Polonia y España Primeras constituciones Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II Katedra Historii i Kultury Krajów Języka Hiszpańskiego Instytut Hiszpańsko-Polski PRO-IBERIA Consejo Superior de Investigaciones Científicas Biblioteka Polsko-Iberyjska tom 7 Biblioteca Polaco-Ibérica volumen 7 Redaktor naczelny / Director Cezary Taracha Rada Naukowa / Consejo Científico Janusz Bień (Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II) Jan Stanisław Ciechanowski (Uniwersytet Warszawski) Leocadia Díaz Romero (Universidad de Murcia) Pablo de la Fuente (Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II) Jacek Gołębiowski (Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II) José Luis Gómez Urdáñez (Universidad de la Rioja) Cristina González Caizán (Uniwersytet Warszawski) María Ibáñez Cánovas (Universidad de Murcia) Joanna Kudełko (Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II) José Antonio Molina Gómez (Universidad de Murcia) Diego Navarro Bonilla (Universidad Carlos III, Madrid) Barbara Obtułowicz (Akademia Pedagogiczna, Kraków) Adam Redzik (Uniwersytet Warszawski) Piotr Sawicki (Uniwersytet Wrocławski) Cezary Taracha (Katolicki Uniwersytet Lubelski Jana Pawła II) Polonia y España Primeras constituciones Coordinadores Cristina González Caizán, Pablo de la Fuente, Miguel Ángel Puig-Samper, Cezary Taracha Lublin 2013 Recenzja naukowa Dr hab. Jacek Gołębiowski Projekt okładki Agata Pieńkowska © Copyright by Katedra Historii i Kultury Krajów Języka Hiszpańskiego KUL © Copyright by Werset, Lublin 2013 ISBN 978-83-63527-33-4 ISSN 2082–2251 Wydawnictwo Werset ul. Radziszewskiego 8/216, 20-031 Lublin tel./fax 81 533 53 53 [email protected] www.werset.pl Índice Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7 José Antonio Molina Gómez Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 La Constitución de 3 de Mayo de 1791 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 Cezary Taracha La Constitución del 3 de Mayo de 1791 como el último intento de salvar la República de las Dos Naciones en el siglo XVIII . . . . . . . . . 23 Ewa M. Ziółek La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo . . . . . . . . . . . . . . . . . Barbara Obtułowicz La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía . . . . . . . . . . . . . 37 49 Cristina González Caizán El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española. La misión de Pedro de Normande y Mericán en Varsovia . . . . . . . . . . . . 63 La Constitución de Cádiz de 1812 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77 José Luis Gómez Urdáñez Vísperas del Dos de Mayo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79 Miguel Ángel Puig-Samper La Constitución de Cádiz y la cuestión americana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119 Pablo de la Fuente Política de defensa y política militar en el marco constitucional de 1812 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137 Marifé Santiago Bolaños ¿Dónde estaban las mujeres en la Constitución de Cádiz? Nombres y ausencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147 Prólogo E s un honor y un placer prologar este libro que reúne las ponencias presentadas el 9 de octubre de 2012 en el Coloquio hispano-polaco Bicentenario de la Constitución 1812. Simposio Miradas mutuas. La historia como conexión, organizado por el Instytut Historii KUL (Lublin) de la Universidad Católica de Lublin Juan Pablo II y el Instituto Cervantes de Varsovia, con la colaboración del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde se analizaron los antecedentes y consecuencias sociales e históricas de las primeras constituciones de ambos países. Como indica en su trabajo José Antonio Molina, en tiempos de crisis no siempre hay que mirar al futuro, aunque es conveniente, ya que a veces el pasado da algunas claves y desde luego echar la mirada atrás hacia nuestras primeras constituciones y sus antecedentes es un buen ejercicio académico a la hora de reflexionar en dimensión comparada sobre dos países importantes en la Unión Europea como son Polonia y España. El primer bloque de este libro intenta hacer esa primera reflexión sobre la Constitución polaca del 3 de mayo de 1791, la primera constitución moderna de Europa, que Cezary Taracha define como el último intento de salvar la República de las Dos Naciones, aquella que un embajador extraordinario de España, nada menos que el conde de Aranda, caracterizaba como sin gobierno republicano ni monárquico ni mixto. Esta primera interpretación de la constitución polaca considera que fue fruto de una larga tradición de pensamiento político reformista, que ahora acogida por otros intelectuales dio lugar a esta Constitución del 3 de mayo en el que se regulaba desde la Religión del Estado, analizada en el texto por Ewa M. Ziólek, los diferentes poderes, la regencia, el ejército, etc. e introducía el concepto de nación, algo en lo que luego coincidirá la primera constitución española. La representación visual de la Constitución del 3 de mayo ha sido estudiada por la profesora Barbara Obtulowicz de Cracovia, especialmente a través del cuadro de Jan Matejko, un especialista en recrear la historia polaca y crear 8 Prólogo un imaginario generalmente aceptado por los polacos, aunque como la autora indica la verdad histórica se cruza con la libertad artística en este cuadro que recrea este momento crucial de la historia de Polonia como por otra parte sucedería con la representación artística de la Constitución española de 1812 tanto en el cuadro de Casado del Alisal como en el de Salvador Viniegra. Un punto de encuentro en esta historia compartida es estudiado en el libro por la profesora Cristina González Caizán en un interesante trabajo sobre la Constitución del 3 de mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española, fijando su atención en Pedro Normande, un personaje curioso, tachado en alguna ocasión de alienado y delirante, que había llegado a Polonia poco antes de la proclamación de esta novedosa constitución polaca con el encargo de mantener informada a la monarquía española con absoluta discreción. El segundo bloque del libro analiza la vertiente española de este tránsito histórico desde el Antiguo Régimen al nuevo liberalismo. El profesor José Luis Gómez Urdáñez estudia en sus “Vísperas del Dos de Mayo” el fin de la Ilustración española y quizá más exactamente el del Antiguo Régimen en España, coincidiendo con la guerra y la revolución que se inicia el dos de mayo de 1808 en Madrid, al levantarse el pueblo contra los franceses, un acontecimiento magistralmente representado por Goya. Es muy valioso el análisis que hace el profesor Gómez Urdáñez de la figura del rey Carlos IV y sus ministros, tan ilus­ trados y tan castigados en su época con la cárcel y el destierro, y en la historia, a veces cruel en sus interpretaciones con figuras como Godoy, Urquijo o el conde de Aranda. Las dos novedades en que acaba el ciclo histórico en España con el cambio de siglo son analizadas por Miguel Ángel Puig-Samper en su trabajo sobre La Constitución de Cádiz y la llamada cuestión americana, que no era otra cosa que la progresiva desmembración del antiguo poder colonial de España ante el estallido de las revoluciones americanas. La Constitución intentó frenar este movimiento de independencia de las que ella misma denominaba Provincias americanas pero sin éxito, ya que la solución reformista llegaba demasiado tarde para estos pueblos del Nuevo Mundo, que en un primer momento se había sentido huérfanos de un rey, Fernando VII el deseado, y poco más tarde habían aprovechado el vacío de poder, la amenaza napoleónica –al menos retóricamente- y sus propias reivindicaciones históricas, para fracturar la antigua Monarquía Hispana con las armas en la mano. Precisamente la cuestión militar y la política de defensa es abordada en este coloquio por Pablo de la Fuente, quien describe brevemente el papel del monarca en el marco constitucional para la dirección de la guerra y el génesis de la Milicia nacional en el marco de las ideas liberales sobre el nuevo ejército. Prólogo 9 Otro aspecto casi siempre olvidado, el de la presencia de las mujeres en la historia, es analizado por la profesora Marifé Santiago Bolaños, quien acertadamente indica cómo la Constitución española de 1812, un modelo de progreso y modernidad, no tuvo en cuenta la posible aportación femenina. Como ella explica de manera graciosa, la constitución tuvo quince padres pero ninguna madre, a pesar del activo papel de la mujer en la sublevación popular contra los franceses. En otro orden de cosas intenta trazar una línea de continuidad entre algunos de los anhelos de la constitución gaditana y la generación del 27, creadores de la llamada Edad de Plata de la cultura española, también desprovista de mujeres, o al menos en las fotos más significativas. Tras la reflexión histórica un mensaje de futuro de esta autora: “No habrá cambios de rumbo sin que el rumbo incluya a las mujeres como sujeto activo y hacedor, no como invitadas”. Sin duda, la reflexión conjunta y el análisis comparado de las realidades his­ tóricas de Polonia y España puede ser de gran utilidad en el contexto de la his­ toria de los países que conforman la realidad actual de la Unión Europea. Por otro lado la cooperación institucional entre la Universidad Católica de Lublin, el Instituto Cervantes, las universidades españolas y el CSIC abren la puerta al futuro en la colaboración intelectual y académica hispano-polaca. Cezary Taracha y Miguel Ángel Puig-Samper Lublin/Madrid 2013 José Antonio Molina Gómez (Murcia) Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro E n tiempos de crisis institucional no siempre hay por qué mirar al futuro, sino que se pueden buscarse soluciones en un pasado, a veces lejano, que se ha convertido en fuente de poder, de inspiración y de esperanza. El orador griego Isócrates en 350 a. C., hacía mención a la añoranza de sus contemporáneas por la democracia “primigenia”: «Aunque nos reunimos en las tiendas para denunciar la situación presente, diciendo que nunca en nuestra democracia hemos sido peor gobernados, actuamos como si estuviésemos más satisfechos con el presente estado de cosas que con el que heredamos de nuestros antepasados. Argüiré que la única manera de rescatarnos de nuestro presente males y evitar otros futuros consiste en desear que se restaure aquella democracia instituida por Solón y restablecida por Clístenes, quien expulsó a los tiranos y recondujo el pueblo al poder1.» Así pues, la solución a la crisis institucional está en restaurar la vieja constitución, la constitución ancestral. Caeríamos en un error si suponemos que se trata de un rasgo exclusivo del mundo griego, como ya ha demostrado Moses Finley en su modélico ensayo sobre “la constitución ancestral”. En efecto, el gran investigador recuerda que la Cámara de los Comunes acusó a Carlos I de Inglaterra de querer subvertir la constitución ancestral del reino, las leyes viejas y sabias que durante generaciones gobernaban la nación; no se le acusaba sino de albergar la intención de subvertir leyes “antiguas” y “fundamentales” socavando así las “libertades del país”. Un pensamiento similar encontramos en los Estados Unidos durante el siglo XX cuando Henry Estabrook, un conservador neoyorkino afirmó: 1. Areopagítico 7 15–16. 12 josé antonio molina gómez «Nuestra grande y sagrada constitución, serena e inviolable, extiende sus benéficos poderes sobre nuestra tierra – sobre sus lagos, ríos y bosques, sobre cada uno de los hijos de nuestras madres como el brazo alargado del mismo Dios… ¡Oh constitución maravillosa, mágico pergamino! ¡Transformadora palabra! ¡Hacedor, instructor, guardián de la Humanidad!»2 Aquí subyace la idea esencial del conservadurismo político, según la cual habría que rehuir de experimentos y novedades no consagrados por la tradición. Este pensamiento exalta la preeminencia de una constitución formada por los antepasados o por legisladores sabios y reconocidos, hacia los que se les debe reverencia y cuyos pensamientos y disposiciones no deben ser cambiados en lo esencial. El paradigma clásico: Atenas en el siglo V a. C. Clístenes es considerado el fundador la democracia en 508 a. C. La asamblea se reunía una vez al año y cualquier ciudadano adulto puede ser miembro de la misma; la asamblea de los 500 se elegía a suertes, y para garantizar que la renta no fuera un obstáculo, los miembros de la misma tenían paga asignada; la ocupación de los puestos no superaba el año, con lo cual se evitaba la perpetuación de cargos y personas. Aunque había una oposición conservadora, el sistema se mantuvo y evolucionó (en su última fase, con la democracia radical, evolucionó incluso peligrosamente hacia la demagogia en sentido moderno). Durante la guerra contra Esparta (la denominada guerra del Peloponeso) no hubo oposición antidemocrática de relevancia hasta la catástrofe militar de la expedición a Sicilia el año 413 a. C. En 411 a. C. se dio un golpe de Estado oligárquico y la asamblea votó la abolición de la democracia. Treinta varones formaron una comisión para diseñar las nuevas instituciones. Pero al poco tiempo la democracia quedó restaurada. El historiador Tucídides3 dice que el golpe se dio ante la falta de expectativa de victoria sobre Esparta a no ser 2. Cf. Finley, M.I., Uso y abuso de la historia, Crítica, Barcelona, 1977,concretamente “La constitución ancestral”, 45 y ss., sobre la constitución ancestral en el mundo griego o patrios politeia, v. Bordes, J. Politeia dans la pensée grecque jusqu’à Aristote, Les Belles Lettres, París 1982 ; asimismo, de gran importancia para el tema que nos ocupa, v. Lanzillotta, E. (director), Alle radici della democrazia. Dalla polis al dibattito costituzionale contemporaneo, Roma 1998; argumentos y fuentes cuidadosamente tratado por C. Bearzot en “Il problema costituzionale nel mondo greco” en <http://rivista.ssef.it/ site.php?page=20050406073229918&edition=2010-02-01Scheda PubliCatt>, consultado por mí por última vez el 2 de diciembre de 2012. 3. Guerra del Peloponeso, 8.54–97. Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro 13 que fuera con ayuda persa y que precisamente los persas exigían un gobierno oligárquico en Atenas. Entre los políticos de aquel momento Terámenes perseguía una democracia restrictiva, apta solo para aquellos que pudieran pagar el servicio militar4. En la asamblea uno de los colaboradores de Terámenes, Cleitofón, proponía que los comisionados elegidos habían de investigar y bus­ car las leyes (nomoi) ancestrales establecidas por Clístenes cuando éste instituyó la democracia. Como vemos, no hay tanto interés en establecer cuáles fueron exactamente las leyes de Clístenes, cuanto el prestigio de esas leyes por razón de su antigüedad. Cleitofón pertenecía al entorno de los sofistas, y es mencionado en los diálogos platónicos, incluso hay un diálogo con su nombre. Se le ha identificado como seguidor y amigo del sofista Trasímaco. Precisamente de Trasímaco se ha conservado un discurso ante la asamblea, importante para nuestro tema (aunque no sea auténtico): «Desearía haber nacido en aquellos tiempos del pasado en los que los jóvenes podían permanecer callados, pues que los asuntos no requerían discusión pública y los ancianos administraban correctamente la cosa pública. En el presente hemos naufragado en la confusión y no obstante, las facciones están discutiendo un problema que no lo es. Existe ahora un tumulto acerca de la constitución ancestral (patrios politeia), la cual es en realidad fácil de entender y es algo que todos los ciudadanos tienen en común»5. Estos testimonios reflejarían, como bien ha observado Finley, las preocupaciones diarias finalizando la guerra del Peloponeso, es decir, un problema real del que la gente hablaba, esto es, la búsqueda de aquellas leyes ancestrales, o consideradas más antiguas y sabias, que desgraciadamente ya entonces no se conocían bien por la ausencia de registros, pero que un día encumbraron a Atenas, y que según se pensaba, algún día podrán volver a hacerla hegemónica rescatándola de su estado actual de postración. En términos modernos y traduciendo a nuestro lenguaje político actual las ideas de Cleitofón, puede decirse que este, y quienes pensaban como él, estaban proponiendo una indagación oficial sobre las leyes que Clístenes promulgó, a fin de reconstruir las leyes fundamentales del Estado (la constitución) de acuerdo con su modelo. De esta manera se abriría un auténtico proceso constituyente que fuera más allá de las simples leyes menores sobre contratos o herencias. Cleitofón pedía recuperar la figura y el legado del instaurador de la democracia, bajo cuyas leyes los atenienses vivieron sus horas más hermosas y salvaron a Grecia de los bárbaros, es decir, los persas (en las jornadas gloriosas de Maratón, Salami4. Sobre Terámenes v. C. Bearzot, C. “Teramene tra storia e propaganda”, RIL, 113, 1979, 195–219. 5. Finley, op. cit., 46. 