Direttore, forgiatore1 - Universidad Central de Venezuela

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Direttore, forgiatore1
Edgardo Malaver Lárez
Hace más de 500 años, Erasmo de Rotterdam insinuó que no había
nada más terrible que hablar delante de gramáticos. Hoy quizá diría
lingüistas. “No hay nada que les resulte más placentero”, escribió en su
Elogio de la locura, “que cuando ellos mismos, en una especie de ley de
Talión, se alaban y admiran entre sí y se rascan mutuamente. Pero si
alguno de ellos se equivoca en una mínima palabra y otro, con más
vista, tiene la suerte de cazársela, por Hércules, ¡qué tragedias!, ¡qué
polémicas, qué furibundos insultos, qué invectivas...! Que tenga a todos
los gramáticos enojados conmigo, si en algo miento”.
A juzgar por la voz que lo dice, estoy entrando en un laberinto. Sin embargo, es lo que se me
ha encargado hacer: comentar sobre los profesores de la Escuela de Idiomas Modernos que la
han dirigido, y por ende la han forjado, en los últimos 38 años, algunos de los cuales, por
añadidura, han sido mis maestros en este oficio de escudriñar entre las “mínimas palabras”.
He observado siempre –a medida que pasan los años, con menos frecuencia, pero aún con
la misma intensidad y casi siempre– en silencio que los recuerdos de mis compañeros de
universidad parecen estar teñidos de colores más bien diferentes del color de los míos. Las
palabras son distantes, las interjecciones son rígidas, las entonaciones son más bien espinosas.
Creo por esto que no abundan entre mis compañeros los que tengan tan buenos recuerdos como
tengo yo. Pasa también así con muchos profesores. Y por eso cuando los oigo contar sus
experiencias, pienso que, aunque también sufrí momentos que quisiera olvidar, por alguno de
esos premios que a veces caen del cielo, a mí deben haberme tocado los buenos momentos, los
buenos profesores, los mejores amigos. Por lo menos parece que cuando yo tuve que tratar con
ellos, normalmente habían dormido bien, habían recibido un beso antes de salir de casa o no
habían encontrado demasiado tráfico de camino a clases.
Entonces, no ha sido sencillo escribir esto porque, metafóricamente, sentía muchas miradas
por encima de mis hombros, imaginaba muecas que me detenían, olía silencios que me
suspendían; pero he contrarrestado estos peligros haciendo lo que aprendí en la Escuela de
Idiomas: escribir lo que siento.
Comencemos... Ojalá no se pongan demasiado celosos mis otros profesores.
Jean Catrysse
El profesor Jean Catrysse nació, estudió y ahora vive en Bélgica, pero existe en
Venezuela un pequeño rincón donde su nombre otea silencioso sobre las ideas que año
1 Este artículo apareció originalmente en el número II de la serie Eventos, 30 años después... (septiembre del 2005).
a año van convirtiendo a un puñado de mentes adolescentes en serios profesionales de
las lenguas.
En la antigua sede de la Escuela de Idiomas Modernos de la Universidad Central de
Venezuela, en San Bernardino, era éste el primer letrero que leíamos todos los que entrábamos
por el “estacionamiento”. Era como una bienvenida cifrada que desde el principio, en la puerta, ya
anunciaba el misterio de un idioma extranjero.
Catrysse se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad Libre de Bruselas en 1946. Su
especialidad fue la filosofía clásica. Cinco años después alcanzó el título de doctor en la misma
universidad y ganó el concurso para convertirse en premier en su especialidad.
Su trabajo en los años siguientes le granjeó distinciones como el Premio Abraham Ava
Silbermann, que otorga el gobierno belga; el nombramiento como Caballero de la Orden de
Palmas Académicas, que confiere el Ministerio de Educación Nacional de la República Francesa,
y, ya en Venezuela, la prestigiosa Orden José María Vargas de la Universidad Central de
Venezuela.
