas que había tomado con la esperanza intensificar sus lóbregas visiones le habían puesto los nervios de punta; y el vino de palma que había bebido no había conseguido tranquilizarle en absoluto. Por dentro, se sentía enroscado como una víbora, lleno de ira y de ponzoña porque su oscuro Poder no había podido instruirle más, por las burlas mordaces y presumidas del Primer Líder, el Lord Ghoul; y por la megalomanía del Líder Imperial, el Lord Fiend, que le cegaba a todo, menos a su ambición de conquistar el mundo. El nigromante no podía librase de la negra depresión que le aquejaba, de esa horrible sensación de que todos ellos estaban en la antesala del desastre. Hay un hechicero entre vosotros, susurraba en su voz taimada e insidiosa, atormentándole. Sí, pero ¿cómo ha entrado? ¿Cómo? Y entonces de repente, Perish supo la respuesta -pero ya era demasiado tarde. El cervero estaba sobre él. Eran un corazón, una mente, una forma, moviéndose en perfecta armonía al avanzar por los estrechos corredores, pasillos y pasadizos de la Cripta. Caminaban prudentemente al amparo de las sombras que proyectaban los candelabros de hierro que colgaban de las paredes. Nadie les prestó atención. El solitario cerbero de ojos grises y espeso pelaje negro que proyectaban Rhiannon e Iskander juntos, no despertaba sospechas ni era causa de alarma. Sin embargo, siempre existía la posibilidad de que algún AntiEspecie pudiera tomar a mal la presencia de la bestia y decidiera llevarlo a las perreras y allí encadenarlo a un poste. Era un percance que no podían sufrir esa noche. Si tenían que revelar que no eran uno sino dos -y Especie, además- no tendrían ninguna esperanza de vivir mucho tiempo después de hacerlo. Tampoco podrían esperar hacer lo que debían hacer: robar el Pergamino Sagrado antes de que el sacrílego Perish lo descifrara y lo destruyera. El tiempo les pisaba los talones. Subieron rápidamente por la empinada escalera de caracol de piedra negra, por la que llegarían a la parte más alta del castillo. Luego recorrieron el corto corredor que describía una curva antes de terminar en la puerta del santuario privado del nigromante. Una mano peluda de animal que momentáneamente tuvo dedos más largos y más diestros de lo que podía esperarse en una bestia semejante, hizo girar el tirador de la puerta, y ellos entraron, deslizando silenciosamente el cerrojo para cerrar la puerta a sus espaldas. Dejar la puerta sin llave era un descuido muy grande por parte de Perish, pensaron... y esto les animó. Estaba allí, como lo habían previsto, sentado ante su escritorio en el estudio, casi como si les estuviera esperando, contando con ello. Pero aun así, al principio asomó al pálido rostro de bellas pero disolutas facciones, una expresión de incertidumbre, de confusión, como si ellos no fueran lo que había esperado, previsto. Sólo era un cerbero, nada más, pensó él, extrañamente alicaído. Y no obstante sentía en sus huesos el Poder de la bestia. Este no era un animal vulgar. De eso estuvo repentinamente seguro el nigromante. Pero ese fugaz momento de duda, de indecisión le costó caro. Sin previo aviso, de la garganta de la bestia salió un gruñido bajo y el cerbero se abalanzó sobre él. Perish, instintivamente, levantó los brazos para protegerse del ataque inesperado y de las puntas de sus dedos salieron disparados rayos de fuego verde amarillento. Estalló una lluvia de chispas cuando las lenguas de fuego verde chocaron contra la barrera que protegía a la bestia, el aura azul, invisible hasta entonces, pero que se materializó de repente por la fuerza del impacto. Había creído que el animal se proponía arrancarle la vena yugular a dentelladas, en cambio, los agudos dientes afilados se clavaron en el Pergamino que estaba sobre el escritorio. En ese instante el nigromante supo que lo que estaba escrito en él no debía salir de la torre. Recobró rápidamente su estado de ánimo y ordenó sus ideas. De un salto subió al escritorio y se arrojó con todas sus fuerzas contra el cerbero. El golpe fue tan brutal que Rhiannon retrocedió tambaleándose. El estruendo que produjo la violenta colisión de los fuegos verde y azul hizo que le diera vueltas la cabeza. Cayó al suelo con fuerza y arrastró a Iskander con ella, quedando los dos sin aliento. Perish no perdió la oportunidad que se le presentaba y aprovechando el momentáneo aturdimiento de sus contrincantes penetró en el fino velo del aura y consiguió resolver el enigma de los Demonios. MetaMorfistas. Dos que habían logrado reunir los Poderes en uno. Codició desesperadamente ese Poder, al mismo tiempo que se daba cuenta de la amenaza que representaba para él. La mujer era la más débil, percibió, aunque sólo porque era menos experimentada; y con un grito infernal, el nigromante invocó todas las fuerzas de su propio Poder, liberando la esencia etérea de su cuerpo para tomar por asalto a Rhiannon con todos los recursos de Magia Negra que estaban a su disposición. Ella se encogió, horrorizada, cuando el alma negra procuraba encontrar el acceso a su cuerpo y su mente, dispuesto a violarla de la manera más depravada y cruel de todas las que ella conocía. De su garganta estallaron gritos tras gritos que resonaron en el torreón como atroces aullidos de cerbero. Abajo, las bestias oyeron los aullidos y les hicieron coro. Repentinamente la noche se pobló de aullidos y gemidos. Los otros buscadores, que esperaban con tensa expectación en las colinas, supieron que el ataque al corazón de la Oscuridad había empezado. ¡Piensa en la Luz, Rhiannon! ¡Piensa sólo en la Luz! -La voz de Iskander, la esencia de Iskander ocupó su mente por completo mientras luchaba desesperadamente contra Perish para impedirle que se apoderara de su ser.- ¡Confía en mí, amada! ¡No me abandones ahora... cuando más te necesito! No pediré ni esperaré clemencia de ti. Haré mi parte de lo que deba hacerse, y más; y someteré mi Poder a mi voluntad o moriré en el intento. Porque siempre tendré presente que cuando más me necesites, allí deberé estar sin falta, pase lo que pase... por tu bien y por el bien de todo Tintagel. Las palabras de aquel juramento de fidelidad que le había hecho tan sinceramente volvieron a su memoria, como se había propuesto Iskander, dándole la fuerza que ella necesitaba; porque entendió lo que él le pedía. ¡Confía en mí, amada! Pero antes de que Rhiannon pudiera actuar, en el caos de su mente resonaron otras palabras que Iskander había dicho en otra oportunidad, cruelmente desenterradas de su memoria por el maligno nigromante. No sé adónde voy ni hacia qué misterioso peligro ni a qué precio... sólo sé que tengo que hacer lo que se debe hacen.. cueste lo que cueste. Para lograrlo daría hasta mi propia vida... y !a tuya también, si llegara a ser necesario. ¿Me has comprendido? Está en juego la totalidad de Tintagel, y no puedo permitirme ser clemente si lo único que podría servirme es la cueldad. El cerebro de Rhiannon retumbó abominablemente con la risa burlona de Perish. ¡Confía en mí, amada! Por extraño que le pareciera, pensó en ese momento en Ileana que había confiado, en Cain, que había optado -porque siempre había una opción-; y en ese mismo instante Rhiannon optó. Con todo el amor que albergaba en su corazón, canalizó su Poder para sostener la imagen del cerbero, confiando en que Iskander defendería su cuerpo y su mente, en que impediría que Perish se los arrancara. Dejando caer el Pergamino al suelo, enseñó sus puntiagudos colmillos