14 josé antonio molina gómez na), y convirtieron a Atenas en modelo universal antes de que hombres como Efialtes y Pericles introdujeran el veneno de la demagogia, es decir, introdujeran la democracia radical, subvirtieran el verdadero valor de la leyes ancestrales dejando la puerta abierta a peligrosas innovaciones. Este mensaje, y otros mensajes como este, no van dirigidos al pueblo llano, menos sensible al pasado lejano y más atento a cambios prácticos y más efectivos; lo que vemos es un experimento conservador, el intento de llevar a cabo una revolución hasta cierto punto reaccionaria. La situación de Atenas ante su cada vez más evidente derrota era de gran debilidad institucional. Tras la caída del gobierno de los Cuatrocientos se ordenó una recopilación del derecho ordenado, con gran importancia para el calendario sagrado. Era el 410, Atenas no perdió definitivamente la guerra en 404 a. C. Los trabajos de la comisión se hacían con enormes esfuerzos y dificultades, ya que no había registros oficiales (en una sociedad en que el valor de la tradición aún no se discutía y los registros escritos eran meramente implementales) para poder establecer las leyes. La situación política se radicalizaba y se definieron las tres célebres facciones: los defensores del sistema oligárquico, los demócratas radicales, y por último aquellos quienes propugnaban el regreso a los valores antiguos, es decir, el retorno a la patrios politeia (representado por Terámenes y Cleitofón). Finalmente los espartanos impusieron su guarnición y el gobierno de los Treinta Tiranos. No fue hasta el año 403 cuando los atenienses recuperaron el control de su ciudad. La democracia queda formalmente restaurada y la codificación del derecho se completa. Andócides nos da un valioso testimonio, refiriendo un decreto según el cual los atenienses iban a ser gobernados a la manera ancestral, empleando las leyes, pesas y medidas de Solón y también las regulaciones de Dracón, que antaño tuvieron fuerza de ley6. Naturalmente con las leyes de Dracón y Solón no se alude a un retorno poco realista al estado ateniense arcaico, sino al estado de opinión del 403 (con leyes que se remontaban a los legisladores antiguos y otras más modernas). El decreto del 403 representa la alusión más antigua que se hace a Solón (lo que plantea muchos problemas sobre la autenticidad y antigüedad de la legislación soloniana) y después del 402 ninguna ley anterior se consideraba válida a no ser que se hubiese sido incorporada en el código7. 6. Ramírez Vidal, G. (ed.) Andócices, Discursos, UNAM, México 1996, concretamente Acerca de los misterios 82–83, 50–51. 7. El problema de la clasificación legal de las constituciones es más complejo, v. De Romilly, J. “Le classement des constitutions d’Hérodote à Aristote”, REG 72, 1959, 81–99. Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro 15 Solón y sus reformas: la construcción de un mito político moderado Pese a los intentos de sistematización, y precisamente porque Atenas aún no cuestionaba el valor de la tradición, los magistrados siguieron arbitrariamente ante los tribunales las leyes de Solón (o que se pensaban procedentes de los tiempos de Solón) según su necesidad, incluso cuando siendo imposible que tal o cual regulación particular perteneciera realmente a aquellos tiempos. Con­viene recordar que Solón era uno de los siete sabios de Grecia, el más carismático de todos los atenienses de tiempos antiguos1. Sabemos que el partido de Terámenes intentó apelar a la autoridad ances­ tral para justificar la oligarquía en nombre de la democracia. Como recuerda el gran historiador Moses Finley, con la restauración de la democracia en Atenas al final del siglo V, la oligarquía cesó de ser un problema práctico. Sin embargo, permaneció la oposición intelectual a la democracia y en esos círculos (salvo Platón) la apelación a la constitución ancestral conservó vitalidad. Ahora todos estaban de acuerdo en que Solón había fundado el moderno estado ateniense, por eso Plutarco escribió su biografía (la Vida de Solón en sus Vidas paralelas) mientras que Clístenes acabó siendo un personaje político menos popular en el imaginario colectivo. ¿Qué tipo de estado había fundado Solón? Los autores de panfletos partidarios de la oligarquía sostenían, con Isócrates, su portavoz, que se trataba de una constitución mixta2. Evidentemente, los demócratas se mostraban en desacuerdo. Es significativo que un personaje de la seriedad de Demóstenes nunca se preocupara de discutir estas cuestiones. En el pasado la verdadera significación de las reformas de Solón ha quedado oscurecida por la errónea opinión del siglo IV que hacía del sabio el fundador de la democracia en Atenas y que desembocaba en la adscripción a Solón de instituciones y cambios de los que él no fue responsable, cosa que se ha con­ vertido en un sofisma repetido en los grandes manuales generales de historia de Grecia, como recuerda A. González Blanco3. Incluso Aristóteles en su Política aunque reacciona contra la opinión común, se da cuenta con mucha dificultad e inseguridad hasta qué punto la verdad ha sido distorsionada por una tradición histórica falsa. Sólon retuvo más verosimilmente los órganos políticos 1. Domínguez Monedero, A.J., Solón de Atenas, Crítica, Barcelona 2001, 11 y ss. 2. A este respecto, Bearzot, C. “Isocrate e il problema della democrazia”, Aevum 54,1980, 113–131 3. González Blanco, A. “Los manuales de Historia y sus problemas: El caso de Solón y sus planteamientos «manualísticos», Panta Rei. Revista de Ciencia y Didáctica de la Historia. Universidad de Murcia, 1, 1995, 81–91. 16 josé antonio molina gómez del estado aristocrático. Solón emplea el término thesmoi, mientras que en el siglo IV Aristóteles para la Athenaion politeia emplea el término nomos y dice que Solón establece una politeia. En el siglo IV estos términos han adquirido un sentido bien definido. Este arsenal terminológico se puso en marcha con las comisiones de juristas de después de la guerra del Peloponeso, como eran políticamente moderado, pusieron su trabajo deliberadamente bajo los auspicios de Solón haciendo de él un mito político. Es muy revelador el hecho de que la Atenaion politeia apenas hable de la tarea legislativa de Solón, mientras que la vida de Plutarco, más tardía, cita muchas leyes nombradas por los retores griegos del siglo IV, alguna de ellas son sólo aplicables a la sociedad ateniense del siglo IV y no de época de Solón. Es significativo que tales reformas sólo se vean en Plutarco, más tardío. Las reformas de Clístenes casan mejor que las de Solón (sobre todo la elaboración del censo), pero la imagen de Clístenes palidece en el siglo IV (hasta el punto sorprendente de que Isócrates llega a decir que se limitó a restaurar la obra de Solón). Está claro que Solón en sus propios poemas se atribuye la redacción de un código de leyes, pero tal código tenía en el areópago su centro y nada prueba que Solón estableciera los tribunales populares, que dominan la situación después de Efialtes y Pericles, de manera que en la democracia de los siglos V-IV no hay nada de Solón. Y aquí entramos en la dinámica del surgir del mito solónico, como recuerdan entre otros los historiadores Cl. Mossé4 y González Blanco5. Poniendo las leyes al alcance de todos Solón habría creado las condiciones de una justicia popular; pero para que funcionara como tal era preciso que el demos o los que hablaban en su nombre tuvieran los medios para desposeer al areópago de sus privilegios tradicionales. Había que convertir a Solón en el inventor de los tribunales populares para darles mayor legitimidad. Sabemos bien de la propaganda a favor del areópago en la segunda mitad del siglo IV y de la ampliación de sus funciones. Las “reformas” de Solón reflejan problemas contemporáneos. Lo mismo ocurre con la boulé de los 400 que se atribuye a Solón, y ya es llamativo que precisamente una boule también de 400 oligarcas se apropiara de Atenas en 411. Aunque el régimen de los 400 apenas duró unos meses, pudo haber contribuido a forjar la idea de una boulé soloniana, tanto más cuanto que coincidía con la organización preclisténica. Si esto es así, la imagen de las grandes reformas de Solón de la que aún dan testimonio los grandes manuales de historia que son de uso frecuente en las universida4. Mossé, C. “Comment s’élabore un myth politique: Solon, ‘père fondateur’ de la démocratie athenienne.”, Annales (mayo- junio 1979), 425–437 ; González Blanco, A., op. cit., 90–91. 5. González Blanco, A. op. cit., 81–91 Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro 17 des sería completamente errónea, o al menos estaría trasmitiendo un mensaje político, ideológico, una simple construcción para servir a los intereses moderados del siglo IV a. C. Otros ejemplos de mitos políticos modernos Pero no es una cuestión exclusivamente griega, como nos ha recordado Moses Finley; de la mitología constitucionalista hay testimonios en toda la historia universal. Por ejemplo, durante la crisis constitucional del siglo XVII, ante la cuestión de cómo ha de gobernarse Inglaterra y por quién se apela a los intereses contemporáneos y a un pasado pretérito y respetable. Legistas como Coke enfatizan en su trabajo profesional cómo era poca la distancia que separaba a estos de las leyes fundamentales y la antigua constitución anterior a la conquista Normanda. Todo esto formaba parte de la common law, se trataba de leyes nacionales no escritas. El equivalente a Solón, aquí, era el rey Eduardo el Confesor, que tenían incluso institutes apócrifos. La historia se volvía ficción, mitología política, pues gente como Coke buscaba cualquier ocasión para remontar el origen de la common law a la antigüedad sajona y despreciar la conquista Normanda. Incluso un autor como Francis Bacon escribió en 1596 que Eduardo I accedió a dotar a su estado de diversas y notables leyes fundamentales. Y por extraño que pueda parecer la mitología de los padres fundadores americanos dejó su particular constitución ancestral por escrito. Más modernamente, durante el año del new deal se sufría una crisis institucional. Aquí se consideró padre como tutelar a Thomas Jefferson. Fr. Roosevelt contribuyó personalmente a la fabricación del mito político, hizo compilar un voluminoso y sistemático dossier con las citas de Jefferson que empleó en sus discursos, y el 13 de abril de todos los años dejaba una corona de flores en su tumba. Se reclamó la figura de Jefferson para Roosevelt y los demócratas. Ciertamente, son sociedades diferentes las aquí comparadas, pero hay similitudes. La argumentación que deriva de la antigüedad tiene valor en un debate actual. Ante situaciones de crisis institucional siempre se ha sabido qué es lo que la historia podía ofrecer, era cuestión de buscarlo y formularlo. Es preciso encontrar a un antepasado que sancione los esfuerzos presentes, mejor un antepasado concreto e ilustre (Solón, Eduardo el Confesión o Thomas Jefferson) y no el espíritu general de la historia o la nación, pues a pesar de la retórica en torno a una edad inmemorial, siempre se personaliza en alguien y una vez encontrado el candidato perfecto todos desean apropiárselo. 18 josé antonio molina gómez Incluso en los debates racionales de temas constitucionales se apela al pasado. Se busca un pasado ancestral y colectivo. Finalmente, y en el marco conmemorativo de la constitución de 1812 en el que se inserta esta publicación, debemos preguntarnos: ¿pueden darse también ejemplos españoles? Sin duda, podemos contestar afirmativamente y completar las referencias que ha recogido Moses Finley con ejemplos traídos desde España. Véase si no el mito generado en torno a la II República; puede exponerse como ejemplo las memorias de Rosalía Sender Nos quitaron la miel6, para quien la II República es plena y perfectamente democrática, no así el sistema de monarquía constitucional actual, que sería aún imperfecto y en parte emanado de la tiranía franquista; conviene recordar también aquí el llamado “espíritu” de la Transición (estudiado por el profesor Ferrán Gallego7), siendo el presidente Suárez quien asume la figura del legislador fundador. Ni siquiera la constitución de 1812 se escapa a su “apreciación mítica”, con los fastos de su aniversario la prensa española de nuestros días ha buscado en aquella ya lejana constitución un espejo en que mirarnos nosotros mismos hoy día (y no los hombres y mujeres de principios del siglo XIX), y así se presenta la entrañable Pepa como avanzadilla de los derechos religiosos (cosa sorprendente) y de las minorías, como el texto que preparó la España de los partidos democráticos, pese a que su vigencia y repercusión inmediata fue escasa. Así, un periódico local de Santa Pola, por citar un ejemplo entre los muchos que pueden leerse este año que celebra su bicentenario, se hace eco el 7 de octubre de 2012 de la conmemoración de la Constitución de 1812 que tienen lugar (muy oportunamente) en el Paseo Adolfo Suárez, en el que se leen artículos de la constitución y se entregan diplomas conmemorativos a los niños nacidos en 2012: «El alcalde, Miguel Zaragoza, destacó la importancia de la Constitución de Cádiz, que “plasmó por escrito el pensamiento democrático y supuso el preámbulo de la constitución que tenemos hoy en día”. Luisa Pastor [presidenta de la diputación de Alicante] reconoció el trabajo que realizaron los representantes de la época y recordó que “la Constitución actual es de 1978 y, en nuestro país, nunca ha estado vigente tanto tiempo una Constitución pero el espíritu de libertad nació hace 200 años con la Constitución de Cádiz”»8. 6. Sender Begué, R. Nos quitaron la miel. Memorias de una luchadora antifranquista, Universidad de Valencia, Valencia 2004. 7. Gallego, F. El mito de la transición. La crisis del franquismo y los orígenes de la democracia (1973–1977), Crítica, Barcelona, 2008. 8. <http://www.diarioinformacion.com/alicante/2012/10/07/fecha-historica-recordar/1302223. html>, consultado por mí por última vez el 1 de diciembre de 2012. Las constituciones ancestrales. Proyección del pasado en la búsqueda de un futuro Resumen 19 En tiempos de crisis institucional no siempre hay por qué mirar al futuro, sino que se pueden buscarse soluciones en un pasado, a veces lejano, que se ha convertido en fuente de poder, de inspiración y de esperanza. Numerosos ejemplos ilustran que en todas las épocas se ha buscado un legislador ancestral y un grupo de leyes, a las que podemos tomarnos la libertad de denominar como constitución, y que han sido tenidas como ejemplo y modelo de la posteridad, especialmente en épocas de crisis. Revelador resulta el estudio de las constituciones griegas desde la visión que la propia antigüedad dio de ellas durante la guerra del Peloponeso, autores modernos como Finley, Mossé, González Blanco y Bearzot entre otros, se han acercado al problema; asimismo la veneración de una constitución ancestral va más allá de la patrios politeia griega, ejemplos modernos pueden citarse a tal efecto. La Constitución de 3 de Mayo de 1791 Cezary Taracha (Lublin) La Constitución del 3 de Mayo de 1791 como el último intento de salvar la República de las Dos Naciones en el siglo XVIII Introducción Treinta años antes de que se publicara la Constitución del 3 de Mayo, el conde de Aranda, en aquel entonces el embajador extraordinario de Carlos III en Polonia, hizo en su correspondencia de oficio con el primer ministro Ricardo Wall, la siguiente observación sobre el régimen político de la llamada República de las Dos Naciones: Ni hay aquí gobierno republicano, ni monárquico, ni mixto. Esta conclusión es fruto del análisis del sistema político polaco llevado a cabo por el diplomático español después de los primeros meses de su estancia en el país gobernado por el yerno del rey español Augusto III de la Casa de Sajonia. Una de las preguntas que se hizo Aranda fue qué tipo de estado es Polonia. Y como en aquel tiempo se utilizaba con más frecuencia el término Rzeczpospolita, es decir Res Pública, el conde se empeñó en buscar los elementos típicos para el sistema republicano, y llegó a la siguiente conclusión: La república no se representa sino en las Dietas cada dos años, y aún entonces se disuelve. En el intermedio no hay Junta, ni pequeño senado que gobierne; con que todos los asuntos rompen el hilo, y falta providencia para vigilar y precaver los riesgos de Estado. Cada empleado de la Corona obra por sí, sin acuerdo con los otros, contentos de la independencia. Los cancilleres en administrar justicia; los 24 cezary taracha generales en mandar tropa; los tesoreros en disponer de los caudales; los prelados mismos como pequeños Papas; y todos los señores absolutos en sus tierras mas que el Rey y la República. Al no encontrar los fundamentos del sistema republicano, se puso a analizar el papel del rey y sus prerrogativas, y llegó a la conclusión de que: Monárquico poder no se conoce, porque el Rey no es dueño, ni de remediar nada por sí, ni de mandar la tropa de la República (...), ni de castigar o arreglar a los desordenados. No es otra cosa que un depositario de los bienes comunes, destinados a repartirse entre patricios (...) y los empleos de la corte y corona de forma, que en nada puede beneficiarse, puede dar mucho y quitar nada. Según el conde de Aranda en la Polonia de Augusto III tampoco existe un sistema mixto en el cual coexistieran elementos comunes del régimen republicano y monárquico. Argumenta de la siguiente manera: Mixto gobierno no se ejerce por la razón dicha de que el Rey, tomándose más sujeción de la que cree, desconfiando de muchos, repugnando el trabajo y no juntando el consejo interino en el intermedio de las dietas, corta toda especie y representación de autoridad (...). El análisis del sistema político de la Polonia de los años sesenta del siglo XVIII hecho por Aranda es correcto, y aunque el embajador no siempre llegaba al fondo de los problemas, su percepción de ellos era precisa. Teniendo en cuenta los mencionados defectos del régimen, así como la evolución de la situación interna e internacional de Rzeczpospolita, se hace a sí mismo las siguientes preguntas: ¿qué va a pasar con Polonia con el paso del tiempo?, ¿cuál será su futuro entre las grandes potencias vecinas, Rusia y Prusia, que manipulan los procesos políticos dentro del país y buscan la posibilidad de quedarse con grandes partes de su territorio? *** A pesar de las complicadas circunstancias de aquel momento, el diplomático español percibía ciertos intentos de cambiar la realidad, de reformar y reforzar el país. Mantuvo contactos con personas y ambientes que estaban diseñando proyectos de reformas, como es el caso de Stanislaw Konarski o las familias de los Czartoryski y Poniatowski. La Constitución del 3 de Mayo de 1791... 