En 1953, ya Catrysse era ayudante de la cátedra de Francés de la Facultad de Filosofía y
Letras de la UCV. Luego, en 1956, fue profesor de la Escuela de Estudios Internacionales de la
Facultad de Economía y, en 1972, fue el primer docente en dirigir la Escuela de Idiomas
Modernos, antes incluso de que ésta comenzara a atender estudiantes.
Ahora, jubilado, se dedica a dictar foros, seminarios y charlas en muchos lugares del mundo
que combinan las que parecen ser los amores de su vida: las letras y la filosofía, y en los cuales
honrosamente se le presenta como “profesor honorario de la Escuela de Idiomas Modernos de la
Universidad Central de Venezuela”.
Treinta y ocho años después de los primeros, los estudiantes de la actual Escuela de
Idiomas, ahora en la Ciudad Universitaria, siguen recordando el nombre de Catrysse cada vez que
entran en la nueva biblioteca, bautizada desde hace años en su honor, pequeño detalle que
apenas insinúa la relevancia que debe haber tenido su trabajo en la gestación y alumbramiento de
la institución.
Adriana Calderón de Bolívar
Cuando la reconocida profesora Adriana Bolívar obtuvo su licenciatura en Inglés
en la Universidad de Chile, en 1963, y la Embajada Británica le confirió el premio anual
al mejor estudiante de literatura inglesa de aquel año, quizá parecía poco probable que
fuera a ser en Venezuela donde haría carrera y que su presencia aquí llegaría a ser tan
provechosa para tantos.
A los que en algún momento hemos estado sentados frente a ella en un salón de clases nos
toca admitir que pocas otras experiencias han nutrido tanto nuestra visión de la lengua como
sistema, como objeto de estudio, como fenómeno observable y explicable por principios
científicos. Los que pretenciosamente creemos ver la lengua con ojos “artísticos”, disfrutarla con
corazón “humano”, utilizarla con destreza “profesional”, también hemos descubierto caminos
nuevos gracias al disciplinado ánimo científico de las clases de Adriana Bolívar.
En los primeros años 90, la profesora Bolívar nos encomendó a un grupo de estudiantes de
Estilística Comparada del Inglés una investigación que había que dividir en varias partes. Para
resumir, mi equipo tenía que analizar sintácticamente todas las oraciones de cierto texto y luego
traducirlo al español y hacer lo mismo con el nuevo texto. Luego había que examinar algunas
características como el uso de las voces pasiva y activa en ambas versiones. Cuando
presentamos nuestros resultados al resto de la clase y dijimos: “Nos sorprendió encontrar un uso
mucho más abundante de la voz pasiva en español que en inglés”, Bolívar levantó la voz y nos
lanzó una sentencia que siempre recuerdo y cito cada vez que hace falta en situaciones parecidas:
“¡Otro mito que se cae! No deberíamos aceptar que nos dijeran esto o aquello de esta o aquella
lengua sin que nos mostraran los datos que lo demuestran”.
Luego de este episodio he confirmado en varias ocasiones que en traducción, por lo menos,
es útil de vez en cuando tener los ojos abiertos frente a ciertas ideas, reglas, prohibiciones –
“mitos”, diría Bolívar– que siempre se han dado por sentados pero que en realidad no se pueden
demostrar con hechos –o por lo menos nadie lo ha hecho nunca. En otras palabras, la objetividad
también es buena y también es útil. Seguramente muchos pensarán que esta afirmación es un
conocimiento más bien sencillo y que tarde o temprano habría terminado aprendiéndolo. Yo
agradezco a la suerte que Adriana Bolívar me lo haya enseñado antes de que lo necesitara.
La profesora Bolívar ha combinado su brillante labor docente con una intensa actividad
investigativa, cuyos argumentos pueden leerse en numerosos artículos, seminarios, foros y en
libros sobre su especialidad, el análisis del discurso, escritos con figuras de prestigio internacional
como el mismísimo Teun van Dijk.
