PAU Historia 2010 modelo Comunidad de Madrid

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Historia de España
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COMUNIDAD DE MADRID
MODELO CURSO 2009-2010
SOLUCIÓN DE LA PRUEBA DE ACCESO
AUTORA:
Marta Monje Molina
Opción A
Cuestiones
 Los primeros homínidos llegaron a Europa y, por lo tanto, a la Península Ibérica, desde África. En España se
encuentran los restos fósiles más antiguos (800 000
años) encontrados hasta la fecha en Atapuerca (Burgos);
fueron hallados en 1994 en el yacimiento denominado
Gran Dolina (nivel 6). Según las conclusiones de los
investigadores, estos fósiles pertenecerían al Homo antecessor (posible antepasado tanto de los neandertales
como del homo sapiens sapiens, que a su vez procedía
de África). También se han encontrado abundantes fósiles humanos en otros yacimientos de Atapuerca con
una antigüedad de 300 000 años, concretamente en la
Sima de los Huesos. Al Homo antecessor le siguieron dos
especies o subespecies, que al parecer convivieron cierto tiempo: el hombre de Neandertal (que apareció en
Europa hace unos 230 000 años) y el Homo sapiens
sapiens, el Homo actual, que se cree llegó a la Península
Ibérica hacia el 40 000 a. C. La llegada del ser humano a
las Islas Baleares y Canarias se produjo en fecha posterior, hacia el III y el I milenio a. C., respectivamente.
 A partir de la invasión musulmana del año 711, gran parte de la Hispania visigoda fue sometida a la influencia
del islam. La conquista del reino visigodo fue un proceso
relativamente breve (711-715), ya que las tropas islámicas no pretendían ocupar todo el territorio, sino controlar solo los puntos clave estableciendo guarniciones
militares. Los conquistadores denominaron al-Ándalus a
las tierras conquistadas, que durante los cuarenta años
siguientes constituyeron una provincia del vasto imperio islámico. En 756 al-Ándalus se convirtió en un emirato independiente y tras la proclamación del califato en
929, el poder islámico en España alcanzó su momento
de mayor esplendor. El desarrollo político de estas tres
fases en que se dividieron los primeros siglos de dominación musulmana en la Península Ibérica fue el siguiente:
쐌 Emirato dependiente (711-756). El poder político en
al-Ándalus fue asumido por un valí dependiente del
califato de Damasco, a menudo elegido desde Kairuán (en el actual Túnez). Para someter las áreas conquistadas, los califas ordenaron el territorio en coras.
Impusieron tributos a la población, repartieron las tierras entre sus guerreros y nombraron gobernadores
árabes. Establecieron la capital en Córdoba para controlar el valle del Guadalquivir. Crearon tres áreas en
las fronteras del territorio conquistado, en torno a
Mérida, Toledo y Zaragoza, que se denominaron marcas (en árabe tagr) Inferior, Media y Superior, respectivamente. Apenas prestaron atención a las tierras de la
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Meseta septentrional ni a los pueblos montañeses del
norte y los Pirineos, rebeldes y poco romanizados.
쐌 Emirato independiente (756-929). La mayoría de los
omeyas fueron asesinados en una guerra civil; el clan
abasí ocupó el califato y trasladó su capital a Bagdad
(Irak). Un superviviente omeya, Abd al-Rahman I (734788), se trasladó a al-Ándalus y se proclamó emir
(príncipe) independiente del califato de Bagdad (756).
Abd al-Rahman I convirtió su poder personal en una
dinastía, pues designó heredero en vida a un hijo
suyo, estableciendo así un sistema sucesorio que se
mantuvo durante los dos siglos siguientes. A partir
del año 879, sin embargo, fue evidente la crisis en el
emirato cordobés pues se produjeron numerosas
revueltas locales y reivindicaciones continuas de independencia (como la de Umar ibn Hafsun en Andalucía). Para hacerles frente, los emires se rodearon de un
ejército personal de mercenarios, generalmente esclavos liberados (eslavos en su mayoría). Consiguieron
prestigio y recursos económicos a través de las aceifas, campañas de saqueo en las tierras cristianas del
norte.
쐌 Califato de Córdoba (929-1031). El emir Abd al-Rahman III se proclamó califa en Córdoba (929), convirtiéndose en el líder político y religioso de todos los
musulmanes. Restauró la unidad del Estado islámico y
estableció la hegemonía de al-Ándalus sobre toda la
Península Ibérica, pues los reinos cristianos del norte
se convirtieron en tributarios y vasallos suyos a cambio de no sufrir las temibles aceifas. A nivel internacional intentó que la cultura andalusí liderara el mundo árabe e islámico promoviendo el renacimiento
artístico e intelectual en Córdoba y Madinat al-Zahra
(Medina Azahara), una ciudad-palacio construida desde el año 936 en las afueras de Córdoba y continuada
por su hijo y sucesor Al-Hakam II (961-976). Tras la
muerte de Al-Hakam II, los califas de Córdoba se mantuvieron en el poder de forma simbólica. Aprovechando la minoría de edad del nuevo califa, Hisham II, el
gobierno efectivo pasó a manos del hayib o valido
andalusí, Muhammad ibn Abi Amir, llamado Al-Mansur o Almanzor (el Victorioso). Él y sus dos hijos, que le
sucedieron en el poder, son conocidos como los amiríes y fueron los auténticos gobernantes del califato
cordobés entre los años 976 y 1009. Almanzor controló la Administración y el Ejército, imponiendo una
dictadura militar, organizando la defensa de la ortodoxia religiosa y realizando expediciones de castigo
contra los reinos cristianos del norte. Tras la muerte
de Almanzor (1002), uno de sus hijos, Abd al-Rahman
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Sanchuelo, pretendió ser nombrado sucesor del califa
Hisham II, lo cual le enfrentó a la dinastía omeya, a los
dirigentes religiosos y al pueblo en general. En el año
1009 estalló una revolución en Córdoba durante la
cual fueron asesinados los amiríes. En el año 1031, una
asamblea de notables decretó en Córdoba el final del
califato.
 La Baja Edad Media fue para la sociedad europea una
época de profunda crisis demográfica, económica, política y cultural. Los cambios acaecidos durante los siglos
XIV y XV tuvieron importantes repercusiones en las instituciones políticas de los reinos de la Península Ibérica.
Aparecieron las Cortes, asambleas en las que estaban
representados los tres estamentos medievales. Su celebración empezó a ser habitual en los siglos XIII (en Castilla y Aragón) y XIV (en Navarra), aunque se convocaron
de forma irregular, generalmente cuando los monarcas
querían solicitar una contribución (impuesto) especial.
También abordaron los monarcas la unificación de las
leyes mediante la creación de una legislación inspirada en
el derecho romano que otorgase más prerrogativas a la
Corona: Ordenamiento de Alcalá en Castilla, Fueros de Aragón, Furs (fueros) de Valencia, Fuero General de Navarra.
Entre los siglos XIII y XIV, los monarcas castellanos tuvieron que afrontar diversas sublevaciones de la nobleza
y guerras civiles, como la que se produjo entre 1366 y
1369, que enfrentó al rey Pedro I y a su hermanastro,
Enrique de Trastámara. Finalmente, este resultó vencedor con el apoyo de la Iglesia y gran parte de la nobleza.
Sin embargo, a pesar de estos conflictos, hubo un fortalecimiento del poder monárquico en Castilla, merced
a instituciones como el Consejo Real, que auxiliaba al
monarca en las tareas de gobierno, la Audiencia o Chancillería Real, que impartía justicia en todo el reino, los
alcaldes mayores y corregidores, representantes del rey
en los ayuntamientos, y a una serie de impuestos permanentes (como la alcabala) que aseguraba los ingresos
del soberano. Las Cortes, únicas para todo el reino, no
pasaron de ser meramente consultivas y fueron decayendo a lo largo del siglo XV.
En Navarra y Aragón, los monarcas dependieron en gran
medida de las Cortes para gobernar y pactaron por lo
general con estas. En Navarra, el poder de los señores
fue muy elevado y los enfrentamientos civiles entre clanes rivales casi permanentes; además, muchos de sus
reyes, de origen francés, ni siquiera residían allí, por lo
que colaboraron, por lo general, con las Cortes (que eran
únicas para todo el reino, como en Castilla). En Aragón,
los monarcas se lanzaron a una política exterior muy
aventurada, necesitada de mucho apoyo y recursos, y se
vieron obligados a ceder patrimonio, privilegios y derechos a los grandes señores y a hacer todo tipo de concesiones a las Cortes a cambio de préstamos y ayudas
(pactismo). Había unas Cortes diferentes para cada reino
(Aragón, Cataluña y Valencia), además de unas generales. Junto a ellas surgieron otras instituciones que velaban porque el monarca no vulnerase las leyes de cada
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reino, como el Justicia Mayor de Aragón, cargo judicial
que interpretaba los fueros y que controlaba la nobleza,
o la Generalitat en Cataluña y en Valencia, una diputación permanente de las Cortes respectivas que supervisaba la acción del monarca y la gestión de los subsidios
concedidos al rey.
 La unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón se
produjo como consecuencia del matrimonio de Isabel I
de Castilla y Fernando II de Aragón. Sin embargo, la unificación de ambos reinos no significó la creación de un
Estado unido y sin fronteras internas y con unas instituciones, unas leyes, una lengua y una moneda comunes.
Por el contrario, Castilla y Aragón permanecieron claramente diferenciados, e incluso enfrentados, en su manera de entender la política.
Isabel I era hija del rey Juan II de Castilla y hermanastra
de Enrique IV quien, tras el pacto de los Toros de Guisando (1468), la reconoció como heredera. Para afianzar
su posición Isabel contrajo matrimonio con Fernando de
Aragón (1469), lo que provocó que Enrique IV la desheredara y designara como sucesora a su supuesta hija,
Juana la Beltraneja (fruto, según los enemigos del monarca, de las relaciones de la reina Juana con el favorito
Beltrán de la Cueva). A la muerte de Enrique IV, Isabel I
se impuso a Juana la Beltraneja, casada con Alfonso V de
Portugal, en una guerra civil (1474-1479). En esta lucha
resultó fundamental el apoyo de su marido. La Concordia de Segovia (1475) estableció la igualdad de ambos
en el ejercicio del poder real, y este reconocimiento se
extendió al reino aragonés cuando Fernando accedió al
trono en 1479.
La unión dinástica nació marcada por la desigualdad:
Castilla ocupaba un territorio mucho mayor que el de
Aragón y tenía un mayor volumen de población; además, su economía se encontraba en expansión y poseía
unas instituciones más homogéneas y útiles para el ejercicio sin trabas del poder monárquico. Parecía inevitable
que la construcción de un Estado sólido se cimentara,
sobre todo, en el reino castellano. Los Reyes Católicos
convinieron aparecer juntos en monedas e inscripciones
(primero Fernando, por ser el varón), aunque Castilla
figuraba siempre en primer lugar en títulos y escudos.
Acordaron, además, que, en caso de que Isabel falleciera
antes, Fernando nunca sería rey de Castilla, sino que el
trono lo ocuparían los hijos de ambos. De hecho así ocurrió a la muerte de Isabel en 1504: accedió al trono su
hija Juana, acompañada de su marido, Felipe de Habsburgo (apodado el Hermoso). No obstante, la inestabilidad mental de Juana y la muerte prematura de Felipe I
en 1506 permitieron a Fernando proclamarse gobernador o regente de Castilla hasta la mayoría de edad de su
nieto, Carlos de Gante, hijo de Juana y Felipe. Fernando
incluso volvió a casarse tras la muerte de Isabel, buscando un heredero para Aragón, pero el único hijo que
nació de esa unión no sobrevivió. Estas circunstancias
permitieron que Carlos heredase el patrimonio familiar
en su totalidad.
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 El descubrimiento de América (octubre de 1492) se suele
considerar el acontecimiento que dio paso a una nueva
época: la Edad Moderna. La expansión del Imperio otomano, que culminó con la conquista de Constantinopla
(1453), supuso el cierre de la ruta comercial de las especias con las Indias a través del continente asiático y aceleró la búsqueda de alternativas a través del océano
Atlántico. Castilla y Portugal, los dos reinos mejor situados para acometer esta búsqueda, fueron los pioneros
en las exploraciones atlánticas: ambos disponían de
una marina cualificada y de enclaves insulares, y habían
perfeccionado la cartografía y los instrumentos de
navegación (brújula, astrolabio). Portugal, no obstante,
llevaba ventaja. Sus marinos habían bordeado la costa
africana occidental y habían alcanzado el cabo de Buena Esperanza (1488). Castilla solo disponía de las Islas
Canarias —bajo soberanía castellana tras el Tratado de
Alcaçovas (1479)—, que fueron conquistadas entre 1483
y 1496. Este contexto explica por qué la Corona portuguesa rechazó el proyecto de buscar una ruta alternativa a las Indias por el oeste presentado por un oscuro
navegante genovés, Cristóbal Colón, y en cambio sí fue
aceptado por la castellana.
Con financiación genovesa y tras firmar las Capitulaciones de Santa Fe (abril de 1492), una donación de los
Reyes Católicos por la que Colón era nombrado almirante, virrey y gobernador general de las tierras que descubriera, pudo este organizar su primer viaje. Colón partió
de Palos (Huelva) el 3 de agosto de 1492 con tres naves
—una nao, la Santa María, y dos carabelas, la Pinta y la
Niña— y unos cien marinos. Después de hacer escala en
Canarias y tras treinta y tres días de navegación, el 12
de octubre alcanzó la isla que los nativos llamaban Guanahaní y que él denominó San Salvador (actual isla
Watling, en las Bahamas). La expedición llegó a otras
islas: Juana (Cuba) y La Española (Santo Domingo/Haití).
Colón acababa de descubrir un nuevo mundo; sin
embargo, creyó que llegaba a las Indias.
Tras el primer viaje de Colón, los Reyes Católicos obtuvieron las concesiones pontificias conocidas como bulas
Inter caetera (1493). Dictadas por el papa Alejandro VI,
otorgaban a Castilla el dominio de las tierras descubiertas o por descubrir al oeste de una línea imaginaria, trazada en el sentido de los meridianos, a cien leguas al
oeste de las islas Azores. Portugal, sin embargo, protestó
ante la expansión de Castilla, y fue preciso suscribir un
acuerdo castellano-portugués (Tratado de Tordesillas,
4 de junio de 1494), que dividió el océano Atlántico: Castilla se quedó con las tierras situadas al oeste del meridiano 46° Oeste (aproximadamente), y Portugal, con las
localizadas al este.