25 I. Intentos y proyectos para cambiar la realidad política de Polonia en la primera mitad del siglo XVIII A lo largo del siglo XVIII y a pesar de varias coyunturas internas y externas desfavorables, los polacos intentaban cambiar la realidad política, económica y socio-cultural del país, que atravesaba por los momentos más difíciles de su historia. Hubo varios proyectos, textos de escritores políticos, estadistas y moralistas que proponían medidas concretas para reforzar el país, darle un sistema político más eficaz, mejorar su situación económica, cambiar el modo de pensar y la forma de vivir de sus habitantes y sobre todo de la élite social. En general, modernizarlo y europeizarlo según los mejores modelos y propuestas teóricas que venían desde Occidente. En la conferencia de hoy voy a mencionar tan solo dos importantes iniciativas, proyectos intelectuales originados o llevados a cabo en la época de los reyes de la Casa de Sajonia. 1. El proyecto de Leszczyński La primera de ellas es la edición de un tratado político escrito en el entorno1 del famoso ex-rey de Polonia y suegro del de Francia, Luis XV, Estanislao Leszczyński,2 y publicado sobre el año 1743. Su título es „Głos wolny wolność ubezpieczający” lo que se puede traducir al español como „Voz libre – asegura libertad”. El tratado es un gran proyecto para reformar el país, las estructuras del estado y la administración dentro del Antiguo Régimen, es decir, sin cambiar la estructura social y económica de la sociedad, aunque con ciertos cambios a favor de los grupos discriminados. Siguiendo ejemplos adoptados en Europa, el autor propone reforzar la administración central sobre todo el poder ejecutivo, creando una nueva estructura de gobierno en forma de conseEstanislao Leszczynski jos ministeriales, aumentar el número de militares 1. Según Emanuel Rostworowski el autor del tratado es Mateusz Białłozor, un noble de Lituania, partidario de Stanisław Leszczyński. 2. E. Cieślak, Stanisław Leszczyński, 1994. J. Gierowski, Stanisław Leszczyński, PSB, 41/4, 2002, 610. 26 cezary taracha hasta 100.000, mejorar la situación de las ciudades y promover el desarrollo de la industria y el comercio. El proyecto supone también la anulación del famoso privilegio de la nobleza llamado liberum veto, una de las causas de la anarquización de la vida pública en Polonia. La publicación del tratado fue un acto de responsabilidad, pero también de valor cívico en una sociedad donde cualquier cambio de régimen político se consideraba peligroso según una máxima latina: “omnis mutatio periculosa”. En algún sentido los proyectos de Leszczyński llegaron a realizarse en la Constitución del 3 de Mayo. Él mismo, en dos ocasiones elegido rey, y luego expulsado de Polonia por sus enemigos, no tuvo la posibilidad de llevarlos a cabo. 2. La obra del padre Konarski Recordemos pues, un proyecto que sí, en alguna parte, pudo ser realizado. Se trata de la obra del padre Estanislao Konarski, escolapio y gran reformador del sistema de educación, condecorado por el rey Augusto Poniatowski con la medalla Sapere auso. El sabio religioso publica entre los años 1760 y 1763 cuatro volúmenes del tratado político con el título „O skutecznym rad sposobie albo o utrzymywaniu ordynaryjnych sejmów” („Sobre un método eficaz de dar consejos y mantener las dietas ordinarias”). El tratado es una profunda crítica de los defectos del régimen político de Polonia de aquel entonces, sobre todo, del famoso liberum veto. De todas formas el escolapio no se limita a criticar, sino que propone unas soluciones concretas para curar las enfermedades de su patria, como por ejemplo, el sistema de votación por mayoría en las sesiones del parlamento. La nobleza polaca prefería el sistema de unanimidad ya que pensaba que un sistema por mayoría iría en contra de sus intereses. Konarski, recurriendo a los argumentos racionales, critica esta idea radicada en el pensamiento de la nobleza polaca acerca de que la mayoría (pluritas) se opusiera a los intereses de nobles, de los aristócratas en particular, y de la patria en general3. La publicación del tratado tuvo una gran repercusión en Polonia e hizo famoso a su autor. Le menciona en su correspondencia de Varsovia el conde de Aranda, a quien Konarski dedicará más tarde una de sus obras poéticas: la oda “Ad comitem Aranda”4. Las ideas propuestas por el escolapio 3. Konarski, S., O skutecznym rad sposobie, cz. 3, EDITOR, Warszawa 1762, 5–6. Consulté la página: <http://archive.org/stream/oskutecznymradsp03kona#page/n3/mode/2up> [Consulta: 1/10/2012]. 4. J.L. Gómez Urdáñez, J.L., Stefańczyk, A., Taracha, C., Fernández López, J. La oda „Ad comitem Aranda” de Estanislao Konarski, Werset, Lublin 2012. La Constitución del 3 de Mayo de 1791... 27 La portada de la obra de Estanislao Konarski, “O skutecznym rad sposobie” se reflejarían 30 años más tarde en el texto de la Constitución del 3 de Mayo. Pero nuestro escolapio no es sólo un teórico. Se atreve a más. Se da cuenta de que el fracaso de los proyectos de reformas de las primeras décadas del siglo XVIII es fruto, no sólo del juego de influencias de las potencias vecinas, sino también del egoísmo e ignorancia de la nobleza polaca. El propio Konarski, convencido de que la base de cualquier reforma y mejora de la situación de Rzeczpospolita es la educación de la sociedad y sobre todo de los jóvenes, fundó en Varsovia, en 1740, el Collegium Nobilium, un colegio para la instrucción de la nueva generación de la nobleza polaca. En el programa de clases predominaban las ciencias naturales, las matemáticas, el derecho, la historia, las lenguas modernas y la filosofía. Los profesores se distinguían por su calidad intelectual y los métodos de enseñanza estaban al nivel europeo. Merece la pena mencionar también que en 1747 los dos hermanos, Józef y Andrzej Załuski5, ambos obispos, abren en Varsovia la primera biblioteca pública con un fondo de 300.000 libros. 5. Bracia Załuscy. Ich epoka i dzieło, ed. Dorota Dukwicz, Biblioteka Naradowa, Varsovia, 2011. 28 cezary taracha Edificio de la Biblioteca de los hermanos obispos Załuski A raíz de la creación del Collegium Nobilium, Konarski hizo reformar todo el sistema de escuelas pías en Polonia. Los graduados del Colegio y los lectores de la biblioteca de los Załuski van a participar de forma activa en la vida pública, siendo la vanguardia de la Ilustración y de los cambios de la época de Estanislao Augusto Poniatowski. Éstos estarán también entre los autores y promotores de la Constitución del 3 de Mayo. II. La constitución de 3 de mayo „It was not the French constitution which was second. France had the third constitution, four months after the second constitution. The second constitution was in Poland”6. A la hora de hablar sobre nuestra constitución y sobre su importancia me he permitido citar unas frases de libro de Albert Blaustein, reconocido jurista norteamericano, experto de la London School of Economics y otras prestigiosas instituciones, autor de varias publicaciones sobre el tema del constitucionalismo, editor de una enciclopedia de 20 volúmenes “Constitutions of the Countries of the World”. El profesor Blaustein dedica a la constitución polaca un capítulo titulado “The world’s second constitution” y la sitúa en el marco del pensamiento europeo de la época de la Ilustración buscando las fuentes de inspiración de sus padres en el sistema político de Gran Bretaña y de Estados Unidos. 6. Blaustein, A.P. Constitutions of the world. A Philadelphia Constitution Foundation Book, Fred B Rothman & Co, Littleton, Colo, 1993, 15. La Constitución del 3 de Mayo de 1791... 29 Es cierto que debemos ver y analizar la Constitución de 3 de Mayo en el amplio contexto europeo y mundial, pero no podemos olvidar de que dicha Ley fue efecto de una larga tradición del pensamiento político polaco y fruto de los intentos reformistas llevadas a cabo unas décadas antes de su proclamación. En este sentido, se puede considerar la Constitución del 3 de Mayo como el último gran esfuerzo intelectual de nuestros antepasados del siglo XVIII, y como el último intento de salvar el estado libre e independiente7. *** El texto de la Constitución fue elaborado por un grupo de reformadores que trabajaban en secreto bajo la dirección de Estanislao Małachowski, mariscal de la Dieta, Ignacy Potocki, gran mariscal de Lituania y Hugo Kołłątaj. La Constitución fue aprobada durante la sesión parlamentaria de la llamada Dieta de Cuatro Años (Sejm Czteroletni) el día 3 de mayo de 1791. El texto se divide en un prólogo8 y once capítulos, su estructura es la siguiente: 7. Kądziela, Ł. Narodziny konstytucji 3 maja, Agencja Omnipress, Varsovia, 1991; Łojek, J. Ku naprawie Rzeczypospolitej. Konstytucja 3 Maja, Wydawnictwo Interpress, Varsovia, 1988; Rostworowski, E. Ostatni król Rzeczypospolitej. Geneza i upadek Konstytucji 3 Maja, Wiedza Powszechna, Varsovia, 1966. 8. La traducción del texto de la Constitución al francés se encuentra en la página: <http:// fr.wikisource.org/wiki/Constitution_polonaise_du_3_mai_1791> [Consulta: 1/10/2012]. Cito el pró­ logo. „Au nom de Dieu, seul en Trinité, Stanislas-Auguste, par la grâce de Dieu et la volonté de la Nation, roi de Pologne, grand-duc de Lithuanie, de Russie, de Prusse, de Mazovie, de Samogitie, de Kiev, de Volhynie, de Podolie, de Podlachie, de Livonie, de Smolensk, de Novgorod-Sieviersk et de Czerniechow; conjointement avec les États confédérés en nombre double, représentant la Nation polonaise. Persuadés que la perfection et la stabilité d’une nouvelle constitution nationale peuvent seuls assurer notre sort à tous ; éclairés par une longue et funeste expérience sur les vices invétérés de notre gouvernement; voulant mettre à profit les conjonctures où se trouve aujourd’hui l’Europe, et surtout les derniers instants de cette époque heureuse qui nous a rendus à nous-mêmes; relevés du joug flétrissant que nous imposait une prépondérance étrangère; mettant au-dessus de notre félicité individuelle, au-dessus même de la vie, l’existence politique, la liberté à l’intérieur et l’indépendance au dehors de la Nation dont la destinée nous est confiée;voulant nous rendre digne des voeux et de la reconnaissance de nos contemporains, ainsi que de la postérité; armés de la fermeté la plus décidée, et nous élevant au-dessus de tous les obstacles que pourraient susciter les passions; n’ayant en vue que le bien public et voulant assurer à jamais la liberté de la Nation et l’intégrité de tous ses domaines; Nous décrétons la présente Constitution et la déclarons dans sa totalité sacrée et immuable, jusqu’à ce qu’au terme qu’elle prescrit elle-même, la volonté publique ait expressément reconnu la nécessité d’y faire quelques changements ; voulant que tous les règlements ultérieurs de la présente Diète soient en tout conformes à cette Constitution. 30 cezary taracha La portada de la edición de la Constitución del 3 de Mayo de 1791 Capítulo I. Religión del Estado Capítulo II: Nobles terratenientes Capítulo III. Villas y burgueses Capítulo IV. Campesinos Capítulo V. Gobierno, o el carácter de las autoridades públicas Capítulo VI. Dieta, el poder legislativo Capítulo VII. Rey y el poder ejecutivo Capítulo VIII. Poder judicial Capítulo IX. Regencia Capítulo X. Educación de los príncipes reales Capítulo XI. Ejército nacional La Constitución del 3 de Mayo de 1791... 31 La Constitución del 3 de Mayo introducía el concepto de “nación” que abarcaba no solamente la nobleza, pero también a los demás grupos de la sociedad (burgueses y campesinos) y el de “ciudadanía”). Reconocía que: “Toda autoridad en una sociedad humana tiene su origen en la voluntad de pueblo”. La Constitución transformó a la República de las Dos Naciones en la monarquía constitucional y hereditaria. La nueva Ley introducía el principio de la división de poderes según el sistema de Montesquieu e unos cambios importantes en la organización de la administración central de la Comunidad de las Dos Naciones. Se suprimió la división del país entre la Corona y Lituania creando un Estado unitario. Se extinguieron las instituciones administrativas que existían por separado en ambos países. Desde la promulgación de la nueva ley orgánica la Corona de Polonia y el Gran Ducado de Lituania tenían la misma tesorería y el mismo ejército. La Dieta, compuesta de dos cámaras (Izba Poselska y Senat) se constituía como el máximo representante del poder legislativo, impositivo y controlador sobre el gobierno, con el derecho de invalidar todas las decisiones tomadas por los ministros. Asimismo se abolía el liberum veto, estableciendo el principio de aprobar las leyes por mayoría de votos, como en su tiempo lo postulaba Estanislao Leszczynski y otros muchos políticos y teóricos; se abolían las confederaciones, se limitaba el poder de las dietinas, es decir los parlamentos locales de las voivodías. *** La Constitución fortalecía el poder ejecutivo y la posición del rey en el sistema político. Se abolió la libre elección del rey por la nobleza, la llamada „wolna elekcja”. Se preveía que después de la muerte de Estanislao Augusto Polonia fuera monarquía hereditaria con los reyes de la Casa de Sajonia. Se estableció una nueva forma del gobierno llamada Straż Praw (Guardia de las Leyes), presidida por el Rey y compuesta por cinco con los ministros: de Policia, del Interior, de Asuntos Exteriores, de Guerra, de Hacienda. Les elegía y nombraba el Rey, pero respondían ante del parlamento. En el gobierno estaban también el primado de Polonia (como presidente de la Comisión de la Educación Nacional, establecida en 1773 y considerada el primer ministerio de educación en el mundo), el heredero del trono, el mariscal de la Dieta y dos secretarios, los cuatro últimos sin derecho de voto. La constitución, siguiendo el modelo británico (The King can do no wrong), exigía que cada acto firmado por el Rey fuese contrasignado por uno de los ministros. 32 cezary taracha La Constitución del 3 de Mayo reconocía la libertad religiosa y de culto, pero también la posición privilegiada del catolicismo considerando la apostasía como delito. Se preveía que para asegurar la seguridad e independencia de Polonia se aumentaría el ejército hasta 100.000 soldados. El texto de la Constitución debía ser revisada cada 25 años. III. Consecuencias del 3 de Mayo La Constitución del 3 de Mayo fue recibida con entusiasmo por la mayoría de la clase política y de la sociedad. En el primer año después de su promulgación se editaron más de 30.000 ejemplares del texto. La prensa relacionada con los reformadores alababa el valor de la nueva Ley para el futuro del país. Para dar a conocer la Constitución a la opinión europea el texto fue publicado en francés, inglés y alemán. Los embajadores acreditados en Varsovia, entre ellos el representante diplomático de España, Pedro Normande y Mericán9, informaban a sus gobiernos sobre el contenido de la Constitución y sobre las primeras reacciones de los polacos y de los países vecinos. De eso nos hablará luego la doctora Cristina González Caizán de la Universidad de Varsovia. *** Como bien sabemos, a pesar de los enormes esfuerzos de los reformadores, una importante parte de la sociedad, sobre todo los grandes magnates y la nobleza vinculada con ellos, se opusieron de forma radical a los cambios políticos que introducía la Constitución. Volviendo a la antigua tradición, promulgaron en Targowica el acto de la confederación y traicionando a su país pidieron apoyo militar de la emperatriz Catalina II. En 1792 las tropas rusas entraron en Polonia y derrotaron al ejército polaco. En consecuencia, se anuló la Constitución, se produjo el segundo reparto de Polonia (1793) y Polonia se convirtió en un protectorado ruso. Dos años más tarde, como consecuencia del tercer reparto (1795), Rzeczpospolita desapareció del mapa de Europa durante más de 100 años. Desapareció en el momento en el que empezaba ya el proceso de la modernización, adaptándose a las ideas europeas y a los sistemas 9. Pedro Normande y Mericán (1742–1809), diplomático español, enviado extraordinario en Varsovia (1790–1791), Ozanam, D. Les diplomates espagnols du XVIII siècle. Introduction et répertoire biographique (1700–1808), Casa de Velázquez Maison des Pays Ibériques, Madrid-Burdeos, 1998, 370. La Constitución del 3 de Mayo de 1791... 