Bolívar estudió una maestría en Lingüística Aplicada en la Universidad de Londres en 1971.
Cinco años más tarde, se convirtió en la segunda directora de la Escuela de Idiomas Modernos,
cargo que desempeñó hasta 1978. En 1986, se doctoró en la Universidad de Birmingham con una
tesis sobre el análisis del discurso de editoriales de varios periódicos. En 1994 recibió la Orden
José María Vargas en su segunda clase y en el 2002, en su primera clase. En el año 2000, recibió
el British Academy Award, solo uno de los últimos que se le han otorgado a lo largo de su
prolongada carrera.
Lucía Veronesi de López
Lucía Veronesi de López fue doctora en Letras Italianas. Se graduó en 1954 en la
Universidad de Boloña. Tres años más tarde recibió el diploma de habilitación para la
enseñanza de las lenguas y literaturas italiana y latina. Estando todavía en Italia,
también fue asistente voluntaria del Instituto de Arqueología de la Universidad de
Boloña.
En Venezuela, enseñó italiano y latín en instituciones de educación secundaria entre 1954 y
1962. En 1964, comenzó a hacerlo en el Instituto Italiano de Cultura y en la Escuela de
Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, cuya biblioteca alberga más de uno
de sus libros de enseñanza (Manuale d’Italiano, de 1975, escrito junto con Simonetta Ajò, y
L’Italiano fondamentale, por ejemplo).
En 1978, era jefa del Departamento de Idiomas de la Facultad de Humanidades cuando el
entonces decano Rafael Di Prisco la eligió para ser la tercera directora de la Escuela de Idiomas.
Veronesi ostenta “récord” de haber sido, al final de su gestión en 1984, la primera en ocupar
esta posición durante dos períodos consecutivos a pesar de ser también la única que no procedía
del personal docente de la institución.
Además, estuvo al frente en los momentos en que la Escuela arribaba a su quinto y décimo
aniversarios y, por ende, en 1980 acompañó en el Aula Magna a los primeros estudiantes de la
universidad —y de Venezuela— que alcanzaron el título de licenciados en Idiomas Modernos.
Promovió por mucho tiempo la discusión del pensum que se aprobó años más tarde con
Michele Castelli.
Murió en Caracas en abril del 2009.
Rosario Alonso de De León
Rosario De León estaba en su último año como directora de la Escuela de Idiomas
cuando yo entré en la universidad. Fue una de las primeras dos o tres personas con las
que hablé la primera vez que estuve en la Escuela de San Bernardino. Yo estaba
inscribiéndome para el primer semestre y “declarando” los idiomas que quería estudiar y
ella estaba presente y, según recuerdo, muy silenciosa, en la puerta de su oficina que
daba a la secretaría. Yo no tenía idea de quién podía ser aquella señora, pero cuando
terminé de entregar mis documentos, me preguntó sonriente:
—¿Ya se inscribió?
—Sí —dije yo.
—¿En qué idiomas?
—En inglés y francés.
—Caramba, qué original.
Me sorprendió que me tratara de usted, siendo yo aún lo que, a pesar de mi tamaño, podía
llamarse un niño. Luego descubrí que no sólo era la directora de la Escuela sino que además
trataba de usted a todo el mundo.
Unos semestres después, queriendo ver con mis propios ojos y oír con mis propios oídos lo
que algunos de mis compañeros decían sobre la densidad de sus clases, me metí de polizón en
una de ellas. Y salí asombrado de aquel salón. En pocos minutos, el pizarrón se había convertido
en una mesa de laboratorio en la que quedaron al aire, cristalinamente inteligibles para todos –por
lo menos para mí– todos los nervios, cartílagos, músculos, órganos y demás tejidos, blandos y
duros, que abrigaba la piel de letras del texto que discutían aquel día, que en emocionados
términos describía una corrida de toros. Lo que a simple vista era sólo un par de inocentes
párrafos, a lo sumo de una página de longitud, de repente se había transformado ante nuestra
vista en una radiografía que nos revelaba una telaraña de sutiles relaciones entre los significados,
que hasta entonces solo nos había escondido nuestra superficialidad –por lo menos la mía.
