/: ARTURO SUAREZ ~.•..----v.-. ,r-::-Jol-_,,'r ,~ El alma del pasado (NOVELA BOGOTANA) BOGOTA )l)21 Árturo Suárez El alrI)a del pasado NOVELA BOGOTANA BOGOTA 1;\11. Ilt ¡'_l:srAC!ll H,\\(l'S, CALI.E .!" N~·_'\I-.HO ti:.! 1921 BANCO DE LA REPUBLlCA 811ll01iCA lUIS-ANGEL "RA)o&GO MOVIL ESCRIBI DE UN ESTE DULCE ATORMENTADO. LIBRO CORAZÓN SEA TENCIÓN SU SIDERARÉ RETRIBUIDO MI ESfUERZO. EN ÚNICO DEt"ENSA DE ESTA MÉRITO, CON MUJER SANA IN- Y CONCRECES OFRENDA Para unos ojos luminosos y puros, como el alma blanca de Blanca. f , t f\ . r ; 4' . f' j Y ii ti . 'j~ \ \\~ Ii /<~ I : À.. r '\1 \C/-J :'--f \, ".~ ~, .•. \ • 'q \""'"'''"'"- EL fiLMA (NOVELA DEL PASADO BOGOTANA) CAP lTULO 1 La ciudad, octubre 20 de 19..... Blanca: Va me imagino su sorpresa al desdoblar esta carta. Cierro r.1is párpados, y veo con los ojos del alma, a través de la distancia, su extrañeza al recorrer con los suyos, medio asustados por la inesperado del lance, esbls mal Lrdidas líneas que mi corazón le dictara a la torpe pluma que las ha trazado. Perdóneme .... Sí, perdóneme, y no juzgue atrevimiento, quizá descaro, el que yo ose hacer llegar hasta sus manos esta dolorosa misiva que lleva copiada en la blancura irresponsable de sus páginas, todo el caudal de pasión y de dolor estancado en mi alma, después de luengos años de pensar y de sufrir. Perd6neme. Que su voz interior no diga: "i Qué osado! ¿ Con qué derecho me escribe cartas a mí un hombre con quien no 1e tenido jamás mayores relaciones? ¿Quién la ha autorizado a tán to, siendo para mí casi un desconocidu?" 8 EL ALMA DEL PASADO Nó, que no diga eso su voz interior. ... porque yo, antes de decidirme definitivamente a enviarle esta carta, he hecho un detenido examen de conciencia y, francamente, le confieso que no he hallado culpada la intención. Además, era ya no sólo un deseo vehemente, una - provocación irrefragable, sino una urgencia imperiosa, inaplazable, la que sentía de hacerle esta declaración. Usted, que es inteligente y noble; usted, que tiene todas las virtudes; usted, que sabe compadecer al que pena, habrá de dispensarme el paso que doy en este camino de confianza que me concedo para acercarme a usted, siquiera sea en esta forma, y poder decirle llanamente la que a nadie más en el mundo he dicho, y que hace tánto tiempo guardo en el fondo de mi atormentado espíritu. iBlanca, yo la amo .... yo la adoro a usted 1 iSi supiera lo que he padecido I iSi sospechara tan sólo cuánto he vacilado para decidirme a dar el paso serio y trascendental que doy ahora, resolviéndome a dirigirle estas frases que hoy caen bajo sus ojos! ¡Si usted llegara a soñar siquiera a qué estado hubo de llegar la intensidad de mi íntima tortura, y qué grado alcanzó la temperatura moral de mi pasión, para que yo tomara por fin una determinación que hace tántos al10s estoy eludiendo, temeroso de veria ejecutada, y ansioso a la vez por realizarla .... ! Miedoso por mi incertidumbre acerca de la que usted pensará y decidirá, puesto que de esta resolución dependerá un serio cambio en la faz de mi vida, y mi porvenir radiante a nebuloso, ya que ha de ser usted mi aurora a mi crepúsculo, mi día azul a mi noche tenebrosa. Luégo de estos preámbulos, permítame que aborde de plano la explicación de uno de los puntos culminantes de esta confesión: yo, le repito, la amo a usted, pero no la amo como pudiera hacerla cualquiera de los hombres que la rodean y ad· miran: la quiero con toda la fuerza palpitante de mi corazón, la idolatro con toda la vehemencia entrañable de que es capaz un alma consagrada, después de luengos años, a fomentar en la más recóndito del sentimiento lin afecto inmenso como el océano, puro como un limpio cristal, y profundo como el fondo del esracio. Y es la grandeza avasalladora de este querer la que, como antes le dije, me ha impulsado a ir hacia usted con esta mi rendida y cordial demanda. y no crea que, a pesar de mi ansiedad, hago las cosas ARTURO SUÁREZ 9 con precipitación. Nó. Yo la he meditado, pesado y tasado todo. He querido que usted 110 sienta el menor resquemor al leer esta carta, y que si tál cuál escrúpulo la acometiere al . leerla, 'pueda mostrarla a su padre o a la persona más inmediatamente encargada de velar por usted. Esto en el caso de aparecer susceptibilidades en su ánimo, que de nó, más valdría que esta confidencia no pasara de los dos. Todo en el mundo tiene su término, Blanca. Yo he deseado que mi incertidumbre y mi padecimiento la tengan también; de ahí que dé el paso que doy, para saber por fin a qué atenerme, vues no me es posible seguir viviendo la vida que vivo .... Además, estoy decidido a arrostrar el resultado de esta demanda, sea éste cual fuere. Mi espíritu, templado en la meditación y el dolor, ha adquirido un poder de resistencia que sólo yo soy capaz de medir. Por tanto, estoy dispuesto a aceptar su ùeterminación, con júbilo si es favorable, con resign.1ción si desfavorable. Pero en todo caso la recibiré en calma, sin arrebatos, sin explosiones de alegría o de pena que a nada conducen cuando se es tan consciente del verdadero valor de la existencia, como creo serIo yo, después de treinta años de .afrontarla con la cabeza erguida, y por lo menos quince de estudiarla con asiduidad y observarla con cuidado y paciencia. No crea usted que ha dado con un enamorado platónico, ni siquiera romántico. Nada de eso; la vida es demasiado ruda para envolverla en una erótica ficción. Los años que ten· go y el poquillo de lustre que he logrado darle a mi entendimiento, me permiten ver las cosas ya con bastante claridad. No niego la poesía e idealidad -que pueda tener la existencia, pero he procurado, a través de mi sensibilidad y de la estética que amo tánto, no perder de tacto la aspereza de la senda que transito a lo largo de los años, ni el monótono rui· do de la prosa que hilvana la humanidad andando a mi vera. No soy tampoco un raro ni un snob. Soy un hombre serio y corriente. Un homhre como el común de los mortales, con la sola diferencia tal vez de que me he enamorado de usted más de lo que yo pudiera pensar y querer, más de la que es natural y justo entre las gentes normales, y ésta quizá sea mi única anormalidad. Reconozco que tengo muchos rivales. No sé si serán su· 10 EL ALMA DEL PASADO periores a mí a no lo serán. Puede que sí. Yo conozco mi propio valer, pero ignoro el de ellos No sé a cuál preferirá usted de todos .... y de cualquier manera esto me acobarda de modo tan indecible, que el martirio de Ugolino y sus hijos en la torre del abandono es un mito comparado con el mío; leve resulta aquel suplicio compulsado con este mi torment0 de no saber a qué atenerme, de no poder abrigar ilusiones ni esperanzas, que a cualquiera le son permitidas, de ignorar si us· ted me puede amar .... o es Ulla quimera que tal piense yo; si usted quiere a alguno de cuantos la cortejan .... en fin. En todo caso, el enigma que la rodea, la impenetrabilidad de esfinge que la envuelve a usted desde que la conac!, mantienen en tensión mi alma, y nunca, por eso, me he atrevido a obrar de modo directo, desconcertado ante la gravedad del problema. La solución de tal problema la busca esta carta. Concedo por adelantado a mis rivales, aun sill conocerlos a fondo, toda clase de ventajas sobre mí. Acepto el valor de los títulos y méritos que se les atribuyan, sin discutirlos, y les reconozco la primacía de sus cualidades, sin objebr un monosílabo. Pero en 10 que sí no admito prioridad a nadie sobre mí, ni siquiera igualdad, es en le tocante al amor hacia usted. j Oh, Blanca, eso ya no podría ser! .... Nadie, se la juro, sobre la faz del mundo la ha adorado a usted como la he idolatrado yo. Recibo que muchos hombres la hayan querido apasionadamente: eso me parece muy natural, siendo usted quien es; pero no admito que el cariño del que más la haya amado pueda compararse con el mío. Mi amor es una cumbre levan· tada sobre mi corazón, tan alta, que de su ápice hacia arriba sólo -sigue Dios. Es un foco luminoso y vivo que, yo mismo, con ser que está en mí, y que estoy acostumbrado a sentirlo, no puedo contemplarlo COlt detenimiento, porque me deslumbro, y casi no soy capaz de explicarme el porqué de una intensidad que a mi juicio traspasa los límites de la justo y humano. Es tan profundo, que yo, que bajo constantemcnte al fondo de mi corazón, como un buzo enamorado de las hondas simas marinas, aunque he sondeado esa pasión por todas partes, nunca he podido hallarle fondo. Es una planta vigorosa y tenaz que ha nacido espontáneamente en mi jardín interior, y que, en muchas ocasiones, he cultivado con la mayor ternura y ARTURO SUÁREZ 11 cuidados posibles, y la he desatendido otras veces, desilusionado, .como un viejo horticultor que poda y mima con amoroso celo su árbol predilecto, pero que, otras veces, al ver que el frondoso árbol con todù y su lozana hermosura no da frutos. la ha abandonado, desengañado y triste con su esterílídad, mas sin conseguir que aquél, en el olvido, estrujado por bravas ventiscas, asaltado por el musgo frío y las trepadoras salvajes, y succionada su savia por las parásitas invasoras, caiga por fin aniquilado y muerto, y anttS bien, contemple, a su pesar, los retoños vivientes y el orgullo pintoresco de sus flores que re· vientan saludables bajo el helaje de los inviernos, entre la pompa insultante de sus ramas inmortales. Esa planta ha crecido siempre incontenible en mi cara· zÓn. Mi pobre alma, quizás engañada, ha vivido en su frescura, abrigada bajo su nemorosa sombra, embriagada con la fra· gancia de sus flores. Y yo, despechado y dolorido, he tratado cien veces de arrancar de raíz esa planta .... ¿ pero cómo des· arraigarla, si sus rizomas están despiadadamente hincados en el corazón, a tal extremo que ya hacen parte de él? ¿ Cómo arrancar aquéllos sin destrozar éste? j Oh! no se agitaría más entonces, porque mi corazón sin esas raigambres ya no sabría palpi- . tar; más aún, al extraerlas arrancaría también con ellas el mismo corazón. Empero, hay una mano en el mundo, una sola, que sa· bría hacer producir frutos a esa planta estéril a destruírla sin causar la muerte. Esa mano es la suya, Blanca. Só.1o usted podrá curar el mâl; nadie más sobre la tierra. Y usted la hará, ¿ verdad? Sí, usted la hará. Porque es huena, y este es un inmenso beneficio que yo le pido para alivio de mi espíritu. Porque necesito descansar en la paz dorada de la alegría, a en la gris tranquilidad de la resignación. Usted me habrá de decir si me quiere, si consentirá algún día en ser mi esposa, a me manifestará qUl: ello es imposible, pero en todo caso me hará saber lo que sienta, la que sea. Me contestará de cualquier modo, se la ruego en nombre del infinito cariño que le profeso. La negativa a esta contestación sería la único que yo, que e,stoy dispuesto a perdonarle todo en la vida, no le perdonaría jamás. Mi mayor pesadumbre no es el amor por usted: mi mayor tortura es la incertidumbre, y contra ésta precisamente irá su respuesta que la desvanecerá como por ensalmo. 12 EL ALMA DEl PA.SADO Entonces conoceré claramente cuál es el terreno que piso, a mi vivir. hoy desorientado y trastornado. " No vacile en cúntestarme por temor al daño que me pueda causar la franqueza de su disposición. Tenga presente que estoy bien prevenido para el g01pe y, así sea él rudo, yo sabré soportarlo con ejemplar estoicismo. Werther aconsejaba para algunos casos el suicidio, como úni ca soJucíón en ciertos tran· ces. Pues hien: yo no haré hl, ni siquiera dejaré caer mi espío ritu en un vórtice de desesperación y âbandono, pues ello a nada lleva, y la existencia es un camino fragoso, agrio y pendiente que hay que transitar sin precipitación ni desaliento, con mesurada marcha, para no lucer más fatigantes las jornadas. "La vida es una guerra sin tregua; se muere con las armas en la mano," afirma Schopenhauer. El universal poder de la vida es soberano y superior El instinto de conservación es innato en el sér, porque es una eterna ley biológica. Quien se suble\'e con· tra aquel poder será calificadc) de insurgente, y quizá tenga que pagar caro de algún modo su culpa de rebelión. Las leyes supremas hay que obedecerlas, purque la lógica, madre de la sa· biduría, nos habla por bóca de aetos patentes e inconcusos hechos, que tales leyes por algo son supremas. Quien busca un cambio aspira a mejorar su situación. ¿ V podrá el que se fuga de la vida estar seguro de ganar con esa mutación? V si acaso cree en la metempsicosis, ¿ podrá esta'r cierto de obtener favor con la transmigración de su alma? El budista que cree que su espíritu irá a p~smarse en la estática infinitud del Nirvana, el espiritista que sueña con la reencarnación en un mundo mejor, el cristiano que piensa en la dorada gloria y en la eterna hogue. ra, el musulmán de los cielos voluptuosos, en fin, ¿ podrán es· tar convencidos de las ventajas del 110 ser sobre el existir? ¿ Es tarán absolutamente seguros de no equivocarse? Mas estas son divagaciones .... Mi espíritu se siente arrebatado por una tempestad en una sombra incierta, a través de un empañado espacio sin horizontes y sin luz. V este vértigo oscuro habrá de ser, Blanca, sofrenado por su mano. Amanecerá entonces en mi cielo un clara día, o, pasado el temporal, mis pies tocarán una tierra firme sobre la cual podré marchar consciente de mi ruta, aunque ésta bien ardua sea. Pero no puedo se· guir por más tiempo perdido' entre la bruma negra de la duda. y podré trazarle un rumbo definitivo ARTURO SUÁREZ 13 Blanca: si su respuesta es afirmativa, yo me consideraré el más venturoso de los hombres. Mis muertas lejanías, ahora indecisas, se llenarán de luz. Descorreránse las celosías de niebla que visten de tristeza mis cielos, y florecerá en ellos el azul joyante del estío. Las frondas ateridas de mi huerto interior se poblarán de pájaros que silban, de brisas que cantan, de aromas, de ecos .... seré feliL:. Si su respuesta es negativa, le juro que sabré conformarme, y que nunca más me tornará usted a encontrar en el camino de su vida. No volveré a importunarla, no volveré a mirarla siquierd, aunque en ello me vaya al principio una gran pena, pena que sabré curarme al fin, y quién sabe si llegue hasta borrar del alma su recuerdo. Soy sincero. Buscaré otra mujer a quien amar profunda y cordialmente, como la amo a usted. Difícil me parece, es verdad, hallar otra que la rtemplace, es decir, que valga tánto como vale usted; difícil sí, pero no imposible, sin embargo. Yo sé que usted se ha dado plena cuenta siempre de mi amor. Para mí han sido algunas de sus sonrisas amables .... Pero, ioh, cuánta indiferencia han guardado otras veces sus miradas! iCuántas ocasiones ha pasado usted junto a mí sin ait torizarme siquiera el saludo .... ! iAh, si en esos momentos hubiese usted visto mi semblante, entonces tal vez se habría. apiadado de mí I Una palidez súbita que no pnedo impedir me baña el rostro como un óleo frío, y un temblor incontenible me estremece, como una hoja, hasta el punto de que algún compañero mío se dé cuenta y me diga: ¿qué te pasa? Es que me he lastimado un pie, le contesto. iQué pie! I Cuando bien pudiera responderle que me había lastimado el corazón! Todos los hombres tienen una pasión suprema inmanente: el asceta su amor a Dios, el sabio su ciencia, el avaro su dinero, el artista su obra maestra .... Mi suprema pasión es usted, Blanca. Rer.ordará que hace algunas noches estuvimos en un concierto en el Colón. Estaba usted bellísima, incomparablemente bella, como sólo podría serIo una diosa. Yo ignoraba que usted fuera a asistir esa noche al concierto, y cuando apareció en el palco, Julio Vela, un amigo en cuya compañía estaba yo, notó la coñmoción de mis manos y la emoción de mis ojos. Pero yo nada -quise revelarle a él. Llegó usted acompañada por su padre, una amiga callada y fea que hacía re- 14 EL ALMA DEL PASADO saltar más la real hermosura de usted, y un joven de ojos grandes, buen mozo, bien afeitado y excesivamente peinado, que debe de divertirla mucho a usted, a tenerla sumamente cansada, pues noté que no dejó de hablarla, sonriendo, ni un momento en toda la función, y que para cada nota del piano y para cada arpegio de los violines, tenía un comento que usted aceptaba unas veces con p3.1abras y otras con movimientos de cabeza. Cuando, al principio, se quitó usted el abrigo de pieles dejándolo en manos de su amigo, quien fue a colgarlo cuidadosamente en la percha, abrió usted su abanico de nácar chinesco, sentóse, y apoyando el brazo en el antepalco rojo, espació una mirada por el ámbib del teatro; primero contempló con atención, durante un momento, el artístico telón (usted debe de ser muy aficionada a las artes y a las letras), luégo miró hacia los palcos en donde las damas, como ramilletes de rosas humanas en raros búcaros de peluche escarlata, aparecían entre cintilaciones feéricas de gemas. ¿ Verdad que estaba suntuoso el Colón esa noche? Por último dirigió usted los ojos hacia la luneta, en donde no me vio, a fingió no verme. Yo apunté mis gemelos entonces hacia su palco, y usted por fin la notó. Nuestras miradas se encontraron. Puso usted sus ojos en mí por un momento con seria fijeza, y con una expresión en ellos tan incolora, tan incomprensiblt>, que no pude penetrar la vaga intención de la mirada. Luégo una palabra del amigo la hizo sonreír y volver su rostro hacia él. Después .... usted no volVió a mirarme en toda la función. Le he transcrito las anteriores impresiones mí-as (y le narraré aún otras, más adelante) durante la noche del concierto, únicamente con el objeto de que pueda interpretar fácilmente mi sentimiento. No sé qué habrá pensado usted de mí al leer los versos que de un modo indirecto, pero seguro, he hecho llegar hasta usted. Yo he sido siempre poeta, pero poeta pasivo, pues, aunque noble, me ha parecido ingrato el oficio, y sólo me he vuelto un poco activo por su amor. ISi usted supiera, Blanca, el rimero de cuartillas in@ditas en que la tengo a usted pintada con todos los colores de mi fantasía constantemente exaltada por la inquietante visión de sus gracias! i Si usted supiera cómo está en esa blanca y do- ARTURO SUÁREZ 15 liente cascada de estr.ofas que cae desde el oscuro peñón de mi alma, sobre el papel desnudo, en las noches de insomnio .... ! ¡Si uskd supiera cómo palpita su imagen bajo todos los aspectos, en todas las formas que una imaginación abrasada de pa· sión pueda soñar en un delirio constante y encendido I iSi usted supiera! .... flota su recuerdo en mis poemas con albura hiperbórea de nelumbos intactos y de rosas sagradas. La veo a usted en mis versos como una silfa de alas de gasa, con la clámide dorada de sus cabellos, desmayada en una inverosímil ola de oro, sobre el mármol impoluto de los hombros. Trémulos velos sutiles cubren su cuerpo de estatua miguelangélica, y el azul marino y misericordioso de sus pupilas ostenta allí una dulce piedad que en la realidad está muy lejos de ha· ber jamás tenido. Otras veces pasa usted a través de mis cantos cual ulla m;¡riposa adorable y esquiva que, balanceándose en el aire COll sus leves alas de seda, se aleja de mí, graciosa y versátil, por un éter azul de esperanza. En otras ocasiones cruza por mis estrofas, soberana, al igual que una reina, orgullosa como una sultana, hechicera como una sibila, pero desdeñosa, indiferente, cruel .... Y deja a su paso un perfume mago, una estela inefable de luz sobre la amarga desolación de mis lágrimas. iOh, si usted leyera todos esos versos, cuánto lloraría .... cuánto reiría quizá! Yo parezco haber nacido para amarla a usted, únicamente para amarla Y así como hay hombres que han venido para ha· cel' cuadros bellos, conseguir dinero, tocar o escribir muy bien, ser grandes guerreros o eminentes políticos, etc., así yo creo haber venido a la vida sólo para adorarla a usted. Vaya darle pruebas de la que acabo de decir; hace muchos ailes, cuando era usted apenas una muñequita, cada vez que la encontraba en alguna parte, v. gr. en la calle, en el parque, en un carrusel, etc., siempre me detenía un momento a mirarla, embelesado ante la gentileza y la gracia que descubría en esa niñita que sólo contaba unos cuantos eneros. Recuerdo que cierta vez, yendo yo por la Avenida de la República, me encontré con usted que, en compañía de una criada, venía en dirección opuesta a la que yo seguía. Al pasar por su lado, se le cayó a usted la sombrillita, yo me agaché a recogerla, y usted me dio las gracias con la más dulce e inocente de sus sonrisas. Va ve, esta simpleza dicha por su boca, 16 EL ALMA DEL PASADO hace más de quince años, no la he olvidado yo, ni la olvidaré mientras viva. Luégo averigüé quiénes eran sus padres, y supe que su señora madre había muerto poco después de nacer usted, su única hija, y que su papá, don Diego Linares, no había querido volver a casarse por no exponerla a usted a la tiranía de una madrastra, y que vivía consagrado en cuerpo y alma al amor y cuidado de usted. Otro detalle: una tarde iba yo con mi amigo Julio Vela en tranvía para Chapinero, y a poco de instalamos en el carro, subió usted acomplñada por su padre, y ambos se sentaron cerca de nosotros. Como yo no cesara de mirarla a usted, mi amigo, que iba entretenido en contar me una historia de la cual bendito el caso que yo hacía, notando mi atención hacia usted, me preguntó si encontraba :nuy guapa la chiquilla. Vale contesté que sí, que hacía mucho tiempo la conocía de vista, y que siempre que la veía me embobaba mirándl)la. Entonces él en tono zumbón replicó: - Sí, pues de veras, si pareces enamorado de la chinita, y .... vamos, mi viejo, también podrías irte a la sacristía y con· seguirte una novia entre las nenas que llevan a bautizar. - Va vez, le repuse yo, y esta niñita ha de ser algún áía mi mujer, pues estoy resuelto a esperarla muchos años y a preten· derla cuando llegue el tiempo. Julio rio sarcásticamente, mofándose del jovencito que, en el torbellino de una ciudad galante como Bogotá, formulaba en su mente el efímero proyecto de requerir de amores a una niña de allí a quince años .... Sin embargo, ya ve usted que ese remoto proyecto mío no se desvaneció en la bruma del tiempo, sino que permaneció como un copo de espuma flotando incólume sobre el turbio caudal de los años. Luégo, usted entró al colegio, y ya sólo la veía en las Semanas Santas a en los asuetos, um que otra vez, y por fin llegó un tiempo en que no la volví a ver por la menos durante cuatro años. No sé si sería que usted y don Diego se trasladaron a vivir a otra ciudad, a se marcharon al Exterior, a que usted, rec1uída en algún internado, sólo abandonaba el claustro para irse a temperar al campo, de donde probablemente regresaría directamente al colegio; pero es la cierto que ni a su papá, me parece, volví a veria durante este espacio de tiempo, y yo, casi puede decirse, llegué a olvidarla a usted. Por )0 demás le advierto que yo tampoco estaba propiamente ena- ARTURO SUAREZ 17 morado, pues que tal pasiçn no podía caber aún en mí, tra tándose de. una niña de su edad. Después me fui a los Estados Unidos en, viaje de estudio; a\1á permanecí dos años, y cuando regresé, cierto día, andando por la Calle Real, me encontré inopinadamente con usted. ¡Oh! era una señorita de veinte años, elegantísima, alta, perfecta. Por el momento no la conocí; pero atraído por la sugestión de su rara hermosura, y por no sé qué extraña fuerza latente, e inexplicable evocación, anduve detrás de usted varias cua.dras, hasta que acabé por caer en la cuenta de quién era. Senti entonces un estremecimiento magnético, y desde ese mismo instante quedé pc:rdidamente enamorado de usted. El viejo cariño que ,antaño experimentara por el angelito de siete años, se convirtió súbitamente en amor vivo, en entrañable afecto por ,la Venus de veinte años. Bien dice Víctor Hugo, que las grandes pasiones suelen nacer a la primera mirada. Además, usted comprende que yo estaba preparado desde luengos años para esta explosión del sentimiento. La diminuta chispa de afecto que prendiera en los lejanos velos de mi 'edad primera, había permanecido dormida, pero no muerta, entre las pavesas del tiempo, y, a la repentina aparición de usted en toda la plenitud de sus hechizos, esa microscópica brása cobró fuego, convirtió en rescoldo las cenizas, e incendió los ropajes de indiferencia y de calma que vistieran mi alma, dejándola, al punto, desnuda y palpitante, férvidamente y de rodillas entregada a una impetración de amor que quizá 110 halle nunca el implorado ceo, pero que tiene todo el ardor de la llama abrasadora que la encendió. 'Desde entonces no Ile vuelto a perderla ti usted de vista un solo~ día; cada paso que lIa dado la he sabido yo, cuanto ha hecho lo he conocido, haste. en sus más nimios detalles. Pero me he dado tal mat1a y cautela para conocer su vida que, ni usted. ni nadie, ha llegado jamás a percatarse de que yo me intereso a tal extremo por usted. Sí, me he convertido en un espía suyo; .pero no me c.ulpe, o si me culpa perdóneme, pues no la he hecho con intèriCión dè censurar su conducta, que, dicho sea de paso, es irreprochable, como cumple a una joven virtuosa, inteligente y distinguida, cual es usted, y pues que sólo he seguido StlS pasos arrastrado por el amor, llamado por los inexpresables encantos que he hallado en su persona, y o 2 18 EL ALMA DI!L PASADO porque cuando un sér llena nuestra vida a colmo, y se convierte en la obsesión constante de nuéstro espiritu, no podemos perderlo de vista ni restarlo de nuestra mente; de ahi mana que, aun sin quererlo ni meditarlo, todos nuestros mlJvimientos intelectuales y corporales, van siempre enderezados a la búsqueda del objeto de nuestros pensamientos, atraídos por él como por un mágico imán. Y estas cosas las hacemos muchas veces sin damos cuenta de tal. De ahi que, por ejemplo, en ocasiones salgamos de nuestra casa a dar un paseo por ciertos lugares, mas, desde que nos ponemos en marcha, nuestros pies, obedeciendo más bien al corazón que a la voluntad, nos van conduciendo en determinada dirección, con rumbo a alguna parte adonde intencional mente no quisiéramos ir, pero hacia la cual en realidad vamos irremisiblemente. Y rie pronto nos sorprendemos pasando por frente a la casa de la amada. El amor ha ido a dar con nuestras personas al lugar que él deseaba y que nuestra primera voluntad no quería. Entonces tenemos que exclamar tácitamente: pero si yo no hubiera d~seado pasar hoy por aqui, ¿porqué he venido? 1 Por eso le ruego, Blanca, que me perdone si la he seguido con insistencia, y culpe a mi corazón, que él es el verdadero responsable de estos ligeros desaguisados. El día que, después de Unto tiempo, la vi a usted por primera vez, la segui hasta su casa. Esa tarde y las dos siguientes volví alli, pero las ventanas permanecieron cerradas y no pude verIa. Llegó el domingo, y también fui con la f'speranza de encontrarla. E!'e día sí estaban todas las ventanas abiertas de par en par, y usted y varias amigas alegraban una, apoyadas sobre cojines de raso rosa, conversando animadamente y mirando a la calle. El día era luminoso y tibio. De las cumbres vecinas, lustradas con un óleo radioso de vespertino sol, bajaba un fresco vuelo de brisas que venían a cantar como golondrinas en los alambres de la calle, y que se entraban, en invisible irrupción, por los vanos de las puertas, agitando traviesas los cortinajes de damascovcr4e, y haciendo flotar .el oro trémulo de los cabellos de ustede..s. Dentro sonaba un aria dulce en el piàno. Ese día me conoció usted. iCómo recuerdo ese día I -Vamos a pasarles, dije yo a los dos amigos que me acompañaban. Y cruzámos varias veces por delante de la ventana. Al principio no nOi hicieron ush.des caso, pero a la segunda ARTURO SUÁR~Z 19 a tercera vez que pasámos, miráronse entre sí, y sonrieron con donosa sonrisa. Estaban rotas las hostilidades. Yo advertí a mis amigos que podían hacerle ta corte a cualquiera de las niñas que había allí, menos a la rubia de ojos azules .... Ellos convinieron, y al final de las demostraciones, hicimos el balance, y resultó que mis dos compañeros habían salido bien librados en sus pretensiones, mientras que yo no pude alcanzar de usted sino unas pocas miradas de curiosidad al principio, y luégo una indiferencia fría y definitiva me veló por completo la luz celeste de sus ojos. Des?ués volví otras tardes y otros muchos domingos. En la calle la seguía cuando la encontraba, y la mi~mo en el tran· vía, del cual la ayudé a bajar más de una vez, ofreciéndola mi mano, ligera atención que usted me pagó con sonrientes "muchas gracias, señor," que caían siempre como un rocío sedante sobre el ardor de mis ansias, y que yo después, a solas, rumiaba rehaciendo las palabras, reconstruyendo la modulación de la frase, y procurando retener el timbre preciso y justo de su voz, en la que las eses tenían un suave susurro inolvidable. Me alfa la mano en que usted había posado la suya, esperan· do adivinar el rastro del sutilísimo perfume de su guante. llegué a saludarla. Vacilé mucho para decidirme a esto, y el día quepot. primera vez lo hice, usted me contestó seria, perG sin antipatia. Recordará que -Jas primeras veces que fui a veria a la esquina de su casa, ustrd, al divisarme, se entró. Pero yo, .luégo de esperar largo rato a que volviese a salir, daba una vuelta por la manzana, y cuando regresaba, usted, que me hacía ya muy lejos a mí, había vuelto a asomarse, y al distinguirme de nuevo, no podía dejar de sonreír, viendo la estratagema y testarudez del pretendiente. También recordará este otro episodio: había yo ido a Masquera con el fin de visitar una familia amiga, y al subir, de regreso, al vagón del tren que venía colmado de paseantes, descubri a su papá que charlaba entretenido con unas señoras, y la vi a usted que, sola y en el lado opuesto al que ocupaban don Diego y las señoras, miraba con atención el p:lisaje de la Sabana que, mientras el tren carda, parecía girar 'én un remolino de trigales, alquerías y pastizales. N a había' más que un asiento desocupado, y éste quedaba justamente inme- 20 EL ALMA DEL PASADO diato y fronteto a usted. Titubeé un instante, 110 sabiendo si quedarme de pie u ocupar ese puesto; mas prontamente Mle resolví, diciendo para mi chaleco que, si desperdiciaba esta oportunidad de abordarla a usted, después me pesada. Un poco conmovido y algo pálido tomé el asiento, pero me acomodé con tal maña que usted, embebida en ver huír los arbolares, el ganado y los regatos al paso del tren, no notó mi llegada. Yo la contemplé absorto un instante. Asomada a la ventanilla, sobre cuyo marco descansaba lIll brazo, mientras el otro yacía abandonado en el regazo, sobre un librito cerrado que poco antes leyera, su cuerpo tenía lin airoso esguince de descuido que la hacía supremamente poética y seductora. El aire impetuoso que desalojaba la marcha veloz del convoy, hacía estremecer desesperadamente la leve gasa de su gorrilla viajero, y enloquecía algunos ricitos áureos y rebeldes que se escapaban de bajo las blandas. De pronto usted volvió la cabeza hacia el interior del vagón y .... hay que convenir en que se sonrojó un poquillo al verme alU inesperadamente a su lado. Nos saludámos simplemente. Usted quiso en seguida continuar mirando hacia fué· ra, como antes, pero ya no tuvo calma para hacerla, porque debió de sentir aquel ligero desasosiego que se experimenta cuando otra persona nos está mirando con: insi:;tencia, Y de la cUll nos damos cuenta aun sin estarla viendo. Tornó pues usted a ver hacia dentro, no sin mirarme ~ mí antes, . con una de esas furtivas miradas de paso que saben dar las mujeres, y que, magüer ser ellas rapidísimas, son comprensivas, lo abarcan todo, digamos eléctricamente; son como la iuz demagnesio que, encendida instantáneamente para fotografiar de noche, alumbra con su súbita fogarada hasta los más imperceptibles detalles de las cosas. Usted estaba un tantico intrigaua de verme inopinadamente allí tan cerca; y quería observar mi actitud, mi gesto, mi aire, mi persona toda, en fin, para conocerme bien, y para penetrar, sólo por curiosidad quizá, mi estado de ánimo en esos especiales mo.nentos. Empero, no podía hacerlo, porque mis p:lpilas, constantemente detenidas ante su rostro, como hipllutizadas por el atrayente prestigio de sus gracias, obligáhanla a permanecer retraída y como involucrada en la misma indiferencia habitual que ha sido siempre y es su consigna con respecto a mí. ARTURO SUÁREZ 21 Este estado de cosas duró alrededor de un cuarto de hora. Yo me exprimía el caletre pugnando por encontrar Ulla idea, por inventar un motivo que me permitiera dirigirle la palabra, pero sin hallar un agujerito por dónde imroducirme, sin descubrir una vía, siquier~ fuese indirecta, por la cual deslizarme. felizmente, al ir a componerse usted algo, se le escapó ci libro que tenía entre las manos. Pero antes de que éste hubiese tocado el suelo, ya 'usted había adivinado que yo iba a hacerla lin peq uei'ío servicio, y 110 queriendo deberme el favor, se apresuró a recoger eilibro. ¡Oh! si usted hubiera conseguido tal cosa, yo le aseguro que me habría azotado después, en castigo, por mi falta de viveza. Al agacharnos ambos con prie· sa, nuestras cabezas chocaron, ¿ recuerda? Recogí el libro yo, teniendo casi ~ue apartar SJ mano. Al entregárselo, comprendí la honradez de la caída del librito, al ver su; mejillas teridas con la misma grana de los celajes que ya empezaban a pur-. purarse en los confines. -Perdone, señor, me dijo usted, después de agradecer la recogida del libro i perdone que por poco la mato de un golpe. -Descllide usted, señorita, atenué yo, nada, absolutamente nada me hl pasado; por el contrario, quien está apenado soy yo que, por mi precipitación, la he hecho quizás daño .... Se hizo entre los do", un silencio algo pesado, mas no era yo tan maula para dejar perder así no más la iniciación. y entonces le dirigí a 'usted varias preguntas acerca de su viaje. Hice comentarios referentes al panoralJla sabanero, y acabé por presentarme, como también recordará. Usted tanto en sus contestacionescomo en los comentarios, se mostró afable y aun expansiva, y llegó a preguntarme si yo cra el que escribía en la revista LETRAS. Al saber que sí, me dijo que estaba suscrita a esa revista, y que le gustaba mucho leerla, porque todo lo que allí se publicaba era muy escogido. Pero cuando empezaba a animarse de veras nuestra conversación, sonó el maldito silbato de la locomotora, y el tren entró en la estación terminal. Yo hubiera querido que la carrilera se hubiese pro-:longado indefinidamente •.pero la detención del convoy me hizo presente de un modo irrecusable que mi hora de felicidad hal;>íatocad.o a su fin. 22 EL ALMA DEL PASADO Levantóse todo el mundo, y usted también. Me dio la mano para despedirse, y acompañó esta despedida con una sonrisa tan amable y franca que yo jamás podré olvidar. Des· pués salió con su padre y las dos señoras con quienes él conversaba, toda esbelta, alta y hermosa en su garboso porte, soberana y triunfal, sin afectación, como podría serIo solamente una .princesa. Yo la seguf entre la multitud que invadía el andén con un rumor de colmena alborotada. Luégo que salimos a la Avenida de Colón, ustedes tomaron un auto. Al arrancar éste, usted miró hacia atrás, me vio y volvió a sonreírme. El vehículo desfiló velozmente, y yo me quedé lelo, viendo cómo se desvanecía en la distancia, entre el polvoroso ambiente de la Avenida, la vaporosa gasa de su gorriJJo viajero, tremolando en el aura de la tarde como una diminuta banderola de esperanza. Alli me quedé, clavado en el sitio, inmóvil como un poste, sintiendo que el corazón y la boca se me llenaban de un elixir de dicha que se extravasaba en una incontenible sonrisa de gozo. Y sentía los ojo!' empapados en un humor luminoso, en una lumbre inefable de ilusión. Recordé entonces los versos del poeta: " Hoy se abren los cielos para mf, hoy llega al {ando de mi alma el sol, hoy la he visto, la he visto y me ha mirado, hoy creo en Dios. " Pero ¡ayl Blanca, ¡qué cruel es el Destino, cuál se complace en mortificarnos, en .trocarnos de un instante a otro la copa de miel en vaso de hiel, y en devolvernos veinticuatro horas de dolor por una de placer' A la tarde siguiente pasé por delante de su ventana. Estaba usted alli. La saludé y me contestó con una frialdad descotlcertante. Seguí hasta la otra esquina; ail{ me detuve y volví a mirar. Pero ya no se hallaba usted en la ventana, y ésta se veía cerrada. Quedé, como decimos comúnmente, despachado. Revivió la antigua tristeza de desengaño en mi corazón, y me retiré de la esquina anonadado y vencido, ¿ Qué había pasado en usted? ¿ Porqué el día anterior tan amable y hoy tan fría? ¿ Qué clase de espíritu incomprensible era el que habitaba en su sér? ¿Porqué tan gratamente me permitiera el día anterior fundar las bases de un bello pa- ARTURO SU ÁREZ 23 lacio de ilusión que esta tarde se complacfa en echar abajo, en arrasar, con un despiadado soplo de ruina? Abatido cavilé muchos días acerca de tan extraño proceder, y acabé por convencerme de que ubted había querido deshacerse de mi aquella tarde una vez por todas. Que probablemente habría pensado que su simpatía del día anterior conmigo, me autorizaba para pennitirmc cortejarla de un modo directo, y hacerle declaraciones francas que usted no estaba dispuesta a aceptar, y había resuelto cortar por lo. sano, antes de que mis manifestaciones llegasen a tomar caracteres más serios, Es decir, esto es lo que yo me imagino que pasó en usted, Blanca; no sé si estaré equivocano. Hay espíritus femeninos tan complicados, que presentan fases tan multiformes y pliegues tan recónditos, disimulados y raros, qUe ni aun el más sagaz de los sicólogos llega a poder penetrar en sus herméticos fondos. El alma de algunas mujeres inteligentes es tan sutil, aguda y fugitiva, tan tornad iza, vaga y esquiva, que el bisturí .del artista a del filósofo no al· canza a poner en descubierto su intimidad, por más que se esfuerce en hacer una di~ección moral, concienzuda y paciente. El gesto del hombre podrá ser más enérgico, más grande, poseer más relieve, pero la sonrisa de Oiocconda no podrá tenerla más ·que una mujer. iy pensar que en un Concilio se discutió acalorada mente la tesis de si las mujeres tenían a no tenían alma! ¡Pobres t Ellas sólo creen en la religión que las salvará en el Cielo, pero ignoran que la civilización moderna también trabaja por ellas, para salvarlas en la tierra. Puede ser que abran 105 ojos algún día, las que aún los tienen cerrados. Mañana será otro día .... Una vez fui a presenciar una partida de foot-ball que se jugaba en La Merced entre dos teams famosos. La concurrencia era numerosa y selecta. Un sol matinal y esplendoroso banaba en ondas de oro el animado estadio. Una ráfaga de en·· tu siasma aleteaba febril entre la concurrencia, y a cada lucida. maniobra de uno de los dos bandos, estallaba un hurra pro· longado, y vibraba un ruidcso aplauso que poblaba de regocijo los ámbitos sobre la multitud. Los clubs que se di.spu. taban la copa honorífica eran el A. B. C y el Bartolina. Las damas, como siempre, estaban de parte del Bartolina; la mayoría de 105 hombres militaba del lado del A. B. C. UIl chispeo 24 EL ALMA DEL PASADO de alegre luz brillaba en las pupilas de los concurrentes; la música de las bandas militares se expandía en jocundas cataratas de armclOía por el aire radiante, mientras rodaba, afanosamente perseguido, el arisco balón 50b! e la fina yerba del ground Yo, al llegar, me coloqué al pie de la caseta, teniendo a mi espalda la gradería de los tinglaàos. Espacié una mirada so- . bre el concurso femenino, y no vi a nadie que me llamara la atención. Pero allí estaba usted, y la atracción de sus ojos hizo volver in·stintivamente los míos hacia atrás. Yo he puesto en práctica muchas veces est~ fenómeno magnético: andandio a la zaga de una persona, así sea ésta desconocida, ulla la mira con fijeza y con intención, y no tarda en ver que ésta, de pronto, ma· quinalmente, se vuelve hacia nosotros. P/)r eso cuando yo la distinguí a usted entre las señoras, comprendí que me había estado mirando fijamente. Cuando usted observó que· yo la había descubierto, giró su mirada a otro lado, haciéndose la desentendida, sin darme tiempo de dirigirla siquiera un ligero saludo. Yo recobré mi posición anterioT, resuelto a cambiar de sitio, para no mortificarme con la presencia de usted y su ¡ndife- renda. Cuando terminó el primer tiempo me· abrí paso, sin volver a mirar atrás, con el fin de alejarme cuanto antes de allí Pero apenas sí había dado cuatro pasos, cuando vi a dos· jóvenes y a un señor ya entrado en años que, al parecer, la miraban a usted atentamente, y hablaban con mucho interés entre sí. Me detuve distraídamente, como quien no s~ da cuenta de la que se dice, y agucé el oído. Uno de los dos jóvenes decía al otro: -Si te interesa Unto la chica, pídele datos sobre ella al señor, que él sí la Conoce bien, y señaló al más viejo. Este informó con éstas a semejantes palabras: -Es inútil que la pretendas, Luisito; es una de las niñ~~ más bellas, pero más raras que hay en Bogotá. Es el más singular espécimen de mujer que he conocido en mi vida. Posee gran copia de cualidades y un sinnúmero de rarezas que, al conqcerlas uno, la dejan perplejo. Su modo de ser, en apariencia normal, es en el fondo extraño y enigmático. Yo soy bien amigo de Diego· Linares, su padre, y también de ella. EI1 alguna ocasión que hablábamos Diego y yo con respecto al temperamento de la chica, me manifestó que él, con ser su ARTURO SUÁREZ 25 padre, no había podido comprenderla. Que vivía muy preocupado, no porque notara el más leve desequilibrio en su persona, sino por lo indefinible de su sicología, la equívoco de su genio y lo vago de su carácter. A todo diz que le concede interés, pero con nada se entusiasml. Su vida es una m~dla tinta de tristezas y alegrías, de aninucióll e indiferentismo, de risa y de llanto, de luz y de bruma. Pero todo esto pasa pronto. Son turbaciones fugaces que afectan su ánimo, agitántlolo un rnoO1<;lIto,para luégo dejarlo recohrar su prístina inmutabilidad, a semejanza de esas ráfagas de vie:1to que azotan un instante la superficie mansa de un lago, conmoviendo y encres'pando sus ondas, para luégo dejarlas tan serenas, tan apacihles como antes. V esta, la serenidad, es su estado habitual. Nunca hay en ella los apasionamientos y arrebátos de las mujeres histéricas, ni la imperturbabilidad simple de las tontas. Su carácter es suave, su salud perfecta. Es una mujer muy hermosa, pero más que hermosa es instruída y más que esto inteligente. Nada de lo que pasa en el mundo del arte y del movimiento social es ajeno a ella. Sus facultades de apreciación son asombrosas, y es su gusto irreprochable. Pero hay en su vida algo gris, algo indeciso, algo inexplicable. Tiene su temperamento un fondo nebuloso en' donde se in moviliza un furtivo hálito de duda; su temperatura moral es inapreciable; hay algo anodino e incoercible en lo recóndito de su idiosincrasia, algo que se petrifica, cual una fría esfinge de misterio, allá en una íntima sombra de secreto. Su padre le ha abordado repetidas veces el asunto matrimonial, preguntándola discretamente si no hay algún joven que le guste entre los muchos que la cortejan. Ella le contesta que hay varios que no le chocan, pero que no ve la necesidad que haya de tener novio, que deja eso para pensarlo más. Que mientras él exisb, ella no vivirá más que para él. Que su úni· ca preocupación es cuidarlo, mimarlo, adivinarle sus pensamientos y' complacerlo en todo. Diego, por su parte, la adora y le proporciona cua!1tas distracciones y comodidades puede, porque es un hombre acaudalado, ya de bastante edad, y que no tiene más en el mun'do, puede decirse, que esta hijita única por quien alienta y para quien sólo vive. Dice Diego que jamás ha rehusado ella ir a ninguna parte adonde él la haya convidado, ni se niega a concurrir a nin- 26 EL ALMA DEL, PAS"DO guna fiesta a función si él se la propone, y que la hacé con notorio gusto, pero que, puede decirse, de ella nunca ha sali· do la sugestión de asistir a nada. Cuando Diego se siente indispuesto, ella se coloea al pie de la cama, le lee los periódicos o algún libro entretenido, charla animadamente, le hace brom:ts y le cuenta chistes inge· nuos, como ulla chiquilla, sin acordarse de las amigas y sin asomarse siquiera al b2.lcón. Yo en cierh ocasión la pregunté si no había llegado a querer alguna vez. Ella no supo al principio qué contestarme, pero luégo; con la naturalidad más grande, me manifestó que no creía ser indiferente al amor, pero que, francamente, ignoraba si había amado de veras alguna vez, a si en realidad no había sentido jamás verdaderó amor por nadie, y que por lo pronto no sentía ningún afecto digno de tenerse en cuenta. Con esto, y en un periquete, me dejó la niña desarmado. Conque, hijos míos, concluyó el señor del loot balL, palmoteando en el hombro a sus amigos, a ver cuál de ustedes es el que se resuelve a afrontar la empresa, a descifrar el enigma y a escalar la fortaleza que, como puede ser absolutamente inexpugnable, puede también rendirse al primer asalto, pues allí son desconocidos los medios de defensa que, !>ibien es posible que sean múltiples, no serra raro que resultaran nulos, dado el incierto velo de bruma que rodea, cual un tul de misterio, la ciudadela moral en cuyo recinto desconocido habita la más encantadora y exóti ca de las criaturas .... -Pues no seré yo. quien se meta en tal hondura, dijo uno de los jóvenes. -Ni yo, afirmó el olro. A mí me dejó atónito, anonadado, clavado en el sitio, la relación dd viejo ese. No tuve valor pûr lo pronto para volverla a mirar a u!>ted, pero tampoco me sentí ya con ánimo de retirarme, coPla la había intentado poco antes. Aquellas ra· zones dichas por la boca de un hombre serio y al parecer bien informado, hincaron en mi corazón una t:spina de dolorosa exaltación, y sumieron mi espíritu en un vórtice de desasosiego y estupor. Pero en el fondo -de esta penumbra lucía, como un lucero, la gota lumi!1osa de un consuelo: usted no me amaba a mí, pero tampoco, probablemente, quería a ningún otro. Y con este nimbo de misterio, con este halo de enigm~ , ARTURO SUÁREZ 27 que de entonces más rodeó su imagen, usted tomó más relieve ante mis ojos. Su figura hechicera, en lugar de desvanecerse bajo un capuz de tiniebla y de secreto, se agigantó, se tornó semejante a la estatua de la Noche que creó el genio inmortal de Miguel Angel, cual ese portentoso hloque de mármol que adorna el cenotafio de los Médicis, vago en la intención oscura del artífice, grandioso en la indèfinible expresión de la sombra y del sueño. Albo y radiante, a pesar de su oscura significación, como una estrella en la noche, como un blanco hielo sobre la montaña negra, cual el mismo haz de luz de la aurora. Desde ese instante la amé a usted más, inmensamente más .... Vino a sacar me de mi ensimismamiento un hurra formidable que atronó el espacio. El A. B. C. habfa logrado hacer un goal. Alcé entonces a mirarla a usted, y la vi que aplaudía con un entusiasmo del cual no la hubiera Yu creído capaz momentos antes. Entre aquellos robustos y fornidos mozos de atléticos flancos y piernas vellosa!'; y s~midesnudas ¿ habría alguno que, por su ~hermosura v:lronil y su arrojo, la hubiese cautivado a usted? Aún no la sé. Terminado el último tiempo, los campeones, entre los vítores de los espectadores, subieron a la tribuna, en donde un señor muy grave, muy correcto y muy pálido, entregó la copa al club vencedor, después de un discurso banal de congratulación que usted oyó con cierta risilla contenida, pero con atención. Luégo empt'zó el desfile. La multitud se arremolinaba, saliendo por detrás de los palcos; y entre el ajetreo de la muchedumbre, las sirenas de los automóviles y los timbres de los coches sonaban impacientes, sin cesar. Yo me fui a la puerta a verIa salir a usted. A poèo llegó en auto, acompañada de su padre, del jovencito peinado del teatro y de una niña, probablemente hermana de éste, muy bonita. Entretenida usted en conversar con ella, ni siquiera me vio al salir. Mucho, muchísimo más podría decir a usted, pero temo cansarla con esta carta, que ya va siendo tan larga como un libro. Y por eso, para finalizar, después de haber volcado sobre sus cuartillas todas mis emociones y mis sentimientos, después 28 EL ALMA DEL PASADO de haber hecho a usted la íntima y total confesión de mis cuitas, y de haberle expuesto mi alma en el altar de la sinceridad , me voy a permitir exigirle la siguiente: si usted me quiere, mejor aún, si usted acepta mi amor, le ruego me conteste siquiera sea por medio de una tarjeta; si usted no me ama, si se cree incapaz de llegar a quererme, si por uno u otro motivo juzga que no le conviene aceptar mi amor, entonces devuélvame, en el improrrogable plazo de tres días, esta misma carta. En el timbre de la cubierta habrá ustecl visto mi dirección. Le ruego y le repito que el plazo para una u otra contestación, no debe pasar de los tres días, porque durante estas setenta y do s . horas no tendré vida yo, pensando en la que ha de venir, y no sería justo ni caritativo prolongar por más tiempo mi tortura. Besa sus pies LUCIANO CAPITULO MIRANDA II Después de escribir la anterior carta, Luciano pegó el sóbre, y con paso resuelto se encaminó a Santo Domingo. Al llegar al buzón del correo y estirar el brazo para introducir la carta, su mano tuvo una vacilación. Se sintió palidecer un poco, y no pudo contener una reflexión. ¡Caramba! ¿iría a hacer una barbaridad? i Dios Santo, qué diría Blanca Linares .... qué diría esa señorita! ¡Una declaración tan aparatosa! i Una confesión tan ingenua, tan vehemente! .... Muy natural en él, desde luégo, que estaba bajo el imperio de una pasión avasalladora; pero ella que probable, casi seguramente, nada experimentaba por él, se burlaría, sí .... podía mofarse, y .... francamente, eso sí no estaba dispuesto a tolerarle .... Sin embargo .... un cariño tan intenso, tan grande, tan sincero, 110 podía ser pagado con burlas. Eso 116. Sería una mala nujer la que tal desafuero cometiera, y Blanca era buena, pues de la único que estaba seguro Luciano era de que la mujer de quien se había prendado tenía un alma muy bella y muy noble. Podría no quererlo, pero reírse de él, escarnecer su dolor, no la haría, nó, ¡jamás! ARTURO SUÁREZ 29 y sobre todo, el camino malo andarlo pronto. Al que es hombre de ardimientos ¿quién la intimida? Allá va .... y ¡zás! largó la carta, que se deslizó suavemente por la cavidad interior del buzón. Luciano Miranda anduvo aquel dfa por la calle largo rato, sin rumbo, distrayendo el tiempo, aguardando a que pasaran las horas. Se detuvo en la Calle Real, en la esquina de Arrancaplumas, viendo pasar las muchachas que andaban de compras, y las gentes en general que caminaban atareadas y presurosas, \levando paquetes en las manos, y sacándoles el cuerpo a los tranvías, autos y coches que se amontonaban en la estrecha vía, a esa hora de las tres de la tarde, en que el abejeo de los transeúntes es más numeroso y bullidor. De pronto el corazón le dio un brinco. Creyó ver lejos, en la acera opuesta, a Blanca que venía. Luciano huyó ¿ Sería ella? Tal vez I1Ó .•.• En todo caso, más valía retirarse. No quería dejarse ver de ella aquel día, ni los dos siguientes. Entró en el Café Windsor. Sentía algún apetito y un poco de debilidad. No había almorzado aquel día. Pidió un té con tostadas. Después se fue a la casa y se tumbó en una otomana a descansar. Se sentía rendido. El esfuerzo moral la había que. brantado y tenía ganas de dormir. Su madre, doña Camila Estéve¿ de Miranda, entró en el cuarto y preguntó a su hijo porqué no había estado a almorzar. Elle contestó que unos amigos la habían invitado al Hotel Plaza, y por eso no había podido venir .... Luégo que doña Camila salió, Luciano pensó que porqué en lugar de escribir él esa carta, no había hecho cualquier sacrificio para hacerse presentar en casa de Blanca. Así habría tenido ocasión de tratarla a fondo, y tal vez de dec1arársele de un modo menos estrepitoso, y quizá con mayores probabilidades de éxito, pues tal vez ella, al tratarIo, le hubiese reconoci· do algunas cualidades que así, a la simple vista, eran inapreciables, y entonces, sobre una base sólida, él habría podido obrar de un modo .m:ís seguro. Sí, esa era la verdad. Empero, desgraCiadamente, era casi imposible acercarse a la amada, por lo reducido de sus relaciones. Además, la que principalmente había dificultado siempre ese acercamiento, era la relación que una vez le hiciera su madre acerca de un pleito que el doctor Tiberio Miranda, padre de Luciano, tuviera con don Diego 30 EL ALMA DEL PASADO Linares hada muchos años, pleito que produjo una seria desavenencia entre ambos. El temor pues de un rechazo por parte del padre de Blanca, decidió definitivamente a Luciano a no provocar su preselltacidn en casa de ella, por 10 pronto, dado que tal rechazo habría constituIdo para él una derrota irreparable. Pasó ese día. pasó el siguiente y llegó el tercero. A las seis de la tarde, Luciano se puso nervioso. ¿ No habría recibido Blanca la carta? ¿ La habría recibido y no la querría contestar? Esperó al siguiente día, mas tampoco llegó la tan deseada contestación. El quinto día Luciano se hizo este razonamientù: decididamente era mucha falta de consideración y, si se quiere, de urbanidad, no dar señales de vida después de cinco días de ansiedad, y luégo de haberle suplicado tan encarecidamente él en la carta que no le demorara la respuesta de ninguna manera más de tres días. ¿ Sería que estaba aún meditando y reflexionando maduramente anles de tomar una resolución trascendental? ¿ O serIa que no se había cuidado de la misiva, y habría tomado aquello como el arrebato pasional de un sujeto medio desequilibrado, a que había escrito aquello bajo el influjo del licor? Pero nó, su carta no podia tomarse como el desahogo de una mentalidad fuéra de quicio. El la había leído, relefdo, pulido y meditado bien antes de despacharla, y aquella no era, ni con mucho, la obra de un insensato. Por este lado quedó tranquilo. El sexto día. al l1e~ar a la casa a la hora de la comida, Luciano encontró encima de su escritorio una carta un poco voluminosa que, a juzgar por la letra del sobrescrito, tenia que ser de mujer. Luciano no dudó. Blanca le había contestado. La mano del joven tembló al abrir la cubierta. Lo primero que extrajo del interior del sóbre fue la r.àrta de él, su carta .... ¡Se la había devuelto! Pero adjunta a ésta halló otra de Blanca concebida en los siguientes términos: /j Señc.r Miranda: He leído con suma atención la carta que usted ha tenido a bien dirigirme, declarándome su amor en frllses tan corJiales que no puedo menos de manifestar a usted la más viva ex· 'presión de mi agradecimiento. ARTURO 31 SUÁREZ No creo merecer su afecto, ni los elogiosos conceptos con que usted me honra, y crea que por todo ello mi gratitud será eterna. Comprendo, por la lectura de su carta, que es usted un hombre de altas cualidades, de nobilísimos sentimientos, y de un criterio nada común entre la frívola juventud de hoy, digno no sólo de mi amor, sino del de otra mujer de más valía que yo. Cuente usted de hoy más y para siempre con mi amistad, la cual le ofrezco, 110 por cumplimiento, sino de corazón. Desgraciadamente, para mí, no puedo aceptar su amor, por razones que me reservo; y sepa que el tener que hacerle esta franca declaración es cosa que me mortifica, pero que no tiene remedio. Le devuelvo su carta, y le repito la expresión de mi sincero reconocimiento. Amiga afectísima, BLANCA LINARES 1/ C~rta, pero expresiva, se dijo Luciano con una sonrisa amarga, doblando el perfumado billete. Sentóse en una silla, y con la frente apoyada en la mano meditó: todo había concluído. La última esperanza se había "esfumado como un cendal de nube en el azul sin fondo. Ante sus ojos la única scnda que se abría ya era la de la resignación. Tenía que alejarse de su obsesión por un áspero camino de olvido. Era el único expediente que podía adoptar; todo lo demás sería ya inútil y hasta nf·cio. Con todo, la visión de aquella mujer le trastornaba aún los sentidos. La atracción abismática de sus ojos azules; el prestigio tentador de la hechicera incógnita; esa blancura de nieve inaccesible, de nube distante, de garza viajera .... y la di· vina belleza' inalcanzable, y aquella superioridad moral e intelectual 'de mujer, no di jaban de subyugarlo, de enloquecerlo casi, ahora más que nUllca, cuando toda esperanza se había perdido. Basta..ba para convencerse de la real valía de Blanca, leer esa lacónica y sencilla carta que era una puñalada en mitad 32 EL ALMA DEL PASADO del pecho enamotado, pero tan penosamente suave, tan dolorosamente dulce, tan exquisitamente distinguida, como si fuese dada por un finísimo y aristocrático puñal f1orentino. Luciano quiso, no obstante, dominarse. Trató de buscarle descuentos al asunto: Blanca era, indudablemente, una encan. tadora mujer, pero había que considerar los inconvenientes que ofrtda para poder acercarse a ella. Probablemente era una r.1Ujer fda, sin pasiones, sin la idea del sentimiento amoroso, que ella nunca hdbía podido comprender, stgún declaración del se· ñor del loot ball. Tal era lo que sacaba él en limpio, al cono· cer el fondo de resistencia que ella presentaba a todo conato de afecto que de la exterior viniese. Doña Camila entró a llamar a Luciano a comer, pero él, sin apetito, se disculpó diciendo a su mamá que esa tarde la habían invitado en casa de unas amigas a un jive o' cloack; que el té había sido copioso y charlado y que se habían levantado de la mesa ya de noche. Que por eso no tenía deseo de comer todavía, y que probablemente no comería ya. Luégo que su madre hubo salido, Luciano siguió meditanda: n') debía tampoco aferrarse de U113 manera tan tenaz a una pasión que, en su cruel y constante vérligo de sombras y desengaños, jamás había sido piadosa con él, mostrándole siquiera fuese el agujerito de luz de una esperanza. Nunca ha.bía tenido ocasión de tratar a Blanca detenidamente, y mucho menos con intimidad. De modo que su amor, si bien entrañable, era casi platónico. Ella nunca se había tomado el trabajo de dirigirse para nada a él, como nI) fuera para enviarle esa boleta final en que la desengai'íaba para siempre. V si ella jamás se había preocupado ¿porqué él había de seguir fJtalmente apegado a una obsesión que, como una acémila extraviada en el desierto, había de cOllducirlo forzosamente, no a un oasis dt: ventura, sino al antro vacío de una cisterna ab~ndonada, en cuyo seco fondo no haUaríaa\ lin ni una gota de agua con qué apagar su insaciable sed de' amor? Sobre el escritorio estaban los diarios de la tarde. Luciano, por distraerse, abrió lino cualquiera y vió lin reportaje hecho a don Jacinto Benavente. Lo leyó de carrera, y encontró esta aserción del celebrado autor dramático : .•El teatro es como las mujeres: hay que tratarlo con desprecio para conquistarlo." Muy bien, se dijo Luciano. Esto es la que yo debía ARTURO SUÁREZ 33 haber hecho desde un principio .... V sobre todo, enamorarse uno en este siglo del aeroplano de una manera tan medioeval es ridículo, a cuando menos anacrónico. ¡Qué carayl V levantándose a coger el sobretodo para irse al Teatro Municipal, empezó a recitar a media voz los versos aquellos del poeta venezolano: •• Un am'H que se va .. i Cuáotos se han irio! Otro amor volverá más duradero, y menos doloroso que el olvido." V luégo el cantar indígena: •• No quero querer a oaide, oi que me queran a yo, 110 quero pasar trabajos, ni que los paseo por yo." Cuando llegó al Municipal ya la función se haoía empezado. la concurrencia era numerosa y selecta. Vio algunas personas conocidas, pero nadie le interesó por el momento. luégo, en uno de los palcos de primera fila, distinguió a Maruja Cabrales, la mujer que había querido a Luciano con más inten· so y verdadero amor. Era una morena arrogante, de fascinantes ojos negros y encendidos y golosos labios. Una hurí saba· nera toda fuego, gracia y donaire. ¿ Por qué no la había podio do amar él, ya que de buen grado así lo hubiera 'querido? ¡Era tan buena, tan bella, le queria tánto .... ! Pero, vamos, no era su ,tipo, no era su ideal. Maruja era el polo opuesto de Blanca. No se pareçbn en la más mínimo, pero cada cual en su género era un primoroso ejemplar de mujer. Maruja y Luciano se saludaron con una ligera inclinación de cabeza. Ella miraba unas veces a las tablas, en donde funcionaba una cumpañía de cómicos, hadendo desternillar de risa a la g~e, y otras contemplaba con fijeza a Luciano, quien, haciéndose el desentendido de esto, tampoco experimentaba ga· nas de reírse de la otro. Luciano, al sentir pesar sobre si la mirada de la joven, pensó compadecido, sin jactancia, que una cosa igual a la que a él le pasaba con Blanca, le estaba sucediendo a Maruja con 3 34 EL ALMA DEt PASAba él. ¡Qué arrevesado es este mundo I se dijo. Esta nifta la amaba hacía mucho tiempo, y aunque era muy discreta y serena, él había tenido un sinnúmero de pruebas que la habían llevado al convencimiento de que la chica la adoraba, y sin quèrer corresponderle a nadie, )0 esperaba siempre, siempre. El la había cortejado en un tiempo con alguna asiduidad, pero más que todo por distracción, sin meterle corazón al asunto, sin entusiasmo. En cambio, ella había tomado las cosas a la serio, se había prendado de Luciano tiernamente, y esto le había acarreade muchos sinsabores y sufrimientos, má., que todo por el desapego y la inconstancia del amante. Luciano se fijó en las cómicas. Había una muy aplaudida por el público, dizque por lo graciosa y bonita. A Luciano le pareció sencillamente detestable. Pero al final de la función salió una canzonetista extran· jera a cantar coplas, fados y jotas. A Luciano le encantó. Hallóle un gran parecido físico con Blanca. El azul de turquesa que ih~minaba sus pupilas, las formas escultóricas, el diseño impecable y ático de la nariz, los hombros marmóreos, la boca sensual, flo.recida de sonrisas y músicas aladas, la gracia aérea y cautivadora de sus movimientos, el timbre de la voz •••. sí i qué parecida! Se sintió turbado, no por ella, por la que cantaba, sino por la evot:ación, por la similitud con la otra, la oculta, la inaccesible, la enigmática, la misteriosa mujer a quien él no podía oh·idar ..... Luciano no volvió a mirar en el resto de la función ,a Maruja, y se consagró a contemplar a la bella cupletista y a fantasear con las semejanzas que había descubierto . . Cuando acabó et espectáculo, Luciano se fue directamente a su casa. Una vez rn su aposento, empezó a desnudarse nervioso y contrariado. Había ido al teatro por distraerse, por disipar la obsesión y paliar taamargura: del desengafto pro' ducido por la carta, y volvía en un estado lamentable de excitación, de rabia, de despecho. Aquella maldita tonadillera, con su fatal semejanza con Blanca, te había lastimado todas las he· ridas ya en vía de curación. Se quitó las ropas, tirando el cuello aquí, ta americana altá, la cnrbata acullá. Metióse en la cama y apagó el foco. -i Caramba! se habló, br~gando por calmarse a sí propio. Como si no hubiera bastantes mujeres en este mundo .... y muy ARTURO SU.ÁREZ 35 hermosas, por cierto, y muy inteligeiJtes y encantadoras. Por la menos tanto como Blanca, si no más No sería muy fácil encontrarlas así, pero las había, las había iQué va I Luciano se quedó de pronto como sin penslr, sumido en UII vago estupor de los sentidcs, medio trastornado por la exa· cerbación nerviosa, mareado por las conmociones del sentimiento, en UII estado febricitante de delirio en que su imaginación alocada se debatía en un fondo de incoherencia, ahogada entre la sombra del aposento y el silencio lúgubre de la callada noche. Le palpitaban las sienes, y entre el calor sofocante de, la~ sábanas, sintió la fastidiosa sensación del sudor. Un periódico mal puesto en el borde de una silla cayó al suelo. Luciano se estremeció, como si le hubiesen dado un mazazo en la cabeza. Un escarabajo con monótono zumbido volaba ciego en la oscuridad, dando topes contra las paredes. Por fin el insecto fue a dar a un rincón, ell donde se quedó quieto. 