33 La proclamación de la Constitución del 3 de Mayo políticos propios de los países mejor desarrollados como Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia. Desapareció cuando se veían ya los frutos de las ideas de Leszczyński, Konarski, Załuski y muchos otros, cuando en la vida pública se distinguían los alumnos del Colegium Nobilium, de las escuelas reformadas por la Comisión de la Educación Nacional; cuando se llevaron a cabo grandes cambios en la estructura del Estado y del país y cuando nació la esperanza de cara al futuro. *** Desde aquel momento hasta hoy día, los polacos siguen debatiendo sobre las causas de la decadencia y de la consecuente y trágica desaparición de su propio Estado. A lo largo del tiempo el tema fue utilizado no solamente por la historiografía, sino también por la literatura, el arte y por supuesto por los políticos de diferentes tendencias ideológicas. Unos insistían en las causas internas, en los defectos del régimen político, el egoísmo de la nobleza polaca; otros daban más importancia al contexto internacional, a la expansión de los países vecinos, a sus tendencias de dominación y al maquiavelismo político 34 cezary taracha Repartos de Polonia (1772, 1793, 1795) de sus monarcas, sobre todo de Catalina II y Federico10. Sin entrar en detalles, desde la perspectiva de más de dos siglos, se ve con más claridad que la caída de la Rzeczpospolita fue fruto de varios y largos procesos internos e internacionales que a finales del siglo XVIII llevaron nuestros países a la catástrofe, al “finis Poloniae”. IV. A modo de conclusión No cabe ninguna duda de que una de las causas más importantes de aquel „finis” se puede resumir en un proverbio español que dice: „La abeja de todas las flores se aprovecha”. La historia de Polonia, sobre todo los siglos XV, 10. Se trata del gran debate historiográfico entre la llamada Escuela de Cracovia y la Escuela de Varsovia. La Constitución del 3 de Mayo de 1791... 35 Jan Matejko, El zar de Rusia Wasil Szujski con sus hermanos rinde homenaje ante el Rey de Polonia Segismundo III Vasa, 29 de octubre de 1611 XVI y XVII desde la batalla de Grunewald (1410) hasta otra más conocida, la de Viena de 1683, es una serie de ocasiones desaprovechadas. Les pongo tan solo un ejemplo, pero muy significativo. Hace 200 años, en 1612, la guarnición polaca tuvo que rendir el Kremlin y abandonar Moscú. Hoy día, el 4 de noviembre, la fecha de la expulsión de los polacos, es fiesta nacional en Rusia, mientras que en nuestro país, 20 años después de la caída del comunismo, siguen escondidas en los almacenes del Museo Nacional de Varsovia las obras de nuestro gran pintor del siglo XIX Jan Matejko que representan el acto de homenaje del zar ruso Wasil IV Szujski y del patriarca de todas las Rusias Filaret arrodillados y besando la mano del rey de Polonia Sigismundo III (29 X 1611). Me he permitido recordar aquellos hechos de los comienzos del siglo XVII, no para expresar nuestros complejos nacionales, sino para constatar que en la mayoría de los casos el que aprovecha la ocasión, las circunstancias, las coyunturas favorables (internas e internacionales), gana, tiene mejores perspectivas de desarrollo, significa más. Y si las desaprovecha, si sigue desaprovechando las posibilidades que tiene, muchas veces paga un precio enorme. Como lo pagó la generación de la Constitución del 3 de Mayo. Streszczenie Trzydzieści lat przed uchwaleniem Konstytucji 3 Maja, hrabia de Aranda, ówczesny ambasador Hiszpanii w Warszawie pisał w swej korespondencji, że ustrój Rzeczypospolitej zupełnie nie pasuje do ówczesnej rzeczywistości europejskiej. Z problemów tych zdawali sobie sprawę polscy reformatorzy epoki oświecenia. Konsekwentnie 36 cezary taracha uzdrawiali więc wady ustrojowe państwa. Kulminacja tego procesu stała się właśnie Konstytucja 3 Maja. W tekście niniejszym Autor prezentuje czytelnikowi hiszpańskiemu pierwszą europejską ustawę zasadniczą jako ostatnią próbę ratowania państwa polskiego. Pisze również o fatalnych konsekwencjach niewykorzystanych koniunktur politycznych w dziejach Rzeczypospolitej na przykładzie relacji polsko-rosyjskich z początków XVIII wieku. Ewa M. Ziółek (Lublin) La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo P ara analizar el papel asumido por la Iglesia Católica con respecto a la Constitución de 1791, cabe abordar previamente una serie de cuestiones. Primeramente, la jerarquía de la Iglesia Católica desde hacía siglos participaba activamente en la vida pública y política del país. A diferencia de otros países, el rey disfrutaba de la regalía episcopal. Los obispos eran miembros del Senado, la cámara alta parlamentaria. De esta manera, los miembros de la jerarquía eclesiástica participaban activamente en la política del Estado, teniendo un importante papel político al tener un relevante ascendiente sobre el monarca. La preeminencia electiva del Papa en el ordenamiento episcopal era limitada. Los monarcas polacos se acogían a la regalía no sólo para las sedes sobre las cuales tenían derecho de patronazgo, sino que se extendía a las restantes dado el significativo papel político de los dignatarios episcopales en el entramado político. La elección de un nuevo obispo comportaba su nombramiento como senador, hecho de una notoria relevancia política1. Hasta 1772, en el Senado ocuparon escaño diecisiete miembros del clero. Como consecuencia de la primera partición de Polonia, su número se redujo a trece. Buena parte de ellos tomaron parte de forma activa en la Gran Sejm 1. Abraham, W. „Prawne podstawy królewskiego mianowania biskupów w dawnej Polsce”, En: Studia historyczne ku czci Stanisława Kutrzeby, t. I, Nakł. Komitetu, Cracovia, 1938, 4 y 10–12; Müller, W. „Diecezje w okresie potrydenckim”, En: Kościół w Polsce, t. II, red. J. Kłoczowski, Cracovia 1970, 108–109; Skarbek, J. „Biskupi senatorowie w dobie rozbiorów Rzeczypospolitej, w Księstwie Warszawskim i w Królestwie Polskim (wybrane zagadnienia)”, En: Kościół. Społeczeństwo. Kultura, red. J. Drob, Lublin 2004, 187. 38 ewa m. ziółek de 1788. Dos años después, en 1790, dicha cifra se incrementó por la incorporación del Obispo Metropolitano de la Iglesia Uniata2. Durante el transcurso de la famosa Gran Sejm –también llamada Dieta de los Cuatro Años– la clerecía desarrolló una importante labor parlamentaria. No se puede afirmar categóricamente que llegaran a liderar un partido parlamentario. Más bien, la jerarquía eclesiástica buscó apoyos parlamentarios puntuales en tres facciones: la conservadora en torno a la figura del comandante en jefe de los ejércitos, el “Hetman” (un título de origen medieval de tradición equiparable a la del Condestable en Castilla – nota del traductor); los reformistas moderados que se agrupaban alrededor del monarca; y, por último, el Partido Patriota. Cabe que señalar claramente que la gran mayoría de los obispos eran partidarios de la reforma del Estado. Sin embargo, existían diferencias en cuanto a su ámbito de aplicación. Los obispos más involucrados en los trabajos de reforma política del país fueron el obispo de Płock, Krzysztof Hilary Szembek; el de Kamieniec, Adam Stanisław Krasiński; y el de Kujawy, Józef Ignacy Rybiński. Sin embargo, existía un tácito acuerdo relativo a que la Constitución no debía sentar el principio de la libertad individual en términos absolutos. Dicho derecho debía verse acotado no sólo por la libertad de los demás, sino que también fundamentalmente por el bienestar nacional y el interés de Estado. Vale la pena señalar que la jerarquía eclesiástica era una elite esmeradamente educada y experta3. Ambos factores contribuyen a explicar que durante la sesión de la Gran Sejm consideren no tan sólo la necesidad de una profunda reforma política del Estado, sino albergar también una serie de importantes cambios sociales y económicos4. 2. Skarbek, op. cit., 188–189. 3. Por ejemplo, el obispo Szembek fue uno de los ponentes del malogrado y célebre proyecto de reforma conocido como Código Zamoyski (1776–1780), llamado así por ser su impulsor el canciller Andrzej Zamoyski. El entonces Primado, el arzobispo Michał Jerzy Poniatowski ya se había dado a conocer como reformador a partir de su paso, primero por la diócesis de Płock, y posteriormente por las la archidiócesis de Gniezno y Cracovia. Monseñor Adam Krasiński, inspirador de la Confederación de Bar (1768–1772), ya había promovido proyectos de reforma del Estado, para su época un muy avanzados, que entre 1773 y 1775 se diluyeron como consecuencia de las ansias expansionistas rusas a costa de Polonia. Borkowska-Bagieńska, E. Zbiór Praw Sądowych Andrzeja Zamoyskiego, Universidad Adam Mickiewicz, Poznań 1986, 37, 120–128, 308–310, y 317–323; Konopczyński, W. „Biskupa Adama Krasińskiego traktat o naprawie Rzeczypospolitej”, Przegląd Narodowy, 6 (1913), XI/4, 345–359, XI/5, 492–515; Ziółek, E.M. Biskupi senatorowie wobec reform Sejmu Czteroletniego, Towarzystwo Naukowe KUL, Lublin 2002, 34–69. 4. Pronunció como un centenar de discursos en el Sejm, generalmente relacionados con la reforma del Estado a distintos niveles. Ziółek, op. cit. passim. La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo 39 La participación de los obispos en la reforma del país no sólo se expresa en sus exaltadas proclamas. Cabe señalar que también subyacen en ellas reflexiones serias y profundas sobre teoría del Derecho Político, incidiendo en la vía más pragmática para llevar dichos designios a cabo. Sus declaraciones tomaban una singular relevancia política al actuar en nombre del episcopado. Este matiz guarda una estrecha relación con la desaparición en el siglo XVIII en Polonia del Concilio Provincial, una de las más importantes reformas que introdujo el Concilio de Trento. Un hecho desafortunado debido a que se perdió una herramienta para incidir en la vida pública espiritual y abordar los principales problemas de convivencia entre la Iglesia y el Estado. Como sucedáneo se estableció el Congressus Episcoporum, un tipo de conferencia episcopal ajena a la práctica común de la Iglesia Católica. Dicho sínodo tenía su propia sede, en la que se celebraban sus deliberaciones5. Las decisiones eran tomadas por mayoría y sentaban cátedra en la totalidad del episcopado6. Cabe señalar que la mayor parte del episcopado vio la necesidad de una profunda reforma del país, no sólo de cambios a corto plazo. Los obispos hicieron hincapié en la reconstrucción de las estructuras del Estado y en la adaptación del sistema a las exigencias de los tiempos modernos. Al mismo tiempo claramente eran de la opinión de que dicha reforma debía basarse en la tradición de la res pública propia de la Rzeczypospolita polaca. Insistieron en que el disfrute de los derechos civiles estaba íntimamente relacionado con la responsabilidad para con el país. El peso específico de Rusia en la política polaca fue un elemento de disensión: un sector liderado por Rybiński, Szembek y Krasinski deseaba romper cualquier vínculo con San Petersburgo, mientras que otro en que destacaban Massalski y Poniatowski se mostraba más contemporizador temeroso de una intervención rusa. Pese a alguna diferencia, esencialmente el episcopado polaco no tenía ninguna duda alguna de que el bienestar del Estado debía poner fin a las exenciones fiscales de las capas socialmente privilegiadas. A principios de 1789, las discusiones políticas en la dieta se centraron en la propuesta de un diezmo asignado al mantenimiento del ejército. Brilló en el debate la oratoria del Obispo de Plock, Krzysztof Hilary Szembek, que locuazmente expuso que si la ciudadanía exigía al Estado la protección 5. Librowski, S. „Konferencje biskupów XVIII wieku jako instytucja zastępująca synody prowincjonalne [I y II]”, Archiwa, Biblioteki i Muzea Kościelne, 47(1983) 5–105; 48(1984) 181–357. 6. A dicho proceder alude el obispo de Kujawski, J. Rybiński, en su discurso del 19 de octubre de 1789. Difiere claramente en su opinión personal en este tema, pero asume como propia en la decisión que fue tomada por el conjunto del episcopado. Véase Zbiór mów i pism niektórych w czasie sejmu stanów skonfederowanych roku 1788, J. K. Mci przy Akademji, Vilna, X, 272–280. 40 ewa m. ziółek de sus vidas, propiedades y negocios, éste debía tener recursos económicos7. Finalmente, la conferencia episcopal asumió que la Iglesia iba a doblar el plazo impositivo que le correspondía, mientras que la nobleza aceptó un gravamen sobre sus rentas del 10%.8 Los obispos también participaron activamente en la vida política, dirigiendo los trabajos de las reformas. El Obispo de Kamieniec, Adam Krasinski fue uno de los que encabezaron la ponencia de la comisión parlamentaria sobre la nueva constitución. Fue protagonista de arduas polémicas surgidas en el Sejm relativas a la libertad de prensa9. El Obispo Rybiński desarrolló una intensa actividad diplomática, siendo uno de los plenipotenciarios que firmaron el 29 de marzo de 1790 el Tratado Polaco–Prusiano10. En los trabajos que desembocaron en la nueva Constitución no sólo participaron los obispos, sino también otros miembros del clero por debajo en la jerarquía como Scipione Piattoli, Kajetan Ghigiotti o Stanisław Staszic, sin olvidar, por supuesto, a Hugo Kołłątaj. En el entorno de este último se formó un grupo de acólitos que sus enemigos políticos denominaron peyorativamente “La Forja de Kołłątaj”. El clero no sólo participó en la vida parlamentaria, sino que también tomó parte activa en el intenso debate periodístico que caracterizó el período de la Gran Sejm11. Los años de ardua discusión sobre el proyecto de Constitución muestran las dificultades, hasta que en la primavera de 1791, cuando ya había una idea definida en los círculos patrióticos en torno a la figura de Estanislao Augusto, éste se decidió hacer una especie de „golpe de Estado legal”. Entre bambalinas de la compleja escena que caracterizó la aplicación de la nueva carta magna también actuó un obispo, Krasiński, titular de la sede de Kamieniec. Presidió la decisiva sesión del 2 de mayo de 1791 en el Palacio Radziwill, firmando la llamada „Garantía”, un documento que sancionaba el texto constitucional12. 7. Głos Jaśnie Oświeconego Xiążęcia Jegomości pułtuskiego, Krzysztofa Szembeka, biskupa płockiego, w materyi podatku na wojsko dnia 16 stycznia 1789 roku, [s.e.], Varsovia, 1789. 8. Dicha declaración fue hecha el 12 de marzo de 1789 en nombre de todos los obispos por el arzobispo primado Michał Jerzy Poniatowski. Véase Zbiór mów..., op. cit., VII, 173–181; y Ziółek, op. cit., 189–192. 9. Ziółek, op. cit., 48–49. 10. Ibíd., 37–38. 11. Rostworowski, E. Ostatni król Rzeczypospolitej. Geneza i upadek Konstytucji 3 Maja, [s.e.],Varsovia, 1966, 193–198; Grześkowiak-Krwawicz, A. O formę rządu czy o rząd dusz? Publicystyka polityczna Sejmu Czteroletniego, Instytut Badań Literackich, Varsovia, 2000. 12. Ziółek, op. cit., 49; Kowecki, J. „Klub Radziwiłłowski w Warszawie w 1791 r.”. En: Wiek Oświecenia, VI (1989), 99 y ss. La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo 41 La gran mayoría de los obispos en ese momento la secundó. En términos generales, la Iglesia bendecía la Constitución, pese a los desacuerdos, como pudo apreciarse en la sesión del 3 de mayo de 1791. La primera reunión después de las vacaciones de Pascua iba a tener lugar el lunes 5 de mayo, aunque se avanzó al sábado 3 de mayo. Esto dio a los reformadores una apreciable ventaja. A la cita asistieron 182 diputados y senadores, que aunque no era todo el cuerpo parlamentario, formaban quórum para que una mayoría de 110 votos aprobara la constitución. En este grupo, hubo también cinco obispos, por tanto senadores: el de Kiev, Kacper Cieciszowski; el de Esmolensco, Tymoteusz Gorzeński, el de Kamieniec, Adam S. Krasiński; el de Kujawy, Józef Rybiński; y el de Cracovia, Feliks Turski. También tuvo sus adversarios dentro del clero. Fue el caso uno de los adversarios de la Constitución, el obispo de Livonia, Józef Kossakowski. El ambiente desde el principio fue tenso y turbulento, en gran parte debido al proceder de la convocatoria. Una de las pintorescas peculiaridades de los debates parlamentarios era que su resolución no era por votación del cuerpo de la cámara, sino por sufragio externo de una serie de árbitros que formaban la audiencia. Dicho público se entusiasmaba con la oratoria de Kołłątaj, que resultó triunfador en un gran número de dichos debates. Cuando la sesión se eternizaba prolongando las acaloradas discusiones, Estanislao Augusto se valió del tumulto creciente para hablar. Entonces el obispo de Cracovia, Felix Turski, le interpeló primero con el fin de que observase fidelidad a la Constitución. Como respuesta, el rey juró la carta magna, y para confirmar aún más este hecho instó a los presentes a que le acompañasen a la colegiata de San Juan. Allí, todos los participantes retomaron el juramento13. Un reconocimiento solemne de fidelidad a la Constitución que, por lo tanto, sustituía a cualquier pronunciamiento o voto al respecto hecho con anterioridad. Poner por testigo a Dios añadió a la dimensión legal otra sacramental, creando una nueva relación. Así se entiende que, desde entonces, la Iglesia se convirtiese en un celoso guardián de la Constitución del 3 de mayo, dada la obligación divina contraída. El siguiente paso en la aplicación de la Constitución era tomar juramento a los altos dignatarios. Muy particularmente a la Comisión Militar, asunto que el rey encarga a los mariscales del Sejm, Stanisław Małachowski y Kazimierz Nestor Sapieha. El acto se celebra el 5 de mayo. El juramento de la Comisión Militar era importante, dado el gran número de opositores a la Constitución 13. Rostworowski, op. cit., 233–238; Ziółek, J. Konstytucja 3 Maja. Kościelno – narodowe tradycje święta, Universidad Católica, Lublin,1991, 9–12; Dihm, J. Trzeci Maj, Wydawnictwo Literacko-­ Naukowe, Cracovia, 1932, 18–20. 