Aparte de esto, casi no he tenido más contacto con la archiconocida Madame De León, pero
cuando nos hemos saludado siempre ha sido muy cortésmente.
La profesora De León se licenció en Letras en 1962, con certificado de francés superior. En
1969 obtuvo el diploma para la enseñanza del francés en Saint Cloud, Francia, y en 1973, la
Orden 27 de Julio del Ministerio de Educación Nacional de aquel país.
Ha sido jefa del Departamento de Estudios Generales en dos oportunidades: entre 1979 y
1984 y entre 1999 y el 2001. En 1982, obtuvo el doctorado en Literatura Francesa del siglo XVIII.
Entre 1984 y 1987, fue la cuarta directora de la Escuela de Idiomas Modernos. En ese período se
fundó la revista Núcleo, que desde entonces difunde las investigaciones de profesores y
estudiantes en los idiomas que ofrece la EIM.
Además, en 1991, fue distinguida con la Orden José María Vargas de la Universidad Central
de Venezuela. De León también es conocida por sus traducciones, artículos e investigaciones
sobre la literatura caribeña en lengua francesa.
En el año 2004, dirige la Maestría en Literatura Comparada de la Facultad de Humanidades y
Educación, que ella misma ha fundado. Actualmente vive fuera de Venezuela.
Cleydes Guerra
Cleydes Guerra también llegó a la Escuela de Idiomas Modernos antes de que
ésta comenzara a funcionar formalmente como escuela universitaria. En 1972, Guerra
acababa de finalizar una maestría en enseñanza del inglés como lengua extranjera en
la Universidad de Leeds, Inglaterra, lo que la preparaba magníficamente para
convertirse en profesora de la naciente institución. Siete años antes, había terminado
con éxito su licenciatura en la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV, pero su
carrera pronto pareció inclinarse más bien hacia el estudio de la lengua, particularmente
de la inglesa, y su enseñanza.
Como evidencia de este giro, en 1979 obtuvo el diploma en metodología de la enseñanza del
inglés en el Instituto Pedagógico de Caracas y se inscribió en otra maestría, esta vez sobre
lingüística hispánica y en el Instituto de Filología Andrés Bello de la UCV.
Antes de ser profesora de la EIM, también había incursionado en la traducción: entre 1969 y
1971, había sido traductora de la Embajada de la República Árabe Unida en Venezuela. En 1985,
volvió a vestir la toga y el birrete, y nuevamente en Inglaterra, para ir a recoger su título de doctora
en Lingüística en la Universidad de Sussex.
Al regresar a Venezuela, fue nombrada jefa del Departamento de Estudios Generales de la
Escuela de Idiomas y, después, directora. Era la cabeza visible de la institución en 1989, cuando
ésta llegó a sus 15 años. Ese año, también se realizaron con éxito las I Jornadas de Investigación
de la Escuela de Idiomas.
En 1990 entregó la dirección a Michele Castelli. Actualmente es profesora de inglés en la
Universidad Simón Bolívar.
Michelle Castelli
El profesor Michele Castelli comparte con muchos de sus antiguos estudiantes
uno de los títulos que probablemente cuelga de una de las paredes de su casa. Es
licenciado en Idiomas Modernos, aunque en su caso el título está escrito en italiano y
firmado por las autoridades de la Universidad de Estudios de Bari.
En esa misma universidad estudió también semiótica y estilística comparada en 1977. Luego,
en 1979, hizo un curso de fonética experimental en la Universidad de Zagreb, Yugoslavia.