Colón realizó otros tres viajes. En el segundo (septiembre de 1493-junio 1496) exploró las Antillas menores,
San Juan Bautista (Puerto Rico o Borinquen) y Santiago
(Jamaica). En el tercer viaje (mayo de 1498-noviembre de 1500) descubrió la isla de Trinidad y el continente
americano a la altura del Orinoco. En su cuarto y último
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viaje (mayo de 1502-noviembre de 1504), exploró las
costas atlánticas de América central buscando algún
paso que condujese a las islas de las especias.
En 1513 Vasco Núñez de Balboa, tras atravesar el istmo
de Canadá, descubrió el mar del Sur (océano Pacífico),
confirmando así que un continente entero se interponía
entre Europa y las ansiadas islas de las especias.
 A su llegada a la Península Ibérica, Carlos I, por su condición de extranjero, encontró una gran oposición. Cuando tuvo que ausentarse del reino para ser coronado
emperador del Sacro Imperio (1520), la oposición se
manifestó en las revueltas de las Comunidades y de las
Germanías. La revuelta de las Comunidades (1520-1522)
estuvo protagonizada por varias ciudades del interior
de Castilla (Toledo, Segovia, Salamanca, Zamora, Ávila,
Cuenca y Madrid), que se autoproclamaban una comunidad, por lo que sus partidarios recibieron el nombre
de comuneros. La rebelión tuvo un carácter político,
ya que pretendía imponer varias condiciones al monarca:
que prescindiera de los consejeros extranjeros y que
acatara la voluntad del reino, es decir, de los procuradores de las ciudades representadas en las Cortes. Entre las
peticiones de los comuneros se encontraban, además,
la limitación del poder real, la reducción de impuestos, la
protección de la industria textil, y reformas municipales
a favor de los plebeyos y contra la nobleza. En la batalla
de Villalar (1521), los comuneros fueron derrotados, y
sus tres líderes principales, Juan Bravo (de Segovia), Juan
de Padilla (de Toledo) y Francisco Maldonado (de Salamanca), ejecutados. Las ciudades de Toledo y Segovia
sufrieron una durísima represión.
La revuelta de las Germanías (1519-1523) tuvo lugar en
Valencia y Mallorca. Las germanías eran hermandades
armadas que fueron creadas, con autorización del monarca, por los gremios de las ciudades costeras del reino de
Valencia, en el siglo XVI, para protegerse de los piratas
berberiscos. Tuvo un componente social más marcado
que la de las Comunidades (con la cual no tuvo conexión alguna), ya que se dirigió contra los señores feudales y sus siervos mudéjares (muy numerosos en toda la
región). Sofocadas ambas sublevaciones, la monarquía
salió reforzada frente a las ciudades y las Cortes (que, en
particular en Castilla, se convirtieron en una institución
sumisa), y también frente a los nobles, que, temerosos e
impotentes ante las rebeliones, se apoyaron en el poder
de la Corona y se convirtieron en aliados fieles del rey.
Carlos V pudo abordar así una política exterior muy
ambiciosa y costosa, sin encontrar apenas oposición.
 El gobierno de favoritos, validos o privados estuvo muy
extendido durante el siglo XVII en varios países de Europa
(uno de los más célebres en este siglo fue el cardenal
Richelieu, favorito de Luis XIII de Francia), incluida España. De este modo, Felipe III (1598-1621), Felipe IV (16211665) y Carlos II (1665-1700) no gobernaron personalmente sus reinos, sino que se apoyaron en validos que
dirigían la política en su lugar. El cargo de valido no era
institucional, sino fruto de un nombramiento; su poder
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residía en la confianza personal del rey. Cuando esta
confianza disminuía o desaparecía, el valido perdía todo
su poder. Este sistema de gobierno provocó un distanciamiento entre el rey y sus vasallos, y la desconfianza
de las oligarquías locales hacia la Corona.
formaron una Gran Alianza con Portugal, Prusia y el
ducado de Saboya para impedir que los Borbones ocuparan los tronos de Francia y España. El enfrentamiento
de ambos bandos dio inicio a la Guerra de Sucesión
Española (1701-1715).
Entre los Austrias menores, el primero de esta serie de
validos fue Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, principal líder político durante la mayor parte del
reinado de Felipe III. Sin embargo, en 1618 perdió la
confianza del monarca y fue reemplazado por su hijo,
el duque de Uceda. Ambos validos tenían un perfil semejante, que luego se reprodujo en sus sucesores: eran aristócratas e intentaron gobernar prescindiendo de los
consejos; además, se rodearon de partidarios entre sus
parientes y amigos, a los que dieron los mejores cargos.
La guerra tuvo varios escenarios: las fronteras de Francia, los territorios españoles de Milán y Flandes, las posesiones franco-españolas de ultramar y la Península Ibérica,
donde en 1704 desembarcó Carlos de Habsburgo. Castilla se alineó con Felipe V, mientras que los reinos orientales (Aragón, Cataluña, Mallorca y Valencia) apoyaron a
Carlos de Habsburgo, quien llegó a ocupar Madrid en
dos ocasiones. Sin embargo, chocó con la hostilidad de
las clases populares. Por este motivo, convirtió Barcelona
en su centro de operaciones dentro de la Península Ibérica. Las tropas de Felipe V contraatacaron y derrotaron
a la Gran Alianza en Almansa (Albacete, 1707), Brihuega
y Villaviciosa (Guadalajara, 1710). La muerte sin descendencia del emperador de Alemania, hermano del archiduque Carlos, en 1711, obligó a este a asumir el trono
imperial con el nombre de Carlos VI. Esta circunstancia
favoreció las negociaciones de paz: por un lado, los países que componían la Gran Alianza no estaban dispuestos a que los Habsburgo dominasen gran parte de Europa; y por otro, Felipe V renunció al trono francés. Ambos
bandos firmaron la Paz de Utrecht, constituida por los
tratados de Utrecht (Países Bajos, 1713) y Rastadt (Alemania, 1714). El Reino Unido se consolidó como potencia naval y comercial: se apoderó de Gibraltar y Menorca,
y obtuvo concesiones de Francia en ultramar. Además,
recibió el derecho a participar en el comercio con las
Indias (navío de permiso) y se hizo con el monopolio del
tráfico de esclavos africanos (asiento de negros) en
América. Por último, frenó la expansión francesa hacia
Italia y Flandes, y se convirtió en el árbitro de Europa. Los
Habsburgo controlaron el Imperio alemán y ocuparon
Flandes, hasta entonces española. Además, se repartieron, con el ducado de Saboya, los dominios italianos de
España. Portugal adquirió Colonia del Sacramento, ubicada en el Río de la Plata, un centro importante de
comercio y contrabando con las Indias españolas.
El rey Felipe IV confió el gobierno a un nuevo valido,
Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde de Olivares y duque de Sanlúcar la Mayor, también conocido como conde duque de Olivares. Siguiendo la línea de sus predecesores, trató de establecer un gobierno personal. Embarcó
a España en una ambiciosa política exterior e intentó
infructuosamente que los reinos no castellanos contribuyesen a sufragar las cargas de la monarquía hispánica.
Finalmente, su política condujo a la crisis de 1640, en la
que se sucedieron las rebeliones secesionistas de Cataluña y Portugal, y a una pérdida de poder de la monarquía hispánica en Europa, que fue sancionada en la Paz
de Westfalia (1648). Desde entonces, la figura del valido
entró en crisis; siguieron existiendo favoritos, pero ninguno alcanzó el grado de influencia de Lerma y Olivares.
En 1643, Luis de Haro, marqués del Carpio, ocupó el valimiento de Felipe IV.
Durante la regencia de Mariana de Austria (1665-1675) y
el reinado de Carlos II (1675-1700) continuó la pérdida
de influencia de la monarquía hispánica en Europa y se
agudizó el proceso de decadencia interna. En esta época, inicialmente ocuparon una posición de influencia
Juan Everardo Nithard y Fernando de Valenzuela. En
1677, un hijo ilegítimo de Felipe IV, Juan José de Austria,
dio un golpe de Estado y se proclamó primer ministro. A
su muerte le sucedieron el duque de Medinaceli y el
conde de Oropesa. Ambos intentaron imponer reformas
económicas y políticas que, en muchos casos, se quedaron en proyectos.
 La Guerra de Sucesión se libró a principios del siglo XVIII
entre los partidarios de instaurar la monarquía de los
Borbones en España y quienes defendían al candidato
de la rama austriaca de los Habsburgo tras la muerte sin
herederos de Carlos II el Hechizado. En su testamento, el
último monarca de la dinastía de los Austrias dejó los
reinos españoles a Felipe, duque de Anjou, nieto de Luis
XIV de Francia y bisnieto de Felipe IV. Sin embargo, existía otro candidato al trono, el archiduque Carlos de
Habsburgo, hijo del emperador de Alemania y descendiente de Felipe III de España. Cuando Felipe de Anjou
tomó posesión del trono con el nombre de Felipe V
(1701), los Habsburgo, las Provincias Unidas e Inglaterra
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Los aliados abandonaron Cataluña y Baleares, que se
negaron a aceptar a Felipe V. Barcelona cayó tras un
duro asedio (1714), y las islas de Mallorca e Ibiza lo hicieron en 1715. A nivel interno, la guerra supuso la desaparición de las instituciones propias de los reinos orientales
(Aragón, Cataluña, Mallorca y Valencia) como consecuencia de la promulgación de los decretos de Nueva
Planta (1707-1716).
Tema
Tras su proclamación como rey de España en noviembre de
1975, Juan Carlos I se impuso la tarea de instaurar un régimen democrático en su país. Estrechamente ligado a ese
objetivo se encontraba la normalización de las relaciones
diplomáticas de España y su correcta ubicación en el escenario internacional, algo que había sido imposible debido a
la ideología y características del régimen de su predecesor,
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el general Francisco Franco. Los esfuerzos de la diplomacia
franquista durante la década de 1940 debieron centrarse
en la mera supervivencia del régimen tras la derrota del Eje en
la Segunda Guerra Mundial. En la década siguiente las relaciones diplomáticas mejoraron, debido a que España resultó útil a Estados Unidos en su política de contención del
comunismo. En 1953 se firmaron unos Convenios de defensa que permitieron el establecimiento de bases militares en
Torrejón de Ardoz, Zaragoza, Morón de la Frontera (Sevilla)
y Rota (Cádiz). Franco obtuvo seguridad económica y militar a cambio de una cesión importante de soberanía. En los
años siguientes España fue admitida en la ONU (1955) y en
varios organismos internacionales (FMI, OECE). Sin embargo, su ingreso en la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN) fue vetado.
En 1962 el Gobierno español solicitó el inicio de conversaciones de adhesión a la Comunidad Económica Europea
(CEE), constituida cinco años antes por el Tratado de Roma y
punto culminante en aquel momento del proceso de unificación europea sobre bases democráticas. La petición coincidió con la celebración en Munich del IV Congreso del
Movimiento Europeo, al que asistió una amplia representación de la oposición democrática española, tanto del interior como del exilio, que exigió la instauración de un régimen democrático en España. La reacción represiva del
Gobierno de Franco, calificando de contubernio al Congreso
y deteniendo a los asistentes que se aventuraron a regresar
a España, perjudicó notablemente el intento franquista de
aproximación a Europa emprendido meses antes. El Gobierno español solicitó en otras dos ocasiones a la CEE, sin
resultado, el inicio de las negociaciones. Finalmente, la CEE
accedió en 1964 a abrir conversaciones exploratorias que
condujeron a la firma de un acuerdo preferencial —no de
asociación como se había solicitado—, que entró en vigor
en 1970 y se redujo a una serie de concesiones arancelarias en productos manufacturados. Las ventajas obtenidas
en agricultura fueron simbólicas. Desde entonces, las relaciones con la CEE quedaron congeladas hasta la instauración de la democracia en España.
En los inicios de la transición, por tanto, los rasgos fundamentales de la posición española en el contexto internacional eran los siguientes: inserción incompleta en las organizaciones internacionales del bloque occidental, al que
España pertenecía por su historia y posición geográfica;
excesiva dependencia de Estados Unidos en su política de
defensa; alineamiento con los países árabes y defensa de los
derechos del pueblo palestino frente a Israel, Estado con
el que no se habían establecido relaciones diplomáticas;
sesgo tercermundista de la política exterior a falta de otras
alternativas. España se encontraba en una posición frágil
que comportaba, además, escasos beneficios materiales.
Por tanto, un objetivo prioritario de los primeros gobiernos
de la monarquía fue subsanar esa situación, algo que
dependía directamente de la evolución política interna del
país y de la adopción de un régimen democrático.
Tras una etapa de indefinición durante los primeros meses
del Gobierno de Arias Navarro, en junio de 1976 Juan Carlos I
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realizó una visita a Estados Unidos en la que anunció, ante
la Cámara de Representantes, la instauración de una monarquía parlamentaria en España. Meses antes se habían confirmado los acuerdos militares con Estados Unidos, transformándolos en un Tratado de defensa que supuso un
aumento de las contrapartidas económicas, una articulación más precisa en los planes de la OTAN y el acuerdo para
una retirada progresiva de los ingenios nucleares del territorio español. Posteriormente se restablecieron las relaciones diplomáticas con México, la URSS y los países del bloque
del este. En julio de 1977, celebradas las primeras elecciones
democráticas desde febrero del 36, se solicitó formalmente
el ingreso en la CEE y en el Consejo de Europa, para lo cual
España se adhirió a la Convención Europea de Derechos
Humanos. Mientras la entrada en la segunda de estas organizaciones fue casi inmediata, la petición de formar parte
de la CEE coincidió con una grave crisis económica que dificultó considerablemente las negociaciones. Francia, además, por presiones de sus agricultores y para preservar las
preferencias comerciales a sus antiguas colonias, endureció
especialmente su posición. Las conversaciones dieron inicio en 1979. España tuvo que hacer importantes concesiones
en el terreno económico, reduciendo su producción agropecuaria (especialmente de leche, vino y aceite), adaptando
su política arancelaria a la de la CEE, comprometiéndose a
participar en la política europea de reestructuración industrial y asumiendo el llamado acervo comunitario (conjunto
de leyes y procedimientos por los que se regía la CEE).