42 ewa m. ziółek en sus filas. Por último, pero no menos trascendente, al día siguiente prestaron juramento los miembros de la Tesorería14. En la reunión del Parlamento del 5 de mayo, se tomó la decisión en nombre del rey, que el 8 de mayo se llevaran a cabo por todo el país actos oficiales en acción de gracias por la nueva Constitución. A este respecto, el Parlamento pidió a los obispos que ordenaran una oración apropiada. Dicha jornada, a instancias de la Iglesia, se dedicó a la Divina Providencia, realizándose una declaración oficial ante la significación de ese momento. Dicha proclama solemne aúna la sanción civil y religiosa de la nueva Carta Magna. Siguiendo el ejemplo del Sejm y de las principales instituciones del país, en los meses siguientes se prodigaron los actos de juramento de fidelidad a la Constitución. Eran cada vez ceremonias con un mayor sesgo religioso. No sólo era una ley promulgada, sino que fue jurada y sancionada por la jerarquía eclesiástica. De esta manera, la Iglesia se convirtió en el garante de la inviolabilidad de la ley. Convertida en efeméride, por orden real se empezó a conmemorar anualmente. El primer fasto constitucional se celebró el 8 de mayo de ese año de 1791 en Varsovia, centrándose el acto principal en la Iglesia de la Santa Cruz, participando el rey y su nutrido séquito, senadores, altos funcionarios y un gentío alborozado. En la misa, celebrada por el obispo de Kiev, Cieciszowski, destacó la homilía del padre Ignacy Witoszyński, y en su predica no dudó en justificar la autoridad de la Iglesia para sancionar la Constitución. En Vilna, en parecidos términos se manifestó el misionero padre Michał Karpowicz15. Dicha conmemoración se extendió con prontitud a otras ciudades de la Rzeczypospolita, celebrándose el acto en la mayor iglesia de la localidad con gran asistencia de público. Y no sólo católicos. Por ejemplo, en Wschowa, dada la participación de muchos protestantes, el sermón se hacía en dos idiomas: polaco y alemán16. Sin duda alguna, el entusiasmo social en torno 14. Este es el texto del Decreto Rotal en que se obligaba a jurar obediencia absoluta al rey y a la Constitución, apremiando a observar obediencia a los subordinados. Decía lo siguiente: „Juramos por Dios Todopoderoso en su Santísima Trinidad, que la Constitución elevada por el parlamento y sancionada será observada en todos sus puntos, en todo momento y en todo lugar, y que todos nuestros actos se subordinarán a dicha Constitución para su total cumplimiento. Estanislao Augusto, rey de Polonia, la nación y sus estados confederados y obedientes a la voluntad. Así que Dios, con su sufrimiento inocente, nos ayude”. Véase: Dzień Trzeci maja 1791 r. w Warszawie, [s.e.], Varsovia, 1791, 172–173. 15. J. Ziółek, op. cit., 15–17. 16. Ziółek, J. „Rola Kościoła katolickiego w formowaniu i funkcjonowaniu tradycji 3 Maja”. En: Konstytucja 3 Maja w tradycji i kulturze polskiej, ed. A. Barszczewska – Krupa, Wydawnictwo Lodzkie, Łódź 1991, 494. La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo 43 a la Constitución fue avivado por el clero. Prueba de ello es el impacto de las primeras cartas pastorales de los obispos, destacando siete prelados: Ciciszowski, Krasinski, Adam Naruszewicz, Antoni Okęcki, Rybiński, Szembek y Turski 17. Los obispos presentan la Constitución no sólo como un gran logro de la nación polaca, sino también como la garantía de su regeneración y reconstrucción. En ellas se insiste en que la supervivencia del Estado pasa por su fortalecimiento. Este espíritu presidió los sermones durante las ceremonias de jura de la Constitución. Los predicadores insistían a los asistentes en que la carta magna era la obra de la Providencia, haciendo una llamada a su defensa incluso a costa de la vida. Dicha necesidad fue reiterada por las órdenes religiosas. Singular relevancia adquieren las homilías dirigidas al ejército en que se hace especial hincapié en sacrificarse por la patria y la Constitución18. Si bien el entusiasmo de algunos sermones llevó a caer en algunos casos algo patéticos, un marcado contrapunto lo constituyeron las reflexiones del padre Hieronim Stroynowski, canónigo capitular de Kiev, en un debate público celebrado en la Escuela de Vilnius el 1 de julio de 1791. Profesor universitario de Derecho Natural y Economía Política, ponente de la Comisión Constitucional, aborda la Constitución desde una perspectiva técnica, realizando un meticuloso análisis jurídico. Hizo especial hincapié en que el beneficio y la seguridad del país pasaba por un Estado poderoso que, eso sí, actuase dentro de los límites establecidos legalmente y en interés general de la ciudadanía19. Sin duda, un papel importante para la sanción por parte de la iglesia de la Constitución lo constituyó un breve del Papa Pío VI del 5 de junio de 1791 en que bendice al monarca y a las reformas emprendidas. Además el Santo Padre instó a tres días de plegaria, del 7 al 9 de junio, por el éxito de las reformas en Polonia. Ello significaba el definitivo espaldarazo al clero polaco en el proceso legal emprendido20. Mientras que las celebraciones en 1791 fueron esencialmente espontáneas, especialmente durante las primeras semanas, el primer aniversario de la Constitución del 3 de Mayo se preparó a fondo. Dichos preparativos comenzaron ya en el primer trimestre de 1792, aunque en realidad los primeros pasos ya se 17. La alusión concreta a dichos prelados no significa que no hubiese cartas de otros obispos, cuestión abierta a nuevas investigaciones archivísticas. Véase: J. Ziółek, Konstytucja 3 Maja..., op. cit., 24 (nota 29). 18. Ibid., 24–26, e íd., „Rola Kościoła...”, op. cit., 494–495. 19. Stroynowski, H. Mowa Hieronima Stroynowskiego kanonika kijowskiego o Konstytucyi Rządu ustanowionej dnia trzeciego i piątego maja r. 1791 Czytana na posiedzeniu publicznym Szkoły Głównej W. X. Lit. dnia pierwszego lipca r. 1791, ed. E. M. Ziółek, Universidad Católica, Lublin, 2009. 20. J. Ziółek, Konstytucja 3 Maja..., op. cit., 27–31. 44 ewa m. ziółek han dado en el año anterior. Así, algunos obispos, como Naruszewicz o Krasiński informaron al rey acerca del estado de ánimo en las provincias, sondeando la opinión pública en sus diócesis, antes de la sesión de la cámara del 14 de febrero de 1792. Dichos informes adquirían una especial relevancia dado el hecho de que se abrogaban el carácter de ser una especie de referéndum constitucional. Ello llevó a la nobleza a someterse a la nueva carta magna, acatándola y prestando juramento de fidelidad. Dicho éxito se debió en gran parte a la participación de los obispos y del clero21. Dichos consejos provinciales se consideran que son la confirmación de la nueva Constitución, un exitoso proceso en que los multitudinarios juramentos ahogaron la contestación a la nueva ley. El primer aniversario de la Constitución se llevó a cabo en un ambiente ya tenso, dado el caldeado clima prebélico con Rusia. Así el parlamento aprobó una declaración de celebración del 3 de mayo de 1792, cuyo acto estelar sería la bendición de la primera piedra de la nueva iglesia varsoviana de la Divina Providencia. La iglesia había de sufragarse por suscripción popular, e incluso se otorgó la potestad al mariscal del Sejm para recibir las contribuciones de las provincias para este fin. La Santa Sede vino a subrayar la importancia del aniversario de la Constitución. A pesar de la delicada situación, el Nuncio, monseñor Ferdinand Saluzzo, con el beneplácito del Papa Pío VI y a instancias del rey Estanislao Augusto, auspició el patronazgo de San Estanislao, cuya festividad es el 11 de abril, como benefactor de la Constitución del 3 de mayo22. El engarce de ambas fechas señaladas en menos de un mes incluso jugó un papel importante cuando se prohibió festejar el aniversario de la carta magna y la Iglesia, con motivo de las celebraciones del santo, recordó a los fieles la efeméride constitucional. La celebración más solemne del primer aniversario de la aprobación de la Constitución tuvo lugar, por supuesto, en Varsovia. Participó el rey rodeado de su corte, además de todas las altas autoridades polacas. La misa de acción de gracias se celebró en iglesia de la Santa Cruz por el obispo de Poznan, A. Okecki, y la homilía corrió a cargo del también obispo Antoni Malinowski. Después del oficio, una procesión llegó a los jardines Ujazdów, donde el rey puso la primera piedra de la iglesia de la Divina Providencia, que 21. Ibíd., 32–35; Ziółek, E.M. Poglądy Biskupa Adama Krasińskiego na temat sukcesji tronu w Konstytucji 3 Maja (w świetle jego relacji). En: Religie. Edukacja. Kultura, ed. M. Surdacki, Towarzystwo Naukowe KUL, Lublin 2002, 651–656. 22. Loret, M. „Watykan a Polska w dobie rozbiorów (1772–1795)”, Przegląd Współczesny, R. 13/48 (1934), 354; J. Ziółek, „Rola Kościoła...”, op. cit., s. 501. La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo 45 fue consagrada por el primado y hermano del monarca, el arzobispo Michał Jerzy Poniatowski 23. También en otras ciudades se celebró el aniversario. Así, se ha conservado el sermón pronunciado en Krasnystaw por el arzobispo Jan Leńczowski, auxiliar para Chełm y Lublin del metropolitano de Cracovia24. Los textos de las homilías que han llegado hasta nuestros días destacan la grandeza de la reforma llevada a cabo por el Sejm de los Cuatro Años. Fundamentalmente, se subraya la meta de salvar la soberanía de la Rzeczypospolita. Se enfatiza la difícil situación de la nación y se hace un llamamiento a realizar un orgulloso sacrificio por el país. Los predicadores señalan sus valores más allá del texto legal. La constitución fue vista, ante todo, como una herramienta para trabajar en la renovación moral de la nación. En este contexto, era natural que, por supuesto, la Constitución se fortaleciese mediante el juramento, ya que de esta manera los ciudadanos contraían una obligación con Dios. Al percatarse de la connivencia de los opositores a la Constitución con la zarina Catalina II, propugnado una intervención militar rusa en Polonia, los clérigos creían que los fastos religiosos suscitarían una inquebrantable mayoría popular defensora de la Constitución25. La primera oportunidad de defender la Constitución del 3 de mayo se dio con la formación de la llamada Confederación de Targowica ese mismo año de 1792, que auspició la intervención del ejército ruso. La observancia en el juramento a la Constitución tuvo importantes consecuencias. A pesar del llamamiento de los magnates integrantes de dicha confederación a que los clérigos abjurasen de ella, la mayoría de los religiosos mantuvieron su compromiso. Por lo general, su respuesta a dicha proclama fue el silencio. El haber prestado solemne juramento implicaba un estrecho vínculo26. Y tuvo sus consecuencias. Aquellos que apoyaron a la Confederación fueron considerados unos traidores. Ello supuso que durante la sublevación de Kosciuszko incluso un obispo, concretamente el de Livonia J. Kossakowski, fuese condenado a muerte y ejecutado por su activismo político prorruso. Al jurar la Constitución, la Iglesia se convirtió en la depositaria de la libertad nacional polaca. En consecuencia, apoyó institucionalmente la sublevación de Kosciuszko. Con posterioridad a 1792, ya no se volvió a conmemorar la efeméride hasta 1807, limitándose la celebración al territorio ocupado por 23. Ibíd., 501–502, J. Ziółek, Konstytucja 3 Maja..., op. cit., 39–42. 24. Ziółek, E.M. „Kazanie z okazji pierwszej rocznicy uchwalenia Konstytucji 3 Maja wygłoszone w Krasnymstawie”, Rocznik Chełmski, 2 (1996), 389–408. 25. J. Ziółek, Konstytucja 3 Maja..., op. cit., 43–49. 26. J. Ziółek, „Rola Kościoła...”, op. cit., 507–508. 46 ewa m. ziółek las tropas napoleónicas. Vale la pena mencionar que todas las celebraciones del 3 de mayo de 1807 fueron en el seno de la Iglesia. Entre las prédicas se destacó que el compromiso con la Constitución del 3 de mayo era algo vigente, conminando a combatir a los invasores hasta la liberación total. Particular importancia tuvo el solemne oficio celebrado en Varsovia, al que asistió el antiguo presidente del Sejm, Stanislaw Malachowski. La soberbia homilía del canónigo capitular Jan Paweł Woronicz insistió en lo ya apuntando en relación al compromiso patriótico en la observancia constitucional y a la lucha por la independencia27. En los años siguientes, la celebración de la efeméride decreció. Hubo de esperarse al Levantamiento de Noviembre (1830), para volver a asistir a una conmemoración fastuosa de dicho aniversario. Se tendió a combinarla con la memoria de San Estanislao. El descuartizamiento y posterior milagro de la reunificación del cuerpo del Patrón nacional era toda una alegoría al desgraciado periplo polaco y a las esperanzas de un resurgimiento patrio. Así, la conmemoración constitucional se traslada al 8 de mayo, asociándola con la celebración religiosa. En los años posteriores, sojuzgada la revuelta, la efeméride fue conmemorada en el exilio, especialmente en el Hotel Lambert, conciliábulo parisino de asilados polacos. Los festejos al efecto en el país eran muy complicados llevarlos a cabo, ya que los invasores reprimieron cualquier tentativa de celebración. Así, en 1891, centenario de la Carta Magna, la celebración fue encubierta bajo solemnes oficios religiosos. En 1923, a petición del primado de Polonia, el cardenal Edmund Dalbor, el Papa Pío XI declaró el 3 de mayo como fiesta de María Reina de Polonia. Dicha festividad ha cuajado, y es hoy en día es una fiesta nacional señalada, así como una celebración en el calendario litúrgico polaco28. Así que se puede concluir que la conducta observada de la Iglesia respecto a la Constitución del 3 de mayo, no sólo influyó en su sacralización, sino también en un compromiso de guardar su memoria para las generaciones futuras. Con la asunción de la independencia, la Iglesia se convirtió en una seña de la identidad polaca y en la depositaria y custodia de la memoria nacional. 27. Ziółek, E.M. „Obchody święta Konstytucji 3 Maja w 1807 r.”, Teka Komisji Historycznej Oddz. Lubelskiego PAN, 4 (2007), 26–37. 28. J. Ziółek, Konstytucja 3 Maja... s.68–99. La Iglesia Católica y la Constitución del 3 de Mayo 47 Streszczenie Artykuł zarysowuje problem stosunku Kościoła katolickiego do Konstytucji 3 Maja. Jest on specyficzny i wynika z kilku przesłanek. Po pierwsze należy pamiętać, że duchowieństwo czynnie uczestniczyło w obradach Sejmu Wielkiego i powstawaniu tekstu Ustawy Rządowej. Dotyczy to tak biskupów, będących z urzędu senatorami Rzeczypospolitej, jak też przedstawicieli niższego duchowieństwa, również uczestniczących w pracach nad Konstytucją. Ale szczególną rolę odegrał sposób wprowadzenia Konstytucji w życie – poprzez jej zaprzysiężenie. Złożenie przysięgi przed Bogiem na wierność Konstytucji przez króla Stanisława Augusta, a następnie posłów, senatorów i przedstawicieli władz spowodował pewnego rodzaju sakralizację aktu prawnego. Odtąd Kościół sankcjonował Ustawę Rządową, wziął na siebie ciężar jej propagowania w społeczeństwie i obrony. Służyło temu nie tylko uroczyste celebrowanie rocznic jej ustanowienia, ale także połączenie obchodów Konstytucji najpierw ze wspomnieniem św. Stanisława, a w XX w. – NMP Królowej Korony Polskiej. W szeregu listów pasterskich oraz kazań duchowni podkreślali wartość Konstytucji jako dokumentu mającego odrodzić państwo polskie politycznie i moralnie i nawoływali do podjęcia obowiązków wobec ojczyzny i jej czynnej obrony w czasach zaborów. Barbara Obtułowicz (Cracovia) La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía A lo largo de los siglos los hechos históricos significativos fueron encontrando una representación en la iconografía. Ello no cambió tras la invención de la fotografía en el siglo XIX. La memoria humana exigía ser visualizada. No fue distinto el caso de las primeras cartas magnas en los países situados en los lindes de Europa, en concreto, el caso de Polonia y España. El cuadro más conocido que conmemora la promulgación de la Constitución del 3 de mayo de 1791 lo debemos a Juan Matejko ( Jan Matejko). Este maestro del realismo en la pintura histórica, procedente de Cracovia, lo realizó en 1891, es decir, en la fecha del aniversario exacto de dicha promulgación. Un año más tarde donó el cuadro al Castillo Real de Varsovia, cuyos muros fueron testigo de aquel gran evento. En la conciencia colectiva la Constitución funciona casi exclusivamente como un correlato de esta pintura, en la visión transmitida por Matejko. Al repasar las monografías dedicadas a la Constitución del 3 de mayo o a la Dieta de los Cuatro Años1, encontramos dicha obra en las portadas. Figura igualmente en las páginas de los manuales, los trabajos de divulgación, las paredes de las aulas y las oficinas de administración pública, obviando los artículos de Wikipedia. Es muy significativo que por lo general los Polacos imaginen su pasado de la manera como la había presentado el maestro Juan, autor de la serie „Retratos de los Reyes”, del retrato de Nicolás Copérnico y de muchos más motivos cruciales de la historia de Polonia. 