y dio un salto buscando la garganta del nigromante. Al percibir el peligro que corría, Perish se vio obligado a dividir su Poder, debilitándolo, pues le atacaban por ambos frentes, el mental y el físico. Sus manos delgadas resultaron tener mucha fuerza al empujar el pecho fornido de la bestia, manteniendo las fauces abiertas a escasos centímetros de su garganta, mientras azotaba frenéticamente la cabeza de un lado a otro para eludir las dentelladas asesinas y las mandíbulas poderosas del cerbero. Sin embargo, no cejaba en su perverso ataque al cuerpo y la mente de Rhiannon. La esencia de Iskander relumbró como la escarcha cuando él la retorció y enrolló alrededor del alma negra del brujo buscando estrangularla e impedirle que violara a Rhiannon, consciente a medias del ataque físico que ella le infligía a Perish, desgastándole las fuerzas. Las auras ardían con brillo deslumbrador alrededor de los tres contendientes. Las azules de Rhiannon y de Iskander se habían calentado al blanco, las llamas amarillo verdosas de Perish estaban entremezcladas con zigzagueantes vetas negras como si exudara putrefacción. Las barreras protectoras entraban una y otra vez en violento contacto con sonidos desapacibles, discordantes y una lluvia de lentejuelas de fuego que constantemente salían disparadas hendiendo el aire como minúsculas saetas. Poco a poco, las chispas fueron delgados rayos zigzagueantes que partían en todas direcciones arrasando todo a su paso por la cámara, haciendo añicos el vitral de la única ventana y atravesando el firmamento melanótico con terribles tridentes de fulgor maligno. Alertados por los frenéticos aullidos de los cerberos, aunque sin saber todavía a ciencia cierta a qué se debían, los AntiEspecie, al ver las llamaradas antinaturales que salían de la torre del nigromante, llegaron corriendo, ya que el fuego era el único enemigo mortal al que temían. Salían precipitadamente del Volcán Calavera y del Lago Malady, de las dependencias del castillo y de los cobertizos donde encadenaban a los cerberos, siseando y chirriando mientras se quedaban mirando boquiabiertos el infierno en el que se había convertido la torre. Secretamente asustados y temerosos de Perish, creyéndole medio loco, se resistían a avanzar hasta que sus respectivos comandantes empezaron a impartir órdenes a voz en grito. Corrieron entonces en todas direcciones en busca de los cueros con los que tenían que apagar todos los incendios. El agua cubierta de verdín del Lago Malady, con las sustancias aceitosas que contenía, sólo podía avivar el fuego y la provisión de la preciosa agua de lluvia se usaba solamente para saciar la sed. En el interior de la torre de homenaje, el Líder Imperial, el Lord Fiend, estaba sentado en su trono de huesos, impartiendo instrucciones con urgencia. En busca de la pelea, el Primer Líder, el Lord Ghoul, salió precipitadamente del gran salón para hacer lo que se le había ordenado. Sin embargo, se sintió frustrado al ver que la puerta del santuario privado del nigromante estaba con el cerrojo echado. -¡Traed un hacha! -le ordenó a uno de sus subordinados-. ¡Traed tantasss pielesss como encontréisss! -les gritó a otros-. ¡De prisssa! ¡Daosss prisssa! En el estudio de Perish continuaba el furioso combate, cerbero y nigromante peleaban por sus vidas. La espaciosa cámara era toda un caos, los muebles de huesos estaban astillados, hechas pedazos las lámparas de calaveras y se había derramado el aceite que alimentaba las llamas. Ahora corría por el suelo en nuevos ríos de llamas. Lenguas de fuego habían comenzado a lamer las paredes y el aire estaba lleno de un humo acre y espeso. Del taller de alquimia que estaba en el piso de arriba llegaban chillidos de las criaturas aterradas, que arañaban las jaulas tratando de escapar. La gallibiya de seda roja de Perish estaba hecha jirones debido a las garras del cerbero. Brotaba la sangre para caer goteando de las heridas que tenía Perish en el cuerpo donde la bestia enfurecida le había hincado sus afiladísimos dientes. Su Poder iba menguando rápidamente. En su negro corazón sabía que no podía vencer. Había fracasado en su desesperado intento de apoderarse del cuerpo y de la mente de Rhiannon; tampoco podía invadir los de Iskander, cuya esencia rodeaba su propia alma con un abrazo estrangulador del que temía no poder escapar. Y durante todo ese tiempo el cerbero le seguía lacerando, desangrando, agotándole las fuerzas al rodar por el suelo luchando a brazo partido. Resuelto a jugarse el todo por el todo, Perish reunió hasta la última gota de su gangrenoso Poder. Súbitamente hubo una verdadera explosión de horror, tan repelente que Iskander y Rhiannon retrocedieron espantados. Retorciéndose y dando un violento tirón, Perish se liberó de todo lo que le aprisionaba. Jadeante y aturdido por un momento, buscó el Pergamino con ojos que despedían fuego. Al verlo, trató de agarrarlo, pero el cerbero fue más rápido. Sus quijadas se cerraron alrededor del rollo del Pergamino, alejándolo de su alcance. Lanzó al animal una mirada llena de odio que habló a las claras de su resolución de tomarse venganza, el nigromante se precipitó por los escalones de piedra en dirección a su taller de alquimia. La ira y el terror estimulaban su cuerpo ensangrentado y exhausto. Al llegar al final de la escalera, desapareció en una nube de humo. Ni Iskander ni Rhiannon pudieron decir si el humo se debía al fuego que envolvía al estudio o si era alguna creación aberrante del brujo. De lo único que estaban seguros era de que el nigromante había desaparecido -y de que todavía estaba vivo, por desgracia. Pero por más que eso fuera mala señal para el futuro, no tenían tiempo para perseguirle. La cámara se había convertido en una hoguera y el estruendo, al caer la puerta del estudio, les indicó que los enemigos estaban cerca. Cromo un rayo de piel negra, el cerbero cayó a tierra después de dar un salto por la ventana de la torre. Ghoul y los soldados que le acompañaban no prestaron ninguna atención a la bestia, suponiendo que estaba aterrorizada por las llamas. El que les preocupaba era Perish, el nigromante a quien Fiend había ordenado salvar a toda costa. Tosiendo y vomitando por el humo, las criaturas encararon el fuego hasta que una terrible explosión en el taller de alquimia les hizo retroceder a tropezones. Escalofriantes chasquidos y crujidos de tablas y vigas de madera precedieron a la catástrofe. Todo el entarimado de lo que había sido el taller de alquimia cayó súbitamente a plomo en los aposentos del piso de abajo, atrapando bajo los escombros carbonizados a los ComeAlmas que se habían quedado paralizados por la sorpresa y el horror. Solamente Ghoul, que prudentemente se había quedado cerca de la puerta, escapó de la trampa mortal. Un estridente grito de agonía hirió la noche cuando Perish cayó junto con las ruinas de su taller con una astilla ardiendo clavada en el ojo derecho y su gallibiya en llamas. A pesar de su situación desesperada, luchó denodadamente por salir de entre los escombros carbonizados. -Malditos hechiceros -gimió el nigromante al percibir, a pesar del dolor insoportable que sufría, la presencia de Ghoul y débilmente extender la mano temblorosa suplicándole ayuda-. MetaMorfistas... así fue como... lo consiguieron... malditos sean. Debí... haberlo... imaginado... Se llevaron... el Pergamino... Por un instante Ghoul le miró sin ocultar su odio, despreciándole más por su patético intento, aun