Sexualidad, amor y erotismo. México Prehispánico y México Colonial

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Escritos, Revista del Centro deReseñas
Ciencias del
Lenguaje
y comentarios
Número 26, julio-diciembre de 2002, pp. 249-254
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Reseñas y comentarios
Noemí Quezada: Sexualidad, amor y erotismo. México
Prehispánico y México Colonial. México: UNAM, Instituto de
Investigaciones Antropológicas y Plaza y Valdés editores,
primera reimpresión 2002, 303 pp.
Vincular el pasado de la cultura mexica con el presente a partir de
la clasificación de género, permite comprender la distinción del rol
social (hombre-mujer) que normó la vida de cada individuo antes y
después del periodo de colonización. Al analizar dicha clasificación
se puede explicar la estructura y características que definen al ser
masculino y femenino, mismas que llevan a la construcción compleja de cada cultura, específicamente la indígena y la novohispana.
Cada sociedad era regida por sus propias reglas, es decir, mientras
para la indígena todo acto estuvo ligado al ritual y a la religión,
mostrándose así como un ente complejo de creencias, para la
novohispana todo acto ritual fue rechazado, promoviendo los dogmas católicos como el único modo de vida en ese momento, donde
no se conjugaban los saberes del amor y el erotismo.
Tales distinciones entre ambas sociedades constituyen la preocupación y tesis fundamental del recorrido histórico y teórico que
realiza Noemí Quezada en Sexualidad, amor y erotismo. La autora sitúa su estudio de la sexualidad en el campo de la Etnología,
argumentando en la introducción del texto que “es un campo asociado al ciclo de vida y a los ritos de paso que marcan cada una de
las etapas de la vida del individuo, al matrimonio que la reglamenta
y a la familia, unidad básica de la sociedad” (Quezada, 2002, 9).
El proceso histórico restrospectivo realizado por Quezada se
basa en la consulta de archivos, los cuales son indispensables cuando se estudia un campo con historia escrita, ya que a partir del
análisis de algunas fuentes históricas impresas y documentos de
archivo, la investigadora sustenta la cuestión de normatividad que
reinaba en la convivencia social de las culturas mexica y
novohispana, aplicando un estudio de género que le permitirá citar
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una serie de actividades establecidas correspondientes a hombres
y mujeres.
Noemí Quezada retoma la definición de género que hace Joan
Scout apoyándose en la conexión integral entre dos premisas: la
primera, “El género es un elemento constitutivo de las relaciones
sociales basadas en la diferencia que distingue los sexos” y, la segunda, “El género es una forma primaria de relaciones significativas de poder” (Quezada, 2002, 10).
Tanto para la sociedad mexica como para la novohispana, su
sistema de creencias delineó su modus vivendi; para la cultura
indígena todo acto estuvo ligado al ritual, además de que toda explicación para cualquier hecho social la dio la religión. Esta sociedad,
como integrante de la compleja cultura mesoamericana, remitía su
orden a modelos cósmicos que regían la vida de todos los hombres,
planteando así principios binarios opuestos y complementarios como
cielo-tierra, frío-calor, arriba-abajo, luz-tinieblas, hombre-mujer, etc.
Modelos que llevan al estudio del mito, el cual trata de explicar los
fenómenos de la naturaleza. A decir de Mircea Eliade: “El mito
describe cómo gracias a los seres sobrenaturales una realidad llega
a existir, la cual ha permitido al hombre ‘ser mortal, sexuado, organizado en sociedad, obligado a trabajar para vivir, siguiendo ciertas
reglas’” (Eliade, 1968, 21).
Es importante puntualizar en el ejemplo que cita Noemí Quezada
en el subtema “Roles sociales asignados e identidad genérica”, donde
nos menciona que “el mito anuncia que de Uxumuco y Cipactonal,
primera pareja humana, nacerían los macehuales, lo que a nivel
simbólico origina la unión de hombre y mujer ligados en matrimonio,
institución que reglamentó la sexualidad entre los mexicas, en el
cual era necesario no sólo la expresión de los sentimientos, sino el
amor, el respeto, la fidelidad y, de manera especial, la satisfacción
erótica de ambos cónyuges, para quienes era obligación y responsabilidad construir la felicidad” (Quezada, 1996, 31).