Paralelamente, se produjo el debate sobre la situación de
España en la política de bloques. Frente a los partidarios
del ingreso en la OTAN y la inserción plena de España en el
bloque occidental, posición que sostenía el Gobierno pese
a los gestos neutralistas del presidente Adolfo Suárez, se
oponía un amplio sector de la izquierda española. La URSS
trató también de que España se mantuviese neutral y favoreció la celebración en España de la Conferencia sobre
Seguridad y Cooperación en Europa (1980) con ese objetivo. Finalmente, durante el Gobierno de Leopoldo CalvoSotelo, se produjo el ingreso en la OTAN (1982). Además de
la inserción en el bloque occidental, los responsables de la
decisión pretendieron con esta medida ampliar el marco
actuación del ejército y favorecer el cambio de su mentalidad y objetivos, después del golpe de Estado fallido del 23
de febrero de 1981. También perseguían reequilibrar el
peso excesivo de Estados Unidos en la política de seguridad
española. La entrada en la OTAN fue objeto de una importante polémica en la opinión pública. Gran parte de esta,
sobre todo la izquierda y, en especial, el PSOE, era contraria
a la participación española en alianzas internacionales porque con ella se interrumpía la tradicional neutralidad de
nuestro país en política exterior. Durante la campaña electoral de 1982, el PSOE se mostró favorable a la convocatoria
de un referéndum sobre la salida de España de la OTAN.
Cuando su secretario general, Felipe González, llegó al poder,
cambió de opinión y tuvo que realizar un gran esfuerzo
para convencer al partido sobre la conveniencia de permanecer en dicha organización. En octubre de 1984 González
presentó un decálogo sobre política exterior en el que
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reafirmó la pertenencia a la alianza, declaró a España un
país no nuclear y apoyó la distensión y el desarme. Poco
antes, por los acuerdos de Luxemburgo, se habían alcanzado acuerdos decisivos sobre los períodos de transición con
respecto a las verduras, la carne de vacuno y los productos
lácteos e industriales, que marcaron la recta final en el proceso de negociación para el ingreso de España en Europa.
El 12 de junio de 1985 España logró la integración plena
en la CEE mediante la firma de un Tratado de Adhesión
(suscrito también por Portugal) que entró en vigor el 1 de
enero de 1986. Meses después, en marzo, se celebró el referéndum prometido sobre la OTAN con una variación con
respecto al programa electoral socialista de 1982: se preguntó a los ciudadanos sobre la permanencia (y no sobre la
salida) de España en dicha organización militar. Un 52 % de
los votantes se pronunció a favor de la permanencia y un
39 % se manifestó contrario. También en 1986 se establecieron relaciones diplomáticas con Israel. Poco después se ultimaron las conversaciones con Estados Unidos para la
reducción de su presencia militar, acordándose un nuevo
convenio que entró en vigor en 1989. Un año después,
España ingresó en la Unión Europea Occidental (UEO). El
nuevo Convenio no mermó las relaciones con Estados Unidos durante los años siguientes, cuando se estableció un
nuevo orden internacional tras la caída del Muro de Berlín
(1989) y la disolución de la URSS (1991). España apoyó el
proceso de unificación alemana y durante la primera guerra del Golfo (1990-1991) colaboró en el mantenimiento
del embargo contra Irak decretado por la ONU y autorizó
a Estados Unidos el uso de bases militares españolas. Tras
la finalización del conflicto, Madrid fue la sede, en 1992, de la
Conferencia de Paz para Oriente Próximo, que reunió por
primera vez a representantes de Israel, Siria, Jordania y la
Organización para la Liberación de Palestina (OLP).
El ingreso de España en la CEE coincidió con un impulso
en el proceso de construcción europea. En 1986 se firmó el
Acta Única, por la que se ampliaba el Tratado de Roma y se
establecía la culminación del mercado interior europeo
(libertad de circulación de personas, bienes, capitales y servicios) para 1993. En 1989 España asumió por primera vez la
presidencia de la CEE, cargo que ejercen por turno los diversos países miembros, y se integró en el Sistema Monetario
Europeo (SME). La construción europea prosiguió su curso:
el 7 de febrero de 1992 se firmó el Tratado de Maastricht,
con el que se creaba la Unión Europea (UE), institución que
sustituía a la CEE. Con el Tratado se pretendía el fortalecimiento de las instituciones comunitarias, la constitución
de una Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y se
establecía un programa de convergencia económica que obligaba a todos los países miembros a adoptar una serie de
parámetros (déficit, deuda, inflación, tipos de interés) que les
permitieran, bajo la dirección de un nuevo Banco Central
Europeo, lograr la unión económica y monetaria y utilizar
una moneda común, el euro. El cumplimiento de este programa implicaba la adopción de medidas de austeridad
sumamente impopulares, como la contención del gasto
público y la «congelación» de los salarios de los funcio© Oxford University Press España, S. A.
MODELO CURSO 2009-2010
narios. Asimismo, se crearon una serie de fondos estructurales y de cohesión para promover el desarrollo de los
países menos desarrollados, que favorecieron enormemente a España.
En los años siguientes, durante los gobiernos de José María
Aznar (1996-2004), España cumplió las condiciones exigidas
en el Tratado de Maastricht a costa de aplicar severas medidas de austeridad y pudo entrar en la Unión Económica y
Monetaria europea adoptando, como la mayoría de los
estados miembros de la UE, el euro, que se puso en circulación en enero de 2002. Asimismo, el entonces presidente
del Gobierno intervino activamente en el desarrollo de la
«estrategia de Lisboa», aprobada en 2000, que pretendía
aumentar la competitividad de la economía europea en los
diez años siguientes. También apoyó los trabajos de preparación de un Tratado Constitucional Europeo (TCE) para fortalecer las instituciones de gobierno de la UE y dotarlas de
mayor unidad y operatividad de cara a la ampliación a 25
miembros, que se produjo en 2004. En 2002 España firmó
un nuevo Convenio de Defensa con Estados Unidos, que
entró en vigor un año después y supuso la desaparición de
la presencia estadounidense en las bases de Zaragoza y
Torrejón (Madrid), y la recuperación de los establecimientos
de comunicaciones. Asimismo, se establecieron nuevos
canales de cooperación militar e industrial.
Tras los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York
(2001), España mostró su solidaridad con Estados Unidos y
apoyó la guerra contra el terrorismo y la intervención de
este país en Afganistán. Sin embargo, durante la crisis previa a la segunda guerra del Golfo contra Irak se produjo una
escisión en el seno de la UE entre los partidarios y adversarios de la estrategia de Estados Unidos. Desde el 1 de enero
de 2003, España ocupó por un plazo de dos años un puesto
no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Desde esa posición, el Gobierno español, junto con el Reino
Unido, se alineó con los planteamientos del presidente
George W. Bush, quien acusaba al presidente de Irak, Sadam
Hussein, de no colaborar con los proyectos de desarme
impulsados por la ONU y de fomentar el terrorismo internacional. La postura pro-estadounidense del Gobierno se
enfrentó a una enorme oposición popular y política. Finalmente, en marzo de 2003 una coalición militar formada por
Estados Unidos y Gran Bretaña (con un importante apoyo
diplomático y un posterior respaldo militar español) invadió Irak. Un año después, el 11 de marzo de 2004, España
sufrió el mayor atentado terrorista de su historia, perpetrado
por un comando de islamistas radicales que hicieron estallar varias bombas simultáneamente en diferentes trenes de
cercanías en Madrid, provocando más de 190 muertos y
miles de heridos y afectados. Este atentado situó a España
en la primera línea de la lucha contra el terrorismo global.
El atentado se produjo tres días antes de las elecciones
generales convocadas para el 14 de marzo, en las que resultó ganador el PSOE, dirigido por José Luis Rodríguez Zapatero. A los pocos días de tomar posesión de la presidencia
del Gobierno, Rodríguez Zapatero ordenó la retirada de las
tropas españolas de Irak, frente a la opinión de Estados
Historia de España
13
COMUNIDAD DE MADRID
Unidos y el Reino Unido. El nuevo presidente del Gobierno
se distanció de forma ostensible de las estrategias de Bush
y sus socios, e impulsó la llamada Alianza de Civilizaciones,
estrategia que perseguía el diálogo con el mundo islámico
como vía para acabar con el terrorismo internacional. Las
relaciones con Estados Unidos se mantuvieron en un perfil
bajo durante el resto del mandato del presidente Bush y
mejoraron ostensiblemente tras la victoria en las elecciones
presidenciales de 2008 del candidato demócrata Barack
Obama, quien poco después de su toma de posesión realizó gestos favorables a la Alianza de Civilizaciones y a un
acercamiento entre el islam y Occidente (discurso de El Cairo, junio de 2009).
Con respecto a la UE, Rodríguez Zapatero continuó la línea
de su predecesor de cara a la promulgación del TCE, que fue
aprobado por los 25 países miembros en 2004 y ratificado
un año después en España tras la celebración de un referéndum. Sin embargo, el triunfo del no en los plebiscitos
celebrados en Francia y Países Bajos hizo imposible la promulgación del tratado y abrió una profunda crisis en la UE.
El Gobierno español impulsó la reforma de los aspectos
insatisfactorios del TCE, hasta que fue aprobada una nueva
versión, más modesta, el Tratado de Lisboa (2007). Tras la
superación de nuevos avatares (negativa irlandesa, resistencia checa), el tratado entró en vigor el 1 de diciembre de
2009. Durante el primer semestre de 2010, España ejerció la
presidencia europea junto con los nuevos cargos establecidos por el Tratado, un presidente permanente del Consejo
Europeo, (Herman van Rompuy), y la Alta Representante Exterior, Catherine Ashton.
En un cuarto de siglo, la sociedad española ha pasado de
estar al margen de las principales instituciones de Europa a
integrarse plenamente en los procesos económicos, sociales y políticos europeos. En 2013, España dejará de ser
receptor de fondos y ayudas de la UE y se convertirá en
contribuyente neto. Sus diferentes gobiernos han sido
coprotagonistas en el proceso de ampliación a 27 miembros de la Unión Europea y en el fortalecimiento de sus instituciones. Entre 1999 y 2009, el principal responsable de la
política exterior de la UE fue Javier Solana y el socialista
Josep Borrell ejerció la presidencia del Parlamento Europeo.
El aumento de la prosperidad española —en 2009 pasó a
formar parte de las reuniones del G 20— ha sido evidente
desde su ingreso en la UE y ha tenido su reflejo en su mayor
peso en la escena internacional. Desde la caída del Muro de
Berlín, España se ha convertido en uno de los principales
contribuyentes de la ONU, y ha intervenido en numerosas
misiones de paz (Namibia, Angola, Haití, Nicaragua, El Salvador, Balcanes, Líbano). También ha intervenido, bajo el paraguas de la OTAN, en algunas misiones militares, como es el
caso de Afganistán.
En el continente americano, ha apoyado los procesos de
democratización en la región, con éxitos notables en México, Chile, Argentina y Uruguay, y ha promovido un estrechamiento de las relaciones entre ambas orillas del Atlántico.
Así, desde 1991 se vienen celebrando Cumbres de Jefes de
Estado Iberoamericanos. El Gobierno español ha ejercido
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MODELO CURSO 2009-2010
también como intermediario entre los intereses de la Unión
Europea y diferentes países de la región. A los tradicionales
vínculos (lengua, cultura…) con el subcontinente americano se suman ahora los lazos económicos: las empresas
españolas ha realizado grandes inversiones en países como
Argentina, México y Brasil, y se ha producido una importante entrada de inmigrantes procedentes de este continente que han rejuvenecido notablemente la estructura
poblacional española y ampliado su base laboral. También
en el norte de África, y especialmente con Marruecos, España ha ejercido una labor de intermediación con la UE, aunque la relación con este país se ha visto afectada por diferentes incidentes relacionados con la soberanía sobre
varios territorios (guerra de Perejil, 2002), y por cuestiones
de política pesquera. Asimismo, se han coordinado con la
UE las políticas para tratar de controlar la inmigración ilegal
procedente del continente africano.
Comentario de texto
 El texto es una fuente primaria de carácter político. Se
trata de una comunicación al pueblo español emitida
por el entonces rey de España, Carlos IV (1788-1808),
con la que pretende tranquilizar a sus «amados vasallos»
ante la presencia militar francesa en España. Según el
monarca, el objetivo de las tropas de su «caro aliado»,
Napoleón Bonaparte, es la defensa de las costas del reino; contra lo que pueda parecer, la reunión de los cuerpos de su guardia no tiene un propósito defensivo. El
texto, emitido el 16 de marzo de 1808, fue publicado
nueve días después en la Gaceta de Madrid, un diario
cuyo origen se remonta al siglo XVII y en el que, desde el
siglo XVIII, se hacían públicas las decisiones del Gobierno.
Fue el antecedente del Boletín Oficial del Estado. Pedro
Cevallos, a quien el rey entrega la comunicación, ocupaba desde 1800 la secretaría del ministerio de Estado. Era
pariente de Manuel Godoy, y a través de él el favorito de
los reyes pudo recuperar su influencia y poder tras su
caída en desgracia en 1798, precisamente por sus desavenencias con la República francesa.
Poco aficionado a las tareas de Gobierno, Carlos IV (17481819) fue un monarca débil, dominado por la figura de
su esposa, María Luisa de Parma. Inicialmente, mantuvo
el equipo político de su padre, Carlos III, y confió en
gobernantes como Floridablanca o Aranda. Sin embargo, la Revolución francesa dividió a los partidarios de la
Ilustración: algunos moderaron sus ideas y trataron de
aislar a España del país vecino; otros intelectuales se radicalizaron y vieron en Francia un ejemplo a imitar. Carlos IV
pronto se decantó por la figura de un valido, Manuel
Godoy, quien entre 1792 y 1808 sería el principal ejecutor de la política de la monarquía. En los años siguientes,
el favorito real alineó a España con Francia frente a las
potencias legitimistas hasta caer en una posición de
total dependencia del país vecino. Asimismo, trató
de emprender una política de reformas que permitiese
cubrir las deudas heredadas del reinado de Carlos III y
afrontar el conflicto con el Reino Unido. El fracaso de sus
políticas y su relación con los reyes suscitaron una opoHistoria de España
14
COMUNIDAD DE MADRID
sición creciente, que estuvo encabezada por el príncipe
de Asturias, Fernando.
