la acción social de la iglesia en la época de la revolución

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LA ACCIÓN SOCIAL DE LA IGLESIA EN LA ÉPOCA DE LA
REVOLUCIÓN INDUSTRIAL. EL EJEMPLO DEL MARQUÉS DE
COMILLAS.
La Revolución industrial, desarrollada en el siglo XIX y principios del XX, supuso
un gigantesco progreso material para la civilización, sin embargo, se fundó sobre uno de
los capítulos más negros de la humanidad, el de las injusticias sufridas por un nuevo
grupo social, el proletariado o clase obrera. El trabajador de la Revolución industrial
vivió bajo condiciones inhumanas: con sueldos de miseria, jornadas laborales
agotadoras –normalmente por encima de las 14 horas–, viendo como sus mujeres y
niños eran explotados en el trabajo, expuestos a los accidentes y los despidos arbitrarios,
sin ayuda médica, descanso o jubilación, hacinados en pequeños e insalubres
apartamentos, y siempre amenazados por la mortal tuberculosis, entre otras
enfermedades.
En este contexto de explotación e injusticia nacieron y se propagaron el socialismo
marxista y el anarquismo, ideologías revolucionarias y materialistas. Por su parte, el
marxismo dará lugar a los regímenes comunistas, las dictaduras más longevas del siglo
XX, que han dejado una huella de crueldades y millones de víctimas.
La Iglesia católica, que siempre a lo largo de su historia, fruto del mandamiento del
amor, ha sabido ayudar a los más necesitados, reaccionó contra las injusticias sociales
generadas por la Revolución industrial. Aproximadamente a partir de 1830 encontramos
los primeros ejemplos de compromiso social católico: el sacerdote francés Lacordaire;
Federico Ozanam, profesor universitario, intelectual católico que defendió la justicia en
las relaciones laborales y humanas; la Sociedad de San Francisco Javier, establecida en
Francia en 1840, con escuelas para obreros; la labor desplegada desde 1844 por San
Juan Bosco, fundador de los salesianos; las intervenciones públicas de diversos obispos,
y especialmente la predicación y publicaciones de Von Ketteler, obispo de Maguncia
(Alemania), etc.
Desde mediados del siglo XIX, en la Iglesia se fue gestando la que será conocida
como Doctrina Social, cuyo documento más representativo fue la encíclica Rerum
novarum (1891), de León XIII. Desde entonces y hasta nuestros días la Doctrina Social
de la Iglesia se ha ido desarrollando, enriqueciéndose con las aportaciones de los
diferentes romanos pontífices.
En la Rerum novarum, su autor, conocido como el «Papa de los obreros»,
denunciaba vehementemente la triste situación en la que se encontraba el proletariado:
«Es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde,
pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y
calamitosa, ya que (...) desentendiéndose las instituciones y las leyes de la religión de
nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregado a los obreros, aislados e
indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los
competidores (...). Añádese a esto que no sólo la contratación del trabajo, sino también
las relaciones comerciales de toda índole, se hallan sometidas al poder de unos pocos,
hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha
impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de
proletarios» (1).
A la vez, en aquella carta encíclica León XIII rechazaba con energía los excesos del
liberalismo económico, puestos a menudo de manifiesto en los abusos perpetrados por
muchos empresarios. La denuncia del papa se hacía mientras destacaba la dignidad y los
derechos de los trabajadores y planteaba unos deberes para los ricos y patronos: «no
considerar a los obreros como esclavos; respetar en ellos, como es justo, la dignidad de
la persona (...). Que los trabajos remunerados, si se atiende a la naturaleza y a la
filosofía cristiana, no son vergonzosos para el hombre, sino de mucha honra, en cuanto
dan honesta posibilidad de ganarse la vida. Que lo realmente vergonzoso e inhumano
es abusar de los hombres como de cosas de lucro y no estimarlos en más cuanto sus
nervios y músculos puedan dar de sí. (...) Tampoco debe imponérseles más trabajo del
que puedan soportar sus fuerzas, ni de una clase que no esté conforme con su edad y su
sexo. Pero entre los primordiales deberes de los patronos se destaca el de dar a cada
uno lo que sea justo. (...) Tengan presente los ricos y los patronos que oprimir para su
lucro a los necesitados y a los desvalidos y buscar su ganancia en la pobreza ajena, no
lo permiten ni las leyes divinas ni las humanas. Y defraudar a alguien en el salario
debido es un gran crimen, que llama a voces las iras vengadoras del cielo» (2).