1uciano se durmió. Inmediatamente empezó a soñar con Blanca. Viérala en el teatro, cantando en lugar de la cupletista extranjera. El público la ovacionaba y le arrojaba flores, que ella recogía y besaba, devolviendo el agasajo con las m:ls dulces sonrisas, sonrisas que al joven se le antojaban ser para todos, menos para él. Luégo, súbitamente, cambió por completo la escena, y el iluminado vio aparecer a Blanca en la alto de una especie de rús· tico altar, cubierto de flores silvestres, y que, descendiendo por ùna ligera escalinata, vestida con un alba túnica de seda, suelta y flotante la cabellera de oro, los turbadorcs ojos bañados más que nunca en el azul cerúleo, la sonrisa amorosa y los brazos extendidos hacia él, le decía con una voz como salida del fondo armonioso de una guzla oriental: i Vén, amor mío,. vén! .... Un coche pasó estruendosamente por la calle, y Luciano despertó. La seductora y blanca visión se desvaneció en las tinieblas del cuarto, como una voluta de humo arrebatada por el huracán . . Luciano encendió el bombillo, se sentó en la cama y empezó a cavilar. No le hallaba solución al problema de su vida. Parecía que la fatalidad se hubiese ensañado contra él, y no quisiera darle tregua ni aun en las sombras del sueño. Dijérase que la mala suerte se proponía estrujarle el alma y exprimirle el corazól1, hasta dejárselo sin una gota de sangre, sin 36 EL ALMA DEL PASADO alientos de palpitar, seco, muerto. francamente, así mejor era: no vivir. Así la existencia era una cruz demasiado pesada para el' que todo lo espera de la realización de un ideal casi desde nl1'1«:f acariciado, y que se deshace de pronto, como un copo de espuma que arrastra una corriente acrecentada y loca. Luciano se levantó tembloroso y decidido. Sus movimien· tos eran discordantes y los pasos extraviados, cual los de un ebrio. Derribó uno o dos muebles, y llegándose al armario, abrió una gaveta y extrajo de ella una pistola Browning, negra y fría como la muerte. Retornó a la cama. Introdujo varias cápsidas de acero, finas y bruñidas como l-ib~lotes, en el arma, colocó ésta sobre la mesa de noche, y se dispuso a escribir algo que dejaría alti mismo. En esto andaba Luciano cuando sintió en el corredor. al cual dába salida la puerta de su cuarto, un rumor de pasos. Se quedó en suspenso. - iLuciano; Luciano IlIamó desde fuéra la voz de su madre. Luciano, como el delincuente a quien sorprenden infra-ganti, se apresuró a guardar en el cajoncito de la mesa d~ noche la pistola y el papel en que escribfa. fue a abrir la puerta a su madre, quien entró env\:le~ti1 en un espeso pañolón de lana. Estaba pálida con el insomnio, y tiritaba de frío. - ¿ Qué vienes a hacer por aquí a estas horas,' manticita? la dijo Luciano. -No sé, quería verte. No he podido dormir con la idea de que estabas malo. Como no comiste hoy, y has estado tan . retraído estos días .... No sé lo que te pasa. Me tienes preocupada .... Oíme qué sientes. ¿ Estás enfermo? - Si no tengo nada, mamá. IQué ideas las tuyas! -Nó, 110 son ideas. Las madres tenemos un sexto sentid3 para adivinar los padecimientos de nuestros hijos. -Pues en esta vez te has equivocado, madrecita .... -Sin embargo, ¿por qué no habías apagado la luz ya tan tarde? ¿ Qúé hacías pues, tú que te duermes siempre temprano? Si tienes algún dolor o una preocupación, confiésamelo. -Te repito que esas son ideas .... -Hacía más~ de dos horas que estaba sentada en la cama pensando en ti, presa de una l xli aña intranquilidad. Cuando 37 ARTURO SUÁ~EZ .volviste del teatro intenté Ilamarte" para averiguarte si habías comido. Pero como entrac;te tan 3flresuradamente, r.o me diste ~iempo. Al cabo de un rato me asomé a la puerta y vi que por la rendija de la tuya salía luz. Comprendí que no te habías dormido, y esperé a que apagaras. Pasó otro rato y luégo sentí ruido, como el de una silla que se vuelca, y .... entonces resolví venir a ver qué te sucedía. -¿Pero no ves que puede hacerte daño salir a estas horas y con semejante frío? -Nó, hijo, si vengo bien abrigada .... Más daño me hacía pensar que tal vez estabas malo y que podías necesitarme. ¿ Por qué no te has dormido? -No sé, no tengo sueño esta noche. Me la he pasado leyendo .... Bueno, pero véte, ahora sí, a acostarte. Ya ves que n¡¡(Ja tengo .... Vamos, yo te acompañaré hasta tu cuarto, porque así ni tú duermes ni yo tampoco. Tranquilizada ya doña Camila, se fue ti costar. Al despedirse de ella Luciano, con un beso en la frente, en la puerta de la alcoba, se dijo con su voz interior: iGracias, madrecita, me has dado la vida ya dos veces! CAPITULO III Durante un mes Luciano permaneció encerrado en su casa, entregado a sus aficioneb literarias, ya leyendo, ya escribi~ndo u ordenando los manuscritos dispersos que andaban revueltos por estantes y gavetas. Durante aquellos días en que Luciano no tuvo más compañera y confidente que su madre, aquél se resolvió a contarle todo la acaecido con Blanca. Mostróle las cartas, y abriéndole el corazón, como una flor de sinceridad, expúsolc todas sus herida~, mostróle todas sus' ilusiones destrozadas, presentóle las cenizas de sus esperanzas muertas, y los çadáveres blancos de sus extintos sueños. poña Camita, no sólo ÇOJl1()Jl1adre, sino como hermana 38 EL ALMA DEI. PASADO y como amiga, supo, con prudencia, tino y dulzura, consolar a su hijo y Ilevarlo de una manera suave, pero firme, al conven· cimiento de que tenía que cambiar de rumbo en la vida, y dar de lado a todas esas quimeras que tánto daño le hiCieran para la paz del espíritu. Dej61e como lema este consejo: ··-No cuides tu pena ni acaricies tu dolor. Aband6na el coraz6n, húye del pensamiento absorbente, y víve 5610 en los dominios de tu voluntad. Sé intrépido ante ti mismo. Luciano lIeg6 a sentir vergüenza de sus pasados momentos de cobardía. Había prometido a' Blanca en la carta resignarse en caso de una negativa, y había estad') a punto de violar de la manera más flagrante sus promes~s. iQué falta de han· radez moré!-I para consigo mismo! Entre su madre y él organizaron un viaje al campo, y ocho días después de hecho el plan, se marcharon, en una clara mañana de diciembre, a pasar ~na temporada a una coqueta casita en las inmediaciones de Cajicá, rodeada de árboles y con un jardín constelado de flores y poblado de abejas y de pájaros. Luciano llevó consigo sus libros y su escopeta, y desde que lIeg6 y respir6 el aire sano de aquellos risueños prados, empez6 a lIenársele de salud el cuerpo y de tranquilidad el alma. Le parecía que había despertado en otro mundo, y que vivía una nueva vida, libre de obsesiones y despreocupada, plena de luz y músicas agrestes, distinta de la anterior, opaca y triste. Con todo, la imagen de Blanca la acompañaba siempre. Tampoco Luciano había pensado en que esa imagen se borrara de su memoria, aunque pasaran numerosos los años. Pero ya no la torturaba como antes. Era algo así como el retrato de un sér querido muerto, retrato que conservamos sobre nues; tra mesa de trabajo y que no queremos mirar por no atormentamos, pero que, Tfsignados, sabemQs que allí conltantemente está, con su dulce y amada sonrisa perdida para el mundo, perdida para nosotros, para siempre perdida .... Luciano' empezó a acostumbrarse a la vida en esta forma. Además, ya vendrían tiempos mejores. Las pasiones y las cosas, por durables y firmes que sean, se acaban con el decurso del tiempo. No había pues más que esperar un poco. No tenía en el mundo Luciano más familia que su madre. Eran , los dos solos. El doctor Tiberio Miranda, hombre de vastos conocimientos jurídicos y de elevada posici6n social, había muerto ARTURO SUÁREZ 39 cuando Luciano era un niño aún, dejándoles a él y a su madre una regular fortuna en inmuebles radicados en Bogotá. Ese patrimonio les permitía vivir, si no con lujo, sí con comodid1des. Doña Camila había sabido c.onservar intacta esa pequeña fortuna para legársela a su hijo más tarde, después de haberle dado una educación completa. Luciano era licenciado en filosofía y letras, y sus sólidos y amplios conocimientos en humanidades, a 'pesar de no tener más de treinta años de edad, le habían valido el justo aprecia y admiración que se le profesaba en los cenáculos intelectuales de la capital. Una noche, poco después de llegados él y su madre a aquel campo que era como un edén de paz y de flores, Luciano quiso ir a dar un paseo por la carretera, porque hacía una luna esplendorosa, y la noche estaba apacible y límpida. Su madre, temerosa del frío nocturno, no quiso acompañarlo. Luciano anduvo unas seis cuadras por la carretera, hasta llegar a un tapial encalado y alto, con una porbda en el centro que tenía en letras de hierro una inscripción que él no leyó, y el cual tapial, b0rJeando Ull trecho la carretera, doblaba luégo a la derecha, separándose de ésta y siguiendo la vera de un caminito angosto que se internaba a través de zarzales y sembrados. Luciano siguió t'ste caminito, comprenJiendo que tras de las tapias había ulla buena finca, probablemente de algún rico propietario bogotano. Había andado unos cuantos metros, cuando empezó a oír las notas de un piano que salían de una qui'nta que quedaba del otro lado del bardal. Los dulces acorties erraban, esparcidos por el viento, en la paz de la noche campesina. Luciano avanzó hasta el fin de la tapia, que terminaba al pie de la casa, una 'Casa alta con una ventana cerrada, hacia donde trepaba, agarrándose del muro con sus uñ:\s vegetales, una madreselva llena de capullos y de nidos. La luz ~e la luna bañaba este costado del edificio, dándole una apariencia romántica de mansión medioeval. El viento de la noche volaba suavemente, agitando los ramajes con un vaivén de sueño, tan delicado y manso, que no despertaba las dormidas aves, ni deshojaba una rosa. Las notas del piano volvieron a surgir, cadenciosas y blandas, como un arrullo. Con ellas salía por el alta rendija de la ventana un hilo de luz artificial que, cual si se avergonzara del ma- 40 EL ALMA DEL PASADO ravillos0 resplandor argentino de la luna, paredaenredarse y esconderse, tímido y corrido, entre la urdimbre discreta de la enredadera. Luciano conoció la nuísica. Era la serenata de Moszkouski Sonaba con tal dulzura, con tal vago y hondo sentimiento que parecía sollozar. Era una melodía suspirante y tierna que caía en el santo cristal de la noche, como un gotear de lágrimas angélicas. Parecía no tener vibraciones, cual un deslizarse de sedas por el fondo de una gran caja armoniosa, o como un aterciopelado vuelo sonoro de mariposas. Las manos que tocaban aquel piano eran manos sabias en el arte, eran privilegiadas manos. Luciano había oído muchas veces esa música, pero nunca la escuchara ejecutada con ese sentimiento, con esa perfección en la cadencia, con esa dulcedumbre en el sonido .. ¿ Quién sería la ejecutante? Sin duda, alguna dama bogotana distinguida que veraneaba allí. Luciano sintió vivo deseo por conocerla, pero tuvo miedo de dar con una vieja maestra retirada i sintió temor de encontrars~ con una mujer fea y desgarba da, de anteojos y manos de araña, que acabara con el encanto de la ventana romántica. Sin embargo, su sentido estético le rechazó esta lastimo::a posibilidad. Aquellos arpegios no podían salir más que de las manos perfumadas y blancas de una mujer divina, como un hada. Y así tenía que ser para que no se desvaneciera el hechizo de aquel balcón, al cual no podía ya asomarse sino una mujer como jutieta, Margarita a Roxana. la luna avanzaba en et espacio sola, portentosamente luminosa, prodigiosamente blanca. Un vasto silencio fue invadiendo lentamente la campiíla, y empezaron a apagarse, una a una, las luces de las cabañas. Dormía la Sabana inmensa arrullada por el hondo murmullo de los juncales y el vago suspirar de tos maizales. mecidos por el aura. De las zanjas cenagosas, en donde se inmovilizaba una verde agua muerta, subía el coro interminable de las ranas. Las chicharras y los grillos lanzaban su inacabable monodia entre los matorrales negros, desmayados y entumecidos bajo el peso del sueño y de la escarcha. De los pantanos venía a veces, flotando en la helada brisa, el canto nocturno de las caicas. Los postigos de la ventana chirriaron para abrirse. Lucian!), temeroso de ser descubierto allí, como un espía a como ARTURO 41 SUÁRl:Z un merodeador, se escondió tras unas matas. Una cabecita de mujer, de fino perfil, pareció asomarse y mirar absorta hacia la noche. Después se cerró de nuevo la ventana, y comenzó a oírsc el andante de la sonata Claro de Luna, de Beethoven, pero te· nfan esta vez los acordes una ternura tan profunda, se desgranaban las notas con un dejo de tan dulce melancolía, que Luciano se sintió desfallecer. Cifraba esa música un tal poder de evocación, despertaba en él los sentimientos dormidos y las pa· sadas emociones con tan rara fuerza, que el joven, no pudien· do resistir el extraño sortilegio y la torturadora sugestión, hubo de huír de aquel lugar encantado, en donde su agitada fantasía le hacía volver a ver, redivivo, cubierto de rosas, bañ~do en luna y entre el blando rumor de la música, el idolatrado cadáver de su muerta ilusión .... CAPITULO IV Al día siguiente, Luciano contó a su madre la que le había acontecido la noche anterior. Doña Camila, sonriendo, le dijo: - Tú eres el hombre de las aventuras romancescas. A ti te persiguen las cosas fantásticas y extrañas. Pero, en fin, más vale. IQuién quita que de allí resulte algo, y así te cures para siempre y radicalmente de tu vieja dolencia! Luciano resolvió no salir de su casa ese día. Se lo pasó leyendo y escribieIldo. No quiso asomarse por los lados de la quinta, a la cual dio en llamar " La Villa Encantada." Sin saber por qué, no quería ir .... Tenía miedo .... le daba pereza vol· ver a emprender tal vez otra vía penosa, larga y quizás dolorosa, como la anterior. Sentía terror de verse de nue\'o envuelto en otra complicada peripecia de amor. 1Estaba tan cansado L. INotaba su espíritu tan escaso de fuerza moral; y su corazón tan exhausto de sangre pasional!.... Además, se hallaba tan bien asl en la tranquilidad de su retiro, en ese abanQQno ~~ preocupa- 42 EL ALMA DEL PASADO dones, en ese alivio de la obsesión que, francamente, más valía no buscar nuevas aventuras ni complicaciones. Pero, a la noche, cuando volvió la luna, y la Sabana se durmió bajo el susurro de la· errante brisai cuando las aves nocturnas volvieron a pasar bajo ci azul chillando i cuando a los árboles oscuros bañó el luar, con un óleo majestuoso, COll un aceite de plata sagrada, y volvió a apagarse la luz de las cabañas, y a bajar de los callados páramos el silencio solemne de la noche, Luciano experimentó otra vez el aguijoneo de la curiosidad, y cuando menos lo cató se hallaba al pie de la ventana encantada. Pero no sonaba aquella noche sólo el piano. Vna voz sutil y cristalina, con dulœ timbre de campana de oro, con acento melodioso de ocarina, modulaba una romanza italiana que em· pezaba así: o sogno m:o, Quando ti rivedran mie lucci Loo Terminada la romanza, no volvió el piano a sonar. Luciano esperó largo rato en vano. El eco' de la voz dulcísima seguía temblando en sus oídos, como el canto de un ave paradisíaca. Esa voz delicada que con suave pureza musitaba una queja de amor, parecía surgir de un pecho enamorado, parecía suspirar .... y Luciano, intrigado por el recóndito atractivo de la des· conocida diva, incitado por el señuelo de lo ignorado y por la indefinible condición de la hermética artista, de la bella mujer qu~ seria, resolvió rondar al día siguiente la Villa Encantada, hasta descubrir a la dueña de la voz de sirena y de las manos milagrosas. Vna inmensa nube, como un gran borrón, tapó la luna. Los ramajes se estremecieron de frio, y un murciélago que vino de la noche rozó con sordo vuelo las sienes del joven . En los dos días siguientes Luciano, con disimulo, pasó varias veces por frente a la portada de la villa, y fue hasta más allá de la ventana, sin que por ninguna parte descub~iese nada revelador. Lo más que vio fue una criada qu~ barría las era, ARTURO SUÁREZ 43 del jardín y un muchacho que entró, al parecer de regreso de Cajicá, con ~n fajo de periódicos y un canasto cubierto. La casa permanecía durante todo el día silenciosa. No se oía más ruido que el del surtidor de la a1berca, y el trino, como a la sordina, de los pájaros en los árboles del jardin. Las golondrinas revoloteaban incesantemente en torno del alero, en don· de, de rato en rato, se pacibía el piar de sus pichones. Alguna~ mariposas blancas volaban sobre la tápia en busca de la miel de los rosales. Al tercer día LucÍlno y doña Camita vieron llegar y de· tenerse frente a la verja de la quinta un automóvil, del cual descendieron un joven y una señorita. -Deben de ser el novio de la niña de la quinta y su herma' na, uijo Luciano a doña Camila. Esa tarde, Luciano tomó su escopeta y se fue, a campo traviesa, en busca de palomas. Llegó a un ¡Jotrero. Las palomas venían a comer allí pepitas de violeta silvestre. El cazador 'se apostó tras unos aro bustos y principió a tirar, al aire, a las palomas que llegaban. Después, cuando empezó a palidecer la tarde, Luciano re· gresó hacia su casa, saliendo a la carretera y andando largo trecho por ésta. Allí, :il poco andar, se detuvo en un ranchito de la orilla del camino y preguntó a la mujercita que la habitaba, si ella conocía a la familia que vivía en la quinta. La campesina le contestó que era und. familia bogotana que hacía pocos días llegara allí. Que el senor que había venido no era conocido, pues hacía apenas como un mes que comprara la finca. Que debía de ser persona muy principal y rica, porque había hecho arreglar muchísimo tanto la casa como la propiedad toda, la cual era muy extensa y con muy buenos terrenos de labC'r, pero que ignoraba quiénes eran él y el resto de la familia, y que no daba razón de más, pues era todo la que sabía. Casi al anochecer entró Luciano jadeante, pálido, tembloroso, y dejando caer en un rincón de la sala la escopeta y la sarta de palomas que había cazado, se derribó, demudado y reno . dido, cn una silla. Su madre éicudió presurosa y asustada a ver qué le pasaba. Luciano, balbuciente y con los ojos medio desorbitados, la dijo con frases entrecortadas por el fatigoso alentar. 44 EL ALMA DEL PASADO - ilo más terrible, mamacita, la más extraño, la más casual! .... ¿ Sabes œn quién me acabo de encontrar en la carretera, a pocas cuadras de aquí? Pues nada menos que con Blanca I . - i Con Blanca .... Linares? - Sí, mamacila; increíble, pero la verdad pura, sin embargo. Y la peor es que yo me muero de la pena, de la vergüenza .... Estoy seguro de qu~ a estas horas se estará riendo esa niña de mi debilidad, si no es que esté más bien disgustada de ver la itrpnrtunn y cabeciduro que soy. - No hallo la razón .... - Sí, mamá. ¿ No ves que bien puede imaginarse que yo me he venido detrás de ella, para hacerme después el encontradizo, y así tener motivo para entablar ul1as relaciones que probablemente ella rehuye? Ya sabes que nos tenemos que ir de aquí cuanto antes. - Bueno, cambió doña CamBa, tratando de variar el giro penoso de la conversación; ¿ y cómo fue el encuentro? Venía yo muy descuidado con mi escopeta al hombro, mis pichonas patiatadas en la mano y fumando un cigarrillo, cuando, en una revuelta del camino, descubro a dos muchachas que, acompañadas de un joven, venía!"! andando en sentido in· verso al que yo llevaba. En el instante comprendí que eran la niña de la quinta y los dos visitantes que habíamos visto llegar tú y yo esta mañana en auto. Traían ambas unas lind.:1s sombrillas japonesas echadas sobre los hombros, y conversaban muy animadamente. Por fin, me dije yo con alegría, vaya po· der conocer a la misteriosa moradora de la Villa En~antada. Cuando se fueron acercando, vi que la más alta de las dos era rubia, blanca y esbelta. El corazón me dio un vuelco .... la conocí .... i Cielos! era ella .... Blanca en persona. Quise hu{~, sal· tar una zanja e intcrnarme a paso rápido por los sembrados. Pero era tarde: Blanca estaba muy cerca, tal vez ya me había reconocido, y aquella escapatoria habría resultado inútil y aun ridícula: Me faltaron las fuerzas, las piernas como que se negaban a ohedecerme, y casi se me doblaban. Sin embargo, me hke el fuerte, cobré el ánimo que pude, y me preparé a saludarla al pasar. No había más qué hacer. Yo estaba lleno de cadillos, de polvo, de sudor; pero ya tenía que dejarme ver tal como estaba; no había remedio. Cuando se acercaban, Blanca me miró seria en un prin- ARTURO SUÁREZ 45 cipió, pero con una mirada penetrante, inquiridora, como de persona que inopinada mente descubre a otra conocida en circunstancia5 inesperadas, y se esfuerza en dar crédito a sus ojos. La compaflera de Blanca dijo a ésta en voz baja pero que yo entendí: '1 Este debe de ser el cazador de quien oímos los tiros." Ella asintió con la cabeza. EIl seguida contestó mi saludo con un simple buenas tardes" envuelto en una SOI1risa que yo no supe cómo apreciar. Apresuré el paso, sin atre· verme a volver a mirar hacia atrás. Ignoro el afecto que le ha· yan producido mi presencia y mi saludo. Yo pasé muy de pri· sa, y apenas sí, para saludarla, la miré a la cara, en donde sólo pude distinguir la ligera sonrisa, probablemente de mero cumplido, con que ella contestó a mi saludo. -¿Y no conociste a las dos personas que la acompañaban? - Conocí al joven. Es un jilipichillcíto empolvado que la sigue a todas partes, y que está babosamente enamorado de Blanca, a juzgar por su impertinente asiduidad. - Lo estará tanto como tú, atizó doña Camila sonriendo - Puede. Pero él no tiene suficientes títulos de masculinidad para pretender a Blanca. -¿Por qué? -Porque usa corsé. -'- Eso no te consta a ti. No seas apasionado. - Sí, mamacita, usa corsé y debe de tener enaguas por dentro, a por lo menos lleva cintas en la franela. -j Ave María, hombre, qué exageraciones tienes I dijo riendo la señora. Es que la detestas, Porque ves en él un rival, y no sabes si acaso sea él quien lleve la mejor parte, pues 110 debes ignorar el capricho de las mujeres .... -Sí, señora, pero en este caso no hay riesgo, porque Blanca, que es una mujer superior, no creo yo que se enamore de un p;saverde lleno de guardapolvos, monóculos, cadenas, prendedores, chatelets, cinturones, cosméficos, peFfuRles, ftecos, abalorios y chilindrinas. -¿ Todo eso tiene? - Todo eso, y algo más. Es la sucursal de un almacén de cachivaches andamio por calles y caminos, y una afeminada preciosidad en chuc:herías. iMenuda palin la que le diera yo al sinvergüenza, si fuera su padre I - iHijo, por Dios, no seas intolerante! ¿ Qué culpa tiene Il 46 EL ALMA DEL PASADO él de estar enamorado de esa niña, y de gustarle vestir bien? Déjalo que haga la que se le antoje, y cuidado que puede salirte adelante .... -A mí me sale cualquiera, pues soy el presidente del gremio de los desafortunados; pero no será este melindroso el que le cautive el corazón a Blanca Linares, a mucho me habré equivocado yo. -Bueno, ¿y la otra chica quién es? - Esa es la que se llama una chilla chirriada. Delgadita, fina, vivaz, y con una carita que es un lucero Debe de ser hermana del de los perendengues, pero se parecen los dos tanto como un fósforo y la luna. - Digo, ¿ pero no le sabes el nombre a ninguno? - A ninguno .... Mamá, ¿ qué hacemos? dijo él volviendo a abordar el tópico más importante. -No sé, pero serra un desastre que acabando de insta· lamas aqur tan confortablemente, y en un lugar tan de tu agra· do, tan risueño y pintorec¡co, a la vez que tan apacible, hubiéramos de tener que marchamos .... sr, sería una lástima .... IY yo que estaba tan contenta! - Todo eso es mucha verdad, mamá, pero hazme el favor de considerar esta situación mía y verás cuán insostenible es. Yo no puedo permanecer aquí sin que esta niña, como antes te dije, deje de pensar que yo he venido aquí tras ella y que soy un testarudo y un hombre sin orgullo. Tú comprendes que· el carácter y el amor propio en este caso deben estar por en· cima de todo. Yo no soy de los que preconizan el principio de que el amor no tiene dignidad. Para mí primero está la muerte que la humillación. Cierto que la pasión amorosa, cuando es grande, sincera y purll, es noble y se hace perdonar muchas ~e sus debilidades, pero no hay que traspasar determinados linderos, porque un poco más allá de ellos está la humiIlaciónj'..y" -no muy lejos de ésta el ridículo y la abyección. -,-Me parece, adelantó de pronto dcña Camila, que he ha· liado una solución. Si tú te haces el desentendido, si no te dejas ver de ella, y evitas todo encuentro, manifestación y señal que denote que -aún te preocupas por ella; si, en fin, le haces comprender que tu encuentro ha sido ocasional, y que todo se debe a una mera coincidencia, entonces habrás sacado tu cré· dito en limpio, las cosas quedarán en su punto, y todo seguirá su corriente normal. ARTURO 47 SUÁREZ -1Qué normal, ni qué corriente, madre! ¿No ves acaso que este es un nuevo peligro para mí? ¿ Crees tú que yo voy ~ amanecer mañana tan tranquilo como amanecí hoy, que esta noche dormiré como anoche dormí? A mí me persigue la fatalidad. La somùra turbadora de esta mujer se interpone en el camino de mi vida constantemente, como un fantasma de belleza y de inquietud. Ahora mismo no sé si quedar me a huír, si alegrarme a entristecerme. En todo caso, es una nueva complica~ión que se cierne amenazadora, como un ave deplumaje radiante y aceradas garras, sobre el sueño reparador a que se había entregado mi corazón confiado. - Mi señora, la comida está servida, dijo una sirvienta parándose en la puerta de la sala, por donde pasaba de la huerta. hacia la carretera el viento impetuoso de la prima noche. Comieron casi en silencio. Sólo cambiaron algunas frases sobre temas ajenos a la preocupación reinante. Allevantar¡;e de la mesa, doña Camila dijo a su hijo: - Ya sabes que estoy lista para que nos vamos mañana. -- Gracias, mamacita, la dijo éste, abrazándola y besándola en la frente. CAP1TULO V Amaneció el día brumoso y frío. Un cielo bajo y plomizo angustiaba la Sabana. Corrían por los ramajes un escalofrío y una destemplanza ¡nvernales. Pasajeros goterones salpicaban de pecas oscuras el polvo blanquinoso de la carretera; después llegaban ráfagas de viento que, llevándose la lluvia, iban a barrer con esa-ueooo la hojarasca de los eucaliptales. Luégo venía una 'lIovi~n"amenuda y sutil que acribillaba con sus helados alfileres las ateridas hojas. Reventaban de rato en rato truenos roncos y lejanos detrás de la Sierra. Una tristeza gris opacaba los plantíos y entumecía los rastrojos. Los pájaros, que no habían querido cantar esa mañana, se ocultaban en la más intrincado de los zarzales, con las plumas erizadas, huyendo de la ventiica y del frío. 48 EL ALMA DEL PASADO Al medio día llovió copiosamente. Luciano, que no había querido moverse de la casa en ia mañana, por estar leyendo, se complacía en interrumpir su lectura para mirar cómo caía e) agua en diluvios sobre la carretera desierta, formando turbios arroyùS que se vertían en ruidosos chorros a las zanjas, de donde huían asustados los grillos y los sapos. Veía cómo el cierzo que bajaba impetuoso de los páramos, estrujaba cvn ira salvaje los maizales, rasgando locamente las hojas, yendo luégo a despeinar los trigales y a aventar, como alas rotas de mariposas muertas, las frágiles flores de los campos de nabo. Mientras la lluvia sonaba, Luciano meditaba en su anómala situación. No era justo ni necesario abandonar aquel lugar . •Su madre estaba contenta allí. Se sentía sana y remozada con los aires puros y el horizonte ameno de aquellos alegres prados. El debía hacer algo, o mucho más bien, por la salud y el bienestar de ella. V .... sí, le seguiría el consejo que le diera el día anterior: evitar los encuentros con Blanca y no hacerle la más insignificante manifestación. Pasaron tres días lluviosos y oscuros. La atmósfera permanecía opaca y triste durante el día. Por la noche la luna no salía, perdida tras las densas clámides de niebla que invadían el espacio. A la tarde los cerros eran negros bajo las nubes pardas. En la carretera se hizo lodo en algunas partes. Los jamelgos, cargados de cebada y arreado s por muchachos arremangados y astrosos, desfilaban en ateridas recuas, despidien· do un tibio vaporcillo blanquecino de la mojada piel. Los carros de yunta, con su cacofonía estridente, rodaban perezosos, haciendo saltar agua sucia de los baches con las embadurnadas ruedas, acuciados incesantemente los resignados bueyes del tiro por la pica implacable del indio que, entre su ruana jerga, 'se afanaba por llegar pronto a la venta de la vuelta, para cobrar ánimo y calor con un ~uel1 rubicón de chicha, y así poder llegar temprano a Cajicá. ~ro ameneció el cuarto día lleno de- pUl'eza .y {fe..luz. Un ~ol joyante anegaba las campiñas en hermosa claridad. El humo de las chozas en cendales azules se deshilaba bajo el cristal del día. Por las -veredas húmedas iba el canto de los zagales •. y parecía que la contestasen los; pájaros regocijados, sacudimdo sus plumajes de seda en las copas dt los amplios higuerones Las ramas, a~tes decaídas y humilladas baj(> el flaI ARTURO SUÂREZ 49 gela de la lluvia, se enderezaban con orgullo, consoladas por la tibia caricia del sol; las rosas dormidas saturaban ahora el aire con la esencia de sus corolas, y en los estambres temblorosos venían a posarse abejas leves, trayendo áureas chispas de sol en las alas. Por la mañana Luciano quiso pasear un poco por la carretera, pero a poco andar descubrió a Blanca y a su amiga que, al parecer, hacían la mismo. Entonces él, con disimulo, saltó al potrero y regresó a la casa al través de las sementeras. Pero, después de almorzar, poniéndose sus botas de caucho contra la humedad, Luciano tomó la escopeta y se fue a andar por el campo en busca de caza. Algunas palomas viajeras p.1saban de tiempo en tiempo volando altísimas. Cuando Luciano las descubría, ya no estaban al alcance de su arma. En los sembrados piaban los copetones y las chisgas, y los chachalos y las ranas se calentaban con el sol al borde de los senderos. Una pareja de bababuyes, de garganta dorada y negras alas de raso, se posó en el rastrojo cercano, haciendo caer las gotas de agua suspendidas en los extremos de las hojas, como rotos collares de albas perlas. Luciano no se atrevió a dispararles. -Es una lástima, se dijo, cantan tan lindo .... Vagó sin rumbo por llanos y ribazos, encantadù con la belleza de los parajes; se sentó a la orilla de una fuente honda y silenciosa que copiaba en sus serenos remansos la melena vencida de los sauces que asombraban la ribera. Más abajo parecían dormirse las aguas sosegadas bajo la pompa florida de los zarzales. De los pantanos bajos venían, con el aroma de las brisas, el canto de las tinguas y el silbo melodioso de los mirlos. Luciano se levantó y siguió caminando, cuando ya declinaba el sol. Con la escopeta terciada en bandolera, iba cogiendo moras, uvas silvestres y mortiños que comía ávidamente, como si fuera un chiquillo, y aspiraba con deleite el agreste perfume que flotaba en la tarde. Sintió sed. Buscó un hilito de agua que murmujeaba en una espesura de altos brezos y crecidas malezas. El agua, hm- . pia y fresca, se encharcaba en nidos de musgo. Luciano tomó con ansia en el cuenco de la mano aquel agua inmaçulada aca bada de brotar de las entrañas de la tierra, y dormida en cu4 50 EL ALMA DEL. PASADO nas de liquen, como una virgen recién nacida. Sentóse sobre el césped, y mirando una abeja que urgaba la corola de una flor de trébol para extraer néctar y polen, se quedó pensando .... en Blanca. i Qué bella estaba la tarde en que la vio, con su trajecito blanco de campo, sus botas grises y su fraujada sombrillita azul! Los ojos de un color de zafiro, semejante al del cielo de esos campos .... las mejillas son rosadas, con ese tinte lozano de las flores ingenuas que nacen libremente en los pensíles .... la frente serena, de una blancura casta .... la boca en· cendida y chiquirrita, con unos dientes como perlas de nieve . las manos albas y tersas como pétalos de azalea, y la sonrisa . i oh, la sonrisa dulcísima, inquietante, que era su mayor atractivo, la sonrisa con que. ella contestó a su saludo .... la divina sonrisa que a él le conturbaba tan vivamente el alma! Luciano sintió llegar de nuevo a su corazón, cual una ola invasora, el amor. Y, como si hubiese escuchado un desesperado grito de alarma, se levantó de un salto y corrió por la llanura, huyendo de sí mismo, y di.:iéndose para tranquilizarse: esos ojos me miraron por curiosidad, esa sonrisa fue de cumplimiento .... Llego a un pant~no en donde creyó encontrar patos y caicas (*). Saltando con precaución de mogote en mogote, con la escopeta preparada, buscó y atisbó con cuidado, desechando toda clase de pensamientos que no contuvieran alguna razón cinegética. De repentc, a diez métros de distancia se levantó una caica, dejando air la onomatopeya de su grito: cay .... ray.,., cay .... j Tum ! .... sonó el disparo de Luciano, y la zancuda de pico largo y alas saraviadas cayó entre el juncal. Con el tiro, otras caicas volaron espantadas en distintas direcciones. Luciano recogió el ave muerta con Sll certera perdigonada, y siguió persiguiendo a las otras, que fueron a posarse más adelante en las ciénagas. Antes de llegar al fin del pantano, se levantaron sucesivamente cuatro a seis caicas más y a todas las derribó el afortunado cazador con tiros maestros. -Estoy en mi tono esta tarde, se dijo Luciano recogiendo la ú\tí1\la. Patos no había, ni gatlinetas, y a las tinguas y paparotes no les quiso tirar, por parecerle piezas de menor cuantía. ARTURO 51 SUÁREZ Cuando empezaron a volar, chillando sobre los matojos, las chilcaguas en busca de sus nidos, 'y el sol, como una gran brasa cárdena, sin fulgores, empezó a caer detrás de la última serranía, Luciano hizo camino de regreso a Sll casa. Como diera una vuelÍ<t tan larga, tuvo que salir del potrero por un puentecillo de un palo atravesado sobre la zanja que separaba el llano de la senda que, pasando por el costado de Villa-Blanca - nombre de la quinta - desembocaba en la carretera. Al llegar a cierto punto oyó unos gritos despavoridos, y a poco vio aparecer, al trote largo, una vaca seguida de un muchacho que, esgrimiendo una rama, a modo de látigo, corría detrás de la res arreándola. El rapaz riendo decía en tanto: -- Tan flojas las señoritas, izque muertas de miedo di una vaca mansitica que la llevan a ordeñar; ja, ja, ja! .... Luciano se hizo a un lado, y la vaca y el chico pasaron. El joven avanzó entonces, y habría dado cuarenta pasos cuando, a]a vera de] camino, se ]e presentó de pronto un espectáculo que lo dejó sorprendido: allí estaban Blanca y su compañera de la otra tarde, aquélla entre la zanja, pugnando por silbir al camino; ésta, arrodillada al borde, estiraba el brazo, pasmada de risa, bregando por ayud:trla. Más adf'lante se divisaban las dos sombrillas de las paseantes tiradas en mitad del camino. Luciano, dominando la situación en el momento, compren, dió la que había sucedido. El golpe de la sorpresa fue rudo para él, pero logró presto dominarse, y su instinto de cab'l.lIel'a la impelió en seguida a ayudar a }as niñas a s;dir del apuro. Se acercó, sombrero en mano, y las salude) cortesmente. La que estaba arrodillada se puso de pic rápidamente; la otra, en el fondo herboso de la zanja, se cu1-¡riÜla cara encendida con las manos y exclamó: i Uy, qué pella, Dios mío! No hubo más remedio que aceptar la ayuda que galan-temente les ofrecía Luciano. La cosa no era tall fácil, sin em bargo. La zanja era honda y se hall3.ba invadida por las malezas, pero afortunadamente estaba seca. El cazador hubo de saltar al fondo, y allí, con su navaja grande de mOllte, hizo dos hoyos a manera de es cal alles en la pared de la chamba, y po. ellos subió Blanca al camino, apoyámiose en el hombro de Luciano. BANCO IlllUOliCA DE LA REPUBLlCA LUIS-ANGEL .u;.HGO 52 EL ALMA DHL PASADO Una vez todos arriba, y después de agradecer Blanca efusivamente el favor, las atacó a ellas un acceso de risa nerviosa que no les permitió pronunciar palabr~ durante mucho rato Luciano les pidió detalles del suceso. Ellas le contestaron cómo habían estado toda la tarde paseando por esos ladl)s, y que, cuando ya regresaban, después de pasar elpuultecillo de madera que quedaba más atrás, habían visto de repente ve· nir hacia ellas un novillo bravo que, bramando, se abalanzara a embestirlas. Ellas rdrocedieron corriendo y soltando cuanto llevaban para aligerarse en la fuga. El anteojo que llevaran para mirar, Jas flores que cogieran en el llano, las sombrillas, todo en fin, rodó por el suelo. Hablando en lenguajes taurino y militar, aquello, puede decirse, hatlía sido una cogida aparatosa, y en todo caso era una ruidosísima derrota. Sintiendo ambas a sus espaldas, en la estrecha senda, el resoplido de la fiera que ya les daba alcance, resolvió Blanca arrojarse a la zanja. Pepita, que así se llamaba su compañera, no tuvo valor para sacarle el lance al toro, pero tampoco la tuvo para tirarse al abismo, y se contentó con dejarse caer, sentada, al borde de la chamba, entre unas matas, agazaparse y aguardar, mandándole promesas a la Virgen, a que la bestia pasase distraída y no se le ocurriera, por milagro, ensartarl.a en un cuerno. -Peral señorita, dijo a e!'ta sazón Luciano, volviéndose a Blanca; ha porlido usted dislocarse un pie a romperse un brazo. -Nó, si yo, en medio de mi terror, siempre tuve la pre· caución de descolgarme a la zanja prendiéndome de las ramas y deslizándome por la pared. No sentí golpe ninguno. Sólo que me volví un asco las manos y el traje con la tierra que he trasegado. Viendo Luciano que al través de la vaporosa manga de la blusa de Blanca se traslucían unas gotitas de sangre, como rubíes, le mostró: -Mire cómo se arañó el brilzo con las zarzas .... Ella instintiva mente se subió la manga para mirarse el rasguño, haci ¡Ido un risueño aspaviento. El brazo apareció en toda l~ plenitud de su bellt:za escultural. - Va se quisiera la Venus de Milo encontrar dos brazos como estos para restituír los que le faltan, se dijo Luciano, mirando de soslayo la blancura marmórea y la brneada y celestial hechura de aquel brazo impecable. ARTURO SUÁREZ 53 -¿ Pero no comprendieron ustedes que el animal era una inofensiva vaca? preguntó Luciano. -Sí, señor, comprendimos, respondió Pepita, cuando pasó seguida por un chillo que se burlaba de nuestro terror. Pero era tarde, pues ya la nifia - y. sei'ialó a Blanca - estaba emparedada, y yo casi desfl1ayada del SllStO. Al principio creímos que era u't miura, UIlO Je esos novillo:> furiosos que torèan ell el circo, que allclaba por aquí escapado del toril Le aSf'guramas a usted que esa vaca nos va a hacer enfermar del corazón. j Virgen, qué susto! Si hubiéramos venido con Roberto no nos habría pasado nada, pero desgraciadamente él se tuvo que ir esta mailana para Bogotá. Empezaron a anùar ¡Ùcia Villa-Blanca, y de paso recogieron las sombrillJs y el catalejo. La senda estab:l cons~elada de ababoles silvestres, margaritas y amapolas, esparcidas en tI camino durante la fuga, y pisoteadas luégo, muchas de ellas, por la vaca. LuciaT!0 alzó las que no estaban estropeadas. Mientras andaban no cesaron de comentar, riendo, el suceso. De pronto dijo Blanca: -Estuvimos viéndolo con el anteojo cazar ell el pantano. Es usted un gran tirador. ¿ Cuántos patos mató? -No había patos. Tiré a las caÎcas. -¡Qué lindas .... ! i Pobrecitas ! compadeció Blanca, señalando las aves que Luciano llevaba. Míralas, Pepita, COll el pico largo y las alitas pintadas -¿ Se comen? ai'iadió Pepita. -Son exquisitas :oo. si ustedes me permiten les haré Ile var mañana de casa un plato de ellas. Vivimos muy cerca. La sirvienta las sabe preparar a la maravilla. -Mil gracias, nos da mucha pena, declaró Blanca. ¿Usted vive en la casita pintada de verde-niño? -Sí, !leñora. - Es primoro!la esa quintica. Rodeada de árboles y COll un jardíll tan bello. Cada vez que cruzamos por frente a ella nos parece pasar cerca de un oasis, por la cantidad de flores que se ve y por el canto de los pájaros que se oye. -Sí, mamá no puede separarse de sus canarios y de sm alondras. Por dondequiera que va los lleva consigo. Son Sll ale· gríA y su entretenimi'ento, 54 EL ALMA DEL PASADO -Ay, sí, y COll mucha razón i es que son divinos. Yo también tengo UIlOS y hago la mismo con ellos. Se aproximaba la noche. La tenue y vaga claridad de ~a tarde se iba yendo lentamente. Algunos toques dorados quedaban apagándose en las cumbrec. El ocaso se enfriaba con la desaparición del sol. Retales de niebla algodonaban los flancos de los cerros, que se oscurecían, impávidos y silenciosos, bajo el soplo helado de las cerCánas sombras. Cantaban los primeros grillos, y volaban, piando, extraviados sobre los matorrales, los últimos pájaros del día. Al Ikgar a la portada de Vílla-Blanca, las jóvenes invitaron a Luciano a entrar. El agradeció. Después vendría a hacerles la visita. Ya cra muy tarde y su mamá podía intranquilizarse si él se demoraba más. Ellas le reconocieron una vez más sus finezas y se despidieron simpáticas. CAPITULO VI Luciano contó a su madre detalladamente todo cuanto le había acontecido. Ella se rio mucho del suceso. Convino luégo en áyudar ella misma a la cocinera a guisar las caicas de modo que quedasen por demás suculentas y provocativas. Y en efecto, al día siguiente, a las siete de la noche, hora CIl que calcularon que estarían comiendo en Villa-Blanca, despacharon para allá en una bandeja bien cubierta las guisadas aves que, humeantes, despedían un olor apetitoso. Luciano mismo había dado dos a tres vueltas por la cod· na, impaciente y temeroso de que aquello no fuese a quedar extraordinariamente delicado. La sirvienta regresó de la quinta diciendo que la habían hecho entrar hasta el comedor, en donde estaban apenas empezando a comer, y que las niñas se habían hecho lenguas ponderando el aspecto y el olor delicioso del plato que se les ARTURO SUÁRJ:::Z ~5 enviaba. Que un millón de gracias y que fuera pronto con su mamá a hacerles la visita. -Me parece que ha sido un éxito la hazaña de las caicas, mamacita, remató Luciano sonriendo. --Va ves, le contestó doña Camila socarronamente, y dilque nos íbamos de aquí.. .. Sí, pero para Villa-Blanca, atizó él. Luciano preguntó a la muchacha quiénes había ~entados a la mesa. Ella le respondió que el señor de la casa y las dos niñas solamente. -V bien, mamá: ¿ qué piensas tú de todo esto? averiguó Luciano. -Déja, hijo, a las cosas su curso natural; no trates de ir más aprisa que la corriente, ni te opongas a ella. Déja que ruede la bola, y todos conte.ntos. Dos días después, paseando por la tarde a la largo de la carretera, dopa Camila y Luciano se encontraron con el señor Linares y las dos niñas que venían en dirección opuesta. Ellas saludaron a Luciano con efusión. Ifubo las presentaciones del caso, y todos siguieron juntos la dirección que la señora y su hijo llevaban. La confianza empezó a nacer entre Luciano y las niñas. Comentaron mucho con chistes el percance de la vaca, y esa tarde acabó el paseo entre charlas animadas y cordiales. Al despedirse en la portada de Villa-Blanca, las jóvenes ufrecieron visitar a la señora. ' Doña Camila llegó a la casa encantada del trato y hermosura de Blanca. Don Diego le pareció muy correcto, aunque un poco seco y retraído, cosa natural en hombres de grandes negocios, y ya ¡iejos, que poco se cuidan de las minucias sociales. Pepita le pareció una "chinita" primorosa. un puntito loca y casquivana quizá, pero muy amable. Al día siguiente, sábado, Luciano tuvo que irse para Bogotá, pero regresó el domingo por la mañana. Al entrar al carro del tren en la Estación del Norte, la primero que vio en el compartimento fue al hermano de Pepi~a, acomodado allí en compañía de Ulla señora enorme y angulosa, con una gran gorra de plumas, lujosa pero estrafalaria, engualltada, encorsetada, impedida, casi sofocada entre un es peso traje çie viaje, hecho de un paño claro, adornado con hebillas y grandes 56 EL ALMA DEL PASADO botones, amén de prendedores, cadtnas y qué sé yo qué más zarandajas. -De este andamio es de quien debe de ser hijo mi hombre, murmuró Luciano para su capote. sr, sí .... los mismos abalorios .... de tal palo tal astilla. Al lado del parapeto de vieja iba una niña como de unos diez años, espigadita ella, tal vez cenceña en demasía, pero con unos ojos muy vivos y muy lindos. En otro asiento contiguo viajaba el II filipichín." Estaba pálido, ojeroso y medio dormido. Claro, rumió Luciano, si se habrá pasado la noche jugando l. sifones" al "cacho," hasta las seis de la mañana. Yo conozco mi gente .... Y van para allá .... masculló desdoblando un periódico y poniéndose a leer. Al bajar, en la estación de Cajicá, Luciano cogió camino a pie, pues le gustaba mucho caminar. E. armazón y sus hijos se quedaron buscando un carricoche en qué hacer la media hora de jornada que de la población distaba, poco más a menos, ViI\a-Blanca. Cuando llegó a casa, su mamá salió a recibirlo, y le con· tó cómo el día anterior habían arrimado, durante su paseo vespertino, las niñas de la quinta, y le habían hecho una visita en· canta jara. Estuvieron sumamente locuaces y expansivas, y le ha· bían preguntado con insistencia por él. Ella les hablara mucho de su vida y ensalzara sus cualidades de buen hijo de una manera muy discreta. - Ya sabes que me debes la apologíd,le cobró su madre. - Tóma, te la pago de una vez, le correspondió él besándola en las mejillas. Luciano no pudo resistir~ al deseo de ir pronto a VillaBlanca j y como ese día era domingo, resolvieron pasar allá, él y su madre, por la noche. No seducía mucho a Lucian9 la idea de encontrarse en la quinta con los visitantes del tren, pero al mismo tiempo quería conocer bien la situación y penetrar algo en el estado de relaciones que esa gente tuviera con Blanca. Después de pasar el jardín y subir la escalinata de pie· dra, cuando estuvieron en la quinta, doña Camila y Luciano atravesaron un corto vestíbulo que quedaba separado de la sala por un cancel de cristales, a través de los cuales ptldo ver lu· ciano, con rápida ojeada, los que estaban dentro. A la prime- ARTURO SUÁREZ 57 ra que distinguió fue a Blanca sentada en un sofá con Roberto Rosales, hablando, al parecer, íntimamente. A Luciano le sal· tó con rabia el corazón. Entraron. Todos se levantaron. Blanca y Pepita vinieron presurosas a abrazar a la señora. El señor Linares saludó muy afablemente a Luciano y la hizo sentar a su lado. El armatoste resollaba en un rincón, ahogándose siempre, embutida entre su pesado traje de paño. Ella sí no se quiso levantar. El "fiIipichín," de pie, serio y hecho un brazo de mar, se frotaba despacio las manos, aguardando la presentación. La niña, a quien los recién llegados oyeron llamar Erna, se ocupaba en vestir una muñeca junto a la luz. La conversación generalizándose se hizo cordial. Hablaron, como era natural, de Bogotá. Las últimas carreras de la temporada verificadas el do .ningo anterior habían estado regias, decía la inmensa señora. Ella había asistido todos los domingos, porque no perdía jamás nada bueno, Después hizo una larga descripción de cada uno de los handicaps, con lujo barato de detalles; cri· ticó luégo los trajes y maneras de algunas espectadoras de la high-lift, y salpicó de avinagradas ironías sus apreciaciones. Luciano la escuchaba como quien oye hablar a una gran guacamaya, y en su ,interior se sonreía. - V además creo que se pinta, y usa peluca, le murmuró a su madre por la bajo. Blanca había tenido la discreción de no sentarse, después de que entraron Luciano y doña Camila, al lado de Roberto. Este quedó en su sofá, un poco alejado de todos, y permaneció buen rato en silencio, mirando con móviles ojos a Luciano, a doña Camita y a Blanca. Al fin Roberto resolvió di¡igirle la palabra a Luciano para preguntarle si acaso no venía él esa mañana en el tren, pues te· nía idea de haberlo visto. -Sí, en efecto, ahí venía, respondió Luciano, y recuerdo también haberlos visto a ustedes. Me llamaron la atención desde que entré en el vagón .... -i Sí? ¿ Y por qué? gruñó el estandarte de paño. -Porque yo conocía mucho de vista al señor Rosales, suavizó Luciano, señalando a Roberto. (Esta tía tiene con5CÍencia de que es un mamarracho, se dijo Luciano.) -Pero luégo no 10 encontrámos a usted ~n el camino, siguió el Roberto. 58 EL ALMA DEL PASADO - Va tuve el mal gusto de venirme a pie, a diferencia de ustedes que supongo se vendrían en coche, evitando así las incomodidades de un camino largo y duro. (Una carretera ma· tinal, plana como la palma de la mano, llena de sol, de flores y de esencias silvestres). -Por cierto, berreó la niña de la muñeca, mejor hubierà sido venimos a pie que en ese carricoche que 1105 sabuquiaba de un modo .que parecíamos bailando rai en un empedrado. -Cállate tú, dijo amoscada la vieja. iQuién mete piojo entre costura! -Sí, sí, cuando nos volvamos yo me quiero ir a pie, porfió la chica con su vocecita de lora. - Te irás en aeroplano, finalizó Roberto. DOI1 Diego exigió a Blanca que tocase algo. Todos pasaron al aposento contiguo, en donde estaba el piano, y Blanca tocó la rapsodia número 11 de Listz, y un nocturno de Cha· pin. Después cantó algo de Bohemia con su dulce y blanda voz, acompañándose ella misma. Luciano la escuchó con una atención casi religiosa. Así, haciendo música, una música tan tierna, tan suya, Luciano vio a Blanca transfigurada, sublimada, más hechicera que nunca. Todos la felicitaron cuando acabó de cantar, y la señora de Rosales aprovechó la coyuntura para disertar largamente so· bre música, compositores, grafófonos y piano(as. Ella dizque tenía una de éstas, magnífica, que se enrollaba sola con tocarle una casita. Recitación de escuela rural tenemos, masculló Luciano entre su cuello, mirando a la tía del discurso con ojos violentos. Se charló más, y por último llamaron a tomar el té al comedor. Luciano iba observándolo todo. La casa era alta para evitar toda humedad. El patio interior estaba cementado, y tenía pequeños parterres de violetas y pensamientos. Alrededor de los corredores bajos había, sobre rústicos trípodes, matas de begonias, fucsias y geranios. Por algunos pilares subían en espiral las enredaderas, enlazándose a ellos con sus tiernos tallos, como acariciadoras serpientes de verdura. De los corredores pendían, derramándose sobre el patio, luengas c1ámides de melena, como cabelleras fantásticas. Oall<rrdeaba por todas partes una gran profusión de flores. Va Luciano, al ~ntrar, se había fijado bien ARTURO SUÁREZ 59 en el jardín, en donde viera grandes arriates sembrados de da· velts a,lbos, rosados, ígneos, y una verdadera selva de rosales materialmente agobiados de rosas blancas . . Los corredores por donde caminaban hacia el comedor eran amplios, limpios, iluminados, alegres. Por ellos corría el viento en las mat'ianas con las alas saturadas de aromas. Al rasar, Blanca, que iba del brazo de Luciano, hizo mimos a unos periquitos de Australia que dormían en una jaula de alambre dorado. Luciano le había ganado de mano a Roberto para conducir al comedor a Blanca. Rosales hubo pues de contentarse con llevar a su mamá. Dofía Camila fue con ~I señor Linares. El comedor era vasto, suntuoso. En la mesa, cubierta con un aseado y finísimo mantel de lino, campeaba una vajilla de porcelana japonesa que era una monada. En las paredes, vestidas con papel de flores, había hermosos cuadros de pais<ljes de caza. Los tan socorridos de aves muertas, pescados y frutas no se veían en ninguna parte, por estar ya un poco caídos en desuso. Un espacioso .seibó de barnizado nogal y una estantería de cristale!' daban un aspecto abastecido y señorial al recinto. -Así como éstas, dijo Blanca, serialando las perdices que volaban en un cuadro huyendo del cazador, eran las caicas que usted 110S mandó, con la diferencia de que aquéllas estaban más buenas para comerlas que para miradas. Deliciosas. Mucho le agradecimos el obsequio. -Sí, exquisitas. Mil gracias también por mi parte, adhirió Pepita. -Agradézcanselas ustedes a la señora, esquivó Luciano, sei'ialando a su madre, que fue la directora de las operaciones culinarias. Sirvieron el té, traído en vajillas de plata labrada. En platos y fuentes cabía una excelente cantidad de galletas, bizcochos, confites y frutas en conserva. La danta llamó la atención de los invitados acerca de que todo lo qUf' allí se servía era extranjero. Blanca atenuó: era que la colación que se traía de Bogotá no duraba, y había que recurrir a las latas extranjeras, que siquiera permitían servir las cosas en buen estado a cualquièra hora. 60 EL ALMA DEL PASADO /- Regresaron a la sala. Luciano la examinó ahora e OJl'1TI ayor atención. Era una sala rica Sobre consolas de pulido cedro erguíanse algunos bronces y mármoles desnudos al lado de graciosas terracotas. Tenía muebles confortables y elegantes, mas no lujoso! i una alfombra muelle de matiz severo, unos cuadros alegres de temas del Renacimiento y de la corte de Luis XV., y dos gobelinos muy finos. Pero todo sin recargo, sin fausto, sin esa pompa cortesana propia de algunas mansiones campestres que desentona tánto en este género de habitaciones. Los cielos rasos, de un estuco sencillo, cubrían la' estancia, en donde se respiraba un ambiente de comodidad y buen tono, sin pujo alguno de boato. El color de lus muebles nuevos y el tinte discreto del papel recié!l puesto en los muros. denunciaban el buen gusto de los moradores de la Villa. El aposento del piano, más reducido que la sala, pero no menos bien dispuesto y ordenado, tenía una ventana que se abrla sobre el campo, y al pie de la cual oyera Luciano la música hechizadorá de las pasadas noches. El piano era de caoba negra y luciente como el ébano, cubierto con un reps verde·oscuro. Junto a la ventana había una mesa con papeles de música y libros, entre los cuales destacaba su ática gracia una grácil figulina de n.nagra. En un delicado tibor de cristal se mustiaba un gran haz de jazmines nevados, del cual quedaba aún en el ambiente el vago efluvio de su muerta fragancia. Este cuarto es, sin duda, el santuario del arte ~n que Blanca pasa sus mejores horas, pensó Luciano. Aquí leerá ella libros bellos y dulces versos. Aquí cantará y oirá cantar los pájaros del campC'. Aquí soñará .... Luciano creyó sentir en ese aire tibio de la estancia el tenue perfume de la persona de ella. Ese levísimo aroma que se siente al lado de una mujer pulcra, distinguida y bella, y que es algo así como un olor a leche pura y rosas frescas, a plumas de paloma y a lino eucarístico. Creyó también sentir flotar en torno suyo ese hálito sutil e indefinible de misterio que la envolvía. Tal vez aquella cámara intima sabía de sus pensamientos, de sus sonrisas, de sus sus· piros .... de sus lágrimas quizá. Con las doce campanadas del reloj llegó la hora de marcharse los visitantes. La despedida fue cordial, y en ella se habló de un paseo que a casa de las señoritas Riveros, unas amig-as que estabé!.n también de veraneo a veinte cuadras de ARTURO 61 SUÁREZ allí, habían organizado don Diego y Blanca para el próximo miércoles, víspera del règreso de la señora de Rost\les a la CC\pital y día de nochebuena, con el fin de corres ponder a una atenta visita que aquéllas les hicieran a ellos, cuatro días después de llegados. Convinieron en que irían todos. Todos, menos Roberto, quien tenía que irse al día siguiente para Bogotá, porque su empleo en el Banco así se la exigía. Luciano gozó con la idea de no tener el estorbo del .... banquero, y así poder hablar a solas con Blanca. CAPITULO VII Luciano no pudo sacar ningunaconc1usión de la visita hecha a Villa-Blanca. Había estado muy contento, e3 verdad, pero todo se había reducido a conversaciones banales y entretenidas, a charlas alegres y divt'rtidas, pero que, sin traspasar ciertos linderos, a nada habían trascendido, ni con mucho toca· ran el terreno confidencial. Vera la aatural. En una visita de etiqueta como la fuera esa, la conversación no podía aboldar más que temas comunes y ligeros. Su espíritu y su corazón hubiesen querido desde un principio ir al vuelo, derecho, hacia el fin preconcebido. Pero esto-~llo comprendía muy bien-no podía realizarse sino muy lentamente, en condiciones de perfecta naturalidad, aprovechando oportuni::iades y circunstancias propicias que ya vendrían, ya vendrían .... Sin embargo, Lucia· no no había perdido del todo su tiempo. En la sala le había dirigido constantes aunque discretas miradas a Blanca. Ella siempre que sorprendiera los ojos de él fijos en su faz, había inclinado la cabeza, pero sin dar nunca la más leve muestra de disgusto. Y en la 111:5:1, al pasarle las galletas, le había deslizado una que otra gllantería disimulada, tal cual palabra de doble sentido que la hiciera sonreír .... tal vez con agrado Llegó el día del paseo. Por la mañana recibieron doña Camita y Luciano un recado de Blanca en que les prevenía que estuvieran listos para salir después del almuerzo. Irían a pie, 62 EL ALMA DELPASAÙO despacio, comerían allá y regresarían tarde, pues hacía una luna muy clara. A las dos de la tarde llegaron ]05 de Villa-Blanca, y ta· dos s~ pusieron en camino alegremente. La carretera se alargaba, blanquecina, pc>r entre vallaàares y plantíos. El viento de la SabJ.na lIegJba a sacudir el frondai de los altos eucalip· tos, y levantaba a trechos re:nolinos de polvo que caían como unI sec.! niebla sobre los l111torrales de la orilla, dejándo]os lívidos. Allá, por la línea del ferrocarril, rajaba un tren sanan· do a herrajes, jadeante, con la anhelosa respiración mecánica de su carrera presurosa, dando a los aires roncos silbidos que despertaban ecos profundos en las cai'iadas, y dejando enredadas en la cabeIlera lacia de los sauces, ondulantes cendales de humo que iban luégo a desvanecerse en el vacío . . Blanca estaba divim. El so] arrebolaba SLlS mejillas, dindo]es un tinte .vivo y encendiéndole mis la seductora rosa de la boca. El viento le agitaba la trémula falda, vaporosa y blanca, y le hacía inquietar, en un temblor de oro liviano, los rici\1os q.ue en las sienes asomaban bajo el sombrero de paja, cuyas dúctiles alas recogía con gracia una cintita a guisa de barboquejo. Los ojos, de un azul intenso y luminoso, parecían acopiar en el fondo del iris todo el estuoso fulgor del sol y todo e] zafiro difundido en la azul esfera. Cogidas de la mano, y con sus sombrillas al hombro, caminaban Blanca y Pepita adelante' con Luciano. Luégo venían don Diego y Ema, después avanzaban doña Camita y dalia Bernarda, que así se llamaba la seiíora de Rosales, y en último t~rmino marchaban dos criadas con sendos paraguas previsivos. La señora Bernarda, atascada, como siempre, entre su fer· midable sobretodo gris, ib.1 quejándose de todo: del sol, del camino, del polvo, del viento .... pero sin dejar de charlar un instante. En un santiamén le contó su vida y milagros a doña Camila, desde que naciera en fusagasugá ell el alla setenta, hasta el momento actual en que se lamentaba del calor. A distancia semejaba un enorme oso gris con sombrilla. De pronto don Diego, que discutía con Emita una cuesti6n de juguetes, llamó con urgencia a Pepita en su ayuda. Luciano y Blanca al quedarse solos se miraron, sonrieron y callar~)I1 por un momento Tenían ante sí un gran acervo de asun· ARTURO SUAREZ 63 tos que tratar; todo el pasado estaba allí htetite, listo a. ser desenvuelto y comentado. Pero ambos sentían temor de abordar la tarea, no por importante menos escabrosa. Al fin Luciano se atrevió, pues ¿ cómo retardar por más tiempo eue stiones tan principales, y cómo desperdiciar la oportunidad? -Tengo una gran pena con usted, Blanca, balbució él. -Pena, ¿ por qué? -Porque .... usted comprende que después de nuestras cartas cruzadas en Bogotá .... habrá hallado mi conducta muy censurable, al encontrarme aquí en el campo cerca a su casa. Es muy natural que usted se imagine que yo he a.veriguado allá por su paradero, a fin de venirme en pos de usted a seguirla importunando con mis requerimientos amorosos, después del rechazo cortés pero definitivo que con su carta recibí .... Sin embargo, le juro que fue una coincidencia nue!>tro encuentro, pues mi carácter y mi dignidad me impedían continuar fastidiándola más. -Pierda cuidado, Luciano, respondió la niña, sonriendo ligeramente para inspirar confianza y tranquilidad a su interlocutor. Yo ya había pensado bastante el asunto y había conc1uído en que todo se debía a una mera casualidad, pues si hubiera creído que usted había venido siguiéndome, francamente le declaro que no la recibiera como la he recibido, no porque no le agradeciera su amor, como se la he agradecido siempre, sino porque habría juzgado esto debilidad de su parte, y poca seriedad en el cumplimiento de la palabra empeñada. De la contrario estoy ahora convencida, y por ello he aceptado complacida la amistad suya a cam~io de la mía que una vez le ofrecí. -¿ y también sabrá perdonarme mi acercamiento a usted? -Después del incidente de la zanja, dijo riendo la joven, usted tiene derecho a toda mi confianza. Pepita volvió en esto a r,:unirse con ellos, y la plática de Luciano y Blanca quedó cortada. Al llegar ceíC~ a la casa de las Riberas, éstas salieron a recibir a los visitantes al camino con muestras de la más visible alegría. Don Diego llegó quejándose de su reumatismo, y el rinoceronte con gorra se derrumbó en un sillón del corredor, abanicándose furiosamente con un pañuelo, sudorosa, jadea-n- 64 EL ALMA DEL PASADO te, semimuerta, pero hablando y vociferando por todos los poros. Tenía los pies rendidos y la lengua en candela. Blanca y Pepita dijeron que no se sentaban porque no estaban cansadas. Y se fueron hacia el interior con dos de las niñas de la casa, conversando animadamente, después de presentar a doña CamUa y a su hijo. Las muchachas Riveras e¡an cuatro. Sus padres se llamaban don Leopoldo y doña Cristina. Había, además, en la casa un joven como de veintisiete años,. llamado Guillermo, hermano también de las niñas, muy apuesto y simpático. Cecilia, la mayor, una joven de veinticuatro años, era toda una Virgen de Rafael, de ojos y pelo negros, con boca fina y pequeña, de la cual fluía una conversación musicante y suave. Tenía un aire señoril y repo!:ado de madona, que inspiraba cariño y confianza desde el primer momento. Apacible, a diferencia de las otras tres que, sin ser casi bonitas, eran unas lo· cuelas vivarachas y zandungueras, unos diablitos sueltos que todo lo criticaban, de todo se reían y a todo le ponían un comentario picante. Eran la alegría misma repartida en tres cuerpos bailarines, delgaditos y jacarandosos que no despreciaban punto ni coyuntura para entrar en parranda. Si no fuera porque su madre, una señora severa, de aplomados modales, las tenía a rienda corta, ya tendrían fiesta para rato todos los días en la casa. No les faltaba novio nunca, y en Bogotá visitaban más de siete casas, en cada una de las cuales bailaban por lo menos una vez a la semana. Cuando no estaban de tertulia en casa de las amigas, se las podía ver en cine, donde coqueteaoan a la perfección con los pollos que desfilaban ante ellas por las callejuelas del salón. Todos se hallaban sentados en el ancho corredor de la casa, separado de la verja por un jardinito alegre, bordado de alhelíes y margaritas Trajeron cerveza. Misiá Bernarda no quiso tomarla; dijo que le trajeran más bien vino con agua y azúcar, y hubo que traerle azúcar yagua con vino. Por la tarde llegaron de una hacienda vecina dos jóvenes hermanos, de apellido González, con quienes las chicas habían entablado noviazgo a poco de instaladas allí. Blanca propuso entonces salir a dar una caminada al potrero, pUl!Sla taro de estaba tibia y hermosa. Su propuesta fue atendida por todos, ARTURO SUÁREZ 65 con excepción de doña Bernarda y la señora Cristina que se quedaron, alegando aquélla cansancio. Sentáronse los paseantes en el llano, sobre el césped mullido y oloroso a poleo. Allí, en círculo, jugaron a cumplir penas, pasando una argollita por una cuerda que corría entre las manos de los jugadores, perseguida aquélla por el penado. Todos caían, menl)s Blanca, que, coñ suma viveza y destreza, se de. fendía. Luciano se desesperaba de ver que no había modo de penarla, y se dejó sorprender a fin de ver si él era capaz de cogerla. Pero tuvo que cumplir antes su pena recogiendo un ramo de flores entre los circunstantes y obsequiándoselo a la que más quisiera. Luciano dedicó el ramo a Blanca. Después de una lucha de habilidad y astucia, logró Lu· ciano aprisionar la argollita en manos de Blanca. Esta se puso colorada, mas 110 protestó de cumplir su pena, que fue la de los tres retratos: el de uno de los González, el de Guillermo Riberas y el de Luciano. Este, con estupefacción, oyó el reparo ta que de ellos hizo Blanca: el de González la regaló a una de las jóvenes, su novia; el de Luciano la echó al rio y con el de Riberas se quedó. Luciano a duras penas pudo disimular su turbación. j Después del obsequio del ramo !.... Era una vergüenza para él .... hasta un desaire. Sin embargo, si amaba al otro .... esa ya era una disculpa, no por dolorosa menos aceptable. Luciano se sentía demudado. Blanca estaba enctndida. La luz se iba desvaneciendo .... Como una lágrima de plata, como un. vivo diamante de facetas parpadeantes, temblaba sobre el confín la estrella de la tarde, engarzada entre los velos opalinos del ocaso y I-os diáfanos cendales del azur. Se di· ría la única gema que quedara en un cofre fastuoso volcado sobre el áureo tesoro del tramonto .. Levantóse la rueda de paseantes, y todos se dirigieron a .la quinta, haciendo animados comentarios acerca del juego que acababa de pasar. Luciano iba violentándose por aparecer comunicativo y jovial. Estaba muy contrariado. Comprendía que Blanca había querido darle una lección. El estaba seguro de que ella no había resuelto hacer aquello por desairarlo. Simplemente deseaba ale· jarlo una vez mis de sí. Quería convencerlo de que no debía volver a dar pábulo a su amor por ella; que lo estimaba, pero 5 66 EL. ALMA ~EL PASADO no la amaba, y que en cambio sus preferencias eran para Ri· beros. Esto último fue una revelación tremenda para Luciano, quien creyó que pùr fin empezaba a descifrar la clave del enigma. Blanca y Ouíllermo se fueron juntos hasta la casa, conversando muy amigablemente, al parecer. Luciano optó por hacerse al lado de Cecilia. Cuando llegaron a la quinta, ya la noche se entraba por los corredores, haciendo encend~r luces a las criadas. Amplios crespones de sombra flotaban sobre los bosques soñolientos. Los postreros toques de lumbre agonizaban en los encajes de las nubes, barridos por la negra avalancha de las tiniebla.,. Los cerros, adustos y medio perdidos eníre vorágines de niebla, se pasmaban en una rigidez de abandono y de frío. Dijéranse los últimos restos de una arquitectura tosca pero fantástica y grandiosa, nacida en el albor de las edades, y petrificada ahora en un muerto gesto de desolación infinita, de ruina imponderable. Cayeron lejanas y lentas, como gotas d~ plata en un turbio cristal, las campanadas del Angelus, desgranadas una a una en la torre del vecino pueblo. Cerró la noche. Al rato llamaron a la mesa. La comida fue opípara, espléndida. Una gran comida de nochebuena. Durante ella todo el mundo estuvo contento y comunicativo, menos Luciano. El vino y la cerveza los alegró a todos, excepto a Luciano, que tra· gaba como hiel cada copa de licor. Estuvo sentado a la mesa junto con Cecilia. Sentía cierto alivio alIado de esta dulce mujer, que parecía exhalar de su persona un hálito ~e distinción, de belleza, de consuelo. Su conversación, afable y sencilla, a la vez que interesante, impiraba una familiaridad que provocaba a la confidencia. Luciano no se sentía inclinado a amarla, sin embargo, pero recibía con sus palabras un fresco rocío de alivio sobre el ardor de sn pasión. En seguida de Cecilia quedaba Blanca, y a continuación. de ésta Guillermo. En un momento en que las dos niñas hablaban sola~, Luciano, haciéndose el desentendido, oyó que Cecilia daba bromas en voz baja, con él, a Blanca. Esta se disculpó diciéndole que Luciano era un amigo a quien estimaba ella mucho, pero que en cuestión de amores ya sabia Cecilia cómo era ella: perfectamente ajena a ellos la mismo con él que con todos. ARTURO SUÁREZ 67 Guillermo le hablaba incesantemente a Blanca, pero ésta se limitaba a aprobar o a desaprobar con pocas palabras, adornadas de sonrisas frías, cuanto aquél la decía. Luciano la notó apática más bien, y poco comunicativa durante la comida. Ya a los postres, uno de las González propuso que todos y cada uno brindaran una copa por una de las damas presentes. Luciano se apresuró a brindar antes que Riberas, quien ya se clprestaba para alzar la c~pa en honor de Blanca. Luciano brindó por Cecilia, /1 su espiritual y bella compañera." El joven quedó satisfecho después del brindis: le ha· bía llegado ya, y temprano por fortuna, la hora del desquite. Después de la comida sonó la pianola. -A bailar tocan, mis chinitas, exclamó una de las niñas Riberas palmoteando, y todos fueron a la sala, en donde se en!:¡bló el más delicioso baile de veraneo de que ellas hubieran gozado en su vida, se· gún afirmara más tarde una de las chicas. El entusiasmo crecía pcr momentos. Los rag-times segulan a las danzas, y a éstas los raudos pasillos y los valses, con un encarnizamiento carnavalesca. Y tánto, que sí parecía, de veras, baile de carnaval, pues una de las Riberas, siempre sandunguera y amiga de IIlevantar presión," como ella dijera en su lenguaje ferroviario, se trajo del armario, en donde tenía almacenada harta provisión para lilas grandes días," una buena porción de talco, cintillos de papel de colores y Il confetti." Aquello se volvió, entre risas y exclamaciones de alegría, un abigarrado lío de hebras multicolores, por entre las cuales mariposeaban las parejas de danzantes bajo una brillante lluvia de talco y de "confetti" que rociaba las cabelleras y salpicaba como con chispas de luz el traje de 10$ concurrentes. Los viejos comentaban, sonrientes y complacidos, en un rincón, el júbilo de sus hijos y el entusiasmo de la fiesta. Las criadas se asomaban, empinándose y estirando el pescuezo, risueñas y curiosas, a Jas puertas de las habitaciones interiores, para mirar aquel disloque de colores, de música, de risas y contento. Sólo había en el concurso una persona sin risa en los la· bias: el paquidermo con guantes que resoplaba en su rincón, mirando el baile con ojillos inquisidores y antipátic:os. De pronto, volviéndose con disimulo a doña Cristina, la dijo en voz muy baja: ó8 EL ALMA DEL PASADO -Hay que poner mucho cuidado, m'hija, porque los mu-· chachos aprovechan estas chichoneras para besarse. La señora Cristina sonrió y no contestó nada. La grúa con camisón volvió a la carga. -Se la digo, Cristina, con conocimiento de caUS1. Cuan. do yo estaba muchacha (como quién dice, el miércoles hizo ocho días), en un carnaval en Cartagena .... Y le desenrolló un cuento más largo que una película de serie, al remate del cual le decía que un señor, sin duda un poco bebido, había intentado darla un beso, aprovechando el barullo del baile. -Si, señora, debía de estar borracho, aceptó doña Cristina afectando naturalidad. Entretanto las cintas de papel seguían enlazando la encantadora locura de .Ia danza con una frágil malla, que se alargaba, se enredaba, se rompía como un iris de seda verde, dorado, grana, azul .... , Cuando la pieza del piano modulaba ~n su música algún cantar popular, todos careaban a compás, armando una armoniosa algaravía de pájaros ebrios. Guillermo Riberas bailó .con Blanca cuatro piezas seguilIas. Luciano sacaba indistintamente a una u otra de las niñas. Estaba resuelto a no bailar esa noche con Blanca, magüer ella se diese cata de su propósito. Pero, de pronto, al ir a comenzar una danza, Blanca se levantó del lado de Guillermo, y llegándose a Lucian0, le dijo muy paso: -Camine bailamos esta pieza, que Guillermo es muy atento y muy simpático .... pero baila muy mal. -Con mucho gusto, Blanca, c.ontestó él sonriendo, pero va usted a dar con una pareja que, por mala que sea la otra, no podrá reemplazarla en nada .... Dieron las primeras vueltas sin hablar una palabra. Por fin ella rompió el silencio pará decir a Luciano en un amable tono de reproche: -Sí que se ha manejado mal usted conmigo esta noche. -Ca~i tanto como usted. -No me acusa la conciencia. -Tampoco a mí. Además usted me está confudiendo. Yo no soy Luciano. -¿ Qué es lo que dice? A RTURO SU ÁREZ . -Que yo no soy Ludano: Soy un herm~no de él. El LucIano que usted conoció ya no exist€!o •. -j Pero qué tonterías son las que ustt!d está diciendo? .... -Sí, señora ¿ Acaso no echó usted a ahog~t &~t.l, saràe a Luciano? Tan bobo ...:! El ahogado fue el retrato. -lo male es que con el retrato Sel fue adherido razón del dueño. -="j el co -y por eso cambió tállto el Luciano que 'fa c:anocía .." agregó ella riendo . . -Lo hicieron cambiar, y está triste porque de los tres, él fù~ el ût1ico qlle ~orrió mala suerte. -Pero ahora, concluyó alane'a, cordial, con esta pieza va a resucitar el ahogado y a volver a ser lo que antes' €ra. =¿ Oómo era antes? .:.:..:l:Jna persona muy educada y formal, que debía sab>e'f saèar à /às amigas ti ~ailar, la mismo que Jas sabe sacar cuando se caen en las zanjag .... Aquella et1cantaáoîa salida de elfa deVl)'lvíÓ'a Luciano toda SU perdida animación. Se sintió encumbrado otra v~t if una d.