en ese momento, de insistir en que la Cripta había sido invadida. El único culpable era el mismo Perish, borracho, drogado, y con su Poder desquiciado, el que no había sido capaz de controlar a los Demonios que había llamado y que había inventado esa historia estrafalaria para ocultar el hecho de que su magia era impotente, que no le había servido de nada y que no podía descifrar el Pergamino. De repente, el Primer Líder giró sobre sus talones y abandonó al nigromante a su suerte. Mientras tanto, Iskander y Rhiannon, proyectando aún la imagen del cancerbero, continuaban corriendo, raudos como el viento, como si el mismo Vil Esclavizador les estuviera pisando los talones. Habían dejado atrás el castillo que seguía ardiendo y cruzaban por los terrenos aledaños. La tierra todavía estaba húmeda y fangosa succionándoles las patas como si quisiera tragarles, hundirles en las entrañas del planeta. A sus espaldas oyeron el horrible estrépito que causó el taller de alquimia de Perish al desplomarse. Pero ni aun así miraron atrás. Corrían velozmente alrededor de la enlodada ribera del Lago Malady, sus fuertes y veloces patas se movían de arriba hacia abajo en perfecta armonía, devorando las distancias. Poco después, por fin, alcanzaron las estribaciones de las colinas. En cuanto llegaron, se agotaron los últimos remanentes de sus respectivos Poderes y, sin previso aviso, el cerbero que hasta allí habían sido se desvaneció en el aire. En el lugar de una sola bestia surgieron dos Especie, hombre y mujer, separados, aparte, salvo por el amor que anidaba en sus corazones y el Pergamino Sagrado que sostenían entre los dos. Mudos, profundamente emocionados, se miraron largamente a los ojos asidos de las manos. Luego, Iskander metió el preciado pergamino en un bolsillo interior de su kurta para protegerlo de cualquier riesgo y ambos empezaron a subir abriéndose rápidamente camino por las Colinas Hindrance hacia la caverna desde la que se veía la costa. Desde su atalaya natural en el nicho, Yael les vio acercarse. Fue tanta su alegría que se le llenaron los ojos de lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta que casi no le dejaba respirar. Tragó saliva con fuerza. -¡Lo lograron! -gritó exaltado a los otros, mientras bajaba a gatas del atalaya-. ¡Por las lunas! ¡Lo lograron! -¡Estupendo! Ha llegado la hora -anunció Kaliq tétricamente a los que le rodeaban cuando oyó el grito. Sin embargo, en sus ojos brilló una extraña luz de triunfo-. Ya todos sabéis lo que ha de hacerse. ¡Id con la Luz! Montó rápidamente y llevó de las riendas a los caballos de Iskander y Rhiannon; se puso a la cabeza de los jinetes y cabalgó al encuentro de los caminantes. Nadie perdió tiempo. Iskander tomó por la cintura a Rhiannon con sus fornidas manos y la ayudó a montar su caballo. Acto seguido montó el suyo y cogió en el aire la Espada de Ishtar que Kaliq le había arrojado luciendo en su rostro una sonrisa exultante e impía que le arrugaba el curtido rostro moreno. De cara al viento que empezaba a soplar, el reducido grupo de buscadores se echó a galopar hacia el castillo para ejecutar los planes que habían trazado. Cerca ya, se dividieron; un grupo enfiló hacia el Volcán Calavera, mientras que el otro se dirigió hacia el Lago Malady, cuyas negras aguas reflejaban las llamas que salían de la Cripta. Los cerberos encadenados aullaban frenéticamente, pero la atención de los AntiEspecie se centró en los jinetes cuyas siluetas oscuras se recortaban nítidamente en el horizonte iluminado por la luna. Sobresaltados y furiosos, los ComeAlmas comprendieron que les iban a atacar. Se elevaron sus voces como el siseo de miles de serpientes, un clamor desagradable que era su llamada a las armas. En el interior de la torre del homenaje, Ghoul, al oír el ensordecedor clamor que llegaba de los patios del castillo, sintió náuseas y un frío mortal en todo el cuerpo. Un horrible presentimiento le estrujó el corazón como si se lo arrancaran del pecho.¿,Era él después de todo y no Perish, el que había actuado como un necio? No lo sabía. Sin embargo, un sudor frío le brotaba de la frente astada. Echó a correr y bajó por la estrecha escalera de dos o más peldaños a la vez, resbalándose en las piedras húmedas de tan rápido que lo hacía. Al precipitarse fuera del torreón, se paró en seco, impactado por la aterradora escena que se le presentó a los ojos. Era el caos. Ardían las llamas por donde mirara, devorando a las Fuerzas imperiales, que corrían desenfrenadamente de un lado a otro, antorchas AntiEspecie, chillando de dolor mientras las llamas les consumían y el corazón les estallaba en el pecho. iBuuuum! iBuuuum! Ruidos atronadores retumbaron en la noche, como si el estruendo lo hicieran los cuerpos de los ComeAlmas estallando uno tras otro. Pero Ghoul ya había oído antes esa cacofonía monstruosa y peculiar; sabía qué era lo que la producía -los tronadores bezelianos-. Se dio la vuelta y entonces sí, por fin, vislumbró a lo lejos a los invasores. Como un loco, se tiró de los cuernos y rechinó los dientes, echando espuma por la boca al darse cuenta finalmente de que él se había equivocado, que Perish había tenido toda la razón. Por toda la maldad, el Primer Líder habría dado en ese momento cualquier cosa con tal de tener al nigromante a su lado. Los intrusos a caballo se abrían paso por la fuerza entre los soldados ComeAlmas que se habían salvado de los incendios ya incontrolables, y que ahora peleaban con dientes y uñas. Ghoul alcanzó a ver dos de los excrementos de rata, los Escalpa-Escamosos que cazaban ComeAlmas por sus cuernos, arrodillados en la ladera del Volcán Calavera, encendiendo las mechas de los tronadores. Pero ese no era un grupo incursor ordinario de los EscalpaEscamosos, reconoció el Primer Líder. Avistó dos gnomos que empuñaban picos con los que abrían las cabezas de las Fuerzas Imperiales y un gigante con dos elfos a su lado, todos armados con arcos que arrojaban flechas incendiarias. Ardía ya el Lago Malady y, mientras Ghoul observaba el espectáculo dantesco, con las tripas revueltas, vio cómo era presa de las llamas el primero de los cuatro barcos de guerra. Furia y miedo tales como nunca había experimentado le enturbiaron la mente y vomitó maldiciones con sibilantes rugidos cuando finalmente sus ojos dieron con el hombre -el hechicero- al que instintivamente consideró como el impulsor, el único culpable de la destrucción que se abatía sobre la Cripta de Fiend y todo lo que la rodeaba. Al lado del hombre, como un ángel vengador, cabalgaba una mujer, tan osada y hermosa que, si él hubiera sido Especie, ella le habría quitado el acento. Hasta en ese momento, se agitaron en su interior sentimientos reprimidos desde hacía mucho tiempo, recuerdos de lo que alguna vez había sido, y que habían estado enterrados en el abismo de su mente. Deliberadamente, volvió a apiñarlos en una rendija de su cerebro. Algunas veces la metamorfosis que sufrían era incompleta; la mente no podía reconciliarse con la transformación. Se había sabido que hasta aquellos que habían estado totalmente cubiertos de escamas habían llegado a perder los estribos de repente. Al Primer Líder no le interesaba en absoluto hundirse en la locura. Sus incandescentes ojos rojos se clavaron en el hombre -el hechicero- oscuro como la noche en cuyas alas había llegado y en la mujer, cuya larga melena al viento era como una llamarada. ¿Qué había dicho Perish entre jadeos en sus últimos momentos? Se