León XIII también dejó clara su condena de la lucha de clases y del socialismo,
portador de odio y violencia: «Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el
odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de
los bienes» (3).
La Rerum novarum defendió el derecho a la propiedad privada, unida a la función
social que conlleva, recordó los deberes de los obreros, instó al Estado para que se
comprometiera promoviendo la prosperidad individual y social, y, finalmente, animó a
los obreros a organizarse formando asociaciones para la defensa de sus derechos e
intereses. De esta manera, apoyándose en la Doctrina Social, pronto surgieron
numerosas iniciativas personales, organizaciones o sindicatos resueltos a trabajar, desde
los valores del Evangelio, para reivindicar la dignidad de los trabajadores y mejorar sus
condiciones laborales y de vida.
Entre los capitalistas católicos que respondieron positivamente al nuevo espíritu
social de la Iglesia tenemos que destacar, muy especialmente, la figura del español
Claudio López Brú, II marqués de Comillas (1853-1925). Nacido en Barcelona, fue don
Claudio hijo de un humilde emigrante, don Antonio López y López, oriundo de la
localidad cántabra de Comillas, el cual logró hacer fortuna en Cuba, creando desde
entonces un auténtico imperio empresarial, y recibiendo del rey Alfonso XII el título de
marqués. A la muerte de su padre (1883), Claudio López Brú heredó el inmenso
patrimonio de los negocios familiares que supo engrandecer, convirtiéndose en uno de
los más notables empresarios de la época: Compañía Trasatlántica Española, Compañía
General de Tabacos de Filipinas, el Banco Hispano Colonial, la Sociedad Hullera
Española, la Sociedad Carbonera Española, los ferrocarriles del Norte, la aseguradora
Banco Vitalicio, etc.
El II marqués de Comillas trabajó denodadamente fundando, participando y siempre
impulsando diversas instituciones de carácter social, todas ellas pioneras: la Asociación
General para el Estudio y Defensa de los Intereses de la Clase Obrera (1895),
constituida por altas personalidades del Derecho y la política que propusieron al
Gobierno las primeras leyes de carácter social en España; el Consejo Nacional de las
Corporaciones Católico-Obreras; la Confederación Nacional de Sindicatos Católicos; la
Junta Central de Acción Católica; la Sociedad Constructora Benéfica de Casas para
obreros, en varias localidades españolas; los Centros de Cultura de la Mujer y
Protección de la Infancia, de Barcelona; el Banco Popular de León XIII, que, entre sus
objetivos, buscaba liberar a los campesinos pobres de la usura de los terratenientes, etc.
A todo ello unió el patrocinio sobre diversas publicaciones, como el diario El Universo.
Claudio López Brú fue un ejemplo de empresario católico preocupado por el
bienestar material y espiritual de sus trabajadores. Además de pagar los mejores
salarios, a menudo completados con gratificaciones y mensualidades adicionales, desde
muy pronto introdujo novedosas medidas para la época, como las pensiones de viudez,
la asistencia gratuita médica y farmacéutica y las escuelas para los hijos de los obreros.
Además, en materia de previsión social, añadió los retiros, para los cuales llegó, incluso,
a rebajar la edad en cinco años. Junto a las escuelas, en sus empresas, y según las
circunstancias, el marqués procuró establecer diferentes obras y servicios: mutualidades,
economatos, casas baratas, cooperativas, bibliotecas, iglesias, etc.