En el momento de emitir la comunicación, el rey se
encontraba en su palacio de Aranjuez, núcleo del Real
Sitio situado en dicha localidad madrileña, que fue
declarado Patrimonio de la Humanidad en 2001. Inicialmente, existía en el lugar una casa palacio de principios del siglo XV cuya construcción fue ordenada por
el maestre de la Orden de Santiago. Felipe II ordenó
levantar en su emplazamiento un palacio de recreo,
que los Borbones restauraron y ampliaron según los
postulados urbanísticos de la Ilustración. Adosadas al
palacio se encuentran las Casas de Oficios y Caballeros, y
a lo largo de la ribera del Tajo se extienden los jardines
del Parterre, de la Isla y del Príncipe. Este último fue
construido por orden de Carlos IV; tiene una extensión
de 150 hectáreas y en su extremo se encuentra la Real
Casa del Labrador, erigida en estilo neoclásico para uso
del príncipe de Asturias. En buena medida, el Real Sitio de
Aranjuez constituye un símbolo de la sociedad del Antiguo Régimen, que en 1808 estaba a punto de desaparecer. Precisamente en este lugar se inició el primer acto
de los acontecimientos que supusieron un cambio de
época.
Pese al tono tranquilizador del mensaje de Carlos IV, la
dinastía de los Borbones se encontraba en ese momento en una situación crítica. Cinco cuerpos de ejército
franceses se encontraban en la Península Ibérica; una
parte de esa fuerza estaba desplegada en Portugal después de haber expulsado a los Braganza de su reino. El
resto ocupaba diferentes posiciones estratégicas en
España. Joachim Murat, mariscal del ejército francés y
cuñado de Napoleón, se encontraba en las proximidades de Madrid con 40 000 soldados. Carlos IV apenas
disponía de 4 000. Poco antes, el emperador había
hecho saber sus condiciones al rey y a Godoy a través
del embajador en París: paso perpetuo para las tropas
francesas en territorio español o fijación de la frontera
en el Ebro. Ante estas exigencias, Carlos IV y su valido
decidieron el traslado de la corte desde Madrid a Aranjuez como paso previo a un viaje a Andalucía ante la
eventualidad de tener que partir rumbo a las colonias.
Esa es la razón por la que rey se encontraba en el Real
Sitio en el momento en que dio el texto analizado a
Cevallos. Con su mensaje pretendía acallar las críticas
que la decisión del traslado había provocado entre los
opositores de Godoy, encabezada por el príncipe de
Asturias, y ganar tiempo.
La situación política interna también era crítica. El partido fernandista hacía responsable a Godoy de la situación y predispuso en contra del valido a la población,
que se enfrentaba a la evidencia, pese a las seguridades
del rey, de que el reino estaba siendo invadido por los
franceses. Meses antes, había fracasado una conspiración contra el favorito de los reyes, la de El Escorial
(octubre de 1807). El mensaje real se emitía un día antes
de que se produjese un nuevo intento de desplazarlo
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MODELO CURSO 2009-2010
del poder, el motín de Aranjuez; esta vez, el príncipe de
Asturias tuvo éxito. No solo expulsó del poder a Godoy,
sino que pudo ocupar el trono en lugar de su padre.
El motín se inició el día 17 ante los rumores de la partida
de la familia real. Los cabecillas fernandistas prepararon
el golpe: el conde de Montijo, disfrazado de arriero (el
tío Pedro) soliviantó a la población, mientras que los
duques del Infantado y San Carlos hicieron lo propio
con la guarnición y los servicios de palacio. Ante una
señal desde los aposentos del príncipe de Asturias, se
iniciaron los disturbios. El tío Pedro dirigió a la multitud
contra la casa de Godoy y la saqueó, mientras el valido
se ocultaba en el desván dentro de un rollo de esteras
para no ser linchado. La intervención de Fernando al día
siguiente restauró la calma y se produjo la detención
de Godoy. El 19 de marzo Carlos IV, alegando motivos de
salud, abdicó en su hijo en el salón del Trono de palacio,
un espacio de estilo rococó y decorado con pinturas alegóricas sobre la monarquía. Un día después el Consejo
de Castilla anunció la exaltación al trono de Fernando VII,
noticia que fue acogida con júbilo por la población.
La publicación del mensaje tranquilizador Carlos IV en la
Gaceta (25 de marzo) llegaba con evidente retraso.
Las tropas francesas al mando de Murat entraron en
Madrid el día 23, un día antes de la llegada de Fernando VII
a la ciudad. Mientras tanto, Carlos IV se retractó de su
decisión. Ante esta situación, la estrategia de Napoleón
fue agudizar la inquina entre padre e hijo y atraerlos a
Francia. Mantuvo el tratamiento real a Carlos IV, haciéndole ver que podría recuperar el trono con ayuda francesa, y se negó, mientras no hubiese un reconocimiento
expreso por parte de su padre, a reconocer a Fernando VII.
Este no disponía de capacidad de maniobra alguna,
con la familia real dividida y la presencia militar francesa
en Madrid, por lo que el 10 de abril partió hacia Burgos
nombrando antes una Junta Suprema de Gobierno presidida por el infante don Antonio. Tras llegar a la ciudad
castellana, continuó viaje hasta Vitoria, donde esperaba encontrarse con Napoleón. Finalmente, cruzó la frontera y se instaló en Bayona, una población francesa cercana a la frontera con España. Mientras tanto, Murat, tras
amenazar a la Junta, logró la liberación de Godoy, a
quien también se envió a Francia.
Tras su llegada a Bayona, Fernando fue tratado con frialdad. Napoleón le comunicó su decisión de destronar a
los Borbones y presionó al rey para que la sancionara.
Ante su negativa, el emperador utilizó a los padres del
monarca (que habían llegado a Bayona a finales de abril)
para que influyeran sobre su hijo. Inicialmente, Fernando VII
ofreció devolver el trono a Carlos IV en Madrid; este
le contestó que era rey por derecho propio. Las noticias
de la sublevación del dos de mayo hicieron que Napoleón
aumentara la presión sobre Fernando VII y lo amenazara de muerte. Finalmente, este renunció a favor de su
padre, quien previamente había cedido sus derechos a
Napoleón. Las abdicaciones de Bayona (5 y 6 de mayo)
pusieron el trono español en manos del emperador,
Historia de España
15
COMUNIDAD DE MADRID
quien lo otorgó a su hermano, José Napoleón. El pueblo
español, que ya se había rebelado contra el invasor francés, no aceptó la decisión y dio inicio a la Guerra de la
Independencia.
 La comunicación del Carlos IV constituye una flagrante
negación de la realidad. Por una parte, pretende tranquilizar a sus súbditos sobre la presencia francesa cuando
él tiene constancia, como se ha visto en el apartado
anterior, de las intenciones de Napoleón. Estas son inasumibles y se dispone a partir rumbo a Andalucía, donde,
llegado el caso, poder seguir el ejemplo de la familia real
portuguesa, que en noviembre de 1807 había partido a
sus posesiones en Brasil. Su única intención, por tanto,
es ganar tiempo para poder realizar sus planes. El rey
reconoce que se han reunido los cuerpos de su guardia,
pero niega que el objetivo sea la defensa de su persona, afirmación que atribuye «a la malicia», sin indicar
cuál es su origen; tampoco aclara por qué se ha tomado
esa medida. Lo cierto es que, dada la desproporción de
fuerzas existente en aquel momento, Carlos IV disponía
de muy pocas opciones.
La última frase del texto —«… y a Mí gozando la que el
cielo me dispensa en el seno de mi familia y vuestro
amor.»— tampoco se corresponde con la realidad. La división en la familia real era profunda. En buena parte estaba provocada por la cercanía de Godoy a los reyes y la
aversión que hacia él sentía el príncipe de Asturias. En los
meses anteriores, él y sus partidarios habían recrudecido
la campaña en contra del favorito mediante la propagación de sueltos y rumores. La campaña había prendido
en la población, y el rey y su mujer no eran precisamente queridos. La prueba de ello es el júbilo con que fue
acogido el acceso al trono de Fernando VII.
El lenguaje de la comunicación refleja la mentalidad de
los monarcas durante la época del despotismo ilustrado. Los súbditos del reino son «vasallos míos»; Carlos IV
es un padre tierno que los ama y tranquiliza, incluso en
contra de todas las evidencias. Asimismo, el frecuente
empleo del posesivo para referirse a sus vasallos, sus
pueblos y su palacio indica un marcado sentido patrimonial con respecto a los habitantes y las riquezas del
reino.
Carlos IV También niega que exista la posibilidad de
guerra («No: esta urgencia no la verán mis pueblos.») y
no duda de que, llegado el caso, el pueblo lo defenderá
(«¿…qué puedo yo temer?»). Sobre este aspecto acertó
en su pronóstico, aunque no con respecto a su persona
sino a la de su hijo, en nombre de quien el pueblo español sostuvo una guerra de seis años contra los franceses.
 a) Tras la guerra contra la Francia revolucionaria (17931795), y coincidiendo con la moderación del régimen
republicano francés, la monarquía española retornó
a la alianza con Francia frente al Reino Unido. Este
acercamiento fue promovido por Godoy —aunque sus
desavenencias con el Directorio provocaron su alejamiento del Gobierno entre 1798 y 1800— y se tradujo
en una serie de tratados (los de San Ildefonso, en
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MODELO CURSO 2009-2010
1796 y 1800) que aislaron a España del resto de Europa. Además, la convirtieron en un satélite del Estado
francés ya que el Gobierno español puso a disposición del país vecino sus recursos económicos y su
flota naval. Los resultados fueron negativos para
España, porque los británicos la sometieron a un bloqueo marítimo (1796) que perjudicó el comercio y
las comunicaciones con América.
Para evitar incidentes como el que le apartó del Gobierno, Godoy se acercó a Napoleón Bonaparte
quien, gracias a sus victorias, se había convertido en
el árbitro de Europa, y se alió con él (guerra de las
Naranjas contra Portugal, 1801) en el conflicto contra
el Reino Unido. Los resultados fueron negativos para
España, ya que la Armada británica aniquiló a la hispanofrancesa en Trafalgar (1805), frente a las costas
de Cádiz. La derrota aumentó la impopularidad de
Godoy, cada vez más dependiente del Gobierno
francés. Tras su victoria contra la cuarta coalición
(Victoria en Jena sobre Prusia, 1806; Tratado de Tilsit
con Rusia, 1807), Napoleón se planteó la conquista
de Portugal para completar el bloqueo continental
contra el único de sus enemigos que le resistía: el
Reino Unido. Para ello firmó con Godoy el tratado de
Fontainebleau en octubre de 1807, que dividía el reino portugués en tres porciones: el norte, o reino de
Lusitania, se otorgaba al rey de Etruria, nieto de Carlos IV, en compensación por la pérdida de sus posesiones italianas, que habían pasado a Francia; el centro
estaba destinado a servir como baza de negociación
tras el establecimiento de la paz, mientras que el sur,
el principado de los Algarbes, se adjudicaba a Godoy.
Inmediatamente, los ejércitos franceses se internaron en la Península y en noviembre alcanzaron Lisboa. A lo largo de los meses siguientes siguieron
entrando en España tropas francesas, que ocuparon diferentes puntos estratégicos. Coincidió con la
firma del Tratado de Fontainebleau, el descubrimiento de la conspiración de El Escorial, el arresto del
príncipe de Asturias y su posterior perdón. Napoleón
comenzó a pensar en utilizar la división en la familia
real española en beneficio propio.
b) La Guerra de la Independencia enfrentó a España y
Francia entre 1808 y 1814. Fue provocada por la ocupación militar de la Península Ibérica por parte de los
ejércitos de Napoleón para imponer por la fuerza a
José I Bonaparte, hermano del emperador, como
nuevo rey español frente a Fernando VII. La pretensión francesa provocó el estallido de la insurrección
del 2 de mayo de 1808 en Madrid, a la que siguió una
oleada de rebeliones en todo el reino que marcaron
el inicio del conflicto.
Desde un punto de vista político, la Guerra de la
Independencia enfrentó al monarca impuesto por
Napoleón, José I —quien, con el apoyo de los afrancesados, promulgó la Constitución de Bayona y trató
de establecer un régimen autoritario en el que se
Historia de España
16
COMUNIDAD DE MADRID
MODELO CURSO 2009-2010
reconocían algunos derechos individuales y libertades económicas—, contra unas instituciones (juntas)
que no acataban la autoridad del nuevo monarca,
sino que se mostraban partidarias de Fernando VII.
Estas instituciones habían surgido como consecuencia del vacío de poder provocado por la ausencia
del monarca y su legitimidad residía en la rebelión
popular de mayo. Las juntas se organizaron en juntas supremas provinciales y, más adelante, en una
Junta Suprema Central (constituida precisamente en
Aranjuez, en septiembre de 1808), que inició los preparativos de las Cortes en Cádiz (1810-1813), la primera experiencia de gobierno liberal en España.
쐌 Julio de 1812-1814. En esta fase tuvo lugar una gran
ofensiva de los aliados, que culminó con la expulsión del suelo peninsular de las tropas francesas.
Fueron decisivas las batallas de Arapiles (Salamanca, julio de 1812), Vitoria (1813) y San Marcial (Guipúzcoa, 1813). El 7 de octubre los aliados cruzaron
el río Bidasoa (frontera entre Francia y España). El
11 de diciembre de 1813 tuvo lugar la firma del
Tratado de Valençay, por el cual Napoleón reconoció a Fernando VII como rey de España. En 1814 los
últimos soldados franceses abandonaban España.
Desde la perspectiva militar, tres factores resultaron
decisivos en el desarrollo de la guerra: la presencia
de un contingente militar británico, dirigido por Arthur
Wellesley, futuro duque de Wellington, que operó
desde Portugal en coordinación con las fuerzas españolas; el surgimiento de las guerrillas, formaciones
armadas de carácter irregular que hostigaron a las
tropas francesas y obstaculizaron sus líneas de comunicación; y la situación bélica en el resto del continente, especialmente desde 1812 con el inicio de la
campaña de Rusia, que obligó a Napoleón a retraer
recursos de la Península. La guerra se desarrolló en
tres etapas:
쐌 Numerosas pérdidas demográficas. Se calcula que
murieron unos 200 000 franceses y unos 500 000
españoles. A las muertes ocasionadas por los enfrentamientos armados hay que sumar las producidas por las represalias, la dureza de la vida diaria
durante el conflicto (hambruna en Madrid en
1812) y las epidemias (tifus, cólera, fiebre amarilla…), cuya difusión se veía facilitada por la situación de guerra.