~ chosa cima de ilusión. Comprendía que ella estaba et1 gr'an par" te arrepentida de lo que había hecho y quería reconciliarsè An contemplar entre sus brazos aquella divina y adorada mujer', experimentó una amalgama indefinible de emociones distintas Le parecía tan bella, tan supremamente dulce y cautivadora, que 'l;nUa ímpetus de apretarla entre sus brazol¡ nerviosos, de be~étrla en los azules Oj09 y en la boca de miel y de rosll. Le pmvocaba desliz:lrle al oído, en un soplo vehemente de pasión, estas palabras: i Te quiero, te amo, te adoro, Blanca de mi alma! Pero sabía, al mismo tiempo contenerse, porque también creía tener consigo a una dea, a un sér maravilloso y sagrado, .ante quien su espíritu vivía postrado de rodillas en un transporte de veneración sin límites, pero que pClr Jo mismo era jnaccesible, inalcanzable, como lo son los astros, como la so n las diosas. iOh, poder mágico del querer, oh, encanto prodigioso del amor que transformas las palabras en arrullos y Jas voces terre· nas en músicas celestes; que tornas en oro los cabellos, en lirios Jas manos, en néctar los besos, en idolatria el carifto, en perhlmc el ~spírHu, la carne en luz! 70 EL ALMA DEI. PASADO De pronto dijo a Luciano Blanca: -Cuando termine la pieza le ruego que no me siente al lado de Guillermo. -¿ Por qué? -Porque .... me saca a bailar, contestó ella riendo. Nos sentaremos los dos en otra parte. Así la hicieron. Luégo exigieron a Blanca que cantase, y ésta la hizo entre las ovaciones de todos. Su blanda voz se elevó con melancólica ternura, cantando un aria de amor desesperado, entre el atento silencio de todos. Había pasado por un momento la borrasca de alegría, y todos descansaban en la calma con que se contemplan 'o escuchan las cosas de alta y conmovedora belleza. Terminadas las canciones, Blanca volvió a sentarse aliado de Luciano. ' Pero éste se hallaba cabizbajo. Esos cantos de la joven se le iban siempre a él muy hondo, corazón adentro. Y la ama· ba más, cada vez más .... Pero aquel amor era siempre contenido; ella, con su singular modo de ser, la mantenía siempre a raya. Esas SU!) volubilidades la desconcertaban. En los días anteriores las cosas parecían marchar muy bien. Luégo, esa tarde, el asunto del retrato la había dejado confundido .... Y ahora, mientras bailaban, ella se mostraba <¡.sazdistinta, haciendo renacer en el pecho de él un nuevo aliento de esperanza. Pero luégo recordaba la confesión de Blanca a Cecilia en la mesa, y .... todo ello se revolvía, se entremezclaba, presentando un aspecto de inconsistencia y versatilidad que la dejaba desorientado y perplejo. Miraba Luciano con envidia aquellas parejas de amantes que, un poco distanciados de las demás personas, se arrullaban en una discreta intimidad, entre apagadas risas, tejiendo, en amoroso secreto, el dorado cendal de sus sueños. El no podía hacer aquello, así bien la quisiera. Su novia no era novia, era un enigma; su amada no la amaba .... Todo el fuego estaba en su corazón. De la otra parte sólo había frial· dad, indiferencia, amistad, estimación .... qué sé yo. II Ser amado no es nada, amar es todo el amor, había dicho un escritor. Eso es grande, se dijo Luciano, ¿ pero en dónde brilla la luz de la esperanza? Y sin ella, ¿ de qué sirve el m~s inmenso y noble de los afectos? II ARTURO SUÁREZ 71 A las once el sefior Linares dio la ordel1 de partida. Era ya tarde y las casas quedaban lejos. Además había que contar con el reumatismo de él y con el callsancio de doña Berna, como h. llamaban en la intimidad. La familia Riberas protestó en masa. La noche estaba be· l1ísima, clara como el Jia, y la carretera en polvo. No permitían que nadie se fuera antes de las doce. Para ir a su casa no r.ecesitaba ninguno más de media hora .... y había que aguardar a que :laciera el Nii10 Dios. Don Diego hubo de consentir al fin en todo la que se le exigía, y el baile se reanudó con más furia que nunca. -Pero, hijas, por Dios, esta es una orgía, exclamaba en talla dulcemente reprensivo doña Cristil11. -Sí, mam lC ¡ta, respondía alguna de las danzantes, una orgía de contento, una orgía que no es mala .... No te asustes y déjanos sacarle el jugo a estos cortos años de juventud que nos tocan. Mañana, si nos casamos, las mariposas de hoy volverán al estado de crisálidas, y, enclaustradas entonces, ni siquie· ra nos quedará el consuelo de que algo gozámos en vida. -Sí, ¡ánimo! afianzó otra; no hay que dejar extinguir el fuego sagrado .... Soltera quiere decir libre, casada quiere decir prisionera. ¡Viva la libertad! -¡ Que viva el presidio, pero en buena compañía! recon· sideró otra que, por la visto, no andaba escasa en ganas de casarse. -i Caramba, protestó algui~n, ni que los maridos fueran unos carceleros! Calificar de presidio al matrimonio .... -Los hay que la son de vera~, refunfuñó otra. V en mayor número del que se cree comunmente. -Tomen nota, señores, de la que está diciendo esta niña, pitó la locomotora, incorporándose en su silla, la cual crujió de un modo lastimero, como si se fuese a desarmar. -El marido debe ser un camarada y no un verdugo, un campanero y no un victimario, un Cirineo y no un sayón, ¿ oyeron ? ... jó' venes. Casi a la úna se despidieron los visitantes. Los González, que tenían sus cabalgaduras en la cuadra, montaron y partieron también. Guillermo salió a acompañar unas cuadras a Blanca, y al fin regresó, después de despedirse muy afectuosamente de ella. 72 El ALMA DEL PASADO La carretera estaba blanca bajo la luna tardía. Cuando el viento de la Sabana llegaba a batir el follaje de los eucaliptus, los perros se despertaban y aullaban detrás de los cortijos. Un inmenso silencio cobijaba el sueño de la alta noche. De los rosales silvestres venía, a veces, un tenue aliento de esencias. Pepita y los demás, formando un parlero grupù, se adelant<!ron comentando los detalles de la fiesta. La señora d~ Rùsales se asfixiaba arrebujada en cuantos pañuelos, bufandas y trapos llevaba consigo, asegurando que todas se iban a morir de pulmonía fulminante, por haber salido tan acaloradas después de semejante agitación. -Pero, mamacita, no seas fatalista, la tranquilizó Pepita, si nos dejámos desacalorar harto rato antes de salir .... Luciano, quedándose un tanto atrás con Blanca, pudo en· tances hablarla con libertad. -¿ Estuvo muy contenta en el baile? -Sí, feliz. -Era más que natural. Al lado de su novio .... - Yo no tengo novio ni la he tenido nunca. -Blanca, suplicó entonces Luciano en tono serio y confidencial, cuando se habla de hipocresía no se debe pensar en usted, porque si alguna mujer puede ùar garantías de seriedad y de sinceridad es, sin duda, usted. ¿ Por qué pues no hablarme a mí con toda franqueza y verdad, ya que yo se la ruego, y que usted me ha conferido el honor y el goce de su amistad? -Le prometo honradamente canfesarle la verdad, aceptó ella. --Está bien; así me gusta, adelantó Luciano confiado. Ahora niéguemc que .tiene amores con Guillermo Riberas .... Ella sonrió displicente. - Usted se equivoca, Luciano. Es verdad que las apariencias engañan .... pero en este caso puede usted estar seguro de que yo no amo a Guillermo. -¿Entonces por qué en el juego se quedó usted con su retrato? -Yo, en la mente eché la suerte sobre los tres .... y al que le tocó le tocó, disculpó ella con una sonrisa pícara. -¿ De modo que los tres le importábamos la mismo? -Exactamente igual. Son los tres muy buenos amigos y dignos de la mis:na estimación. ARTURO SUÁREZ 73 -Oh, usted siempre estimándonos a todos y no aman do a ninguno .... -¿ y qué hago, si esa es mi idiosincracia? -O será más bien que usted a quien ama es a Roberto Rosales .... -¿ A Roberto ....? Desengáñese. Roberto está más lejos de mí que ningún otro .... Hubo un corto silencio. La helada brisa dejaba en los alambres del telégrafo un largo gemido .... El coro de las ranas se alzaba en los pantanos como un rezo interminable. -¿ Pero es que entonces usted no ama a nadie, Blanca? exclam0 Luciano en tono admirativo. -A nadie .... -Es raro, muy raro, rechazó el joven desconcertado. Una nma de sus cualidades, de sU posición social, de sus virtudes y atractivos, de su belleza .... Cortejada, admirada y deseada ¡:,or tántos jóvenes de indiscutible valía (y no la digo por mí), es casi increíble que no haya llegado a sentir conmovido el corazón. -Le agradezco el elogio, Luciano, y convengo con usted, en que sí es raro este modo de ser mío. Pero, a pesar de todo eso, no crea que YG soy una mujer anormal, ni mucho menos insensible. -Más raro todavía .... En un sér fuera del orden es explicable esta invulnerabilidad del corazón, pero en una persa· na normal, la cuestión resulta casi absurd:\. -Me obliga usted a explicarme. Pues bien, le diré: yo tengo el corazón muerto desde hace mucho tiempo. Mi cara· zón está hoy tan frío como el día en que me lleven a enterrar. Va en asuntos de amores estoy más allá del bien y del mal. Mi alma, al emprender la cuesta de la vida, bordeada con flores de ilusión, se sintió cansada de pronto, y se ha quedado rezagada al pie de la pendiente, sintiendo el desencanto y la fatiga de una vejez prematura, la pereza de ascender a una cumbre que no la atrae .... -i Dios mío, protestó él, y con ese tesoro de juventud y de gracias! .... -De juventud sí, quizá.. .. Tengo veintidós años y la boca· florida, no la niego, pero mi corazón ha canada ya de vejez, y mi espíritu está envuelto en una bruma de desencanto que 74 EL .tl.L\iA DEL PASADO hac@ de mí una anciana decrépitd y caduca que nada espera que no hace ya en vida más que durar, durar un poco más, hasta el fin que quizá, por fortuna, no esté muy lejano .... Soy una estatua de hielo que mira hacia adelante sin ver, y que le da la espalda al pasado envuelto en soml)ras de olvido. Soy un principio en el fin, una tarde en la aurora. Qué sé yo .... Mi condición es tan rara .... Sin embargo, yo me entiendo, sé bien cómo soy, pero nadie puede llegar a saber esto, aun cuando yo misma tratara de explicárselo. -Pues me deja usted aterrado, Blanca, manifestó Luciano. Jamás creí que usted tuviera tan extraño fondo, ni que ese fondo fuera tan sombrío. Es un abismo al cual usted debe de 'asomarse con espanto. Yo no me puedo acercar a él, aunque bien la quisiera, porque no sé el camino, y usted no me la quiere indicar. --No hay para qué. -y sus alhagos en la vida .... ¿ No tiene pues ningunos? -Sí los tengo: el cuídado de mi padre a quien adoro y por quien vivo; mis p3.satiempos: um que otra distracción como la de esta noche; los goces íntimos: mi música y mis libro!>. Ellos son los compañeros inseparables en la soledad de mi alma, mi aliciente, mi objeto en la existencia. Más allá de estas cosas se acab:l el mundo para mí. Empero, no soy una rebelde. Usted conoce mi modo ::le ser y mi manera de conducirme. Yo vivo la misma vida que todo el mundo vive. Mi exterior es el de todas las demás mujeres. Yo llevo mi excepción por dentro. -¿ De suerte que el amor no ha entrado para nada en su vida? ¿ Usted no ha amado nunca? concretó Luciano con firmeza. -No sé si habré amado alguna vez. He cavilado mucho, oído de mis amigas y leído en los libros muchísimo sobre el amor, y jamás he podido llegar a la conclusión definitiva y cierta, de si he amado a no. Los padecimientos secretos, los goces íntimos e inefables, las acariciadoras ternezas de esta pasión me son conocidas por referencias, pero, francamente, jamá.s las he sentido palpitando en mi sér. Su suave fuego, es un fuego extraño en el cual, quizá, no se han quemado las alas de mi esp[ritu. Con todo, no sé, no comprendo, no he sentido el amor como la sienten las demás de mi sexo, y si t::lamor es como yo creo haberlo experimentádo, créame usted Lucia· y a nada aspira. ARTl::JR0 SUÁREZ 7~ no, que Jo detesto y Jo desprecio .... Tal vez esté engaf\ada, quizá el amor sea en todo el mundo la mismo, tal vez las abejas han llegado a las puertas de mi jardin, y al abrir éstas, en lugar de las dulces abejas esperadas, ha hecho irrupción un sórdido enjambre de avispas ponzoñosas que yo me he apresurado a arrojar fuéra otra vez .... -Después de sufrir sus picaduras .... con;:luyó Luciano. -Puede que en eso tenga usted algo de razón .... como puede estar así mismo equivocado. Es mejor que usted ignore si he salido ilesa a herida de alguna aventura que, por 10 demás, es cosa remota que pertenece a los primeros juveniles tiempos, y cuyo recuerdo es un puñado de pavesas que arrebató ya el viento de los años .... -¿ y no podre yo aspirar a merecer de usted una con· fidencia a ese respecto? -Es imposible .... Son intimidades que no hay para qué revelar a nadie. -Bueno, no insisto. Pero al menos permitame siquiera preguntarle si no ha sufrido usted en cualquier época de su vida algún rudo golpe que la haya incapacitado para amar. -Usted me sitia, Luciano, evadió ella con una sonrisa amarga. Perdóneme que no le conteste a esa pregunta. -Muy bien, pero a mi turno permítame usted que me quede el derecho de la duda. Callaron otra vez. Un inmenso turbante de niebla arropaba los montes, pero la luna, lenta y purd, en un campo de azur, seguía derramando su luz argentina sobre la pampa dormida. Blanca miraba hacia el suelo con insistencia mientras caminaba. De, pronto alzó los ojos al cielo, y Luciano pudo observar que sobre el espejo de sus pupilas se habían roto do') lágrimas, como diminutos cristales de dolor. Dijérase que toda la pureza del rocío nocturno se hubiera condensado allí, nublando por un momento el aterciopelado brillo de sus 'Jjos. La luna iluminó los líquidos diamantes que trataron de rodar por sus mejillas, pero la joven los atajó disimuladamente con su fino pañuelo de batista, ocultando el pesar. -¿ L1orausted, Blanca? -No, es que me fastidia el polvo de la carretera .... 76 ~L ALMA DEL PASADO 'Después de tod6., t.ù'èial\ô podía respirar a pulmón pleno. ~uinteligeneia y sU perspicacia le habían permitido descubrir lun .portin'ó de luz en el alma enigmática de la joven. Había 4ogNdo aprisionar el esquivo y sutil c:!.bo de un hilo por medio 'del cuai, como Teseo, pensaba recorrer el misterioso la\.}erinto¡ hasta dar con la clave y razón de todos làs secretos. Podta ella defenderse, involucr0.tS'è dèntro de sí misma, cerrar hermé, ticamente las pl1er\a.s de su espíritu a todos los soplos extet"~ores <fe \I\vestigación, pero ya él pisaba tierra firme, ya tenía t.lln .camino trazado y no la abandonaría; por él a alguna parte ~lbía de salir. V la bloquearía, la asediaría sin impertinenlOiâl pero con energía indomable y sin desaarlsà, hasta rendirla. Obraría con tino y discreción. Para algo le había de servir su experiencill. en la. vida. El estaba convencido de que en un~ lucha bien Iibrnda entre un nombre y una mujer, la mejor pàrtè la 'llevaba el prim~ro. Verdad que Blanc! era ü.i1a rt\ùjer muy inteligente, ilustrada y sagaz, a. fl~5àt de su juventud, pero él bmpoco era l1ingún negado, y sabría aprovechar toda sazop y coyuntura para vencer al fin. Iba a emprender una tarea árdua, 'ímproba, infructuosa quizá, pero estaba resuelto a ello, costara la que costase. Sería un duelo a muerte, una. sorda lucha sin cuartel, en la cual él comprometería su tranquilidad, su porvenir, su viáa. Mas no importaba: él desvelaría el secreto y COIlquistarÍa después el corazón de ella, o haría esto primero y después descubriría el enigma. Cualquiera de los dos caminos conducían al mismo objeto. Tenía treinta años que él consideraba la mitad de su vida, y estaba resuelto a recorrer la otra mitad al lado de Blanca, a cortar de una vez esa segunda mitad que empezaba y terminar allí. Esa dulce y adorada niña, esa super-mujer sería suya algún día, o, de la contrario, él quería desaparecer. V así tenía que ser, porque su lucha era el asalto a una ciudadela rodeada de obstáculos y erizada de peligros. Pero clavaría su bandera de victoria sobre la más alta almena del castillo, o caería inerte al pie de Jas murallas, con el estandarte de su esperanza destrozado, con el pecho abierto y el corazón inmóvil, pero emancipado de su cruel obsesión, libre. para siempre de su fatal quimera! ARTURO SUÁREZ 77 CAPIT ULO VIII Casi cuatro días permaneció Luciano sin ver a Blanca. El día :ie lo pas1ba, casi entero, leyendo y escribIendo; sólo por la tarde salía a dar una vuelta por el campo con su escopeta, en busca de aire libre. de fresas y palomas. Pasó varias veces por frente a la verja de Villa-Blanca, y cruzó al pie de la ventana que daba sobre el prado, tratando de ver a la joven: mas fue en vano, porque no la pudo descubrir por ninguna 'Parte. La portada, en donde ~staba escrito el nombre de la quinta en letras grandes, pintadas de blanco,-Ia ventana, el cancel de cristales que daba al vestíbulo, todo permanecía hermética, casi podía decirse, intencionalmente cerrado. Sólo el vuelo silencioso de las golondr.inas, el piar de los pol1uellos y el mur· murio del surtidor en el es.tanque del jardín, daban una fría animación, como en los primeros días, al callado recinto. Luciano se desesperaba por no poder ver siquiera de lejos a Blanca, y atribuía en gran parte su aislamiento a la partida de Pepita, quien, con 'su madre, se había marchado el jueves para Bogotá. En la tarde del sábado, Luciano se liio a vagar por los campos vecinos a Villa-Blanca. Después de andar cerca de dos horas, sin encontrar un pájaro que mereciera la pena de dispararle el primer tiro, se entró por un rastrojo. mañosamente, con el fin de ver si sorprendía alguna perdiz, y al salir de nuevo al potrero, divisó, a, través del ramaje, una rara cosa blanca. Avanzó con cautela, y notó que aquello era una linda sombrilla de lino que, abierta, reposaba sobre el césped, a corta distancia de su dueña, la cual leía atentamente un libro a la sombra de un viejo cerezo, dando la espalda al rastrojo. Era Blanca. A cien pasos de distancia, la criada que la acompañaba, recogía flores en el llano. Luciano la contempló un momento extasiado. Sumida en la lectura, al parecer interesante, lejos de toda mirada impor- 78 ~L ALMA DfL PA~~O tuna, descansaba la joven sobre la muelle yerba. Por entre la espuma descuidada y blanquísima de los enc~jes de la enagua, asomaba la escultural maravilla de una pantorrilla 1Jestída con una media de color de plata. Bajo su capota campesina de albo crespón con cintas rosadas. asomaban algunos rieillos rebeldes que la brisa andariega hacía temblar como anillos de oro vivo. De vez en cuando la niña levantaba del libro la cabeza. y dejaba errar una mirada perdida por el fondo del espacio, en donde se apagaba lentamente el crepúsculo. De pronto cerró el libro y se quedó contemplando con atención dos mariposas de pintadas alas que se perseguían sobre una mata florecida. Luciano, viendo que ya no le interrumpía la lectura, quebró una rama, produciendo un ligero chasquido. Blanca volvió a mirar hacia atrás, y se encontró con la cara de Luciano que aparecía sonriente entre los arbu~tos. Ella se incorporó arreglándose el traje. El se adelantó hasta ella tendiéndole la mano. -Usted, perdone, Blanca .... IgnÇ>raba que estuviera por aquí.... Yo andaba buscando palomas, y no había podido ver ninguna hasta este momento en que hallo la más blanca y la más bella de todas. -Virgen, qué pena, respondió ella sonriend0 ruborizada y amable. ¿ Hace mucho rato que estaba usted ahí? -Hará diez minutos, aunque para mí sólo han pasado diez segundos, ptIes cuando la estoy mirando a usted pierdo la no· ción del tiempo. -Siempre tan galante, ¿ no? -Yo digo lo que siento. Por supuesto que usted me perdonará que venga a importunarla y a interrumpirle su Jectúra, pero ha sido una casualidad .... -No, si ya había acabado de leer .... No me interrumpe. Bueno, y de veras, ¿ no ha matado nada? -Estuve pensando en dispararle a la única paloma que he visto esta tarde, pero me dio lástima al pensar cómo mancha· ría la sangre roja la impoluta blancura del plumaje, y tuve miedo de morir yo mismo de dolor al veria muerta. -Sin embargo, el contraste del rojo sobre el blanco no deja de tener algún valor estético, y usted que es poeta no debió desperdiciarlo. mucho menos sabiendo que çon ello no cometia un crimen, sino que hacia una obra de caridad dán- ARTURO SUÁREZ 79 dole libertad a una poóre paloma enjaulada que sólo aspira a volar por el cielo .... -j 'Santo Dios, no diga esas cosas ni en bruma, Blanca! -Matar palomas no es un delito .... Usted cada vez que puede mata, palió ella sonriendo siempre. -y dígame, varió él, qué libro es ese que estaba leyendo? -Es Coupable, una novela francesa sumamente triste. A mí me gustan los versos y las novelas tristes, porque son las que más se compaginan con mi estado de ánimo. -Pero con eso la que hace es agravar su situación moral. -Ni se agrava ni se compone .... Mi sér moral se mantiene en un statu quo, como dicen los políticos, ni avanza ni retrocede. -¿ Pero es que usted está triste en la vida? -No sé .... quizá .... vivo resignada, indiferente. Ni me amaño ni me aburro. Creo que tal vez sería mejor no vivir, pero no hago nada por destruír la vida, ni tampoco por mejorarla, ni aun por cambiarla. Así estoy bien .... es decir, la menos mal posible. Así quiero seguir viviendo siempre, sin transformaciones bruscas, sin mutaciones radicales que trastornen mi existencia, porque no las necesito ni las deseo. He viajado en el Exterior por todos los países que se dicen civilizados, y he hallado en ellos a las gentes, con ligeras . diferencias puramente accidentales, la mi!'mo que las de aquí. En Colombia somos tan civilizados como por allá. Verdad es que los habitantes de otros países tienen más riquezas, más elementos, y gozan de mayores comodidades, pero nosotros, aun· que humildemente y en pequeño, tenemos la mismo que ellos tienen. Están más adelantados, pero no son más civilizados que nosotros. Yo he leído innumerables libros por distraerme, por gozar con las bellezas que encierran, sin preocuparme de si me ilustran a nó, de si me dañan a hacen bien. He visitado )05 mej(j)res museos del mundo, y conocido las mejores obras de arte, y los más grandes artistas en todos los ramos de la estética aplicada. Cono7.co los mejores monumentos y las mayores bellezas naturales. Papá, comprendiendo mis aficiones, me ha llevado a mostrarme todo lo que puede ier digno de aclmiraçión. Y yo )0 he contemplado, estudiado, meditado, compulsado, gozado todo, sin afanes, ni arrebatos, con serenidad y 80 EL ALMA DEL PASADO consciencia. Además, por mi cuenta he hecho muchos descubrimientos en el mundo moral, y aprendido a observar y a entender el corazón humano, sus virtudes, sus vicios, sus pasiones, sus modalidades. A usted, sin duda, se le hará raro que yo, una muchacha, y una muchacha colombiana que es aún más raro, le hable de este morio. Tal vez por mi edad usted juzgará que mis apreciaciones y mi concepto de la vida son hijos de una precocidad morbosa porque en nuestra tierra, por desgracia, las mujeres vivimos sumidas en un lamentable abandono intelectual, demasiado alejadas de la vida práctica, positiva y real, y excesivamente aproxim;¡das al lUJo y a las frivolidades engañosas del momento, frivolidades que nos hacen ver el mundo al través de un prisma de colores fantásticos que a nosotras nos fascina y a él la falsifica. Los hombres, especialmente en Colombia, (ya que en otros países la cosa es bien distinta) en lugar de menospreciarnos y de tildarnos, cuando no de inútiles, de bachilleras, debieran apoyarnos y ayudamos a trabajar un poco por nuestra emancip3ción y mejoramiento social. Debieran dejar de considerarnos como a lindas muñecas de azúcar, buenas sólo para la vista y el gusto, respetamos algo más, dictando leyes que nos protejan y nos abran al mismo tiempo algún campo de acción, para que así dejemos de ser la carga pesada que generalmente somús para ellos, y les sirvamos no sólo de compañeras en la felicidad, sino de auxiliares en la adversa fortu'1a. Para ellos somos, hoy por hoy, solamente un instrumento de placer, un objeto de lujo, cuando no un estorbo. Por eso dicen ~uchos, con una guasa picante, que nos favorece poco, que las mujeres no sabemos sino hablar y almorzar; que una mujer común tiene la inteligencia de una gallina, y que una mujer inteligente tiene la inteligencia de dos gallinas. La instrucción que se le da a la mujer en nuestros colegios es por· demás deficiente y superficial. La niña sale de los institutos religiosos (que cagi todos la son) con los ojos vendados a la luz del mundo. Es una paloma que abandona su jaula de doradas rejas, para verse súbitamente en medio de una bandada de g2vilanes, sin medios para defenderse. Engaña después un hombre :t una niña, y mientras éste se pavonea, relatando a los amigos en el café su hazaña, entre chistes y aplausos, la pobre muchacha languidece en el dolor de su abandono, ARTURO SUÂREl 81 con los ojos exhaustos de verter lágrimas sobre el cadáver de su felicidad perdida. iHasta cuándo habrán de seguir siendo víctimas las mujeres de los caprichos, veleidades y vicios de los homhres! Considere usted, Luciano, la vida actual de las jóvenes colombianas: después de que aprendemos en nuestros colegios a leer y escribir, a bordar una funda, a tocar un mal vabe, a decir bon Yllr mesié y a rezar en todos los tonos, ya nos consideramos suficientemente preparadas para la vida, y abandonamos las aulas muchas veces a los quince años de edad. De ahí en adelante nuestra actividad intelectual se paraliza o se convierte en algo anodino, insignificante. La joven, si abre un periódico a revista es para buscar la nota social, ver los fotogra' bados a leer el folletín. El resto de sus aspiraciones se circuns· cribe a esto: acicalarse, murmurar, tener novios e ir tres veces por semana al cine, a ver con entusiasmo pueril las absurdas e insustanciales películas de serie que $011 la delicia y el disloque de su afición. No crea, usted, sin embargo, atenuó Blanca, que yo sea una furiosa sufragista y elT'pecinada feminista. Nó. Yo soy una admiradora de esos progresos y adelantos de otros países me· nos fanatizados y más avanzados que el lIuéstro, por cuanto le conceden a la mujer mayores libertades y garantías, pero hoy todavía no estamos aquí en capacidad de resistir esas auras tan ardientes y difíciles de soportar por nuestra temperatura moral, graduada y convertida en hábito dentro del invulnerable caparazón de nuestra ignorancia colonial. Yo, a pesar de todo, sigo siendo partidaria df'1 encanto femenino; quiero que la mujer sea ~iempre el :íngel del hogar y no el marimacho trotacal1es y hácelo todo. Deseo que siga siendo el sér de belleza y dulzura que ha sido siempre, el halago, la alegría y la compañera del hombre, pero una compafiera más consciente, más a la altura de su compai'iero, mejor preparada para la vida conyugal, menos llena de pcejuicios y de preocupaciones sociales. Que sea religiosa si la quiere, por convicción, porque la religión es un freno que puede detenerla en las carreras locas, pero que abandone Untas supersticiones milagreras como hoy tiene, y adquiera un concepto más respetable de Dios. Que conquiste derechos, no que usurpe poderes. En una palabra: yo deseo que se saque a la mujer del ti 82 El ALMA DEL PASADO abismo de ignorancia, de fanatismo y de frivolidad en que se halla sumida, y que se J:¡ ayude por medio de la instrucción y de una justa y relativa libertad dentro del orden, a colocarse en un plano superior, en donde sus virtudes, encantos, capacidades e inteligencia puedan, mejorándola, brillar más y hacerla más útil a la sociedad, al paso que ella gana inmensamente, dejando de ser la criatura inválida, superficial y voluble que gasta y no produce, que estorba '/ no ayuda, q:le en veces vive, durante un tiempo, de mimado juguete y objeto de lujo, para luéga, en la adversidad, cuando le escasee el apoyo que tuvo en los días de bienandanza, verse hundida en la miseria y aun en la abyección, por no haber tenido medios intelectuales y preparación suficiente con qué sustituír el apoyo y los medios materiales que le llegaron a faltar. Sola la mujer en circunstancias precarias (y se registran casos tan a menudo), es como una débil barca, suelta al azar de la corriente im petuosa de la vida. ¿ A d6nde irá a volcarse? ¿ Contra qué peñasco inconmovible y hostil se irá a estrellar con 'su carga de flores inútiles? ¿ En qué playón desnudo y abrasado irá a encallar, para que hagan en su fondo indefenso madriguera las serpientes del vicio, y nido los lagartos de la miseria? Con esa preparación de que le hablé ilntes, la mujer será, no una especie de hombre con falda, sin/) una mujer mejorada, perfeccionada, apta para todos los órdenes de la vida, una supermujer. Un sér que, sin perder su dulce feminidad, sabrá realzar ésta, haciendo de su cuerpo y de su alma no una linda muñeca parlante, como la es hoy, sino una deliciosa persona, con todos sus atributos femenile~ perfeccionados, que sepa pensar, y ayude a obrar; que, siendo consciente de su virtud, pueda codearse con el hombre intelectualm~nte, y alcanzar su nivel mental para que éste no la menosprecie, como ahora la hace, y que por este medio logre colocarse en el puesto que le corresponde, obtener la que puede merecer y emanciparse de la cali! 1d de esclava social en que hoy padece. Considere además que la mujer debe mirar por su porvenir y velar por él desde ahora, plies íos tiempos venideros serán muy distintos de los pasados y actuales. La humanidad marcha hoy a paso de carga, y la sOC'Î dad se transforma de una manera fundamental y rá}Jida. El matrimonio se va haciendo 4 ARTURQ SUÁREZ 83 cada vez más difícil. La sociedad va siendo siempre l)1ás y más exigente. El hombre retarda el casamiento hoy, todo la más que puede, a no se casa, pues cada día le tiene más pereza y miedo. Antiguamente los jóvenes se casaban a los diez y ocho a veinte años; hoy la generalidad 'de ellos se casan de los treinta a los cincuenta. En los campos y aldeas se casan proporcionalmente muchísimo más que en las ciudades. En éstas los pasatiempos, el refim.miento, los recursos y las exigencias cada vez mayores van dificultando los enlaces matrimoniales. Sin contar COli que las muchachas oobres, por lindas y buenas que sean, son miradas con desdén por los hombres, en su gran mayoría excesÍ\'amente interesados, si son ricos, porque quieren buscar una de su clase que les aumente el patrimonio, y si son pobres, porque desean mejorar su situación pecuniaria y noIes provoca juntar la escasez con la necesidad. De modo que la mujer tiene que empezar a armarse para hacer frente a esta crisis futura del matrimonio, y a aprender a velar por sí misma, pues día llegará en que se vea abandonada a sus solas y propias fuerzas, ni más ni menos que los hombres, como está pasando ya en algunos países. Hay que contar también con que la belleza femenina es flor de un día, y que una vez desaparecida ésta, la mujer queda reducida a sus cualidades morales y a sus c<ipacidades intelec· tuales, pues ha perdido gran copia de su prestigio ante los hombres. quienes están listos a tender palmas al paso de las beldades, ~sí sean éstas como los pavos reales, que nO tienen más que el brillante colorido de su plumaje, y a volver la cspllda can un gesto de desdéll ante un rostro desprovisto de belleza física a ajado por los años. El hombre a los treinta años está en la plenitud' de su fuerza amatoria y de sus atractivos varoniles. Es para él la edad de la~ conquistas amorosas, porque a sus atributos físicos une ya un bUèn porqué de experiencia que la hace veterano en esta suerte de lides. En cambio, la mujer a los treinta años se cotiza con UII ochenta por ciento de descuento en los mercados del amor. Rieron ambos de esta mercantil pero justa apreciación . . Blanca prosiguió: Las mujeres de nuestro país lo confiamos todo a nuestros encantos físicos. La que nació bella tiene casi hecha su carrera, que es la del matrimonio y que es 1:1 única. La que nació fea ha de ingeniarse de mil maneras a fin de no 84 EL ALMA DEL PASADO quedarse para vestir santos, y aún así, a pesar de sus expedientes y estratagemas para apoderarse de un maridv, le fallan todos los esfuerzos. Es, pues, condición bien dura y precaria la de la mujer en nuestra patria, que no haya de tener más camino de salvación en la vida que el de poder casarse, aunque sea mal, y que de faltar esto quede convertida ~n un estorbo, ~n un arrimadijo. La belleza femenina dura la que dura una rosa, lo que vive una mariposa, es un viso radiante, un soplo perfumado, un instante ff'Hz, un eco dulce que se desvanece con un solo pasajero aletazo del tiempo. Arrebata, subyuga, deslumbra, ptro se apaga como la vislumbre de un relámpago, cual un fulgor crepuscular a una blanda nota fugaz. Los hombres se cansan pronto en el matrimonio. Se resignan a él porque no hay remedio, y porque los hijos son, afortunadamente, un encanto y una obligación para retener a aquéllos. Pero la esposa, como ser deseable para el marido, no puede negarse, desgraciadamente, que pierde mucho y pronto en la inmensa .nayoria de los casos. De ahí las infidelidades de los maridos, más frecuentes de la que las esposas la pueden sospechar. Ellas presto quedan relegadas a la categoría de hermanas, amigas y madres a un tiempo mismo, hermosa condensación de sacrificios y afectos, en verdad, en la cual subsisten, porque casi ya no les queda otro lugar. Yo conozco hombres que han tenido la d.esfachatez de decir que antes de casarse les gustaban todas las mujeres, y que después de casados les gustaban todas, menos la suya. Claro que esto es un exceso, y los que comparten tal parecer son unos descastados sin sentimientos. Pero, en todo caso, este es un indicativo, y un indicativo poco favorable, pues apurando el sentido de la expre- ' sión, debemos las mujeres sacar en consecuencia que los hombres de hoy, no todos ¡:>ursupuesto, pero sí la gran mayoría, buscan, al verificar un matrimonio, la conveniencia, quieren sencillamente hacer un buen negocio. El amor no entra para nada en esto, 1:1" más de las veces; la cuestión es hacer un buen trato, una buena evolución financiera, conquistar una posición social, en fin, efectuar una ventajosa operación. El amor .... psh! amor venden por doquiera, eso la ¡saben muy bien los hombres de ahora, obtenerlo es ta'1 fácil como conseguir una mercancía cualquíera. De ahí nuestra peligrosa posición. Fran- ARTURO SUÁREl 85 camente, yo no sé cómo se las irán a arreglar las mujeres de mañana para defcnJerse, cuando la situación se haya agravado en debida forma, según va empeorando todos los días, pues están tan acostumbradas a soportar su carga de esclavitud, que ya no sabrían andar sin ella. Cada hijo le arranca a su madre un jirón de vida, de belleza y frescura, le extrae gnn porción del jugo de sus gracias físicas; le merma los atractivos y el vigor, la marchita. Pocas mujeres salvan su belleza de la 'naternidad, y poquísimas siguen triunfando en el altar dèl amor, después de dar vida a varios hijos. Muchos hombres consideran el matrimonio como un cautiverio/ y por eso les oímos decir con harta frecuencia: Yo soy feliz en mi matrimonio, porque mi mujer es un ángel, pero fe· licito y envidio a los solteros Entendido, Luciano, que yo sostengo estas cosas en tesi§ general, sin dejar de reC0!10cer, como excepción, por supuesta (y la excepción confirma la regla,) que hay innumerables ma· ridos que cada día se sienten más acomodados en su estado matrimonial y más pagados de sus mujeres. Y es lástima por cierto que estos corazones consagrados sean los menos .... Pero no por eso deja de ser evidente que el amor verdadero y des· interesado entra ya en muy reducida escala en los compromisos matrimoniales, y qu e sobre él priman hoy otras consideraciones. No hay lampo~(' qué culpar a los hombres demasiado. Las causas de estos cambios provienen de lac; transformaciones que ha acarreado consigo la civilización. La simplisidad y sencillez de la vida han desaparecido para dejar paso a una seeri de complicaciones que trastornan todos los órdenes preestablecidos. El romanticismo acendrado ya casi ni .en las novelas y cines tiene éxito, y en la vida real por lo regular constituye un fracaso, debido a los enemigos que la rodean; como SOli el mercantilismo y la disipación de los hombres, y (os puntos de \"ista de las personas que rodean y vigilan los idilios, personas por la común serias y calculadoras, curadas de sentimentalismo, y que a la mejor del cuento dan al traste con los amores, así quede un lago de lágrimas en el lugar de los acontecimientos. -¿ De manera que usted no cree que exista ya en el mun· do el amor desinteresado, puro y sincero? interpeló Luciano. 86 EL ALMA DEL PASADO -No voy hasta allá, cùntestó la joven. ¿ Qué sería la vida sin los afectos puros? Su cariño, Luciano, hacia mí, es una prueba palmaria de que existen aún, afortunadamente, y existi· rán siempre la sinceridad y la honradez de los sentimientos. Muy lejos de mi pensamiento la idea de que a usted la haya movido hacia mí algún interés mezquino. Pero los que como usted sienten y piensan, van quedando por desgracia en una minoría abru· madora, pues el utilitarismo prima hoy de una manera desgarradora sobre la sinceridad. El amor no se acaba, pero el interés la posterga. Eso es todo. Supongo que usted no me calificará de bachillera, agregó Blanca, ni de pedante, porque le expongo estos razonamien· tos, pues usted comprende que para ellos no se necesita de muchas ciencias y letras. Basta haber leído con atención, observado bastante, y haberse aplicado un poco al movimiento universal, como he procurado hacerla yo, sin pretensiones de ningún género. Lo demás la hacen el sentido común, una cultura regular y la inteligencia, que no necesita para ello de grandes alcances. Claro que estas reflexiones no se las he hecho a ninguna de mis compañeras y amigas. Sólo a un hombre, y a un ho~nbre como ustetl, se las puedo comunicar, porque veo que está en capacidad y disposición de interpretarlas con justicia, cntenderlas al derecho y aceptarlas sin sarcasmo. A una señora de mi tierra no me atrevería hoy, todavía, a exponérse las, pues pondría el grito en el cielo y me diría: -Hija mía, tú esUs loca, tus ideas son estrambótic~s, esa sería la perdición del sexo débil, eso sería abandonar el puesto de candor, de sumisión y de virtud que nos corresponde. Nó, niña, desécha esas diabólicas ideas. No hay que variar las cosas de como es· tán. Que permanezcan por siemprè allí, que así están bien. Además, eso es impracticable, y si la fuera, el. mundo se habría vuelto al revés. i Horror hija, horror! Por eso no hablo con ellas nunca de estas cosas. Más allá de su tocador ellas 110 creen que exista nada preferible y mejor. Y pasarán muchos años aún en Colombia sin que lleguen a comprender cuánto vale una digna libertad, bien entendida. Pero yo seguiré sosteniendo, cómo una verdad apostólica, que la educación integral no debe ser sólo para el hombre, que la mujer es apta para ella igual.que aquél, y que tiene ARTURO SUÁREZ 87 derecho a bu~car reivindiclciones que la emancipen del estado de inferioridad mental en que hoy vegeta, '! estoy segura -de que la misma Iglesia Católica, con todo y ser tan conservadora, se irá amoldando a las nuevas situaciones, de suyo incontrastables, y que dictará leyes canónicas y disposiciones que se avengan con la nueva vida que se presenta, para favorecemos. En fin, Luciano, le he expuesto a grandes rasgos las anteri0res razones, para que usted se dé cuenta de mi modo de pensar y de cuál es mi estructura moral; p~ro le vuelvo 3. ad\'ertir que yo ya 110 experimento entusiasmo por nada. Soy muy joven, pero he vivido demasiado. Quizá sea que he conocido a fondo el mundo antes de tiempo, tal vez me he madurado en cierne, quizás abrí los ojos a la luz del día cuando aún no había amanecido, y me he quedado desconcertada, y cuando brillÓ el sol, ya había vuelto a caer la noche del desengaño sobre mi alma. Yo nada espero de la vida El presente y el porvenir me tienen sin cuidado y me importan por igual. Los años pasan sobre mí como sobre unl roca, y usted sabe que las rocas no se conmueven ni aun con el paso del huracán. -Pero yo la he visto a usted derramar lágrimas, le advirtió Luciano. -Si las he vertido han sido por el mismo desencanto de la vida, mas no por preocupación alguna. Luciano se quedó atónito al oír las declaraciones de la joven. Est.! illclinó la c;Óeza abatida, y sus hermosos ojos Sé ce· rraron un momento. El nunca oyera hablar así a ninguna mujer, ni esper-Ha que en Bogotá hubiese una muchacha que tales y tan atildadas cosas pensase, ni que tuvier:t una inteligen· cia tan culta y equilibrada. Pero ahora quedaba más que nunca extraviado entre I:J.bruma impenetrable de misterio que la envolvía Esa dulce criatura era un sér exótico de esos que es difícil hallar, pero que existen. No era una histérica, hien la veía él. Era ~implemente an caso. Quién sabe en el fondo de aquel corazón sensible qué causas .extrañas, qué peregrino efec· ta, qué recóndito 'suceso a raro evento perpetuaría su emùción petrificada en un dolor incurable, inexti:1guihle. Esa desilusión de la vida, alguna fuente había de tener. ¿ Por qué cuando todo cantaba en rededor suyo, ella lloraba .... ? ¿ Qué recuerdos lamentables y lejano:; guardaba para ella el alma del pasado? 88 EL ALMA DEL PASADO Quién 'pudiera conocer el venero de donde brotaran esas lágrimas divinas que él quisiera, entre mimos de consuelo, en- j jugar LJ Luciano murmuró: -Me deja extático su escepticismo, Blanca. V me llama grandemente la atención que en todas sus dis· quisiciones y juicios no éntre para nada el amor. No sé por qué .... no sé .... pero esto me deja aún más atónito. ¿ No es acaso el amor la más grande y noble de las pasiones humanas? ¿No es la única razón de vivir? ¿No es él la fuerza poderosa que mueve la actividad de los seres? ¿ No es él, por ventura, la dinámica del mundo, el dolor más hondo y el más vivo goce? ¿ Por qué descartarIo de la existencia, si él la colma toda, si hasta los ascetas la han sentido ....? El amor es la sombra que nos venda los ojos y el aquilón que nos ~rrastra al abisma; es la alfombra de flores que pisamos y la luz que ilumina nuestro cielo; ,=s el agua que bebe el espíritu, el de1eite de los sentidos y el pan del corazón. Sin él no hubiera nacido la humanidad, y el orbe rodaría por el abismo insondable del espacio, sin objeto, silencioso y vacío .... ¿ Por qué pues despreciarlo? 'la devano mi cerebro, yo aguzo mi entendimiento y fuerzo mi ingenio, pugnando por penetrar en las tinieblas de su mundo interior, Blanca, por abrir en la selva perfumada y arcana de su idi lsincrasia una sendita que me lleve a conocer la clave y asiento de su carácter y manera de ser. Y cuando ya creo ha· ber dado el primer paso en el recto sendero, viene una niebla espesa, empujada por el aliento de su alma, y me borra hasta la última huella de esperanza. ¿ Es tal vez, Blanca, concretó Luciano, su corazón, d~ tán· tas prendas adornado, incapaz de sentir la pasión amorosa? No es acaso usted un sér nacido para amar? -¡Nó, imposible., .. imposible! ¡Yo no puedo amar!.. .. bal· bució ella. Una sombra violeta se fue extendiendo sobre el horizonte. La sangre de Osiris se tornaba en lagos de carmín y en rosas de púrpura que se abrían sobre las remotas cumbres, convertidas en azules jardines incendiados. Blanca, pasándose furtivamente su pañolito perfumado por los ojos, y recobrando su temperamento habitual, invitó a Lu· ciano a regresar a la casa. ARTURO SUÁREZ 89 Llamaron a la criada. Esta llegó con un gran manojo de flores sabaneras, llenas de aromas, de abejas dormidas y rocío. -i Qué lindas están! exclamó la niña al ver aquel bizarro y agreste derroche de pétalos multicolores que se entremezclaban, cllal un iris destrozado, y desbordaban del delantal de la muchacha, como una cascada de matices. -i y qué delicioso olor exhalan! añadió, aspirando el ir.ocente aroma de un tirso de blancos digitales y de jazmines silvestres. -¿ V para qué quiere usted llevar más flores a su casa, teniendo tántas y ta~ bellas allá? preguntó Luciano a Blan~a sonriendo. -Es que más que las complicadas y exigentes de los parques y jardines, me gustan las flores naturales del campo. Son tan sencillas, tan puras. Anduvieron gran trecho sin hablar palabra. Ambos parecía que tuviesen miedo de volver a reanudar la penosa confidencia anterior. Luégo hicieron pasajeras reminiscencias del paseo a casa de las Riberos, y hablaron de asuntos banales, hasta que llegaron a la puerta de Villa-Blanca. Allí, al despedirse, Blanca dijo a Luciano en un tono festivo y con una animación de la cual él la hubiese creído incapaz diez minutos antes. Ya sabe que le prohibo volver a preocuparse de mi modo de ser. Si quiere que sigamos siendo en adelante los buenos amigos que ahora somos, no trate de averiguarme mi vida, pues, en primer lugar, eso carece de importancia, y en segundo ya yo, aunque someramente, se la he relatado a usted. TendiÔle luégo la mano, y dejándola un momento sin soltarse, le dijo: -Como mañana es domingo, y papá tiene que irse para Bogotá a asistir a una comida en la Legación de Chile, le ruego que venga después de med i a día, para que me acompañe un rato. Tengo que cantarle algo que le gustará, y además quiero conocer su opinión acerca de ciertos libros que le mostraré. Yo también estaba invitada a la comida de la Legación, pero me da pereza ir a esas fiestas de etiqueta, y he preferido quedarrne sola aquí el día de mañana. Papacito vendrá por la tarde el lunes. Si usted quiere iremos a encontrarlo con su mamá a la estación. -Por supuesto, Blanca, con el mayor gusto. 90 EL ALMA DEL PASADO -Hasta mañana. -Hasta mañana. -Cuidado con mi prohibición, dijo ella simpática, levantando su dedito de rosa con ademán autoritario, y alejándose de la verja hacia el interior, a través del jardín, bajo cuyos ramajes empezaban a parpadear las primeras luciérnagas, como berilos mágicos. CA PITULO IX Al día siguiente a las tres de la tarde llegó Luciano a Villa-Blanca. Una criada la recibió y la hizo subir por una escalerilIa de caracol hasta una glorieta que, quedando sobre la sala, daba al jardín. Allí estaba Blanca esperándolo sola. Sobre una mesita de cedro había hasta una docena y media de tomos empastados. Eran novelas, estudios, versos. La niña tenía en sus manos un libro de versos de pasta encarnada. Púsolo sobre la mesa y,. levantándose, estrechó con cariño casi fraternal la mano de Luciano. Nunca los ojos de él la vieran más hermosa. Llevaba dos pulseritas de oro bruñido en los ebúrneos brazos de blancura de nube. Vestía una falda ligera y una blusa clara de muselina transparente y blanca con cintas azules que, en su discreto descote, permitía ver el cuello ágil y esbelto, y el albo nacimiento del pecho turgente, turbador, adorable. Tenía los pies primorosamente calzados con unos zapatos blancos y unas medias de hilo de Escocia, ceñidas y de color de carne. Del cuello le pendía una afiligranada cadenilla que remataba en un ovalito con incrustaciones diminutas de piedras finas. Esto, sus aretes de dos grandes diamantes y un par de anillitos muy cucos que Uevaba en los dedos, eran su único lujo. Por la demás, su sencillez era de un gusto exquisito, peinada con distinción, tenía el pelo rizado y convertida III graciosa cabeza en una piña de tirabuzones de oro. Los ojos, unos ARTURO SUÁREZ QI ojQs limpios y grandes en forma de almendra, bajo la tersa frente, tenían una lánguida y húmeda fulguración celeste, como la de las aguas puras de un zafiro. Jamás supo Luciano qué sería más bello en esos ojos, si el color marino de las pupilas, o su expresión inquietadora y dulcísima. La boca encendida, de impecable trazo, mostraba, al entreabrirse, una dentadura perfecta, como ùn estuche de perlas o una hilera de azulinas cuentas de marfil, y al sonreír, las rosadas encías y los labios encarnados y húmedos, parecían la jugosa pulpa de una deliciosa fruta en sazón. La voz musical, como un gorjeo, y .arrulladora como un són de brisa, guardaba en la ternura natural de los acentos un dulce mimo, una vaga cadencia que hechizaba, acariciando el alma de quien la escuchaba; cuando cantaba, dijérase que en su garganta resonara un blando arpegio de ocarina, a que un coro de jilgueros y turpiales entonara en ella el himno encantado de la aurora. La nariz griega, de ventanillas sonrosadas y palpitantes, al parecer pasionales. El talle alto, elegante, eurítmÎcù, de curvas delicadas y estatuarias. Las manos finas, serenas, con uñas de nácar y yemas de rosa. i Qué fascinación de mujer, Dios mío! suspiró en su interior Luciano. iEstoy perdido, irremediablemente perdido 1 y era la verdad. Luciano se mantenía al lado de ella, medio sonámbulo, ensimismado en la contemplación c;emiestática de la blanca criatura, cual un niño al borde de un abismo, sin darse cuenta de ello, a haciendo caso omiso del peligro, como cosa natural e inevitable: cual el soldado que, heroicamente, tiene el pecho descubierto y el corazón desnudo ante la boca de los fusiles enemigos en medio de la lucha, y que sin embargo, avanza. El piso de la glorieta estaba cubierto por una alfombra delgada sobre la cual se extendía una piel de tigre bengalés. Los cristales se abrían encima del antepecho del mirador, por el cual penetraba una ola de lu¡; radiante y un tibio soplo de céfiros monteses. Dos poltronas mullidas, un sofá y varias sillas completaban el menaje. -j Qué fiera! exclamó Luciano sonriendo y mirando la piel del tigre, mientras tomaba asiento en una silla. 92 EL ALMA DEL PASADO -¿ A cuál se refiere? preguntó Blanca con un3 risita maliciosa. -Ajá .... sÍ, tiene usted razón. Yo debí pluralizar, pues hay que confesar que es usted una bella serpiente humana, más peligrosa para mí que el tigre hindú, porque de él podría yo escapar escondiéndome, mientras que de usted, cuanto más lejos esté, más a merced me hallo de su dulce veneno implacable. -No delire, Luciano. Es la verdad. -¿ Pero qué es la manía que tienen ustedes de vivir cam· parando a las mujeres con las serpientes? inquirió ella iJ1~eresada. -Porque tienen muchos puntos de semejanza con ellas. Los hombres entre los brazos de una mujer amada y cruel perecemos. La serpiente {'nvuelve blandamente entre sus aniilos a la víctima que atrapa, y la estrangula luégo sin piedad. Las serpientes son sinuosas, mañeras, de andar delicado y suave. Son por la general hermosas, de escamas pintadas, de cuerpo flexible y ondulante, de lengua sutil. Son cautelosas, trAicioneras y silenciosas. Cuando logran morder bien a su víctima, ésta no tiene ya salvación. Igual que ellas son las mujeres. Ya ve usted si hay razón .... -Bueno, ¿y el venen0 ? ... -El veneno la tienen las serpientes en la boca, las mu~ jeres en los labios. Ambos rieron y callaron un instante. Luciano, irguiéndose, alcanzó el libro que Blanca leíé\Jcuando é.l entró. Pasó varias hojas, y detúvose ante esta canción que leyó en voz alta: SI me qulaler ••.... i Cuán dulce y luminosa seria la mañana Si tus azules ojos quisiéranme mirar. Qué fértil y radiante la ladera serrana Qué fresco y bullanguero cantara el torrental ! Los pijaros alegres que en la tarde tranquila Van. a buscar sus nidos debajo el saucedal, i Qué dulce trinarían al compás de la esquila Que riega en la campifia sus ecos de cristal! ARTURO SUÁRt:Z 93 I Cuán vivo mi horizonte sin luz se tornarfa, Qué suaves las agrestes fragancias del rosal, Cuán puro y esplendente tornárase mi día, Qué calma tan serena sería mi tempestad! Si me quisieras, dulce mujer idolatrada, Si tu hechicera boca de amor quisiera hablar, Mi senda desolada, de espinas erizada, De milagroiias rosas llegárase a poblar. y nacerla en la cumbre de mi moutatía oscura, Un sol, como una hostia de lUI y. de piedad, La hostia con que mi alma, colulada de veotura, Ante ti, de rodillas, viniese a comul~ar. Cuando Luciano acabó, miró a Blanca con intención. Esta se había apoderado de otro de los libros y lo hojeaba con disimulo, como buscando alguna página especial. Una sonrisa opaca le vagaba por los labios y los ojos, sin que ella la dejara dibujarse bien. -¿ No escuchó usted con atención la composición? la dijo él. -Sí. -¿Y qué opina? -Que son muy bellos esos v~rsos. Yo ya los había leido varias veces, y casi los sé de memoria. ' -Bien, ¿y no cree que sean aplicables en algún caso? -Pueden serIo en muchos. -¿ y no ve uno preciso? -No lo veo. -Está bien .... ¿ Cuáles son los libros que usted quiere que comentemos? -Estos, respondió ella, alcanzando algunos. Luciano abrió uno de Paul Bourget. -Estas obras de Bourget son admirablemente bien escritas, pero tal vez carecen de interés en la acción, y no tienen casi descripciones, que a mí me gustan tánto. --Sin embargo, defendió Blanca, la trama exterior, la acción que buscamos siempre en las novelas es, en verdad, de 94 EL ALMA DEL PASADO poco movimiento e intensidad a veces, pero la trama interior" el conflicto interno, la tragedia íntima que hay en ellos es de un valor incuestionable y de un atractivo cautivador, Yo declaro, con toda franqueza, que a mí pocos novelistas me gustan tanto como éste. En algunas obras de Bourget en apariencia no pasa nada; los personajes con que se inicia la intriga llegan al final tales cuales han sido en un principio, sin mutaciones aparentes, sin alteraciones sustanciales, ni situaciones violentas dignas de tenerse en cuenta. En cambio, mirando hacia el fondo de sus almas, j cuántas cosas han pasado, qué de tormentas, qué de alegrías y amarguras, qué de dr,1mas pasionales recónditos se han desarrollado, sin que exteriormente se haya advertido cosa notable! Es ~so como la superficie de un mar tranquilo, en cuyas profundidades ignotas se verifica una lucha gigantesca de monstruos marinos que, con ojos fosforescente s y hocicos voraces, se despedazan a coletazos y dentelladas en un fondo viscoso de algas y madréporas, invadido por el fango y la oscuridad'. En tanto, arriba, en la superficie tranquila, no parece que pase nada. Yo, por eso, admiro a los escritores que saben adivinar las lágrimas internas, oír los sollozos interiores, ver, como en el fondo de un abismo, la niebla que cubre la nùche del alma. Es un gran conocedor de la vida este Bourget, continuó Blanca con animación. Es el único escritor que, al salir a la calle, ha comprendido que todas las personas que desfilall por su lado, al parecer serenas y aun indiferentes, llevan en el pecho un volcán, a en el alma las' muertas cenizas de una tragedia extinta. Y así como dice Martínez Sierra que todas las mujeres llevamos sobre el corazón un niño dormido, asímismo puede decir cualquiera que todos los seres humanos llevamos dentro del ec;píritu los primeros resplandores de una hoguera, a los últimos soplos de un huracán interior. Con todo, al codeamos con las multitudes en las calles, tempbs, teatros, etc, y mirar tántos rostros apacibles, parece que nada pasara .... ' -.:..sí, Blanca, tiene usted mucha razón, confirmó Luciano. El escritor que triunfa es el que sabe hacer descubrimientos en el abismo de los corazones y el que acierta a saber en dónde bulle el alma de las cosas. El escritor debe ser un detective del sentimient() que puede rastrear I)orlas encrucIjadas del gesto y la emoción los dramas que se desarrollan en las pro- ARTURO SUÁREZ 95 fundidades del yo. Hay que tener intuición y adivinar la incierto y vago; saber cómo alienta el espíritu de la inmutable y dónde palpita el corazón de la lejano y de la inmóvil. El hombre y la mujer saben fingir demasiado, y hay que aprender a sondear, como un buzo, el océano de las almas para conocer sus fondos. El hombre es hiperbólico, la mujer hipócrita. -V qué tal si no fuéramos así.... ¡En la vida hay siempre que fingir tánto .... ! Abrieron otros libros. Estas son las sonatas de Valle Inclán, dijo Luciano. Este manco es un estilista formidable. El mismo cree que puede codearse con Cervantes, que también era manco. Alguna vez diz que le dijo a don Jacinto Benavente que él y Cervantes se parecían en todo, hasta en la de ser mancos.-Sí, pero acuérdese, le co'ntestó con sorna el ilustre comediógrafo, que usted no perdió su brazo en Lepanto. Blanca celebró el cuento. Luciano agregó, volviendo a los libros: -Aquí falta una sonata: la de Estío. -No me la quiso dejar leer papá. La compré y me la quitó. -Tuvo razón .... Esa sonata, quizá por ser de estío .... es demasiado ardiente. Hablaron largo rato acerca de otras obras. Luégo Blanca tocó el botón del timbre. Subió una criada. -20Ha, sírvanos el té en el cuarto del piano, le ordenó la joven. Desde la glorieta miraban la carretera y una a'1cha faja de la Sabana. La inmensa planicie parecía un tablero de ajedrez, cortada en todas direcciones por caminos, bardales, zanjones e hileras de sauces y eucaliptos que separaban las huertas, los potreros, los plantíos y las cabañas. Por la. carretera pasaban yuntas de bueyes tirando carros estridentes. Grupos de campesinos volvían del poblado, unos c:larlando y rasgueando sus tiples y vil1uelas, otros arreando recuas de yeguas enjalmadas y flacuc:JJ5 que, atadas de trompas y colas, iban en ristra para su pegujal. Por la regular las últimas cargaban jotas de bastimento y grandes líos de costales vacíos, en que los m ontañeses trajeran de sus campos la papa y el trigo para vender en el mercado dominical. 