Hace casi 40 años, Castelli ya era profesor de la Escuela de Comunicación Social de la
Universidad Central. Se hizo cargo de una materia llamada Italiano Instrumental entre 1973 y
1976, época en la que comenzó a andar la Escuela de Idiomas Modernos.
Castelli fue el sexto director de la Escuela, pero fue el segundo en dirigirla durante dos
períodos consecutivos, de 1990 a 1996. Como yo no estudiaba italiano, no recuerdo haberme
sentido tentado a escabullirme en alguna de sus clases, como lo hice con otros cuantos
profesores. Sin embargo, sí recuerdo su cuidado manejo de la lengua española, en la que de vez
en cuando decía alguna palabra que yo no conocía.
Fue durante la era Castelli cuando la Escuela vivió aquel revuelo extraordinario que significó
la apertura de un curso electivo de portugués. Todo el mundo se emocionó. Yo, arrastrado por el
entusiasmo de algunos de mis compañeros, también me inscribí en la nueva materia. El primer día
de clases, al entrar yo en el aula 10, mi mirada cayó, como si la hubieran halado con un lazo,
sobre la académica figura de Castelli, rodeado de otros profesores y sentado en la mesa más
cercana a la ventana del fondo, lo que en San Bernardino era equivalente a sentarse en primera
fila.
Descubrí en aquella clase que, a pesar de todos los estímulos, yo no quería aprender a
hablar portugués. Sin embargo, como pensé en el momento en que entré en el salón, algo muy
bueno debía haber en aquel curso que hasta el director de la Escuela se había inscrito en él.
Hoy, el Departamento de Portugués ha celebrado su décimo quinto aniversario. Parece
haber tenido éxito y sin duda ese éxito está emparentado con el profesor Castelli: él firmó un
convenio con el Instituto Camoes para el funcionamiento del departamento con profesores y
conferencistas invitados, además de la instauración de la Cátedra Pessoa, cuyo funcionamiento
integra las escuelas de Idiomas y de Letras y el Instituto de Filología Andrés Bello. Bajo ese
convenio, en el 2004, se inició el Centro de Estudios de Lengua y Cultura Portuguesas, coordinado
en ese momento por Digna Tovar, integrante de la primera cohorte de estudiantes del
Departamento de Portugués.
Pero también recuerdo, naturalmente con un cariño más íntimo, que en aquellos días, un
grupo de estudiantes, de la mano de Yajaira Arcas, parimos, alimentamos, mimamos y, con el
apoyo generoso de Castelli —la puerta de cuya oficina siempre estaba abierta—, echamos al
mundo aquel primer engendro de poesía que fue la revista Exilio, sin la cual ninguno de nosotros
sería lo que es hoy.
Castelli ha sido distinguido con la orden Francisco de Miranda en su tercera clase, que
otorgaba la Presidencia de la República de Venezuela, y con la medalla de Caballero de la Orden
del Mérito de la República Italiana (en 1980).
Entre sus publicaciones, destaca el libro Curso de Fonética del Español de Venezuela, que
escribió junto con Esteban Monsonyi en 1986; el libro (autobiográfico) Cuentos de mi vida (2003) y
su columna semanal en el diario ítalo-venezolano La Voce d’Italia. Y, aunque no haya ocurrido
durante su período como director, uno de sus mayores aportes a la Escuela de Idiomas fue la
fundación de la revista Núcleo, en 1985.
Actualmente dirige el Instituto Américo Vespucio.
Stefania Ajò
Stefania Ajò también está en ese grupo de profesores de la Escuela de Idiomas
Modernos que he tenido la suerte –la buena suerte, se entiende– de tratar
amistosamente a pesar de no haber estado nunca entre sus estudiantes. Y
curiosamente nuestro “acercamiento” se inició después de que yo había terminado mis
estudios formales e incluso después de que ella fue directora.
Su cotidiana insistencia acerca de la importancia que tiene para cualquier estudiante terminar
el trabajo de grado fue sin duda un estímulo para que yo finalmente terminara el mío.