Al ejemplo y la influencia del marqués de Comillas se deben en España las primeras
leyes sociales, particularmente la del descanso dominical, la del trabajo de las mujeres y
los niños o la de los accidentes laborales. Es más, tanto por las medidas adoptadas en
beneficio de sus trabajadores como por la variada actuación pública, podemos asegurar
que Claudio López Brú se adelantó en varias décadas a la formación en Europa
Occidental del denominado Estado del bienestar.
Una muestra representativa de la labor del marqués son los poblados mineros de
Vallejo de Orbó, en el norte de la provincia de Palencia, y Bustiello, en Asturias. En el
caso de Vallejo de Orbó, la Sociedad Carbonera Española construyó, a partir de 1909,
una nueva población, modélica para su época, en la que llegaron a reunirse unas 1200
personas. Se dispusieron viviendas higiénicas y confortables para los obreros, de
diferentes tamaños, desde dos habitaciones (cocina-comedor y dormitorio) hasta cinco
habitaciones (cocina-comedor más cuatro dormitorios), todas ellas con water-closet,
algunas con desván, un huerto o jardín y gallinero. La Sociedad minera del marqués
levantó en Vallejo de Orbó varias edificaciones públicas y organizó diversos servicios
para la comunidad: economato, tienda-bazar, comedores, hospital, farmacia, escuelas
(Hermanos Maristas), caja de socorros, teatro-cine, círculo de recreo (café y biblioteca),
peluquería, subvencionada por la empresa, e iglesia, dedicada a Sta. Bárbara, patrona de
los mineros, El conjunto se completó con iluminación en las calles, recogida de basuras,
plantaciones de árboles, plazas y espacios ajardinados (4).
La Caja de Socorros de Orbó, financiada con un 3 % de cada sueldo, aseguraba la
asistencia médico-farmacéutica a todo el personal laboral y a sus familias, y auxiliaba
económicamente a los trabajadores enfermos que no podían ganarse el jornal. En 1919
se abrió el Sanatorio, que contó con salas soleadas y todos los adelantos del momento
(instrumental quirúrgico, esterilizadoras, material eléctrico, etc.), calefacción, baño y
duchas. Por su parte, la Junta del economato estaba constituida por los empleados y los
obreros. Los alimentos que podían adquirirse en el economato eran siempre más baratos
que en cualquier comercio fuera de la colonia, y los beneficios eran destinados a la Caja
de Socorros. La tienda-bazar dependía del economato (5).
En 1912 se fundó el Sindicato Católico Obrero, denominado Asociación de Mineros
de Orbó, que más tarde quedó integrado en el Sindicato Católico Obrero de Mineros
Españoles, formando la sección de Orbó. En el Reglamento del Sindicato, entre otras
cuestiones, se establecía: pactar salarios justos, jornadas razonables, descanso en días
festivos, higiene y seguridad en las minas y talleres, las debidas indemnizaciones en los
accidentes y «respeto a la dignidad de hombre y de cristiano» (6).
El II marqués de Comillas murió en 1925. Sus restos descansan en la iglesia de la
antigua Universidad Pontificia de Comillas, en Cantabria, prestigioso centro educativo
iniciado por su padre, pero que tuvo en don Claudio a su auténtico patrocinador. En
1944 se daban los primeros pasos del proceso de beatificación de esta magna figura del
catolicismo social.
Luis Alonso Somarriba.
Santander, 1 de febrero del 2012.
NOTAS:
(1) León XIII, Rerum Novarum (1891), 1.
(2) Ibid., 15.
(3) Ibid., 2.
(4) Faustino, NARGANES QUIJANO, «La acción social del II marqués de
Comillas y la Carbonera Española en Vallejo de Orbó», Institución Tello Téllez
de Meneses, nº 78 (2007), pp. 265-294.
(5) Ibid.
(6) Ibid.
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