96 EL ALMA DEL PASADO Después los jóvenes bajaron y tomaron el té en una me· sita angosta, muy. cerca el uno del otro. A las seis se despidió Luciano, quedando comprometido a ir al día siguiente con su madre a acompañar a Blanca a encontrar en la estación al ~eñor Linares. Iremos en el automóvil que está aquí desde ayer, y que no habíamos ofrecido antes a ustedes, porque le estaban haciendo en Bogotá una reparación, por una pieza que se le rompió. Blanca salió hasta el rellano de la escalinata de piedra a despedir a su amigo. Al salir Luciano a la carretera, se cruzó con dos indios que pasaban cantando, acompañados 'con un tiple y un chucho: Deude que muri6 Endalecia Ya nada cr.e sabe a güeno .. _." Il CAPITULO X Luciano aquella noche después de relatar a su madre la visita anterior, se acostó temprano. Inmediatamente que apagó la luz, la imagen de Blanca se presentó ante los ojos de su espíritu, en toda la plenitud de su belleza y de su enigma. Todo en derredor suyo era limpio, perfumado, claro. Sus pupilas despedían una luz cerúlea, y el déjo de sus palabras le resonaba en el recuerdo como el eco de una música inefable. Veía flotar su dorada cabellera, agitada por las sabaneras aur as que la acariciaban, como si estuviesen besando un trigal maduro. Mas, de pronto, sobre aquella claridad de aurora, se cernía, cual un águila negra, un denso crespón de nube invernal que anegaba en tinieblas la blanca claridad; era la sombra del misterio. Luciano, por primera vez, osó preguntarse: ¿me amará Blanca ?.... Aquella exultante animación de su semblante cuando ARTURO SUÁREZ 97 ella la veía llegar. Aquellas atenciones y franca cordialidad con que la trataba .... Ahora ella contaba con él para todo. Empero, si abordaba el tema de amor con relación a ella, la situación / cambiaba. Por todos los caminos de su espíritu, Luciano podía transitar libremente sin que ella se la estorbase; pero en cuanto trataba de franquear las puertas del castillo encantado de su corazón, la niña levantaba suavemente el puente levadizo de su amarga sonrisa, y ordenaba inexorable: 1 de ahí no pasarás! ¡Oh, y allí, en el interior de ese hermético castillo, estaba la historia del impenetrable secreto' Allí no podía entrar él.... porque ella no' quería. Era la único que le vedaba ver a sus ansiosos ojos. Y esto la torturaba hasta el martirio, pues comprendía que el desconocimiento de esa hist0ria íntima le inutilizaba para ganar la jornada. Porque sí, él estaba ya convencido de que una tragedia que desgarró tal vez su vida, dormía en el alma del pJsado de ella. Esa historia era la llave mágica que él necesitaba para abrir la puerta' que cerraba el santuario de su corazón deseado Abierta esa sagrada puerta, él podría penetrar y apoderarse del tesoro. i Blanca sería suya! Pero ¿cómo realizar esa conquista? ¿ Cómo encontrar la llave? ¿ Cómo vencer aquella acerada resistencia? Luciano quedó anonadado. ¿De qué manera debía obrar para llegar a conoc~r la anhelada historia oculta? No veía en el horizonte una sola luz. No hallaba un expediente, ni encontraba un medio viable. Nadie le ayudaba. Solo estaba en medio del desierto, ante la mole inconmovible de la Esfinge. Tenía que buscar una palanca, una fuerza poderosa que la auxiliase en la brava tarea. El oro, los honor~s, l.1 violencia, la astucia, el temor, la lisonja, la ciencia, el arte, en fin, eran elementos inútiles que nada significaban en este caso; sólo había una fuerza que garantizase el éxito, una sola y única fuerza: el amor. í Enamorarla, enamorar!a L... No había otro camino, no existía otro medio. Eso era la único que podía vencerla, la sola arma ventajosa para él en la sorda lucha, la mera llave milagrosa, la singular palabra mágica que podría abrirle el sé· sama de. los secretos y entregarle el cuerpo gentil y el alma sofladora de aquella singular mujer. ¿Qué había de hacer pues? No desesperar. No cejar. Ni precipitarse ni ceder. Ya tenía buen trecho ganado. Contaba por la pronto con su cariño y su amistad, y bien sabemos cuán 7 98 EL ALMA DEL PASA90 fácilmente se pasa de la amistad al amor. El iría conquistando terreno lentamente, hora tras hora, día por día, sin que ella se diese cata de ello. La mujer necesita más del hombre que éste de ella. El hombre es más vehemente, pero a la vez más reflexivo. La mujer, casi insensiblemente, se va dejando envolver por las hebras sutiles, y al parecer frágiles, del cariño, sin darles mayor importancia Il los dulces devaneos, y cuando quiere libertarse es ya tarde muchas veces. Los finísimos hilos, con ser débiles y tenues, han tejido una malla tan resistente y despiadada, que el alma gim e entre ella, cerna un pajarillo indefenso, preso entre una jaula de hostiles alambres inrompibles. Luciano estaba resuelto a obrar con delicadeza, tacto y firmeza, suaviter in modo, forüter in re." Cada día adelantaría camino en el campo de la confianza. Vendrían las relaciones estrechas, luégo las inlimidades, y por último las confidencias y las confesiones. La amistad se trocaría en cariño, el cariño en afecto y el afecto en amor. Esos eran los matices, ese el proceso. Mas todo esto tendría que irse deslizando mansamen· te, como el agua sobre un plano ligeramente inclinado, sin turbulencias, por su propio peso. El vería cómo se ingeniaba, a fin de que ella no notase en sí misma estas transiciones, ni descubriera en él la intenci6n, para que no se diera cuenta de que pasaba de reina a esclava. Claro que la tarea era difícil, escabrosa y complicada. Blanca vivía a la defensiva, aunque bien no lo necesitara, ya que su coraz6n invulnerable estaba siempre dispuesto, casi por instinto, a repeler toda irrupción amorosa. Su alma era inteligente, desconfiada y vivaz. Su sentimiento, no por blando menos resistente; y había que empezar por engañar esa alma hasta la ilusión, y conmover ese sentimiento hasta romperlo en lágrimas. Porque hay que tener en cuenta que el amor es un dulce engaño de los sentidos, y una sugestión venturosa del espíritu. El hombre se deja marear por los atractivos físicos y morales de la muj'~r; a ésta su anhelo de protección y ayuda, y su instinto de mlternidad, la arrojan en los brazos de aquél. La mujer admira las cualidades varoniles de inteligencia y fuerza, y se' deja seducir por ellas, pero más que esperar el contagio del amor del hombre, tiene el àmor en si misma. La mitad de su naturaleza está hecha de amor, y lleva éste dormid@ como Il ARTURO SUÁREZ 99 una paloma entre el nido de su pecho. Ella con su propio sentimiento la despierta, y, al echarse a volar la paloma, se lleva enredado el nido, y entre el nido el corazón. Constantemente vemos a mujeres de calidad rendirse a los pies de un hombre repugnante, aunque no acertemos a darnos cabal razón de por qué tal exabrupto se realiza. No embargante, en mirando bien al fondo del fenómeno, comprende. ríamos, en último análisis, que a aquella mujer no la enamoró propiamente este hombre indigno,' desprovisto de cualidades seductivas; a ella la entrp.gó su predestinación, su propio instinto de hembra, su necesidad . .Ella empezó por ser víctima de sí misma, para después serIo del hombre que la poseyera, careciendo de altas condiciones para bien merecerla. Luciano se colgaba de todas las leyes biológicas, síquicas y fisiológicas, a fin de apoderarse de su amada. Difícil cautivar ese corazón rebelde, trabajoso enderezar ese desvío del. sentimiento ¡pero al1í estaban las inmutables leyes naturales y el genio de la especie, que son inflexibles, y que en último caso le ayudarían a triunfar. Además, él no era ningún zonzo, ningún escaso de recursos. Jamás fuera un don Juan, pero en más de una ocasión había obtenido éxitos amorosos perfectamente envidiables. El de ello no alardeaba, pero sí se daba cuellta. Había que dar por adelantado también que Luciano era un buen mozo, y aunque de tál tampoco se jactase, sí lo comprendía. Recordaba que cuando estabó. en el colegio sus condiscípulos le habían puesto el apodo de Crespifía, en gracia a su cabeza de abundoso pelo negrísimo y crespo en extremo. Magüer hoy las vigilias, el estudio y los treinta años le habían restado fronda a esa rizada cabeza, no obstante, ella conservaba mucho aún de su esplendor júvenil. El cuerpo macizo, de estatura corriente y regular, y las manos grandes y un tanto vel1osas, dábanle un agradable aspecto de viril fortaleza y sa- , lud. Los ojos eran negros y quemantes, bajo el trazo correcto de las atezadas cejas. La nariz enérgica, la boca sensual y grande, pero. bien diseñada. Sin ser cenceño ni asaz esbelto, sabía mantenerse elegante y usar con distinción y garbo sus trajes de severo corte inglés. En la frente espaciosa y de talento, se conocía bien su tez morena y cálida, reveladora de un tempe· ramento apasionado. Sus dientes parejos y apretados ostent~- HlO EL ALMA DEL PASADO ban una blancura y una limpieza feJinas Oran conversador, Luciano tenía en sus palabras una suave simpatía, adornada de la más fina cultura bogotana, que la hacía amable para todos los que le trataban. la Val .robusta y bien timbrada daba a su risa, en los momentos de buen humor, una sonoridad alegre de campanas pascuales. En los instantes de animación gastaba frases rotundas de un colorido viviente, r~veladoras de grande aliento espiritual. A las dos y media de' la tarde llegó Blanca en su auto al cottage de Luciano. -Es demasiado temprano, gritó, bajándost para ir a sa· ludar a doña Camila; pero quiero que demos antes un paseo hasta Zipaquirá. ¿ Les parece? -Por supuesto, Blanca, como guste, contestó la señora abrazando a la nii'\:t Monhron todos y salieron por la carretera soleada y a trechos barrida por un viento caprichoso y zumbador. Cuando desembocaron en la Carretera Central, Blanca dijo sonriendo al chofer: --Póngale la alta. El aparato, un magnífico fiat italiano, partió como un bólido en un vértigo de velocidad. Los tres iban en el a5iento del fondo con Blanca en medio. Los vallados, las chozas, las filas de sauces y eucaliptos, los sembrados, los potreros, iban quedandó atrás, amontonados, desvanecidos por Ii' distancia, en un raudo escorzo de perspectiva. El auto cobraba camino a sesenta kilómetros por hora. La bocina no callaba, y asustados y hoscos los campesinos, dejando el centro de la vía, se bajaban a las cunetas, temerosos de ser arrollados por aquel obús con ruedas que, con fragor de trueno, cruzaba ante ellos, entre una nube de polvo que el aire desalojado aveñtaba sobre los arbustos de la orilla. -i No tan aprisa, señor, por Dios, que nos estrellamos 1 \ imploró doña Camila aterrorizada. Blanca y Luciano rieron. No había nada qué temer i el chofer er.è habilísimo y la carretera estaba espléndida. -Si nos estrelláramos la sentiría por su mamá, dijo Bianca riendo al oído de luciano. -¿ y por mí Iló? -Nó, porque a usted lo ne:esitaría para que me acompañara en el cementerio. ARTURO 101 SUÁREZ -i Ah, de suerte que usted quiere que yo la acompafle en la muerte .... ! ¿ Y no quisiera qu~ la acompañara más bien en la vida? -Nó, en la vida nó, acentuó ella. -¿Por qué? -l:s imposible .... im¡.>osible, puntualizó la joven, bajando más la voz, temerosa de que se enterara doña Camila de lo que hablaban. Dejaron atrás a Zipaq uirá, y empezaron a correr por la llanura que avanza hacia Nemocón. Al fin resolvieron regr~sar. Se iba haciendo tarde, y el tren podía llegar a C1jicá antes que ellos. y casi que tal sucede, pues en llegando los paseantes a la estación, pitó la locomotora en el paso del puente sobre el Funza. Cuando paró el convoy, el señor Linares bajó del vagón -cojeando, y un poco pálido, pero riendo con buen humor, al ver a los que venían a encontrarlo. Blanca cayó en sus brazos y besólo mimosa. -Papacito, ¿has estado malo? Tienes mal semblante. -Sí, hija, un tantico. Llovió mucho ayer por Bogotá y el frío me ha recrudeciJo algo este reumatismo .. Pero no es cosa de cuidado. A ver señora, Luciano, tánto gusto de verlos por aquí, añadió atento, estrechar.rto a éstos las manos. Regresaron en seguida a Villa-Blanca, en donde comieron todos juntos esa noche. A los postres dijo don Die~o a Luciano :-Leí ayer su . articulo en El Tiempo Muy bien; me pareció que trataba usted el tema con mucha propiedad. Yo creí:}. que usted sólo escri· bía literatura y crítica, y he visto ahora que la hace tan bien en la 'política como en aquello .• Luciano agradeció. Había que hacer de todo .... B!;mca preguntó a su padre si había traído el periódi.:o en que estaba -el artículo de Luciano, y le fue respondido que ahí venía en el saco de viaje. Levantáronse. Don Diego y Luciano fueron a tomar el café en el vestíbulo, y allí hablaron largo y tendido sobre po· lítica, pues a don Diego, aunque no la hacía, le interesaba. El decía que la política es una mala amiga de quien por desgracia necesitamos continuamente, y que por ello no es con ve· BANCO DE LA REPUBLlCA ltIl.IoTICA LUI$-ANGa ~ 102 EL ALMA DEL PASADO niente desatender i que todos debemos conocer de ella, para poder fiscalizar a los que la usufructúanl porque de la contrario éstos convierten el país en un feudo, y a los ciudadanos en sus siervos. -Sí, confirmaba con decisiôn Luciano, hay que tener a esa gente a raya. Si los dejamos solos nos aplastan y se llevan lo poco que hay. Político es en la mayoría de los casos sinónimo de mectrador, y quiere muchas veces decir cínico y hasta perro. El político de profesión posee por lo regular una singular virtud: la de la resistencia. En efecto: no hay una epidermis moral más coriácea y rugosa que la suya. Es una especie de piel de cocodrilo, en la cual se embotan los dardos de sus enemigos. Se le interpela, se le insulta y se le vapula; él, en tanto, sonríe. Va derecho a su fin. Por encima a por de· bajo, volando como los buitres a arrastrándose como los reptiles, pero va .... va siempre. V llega las más de las veces. Es un curioso tipo de arribismo. V cuando logra sentarse donde. quiere, se repantiga a su talante, respira con desahogo y satisfacción, escupe por el colmillo, y ve al mundo del tamaño de un confite que, como es natural, se puede tragar dulcemente. Casi nadie hace política por puro espíritu de patriotismo. Todos los qqe se lanzan a la intriga burocrática van en pos de la pihnza.\ No es la salud de la Patria, es el tufillo de la hogaza pr<:supuestal el que los atrae. Salvando del remolino político un reducido grupo de patricios honrados y tie periodistas independientes, la demás que queda es gentes de mala ca. tadura y peor jaez, que las dan de caballeros sin tener de ello más que la que a caballo compete. Una horda de famélicos que, a no tenerlos sofrenados con la vindicta y el denuncio de sus trapacerías, serían capaces de asesinar a la República, y luégo caer sl)bre su cadáver, como una jauría de hienas, y con ansia voraz devorarla en un instante. Cuando yo veo a ciertos políticos con chistera y sin cartera, dando sus impacientes paseítos por antesalas y redacciones' digo para mi cachucha: este huevo quiere sal. Plegue al cielo que a este tío no le dejen prenderse, porque es capaz de irse con el globo, colgado de una cabuya, aunque sepa que de la más alto a donde pueda subir por sus artimañas y desenfado, se venga al bajo suelo que imperiosamente lo reclama, como cosa suya, y se le rompan los trastos y los huesos. ARTURO SUÁREZ 103 y cuando veo, continuó Luciano con beneplácito de don Diego, que la escpchaba entretenido, a un oligarca de amplia envergadura, pasearse con aire de triunfo por las calles, concediendo a los amigos la Ii-.nosr.a de un saludo, repartiendo la protección de una sonrisa a sus admiradores, y mirando napoleónicamente, por sobre el hombro, a todos sus vasaltos, se queda uno patidifuso .... y sin el sombrero en la ea· beza. i V pensar que este decorado personaje sería capaz de ven· der el honor nacional por una talega de águilas americanas! ¡V pensar que este cliente perenne de los altos empleos es a menudo un quídam de frac, cuando no un abominable Pacheco! j Oh, cuán triste es ver de cerca la naturaleza de los astros! dijo alguien, por ahí. Hay conciencias de políticos en cuyo fondo tenebroso hay fango suficiente para fabricar cien traidores y quinientos ladronei. No sé, añadió Luciano, si en los demás pa¡'ses pasará la propio que aquí en el nuéstro (supongo que sí, porque en todas partes se cuecen habas, y esto por ende es muy humano), pero le con fieso, don Diego, que me da grima ver las claudicaciones de ciertos jóvenes de talento, en quienes se tenían e~· peranzas fundadas de ser algún día conductores del pueblo, acre ditando su honorabilidad con la firmeza de sus convicciones, con su honradez y probidad, amén de su labor al parecer juiciosa y sincera, y que el día menos pensado viran de bordo, arrear. la bandera y .... a otras playas. ¿ Qué se hizo ese carácter? ¿A dónde ha ido a parar esa energía con el pendón que tan gloriosamente defendiera? nos preguntamos asombrados. Val· guien nos susurra al oído, con una risa sardónica que II~J :.e sabe si es de desengaño a de ironía: -¿'Qué quiere usted? ese señor ha abandonado el campo, cansado de ramonear en los charrascales de la oposición, y ahora se ha marchado a la otra tolda, en donde hay buena cocina, temeroso de que se le dañe la digestión. V no es que haya odiado inopinadamente sus ideas, a las cuales venera in pectore, y mantiene guardadas en un recóndito, Íntimo relicario: es que el viento de las conveniencias ha hecho girar la voluble veleta de sus credos externos y opiniones para la exportación; simplemente lo corrompió el presupuesto. Ni fue su cerebro el que la hizo girar, fue su estómago, que es una víscera menos sentimental, pero más práctica y exigente. 104 EL ALMA DEL PASADO Mientras don Diego y Luciano hacían política, doña Ca-mita y Blanca hablaban en la sala de asuntos caseros y de modas. Todos se reunieron luégo en el gabinete del plano, y Blanca tocó algo de los grandes maestros: un capricho de Mendelshpn y una selección de concierto de Saint-Saens. Después se habló de un viaje que tenía Luciano para Bogotá el jueves próximo. -Siento mucho manifestarle, dijo Blanca sonriendo a Luciano, que va usted a tener que apresurar a transferir ese viaje, porque el ju~ves la necesitamos sin falta aquí con su mamá. -Sea como usted la mande, señora, respondió Luciano galante; que una leve insinuación de su parte es para mí una orden perentoria. CAPITULO XI Doña Camila y Luciano comentaron después el anterior asunto. ¿ De qué se trataría? .... El jueves temprano tuvo Lucianc la fortuna de encontrarse en la carretera con llna de las criadas de la quinta que iba a un mandado. -Voy a preguntarle una cosa, dijo Luciano a la :nucha· cha deteniéndola, pero me guarda el secreto. ¿ Qué hay esta noche en VilIa- Blanca? -Es el santo de la señorita. Pero no diga que yo le he contado, porque a ella no le gusta que sepan, y si por ella fuera, no harían fiesta ninguna, pero el señor Linares nunca deja pasar esa fecha en blanco. Esta tarde llega gente de Bogotá. Las señoritas Riberas también están convidadas. Lo único que no les gusta es que manden regalos. Despidióse Luciano de la muchacha, y abandonando el proyecto que tenía de pasear a la largo de la via, cambiólo por este: iría hasta la sierra y recogería en los rastrojos de la falda las más raras flores silvestres que encontrase, para que ARTURO SUÁREZ 105 CO/1 ellas su mamá le arreglara un tronco rústico que él mandaría a Blanca, seguro de que lo aceptaría gustosa, pues sabía la grande afición que ella tenía por las flores del campo. Luciano comprendía que 10 que a ella no le gustaba eran los regalos de lujo, pero un sencillo obsequio como éste lo recibiría con agrado. La mañana establ esplendorosa. La noche anterior había llovido, y ahora se levantaba de la tierra un vaho húmedo y. blanquecino por entre el cual, como al través de una impalpable gasa, se tamizaban los rayos del sol en una suave caricia tibia~ Luciano sintió que su pecho se ensa:1chaba aspirando aquellos 1ibérrimos aires que, aletelndo :>obre los cerros, bajaban al valle, trayendo en su alma errabunda toda la pureza de las nubes dormidas sobre -las altas cumbres. Experimentaba cierta grata alegría de vivir. A pesar de las negativas de Blanca, Luciano no desmayaba. fI fuego está por dentro, musitaba esperanzado para darse ánimo. Quien recorre las blancas llanuras heladas de Oroenlandia, también sabe que bajo esa muerta capa de hielos eternos palpita el ígneo corazón de la tierra. iExcelsior, excelsior! gritaba íncesantemente su esperanza. Llegó a la loma y discurrió por entre tojos y zarzales, buscando flores encendidas como su corazón, y de perfume ea· pitoso y penetrante que supiese hablar de amor .. Recorrió las breñas, robando a los matorrales salvajes y a los brezos bravíos las mejores macetas con que diademaban sus copas zahareñas. Violó con su mano los vírgenes ropajes de las frondas cerriles, y extrajo los más frescos y entreabiertos capullos de rosas nacidos a la luz de la aurora. Rompió felpas de musgo sedoso, y rasgó aterciopeladas alfombras de líquenes húmedos. Desgajó tirsos de flor~s azules que se alzaban ufanas entre las maternas ramas, y alargó su osada mano hasta alcanzar las más lozanas y gallardas flores que los zarzales defendían con sus aguz:adas tunas y sus abejorrùs negros de ponzoñ:\ cruel. Desgarrando enredaderas. hollando el crecido frailejonal y cortando con su navaja de monte lianas y bejucos que se abrazaban a los. troncos como pulpos ansiosos, y quedaban goteando la sangre lechosa de su savia, hurtó a las escondidas parásitas sus espigones floridos y olorosos. Destrozó 106 EL ALMA DEL PASADO los espinosos cardos que protegían, erizados de púas, las airo· sas clemátides nacidls entre ellns, y arrancólas, dejando huérfanos y vencidos a los cardo5 que derramaron sobre el árida arena lágrimas inconsolables de rocío. El canto de los chirlobirlos alegraba las umbrías que iluminaba el sol. De arriba, encima de las peñas de la ladera, en· tre cuyas hendiduras brotaban acantos y laureles, venía el arru· \la matinal de las torcaces y el canto mon6tono de los chalon· gas. Más atrá'i empezaba el silencio de los páramos, sobre cuyos arenales fríos, matizados a trechos de C;¡ctos desamparados, planeaba calladamente el vuelo de las águilas pardas. Trep6se Luciano a un risco, y desde allí contempló la di· latada Sabana, el hermoso e hist6rico " Valle de los Alcázares" que, como un Amazonas· de verdura, se extendía hacia un han· do confín, azulado y borroso, encajonaçla entre falanges de se· rranías por cuyas pendientes escarpadas subían, en una invasión gris, las hileras de eucaliptos, como un asalto de húsares de la guardia de la Naturaleza. En el fondo, entre nubes remotas, se adivinaba la grieta azul que abriera otrora en la barrera de los montes el buen dios Bochica con su vara milagrosa, para precipitar las ag'uas que inundaran antaño la llanura, por el blanco vórtice del Tequendama. La vasta altiplanicie se espaciaba cubierta de sementeras, de vallados y bohíos. A las arboledas oscuras sucedían los blandos trigales, y a éstos las alquerías en donde bramaba el ganado y ladraban los perros pastores. Amall:!amados en un solo murmullo unánime, llegaban hasta los oídos del j6ven el rumor de las labranzas, el trino numeroso de las aves, el canto de las lavanderas y el grito mañanero de los rapaces que arreaban las vacas hacia el establo. La gran llanura suave parecía una inmensa espalda tatuada. En grandes cuadros de tonalidad distinta, se diferenciaba el verde oscuro de los papales y maizales del verde tierno de los campos de cebada y hortalizas, y del opaco y desvaído de las gándaras y tierras de secano. Las carrileras d~ los ferrocarriles, las vaguadas, los largos caminos caprichosos, los surcos t gamellas, las cercas cobijadas por ampulosas enredaderas, que parecían altare'i franjados de florecitas castas, los ríos sinuosos, las zanjas interminables llenas de un agna ver?e" inmóvil, ARTURO SUÁREZ 107 y pobladas de malezas floridas, se cruzaban, huían, parecían bus· carse otra vez, e iban al fin a perderse, como enmarañados hilos de una madeja inverosímil, allá abajo, en lontananza, donde el sol reverberaba sobre blancos pueblecitos y en las claras la· gunas que, semejaban espejos rotos y dispersos sobre la yerba lejana .... A espaldas de Luciano se empinaban las verdes faldas de los cerros, escabrosas y eliazas, como altísimos antemurales que enc::\jonaran. a trechos el profundo cielo, formando fantásticos y radiantes golfos de zafiro, entre costas de esmeralda y cabe las mágicas riberas de un océano encantado de infinito .azu!..... Villa-Blanca se divisaba no muy distante, entre un nido de cerezos y nogales. Allí estaba ella. Allí la vería esa tarde; allá le enviaría esa brazada de flores montañeras que cogiera hiriéndose las manos con las espinas, y rasgándose el traje con las agudas chamizas. Para ella eran .... Y las besaba, porque sa· bía que sobre sus pétalos ingenuos ella iría a posar sus dulces ojos, y porque en sus corolas inmaculadas ella iría a aspirar con deleite las esencias vírgenes del monte. A corta distancia de la quinta blanqueaba también la casita en donde su madre lo aguardaba. En esas dos moradas ha· bitaban los dos adorados seres para quienes él vivía en el mundo. Por ellos alentaba. Ellos eran su amor y su esperanza. Luciano bajó al llano. En el sombrajo de un espino se sentó fatigado a descansar, y contempló entonces en calma el haz de flores que cogiera con tánto sudor y fatiga. iQué bellas eran con sus vivos colores, sus pétalos lozanos y su aroma cándido! ¡Cuán semejantes a sus esperanzas! .... Mañana estarían marchitas, apagadas, muertas. Tal vez también sus ilusiones .... Por el borde de un barbecho cercano corría una fuente limpia y mansa que llegaba de la sierra, coronada de espumas. Luciano fue hasta la orilla. El esparto y la grama medraban fértiles en sus márgenes, y en las aguas tranquilas se bañaban piando las golondrinas . . El también quiso bañarse, y desnudándose, se zabutló en las purísimas linfas, que le devolvieron el gastado vigor con su caricia saludable y fresca. A las doce llegó a la casa. Almorzó y se puso, en compañía de su madre, a componer el tronco que había de man· dar a Blanca. Doña Camila, que era toda una maestra en acha- 108 El ALMA DEL PASADO ques de adornos, hizo del tronco una verdadera obra de arte: A las cinco se encaminaron madre e hijo hacía Villa-Blanca. Cuando llegaron ya estaban ahí las Ribe'ros con sus novios los González. La sei'iora de Rosales y su gente habían llegado en el tren de la úna. Había otrosí una nueva pareja precedida de una, al r:m~cer, linajuda señora, 'pues su aire señorial, su traje negro, un punto santafereño y anticuado, sus modales severos y su austero ademán, dellunciábanla como a persona s~ñalada y de calidad. En cuanto a los dos jóvenes, eran un par de recién casados, tímida y blanca ella, trigueño y locuaz él i bonita ella y candorosa, guapo él y nervioso. Al entrar en el vestíbulo dcña Camila y Luciano, les fueron presentados los anteriores personajes por don Diego, Q,uien, con las novias Riberas y sus respectivos González, hacían a aquéllos allí compañía. Siguieron luégo hasta la sala, y allá fue· ron recibidos cordialmente por Pepita, Cecilia y Blanca. En mitad de la sala, sobre una mesita de centro, gallardeaba el tronco enviado por Luciano. Este sintió cierta fruición. de complacencia, al ver el puesto de honor que se le con· cedía a su rústko regalo. -Un millón de gracias por su tronco, Luciano, murmuró Blanca, estrechándole la mano. Me ha dado usted una agradabilísima sorpresa. Son muy de mi gusto las flores, y el arreo glo está primoroso. -¡Ay, sí, divino! dijo a esta sazón por la bajo y miran· do el tronco Pepita a sú mamá. Esta, que se quejaba del frío en un extremo de la sala, envuelta en un espeso pañolón de lana, avizorando con ojillos maliciosos de ratón todo cuanto pasaba a su alrededor, no contestó nada. Cecilia Riberas le preguntó luégo. -¿ Cómo le parece el tronco, misiá Berna? Esta, con voz sorda, como d zumbido de un moscón, respondió al oído de la joven: -No me parece nada .... i Valiente gusto, Ave María, habiendo flores tan bonitas en los jardines, ponersè a traer rastrojo! -Pero, precisamente, ahí está la gracia, aclaró Cecilia, en que no son comunes, SillO flores raras de monte, muy lindas y diffciles de conseguir. ARTURO 109 SUÁREZ -De cualquier modo, esa es una .... campesinada, rugió el endriago bajo su pañolón. La señora de traje negro se llamaba doña María Manuela de la Cruz de Olózaga. Era pues todo un hidalgo nombre de vieja casta infanzona, cuyo escudo y blasones empezaron a brillar desde los fundamentos de Santafé, y cuya cepa y raíz, al decir de genealogías y abolengos que doña María Manuela se sabía de memoria, ya eran rancios y de grande valimiento en la España de Carlos V. Los dos recién casados, de los cuales el marido era hijo de doña María Manuela, se llamaban Germán de Olózaga él, y ella Elenita Vílloslada. Los visitantes se dividieron en grupos animados que n'a daban un vagar a la charla vivaz y aL cotorreo familiar Las viejas se recogieron en el rincón de doña Berna, porque ella se dio sus trazas y arbitrios para reunirlas allí. Roberto Rosales, Guillermo Riberas y Luciano, con Pepita, Blanca y Cecilia, fcrmaban el segui1do grupo. El resto de la gente andaba por el vestíbulo con cion Diego a la cabeza, quien estaba hecho unas castañuelas. El día del santo de Blanca era el mejor del año para él; era el único en que mordía vidrio," según gráfIca expresión que él usaba para decir que bebía unas cuantas copas de licor. Pasó un sirvierte con una gran fuente de plata redonda, distribuyendo en delgadas copitas latinas un espumoso y exquisito vino del MoseJa. -j Por la reina de la fiesta! exclamó Luciano, indicando a Blanca y alzando la copa. -j Por ella l. brindaron todos, y apuraron alegremente el champaña. Blanca estaba divinamente ataviada. No porque su vestido fuera suntuoso, sino por el gusto con que estaba confeccionado, y por la gracia y donaire con que ella sabía lIevarlo. Era un trajecito de sedeña « georgette" color de caña que,. ciñéndose con justeza a su esbelto cuerpo, dábala un aire grácil de mariposa humana. LI ~vaba los menudos pies calzados con zapatos blancos y medias de seda del mismo c0lor. Los brazos m6rbidos, de sonrosada albura, estaban velados discretamente por una vaporosa manga de punto sutil. Llevaba la madeja de oro de los cabellos aprision'ada con ganchos de nácar, y con Il 110 EL ALMA DEL PASADO- una suerte de balhaca de brillantes que fingían, con el magreo chispeo de sus aguas. una diadema de rocío sobre un haz de espigas de trigo. Blanca a todos sonreía con sus labios encendidos y al parecer ávidos, de los cuales se dijera que padecían de una recóndita '1 secreta hambre 'amorosa. A poco sonó el piano, y, como era natur al, el baile comenzó. Luciano sacó a Blanca, Mientras bailaban élie susurró al oído: -Está usted esla noche bloqueada. Guillermo, Roberto y yo, amén de uno de los Conzález, la tenemos sitiada. Este último, según noté desde la otra noche, si no fuera por no at>andonar indecorosamente su puesto alIado de Conchita, también estaría aquí a su v~ra, pues la mira a usted con ojos de carnero degollado, y barrunto que ya diera de buen talante tres horas de confidencia íntima con su Con chita, por cuatro palabras de igual calidad con usted. -j Ave María, Luciano, no murmure! protestó ella riendo. Déjese de hablar necedades, que usted es el hombre que más cosas inventa, -Nó, señora, no son fantasías. Es la verdad desnuda; y la peor es que esta noche va a tener que decidirse por al, guno, porque este cortejo perenne no creo que esté usted dispuesta a tolerarlo por más tiempo. Aquí nádie sabe ahora a qué atenerse, y hay que ver cuál se lleva la palma. -Sí, comprométame, ¿ oyó? j Virgen, qué hombre tan malo 1 -Nó, pero ~í es que se necesita ahora solucionar un conflicto y arreglar una situación. El favorecido aprovechará sus privilegios y hará uso de sus derechos. los rechazados nos retiraremos a nuestras antiguas posiciones, y guardaremos una actitud circunspecta y resignada, sin volver a asumir inútiles e impertinentes ofensivas. -j Nos retiraremos L... repitió ella con énfasis. V usted se retirará tan a gusto, ¿verdad? -Habré de aceptar, gústeme que nô, los hechos cumplidos. -¿V los aceptará con serenidad e indiferencia ?.... -Ignore algo, Blanca, sonrió Luciano. Eso pertenece a mi fuero interno. ARTURO SUÁREZ 111 -Va seguiré siendo como de costumbre con todos, pues no veo razón alguna para preferir ni rechazar a ninguno de mis amigos, a quienes estimo por igual. En cuanto a amores .... ya le he dicho repetidas veces cómo sayal respecto. -Sí, fda y venenosa como las serpientes. Rieron ambos con risa helada, insincera, con esa risa superficial que contrae los músculos de la cara, pero que no tiene asomos de alegría, ni valor íntimo alguno de espontaneidad, que más tiene de acritud que de dulzura, más de pena que de gozo. Terminada la pieza, se sentaron callados. Guillermo asediaba a Blanca sin tregua. No despreciando ocasión de hacerle alguna discreta manifestación, levantóse del puest(i) donde estaba, vino a sentarse junto a ella, y púsose a hablarla en voz baja y en tono confidencial. Blanca parecía escucharlo con mucho interés. Viendo Luciano que la conversación se prolongaba, pidió permiso y fue a colocarse al lado de su' madre, que de partía muy amistosamente con doña María Manuela. Luciano pudo observar bien de cerca la distinción, aire y maneras de esta señora, que era, sin duda, lz. persona más aristocrática de la reunión. Grande y vieja amiga de don Diego, quien la tenía en alto y señalado aprecio, supo captarse también el cariño de Blanca, quien, aunque no intimase con ninguna amiga, sentía por esta señora algo así co ma un filial afecto. Don Diego decía que, si no fuera por la chifladura de sus pergaminos, doña María Manuela sería una mujer perfecta. Su con· versación era correcta y amena, reveladora de un entendimiento cultivado y selecto, y de un espíritu pulcro y virtuoso. Las dos madres, gracias a su igual condición de viuçias y a la similitud de tener sendos hijos varones, hicieron desde un principio muy buenas migas. Cuando llamaron a comer, Guillermo se apresuró a ofrecer el brazo a Blanca. Luciano llevó a doña María Manuela y don Diego a doña Camila. Don Diego estuvo en la mesa sumamente locuaz. Había "mordido vidrio," y tenía regada por el cuerpo una alegría más festiva y bullanguera que un pandero andaluz. Afirmaba que en ese día cada trago le quitaba diez años de encima. La mesa estaba magníficamente bien presentada. Las vian- 112 EL ALMA Dn PASADO das y potajes eran variados, exquisitamente condimentados y mejor servidos. Abundaban un delicioso vino rojo de uvas y otro excelente y espiritual de alegría. Durante la comida, Luciano miraba con disimulo a Blanca y Guillermo, que seguían muy entretenidos en su conversación. Sus ojos pocas veces se encontraron con los de ella, y cuando tal acaecía, ambos los apartaban intencional mente, pero con naturalidad al menos aparente. Luciano creyó sorprender 105 ojos de doña Bernarda fijos en él con cierto fulgor malévolo Sin duda se habría dado cuenta de las ventajas obtenidas a última hora por el rival de Luciano, y por eso la miraba con una burlesca risilla contenida. Cuando le hablaban sus vecinos, apenas rezongaba, ocupada sólo en yantar y en fisgar cu:mto ocurría en la mesa. Y era como un gran cerdo cebado que gruñía mientras comía. El único adorno de la mes;¡ era un artístico búcaro de tierra cocida que en el centro derramaba, como llamas, un gran haz de claveles purpúreos .. Durante la comida hubo un brindis general y efusivo por don Diego y otro por Blanca. Al levantarse de la mesa, a Pepita se le ocurrió una idea, y dijo esto: -Como esos claveles que hay en el centro son míos, porque los cogí en el jardín esta tarde, °me tomo la libertad de obsequiárselos a las señoritas, para que ellas a su vez los coloquen en la solapa de sus respectivos .... preferidos. Todos 105 hombres aplaudieron. Luciano pudo observar que Blanca mudó ligeramente de color. -j Qué neci;¡ eres, Pepita! contrarió Blanca con un desa~ona~o gesto. -La que no quiera regalar clavel ~ueda eximida de la obligación, palmoteó Pepita, empeorando la situación Cada cual colocó la flor en la solapa de su compañero de mesa. Luciano notó que la mano de Blanca no estaba muy se-gura al colocar el clavel en la solapa de Guillermo. Una leve turbación la hizo vacilar por un instant6, pero en seguida recobró su serenidad habitual. Ya en la sala otra vez, la conversación se generalizó alrededor de los dos recién casados. Todos, entre bromas y alaban- ARTURO SUÁREZ 113 zas, hacíall a la simpática plreja un comento lisonjero. La joven, roja como una guinda, agachaba la cabeza y contestaba con monosílabos El, en cambio, atizaba la hoguera, tejiendo cuchufletas a costa de su mujer, que los hacían reír a todos y poner más colorada a ella. Al fin él se le acercó, mimoso, y cogiéndola una mano, le echó con muchas mieles y zalemas unos piropos para contentarla. Ella lo rechazó, haciéndose la brava, porque diz que les estaba ayudando a todos en la burlil. en vez de defenderla. -i Qué pareja más simpática! dijo a esta sazón Cecilia Ri· beros. i Y cómo se adoran! -Pues, hijitas, a seguir el ejemplo, instigó doi'ia Camila, dirigiéndose a Cecilia y a I31anca que estaban a su lado en compañía de dalla Bernarda. Esa es una senda de ventura que no les está vedada a ustedes; a ustedes, a quienes les sobran cualidades y prdcndientes. -Eso, en tratándose de Blanca, me parece muy puesto en razón, aceptó Cecilia. -Creo que vas descaminada, Cecilita, le devolvió Blanca. Tú al menos tienes vocación de casada, al paso que yo .... --Todas las mujeres tenemos vocación de casadas, mis r.hinitas: no hay que ser hipócritas; y en todo caso, cualquiera de ustedes, casada, sería menos melindrosa que esa muchacha, atizó el moscorrofio ùe Rosales, refiriéndose a Elenita. ¡Menuda lidia la que le va a tocar al marido para bajarle el moi'io a su paloma! --No, si por el contrario, es muy suave y buenecita, defendiÔ Blanca. il Lja de Diús! ¿no te has fijado en la repelente y zalamera ? ... Si rarl'ce de alfeñique la muy remilgada, repelió el tanke. --Esas 5011 quisquillas muy naturales en los recién casados, abog(í la sei10ra Camila. Pero lo cierto es que es perfectamente envidiahle la felicidad de esos dos chiquillos El trato que se d:Ul es de la más dulce y tierno. El la mima como a una muñeca, y ella respira por los pulmones de él. Yo creo que si existe la felicidad en el mundo, ellos la poseen. Doña María Manuela se hace lenguas de la vida tan dichosa que hacen esos muchachos. Dice que el goce de ser madre se le ha duplicado, porque un hijo que tenía, con el matrimonio se le ha convertido en dos. Que cualquier cosa que él trae a la 8 114 EL ALMA DEL PASADO casa a que ella compone para él, así sea simplemente ulla gclusina, es motivo de fiesta y regocijo Que toùo lo que ella hace es una gracia y todo Cllanto él ejecuta una haz3ña. --Eso mientras pasa la luna de miel, aulló el vestigIo. -Después vienen los hijos, que son un nuevo y más grande halago. --iJum, mis hijas! hasta ahí dura la tranquilidad; un muchacho berreando al 'rincón destiñe la más dorada ilusión y empaña el más brillante de los !'uellos. -Pues a todas lias han berreado y no nos quejamos .... -Sí, y pueda ser que un mocoso bien llorón le quite los berrinches a esta f¡limisca, remató la horrenùa señora. Temerosas de enzarzarse en una disputa con semejante basilisco, doña Camila y las dos niñas creyeron prudente dar fin y pun~o a la discusión sobre este tópico. Comenzaron a bailar de nuevo. Guillermo sacó 2. Blanca y bailó con ella tres piezas seguidas, conversando siempre con la misma intimidad e igual interés que al principio. Luciano, entretanto, se hacíJ el desentendido .. A la cuarta pieza, Blanca, que se había sentado cerca de Luciano, lo invitó con naturalidad y confiallza a bailar. Bailaron al principio en silencio. Luégo ella le preguntó: -¿ Por qué está tan serio, Luciano ? Ya ve, he tenido yo misma que sacarlo a bailar. Como no le vaya a pasar la mismo que la otra noche en casa de las Riberas .... -Creo estar como de costumbre, respondió él con una sonrisa artificial. Una pareja que pasÓ junto a ellos chocó con Luciano y le derribó el clavel que tenía en la solapa. -¿ Quiere reponer su flor? le propuso Blanca, parándose y quitándose del pecho un jazmín que llevaba prendido. ---No, no, Blanca, mil gracias .... Sin embargo, ella insistió y le puso la flor. Ya casi al terminar la pieza, Luciano preguntó a Blanca qué era la que tánto tenía que hablar con Guillermo. -No soy yo .... es él quien tiene mucho que hablar conmigo Va te"go tanto que hablar con él como con los demás. A las doce terminó la fiesta. Unas se quedaron a dormir allí, otras se fueron a sus casas. ARTURO 115 SUÁREZ CAPITULO XII Luciano se acostó preocupado. La conducta de Blanca aquella noche le resultaba un poco ambigua. Su intimidad con Guillermo se le hacía ahora un punto más que significativa. Ya Luciano la observara dèsde la noche del otro baile, y ahora le resultaba esa misma intimidad más notoria que nunca. ¿ Es· taría Blanca enamorada de Riberas y querría ocultárselo a Lu. ciano a todo trance? Si esto era así, ¿ qué interés podía tener en la último? V esa insistencia de ella en negarlo, como se la negó la primera noche, ¿a qué conducía? Otra cosa que hallaba Luciano inexplir.able era la tendencia de ella a animarlo y contentarlo cuando la notaba corrido a contrariado. Esa noche también lo había invitado a bailar como la otra vez en casa de las Riberas, y hasta le había recalcado ella misma el hecho. Después la obligó a recibir el jazmín que llevaba en el pecho .... Con Roberto Rosales también había estado ella muy amable, pero Luciano no dejaba de comprender que StlS preferencias habían sido para Guillermo. j Qué idiosincrasia más peregrina la de esa mujer, Dios santo! V para colmo y remate de aventuras, al día siguiente que volvía Luciano de caza, por la tarde, con su escopeta a hombro, la primero que vio al llegar junto a la Villa fue a Blanca conversando con Guillermo, quien estaba a caballo al pie de la ventana. Luciano apenas sí pudo balbucear un saludo a Blanca y darle la mano a Guillermo, una mano helada, como de muerto. Después de preguntarle a ella por su padre y a él por su familia, se retiró pretextando cansancio. No quería que ellos notaran su turbación. Se sentía aniquilado y le flaqueaban las piernas. Llegó a la casa y se derrumbó sobre un sofá. No quiso por la pronto contar nada a su madre. La emoción la tenía casi paralizado, y le faltaba ánimo aun para hablar. El cerní- lIó El ALMA DEL P,\SADO cala de los celos y el fantasma del despecho habían hecho sÚbita, inesreradalll~nte, presa t:il él, dejánùole el alma hecha retllos, y sentía corno si una mole hubiese caído sobre su corazÓn, aplastándolo bajo el pe50 abïUlllador de la irreparable. Un pcnsamiento negro como ulla nube de tempestad, le cubrió el entendimicnto y le anub!6 la frente, poniénùo!c sobre ella una como vcnda tenebrosa y tr<Ígica (. Por qué en el ma· mento en que vio la que había visto, no se le ocurriÚ una solución inmediata del gran problema que le torturaba el espíritu? Su escopeta de clos callones venía cargada con sendos cartuchos. ¿ No había sido lo nl.ís indicaùo apuntar ell són de broma. al ¡wcho de ella, destrozarle el corazÓn ingrato y ado· rada, por el cual el suyo palpitara enloquecido, y después volver el arma contra sí mismo, y con el otro tiro que quedaba Iibcrtarse para siempre de la obsesión fatal ? ... Pero, ~ a qué hacer ya reflexiones hsensabs e inútiles? A más de ser aquello un negro horror, la oportunidad había pasado, y ahora sólo quedaba la re:didacl cruda 'f agresiva, desolada y árida, como la plani:ie illterminable y s~dienta de un d~sicrto africano, sin agua de consuelo, sin verde de espcranzJ, sin sombra de frescura, sin límite;; .... Despejada estaba la incógnita: Blanca amaba a Guillermo Riberas. No había ya duda alguna. Y por misericordia, por caridad, se la había ocultado siempre a él. i P')!" célridad L... j Qué triste condición de m2ndigo de amor la suya .... y qué humillantc ... y amarga! Sencillamente aquella mujer la engat1aba ... Y había otra hipótesis más desesperante aún que la anterior, y que casi, casi se c011llcnsaba en cruel certiùumbre: tal vez Blanca se había burlaJo de él, se h:,bía divertido con su sentimiento, por mero c;¡pricho femenil, y había jugado con su corazón, como un niiío con un) bob de caucho. Y a fuer de desleal habí:t mentido ACjc¡ella ll1ujer, en fin, no era la que él conociera antes. No valía la pena de matarse por· ella. Ni siquiera de sufrir quizá .... Toda la aureola radiosa de prestigio que su fantasía forjara a1rededor de ella, se ùeste¡lía, desaparecía en un tl,'ris opa20 de traición y falsía, indigno todo de la grandeza Je su ideal. La estatua de mármol se convertía en mu¡)eca de loza, la diosa en fetiche. j Qué ironía, qué desencanto~ No s~ poJía llorar, ni siquiera suspirar. Era una fementida, ivive Dios! Era un castillo lUll1inoso y quimérico, cr· ARTURO SUÂREZ 117 guida en Ulla cim l radillltc, sobre el cual Inbía soplado de repente una ráfaga huracanada )' ardiente que incenJiara sus bastiones, aver.tando las riedras al abismo, dejando sólo en la cúspide escueta U'l mOltÓn d~ cenizas he1:ldls y de pavesas muertas, que un ábrego siniestro y silencioso se encargaba de esparcir sobre los bosqucs atÓnitos. H2bía sido UII cataclismo mudo, instantáneo. Sobre el alma de Luciano, florc-:ida Je suel1os, como en un jardín arruinado, sólo quedab:m hojas desgarradas, raíces secas y escombros que lin viento inclemcnte de fatalidad bJ.rría. Sus ilusiones, C01110 mariposas espantadas, l1abían huído bajo un cielo plomizo sin azul de esperan/a. En el torbellino del dcsengallo habían naufragado todas sus rosas de pasión, y sobre el poniente apagado caía la inmensa noche del desencanto. Luciano c:ayó en un estado de insensibilidad e inconsciencia. ¿ Qué hacer? Nada. Ni llorar, ni protestar. Era el triste despertar de lIll SUCIlO brujo. Aladino, el de la lámpara maravillosa, había resultc:do ser el sacristán de la iglesïta de la aldea que llevaba lin candelero. Sepultados bajo el derrumbe de su hogar interior agonizaban los capullos de su rosal de cariño cuidado con esmero, y sobre las minas yacían, sin un arrullo, sm blancura cn los cuellos, sin calor bajo las alas, los cadáveres de sus muertas palomas amorosas. Llamaron a Luciano a comer, pero no quiso ir. Su madre se le acercó y le pre,¡:unt(í qué le pasaba. -Estoy fatig-ad(l, mamá. Acabo de subir Ulla gran Cllest<loOoo --¿Cuesta en h Sabana? -Sí, la cuesta de Ull calvario, en don:ic, crucificado, acaba de morir mi corazón! CAPITULO XUI Luciano contó al fin a SlI madre todo la que había sucedido. La buena señora trató de tranquilizarJo. Tal vez él er:! demasiado :Jprensivo. A ella no le p.1recía que la cosa fuera para tánto. Que sí había notado la deferencia con que Blanca 118 EL ALMA DEL PASADO atendía a Guillermo, pero que una cosa semejante hacía también con él, con Luciano. Además, la que éste ie contaba de la flor dada por ella era muy significativo. Se veía que ella l!¡uería contentarlo. -No, mamá, todo puede ser, pero ellos anoche se dieron cita para hablar en la ventana esta tarde; de eso no me cabe duda, y yo, sin darme cuenta, los he sorprendido. No pude formar idea exacta de la emoción de Blanca, pero me parece que cuando la saludé estaba encendida. El pecado es cobarde. En fin, mamacita, concluyó él, ya no nos queda más qué hacer aquí. I-Iace bastantes días que estamos en este campo, y es suficiente veraneo. Arrégla todo para que regresemos a Bogotá el lunes próximo. El sábado no salió Luciano en todo el día de la casa. Se estuvo leyendo, empacando sus libros y disponiéndolo todo para el regreso. Después de tencr listas sus cosas, sentóse y tuvo el valor de escribir unos versos que mandó en seguida a Blanca. Estos versos titulaban Quollsque tandem! y en ellos decía Luciano a Blanca que hasta cuándo había de continuar el corazón de él atado al potro del tormento, sin recibir más que amargos des· engaño '. sin esperar de ella más que ingratitudes; y se despedía para siempre, desistiendo de su amor imposible. Et domingo, después de medio día, se fue Luciano por última vez al campo, tomando una dirección opuesta a la en que quedaba Villa-Blanca. A las cinco de la tarde llegó Blanca, acompañada de una criada, a casa de Luciano. Doña Camila salió a recibirla con su simpatía acostumbrada. Aquélla, notando cierto desorden en la sala y en los corredores, dijo: -¿Qué trasteo es este? Ustedes parecen de viaje. -En efecto, le contestó la señora, nos vamos mañana. -j Mañana!. ..• i Pero eso es imposible .... ! ¿ Cómo ustedes nada me habían dicho? -Es decisión muy reciente. El viernes resolvió Luciano el viaje. -Pues es increíble, de veras .... ¿ Y a qué obedece tan repentina determinación? -No sé. Luciano está aburrido y quiere que nos vayamos cuanto antes. ARTURO SUÁREZ 119 -¡Aburrido 1 ¿ V por qué? si apedas hará un mes que están ustedes aquí. . -Cosas de él, Blanquita. -¿V usted también está aburrida? -Va no. --Entonces no deben irse. El tiene que complacerla a usted. -Pero es que a mí no me gusta contrariarlo. irse sin despedirse de nosotros? no, de ninguna manera. Va pensaba ir esta tarde -¿ V pretendían -Eso a su casa. - V.,. él, ¿ dónde está? -Anda paseando. -Rico, ¿ no? El siempre de buen humor, y con ánimo para todo. -Juzga usted mal, Blanca. Nunca había estado Luciano de tan m:ll humor como en estos días. -No parecía tá1. El jueves en la noche .... -Claro, le interrumpió doña Camila: en su casa nadie puede estar descontento. Con la cordialidad que reina allá, con las atenciones y finezas suyas, y con la amabilidad de don Diego .... --Mil gracias, señora. -Pero preciS<\l11ente del jueves para acá, continuó doña Camíla, no sé .... ha estado cabizbajo y preocupado. Quién sabe qué le habrá pasado. será que donde se aburre es aquí en ta casa. -Pues es raro .... -Raro, sí. Siguieron hablando durante mucho rato. Cutind,o ya anochecía, Luciano, que venía a campo traviesa, entró en la huerta de SIl casa por 1;1 puerta que daba al potrero, y llegándose hasta el patiu, oyó qne hablaban en el interior. Acercóse al amparo de un rosal frondoso que esponjaba su ramaje junto al corredor, y por entre las ramas alcanzó a distinguir a Blanca en la sala. --No me volverás a ver, mujer fementida y cruel, dijo en· tre dientes Luciano, y se fue (Jar donde había. venido. Comprendiendo Blanca que Luciano no llegaba y 'Ille se estaba haciendo demasiado tarde, resolvió irse sin esperar más, a 120 EL ALMA DEL PASADO porque tenía que acompafíar a su padre a la comida. Dijo entonces a doi'la Camila que ya sabía que esa noche la esperaba con Luciano en su casa con seguridad. -No, hijita, ya no puedo ir. Pensé en hacerlo esta tarde, pero como usted me dio el gusto de veria aquí, quiere decir que queda la uno por la otro, y además me ahorra el viaje, pues tengo mucho qué hacer. Esta noche necesito arreglar la que falta. Mi visitt queda, pues, hecha así, y usted se encarga de despedirrne de don Diego. -Bueno, pero si 110 va usted manda a Luciano, ¿ verdad? -·Lo mandaré, descuide. -¿ Sin falta? --Eso sí, sin falta. -¿Me promete que la obligará a ir, aun cuando él 110 quiera? -Sí, señora, sí. ¿Y por qué no ha de querer ir? --Como usted dice que está tan .... de mala vuelta. -Sí, pero ante todo hay que cumplir con los deberes de .... amistad. Blanca abrazó a doi'ía Camila para despedirse, y al hacerla le susurró con la boca llena de risa.-Mafíana los vamos a sac!]!" a la estación. Perdóneme que me ría ahora y deje el llanto de la despedida para entonces .... Salió al camino. Allí, como un pájar.o alegre y gorjeadar, siguió haciéndole gorgoritos en la garganta la risa cantarina; y formando portavoz con la mano izquierda, musitó a guisa de secreto :-Dcsamarre siljuiera un petate, mi sei'iora Camíla, 110 sea que mar'lana llueva y no se puedan ir .... V llamando a la criada se alejó por la carretera medio oscurecida por las primeras sombras del anochecer, tarareando a media voz esta tonada sabanera: Linda sabanera: tu Se ve en tus pupilas y Parece·s nacida, divina Allá en las riberas del estirpe española talle gentil; manola. manso Genil. En gracia y donaire ninguna te gana, Viuiste a la vida sólo para amar, Tu risa es murmullo de aura en la Sabana, Hueles a fragante flor de trebolar. ARTURO SUÁRI::Z 121 A donde tÚ llegas, llega la alegría, Tus ojos no saben más que sonrefr, Tu alma es viva y clara, cual la luz del día: Eres un manojo de rosas de abril. Llevas en la boca besos y canciones, Eres dulce y leve como una ilusión, l'as:<s despertando blandas emociones, ¡':res una estrella con un corazón. Comprendiendo la sel10ra Camila la ironía de Blanca al marcharse, dijo para sí: esta muchacha !>abe que puede hacer de mi hijo lo que se le antoje. Es una mariposa que domina al viento. Cuando llegó Luciano, su madre le refirió la conversación que había tenido con Blanca. Al comentar la última salida de ella al despedirse, no pudieron menos de reír los dos ante el confiado y dulce cinismo de la joven A las ocho y media entraba Luciano solo en Villa-Blanca. Claro, tenía que cumplir la ralabra empf'ñacla por su madre. La exigencIa de Blanca tampoco se poùía desatender. Además, había que .... desredirse. -Que excuse a papá que 110 salga a rccibirlo esta 110che, porque se siente un poco mal de los dolores reumáticos, y ha tenido que recogerse temprano, había dicho Blanca a Luciano al darle la mana para saludarlo. Sentáronsc, él serio i ella, con una risita contenida, la miraba de hito en hito, con ojos dulces a la vez que burlones y apicarados. Despu~s de un corto silencio, ella rompió: -Conque se van para Bogotá, ¿no? -Sí, Blanca, si ttsted no dispone otra cosa. -Yo 110 dispongo nada .... Sólo que me ha parecido un poco repentino el viaje. ---Así deben ser éstos cuando se quieren hacer prünto. -¿ y tánta prisa les corre? -Pues sí. ... más bien. Yo tengo mucho que hacer en Bogotá. -Bueno, ahordó Blanca de una vez y sin ambages la cuestión: hágame el favor de decirme, Luciano, con franqueza, ¿ por qué se va? 122 EL ALMA DEL PASADO -Me llaman allá asuntos urgentes. -Bien, así será cuando usted la dice. ¿ Pero es únicamente por causa de esos asuntos por la que se va? - Unicamente, claro. --Permítame que dude. -No veo la razón para dudar. -Insisto. Perdóneme que le diga que en esta ocasión usted no me está hdblando con entera franqueza y sinceridad. -Señora, por Dios, dijo Luciano riendo. ¿Pero qué otro motivo puedo yo tener para irme? -j Hipócrita! -Servidor. Callaron un instante. En la faz de la nma se marcaba una sonrisa difícil. Ella no sabía qué expediente adoptar para forzar a Luciano a manifestarse en plena confesión. El, cono· ciendo los ardides de ella, trataba de rehuír la declaración, no porque no la desease, sino por escudriñar las intenciones y conocer el pensamiento de ella. -¿ Qué quiso usted decjrm~ con los versos que me mandó ayer? --Nada. Deseaba simplemente que usted los leyera. Quería conocer su opinión acerca de ellos. -En su forma literaria los apruebo. En el fondo .... tal vez la intellción, si es que la encierra, esté un tantico viciada de injusticia. --¿Se sintió usted aludida? -Quizá.. .. ~-Algo le acusará la conciencia. -Precisamente por la contrario de eso. Porque me considero exenta de culpa. -i Blanca, no diga eso! j Usted me engaña! -j Qué cargos son esos, Luciano! Yo no soy capaz de engañar a nadie, y menos a usted. -Sin embargo, usted ama a otro, y trata de ocultármelo a mí. -¿ Le ccnsta algo? Me consta. El viernes por la tarde se confirmaron mIs suposiciones. ---Justo, respIro ella CO'1 desahogo. Allí era adonde yo quería conducirlo, porque ya suponía que toda la causa y raí7 ARTURO SUÁREZ 123 de su disgusto provenía de eso. Pues bien, voy a sacarlo de dudas una vez por todas, para que juzgue las cosas en adelante con más tino y menos precipitaciÓn: desde la noche del paseo a casa de las Ribero~, usted, como recordará, me reveló sus sospechas acerca de unos pretendidos amores míos con Guillermo, sospechas que yo desvanecí esa misma noche. Ahora se repite el caso con caracteres más serios y con apariencias más evidentes. Nada menos ciertù, sin embargo, como le vaya demostrar en seguida. Verdad es que Guillermo me pretende con una asiduidad digna de má s alto objeto, y no ahora solamente, desde Bogotá, hace ya algún tiempo. Pero es el caso que nada, hasta hoy, ha podido conseguir. En la noche del jueves pasado resolvió declarárseme de una manera categórica, y de ahí que yo hubiera tenido que escucharlo con atención durante largo rato. Lo cual, como usted comprende, tenía que suceder así, pues el asunto era grave, supongo yo, sobre todo para él que, además, tenía mucho qué decirme. Usted juzgó mal, dejándose arrastrar por las impresiones que le producía nuestra confidencia, y por Último, al encontrarnos conversando, a la tarde siguiente, creyó probablemente en una cita amorosa y .... de ahí resultó en gran parte su proyecto de viaje, ¿ verdad? -Algo hay de eso, sonrió Luciano. -Sí, continuó Blanca, para qué negarlo; usted se puso furioso y me calificó tal vez hlsta de falsa y coqueta. Pero ya verá por qué nos vimos Guillermo y yo esa tarde allí. El me ha· bía concretado el asunto por la noche, manifestándome que estaba dispuesto a casarse conmigo, pero que antes de seguir adelante quería que yo misma hiciera un examen de corazón, a fin de saber si podía contar con mi amor a n6. Va traté de disuadirlo en seguida, mas él no lo consintió; es decir, no me permitió darle en ese momento una contestación rotunda, sino que me obligó a aceptarle un plazo de veinte horas, al rabo de las cuales vendría a recibir la respuesta definitiva, pues que· ría que, durante ese espacio de tiempo, yo meditara y le diera una respuesta bien consciente. i figúrese usted qué ingenuidad la de ese muchacho ....! 1Si necesitará úna veinte horas para saber si ama a nó a una persona! Perv, vamos, yo no podía ser intransigente ni cruel con un hombre que me acababa de declarar su pasión amorosa de una manera vehe- 124 EL ALMA DEL PASADO mente y sincera. Decidí llevarle la idea y complacerlo aceptanda el plazo que me pedía. Cuando usted nos encontró hablando, acababa yo de darle la respuesta esperada. -¿ V cu:H fue esa respuesta? preguntó Luciano impaciente. -Va la supondrá usted .... -:\10, sellara, no h supongo. Dígamela. -:-i I¡ombre de Dins, pues qué le iba a contestar ....! Que yo no la quería. Que le suplicaba que no volviera a pensar más en mí. -Blanca, ¿ me habla usted con toda franqueza y verdad? dijo Luciano, mirándola con fijen y seriedad. -Pero, señor, i qué desconfianza .... ! ¿ Cuántas veces la he engañado a usted? -Ninguna, es cierto. Pero es que la duda .... es tan tenaz. -Pues le juro que es verdad cuanto le he dicho .... Lo único que le ruego ahora es que no me vuelva a mandar versos comù los que me enviÓ ayer. -¿ No le gustaron? .... sonrió Luciano. -Muy bellos, pero demasiado duros para mí. Va no los merezco. -Le escribiré otros que suavicen y borren la mala impresión de estos. -No, no me haga más versos. -¿ Por qué? -Me hacen dafío .... La reconciliación fue completa. -Ahora apostemos una cosa, dijo luégo Blanca, mirando con cierta sonrisita socarrona a Luciano, que ib.a estando ya más vencido que un tronco: apostemos ahora a que ya usted no se va nada mañana para Bogotá. Luciano hubn de confesar que había desistido del viaje . . -¿ No lo decía yo'? declaraba jactanciosamente la niña. Si yo sabía que con mover este dedito echaría por tierra todos sus planes i Qué va! -Sí, es verdad, aceptó acerbamente Luciano. Usted me tiene lastimosamente dominado. -No, sefíor, no es eso. Es que cuando hay ralones justas no pueden prevalecer los errores. Además, usted es excesivamente precipitada, impaciente y .... qué sé yo. ARTÚRO SUÁREZ 125 -Sí, dígalo de una I/ez: celoso, atizó Luciano. Esa es la palabra. -Puede, aunque no haya motivos ni .... objeto. -Objeto sí que la hay .... Callaron. Después entablaron una charla cordial, casi fra· terna, acerca de innumerables y variados temas Pero de amores ni una palabra mis dijeron, ni una sílaba de reproche pronunciaron. fue la larga y amena charla de dos buenos camaradas que se quisieran como hermanos, y que gozaran tanto con sus pláticas como dos viejos amantes reconciliados. ¡Se correspondían tánto sus almas y de tal modo concordaban sus aficiones ....! Sólo los corazones parecían estar separados IJar una valla infranqueable; esa valla de mi~terio impalpable, pero hosca e inexpugnable, se interponía entre los dos, a la manera como una linea divisoria separa dos países enemigos que, sin embargo, están unidos por el mismo territorio. Al despedirse Luciano, ya tarde, Blanca, con una dulce y oportuna ironía, le dijo, yendo a sacarlo hasta la puerta del vestíbulo. - Quousque tandem? -Hasta mal1ana la uno, quousqae ad Illortem la otru, contestó él no mena,> ingeniosamente. CAPITULO XIV Pasaron muchos días soseg2.dos y serenos. Ll\ciano y Blanca se veían casi todas las tardes, cuando no en casa de ella,' en la de él. Eran dos amigos íntimos, casi dos compañeros. De tod a hablaban, de todo reían, con todo gozaban. Luciano no volvió a hablar de amor. l:ra inútil. Además le ~staba terminan temente prohibido. Un domingo fueron los dos juntos a misa al poblado. La invitación partió de doña Camila. Luciano hacía mucho tiempo no iba a misa, y <JI salir de la iglesia, despùés de escuchar una larga y sencilla plática del párroco en que aconsejaba a sus feligreses la piedad, y de oír una misa no menos edificante, Blanca le hizo una ligera y.burlona crítica. 126 EL ALMA DEL PASADO -¿ A qué santo se le debe el milagro de que el señor hereje haya ardo hoy una misa, y con tánta de loción? -A un ángel que me trajo. -Pues como no olvide el camino .... -Eso -es cosa del ángel. --Sí, Blanquita, apuntó doña Camila, a usted le tengo yo que agradecer el que este judío haya oído una misita. i Vírgen Santísima, cómo se han dañado los hombres! En mis tiempos los jóvenes no eran así, al contrario, eran piadosos, comulgaban todos .... en fin, i qué buena gente ! Va creo que muy prono ta se va a acabar el munùo. Va me parece que le oigo los pa· sos al Anticristo. -Usted y Blanca me salvarán, mamacita, dijo Luciano sonriendo. -Tal vez usted, Blanca, a quien él le hace más caso que a mí, murmuró la señora volviéndose a la joven. Sin embargo .... yo creo que a este diablo se II) va a llevar el demonio. Blanca miró a Luciano con cierta picante malicia, y rio con una risa candorosa -Conmigo sí quiere él ir a la iglesia .". Los campesinos y aldeanos se arremolinaban frente a los toldos y alrededor de los puestos en donde se vendían los víveres. Algunas familias bogotanas de veraneantes, acompañadas de los amigos que llegaran en el tren de la mañana a visitar· las, recorrían el mercado comprando frutas y golosinas, entre charlas corkses y amables, mientras las campanas de la iglesia echaban a volar desde la blanca torre, por el aire regocijado de la aldea y sobre el murmullo de la plaza, una vocinglera ban· dada de repiques que se mezclaba con otra rumorosa bandada de golondrinas. A las doce subieron nuestros paseantes al automóvil y regresaron a Villa-Blanca; de allí sacaron a don Diego y la condujeron a casa de Luciano, en donde almorzaron todos juntos alegremente ese día. * ** Una cosa, al pare~er insignificantc, empezó a llamar la atención de Luciano. Zoila, la muchacha que acompañaba siempre a Blanca en sus paseos, había dado en estar siempre a la vista , durante las visitas de él. Cuando se hallaban en el ves· tíbulo, Zoila estaba en el corredor contiguo mirándolos discre· ARTURO SUÁREZ tamente al través de los cristales; cuando estaban 127 en el cuar- to del piano, la muchacha hacía calceta en la sala. De vez en cuan- do alzaba sus ojos fríos, miraba a los jóvenes, y volvía a inclinarse sobre su labor, impasible, imperturbable, como una au tómata. Una tarde Luciano manifestó a Blanca alguna extrafieza por la conducta de la chica. -Tengo pena con su papá, Blanca, declaró Luciano ¡esta muchacha nos vigila ahora constantemente. Don Diego desconfía de mí .... Sí, tengo pena. -No es él quien le ha dado órdenes, sonrió Blanca. ·-Más extraño aún. ¿ Quién pues? -yo .... Pero si usted quiere que ella no vuelva .... -Blanca, yo soy un caballero. Entre los dos no hay nada. De modo que .... no veo la razón .... ¿ De qué se defiende usted? .... ¿ Qué protección ha menester ....? Ella no contestó. Se hizo un silencio penoso. Los dos miraban un álbum. Por la ventana comenzaban a entrar sigilosamente las primeras sombras furtivas de la noche, y hasta ellos llegaba, dilatado y lento, el hondo sollozo de la tarde. ¿ Qué se habrá propuesto Blanca con esta vigilancia? se preguntó Luciano. Al despedirse éste, ella le interrogó: -¿ Se va enojado? -No, Blanca, ¿ por qué? Ella, abandonando entre la mano de él la suya fina y pulida, como un marfil viviente, le dijo casi al oído: -Zoila no volverá ya más, ¿ oyó, señor furioso? CAPITULO XV Una tarde conversaban animadamente en la sala Luciano y Blanca. Esta tenía en el regazo a Lilí, un enorme gato de Angora, blanco, mimoso, con dos ojos ladinos, uno gris y otro verde. El felino runruneaba complacido, haciendo mover en ondas de terciopelo la piel del espinazo, cada vez que su ama pasaba sobre él la tibia mano acariciadora. 128 EL ALMA DEL PASADO De pronto se presentó Zoila en la puerta, desencajada, pálida, demudada, COli muestras del m;is visible temor, y tartamudeó estas palabras entrecortadas: --i Sellori ta, sellorita! .... -¡Qué pasa? exclamó Luciano, dando un salto de su asiento. Blanca se quedÓ quida, petrificada, mirando a la criada con ojos estupefactos. -Que uno de los periquitos se ha salido de la jaula .... balbuceó temblorosa la muchacha. -j Virgen Santísima, me la va a matar ci gato! grit6 Blan· ea. Tómelo, Zoi1a, téngalo aquí mientras nosotros vamos a coger el animalito. i Luciano, venga, por Dios, me ayuda! Y salió corriendo. Luciano la siguió. pero al pasar junto a Zoila, le dijo: -jA usted es a quien se debiera comer el gato, o el tigre! ¡Ca .... nario, hombre, con el Sllsto que nos ha dado! Mientras avanzaba por el corredor, Luciano rezongaba entre dientes: -i Me comiera yo fritos los talcs pericos L... El pajarito volaba. por las barandas del corredor, perseguido de cerca por otra de I.1S criadas. Al Ileg;!r Blanca y Luciano, se sintió acosado, y alzando el vuelo pe/l~trÔ cn las habitaciones interiores, yendo a parar a la alcoba de Blanca sobre el espaldar de su cama. Luciano, al entrar en aquella blanca habitación, sintió el hechizo sugestivo de la cámara íntima, en cuyo ambiente reposado y puro flotaba el tibio y virginal perfume del cuerpo adorable de la nilla. La blancura de las colchas, la limpieza del lavabo, en donde abundaba el agua clara y fresca con que ella bai1aba la aurora de su rostro en las maI1anas; las colgaduras finas, vaporosas, ondulantes; el al~o dosel del lecho, bajo cuyo abrigo discreto dormía ella, entre el nido de oro de sus cabellos .... Todo la abarcó Luciano de una ojeada, tocIo lo consideró, todo la acarició con el aLna en un instante. En tanto el pajarilla, arisco y asustado, sobre la baranda del catre, entreabría las alitas para èscapar de nuevo. Luciano se apoderó de una toalla que halló cabe el aguamanil, y cuando el periquito volvió a \'olar, alJu~1 lo atraró con ella al pasar, haciéndolo caer al suelo CO:l las plumas descompuestas y chillando. ARTURO SUÁREZ 129 Blanca la recoglO rápidamente, y oprimiéndolo suavemente entre sus manos, la acariciaba, la reprendía con dulces y lagoteras palabras, como si se tratase de un chiquillo travieso que hubiera estado en un peligro; y la besaba en la menuda cabecita inquieta, en donde brillaban atemorizados dos ojitos negrísimos como dos cuentecillas de vivo azabache. Puesto el animalito de nuevo en la jaula, Blanca respiró con descanso: -i No, qué susto me ha dado mi periquito, Vírgen Santa! -A mí la que me dio el gran susto fue la Zoila, apùnt6 Luciano. Con otro igual, tengo para ir a hacerle compañía a mi abuelo en la eternidad. iBendita cocinera que podía ha· ber avisado las cosas con más tiento! Volvieron a la sala. -i Vaya un partidito, dijo Luciano sentándose, el que tienen los periquitos con usted! Ya yo quisiera estar en lugar de uno de ellos. -Pobrecitos, i son tan lindos! sonri6 Blanca. Lo malo es que el gato les tiene una gana .... Se pone a mirarlos a través de los alambres de la jaula, y se saborea el malvado. -Debe usted entonces salir de él. -No, es que a mi Lilí también la quiero mucho. -Pues menudo conflicto el que va a tener usted el día que Lilí se desayune con pericos. --La Virgen los defenderá. -¿ Cuál, la de Chiquinquirá .... a la que duerme en la alcoba de al lado? Entró don Diego, y después de comentar el caso del pajarito, convidó a comer a Luciano aquella noche COll eIlos Este aceptó, pero pidió permiso para mandar avisar a su mamá que 110 la esperase a comer. Una hora después de la comida, don Diego se acostó porque estaba muy cansado de andar a caballo por la hacienda. Blanca y Luciano pasaron al cuarto del piano, y aHí se entretuvieron en hojear y comentar unos libros. De pronto Blanca se levantó y fue a abrir la ventana que daba al campo. La luna había vuelto a aparecer, y ya alumbraba con su hoz de plata el abismo cristalino del espacio . .j.....