llevaron... el Pergarnino... Las palabras del nigromante volvieron a su memoria para atormentarle; se levantó ante sus ojos el espectro de su propia muerte a manos de Lord Fiend y le persiguió obsesivamente. Giró de golpe sobre sus talones y partió a grandes zancadas en dirección al arsenal y los establos, haciendo que la roja capa revoloteara como una mortaja alrededor de su alta figura escamada. Tanto los tronadores bezelianos como las flechas incendiarias seguían causando estragos en el lugar mientras los guerreros y los buscadores asestaban, salvajemente, golpe tras golpe al corazón de la Oscuridad. Empleando sus armas con ferocidad contra los AntiEspecie, los EscalpaEscamosos formaban un círculo protector alrededor de Kaliq y Hordib, para que ellos, indemnes, pudieran lanzar los tronadores como cohetes por el aire haciéndolos entrar por las órbitas vacías y las fauces abiertas del Volcán Calavera. En el interior, las explosiones resonaban una tras otra cada vez que los generadores y los demás aparatos infernales que albergaba se prendían fuego y estallaban. Todo se movió en el interior de la caverna en donde ya brotaba a chorros la lava ardiente. Por último, desde las mismas entrañas de la tierra surgió un sonido retumbante, bajo al principio, que fue creciendo en intensidad hasta que toda la tierra tembló violentamente. El brioso caballo de Rhiannon que iba al galope tendido mientras ella hacía girar el mangual antes de descargarlo sobre las horribles caras de los ComeAlmas, perdió el equilibrio en medio de un temblor de tierra, cayó de rodillas y la despidió de la silla. Rhiannon gritó despavorida pues, al quedarse a pie, había perdido la ventaja que tenía. En un abrir y cerrar de ojos se vio rodeada de un enjambre de AntiEspecie con ojos rojos como ascuas, mostrando los dientes y chorreando saliva por las comisuras de la boca mientras arremetían contra ella para descuartizarla viva. A pesar de tener el mangual en la mano, no podía ser rival de la espantosa horda salvaje que se abalanzaba sobre ella. El miedo la desbordó. Supo que estaba a un paso de la muerte; porque habiendo agotado su Poder durante la lucha encarnizada con Perish, ahora que lo necesitaba y lo invocaba con toda su voluntad la dejaba abandonada. Entonces, como surgidos de la nada, Iskander y Sir Weythe aparecieron cerca de ella, blandiendo sus aceros que relucían a la luz de la luna, atravesando cuerpos, repartiendo tajos y golpes a diestro y siniestro, forzando finalmente a los ComeAlmas a retroceder. Venenosas lenguas de luz verde claro lamían la hoja de la Espada de Ishtar, una luz que nada, salvo la magia propia de la espada, podía apagar, ya que Iskander también había agotado su Poder. En un remoto rincón de su mente, Rhiannon pensó que él no tendría que haberla desenvainado. Pero no había tenido otro remedio que hacerlo. Por doquier había Escalpa-Escamosos retorciéndose en las garras de la muerte. Sus chillidos agónicos se mezclaban con los relinchos del caballo caído, que se azotaba asquerosamente contra el suelo empapado de la sangre que le manaba de los flancos abiertos por las garras largas y afiladas de los ComeAlmas. Con el brazo izquierdo Iskander la levantó del suelo y la sentó delante de él, sobre su caballo que cabriolaba nerviosamente, mientras Sir Weythe, piadosamente, puso rápido fin a los tormentos del animal herido de un solo tajo de su espada. De inmediato, al igual que habían rodeado a sus propios amos caídos, los cancerberos cerraron filas alrededor del caballo. Gruñían y ladraban enloquecidos mientras acometían al animal muerto, y se peleaban por la carne y las vísceras, resbalando y cayendo sobre la sangre y las tripas. Conteniendo a duras penas el asco que le subió a la garganta, Rhiannon cerró los ojos y respiró a fondo para no desmayarse. Pero el humo, la sangre y la muerte contaminaban la noche. Era como si todas las tumbas del universo se hubiesen abierto y vomitado su contenido, como si todas las urnas se hubiesen volcado esparciendo sus cenizas al viento que gemía y plañía como si arrastrara una legión de fantasmas. Cuando Rhiannon respiró profundamente el aire viciado, pútrido que la rodeaba, tuvo que taparse rápidamente la boca y apretarse la nariz para no vomitar. Debajo de los cascos de los caballos, la tierra parecía tener vida propia por la inmensa cantidad de larvas y gusanos parasitarios que, atraídos por los cuerpos que yacían por todas partes, habían salido de sus agujeros babosos para unirse al macabro festín de los cerberos. En ciertos lugares la tierra húmeda semejaba el caldero de una bruja donde la sangre, estancada en pequeños charcos, calentada por las llamas, hervía y bullía como un maléfico brebaje: y los cadáveres de los AntiEspecie despedían luz fosforescente. Desde la silla del caballo de Iskander, temblando entre sus brazos tiznados de hollín, Rhiannon podía ver a Yael sentado como un megalito a horcajadas de su caballo y a su lado, Chervil y Anise, todos ellos desplegando sus flechas encendidas como mejor podían para resguardar al resto de los compañeros de los ComeAlmas. Kaliq y Hordib habían recuperado sus cabalgaduras y en esos momentos, ellos, con el resto de los Escalpa-Escamosos, bajaban furiosamente por la ladera del Volcán Calavera que temblaba y retumbaba amenazadoramente. -¡Vamos! -les urgió a los gritos Iskander-. ¡Vamos! ¡Va a volar por los aires! No bien había dicho esas palabras cuando la tierra súbitamente se sacudió y retumbó con tal estruendo que pareció partirse en dos. El volcán entró en erupción con un impresionante bramido que les ensordeció. La boca escupía enormes gotas de lava, salía lava de los ojos, lava esparciéndose desde un cráneo gigante como masa pulposa de un cerebro reventado. Soltando alaridos de terror al ver el fuego de color rojo sangre que salía a llamaradas del cráneo monstruoso, las Fuerzas Imperiales se dieron a la fuga, despavoridas, y lo mismo hicieron los buscadores a galope tendido. Los cascos de los caballos se hundían en la tierra fangosa y salpicaban mugre y lodo en todas direcciones mientras enfilaban hacia las estribaciones sobre la ribera occidental del Lago Malady donde, ansiosamente, les esperaban Moolah y Anuk. No les habían permitido que les acompañaran en el ataque por dos razones: Moolah debía tender una trampa que los compañeros esperaban pudiera asegurarles la retirada y Anuk debía protegerle, pero también tenía que permanecer oculto por miedo de que en medio de la confusión pudieran matarlo creyéndolo un cancerbero más. -¡Lord! -le gritó Kaliq a Iskander que cabalgaba al frente-. ¡Nos persiguen! Echando un vistazo por encima del hombro, Iskander comprobó que Kaliq no se había equivocado. Eran más de cien soldados de caballería de las Fuerzas Imperiales con el Primer Líder, el mismísimo Lord Ghoul a la cabeza y todos montando caballos frescos. -¡Moolah, enciende las mechas! -ordenó Iskander, tajante, en cuanto los buscadores hubieron pasado al otro lado de la ancha franja de tierra donde se había tendido la trampa que acechaba a sus perseguidores. Moolah no necesitó que le repitieran la orden. Antorcha en mano, hizo dar la vuelta a su caballo y se marchó al trote a lo largo de la trampa que había preparado. Inclinándose de costado en la silla, encendió las largas mechas que los Escalpa-Escamosos habían preparado antes de ir a la lucha y que él había trenzado y extendido sobre el terreno de un tronador bezeliano a otro. Las