Pero la profesora Ajò reúne mayores méritos académicos y profesionales. Siendo directora
de la Escuela de Idiomas, entre 1996 y 1999, fue ella quien protagonizó el ansiado traslado de la
Escuela de Idiomas al campus universitario. Luchó en la Facultad de Humanidades para obtener la
“sede” en la que hoy funciona la Escuela, aunque aún no se pueda señalar ésta en un solo punto
del mapa de la universidad. Muchos, incluso entre los egresados, le agradecemos ese cambio,
que acercó a todos –especialmente a los estudiantes– a servicios tan básicos como las bibliotecas
que ofrece la UCV. La mudanza fue –no se puede decir lo contrario– un justo regalo para la
Escuela en la celebración de su vigésimo quinto aniversario.
Su interés por las condiciones de trabajo del personal docente le ha ganado el aprecio de no
pocos profesores de la generación siguiente a la suya. Además, su administración imprimió nueva
vida a un programa de cursos de idiomas que había nacido en la época de la profesora Veronesi y
que ahora es uno de los más exitosos de la Escuela.
Aun después de jubilada, mantiene su cercana relación con la Escuela, pues sigue
atendiendo a estudiantes que redactan sus trabajos de grado.
Ajò se había graduado de licenciada en Letras en la Universidad Central de Venezuela en
1967. Luego también estudió y trabajó en el Instituto Italiano de Cultura y otras instituciones. En el
Instituto de Filología Andrés Bello de la UCV, realizó un seminario de lexicología general y
lexicografía hispanoamericana.
Entre 1968 y 1969, publicó traducciones de diversos autores en el diario La Voce d’Italia, de
Caracas.
Frances Domínguez de Erlich
En 1999, la profesora Franca Erlich fue la primera directora en toda la historia de
la Escuela de Idiomas en ser elegida por “votación popular” de la comunidad docente y
estudiantil, una práctica inaugurada por el entonces decano Benjamín Sánchez Mujica.
Estuvo al frente de la Escuela hasta el año 2002.
La profesora Erlich estudió Lengua y Literatura Francesas en la Universidad Estatal de
Nueva York, donde se graduó en 1970. En 1982, obtuvo el título de magíster en Lingüística en la
Universidad Central de Venezuela y, en 1997, el de doctora en Literatura Francesa
Contemporánea, nuevamente en Nueva York. También en la UCV, ha estudiado lexicografía y
análisis del discurso.
En la Escuela de Idiomas, enseñó francés desde 1975 y entre 1984 y 1986 fue jefa de esa
cátedra. Al año siguiente se convirtió en jefa de la Unidad de Investigación.
Erlich fue también, junto con la profesora Adriana Bolívar, creadora de la Maestría y el
Doctorado en Análisis de Discurso de la Facultad de Humanidades y Educación. Ahora, coordina
la maestría, mientras Bolívar se encarga del doctorado. También se le debe la vinculación
existente en el presente entre la Escuela y estos estudios de postgrado.
Aparte de sus reconocidos méritos académicos, su carrera como investigadora está recogida
en artículos, ponencias y otros trabajos publicados en varias revistas. Una de sus publicaciones
más reconocidas y citadas es el libro La interacción polémica: estudio de las estrategias de
oposición en francés, de 1993.
Como en otros casos, tampoco puedo contar cómo que fue el período en que la profesora
Erlich ocupó la dirección de la Escuela porque no lo presencié, pero sí estuve, años antes, en un
grupo de estudiantes para el cual Franca Erlich fue una de las primeras influencias serias en
nuestro aprendizaje de la lengua francesa y, luego, en el estudio de su morfología y sintaxis. Su
comportamiento impecablemente académico en clase y su atención a nuestras necesidades de
aprendizaje fuera de ella fueron también un ejemplo para los que luego, alguna vez, hemos
intentado enseñar algo a otros.