1. Una Dieta cuya sesión duró cuatro años (1788–1792); en la historiografía llamado también como la “Gran Dieta”. 50 barbara obtułowicz Inicialmente Matejko cultivaba la pintura religiosa, que consideraba su vocación. Pero influido por las sucesivas derrotas de las sublevaciones nacionales, de las que fue testigo ocular (entre otros, durante el bombardeo de Cracovia por los austriacos en 1848 y durante la sublevación antirrusa de 1863–1864) decidió dedicarse casi por completo a la pintura histórica. Lo apasionaba la Historia y como no sabía contarla ni escribirla, optó por hacerlo sin palabras, mediante la pintura. Su otro amor fue Polonia, ausente del mapa de Europa. Aquí cabe subrayar que aunque él mismo nació y murió en Cracovia, su padre era checo y la familia de su madre tenía raíces polaco-alemanas. Un origen casi totalmente extranjero no le impidió ser un fervoroso patriota2. El Maestro se esforzaba por preservar la autenticidad del mensaje histórico. El que haya visitado la casa de Matejko en la calle Floriańska en Cracovia, sabe cuánta importancia atribuía el artista al efecto de autenticidad que crea la vestimenta de los personajes representados. Coleccionaba accesorios históricos: telas antiguas, armas, objetos de artesanía, trajes antiguos. Basándose en la literatura y las fuentes accesibles estudiaba la historia del vestuario, luego él mismo lo diseñaba para finalmente „vestir” a sus personajes. Matejko concibió el proyecto de un libro que ilustrara la historia del vestuario en Polonia. Fue durante sus estudios en Munich, donde se dedicaba, entre otros, a copiar los dibujos de una publicación sobre el vestuario prestada de una biblioteca. A partir de allí surgió un estudio publicado en 1860 bajo el título El vestuario en Polonia 1200–17953. Cuando en junio de 1869, en la Catedral de Wawel de Cracovia tuvo lugar el hallazgo fortuito de la tumba del rey polaco Casimiro el Grande, Matejko pasó horas junto a los despojos del monarca, esbozando todos los detalles. A partir de los dibujos de su cráneo reconstruyó el aspecto de su cara y la pintó en el cuadro La tumba del Casimiro el Grande. Con una similar gran precisión recreaba los elementos arquitectónicos, los diversos utensilios, los accesorios, los edificios y hasta el aspecto de un empedrado normal y corriente, cuya estructura estudiaba de rodillas en la calle con una hoja de papel en la mano. Pocas veces incurría en algún error y si se daba el caso, 2. Sobre la vida de Juan Matejko hay muchos libros. El más antiguo, que se publicó unos años después de su muerte, es el de Tarnowski, S., Matejko, Księgarni Spółki Wydawniczej Polskiej, Cracovia, 1897); le siguieron: Witkiewicz, S., Matejko, Skł. gł. w księg. Gubrynowicz, Lwów, 1912; Starzyński, J., Jan Matejko, Arkady, Varsovia, 1973; Michałowski, J.M., Jan Matejko, [s.e.], Varsovia, 1979; Słoczyński H.M., Matejko, Wydawnictwo Dolnośląskie, Wrocław 2000 y otros. 3. Wielka Kolekcja Sławnych Malarzy. Jan Matejko 1838–1893, Oxford Educational, Poznań 2007, sin paginar. La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía 51 ello se debía al estado del conocimiento de sus coetáneos sobre determinado período, hecho o persona4. Pero el realismo en Matejko se limita a la mera forma, porque tratándose de narración, ésta es muy suya y personal, no histórica. Por eso se le reprochó una excesiva libertad en el tratamiento de los hechos. El Maestro se defendía arguyendo que sus cuadros eran la voz que tomaba en la polémica sobre el pasado y el futuro de Polonia. Tenía derecho, pues, a introducir ciertas modificaciones para resaltar su opinión sobre determinados puntos del debate. De ahí se desprende que una lectura correcta de los cuadros de Matejko no es fácil, ya que exige un conocimiento de su época y del ambiente cultural de Cracovia en la segunda mitad del siglo XIX, como también del estado del conocimiento histórico correspondiente. Siempre hay que contar con que algún detalle pueda ser mal interpretado, ya que sólo el artista lo comprendía cabalmente y ya no nos puede revelar sus secretos. También en el cuadro titulado Constitución del 3 de mayo tenemos que ver con una acumulación de diversas incógnitas. La verdad histórica se cruza ahí con la libertad artística. Cuando echamos la primera ojeada al cuadro, vemos una muchedumbre caótica. En el fondo divisamos el contorno de los edificios, reconociéndolos como el Castillo Real de Varsovia, la calle Świętojańska y la Catedral de San Juan. La procesión se dirige desde el Castillo hacia la Catedral. ¿Por qué Matejko elige justamente esta escena si la promulgación había tenido lugar antes, en la sala de sesiones de la Dieta, y en la Iglesia se iba a repetir el acto del juramento del decreto por el monarca? Por qué no representó alguno de aquellos dos momentos cruciales? La respuesta nos es dada por el secretario privado y confidente del Maestro, Mariano Gorzkowski. Éste, en marzo de 1891, escribe sobre las perplejidades del pintor a la hora de elegir un tema a su cuadro que iba a conmemorar el centésimo aniversario de la Constitución de mayo. Se daba cuenta cabal de que la escena debería encuadrarse en la sala de sesiones de la Dieta o en el templo. Consideró, sin embargo, que el mismo juramento de la Constitución no daba una idea suficiente de aquel momento crucial para la historia de Polonia y Europa, ya que había habido juramentos en otras épocas y en torno a otras cuestiones. Lo mismo concernía a la sala de la Dieta5. Cabe añadir que el juramento de la Constitución del 3 de mayo fue también tema de los cuadros de Jean Pierre Norblin (1791), Casimiro Wo4. Czapska-Michalik, M., Jan Matejko (1838–1893). Matejko. Czasy Ludzie, Edipresse Polska, Varsovia, 2006, 33. 5. Gorzkowski, M., Jan Matejko. Epoka od r. 1861 do końca życia artysty z dziennika prowadzonego w ciągu lat siedemnastu, Tow. Przyjaciół Sztuk Pięknych, Cracovia, 1993, 415. 52 barbara obtułowicz jniakowski (1806 ) y Daniel Chodowiecki (1793). Matejko debió de conocer esas obras y evidentemente buscaba otro enfoque, más original. Finalmente, tras una larga reflexión, escogió el momento más característico para la Constitución del 3 de mayo, es decir, la proclamación de la Carta Magna en las calles de la ciudad. Lo representó no obstante, con varios detalles que no correspondían a la realidad, pero que se subordinaban, en cambio, a su intención artística. Analizando otras obras del pintor, advertimos que éste tenía la costumbre de presentar los hechos históricos en un contexto que abarcaba tanto los acontecimientos previos a ellos como sus consecuencias posteriores. Esto fue lo que pasó con el cuadro que aquí se analiza. Deseando dar cabida en el lienzo a la totalidad de los acontecimientos que supuso la Consititución del 3 de mayo, el artista conjugó intencionadamente sus diversos episodios, colocándolos en el escenario de la calle Świętojańska6. Según unas relaciones que proceden de fuentes fidedignas, el dia 3 de mayo de 1791 la sesión de la Dieta comenzó a las once y duró alrededor de siete horas. Cuando los diputados salieron del Castillo, estaba atardeciendo y el sol se acercaba al horizonte. Este detalle es reproducido con toda fidelidad, a través de la iluminación de los muros y las ventanas del Castillo y de las partes superiores de la fachada de la Catedral sobre las que caían los últimos rayos de un sol de mayo. También el trayecto de la procesión fue reproducido con un detallismo fotográfico, aunque Matejko lo hubiera hecho de memoria. En 1877 había estado de paso en Varsovia y quince años más tarde rescató de su mente la vista del Castillo desde el lado de la Catedral. Es cierto que corrigió la arquitectura basándose en las fotografías de ese lugar, no obstante, las correcciones fueron mínimas. Con gran veneración recreó la vestimenta, empleando los colores típicos para la época de la Ilustración. No le fue fácil porque aquella estética no era de su gusto : […] los colores del vestuario que dominaban entonces – afirmó el artista – son endebles, sin fuerza […]; los rostros son rígidos, los movimientos tomados en préstamo de los franceses, las pelucas son asquerosas, y todo junto obstruye el pensamiento. Preferiría pintar cualquier otra época al siglo XVIII, y sin embargo, es preciso pintarlo […]7. En esta ardua tarea le fueron de gran ayuda diversos modelos que le iba suministrando Gorzkowski; entre ellos se hallaba una verdadera capa real, sacada del tesoro del Castillo, así como unas cortinas antiguas de un grueso tejido encarnado8. 6. Wrede, M., Małachowicz, H., Sadlej, P., Jan Matejko, Konstytucja 3 maja. Historia, obraz, konserwacja, Zamek Królewski, Warszawie, 2007, 23–24. 7. Ibid., 23. 8. Gorzkowski M., op. cit, 413. La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía 53 Los personajes en el cuadro se destacan por sus rasgos individuales y sus distintas reacciones emocionales ante los acontecimientos que transcurren delante de sus ojos. La totalidad produce una impresión de gran dinamismo, expresividad que linda lo patético y dramatismo en la representación de las poses y los movimientos de las manos y los rostros. A través de un enfoque muy „cinematográfico”, el cuadro parece una toma que rebosa de sentimientos patrióticos. Ya que la finalidad superior era mostrar la trascendencia de la promulgación de la Constitución y no guardar una fidelidad absoluta a los hechos, Matejko se permitió una libre interpretación9. Tenemos pues el grupo central de los personajes que acompañan a los presidentes de la Dieta Estanislao Małachowski y Casimiro Néstor Sapieha; a la derecha de ellos vemos a las personas agrupadas en torno al rey, y a la izquerda, en torno al príncipe José Poniatowski. Małachowski es llevado en andas por los diputados Aleksander Linowski e Ignacy Zakrzewski (en aquella época alcalde de Varsovia), y no por unos burgueses, que eran los que en realidad lo cargaron espontáneamente en sus hombros10. Su vestimenta clara, su peluca canosa y el texto de la Constitución sostenido en la mano derecha hacen que sea él, y no el monarca, quien se distingue del resto de los integrantes de la marcha, convirtiéndose en su héore incuestionable. El artista no albergaba sentimientos cálidos hacia el personaje de Estanislao Augusto Poniatowski y en todos sus cuadros lo representó de una forma poco halagüeña, pues consideraba que era el principal culpable de la péridida de la soberanía por Polonia, y que además no apoyó con suficiente entusiasmo la Carta Magna de mayo. Los estudios más recientes demuestran en cambio que el rey era partidario de las reformas y que tuvo una parte importante en la elaboración y la promulgación de la Constitución. El soberano de la decadente Polonia dirige la procesión, queda sin embargo retratado con menos énfasis que el presidente del senado Małachowski. Avanza sobre una alfombra roja hacia un grupo de burgueses que le da la bienvenida esperando debajo de un baldaquino en la entrada de la iglesia. Entre ellos está Juan Dekert, comerciante, ex-alcalde de la ciudad de Varsovia, quien murió 9. En el análisis del cuadro nos hemos basado en los siguientesestudios: Wrede, M. et al., op. cit.; Krawczyk J., Matejko i historia, Instytut Sztuki Polskiej Akademii Nauk, Varsovia, 1990; Rostworowsk E.M., „Konstytucja 3 maja” i Matejkowska wizja czasów stanisławowskich, en: Fermentum massae mundi. Jackowi Wźniakowskiemu w siedemdziesiątą rocznicę urodzin, Agora, Varsovia 1990, 463–473; Gorzkowski, M. op. cit., 414, 425; [Publicación en línea] «Jan Matejko-Wikipedia, wolna encyklopedia» <http://pl.wikipedia.org/wiki/Jan_Matejko> [Consulta: 1/10/2012]; Rezler, M., «Z Matejką przez dzieje. Konstytucja 3 maja», < http://eduseek.interklasa.pl/artykuly/artykul/ ida/3704/> [Consulta: 1/10/2012] 10. Bauer, K., Uchwalenie i obrona Konstytucji 3 Maja, Wydaw. Szkolne i Ped., Varsovia, 1991, 143. 54 barbara obtułowicz en 1790 r. Matejko lo coloca en esta escena para subrayar el papel de la burguesía y la aprobación por la Gran Dieta de abril de 1791 la Ley de las ciudades. Junto a Dekert está su esposa, Rosa Martynkowska, que le entrega al rey una corona de laurel. Detrás de Rosa está Isabel Szydłowska de Grabowska, probablemente la esposa morganática de Estanislao Augusto, con quien tuvo cinco hijos (tres varones y dos hijas). Está mirando fijamente el rostro del monarca. Desde la izquierda se precipita hacia el rey una dama identificada como la hija del matrimonio Dekert, Marianna Dekert. Es posible que posara para su retrato la hija de Mariano Gorzkowski, quien menciona en su diario que él mismo y su hija lo habían hecho para Matejko, pero sin precisar de qué personajes fueron modelo. El hecho de que al rey le rodeen las damas mencionadas y otras más, con vestidos escotados, y que él se dirija con toda la evidencia hacia ellas, alude a su sibaritismo y, en general, a las costumbres desmoralizadas del último soberano de la República Polaca. El rey ”Staś” da su mano a besar y produce la impresión de artificio y ampulosidad, lo que insinúa que su papel en el acontecimiento fue de figurón. Los hombros del monarca están cubiertos por el manto de coronación bordado en oro con figuras de águilas, que desde luego el rey Estanislao Augusto no llevó aquel día. En cambio Matejko sí lo tenía en casa cuando pintaba el cuadro. Por encima de la cabeza del soberano se alza, en un gesto lleno de dramatismo la mano de un realista francés. Vestido de negro, con una expresión de horror en el rostro, parece entrever los acontecimientos que está presenciando, la ineludibilidad de la revolución y la caída del Estado. Cabe subrayar que la presencia del rey en la procesión, entrando por la portada principal de la catedral es una equivocación. Lo cierto es que llegó al templo por un pasaje que existía en la época entre el Castillo y la iglesia, así que se juntó a los integrantes de la marcha ya en el interior, antes de la segunda ceremonia del juramento. La persona que sirve de nexo entre el „grupo del rey” y el „grupo de Małachowski” es el dirigente de la facción de los reformadores, autor del texto de la Constitución, Hugo Kołłątaj. Está de frente a su rival político, uno de los futuros artífices de la confederación de Targowica11, el atamán Francisco 11. La Confederación de Targowica fue la confederación formada por magnates polacos y lituanos el 27 de abril de 1792 en San Petersburgo con el apoyo de la emperatriz rusa Catalina II. La confederación se oponía a la Constitución del 3 de mayo, en particular a los artículos que limitaban los privilegios de la nobleza. Su acta de fundación fue preparada por los magnates polacos y lituanos en colaboración con los rusos fieles a Catalina II. Esta acta fue proclamada en la pequeña ciudad de Targowica el 14 de Mayo de 1792. Cuatro días más tarde los ejércitos rusos invadieron Polonia sin una declaración de guerra. La victoria de los rusos, así como la adhesión de Estanislao Augusto Poniatowski a la confederación de Targowica, propició la segunda partición de Polonia La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía 55 Javier Branicki. Para subrayar el peso de la futura traición del atamán, Matejko lo vistió con un uniforme parecido a los rusos, lo pintó con una expresión tétrica en el rostro e infundió arrogancia a su postura con los brazos en jarra. En realidad, la gran mayoría de los enemigos de la Constitución, Branicki incluido, se quedó en la cámara de los senadores en el Castillo. De detrás de la mole del corpulento Kołłątaj van surgiendo los que contribuyeron a elaborar la Constitución. Con la determinación en el rostro y con un gesto enérgico de la mano, Kołłątaj manda apartar del camino al diputado de Kalisz, Juan Suchorzewski, que yace en el empedrado, manifestando así su protesta contra la Constitución. La escena en sí es auténtica pero impropia en este lugar. Suchorzewski manifestó su opinión en la sala de sesiones: viendo que las cosas se iban encaminando hacia la aprobación del acto, plantó en medio a su hijo de pocos años, sacó la espada y amenazó con matarlo para que no tuviera que presenciar la deshonra de la República Polaca. El demente fue reducido por la fuerza y apartado. No sabemos qué pasó con el niño. Según unas fuentes el chico no se recuperó tras el incidente, entró en estado de trance y murió poco después. Otras fuentes afirman que sobrevivió y fue luego un soldado valeroso de Napoleón que luchó por la independencia de Polonia12. Matejko trasladó este episodio ante la Catedral de San Juan, porque el comportamiento dramático de Suchorzewski cuadraba con el ambiente acalorado representado en el cuadro, mostrando a la vez la reacción de la oposición. El diputado de Kalisz se levanta del suelo y con una mano está agarrando al niño, que se debate horrorizado, y con la otra está blandiendo la espada. Su mano armada la inmoviliza un noble conocido por su fuerza, quien fue el que en realidad redujo al demente. Del bolsillo del padre desalmado se van cayendo las cartas de un mazo, lo que ha de asociarse con el soborno recibido del embajador ruso Otto Magnus von Stackelberg y de Branicki. Detrás de los diputados que llevan en andas a los presidentes de las cámaras, el pintor coloca a aquellos reformadores que con sus ideas sociopolíticas se anticiparon a su tiempo, a saber, al canciller Andrzej Zamoyski, quien abraza al padre Estanislao Staszic. Éste fue educador de sus hijos y a la vez partidario de la Gran Dieta, propagador del desarrollo de la economía y las ciencias en las tierras polacas. Su otra mano se dirige hacia la procesión, al campesino del „grupo” del príncipe Poniatowski, que avanza con un paso aún en 1793, sentó las bases de la tercera partición y la disolución definitiva en 1795 de la República de las Dos Naciones, que fue una república aristocrática federal formada en 1569 por el Reino de Polonia y Gran Ducado de Lituania. 