mechas se encendieron con chispas y chisporroteos mientras un hilo de llamas corría por la tierra. Cuando vio que todas las mechas estaban encendidas, Iskander gritó: -¡A galopar! ¡De prisa! Ni cortos ni perezosos, los buscadores azotaron y espolearon sus cabalgaduras para obedecer inmediatamente la orden que les había impartido. Poco después, las Colinas Hindrance asomaban sus negras moles amenazadoras, rodeándoles por todas partes, mientras que, a sus espaldas, los AntiEspecie venían pisándoles los talones. A lo lejos, el Volcán Calavera continuaba vomitando su furia, tan alto arrojaba su lava al cielo nocturno que parecía que los cielos lloraban sangre y fuego. Ghoul tuvo mucha suerte. Acababa de pasar los tronadores cuando estos empezaron a estallar, infundiendo terror a sus tropas. Entre los soldados reinó un caos total cuando vieron que el fuego había matado, en el mismo instante, a varios de sus compañeros y había envuelto en llamas a otros. Los caballos de los ComeAlmas corcoveaban y reculaban con los ojos desorbitados, re- soplando y relinchando de miedo, mordiéndose y dándose coces unos a otros, creando un verdadero pandemónium. Al tirar brutalmente de las riendas, Ghoul consiguió controlar su propio caballo. -¡Trasss ellosss! ¡Trasss ellossss! -chilló chasqueando furiosamente el látigo en la dirección que habían tomado los buscadores-. ¡No deben essscapar! ¿Me habéisss oído bien? ¡No deben essscapar! ¡Han robado el Pergamino! No había pasado mucho tiempo cuando oyeron los golpes sordos de cascos de caballos sobre el camino que acababan de dejar atrás, y supieron entonces que los tronadores habían retrasado un poco a las Fuerzas Imperiales, pero que no las habían detenido. Aquellos que siempre habían sido cazadores de cuernos eran ahora los perseguidos a punto de ser cazados. Apretando los dientes, siguieron avanzando de prisa e internándose en la noche tenebrosa, mientras en lo alto una sombra alada cruzó delante de la Luna Azul. Rhiannon levantó la vista al cielo y vio la extraña silueta recortada en la cara de la Luna. Recordó entonces el dragoncito en el taller de alquimia de Perish, pequeño pero lo bastante grande como para que lo montara un hombre desesperado. Se estremeció. Se arrebujó en su larga manta blanca y notó por primera vez que estaba manchada con sangre y sanies verdosa y purulenta. Se tambaleó un poco en la silla y agradeció que el brazo de Iskander le rodeara la cintura, sosteniéndola, como había hecho durante la terrible pelea con el vil nigromante, defendiéndola e impidiendo la despiadada violación de su cuerpo y mente. Se dijo que la torre había sido un verdadero infierno. No era posible que el nigromante hubiera podido escapar de allí con vida. Sólo era el viento el que resonaba en el abismo que era su cabeza. Era solamente el viento, nada más. Por encima de sus cabezas, batiendo suavemente sus alas esqueléticas, la criatura amorfa se perdió en la noche después de pasar por el halo de la Luna Azul. Mientras tanto, la Espada de Ishtar, envainada otra vez y colgada a la espalda de Iskander, despedía llamas verdosas. 27 Rhiannon sueña constantemente con el nigromante, el príncipe Lord Perish; y bien lo sabe la Luz por más que yo la ame con locura, no puedo impedir que tenga esas horribles pesadillas. -Así está escritoen Los Diarios Íntimos de Lord Iskander sin Tovaritch LOS BUSCADORES SALIERON DE SALAMANDRIA como habían entrado, galopando sin cesar a través del viento, la niebla y la lluvia, día y noche, durmiendo en sus sillas, sin detenerse jamás más de lo que necesitaban sus caballos para tomar un respiro y ellos para comer un bocado de las pocas provisiones que les quedaban, aunque tenían abundante agua de lluvia. Porque detrás de ellos, implacablemente, cabalgaba el Primer Líder, el Lord Ghoul y los soldados de caballería de los AntiEspecie. Pero a pesar del agotamiento, los compañeros viajaban velozmente. Habían quedado solamente quince de ellos, pues la noche de la batalla campal en la Cripta de Fiend habían caído cinco de los intrépidos guerreros que habían cazado cuernos. Los ComeAlmas habían matado a tres, y dos que, habiendo recibido varias punzadas en la piel producidas por los infecciosos cordones umbilicales de las criaturas, se habían suicidado dejándose caer sobre las puntas de sus espadas. Habían sido muertes honorables, pues era el deber de todo Escalpa-Escamoso, que hubiera tenido la mala suerte de contagiarse, impedir convertirse en un Pustuloso más. Los buscadores iban hacia un destino y un futuro incierto, porque no sabían a ciencia cierta qué les esperaba en el Paso Epitaph; si los cinco guerreros que habían mandado delante de ellos hacía unos días, habían logrado llegar a su destino para avisarles a los que habían quedado defendiendo el paso que Perish había ordenado a sus tropas que marcharan hacia el norte. Era posible que los compañeros que hubieran escapado con vida de la Cripta de Fiend fueran aplastados entre dos Fuerzas Imperiales. Ese pensamiento les abrumaba y era como un paño mortuorio sobre sus ilusiones. Hambrientos, fatigados, desanimados, hablaban poco y sólo se dedicaban a mirar de vez en cuando, inquietos, los tentáculos de luz verdosa que seguía irradiando la Espada de Ishtar, aunque, después de haberse renovado los Poderes de Iskander y de Rhiannon, habían hecho lo imposible para tratar de purificar la espada, sin conseguirlo. -Creo que su Poder es sensible -comentó él una vez, sucintamente, para ocultar su inquietud-, que, debido al sesgo involuntario que le imprimió Lord Cain, refleja en su hoja el mal que percibe en su derredor. Y sabían que los AntiEspecie estaban delante y detrás de ellos -tal vez hasta rodeándoles por completo-. La amenaza de una emboscada seguía las pisadas de los viajeros, inquietándoles, obsesionándoles. En las colinas el silencio era sepulcral, interrumpido de vez en cuando por el gotear de la lluvia, el susurrar de las hojas de los árboles y el gemir del viento... hasta aquella mañana cuando los alaridos, gritos y lamentos de los moribundos en el Paso Epitaph rompieron brutalmente el silencio. En las colinas empezaba a levantarse la bruma del alba y, casi cegados por ella, los buscadores echaron a galopar cuesta abajo, por el estrecho sendero que serpenteaba entre las laderas abruptas, hacia lo desconocido. Iban imaginando mil escenas de horror, cada una más espeluznante que la anterior. El sudor de los caballos, hecho espuma, volaba por el aire cuando doblaron el recodo hacia el paso. La realidad que se presentó a sus ojos fue la peor de todas las que habían podido imaginar. La gris y fría luz del alba les permitió ver la carnicería en todo su horror. Una montaña de cadáveres les cerraba el paso; torsos desmembrados, brazos, cabezas y piernas asomando por todas partes... las altas paredes escarpadas de piedra rezumando sangre y podredumbre... un verdadero río de sangre corriendo por el desfiladero... Mareada, aturdida, Rhiannon apenas tuvo una visión fugaz de tales atrocidades antes de que Yael diera la voz de alarma. -¡Lord, Ghoul y sus soldados ya están encima de nosotros! Pero no podían avanzar, era imposible retroceder y los ComeAlmas les acosaban de todos lados. Y entonces, la Espada de Ishtar apareció, desenvainada una vez más, en la mano de Iskander, despidiendo relámpagos amarillo verdosos de su punta cuando él dio el grito de combate y clavó sus espuelas en los flancos de su cabalgadura. Cargó directamente