Apoyó mucho la investigación durante su gestión y, de hecho, uno de sus logros fue la
realización, después de varios años de pausa, de las II Jornadas de Investigación de la EIM. Otro
hito en la administración Erlich fue la visita de la traductóloga alemana Christiane Nord, cuyo
enfoque funcionalista es actualmente el predominante en el programa de enseñanza de la
traducción de la Escuela.
Con la profesora Erlich, la Escuela de Idiomas Modernos entró sin tropiezos en el largamente
esperado siglo XXI.
Irma Brito
La profesora Irma Brito estudió en la Escuela de Educación de la Universidad
Central de Venezuela y se graduó en 1972. En 1979, ya era coordinadora académica
de la Escuela de Idiomas. En el año 2002 se convirtió en su novena directora. Brito
condujo la Escuela con palpable acierto a sus 30 años, y la celebración de esta fecha
se ha prolongado no sólo en el tiempo sino además en múltiples manifestaciones de
progreso y crecimiento.
Por ejemplo, la Biblioteca Jean Catrysse, que antes describí como “un pequeño rincón”, es
ahora, gracias al trabajo de la profesora Brito y su equipo, una estación más de esa inmensa
encrucijada que es Internet, donde profesores y estudiantes no sólo tienen acceso libre a
cantidades vastísimas de información, sino que además disfrutan de ventajas que hace 30 años,
incluso hace 20, ni siquiera era posible soñar.
Brito forjó una amistad muy productiva entre la Escuela de Idiomas y la representación de la
Unión Europea en Caracas. Esta amistad, que ambas partes solían llamar más bien “sociedad”,
creció tanto que la EIM llegó a darse el lujo, en dos ocasiones, de ofrecer presentaciones sobre los
idiomas de la recién ampliada Unión Europea, cuyos facilitadores eran embajadores, agregados
culturales y funcionarios de las embajadas de esos países. Además, durante un período, gracias al
apoyo del tercer secretario de la Embajada de Polonia, Pawel Wosny, una profesora polaca dicta
un curso electivo de polaco. Esta relación, además, se manifestó en forma de eventos culturales
que atraían la atención de buena parte de la universidad.
Brito ha continuado con renovado empeño los cursos de idiomas con la Unidad de Extensión
que años antes, a instancias de la propia Brito, había rescatado la profesora Ajò, sumándole en
ocasiones otras actividades como talleres de música, teatro y baile –que, mientras existieron, se
ganaron su puesto en la Escuela, gracias a las exigencias de continuación que hacían los
participantes.
Durante su gestión se iniciaron también, gracias a la diligencia de la profesora Luisa Teresa
Arenas, coordinadora de la Unidad de Extensión, los concursos de poesía y narrativa, de
traducción y de cartas de amor y de amistad, cuyos resultados se han publicado ya –y siguen
publicándose– en la serie Eventos, otro de los grandes logros de este período.
La profesora Brito se graduó de magíster en Lingüística Aplicada y cursó el doctorado en
Lingüística Computacional en la Universidad de Georgetown. Entre 1990 y el 2002, fue
coordinadora académica, jefa de la Unidad de Investigación, coordinadora de la Unidad de
Extensión y jefa del Departamento de Inglés de la Escuela de Idiomas, además de coordinadora
del Programa de Idiomas de la Facultad de Humanidades y Educación.
Ha publicado libros para la enseñanza del español como lengua extranjera (escritos con
Yajaira Arcas) y cursos de inglés como lengua extranjera para niños en edad escolar (editado por
Santillana). Otro de sus grandes logros es la creación de la Semana del Traductor y del Intérprete
y la Semana del Licenciado en Idiomas, eventos internacionales que este año arriban a su novena
edición.