12. Konstytucja 3 Maja, ed. Łojek J., Wydawn. Lubelskie, Lublin 1989, 31. 56 barbara obtułowicz titubeante. El pintor alude de esta manera al hecho de que la Constitución del 3 de mayo no llegó a resolver esencialmente la cuestión campesina. Al mismo tiempo es una señal de aprecio por Zamoyski y por Staszic, quienes se habían comprometido con el destino de los campesinos. A su vez, el general Tadeo Kościuszko, quien no había presenciado los acontecimientos relacionados con el juramento de la Constitución, está representado con la bandera, en la que figura el escudo de la República Polaca, y con la cabeza vendada, lo cual tal vez sea una alusión a las heridas que iba a recibir posteriormente en la guerra con Rusia por el mantenimiento de la constitución (1794). Junto a Kościuszko aparece el rostro del príncipe Adán Casimiro Czartoryski, diputado a la Dieta de Cuatro Años, esposo de Isabel Czartoryska (de soltera condesa Fleming) y padre (al menos según la versión oficial) de Adán Jorge Czartoryski, de veintiún años en la época, el futuro fundador de una agrupación política conservadora llamada el Hotel Lambert. Hasta hace poco, éste ha sido un personaje subestimado por los historiadores, quienes apenas lo mencionan entre los artífices del decreto de mayo. Baste con decir que su biografía no se publica hasta en 2012 r.13 Pero lo cierto es que en la segunda mitad del siglo XVIII, gracias a unos contactos provechosos y unos matrimonios favorables, y debido también a su dedicación al trabajo y su espíritu emprendedor, los Czartoryski ascendieron al grupo de los linajes más influyentes de la República Polaca. A diferencia de la aristocracia polaco-lituana, dada a la bebida y a la defensa de los intereses privados, eran un modelo de serenidad, moderación y rectitud. Sus extensos dominios se destacaban por la modernidad de su gestión económica y el cuidado de sus habitantes; de ahí que rindieran unos beneficios casi legendarios. Los ambiciosos miembros de la familia soñaban con hacerse con la corona de Polonia y el primer candidato era precisamente Adán Casimiro. Pero el príncipe no tenía dotes para asumir una misión de estado porque anteponía el estudio y la literatura a las actividades políticas. Cuando Catalina II le dio a entender que sus esperanzas de alcanzar la corona no eran infundadas, él le cedió el honor a su primo, el ambicioso Estanislao Augusto Poniatowski. A comienzos de 1763 estaba incluso dispuesto a abandonar el país por si le fueran a ofrecer la corona. El príncipe pertenecía a la élite polaca y europea de la época: había recibido una excelente educación, dominaba casi todos los idiomas europeas, dando por descontado el latín y el 13. Frączyk T., Adam Kazimierz Czartoryski. Biografia historyczno-literacka na tle przemian ideowych polskiego Oświecenia, Księgarnia Akademicka, Cracovia, 2012, passim. El nieto de Adán Casimiro, Władysław (Ladislao) Czartoryski se casará en 1855 con española María Amparo Muñoz y de Borbón, hija de la reina María Cristina de Borbón y su segundo esposo Agustín Fernando Muñoz. La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía 57 griego. A pesar suyo no logró escapar de la política. No lo permitían las circunstancias ni la situación de la patria amenazada por las particiones. Por eso se unió a los trabajos de reforma emprendidos por la facción patriótica, concibiendo planes de reconstrucción del régimen estatal. En los tiempos de la Gran Dieta participó en calidad de diputado en las reuniones en casa de Małachowski, donde se le iniciaba en la redacción del nuevo decreto gubernamental14. Aquel día memorable de 3 de mayo de 1791, Adán Casimiro se encontraba en la sala de las sesiones del Castillo Real, observando a Estanislao Augusto, agotado por la sesión que se prolongaba ya más de seis horas. El rey miraba impotente a los oradores. Sobre las cinco de la tarde, temiendo que la oposición impidiese la aprobación de la propuesta antes del cierre de la sesión, los partidarios de la Constitución, (llamados „patriotas”), se preguntaban qué hacer. De repente habló el príncipe Czartoryski, que solía permanecer callado. Basta – dijo -es hora de acabar ya con eso. A partir de ese momento, la sesión se precipitó hacia la conclusión final. El presidente Małachowski propuso que sólo los adversarios del proyecto tomasen la palabra. Apenas llegaron a contar once diputados. El monarca levantó la mano dando a entender que quería hablar. Entonces el diputado Michał Zabiełło se puso súbitamente de pie, anunciando que el rey iba a juramentar la Constitución. En la sala se observó una fuerte conmoción, que pronto se transformó en euforia. Ante las aclamaciones al rey y a la nueva constitución, los opositores fueron totalmente impotentes. El mismo Estanislao Augusto fue sorprendido por el curso que habían tomado los acontecimientos. Se subió a una silla para que se le viera mejor y, con una mano sobre la Biblia, terminó de juramentar la Constitución.15 Volvamos al análisis de los personajes del cuadro. Los que fueron elegidos por el artista como protagonistas de la escena son Małachowski, Kołłątaj, Estanislao Augusto y su sobrino, el principe José Poniatowski, quien era comandante de las tropas que estacionaban en Varsovia. La presencia del último en la escena de la procesión a la catedral coincide con los hechos históricos. El príncipe era un partidario entusiasmado de la Constitución, que fue promovida por intriga, de manera antidemocrática (es decir, sin lectura previa, debate ni cómputo de voces). La facción de los ”patriotas”, adelantándose a los ataques de la oposición y para prevenir una posible intervención armada, orde14. Sobre Adam Kazimierz Czartoryski: Frączyk, M., op. cit.; Waniczkówna, H., «Czartoryski Adam Kazimierz», en: Polski Słownik Biograficzny, t. IV, [s.e.], Cracovia, 1938, 249–257. 15. Bauer, K., op. cit., .141–144; Łojek, J., Ku naprawie Rzeczypospolitej. Konstytucja 3 Maja, Wydawnictwo Interpress, Varsovia, 1988, 89–91; Łojek, J., Rok nadziei i rok klęski 1791–1792, [s.e.], Varsovia, 1964, 47. 58 barbara obtułowicz nó a las tropas de Poniatowski rodear el Castillo, que de este modo se convirtió en una una plaza protegida, como correspondía a un edificio público. El mismo príncipe estaba en la sala de sesiones junto con un grupo de ulanos (lanceros, soldados de caballería) protegiendo a su tío, Estanislao Augusto Poniatowski. Después del juramento del monarca, a propuesta de éste último, los diputados se dirigieron a la catedral de San Juan. En el trayecto entre el Castillo Real y la Catedral se había reunido multitud de varsovianos, aldeanos y delegados de las ciudades libres, vitoreando al rey y a la Constitución. Las tropas del príncipe Poniatowski cerraron filas presentando armas, momento que Matejko reflejó en su cuadro. Gracias a esa actitud de los soldados se consiguió mantener cierto orden, aunque varias personas que habían acudido al Castillo, junto con los burgueses que levantaron en hombros a los presidentes de la Dieta, consiguieron atravesar el cordón y mezclarse con el cortejo16. Detrás de los parlamentarios que habían participado en la sesión avanza a caballo Poniatowski. Presenta una actitud rígida y su vista está fija en el grupo de personajes que salen de la Catedral para saludar al rey. Su rostro emana gravedad junto con una actitud reflexiva e incluso apesadumbrada. Como si presintiese la fugacidad del momento y que pronto le tocaría guerrear en defensa de la Constitución. A la derecha del príncipe avanza un personaje identificado como Antoni Tyzenhauz, impulsor de la industria y educación en la región de Lituania. En realidad no es posible que hubiese participado en el cortejo, puesto que falleció en 1785. Colocarlo en el cuadro fue probablemente un acto de homenaje por sus méritos para el desarrollo económico del país y además hacía referencia al programa de reformas económicas. No lejos de él se ve a un religioso ortodoxo, cuya presencia evoca la aprobación de la jerarquía de la Iglesia Ortodoxa Polaca, independiente de la rusa, en junio de 1791, es decir, dos meses después de la aprobación de la Constitución del 3 de mayo. La multitud alrededor de Poniatowski y detrás de él es anónima. Sólo se pueden reconocer unos pocos. Las fuentes indican que varias personas reales fueron retratadas en el lienzo, pero no somos capaces de localizarlas. Hay un oficial y varios burgueses pudientes, pero también unos vagabundos y un pícaro trotando a caballo. En la zona inferior del cuadro destacan tres enigmáticas siluetas, modestas pero elocuentes. Una de ellas, debajo de Branicki, es San Clemente Maria Hofbauer vel Dworzak, pionero de la misión 16. Zienkowska, K., Stanisław August Poniatowski, Zakład Narodowy Imienia Ossolińskich, Wrocław 1998, 330–333; Askenazy, Sz. Książę Józef Poniatowski 1763–1813, Państwowy Istytut Wydawniczy, Varsovia, 1974, 63; Skowronek, J., «Poniatowski Józef Antoni», en: Polski Słownik Biograficzny, t. IV, op. cit., 429. La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía 59 de la Congregación del Santísimo Redentor, rector de la iglesia de San Benón, capellán de la población humilde de Varsovia. Su rostro expresa descontento e impotencia, y su mano se extiende en un gesto de ruego de limosna. Según los conocedores del tema17, la actitud de Hofbauer debe ser interpretada como preocupación por el futuro de su patria adoptiva, una visión profética de la desdichada suerte de Polonia. En la esquina inferior derecha el artista ha representado a dos judíos. Los dos parecen expresar su aprobación por la Constitución, la cual, sin tratar expresamente del problema judío, ofrece a todas las gentes,independientemente de la confesión, paz en su rito y protección del Estado18. El judío mayor, con la barba blanca, que le está dando la cara al espectador, tocado con gorra de piel de zorro, muestra con una mano el característico gesto de: “Sy git”, que significa ¡Todo bien! El más joven, en cambio, está observando con atención, tal vez incluso fascinado, la marcha del 3 de mayo. El hombre tiene el rostro de Maurycy Gottlieb, el discípulo predilecto de Matejko, en aquel momento ya fallecido. Sin embargo, teniendo en cuenta que la ley del 3 de mayo no anunciaba mejoras en la situación de los judíos, así como la ambigüedad de la actitud del mismo Matejko frente a los judíos, otra interpretación probable es que estos personajes simbolicen el oportunismo propio de esa nación. Sobre las cabezas de la multitud ondean banderas difíciles de reconocer, y que parecen no desempeñar un papel importante, salvo el blanco estandarte real con el escudo de Polonia. Es el que hace fondo para el texto de la nueva ley, que el presidente de la Dieta Małachowski muestra a los presentes. En la cubierta figura la inscripción: Konstytucja 3 Maja 1791 (Constitución del 3 de Mayo de 1791). Cabe destacar que éste es el título del cuadro pintado por Matejko y no el de la ley, que se denominaba Decreto Gubernamental. Aprobado el 3 de mayo de 1791. El cuadro destaca por su dinamismo. La representación de las vestimentas, de los edificios e incluso del aspecto del pavimento está a medias entre el realismo y la invención del autor. La pintura de Matejko no es una obra histórica sino más bien historiosófica. Desgraciadamente, el artista no dejó indicaciones claras que permitieran descifrar su actitud personal ante la Constitución del 3 de mayo. La información está astutamente ocultada en los personajes de los “narradores”, “comentadores” o “testigos” del acontecimiento, es decir, Hofbauer, los dos judíos o el realista francés. Las interpretaciones de los expertos son 17. Se trata de Emanuel M. Rostworowski y Jarosław Krawczyk. 18. Art. 1 de la Constitución: Religia Panująca (Konstytucja 3 Maja 1791, ed. Leśnodorski B., Państwowe Wydawnictwo Naukowe, Varsovia, 1981, 4). 60 barbara obtułowicz Juan Matejko (1891), Constitución del 3 de mayo de 1791 (Castillo Real de Varsovia) discrepantes, así que sólo podemos adivinar el significado de los gestos de los personajes. Por otro lado, sabemos que las opiniones políticas del pintor coincidían básicamente con las del círculo de historiadores de Cracovia, quienes eran críticos con la ley de mayo. Matejko incluyó una referencia al 3 de mayo en otro de sus cuadros perteneciente al ciclo Dzieje cywilizacji w Polsce (Historia de la civilización en Polonia). Se trata del cuadro Konstytucja 3 maja-Sejm Czteroletni-Rozbiór R.P. 1795 (Constitución del 3 de mayo – Dieta de los Cuatro Años – Partición de la Republica Polaca 1795). La obra contiene alusiones a los tres acontecimientos del título. Observamos pues una elegante sala del Castillo Real al atardecer. Es el apartamento privado del rey Estanislao Augusto, decorado con bajorrelieves y numerosas pinturas, que no se pueden identificar por la escasa iluminación. Conforme a la regla de composición artística que obliga a colocar los elementos más importantes a la izquierda (por el lado de la entrada), encontramos ahí una zona iluminada por la luz de candelabros visibles al fondo de la estancia. Desde aquella zona entran en la habitación el príncipe Adán Casimiro Czartoryski, Hugo Kołłątaj con el libro de reformas y el resto de los ilustrados polacos. Los que parecen más atareados son Zamoyski y Staszic, sentados modestamente a un lado. Están elaborando el proyecto del Decreto gubernamental. El primado Michał Poniatowski (hermano del rey), sentado a la mesa, les da la espalda, ocupado con sus asuntos. En el centro está el rey Estanislao, con expresión de cansancio, semi-tendido sobre un sofá. La señora Grabows- La Constitución del 3 de mayo de 1791 en la iconografía 61 Juan Matejko (1889), Constitución del 3 de mayo – Dieta de los Cuatro Años – Partición ka, sentada a su lado, juguetea con su abanico, manteniendo una ingeniosa conversación con dos personas del círculo de los ilustrados. La mirada del rey se dirige hacia la esquina derecha, sumida en la penumbra, donde el príncipe ruso Repnin está recostado en una butaca, mientras el diputado prusiano Girolamo Lucchesinim le susurra algo al oído. Es una clara alusión a la tercera partición de Polonia. Al contemplar el cuadro, podemos observar inquietantes detalles: una silla volcada en el centro, flores esparcidas en el suelo, el reloj sobre la chimenea que mide los últimos instantes de la soberanía polaca, el busto de la zarina Catalina II, que domina sobre la escena desde la pared derecha, un personaje misterioso que surge del marco del espejo, o la expresión del rostro de los personajes, que emanan reflexión, preocupación, altivez, orgullo, impaciencia, desazón, e incluso seguridad o cinismo. Además, este ambiente va a ser reflejado sobre un cuadro, ya que junto a la ventana se puede ver un caballete, aunque el pintor no está presente y no se sabe quién va a realizar ese trabajo. En este esbozo, de excelente ejecución, continua la reflexión de Matejko sobre la ley de mayo. Asimismo es evidente su criticismo frente a los tres acontecimientos mencionados en el título, que anticipaban la descomposición definitiva del Estado polaco19. 