hacia la carnicería y contra los AntiEspecie que se volvieron mostrando los dientes y aprestando las garras para hacer frente a su feroz y desesperado ataque. De improviso, el viento arreció, aullando y gimiendo. Súbitamente, con horror indescriptible, Rhiannon comprobó que las paredes del desfiladero canalizaban tanto el Poder del hombre como el del arma mágica, forzándolos hacia dentro, torciéndolos y sesgándolos de algún modo que no alcanzaba a precisar. La niebla se alejó como un torbellino, llevándose con ella a los ComeAlmas convertidos en una negra nube de polvo. Se le escurrió el manto blanco de los hombros cuando el aterrorizado caballo, desorbitados los ojos, relinchando de miedo, levantó las manos en el aire y luego se precipitó hacia adelante. Los cascos pisotearon la sangre todavía húmeda salpicándola en todas direcciones. Varias gotas mancharon el rostro de Rhiannon. Y aun así, Iskander y la espada seguían imponiendo su pavorosa voluntad. Le ceñía la cintura con el brazo izquierdo, apretándola contra su cuerpo. Su corazón latía tumultuosamente contra la espalda de Rhiannon mientras conducía con los talones, espoleando cruelmente al caballo sudoroso y cubierto de espuma, por el estrecho desfiladero. Atemorizados pero inexorables, los demás le siguieron sin excepción inmediatamente después... Ghoul y sus esbirros sólo un poco más atrás. Entre estos últimos, el Primer Líder era el único que tenía una vaga idea de la anormal hechicería que había devastado a la avanzada de las Fuerzas Imperiales. Hombres y mujeres aturdidos, azorados, entumecidos e insensibles por haber pasado días y días luchando sin parar, chillaban de pánico porque no sabían qué era lo que les atacaba por sorpresa... sólo que rompía las filas de los AntiEspecie y por eso sólo era algo que debían temer. Algunos se aplastaban contra las paredes del desfiladero; otros corrían como si pudieran dejar atrás la temible llama cegadora. -¡Iskander! ¡Los guerreros! -Las palabras salieron a gritos de la boca de Rhiannon; pero no sabía si él las había oído o no, si las había entendido. Pero debía de haberlo hecho, porque abruptamente, para alivio de Rhiannon, apuntó al cielo con la espada cuando pasaban como un rayo junto a lo que quedaba de la banda de Kaliq. Después se paró en seco, tirando con todas las fuerzas de las riendas mientras trataba de controlar a su caballo que seguía piafando, y a la salvaje arma impredecible. La lucha fue breve en todos los frentes. El caballo estaba cansado hasta los huesos. Tanto el Poder de Iskander como el de la espada se habían extinguido, agotados por ese algo desconocido que se había incautado de ellos en el pasado. La espada estaba fría y oscura. Iskander la deslizó dentro de la vaina desconcertado por lo que había pasado. -¿Te encuentras bien? -le preguntó a Rhiannon abrazándola y estrechándola contra su pecho. -Sí -respondió ella-, sólo cansada, tan pero tan cansada. Sin embargo, no había tiempo para que descansaran. Ya les habían alcanzado los demás, y Ghoul y sus hombres empezaban a entrar en el desfiladero, pisoteaban brutalmente a varios de los guerreros paralizados que les obstruían el camino. -Aquí es donde mis hombres y yo te dejamos, Lord -anunció ferozmente Kaliq al mirar atrás y ver lo que quedaba de su banda de valientes y leales seguidores-. Vete. Mis guerreros y yo haremos todo lo que esté a nuestro alcance para retener aquí al resto de la horda, para entretenerles y proporcionarte todo el tiempo que podamos... Lord, no. -Levantó la mano anticipándose a las palabras de Iskander.- Sé de antemano todo lo que querrías decirme, y te suplico que no intentes disuadirme de esta línea de conducta que he asumido. Vete... mientras puedes hacerlo. No hay ninguna duda que lo que me espera allá atrás es la muerte, como querrías prevenirme. Pero aunque fuera el mismo Vil Esclavizador, ellos son mis hombres y mis mujeres... -Sí, lo comprendo -dijo en voz baja Iskander-. Gracias por todo, Kaliq. Es muy poco por todo lo que habéis hecho, pero es todo lo que tengo para darte. Déjame, entonces. Ve... Ve con la Luz. -Yo no olvidaré, Lord. Ninguno de nosotros olvidará jamás -declaró Kaliq mientras Iskander y él se despedían, tomándose mutuamente del antebrazo derecho como hacían los hombres para demostrar su respeto y afecto por el otro, cuando no encontraban palabras para expresar sus emociones-. Nos trajiste luz en nuestra hora más oscura. Es suficiente. Es más que suficiente. Aquellos de nosotros que sobrevivan lo recordarán. Nosotros sí recordaremos y cantaremos la gesta de la búsqueda del corazón de la OscLridad. Cantaremos la canción de la Cripta de Fiend. Y difundiremos la palabra del Libro Sagrado, así todos los que quieran oírnos sabrán de la Luz. Por todo lo sagrado, Lord, lo juro. Hordib y los otros tres guerreros saludaron a Iskander llevándose al pecho sobre el corazón el puño derecho fuertemente cerrado. Luego, despidiéndose del resto de los buscadores, los guerreros tiraron de las riendas e hicieron dar la vuelta a sus caballos y emprendieron el galope para reunirse con el resto de los hombres. El Primer Líder apenas les echó un vistazo; obedeciendo una señal de su cabeza, un puñado de sus esbirros se apartó de la tropa para trabar combate con los cinco hombres. El resto de los soldados a caballo siguieron adelante sin detenerse. -Es a mí a quien quieren -observó Iskander-. Es mi cabeza y no otra la que Ghoul quiere cortar con su espada. De una u otra manera se ha enterado de que yo tengo el Pergamino Sagrado. -¿Qué haremos entonces, amado? -inquirió Rhiannon, porque no pensaba abandonarle; ni él se lo pidió-. ¿Qué haremos ahora? -Debemos ir al lugar que conocemos mejor -respondió-, un lugar adonde no creo que nos sigan los ComeAlmas y donde tenemos más posibilidades de perderles si lo hacen. Debemos ir al norte, amada... al norte, hacia la tundra. 28 Corrimos y corrimos hasta que nos quedamos sin lugar por donde correr, hasta que finalmente, inevitablemente, se nos acabó el tiempo... -Así está escritoen Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian Así COMO SOLO CUATRO HABÍAN DEJADO LA TIERRA NEVADA de Borealis, después de tantas y tan largas semanas de viaje, eran solamente cuatro los que llegaban a la tierra de Frigidia, hogar de los monstruosos trasgos. El resto de los compañeros se había marchado. Iskander había insistido en que Moolah les llevara a través del Río Copper para buscar refugio en Rubyatta. Allí tendrían que esperar hasta que pudieran acercarse al Río Knotted sin peligro, con la esperanza de que los vigías labyrinthios de Baffle vieran la señal luminosa y enviaran la barcaza a recogerles. Desde Baffle podrían continuar viaje a Imbroglio, donde, como habían prometido Gunda y Lido, los gnomos se esforzarían por utilizar sus habilidosas manos en la construcción de un bote que llevaría a Sir Weythe. Chervil y Anise a salvo a su terruño. Solamente el obstinado de Yael, con gran desesperación de Rhiannon, se había negado a . partir, quedándose con Iskander, Anuk y ella. Siguiendo las indicaciones de un tosco mapa que un llorosa Moolah había dibujado antes de dejarles, los cuatro habían viajado por las Planicies Jaded de Bezel, alrededor del Lago Sapphiro y por el Bosque Emeralde, donde, utilizando una rudimentaria balsa de troncos como ya habían hecho antes en la Garganta Groaning, habían cruzado el Río Argent, que era el límite con Frigidia. A lo largo de todo ese trayecto sólo