En el grupo mexica, los roles estuvieron claramente definidos,
pero tanto hombre como mujer desempeñaron responsabilidad compartida en algunos aspectos de la actividad sagrada, ambos cumplían con las actividades designadas por los dioses, por ejemplo; la
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producción agraria y la reproducción humana fueron las actividades otorgadas por los dioses a mujeres y hombres, pillis y macehuales,
por igual; puesto que era precisamente en el ritual donde se borraban las diferencias sociales y sexuales para conservar el tiempo
sagrado. De esta manera, con la participación de los dos sexos en
comunión mística, se guardaba el equilibrio cósmico y se mantenía
el orden social.
Las emociones y sentimientos de los indígenas estuvieron ligados a la vida de los dioses; ellos definieron las normas y valores
sociales, establecieron la valentía y la fuerza para ambos sexos e
instauraron, asimismo, los roles sociales que debían cumplir varones y mujeres para alcanzar el prestigio social; implantaron el amor,
el erotismo, el deseo y el placer dentro de la relación de pareja, en
un marco de templanza y respeto; ellos también definieron el amor
y el respeto entre padres e hijos; en una palabra, crearon los
paradigmas de la conducta humana, de los seres creados por ellos.
En el proceso de adquisición de la identidad genérica para los
mexicas, según las fuentes consultadas por la autora, no existían
términos para diferenciar a los niños de las niñas, es decir, el proceso de adquisición de la identidad genérica se llevaba a cabo
desde el nacimiento hasta la adolescencia, a través de la educación, para alcanzar la madurez y con ello la plena identificación
del sujeto con lo masculino y lo femenino, capacitados ya para el
matrimonio. La madre fue la responsable de formar a la niña en
las labores femeninas, construyendo de esta manera su conciencia y personalidad de desarrollo, madurez y prestigio. El padre,
por otro lado, tuvo a cargo la educación del hijo varón a partir de los
3 o 4 años, indicándole labores de acuerdo con su edad para formarlo dentro del oficio familiar. Es preciso destacar que la sociedad mexica se dividía en dos grupos sociales: los nobles o pillis y
los macehuales. Al varón noble se le educaba para ser gobernante, sacerdote, guerrero o mercader, formación contraria que se le
daba al varón macehual, el cual se preparaba para ser agricultor,
leñador o mercader en pequeño.
Únicamente los varones macehuales que morían en combate
durante la guerra y las mujeres que morían en el trabajo de parto
tenían el reconocimiento y prestigio social dado a los pillis, porque
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el sacrificio humano en el primer combate se ofrecía a los dioses,
fuese éste la guerra o el parto; por ejemplo, en el mito de
Huitzilopochtli, dios de la guerra y Quinto Sol, se menciona que él
“requería el sacrificio de los cautivos de guerra, como víctimas que
ofrecían su corazón y su sangre para asegurar la vida del Cosmos
y la de los hombres, en especial la del grupo mexica” (Quezada,
2002, 79). En consecuencia, los guerreros muertos en combate se
transformaban en colibríes y acompañaban al Sol del oriente al cenit, mientras que las mujeres que morían en el parto fueron
divinizadas, logrando así el status de diosas, razón por la cual acompañaban al Sol del cenit al occidente.
Por otra parte, las parejas mexicas vivían la relación amorosaerótica como un regalo de los dioses y recibían a los hijos como un
don divino. El coito fue el momento de unión perfecto entre el Cosmos y el mundo cotidiano en la creación divina del ser humano. Fue
a partir de la cosmovisión católica cuando el amor en el campo de
lo religioso apareció como un sentimiento institucionalizado, ligado
al matrimonio y a la familia. El erotismo se ubicó en el terreno de lo
prohibido, lo secreto y la transgresión, concibiéndose como pecado.
El liberarse a las pasiones se castigó con encierro y muerte, además del infierno en la vida eterna.
El rol social de la mujer novohispana en el ámbito conyugal fue
distinto al de la mexica, ya que la primera tenía la obligación de
preparar los alimentos y satisfacer el deseo del varón en el lecho,
reprimiendo el placer que sentía en la relación con el esposo, para
no ser señalada como pecadora. Esta diferencia entre las percepciones del amor y el erotismo en la mujer y en el varón novohispanos,
hicieron irreconciliable la unión física con placer en el matrimonio,
ya que el placer se ligó a la lujuria, pecado que manchaba al hijo
desde la cuna. Por tal motivo, el hombre novohispano buscaba la
satisfacción erótica fuera del matrimonio, en relaciones de amancebamiento, de simple fornicación y de prostitución.