쐌 Mayo-octubre de 1808. En este período el ejército
francés fue incapaz de dominar la Península. Numerosas ciudades (Zaragoza, Gerona) se rebelaron y
fueron sitiadas. Las tropas francesas que invadían
Andalucía sufrieron una aplastante derrota en Bailén (Jaén, julio de 1808) y las destacadas en Portugal se rindieron frente a los británicos (Convenio
de Sintra). Estas derrotas obligaron a los invasores
a replegarse hacia el País Vasco.
쐌 Octubre de 1808-julio de 1812. Inmediatamente se
produjo la reacción francesa, pese a lo cual se mantuvieron importantes centros de resistencia; los
más importantes fueron Lisboa y Cádiz. Durante esta
etapa se incrementó la actividad de las guerrillas.
Las principales consecuencias de la Guerra de la
Independencia fueron:
쐌 Grandes pérdidas materiales: edificios destruidos,
especialmente, en ciudades sitiadas como Zaragoza y Gerona o bombardeadas, como San Sebastián;
campos arrasados y cosechas perdidas por los episodios bélicos y los saqueos de ambos bandos;
talleres paralizados por la falta de materias primas
y operarios (que luchaban en la contienda)…
쐌 Difusión de nuevas formas de lucha como la guerrilla, que sería empleada en conflictos posteriores
(Guerra de Secesión Americana, Segunda Guerra
Mundial).
쐌 Fin del entramado institucional del Antiguo Régimen en España, por obra de las Cortes de Cádiz,
aunque a su regreso Fernando VII restableció la
situación anterior a 1812, anulando todas las disposiciones de las Cortes gaditanas (decreto promulgado en Valencia el 4 de mayo de 1814).
Opción B
Cuestiones
 Los primeros homínidos llegaron a Europa y, por lo tanto, a la Península Ibérica, desde África. En España se
encuentran los restos fósiles más antiguos (800 000
años) encontrados hasta la fecha en Atapuerca (Burgos);
fueron hallados en 1994 en el yacimiento denominado
Gran Dolina (nivel 6). Según las conclusiones de los
investigadores, estos fósiles pertenecerían al Homo antecessor (posible antepasado tanto de los neandertales
como del homo sapiens sapiens, que a su vez procedía
de África). También se han encontrado abundantes fósiles humanos en otros yacimientos de Atapuerca con
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una antigüedad de 300 000 años, concretamente en la
Sima de los Huesos. Al Homo antecessor le siguieron dos
especies o subespecies, que al parecer convivieron cierto tiempo: el hombre de Neandertal (que apareció en
Europa hace unos 230 000 años) y el Homo sapiens
sapiens, el Homo actual, que se cree llegó a la Península
Ibérica hacia el 40 000 a. C. La llegada del ser humano a
las Islas Baleares y Canarias se produjo en fecha posterior, hacia el III y el I milenio a. C., respectivamente.
 A partir de la invasión musulmana del año 711, gran parte de la Hispania visigoda fue sometida a la influencia
del islam. La conquista del reino visigodo fue un proceso
Historia de España
17
COMUNIDAD DE MADRID
relativamente breve (711-715), ya que las tropas islámicas (dirigidas por árabes pero formadas sobre todo por
bereberes) no pretendían ocupar todo el territorio, sino
controlar solo los puntos clave estableciendo guarniciones militares. Los conquistadores denominaron al-Ándalus a las tierras conquistadas, que durante los cuarenta
años siguientes constituyeron una provincia del vasto
imperio islámico. En 756 al-Ándalus se convirtió en un
emirato independiente y tras la proclamación del califato
en 929, el poder islámico en España alcanzó su momento
de mayor esplendor. El desarrollo político de estas tres
fases en que se dividieron los primeros siglos de dominación musulmana en la Península Ibérica fue el siguiente:
쐌 Emirato dependiente (711-756). El poder político en
al-Ándalus fue asumido por un valí dependiente del
califato de Damasco, a menudo elegido desde Kairuán (en el actual Túnez). Para someter las áreas conquistadas, los califas ordenaron el territorio en coras.
Impusieron tributos a la población, repartieron las tierras entre sus guerreros y nombraron gobernadores
árabes. Establecieron la capital en Córdoba para controlar el valle del Guadalquivir. Crearon tres áreas en
las fronteras del territorio conquistado, en torno a
Mérida, Toledo y Zaragoza, que se denominaron
marcas (en árabe tagr) Inferior, Media y Superior, respectivamente. Apenas prestaron atención a las tierras de la Meseta septentrional ni a los pueblos
montañeses del norte y los Pirineos, rebeldes y poco
romanizados.
쐌 Emirato independiente (756-929). La mayoría de los
omeyas fueron asesinados en una guerra civil; el clan
abasí ocupó el califato y trasladó su capital a Bagdad
(Irak). Un superviviente omeya, Abd al-Rahman I (734788), se trasladó a al-Ándalus y se proclamó emir
(príncipe) independiente del califato de Bagdad (756).
Abd al-Rahman I convirtió su poder personal en una
dinastía, pues designó heredero en vida a un hijo
suyo, estableciendo así un sistema sucesorio que se
mantuvo durante los dos siglos siguientes. A partir
del año 879, sin embargo, fue evidente la crisis en el
emirato cordobés pues se produjeron numerosas
revueltas locales y reivindicaciones continuas de independencia (como la de Umar ibn Hafsun en Andalucía). Para hacerles frente, los emires se rodearon de un
ejército personal de mercenarios, generalmente
esclavos liberados (eslavos en su mayoría). Consiguieron prestigio y recursos económicos a través de las
aceifas, campañas de saqueo en las tierras cristianas
del norte.
쐌 Califato de Córdoba (929-1031). El emir Abd al-Rahman III se proclamó califa en Córdoba (929), convirtiéndose en el líder político y religioso de todos los
musulmanes. Restauró la unidad del Estado islámico y
estableció la hegemonía de al-Ándalus sobre toda la
Península Ibérica, pues los reinos cristianos del norte
se convirtieron en tributarios y vasallos suyos a cambio de no sufrir las temibles aceifas. A nivel interna-
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cional intentó que la cultura andalusí liderara el mundo árabe e islámico promoviendo el renacimiento
artístico e intelectual en Córdoba y Madinat al-Zahra
(Medina Azahara), una ciudad-palacio construida desde el año 936 en las afueras de Córdoba y continuada
por su hijo y sucesor Al-Hakam II (961-976). Tras la
muerte de Al-Hakam II, los califas de Córdoba se mantuvieron en el poder de forma simbólica. Aprovechando la minoría de edad del nuevo califa, Hisham II, el
gobierno efectivo pasó a manos del hayib o valido
andalusí, Muhammad ibn Abi Amir, llamado Al-Mansur o Almanzor (el Victorioso). Él y sus dos hijos, que le
sucedieron en el poder, son conocidos como los amiríes y fueron los auténticos gobernantes del califato
cordobés entre los años 976 y 1009.
Almanzor controló la Administración y el Ejército,
imponiendo una dictadura militar, organizando la
defensa de la ortodoxia religiosa y realizando expediciones de castigo contra los reinos cristianos del norte. Tras la muerte de Almanzor (1002), uno de sus
hijos, Abd al-Rahman Sanchuelo, pretendió ser nombrado sucesor del califa Hisham II, lo cual le enfrentó
a la dinastía omeya, a los dirigentes religiosos y al
pueblo en general. En el año 1009 estalló una revolución en Córdoba durante la cual fueron asesinados
los amiríes. En el año 1031, una asamblea de notables
decretó en Córdoba el final del califato.
 La Baja Edad Media fue para la sociedad europea una
época de profunda crisis demográfica, económica, política y cultural. Los cambios acaecidos durante los siglos
XIV y XV tuvieron importantes repercusiones en las instituciones políticas de los reinos de la Península Ibérica.
Aparecieron las Cortes, asambleas en las que estaban
representados los tres estamentos medievales. Su celebración empezó a ser habitual en los siglos XIII (en Castilla y Aragón) y XIV (en Navarra), aunque se convocaron
de forma irregular, generalmente cuando los monarcas
querían solicitar una contribución (impuesto) especial.
También abordaron los monarcas la unificación de las
leyes mediante la creación de una legislación inspirada
en el derecho romano que otorgase más prerrogativas
a la Corona: Ordenamiento de Alcalá en Castilla, Fueros
de Aragón, Furs (fueros) de Valencia, Fuero General de
Navarra.
Entre los siglos XIII y XIV, los monarcas castellanos tuvieron que afrontar diversas sublevaciones de la nobleza
y guerras civiles, como la que se produjo entre 1366 y
1369, que enfrentó al rey Pedro I y a su hermanastro,
Enrique de Trastámara. Finalmente, este resultó vencedor con el apoyo de la Iglesia y gran parte de la nobleza.
Sin embargo, a pesar de estos conflictos, hubo un fortalecimiento del poder monárquico en Castilla, merced
a instituciones como el Consejo Real, que auxiliaba al
monarca en las tareas de gobierno, la Audiencia o Chancillería Real, que impartía justicia en todo el reino, los
alcaldes mayores y corregidores, representantes del rey
en los ayuntamientos, y a una serie de impuestos per-
Historia de España
18
COMUNIDAD DE MADRID
manentes (como la alcabala) que aseguraba los ingresos
del soberano. Las Cortes, únicas para todo el reino, no
pasaron de ser meramente consultivas y fueron decayendo a lo largo del siglo XV.
En Navarra y Aragón, los monarcas dependieron en gran
medida de las Cortes para gobernar y pactaron por lo
general con estas. En Navarra, el poder de los señores
fue muy elevado y los enfrentamientos civiles entre clanes rivales casi permanentes; además, muchos de sus
reyes, de origen francés, ni siquiera residían allí, por lo
que colaboraron, por lo general, con las Cortes (que eran
únicas para todo el reino, como en Castilla).
En Aragón, los monarcas se lanzaron a una política exterior muy aventurada, necesitada de mucho apoyo y
recursos, y se vieron obligados a ceder patrimonio, privilegios y derechos a los grandes señores y a hacer todo
tipo de concesiones a las Cortes a cambio de préstamos
y ayudas (pactismo). Había unas Cortes diferentes para
cada reino (Aragón, Cataluña y Valencia), además de unas
generales. Junto a ellas surgieron otras instituciones que
velaban porque el monarca no vulnerase las leyes de
cada reino, como el Justicia Mayor de Aragón, cargo
judicial que interpretaba los fueros y que controlaba la
nobleza, o la Generalitat en Cataluña y en Valencia, una
diputación permanente de las Cortes respectivas que
supervisaba la acción del monarca y la gestión de los
subsidios concedidos al rey.
 La unión dinástica de las coronas de Castilla y Aragón se
produjo como consecuencia del matrimonio de Isabel I
de Castilla y Fernando II de Aragón. Sin embargo, la unificación de ambos reinos no significó la creación de un
Estado unido y sin fronteras internas y con unas instituciones, unas leyes, una lengua y una moneda comunes.
Por el contrario, Castilla y Aragón permanecieron claramente diferenciados, e incluso enfrentados, en su manera de entender la política.
Isabel I era hija del rey Juan II de Castilla y hermanastra de Enrique IV quien, tras el pacto de los Toros de Guisando (1468), la reconoció como heredera. Para afianzar
su posición Isabel contrajo matrimonio con Fernando de
Aragón (1469), lo que provocó que Enrique IV la desheredara y designara como sucesora a su supuesta hija,
Juana la Beltraneja (fruto, según los enemigos del
monarca, de las relaciones de la reina Juana con el favorito Beltrán de la Cueva). A la muerte de Enrique IV, Isabel I se impuso a Juana la Beltraneja, casada con Alfonso
V de Portugal, en una guerra civil (1474-1479). En esta
lucha resultó fundamental el apoyo de su marido. La
Concordia de Segovia (1475) estableció la igualdad de
ambos en el ejercicio del poder real, y este reconocimiento se extendió al reino aragonés cuando Fernando
accedió al trono en 1479.
La unión dinástica nació marcada por la desigualdad:
Castilla ocupaba un territorio mucho mayor que el de
Aragón y tenía un mayor volumen de población; además, su economía se encontraba en expansión y poseía
unas instituciones más homogéneas y útiles para el ejer© Oxford University Press España, S. A.
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cicio sin trabas del poder monárquico. Parecía inevitable
que la construcción de un Estado sólido se cimentara,
sobre todo, en el reino castellano. Los Reyes Católicos
convinieron aparecer juntos en monedas e inscripciones
(primero Fernando, por ser el varón), aunque Castilla
figuraba siempre en primer lugar en títulos y escudos.
Acordaron, además, que, en caso de que Isabel falleciera
antes, Fernando nunca sería rey de Castilla, sino que el
trono lo ocuparían los hijos de ambos. De hecho así ocurrió a la muerte de Isabel en 1504: accedió al trono su
hija Juana, acompañada de su marido, Felipe de Habsburgo (apodado el Hermoso). No obstante, la inestabilidad mental de Juana y la muerte prematura de Felipe I
en 1506 permitieron a Fernando proclamarse gobernador o regente de Castilla hasta la mayoría de edad de su
nieto, Carlos de Gante, hijo de Juana y Felipe. Fernando
incluso volvió a casarse tras la muerte de Isabel, buscando un heredero para Aragón, pero el único hijo que
nació de esa unión no sobrevivió. Estas circunstancias
permitieron que Carlos heredase el patrimonio familiar
en su totalidad.
 El descubrimiento de América (octubre de 1492) se suele
considerar el acontecimiento que dio paso a una nueva
época: la Edad Moderna. La expansión del Imperio otomano, que culminó con la conquista de Constantinopla
(1453), supuso el cierre de la ruta comercial de las especias con las Indias a través del continente asiático y aceleró la búsqueda de alternativas a través del océano Atlántico. Castilla y Portugal, los dos reinos mejor situados para
acometer esta búsqueda, fueron los pioneros en las
exploraciones atlánticas: ambos disponían de una marina
cualificada y de enclaves insulares, y habían perfeccionado la cartografía y los instrumentos de navegación (brújula, astrolabio). Portugal, no obstante, llevaba ventaja. Sus
marinos habían bordeado la costa africana occidental y
habían alcanzado el cabo de Buena Esperanza (1488).