{)ejando la ve:1tana abierta, vino a sentarse al piano, y empezó a tocar dulcemente la sonata "Claro de Luna" de Bee9 130 EL ALMA DEL pASADO thoven. Los blandos arpegios de esta música honda y conmovedora fueron llenando la estancia de una tierna tristura, de una dulcedumbre vaga y melancólica, de Ul1l rara nostalgia de países remotos y amados, de épocas muerlas, de dichas perdi· das, de recuerdos dolorosos y ocultos, de lumbre de soles ex· tintos y amor imposible, de noches calladas, de lágrimas, besos y ecos, de claro de luna .... Toda una lcnta y musical evocación. Luciano miraba los dedos de lIieve de la joven rozar sua· vemente los marfiles del piano, co:no un blando vuelo de mariposas sobre una armoniosa espuma inmóvil ConocÍel la emoción que embargaba el ánimo de ella ejecutando aquella música encantada. Las notas parecían gotas de luz lunar, hechas perlas de armonía, cayendo dentro de un ánfora de oro. Dijéransc lágrimas milagrosas, convertidas en sonoros diamantes que se fuesen desgranando pausadamente dentro de un inmenso coraziÍn de cristal. El rostro de la niña había palidecido, y su pecho se levantaba camu hinchado por un gran sollozo contenido. Luégo dos lágrimas vertidas silenciosamente rodaron sobre las teclas, y las teclas dejaron de sonar Luciano se incorporó. Ella tenía el rùstro atormentado entre las manos, acodada sobre el mudo teclado. -j Blaru::a, Blanca !.... Un suspiro profundo fue la respuesta. -Blanca, ¿ por qué llora? Dígamelo, por favor. i No me haga sufrir! La joven seguía llorando en silencio. Entonces Luciano, con un impulso irresistible de emoción, se apoderó de una .de las manlls de la niña, mojada en llanto, y enjugó con besos ardientes esas lágrimas nacidas del arcano de su alma acongojada. Blanca 110 opuso resistencia, y se dejó acariciar la mano, cual si, sumida en su profunda pelU, no se diese cuenta más que de la horrible tempestad recóndita que martirizaba las íntimas fibras de su sér. Luciano, viendo que ella parecía no hacer caso de sus demostraciones de afecto y de consuelo, osó tomar entre sus manos la hermosa cabecita de la amada, y besó con ósculos quemantes jùs bellos ojos doloridos, velados por la húmeda bruma del llanto. ARTURO SUÁREZ 131 Mas, a medida que el joven se hacía más :;oHcito, eHa decaía visiblemente, abandonada, semimuerta. Luciano creyó que Blanca se iba a desmayar. Entonces, presa de la más viva conmoción, la dij0: -i Blanca, por Dios! ¿ qué le pasa? Usted se ha puesto mala. Voy a llamar a Zoila ..... -j No, balbució ella, Dios mío, Luciano, no se mueva ahora .... no se aparte de mi lado .... Un momento .... espere .... es una crisis ligera .... ya me pasará .... ya .... Luciano acercó más su asiento al lado de ella, y apoyando en su hombro la cabeza de la niña, sin soltar las frías manos, permaneció así un corto rato, durante el cual ella, Hvida, inmóvil, con los ojos cerrados, parecía no dar casi señales de vida. Sólo una respiración anhelosa y entrecortada por ligeros temblores espasmódicos, levantaba la turgencia pri· morosa de su seno. Los entreabiertos labios, descoloridos y yertos, dejaban escapar de largo en largo débiles vagidos, y sobre la frente de alabastro, nublada y desvaída, parecía pasar, rozándola, el ala de la muerte. Luciano creyó que el pelo se le volvía a él blanco de canas en aquellos momentos de angustia. Varias veces abrió la boca para gritar llamando a don Diego. Pero sintió miedo de provocar un:!. súbita consternación en la casa, y de agravar con ella el estado de la joven. Resolvió pues aguardar unos momentos más, con terrible impaciencia, a ver si por fortuna pa· saba el acceso. Miraba, entretanto, a todos lados a ver si descubría una jarra con agua, algo que le sirviera de auxilio cn cualquier forma. Venturosamente vio en una consola, al alcance de la mano, Ull frasco de agua de Colonia, y tomándolo y empapando con presteza su pañuelo en el oloroso líquido, logró, aplicándolo al olfato de la enferma, provocar en elh una casi súbita reacción. De pronto, Blanca, allJnda una mano, s~ la llevó a la frente; después extrajo de la manga de su blusa un pañolito bordado y perfumado, y se enjugó con él lel1tamente los párIndas. Luégo se incorporó, abandonando el hombro de Luciano, y abrió los ojos. En seguida se volvió a mirarlo, y en su boca contraída se dibujó una débil sonrisa. -i Virgen Santa, Luciano, qué pena! musitó. Perdóneme .... 132 EL ALMA OfL PASADO Sin poderse contener, la niña iha a romper otra vez a lia· raro Pero Luciano, oprimiéndob ansiosamente contra su corazón, la dijo al oído: ---¡Rlanca de mi alma, ¿ pero qué tengo yo que perdonarle? j Por Dios, no vuelva a llorar, que me vaya enloquecer! Si no ~e domina, si me hace sufrir más, voy a tener que huír, a lia· mar en mi ayuda a su padre. No puedo resistir más viéndola padecer de ese modo. Anímese que yo la ayudaré. La joven alentó con un gran suspiro, y se fue calmando poco a poco. Permanecieron durante unos minutos en silencio. Luciano se había vuelto a apoderar de ulla de las heladas manos de ella, y trataba de reanimlrLl cstrechindola entre las suyas febriles. Ya tranquila, Luciano no quiso hacerle preguntas sobre la causa de la indisposición, temeroso de que se volviera a re· petir el accidente. Le habló de cosas ajenas al asunto, y hasta le contó anécdotas y le hizl) chistes. Ella lo escuchaba pálida y callada, sonriendo ligeramente y esforzándose por aparecer ierena; pero él comprendía que Blanca tenía las lágrimas al borde de los párpados. Entollces, queriendo dejarla reposar, le pidi6 permiso para retirarse a su casa, pero ella no se la concedió. -Todavía no. Espere un ratico más. CUélndo sean las once se va. Ahora necesito que me acompañe .... i Me siento tan sola L... Gimieron los goznes de la ventam, y la ventana se abrió sola. La noche estaba silenciosa y llena de luna. Sobre los montes fríos se adivinabl el paso de los vientos que venían de lo infinito .... A las once en punto se levantó Luciano. Blanca fue a sacarlo hasta la puerta del vestíbulo. Al despedirse la dijo Luciano: -Le ruego que no vuelva a tocar esa sonata .... le hace mucho daño. -¡ Tan bobo! le respondió ella dulcemente. Si no es la música la que me hace daño .... -¿ Entonces? -Es 'lue .... estoy enferma del corazón. -No, Blanca, no .... perdóneme, refutó él. Eso no es cier· ta. De lo que está usted enferma es .•.• del alma. ARTURO CAPITULO SUÁREZ 133 XVI Al día siguiente por la mañana pasó Luciano por frente a Villa-Blanca, a tiempo que salía don Diego a caballo a dar Ulla vuelta ror los potreros. Luciano le pregulltó por Blanca, y aquél le contestó que había amanecido mala y que no se le· vantaría quizás en todo el día. Luciano 110 había querido contar a su madre la escena de la noche anterior. Aquello había sido demasiado íntimo para ir a divulgarlo a otras personas, así ruera una de ellas su ma· dre, para quien él no tuviera nunca secretos. Estaba profundame,üe preocupado por la condición y estado de ánimo de Blanca. Cada vez se perdía más en el labe· rinto sicológico de la joven, cuyas raras manifestaciones eran cónstantemente reveladoras de una situación interna verdaderamente inexplicable. Empero, una luz de consuelo brillaba ya para él, clara y rutilante en el fondo de la noche inescrutable. Blanca la amaba .;oo. Sí, no cabía duda. Y este intruso amor, al penelrar en el corazón invulnerable de Li niñ 1, producía, al chocar con los recónditos secretos que ella guardaba, estallidos de lucha que provocaban tremendos incendios en los abismos herméticos de su sentimentalidad. De ahí la crisis violenta de la Plsada noche. Por eso, Luciano, a pesar de todo, no podía dejar de experimentar una vaga ola de satisfacción que, subiendo dè sus interioridades, le llenaba los ojos de contento y la boca de una risa contenida, dulce como miel celestial. j La venceré! iLa venceré! se decía complacido. El amor es mi arma, y he sabido manejarla con discreción y eficacia. El empañado sol invernal de ahora será mañana un limpio sol de estío. Hoyes el día del combate y del dolor, pero mañana flotará sobre nuestros córazolles la bandera d~ la victoria, de la paz y de la dicha. Hay q'le esperar y seguir en la brecha. ¡Adelante! 1Valorl 134 EL ALMA DEL PASADO Luciano regresó a la casa y rogó a doña Camila que fuera a ver a Blanca, contándole la que le había dicho don Diego. La señora, al volver de Villa- Blanca, tranquilizó a su hijo. Blanca había tenido fiebre, pero ya estaba mejor. Le había man· dado decir que a las ocho la esperaría. V a las ocho fue Luciano. Encontró a Blanca con su pa· dre en la sala, en gracioso deshabillé, y bastante pálida. Tenía los pies metidos en suaves babuchas de felpa, y ut:l tibio abrigo de pieles le cubría los hombros y le embozaba la garganta y el pecho de armiño. Conversaron largo rato animadamente. Don Diego, a ve· ces, tocaba el pulso a su hija, temeroso de que volviera a presentarse la fiebre. Al fin se levantó mirando el reloj, con ánimo de recogerse ya. V por primera vez hubu de lanzar una chanza de cierto matiz qne hizo enrojecer a los dos jóvenes. --A tí, se expresó burlonamente el viejo, dirigiéndose a Blanca, desde que llegó Luciano se te acabó la fiebre. Vamos .... que él como que te está resultando buen médico. - -Al contrario, susurró la niña por la bajo a Luciano: usted es el CI ue me está haciendo poner mala. Don Diego se despidió y se fue a su cuarto a leer los periódicos y a hacer sus cuentas, para acostarse luégu. I31anca y Luciano se quedaron solos en la sala, pero sin hablar palabra al principio. No sabían por dónde empezar ni qué decirse. -¿ Se siente mejor? murmuró él, por preguntarle algo. -Sí, ya .... perfectamente. Callaron de nuevo. Durante la pausa, Luciano se afanaba, entre sí, por buscar un tema que le permitiera entablar una conversación entretenida. Pero nada, que no la hallaba. V la que más la desanimaba e incapacitaba para abordar cualquier motivo con entusiasmo era la apatía de ella. l-Iabíase su amiga involucrado en un mutismo desesperante. Luciano empezÓ' a notar que Blanca tenía más deseos de llorar que de hablar. Ella, de ordinario tan espiritual y comunicativa, habíase torna· do ahora displicente, cabizbaja, casi huraña. Por eso la visita aquella noche fue corta. MilS ella, al despedirse, la obligó a que viniese sin faIta al día siguiente. Luciano siguió yendo todas las tardes. Pero a medida ARTURO 135 SUÁREZ que pasaban los días, en lugar de normalizarse la situación, la niña decaía más, palidecía, y la tristeza, una tristeza fría y negra, como una gran sombra, le invadía el semblante, borrando en él la última huella de alegría, apagando el postrer resplandor de las sonrisas. Un sábado, al caer de la tardc, estando en ci cuarto del piano leyendo Luciano algo en voz alta para cntretener a Blanca, oyeron que por la senda q LIe pasaba al pie de la ven tan a venía una música indigena de chuchos y vihuela". Los dos jóvenes se asomaron a tiempo que varios in,jias pasaban tocando un bambuco lab¡iego. Luciano Jas detuvo y les pidió que tocaran algo, con el fin de alegrar a Blanca. Los campesinos no se hicieron rogar, y, acompañados de sus tiples, cantaron esta rústica canción, llena de sabor a tierra caliente, empapada en el más ge . nuino sentimiento de las gente:; sencillas, con la más tierna y agreste de las músicas, en donde parecía palpitar la brisa que estremece el carrizal. C~initl qllerida, pJr vos ht: venlo, De allá dt: las tierras on"k queml et Dcjé mi mOlltañ~, dt:jé mi bujío, l)~jé mis semura'Js y dejé mi rio, Por verte, mi amor. ~OI •••• Si vieras (j'lé tristes mis [,erras qqedaron, Uilanrio solit,)s ell el platanal •... I Pero qué ,1.: lindos L'amánriote toch~s volaron alegres •... por eso cantaron En el guayabal ! Si vieras la rerde QL\e detrás 105 dd monte Con esa cosecha que tá la Tacita yo sembré c\.Jmpraré Pa que nus casemos pa vos .... ropita, una mañanita • .T dict:s los dos. Pùllé Id m~moria y acordate ahora, QL\'e\ dta que nos vimos ya bien lejo est?, J ue ell la Romerí¡¡ •••• (bendigo En la Romería de Nuestra Ve Chiquinquirú. t'sa hora) Señora 136 EL ALMA DEL PASADO J urá qu~ a yo s6lo m'esperás, mi vida, Que pa mí solito será tu querer, Que pa todo el mundo serás siempre y que tus ojitos de mirada Pa yo habrán Hoy mesmo estao podamos y pa que te puede, En esa boquita, l'espera él vivamos Mi trapiche tomar, como güen cristiano, y sin ser projano, Hartos Mi rancho de ser. a tus taita s les pido tu mano Pa qu'el santo Pa qu'en esquiva, viva besos dar. con grande junticos lIorOl, porque tarda En que yo te lleve, chinitica alegria, los dos, el dia Olla De mi corazón! Cuando los labradores acabaron la canción, Luciano miró sonriendo a Blanca. Estaba lívida y le temblaban las manos; tenía los labios blancos y la mirada como muerta. Luciano se aterró de que Blanca filera a ponerse mala como la otra noche. Aquel cantar sencillo de los campesinos la había conmovido hondamente, y en el estado de hiperestesia en que se hallaba la niña, esta emoción podía fácilmente causar otra crisis de más serios caracteres que la primera, y tal vez de funestas consecuencias. Así pues, Luciano, arrojando rápidamente unas monedas a los indios y dándoles las gracias, invitó a Blanca a entrarse, y cerró la ventana. Como el suntuoso crepúsculo de verano empezaba a des· leír sus rubíes en la prodigiosa tinta azul que bañaba los con· fines, Blanca, ya calmada, convidó, a Sll turno, a Luciano a que subieran a la glorieta para contemplar desde allí la muer· te divina de la luz. Mas, apenas hubieron ascendido allá vieron a los labradores que, después de dar la vuelta por la carretera, los .habían descubierto en la glorieta, y, agradecidos por las monedas de Luciano, se pararon frente a la verja, y entonaron otra canción, tan sugestiva de amores, tan olorosa a nemorosos cam· pos, tan ingenua como la anterior. ARTURO SUÁREZ 137 Blanca volvió a escuchar embelesada aquellas voces incultas que salían de la boca de los montañeses, hablando en el eterno idioma gc los idilios, diciendo toscamente la mismo que su corazón delicado y sensitivo experimentara ¡exhalando quejas, expresando cuitas y dulces anhelos, que tantG eran sentidos en la pajiza cabaña, perfumada con los azahares del naranjal y arrullada por el murmurio de la quebrada, como en el palacio del potentado rodeado de opulentos arriates, en don· de las macetas de flores raras incensaran el ambiente señorial. Un largo retal de niebla extendió su clámide sobre los cerros helados, de donde huían, apagándose, los últimos visos de luz. Vinieron al llano las primeras luciérnagas con su frío chispeo, y se fueron, en silenciosas bandadas, todos los pájaros de la tarde .... La noche, como un inmenso murciélago fantástico, abatió su vuelo oscuro sobre el lento susurro de los maizales y la quietud nostálgica del río. CAPITULO XVII Al día siguiente, domingo, Luciano, poco después de almorzar se encaminó a l:t quinta. Blanca le había dicho la tarde anterior que fuese temprano, porque su papá se marcharía en el tren de la mañana, no regresaría quizás hasta el martes, y ella necesitaba hoy más que nunca de Luciano para que le hiciese compañía. Subió a la glorieta donde la esperaba Blanca. Hallóla más abatida que nunca. Tenía los ojos encendidos de llorar, y en las manos exangües, hasta las mismas gotas de luz de los diamantes estaban empañadas, parecían tambien haber llorado. Luciano, tomando entre las suyas una mano de elléJ, empezó a hablarla, a bregar por distraerla, por contentarla de al· gún modo, mas sin conseguir ningún resultado halagador. De pronto ella retiró la mano de entre las de Luciano, y con palabras ahogadas en sollozos, musitó: -j No, Luciano, no usted no debe quelerme a mí .... yo no debo amarlo a usted no puedo! .... 138 El ALMA DEL PASADO -i Por qué, Blanca, por Dios! prorrumpió Luciano exaltado. Digame, confié5~me .... usted tien:: algo qué decirme, y no se atreve, y se tortura a si misma y me martiriza a mi, ocul· tándome un secreto que hace mucho tiempo 'me debiera haber revelado, siquiera fuese en prueba de amistoso cariilO, aun en gracia de caridad .... j Por Dios, por la memoria de tu madre, ai'iadió Luciano tratándola COli familiaridad, para infundirle con fianza: cuéntallle la que te pasa, desvéla este misterio espantoso en que agonizamos los dos, víctimas del horrible enigma que desgarra nuestras almas! ¡Ten compasiólI de mí, -=lue te amo tánto! ¡Apiádate de ti mic;ma que te estás matando con tu rropia voluntad, con el arma de tu silencio suicida! iSé generosa ahora, ya que siempre has sido buena .... j Blanca, Blanca mía .... Blanca de mi alma l.... y oprimiendo entre sus manos temblorosas el rostro de la niña, bailado en lágrimas, la dijo, electrizándola con la mirada abrasadora, y obligándoia con palabras anegadas en vivo frenesi, en pasión arrebaladora y delirante; -i Blanca, mujer adorada, mujer a quien he dado mi corazón, mi tranquilidad y mi vida !.... i No seas cruel con esta alma enloquecida de amor! i No seas ingrata ni despiadada con este hombre que ha consagrado todas las fuerzas de su espírHu a idolatrarte rendido, con un celo, más que religioso, fanático, como el de un asceta que se consume anle el altar de su perpetua adoración !.... ¡Blanca, díme, cuéntame, hábla l.... -i No, Luciano, no, por la Santísima Virgen, no puedo, es imposible, imposible l.... --i Por qué .... j quiero saber por qué L... -El remedio es peor, mil veces peor que el mal.... No quiera saber lo que no debo decir .... ¡ Mi confesión matará su amor! -i Blanca, por Dios, no digas insensateces! -j Sí, es la verdad, la horrible verdad; mi confesión matará su amor! --Yo no dejaré de amarte ni después de la muerte. V en todo caso, suplico, imploro, exijo esa confesión, así nos cueste a los dos la vida! --¡No! --Blanca querida, insistió solícito Luciano, esta situación no puede prolongarse por más tiempo .... Está el vaso de la ARTURO SUÁREZ 139 amargura lleno hasta los bordes .... y de allí sólo sigue ya el delirio .... la locura! i Ház un sacrificio supremo, rómpe con todo, y dímelo todo! .... --i Sea! dijo por fin ella, irguiéndose transfigurada por una resolución tomada en el febril instante. i Sea, ya que así la quiere el Destino, ya que así lo desea usted que me ha empujado hacia el abismo del amor, abismo hacia el cual yo había jurado en mi alma no dejarme arrastrar jamás, yen donde hoy, a pesar mío, me veo anonadada, sola con mi dolor inmenso! Blanca calló un momento, sofocada, exhausta. Reposó un tanto, y cuando ya se sintió con un poco de más valor para dominar su exacerbación moral, empezó a hablar, calmada, sobrepuesta a su quebranto, heroica ante la tremenda confid~nda que iban a delatar sus labios. --Pues bien, Luciano: va usted a saber a qué atenerse, va usted a conocer la clave del tan ansiado enigma. Estoy rec;uelta ya. Nunca pensé que mis labios denunciaran jamás a nadie la oscura tragedia de mi vida, y mucho menos a un homhre que no es mi padre, ni mi hermano. Pero el amor, traicionándome, me ha vencido, y me ha entregado rendida a los pies, puede decirse, de un hombre que ni siquiera es mi confesor, pero que, en cambio, me ama ciegamente, como .... sí, la digo resueltamente de una vez, como le amo yo. La nobleza de sus sentimientos, Luciano, la grandeza de su alma, me han desarmado. Todos mis planes de resistencia, todos mis deliberados propósitos, todas mis firmes intenciones, han caído pulverizadas, como lienzos de muralla derrum~ados a golpes de cañón, por la constancia y fidelidad de su amor, hasta dejar al descubierto mi corazón, herido y contagiado de ese mismo amor, listo a entregarse desnudo y franco, sin veladuras hipócritas, al que la ha conquistado después de un largo y arduo batallar, a través de intrincarlas dificultades e innumerables peligros de fracaso. Va usted, ahora mismo, a conocer~e tal cual soy. Usted apenas sí tiene alguna idea de mi temperamento y de mi genio, pero no conoce a fondo mi idiosincrasia ni mi carácter, porque ignora mi historia íntima. Pero Y0 le voy a mostrar mi alma, le voy a enseñar mi ea . razón, sin tapujos ni engailos. Voy a demostrarle cuánto le quiero, cuánto le he amado desde el día que leí su carta en Bogotá, y aun antes .... Deseo que conozca mi afecto en toda 140 EL ALM~ DEL PASADO su plenitud! que sepa cómo es de noble y de sincero, y que si antes no se lo demostrara, había sido por imposibilidad ab· soluta, fundada en razones poderosas, cuya descarnada y viva realidad va usted pronto a saber. Yo me precio de no ser una mujer fácilmente abordable a las irrupciones del afecto amoroso. Mi corazón sólo podía ser ganado por un hombre de la talla moral e intelectual de us· ted, yeso después de ruda lucha, como ha acontecido. No soy yo, por fortuna, una de esas mujeres que se dejan enamorar del primer pisaverde elegante que las corteja; ni mi amor podría ser, en ningún caso, un pasatiempo, como la es en tántas que conozco. Mi corazón no es una casa de arrabal llena de músicas festivas: es un templo augusto en don· de cabe toda una religión. Sin embargo, continuó Blanca con quebrada voz, y lIeván· dose el dedo pulgar a los ojos: cuando yo terminc mi historia .... usted no aceptará ese amor .... ya usted no me amará! --i Blanca, me deja usted atónito, y .... francamente, me resisto a creer que tal suceda! --Cón todo, así será, reforzó ella con una firmeza Implacable. Será el reverso de la medalla. Ayer huía yo de usted, y usted me amaba. Mallana huirá usted de mí, y yo le amaré .... Blanca continuó COli voz cada vez más sosegada, ante la estupefacción de Luciano: --Hace un año, i cuán lejos estaba usted de mí! Yo sa· bía bien ya que me quería. Mas aunque usted, desde un principio, no dejó de interesarme, jamás llegué a pensar en que yo pudiera quererlo, más que todo por la dificultad para usted de acerca.rse a mí, pues para ello yo habría opuesto toda clase de inconvenientes. --¿ Yeso por qué? le interrumpió Luciano. --Por mi resolución inquebrantable de no exponerme a amar a nadie .... Pero ya ve usted cuán caprichoso es el Destino. La vida, por una coincidcncia casual, nos puso frente a frente a los dos cuando mellas la esperáb:uTIos. Y se entabló la lucha: mi voluntad, armada con sus decididas intenciones, cam· batió denodadamente contra el amor de usted .... y vea ahora .... quién ha quedado al fin dueño del ca:npo. No crea que voy a hacerle una relación fantástica e in- ARTURO SUÁRI:Z 141 verosímil, ni que inflando los sucesos vaya a mostrarle una película de cinematógrafo, a a narrarle llna novela de folletín. Mi historia es sencilla y hasta trivial, pero encierra en su fondo simplísimo una tragedia horrible que dtstrozó mi vida y aniquiló mi porvenir! Luciano, dijo Blanca incorporándose, con voz firme y tono resuelto. Yo no soy .... la. que soy! Más claro, yo no soy la que usted cree. Soy algo muy diferente de la que usted ~e imagina; otra mujer distinta de la que usted conoce. Más aún: yo no soy la mujer perfecta que usted admira; no soy ni siquiera una mujer completa. Asómbrese, Luciano: yo soy un retazo, un andrajo, un guiñapo de mujer! Una ola de llanto ahogó por un momento la voz de la joven. Luciano, fuéra de sí, casi gritó :-j Explíquese, Blanca, pero pronto, por Cristo! -Sí, a ~so voy, balbuceó Blanca tragándose las lágrimas, y haciendo un supremo esfuerzo para sobreponerse a la crisis. Tenga paciencia, que iré derecho y de seguida hasta el fin, sin omitir ni falsear el más nimio detalle, sin detenerme un punta. La niña abordó entonces de plano la historia: don Diego Linares, que no es mi padre, como usted y todo el mundo cree, se casó con la señora Blanca del Pozo, una bella, distinguida y virtuosa dama con quien sólo vivió algunos años, y de quien tuvo dos hijos: un niño y una niña. El niño murió al año de nacido. Dos años después de la muerte de éste vino al mundo la niña, quien, al nacer, ocasionó la muerte de la madre. Loco de dolor don Diego, que idolatraba a su esposa, se propuso cuidar aquella niña recién na~ida con un esmero desmedido, fuéra de toda ponderación. Vivía al pie de la cuna de la nenita, espiando hasta sus menores movimientos. Una vieja criada, que había vivido siempre con la familia de don Diego, se consagró en cuerpo y alma al cuidado de la niña. Era una excelente mujer, abnegada y en extremo amante de sus amos, por quienes sentía un afecto tan inmenso que, más que afedo, era un culto religioso. Su nombre era Feliciana, pero la llamaban familiarmente Chana. Don Diego, por reponer a la venerada esposa muerta, hizo bautizar a su hija con el nombre de la madre: Blanca. Pero, como si la fatalidad hubiera decidida cebarse despiadadamente en el alma de don Diego, des- 142 EL ALMA DEL PASADO garróla de nuevo 1\evándose, a los pocos meses de nacida, la dulce criaturita que le había quedado como único consuelo al desventurado. cntonces éste, despectJado, se entregó a Ulla existencia disipada y borrascosa. Dilapidó ell tres años de vida desenfrenada y crapulosa, las dos terceras partes, por lo menos, de su inmensa fortuna. Trataba de ahogar en el vértigo de las orgías el gusano de dolor que le roía el corazón. V hubiera acabado probablemente su inútil existencia muriendo como un pe~ro, tirado en medio de alguna desierta calle, si un acontecimiento milagroso, puede decirse, por 10 casual, no hubiera trastrocado y enderezado su vivir. Volvía una vez, en altas horas de la noche, quién sabe de dónde, hacia su casa, más extenuado que ebrio, cuando al pasar por una calle solitaria y oscura, descubri6 en el quicio de una puerta una especie de canasta lIella de trapos, de donde salía un tenue vagido como de un niño que agoniza. Dètúvose sorprendido, alzó la canasta, y descubrió, a la luz de un bombillo, la carita pálida y helada de una nil1a de pocos meses de nacida. Como la criatura aparentaba tener poco más a menos la misma edad je la niña muerta, y era además blanca y rubia como aquélla, don Diego se enterneció, y resolvió llevarse a su casa aquel sér desamparado y próximo a fallecer de frío. Como la noche era glacial y lluviosa, desabotonó su sobretodo y meti6 debajo la que casi era un cadáver ya, para darle calor y reanimarla. Afortunadamente la consiguió, pues la criatura, que antes sólo emitía desmayados gemidos, al llegar a la casa ya podía liorar con algún ali~nto Llamó don Diego a Chana y le entregó la nif\a, después de contarle la acaecido. A aquélla le pareció que con la rorrita entraba un tibio rayo de 501 de alegría en la yerta tristeza· de la casa. V no se engalïó. A las seis de la mañana del siguiente día ya estaba don Diego en pie, averiguando cómo había élmanecido la niña, y mandando traer leche para que le dieran, pues era muy de suponer que la chÏLjuilla no hubi.era comijo desde el día anterior, a antes quizá, y estuviera a punto de morir de inanición. Aquel día se la pasó don Diego al pie de la niña, contemplándola, ayudando a alimentarla y recordando, con lágrimas en los ojos, a su hijita muerta. Le encontraba a la aparecida tánta semejanza con la que había perdido, que se propuso, ARTURO SUAREZ 143 por consolarse, forjarse la ilusión de que ésta era aquélla. Cobrôle pronto un grandísimo cariño, hízola bautizar con el'misma nombre de Blanca, para reslituír las otras dos perdidas, y juró que si ~sta se le moría también, se mataría, Aquella expósita muñequita de carne fue la resurrección de don Diego Linares. Diole su apellido, y se con:;Jgró con todas las fuerzas de su corazón a amarla y cuidarla primero, y luégo a educarla y a cultivarle sus aptitudes y aficiones. En todas estas tareas fue secundado con eficacia por la buena vieja Chana, que adoraba a la niña más, mucho más que 'ii fuera su propia hija. Don Diego volvió a ser el hombre útil, inteligente y activo que antes era. En poco tiempo consiguió rehacer su me· noscabada hacienda, reconquistó su distinguida posición social, y volvió a triunfar en la vida, IIevando en brazos aquella inocente chiquilla que había encontrado botada una noche de invierno, en el quicio de la puerta de una calle sucia y solitaria. Don Diego decía a todo el mundo que Blanca era su hija. Y si alguien en un principio la dudó, después, cuando el tiempo fue pasando, la poco que algunos hubieran barruntado en un principio fue cayendo en el olvido, y llegó un día en que nadie osó poner en tela de juicio el que Blanca linares no fuese hija de don Diego Linares. Además, como por aquellos tiempos nadie visitaba su casa, ésta se mantenía siempre herméticamente cerrada, y sólo se abría cuando la vieja Chana salía a hacer compras, o entraba don Diego a dormir. Nadie se preocupó, pues, durante muchos años por la que ahí dentro pudiera paSlr. la familia de don Diego ha vivido siempre en los Estldos Unidos, y él aquí en Bogotá sólo tiene algunos parientes lejanos con los que no se visita nunca, no sé por qué motivo . . Por demás está decirle, Luciano, pues ya de sobra lo habrá comprendido lIsted, que esta nueva Blanca de que le hablo no es otra que la que está presente, Jamás se pudo saber mi procedencia. Papá nunca trató de averiguarla, para 'evitar complicaciones, y mi madre, después de salir de mí, se guardó bie'l, sin duda, de buscarme, evitando asÍ, supongn yo, un escándalo, y dejand8 para siempre en la sombra su pecado, si fue que la hubo, que es la 144 El ALMA DEL PASADO más probable, pues de lo contrario 110 resultaría explicable mi abandono. Ni sé si fue gente Je la gleba a persona de la alta sociedad la que me dio el sér y me arrojó después, porque CInna, que fue la que me reveló más tarde, CUándo ya yo tenía trece años, en SlI lecho de muerte, la triste historia ne mi aparición en el mundo, me dijo no recordar si los paílales que me envolvían, cuando se me encontró, eran pobres a lujosos. No todo Jo que brilla es oro, Luciano, continuó Blanca: ya conoce usted mi procedencia, y habrá comprendido que no puede ser más humilde. -Eso no la deshonra, Blanca, protestó Luciano con firmeza. -No me deshonra,_ es verdad, pero sí me deslustra. Mas, en fin, esto no es nada. Ya oirá- usted algo peor. Transcurrieron mis primeros años er¡tre un cúmulo de mimos y cuidàdos. Papá casi nunca salía a la calle de noche, por estar al lado mío, entreteniéndome y gozando con mis infantiles juegos. Nunca estuve enferma. Crecí contenta como un pájaro del jardín y lozana como uTla fruta de la arboleda. Pero llegó la época del estudio, y papá, con gran pena por tener que separarse de mí, hubo de internarme en el Colegio de X .... Iba a verme todos los domingos, me llevaba golosinas y me hacía unas vi· sitas encantadoras. Yo me quedaba llorando cl,ando él se marchaba. Me relacioné inmediatamente con un sinnúmero de con· discípulas, feas y bellas unas, buenas y malas otras. Allí, en aquella e!'cuela de letras, de oraciones y costura~, aprendí a conocer la vida. Yo era una criatura tan inocente como un pichón de paloma. i Pero qué pronto me hicieron mis compañeras nacer las alas, para volar por el rosado cielo de 10 desconocido! No hay, y dc ello estoy convcncida hasta la saciedad, aunque otras sean las apariencias, una prccocidad como la precocidad femenina, para conocer pronto y a fondo los resortes ocultos de la vida. La niña se hace primero mujer, que el niño hombre .... Bordábamos, rezábamos, murmurábamos y hacíamos cuantas picardías podíamos a las maestras. Yo iba a cumplir entonces trece atlas. Un año después, al terminar los asuetos para empezar mi segundo año de internado, murió Chana d'e una dolencia aguda. Aquel triste acontecimiento fue un dolor inmenso para mí y ARTURO SUÁREZ 145 para papá. Yo no conocía más madre que a Chana, y perdía con ella no s610 un cariño acendrado y puro, sino una protectora, un ángel guardián. iOh, si ella existiera, cuán distinta sería hoy mi vida! Blanca se enjugó los ojos, en donde habían brotado dos lágrimas de pesar, y prosiguió con voz un tanto turbada: -Cuando Chana conoció que iba a morir, me llamó, en un momento en que papá estaba ausente, y me dijo :-Oiga, Ninita, que así me llamaba: yo me voy a morir, pero no quiero que esto suceda antes de contarle muchas cosas que su merced debe saber, y que ignorará por mucho tiempo, si yo no se las digo ahora, porque no creo que su papá se decida a contárselas. Pero como mi conciencia me manda que yo le revele la verdad, para que usted sepa a qué atenerse en la vida, me siento en la obligación de decirle lo que voy a decir, pues puede que ello le sea a usted más tarde de gran conveniencia, y porque la verdad debe conocerse siempre, por amarg:!. que ella sea. Entonces me instruyó completamente acerca de mi procedencia, relatándome las cosas tal como yo se las he narrado usted, y exigiéndome en cambio que jamás fuera a hacer sa~er a papá ni una sílaba de la que ella me había contado, a no ser que él abordara algún día la cuestión. Que dejara las cosas tal como estaban, siguiendo su curso normal. Yo me quedé aterrada, estupefacta, ante tamaño descubrimiento. Sobre todo, lo que más me atormentó fue saber que yo no era hija de papá. Pero desde ese momento le quise más, infinitamente más, al conocer la gran nobleza de su corazón, y ver la manera entrañable como él me amaba, sin ser yo su hija. Mi reconocimiento no tuvo límites entonces, y lloré de desesperación y de gratitud. Pocos días después de enterrada Chana, entré de nuevo . al colegio, y casi al finalizar el año ocurrió algo que vino a trastornar para siempre mi vida. El día que .cumplí catorce años fue precisamente un do· mingo, día de visita de papá. No sé por qué estaba yo ese día tan contenta. Una alegría inefable me cascabeleaba por todo el cuerpo, haciéndome reír nerviosamente sin saber por qué. Cuando me acuerdo de esto siento desazón, al pensar por qué motivo estuve yo tan feliz el día en que se inició mi desgracia. 10 a 146 EL ALMA DEL PASADO A las tres de la tarde me hicieron pasar al salón de visitas. Allí me esperaba papá. Pero 110 estaba solo esta vez. Un joven como de unos veinticinco años de edad la acompañaba Papá me 10 pres~ntÔ :-Es Julián Linares, el pdmc de quien te he hablado algunas veces, que viene de Bucaramanga a pasar los asuetos aqur en Bogotá, para continuar sus estudios en la facultad de Derecho el año entrante. Era un joven desenfadado, franco, casi rudo desde el primer momento, buen mozo, alto y con unos ojos redondos y negros, tan penetrantes, como en mi vida los he visto en otra cara m:lsculina. Al saludarme me apretó la mano con tal fuerza que casi lanzo un grito. Pero la hizo con una desenvoltura y naturalidad que no me permitieron formular en mi interior protesta alguna. Tenía una bella sonrisa maligna que se dibujaba en una boca diabólica, donde blanqueaban unos dientes parejos, pulidos y voraces como los de un felino. El pelo era ensortijado y negrísimo, la frente despejada y m0rena, las mejillas pálidas, bien rasuradas, el traje correcto. Sus palabras, aunque pocas, bien pensadas, tejían frases convincentes y amenas que agradaban. Aunque sólo pudimos hablar banalidades en esta primera entrevista, yo comprendí que tenía delante a un hombre inteligente, culto y sJgaz. Me inquietó desde un principio su mirada atrc::vida, persistente y fogosa que hacía bajar mis ojos siempre que quería. Más tarde comprendí su temperamento dominador y autoritario, sin violencia. !-labía que acceder siempre a todo la que él exigía, y era forzoso plegarse a sus imposiciones, porque ieníil un dón de gentes cuya fuerza de mando nunca pude precisar en qué estribaba, pero que resultaba siempre irresistible. Era simpático, mas su simpatía era despótica. Era fino y afable, pero su amabilidad tenía algo de .cortante como un bisturí. También es verdad que )'0 era una chiquilla inexperta, sin roce alguno con los hombres, tímida, ingenua y plegadiza, como la S0n todas las niñas de carácter jovial al llegar a la pubertad, ~in más defensa que la que oponen por nosotros los seres que nos protegen. ARTURO SUÁREZ 147 Con todo, después he comprendido que aquel hombre ejercía un influjo incontrastable y pernicioso en las mujeres que caían bajo la acción directa de sus aviesas intenciones. No usaba de suavidad y mieles para cazar sus abejas, pero en cam· bio infundía con sus palabras, su mirada y su sonrisa una fascinación subyugadora. Yo he leído con suma atención todas las crónicas y ras· gas biográficos que se han e.!lcrito con respecto al fraile ortodoxo Rasputin, porque encuentro entre él y Julián LIna similitud acabada, perfecta. Aquel monje licencioso poseía para con las mujeres una influencia fatal. No las enamoraba propiamente, pero las dominaba de tal suerte, de una tan singular y extraña manera, que hacía de ellas cuanto se le antojaba, sin que ellas, apenas, pudieran impedirlo. Muchas grandes artistas y altas damas de la corte rusa se le rindieron sin amarlo, y confesaban despué5 que aquel hombre estaba dotado de un raro poder hipnótico que las arrebataba, haciéndolas caer en sus brazos casi contra Sll voluntad. Algo parecido sucedía con Julián. Su fuerza sugestiva era tal, que yo, al hablar con él en la intimidad, me sentía trastornada, marcada, sometida a sus caprichos y veleidades, como un trozo de cera, con el cual se puede hacer cuanto se desee, al calor de una hoguera. No obstante, en el curso de los años he meditado y reflexionado mucho sobre estas cosas y sucesos, y he llegado a la plena convicción de que nunca amé a Julián Linares con el corazón. Jamás sentí ternura alguna por él, ni su recuerdo conmovía gratamente mi alma. Pero cuando estaba a mi lado, y me miraba, me hablaba, me sonreía y me estrechaba las manos .... francamente, me sentía conturbada, transportada, y experimentaba un desvanecimiento en el cerebro y un vacío en el pecho, como si perdiera el dominio de mi voluntad, como si no tuviese corazón ni espíritu, cual si fuer:1 una m;íquina parlante, lista a decir y hacer cuanto le viniera en talante a quien me manejaba. La noche de la primera visita dormí mal. Me acosté pensando en las historias que de sus novios me cor.tarall mis condiscípulas de más edad que yo, y todos esos novios se me hacían semejantes, física y moralmtnte, a Julián Me desperté varias veces sobresaltada por la pesadilla. Soñaba cómo J u1ián se 148 EL ALMA DEt PASADO acercaba a mí suavemente, me acariciaba, luégo me abrazaba y después me estrangulaba. Al domingo siguiente Julián volvió con papá Nuestra conversación fue esta vez un poco más cordial, y casi empezó a nacer la confianza entre los dos. Claro, éramos primos .... Luégo vinieron los exámenes. Hubo un acto público en que yo canté y recité. Julián asistió a él con papá. Después salírnos del colegio y subímos al automóvil que ellos dejaran a I:l puerta al llegar, y fuimos a dar un paseo hasta Usaquén, paseo en el cual charlámos muy animadamente. Julián me felicitó por la bien que yo había salido èl1 todo. Papá no quisn invitar a Julián a vivir en casa, pero sí le permitió que fuese allá cuantas v.:ces quisiera. Este empezó a ir con frecuencia de noche, pero viendo que Sieml)re estaba papá en casa, la que le impedía hablar conmigo íntimamente, resolvió hacer sus visihs de día, principálmente por la tarde Cuando iba Ile~ando la hora de venir papá, pretextaba cualquier asunto urgente, se despedía sin preámbulos y salía rápidamente. Papá a veces me preguntaba por él. Yo le decía: aqui estuvo, o no ha venido. Todo tan natural.. .. Algunas de mis condi5cípulas venían a venne a iba yo a casa de ellas. Cuando ninguna venía, ni yo salía, me asomaba a la ventana por la tarde; pasaba luégo ulián por la acera, me saludaba, yo la invitaba a entrar. ¡Ah! todo tan !1atura1.... Una mañana amanecí indispuesta, y no me levanté de la cama en todo el día. Papá me trajo el médico, y éste, después de examinarme, dijo que era un ligero resfriado. Por la tarde vino Julián y se coló de rondÔn a mi alcoba. Esto me desagradó, pero nada dije, pues era penoso mandar10 retirarse. Acercó ulla silla al búrde de la cama, y después de chartar un rato, se le antojó palparme los pies, diz que por ver si los tenía fríos. Yo me puse encendida e intenté protestar. Pero él afectó hacer las cosas con tal naturalidad, con tal apariencia de falta de malicia, que ni siquiera aparentó notar que yo me ponía colorada. Sacó luégo las manos y se puso a silbar, mirando COll cierta risilla indefinible un cuadrito de un Angel Guardián que había a la cabecera de mi cama. r ARTURO SUÁREZ 149 Después acercó más el asiento, y entre chistes y simplezas de estuJiada ingenuidad, me cogió los brazos, me acarició la garganta, y acabó por darme un beso en la mejilla. Yo la repelí indignada. Me pareció esto el colmo del descaro, y así se lú manifesté.-i Tan boba! palió él: ¿qué liene un beso en la mejilla? y dado por un primo Si los primos somos cam') hern\1nos. Mirell la melindrosa l. . Después, en las otras visitas, cuando estábamos solos, me besó las manos, me pall1loteó el hombro, y por último, sin que yo hallara manera de evitarlo, puso sus labios en mi boca. Yo, furiosa, le di UII bofetón ell la cara. El, riendo, me desarmó diciendo : -¡Tonta! tú parece qu~ no hubieras ido nunca al cine ¿rIas visto acaso una sola película en que no se besen dos que se quieren? ¿ Es que tú no me quieres? Te propongo que sigamos cambiando besos por trompadas. y así fue ganando terreno paulatinamente, sin conmociones bruscas, sin precipitaciones, sin que yo me atemorizase a me pudiera indignar de veras. Todo con la más perfecta naturalidad, hasta el punto de que ya no trataba yo de esquivar sus caricias, ni podía protestar por nada, .como un corderillo que llevan al matadero entre mimos y zalemas. El todo la sabía atenuar y reducir a bromas inocentes, con un cinismo sin igual, extrañando siempre que yo pudiera darme por ofendida. Había por ese tiempo en casa una criada SOCarrO\la y maliciosa, de cuyas fecharías en un principio no pude yo percatarme. Era una mujer como de unos cuarenta años, fea y humilde, pero ladina y astuta como una zorra. Jamás pude saber si estaba en connbencia con Julián para urdir contra mí alguna emboscada, porque todo la hacía con un servilismo y una cariñosa y aparente fidelidad hacia mí, que no me daban pábulo a pensar nada malo de sus procederes. Yo sí desconfiaba un tanto de ella y le tenia una instintiva antipatía, porque a través de su sumisión le adivinaba cierto fondo de hipocresía; pero a pesar de todo, jamás la traté con dureza. No hallaba en Clara, que así se llamaba, motivo visible quc censurarle, y ella se esforzaba siempre en ser atenta. Yo vivía bajo la presión de una pasión que me dominaba. Quería estar a todas horas al lado de Julián. Me hacía ya más falta que papá, y no concebía distracción alguna sill 150 EL ALMA DEL PASADO la compañía de aquél. Casi siempre íbamos a teatro juntos. Pero entonces se manifestaba discreto: se mantenía a una respetuosa distancia de mí, y no me hacía ninguna demostraci6n ostensible cie afecto. De ese modo tenía a papá constantemente cngañado, pues el gavilán que era al lado mío cuando estábamos solos, se convcrtía en otra paloma como yo cuando tenía delante a papá .. Los domingos íbamos de paseo a San Cristóbal, aÎ lago de Cl1apinero, o salíamos en automóvil a en ferrocarril a alguna población de la Sabana. Julián nos acompañaba siempre i estaba, pues, cnteramente consagrado a mí. Yo vivía como en otro mundo, transportada, llena de ilusiones y de dicha' constante. No me preocupaba por nada ni por nadie. Sólo Julián ocupaba mi pensamiento. Muchos jovencitos pasaban por frente a mi ventana y me cortejaban y requerían en las visitas, teatros y paseos. Pero yo, en mi abstracción, los menospreciaba a todos, sin sentir por ninguno de ellos la más mínima inclinación. Sólo Julián me gustaba, sólo Julián me colmaba de satisfacción, y yo, cmbobada, aleJada, para él no más vivía. Una vez se enojÓ conmigo por cualquier nonada, y se estuvo ocho días sin ir a verme. Yo me los pasé llorando, y creyen Jo que iba a morir del dolor de no verIe, la mandé llamar con Clara El vino, me contentó, enjugó mis lágrimas con sus ósculos de fuego, y yo quedé más sometida, más esclavizada que nunca bajo el yugo tirano de su amor. Papá nos hacía en ocasiones la burla ingenuamente. -Ustedes parecen novios, nos decía con cierta risita benévola. -Sí, sellar. sí la somos, contestaba Julián, en el mismc tono chancero, y nos vamos a casar cuando ella salga del colegio. Yo, ruborizada, bajaba los ojos. Llegó el tiempo de reanudar los estudios. La despedida fue casi desgarradora. Yo lloré, y él fingió llorar. Me hizo mil promesas de fidelidad, y yo· por fin me consolé, con la esperanza de veria cada ocho días en las visitas dominicales con papá. y así fue. Muy pocos domingos durante el año escolar dejó de ir al salón de visitas. Yo, cuando la veía, sentía renacer todo mi entusiasmo por él. Pero confiesù que en el claustro no me hacía tanta falta como yo esperaba. El primer ARTURO 151 StJÁREZ d'1mingo que faltó no s~ntí ningún pesar, de la cual he colegido después que no le amaba con amor sincero y verdaùe· ro, y que sólo cuando estaba bajo el influjo inmediato de la fascinación de Sil boca y de sus ojos, perdía el dominio de mí misma. Pero llegaron de nuevo las vacaciones, y la fuente de pasión volvió a tornarse en impetuoso torrente que, desbordado, inundó todo mi sér con sus olas espesas y bravías, dejándome al fin en ulla desolad3. orilla, abandonada y sola con mi dolor eterno !.... Blanca exhaló un gran suspiro y prosiguió: - Todo fue -3.legl ía, músicas y gratas emociones en esos radiantes días de asuetos. Vivíamos de parranda cn parranda y de función en función. Papá, complaciente, s(' quejaba. entre sonrisas de la mucho que la hacíamos tLISl1och3.r. Pero el pobrf'cito era capaz no sólo de eso, sino hasta de dejar sus ocupaciones y negocios por darme gusto a mí A insinuaciones de Julián orgal1\zamos un viaje de veraneo a una de las estaciolles del'ferrocarril de Oirardot. Como aquél no quiso ir ese ailo a ~u casa de Bucaramallga a visitar a sus padres, arregló el viaje con nosotros, y allá fuimos a dar a la estación de X .... , en compal'iía de muchos otros alegres paseantes que también iban llenos de entusiasmo a pasar fuéra de Bogotá dias de calor; de distracciones, de luz, de descanso y de amor. Juïán vistió el traje de tierra caliente con suprema elegancia. Los zapatos blancos y el canotier le sentaban a la maravilla; y C0l110 era alto y esbelto, la ropa ligera y suelta le caía c. n un desenvuelto desgaire que le hacía bastante gracia. A los pocos días de veraneo ernp~cé a conocer a mi 110vio más a fondo, y a darme cabal cuenta de cómo era el hombre de quien tan perdidamente me había enamorado. Nuevas moda1i !ades y distintas faces, no sospechadas antes, fueron apa· reciendo en su persona y su conducta. Jugaba y bebía de UI1 modo desenfrenado, pero la hacíl COll el Illilyor sigilo y cautela, para que pap~ y yo 110 110S enterásemos. Generalmente hacía todas sus pilatunas de noche, tarde, cuando ya pé!pá Y yo n~s habíamos ido a acostar. Un día, y en un momento en que él no se dio cata de que yo la pudiera oír, le dijo a Un $l\ amigo, juicioso él, que la noche anterior se habfa~8~~"C~ OE Lt>-.RE ~wo 6P--~CO ~.H4GE\. IliUO llCl- L 152 EL ALMA DEL PASADO rrado el gran cuescón. Yo no conocía esas raras palabrejas del argot de los vagamundos, pero al instante caí en la cuenta de que se trataba de una borrachera mayúscula. Sent[ tristeza y desencanto, mas nada osé decirle. Otro día arregló viaje, de un momento a otro, y se fue para Bogotá, sin que nadie pudiera impedírselo. Un amigo indiscreto me contó que Julián se había visto forzado a irse a la ciudad a traer dinero, porque la noche anterior le habían ganado al pocker todo cuanto tenía. Cuatro días después regresó. Yo no me atreví a decir nada de esto a papá. Al día siguiente de cada jugarreta o bebezón, se levantaba tarde, a las once a doce del día. Corría, se daba una buena ducha fría, y volvía a presentársenos más fresco que una lechuga, sin dejarse conocer en el semblante la huella humillante de eso que ustedes llaman guayabo. Era un vicioso solapado, un juerguista de cartel y un crapuloso incorregible. Pero hada las cosas con tal discreción, astucia e hipocresía, que nadie podía echarle nad •• en cara. Adem:í.s, él no era hombre de pedir servicios, y a ninguno se le hacía pesado exigiéndole dinero prestado. Era un perdido, pero se daba sus trazas para hacerse pasar como hombre correcto y decente. Yo estaba dispuesta a tolerarle todo, así fuera el más negro delito. El amor me envolvía como una segunda atmósfera de suave niebla azul, como un halo de cálido vapor que me circundara la frente, poniéndome una venda ante los ojos. Todo la que me rodeaba me era casi indiferente, los jóvenes que me cortejaban en el hotel no me interesaban más que como simples amigos. Yo sólo veía a Julián y estaba por entero entregada a su cariño. Todas las muchachas se pirraban por él; eso la comprendía yo bien, y por la mismo estaba siempre atenta, temerosa de que alguna me fuera a arrebatar su amor, con la cual más acrecentaba mi pasión. fI las galanteaba a más no poder, como buen tenorio que era, pero se guardaba bien, para ello, de que yo no estuviese presente, ni pudiera enterarme de sus devaneos directamente, aunque no le chocaba cuando yo le manifestaba mÍ'S celos por alguna de las lindas veraneantes, pues bien sabía que con esto de los celos adquiría él mayor relieve ante ARTURO SUÁREZ 153 mis ojos, sin contar con que yo misma, con ellos, aumentaba mi querer. Entabló ocultos amoríos con más de \Ina, e hizo, a espaldas mías, mil promesls que, por la demás, jamás pensó en cumplir. De tales hazañas tuve más tarde noticia en Bogotá. Hacíamos paseos con frecuencia, y bailábamos casi todas las noches. Julián, durante las alegres veladas, casi 1\0 se separaba un momento de mi lado, y yo era feliz viéndome preferida por él a todas. Con eso sabía halagar mi vanidad, y de este modo tenía enlazado mi corazón, como con los tentáculos d~ un pulpo, aprovechándose de la vulnerabilidad que por ese flanco tenemos las mujeres. Los veraneantes se reunían a menudo, y nos dabln suntuosos tés y pic-nies en los cuales reinaba la más familiar y exquisita cordialidad. Cuando estábamos cansadas de bailar, una de las señoritas cantaba, ') alguno de los señores recitaba versos i otros contaban historietas, hacían chbtes, representaban juguetes cómicos y lie disfrazaban. En materias de arte se distinguía especialmente Julián: no había quien charlara con más salero, quien recitara con mayor sentimiento, ni quien cantara con más bien timbrada voz. Todas nos quedábamos bobas viéndolo y oyéndolo. Julián bailaba de una manera admirable. Conducía la pareja con su·· prema elegancia y delicadeza, y tenía un modo de lIevarla y manejarla, sui generis, muy de él y muy distillto a los demás gala.nes. En el suave ritmo de la danza le hablaba a su compañera muy cerca de la boca, la atraía hacia sí con suma discreción, la oprimía dulcemente y la miraba en los ojos con una penetración insistente, en donde había un extraño fuego velado, cuyo influjo inquietante sólo a la pareja le era dado sentir. Las demás personas nada raro ni fuéra del orden y de la estricta corrección percibían. Yo notaba que a todas las jóvenes les encantaba bailar con él. Otras veces jugábamos a cumplir penas, y era entonces cuando había las más graciosas :declaraciones públicas de amor entre los jóvenes. Aquello se convertía en la baraúnda más variada y graciosa. Había veces que le tocaba a una niña desdeñosa arrodillarse al pie de su cuitado galán en demanda d~ perdón, y éste, tendiéndole la mano, la levantaba entre los estrepitosos aplal.lsos de la concurrencia. Verificábanse por est~ 154 EL ALMA DEL PASADO medio reconciliaciones, e iniciábanse nuevos ómores. Y era de vcr al día siguiente, cn las cami naras ve~perlil1as, las parejas de enamorados, hablando en Val baja por los senderos floridos, llenos de luz, de somisas y de paz. Cuando, en cicrtas noches, dejaban de sonar las danzas y rag- timcs de la piallota. vibraban ¡os valses y pasillos camp~stres en las cuerdas d~ tiples y guitarras, pulsadas por Ola· nos de artistas labradores. En ocasiones, después de media noche, 11\-:S despertaba un dulce canto de serenata, ejeçutada por un trovador bohemio, de e~os que van cie pueblo en pueblo y de estación en estaciól1, entonando endcchas suspirantes y bambucos monta-ñeros, en que parecía que llorasen las brisas a que danzaran las estrellas de la noche. Reinaba constantemente una tan cordial confraternidad entre todos los huéspedes del hotel, que nunca faltaban las invitacio'les de unos a otros en la mcsa a Id hora de comer. Los amigl)S c0l1vidahl11 a S115 amigas Inra obsequiarlas con una COpl de vino a algún plato especial; y las novias se compla· cían en invit Ir a sus novios a c,-,mer Cil alegre compañía en la mesa familiar. Los bailes de Navidad y de Añonuevo fueron ell esta temporada dos verdaJeros acontecimiento,; de jubilosa diversión. Hubo disfraces, y UII gran banquete a media 1I0che. La parranda se prolongó en ambas fiestas hasta el amanecer. Papá, que ya empezaba a padecer del r~uma que hoy la molesta tádto, poco bailó, pero, por acompanarme a mí, no se retiró hasta el final de la tertulia, como todos los demás. El nunca se fue a acostar dejándome sola en la s:\la. Yo, por mûY contenta que estuviera, jamás la contrarié, rogándole que me dejara en el salón con mis amigas, mientras él se iba a la cama; y aunque éstas y Julián me rogaran muchas veces Elue me quedara, nunca la hice, aunque fuera temprana la hora en que papá quería recogerse. Pena me da, Luciano, continuó Blanca,lnblarle con franqueza de algo referente a mi propia persona, pero la haré, porque no quiero omitir ni el menor detalle en esta fiel relación que de mi vida le voy haciendo .... Si Julián era el más elegante, simpático y buen mozo de los veraneantes, yo era la \TIás bella de las muchachas .... Supóngase usted una chica de ARTURO SUÁREZ 155 quince años, espigada, de sonrosado rostro, rollizas pantorri-. lias, brazos torneados y frescura primaveral. Era Ull verdadero capullo, un botón de rosa que empezaba a abrirse ell una clara mañana de ilusión. Mi boca encendida y canuorosil) y mis ojos luminosos y nirlos, daban envidia a mis compañeras, quienes, a pesar de todo, me acogían con deferencia, porque yo supe granjearme 5U cariño. Usaba trajes vaporosos de gracioso corte que me sentaban a la perkcción. Papá no había omitido gasto COll las modistas',' a fin de arreglarme un ajuar de verano de la más fino y escogido. Casi todos los días me ponía un lindo traje distintó, y vivía como una rriimada princesita de un cuento de hadas. Nada me faltaba para ser dichosa. La vida me sonreía. Todos me acataban y atendían, tanto pùr mis gracias como por ser la hija única de un hombre distinguido, de alta posicÍl)n social y de gran fortuna. No sé cómo no me v)lví una chica caprichosa y fatua; antes, por el contrario, todos alababan mi discreción, mis buenas maneras y la dulzura de mi carácter. Indudablemente había nacido para ser feliz. Por eso, cuando la suerte me arrojó de un brutal empellón por el desfiladero del infortunio, yo desperté de mi sueño blanco en el fondo negro de Ulla sima, sill apenas dar crédito a mis asombrados ojos. Casi me desconocí. Tenía las blancas vestiduras desgarradas y las pupilas cegadas por el llanlo. Una sombra infinita poblaba los horizontes silenciosos, y yo sólo escuchaba el hondo palpitar de mi corazón herido! Las gentes, Luciano, en general creen que \a riqueza es la única felicidad posible en el mundo, y consideran que aun el baldón, es IJevadero, y preferible a la pobreza, COll tal de tener oro en abundancia, disponible en las cljas. No obstante, i cuántos seres hay que quisiéramosdar cuanto poseemos a trueque de borrar el pasado y recobrar nuestra felicidad perdida! La gente de abajo cree que los que están arriba no sufren, y viven envidiándolos, en su simplicidad, como a seres superiores a quienes nada malo puede afectar. Pero si el dolor se proyectara como una sombra, j qué de oscuros cortejos seguirían a muchos seres a quienes se tiene por privilegiados! V cu~ndo un ídolo que estaba muy alto se cae y se hace cascote, con sorpresa se ve que era de barro y qUe estal;>a htteco por dentro. 156 EL ALMA DEL PASADO Yo soy otra hoy, Luciano, lo comprendo. Estoy muy cambiada, muy distinta. He perdido tánto físicamente .... sí, la comprendo! -Yo recuerdo muy bien cómo era usted entonces, advirtió Luciano. Iloy, Cil verJad, es distinta, pero 110 menos bella. Blanca: y el día que s~ acabe su hermosura corporal, quedará la belleza de su alma, quc es superior y que es eterna! --Yo 110 le conocía en esa época, Luciano, advirtió Blanca, y es muy seguro que fuera usted UIlOdc los quc me cortejaban. Mas, CJIIlO antes le dije, yo no paraba miclltes cn nadie Estaba tan embebida, vivía tan atolondrada .... Después de una corta pausa, Blanca reanudó :-.'\quella engañosl felicidad nú podría durdr mucho tiempo Llegó el día en que el cáliz de dicha en que tánta miel bebía a boca llena mi alma insaciable, había de empezar a tornarse amargo como hiel, hasta llegar a la cÏcutl que envenenó mi vida y mató para siempre mi ventura! Una tarde salimos todos los del hotel a caminar por un senderito orlado de flores, bajo la sombra vespertina de las acacias que alfombraban el suelo con un tapiz dé púrpura, hecho de pétalos rojos caídos UII sol crepuscular que se hundía detrás de las remotas montarlls del Tolima, oreab:\ los guaduales, en donde se acariciaban las palomas silvestres que tenían !-anto amor en el henchido pechuelo y en el pico arrullador, como el que llevábamos nosotros en la boca florida y en el corazó n .... Ibamos por pareja,>, andando despacio, charlando y can· tandu. Yo siempre salía al lado de Julián, pero aquella tarde, no sé por qué, iba del brazo de pap.i; Julián se había quedado atrás, ayudando a ulla de las nil'ías a coge!' unas flores. Papá y yo éramos la penúltima pareja. Julián y su compai'íera Raquel Arenas, la última. Yo iba cantando a media voz una tonada labriega, aprendida a la orilla del río la tarJe ant~rior, durante un pic-nic con que nos obsequiaron. La joven que acompañaba a Julián era linda, graciosa y quizá demasiado lista. Yo sentía cierto malestar cuando Julián de partía con ella, pero nunca había notado que se propasasen en sus relacione,>, )' por eso mi desconfianza no pasaba de una ligera inquietud. Comprendía que esa nii1a era la preferida de Julián entre las demás veraneantes, ARTURO SUÁREZ 157 p~ro jamás había pasado por mi mente la sospecha de que etla primara sobre mi en !">ue!">timación. I::tlos venían como unos veinte metros más atrás que nosotros. Yo, sin intención maliciosa ninguna, miré hacia atrás, y vi algo que me dejó suspensa, C01ltenido el aliento, apagada la canción en mi boca, lívida, petrificada .... Julián había tomado um guedeja de los cabetlos de su amiga y la besaba .... fue en un instante rclpiJísimo. Yo alc':lI1;;~a \o'~r a::¡u~110,y Jul,ián notó que yo la Inbía visto. Sentí un desvanecimiento y. tuve que a!">irme fuertemente del brazo de papá. No volví a hablar en toda la tarde, y seguí caminando como una sonámbula. El golpe había sido rudo y en el fondo extremadamente sensible de mi alma. La lIam 1 de 105 celo5 se hlbía inflatnldo súbitamente en ini pecho, como un relámpago abrasador. Yo no conocía e!">apasión, y por eso slJfrí tánto al sentir que por primera vez me clavaba, con crueld;¡d inaudita. su daga de dos filos en mitad del corazón. iInfame, infame! repetía yo sin cesar en mi inlerior. Papá me dijo de pronto: -¿ Por qué te has callado? ¿ No venías tan animada cantanda? -Sí, señor, le respondí, haciendo un esfuerzo incalculable para qUè él 110 comprendiera que mi voz estaba, a punto de disolverse en llanto. Sí, señor, pero es que me he sentido mal de un momento a otro. Me duele la cabeza. Volvámonos para el hotel, papacito. -Pero hija, me contestó él extrañado, si acabamos de salir de allí. -No le hace. Me duele la cabeza,' insistí deteniéndome y haciendo que regresáramos en seguida. Al pasar junto a Julián y su ami~a, éstos exclamaron sorprendidos: -¿ Qué es .... ? ¿Por qué se devuelven? --Esta niña que se ha sentido mal de pronto, dijo papá, metiendo un tanto la patiea. -No, no es eso, rectifiqué yo. Es que me ha dado pereza seguir. Este paseo está muy sin"ple. --Entonces nosotros también nos volvemos, decidió Julián. -No, no, impedí yo; en ningún caso. Ustedes deben 158 EL ALMA DEL PASADO seguir. Todos van entretenidos, y ustedes están muy contentos ... Además, la tarde está bellísima y tirando a papá del brazo, lo arrastré lejos de allí, dejando a los otros dos plantados, estupefactos. y en aquella tarde radiante de la tierra caliente, vi el mundo todo oscuro. El agua de una fuentecita cercana que bullía entre rocas pardas, me pareció que gemía El ramaje de los cl1unces y almendros, al susurrar con el aura de la tarde, sollozaba ..... Llegué al cuarto y me d~splomé boca abajo en mi catre, loca de rabia, de desp::,cho y de dolor. Metí la cabeza bajo la almohada y lloré, lloré más de una hora, lloré hasta que papá vino a lIamarme a comer Entonces hice un esfuerzo para calmarme y poder aparecer serena y aun indiferente en la mesa, pues Julián se sentaba siempre con nosotros. Encendí el foco, me bañé los ojos con agua fresca· y peiné mis cabellos revueltos, cambié el traje ajado, me di una m:lnita d~ polvos, y me prendí una rosa encarnada y fresca en el pecho. Cuando lIegámos papá y yo al comedor, ya Julián estaba ahí sentado a la mesa, solo, esperándonos. Lo noté cabizbajo y poco comunicativo. Comimos casi en silercio. -¿ Pero qué es la que les pasa esta noche a ustedes que están tan callados? nos preguntó papá. -Es que a mí no se me ha pasado el dolor de cabeza, le contesté yo. -¿ Por qué no has tomado aspirina? me interrogó Julián. -Sí, le respondí can intención y por lo bajo; tomé la tableta que me diste esta tarde .... -¿ y no te valió? me devolvió él sonriendo, en el mis ma tono. -Sí que me valió. Y creo que me servirá para curar mi jaqueca de por vida, le remaché yo. Al levantamos de la mesa me dijo Julián que iba'1 a bailar, y que esperaba que yo volviera pronto al salón, porque tenía algo importante qué decirme. -Sí, le contr.~técon mucha naturalidad. Vaya mi cuarto y vuelvo en seguida. y no volví. Me puse a leer los periódicos con el propó· sito de no dejarme ver de nadie aque\1a noche. Pero cuando se organizó el baile y notaron todos que ARTURO SUÁREZ 159 yo no aparecía por ninguna parte, empezaron las amigas a l1amarme a gritos: -j Blanca Linare~! .... ¿ Ln Jóllùe está Blanca Linares? ¿ Qué es que no viene? Por fin una comisión de mllchachas fue a mi departa·mento, enviada sin duda por Julián, y me sacó de a\lí casi a la fuerza. Al terminar yo de bailar la primera pieza, Julián vino a sentarse a mi vera y empezó a hablarme, tratando de provocar una explic:¡cÎón. Mas yo no le di margen para ello, contestál1ùol~ a todo con monosílabos, y sin adelantar nada. Entonces él, picado, fue a seiltarse a otra parte, pero no alIado de su compañera de la tade. Y en eso fue muy diplomático. Después vino a invitarme a bailar, pero yo me excusé, dicién· dole que estaba cansada, y le aconsejé que más bien sacara a su Ilovia .... Luégo bailé un rato con los otros, mas como no encontraba halago en la diversión, me escabu\lí apenas pude a mis aposentos, de donde no s31í más eSl noche. A la mai'iana siguiente 110 abandoné mi cuarto más que para ir al b3ño. Llegó la hora de almorzar, y el almuerzo fue tan silencioso como la comida anterior. Julián había pasado esa mañat1il varias veces por el corredor, frente a mi apartamento, buscando la manera de entrevistarse conmigo, pero yo no le di coyuntura. A las cuatro de la tarde papá arregló viaje para el río con otros amigos, y convidó a Juliánr pero éste no quiso ir, aleg:mdo que era tan lejos, y que volverían ya entrada la noche cansados y sin ánimo para nada .... A esa hora en que el sol de las tierras cálidas arrecia su calor, todo estaba en caltr.a en el hotel. Los hombres leían con atención las noticias de Bogotá en los periódicos \legados por el tren de ese día. Otros jllgaban tresillo a parker. Las señoras cuchicheaban abanicándose, sentadas en las sillas que había en los corredores, quiénes leían algún libro bajo las enredaderas. Yo, leyendo también, me quedé dormida en mi catre, en el aposento interior de mi departamento, compuesto de tres piezas muy cómodas y amplias. Cuando, ya tarde, de pronto desperté, Julián estaba. sentado al borde del catre, y tenía ea· lóO EL ALMA DEl PASADO gida entre las suyas una de mis manos. Yo, sorprendida, traté de incorporarme, pero él no me dejó, diciéndome :-No permito que te muevas hasta que me oigas la explicación que voy a darte: tú eres cruel e injusta conmigo. Me juzgas mal. NI) has querido escuchar mi defensa y me condenas sin oírme, despiadadamente. Tú crees que yo amo a Raquel, yeso no es ciert0. Estando tú de por medio, yo no puedo amar a nadie más que a ti. Y a ti te prefiero a todas como te consta, porque de ello te doy continuamente pruebas. Yo no te cambio por ninguna, te equivocas, no la creas, porque te adoro, te adoro a ti sola con todo mi c0razón, con toda mi alma, con toda mi vida! Las palabras se atropellaban en su garganta, y salían entrecortadas, temblorosas, casi solIozantes, con una apariencia de sinceridad franca, convincente. En seguida hilvanó con grande astucia una mentira que empezó por desarmarme y acabó por reducirme del todo: -Oye, me dijo con bien fingida honradez; es verdad que yo besé un rizo de los cabellos de Raquel, no trato de negarlo, pero aquello no fue una manifestación amorosa como tú la creíste: fue, iquién la pensara! una chanza, una apuesta .... Suponte que elIa, charlando, me dijo con irónico tono de desafío que apostaría conmigo no sé qué a que yo no sería capaz de darle un beso a alguna de las veraneantes, en presencia suya. Yo acepté el reto, poniéndole por condición el que elIa no se opondría a nada, y me nejaria obrar a mi talante, a la cual Raquel accedió. A renglón seguido le besé los cabellos a eHa misma, sin que tuviera tiempo de impedírm~lo. La chica protestó y trató de enojarse, pero yo le alegué que elIa se acababa de comprometer a no impedirme obrar, que era además una de las veraneantes, que tan en su presencia la había besado que había sido a ella misma, que estaba ganada la apuesta y no había más qué hablar. -Ahora bien, agregó Julián: ya ves que aquello sólo fue una broma, una simpleza; , tan cierto es que no he tenido amores con Raquel ni pienso tenerlos, que estoy dispuesto a prometerte no volver a conversar con ella, ni siquiera a mirarJa, si tú me la exiges. Usted comprende, Luciano, que a una niña de quince años, enamorada, dominada por un hombre de mundo, inteligente y que posee mil argucias y expedientes para formular ARTURO SUÁREZ 161 sus disculpas e imponer su voluntad, no le queda más remedio que ceder, doblegarse y creer. Cuando él me vio sonreír, cuando conoció que me había contentado y que, incauta, había caído de nuevo en sus redes; cuando comprendió que se había impuesto otra vez y que la reconciliación estaba hecha, me acarició las manos, me halagó con dulces palabras, me juró que nos casaríamos pronto, y se inclinó sobre mi rostro, para fascinarme, mirándose en el fondo de mis ojos .... Me estrechó entre los brazos. Yo traté de repelerlo, pero él me. sometió con su fuerza y con sus mimos. Por primera vez sentí miedo de aquel hombre a quien amaba tánto. Llamé a Clara la criada, pero Clara no oyó a no quiso oír, y no vino. Intenté gritar, pero él me llenó la boca de besos y ahogó la voz en mi garganta. Me sentí arrastrada por un cálido viento impetuoso, y abandonada, desvanecida, sin valor y sin defensa, rodé en el vórtice I Después .... después empezó a llenarse de tinieblas la estancia, y la noche fue cayendo lentamente, oscura y negra, sobre los campos absortos, sobre las cosas mudas, y encima de mi alma amorosa y desgarrada! Se extinguió la luz en mi aposento; todo la blanco se empañó y se fue borrando .... se perdió todo .... todo se perdió en la sombra! -j Luciano, Luciano de mi vida! exclamó Blanca estremecida, con acento familiar, y llevándose las manos al rostro encendido y bañado en lágrimas. j Qué vergüenza siento contándote todas estas cosas! j Qué dura necesidad! iQué horrenda obli~ación L... iYa ves que no te puedo amar .... y sin embargo te amo! Ya ves que no me puedes querer tú tampoco, porque soy otra de la que tú pensabas, porque soy indigna de ti! Ya ves que no merezco tu amor inmenso, que soy un guiñapo de mujer, como te la aseguré desde un principio, sin que tú me creyeras. Ya ves que desde hoy más me habrás de despreciar y huirás dit mí !.... Yo no tendré esperanza ni consuelo, porque he perdido para siempre tu amof, como la he perdido todo en ta vida 1.... Ahora comprenderás por qué he sido siempre rehacía al amor de los que me han querido. Ahora comprenderás por qué huí tAnto de ti.. .. aunque te amaba. No sabes cuál ha sido mi lucha interior para vencerme a mí misma, para apagar mis llamas, para huír de mi propio corazón, cuando el amor, como un encantado viajero de la desconocido, llamaba a sus 11 162 EL ALMA DEL PASADO puertas. No quería· engañar a nadie, y mucho menos Il ti, que eres tan bueno. Yo me precio de ser honrada, hasta el punto de sacrificar mi corazón y mi porvenir, antes que engañar al hombre que me consagre con nobleza y desinterés su amor sincero. Engañarlo sería una pérfida traición que yo no mè perdonaría jamás, y que acabaría por matarme de remordimiento. Además, entre cielo y tierra no hay nada oculto; y aquel malvado, que aún me persigue, podría revelar el terri~le secreto, y entonces ¿qué sería del hogar que )'0 hubiese formado sobre la deleznable base de la impostura y el engaño? i Oh, no, jamás, antes la muerte que la fal~ía ! Todos han creído siempre que yo soy una mujer fría, indiferente, extraña al amor. i Ah, cuán errados están! Si su· pieran que la misma vehemencia pasional es, en parte, causa de mi desventura .... Si supieran que el alma ·negra del pasado, el oscuro recuerdo de la que irremediablemente fue, es la que me atormenta y me imrjide amar y ser amada .... Si yo no me hubiera dejado arrebatar por el impulso de amor sin limites, hoy tendría derecho a la felicidad, como la tienen tántas .... Péro era yo tan niña, tan inexperta .... No fue culpa mía. 1Si pudiera tener derecho al cariño tuyo, Luciano, que es el verdadero afecto ne mi vida, ya que la otro fue sólo pasión loca, insensata pasión ....! ¡Luciano! .... iDios mío! Si no me quieres, ya que no puedes amarme, al menos ten compasión de mí.. .. ten piedad de esta desgraciada que tánto te ama y que jamás pensó engañarte ! Si supieras cuánto he llorado en estas últimas, horribles noches, pensando en la tremenda confesión que había de hacerte, y pensando también que con ella iba a perder tu amor para siempre, tu amor que tan caro nos cuesta a los dos ! Sí, Luciallo, no me culpes. Ten ¡:iedad de mí, y perd6name i Perdóname, te repito; no tuve la culpa; yo era una niña cándida que estaba al borde de un precipicio, ·mirando alelada un lucero .... y me empujaron al abismo! Un torrente de lágrimas ahogó la voz de la niña. Luciano no pudo h'ablar. Las últimas confesiones de Blanca la habían dejado ató¡¡¡ ta, petrificado. Un sudor frío le humedecía las sienes, y lenía la sensación de que el cabello se le tornaba blanco. No podía balbucir, no se podía. mover. La relación de aquella serie de catástrofes lo había dejado clavado en el sitio, sin ánimo ni alientos. ARTURO SUÁREZ 163 El sol se había hundido en el confín brumoso. La tarde se perdía bajo nubes fantásticas y oscuras, y hasta los dos amantes llegaba, ululante y frío, el vago suspiro de las auras. Blanca lloraba sobre los brazos cruzados encima de la mesita, donde los libro!, mudos y' en desorden, parecían acompañada en el dolor con la elocuencia de su silencio sabio. Luciano se levantó al fin, como un sonámbulo, y fue a acodarse en el antepecho del mirador abierto, por donde entraba el soplo helado de la prima noche. Estaba aturdido, COll la mente nublada y el cerebro dolorido, como el de un hombre que ha recibido un terrible golpe en la cabeza. Sus ojos vagaban errantes por la vaporosa llanura, en donde se inmovilizaban los árboles y callaban las aves. Tenía el corazón oprimido, y ya no quería ni se sentía capaz de pensar. Ahora sí, el derrumbamiento de sus ilusiones y esperanzas era definitivo, absoluto. Había descubierto el ansiado enigma, pero a costa de su ·felicidad. El fastuoso castillo de la dicha, alzado en la cumbre luminosa de sus sueños, había sido, de una vez por todas, aventado, hecho polvo, en el vacío por el huracán de la fatalidad. i Ah 1 la mujer dulce y bella, la mujer superior, la mujer desgraciada y adorada .... Pero ya para qu.