Irma Brito tampoco ha sido mi profesora, pero sí disfruté del talante abierto que demostró
durante su administración. Volver a la Escuela no significó para mí tener la sensación del
emigrante que vuelve a su pueblo y descubre que ya no pertenece al lugar del que salió años
antes, como no pertenece al otro. Lo que sentí fue que recorría una etapa nueva de mi relación
con la Escuela, y eso, para un antiguo estudiante que también venía de otro pueblo, equivale una
cédula de residencia.
Para el momento en que terminaba estas notas en el año 2005, Brito estaba siendo elegida
por estudiantes y profesores para dirigir la Escuela de Idiomas durante el período 2005-2008. Es la
tercera que logra un segundo período en la dirección y la primera que lo obtiene por votación.
Lucius Daniel
El décimo director de la Escuela de Idiomas tampoco ha sido mi profesor —somos
aproximadamente de la misma edad—. Sin embargo, he tenido la oportunidad de
invitarlo a alguna de mis clases, y me he sentido satisfecho de comprobar lo que sus
amigos y muchos de sus alumnos dicen de él: que conoce como si fuera su propia casa
la disciplina a la que se ha dedicado desde que, en 1991, egresó del Instituto
Pedagógico de Caracas: la didáctica de las lenguas extranjeras, especialmente de la
suya: el inglés.
Lucius Daniel obtuvo en el 2003 la Maestría en Inglés como Lengua Extranjera de la Facultad
de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela y actualmente está a cargo
de la asignatura Diseño Instruccional de ese programa de postgrado. Ha sido profesor en la
Escuela de Idiomas Modernos de la Universidad Metropolitana y, desde junio del 2006, miembro
honorario de la asociación de profesores de inglés VenTESOL. También ha recibido
reconocimientos por su asesoría sobre la carrera de idiomas modernos en varias universidades
venezolanas.
El profesor Daniel ha estado al frente de la EIM durante varios episodios de revuelo en los
que estudiantes y profesores exigen una nueva sede para la Escuela. Su “lema”, “La Escuela de
Idiomas, sin sede, pero siempre presente” ha sido secundado y adoptado por muchos que no
olvidan la más antigua de las deficiencias de la institución.
Después de ser electo para el período en el 2008, Daniel ha conducido a la EIM hasta la IX
Semana del Traductor y del Intérprete y la IX del Licenciado en Idiomas Modernos, tradición que
heredó de Brito y que se ha fortalecido gracias al apoyo de él.
Desde su época de coordinador académico, se ha caracterizado por un amplio conocimiento
y estricto apego a las normas de la universidad, que parece haberle dado buenos resultados.
***
Al final, se termina siendo injusto con todos. No es posible, considerando el espacio del que
disponemos en Eventos recorrer las actuaciones de todos los directores. Además, no todo puede
ser anecdótico y no todo puede averiguarse de manera sencilla —tiene que ser obvio, por ejemplo,
que nunca conocí a Catrysse ni a Veronesi—. Tampoco es sencillo contar una historia como esta,
que parece tender a evolucionar antojadizamente.
Catrysse, Bolívar, Veronesi, De León, Guerra, Castelli, Ajò, Erlich, Brito, Daniel. Un nativo del
francés, tres del italiano, cinco del español, uno del inglés; dos profesores de francés, tres del
italiano, una del español, cuatro del inglés; siete mujeres, tres hombres; dos de origen venezolano,
ocho de origen extranjero han dirigido la Escuela de Idiomas Modernos en casi 40 años; hasta el
momento, ninguno graduado de las aulas de la propia escuela. Ya llegará el momento. Quizá ese
día pueda afirmarse con propiedad que la escuela ha comenzado a transitar la madurez. Es ese
otro proceso que habría que contar. Quizá algún día alguien más atrevido se anime a vencer el
“arquetipo” de Erasmo y lo cuente todo.
Este trabajo contó con la documentación realizada por Chayrem Chirino en el archivo de la Facultad de Humanidades y
Educación y la información facilitada por la profesora Luisa Teresa Arenas.
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