Castilla solo disponía de las Islas Canarias —bajo soberanía castellana tras el Tratado de Alcaçovas (1479)—, que
fueron conquistadas entre 1483 y 1496. Este contexto
explica por qué la Corona portuguesa rechazó el proyecto de buscar una ruta alternativa a las Indias por el oeste
presentado por un oscuro navegante genovés, Cristóbal
Colón, y en cambio sí fue aceptado por la castellana.
Con financiación genovesa y tras firmar las Capitulaciones de Santa Fe (abril de 1492), una donación de los
Reyes Católicos por la que Colón era nombrado almirante, virrey y gobernador general de las tierras que descubriera, pudo este organizar su primer viaje. Colón partió
de Palos (Huelva) el 3 de agosto de 1492 con tres naves
—una nao, la Santa María, y dos carabelas, la Pinta y la
Niña— y unos cien marinos. Depués de hacer escala en
Canarias y tras treinta y tres días de navegación, el 12 de
octubre alcanzó la isla que los nativos llamaban Guanahaní y que él denominó San Salvador (actual isla
Watling, en las Bahamas). La expedición llegó a otras
islas: Juana (Cuba) y La Española (Santo Domingo/Haití).
Colón acababa de descubrir un nuevo mundo; sin embargo, creyó que llegaba a las Indias.
Historia de España
19
COMUNIDAD DE MADRID
Tras el primer viaje de Colón, los Reyes Católicos obtuvieron las concesiones pontificias conocidas como bulas
Inter caetera (1493). Dictadas por el papa Alejandro VI,
otorgaban a Castilla el dominio de las tierras descubiertas o por descubrir al oeste de una línea imaginaria, trazada en el sentido de los meridianos, a cien leguas al
oeste de las islas Azores. Portugal, sin embargo, protestó
ante la expansión de Castilla, y fue preciso suscribir un
acuerdo castellano-portugués (Tratado de Tordesillas,
4 de junio 1494), que dividió el océano Atlántico: Castilla
se quedó con las tierras situadas al oeste del meridiano
46° Oeste (aproximadamente), y Portugal, con las localizadas al este.
Colón realizó otros tres viajes. En el segundo (Septiembre de 1493-junio 1496) exploró las Antillas menores,
San Juan Bautista (Puerto Rico o Borinquen) y Santiago
(Jamaica). En el tercer viaje (mayo de 1498-noviembre de 1500) descubrió la isla de Trinidad y el continente
americano a la altura del Orinoco. En su cuarto y último
viaje (mayo de 1502-noviembre de 1504), exploró las
costas atlánticas de América central buscando algún
paso que condujese a las islas de las especias.
En 1513 Vasco Núñez de Balboa, tras atravesar el istmo
de Canadá, descubrió el mar del Sur (océano Pacífico),
confirmando así que un continente entero se interponía
entre Europa y las ansiadas islas de las especias.
 A su llegada a la Península Ibérica, Carlos I, por su condición de extranjero, encontró una gran oposición. Cuando tuvo que ausentarse del reino para ser coronado
emperador del Sacro Imperio (1520), la oposición se
manifestó en las revueltas de las Comunidades y de las
Germanías. La revuelta de las Comunidades (1520-1522)
estuvo protagonizada por varias ciudades del interior
de Castilla (Toledo, Segovia, Salamanca, Zamora, Ávila,
Cuenca y Madrid), que se autoproclamaban una comunidad, por lo que sus partidarios recibieron el nombre
de comuneros. La rebelión tuvo un carácter político,
ya que pretendía imponer varias condiciones al monarca:
que prescindiera de los consejeros extranjeros y que
acatara la voluntad del reino, es decir, de los procuradores de las ciudades representadas en las Cortes. Entre las
peticiones de los comuneros se encontraban, además,
la limitación del poder real, la reducción de impuestos, la
protección de la industria textil, y reformas municipales
a favor de los plebeyos y contra la nobleza. En la batalla
de Villalar (1521), los comuneros fueron derrotados, y
sus tres líderes principales, Juan Bravo (de Segovia), Juan
de Padilla (de Toledo) y Francisco Maldonado (de Salamanca), ejecutados. Las ciudades de Toledo y Segovia
sufrieron una durísima represión.
La revuelta de las Germanías (1519-1523) tuvo lugar en
Valencia y Mallorca. Las germanías eran hermandades
armadas que fueron creadas, con autorización del monarca, por los gremios de las ciudades costeras del reino de
Valencia, en el siglo XVI, para protegerse de los piratas
berberiscos. Tuvo un componente social más marcado
que la de las Comunidades (con la cual no tuvo cone-
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MODELO CURSO 2009-2010
xión alguna), ya que se dirigió contra los señores feudales y sus siervos mudéjares (muy numerosos en toda la
región). Sofocadas ambas sublevaciones, la monarquía
salió reforzada frente a las ciudades y las Cortes (que, en
particular en Castilla, se convirtieron en una institución
sumisa), y también frente a los nobles, que, temerosos e
impotentes ante las rebeliones, se apoyaron en el poder
de la Corona y se convirtieron en aliados fieles del rey.
Tanto Carlos V (como Felipe II después) pudieron abordar así una política exterior muy ambiciosa y costosa, sin
encontrar apenas oposición.
 El gobierno de favoritos, validos o privados estuvo muy
extendido durante el siglo XVII en varios países de Europa
(uno de los más célebres en este siglo fue el cardenal
Richelieu, favorito de Luis XIII de Francia), incluida España. De este modo, Felipe III (1598-1621), Felipe IV (16211665) y Carlos II (1665-1700) no gobernaron personalmente sus reinos, sino que se apoyaron en validos que
dirigían la política en su lugar. El cargo de valido no era
institucional, sino fruto de un nombramiento; su poder
residía en la confianza personal del rey. Cuando esta
confianza disminuía o desaparecía, el valido perdía todo
su poder. Este sistema de gobierno provocó un distanciamiento entre el rey y sus vasallos, y la desconfianza
de las oligarquías locales hacia la Corona.
Entre los Austrias menores, el primero de esta serie de
validos fue Francisco de Sandoval y Rojas, duque de Lerma, principal líder político durante la mayor parte del
reinado de Felipe III. Sin embargo, en 1618 perdió la confianza del monarca y fue reemplazado por su hijo, el
duque de Uceda. Ambos validos tenían un perfil semejante, que luego se reprodujo en sus sucesores: eran
aristócratas e intentaron gobernar prescindiendo de
los consejos; además, se rodearon de partidarios entre
sus parientes y amigos, a los que dieron los mejores
cargos.
El rey Felipe IV confió el gobierno a un nuevo valido,
Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde de Olivares y duque
de Sanlúcar la Mayor, también conocido como conde
duque de Olivares. Siguiendo la línea de sus predecesores, trató de establecer un gobierno personal. Embarcó a
España en una ambiciosa política exterior e intentó
infructuosamente que los reinos no castellanos contribuyesen a sufragar las cargas de la monarquía hispánica.
Finalmente, su política condujo a la crisis de 1640, en la
que se sucedieron las rebeliones secesionistas de Cataluña y Portugal, y a una pérdida de poder de la monarquía hispánica en Europa, que fue sancionada en la Paz
de Westfalia (1648). Desde entonces, la figura del valido
entró en crisis; siguieron existiendo favoritos, pero ninguno alcanzó el grado de influencia de Lerma y Olivares.
En 1643, Luis de Haro, marqués del Carpio, ocupó el valimiento de Felipe IV.
Durante la regencia de Mariana de Austria (1665-1675) y
el reinado de Carlos II (1675-1700) continuó la pérdida
de influencia de la monarquía hispánica en Europa y se
agudizó el proceso de decadencia interna. En esta époHistoria de España
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COMUNIDAD DE MADRID
ca, inicialmente ocuparon una posición de influencia
Juan Everardo Nithard y Fernando de Valenzuela. En
1677, un hijo ilegítimo de Felipe IV, Juan José de Austria,
dio un golpe de Estado y se proclamó primer ministro. A
su muerte le sucedieron el duque de Medinaceli y el
conde de Oropesa. Ambos intentaron imponer reformas
económicas y políticas que, en muchos casos, se quedaron en proyectos.
 La Guerra de Sucesión se libró a principios del siglo XVIII
entre los partidarios de instaurar la monarquía de los
Borbones en España y quienes defendían al candidato
de la rama austriaca de los Habsburgo tras la muerte sin
herederos de Carlos II el Hechizado. En su testamento, el
último monarca de la dinastía de los Austrias dejó los
reinos españoles a Felipe, duque de Anjou, nieto de Luis
XIV de Francia y bisnieto de Felipe IV. Sin embargo, existía otro candidato al trono, el archiduque Carlos de
Habsburgo, hijo del emperador de Alemania y descendiente de Felipe III de España. Cuando Felipe de Anjou
tomó posesión del trono con el nombre de Felipe V
(1701), los Habsburgo, las Provincias Unidas e Inglaterra
formaron una Gran Alianza con Portugal, Prusia y el
ducado de Saboya para impedir que los Borbones ocuparan los tronos de Francia y España. Estalló entonces la
Guerra de Sucesión Española (1701-1715).
La guerra tuvo varios escenarios: las fronteras de Francia, los territorios españoles de Milán y Flandes, las posesiones franco-españolas de ultramar y la Península Ibérica,
donde en 1704 desembarcó Carlos de Habsburgo. Castilla se alineó con Felipe V, mientras que los reinos orientales (Aragón, Cataluña, Mallorca y Valencia) apoyaron a
Carlos de Habsburgo, quien llegó a ocupar Madrid en
dos ocasiones. Sin embargo, chocó con la hostilidad de
las clases populares. Por este motivo, convirtió Barcelona
en su centro de operaciones dentro de la Península Ibérica. Las tropas de Felipe V contraatacaron y derrotaron
a la Gran Alianza en Almansa (Albacete, 1707), Brihuega
y Villaviciosa (Guadalajara, 1710). La muerte sin descendencia del emperador de Alemania, hermano del archiduque Carlos, en 1711, obligó a este a asumir el trono
imperial con el nombre de Carlos VI. Esta circunstancia
favoreció las negociaciones de paz: por un lado, los países que componían la Gran Alianza no estaban dispuestos a que los Habsburgo dominasen gran parte de Europa; y por otro, Felipe V renunció al trono francés. Ambos
bandos firmaron la Paz de Utrecht, constituida por los
tratados de Utrecht (Países Bajos, 1713) y Rastadt (Alemania, 1714). El Reino Unido se consolidó como potencia naval y comercial: se apoderó de Gibraltar y Menorca,
y obtuvo concesiones de Francia en ultramar. Además,
recibió el derecho a participar en el comercio con las
Indias (navío de permiso) y se hizo con el monopolio del
tráfico de esclavos africanos (asiento de negros) en América. Por último, frenó la expansión francesa hacia Italia y
Flandes, y se convirtió en el árbitro de Europa. Los Habsburgo controlaron el Imperio alemán y ocuparon Flandes, hasta entonces española. Además, se repartieron,
con el ducado de Saboya, los dominios italianos de
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España. Portugal adquirió Colonia del Sacramento, ubicada en el Río de la Plata, un centro importante de
comercio y contrabando con las Indias españolas.
Los aliados abandonaron Cataluña y Baleares, que se
negaron a aceptar a Felipe V. Barcelona cayó en 1714, y
las islas de Mallorca e Ibiza lo hicieron en 1715. A nivel
interno, la guerra supuso la desaparición de las instituciones propias de los reinos orientales (Aragón, Cataluña, Mallorca y Valencia) como consecuencia de la promulgación de los decretos de Nueva Planta (1707-1716).
Tema
El Sexenio Democrático (1868-1874) constituyó el primer
intento de establecer en España una democracia, tal y como
era entendida en el siglo XIX. Se inició con la Revolución
de septiembre de 1868, conocida por sus partidarios como la
Gloriosa. La Revolución se fraguó durante la década de
1860 y tuvo diferentes causas. En primer lugar, la impopularidad de la reina Isabel II, dominada por una camarilla que
condicionaba la elección y la acción de los gobiernos, sostenidos por los conservadores de Narváez y los unionistas
de O’Donnell. Al margen del sistema político se fue configurando una amplia oposición formada por quienes aspiraban a una apertura política (progresistas, demócratas), aunque en diferente grado, o por quienes pretendían sustituir
en el trono a Isabel II (el duque de Montpensier, casado con
Luisa Fernanda, hermana de la reina; los carlistas). El descontento se tradujo en una serie de manifestaciones de
protesta (Noche de San Daniel, en 1865; sublevación de los
sargentos del cuartel de San Gil, en 1866, ambas en Madrid)
que fueron duramente reprimidas. En 1866 un grupo de exiliados progresistas y demócratas firmaron el Pacto de Ostende (Bélgica) para destronar a la reina y derribar su régimen.
Tras la muerte de O’Donnnell (1867), líder de la Unión Liberal y principal sostén de la reina junto con Narváez, los unionistas se sumaron al pacto de Ostende. En 1868 murió también Narváez, que en ese momento ocupaba la presidencia
del Gobierno; le sustituyó Luis González Bravo.
La rebelión contra la reina se inició con un pronunciamiento militar dirigido por los generales Prim y Serrano, líderes
respectivos de progresistas y unionistas. A ellos se unió el
almirante Topete, unionista, al mando de la Armada anclada
en Cádiz. La insurrección recibió el apoyo popular, generalmente liderado por los demócratas, que organizaron juntas
revolucionarias. Las tropas leales a la reina fueron derrotadas por las del general Serrano en Alcolea (Córdoba); la victoria dejó libre la entrada a Madrid de los sublevados e Isabel II partió al exilio en Francia.
Tras el triunfo de la insurrección se formó un Gobierno provisional que debía promover la elección de Cortes constituyentes. Estaba presidido por Serrano y participaban en él
progresistas (Prim, Sagasta, Figuerola, Ruiz Zorrilla) y unionistas (Topete). Quedaron excluidos los demócratas, quienes tenían una gran influencia en las populares juntas revolucionarias de las ciudades, desde las que se reclamaba el
sufragio general masculino, la libertad de imprenta, culto y
asociación, y la supresión de los consumos y las quintas.