é nada .... qué hacer .... qué pensar .... Dios del Cielo, si el desastre había sido total, pavoroso, irreparable! Y la magnitud de la catástrofe la había alcanzado a él casi tanto como a ella. Sí, sí, ya para qué nada .... 1Ya para qué !.... Luciano quiso irse, pero Blanca le rogó que la acompañara otro rato, que se quedara hasta más tarde, porque no tenía valor para estar sola, y porque quería acabar de contarle su triste historia, a fin de que él conociera el estado en que se hallaban en esos momentos las cosas. Luciano mandó decir a su mamá que no la esperase hasta las diez. -Seremos dos buenos amigos, le dijo Blanca. Nos trataremos con familiaridad, como hermanos. Tú eres un hombre noble, un caballero, un alma generosa, cuyo amor no puedo ya alcanzar, ni merecer siquiera. Pero no debo renunciar a tu amistad, porque a ella sí tengo derecho, y es la único que me queda en el naufragio de mi existencia. Como volvierah a lIenársele a Blanca los ojos de lágrimas, Luciano, tomándola una mano, le suplicó que se calmara i64 El ALMA. DEL PASAÔO y que tuviese valor, a fin de que él también pudiera tenerl0 para saber pensar. Los llamaron a comer. Pero los dos apenas sí tocaron los platos por pura fórmula, haciendo qtle comían con algún apetito, para infundirse mutllatl1ente serenidad y alivio. Casi nada hablaron durante el corto tiempo que duró la comida, y la poco que se dijeron fue referente a cosas ajenas a la preocupación que los embargaba. Volvieron a la sala, en donde Blanca reanudó su relación. -Después de aquella tarde, yo no fui más que un instrumento voluntario de los caprichos y pasiones de aquel hombre pérfido y pertinaz. Se consagró entonces, más que nunca, por entero a mí. V en los días restantes que duró el veraneo, no me dio celos con ninguna muchacha, y me fue fid y constante, al menos en la más estricta apariencia. Yo había despertado a un mundo extraño \1eno de goces y alicientes. Tenía los ojos abiertos y marchaba vertiginosamente, del brazo de mi amante, como por el fondo de un abismo iluminado. Papá, notando sin duda la palidez romántica de mis mejillas y el lánguido fulgor febril de mis ojos, or/ados por un ligero semicírculo violeta, se manifestó extrañado de notarme tan cambiada. Yo nada le contesté. iQué había de contestar.. ..1 Un día, por casualidad, vi que Julián le daba un billete grande a Clara, entre risas furtivas. Luégo le pregunté a ésta qué quería decir aquello. Es, me contestó la criada con humildad y sencillez, sin inmutarse, que don Julián me ha dicho que compre una botella de Gporto y la ponga esta noche a la mesa. Era, indudablemente, una buena zorra la arpía, sabía hallar oportunas disculpas, y guardarse el dinero que el libertino la daba en pago de los servicios que le prestaba, ayudándole a degollar la cordera. ¿ y qué opina usted, Luciano, de la conducta de este primo, a quien papá recibió en su casa con los brazos abiertos, como a un hidalgo caballero, digno de \1evar con hallar el claro nombre de su ('stirpe? iCorrespondió bien el libidinoso, llenando de esdndalo y de lodo la limpia tranquilidad de un hogar feliz en el que una rosa inmaculada, que él deshojó, perfumara el ambiente con su aroma virginal! ARTURO SUÁREZ 165 y gracias a que papá nunca antes supo, ni ha sabido nada después. La vida aborrascad,l y crapulosa que siempre llevó el licencioso amante, no le permitió, por fortuna, el ser padre. V la situación llegó a normalizarse más tarde, como le contaré en seguida, de tal modo que uno como frío velo de olvido y de aparente paz cayó sobre nuestras existencias, apagando la tempestad. Volvimos a Bogotá a tiempo que se abrían las tareas de nuevo en los colegios. Pero Julián no quiso que yo entrara interna esta vez, y me hizo suplicarle a papá que más bien me pusiera una institutriz en la casa. Papá se re5istió al principio, alegando que era una lástima que yo fuera a interrumpir mis estudios reglamentarios, despué~ de haber salido tan bien en los pasados años. Pero al fin, por no contrariarme, accedió. y pasaron varios meses, sin incidente ninguno que viniera a turbar ci falso orden entonces establecido y aceptado per nosotros. Pero, de pronto, un día empezaron a agriarse las cosas. La \'ida desastrada de disipación y orgías que Julián \levaba le impedía estudiar, y le obligaba a hacer gastos que sobrepasahan a la pensión, bastante crecida por cierto, que le remitían mensualmente de la casa. Entonces, como él tenía aparte de su padre unos ganados en Santander, en compañía con un hacendado, fue vendiéndolos a éste por carta, a menosprecio, y empezó a derrochar, sin tasa ni medida, el dinero que esas malas ventas le producían. Se levantaba tardísimo y no asistía a la Escuela. Por último, empezó a demorar y a transferir. por muchos días, las visitas que antes me hacía con tánta frecuencia. Yo me desesperaba y lloraba, acusándolo de infidelidad y desamor, hasta que un día, después de más de veinte de no verIa, tuvimos un rompimiento formal. -j Eh, basta ya, me dijo con voz altaneril; me tieues harto con tus exigencias y lIoriqueos! i Caramba, ni que yo hubiera firmado un documento de vivir echado a tus pies, como un perro! Por otra parte, no nos podemos casar: tú eres demasiado joven, yo no he terminado mis estudios .... i Además, me vas cansando ya, y yo no me creo obligado a seguir aguantando el pereque! y cogiendo el sombrero, se retiró, volcando una silla y dando un portazo, al salir a la calle, que hizo temblar toda la casa. 166 EL ALMA DEL PASADO Yo quedé anegada en llanto y próxima a desmayarme. Sí, comprendía que Julián estaba cansado ya, que yo no le im· portaba tres pepinos, que después de haber logrado cuanto quiso, la que buscaba ahora, hastiado, era un pretexto cualquierA para deshacerse de mí. La pena y el despecho me tenían anonadada. Conocí las pavorosas proporciones de mi infortu· nia, y en el abismo en que me hallaba, antes luminoso, se hizo la noche espesa en cuya sombra flotaba, ahogada en lágrimas, mi pebre alma desamparada. Me vi sola, abandonada, sin a quién volver mis ojos para narrarle mis cuitas y pectirle un poco de consuelo. Escribí varias cartas suplicantes a Julián, Ilamándolo, perdonándole todo, rogándole con mimos de ea· riño infinito que volviese a mi lado, que no me acabara de matar. Mas todo fue inútil. Las cartas no obtuvieron respuesta. Encenagado en la crápula, prefirió los lúbricos placeres borrascosos, alIado de mujerzuelas indignas, al amor romántico de una inocente virgen sacrificada. j Ah, cuánta vergüenza, cuánto horror!.. .. Estuve a punto de aceptar aquello de que el amor no tiene dignidad, y casi me echo a la calle en busca del infame, rompiendo todos los lazos y respetos sociales; pues ¿de qué no será capa?; un candoroso corazón de niña enloquecido? Por al~unas amigas mías supe luégo la vida indecente que Julián llevaba. Papá también la supo, y me habló de ello sumamente disgustado. Me contó que la había reprendido muy severamente, y que si cOlltinuaba en esa existencia de desenfrenos, estaba resuelto a prohibirle la entrada a nuestra casa. Yo acogía con fingida naturalidad todo la que decía papá, y seguía tragando mis lágrimas en silencio. Un día me la encontré en la calle de Florián, de manos a boca, al volver la esquina de la calle doce. Se paró a saludarme con frialdad. No· estaba ya correctamente vestido como antes, y olía a licor. Llevaba la barba descuidada y los ojos ardían afiebrados en el fondo de dos ojeras violáceas. Tenía la tez terrosa y el cabello desaliñado y revuelto. Yo temblé y me puse pálida al estrechar su mano flaca y helada; pero, francamente, no me atreví a invitarlo a que fuera a casa. Papá no le vería allí ya con gusto, y yo empezaba a comprender que aquel era} a pesar de todo, un hombre brutal} de sórdidas pasiones, ARTURO SUÁREZ 167 indigno ya, por mil razones, de mi amoit vehemente. Además, me sentía tan herida al pensar el poco a ningún caso que había hecho de mis repetidas cartas en que con ansia le llamaba! Me parecía que comenzaba a despertar de una cruel pesadilla, y que la que yo había tomado por un ángel era un demonio. Una noche caminábamos papá y yo por la Avcnida de la República, cuando, de repente, pasó junto a nosotros un automóvil a gran vdocidad. Iban en él unos borrachos vociferando en compañía de algunas mujeres de vida alegre. Pero no pasó el vehículo tan rápidamente que yo no pudiera distinguir a Julián, quien llevaba sentada sobre sus rodillas a una de las grisetas. No sé si él me vería a mí, ni si papá la descubriría a él, pues nada me dijo. Yo experimenté un súbito desvanecimiento, pero al instante me repuse. Una ola de ira y de repulsión me subió del corazón a la boca, y sentí algo así como náuseas. Las lágrimas que iban a salir se detuvieron. Sentí los ojos sec'1S, los dientes apretados y crispadas las manos. i Oh, el miserable, el inmundo !.... La copa de amargura que rebosara en mi alma, se había desbordado de repente, y yo escupta las heces con asco incontenible. i Era demasiado! i Oh, sí, hasta ahL ..! ¡Ya no más, ya nunca más l.... i Imposible. Madre Santa 1 Estaban traspasados todos los linderos de la deslealtad y la abyección! Y no era justo, de ninguna manera, que yo otorgara por más tiempo mi cariño a aquel innoble y desnaturalizado personaje. Mi resolución fue firme, irrevocable. Surgió en mí por fin la mujer digna que estaba semiaplastada por el peso de la pasión amorosa, pero que aún vivía. Tuve valor, un valor del cual algunos días antes no me habría creído capaz. Triunfó la dignidad sobre los despojos de una pasión gastada, minada por la infidelidad y el desdén, injustificable ya. Y desde ese momento empezó a cre~er sobre mi corazón un frondoso rosal de alivio y de olvido que fue expandiendo su paternal ramaje de consolación sobre las ruinas del pasado t0rmentuso. La borrasca de Julián tuvo al fin una crisis. Cobró juicio y volvió a ser por unos días el hombre cortés y elegante de sus merores tiempos. No sé bien a qué se debió esta súbita transformaciól1, pero infiero que obedeció a los pésimos iMùrmes que el tío Rubén, padre de J uliál1, recibiera. aHá en Bucaramanga, enviados desde Bogotá por varias personas) especialmente por papá. 168 EL ALMA DEL PASADO El buen señor montó en cólera, y entiendo que le escribió a su hijo una carta, amenazándolo con suspenderle la pensión y ha· cerlo recluír en un cuartel. Un día que estaba yo ,abstraída estudiando mi lección de piano, sentí de pronto un ligero ruido a mi espalda. Volví la cabeza y vi a Julián parado en la puerta del cuarto, con una sonrisa conciliatoria en los labios, y tendiéndome la mano rara saludarme. Yo me puse de pie en el acto y retrocedí pasmada, sintiendo el sobresalto de quien ve de pronto una serpiente. Y este, poco más a menos, tue el diálogo que se desarrolló entre los dos: -¿ Qué viene a hacer usted aquí? -A verte .... a saludarte. - Yo no quiero que usted me salude, ni veria tampoco. I Váyase usted! -¿Qué chanzas son esas, Blanca? -¿ Quién la ha autorizado a usted últimamente a volver a esta cas~? j Márchese al punto I -Vamos, chiquita, no seas necia, dáme la mano. -j Le digo que se vaya inmediatamente I Yo no la ne cesito a usted para nada. -Pero, Blanca, ¿ qué es la que estás diciendo? ¿ Te has vuelto loca? -Al contrario: de loca que era, me he vuelto cuerda. -¿Pero no me llamabas en tus cartas ? ... -Eso es historia antigua .... -Pero si sólo hace dos a tres meses .... -Lo que quise ayer, hoy lo detesto. -¿Qué quieres dedr con eso? -¡ Que se retire usted de mi presencia, en seguida, por· que me fastidia veria! -Blanquita, por Dios, ¿ es que de veras ya no me quieres? -1 Le odio a usted! I Váyase a llamo a una criada, para que busque un agente de policía y la saque a usted de aquí! Me acerqué al timbre y puse el dedo en el botón. -Blanca, no seas cruel conmigo. Si vengo a pedirte perdón .... Esta vez, por toda respuesta, oprimí el botón eléctrico. Se presentó una criada en seguida. ¿Y sabe usted, Luciano, cuál tue la criada que vino? Pues nada menos que Clara. ARTURO SUÁREZ 109 -Acompañe usted a este individuo, la dije en un tono despectivo y autoritario que no admitía réplica; acompañe usted a este sujeto hasta la puerta de la calle, y una vez que esté fuéra, cierre con doble llave. -Necesito hablar eon urgencia Ulla cosa contigo, me dijo entonces en tono suplicante, como último recurso. -Nada tenemos que hablar los dos. Salga inmediatamente de esta casa, a me voy yo a bu~car a papá para con· tarIe todas sus infamias, y para que venga a arrojarlo de aquí a bastonazos. Cabizbajo, mohino, aplastado bajo la montaña de mis invectivas, salió Julián en pos de Clara, de mi casa, para siempre. Para siempre, ¿oyó, Luciano? se la juro a usted. ¡Para siempre! Papá no tuvo conocimiento de esta violenta escena, pues ni Julián ni yo le dijimos nunca nada, y como hacía tánto tiempo que éste no visitaba la casa, papá ya sólo de tarde en tarde me hablaba algo de él. Pero escrito estaba que el camino de mi calvario no había de terminar allí. Como si un hado cruel se hubiera ensañado contra mí, la cuchitta implacable de la adversidad no dejó de rasgar la dolorida carne de mi corazón. Clara, desde el día de la expulsión de Julián, se tornó hosca y hasta tiránica conmígo. Yo no podía despedirla; es claro: ella sabía el secreto y podía contárselo a papá. No me atrevía a reprenderla por temor de desencadenar su ira. Tenía que tratarla con suma lenidad, y usar para con ella las mismas consideraciones que se tienen con una persona de respeto. Al menor disgusto que notaba en ella, temblaba yo de miedo de que la mala mujer fuese a revelar algo. Vivía en una continua zozobra, y la dejaba hacer la que se le antojara, sin mandarle nada, pues la mayor parte de los menesteres y oficios de su incumbencia los ejecutaba yo misma, para no darle motivo de enojo. Vivía la india a cuerpo de reina, convertida en ama y señora de la casa, como que comprendía mi situación y se aprovechaba de ella en cuanto podía, explotanrio mis temores. Conocía bien el valor del secreto que guardaba en sU poder, y llegó a jactarse de ello más de una vez delante de mí. Va, para contrarrestar su despotismo, que era cada día mayor, opté por 170 EL ~LMA DEL PASADO las dádivas. Le facilité con qué comprara trajes y perifoIlos. De las alpargatas pasó al zapato de charol, y de éste al sombrero de )Jlumas. Los domingos salfa hecha un mamarracho, llena de cintajos y tan embadurnada de cremas y colorete, que daba asco mirarla. En medio de la rabia y desazón que esto me producía, tenía a veces que contener a duras penas la ris:l, ante aquel espantajo con guantes en las toscas manos, y loros disecados ell la gorra. Yo vivía atizándole los lujos, halagada con lil esperanza de que algún polizonte a menestral se enamorara, y la sacara de mi casa a ella, y a mí del purgatorio. Pero, por la visto, como que más que amor les causaba risa aquel empingorotado monigote. Papá me llamó una vez la atención acerca de los perendengues de la fámula. -¿ Desde cuándo, me preguntó, tenemos ministra en la osa? ¿ A qué se deben los empercjiJamientos de esta cotorra? -Pob'recita, le respondí yo: Es muy buena .... y tiene todavía la chifladura de 105 novios. Déjala, que eso no nos perju· dic", pues al menos vive aseada. y así fuimos viviendo: papá ignorándolo todo, yo convertida en criada de la criada, y ésta contoneándose como un pavo real, sin hacer nada. Julián me escribió varias cartas que Clara me trajo. Yo se las devol vi sin abrirlas, no sin lIenarlc de monedas las manos a la descastada Celestina, para que no se enojase con mis rechazos a su Mecenas. Cierta vez, mientras almorzábamos, papá me notó dos quemaduras en un brazo. -¿(~lIé es eso? me preguntó disgustado. ¿Cómo te has ardido de esa manera? -Es que me aproximé a la estufa a calentar un frasco plra destaparlo, y por un descuido .... -Sí, pero como que no escarmentaste, me contestó con cierto sarcasmo, porque se ve que repetiste la operación .... y la quemadura. Te has vuelto además un poco descuidada en el vestir. Conmigo ya no eres tan. cariñosa como antes. Has cambiado mucho de genio .... vamos, que no sé la que te pasa. Untate 'lIgo en ese brazo, que vas a quedar señalada. ARTURO SUÂREZ 171 Yo estaba roja de pena con papá. El tenía razón. Yo sentía en la garganta la amargura infinita de las lágrimas, pero tuve valor para no dejarlas subir a los ojos, temerosa de agravar la situación. Me había estado toda la mañana planchando, porque a la arpía se le hahía antojado hacerse la indispuesta, por pereza de ejecutar ese oficio. La cocinera, que sí era una buena. mujer, pero que casi no h~bl'lba con la otra, porque vivía de pelea con ella, se me había acercado, mientras yo planchaba, a decirme: -Señorita, i pero cómo es posible que usted, que no está acostumbrada, se ponga a hacer ese oficio! Mire cÓmo tiene las manos de estropeadas y la cara encendida. Eso le va a hacer daño. -Es que la pobre Clara está mala, respondí yo, y no es justo hacerla trabajar así. Clara, que desde su cuarto oía a medias la que las dos hablábamos, gritó desde allá riendo: -Siempre es bueno que las ricas trabiljen algo, pa que sepan lo que calienta la candela. La cocinera se me acercó más entonces y me dijo al oído: -A más de sinvergüenza, es grosera. No está enferma. Allá se está untando anilina en los cachetes. Echela, señnrita, échela, por Dios, para que nos deje descansar. Yo me comprometo a hacer el oficio de las dos, mientras se consigue otra. Esa mujer no sirve para nada. Es una holgazana. No la tolere má~.." . Pero no la despedí. i Qué había de despedirla !.... Muchos domingos y días de fiesta dejaba yo de salir a hacer visitas a a pasear con papá, pretextando cualquier inconveniente, por no dejar la casa sola, y permitir a Clara que fuera con sus amigas a pasear a San Cristóbal a él. Chapinero. Un día llegó papá de la calle de mal humor, con una fuerte jaqueca, y se recostó en una silla, sin hacer ruido, de modo que nadie en la casa se dio cuenta de ~ue había entrado. Yo necesité a Clara y la \lamé. Ella, que se estaba empolvando en su cuarto, me c'Jntestó con malos modos. Pa pá se levantó como un tigre, y con los puños cerrados se fue a ella y poco faltó para que la retorciera el pescuezo. -¿Ese es el modo de contestarle a la señorita, grandísi· 172 El ALMA DEL PASADU ma bruja? le gritó fuéra de sí. Inmediatamente te largas de aquí con todos tus trebejos y menjurges, vieja insolente! Blanca, vén, arréglale la cu~nta a esta pazguata. y que dentro de cinco minutos ya no esté en casa! i Que se vaya con sus mantecas y sus albayaldes a enamorar alguaciles a Las Cruces! Cuando papá regresó a sentarse otra vez, yo me fui directamente al cuarto de Clara, temerosa de que aquella mujer, exasperada por los insultos de papá, fuese a decir algo de mí en represalia. La encontré casi desmayada en una butaca, llorando a lágrima viva, y clamando entre gemidos: -Ese es el pago que le dan a úna, después de que les sirve como esclava ~ i Pero, eso sí, les ha de pesar, les ha de pesar !.... Yo la abracé y la consolé como pude. V quitándome luégo del dedo un anillo con un brillante finísimo, le díje: -Tome, Clarita, esta alhaja, véndala, que vale mucho di· nero y con él puede vivir holgadamente, mientras consigue otra colocación mejor que ésta. Váyase, no sea boba. Usted no tiene necesidad de estarle aguantando a papá su mal genio. El es muy bueno, pero, francamente, se hd puesto últimamente insoportable. Váyase, no le ruegue, que usted no es mujer que se le humille a nadie, ni se amilane por nada. -¿ Y su merced se compromete a ayudarme, si me veo mal? balbuceó en tono meloso y servil. -Sí, me compro m 'ta. Mi auxilio no le ha de faltar en nii1gún trance de la vida. Pero, elio sí, ¡chitón! que nadie sepa nunca la que ha pasado en esta casa, ¿ oyó? -No tenga cuidao, señorita, me respondió, midiéndose el anillo y contemplando el dedo a través de sus lágrimas de cocodrilo. La mujer se fue gimoteando, y yo me quedé el resto del día cantando. Todas estas penas y contrariedades me tenían aniquilada. D~ la mocita rozagante y lozana que antes era, no q'uedaba c:asi más que el esqueleto forrado en una piel floja, terrosa y calenturienta. Creí que me iba a volver tísica. No comía nada, y vivía sumida en una sorda tristeza que no me dejaba ánimo para nada. Papá vivía alarmadísimo y se quejaba de que yo no hubiera vuelto a entrar al colegio, en donde había estado tan bien el año pasado. A veces, poniéndose a mirarme fijamente, me decía: ARTURO SUÁRt:2 173 -Pero, hijita, por los clavos de Cristo, ¿ qué es loque te sucede? ¿ Por qué has cambiado tánto fisica y moralmente? -Vivo muy aburrida en Bogotá, le contesté en cierta ocasión. Quiero que me lleves a pasear a alguna parte, pero que sea lejos. Y como papá, desde hacía mucho tiempo, deseaba lIevarme a conocer su familia a Nueva York, en donde vivían los pacos miembros que la componían, encontró muy plausible mi proposición. AsI fue que arreglámos el vi:Jje, y en poco tiempo nos marchámos al Exterior. Desde que salí de Bogotá empecé a sentirme mejor. Allá rn Nueva York se enamoró perdidamente de mí otro primo, hijo de una hermana de papá. i Otro primo !....figúrate, Luciano, cómo me sonaría a mí el asunto. Yo estaba harta de primos. Con Julián tuve para rato .... De modo que ni pensar en corresponderle al pobre muchacho, que vivía detrás d~ mí como un perrito. Si salíamos a pasear por Broadway, si íbamos a teatro, a Bronx Park, a Brooklyn, a salíamos de la ciudad, ahí fstaba siempre a mi lado. I Pobre chico! con todo, era muy bueno. Tal vez en otras circunstancias las cosas hubieran sido distintas, pero entonces .... ni él ni ninguno podía hallar cabida en mi alma. Yo tenía el corazón muerto, y más que muerto, sepultado bajo la pesada losa de mi resolución inquebrantable: no volver a pensar en ningún hombre, ni aceptar jamás otro am0r. Me condené, yo misma, a celibato perpetuo, y como, valga la verdad, el convento no me atraía, resolví morir soltera. Por huír del parientico enamorado, propuse a papá que siguiéramos a Europa, y así la hicimos. Recorrimos las principales ciudades, viajando de uno a otro extremo del Continente. Antes de salir de Bogotá supe que Julián había regresado a Bucaramanga, pero nada más. Yo vivía muy contenta, entr~· tenida contemplando todas las maravillas que la civilización había acumulado en aquellos países. Leía, estudiaba y observaba mucho. Papá puso grande empeño en ilustrarme, y con· siguió una magnífica inslitutriz inglesa que me acompañaba a todas horas. Era esta una excelente mujer, extraordinariamente culta y buena. Con ella viajábamos siempre, ,y como conocía palmo a palmo todos los museos, lugares históricos, monu- 174 EL ALMA DEL PASADO men~os, etc., me iba instruyendo insensiblemente, al mismo tiempo que me deleitaba y gozaba con todas las bellezas y comodidades que íbamos hallando por doquiera. Aprendí varios idiomas, conocí las costumbres, organización, arte, etc. de los principales países, y durante los cinco años que rIuró nuestra odisea, mi transformación física, moral e intelectual fue completa. Cobré ánimo, me reconciliç. con la vida, y me repuse de tal modo que papá vivía feliz, y no quería que nos viniésemos, por temor de que me volviera a hacer daño BogoH. Tuve muchos pretendientes por allá entre los jóvenes con quienes nos relacionábamos en los vapores, trenes, hoteles, balnearios, en fin. Pero yo jamás le di entrada a ninguno, y con la mayor discreción y cortesía de que era capaz los iba despachando. Un negocio que hizo papá con una casa de Barcelona nos obligó a regresar a Colombia. Pero escrito estaba que sólo en mi patria no habría yo de hallar jamás tranquilidad. Tan pronto como hube llegado aquí, las complicaciones empezaron de nuevo a presentarse, para amargarme la vida. Si tal hubiera yo imaginado, no habría consentido que hubiéramos vuelto nunca de Europa. Durante nuestra permanencià en el Ex tranjero murió la madre de Julián, y éste exigió que le entregaran su herencia, lo cual tuvo que hacer el padre, aunque de mala gana. Aquél, cuando menos la pensaron, se marchó para La Habana, y allá Jilapidó toda la herencia. Regresó después de mucho tiempo a Bucaramanga, sin un centavo, y el padre, que al fin es padre, tuvo que acogerlo de nU,evo en su casa, como al hijo pródigo. Ahora bif'l1: apenas supo allá que nosotros habíamos re gresado a Bogotá, me escribió una carla larguísima, haciéndome mil protestas de amor y de fidelidad, rogándome que me casara con él, y que de ese modo borraríamos todo la pasado, y yo la salvaría del naufragio de su vida, pues que él no había podidoqu.erer a otra mujer en el mundo sino a mí i que no fuera cruel e ingrata; que por qué, si en otro tiempo lo había amado tánto, hoy la desechaba, despreciando sus incesantes ruegos .... En fin, una filípica de promesas y de lágrimas fingidas, propia para cazar a otra paloma que fuese menos cauta y ARTURO SUÁREZ 175 que no estuviera tan escamada como yo. Le contesté que le prohibía en absoluto volver a ocuparse de mi en la vida Con todo, me escrihió varias cartas más, las cuales le remití íntactas a vuelta de correo, sin contestación ninguna. Por último, se vino a Bogotá, y allí está desde hace algún tiempo. Buscó a Clara y me mandó decir con ella que supiera que estaba re!iuelto a casarse conmigo a toda costa, y que si yo insistía en mi negativa, estaba dispuesto a divulgar el secreto de mi desgracia por todos los ámbitos de la ciudad, 'Que él sabía que yo tenía amores con Roberto Rosales, y que estaba deci· dido a impedir, a todo trance, y por todos los medios imaginables, el que yo me casara con aquél, a COll cualquiera otro, enterándolo de cuanto habia pasado. -i Qué miserable canalla! exclamó Luciano, pálido de coraje. -Pero no crea usted, agregó Blanca, que él está enamorado de mí. Yo sé muy bien por dónde va la procesión Lo que quiere el insensato es apoderarse, de algún modo, del dinero de papá, para poder continuar a sus anchas la turbulenta vida que ha llevado siempre. Esta burda especulación es la que él pretende hacer, y cree que con inieuas amenazas, por medio de este abominable chantage, consigue que yo ceda y le entregue mi sér y mi vida a su atroz libertinaje. -j No, Blanca, no! protestó Luciano. i Aquí estoy yo para atajar al indecoroso villano! j Aquí estoy yo para defenderla a usted de la concupiscencia y de la aviesa codicia del infame! ¡ Que no intente ya levantar los ojos hacia usted, porque lo mato como a un puro! -Huyendo de él, prosiguió Blanca, me he venido a este campo, en dónde al principio he estado tranquila, creyendo verme libre de sus asechanzas; pero al poco tiempo averiguó, quién sabe cómo, mi paradero, y me escribió una carta, pidiendo permiso par~ venir a hacernle una visita. Yo le contesté devolviéndole su carta, y diciéndole que tuviera un átomo siquiera de vergüenza y dignidad, que no me rogara, que no me persiguiera más, que yo le detestaba y la despreciaba, y que le suplicaba me concediera la dicha de no volverlo a ver en el resto de mi vida. Me contestó diciéndome que esperaba' a que yo regre- 176 EL ALMA DEL PASADO sara a Bogotá, para hacer uso pleno del UnlCO derecho que sobre mí le quedaba, que es la venganza. Que él conservaba mis cartas )' objetos de otros tiempos, y que temblara, porque con esas armas estaba yo a merced de él, y más que ven· cida, humillada, aplastada, deshonrada .... Que no tendría la más leve compasión de mí, ya que yo no la había tenido para él. Que agotaría la materia, y no se vería satisfecho hasta verme llevada y tr3ída, de ~oca en boca, por toda la sociedad, hasta por los limpiabotas. Y que cuando viera postrado mi honor y arrastrado mi nombre, como un pingajo de ignominia, por todas las calles y arrabales, entonces se reiría de mí en mi propia cara Que afortunadamente él con nadie estaba obligado a tener consideraciones, pues con papá había roto relaciones desde que él la había calumniado ante su padre. - i Es imposible que exista una cisterna de corrupción más profunda e infecta que el alma perversa de ese hombre! exclamó Luciano. -Yo sé, agregó Blanca para terminar, que él espera con paciencia a que yo regrese a Bogotá, y una vez allí me escribirá otra carta diciéndome que si yo he reflexionado, y estoy dispuesta a acceder a sus prdensiones, é.1 callará como una tumba y se casará conmigo, pero que iay de mí! si por última vez rehuso acephrlas .... Sí, esto)' segura áe que tal hará. Ahora ponte, querido Luciano, la mano sobre el coraz6r., y dí honradamente si conoces en el mundo otra mujer más infortunada que yo. Oí qué drama Íntimo, qué sorda y silenciosa tragedia es comparable a la mí1 .... Parece que el Destino se hubiera cebado en mi dolor. Víctima primero de mí misma y luégo de aquel hombre falaz, la fatalidad se ha encargado de no dar me tregua. Y cuando, después de tántas penalidades, ya me creía con derecho a descansar, viene la desdicha a ensañarse como antes en mí, arrojándome indefensa en las garras de una conciencia pervertida. Y sin embargo, Luciano .... aquí no parece que hubiera pasado nada. Cuando tú me veías en la calle a en el teatro, me figuro que pensaría!': hé ahí una mujer feliz. Pero ya la dijo el pl)eta: i Ay, cuántas veces al reír se llora!" Bajo esa apariencia de radiante alegría que tú descubrías en mis atavíos y en mi semblante, palpitaba un corazón erizado de saetas despiadadas y crucificado en el ma/1 ARTURO SUÁREZ 177 dero del tormento, como San Sebastián, el mártir inocente, atado al árbol del suplicio. Ya ves, repito, que no nCls podemos amar los dos. El turbio océano de mi vida pasada nos separa con su extensión infranqueable. Y en ese mar yo soy una náufraga perdida, sin fuerzas para alcanzar una roca de salvación. -Pero aquí está mi mano que se tiende hacia ti, para salvarte, dijo Luciano conmovido. Yo te defenderé, Blanca L .. -Oracias, pero no es posible. Ya ves cuán poco valgo .... Además, es ya demasiado tarde quizá .... Mañana la sabrá todo papá, y luégo Bogotá entero .... y tú no ignoras cómo es Bogotá. i Ah, Dios Santo, qué será de mí L... i Mañana la habré perdido todo .... todo, hasta la vida! i Pero esto ya no sería nada, si la mejor que pudiera conseguir yo en el mundo, que es tu amor, también la he perdido! Porque si hoy aún me quieres, mañana, después de reflexionar, me desecharás ....! i Acuérdate de mí, Dios mío! i Por qué nacít i Pur qué papá me recogió del umbral en donde yo agonizaba de frío! ¡Por qué no me dejó morir antes que emprender este calvario de mi vida, tan largo y tan amargo! i Qué delito he cometido yo, para tener que sufrir tánto L...Si en mi corazón jamás albergué una torcida intención, ni en mi mente acaricié nunca un mal pensamiento, ipor qué he de verme forzada a arrastrar esta pesada cadena de dolor con la cual 110 puedo ya L... i Por qué si soy una víctima inocente, sin culpa en la conciencia, la suerte no se cansa de herir esta pobre alma desolada que no pudo defenderse de las traidoras emboscadas del Destino! i Por qué mis ojos y mi boca no han sido hechos para reír, sino para norar y gemir! 1Por qué la suerte, como a un viajero sediento y extraviado en el desierto, le muestra un cristalino y fresco manantial, y al ir a apagar su sed en él, el cruel espejismo desengaña SllS ojos ahrasados! i Por qué el Destino me brinda, como un alivio, el amor tuyo, Luciano, grande, ardiente y puro, como un sol de verano, y no pUèdo. aceptarlo, sin embar~o, porque me está irremediablemente vedada Sll luz cn mi helada noche interminable! i Ay, Luciano de mi alma, yo me quiero morfr .... yo me quiero morir! ¡Apiádate dc mí, Dios mío .... que ya no puedo más! Blanca volvió a llorar de un modo inconsolable. Luciano, estremecido de emoción, se acercó a ella, y tomando entre sus 12 178 EL ALMA DEL PASADO manos temblorosas la cabecita atormentada, besó con unción infinita la frente nublada y los ojos marchitos arrasados en lágrimas. -Blanca, exclamó Luciano con voz firme: no sufras más, no quiero que sufras .... Yo te juro que ese hombre te respetará, porque yo la obligaré a ello de grado a por fuerza. Y antes de que su difamación empiece a hacer presa en ti, yo le habré destrozado el corazón traidor. Seré tu libertador. Y has de saber que te defiendo en mi propio favor, pues si tú consientes en ser mía, óyelo bien, a pesar de todo, me casaré contigo! -No, Luciano, no, balbució ella: yo no puedo aceptarte semejante sacrificio. Yo no te merezco. Soy una ruina humana, y no es justo que tu noblez.l vaya a cargar con estos despojos ... i !\.Jo, Luciano, no! Déjame a mí sola cargar mi cruz. Bogotá es una ciudad aún muy pequei'ía, en donde casi todos nos conocemos. Mañana te señalarán a ti, y 110 quiero que tú compartas conmigo mi vergüenza. No puedo consentir el mál para ti, precisamente porque te amo demasiado. Yo soy cobarde, pero creo haber conquistado ya la resignación suficiente para el poco resto de vida que me queda. i Déjame sola !.... -j Blanca, por favor, no digas eso! Tú ahora vales más que nunca para mí. Tú eres la más bella, inteligente y virtuosa mujer que yo conozco. Sé que no volveré a hallar en el camino de mi vida otra mujer igual a ti. Te he encontrado maltrecha y desolada ... pero te he encontrado. Y no es cuerdo que te deseche después de haberte hallado y de haber ganado tu corazón con tánta lucha. Si no sabes que he estado a punto de perderlo todo, aun la vida, ¿cómo puedo dejarte en el mo· mento en que te logro alcanzar? .... }-loy soy tu compañero en el dolor, mañana la seré cn la felicidad, si tú la quieres. Deploro inmensamente tu desgracia, que, de rechazo, a mí también me hiere, pero te compadezc0 y ... j te amo, Blanca, te amo más que nun~a! -j Luciano, Luciano, qué generoso eres 1 reconoció ta niña, estrechando las manos del joven en una convulsión intensa de agradecimiento., ¿ Cómo podré pagarte yo jamás tan noble acción? -Entregándome de Ulla vez tu coraz6n y recibiendo en cambio el mío ... ARTURO SUÁREZ CAPITULO 179 XVIII Luciano llegó tarde aquella noche a su casa. Entró en su alcoba con paso vacilante, y se desnudó lentamente. Le ardía la ca~eza y estaba exhausto de fuerza moral. Las ideas e impresiones se entrechocaban en la sorda caverna de su cerebro, como bólidos rojos que se estrellasen entre sí con una ígnca fulguración de lucha. La cùmpasión, la ira, el amor, la vacilación, la amargura, y muchos otros sentimientos se agolpaban en su mente, formando un remolino de emociones indescriptibles que la dejaban atolondrado, casi incapacitado para pensar, con las facultades reflexivas y volitivas anuladas bajo una violenta hipertensión nerviosa. Casi había perdido el dominio de sí mismo, y su espíritu nadaba sin rumbo en un encrespado mar de ideas, en cuyo vértigo trastornador se ahogaba el raciocinio. Para conseguir un poco de tran:]uilidad y disipar la ob· sesión, se Sentó en una silla, encendió un cigarro, le dio tres chupadas y.lo tiró. Le había sabido más amargo que nunca. Empezó a hacer gimnasia sueca, estirando los brazos y Jas piernas y se sintió congestionado. Tomó un libro y leyó un párrafo tres veces. Resolvió apagar la luz. En un arranque de amor y compasión había prometido a Blanca casarse con ella. No había reflexionado para hacer tal promesa, y ahora, en el silencio de su estancia, en la quie· tud de la hora nocturna, empezaban las palabras dichas cn ci candente arrebato, a presentarse frías, claras, blancas, en un landa negro, cual escritas en un tablero y presentadas allí por una mano invisible, como para preguntarle: lée ahora la que has dicho sin recapacitar, sé capaz de dominarte, medita en calma y resuélve de una vez si has de cumplir o nó la que prometistc .... El dilema es rotundo: o bajas hasta ci fondo oscuro donde yace gimicndo tu amada, para consolar1a y hacerla vara siempre compañía, a vuelves a tu altura, como un águila, Iïmpias las alas, pero lejos ... muy lejos de ella. i Decíde ! Metióse al fin en la cama, exánime, sonámbulo. ebrio .. y se quedó dormido de fatiga, como un leño. 180 El ALMA DEL PASADO A las ocho de la mañana se despertó y se levantó inmediatamente. Disipadas las brumas del sueño, la primero que se le presentó en la mente fue su problema amoroso. Pero la vio tan claro, tan fácil, tan sencillo que ... ya estaba resuelto. Tenía la cabeza despejada, y sentía ánimo para afrontar con denuedo la nueva situación que tan crudamente se le presentara la noche anterior. Estaba decidido. Cumpliría su palabra. Llamó a doña Camila al comedor, y, mientras tomaba un frugal desa· yuno, le fue contando, sin omitir detalle, toda la historia de Blanca, copiada en su entendimiento con precisión y exactitud tales, cual si hubiese sido indeleblemente grabada con un buril de fuego. Ante cada uno de los datos que Luciano allegaba al conocimiento de su madre, la estupefacción se iba pintando en su semblante, e iba creciendo en ella, hasta dejarla anonadada al final de la historia, y con los ojos húmedos. -Bien-habló la séñora, cuando su hijo hubo terminado la narración :-¿ y qué le has dicho tú ? -Que me casaré con ella, a pesar de todo, y por encima del mundo. -j Luciano, por la Santísima Trinidad I exclamó doña Camila exaltada. ¿Qué es la que has hecho? .. ¿ Cómo puede ser eso .... sangre de Jesús? ¿ Cómo puedes haber cometido semejante insensatez, sin cOllsultárselo a tu madre? -Mamá, yo sólo le consulté a mi corazón, sin imaginarme que tú llegara:; a improbar mi conducta. Además, yo, como hombre generoso y como caballero, estaba obligado a corresponder como correspondí. Va que ella tuvo la honradez y el admirable valor de abrirme su pecho y mostrarme las heridas de su alma, yo estaba en el deber de restañar esas heridas y enjugar esos ojos con el consuelo de mi lealtad. -No, hijo mío: tú no tienes esa obligación. Tú no reflexionaste, y te has dejado arrebatar por la pasión de un modo irracional y frenético. Tú no has medido la profundidad en que ha caLI) esa pobre niña, y quieres, instigado por una pasión avasalladora, lanzarte en pos de ella, sin considerar el abismo en que vas a caer. Vamos, Luciano, eso no puede ser ... ARTURO SUÁREZ lBl medíta un poco mis ... óye los consejos de tu madre y déjat~ guiar por ella, que, al menos, no tiene sobre los ojos una venda. como la tienes tú. Recóbra el dominio de tus facultades, tu carácter, tu juicio, tu entereza, aquel dón de fortaleza moral que en otras ocasiones te ha servido para afrontar situaciones más aciagas y duras que la actual. Medíta en el valor de tu estirpe, y fíjate en la mancha que puedes estampar sobre la sana pureza de tu linaje. Hazlo por mí, que te he dado el sér y me he sacrificado por ti, consagrando mi vida cntera a criarte, a educar te y a velar por ti, para hacerte un hombre cumplido y feH/ ... -i Madre, por Dios! le interrumpió Luciano; ¿ pero qué crimen es el que ha cometido esa pobre muchacha para que tú me fuerces a abandonarla en el instante preciso en que más me obliga para con ella la hidalguía, en el punto y momento en que suena para mí la hora sagrada de defenderla de sus inicuos detractores? ¿ A ella, que es una débil y desamparada víctima de la más incalificable felonía, condenada despiadadamente a sufrir el más fiero de los martirios por faltas que no ha cometido ... ? -No ha cometido ningún delito, es la verdad, transó la señora. Es una joven desgraciada a quien yo compadezco con toda mi alma, a quien quiero y a quien reconozco innúmeras cualidades. Pero eso no obsta para ver claro y comprender que ella ... no puede ser ya tu esposa. -¿ La juzgas indigna, mamá? -No \lego a considerarla indigna de ti, desde el punto de vista personal. ... , mas, en todo caso, no te conviene, de ninguna manera, aceptarla como mujer, pues hay que tener en cuenta la sociedad en que vivimos, y que para esa sociedad, que es implacable en sus consiùeraciones e inapelable en sus juicios, Blanca la ha perdido tùdo. Mañana aquel facineroso, ayudado por Clara, habrá divulgado a todos los vientos el secreto terrible, si es que no la ha propalado ya, y ella se verá escarnecida, aislada, repudiada. " (clima hay algunas desdichadas que tú conoces), y sobre ti caerá ese mismo baldón, si te empeñas en seguirla. -i Que caiga! dijo Luciano con energía. -¡ Silencio, atrevido! gritó doña Camila, poniéndose de 182 EL ALMA DEL PASADU pie y dando una gran palmada sobre la mesa. i Te prohibo que hables así! i Has de saber que si la ignominia cae sobre ti, también caerá sobre mí, y yo no quiero que caiga! Eres un impulsivo y no miras que la que yo hago es sólo por tu bién, que no me mueven mezquinos intereses, y que por esa nir'ía sólo siento compasión infinita y grande afecto. Tú mismo puedes decir si es cierto que te he acompal'íado siempre y consolado Cil las horas de aflicciÓn, cuando amabas a Blanca sin esperanza. En ese tiempo yo estaba a tu lado sufriendo contigo. Ultimamente vinieron horas de alegría en que tu constancia triunfó de ]a impenetrabilidad de ese corazÓn que tánta ansiabas, y también estuve a tu lado para gozar con tu éxito. Mas eso era porque yo creía que se trataba de una joven ... vamos, irreprochable, sin tacha. Pf'ro ahora las cosas han cambiado; se ha descorrido el velo que cubría su pasado, y hemos visto con asombro y con pesar que ella 110 es la que creíamos, que ella 110 puede ser la compai'iera de un joven distinguido que se estime, que aprecie en algo a su fa· milia paterna, que se preocllpe por su porvenir y el de los hijos que ¡uyan de venir, que aeate a la sociedad en que vive y que I~ dé temor verse algún día convertido en objeto de burlas y sci'íalado con el dedo por doquiera. Precisamente el ser Blanca una sei'íorita bella, distinguida y rica, es una agravante para ella. En una muchacha humilde todo esto podría pa· sar inadvertido; en aquélla constituye un gran escándalo. Ya ves, según la leyenda bíblica, cuán caro nos cuesta el pecado original. Sornas inocentes de la falta que otros cometieron, y sin embargo estamos obligados a arrastrar la cadena de la vida, como un castigo, por pecados que no hemos cometido. Renúncia, hijo mío, te la suplico, te la pido si quieres de rodi lias, a esc amor imposible, a esa insana pasión que es una ame-naza terrible para la tranquilidad de tu existencia, que es la espada de Damocles suspendida sobre tu porvenir. Mira que por un arrebato pasional vas a ejecutac una acción que mañana te ha de pesar amargamente. Estás ciego. Persigues el ana· tema y buscas el estigma como el supremo bién. Corres desalado hacia el despeñadero, y no ves que COll UIl solo esfuerzo de la voluntad puedes aún detenerte al borde del precipicio. Blanca es una mujer ideal, honesta, inteligente, bella, jo ARTURO SUÁREZ 183 ven, virtuosa, instruida, hasta rica, si se quiere, pero todas estas cualidades quedan eclipsadas, casi borradas, con el pasivo moral que la afecta. i Una mujer que no se sabe siquiera de quién es hija! ... Creo, hoy más que nunca, que tu amor por ella es inmenso, y que igual sea el de ella para ti. Pero si Blanca adoleciera de tina cruel enfermedad que en breve plazo fuera a hacer de ella una víctima y de ti un mártir, no te casarías con ella, por más que la quisieras. Este, trasladado al orden moral, es el mismo caso de que tratamos. EscÚcha, por último, esta amarga verdad: para tú caminar hacia ella tienes que ir... arrastrándote! -¡Madre, por Dios, no ofendas así a Blanca ... no me ofendas a mí! ... -Lejos de mí tal intenció1. Yo no hago más que exponer la verdad en su dura desnudez. Simplemente soy franca. -¿Y si nos fuéramos a vivir a otro país, mamá? -Después de verificado el matrimonio, ya lo mismo sería irte que quedarte. No .... Y además, esa no es ya la esposa a que tú debes aspirar. Tú necesitas una niña pura, incontaminada; una virgen que te haga feliz y de quien nunca tengas tú que avergonzarte, ni yo, como madre tuya que soy. Tú, por fortuna, ocupas una envidiable posición social. No eres rico, pero nada te falta, más bien algo te sobra, y puedes conseguir fácilmente una mujer de alta alcurnia con tantos a mayores encanto,; que Blanca, y sobre todo, con mejores ventajas sociales y sin ninguna tacha. -No, mamá; como Blanca no existe otra mujer en el mundo ... -Eso mismo dicen todos los enamorados de aquellas a quienes aman. No te obceques, Luciano; míra que no es tu mente la que habla, sino tu corazón, y el corazón, las más de las veçes, es un mal consejero. No prestes oídos a la pasión en esta eventualidad especialísima: escúcha la voz del racioci· nia y verás cuánta razón tengo yo ... yo que sólo vivo en el mundo por ti y que no aspiro más que a tu felicidad. El enamorado cree que el sér amado es el mejor de los seres, y el único digno de ser querido. Esa es una mentira de la obsesión, y el hombre debe siempre preferir la verdad y 110 transigir con el error, principalmente si hay un impedimento insalvable, como en el presente caso. 184 EL ALMA DEI. PASADO -Mamá, por Dios, si es que 110 me creo capaz de dejar de amar a Blanca ... suplicó Luciano. -Si no pones nada de tu parte, serás incapaz; pero si te ayudas, si te violentas, si recapacitas, si me obedeces, vencerás .... -Mamá, dijo Luciano COll firmeza: francamente no pue· do dar crrdito a lo que me dices. No sé por qué me hablas así. No i\cierto a darme cuenta exacta de por qué dictas, desde el primer momento, un fallo inapelable en contra de un asunto cuya aceptación a r~chazo casi puedo decirte que Ile· van envueltos en sí mi seguro de vida a mi sentencia de mllerte ... Es que tú no sabes, ni puedes saber, la que he sufrido, mamacita ... Es que tú no alcanzas a calcular con justeza cu;i1 ha sido el tormento de mi espíritu durante largos ailos, porque no has sentido ese tormento. Es que tú ignoras la que esa mujer significa para mí. No comprendes que he llegado a saturarme de tal modo con el perfume de su alma, y, a alumbrar mis sentidos con el destello de sus sentimientos, que ya no hay partícula de mi sér que no se sienta iluminada cmndo me miran sus ojos ... Llevo grabada en mi mente COll una imborrable tinta de cariño su imagen adorada y no p:ledo' dejar de veria ni de sentirla un instante, porque cuanclo no está presente, la estoy contemplando de continuo con los ojos del alma ... Mi corazón es una planta, y el amor de Blanca es el agua que le da su savia vital. Si le quitas tsa agua, se marchitará, se secará mi corazón ... La tierra sin el sol se helaría, se convertiría en un muerto témpano de l1iela, sin sonido, sin luz, errante en el vacío ... Yo soy la tie· rra, y tú me quieres quitar mi sol. .. Ella es la aurora que ilumina mi horizonte, es la blanca luna que alumbra la oscuridad fría de mi noche. Es mi alegría para sonreír, es mi lumbre para ver, mi pan espiritual, el agua para mi sed, mi aire para respirar. Sin ella no puedo vivir ... no sé vivir. Si supieras cuántos tesoros de ternura encierra su alma inteligente y candorosa ... Si supieras cuán grande es su corazón y qué inmensos el sacrificio y la angustia que han cabido en él. .. Si hubieras visto sus hermosos ojos llorar ... Si hubie-ras escuchado en la intimidad la música acariciadora de su voz ... Si hubieras oído el arrullo de sus palabras, empapadas en cariño y emoción ... Si llegaras a conocer bien cuál) ARTURO SUÁREZ 185 grande y 1l0ble e~ su alma pura .. Si tuvieras idea de cómo es el temple y la firmeza de su voluntad en la desgracia .... Si supieras cuán dulce es ... i Ah, mamá, mamacita, qué lejos estás de conocer la magnitud de mi afecto! Tú ignoras que por esa mujer he estado a punto de quitarme la vida. Uní\ noche en Bogotá me salvaste milagrosamente, sin saberlo tú. Convéncete: Blanca es mi vida. Si me quitas a Blanca, me quitas con ella la existencia! Decíde, pues ... Tú la mides, la pesas, la calculas fríamente, le pones y le quitas, la estudias, la examinas, la juzgas y la calificas .. Yo la acepto tal cllal es: sin tachas o con ellas. La recibo como el nido al ave, como el mar al río, como la madre al hijo, venga como viniere, sea como fuere. Porque ella ya forma parte de mí mismo, porque está en mí como el jugo dulce en la caña dura, como el polen en la áspera espiga, como el aroma en la madera tosca ... Porque es el agua en el cauce pedregoso de la fuente, y la fuente sin <1gua ya no correría, porque habría dejado de ser fuente. Ella es la sangre de mi corazón, y el corazón 110 puede palpitar sin ella ... Madrecita, si eres tan buena como siempre la he creído; si quieres de veras a tu hijo ... perdrínale i Ten compasión de mí. .... ten compasión de Blanca! . Luciano cayó de rodillas ante su madre. Doi'ía Camila, pálida y conmovida por la emoción, abrazó a Sll hijo, y leva'ltándolo, le dijo: -Déjame pensar, Luciano. No puedo decirte sí ni nó. Me aterra la magnitud de tu sentimiento. No quiero comprometer tal vez, como tú la dices, tu vida, pero tampoco puedo transigir tan bruscamente, y dar, sin meditar, la aprobación inmediata a una determinación que tan graves consecuencias entraí1a. Es preciso y forzoso que pensemos las cosas más en calma, y esto no In podemos, desde 11Iégo, hacer aquí en el mismo foco de los acontecimientos. Ya que tú eres su miso y que yo 110 soy irreductible, has de concederme, por lo menos, el derecho de decidir algo y de acatar mi resolución. Mai'íana en el tren de la mai'íana regresaremos definitiva mente a Bogotá. Allá consideraremos las cosas con más formalidad, reflexionaremos tranquilamente, y la que resulte eJe estas apre· ciaciones y meditaciones, eso se hará. El asunto es demasiado 186 EL ALMA DEL PASADO delicado y serio, y ambos tenemos que poner de nuestra par te, por igual, para evitar arrebatos que sólù conducen a rompimientos funestos y a precipitar situaciones que a todos nos pueden perj udicar. Hoy arreglaremos nuestro viaje. Tú le escribirás una cartica amable a Blanca, en la que le dirás que cuando ella regrese a Bogotá irás a veria, De modo que las cosas quedan como eSt<Ín, sin alteraciÓn sustancial ninguna en tus relaciones con ella. Espero que serás transigente ... -Sí, mamá, transijo; pero con tina sola condición: que en lugar de la carta, me permitas ir a despedirme personalmente de ella. -Eso es volver a reavivar el fuego, la que resulta con-o traproducente para prepararse a estudiar con serenidad una determinación trascendental. -Todo será, mamá, pero tú comprendes que yo no me puedo ir así. .. con una simple carta, después de la que le he dicho ayer, y hallándose ella en ei lamentable estado en que se encuentra. Sería una falta de caballerosidad y hasta de caridad ... I31anca, de fijo, y con razón, juzgaría las cosas mal. Consideraría mi viaje como una fuga, como un rompimiento disimulado, como un abandono definitivo, por muy cordial que la carta sea. I-Iay que tener consideraciones con ella, en estos difíciles momentos más que nunca. -Está bien. Irás. En el curso del día arreglaron el viaJe. Para Luciano esta sepanción iba a ser un desgarramiento. P~ro no dejaba de comprender que su presencia en Bogotá era no sólo conveniente sino de urgencia, para poncr cuanto antes CQto a los desmanes de Julián. Por la noche se presentó Luciano en casa de Blanca a despedirse. -No ha venido aún papá, le dijo ésta invitándolo a sentarse en el sofá del vestíbulo. Recibí esta mañana una tarjeta en que me dice que llegará mañana en el tren de las ocho, y que ha estado sumamente ocupado. Blanca estaba supremamente pálida, pero tenía en el semblante una suave animación, no acostumbrada en los anteriores días. El le preguntó cómo había pasado la noche. ARTURO 187 SUÁREZ -Menos mal de lo que yo esperaba, le respondió Blanca. Con la relación que te hice anoche, no puedes imaginarte el peso tan enorme que me quité de encima. figúrate cuál sería mi lucha interior para resolverme a l1acerte Il tremenda confesión ... Pero no había remedio. Las cosas no podían se· guir así. Tú no debías permanecer por más tiempo ell la dura incertidumbre, y yo no quería seguir engañándote. Por otra parte, ya mi aillaI' era tuyo, irremisiblemente tuyo. liabías conquistado mi afecto lenta, trabajosamente, pero de una manera tan firme y decisiva, que ya no podía yo resistir por más tiempo, y hube de entregarte por fin, del todo, sin reservas, mi corazón, y con él. mi presente, mi porvenir. .. y también mi pasado. No sabes cómo sufrí cuando recibí tu carta en Bogùtá. Durante los tres días que me diste de plazo paril la respuesta, no supe qué pensar, qué hacer, qué resolver. Tú me gu,,tabas. Pero ¿cómo darte una esperanza? ... ¿Cómo recl1élZ;¡rte de plano y para siempre? No era posible, en manera alguna, lo primero. En cuanto a lo segundo, ello implicaba para mí la renunciación total de tu amor; y yo, después de leer tu carta ... te amaba ya'. ¿Qué hacer, pues? ... Mas cailla roa podía demorar la respuesta, porque suponía que estarías sobre ascuas esperándola, cogí la pluma, y sin saber qué iba a contestar cuando me senté a escribir, tracé, casi sin pensar, unas líneas sobre el papel, líneas que, al releer después, resultaron ser una negativa. Cerré el sóbre con mano trémula, mientras una secreta voz interior me repetía: Vol,verás a encontrarIo algún día ... Sin embargo, continuó Blanca, una vez despachada la carIa, me tranquilicé, y afirmé mi resolución. Así tenía que ser. ¿Para qué acariciar ilusiones irrealizables? Y la que había cons· tituído para mí el día anterior una tremenda vacilación, fue cristalizándose en una resolución irrevocable. Después nos vinimos a este campo, y un día, con gran sorpresa mía, te vi que venías con tu escopeta por la carretera. Al principio creí que habías venido a estos lugares siguiéndome. Pero pronto deseché esta idea al ver cómo me sacabas el cuerpo y evitabas los encuentros conmigo. Entonces comprendí que t0do h.1bía sido una mera coincidencia. Luégo vino el accidente de la zanja, que tánto nos dio que reír, y 188 EL I\LMA DEL PASADO de ahí en adelante empezó la sorda lucha que libraron mi voluntad y mi corazón, é:.te por dejarte entrar, aquélla por cerrarte las puertas. De ahí mi conducta en casa de las Riberas, la vigilancia de Zoila, etc. Mas al fin el amor, como u n cóndor gigantesco, fue matando con SllS vigorosos a'etazos, uno a uno, todos los propósitos, y entonces tú te apoderaste, C0l110 vencedor, de mi corazón, de mi alma y de mi vida ... Va ves ... Luciano tomó una mano de Blanca y la besó con gratitud. Hablaron luégo de otras cosas. Pero Luciano estaba cabizbajo, y no hallaba manera de decir a Blanca que a la ma-· ñana siguiente se iría del todo para Bogotá. Por fin Blanca notó el estéldo de ánimo de su amigo, y dijo: -¿Qué te pasa hoy, Luciano? Me parece que estás preocupado. -.En verdad la estoy, pero no quizá por la que tú te ¡ma ginas. -¿Entonces ... ? -Es que tengo que irme mañana para Bogotá. -Qué le vamos a hacer ... Pues te vas. Pero supon go que regresarás por la tarde. -No. Me voy ¡;Jcfinitivamente. -Luciano! ¿qué es la que dices? exclamó Blanca, poniéndose lívida. ¡Cómo puede ser eso! ¿Me vas a abandoi1ar? -Eso jamás. Pero es que mamá la exige. -¿Le has contado todo? -Sí. Va a mamá nada le oculto. -¡Qué pena, Dios mío I i Qué vergüenza! ¿Por qué se la fuiste a contar? Pero .... así debía ser, sin embargo .... Has hecho bien .... A tu madre tampoco se la podía engañar. V ella ... ¿ qué te ha dicho? -Se opone a nuestros amores. -Es muy natural.. .. 110 la culpo .... sí, tiene razón .... ¡tiene razon .....I Blanca se llevó 13s manos a los ojos para contener las lágrimas. o ARTURO SU ÁREZ 189 Luciano le tomó ambas manos y se las apartó del rostro, a tiempo que le decía: -No llores, reina mía. Es muy explicable esa crisis en eHa. Pero Yl pasará ..... ya pasará .... Mamá es muy buena y te quiere. Su oposición no durará mucho. Yo la convenceré, y cederá .... te juro que cederá. Además, aquí estoy yo, que no retrocederé ni un punto, y están mi corazón, mi conciencia y mi voluntad, que sabrán velar por nuestro amor y defenàerlo. Nada temas. Sólo Dios podrá ya impedir que seas mía, si tú lo consientes. -Es que tú te irá\) a Bogotá, y allá, con tu mamá, las cosas pueden cambiar. Ella te hará mil- reflexiones .... j y quién sabe si llegues a desistir. _.. a olvidarme! -Blanca, no desconfíes. Ten fe en mi amor inmenso, que ('s I~oy más grande que ayer, y que será mañana más grande que hoy, si es posible que pueda ya caber mayor aumento de amor en mi alma. Yate juro de una vez por todas que te adoro y que nada en el mundo será capaz ùe contrarrestar el impul50 de mi corazón hacia ti. Pero tengo que complacer a mi madre y obedecer su mandato. Con todo, yo te escribiré con frecuencia y vendré los domingos a verte. Además, dehes saber que mi presencia en Bogotá es necesaria para impedir que don Juan Tenorio cumpla sus amenazas. -¿Vas a buscar a Julián para hablarle? -Sí. -No quiero que te entiendas con ese hombre. -¿Por qué? -Porque acabarás por reñir con él. Déjale que me difame. No le hagas caso. -¡Blanca, por Jesucristo 1 ¿ Crees tú que por temor a ese zángano voy yo a permitir que siga destilando su baba emponzoñaùa sobre tu reputación? Si ese veneno va a dañarme a mí también, ¿ cómo, por miedo, vaya permitir que tan vil ladrón lleve adelante su tarea de abominación y de odio? No, Blanca, mía: hay que ser hombre en toda la plenitud del vocablo, siquiera una vez en la vida. Si yo no me apresurara mañana a defenderte con todas mis fuerzas, me creería indigno de ti, y tú misllla deberías despreciarme, porque un hombre que no tiene el arrojo suficiente para defender a la mu- 190 El ALMA DEL PASADO ¡er amada, debe renunciar a su amor y esconder su cobardía para siempre lejos de ell~. I-Iay trances en la vida que no tienen más solución que la intrepidez y la decisiÓn más franc:Is y abiertas. Para estos casos no sirven la autoridad ni los ami· gas. Son cuestiones ocultas de honor que no plieden ser velltiladas ante ningún tribunal social a jurídico. Sólo los directamente interesados pueden dirimir la contienda, llegando a un acuerdo honorable a partiendo el sol con valentía. No hay otro cdmino posible. -¡Dios mío. Luciano! Yo no quiero que vayas a pelear ... -No pienses que voy <l usar de la violencia desde un principio. Agotaré los - recursos pacíficos pero enérgicos, a fin de evitar un lance, no porque ese apache no merezca que desde el rrimer momento se le escupa la cara, sino para evitar el escándalo que una acción violenta pudiera provocar. En cambio, si se obstina er. denigrarte ... no sé ... nù sé ]0 que podrá suceder; pero te juro, Blanca, por la memoria veneranda de mi padre, que no habrá cima adonde yo no suba ni abismo adOltde no baje, para rescatar hasta el último jirón de tu honra! -j Virgen Santa! gimió Blanca; ¿ qué va a ser de tu madre y de mí si llrgas a comprometcrte en una reyerta con ese hombre? -No creas, chiquita: tranquilízate, la consolÓ Luciano. Nada pasará. Las almas ruines son cobardes siempre. Yo estoy seguro de hacerla c3.\1ar sin necesidad de aplastarlo como a un alacrán. Va verás. Cuando Luciano se despidió, Blanca rompiÓ a llorar. El, oprimiendo entre sus manos la rubia cabecita idolatrada, la besó en la frente y en los ojos con fervor. Después salió rápidamente, sin decir una palabra. Al desembocar cn la carretera sintió frío. La noche estaba tenebrosa y lóbrega. De tanto en tanto las ráfagas glaciales del páramo sacudían furiosamente el denso ropaje de las encinas. Los perros aullaban detrá::; de los tinglados, y las luciérnagas, arrastradas por el helado soplo, apagaban sus fosforescencias fugaces en el trebolar. La vasta Sabana se ampliaba silenciosa hacia el sur, como un océano inmóvil de negrura. Por entre los vanos de las nubes asomaba, como temblorosa de frío, tal cual estrella moribunda, y a la lejos se adivinaban inmensas c1ámides de niebla arropandoel~sueño de los montes. ARTURO SUÁREZ CAPITULO 191 XIX A las ocho de la mañana se presentó el chofer de VillaBlanca en casa de Luciano -Aquí me manda la señorita Blanca, dijo después de saludar, a que los lleve a ustedes en el automóvil a la estación. Luciano sintió un ligero estremecimiento. Era la partida ... Doña Camila mostró una sonrisa incolora. Subieron. Al pasar por frente a Villa-Blanca, Luciano vio a su novia en la glorieta, agitando un pañuelito, y oyó que Ics gritó: -¡Adiós! ¡Adiós! Al llegar a la casa en Bogotá, doña Camila se adelantó al cuarto de Luciano y pidióle a éste las llaves del armario, diz que para sacudir la ropa que había estado :111í en poder de la polilla durante dus meses. Después notó Luciano que la pistola que guardaba en una de las gavetas había desaparecido. Al día siguiente salió Luciano a la calle y averiguó c.on varios de sus amigos si conocían a Julián Linares, pero nin· guno supo darle razón de él. Cuando don Diego llegó a Villa- Blanca supo dmo doña Camila y Luciano se habían ido del todo para Bogotá. El la deploró, y preguntó a Blanca si les había ofrecido la casa. -Sí, le respondió ella. Muchos recuerdos te dejaron, y prometieron ir a vemos cuando regresemos allá. -Muy bien, le respondió don Diego. Y agregó después de un silencio: me parece que ha llegado la hora de pregun· tarte algo en serio acerca de Luciano. He notado, si no ando muy descaminado, que los dos se comprenden bien, y me figuro que, estarán de acuerd6 en mUcha~ cosas que yo ignoro ... Si esto es así, confiésamelo. -Papá, ¿ a ti te gusta Luciano? murmuró la niña con un aletazo de rubor en las mejillas. -No me disgusta .. , Es un buen muchacho, y alguien que la conoce a fondo me ha hablado mu}' bien de él. Además, Y'J le conocía ya bastante. 