se habían detenido tres veces, en las aldeas bezelianos de Amethyst, Pearl y Diamondi, para aprovisionarse. Pero aunque habían anhelado quedarse al asilo de las altas murallas de las aldeas, alojarse en posadas y dormir cómodamente algunas noches, no se habían atrevido a retrasarse en ellas, sabiendo que Ghoul les seguía las pisadas y atacaría las aldeas inocentes para obtener el Pergamino. Si se hubieran hecho fuertes detrás de las altas murallas, vigorosamente defendidas por los tronadores bezelianos, no cabía duda de que los compañeros habrían estado a salvo durante tanto tiempo como los habitantes de la aldea pudieran haber soportado un sitio de los AntiEspecie. Pero a menos que Iskander lo llevara al Oriente, a los claustros de las Mont Sects donde podían descifrar todos sus secretos, el Pergamino Sagrado era inútil para él, para los druswidas y para Tintagel, con lo cual su misión habría sido un fracaso. Por lo tanto, los fatigados viajeros habían continuado su penosa marcha, descorazonados al saber que sus perseguidores se iban turnando para avanzar, así todos podían tener una oportunidad de descansar, mientras que los buscadores no podían hacerlo. Debido a que el Primer Líder temía y recelaba de las aldeas bezelianos -famosas por incendiar las planicies circundantes ante la sola presencia de ComeAlmas en las inmediaciones-, los compañeros habían tenido un poco de respiro durante las horas del día. Las Fuerzas Imperiales, demasiado conscientes de los estragos que podrían causar los tronadores bezelianos en sus filas, habían permanecido ocultas durante el día, a la espera de las horas más propicias de la noche, cuando sigilosa y rápidamente ganaban terreno. Abandonaron sus agotados caballos junto al Río Argent por saber que les resultarían inútiles en las formidables montañas cuyos picos habían visto elevarse más adelante, los viajeros continuaron la marcha a pie, avanzando penosamente por el Valle Moaning o de Los Lamentos en las Montañas Icepick, y de allí a la tundra, donde nadie conocía mejor que ellos la forma de vivir a costa de la tierra, la forma de sobrevivir. Pero a pesar de todo, Ghoul y sus tropas les habían seguido. Los cerberos, seguramente una raza descendiente de los lupinos, según creía ahora Iskander, se habían adaptado a la tundra como si se hubieran criado allí, olfateaban y seguían las huellas de las presas que huían desesperadamente. Ahora, mientras contemplaban la interminable superficie de nieve y mar que se extendía ante ellos por todas partes, los buscadores comprendieron que no tenían dónde ocultarse. El Mar de Nubes, que Iskander había rogado encontrar aún congelado, era una masa bullente de olas enfurecidas, salpicadas de relucientes estrellas y de las Luces ArcoLunar que bailaban en el cielo de la noche boreal, tan dolorosamente conocida, tan patéticamente agridulce, tan remotamente lejos del hogar. El deshielo de primavera había comenzado. Se había desvanecido la última esperanza de escapar, de salir con vida de la misión. A lo lejos podían oír los aullidos de los cerberos. Sabían que sólo era ahora cuestión de tiempo antes de que les alcanzaran los AntiEspecie. -Sucederá lo mismo que aconteció en las Planicies Strathmore -afirmó sombríamente Iskander mientras pensaba en morir en esa tierra extraña, aunque no solo, lo cual le causaba un dolor más profundo que la muerte solitaria que había imaginado y temido en los solitarios comienzos de la misión, una muerte que aceptaría gustoso ahora si perdonaba al resto-. Los ComeAlmas nos atacarán en oleadas... hasta que el Poder de Rhiannon y el mío se hayan agotado y no tengamos nada más que dar. Y entonces todos nosotros estaremos a su merced; todos nosotros moriremos. Se volvió a Rhiannon.- Oh, amada mía, que yo tuviera que traerte tan lejos, a un final tan cruel, cuando todo estaba casi a nuestro alcance... lloraría por ello. -Oh, Iskander -suspiró ella, con el corazón en los ojos al mirarle-, ¿no sabes acaso que mi vida no era nada hasta que llegaste a ella, que no sería nada sin ti? Mi lugar está a tu lado, mi corazón en tus manos, para siempre... suceda lo que suceda. -Le tomó una mano en la suya y con la otra tomó la de Yael. Percibiendo lo que ella quería que hicieran, cada uno puso la mano libre sobre la cabeza de Anuk, así que todos formaron un círculo, sin principio ni fin.- ¡No te lamentes! ¡No te arrepientas ni por un momento! Hemos hecho lo que teníamos que hacer... por Tintagel y por la Luz -susurró ella impetuosamente, como todos ellos habían hecho aquella noche en la caverna en Salamandria, como si esas palabras fueran un talismán... o una plegaria. Fue en ese momento cuando, con un horrendo sonido que les hizo vibrar hasta los huesos, el hielo de la costa empezó a partirse debajo de sus pies. Al ver que se encontraban en el trozo de hielo que se desprendería muy pronto, corrieron y saltaron atropelladamente en busca de un lugar más seguro. Ya sobre el hielo firme, observaron el fenómeno. Lo que había sido una simple fisura se iba ensanchando cada vez más. El embate continuo de las olas y el agua represada, que iba llenando la grieta, ayudaban a separar el bloque de hielo de la masa continental, hasta que, finalmente, cayó al mar y quedó flotando sobre las olas. -¡La corriente! -exclamó súbitamente Iskander-. La corriente podría arrastrarnos hasta Persephone, el casquete polar, y si pudiéramos llegar allí, no tendríamos inconvenientes para regresar a casa. Tengo el trineo y suficientes víveres escondidos allí... Rhiannon, súbete al iceberg... -¿Te has vuelto loco? -gritó Yael, horrorizado-. ¡Os arrastrarán las olas, moriréis ahogados! Y aun cuando por algún milagro, no fuera así, no tenéis ninguna certeza de que la corriente os lleve en la dirección correcta. Podría cambiar de rumbo... podríais ir a la deriva kilómetros y kilómetros, durante días. ¡No sobreviviréis de ningún modo! ¡Moriréis, os aseguro! -Seguramente así será si nos quedamos aquí -declaró Iskander sombríamente-. Y prefiero correr suerte con el mar antes que con los AntiEspecie. De esta manera, al menos, tendremos alguna posibilidad de salvarnos... y eso es más de lo que teníamos hasta ahora. -El iceberg no es demasiado grande. Tampoco podemos confiar en su solidez -señaló Yael en un último y vano intento de disuadirle de poner en práctica el temerario plan-. Además, no creo que quepamos todos en él o que, aun así, que el mar refrene a nuestros enemigos y renuncien a perseguirnos. Están locos de furia y emplearán sin escrúpulo todos los medios a su alcance para recuperar el Pergamino. La lucecita de esperanza que le había iluminado los ojos se apagó y, con el corazón oprimido, Rhiannon reconoció que todo eso era la cruda y amarga verdad, ni más ni menos. Uno de ellos tendría que quedarse atrás... y todos lo sabían. -Me quedaré aquí, kahn -se ofreció Anuk voluntariamente-. De todos modos, soy el único con más probabilidades de escapar yo solo de los ComeAlmas. ¿Porqué habrían de preocuparse por mí, una simple bestia? Si la suerte me acompaña, podré mantenerles a raya bastante tiempo, lo suficiente para que os salvéis. Aunque desconsolado por el ofrecimiento, le agradeció al lupino con una ligera inclinación de la cabeza. Tenía que reconocer que era lo único que se podía hacer para salvarse. Luego, anunció de mala gana: -Anuk me acaba de decir que él se quedará aquí. -Eso no tiene sentido -protestó Yael-. El no es ni tan grande ni tan pesado como yo. Ninguno de vosotros lo es. Debo ser yo quien se quede. A pesar de todo su Poder, Rhiannon no es el guerrero que yo soy, e lskander debe protegerla y llevarla al Oriente. -Sin más, y antes de que cualquiera pudiera contradecirle, levantó súbitamente al lupino y lo lanzó sobre el témpano.