La figura de la mujer en el matrimonio representaba la honestidad, castidad y virginidad, por tanto se le debía respeto, afecto,
protección económica y social. El amor para ella significaba la posesión de un hombre que la protegiera y mantuviera, la quisiera
bien y no la maltratara. Situación contraria a la de la mujer mexica,
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para quien el amor, la ternura, la emotividad, el afecto y erotismo
formaban un todo, no eran sentimientos que se contrapusieran, sino
que se fortalecían recíprocamente como parte de su ser femenino.
Por tanto, como lo señala Noemí Quezada, “es difícil definir el
concepto de felicidad entre los novohispanos. Una aproximación a
la felicidad, en la mujer, sería ‘estar contenta y estar bien’, casarse,
tener hijos, atender al marido y lograr una estabilidad económica…
En el hombre existirían dos tipos, basados en el ejercicio de su
sexualidad: 1) Formar una familia, tener hijos varones y lograr el
control sobre su esposa; 2) Obtener satisfacción erótica y placer a
través del amancebamiento” (Quezada, 2002, 189).
El origen de modelos y valores culturales de la Iglesia impuso
una percepción de la mujer como una pecadora, seductora, desobediente, rebelde y se relacionó con el mal y el Demonio, que
simbolizaba a Eva, en oposición a la imagen de virginidad, castidad
y pureza representada por la Virgen María.
Fue entonces cuando la seducción se relacionó con Eva y la
serpiente, porque a raíz de la persuasión de la serpiente para que
Eva comiera del fruto prohibido, ella aprendió el arte de la seducción y el disfrute del placer sensual que originó el erotismo, arte
mismo que indujo a Adán a desobedecer y pecar; por tal motivo,
fueron expulsados del Jardín del Edén, ya que la manifestación de
la conciencia y el cuerpo, símbolos de la verdadera sabiduría, representó el reto de ser semejantes a Dios.
Por tanto, la colonización significó el adoctrinamiento religioso y
la aculturación de los indígenas bajo los cánones del pensamiento
occidental. Amén de que tal evangelización se distinguió por su
violencia y conversión forzada. Quienes faltaban a la instrucción
religiosa eran sometidos al castigo. Por otro lado, los evangelizadores
trataron de adoptar algunas costumbres prehispánicas como la
música, el canto y las representaciones dramáticas en su ritual católico para aumentar la conversión de indígenas, es decir, incluyeron la veneración de las imágenes para hacer más aceptable el
cristianismo, mismas por las que en el primer momento se temía
que los indígenas recordaran a sus antiguos dioses.
Todas estas reflexiones permiten mostrar la diferencia que se
presentó con el amor y el erotismo en contextos culturales diferen-
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tes. Además de reconocer una sociedad mexica basada en la dualidad que regía el Cosmos y una sociedad novohispana que se sustenta en la arbitrariedad, la prohibición y la imposición de creencias.
Es así como Noemí Quezada, a través del estudio de las fuentes
históricas impresas y documentos de archivo, logra obtener un seguimiento analítico de las culturas mexica y novohispana. Análisis
que nos lleva a comprender las normas que rigen el comportamiento de los individuos en la sociedad actual, misma que desde la evangelización sustentó su estructura social en la oposición de sus integrantes. Resultado de esto fue la caracterización de superioridad e
inferioridad que se le atribuyó al ser masculino y femenino respectivamente; la cual continúa manifestándose en algunos sectores de
la sociedad contemporánea.
Tanya González Zavala
BIBLIOGRAFÍA
Eliade, Mircea
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edición en castellano, pp. 13-64.
López Austin, Alfredo
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Quezada, Noemí
1996 Amor y magia amorosa entre los aztecas. México:
UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas, Primera reimpresión, 162 pp.
2002 Sexualidad, Amor y Erotismo. México Prehispánico y
México Colonial. México: UNAM, Instituto de Investigaciones Antropológicas y Plaza y Valdés, Primera
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Sosustelle, Jacques
2001 La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista. México: FCE, decimotercera reimpresión, 280 pp.
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