192 EL ALMA DEL PASADO -Pues bien, sí, papacito, dijo Blanca con la cabeza baja: yo Je quiero, y tengo pruebas de qu~ él también me ama. Sin embargo, como no hace mucho que tenemos relaciones, nada en serio hay aún entre los dos Además, puede que al I1egar a Bogotá las cosas cambien Tú sabes la que son los amores de veraneo ... -Pues la sentiría, ¡;orque tal vez ese sería un buen esposo para ti. V en todo caso, me alegro de que haya res1lltado por fin llll hombre que mueva tu corazón, ya que has sido toda la vida una mujer frí.l, illaccesible, cuyo carácter huraño y retraído de los hombres me hizo pensar siempre en que nunca lIegarías a casarte. -Bueno, papá, dijo Blanca, variando el tema. r:V Pepita no me mandó decir liada? -Sí, que pasado mañana vielle COll Roberto a hacerte la l¡!tima visita, de un día para otrt), pues ya pronto te esperan allá. -Sí, papá, 110S ircmos cuando tú quieras. A la mañana siguiente salieron a caballo don Diego y Blanca, a dar un pa~eo por los potreros de la hacienda. El dia estaba cspléndido. La noche anterior había I1ovido, y las sementeras, ardidas por el sol de enero, s~ 'hallaban refrescadas, como resucitadas por la benéfica acción de! agua. Habían reventado millares de capullos en los rastrojos, y los gramales levantaban sus afiladas hojas C0l110 saetas hacia el azul. Las aguas crecidas y desbordadas de los arroyos encharcaban las vegas y espejeaban trémulas al sol. Bandadas de chisgas se alzaban piando de los surcos, y un vientecillo susunadar murmuraba sus delicados accntos vagando alegre en la campiña. Blanca, por prir.1era vez después de lIluchos días de Sllfrimiento, sintió acariciado Sll espíritu por lin tibio destello de consolación. El sol mar'ianero se le entraba ahora por los ojos, y le iluminaba el alma por tanto tiempo oscurecida. Llevaba la cabeza tocada por una capota de claro crespón con lazos dc cinta flotantes. Una hlusita blanca y vaporo,a se abría en el nacimiento dcl pecho, descubriendo el alba gloria de la garganta. Una falda oscuo y unos guante~ de color marrón COIllpletaban su sencillo indumento. El azul animado de sus ojos nada tenía que envidiar al límpido azul del cielo, ni la pura ARTURO SUÂREZ 193 boca rosada, ligeramente humedecida, a las flores del zarzal, empapadas en rocío; como tampoco el oro estremecido de los ca bellos al dorado espartizal. -¡Qué bella está hoy mi manita! dijo don L iego apareando su cabalgadura con la de Blanca, y acariciando con efusión paternal las tersas mejillas de 1:: niña. Se conoce que ese corazollcito palpita con una nueva vida ... Blanca suspiró, sonriendo levemente. Agradecía la bon· dad inagotable del que, sin ser su padre, era más para ella que si la fuese, y recordaba con júbilo que Luciano la protegía COli su amor. La gran tristeza, al calor de estos soles del cielo y del cariño, se iba desvaneciendo como una gran nube nocturna ante ci empuje de un cálido soplo de verano, en la blanca mañana que despierta. Algunas p:Htjas de palomas lIaneras iban a posarse en las g'amelIas de los campns arados, o volaban sobre los tambres y acequias, buscando el alh copa de los alisos en donde tejían sus inoc~lItes nidos. Al medio día regresaron los paseante:. a la casa. En el tren de la tarde llegaron Pepita y Robrrto. -i J'lola! ¡hola! conque de mucho noviazgo, le dijo Pepita a Blallc~ en tono zumbón, después de saludarla. Conque muy en grande COli el señor que te sacó de la zanja, quien también como q\le te ha sacado de quicio el corazón, ¿no? picarita .... -Sí, Luciano me ha sacado Je muchas honduras .... le respondiÓ Blanca charlando también. Pero no creas que la cosa es tan de bulto como la consideras tú. Un mtra pasatiempo de veraneo quizá.. .. Además extraño que ya se sepa en Bogotá.. .. - -M'hija, entre cielo y tierra no hay nada oculto .... ya hace muchos días que la sabía yo. -·Pues es curioso .... --No falta un inùiscreto Ademá~, eso no es pecado. Roberto había saludado a Blanca con frialdad, y trabado conversaciÓn COI1 don Diego. -Por no haber (.~ro tren hoy 110 me vuelvo para Bogotá, había dicho alzando la voz para que Blanca le oyese. -¿ Así tánto se aburre aquí, Roberto? le il~crepÔ Blanca. -No, si no me aburro .... Es que vivo muy atareado .... 13 194 EL ~LMA DEL PASADO --¿ Sabes que nos presentaron él tu primo Julián ell casa de unas amigas? dijo Pepita. Es muy simpático y elegante, aunque un poco .... descolorido. Mamá y él hicieron muy buenas amistades. Blanca tembló. -Me preguntó con mucha insjstcn~ia por ti y me dijo, muy quejoso, que no te había venido a h;¡,cer la visita aquí, porque tú no la habías invitado, a pesar de ser tu primo. -Sí, qué te parece .... se disculpó Blanca, no me acordé de convidarlo. Como hacía tán\n tiempo no iba por mi casa .... estando tan alejado .... pues no la consideré obligatorio. -Después, continuó Pepita, empezó a ha<.:erle a Roberto la tiradera contigo. -¿ Y qué le contestó Roberto? -Ala, pues qué le iba a contestar. Que tú a quien querías era a Luciano Miranda. fI dijo que no conocía a Luciano, y se mostró muy intrigado por saber si la cosa entre ti y él era seria. -y ustedes ¿ qué le dijeron? -Que sí la parecía. Después de comida, Roberto le dijo aparte a Blanca: -¿ Es verdad que usted se casa con Luciano Miranda? -¿ Pero por qué adelantan ustedes tánto las cosas, Roberto? le respondió ella, afectando sorpresa. Si la cuestión no tiene tal trascendencia .... - Ya ve, y tánto como la he querido yo a usted .... se dolió Roberto. -¿ Sí.. .. ? Pues no me la había dicho usted antes, declaró Blanca riendo. -No se la he dicho nunca, pero se la he manifestado infinidad de vece~. -Yo no la habia comprendido .... así. He considerado siempre nuestras relaciones dentro del franco, pero limitado terreno de la amistad. Nunca creí que sus manifestaciones de cariño tuvieran el alcance que usted les da .... -No diga eso, Blanca. Usted es suficientemente inteligente para el,knder .... Bueno, pero en dos palabras: ¿ está usted de vel as enamorada de L11ciano? -- Sí, le quiero.,· ARTURO SUÁREZ 195 -Entonces no hay más qué hablar, cerró Rosales con un gesto de encono. --Si con ello le causo Jlgún disgusto, Roberto, la siente, pues usted~ha sido un buen amigo .... -j Oracias ! CAPITULO XX Una tarde estaba Luciano parado en la Calle Real, en la esquina de Arrancaplumas, mirando pasar las gentes que se apretujaban presurosas en las aceras. Un verdadero alud de coches, autos, tranvías, desfilaba sin cesar por esta arteria principal de la ciudaJ, haciendo a ratos difícil y peligroso para los p~atones el paso de un lado a otro de la calle. Luciano, separado de la corriente, observaba con atención la abigarrada y heterogénea muchedumbre que andaba con un murmullo de colmel1J. Veía pasar caras bonitas, trajes elegantes, rostros pe· ludos, ropas astrosas .... Algunos ,/ filipichines y maquetas" iban de prisa par~ .... ninguna parle. Distinguió de pronto, en la acera opuesta, a ] lIanito Puli· do, tipo elegante y simpático, conocido de todo el mundo en Bogotá, que no hacía nada y se mantenía en la Calle Real echando percha, y haciéndose abrazar de cllantos pasaban. No cometía le vulgaridad de trabajar, y era el amigo de. todos. _" Ala, ]uanito, ¿ cómo te va ?-Viejito querido, ¿ qué milagro es verte?" _" Chico, dichosos los ojos .... " V así y asá, sacando las horas para comer y L1ormir. Un encanto de muchacho. Cuando se le encontraba en alguna calle distinta de la Real, y se le preguntaba para dónde iba, contestaba casi invariablemente: - A la calle Real, a verme con unos amigos. Sí, una delicÍ1 de hombre, un cumplido caballero, distinguidù frecuentador de salones y cafés, insigne causeur, corno hay tántos, por fortuna, en la capital, que ni mandados hacer para 0cupar una eurul en la Cámara de Representantes, a desempeñar un alto puesto diplomático. Desgraciadamente ]uanito no se dejaba postular para nin- 196 EL ALMA DEL PASADO gún cargo, porque diz que tenía mucho a qué atender. Vera una verdadera lástima que se perdieran tan relevantes facultades. Sobre todo, el país se perjudicaba Claro que se perjudicaba. Todo el IlIundo le quería, todo el mundo alababa la simpatía de ]uanito Pulido. Es el prototipo del cachaco bogotano, decían, sí, sí, el prototipo. Ahí está mi hombre, se dijo Luciano, cruzando la esquina para ponerse al habla con Pulido. Hubo abrazos y palmaditéls efusivas en la espalda. -Ala, juanito .... --Ala, Luciano, enc:¡ntado de verte. r: Desde cuándo por acá? Va se iba haciendo demasiado larga tu ausellcia, ingratón. --V tú ¿ no saliste en este diciembre? -No, chico. Para mí no h1Y mejor lugar de veraneo que la Calle Real de Bogotá .... Por allá se goza de muchas incomodidades, y se harta úno pronto. Aquí se ve y se sabe cacia cosa .... qUè ríete tú de las Memorias de Ooron. Cuando te digo que 110 hay nada m~s vari1do pi divertido que esta ciudad del Aguila Negra ... ¿ Para qué sale úno él pasar trabajos por alli COli malas camas y peores comidas? Para bailes y jolgorios aquí sobra apunte V en esta bendita Calle Real donde se entera úno de todo .... Mír:l, hoy he sabido unas cosas .... ¿Conoces a Tilita Rosales, la de doi'ía Berna .... la casada con ~I doctor Maldonado? ¿ V cono~es también a Montoyita, el teniente de caballería? Pues no te cuento más .... El marido aquí recetando viejas .... La mujer veraneando en La Unión .... MOlltoyita tambil'n veraneando en ... la unión de Tilita ... No te cuento más .... ti disloque, el desmendrugue, el desmenuce, y .... no te cuento m,ís. -Hombre, esas son alharacas de la gente. No hagas caso de lo que inventan los chismosos. No hay que dar oído a todo la que digan los envidiosl)s () malquerientes. Nuestras mismas familias, él la larga, pueden salir también perjudicadas. El noventa y cinco por ciento de lo que se murmura es pura pepa .... -Sí, pero yo me atengo al cinco que queda, porque a ese cinquito es mucho el jugo que se le saca, mi chino. V si úno no se I~rga de la Mal .... donado, ¿ entonces de qué se cuelga? Nil-w, si aquí muchas damas viven para el respetahle público. Déjalas que' representen su papel, y que no cobren la entrada .... que así lias divertimos nosotros gratis. ARTURO 197 SUÁREZ -Bueno, pero Tilita de Maldonado es una señora hr)11esta y bien criada, volvió a defender Luciano. Va la conozco mucho .... -Con todo, el teniente -Te digo que la debe de conocer mejor que tÚ.... son habladurías. --Sí, ab, sí. Todo puede ser, pcro La Unión es .... La Unión. Allí se juntan dos ríos .... En esa fragosa tierra se jun· tan los monks .... el Parnaso y el de Venus ... Allí se junta el cielo con la tierra .. se juntan los veraneantes .... se junta todo, ehico. Y es lIlUY natural.. .. para algo se va ÚllO a l a Unión " o a Juntas .... ùe Apul0. No es para estar solo. Claro que no . Míra esta carta que le escribió Montoya a un amigo mío . Cuando yo te digL' que el teniel'te .... Monto .... ya es de caballería, y que la dama cs de lo :nás potable que se conoce .... Luciano leyó la carta en que aqu~lle relataba a su amigo algunas intimidades, sin mayor importancia, de él con la dama. Luciano comprendía que Juanito, a fuerza de charlar y de tratar a todo el mundo en guasa, se había hecho a un barniz social que le permitía hacer liSO del retrll~cano con cierto ingenio. Era un maledicente, pero un maledicente chirriado. Era el correo de las brujas, y el Lucifer de las crónicas. Todo la sabía, de todo se enteraba y todo lo propalaba. Las noticias llegaban a él primero que a los diarios. Las hablaùurías, fueran verdades a embustcs, pasaban por la rotativa de Sll lengua antes de qll~ el gran pÚblico las cOllociera. Sus manos y su cerebro no se ocupaban en nacla; sólo sus pies y su boca se manteníall ell ulla CCllstante actividad, C01110lin volcán en erupción, arrojando la lava cie los chismes. Los pics andando de una esquina a oLra y lie caf~ ell caf~; la boca como la trompeta de un grafófono ál cUvlle dieran cuerda .... los amigc. Lo llamaban El Lagartijo, por la similitud que tenía con este reptil, que da una carrerita apresurada y se pára a mover la cabeza a todos lados, da otra carrerita veloz, y torna a detenerse y a quedarse quieto, para emprender de nuevo la misma carrerita. -¿Ves aquella una -Sí, cosita lIluchacha, Luciano? Jllanito, la veo; pcro permítellle antes, porquc estoy de afán. -Pregúnta lo que quieras, que Lucia .... lloèhe. te pregunte 198 EL ALMA DEL PASADO -¿Conoces a Julián Linares? -Claro Que sí, hombre. ¿Qué quieres con él? -Que me lo presentes en cuanto hay;; una oportunidad. Pero como cosa natural, sin que le digas que yo busco relaciones con él. - Te lo presentaré en la forma que te plazca. -¿Eres bien amigo de él? -Integro. -¿Y qué tal sujeto es? -Es .... (Juanito habló al oído de Luciano) es un guache. No te lo recomiendo. -En tances, ¿ cómo culti vas relaciones de amistad cón él? -Yo soy amigo del Presidente de la República y ne Juan Lanas. -En fin, me la presentarás. -Te lo presentaré .... V es ahora mismo, porque casual mente allí viene. En efecto, venía. Luciano vio a un joven cornu de unos treinta y dos años de edad, regularmente vestido, con la barba un poco descuidad;}, y un rostro en que claramente se des· cubrí; 11 las huellas del vicio. Era, a pesar de su desaliño, buen mozo y de p'Jr;e nada vulgar. En las descarnadas manos sostenía la contEra de un bastón bastante usado. El pelo, abundoso, se le apelotonaba sobre las sienes pálidas. El cuerpo, alto y delgado, bajo el traje descuidado, no dejaba de ser elegante, y en los ojos profundos, de pupilas quemadas y zahoríes, halló Luciano el reflejo de la llama traidora y pertinaz de que Blanca le hablara. Juanito lo llamó y le charló de cualquier cosa durante un momento. De pronto dijo: -liombre, voy a presentarlos a ustedes para contarles una cosa que me pasó :lyer en San Francisco .... Julián, al escuchar el nombre de Luciano, tuvo un ligero sobresalto, pero en el aeto se dominó. Buena cata se dio Luciano de aquel ligero estremecimiento, y mientras Pulido contaba un mal chiste, notó que Julián lo examinaba minuciosamente, mirándolo de pies a cabeza y de arriba abajo. Cuando Juanito acabó de contar el chascarrillo, dijo, pq~ niendo las manos sobre los hombros de sus amigos: . ARTURO SUÁRël 199 -Hasta luégo, mis hijos. Los dejo porque me voy hasta Las Nieves a caminar. Tengo un frío de diez grados bajo cero. Los dos rivales, frente a frente, permanecieron callados un mOtrento. Luégo se miraron sonriendo, con una sonrisa falsa de cumplimiento que guardaba en el fondo no sé qué mutua desconfianza, qué recóndito rencor. Luciano rompió, sin preámbulos, el embarazoso silencio, y dijo a su interlocutor: -Celebro haber tenido la oportunidad de conocerlo, se· ñor Linares, pues tengo algo interesante que tratar con usted. -Oracias. Estoy a sus órdenes. -Si no le molesta, permítame que Jo invite a tomar una copa, aquí, al Café de La Paz, y allí hablaremos. -,COIl mucho gusto .... Vamos. El estrecho recinto del Café se hallaba a esa hora poco apropiado para las confidencias. Una multitud casi compacta rodeaba las mesas, hablando de negocios, bebiendo y echando humo como chimeneas. La atmósfera estaba densa y pesada, y el retintín de vasos y copas, agregado al murmullo de las conversaciones, acababa por marear. :=on todo, Luciano y su compañero lograron acom0darse en un rincón, en donde por casualidad había dos silleta s vacías. Apurados 105 vasillos de whisky, Luciano encabezó: --Vaya permitirme, señor Linares, hablar a usted con entera franqueza, como si nuestras relaciones dataran de mucho tiempo atrás. Ante todo, le manifiesto que yO ya le conocía a usted bastante de nombre. En cambio, usted tal vez 710 me ha conocido a mí hasta hoy. Pero, en fin, para lo que vamos a considerar, esto no hace al casC'. Yo estoy enamorado de manca Linares, su prima de usted, y estoy resllelto a casarme con ella ..... -¡A casarse usted con Blanca ? ... le interrumpió Julián. -Sí, señor. No veo en esto nada de extraordinario .... ni me explico fácilmente su sorpresa. - Es que usted no se casará COli Blanca! señor Miranda. --Usted dice eso, pero yo digo todo la contrario. -¿De veras, es cierto que usted piensa en casarse con J3laJ1ca? . 200 EL ALMA DEL PASADO -Rigurosamente cierto .... -¿Y ella le ama a usted, y ha consentido de una manera formal en casarse? - Tal como usted lo dice. -Pues no salgo de mi asombro, y vuelvo a sostener que usted no se casará con Blanca. -¿Quién la impedirá? -Yo! -Corriente. No me exalto, dijo Luciano con aplomo y serenidad; pero le exijo a usted una exposiciÓn plena e inmediata de las razones que le asisten para hacer tamat'ia afir-· mación. -Esa explicación, dijo Julián levantándose, no la pucdo dar hasta no haber hablado yo detenidamente con Blanca -Siéntese, sel'ior Linares, ordenó casi Luciano, tomando por un brazo a Julián, y obligándolo a colocarse de nueva en su puesto. Ya que usted rehuye esa explicación, vaya dársela yo mismo a usted, anticipándole que con Blanca no podrá hablar usted, como la desea. -¿Quién se opone? -Ella misma, que no lo consentiïá jamás. -Usted se equivoca, afirmó con entereza Julián. Ella al único hom~re a quien ha querido antes, a quien ama hoy, a pesar de todo, y con quien se podrú casar, es conmigo. -Ella le odia a usted, sei'ior Linares .... Mejor dicho, tal vez no le odia, porque es imponderablemcnte buena, pero la detesta a usted je una manera irremediable. -No le permito, sei'íor Miranda, que se exprese cie ese modo. - Serénese, que para enojarse conmigo le va a sobrar, por la visto, tiemro a usted. Ahora quiero darle yo mismo la explicación que pretendí oír cie SllS propios labios, y que usted no consiente en darme .... Sepa que yo conozco íntegramente, hasta en sus más nimios detalles, la historia cie los amores de usted y Blanca .. -¿ Sí? Pues me deja usted absorto! .... ¿Cómo puede ser eso? ... Es incre(blc que mi prima haya tenido ·a desfachatez de revelarle a usted secretos intimas que deberían estar guardados bajo siete llaves. ARTURO SUAREZ 201 -Esa es cucstión nuéstra. -V más increíble aún que un hombre que se estime, como usted, vaya a C0meter el disparate de casarse, a sahiendas de todo, COll una mujcr que 110 es digna de él. -Oiga usted, scilor Linares: me quedo perplejo ante el cúmulo de inconsecuencias que acaba usted de expresar. Me dice que un hombre que se estime no debe casarse con esa niña, y está usted loco por casarse con ella .... Me ha manifestado antes que el secreto de ustedes debe gUé'.rdarse bajo siete llaves, y está usted pronto a divulgarlo a todos los vientos, como se la dice en amenazantes cartas a Blanca .... ¿Cómo es eso, setlor Linares? ¿Estoy tratando con un hombre sincero, a con uno que intenta engañarme? Julián quedó confundido y no pudo contestar por el momento. Los ojos le brillaban siniestramcnte, y la mano que jugaba con ci mango del bastón se crispaba y temblaba. Luciano prosigui<Í: -Ese era precisamente el objeto de esta entrevista. Quiero qUe usted me diga si está dispuesto a no volver a ocuparse de Blanca en su vida, a nectsito saber de una manera categórica si usted piensa cumplir sus amenazas, y si insiste cn perseguir a Blanca, en difamarla como ......•.... -V el que yo haga esto a aquello, ¿ qué le importa a usted'? interrumpió Julián con ;.gresiva voz. -Me importa, dijo Luciano con acento reposado. V justamente se trata de estorbarle e impedirle a usted que continúe en su villana tarea. -j Ja, ja! rio despectivamente aquél. ¿V qué hará usted para impedir que yo haga lo- que se me antoje? ':"':""Enel primer caso, replicó Luciano, chupando tranquilamente su cigarrillo, lIenar]e a usted los bolsillos de dinero, que es la que pretende al querer casarse. con Blanca por la fuerza. En el segundo caso, es decir, si usted no quiere callar por las buenas, matarlo simplemente. --¡Qué! ¿ me amenaza usted? ---Lo dicho, reafirmó Luciano, quitando COli el mel1lque la ceniza <l.1 cigarrillo: matarlo .... cailla a un perro. Estoy perfectamente decidido. Escoja usted_ Al oír esto, Julián se levantó como movido por un re-<; 202 EL ALMA DEL PASADO sorte, y más pálido que nunca, articuló con una voz en que trepidaban las .palabras, como si estuviesen conmovidas por un terremoto interior: -j Basta ya, no quiero hablar más de esto! i Usted es Un Quijote! ¡Veremos quiér. se casa COll Blanca! j Ni usted ni nadie! .... j Usted no sabe quién soy yo! -j Sí, un miserable aIJache! contestó Luciano, poniéndose a su vez en pie de un salto. Julián, sin oír, a fingiendo nO oír la que Luciano decía, salió disparado, sin detenerse. Luciano la siguió hasta la calle, cogiendo al pasar una botella vacía que había sobre una mesa. Pudo darle alcance antes de llegar a la esquina, y logró echar· le encima aún estas palabras: -i Sepa el cobarde libertino que yo me atravesaré en su camino para defender a Blanca! ... i Tropezarás conmigo, y caerás ... te juro que caerás ... bandido!-\ --j Eso la veremos, eso la veremos! exclamó Linares, blandiendo furi0so el bastón, y apresurándose a coger un tran· vía que en ese instante pasaba por la esquina. No pudo Luciano decirle más, y se tuvo que violentar indecil;)lem~llte para no hacer cisco en el cráneo de aquel malvado la botella que llevaba. Pero supo contenerse. El miedo al escándalo le dominó la mano,. lista a arrojar el instrumento vengador. Además, había abandonado el Café sin pagar las copas, y varios curiosos que los vieran salir del establecimiento precipitadamente, se aso:naban a la puerta, intrigados por la que acababan de notar. -i Hola! Miranda, le preguntaron a éste cuando regresaba, dos conocidos: ¿ qué es la que pasa? --Nada, respondió Luciano con naturalidad. Este tipo que me ha quedado mal en un negocio ... Pero la cosa no vale la pena ... Es asunto concluído. Pagó las copas y se retiró Fuese luégo en dirección a un almacén de armas, pensando en lo que acababa de hacer. Estaba satisfecho. Había dado una buena lección al sinvergüenza, y el tan temido escándalo, si bien se iniciara, no se había, por fortuna, consumado. Ahora ya tenía a raya al lenguaraz, pues éste, aun cuando nada bueno hubiese prometido, ya se había dejado agraviar, y sabía, ARTURO SUÁREZ 203 por la menos, que tenía que habérselas con un adversario potente y resuelto. Luciano comprendía que desde el primer embate había conquistado una posición ventajosa y dominante sobre su enemigo. Y sabría sacar partido de tales ventajas, claro que sabría .... Entró en el almacén y compró una diminuta pistola Colt, un dije, casi un juguete, algo que podía guardar sin e~torbo hasta en el bolsillo del chaleco. -Hoy tuve que hablar yo, se dijo a sí mismo, acariciando la boquilla del arma, mañana no es difícil que le toque a ésta. V û creo haberme manejado bien. Vamos a ver ésta cómo se conduce .... aunque creo que para aquel malandrín se necesita, cuando más, el tacón de la bota Por la noche fue a teatro. Daban una comedia en el Municipal, y Luciano consiguió una buena luneta. Recorrió los palcos con su binóculo, y de pronto tropezó con Maruja X .... Ocupaba el mismo palco que en la aciaga noche aquelb en que él estuvo a punto de morir de despecho. i Cuán diferentes las dos noches, sin embargo! i En qué distintas condiciones venía hoy Luciano a verse de nuevo en el teatro con Maruja! La saludó. Ella le contestó con cierta frialdad. Va le va pasando, pensó Luciano. Sólo a mí no me pasa Todo el mundo se alivia de su mál de amores. Yo soy el único que no tiene cura .... ni quiere tenerla. Amo mi dolencia como el asceta su cilicio. Entraron en los palcos varias familias más. De repente distinguió a la señora de Rosales, que apareció en Ulla. -i Ajá! llegó la tonelada, murmuró Luciano. Venían con ella Pepita, Roberto, Erna, el doctor Lisandro Maldonado, esposo de Tilita, y... Julián Linares. Luciano sintió un sobresalto. i Madre de Dios! pensó: ei1tre este ladrón y esa tía desabrida y chismosa i qué de daños podrán hacerle a mi Blanca! .. j Valiente par, vive Dios! Ni mandados hacer para urdir el más inicuo de los planes ... Era muy natural que sus dos almas gemelas y oscuras como dos buitres, se encontraran para ir en busca de una paloma qué devorar ... Pero yo la defenderé a pesar de todo ... Va veremos si soy capaz ... En uno de lùs entreactos, Pepita descubrió a Luciano y le hizo una ligera señal de simpatía. Luciano la saludó, y 204 EL AD!.\ DEL PASADU poco después notó con disimulo que doi'ía Bernarda y Julián la miraban y hablaban de él. Están rotas las hostilidades en toùa la línea, se dijo Luciano, casi complacido de ver que te· nia que afrontar con franqueza I:J. complicada y nueva situa'ción que se pre~entaba. ¿ IlabÍa que luchar inevitablemente? Bueno, pues que se empezar.} la guerra cie ulla ve/. La causa de la justicia era la de él, y pelearía sin tregua, hasta el fin. Al final de la funci<ín se colocó Luciano junto a la puerta de salida, con el objeto de d,.::jarse ver de Juli;ín y dOlía Berna Al pasar ésta del brazo de aquél, Luciano la saludó ostensible· ll1ènte. La fiera le dirigió UILl miLida torva, y apenas si entre· abrió los labios para contestar al joven, dejando quieta la cabeza, en donde se inl11ovílizab;¡ un gran gorro puntiagudo que la daba un aspecto de pirámide. Julián se hizo el quc no había vista a Luciano. Al pasar Pepita, acompallada del doctor Maldonado, sa· ludó muy afable a Lliciallo, y le pregullt(í que cuánùo iba a hacerle una visita. -Mallana cn la noche, le respondió Luciano, tirándose a fondo de una vez. CAPITULO XXI Al día siguiente, al acabar dt: cOl11er, Luciano sacó el reloj: las ocho. Llegó la hor,I, se dijo levantándose, de ir a cumplirle la promesa 3. Pepita, y de hacer parlar a la cac::túa. A la criaùa que saliÓ a abrirle el portÓn cuando llamó en casa de dû11a Bemarda, le p['i,~gunt<Í Luciano si había visita. -Sí, señor, le contestÔ la muchacha. -¿Quiénes hay? --Un joven y unas nÍ11as. Luciano pensÓ que fuesc Julián tal vez ... Pero no: era un jovencito de callón a la rodilla, que aèompaJ'íaba a sus hermanas, quicnes habían venido a ver a Pepita. Dofía Berna, en un rincÓn de la sala, embutida como un salchichÓn en la gran funda de un sobretodo oscuro, rezongaba entre dientes cuando se le hablab;¡. AnrURO SUÁREZ 205 Pepita saludó muy cordialmente a Luciano, y le presentó a sus amigas y al cae/lija. En cambio, la sellora, cuando la vio, arrugó el entrecejo, y casi no acaba de sacar la mJno de bajo los pafíos para dársela al visitante. -Es más que natural que esta bruja me odie, pensó Luciano, dados el fracaso amoroso de su hijo, mi buen éxito con Blanca, y la amistad con Linares. Ahora, por la pica, me siento al lado ùe este boa, aunque me coma ... V se sentó a la vera del promontorio de trapos y de malas intenciones. Pero como Luciano no se paraba en pelos, y era cortesano y experto er. artes de sociedad, comenzó con mucho tiènto a extraerle a la señora cada palabra, cómo con sacacorchos, ganoso de abordar por cualquier vía ci tema prevenido. Le preguntó primero por Roberto. ë11a le respondió a secas que había salido. Luégo la conv~rsación se enderezó ha· cia Villa-Blanca, como er:l de cajón. Entretanto Pepita y las dos niñas charlaban animadamente en el otro extremo de la sala. La conversación, antes descosida, de temas indeterminados, se formalizó desde qne el zepelín pudo iniciar su ofensiva -¡Qué extralla se me hace su conducta, Luciano, con Julián Linares l dijo amoscada y con un fondo de ironía la dama. No creí que ese fuera su modo de obrar, ya que siempre hemos tenido aquí de usted una alta idea. Habíamos creído siempre en su cultura, cultura más que nunca recomendabll en tratándose de un primo hermano de su novia. -¿El le refirió a usted acaso una entrevista Llue tuvimas? preguntó Luciano sonriendo, sill inmutarse. -Sí. V me dijo que al final de ella, sin motivo justificable usted se había exaltado de una manera por demás in conveniente y altanera, y había salido tras él a tirarle con un: botella. Que él, por evitar un escándalo en plena Calle Real se vio precisado a volverle a usted la espalda y retirarse decorosamente. -Pues no deja de ser hábil para disfrazar los aconteci mientas con un cínico ropaje de mentira, el seilor ese, replic Luciano con la misma serenidad de antes. Si tiene la çans fas;on de calificar de retirada decorosa la vergonzosa fuga qu 1 206 EL ALMA DEL PASADO emprendió, huyéndole él mi justa indignacién ... Señora, usted dice que yo debía tener consideraciones con el primo hermano de Blanca .... ¿Y cómo él no las tiene con ella.? -Es más que explicable su proceder, afirmó doña Ber· na imperturbable, teniendo en cuenta el manejo de Blanca para con él. Julián vive sobrado de razón en contra de ella. -Jamás un caballero puede hacer gala de poseer razones suficientes para difamar a una señorita, a una niña indefensa, y mucho menos a una pariente cercana, porque el lodo que hacia ella se arroje salpicará también a quien la lanza Pero ya se ve que en este caso no se trata de un caballero . -Pues ese es su concepto. El mío es otro. -Lo respeto, señora} por suyo, pero a mí me sobran motivos para sostener el mío. -Blanca es una muchacha mal educada, adelantó procazmente doña Berna, indigna por mil razones de la amistad y cariño que todos le hemos profesado. Nosotros no le conoci mas sus dobleces e infidencias hasta hace poco. Ahora todas las cosas se han puesto en claro, y hemos venido a saber que la que creíamos una corderita pascual es nada menos que una redomada zorra. -Explíquese. señora .... -Es muy sencillo: Blanca nos ha engañado a todos aquí, especialmente a Roberto. 1'\0 se puede negar que él la amó y que ella no la quiso. Pero la malo no estriba en que ella no la hubiera querido, Imes a nadie se le puede obligar a amar por la fuerza: su falta consistió en haberle hecho creer a él por mucho tièmpo que la quería, para, de un momento a otro, volverle la espalda. Ese n0 es el proceder correcto de una señorita. -Señora, declaró Luciano, yo creo que ustedes hall estado en un error. Blanca jamás sintió por Roberto otra. cosa que un cariño desinteresado, una amistad franca que, no s~ sabe por qué, Roberto entendió en otra forma. En todo C:lSO, puede usted estar segura de que ella jamás quiso fingir lo que no sentía, y que nunca pensó en engañarlo. El que se engañó, fue Roberto a sí mismo. -Después de todo, más vale que así hayan pasado las cosas, aceptó la vieja. Hoy, después de saber quién es Blanca, me alegro de ello, y doy gracia~ al ver a mi hijo libre de las garras de esa .... cordera. ARTURO SUÁREZ 207 -El ha estado en todo tiempo libre de esas garras, señora. Esté usted cierta de que esas garras jamás han deseado atraparlo. -y a Pepita le vaya prohibir que vuelva a visitar a Blanca. Esas relaciones no le convienen. -Mi señora Bernarda, al oírla a usted expresarse de ese modo, se comprende fádlmente que quien la ha hecho virar de bordo a usted ha sido Julián Linares, ese mal hombre que, des pechado por sus inútiles esfuerzos a fin de casarse con Blanca, y verse tristemente repudiado por ella, ha optado por denigrarla para vengarse. -Nó, si él mismo me confesó anoche en el teatro que en todo pensaba hoy menos en casarse con Blanca. Que en un tiempo sí la quiso, pero que últimamente ha reflexionado y ha resuelto desecharla, aunque está seguro de que ella al único hombre qu~ l1a querido, y aún quiere, es a. él. -¡Ah, sí, desecharla ....! ¿pero por qué razón precisamente ha decidido a última hora rechazarla? indagó Luciano con una risita sarcástica. -En primer lugar, diz que por no entrar en competencia con usted, que ha resultado un enamorado asaz romántico y demasiado trágico; y en segundo .... no sé .... es una historia un poco oscura y lejana, en fin ....que él apenas quiso esbozar. -Pero qué clase de historia, señora: concrete usted. -No sé bien, le repito, pero él.... como que en un tiempo hizo de ella lo que se le antojó. -i Es su primo carnal y cuenta eso !..... ¿Y usted está dispuesta a dar curso a todo la que ese innoble sujeto le diga? -Quien la hace, la paga. Cuando el río suena, piedras lleva. Y no hay que tener conmiseración con los culpables. Que la sanción social caiga sobre ellos .... ¿Y no cree usted que de este modo se pueden cometer grandes e irreparables injusticias? -Puede. Pero en todo caso el castigo de los que delinquen se impone. El es necesario para la salud de los buenos. -¿ De suerte que usted no está dispuesta a defender a Blanca en ningún caso? -No me consiùero obligada .... -Está bien, cerr6 Luciano con decisión. Ya que usted 208 EL ALMA DEL PASADO no sólo acepta sino que exige la vindicta implacable, sin tórmula de juicio, sin apelaciÓn, prepárese a que ella empiece a • caer sobre su propia casa. --¡Qué l.... ¿ qué es lo que dice usted ? ... No entiendo el alcance de sus paJ:¡hras. - --Es mu>, simple, dalla Bernarda: ayer en la Calle Real defendía yo a mi sellara Tilita, su hija de usted, de quien empieza en Bogotá a correr una bola, nada limpia por cierto, refaente a sus relaciones en La UniÓn con el teniente de ca-ballería Abelardo Montoya, su amigo. Puede usted averiguar lo que haya de verdad cn esto, para que sepa que no son invenciones mías. Y en todo caso, le manifiesto que yo no he dado crédito en un principio a esos chismes, pero ahora que conozco su opinión favorable a aceptar sin restricciones la de las habladurías, y la veo dispuesta a estrellarse contra - Blanca, yo, en lugar de apagar esa 110guera en que se qUéma la reputación de su hija, COIllO traté de lJacerlo ayer, la atizaré ¡r.allana, siguiendo el ejemplo que usted me da .... Ya usted la ha dicho: no hay que tener conmiseración con nadie. Mientras Lucian') hablaba, doila Bernarda la miraba fijamente con sus pupilas inmóviles y secas, redondas y grises como los ojos de una lechuza. En su mirada agresiva se adivinaban la rabia y la estupefacción. --No me desconcierta usted con eso, Luciano, defendió la mamá. Yo bien sé que esas son parlerías ridículas y estÚpidas que no hacen dai10 a n:tùic, y menos a una dama hono-rabIe. Mi hija es mi hija, y no hay más qué hablar. -Sí, señora, su hija es .... su hija, esa es la verùad. Pero yo también, después de cstos decires, aconsejaré a Blanca que ella, a su vez, tampoco visite a Tilita. Callaron un momclJto. Luciano miraba con ira contenida aquel armazón forrado cn tclas y lleno de vcncno por dentro, y decía para su camisa: ¿Por qué los rayos al caer buscarán las agujas de los campanarios, en vez de preferir el moi'io de esta maldita vieja? -¿Y quién le ha contado a usted esos disparates? prorrumpió de pronto doña Bernarda, con cierto interés malamente disimulado. Todo eso es digno de risa, y 110 le creo a usted tan sandio para creer tales embustes. ARTURO SUÁREZ 209 -Yo tampoco creí que usted tuvier:l la candidez de ha· cer casa a las murmuracione~ de Julián Linares. -De eso él parece tener pru~bas, mientras que usted .... -¿ Y si yo le asegurara que he visto con mis propios ojos una carta enviada ror Móntoya a un su amigo de aquí, en la que le relata con detalles muchas intimidades ¿ qué haría usted? -Encúgerme de hombros y no hacer caso de las tonterías escritas por tenorios improvisados y fantaseadores que, porque ven la luna hermosa y sola en el espacio, creen que con s610 estirar la mano pueden alcanzarla. -Eso es así. Pero también usted ha dicho que cuando el río suena, piedras lleva. Y no crea que ante ese rumor la sociedad se encoge de hombros, como se encoge usted, pues la que los dos no creemos los demás sí la creen: ellos tampoco tienen consideraciones C0n nadie, y la sanción que tánto invoca usted, cae inmisericorde, aun sobre los que son ino centes. Usted y yo no podemos, a pesar de todo, jurar que Blanca y Tilita estén libres de mengua i pero tanto usted como yo somos los llamados a defenderlas, estén a nó exentas de menoscabo. Desgraciadamente, los dos 110 estamos de acuerdo para exculparlas y obrar en favor de ellas. VA he querido echar agua en el incendio que se inicia por su lado, y usted vierte bencina en el que empieza por el mío. En fin, concluyó Luciano levantándose para irse: guárdese usted bien de poner oídos a lo que ese malhe¡:hor diga de Blanca, y menos de divulgar las especies que el descastado intente propalar. En be-neficio suyo va. Yo no soy un hombre malévolo; pero si usted persiste en perjudicar a Blanca en compañía de ese malva-do, le pesará, -pues estoy resuelto a defender a Blanca a toda costa, y para ello, desde ahora le advierto que pienso aplicar, sin contemporización ninguna, la ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente. Si a mis oídos lIegare en la calle una mala nueva con respecto a Blanca, ya sé de dónde provendrá, y .... obraré en consonancia. -Eso sería una represalia ruin, refunfuñó la estantigua -Puede usted calificarla como le venga en amaño, que yo también sabré calificar a mi gusto el pror.eder suyo. Y de cualquier m')do, sepa que si obro en contra, la haré obligado por 14 210 El ALMA DEL PASADO usted, pues en sus manos está impedirlo a provocarlo. No e~, pues, cosa mía, els cuestión enteramente suya. En relación con Julián Linares, me tomo la libertad de darle â usted el siguiente consejo, aunque por venir de mí 110 la acoja: arroje de su casa a ese sórdido reptil, de escamas doradas y lengua ponzoñosa. Expúlselo antes de que empiece a desenvolver en eIla sus aniIlOS traicioneros. Actualmente está en la tarea de ganarse la confianza suya; mañana intentará robarse el corazón de Pepita, y consígalo o nó, llegará el día en que de eIla diga horrores a los demás, como se los ha dicho a usted de Blanca. Convénzase de que ese hombre es un canalla, indigno de frer.uentar ningún hogar honrado. Yo le conozco bien su historia, y usted la ignora. Ustedes están encantadas con el ruido de sus sonoros cascabeles, pero no saben que esos que usted cree cascabeles de oro son los crótalos de una serpiente. Se la digo a usted en bién de Pepita, que .... era una dulce y buena amiguita de Blanca, por quien siento yo el más entrañable y desinteresado afec· ta. Ojalá sepa el ase¡;ino de honras que yo, de hoy más, vigilaré sus pasos, con el objeto de descubrir sus emboscadas, y i ay de él si se deja sorprender en una, porque para algo habré comprado un látigo y mandádole poncr suela,; dobles a mis botas! Scrá ésta la primera y última vez que piso su casa, señora. Vine a ella por dos razones: primera, porque Pepita me invitó, y segunda, porque al conocer las relaciones suyas con Lil11re<;, comprendí que necesitaba tener una explicación con usted, en provecho suyo y mío. Ya está terminada mi misión, y por tanto le pido permiso para retirarme. Doña Bernarda vio alejarse a Luciano sin replicar una palabra, sin moverse una línea. Sus ojiIlos de mochuelo siguiéronlo al través de la sala con una fijeza ruda, pero no insolente. Luégo bajÜ, meditativa, los ojos. -¿Pero por qué se va, Luciano? protestó Pepita. Si hace apenas un momento Ilegó, y aún no hemos hablado nada los dos . -Vine únicamente por saludarlas hoy. -Pero volverá pronto, ¿ verdad? Tenemos mucho qué hablar, y e~b visita de médico no se la acepto yo como visita de amigo. -Así será, Pepita, por supuesto. ARTURO 211 SUÁREZ Cuando ajustó Luciano el portón, al salir a la calle, miró triunfalmente hacia las ventanas, por cuyos cristales salía la luz de la sala. -Así era como yo te quería ver, hiena rabiosa, se dijo Luciano complacido. Ahora, .arrímate tu propia ponzoña, ya que no tienes más a quién envenenar, ¡avispa '" víbora! e A.PITULO XXll El domingo fue Luciano a visitar a Blanca En la estación le esperaba el automóvil de Villa-Blanca. Luciano enco'1tró a su novia muy repuesta y animada. El primoroso tinte rosa de los mejores tiempos había vuelto a colorear sus mejillas. Sobre sus labios, rojos COI:10 dos pétalos de anémona silvestre, aleteaba, cual una abeja, una constante sonrisa de alegría, y en los radiJntes ojos parecía arder un vivo resplandor de ilusión. En el vestíbulo, la sala y el gabinete del piano abundaban, validas ahora más que nunca, las flores. Dijérase que por puertas y ventanas hubiese hecho de pronto irrupción la primavera, con todo su cortejo de aromas, colores y contento. Luciano contó a Blanca detalladamente la que le había pasado en Bogotá con Julián y doña Bernarda, y le dijo, además, que su mamá nada le había vuelto a mencionar. -Luciano, le dijo ella, con los divinos ojos ;¡zules húmedos de agradecimiento: yo no sé con qué pagarte todo la que haces por mÍ.... -¿Qué más pago puedo yo exigir que tu amor, Blanca? le contestó él oprimiéndole dulcemente las manos. Pasaron un día feliz. Por la tarde dieron un paseo en auto COll don Diego, hasta que llegó el tren. Luciano se despidió de Blanca después de que ésta le prometió que al fin de la semana regresarían del todo a Bogotá. V Cil efecto, el viernes llegaron allá don Diego y Blanca, y se instalaron de nuevo en su lujosa y cómoda mansión de la carrera' x ..... Luciano fue el domingo después de medio día a visitar 212 EL ALMA DEL PASADO a los reClen venidos. Quedóse admirado del confort y la suntuosidad de la casa. Todo, muebles, alfombras, espejos, cuadr0s, colgaduras, artesonados, etc., eran de un gusto y un faus· ta regios. Se respiraba alli un ambiente de refinlmiento y holgura verdaderamente envidiables. Y junto a Blanca, Luciano se forjaba la ilusión de estar en un palacio, al lado de la más deseada y hechicera de las princesas. Cuando anocheció, Luciano se levantó para marcharse, pero don Diego la obligó a quedarse a comer con ellos. Más tarde, Luciano contó a Blanca cómo se había encontrado dos días antes con Julián en la calle. Iba bastante mal vestido y le notó un aspecto como de morfinómano. Ambos se habían lanzado una mirada desafiadnra y despectiva, pero nada se dijeron. Como estaba próxima la esquina, Luciano se había demorado allí con intención de ver si el otro se detenía, pero Julián siguió de largo . .•. .•. .•. A la mañana siguiente Blanca salió al comercio, con el fin de hacer algunas comrras, y se encontró en la calle con doña María Manuela, que venía de la iglesia. Se saludaron con efusión, y la niña preguntó por los recién casados. -Ellos están bien, hijita, a Dios gracias; la que está mal soy yo. -¿Qué le pasa, Pilarita? le dijo Blanca, lIamándola con el diminutivo cariñoso con que la trataba siempre en la intimidad. -¡Ah! ¿pues no sabes que mis hijos se han ido? -¿Para dónde? -Verás: el Gobierno le hizo un nombramiento a Germán, muy honorífico por cierto; pero el lugar en donde tiene que desempeñar su puesto es nada menos que Cartagena, una ciudad muy hermosa y de excelente sociedad, pero muy ardiente y lejana. Para allá salieron hace ocho días, y yo me he quedado aquí en la más triste de lac; soledades, en la más completa orfandad. No hago sino rezar por la salud de ellos, y llorar de pena por la ausencia de esos pedazos de mi corazón, los únicos compañeros de mi vejez. -¿V por qué no se fue usted con ellos, Pilarita? -Imposible, mi amor. Los médicos no me la permiten. Me mataría el hígado por allá. ARTURO SUÁREZ 213 -Vaya a mi casa con frecuencL1, la invitó Blanca; que iré a la ~uya a menudo, para que nos acompañemos mutuamente, pues usted sabe que papá casi no pára un momento en casa: los negocios no lo dejan. -Sí, hijita, así lo haré. Y óye: no te había ido a ver porque no sabía que hubieran llegado ya ustedes. Como se vinieron sin avisar.. .. Mis recuerdos a Diego i que esta noche voy, sin falta. Se despidieron con un abrazo. yo también CAPITULO XXllI Al dia siguien~e doña Camila fue a visitar a Blanca. Esta se hallaba sota en su costurero, bordando un cojín, y cuando salió a la sala a recibir a la madre de Luciano, notó que ésta, vestida de negro, tenía 'el semblante como oscurecido por una sombra de pena. Blanca se inmutó un poco, pero ta abrazó cordialmente. -Blanquita, dijo doña Camila, después de preguntarle por don Diego y de averiguarle cómo le había ido en los últimos días y en el viaje, alegrándose de encontrarla tan bien de salud i Blanquita, el fin de esta visita es para mí ~upremamente enojoso. No sé cómo irá usted a apreciar mis consideraciones, pero en todo caso le ruego que me perdone la mortificación que pueda ocasionarle, pues no está en mi intf'nción atormentarla a usted por el mero objeto de atormentarla, ya que el disgusto que pueda yo causarle a usted, y también a Luciano, es por la menos tan grande para mi corno para ustedes. -Bien puede decir, mi señora Camila, con toda confianza y franqueza, 10 que se le ofrezca, declaró Blanca con resolución. -Blanca: usted es muy buena, usted es una niña cuyas múltiples cualidades yo soy la primera en reconocer. Su belleza, su inteligencia y su virtud son atributos que nadie le discute, y yo veo como cosa por demás lógica y natural el que mi hijo se haya enamorado de usted, pues hay más de cien 214 EL ALMA DEL PASADU motivos para que tal cosa pueda suceder. Yo misma soy una rendida admiradora suya, y créame que experimento por usted algo mjs que cariiio, siento un verdadero afecto, no sólo por hallarl11e contagiada con el inmenso àmor de Luciano hacia usted, sino porque comprendo que es usted digna por mil razones de ser querida. Ptro . -Mil gracias, seiïora Continúe con toda libertad, que yo estoy dispuesta a atender y a respetar lús motivos que la induzcan a manifestarme la que me tenga que manifestar, pues sé que usted es la digna l11Jdre del hcmbre a quien he entregado mi corazón, y esto me basta para acatar sus disposiciones, hasta donde la permitan mis fuerzas. -¡Qué nobl~ es usted, Blanca !.... Y no se supone cuánto he luchado conmigo misma para decidirme a abordar un problema tan arduo como el que me propongo resolver. Nó sabe cuánto he cavilado y meditado a fin de afrontar la tarea de elltenderme COli usted para buscar una solución amigable. Pero como el buen éxito a el fracaso de mis gestiones depende exclusi vamente de usted, yo vengo, nb a ordenar, sino a implorar de usted que acceda a mi súplica. No quiero imponer mis Pl; ntos de vista por la fuerza, sino por la reflexión, y espero de Sll magnanimidad, entereza y nobleza de corazón, que me concederá lo que vaya pedir.. .. Doña Camila tomó casi maternalmente entre sus manos las de Blanca, y mirándola a los ojos, le rogó: -Blanquita, no se case usted con Luciano ... La niña, por toda respuesta, inclinó la cabeza, y dos lágrimas, como -dos perlas vivas de dolor, saltaron de sus ojos. -Blanquita, agregó doi'ía Camila con ternura: yo ~icn sé cuán grande es el sacrificio que le exijo .... Comprendo que usted ama intensamente a Luciano, como él la merece, que no por ser mi hijo dejo yo de alabar sus cualidades; conozco que le desgarro a usted el alma, a él le destrozo el corazón, y yo misma me martirizo indeciblemente al tener que hacerle esta dura y difícil exigencia; pero creo poseer razones para ello, y usted comprende .. -Sí, señora, comprendo ... tiene usted derecho ... mucho derecho .... balbuceó Blanca con los labios lívidos y los ojosInublados, ARTURO SUÁREZ 215 Se hizo un silencio penoso, al fin del cual la señora murmuró: -Cre() que no necesito demostrarle las razones en que me fundo para ... -No, señora, n') se necesitan explicaciones ... gimió la joven. Si usted encuentra inconveniente el que Luciano me consagre su afecto ... Lo que no sé es de dónde pueda yo sacar valor para renunciar a él. .. i Si su amor es el único objeto de mi vida ... mi sola esperanza de felicidad después de tántos sufrimientos ... no sé ... cómo pueda comprometerme con usted a dejarlo! . " Si me pidiera la vida más bien, ya se la daría yo con mayor facilidad y menos quebranto .... pero abandonar el cariño de Luciano, sin siquiera d3.rle a él cuenta, sin causa inmediata justificable, sin darme él ningún motivo ... teniéndole ahora más que nunca junto a mi corazón .. después de lo que ha hecho por mí en e:>tos últimos días ... ¡Ah, señora! yo creo que usted está pidiendo un imposible, me está exigiendo algo que se encuentra más allá del alcance de mis energías Dígale más bit'1l usted a Luciano que me abandone él a mí. que no se vuelva a dejar ver de mis ojos ... y así se acabará todo ... inclusive yo misma, que me moriré de pena. Pero exigir que si él viene a mí no le abra yo las puertas de mi casa y de mi alma, para recibirlo como a un dios, eso no seré capaz de hacerla jamás. El amor es la suprema alegría de la vida, y no es posible renunciar a él tan fácilmente. Cuando es sincero, grande y puro, se convierte en una nueva alma que se aposenta dentro de la otra alma que tenemos en nosotros; y p:¡ra destruír esta nueva alma hay que hacer desaparecer Jel cuerpo a la primera. De modo que sólo con la muerte se consigue la que usted pretende, señora .... Tenga compasión de mÍ. .. a dígale a Luciano que me olvide .. '. que renuncie a mí por completo ... que se oculte a mis miradas, hasta que me muera, y entonces habrá logrado usted conseguir lo que tánto desea, que es ver a su hijo libre para siempre de mí. .. Sí, dígale que 110 me busque, que me olvide ... No hay otro camino ... no hay otro remedio ... yo no soy capaz ... yo no soy capaz .. , i Dios mío! La voz de la niña se apagó en un sollozo. Las lágrimas ahogaron las palabras en su garganta ... y el silencio volvió a 216 EL ALMA DEL PASADO abrirse entre las dos, como un amargo lago de sombra y de tristeza. Al fin doña Camila, con acento un tanto contristado, dijo a la niña, tratándola con familiaridad: -Oye, Blanquita: perdóname la mortificación que te estoY,'proporcionanno, pero tú ves que si yo pudiera conseguir de Luciano la que me dices, no habría venido a molestarte COll mis ruegos. Es claro que si me fuera posible obtener de él la renunciacióll, yo me habría ahorrado a mí misma la inmensa pena de tener que martirizarte a ti. .. Eres tú quien tiene que ceder primero .. " ya él se convencerá después de que debe dejarte ... y entonces se arreglará todo .... pero con calma, sin precipitaciones .. " Yo no quiero que se hagan las cosas con violencia ... Que sea una separación lenta y suave .. , no un rompimiento estrepitoso. -Una separación suave!. .. repitió Blanca con una sonrisa de acerba ironía. ¡Como si el corazón se pudiera arrancar con suavidad! ... ¡ Madre Santísima! ... ¿ por qué cuando empieza a brillar la aurora en mi existencia, vuelve a caer la noche negra, sin piedad, sobre ella? --Ten valor, hija mía, trató de animarIa doña Camila. J-Iáz UIl supremo esfuerzo, y verás de cuánto es capaz [a voluntad regida por una intención firme. --Señora, yo no puedo resolver nada ahora mismo .... Déme usted a[ menos plazo hasta mañana .. , Déjeme meditar un poco, que en estos momentos no soy ni siquiera dueña de mis actos. -Concedido. Hoyes lUnes. Luciano no vendrá a verte hasta el jueves. Puedes comunicarme la que resuelvas de aquí al miércoles ..... Adiós ... y perdóname. -Adiós, señora. Blanca 110 se levantó a acompañar a doña Camila hasta la puerta. No tuvo valor. Apenas si sintió ánimo para darle con debilidad una mano, mientras con la otra se cubría [os ojos. Y permaneció allí, inmóvil, más bien que sentada, caída enJa silla, agobiada por el tormento, aniquilada por el desengaño, como:un cuerpo sin fuerzé!s, inerte, cuya sangre se hubiese _convertido en lágrimas. Permaneció largo rato sumida en una especie de inconse ARTURO SUÁREZ 217 ciencia y de insensibilidad mental, en un desvanecimiento insondable, hundiéndose en un vacío de oscuridad profunda, sin apoyo, sin cálculo para medir la extensión de su desdicha, sin fuerzas para pensar, ni dominio para sostenerse, como un alma abandonada que está cayendo cayendo solitaria en una sombra infinita. Al cabo de un lapso indefinido, cobró alguna fuerza, e incorporándose, dijo para sí: -Me cne indigna .... me cree indigna de su hijo .... y yo no tuve la altivez suficiente para decirle que si así era, yo renunciaba pua siempre a él.... Pero .... si es que la amo tánto . si es que él me quiere tánto i Pero no ! no importa . aún es tiempo. Luciano mismo me dijo una vez que era preciso ser dignos en toda la plenitud del vocablo, siquiera una vez en la vida .... Y yo, siguiendo su ejemplo, la sabré ser. . la seré! Habré de vencenne .... me sacrificaré con todo y vida . Primero está la dignidad que el amor y que la muerte!. . ¡Dios poderoso! ya que me has dado hasta hoy fuerzas para beber tánta amargura, dáme valor para beber aún la última copa .... para que la que irremediablemente ha de ser.. .. sea! CAPITULO XXIV Por la tarde llegó don Diego a la casa y encontró a Blanca acostada. -¿Qué es, hijita? ¿Estás mala? -Me duele un poco la cabeza, papá. -Pues tóma una tableta de aspirina, porque me tienes que acompañar sill falta a una función esta noche. -No tengo ánimo, papá. --Tienes que procurarlo, porque es para atender a una invitación del señor Ministro de Chile y su esposa, que me· han convidado galantemente a su palco. Les dije que iría con· tigo, y no podemos faltar. -Bueno, papacito, iremos. Blanca se vistió más tarde, despacio, ayudada por una 218 EL ALMA DEL PASADO criada. Sentíase indispuesta, febricitante, pero había que sacar fuer7as de flaqueza. ¡ Buena estaba ella esa noche para asistir a diversiones! i Qué contrastes los de la vida !.... El traje que se puso era un traje blanco, como de novia. i Si daba risa !.... una risa que fuese mitad burla y mitad lloro. Casualmente en los momentos cn que ella anhelara estar más lejos de los hombres, se iba a ver en medio de todos reunidos. ¡(,)ué sociedad máS' injusta, y qué preocupaciones mis necias y crueles las suyas! Precisamente por esas prèocupacioness'1ciales iha a perder el amor de su Luciano. Las rancieras de abolengo y el qué dirán habían impelido sin duda a dÛlla Camila a matar los amores de los dos, y a destruír el nido de ensuellO que sus corazones habian tejido con tánta brega, crucificand0 la dicha de ambos en el madero implaca~le de los prejuicios de casta. ¡Ah, sociedad inicu:l, qué caso haces del brillo de tu oropel, del retintín de tus campanas de dorado hieïro, y del viso fastuoso de tus falsos diamantes \ Si desdeñaras las apariencias y supieras mirar sabiamente hacia el fondo de los espíritus, j cuán distintas serían tus apreciaciones, qué justicieros tus fallos, cuán bellamente sabrías perdonar! Pero no: prefieres el ruido bullanguero de 105 bombos al pllpitar angustiado de los corazones j oyes el grito, y 110 esclJchas el suspiro; percibes la coruscante fantasmagoría de los colorcs, y no divisas la leve bruma azul que se levanta en las lejanías; ves las cosas en la plena luz, y no distingues la silueta que se dibuja en la som· bra : sabes ver, al deslumbrante resplandor de las hogueras, y eres ciega en la penumbr;¡; acoges la estridente algarabía, y no oyes la tenue mLÍsica que gime en el fondo de las almas .... Blanca se miró al espejo. Estaba pálida, con los ojos enrojecidos de llorar .. -¡Vaya una facha COll que me voy a presentar esta noche a los Ministros! se dijo. Tengo más cara de entierro que de concierto. Pero i qué m~-¡s da L... Todo me importa nada. Voy por complacer a papi El mundo se acabó para mí y yo he muerto para el mundo. Cuando entraron en el palco del Colón, ya estaban Ministro y su sellara. Don Diego presentó a su hija. La función era de variedades, a beneficio de un ahí el artista ARTURO 219 SUÁRl:Z ciego. Blanca recamo con sus gemelos el recinto dtl teatro, buscando a Luciano. Mas Luciano no fue esa noche. De pronto a Blanca se le ocurrió mirar hacia la galería, y Jcscubrió a un hombre envuelto en su sobretodo, con la ~olapa levantada y el sombrero metido hasta las cejas, que la miraba con atención. Blanca, sintiendo sobresalto y rabia, apartó los ojos de alIí: había creído reconocer en el embozado a Julián. Al final del segundo acto un tenor italiano cantó el aria de Tosca Lucevan le steJle " .... A Blanca le entraron por los oídos aquellas notas desesperadas, como hilos dolorosos, yendo a formarle un nudo amargo en la garganta. La música de· cía: Morir pel' sempre 11 sogno mío d'amore" .... Sí. morir para siempre su dulce sueí10 de amor .... ¡Qué bien correspon· día aquella mÚsica al estado íntimo de su alma! i Qué verdad tan acerba pregonaban esos tiernos acentos en que un corazón a !:ts puertas de la muerte, se quejaba de Sll amor perdido! Después una diva entonó una canción senciJla de hondas II JI ansias: ,1 Golondrina, golondrina, golondrina de mi anhelo, si tú vas bu~cando nido, también un nido yo quiero" . _ ¡Oh, sí, hasta las golondrinas tenían derecho a fabricar sus nidos .... menos elIa! Era ya la media noche cuando Blanca se acostó. Mas no podía conciliar el sueí1o. Un silencio denso y grávido, como una losa, parecía peS3.r sobre su cabeza. De rato en rato pasaba un transeúnte presuroso, y sus pasos se alejaban vagamente por la calle solitaria, como por el fondo de un inmenso sepulcro. Después rodaba un coche, más tarde un automóvil .... Los cristales trepidaban un instante, y luégo todo volvía a caer lentamente, en una fug:! de sonidos, en un desmayo de ruidos, sobre el ca\lado regazo de la noche .... Entonces volvían a los oídos de Blanca, con Ulla atormentadora persistencia, los ecos de la música oída en el teatro: "Morír pel' sempre il sogno mio d'amore ...." 220 El ALMA DEL PASADO CAPITULO XXV A [a mañana siguiente, Blanca llamó a doña Camila por teléfono, y le dijo esto: -Señora, puede decir a Luciano que no piense más en mí. Que todo ha terminado entre los dos Que mi resolución es irrevocable. Que no me llame, porque no le oiré; que no me busque, porque no me encontrará .... Y adiós para ~iempre .... señora .... Doña C:lmila fue a contestar algo, en agradecimiento, pero la niña había colgado ya la bocina, sin dar tiempo de nada; y las gracias que a ella iba a dar la ser'\or2, hubo de d:irselas a Dios. Blanca se había tenido que alejar del aparato, sin dar tiempo a que doi'ia Camila le contestara, porque una ola de llanto le anegó las palabras y 110 quiso que la señora la nota· se. Cuando puso el auricular en el gancho, tuvo que llevarse un par'íuelo a la boca, para que las criadas no oyeran sus sollozos. fuese en seguida a su aposento, se desplomó en la cama, y lloró .... lloró hasta quedar rendida. * * * El jueves, después de comer, Luciano se preparó para ir a casa de Blanca. Dirigióse a su cuarto, y mientras se cam· biaba el cuello y se peinaba, meditó en algo que le resultaba extraño: ¿ por qué durante los tres últimos días había llamado repetidas veces a Bla'lca por el teléfono para saludarla, y siempre le habían contestado que no estaba en casa? Ella que casi nunca salía .... Pues era raro, de veras. Pensaba en esto cuando entr.5 doi'ia Ca mila y se sentó en una silla. -¿Para dónde te vas? preguntó la señora -A ver a Blanca. -Valdría más que 110 fueras .... ARTURO SUAREZ 221 -¿Qué? ¿Qué es lo que dices, mamá? dijo Luciano, volviendo a mirar con sorpresa a su madre y suspendiendo la hechura del lazo de la corbata. -Que 110 debes volver allá, acentuó ella con firmeza. Luciano, con el chaleco desabotonado y el nudo de la corbata a medio hacer, se acercó a su madre, con el ceño arrugado por un mal presentimiento, y cogiéndola por un brazo, 1(' habló: -Mamacita, explícate. ¿Por qué me dices eso? -Me explicaré, si te comprometes a no exa\tarte. Tú tienes buenas entendederas, pero eres, con todo, un impulsivo ... Te diré la que te tengo que decir, mas con la condición expresa de que seas razonable y consideres el asunto con calma. -Sí.. .. te lo prometo, pero dímelo prontù .... ya te Olga. -Pues es el caso que me he visto con Blanca el martes, he tenido una conferencia con ella, y .... -¿Y qué? -Vamos, hombre .... me has prometido no exaltarte. -Sí, señora, sí. .. -Pues que ella ha desistido de casarse contigo ... -i Pero, mamá, estás hablando en serio? ... ¡Cómo puede ser eso posibJe! ... -Lo es, sin embargo. Ayer en la mañana me llamó por teléfono. y te mandó decir que no pensaras más en ella, ni la llamaras, ni la buscaras i que estaba irrevocablemente resuelta a 110 casarse ya contigo ... Te dice esto tu madre y ya sabes que tu madre no miente. -¡Mamá, pero si eso es inexplicable, inaceptable! gritó Luciano incorporándose lívido. -Te vuelvo a repetir que te domines que con arrebatos no vamos a ninguna parte. Te explicaré . -No, señora. Yo no puedo escuchar eso con serenidad. j Nó! Lo comprendo todo ... Una mujer que hace sólo tres días me quería cailla a la luz de sus ojos, mal puede haber cambiado repentinamente y de una manera tan .. brutal. Ella es muy noble y buena, y no acepto que se haya I)perado en su ánimo, en un momento, una transición tan brusca, tan poco 222 EL ALMA DEL PASADO propia de ella y sin mediar ningún motivo. Yo la conozco muy bien, y sé que esto no es cuestión de su voluntad; tùdo es cosa tuya, mamá ... Lo comprendo, sí, la adivino .... Tú has ido a su casa, y con mil razones la has comprometido, la has obligado a que dcs¡~ta de mí. .. Sabe Dios si hasta la habrás ofendido, y ella, en el colmo de la vergüenza y la amar· . gura, se ha visto forzada a acceder a todo cuanto le hayas exigido ... No, mamá, no es creíble que tú te portes así con e3a pobre niña, ni conmigo, con tu hijo ... Ese es un cariño mal entendido hacia mí. --Por última vez te ruego que tengas calma, y que me oigas con un adarme de paciencia. Es verdad que he ido a su cas:¡ a hablar con ella, pero no la he ofendido, como tú supones. Simplemente le he hecho reflexiones juiciosas que ella ha tenido al fin la cordura de acoger. Le he hecho ver la inconveniencia del matrimonio de ustedes, y le he dado plazo p.lra que medite y me lIé una cO:ltestación consciente. '-la aceptado el plazo, y al final de él me ha respondido lo que enantes te dije. Vé tú, ahora, si he hecho a nó las cùsas correctamente y sin violencia. -Sea como fuere, impugnó Luciano, no me convences. Yo necesito tener, infaliblemente, una explicación con ella Después de esa explicación, ya sabré a qué ater.erme. Mientras tanto, no podré admitir una situación equívoca para los dos y aplastante para mí. -¿Y cómo ella sí la admitió? -Es muy lógico: Blanca estaba colocada en una posición humillante, bajo la presión tuya ... j Pobrecita! era más que natural que accedi~ra a tus pedimentos y súplicas, aun cuando en ello le fuera su felicidad Tus exigencias, no por finas y atentas, dejaban de ser coercitivas para ella. Quizá se imaginó, además, que tú }' yo nos habíamos puesto, a última hora, de acuerdo para esto ... Pero no ... Blanca no dudará jamás de mí, porque sabe muy bien quién soy para ella. -¿V cómo te atreves a abordarla, después de mandarte decir que no la busques ni la llames? -Mamá ... si yo me río de eso. Acercanne a Blanca e:i tan fácil ho)r para mí como para el ave llegar a su nido, como para el turbio río impetuoso llegar a la mar inmensa y 'cristalina que la espera para confundirse con él eternamente .... ARTURO SUÁRt:2. 