Historia de España
21
COMUNIDAD DE MADRID
Finalmente, el Gobierno provisional disolvió las juntas y sus
grupos de voluntarios armados. A cambio, estableció la mayor
parte del programa demócrata. Esto provocó la inmediata
escisión del Partido Demócrata en dos facciones: cimbrios
(dispuestos a cooperar con el Gobierno al margen del régimen político, monarquía o república, siempre que se respetase la democracia) y republicanos (que creían indispensable la implantación de una república federal).
El Gobierno provisional convocó elecciones a Cortes constituyentes en enero de 1869 por sufragio general masculino.
En ellas lograron la mayoría los llamados gubernamentales
(progresistas, unionistas, y cimbrios). Ocupaban el centro
político y defendían una monarquía parlamentaria y democrática, basada en la soberanía nacional y en un Gobierno
elegido por las Cortes y responsable ante ellas. El Partido
Republicano Federal, representante de la izquierda, además
del cambio de régimen, planteaba la abolición de las quintas, la supresión de la esclavitud en las colonias y una legislación favorable a los trabajadores. Una facción del partido,
los denominados intransigentes, propugnaban la insurrección armada y el federalismo local. En el otro extremo del
espectro político, los moderados o alfonsinos apoyaban el
regreso de los Borbones y la Constitución de 1845. Muy
debilitados, a partir de 1873 su líder fue Antonio Cánovas del
Castillo. Por último, los carlistas constituían la extrema derecha de las Cortes. Enemigos de la democracia, aceptaron el
juego parlamentario de forma temporal; pronto provocaron
la Tercera Guerra Carlista (1872).
La tarea fundamental de las Cortes fue elaborar la Constitución de 1869, la más liberal de las aprobadas en el siglo XIX,
que estableció una monarquía constitucional, el sufragio
general masculino directo y reconoció una amplia serie de
derechos individuales, naturales e inalienables.
El nuevo régimen hubo de enfrentarse además a las reivindicaciones populares y republicanas que exigían cambios
profundos, como el reparto de tierras o una mayor justicia
social (insurrecciones de 1868 y 1869 en Andalucía, Levante
y Cataluña). También estallaron motines de subsistencia
contra las quintas y huelgas industriales. A la inestabilidad
social en el interior se añadió el conflicto en las colonias. En
1868 se inició una sublevación independentista (Grito de
Yara), liderada por el hacendado Carlos Manuel Céspedes,
que dio origen a la primera Guerra de Cuba. Las hostilidades concluyeron en 1878 con la Paz de El Zanjón. En el
ámbito económico, el ministro de Hacienda, Laureano
Figuerola, emprendió una política liberalizadora y estableció la peseta como única moneda nacional. Además, rebajó
los aranceles aduaneros en contra de los intereses proteccionistas (arancel Figuerola, 1869).
Una vez aprobada la Constitución, y hasta encontrar un
monarca que ocupara el trono español, fue nombrado
regente el general Serrano. El general Prim, ministro de la
Guerra hasta ese momento, pasó a ejercer la presidencia del
Gobierno. Para ocupar el trono español se pensó en distintos candidatos: el duque de Montpensier, cuñado de la reina Isabel II y favorito de los unionistas (a su elección se opuso
la Francia de Napoleón III); Fernando de Coburgo, viudo
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de la reina de Portugal y favorecido por quienes eran partidarios de la unión ibérica (él mismo rechazó la candidatura
y además se opuso el Reino Unido) y el archiduque Leopoldo Hohenzollern-Sigmaringen, al que también se opuso
Napoleón III. Las presiones del emperador francés para que
se retirara su candidatura fueron una de las causas de la
guerra francoprusiana (1870-1871). Incluso se llegó a pensar en ofrecer la corona al general Espartero. Finalmente, la
elección recayó en Amadeo de Saboya, hijo Víctor Manuel II,
rey de la recién unificada Italia.
Tras su elección por las Cortes españolas en noviembre de
1870, Amadeo I de Saboya desembarcó en España el 30
de diciembre. Ese mismo día moría su principal valedor, el
general Prim, como consecuencia de un atentado que
había tenido lugar en la calle del Turco de Madrid tres días
antes.
El nuevo monarca fue considerado un intruso por los partidarios de los Borbones, tanto carlistas como isabelinos;
también sufrió el rechazo de los adeptos de la República. El
rey encomendó a Serrano la formación de Gobierno. Este
convocó unas elecciones (1871) que dieron la mayoría a
la coalición gubernamental (progresistas, unionistas, cimbrios). Poco después, esta coalición comenzó a desintegrarse por la rivalidad existente en el Partido Progresista entre
los dos herederos políticos de Prim. Por un lado, Práxedes
Mateo Sagasta, más cercano a los unionistas, formó el Partido Constitucionalista; por otro, Manuel Ruiz Zorrilla, próximo a los demócratas, fundó el Partido Radical. El rey confió
la formación del Gobierno al segundo quien, ante la dificultad de obtener mayorías, cerró las Cortes. Su reapertura
provocó la caída de Ruiz Zorrilla y su sustitución por el
general Malcampo, próximo a Sagasta.
En estas fechas se desarrolló, asimismo, el debate sobre la
Internacional de Trabajadores, que fue declarada ilegal por
una amplia mayoría. Ese mismo año, ante las críticas de carlistas y radicales, Malcampo dimitió y ocupó la presidencia
del Gobierno Sagasta, quien convocó elecciones cuyo resultado fue favorable a los constitucionales. Sin embargo, el
escándalo provocado por el descubrimiento de un fondo
de 2 000 000 de reales de finalidad poco clara provocó la
caída de Sagasta y una nueva entrada en el Gobierno de
Ruiz Zorrilla. El líder de los radicales convocó nuevas elecciones (1872) que dieron una amplia mayoría a su partido,
aunque la política del nuevo Gobierno se vio lastrada por el
temor a la revolución social y el estallido de la Tercera Guerra Carlista (1872-1876). En este período se aprobó la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Finalmente, en febrero
de 1873, el rey decidió abdicar. El detonante fue un conflicto
entre el Gobierno de Ruiz Zorrilla y el cuerpo de artilleros,
que se había opuesto al nombramiento del general Hidalgo
de Quintana como capitán general de Vascongadas y, posteriormente, de Cataluña. El ejecutivo presentó al rey un
decreto de disolución del cuerpo de artilleros que le ponía
en una difícil posición: si lo firmaba se indisponía con el
Ejército; si no lo hacía se enfrentaba a quienes le sostenían
en el trono. El 11 de febrero de 1873, Amadeo I decidió firmar el decreto y abdicar.
Historia de España
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COMUNIDAD DE MADRID
La Primera República (1873-1874) fue proclamada por las
dos cámaras legislativas reunidas (lo que estaba prohibido
por la Constitución de 1869) el mismo día en que abdicó
Amadeo I, el 11 de febrero de 1873. Se procedió a la formación de un Gobierno presidido por el republicano Estanislao Figueras, pero con mayoría de radicales. Los republicanos deseaban convocar elecciones para reunir unas Cortes
constituyentes; los radicales, para evitarlo, promovieron dos
golpes de Estado fallidos (febrero y abril de 1873). Como
consecuencia de ello, los republicanos se quedaron solos en
el Gobierno.
En mayo se convocaron elecciones que dieron una amplia
mayoría al partido gobernante ante el retraimiento de radicales, alfonsinos y carlistas, y se formó un nuevo Gobierno
presidido por Figueras. Sin embargo, este dimitió a los
pocos días, en desacuerdo con la línea política de los federales. Le sustituyó el líder de esta facción, Francisco Pi i Margall. Su toma de posesión, lejos de calmar las insurrecciones
populares y a los federalistas radicales, las avivó. Se produjeron agitaciones en el campo andaluz y en Alcoy una huelga convocada por los bakuninistas derivó en un motín que
concluyó con el asesinato del alcalde y el incendio de una
fábrica.
El movimiento cantonal estalló en julio de 1873 en Cartagena, como protesta de los federales intransigentes ante la
lentitud del Gobierno por aprobar una Constitución federal.
El levantamiento provocó que se presentara precipitadamente un proyecto de estas características pocos días después (fue redactado por Emilio Castelar en apenas veinticuatro horas), mientras el movimiento se extendía a otras
ciudades (Valencia, Castellón, Sevilla, Cádiz, Granada). Ante
la imposibilidad de aprobar el texto, debido a la división
de los republicanos de distinto signo y a los reproches que lo
hacían responsable del levantamiento, Pi i Margall dimitió.
Ocupó su puesto Nicolás Salmerón, partidario de una política de mayor firmeza. En las semanas siguientes, Salmerón
impulsó la recuperación militar de los principales focos de
insurrección en Andalucía y Levante. A mediados de agosto,
el movimiento cantonal estaba prácticamente sofocado.
Resistieron algunos enclaves, como Málaga que cayó en
septiembre de 1873. A partir de entonces la sublevación
quedó reducida al cantón de Cartagena, cuyo Gobierno
dominaba la escuadra y el arsenal existentes en la ciudad.
En septiembre Emilio Castelar sustituyó a Salmerón —quien
había decidido dimitir por una cuestión de conciencia— y
disolvió las Cortes. Durante la sesión de reapertura, que se
inició el 2 de enero de 1874, Castelar fue derrotado y presentó la dimisión. Mientras se negociaba la formación de un
Gobierno dirigido por Eduardo Palanca, federalista de centro que contaba con el apoyo de Pi i Margall y Figueras
(madrugada del 3 de enero), el general Pavía entró en el
edificio por la fuerza con efectivos de la Guardia Civil y las
disolvió sin apenas encontrar resistencia. Pocos días después, caía el cantón de Cartagena.
Posteriormente, la presidencia de la República fue ejercida
por el general Serrano, quien mantuvo la línea autoritaria
de Castelar. Serrano se apoyó en los liberales que no habían
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colaborado con la República federal, como Topete, Sagasta
y Cristino Martos. La Guerra de Cuba y la Tercera Guerra
Carlista proseguían sin que el régimen les pusiera fin. En
diciembre de 1874, Antonio Cánovas del Castillo, que promovía el regreso de los Borbones, hizo firmar al príncipe
Alfonso —depositario desde 1870 de los derechos dinásticos de su madre, Isabel II— el Manifiesto de Sandhurst,
en el que detallaba su programa político. El pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto, el 29
de diciembre de 1874, acabó con la Primera República y la
experiencia del Sexenio Revolucionario, y dio paso a la Restauración de la monarquía borbónica en la persona de
Alfonso XII.
Comentario de texto
 El texto, una fuente histórica primaria de carácter político, está constituido por varios fragmentos de un comunicado de condena de la quema de conventos, episodio
anticlerical que tuvo lugar entre los días 10 y 13 de
mayo de 1931, semanas después de la constitución de la
Segunda República española. Firman el escrito, publicado en el periódico El Sol, los intelectuales José Ortega y
Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala,
principales dirigentes de la Agrupación al Servicio de
la República (ASR).
El Sol fue fundado en 1917 por el empresario Nicolás
María Urgoiti y José Ortega y Gasset. Su ideario se basaba en la defensa del orden liberal y democrático, así
como en la superación de lo que se denominaba la «vieja
política». En la década de 1920 se convirtió en una publicación de referencia. Contó con la colaboración de escritores y periodistas de primera línea, como Cavia, Corpus
Barga, Camba o Sender. Tras la caída de la dictadura de
Primo de Rivera, el periódico se posicionó en contra
de la monarquía y se mantuvo en el mercado durante la
Segunda República hasta su cierre en 1939. Era el medio
de expresión de los liberales moderados y laicos, y su
público mayoritario se encontraba entre las clases
medias ilustradas. El escrito de condena, por tanto, es un
reflejo de la opinión que mereció a este grupo social el
episodio de la quema de conventos.
José Ortega y Gasset (1883-1955) era el filósofo e intelectual más destacado de la época. Miembro de la generación de 1914, sus ensayos España invertebrada y La
rebelión de las masas habían ejercido gran influencia en
medios intelectuales y políticos. Además de en la fundación de El Sol, participó en otros proyectos culturales —la
editorial Calpe, Revista de Occidente—. También persiguió la regeneración política durante el reinado de
Alfonso XIII, como queda de manifiesto en la constitución de la Liga de Educación Política Española (1913) y
en su conferencia Vieja y nueva política (1914). Al finalizar la dictadura de Primo de Rivera, Ortega se posicionó
en la prensa frente a la monarquía (El error Berenguer)
y creó con otros intelectuales, como Pérez de Ayala y
Marañón, la Agrupación al Servicio de la República
(febrero de 1931).
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COMUNIDAD DE MADRID
Gregorio Marañón (1887-1960) se licenció en medicina
en 1909. Era especialista en endocrinología y llevó a
cabo una importante labor científica, que combinó con
un amplio interés por los temas culturales e históricos
(Ensayo biológico sobre Enrique IV y su tiempo, Antonio
Pérez). Ramón Pérez de Ayala (1880-1962) era autor de
una amplia obra poética y narrativa (Luna de miel, luna
de hiel; Los trabajos de Urbano y Simona; Tigre Juan) y
había impulsado proyectos culturales como la revista
Helios. Ambos participaron en la creación de Unión
Democrática Española (1918), cuyo objetivo era la apertura del sistema político a otros partidos que no fuesen
los dinásticos. En la década de 1920 se posicionaron en
contra de la monarquía, por efecto de la dictadura de
Primo de Rivera, y exigieron responsabilidades al rey
Alfonso XIII.
Los firmantes del comunicado eran figuras destacadas de la llamada edad de plata de la cultura española,
época en la que coincidieron tres generaciones intelectuales —la finisecular y las de 1914 y 1917—. La mayor
parte de sus miembros se pronunciaron contra la dictadura de Primo de Rivera y la monarquía, y acogieron con
esperanza el nuevo régimen republicano, ante el cual
adoptaron una actitud de tutelaje intelectual (Unamuno, Ortega, Marañón, Pérez de Ayala) o de participación
activa (Azaña, de los Ríos, Jiménez de Asúa, Sánchez
Albornoz, Madariaga). Todos coincidían en la necesidad
de emprender un proceso de modernización de la vida
política y adecuar el marco legislativo e institucional a
los cambios sociales y económicos que se habían producido en España durante el primer cuarto del siglo XX.