- Sigue tu camino, Anuk. -El témpano se movió violentamente unos minutos, separándose un poco más de la costa antes de estabilizarse y volver a mecerse serenamente sobre las olas. El boreal se volvió a Rhiannon.- Ahora, tú, Rhiannon. -Yael, esto es una locura -afirmó ella, con los ojos arrasados en lágrimas. Se arrojó en sus brazos abiertos, profundamente conmovida por lo que hacía por amor a ella-. Podemos ir todos. Ya nos arreglaremos de algún modo... -Shhhh. Cállate, por favor. Nada de lamentaciones, ¿recuerdas? -La abrazó amorosamente.Aunque ruego que no sea así, me temo que estáis tan condenados a morir como yo. ¡.Qué diferencia hay entonces entre quién va o quién se queda? Al menos de esta manera podrías tener una probabilidad... y no sabes cuánto deseo que sea una buena probabilidad de sobrevivir, tú que has sido mi amor, mi único amor... Bésame, Rhiannon, antes de dejarme para siempre. Bésame sólo una vez como lo habrías hecho si hubieras sido mía alguna vez. No creo que Iskander me guarde rencor por ello. No, no lo haría, Rhiannon estaba segura, y rodeándole el cuello con sus brazos, besó a Yael en la boca con todo el amor que sentía por él, por todos los años que habían sido hermanos, por todos los recuerdos de la niñez y de la adolescencia que habían compartido y que ya eran cosa del pasado, que nunca volverían a ellos, por todo el amor por él que guardaría eternamente en su corazón, aunque no era el amor que él había esperado. Sollozando, se aferró a él. El probó la dulzura de su boca y la sal de sus lágrimas, y antes de que pudiera cambiar de opinión, Yael murmuró: -Adiós, queridísima mía. Dondequiera que vayas, ve siempre con la Luz. -Y levantándola en el aire, la lanzó sobre el témpano. Rhiannon cayó de rodillas sobre la superficie nevada y salobre. Instintivamente enredó los dedos en el largo pelaje de Anuk para mantener el equilibrio mientras el iceberg se inclinaba peligrosamente. Su situación fue bastante precaria hasta que el témpano volvió a enderezarse, subiendo y hundiéndose rítmicamente al compás de las olas. Yael se quedó mirándola, quería grabar la imagen hermosa y desolada de la mujer amada en la retina y en la memoria. No la olvidaría jamás, siempre la vería así, arrodillada en la escarcha iluminada por las estrellas, el cabello suelto en llamas bajo las Luces ArcoLunar, los ojos dorados cuajados de lágrimas, envuelta en su manto blanco como la nieve, como la niebla que se movía alrededor de ella. Sí, parecía una antigua diosa emergiendo del hielo cristalino, de la espuma del mar. -Protégela y cuídala bien, amigo mío -le recomendó el boreal rudamente, abrazando a lskander como si fuera su hermano. -Lo haré con mi vida y todo mi corazón, mientras viva. Por todo lo que es sagrado, Yael, esto lo juro -prometió solemnemente lskander con un nudo en la garganta por el noble sacrificio del gigante. -Un hombre no puede pedir más. Ahora sí, vete amigo mío. ¡De prisa! -le urgió Yael-. Vienen ya los AntiEspecie y quisiera saber que ella está bien lejos de aquí, de ellos, antes de morir. También Iskander podía ver ya a los ComeAlmas -los caballos tiempo ha abandonados- que avanzaban a paso ligero hilera tras hilera por la tundra, Ghoul al frente y los cerberos corrían ansiosamente a la vanguardia, olfateaban que estaban acercándose a la presa. Los dos hombres se miraron largamente a los ojos; luego, sabiendo que no había nada más que decir o hacer, Iskander se dio la vuelta y de un salto salvó la brecha de aguas agitadas que se iba ensanchando rápidamente. Cayó sobre el témpano y luchó por mantener el equilibrio mientras el iceberg se movía violentamente por tercera vez. Yael inmediatamente les arrojó todo lo que les había quedado de la expedición, aunque ya los tres estaban alejándose raudamente más allá de su alcance. No guardó nada para él. Para lo que tenía que hacer, le bastaba y sobraba su poderosa hacha de combate. La última vez que Rhiannon le vio en su vida, él estaba gritando estentóreamente: -iUig-biorn, märz ana! ¡Osos de guerra, marchemos ya! -el grito de combate de los valerosos gigantes, de los mil fornidos guerreros que habían muerto hasta el último hombre, en las Planicies Strathmore, mientras, meneando su colosal hacha de combate, iba corriendo como un loco a enfrentar la feroz carga de los AntiEspecie. No le vencerían fácilmente, Rhiannon lo sabía. Sin embargo, durante un momento, sintió el deseo ferviente de arrojarse al mar, de correr a su lado. Pero sería inútil. Ni siquiera les serviría la Espada de Ishtar en esos momentos, porque si se usaba para abatir a los ComeAlmas, seguramente también aniquilaría a Yael. Rhiannon no podía soportar la idea de desperdiciar cualquier oportunidad, por remota que fuera, de que él pudiera llegar a sobrevivir, de algún modo, como fuera, del terrible ataque que le arrancó de su lado, para que Iskander, Anuk y ella misma pudieran salvarse. Después de un momento, lentamente, Rhiannon se puso de pie. De repente se le ocurrió que, después de todo, había algo que ella sí podía hacer, debía hacer, por Yael. En voz fuerte y clara, para que él la oyera a pesar del fragor del combate, empezó a cantar y las palabras no salían de su memoria sino de su corazón. Cantó la historia de la misión en busca del corazón de la Oscuridad y del héroe Yael, que se había mantenido firme a pesar de haber luchado contra fuerzas abrumadoras, en el nombre de la Luz. Rhiannon nunca había amado tanto a Iskander como le amó en ese momento, cuando, comprendiendo lo que ella hacía, se arrodilló y, ahuecando sus manos delante de ella, hizo que brotara en ellas el fuego de llamas azules de los druswidas para que pudiera haber un fuego sagrado para Yael. Las lunas y las estrellas de Tintagel brillaron con nuevos destellos en el negro cielo nocturno, donde las Luces de Arcolunar lucían el color del aura que Iskander y Rhiannon habían creado juntos al amarse plenamente; y ahora, ese amor, también, fluía dentro de ella, desbordándola. Tan dulces como las lágrimas que al rodar por sus mejillas eran cuentas de hielo, su voz reverberó en el viento. Mientras tanto, el témpano siguió su avance inexorable por el mar oscuro y helado, un mar sin fin. LA ESTRELLA OSCURA Las Luces Arcolunar 29 El Mar de las Nubes, 7276.5.34 Nunca he sabido a ciencia cierta si Yael vive o ha muerto. Me gusta pensar que ha sobrevivido, aunque en lo más profundo de mi corazón siento que se ha ido a través de las Puertas hacia la Luz Etema, a reunirse con aquellos valientes y arrojados boreales de las Planicies Strathmore. Por la noche, levanto los ojos al cielo donde brillan las estrellas y las Luces Arcolunar, y me hago la ilusión de que está allí, en alguna parte, entre ellas, velando por mí, como siempre hizo desde que yo era una niña. No sé adónde voy, adónde me llevan el témpano y el mar, si a Persephone, el casquete polar, corno nosotros tres esperamos y rogamos que así sea, o a una tumba en el fondo del mar. Sólo sé que Iskander, mi amado, está a mi lado y que, dondequiera que nos lleve nuestro destino, vamos juntos. Con eso me basta. Ahora. No pido ni necesito más. -Así está escritoen Los Diarios Íntimos de Lady Rhiannon sin Lothian