223 -¿Y si yo te la prohibo de una manera perentoria y definitiva, cueste la que cueste? alegó la madre, poniendo un gesto de autoridad inapelable, que daba miedo. -Oye, mamá, afrontó Luciano en un tono casi desafiadar: te suplico, por la santa memoria de tu esposo, que fue mi padre, no insistas en tu descabellada oposición. Eso ya .... francamente, degenera en necedad. Sólo la muerte podrá s(>pararme de Blanca. Tú, con tus procedimientos, no haces más que atizar la hoguera que intentas apagar. Quieres complicar una situación ya más que resucita. Tú eres buena en el fondo, pero tus incalificables prejuicios, tus exagerados respetos sociales y tus puritanismos medioevalcs, puestos al servicio de un vetusto criterio santafereño, te arrastran a cometcr faltas hasta de cordura. No seas intransigente, que eso estaría bucno para las calendas patriarcales. lioy las épocas son otras,. y es necesario ser más tolerantes. No mires tánto al as pedo físico de las cosas, y dáles cI valor que les corresponde a las almas selectas y a los corazones puros, aunque hayan sido estrujados por la suerte. f.s UII atraso penslr como piensas tú, en esta etapa de transicion{'s y de grandes cambios, cuando la sociedad se transforma a galope de centauros. Hoy se espantan las gentes ante ciertos hechos, mañana, los qu~ vendrán educados en las nuevas escuelas del moderno vivir, se encogerán de homhros ante esos mismos hechos; diciendo: es muy natural .... Todo el mundo tiene que ir cediendo ya algo a'lte las próximas formas de la vida, ante la naciente faz de las costumbres y de la conformación social. ¡-Iay que descartar el misoneísmo y no tener tánto miedo al modernismo, que para muchas personas tirnoratas es un fantasma, pero que, en realidad, es un nuevo camarada que, teniendo defectos y cua· lidades como todos, viene a ocupar un puesto que ha adquirido de grado a por fuerza al lado nuéstro, y con el cual tenemos ineluctablemente que convivir. El mundo no es un 1110nolito inmutable, sobre cuya cúspide pase el viento silbando sin dejar huella. Después de la guerra mundial vinieron la revolución social, los ímpetus socialista y comunista, las avalanchas maximalistas y bolchevique.::>, las Internacionales Comunis· tas, la organizaci6n sindicalista, etc., y todos esos regímenes que van contra la plutocracia y los métodos ultraconservado- 224 EL ~LMA DEL PASADO res encepados en la entraña de los pueblos, han dejado, como sedimento en el fondo de los organismos cívicos, una trasmutación de los valores éticos, políticos y económicos que constituye la base sobre que se ha de levantar el edificio social del futuro. No todo la que aquellos movimientos hayan producido es malo. Como la horrenda Revolución francesa , ellos , sobre surcos fertilizados con lágrimas y sangre , dejarán una .. sImIente que dará opimos frutos en un pacífico mañana. No hay que dudarlo. Ni vale que gran parte del conglomerado social sea conservador a ultranza, ni quc los moldes antiguos se quieran mantener como reliquias y modelos eternos. Esos moldes se romperán por sí solos, dejando el puesto a las modernas normas. Los irimensos bastiones sobre los cuales se levantaba orgulloso el Paganismo con sus Olimpos de grandeza y de belleza, se derrumbaron al fin estrepitosamente, minados por la ola rojl, tibia y mansa de los sacrificios cristianos, que socavó lenta pero incans3.blemente sus inconmovibles cimientos¡ arraigados a la largo de siglos y siglos Asímisma los nuevos órdenes vendrán con lento pero firme paso, a encajar dentro de los vetustos cánones, desalojando la que se oponga a la expansión de su necesaria capacidad vital. Es ley del tiempo y del progreso que todo lo viejo tiene quc quedarse atrás, y la que atrás se queda en la marcha presurosa, tiene por fuerza que ser abandonado, y considerarse, al fin, cuando más, como una lección a como un recuerdo. Nova in vetera. Lo llueva sobre la viejo. De la semilla sale el tallo; y por buena y durablc que la semilla sea, queda destruída al hacer eclosión la nueva planta, porq ue a expensas de ella se desarrolla y crece~ Las libertades dentro del orden, y las garantías individuales alcanzarán cimas no soñadas. Se respirará una atmósfera de tolerancia más conforme con las urgencias y complicaciones de las grandes agrupaciones ciudadanas, en que la vida proteiforme y numerosa tendrá que ensancharse derribando muchos Íconos. La multiplicidad cn las actividades humanas, las modificaciones en los hábitos, sistemas, labores e ideales de los hombres, darán margen a nuevos medios y métodos de vida y acción. Estamos en el albor de los ciclos que empiezan, y comenzamos a distinguir los diferentes rumbos, y a divisar las abiertas lontananzas en que se alza radiante el por- ARTURO SUÁREZ 225 venir. El lento devenir de los eventos nos muestra ya, en na· ciones casi petrificadas en Sil aislamiento conservador, como la vieja madre España, reacciones saludables como los albores del feminismo, y la democracia igualitaria, mientras en países corno Alemania, que es uno de los que encabezan la civilización del mundo, se conceden (vaya un ejemplo) a los hijos naturales, con justicia, las mismas prerrogativas y derechos que a los legítimos .... y no se diga nada de Rusia, cuyo polvo, sobre el cual yacían los siervos aplastados Jajo el carro de la despótica grandeza, se elevó con aquéllos en simunes de revaluación y espanto, hasta alcanzar alturas prodigiosas, haciendo llover sangre y ju~ticia sobre las urbes pávidas y los campos pasmados. Pero los venenos también son remedios, y de los huesos calcinados de los zares se levantó un Fénix de libertad que hoy amcnaza al munJo, pero que la salvará quizás mañ< na. Nadie sabe qué nos depara el porvenir en este vertiginoso giro que empieza, y que, aun a pesar nuéstro, nos arrastra como un aquilón. La misma ciencia, con sus admirables descubrimientos, ayuda a trastrocar las situaciones, instaurando nuevos órdenes. La Revolución Francesa, tan execrada en su tiempo por los sedicentes hombres de bién, fue la cumbre sangrienta en que n:1ciÓ la verdadera libertad del orbe. La guillotina alzada cailla un espectro Je muerte para segar las más nobles cabezas de Francia, fue una infernal lI1áquina redentora. Las l1ecato:nbes de París conquistaron lada una civilizaciÓn política, no soñada ni aun en las brillantes teorías de la RepÚblica de Platon. La libertad 110 es cara a ningún precio, y la sangre vertida en los patíbulos de Ft:ancia, con ser tánta, vale poco si se compara con el inmenso tesoro que p:lra el mundo significan los valores adquiridos por la democrada. El primer volumen de la historia de ésta la e5cribió Francia; el segundo .... tal vez la esté escribiendo Rusia. ¡--Iay que tener temor y respeto a las multitudes. La opinión es siempre un impulso, y las opiniones unánimes, o siquiera numerosas, son una fuerza poderosil. Un hombre solo es como \.Ina sola gota de agua, pero bien sabemos que mucllas gùtas de agua forman las inundaciones en que se ahogan los rebaños, los pastores y los pueblos .... 15 226 EL ALMA DEL PASADO La misma Iglesia Católica, que es una de las más sabias instituciones de la tierra, tendrá que hacer grandes concesiones; y no juzgo que esté muy lejos la época en que las haya de iniciar. La Barca de Pedro ha de navegar en este revuelto mar de las mutaciones sociales, y tendrá siempre que flotar para prevalecer. Los ilustres varones que la pre siden tienen que acomodarse a las nuevas formas del vivir terreno, y dar pábulo a muchas innovaciones que son de urgencia y de rigor, toda vez que a la existencia hay que recibirla . tal como ella se presente en las edades venturas. Va no son los R'randes conduct0res de multitudes los que guían el paso de la humanidad sobre el planeta. ~Iémenceau, Venizelos, Wilson, etc., cayeron :\yer como caerán mañana Lloyd George, Trozky, Lenin ... No son los hombres los que triunfan, son las ideas. El santo tiempo de los apóstoles pasó, por des· gracia para unos, por fortuna para otros. Los principios inmanentes de las más ectécticas doctrinas sociológicas, y los más denodados paladines de una causa política o de un apostolado moral, tendrán que apartarse para dejar campo a las nece· sidades y exigencias de la hora que emerge, a fin de dar cabidl a las simples fórmulas acomodaticias y a la conveniencia unánime de las colectividades, evitando así el ponerse peligrosamente en pugna con ellas, y para prestar también su contillgente, coadyuvando a los nuevos rumbos y métodos en que se encauzará la vida, ahorrando así perjudiciales choques e irreparables daños. V que no se califiquen estos augurios de tentativas Iibertarias a de atentados contra los órdenes administrativo, social y religioso preestablecidos. No vamos aquí contra la moral, los dogmas de cualesquiera religiones, ni la política usual que existirán, por la menos semejantes a hoy, no sabemos hasta cuándo. Empero, las murallas que cercan el recinto en que se enclaustra la humanidad del presente, si no quieren romperse y derrumbarse ante la presión que sobre sus ancianas paredes ejerce ya la incontenible dinámica de la expansión natural, tendrán que ensancharse, a fin de que quepa dentro de ellas hot gadamentc el complicado andamiaje de la ciudad futura. Los hechos cumplidos habrá que aceptarlos, de grado o por fuerza, así bien sean ellos para muchos execrables cuando aún estén in limill': y en teoría. Mas estas ideas no son y bien organizadas ARTURO SUÁRI::Z 227 quiméricas. Va las cosas se dibujan en el tormentoso horizonte que se ve aclarar. Se miran venir los efectos, y las siluetas de hoy serán cuerpos tangibles mañana. Hay que prepararse para recibirlos. No vamos !lacia el libertinaje, vamos hacia la libertad El nuevo evangelio social está encabezado con los postulados de la justicia, el derecho, el deber y la igualdad, y sobre esa base asciende hacia la organización perfecta. La virtud y el orden prevalecerán, pero en distinta forma, con más amplios atributos, con más vastas garantías. La libertad dentro del orden, la tolerancia d(,ll tro de la justicia, y la razón en el derecho, hé ahí los predicados del sistema de vida en la futura éra. No hay que perder de vista que las capacidades de la mujer son ulla gran fuerza que se pierde. La gran libertad del mundo está dividida en dos mitades: la una la tienen los hombres, L1 olra pertenece a la mujer, pero ésta no quiere, a no puede hacer uso de e\la. Las gentes pacatas no dejarán de tronar contra estas afirmaciones. Pero no vale hacerse los rígidos .... ni los desenten· didos. Si salimos al medio día a ulla pradera abierta, y ce rrando los ojos nos obstinamos en afirmar que todo está oscuro, que nada se ve, de nada servirá que un esplende.lte sol de verano esté inundando con su luz hasta los más remotos confines, toda vez que con los ojos voluntariamente velados, siempre podremos seguir sosteniendo que todo está oscuro, que nada vemos .... Pero los retardatarios, los que se oponen a toda suerte de cambios y adelantos, los que sienten la nostalgia del rebenque y la coyunda, también son necesarios .... lastimosamente necesarios Las fuerzas contrarias centrífuga y centrípeta se re· quieren entre sí, para estabilizar el equilibrio del mundo en la rotación constante. Sin ellas, con ser tan opuestas, la tierra se abismaría y desaparecería en lo infinito. Decir todo lo anterior desde Colombia es todavía casi una temeridad. Pero cualquier europeo comprenderá fácilmente que no se trata de meros vaticinios baratos, sino de ea· rolarios desprendidos de hechos que ya se van cumpliendo. La instmcción acabará por banquear la ingente montaña de ignorancia que oprime a las muchedumbres con su gran peso 228 EL ALMA DEL PASADO de sombra. Pero mallana los individuos en particular y tas co· lectividades en general, llegando a ser conscientes con plenitud, conocerán sus fueros y comprenderán sus obligaciones para consigo mismos, para con ]a sociedad y el Estado. Se acabará la semisalvaje violencia comunista, tan mal entendida aún y peor ejercitada, pero habrá cambiado el estúpido orden de cosas existente hoy bajo e] dominio de los modernos sátrapas, despóticos y criminales, que gobiernan el mundo, convirtiéndolo a cada paso en revueltos mares de sarga, a en lagos de sangre inocente y engañada. Se habrá llegado entonces al desiderátum de ta organización, al supremo bién, a la realización del sueño dorado de la humanidad, que es: la fraternidad, el respeto y la igualdad internacionales, la aboliciÓn total de la guerra, y .... la federación Universal. Cuando Luciano cesó de hablar, su madre intentó objetarIe algo, pero él la atajó: -Te he hecho la larga disertación anterior, saliéndome un poco del tema concreto de nuestra conversación, para que medites y saques de ahí 12s co;¡cIusiones que consideres justas y lógicas, pues todo la dejo a. la honradez e imparcialidad de tu entendimiento, que no es escaso. Discúte después, si quieres, mis apreciaciones ideológicas, pero no quieras imponerme ahora tu voluntad, tratando de disuadir mis propósitos con respecto a Blanca. Cerremos, si gustas, por esta noche las discusiones. Mañana obraré yo como me lo mandan mi conciencia y mi corazón. Y ten en cuenta que yo, en adelante, no admito tu oposición en ninguna forma, porque la considero injustificable, y si persistes en ella, me separaré dè ti, me casar~ con Blanca, e iremos a vivir lejos de ti, en donde ella no deslustre el brillo de tus blasones ni menoscabe tu posición social, a mancille la tradición de pureza inmaculada de que alardea tu honorable estirpe. Yo no soy ya hombre del corte y hechura de mis antepasados. Tengo para mis abuelos una sonrisa de respeto y otra de desdén; mis puntos de vista son otros, y miro las cosas hoy de un modo asaz diferente. Ahí te qu~dará mi modesta herencia. No la tocaré. Yo sabré luchar a lJlIZI) partido con la vida, sin pedirle nada a nadie, para conquistar mi felicidad y la de mi compañera. Y tomando su sobretodo, salió, sin dar tiempo a su madre para replicar. ARTURO SUÁREZ 229 Llegó a casa de Blanca, y llamó al portón. Asomó una criada y dijo que la sei'iorita y don Diego habían salido temprano esa noche a hacer una visita. -Está bien, dijo el joven: diga usted a la señorita que mañana a las cinco de la tarde estaré aquí para tratar con ella un asunto urgente. V a las cinco en punto estuvo Luciano en casa de Blanca al otro día. rliciérünlo entrar , con cierta ceremonia desacostumbrada, a la sala, en donde a Luciano le pareció que imperaba un silencio abrumador. Blanca se demoró un poco en salir, y luégo se presentó vestida de negro, pálida, y casi pudiera decirse, demacrada. Revelaba su dolor en las ojeras, y fácilmente se adivinaba en su semblante el estrago que causaran en ella las pasadas af1ixiones. Dio a Luciano una mano fría y lánguida, sin una sonrisa, casi sin palabras. -Blanca, increpó Luciano, mirándola con fijeza, y sin preámbulos ni vacilaciones: i qué conducta más extraña la tuya p.ua conmigo !.... ¿En qué te he faltado yo para que me mandes decir CO:l mamá que has resuelto prescindir irrevocablemente de mí, y que no quieres que yo te vuelva a ver? - Tu madre, balbuceó Blanca, bajando los njos, no quie re que nuestros amores continúen, y .... -Pero yo quiero todo la contrario, yeso te debe bastar a ti, si es que me amas .... -Luciano, no me culpes ni dudes de mí; pero comprél>' de que para mí es sobremanera humillante insistir en este amor que tan caro te cuestl. Va, a pesar de todo, le concedo a tu madre la razGn, y no debo contrariarla. Ella me considera indigna de ti, y yo soy la pri;nera en convenir en que la unión conmigo no te favorece. Más valdría quizá que renunciáramos a nuestro amor, que, por la visto, es un imposible, aunque en ello me vaya a mí la vida. Esto es demasiado ya .... ¡esto es horrible, Luciano! -De modo que estás resuelta .... La niña inclinó la cabeza. Sus manos tembla'.Jan como estremecidas por Ul11 corriente magnética. Luciano, acercándose y tomando delicadamente el mentón de la amada con su 230 EL ALMA DEL PASADO mano, le hizo levantar los empañados bló así: ojos hacia él, y le ha -Blanca, no puedo creer en la que has dicho .... Míra, mi madr~ se opone, es verdad, pero en cambio, Dios lo quiere, porque así 110S lo dicen nuestras conciencias, nue'Stras almas y nuestros corazones .... Tú has nacido para mí y yo para ti, irremisiblemente. Nada ni nadie podrá separarnos. Tú has sufrido mucho, pero yo he padecido más, porque sufro por mí y por ti a la vez; así es que no tienes por qué aumentar mis penas, aceptando las decisiones inconsultas de mi madre, sin contar antes conmigo. Eso es casi una deslealtad .... y tú eres demasiado fiel para ser pérfida. A menos que ya no me quieras.: .. Blanca sonrió por primera vez ese día. -j Cómo no he de quererte, Luciano, si eres tan bueno L... --Oye, Blanca, añadió él con resolución: para poner fin a todas estas situaciones anómalas, que no tienen razón de ser, voy a pedir tu mano hoy mismo a don Diego. -j Dios mío !.... ¿ Y tu madre? -Esa es cuenta mía. Tú no tienes que preocuparte más que de la que a nosotros dos concierna directamente. De la demás me encargaré yo, y punto final. Ya estamos cansados de depender de los demás. -Luciano .... -Nada. No me repliques. A cambiar esa carita de viernes santo, a quitarte esos lutos y a vestirte de color, para prepararle el camino al traje blanco, que ya van siendo horas de ir a__. misa. Hasta luégo, hasta luégo, que estoy de afán. Blanca acompañó a Luciano hasta el vestíbulo. Allí él le preguntó dónde habían estado de visita la noche anterior. -En casa de Pilarita. -Te fuiste, siendo noche de visita mía ... Por huír de mí. .. -Sí. .. Y así tenía que ser. Pero esta noche te espero para que me repongas la visita de anoche. -Vendré. Hasta luégo ... Ninita. ¿ No era así como te llamaba Challa? Ya pronto serás mi mujercita, y se acabarán todas las penas, ¿ verdad? La niña bajó la cabeza sonriendo, y le abandonó sus dos manos, blancas como dos copos de espuma. Luciano besó esas manos con respeto y adoración, ARTURO SUÁREZ 231 fuese dirc:ctamente a la oficina del señor Linares, y cuan· do llegó allá, éste se disponía ya a salir. Luciano le rogó que se demorase un momento más. Una vez los dos sentados, Luciano, no sin cierto sobresalto valer05amente dominado, expuso a aquél el motivo de su visita a la oficina, el cual motivo no era otro que pedirle su consentimiento para casarse con Blanca. -Hombre, le contestó el viejo sonriendo: i qué ejecutivo es usted J ••• No hace tres meses que conoce a Blanc", y ya me la viene a pedir ... Y la malo es que no puedo negársela, pues usted es un buen muchacho, y si la chica la quiere ... -Le agradezco en el alma, dOll Diego ... Yo sé que \JO merezco el cariño ùe Blanca, pero es tan grande mi amor por ella, que me creo con derecho a todo ..• -¡Caramba! recalcó el señor Linares: ustedes quién sabe desde cuándo con casorio arreglado, y la pícara esa sin decirme una pllabra ... Esta noche se las cobro, en presencia suya ...• porque supongo que el día del petitorio no dejará usted de ir a casa .... -Sí, señor, iré. -Por supuesto, continuó el buen señor, que yo ya sabía que el fogón tenía candela ... Cuand;:¡ a las mujeres les da suspiradera, y están unos días alegres y otros tristes, es que han tragado el anzuelo. i Bendita mocedad! ... Yo también fui pescador. - Y pescado, remató Luciano riendo. -Sí, tiene razón. Nosotros, los hombres, botamos el ::.nzuelo al río, en busca de las sabaletas, )' éstas, al atraparlo, nos hacèn caer al agua del tirón. Los úos volvieron a reír. Luégo se despidieron con un abrazo en la penumbra vesperal de la oficina, y se separaror. . .. '" .•. Cuando Luciano salió esa tarde, Blanca sintió que a su cuerpo volvían todas las energías perdidas, y que su espíritu recobraba otra vez las alas para volar por el cielo de la ilusión, cielo poco antes entenebrecido por aciagos nubarrones de pesar, y ahora limpio y azul, como los cielos nuevos de la primavera. Y sintió deseos de reír, de llorar y de cantar. 232 EL ALMA DEL PASADU Fuese al piano y t0c6 y cantó, sin saber apenas la que cantaba y tocaba. Tenía el alma tan embargada por el contento, y sentía lIenársele el pecho de un perfume tan inefable de dicha, que se notaba a sí misma como trastornada Sentía los ojos empapados en lágrimas y la boca llena de una alocada risa. Amor .... vino divino que hechiza y enajena el alma con sus magos acentos de sibila. Amor .... suave e\íxir de pasión que satura los sèntidos y sumerge el ánimo en ulla celestial embriaguez. Licor glori'~)s() que levanta el e~píritu cansado, como Ull ave herida, y la eleva sobre las cumbres de la vida, cual un éiguila ebria de élzul y de luz; águila atrevida que sal· va el abismo y la distancia con el vértigo imponderable de sus alas, que no conocen el miedo, ni la fatiga, ni el frío. Amor .... ansia de comer las roja" manzanas de un escondido paraíso de ventura. Sed insaciable de abrevar en las fuentes de clarísimo cristal que manan de Jas marmóreas rocas, a cuya sombra blanca se acogen los dioses Apolo y Venus, para estrecharse y beber el aglla milagrosa que refresca los sentidos abrasados. Amor .... linfa fecunda que riega los úberes verjeles en donde canta el Pájarù Azul y se maduran las pomas dt: encendido oro. Amor ..... niño ciego y travieso que con su Júctil arca dispara, por inocente diversiól1, sus aguzadas flc~has sobre la multitud que pasa distraída y afanosa, traspasanùo corazones, cegando pupilas, haciendo cantar al que llora y haciendo llorar al que ríe. A mor .... brujo encantador y taumaturgo que sopla sobre las pavesas de una fogata apa gada a la vera del camino, haciendo levantarse una llama si·· lenci0sa y ágil que prende en los ropajes de los descuida-dos viandantes, dejindolos desnudos y avergonzados en medio de la vía, ante las burlas de los que lograron escapar de su caricia ardiente Amor .... vaso de elección que escancia el licor grato, si enervante, bebido por los ángeles que se embriagaron de grandeza, cuando fueron expulsados del Palacio de Dios, y que volvieron a beber, c.Jmo únÏ<:u consuelo, en su infinita caída hacia el Abismo Eterno. Vedada fruta del Edén perdido, su pulpa deleitosa es genitora de todos los males y de todos los bienes dt' la tierra; su jugo capitoso es fuente de veneno y manantial de vida. Amor objeto capital del existir y única razón de ser; padre ,oO' ARTURO SUÁREZ 233 del placer, de la riqueza y del saber, madre del dolor y del valor, de la miseria y de la muerte. Luz cie los ojos, aire del pecho, música del oído, aroma del olfato, seda del tacto, miel de los labios, sangre del corazón .... Amor .... arrullo mimoso que aduerme el alma con su cántiga tierna, Ilipnotizante. Risa jocunda que anima los sentidos; dulce mentira y amarga verdad; tósigo delicioso que se apura con 10s ojos entornados, que no se vuelvp-n a abrir nunca, y acerba miel que alimenta la existencia para que perdure la humanidad en el dolor; lumbre de cumbre y oscuridad de silo. Amor .... dorado sueño de las juveniles horas, y negra tortura de los años cansados; valor del alta frcllte y de los brazos decididos; pavor de los ojos abiertos y terror del agitado corazón vencido; himno de esperanza, alarido, queja .... susurro, grito, eco. Amor .... traición y lealtad; su emoción recorre el mundo, manchando blancuras, limpiando negruras, derribando monumcntos, elevando despojos, y arrastrando sobre el lodo flore5 pur:~s en raudos torbe· llinos, como un viento loco y errante que ;0 estremece todo, y todo la ci1vl1elve en su dorada polvare-la inextinguible ... Amor .... luz de sol, claro de luna, fulgor de estrella; tenue resplandor que circunda, como un halo de oro, las cabezas pensativas y adorables, donde florecen blancos como rosas los sucños. Amor .... ira roja, odio recóndito, temblorosa lujuria, pudoroso rubor, sórdida envidia que ruge oculta, como un torrente subterráneo, en la oscura caverna del delito. Amor .... suave sonrojo de las mcjillas, palidez de muerto. Tibia leche de albas pomas vertida en el altar de Afrodita; esencia de azahares que se deshojan sobre las púdicas sienes palpitantes; velo de!>tilante y vaporosa bruma que desgarra y disipa el viento pasional, descubriendo las blancas columnas y la<; puertas de oro o de ébano y coral que cierran el templo augusto de Eras. Ráfaga ardiente que lleva su atrevido soplo hasta el discreto musgo . oculto entre las alba') rocas del país encantado donde nace la Vida. Néctar quemante, almíbar de gozo, zumo granado que chupan 10<; labios con frenesí en otras ávidas bocas. Chispa que salta de dos polos OPUèstos, génesis del ente, vida de la vida. Amor .... sendero perfumado de perdición y ruta santa de salvación. Amor .... recuerdo, lamento, sonrisa, lágrima, beso ... Cuando Blanca acabó de cantar una alegre romanza, sin· tió a sus espaldas un ligero rumor i volvió a mirar y vio a 234 EL ALMA DEL PASADO las tres criadas de la casa que, pálidas y desencajadas, la contemplaban desde la puerta, con la boca abierta. Una de ellas le dijo: -¡Virgen Santa, qué susto nos ha dado la señorita! ... Todos estos días tan triste y callada, y ahora, de un momento a otro, cantando así. .. Creímos que se había vuelto loca. -Sí, muchachas, contestó ella con la mirada radiante: loca, loca de alegría ... A las siete llegó dO~l Diego a comer, y desde que entró empezó a lhmar a Blanca. Esta le contestó desde su cuarto, pero no salió a recibirJo. Entonces el señor Linares se llegó hasta el aposento, que estaba a oscuras, y dijo a la niña: -Vén, que tengo que decirte una cosa muy importante. -Dímela así. .. al o~curo. -¡Ah, pil1a! te da vergüencita, ¿ no? Conque cargando pajitas, corno las palomas, para hacer el nido, a espaldas del viejo .... la marrullera. A las nueve llegó Luciano. Blanca vestía un lindo traje de color malva que le sentaba con una gracia insuperable a su cuerpo grácil de Iineamientas puros, alto, elegante sin afectación, y de curvas armo· niosas y suaves. Don Diego estaba contento y charlaba hasta por los codos. En un momento en que éste los dejó solos, Luciano sacó del bolsillo dos argollas, una de las cuales colocó en el dedo anuo lar de Blanca. Ella, a su turno, puso sonriendo en el dedo de su amante la otra p!'enda. Luciano besó gozoso esa argolla puesta por la lIlano de su novia. A las doce salió Luciano para su casa. Nunca se sintie· l'a tan feliz. Las calles estaban aquella noche singularmente solas, y sus propios pasos en las baldosas del pavimeñto, le sonaban al joven como si fuesen el compás de una marcha triunfal que entonara su corazón. A todos los transeúntes con quienes topaba en las aceras los consideraba como amigos. Un perro flaco y vagabundo que pasó por su vera le mereció una caricia, y más adelante un chino astroso y desarrapado, un golfito de esos que tiritan de frío, medio desnudos, en los umbrales de las casas ricas, se le acercó pidiéndole un celltavita. '. Luciano sacó una moneda,,! se la dio. El arrapiezo se quedó es1/ ARTURO SUAREZ 235 tupefacto. Luciano comprendió su equivocación: le había dado una libra esterlina (:n lugar de una moneda de cince centavos. --No importa, dijo al chico: guárdala, te la regalo i sé feliz tú también esta noche. Y siguió calle abajo, repitiendo en su interior, como U,I canto de victoria, estas palabras: mía .... mía .... mía .... CAPITULO XXVI Al día siguiente, a la hora del almuerzo en casa de Luciano, doña Camila vio en la mano de su hijo la argolla que llevaba puesta. Nada dijo, sin embargo. La buena señora empezaba a resignarse. Había comprendido que toda resister.cia era inútil. A Luciano la tranquilizaba el ver que su madre, si bien permanecía casi constantemente callada, hablando, yeso muy parcamente, sólo de asuntos comunes, t ••.mpoco se mostraba disgustada, y procuraba no reñir a su hijo por nada. La madre al fin es madre y con todo transige, con tal de no contrariar gravemente a sus hijos. Luégo, en la calle, Luciano se encontró con Juanito Pulido, el cual, a poco de contar a aquél el último chiste de la temporada," notándole la argolla que cargaba en el dedo, lanzó una exclamación: -i Qué es la que veo Lu .... luz de mis ojos! i Hijo de Dios, si estás hecho una joyería ambulante! ¿ Contra quién te casas, viejo de mis entretelas? -Con Blanca Linares. Y estaremos muy pronto en nues tra casa a tus órdenes. -¿ Con cuál .... con Blanquita la de don Diego? -Sí hombre. Esas son sus nombres. -i Maravillosa, sublime, archidivina y ultraterrena! .... Te felicito con boca, corazón y sombrero ... Lástima que no hubiera otra hermanita por el estilo de ella para este cura .... (Juanito se dió un golpe en el pecho). Estos piscos se van casando de la noche a la mañana, y la dejan a úno por ahí tirado en plena Calle Real, haciéndose viejo como un tronco. -,y en medio de tánta muchacha bonita y casadera Oo,. çoncluyó Luciano riendo .. II 236 EL ALMA DEi. PASADO Charlaron Juanito: un rato mís, y al despedirse dijo Luciano a -Adiós, viejito verde, solterón irredento; que te enlnielld~s pronto, son mis deseos. No podrás alegar que te faltan ejem plos. --Sí, aja, completamente Sí, me casaré, como la taya; cólume . así la haré, te la juro por la vida de un cad:íver muerto ... por la luz de los .... bombillas fundido~. de veras, pero eso sí, que s'~a con una novia de la cOlltrario continuaré indemnt', ileso e in·- .•. .•. .. Pocos días después, una tarde, entró predpitadamcnk don Diego Linares en su casa, más blanco que un papel, y con los ojos fuéra ùe las órbitas, presa dc una excitación indescriptible. Llamó a I3Janca a la antesala, y prescntándole una carta le dijo COll voz entrecortada: -¿Es cierto la que dice ahí? Ue y conté~ta. La lliñJ, recibiendo con mano temblorosa la carta, leyó la siguiente, mientras don Diego se paseaba agita.lo a grandes pasos por la sala, las mallOS ell los bolsillos y el sombrero so bre los [ljos: Estimado tío: Como he s?bido quc su hija Blanca se ha comprometi-do para casarse COll Luciano Miranda, después de burlarse ¡g. llomilliosamente de lJIí, a pesar de mis rendidas e il1num~rable; súplicas, he resuelto, COJIIO castigo a su deslealtad y traición, enterarIo de ciertos hechos que usted debe conocer, a fin de que sepa qué clase de .... ave es su hija, y para que impida a todo trance un matrimonio que se va a verificar a base de engano, y que, en ningÚn caso, pl:ede permitirse, porque clio constituiría un inmerecido premio a las fecharías de esa mUJer. Sepa, de una vez por todas, que Blanca 110 es el ángel que usted conoce. Es .. :.. una de tantas como hay en Bogotá y de mí sé decir que la he poseído a mi sabor, la cual no abierta, 1< ARTURO SI.lÁREZ 237 deja de ser lin indicio de que otros muchos puedan alardear de la propio, toda vez que yo no tengo corona para ser el más favorecido, ni el único y privilegiado, ya que a mí mismo me ha engañado cobardemente, dando con ello motivo a la presente carta. Si ella niega mis aseveraciones, y usted llega a dudar, tenga entendido qlle estoy dispuesto a mostrarle prueb:ls irrecusables que conservo en mi poder, y a prcsentarle testigos que narlie porlrá rechazar ni desmentir, pues - _." Blallca no leyó más. Dejó caer la carta al suelo, y se llevó las mallas a los ojos, cegados por las lágrimas. -Oí, le increpó don Diego con dureza: ¿ es verdad la que dice ese hombre? Blanca, ahogada por los sollozos, no respondió. -¡Contésta .... contést2me en seguida! Grdenó él cogiéndola rudamente por un brazo, casi hasta hacerla daño. ¿Es a nó cierto la que dice esa carta? Blanca cayó de rodillas a los piés de don Diego, gimiendo : -j Perdóname, papacito no tuve la culpa 110 toùo es cierto .... yo ....! -i Nó, I1Ó! exclamó el señor Linares fuéra de sí. No me llames papá .... i Yo no soy tu padre ....! -j Sí, señor, por desgracia ....! Yo sé que así es . -i Qué! ¿Qué es lo que estás diciendo, Blanca ? ¿ Ya la sabías? ¿Y quién te la ha dicho? -Chana, momentos antes de morir, me COlltó todo .... -¡Cielos, hasta eso! rugió don Diego apretando los dientes. Pero no importa mejor más vale i Así habremos terminado de una vez! Luégo, parándose delante de Blanca, agregó: -Levántate y c0ntéstame esto: ¿ cómo has logrado Clcul· tarme tu verdadera personalidad, y cómo has hecho para engai'íarme tan inicuamente durante tánto IÏlmpo? ¿ Cómo te atreviste a concertar matrimonio con Luciano Miranda, después de la que ha ¡':-Isado ? .... ¿Qué calidad de concie'lcia es la tuya, y qué clase de m uj cr eres tú ? Blanca abrió la boca para contestarle que todo se la ha- 238 EL ALMA DEL PASADO bía confesado a Luciano. Pero se abstuvo. Sería empeorar la situación. Don Diego no podía enterarse en un momento, y menos en esos il1stantes de exasperaciÓn, de cómo se había llegado hasta allá, y podía calificar esto de desvergüenza, y quién sabe de qué más .... Aquello implicaba una confianza extrema entre los dos, y don Diego, que no estaba en esos precisos momentos en un temperamento apropiado para apreciar las cosas en su justo valor, podía considerar tal declaración de un modo torcido y perjudicial, dado que no conocía ni podía calificar el proceso sicológico a la largo del cual se habían desarrollado los acontecimientos, hasta culminar en la confesión de Blanca a su amante. Por tanto, ella resolvió contestar solamente esto: -Yo estoy segura de que él me perdonará.. .. -i Nó, nunca! rechazó de plano don Diego. Eso no la hará jamás un hombre que se estime, y menos cuando se dé cuenta de que la has estado eng~ñando, ocultándole una situación anómala, y dejando que en su ánimo cobrara fuerza un amor que tú no mereces .... ! --Te juro que él me perdonará todo .... -No, ya es tarde. Además, si la dejaras para revelársela después de casad.l, te repudiaría .... Por otra parte, ya J ulián Linares habrá divulgado la noticia por todo Bogotá .... y ante todo, yo no permitiré qüe se vaya a hacer una cosa indebida con 11n jovcn como ,Luciano, tan sincero, tan gencroso, tan bUeno. í Eso jamás! En fin, hemos concluído. Tú no eres mi hija. Hasta hoy te he querido y protegido; tú has correspondido a mis cuidados llenando de infamia y de baldón mi casa. i Ingrata l.... ya no deseo vivir más contigo. Prepárate para, que abandones este hogar que ya no es tuyo, Mana· na saldrás de aquí para siempre. No quiero volver a verte. Te dejo libre en el mundo, para que hagas la que se te antoje; no te faltará mi apoyo pecuniario, pero no me volverás a ver más en la vida. Yo iré pronto a reunirme con mi familia en Nueva York, pues la único que me retenía en Colombia eras tú, y después de la que has hecho, ya hasta mi patria me es odiosa .... En cuanto a ese miserable traidor, Dios permita que no lo coja, porque la ahorcaré como a un perro rabioso. Y en diciendo esto, don Diego alzó la carta caída y salió precipitadamente de la antesala. ARTURO SUÁREZ 239 Bla'1ca se lanzó tras él, y echándole los brazos al cuello le dijo, bañada en llanto: -i No, papacito, no te vayas .... no me dejes, no me abandones, no me expulses de la casa .... míra que yo no soy culpable; estaba muy niñ1, tú ignoras la historia, y no co·Iloces la ·maldad dominadora de ese hombre, sus engaños, su astucia malvadll.. .. iYo te quiero, papacito, te adoro más, mucho más que si fueras mi verdadero padre, precisamente porque no la eres, porque mi gratitud infinita hacia ti me obliga a ello mil veces más que si fuera tu propia hija, al ver cuánto has hecho por mí, cuánto te debo!.... iTen compasión l.... -j Te di mi nombre para que la arrastraras por el cieno! rechazó don Diego. -j Ten compasión de mí, papá querido no me culpes, te la ruego .... tú no sabes .... yn te explicaré! iSi te imaginaras cuánto he sufrido .... si pudieras calr.ular las lágrimas que he derramado !.... Yo no soy mala, no la creas, aunque te lo digan, ni la he sido nunca. Soy una pobre víctima, y nada más Yo 110 puedo vivir sin ti, sin mi padre idolatrado, a quien le debo el sér que tengo, la vida, todo .... Compadécete de mí, como te compadeciste cuando me encontraste agonizando de frío en el umbral de una puerta .... ¿ Por qué me vas a abandonar ahora, después de lo que has hecho por mí? Si era desdichada entonces y me salvaste, ¿ por qué ahora que la vuelvo a ser 110 me tornas a salvar como antes? iMátame, si quieres, más bien, pero no me dejes sola sin tu compañía, sin tu cariño, que es la más santo y puro que tengo sobre la tierra! Prefiero la muerte a seguir viviendo sin tenerte a mi lado, sin contar ya con tu amor paternal, que ha sido mi amp;tro y el único sostén de mi vida en la triste orfandad en que nací! ...~ iPapá, papá, padre mío, perdóname! Pero don Diego fue inexorable -i N6, nó 1•..• !\.Jo le busques atenuantes a una culpa que no tiene descargo. Yo también te he querido más qUE' si fueras mi legítima hija, y tú has correspondido a mis sacrificios, a la pureza entrañable de mi amor con una falta imborrable, de cuyas consecuencias no es justo que yo responda. Pero esto no sería Unto, si no fuera que ya no te quiero, toda vez que tú no eres la que yo creía, y has defraudado mi ca- 240 EL ALMA DEL PASADO nno y los esfuerzos que he realizado en la vida, por hacer de ti lllla lIlujer b~ena, distinguida y virtuosa. i Te rechazo, porque eres indiglL1 de mí apoyo moral y de mi afecto! No te perdonaré jam:is .... y del mll inmenso que lile haces, habrás de responùer ante la sociedad y ante Dios! V desprendiéndose con brusco movimiento de los brazos de la niiia, salió furioso a la calle. Blanca cayó desmayada al pie de un sofá del vestíbulo, los c.•bellos y el traje cn desorden, lívida y exánime, como muerta. Acudieron las criadas, levantáronla y la colocaron en el sofá. Una de ellas fue por vinagre, otra trajo un frasco de alcohol, y aplicándole al olfato un pañuelo empé.pado en el penetrante líquido, logró producir un efecto saludable. La nifla volvió al fin en sÍ, y abricndo los ojos acongojados y los labiùs helados, sólo pudo balbucir: -j Di0s mío, Dios mío !....iQué va a ser de mí L ... CAPITULO XXVII -Pero, señorita, por la sangre de Cristo, ¿ qué es la que está pasando en esta casd.? dijo una de las criadas, Zoila, la misma que la acompai'íara en Villa-Blanca, enjugándo~e los ojos, al ver el estado lamentable de su ama, a la cual quería entrañlblemente, diz quc por la buena que era con ella y con las demás muchachas del servicio, a quienes trataba siempre C0n dulzura y benevole ncia. -Nada, murmuró Blanca: es que papá se ha enojado conmigo .... -i Virgen Santa! pero si en estos días han estado ustedes tan contentos ... Con los esponsales suyos pareció que hubiera entrado toda 12 alegría del mundo en la casa .... ¡V ver ahora la que sucede .... por la Santísima Virgen! Dijo otra: --Nosotras estábamos adentro, cuando sentímas que el sâíor Linares salió al estrellido, y oímos aquí en el vestíbulo como un lamento suyo j corrimos, y cuando la vi- ARTURO SUÁREZ 241 mas aSÍ, tendida en el suelo, creímos que la habían matado .... i San Pablo bendito! -No, no me ha pasado nada .... fue una cólera pasajera de papá .... y a mí de la impresión me ha dado un ligero desvanecimiento. Pero la cosa no vale la pena. Les agradel.co mucho .... Levantóse Blanca y fuese a su cuarto. Llegando hasta el lecho, tomó de la mesa de noche un retrato de Luciano que siempre contemplaba ella y besaba al acostarse. Oprimiéndnlo contra su pecho, eu donde palpitaba el corazón enloquecido cie pena, y mirándolo con los ojos empañados por la niebla de amargura que subía de su alma, díjole con la voz del espíritu: -i Todo la he perdido en el mundo .... todo, sólo tu amor me queda! i Luciano, Luciano, amor mío, Único refugio en esta espantosa catá5trofe de mi vida, Única playa de consuelo en este mar infinito de lágrimas en que na~frag;¡ mi alma! ¡Luciano, Luciano; vida de mi vida, sin ti qué sería de mí! i Quién dijera que el que más lejos estaba .... es el Único que ahora me acompaña en esta interminable peregrinación del dolor! i Sí, sí, sólo tÚ me quedas! iCuando todos me abandonan, tÚ estás más cerca; cuando todos se van, hí vienes a mí, como un barco en la tormenta, a recoger estos despojos que el desam· paro amenaza! i ¡-¡ay más que nunca quiero ser tuya, porque el albergue que tu c;orazón me ofrece es el solo techo que me queda, para recoger bajo su sombra los restos de mi existencia destrozada! i Porque tu cariño es el oasis florido que encuentro Cil este desierto que vengo transitando sola desde hace tántos años L ... Porque tu amor es la gota de sol que entibia y alumbra esta helada noche inacabable que enluta mi alma! i Luciano, mi Luciano, quiero ser tuya, quiero vivir en tu corazón l.... Volviendo luégo los ojos hacia un crucifijo que, a la cabecera de la cama, palidecía en la penumbra, con la dulce agonía del perdón reflejada en el rostro divino y atormentado, le dijo, cayendo de rodillas con las manos unidas: -j JesÚs cru· cificado, tÚ que .,abes que yo no soy culpable, ayúdame a beber esta copa de hiel semejante a la que bebiste en el Hucrto de la Penitencia! i Cne mi dolor a tu dolor, mis espinas a tus espinas, mi cruz a tu cruz, y JIévame de la mano a la largo 16 242 EL ALMA DEL PASADO de esta Callé de Amargura por donde va !TIl corazón sangrando L... Poco rato después llamó a Laila y le mandó que le ayu· dara a envI Iver algunas ropas. Hicieron un lío. En seguida Blanca, poniéndose un sombrero, dijo a Zoila que la acompañase a casa de doña María Manuéla. Cuando llegaron all:l, Blanca contó a la señora que su papá, en un arrebato de cólera, la habla amenazado seriamente, y que ella, de miedo, había resuelto venirse allí en demanda de auxilio. Pero no le quiso contar que don Diego la hahía arrojado de la casa, ni le comunicó el motivo que la impulsa ra a él a obrar así. Inventó una causa doméstica cualquiera y trató de disculparlo. haciendo hincapié en que todo se había debido a la explosión de ira que había acometido súbitamente a su padre, y al poco tino de ella para haberlo sabido aplacar a tiempo. Pero que ya aquello I)asaría, y que mientras tanto, y por si empeoraba la situación, le pedía hospitalidad en su casa. -Por supuesto, hijita, con los brazos abiertos te recibo, y ojalá pudieras acompañarme de por vida, ya que estaré en adelantc tan sola. Lo ltnic:o que me cOl1trista es que en un hogar tan distinguido y feliz como el tuyo, haya sucedido un caso como estc .... Yo jamás creí a Diego capaz de intentar nada contra ti, y muchísimo menos en vísperas de tu matrimonio, que juzgo no esté muy lejano, según antier me comunicaste que te habías argollado. -Sí, Pi1arita, tiene usted razón; pero qué le vamos a hacer.. .. Yo soy una criatura nacida únicamcnte para sufrir, aunque· no la parezca. Mi vida es un calvario de pesadumbre, y aunque debía estar endurecida)' resignada, no puedo conformarme con el destino que me ha tocado, y mil veces le he pedido a Dios que me ahorre el padecimiento de vivir .... -j Bla:tca, por Dios, quién la creyera! exclamó la señora; una niña rodeada de tántas condiciones favorables para ser dichosa .... i Es increíble .... increíble 1 Blanca llamó a casa de Luciano, y de allá le contestaron que llegaría al día siguiente de Oirardot, adonde había ido por dos d::ts a una diligencia. Cuando a la otra noche calculó que ya Luciano se hallaría de regreso en la casa, lIamólo para salud arlo y decirle ARTURO que la esperaba en casa esa misma noche, Luciano para se cambió 243 SUÁREZ de doña María Manuela, sin tratar con él un asunto urgente. el traje, comió y se fue en falta, seguida allá. Blanca le contó, con grande aflicción, sin que doña Maria Manuela se enterase, todQ la que le había acaecido con su padre. -Está bien, aceptó Luciano con decisión. Ahora te habrás acabado de convencer de que la única persona en el mun· do que te la perdona todo, y se interesa de veras por ti, soy yo. Ya no tienes pues en t'l mundo quien vele po'r ti, te defienda y te ame sino tu Luciano. En cuanto a mí, me corresponde de una vez, perentoria e inaplazablementc, la obligación de hacerme cargo de ti cuanto antes. Eres una niña desamparada y rodeada de enemigos y de gentes que te repelen. Yo, en lug<'f de rechazarte, te aprecio más que nunca, te tiendo los brazos para recibirte, y te abro de par en par las puertas de mi alnD, para que entres a vivir por siempre en ella. De allí nadie te arrojará jamás, porque esa alma es tuya, y allí estarás en tu propia casa, como reina y señora que eres de ella desde que te conocí. labras como Blanca lloró de agradecimiento ante aquellas tiernas paque caían sobre su corazón, calcinado pOT el tormento, una fresca lluvia de consuelo. Luciano agregó: -Prepárate para que lias casemos en los primer03 días de la semana entrante. No te ridù más plazo que el estrictamente indispensable para acabar de instalar una casita de mi propiedad que me dejó mi padre ùe herencia. Es bastante chica, pero la suficientemente capaz para que quepa en ella todo nuestro amor y toda nuestra felicidad. Yo, desde hace algún tiempo, vengo haciéndole reparaciones y mejoras que la pongan en estado de bien servir. No hallarás en ella las comodidades y la holgura de que has disfrutado en el palacio en que has vivido hasta ayer, pero en cambio estaré yo, yue COll mis cuidados y mi afecto, procuraré hacer de tu hogar, si no una dorada mansión de lujo, sí un dulce nido de cariño, de paz y de ventura. -Gracias, tú digas. Estoy Luciano, contenta, gracias .... reconoció Blanca. Será corno y seré feliz en dondequiera que tú 244 EL ALMA DEL PASADO me lleves. Estoy dispuesta a considerar cailla un ;¡lcáz:lr de dicha aun la más humilde cabaña en que pudiera recoger[l1t', estando a tu lado. Yo sólo aspiro ya a ser tuya, a vivir en compañía del hombre que ha sabido salvar todos los obstáculos y abismos que se han interpuesto a cada p:lSO en el camino de nuestro amor, cerrando los ojos, y poniendo oíd8s sordos a la algarabía de mis detractores. No sé, Luciano, pero yo te amo cada vez más .... Cada día, cada hora que pasa, encuentro mayores cualidades en tu persona, y hallo más motivos para quererte. Desearía tener un corazón tan grande como un templo para que en él cupiera toda la inmensidad de mi af~cto por ti .... A veces llego a creer, pensando en ti, que no valen nada las indecibles torturas que he padecido, comparadas con el goce inefable de haberte conocido .... -Va sabes, dijo luégo Luciano, que no tenemos que dar cuenta a nadie de nuestro matrimonio. Mamá asistirá a él si de buen grado la desea. Yo no le rogaré. Será humilde y sencillo, sin asomos de pompa, como la exigen las circunstancias. Nos casaremos al amanecer en U'1a iglesita silenciosa, y partiremos esa misma mañana para La Esperanza. En eS1 esta· ción permanecerer:lOs los días que tú quieras, y luégo regresaremos a nuestra casita, en donde no necesitaremos el dinero de nadie, pues el poco que yo t{'ngo nos basta para vivir sin estrecheces, y en cambio podemos derrochar el inmenso caudal de nuestro cariño, que es la mayor riqueza que los d'Js tenemos ell el mundo .... ¿ Habrá un plan más sencillo que éste, y que, sin embargo, encierre un mayor acopio de promesas halagüeñas? Esto Último la dijo Luciano sonriendo; y frotándose las manos de gozo, agregó: -Una vez en nuestro hogar, podrán las gentes decir la' que se les antoje .... Mas nada dirán, y si algo dicen, ¿ qué nos podrá ya importar? * * * CU:ll\do don Diego salió de la casa fuese directamente a su oficina, y llamó por teléfono a casa de Luciano. Pero le .contestaron que se había ido esa mañana para Oirardot, y que no volvería hasta dos días después. ARTURO SUÁREZ 245 Luégo de permanecer varias horas en el Jockey Club, el señor Linares regresó, a las once de la noche, a su casa. Al pasar por el vestíbulo, vio entre el tarjetero un so~ bre para Blanca, sin abrir. Un frío le recorrió todo el cuer~o, Blanca no estaba ya en la casa; Je la contrario, habría roto la cubierta, para leer la tarjeta que sería, sin duda, de Luciano, comunicándole su viaje. Toda la casa se hallaba sumida en el más hondo silencio y en la más completa oscuridad. L!l.S sirvientas debían d~ estar ya acostadas .... Atravesó la antesala con pasos apJgados, y llegó hasta la puerta del cuarto-tocador de Blanca, que ~staba abierto. La mi:;ma oscuridad, el mismo silencio qne imperaban por todas partes, reinaban allí también. Torció el botón del foco eléctrico de la antesala, y la estancia se iluminó con una claridad plena que alumbró también el cuarto del tocador, dejando ver la puerta interior de la alcoba de Blanca entrecerrada. i Dios mío, si estará muer· ta! pensó don Diego con un estremecimiento de espanto. Se acercó calladamente hasta la puerta y puso el oído atento. Pero 110 oyó nada, ni la menor respiración, ni el más leve rumor .... Entonces, presa de una viva inquietud, empujó un ala, que se abrió sin hacer ruido. La luz que venía de la antesala mostró la cama vàcía .... i Se ha ido! exclamó don Diego con amargura. i Y cómo no había cie irse, si yo la he expulsado ignominiosamente de la casa!.., Encendió el bombillo de la alcoba, y la primero que vio fue el retrato de la nii1a sobre ulla mesita. Se apoderó de él, lo'besó repetidas veces, y como si estos besos fueran un movi:niento mecánico para abrir las válbulas del llanto, una cascada de lágrimas le corrió sobre la rugosa palidez cie las mejillas: -i Hija mía, hija de mi alma te pedono .. _ no puedo vivir sin ti ni un momento más! .... Dejóse caer al borde de la cama, y se puso a mirar, COll honda tristeza, las colchas intactas y los cojines mudos, que parecían reprocharle con su agresivo silencio la precipitación, acritud y descomedimiento de sus palabras esa tarde para COli la pobre niña, y experimentó la horrible sensación de que Blanca estaba muerta y desaparecida. -¿ A dónde habrá ido ....? se dijo levantándose desesper;¡.do, y yendo a pasearse sin sosiego por el vestíbulo. oo' 246 EL ~LMA DEL PASADO Después de reflexionar un poco, se dijo : -Tal vez esté en casa de María .... V aunque le pareció tarde para llamar, fuese al teldono e hizo comunicar allá. Doña María Mallucla atendió, y al saber que era dO~l Diego el que llamaba, miró a Blanca que estaba a su lado, como para preguntarle qué contestaba Esta, poniéndose los dedos sobre los labios, y moviendo la cabeza negativamente, le dio su parecer. -Blanca no está aquí, respondió doña María Como ella no sale nunca de noche sin usted, es claro que no puede estar aquí. El señor Linares se despidió. -j Qué pronto la chilló el viejito! dijo sonriendo la seña· ra Pero haces bien. Déjalo un poco, que ahora le toca llorar a él. Don Diego llegó al otro día tarde a la oficina, y los amigos que fueron allá para tratar asuntos de negocio con él, se pasmaron de ver el semblante que tenía. -i Caramba, hombre, le decían, qué cara la que sc trae usted hoy! ¿ Qué le ha pa5ado que está hecho un cadáver? --Nada .... sólo que anoche pasé mala noche ... No dormí.... (No, y la verdad es que si 110 cncuentro pronto a mi mucha· .:l1a, nie muero de veras .... agregó para sí el buen señor). CAPITULO XXVIlI A la mañana siguicnte, Luciano se puso a recorrer la Ca· Ile Real y ]a de Florián, buscando a ]uanito Pulido, hasta que dia COll é] Y preguntándole par la dirección de ] ulián Linares: --Hotel Britania, pieza número 8, contestó Juanito con precisión de ciceronc. Luciano se despidió de Juanito y fuese directamente al Hotel Britania. Le hizo algunas preguntas al portero, y]e entregó una carta para que la dejase en manos de Julián inmediatamente que llegara. I ARTURO 247 SUAREZ Esa carta decía así: "Julián Linares Albarán: Estoy enterado de la ruin mISiva que usted dirigió a don Diego, digna sólo de la abyecta pluma de un personaje si· niestro como usted. Lo espero esta tarde a'las cinco y media en el Bosque de la Independencia, al pie de la estatua de Murillo Toro, para castigarle su cobardía. LUCIANO MIRANDA" Regresó en seguida éste a su casa, ~n donde escribió va· rias cartas, en una de las cuales hacía constar su testamento, en que legaba la que poseía a Blanca. Uno debe ser precavido siempre, pensaba Luciano. Esta tarde tengo que escupirle la cara y darle unos latigazos a aquel bribón, siquiera para medio castigarlo, y si el tál tiene un adarme de vergüenza, sacará su _revólver, como es natural. Yo también sacaré mi arma, ¿ pero quién puede garantizar que no sea yo el muerto? Antes de las cinco y media estuvo Luciano en el parque, esperando a su enemigo. Sentóse en un escaño y púsose a leer EL Espectador. Le llamó la atención esta noticia: Ayer ocurrió un cuantioso robo en la joyería del súbdito alemán Karl Bausen. El hecho se verificó de este modo: un joven alto, delgado, regularmen te vestido y de anteojos oscuros, se presentó a eso de las tres y media de la tarde en el m~ncionado establecimiento, y separó un valioso lote de joyas, de las cuales le hicieron un paquete. El joven no quiso por la rronto recibir el paquete, y sacando una libreta, giró un cheque contra el Banco Central por el valor de IJS j()y.-t~. Sacando luégo su reloj, la miró y dijo al vendedor, mostrán-, dosel o : --Puede usted mandar a cobrar el cheque, pues hay tiempo suficiente; el Banco queda aquí no más, y, mire usted: faltan diez minutos para las cuatro, hora en que cierran los Bancos. Aquél miró el reloj del establecimiento y VIO que eran justamente las cuatro. -No, señor, dijo el comprador, su reloj está un poco adelanbdo; el mío está puesto por el cañonazo oficial de las l. 24S EL ALMA DEL PASADO doce. El vendedor llamÓ entonces a un empleado, yentregándole el cheque, le ordenÓ que fuese a cobrarlo. Este regresó poco después, diciendo que acababan de cerrar el despacho cllando él llegÓ. -j Qué calamidad' deploró el comprador con muestras del más visible disgusto: esto es un desastre para mí. Salgo maÎlana para Neiva, y tengo mi equipaje rcmesado. Vaya tener que perder el día cie maílana ... y el equipaje ya reme~ado y los compai'ieros listos ... y c,uanto hay, pues no puedo de ninguna manera dejar de llevar estos anillos, aretes y prenáedores, porque son encargos urgentes de varios amigos y amigas de allá. i Caramb1! la primero que hice al llegar fue depositar ese dinero en el Banco en cuenta apart€', para no confundirl0 con el de las otras compras, y ya ven ustedes la que me pasa .... Si quieren vaya traer ulla persona conocida que responda por mí .... i Qué desastre, qué fracaso 1... V al decir esto, se paseaha inquieto del mostrador a la puerta. Convencidos los empleados de la buena fe del comprador, cO/l\'jnicron en reeibirie ci cheque, ya que la prueba del envío de éste al Banco para ser cobrado no dejaba lugar a duda de que el dinero estaba allá depositado, listo para cubrir el gir,). oo. El joven, haciendo alarde del más vivo agradecimiento por el favor que le dispensaban al no hacerla perder el tren de la maílana siguiente, se despidió lIev;ínclose el paquete con las joyas. Iloy a las ocho cie la 111Jlíana fue el mismo empleado de ayer a cobrar el cheque, y ~ste resultó girado en des-cubierto COll: un noltlbre: supuesto. Se comprob6, además, que el reloj del estafador estaba atrasado en más de diez minutos, porque el cajero que viera, al través de la rejilla, ilegal' presuroso ~el día anterior al emple:l.do de la joyería, se acordaba de que éste había entrado al Banco diez minutos por la menos después de las cuatro, pues él mismo había cerraùo el vêntanillo a las~cuatro en punto, y otro tanto hicie-ron los demás cajeros en seguida. Se adelantan activas diligencias para descubrir alladrólI." ARTURO SUÁREZ 249 Julián no aparecía. Casi a las seis y media, después de esperar en vano por más de una hora la llegada de aquél, Luciano se levantó y salió del parque. ·-Que me cuelguen, se dijo, si el que se robó las joyas no es el facineroso del Julián. Al día siguif'llte pasó Luciano por frente al 1I0tel Britania, y al ver al portero, se le acercó y le preguntó si había entregado la carta del día anterior a su destinatario. -Sí, señor, contestó aquél, en su propia mano. -¿ A qué hora? -A la una, que llegó a almorzar. -Bueno, ¿ quiere usted hacerme el favor de entregarle otra? -Va no ('s posible. -¿ Por qué? - Porque se ha ido esta mañana. --i Eh? -Sí, señor. Anoche le pagó a la señora el hotel, y esta mañana muy temprano salió con sus maletas en automóvil. -¿ Cómo iba? -Con traje de viaje; y por cierto que tenía afeitado el bozo. -¿ Acostumbraba pues él siempre dejarse el bigote? -Siempre. Luciano le obsequió una moneda al portero, y luégo se fue directamente a la joyería, en donde comunicó al propietario las sospechas que abrigaba. Este Se dirigió inmediatamente a la Inspección de Policía a poner el denuncio. CAPITULO XXIX Esa noche, cuando Luciano llegó a comer, le dijo doña Camila que de casa de don Diego la habían llamado repetidas veces durante el día, y que últimamente le habían dejado dicho que cuando llegara, hiciera et favor de ir allá, que la necesitaban con afán. 250 EL ALM" DEL PASADO Comió Luciano aprisa y fuese en seguida allá. A[ llegar preguntó por el sefíor Linares. -Está malo, [e contestó [a muchacha que salió a abrir el portón. V agregó: siga usted hasta su aposento, que allá [o espera. E[ me dijo que [o hiciera entrar. En efecto: el seíior Linares estaba ell cama, tan éxtenuado y descompuesto, que Luciano temió que se tratara de algo grave. -Luciano, dijo don Diego, casi sin contestarle el saludo: ¿ dónde está Blanca? --No sé, señor; nadie mejor que usted, qùe es su pa-· dre, puede saber[o .... -¿ De modo que usted ignora que ella se ha marchado de aquí? -Sé que se ha ido, sí " -¿ V en dónde se halla? -j Quién sabe a dónde iría a patar el día que usted [a arrojó de la casa! -i Ah! conque sí sabe que yo [a expulsé de [a casa ... luego también debe de sabcr en qué parte está.. .. Oiga, hombre, sea franco, usted tiene a mi hija ... usted la tiene ... devuélvamela ... 110 puedo vivir sin ella. -¿ Entonces por qué la despidió? -No, hombre, si no la despedí .... mejor dicho, en apa· riencia sí .... pero esa expulsión no tuvo valor real ninguno. fue cuestión de un arrebato momentáneo, irreflexivo .... qué sé yo. Mas bien fue una amenaza .... No tuve tal intención. Vo estaba borracho de cólera y de desesperación, y no supe la que hacía. Además, yo contabl con que de irse ella, sería otro día, y al llegar ese día es claro que yo no la habría dejado partir .... Pero ella se fue antes .... Sin embargo, ya [e he perdonado todo, y quiero que vuelva aquí ell seguida a esta casa, que sin ella es un infierno de soledad y de tristeza ... VÓ.mos, hombre, déjese de cosas, y vaya tráigame a mi muchacha, que me hace IT'ucha falta. Dígale que me perdone todo, que yo no tuve la culpa de la que pasó, porque había perdido la serenidad y el dominio de mi voluntad. Que todo eso es historia antigua, porque ya pasó, y que yo la necesito aquí para que sigamos nuestra vida como antes, y aun mejor, pues· ta que yo la quiero ahora más, mucho más que antes .... ARTURO 251 SUÁREZ -Pero, señor, protestó Luciano, I cómo se imagina usted que yo es\.é viviendo con ella l ... -No, si no digo esa .... Pero yo sé que usted sabe dónde está, y puede hacerla venir. Vaya, amigo Luciano, dígale que se venga ahora mismo, que no lo deje para mañana, que si la deja, mejor es que 110 venga ya, porque me encontrará loco a muerto. E incorporándose penosamente en el lecho, estiró el brazo y, palmeándole el hombro al joven, la impelió a que se marchase a traer a Blanca, diciéndoIc: -Vaya hombre, hágala venir, que usted lo puede todo con ella. Vo he averiguado por todas partes con disimulo, para no provocar habladurías, pero \lO he podido dar con ella. i Chilla desconsiderada! se ha escondido bien para que yo l'la la encuentre ... y hasta se l1a llevado a Zoila. Luciano no creyó prudente replicar, ni menos resistirse; y levantándose para salir, pensó: -De los arrepentidos se sirve Dios, y tal"vez sería una crueldad injustificable oponerse a que este pobre viejo recobre su tranquilidad, pues realmente se está muriendo de arrepentimiento y de angustia. Salió a la calle y tomó el primer coche que pasaba. Lie· gó a casa de doi'\é1 María Manuela, y al darle la noticia a Blanca, ésta exclamó con los ojos iluminados de júbilo: --Sí, sí, vamos allá en seguida .... i Pobre mi viejito querido! yo también le perdono .... j Va ves, Luciano, qué buello es 1. ..• Está enfermo .... i pohrecito .... y sin mí para atenderlo y cuidarlo! ¡ Cómo habrá sufrido! -Abuelo sinvergüenza, dijo doña María Manuela, en tono chancero, cuando la hubieron enterado de las' súplicas de don Diego. Bien cierta estaba yo de que el Matusalén ese no podría resistir un sol0 día sin su nena. Conque está ya bien mansito, ¿ eh? Se está cayendo de viejo y se pone a corcovear .... Que chupe por malcriado. Con seguridad que ha estado chillando como un pollito cuando le quitan la madre. Vamos .... vamos a Ilevarle su muñeca, para que se alivie. Llegados que fueron todos a la casa, Blanca corrió al cuarto de don Diego y se echó ell sus braLOs, inundándole la cara descolorida y demacrada con besos de ulla ternura y un mimo indescriptibles. El la estrechó contra su pecho, y derra- BANCO DE LA REPUBL Il:A IlIUOTICA LUIS-ANGEL ARANG~ 252 EL ALMA DEL PASADO mando lágrimas de gozo, exclamaba: -j Hija mía, mi Blanca, mi rubia del almet 1.... ¿ en dónde estabas? i Qué días tan amargos, tan fríos y tan largos sin mi cariño, sin mi sol! Cuando cntraron Luciano y doña María, hubo una pelea graciosísima entre ésta y el seilor Linares. Doña María se disculpaba de 110 haberle hecho saber a él que la niña estaba ell su poder, porque diz que knía un compromiso muy serio e instrucciones precisas para ocultarla y guardarla, hasta que pasaran no sé qué tormentas ni qué rabias .... El le Il1cía la chacota st)l]riendo e inquirip.ndole si entre las ejecutorias y timbres de orgullo de sus linajudos antepasados, no figuraba cierta guisa de alcahuetería, quizás permitida, pero de mal gusto. Al fill la reconciliaciÓn fue unánime y comr1eta. Don Diego sintió Ull alivio inmediato. Media hora después pidió de comer, pues hacía tres dias que no pasaba más que agua. Se sintió revivir. las caricias de Blanca habían caído sobre él como un rocío benéfico sobre una plant~ ago5tada y macilenta. A la noche siguiente volvió Luciano, y encontró a don Diego preocupado. Blallca malldó decir a aquél que la excusase un momento, mientras salía. Entretanto, el señ'Jr linares habló asi: -Hombre, Luciano, yo sé que usted quiere mucho a I3lanca, la clla] ]~ agradezco <.le la manera más cordial, pero tengo que decirle hoy algo que considero de mi de· ber y de suma importancia, pues no quiero que las cosas se adelanten sin que usted esté enterado de ciertos asûntos que, ignorados por usted, pueden rçvestir más tarde caracteres de trascendental gravedad, y .... --Perdone que le interrumpa, don Diego, atajó Luciano. Si la que usted me va a decir es algo referente a las habladurías de Julián Linares, délo usted por dicho y descontado, pues sea ello verdad a mentira, le mar¡ifiesto a usted que ya he pasado por sobre todo eso, y hoy me tiene enteramente sin cuidajo. -Pero .... ¿ y quién la ha informado a u:;ted de ello? -La misma Blanca, que jamás quiso engañarme. -¡Eh? .... --Sí, señor, ella es muy noble .... ARTURO 253 SUÁREZ -Más noble es usted, amigo mío, abundó don Diego, levantándose casi radiante cIe entusiasmo y de alegría. Permítame que la abrace .... Yo teníd. tina altísima idea de usted, pero jamás creí que poseyera laI magnanimidad, ni un tan hermoso corazón. En ese instante entró Bl?nca, y encontró a su padre y a su futuro eSiJ:)sO abrazados. --Hola ¿ y est') a qué se debe? sonriÓ ella, poniéndose colorada. -Vén acá, dijo don Diego, al oír la voz de Blanca. Y tomándola de una mano y acercándola a Luciano, le dijo a éste con familiaridad: - Tómala, hombre; es tuya, la has ganado con tu alma hidalga y con tus generosos sentimientos. La mereces y la harás feliz, porque tienes sobradas cualidades para merecer y hacer dichosa, no ya a Blanca, sill() a la mejor de las mujeres que existan cn la tierra. Te digo que me siento orgulloso de considerarte corno hijo, y ya verás si soya nó capaz, a mi turno, de ser también un buen padre. Te casarás con ella cuando quieras, y aquí viviremos todos juntos en esta casa, que será en adelante tan tuya como mía; ganarás dinero al lado mío, ayudándome a llevar mis negocios, pues yo voy estando ya muy cansado y no puedo solo COll ellos; y cuando me muera, le legaré a Blanca mi fortulla entera para que sepa con ello corresponder, siquiera sea en parte, a la alteza de tus méritos y a la grandeza de tu amor por ella. Al acabar de decir estas palabras, atrajo a los dos hacia sí, envo!\'Ïólos en un Íntimo y estrecho abrazo, y besó con efusión y paternal ternura esas dos juveniles frentes en cuyo interior amanecía, ahora sí, la más luminosa y refulgente aurora de felicidad. CAPITULO XXX Poros días después, una tarde, llegó Luciano a casa de Blanca con un perió lico en la mano, y casi sin saludarla, le señaló un suelto, diciél1doL~: -Míra, estás vengada. El Destino, que hasta ayer estruj6 tu vida con implacable saña, ha resuel· ta volver hoy por ti .... 254 EL ALMA DEL PASADO Blanca leyó: ti En relación con el robo verificado er. la joyería del señor Karl Hausen, podemos informar a nuestros lectores que, debido a la actividad de nuestros detectives, digo na en esta ocasión del más señalado encomio, se logró capturar al ladrón en La Dorada, a tiempo que iba a embarcarse para la Costa. Le fueron encontradas casi todas las joyas robadas aquí. El delincuente, en un arrebato de desesperación, se sui·· cidó ayer en la cárcel de Honda, en donde se le custodiaba, aplicálldose una gran inyección de morfina. El suicida era un joven que hacía algún tiempo vivía en Bogotá, y a quien no se le conocía. oficio ni beneficio, y que se llamaba Julián Linares Albarán." -Oye, Luciano, dijo Blanca doblando el diario; no lë vayas a mostrar esto a pílpá .... En todo caso es Sil sobrino, y puede mortificarlo un fill, no por merecido menos lastimoso. -Piérde cuidado, aprobó Luciallo, enrollando el periódico. Don Diego no la leerá. A quien se lo voy a mandar con el suelto subrayado es a aquella .... grotesca señora. * ** Amaneció el gran día. Dijérasè que la naturaleza misma, complacida, se hubiese regocijado con las nupcias que de Lu· ciano y Blanca se iban a verificar esa mañana, después de tántas penas y vicisitudes. El cielo era como un ánfora inmensa de cristal azul que se volcara sobre .'os cerros de Monserrate y Guadalupe, vertiendo sobré la ciudad radiante un tcsoro de nmarcesible luz. En los despiertos jardines se levantab:m sobre sus ágiles tal1o<; Jas rosas cándidas y los c1avelec¡ de fuego, frescos de rocío y bañados en oro vivo de aurora. Mecidas por la brisa, las flores parecían llamarse con amor para celebrar también sus bodas, bajo el templo maravilloso del día, mientras la orquesta de los pájaro!> y el aura salmodiaba un dulce epitalamio entre los ramajes fragantes. Las rosas estaban todas blancas, vestidas de novias, tímidas, pudorosas y láliguidas, como las vírgenes que van hacia el altar de I-Iimeneo, a depositar la pura ofrenda de su casto cuerpo sobre el ara santa del Dios Amor. Los claveles pare- ARTURO SUÁREZ 255 cían más encendidos que nunca: con las entreabiertas corolas ávidas, llenas de esencia y de rocío, se balanceaban gallardos en manojos ígneos, como haces de Ib.mas, alegres porque ib;¡n a ser llevados, en compañía de las rosas, a perfumar el divino tálamo de Venus. Las campanas de l?os iglesias repicaban, no se sabe por qué, aq uella mañana, de una manera incesank y bullanguera, esparciendo sus notas de contento, como una granizada de vibrantes perlas sobre los tejados inundados en fulgor matinal. Los gorriones saltab.in cantando en los parques, y un albo vuelo de palomas ascendía, cual un himno blanco de vida, hacía el azul .... V fue el matrimonio de Blanca y Luciano uno de los más suntuosos que registran 103 anales bogotanos. Así la dispuso don Diego, y los novios no se atrevieron a contrariarlo, aunque bien lo hubiesen querido cn otra forma. En el automóvil que seguía al cupé de los novios, venían don Diego, doña Camila y dolía María Manuela, conversando animadamente. Tras éstos seguía un desfile interminable de vehículos en donde venían innumerables amigos y amigas, especialmente de don Diego y Luciano, pertenecientes a la más distinguida sociedad capitalina. La fiesta en la casa fue magnífica. Don Diego no omitió gasto para atender, hasta deslumbrarlos, a los convidados, con el más espléndido y rumboso de los festivales. La novia, con su traje blanco, lleno de gasas flotante5 y de azahares, . más que mujer semejaba una celeste visión. Tenía el semblante bañado en una inefable claridad d~ dicha, y cn los labios pUl" púreos y en los ojos ligeramente húmedos, parecía arder una llama pasional de indecible alegría. Cuando, a la tarde, se hubieron retirado los últimos invitados, y los recién casad0s pudieron pronunciar aquellas 51· cramentales palabras de descanso y de gozo, "j Al fin solos 1" Luciano, ciñendo a su esposa por el talle, la atrajv con ternura hacia sí, oprimiéndola contra su corazón, mientras la decía: -jVén a mis brazos, mujercita adorada! .... Va eres otra .... Va eres mía! El alma del pasado no existe, porque el pasado hd muerto. Sobre su tumba borrada florece nuestra ilusión convertida en realidad gloriosa. El frondoso rosal de nuestra ,EL At.MA.DÈLPASADU dicha lo ha cllbi_erto todo çori sus ramáffréscas, olorosas y nuevas, en las, cûales cada hoja es Un corazón, cada capullo una esperanza>hda aroma un sueño .... ¡Vén, Blanca mía, reina de mi alma, sol de mi cielo, mujercita querida, por tánto tiempo anhelada, por tántos años esperada .... vén! Sus bocas se juntaron, los ojos se entornaron .... y en la infinita delicia de aquel beso intenso y pt/ro, tan largo tiempo ansiado, naufragaron para~siempre todas las amarguras del ayer, y flotaron, como espumas encantadas, todos los blancos sueños, sobre un marino azul eterno de pasión y venturanza .... +i'r.' ~