El nuevo régimen surgió de las elecciones municipales
del 12 de abril de 1931: los resultados favorables a la Conjunción Republicano-Socialista en las capitales de provincia y en las grandes ciudades provocaron, dos días
después, la salida de España del rey Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República, en medio de un
desbordamiento de júbilo popular, que Josep Pla describe en Madrid. El advenimiento de la República (la obra
también contiene las impresiones del periodista y escritor catalán sobre la actitud de parte del pueblo madrileño durante la quema de conventos). El cambio de régimen fue pacífico y se controlaron los desbordamientos
revolucionarios, pese a que los meses anteriores habían
sido conflictivos. Inmediatamente, se constituyó un
Gobierno provisional, compuesto casi íntegramente por
los miembros del Comité Revolucionario formado un
año antes a raíz del pacto de San Sebastián. Integraban
el nuevo ejecutivo representantes de diferentes partidos republicanos, nacionalistas gallegos y catalanes y
el PSOE, y lo presidía el antiguo monárquico Niceto
Alcalá-Zamora. En su primera declaración, el 14 de abril,
el Gobierno anunció la celebración de elecciones a Cortes
constituyentes. A su preparación estuvieron destinadas
algunas de las primeras medidas aprobadas (revisión del
censo electoral, nombramiento de una comisión jurídica
asesora para elaborar el proyecto de Constitución, rebaja
de la edad electoral de 25 a 23 años). Asimismo, se
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promulgaron algunos de los decretos de reforma militar
—preparados por el ministro de la Guerra, Manuel Azaña— y sobre la mejora de las condiciones de trabajo en
el campo, impulsados por el ministro de Trabajo, Francisco Largo Caballero, que indicaban la voluntad del
Gobierno de iniciar un amplio proceso de reformas.
El Gobierno mantuvo un perfil moderado y estableció
canales de comunicación con el nuncio papal, monseñor Tedeschini. Algunos sectores de la Iglesia, sin embargo, acogieron la República con desconfianza. El 2 de
mayo, el cardenal Pedro Segura, primado de España,
publicó una carta pastoral contra el nuevo régimen.
El Gobierno también recibió críticas desde sectores radicales que se oponían a su política moderada. Estas tensiones tuvieron su primera manifestación en la quema
de conventos (10-13 de mayo). Varios de los ministros del
Gobierno provisional (Alcalá-Zamora, Azaña, Martínez
Barrio, Lerroux) refieren el episodio en sus memorias;
quien ofrece una explicación más detallada es el entonces ministro de Gobernación, Miguel Maura, en su libro
Así cayó Alfonso XIII… Los incidentes se iniciaron durante la mañana del domingo 10 de mayo como consecuencia de la inauguración de un centro monárquico en
la calle Alcalá de Madrid. Los participantes en el acto
hicieron sonar a gran volumen la Marcha Real al tiempo que proferían vivas a la monarquía mientras, concluido
el concierto dominical en el parque del Retiro, una
numerosa concurrencia se encontraba en los alrededores. Se inició un tumulto y un intento de asalto del centro ante el que tuvo intervenir la fuerza pública. Los
manifestantes se desplazaron entonces a la sede del
diario ABC. Maura ordenó el despliegue de la Guardia
Civil y se produjeron disturbios durante los cuales murieron dos personas. El Gobierno se reunió en la sede del
ministerio de Gobernación, situada en la Puerta del Sol,
mientras se congregaba ante el edificio una multitud
—encabezada por «seudointelectuales» del Ateneo de
Madrid, en palabras de Maura— que exigía la dimisión
del ministro de la Gobernación. Este se mostró partidario de desplegar a la Guardia Civil, pero sus compañeros
de gabinete se opusieron por considerar desproporcionada la medida, por la impopularidad de dicho cuerpo
armado («todo menos sacar un tricornio a la calle contra
el pueblo») y por creer que los manifestantes se disolverían espontáneamente. La situación de crisis se mantuvo
durante la noche. El Gobierno volvió a reunirse a lo largo del día siguiente, y ante la noticia de que se había
producido el incendio de la Residencia de los jesuitas de
la calle de la Flor, se reprodujo el desacuerdo entre Maura
y el resto de sus compañeros de gabinete, encabezados
por Azaña («Todos los conventos de Madrid no valen la
vida de un republicano»). Maura amagó con su dimisión
y, poco después, ante la propagación de los disturbios,
se ordenó al capitán general de Madrid, Gonzalo Queipo
de Llano, que estableciera el estado de guerra. Maura
asumió plenos poderes sobre las fuerzas de orden
público y el ejército y se controló la situación en la capital. Sin embargo, en los días siguientes, la quema de
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conventos se extendió a varias ciudades del Levante y el
sur de España.
El saldo final fue de más de un centenar de edificios religiosos destruidos. Los disturbios se desarrollaron ante la
pasividad inicial del Gobierno, remiso a emplear medidas que socavasen su popularidad. El desarrollo de los
incidentes puso de manifiesto la falta de experiencia
gubernamental en el control del orden púbico y la ineptitud de algunos gobernadores civiles y altos cargos
del ministerio de Gobernación. La derecha hizo responsable al Gobierno de los sucesos, que marcaron el inicio
del distanciamiento de la opinión pública católica con
respecto al régimen republicano. Por su parte, desde
algunos sectores de la coalición gubernamental se achacaron los incidentes a una provocación de los partidarios
de la monarquía. En los días siguientes, se decretó el cierre de la prensa monárquica y Maura expulsó del país al
obispo de Vitoria, Mateo Múgica. El cardenal Segura, por
su parte, fue expulsado un mes después. También se
decretó la libertad de cultos, medida que fue mal acogida
por la Iglesia. En definitiva, el episodio de la quema de
conventos deterioró el clima pacífico en el que se habían
desarrollado las primeras semanas del régimen republicano, supuso el inicio del conflicto sobre la cuestión religiosa y abrió el debate acerca de la influencia que ejercían las masas en las decisiones del Gobierno, así como
sobre su política de orden público.
En junio se celebraron elecciones legislativas que dieron
una amplia mayoría a la coalición gubernamental. La
Agrupación al Servicio de la República obtuvo 14 diputados y Ortega se convirtió en el líder del grupo parlamentario. El debate constitucional, que tuvo lugar entre
septiembre y diciembre de 1931, estuvo condicionado
por el modelo de Estado que planteaban las exigencias
del nacionalismo catalán y el debate sobre la cuestión
religiosa, durante la cual se produjo la dimisión de Alcalá-Zamora y el acceso de Azaña a la presidencia del Ejecutivo. Pese a que en octubre se aprobó una Ley de
Defensa de la República, Ortega ya se había distanciado
del Gobierno (en septiembre de 1931 escribió en Crisol
el artículo «Un aldabonazo» que contenía una de sus
famosas sentencias: «no es esto, no es esto»). Pocos días
antes de ser aprobada la Constitución, en diciembre de
1931, Ortega hizo públicas sus posiciones en la conferencia Rectificación de la República, en la que se mostró
contrario a las políticas emprendidas por el Gobierno
al considerar que conducían a la polarización social. Un
año después, en octubre de 1932, la Agrupación al Servicio de la República se disolvió.
 Los autores del texto condenan tajantemente los actos
de vandalismo anticlerical, a los que califican de «fetichismo criminal». Pronuncian su condena desde posiciones alejadas del catolicismo. Conceden que durante
siglos las órdenes religiosas han causado «daños enormes a la nación española»; sin embargo, desprovistas
del poder público y de sus privilegios, son «inocuas».
Atacarlas o destruirlas, además de constituir un «hecho
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repugnante», pone en peligro el verdadero sentido del
nuevo régimen: instaurar una nueva democracia ajena a
la «teatralería de vetusta democracia mediterránea». El
anticlericalismo popular y los amotinamientos no eran
nuevos (ya se habían producido durante los siglos XIX y
XX, por ejemplo, en 1834 y durante la Semana Trágica de
Barcelona en 1909). Los firmantes del escrito consideran
fundamental acabar con ellos para siempre.
Los autores del manifiesto, y especialmente Ortega, aún
no habían iniciado el proceso de distanciamiento con
respecto al régimen republicano que tuvo lugar en los
meses siguientes. Por esa razón, atribuyen a los miembros del Gobierno el mérito del cambio de régimen y
pretenden preservarlo de las minorías exaltadas. Fiel a
su vocación de guardianes intelectuales de la República,
el texto de los líderes de la ASR concluye con una advertencia: «La multitud caótica e informe no es democracia,
sino carne consignada a tiranías».
Otro de los rasgos del texto es la voluntad por parte
de sus autores de utilizar un lenguaje de altura literaria en
sus manifestaciones públicas de carácter político. Esta
norma de estilo no siempre fue bien entendida, y desde
algunos sectores se acusó a Ortega de elitismo y un
exceso de retórica. Ante estas acusaciones, el filósofo
manifestó en 1932, meses antes de la disolución de la
ASR, ser partidario de una «política poética, filosófica,
cordial y alegre».
 a) El reinado de Alfonso XIII puso de manifiesto que el
régimen de la Restauración era incapaz de adaptarse
al siglo XX. Pese al impulso regeneracionista encarnado por Antonio Maura y José Canalejas, la monarquía no pudo de superar los retos que planteaban el
nacionalismo catalán, la Guerra de Marruecos, la
conflictividad sindical y el inicio de un proceso de
apertura política. Se sucedieron numerosas crisis,
algunas muy graves: la Semana Trágica (1909), los
conflictos de 1917, la oleada huelguística de 1919 y
el desastre de Annual (1921). Finalmente, Miguel Primo de Rivera, estableció en 1923 una dictadura militar. La incapacidad del general para asentar un nuevo
sistema político e institucional convirtió su etapa
de gobierno en un mero paréntesis. Tras la dimisión de
Primo de Rivera en 1930, Alfonso XIII confió el poder
a otro general, Dámaso Berenguer, quien intentó
retornar a la normalidad constitucional de 1876. En
enero de 1931 fue reemplazado por el almirante
Juan Bautista Aznar, quien formó un Gobierno monárquico de concentración compuesto por políticos que
aún respaldaban a Alfonso XIII. El nuevo Gobierno
anunció la convocatoria de elecciones, primero municipales y después a Cortes constituyentes, y se comprometió a conceder la autonomía a Cataluña.
Por su parte, los partidos republicanos firmaron en
agosto de 1930 el Pacto de San Sebastián, por el
que se comprometían a llevar a cabo una insurrección que instaurara la República. Crearon un comité
revolucionario, que era, en realidad, un Gobierno
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provisional clandestino. En octubre se unieron al
Pacto el PSOE y la UGT, ofreciendo el respaldo de una
huelga general, que no llegó a realizarse. En diciembre de 1930, algunos militares protagonizaron una
sublevación en Jaca (Huesca); esta iniciativa, que fracasó, se adelantó a la insurrección proyectada por
los firmantes del Pacto de San Sebastián. Sin embargo, la República no llegó como consecuencia de un
pronunciamiento militar sino de una convocatoria
electoral que se interpretó como un plebiscito a
favor del cambio de régimen: las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. A ellas acudieron los
firmantes del Pacto de San Sebastián formando una
coalición electoral que resultó victoriosa en las grandes ciudades, donde los votos expresaban realmente
el estado de la opinión pública. El rey, falto de apoyos
y a la vista de lo sucedido en las elecciones, partió al
exilio. El 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda
República española.
b) La Constitución de 1931 configuró un régimen
democrático, laico y descentralizado, en el que se
recogía la función social de la propiedad. El origen
de la soberanía residía explícitamente en «el pueblo». La primacía la tenía el poder legislativo unicameral, representado por el Congreso de los Diputados.
Sometido a este se encontraban el poder ejecutivo
(el jefe del Gobierno y el presidente de la República)
y el Tribunal Supremo, cúspide del poder judicial. El
presidente de la República contaba con cierto margen para elegir o deponer al jefe del Gobierno, pero
él mismo podía llegar a ser destituido por las Cortes.
Se establecía el Tribunal de Garantías Constitucionales, que debía declarar la constitucionalidad de
las leyes que se aprobasen. Los diputados a Cortes
se elegían por sufragio general masculino; en 1933 se
amplió el sufragio a las mujeres. El presidente de la
República era designado de forma indirecta a través
de compromisarios. Las corporaciones municipales
también eran elegidas por sufragio universal.
Además de configurar un régimen democrático, fue
mayoritaria en las Cortes constituyentes la voluntad
de poner fin a las enormes desigualdades que existían
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en la época. Por esa razón, junto a una extensa declaración de derechos individuales (libertad de conciencia, garantías procesales, libertad de expresión,
etc.), se incluyeron otros de carácter social (protección del trabajo infantil y femenino, limitación de la
jornada laboral, salario mínimo, acceso a la Seguridad Social, etc.). También se limitó el derecho a la
propiedad, que era susceptible de expropiación por
motivo de utilidad social, aunque siempre con indemnización. Se establecía, asimismo, la posibilidad de
nacionalizar algunos servicios de interés común o
públicos (transportes, telefonía…).
En lo referente a la organización territorial, el texto
constitucional establecía que «la República constituye un Estado integral compatible con la autonomía
de los municipios y las regiones». Con la denominación Estado integral se pretendía evitar la definición
de España como Estado unitario o federal, mientras se
hacía compatible el mantenimiento de la unidad del
país con la autonomía de las regiones que lo solicitaran. También se preveía la formación de cabildos
insulares en Canarias y Baleares.
En la Constitución de 1931 se afirmaba de modo
tajante la separación entre Iglesia y Estado. Se declaraba la aconfesionalidad del Estado y la libertad de
conciencia, y se ponía fin a los acuerdos establecidos
con el papado en el Concordato de 1851. Se eliminaba, por tanto, el subsidio al clero y se privaba a las
órdenes religiosas de la inmunidad fiscal. Asimismo,
se consideraba a estas como asociaciones, por lo que
debían inscribirse en un registro y no podían ejercer
ni la enseñanza ni actividades comerciales o industriales. También se disolvía la Compañía de Jesús, sin
citarla, por obedecer a una «autoridad distinta de la
legítima del Estado». Se admitía, asimismo, la posibilidad del divorcio. Estas disposiciones provocaron la
oposición radical de toda la derecha católica y la Iglesia, que no se identificaron con el régimen ni con la
Constitución a partir de ese momento. Por otro lado,
esta oposición política de la Iglesia incrementó el
anticlericalismo popular, que consideraba a los religiosos aliados naturales de la derecha antiliberal.
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