19. Rezler, M., op. cit. 62 barbara obtułowicz La Constitución del 3 de mayo es considerada la primera constitución moderna en Europa y la segunda en el mundo (tras la americana de 1787). En lo que toca a su presentación iconográfica, también se sitúa entre las primeras. Es indudablemente el mérito del maestro de Cracovia, quien rechazó los esquemas y persiguió la originalidad del enfoque. Además, la aprobación de la ley de mayo en una Polonia enfrentada a la amenaza de la pérdida de la soberanía, fue un evento de gran dramatismo que debió ser plasmado en una composición dinámica. Por otro lado también, las sesiones de las Cortes de Cádiz, que duraron casi dos años (1810–1812), tuvieron lugar en un contexto de amenaza a la soberanía española. En la sala de sesiones, al igual que en la Dieta Polaca, competían diversas visiones del futuro del Estado. A pesar de ello, los artistas españoles se limitaron a reproducir los modelos conocidos y afianzados en la historia de la pintura, como las alegorías, de moda en aquella época, o la reproducción de los momentos culminantes. Entre las últimas cuenta el más conocido cuadro de José María Casado del Alisal, quien en 1862 pintó la escena de investidura del parlamento el 24 de enero de 1810 en la iglesia parroquial de San Fernando (Juramento de las Cortes en la Iglesia Mayor Parroquial de San Fernando) y el lienzo de Salvador Viniegra (La promulgación de la Constitución de 1812) pintado en 1912. Cristina González Caizán (Varsovia) El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española. La misión de Pedro Normande y Mericán en Varsovia1 A lo largo del siglo XVIII las relaciones diplomáticas entre España y Polonia y viceversa fueron esporádicas e intentaron dar respuesta a circunstancias puntuales o excepcionales. El primer representante oficial de la recién estrenada monarquía borbónica española acreditado en Varsovia llegó a esta capital en 1746. Se trataba de Guido Jacinto Besso Ferrero Fiesco y Saboya, conde de Bena, un noble de origen piamontés al servicio de Felipe V2. La misión de Bena en Polonia era muy clara: estudiar las distintas maderas de los bosques de estas latitudes e informar de la calidad de las mismas al marqués de la Ensenada, a la sazón ministro de Marina desde 17433. Poco más de cuatro año sirvió el conde en esta misión siendo cesado, a petición propia, a finales de 17484. 1. Este artículo recoge en gran medida el trabajo y las notas de la tesis de licenciatura inédita “La misión de Pedro Normande en Varsovia 1790–1791”, defendida por doña Anna Fierla en la Universidad de Varsovia en 1997. Sirva este texto como un sentido homenaje para su autora homenaje para su autora fallecida en diciembre de 2010. 2. En realidad, Bena había sido nombrado embajador de España en Sajonia, pero al ser el elector al mismo tiempo el rey Augusto III de Polonia, representó también a España en este país hasta 1748. 3. Ensenada necesitaba un buen maderaje para continuar con la gran transformación de la marina española ideada desde sus primeros años al frente del ministerio y crear una poderosa flota dispuesta a atacar a Inglaterra en el momento oportuno. González Caizán, C. La red política del Marqués de la Ensenada, Fundación Jorge Juan, Novelda (Alicante), 2004, 133–135. Sobre los planes del ministro, véase Gómez Urdáñez, J. L. El proyecto reformista de Ensenada, Milenio, Lérida, 1996, 177–262. 4. En sus cartas podemos leer una cascada de quejas tanto por el poco juego de su misión como por los problemas meteorológicos propios de estas latitudes. Por ejemplo, en una ocasión escribió: «Amigo de mi corazón. Muy apartado estoy del mundo e ignorante de lo que en él pasa. La Dieta en la que aquí me hallo poco interesa a nuestra corte; el país en sí no es de los más agradables y la falta de medios 64 cristina gonzález caizán Tras la partida del conde de Bena a Madrid a principios de 1749, el silencio de nuevo se adueñó de las relaciones diplomáticas entre ambos países5. Doce años tendrán que pasar para que un nuevo enviado del rey de España pise las calles de Varsovia. En esta ocasión la elección recayó en un grande de España, Pedro Pablo Abarca de Bolea, X conde de Aranda. La presencia de un personaje de la talla del conde de Aranda en Polonia tiene un significado más sencillo del que en un principio pudiéramos suponer. Carlos III, rey de España desde 1759 tras el fallecimiento sin descendientes de su hermanastro Fernando VI, estaba casado desde 1739 con María Amalia de Sajonia, hija de Augusto III, rey de Polonia6. Por lo tanto, las cortes de Madrid y Varsovia pasaban en estos momentos a ser “cortes de familia” y la presencia de embajadores en las distintas residencias oficiales era de requerimiento obligado. La elección del conde de Aranda para esta misión vino de la mano de la reina María Amalia y sus deseos de agradecer los servicios prestados por el conde a su regia familia cuando cayó indispuesta en Zaragoza a los pocos días de su llegada a España7. El conde de Aranda llegó a Varsovia en septiembre en que estoy me lo hace intolerable». Bena a Ensenada, Varsovia, 5 de octubre de 1746. Archivo General de Simancas (en adelante AGS), Secretaría de Guerra, leg. 5307. En este legajo aparecen muchos más detalles de su estancia en Polonia y Sajonia. 5. El diplomático Jaime Masones de Lima refleja muy bien el ambiente de estas relaciones: «en tres años que he estado en Madrid, nunca he oído que se pensase en tener ministro en aquella corte pues, para lo poco que teníamos que hacer en ella, ya estaba Kollovrat en Madrid». Masones de Lima a José de Carvajal, París, 22 de febrero de 1753. Véase Ozanam, D. Un español en la Corte de Luis XV: cartas confidenciales del Embajador Jaime Masones de Lima, 1752–1754, Publicaciones de la Universidad de Alicante, San Vicente del Raspeig, 2001, p. 119. El ministro sajón aludido es Johann Josep Hyacinth, conde de Kollowrat. Sirvió en España durante los periodos 1738–1741 y 1763–1766. Más sobre su misión en Wierzbicka, E. “Stosunki Saksonii i Polski z Hiszpanią i Neapolem za panowania Augusta II i Augusta III”, en Przegląd Historyczny, Varsovia, (3) 1999, 285–303. 6. Desde 1735, Carlos de Borbón Farnerio era Carlos VII de Nápoles y IV de Sicilia. Por lo tanto, desde 1737 hasta 1759, Carlos y María Amalia ciñeron la corona del reino también llamado de las Dos Sicilias. Sobre el regio matrimonio véase González Caizán, C. “María Amalia de Sajonia. La pasión de Carlos III”, en Estudios Hispánicos. Revista Internacional del Hispanismo Polaco, t. XIV, Wrocław, 2006, 161–180. 7. El 17 de octubre de 1759 llegaron Carlos III y María Amalia al puerto de Barcelona. El séquito real partió de esta ciudad el 22 con destino a Zaragoza para visitar la Basílica de la Virgen del Pilar y dar gracias a la “Pilarica”, patrona de España y de sus Indias. Lo que debía haber sido una estancia de pocos días en la capital del Ebro se prolongó durante casi un mes. Varios infantes, entre los que se encontraba el primogénito Carlos, cayeron enfermos con sarampión. A poco más de 32 kilómetros de Zaragoza, en Épila, se encontraba el conde de Aranda. La destreza con la que intervino el conde en auxiliar a la familia real le valió la protección de la reina. Gracias a ella, Aranda fue devuelto a la vida política activa al ser nombrado embajador en el Reino de Polonia. Makowiecka, G. Po drogach polsko-hiszpańskich, Wyd. Literacki, Kraków-Wrocław, 1984 p. 155. El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española... 65 de 1760 y permaneció en la capital del Vístula hasta mayo de 1762. Tanto su correspondencia de oficio como privada ofrecen un amplio y detallado análisis a los historiadores de la vida política polaca (de la que estaba muy enterado tanto de sus asuntos internos como externos) y también la privada (de la que era un afamado anfitrión). Al mismo tiempo, son todas ellas un buen material para conocer las costumbres y tradiciones del país8. La embajada de España en Polonia solo sobrevivió un año a la partida del conde de Aranda. Durante este breve periodo de tiempo el secretario del conde, José de Onís y López, fue el encargado de dirigirla. Y desde esta fecha hasta 1790 –es decir, durante 26 años–, España y Polonia no mantuvieron contactos diplomáticos. Pero en 1790 las relaciones se reanudaron y además por iniciativa del trono polaco. El trauma que había supuesto el primer reparto de Polonia entre Rusia, Prusia y Austria en 1772 no había sido superado, y el temor a un segundo era más que evidente. Estanislao Augusto Poniatowski, considerado por algunos autores como el gran iniciador del servicio diplomático polaco9, pensó que cuantas más relaciones se estableciese con otras cortes, más podría dar a conocer el punto de vista de los intereses polacos y al mismo tiempo enterarse con la mayor celeridad posible de aquellas decisiones que llevasen consigo unas consecuencias –principalmente negativas– respecto a la suerte de su reino. Por lo tanto, había que establecer alianzas, conseguir apoyos y buscar información, cuanto más, mejor. Con estos objetivos llegó a Madrid en enero de 1790 Lewis Littlepage, «ese excelente mozo americano» según palabras de José Moñino y Redondo, I conde de Floridablanca y secretario de Estado por aquel entonces10. Littlepage ya conocía nuestro país de una estancia anterior. Tras sus estudios en Virginia, el primer reino del viejo continente que visitó fue España, quizá fuera esa una de las razones por las cuales Poniatowski le encomendó esta misión11. 8. Véase Colección de Documentos Inéditos para la Historia de España, por el Marqués de la Fuensanta, D. José Sancho Rayón y D. Francisco Zabalburu, t. CVIII y t. CIX, Madrid, 1966; González Caizán C., Taracha, C., y Téllez Alarcia, D. (eds.). Cartas desde Varsovia. Correspondencia privada del Conde de Aranda con Ricardo Wall (1760–1762), Werset, Lublin, 2005. 9. Zawadzki, Wacław. Polska Stanisławowska w oczach cudzoziemców, Państwowy Instytut Wydawniczy, Varsovia, 1963, t. 2, 130. Este autor le presupone conocedor de los detalles de este servicio por haber empezado su actividad pública como secretario de la embajada inglesa en San Petersburgo en 1755. 10. Rumeu de Armas, A. El testamento político del Conde de Floridablanca, Diana: Escuela de Historia Moderna, Madrid, 1962, 103. Sin duda Floridablanca estaba haciendo honor a su origen americano. Louis Littlepage había nacido en Hanover County (Virginia) en 1762. 11. Littlepage había arribo a España gracias a la ayuda de su pariente el diplomático John Jay, primer americano acreditado en Madrid en los años 1779–1782. Littepale estuvo en el sitio de Gi- 66 cristina gonzález caizán En cualquier caso, a Carlos IV, hijo de María Amalia de Sajonia y nieto por lo tanto de Augusto III, la propuesta le pareció aceptable cediendo a la petición de intercambiar embajadores. Si bien, debemos tener en cuenta en este contexto un hecho muy importante. Los intereses de la corte española consistían en mantener buenas relaciones con los vecinos de Polonia (rodeada por monar­quías absolutas). Las relaciones de España con la Francia revolucionaria eran bastante tensas y el gobierno español veía en Rusia, con quien ya se mantenía importantes contactos comerciales, su principal aliada en la zona12. Polonia podría haberse convertido en un aliado más digno si se hubieran realizado los planes vinculados a la exportación de granos y arboladuras que ya estaba en la mente desde los tiempos del conde de Aranda. Pero no fue así y los intereses de España estaban en Rusia y no en Polonia. En definitiva, las palabras del conde de Floridablanca son bastante significativas de las pretensiones de Madrid con respecto al restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Varsovia: El rey de Polonia ha deseado mucho restablecer la misión o legación de ambos reinos y su recíproca inteligencia y armonía (…) Las ideas de la Polonia eran de obtener los oficios de la España al tiempo que las cortes imperiales [Rusia y Austria] hiciesen su paz con los turcos, para que no se perjudicase ni a su territorio ni a sus derechos, navegación y comercio por el Dniester y otros ríos que desembocan en el mar Negro. Se le ofrecieron y cumplieron estos oficios, pero con la precaución de no comprometernos con la Rusia, a quien nos convenía atraer a nuestros intereses. Todos saben que la idea principal de los polacos ha sido la de cortar la gran influencia (o llámese dominación) de la Rusia en el gobierno de Polonia, de lo cual hemos procurado prescindir, con la posible discreción, sin disgustar a una y otra potencia13. Según se desprende del contenido, Floridablanca debía encontrar a alguien con suficiente experiencia y conocimientos en los asuntos del “norte de Europa” para ser enviado a la corte de Poniatowski. Además, al elegido le correspondería defender los intereses españoles en la zona pero sin hacer pobraltar de 1781 y visitó la Armada española elaborando un informe muy bien visto por Madrid. En Polonia, Littlepage gozaba de un privilegio dudoso pues se le suponía por algunos agente ruso (Véase Zawadki, W. Polska Stanisławowska w oczach cudzoziemców , t. 2, 808). Sobre este personaje véase Boand, Nell Holladay. Lewis Littlepage, Whittet & Shepperson, Richmond, 1970. 12. Schop Soler, A. M. Las relaciones entre España y Rusia en la época de Carlos IV, Publicaciones de la Cátedra General de España, Barcelona, 1971; Ídem. Un siglo de relaciones diplomáticas y comerciales entre España y Rusia, 1733–1833, Ministerio de Asuntos Exteriores, Madrid, 1984. 13. Rumeu de Armas, A. El testamento político del Conde de Floridablanca, p. 103. El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española... 67 lítica y sobre todo sin disgustar a la Rusia de Catalina II. Encontrar a este sujeto no resultó fácil –al menos así lo demuestra la tardanza en el nombramiento definitivo del embajador–. Hecho que sin embargo contrasta con la premura de la corte de Madrid en enviar a la de Varsovia un representante a la espera de la decisión oficial. De esta manera, y a tan solo tres meses de la solicitud de Littlepage, era enviado a la capital del Vístula Pedro Normande y Mericán, un diplomático con amplia experiencia en las embajadas de estas latitudes y que en esos momentos se encontraba en Frankfurt informando sobre la Dieta que debía elegir al sucesor de José II. Normande acudió al reino eslavo en calidad de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, a la espera de la elección definitiva del embajador. El elegido resultó ser sorprendentemente Miguel de Cuber, un hombre ajeno al mundo de la diplomacia pero bien situado en el entorno familiar de Carlos IV14. Pedro Normande y Mericán. Pinceladas de su vida15 Pedro Normande y Mericán, caballero de la Orden de Carlos III (1783), contaba con 48 años cuando llegó a Varsovia en junio de 1790. Nacido en la pequeña localidad francesa de Hagetaubin, en la región de Aquitania, en 1742, desconocemos los pasos de su existencia personal y profesional hasta 1765. Ese año entraba al servicio de la Embajada española en Suecia como secretario particular de Francisco Guillermo Lacy y White, conde de Lacy, ejerciendo de encargado de negocios en sus ausencias. En la corte sueca se mantuvo hasta 1772. Inmediatamente después pasó a servir en un país en el cual pasaría dieciséis años de su vida: Rusia. Primero como secretario en aquella Legación (1772–1783), ejerciendo también la función de encargado de negocios en ausencia del embajador –que de nuevo era el conde de Lacy. Pedro Normande regresó a España en 1782 y fue nombrado intendente en Córdoba, puesto que no llegó a ejercer. En 1784 se le concedió el puesto de ministro plenipotencia14. De hecho, esta era la primera misión de Cuber al frente de una embajada. Anteriormente había sido secretario de los infantes Gabriel (1771–1777) y Pedro (1778–1790). Ozanam, D. Les diplomates espagnols du XVIIIe siècle. Introduction et répertoire biographique (1700–1808), Casa de Velázquez, Mayson de Pays Ibériques, Madrid, 1998, 241–242. 15. Las referencias biográficas de este diplomático en Przezdziecki, Richard, “Embajadas españolas en el siglo XVIII”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, CXXIII, Madrid, 1948, 386–396 y Ozanam, D. Les diplomates espagnols du XVIIIe siècle, pp. 370–371; Fierla, A. La misión de Pedro Normande en Varsovia, passim. 68 cristina gonzález caizán rio en Rusia. En la corte de los zares se mantuvo hasta 1788, pasando después a Dresde a la espera de órdenes. A la muerte del emperador José II –ocurrida el 20 de febrero de 1790– se le envió a Franfourt para informar, como hemos visto unas líneas más arriba, de los acontecimientos de aquella Dieta de elección. En abril de 1790 recibió la misión de pasar a Varsovia a informar de los sucesos de aquel país y designado de forma interina16. Sin embargo Polonia no era un país ajeno para Normande. El diplomático español ya había viajado a estas tierras en 1787, visitando Varsovia, Cracovia y sus alrededores17. Un año después de este periodo vacacional, fue cesado de su puesto y enviado a Dresde. Las razones de su salida de Rusia no son claras. El hispanista francés Didier Ozanam nos dice que tras regresar de este viaje por Polonia, Pedro Normande dio signos de alienación mental y delirio. Incluso informes médicos y cartas del secretario de la legación Pedro Macanaz y del cónsul Antonio Colombí y Payet confirmaban el mal estado de salud mental del diplomático. Por esa razón, Normande abandonó San Petersburgo con destino a España el 5 de julio de 1788, con el fin de reposar y recuperarse18. Ana María Shop Soler señala otra razón con tinte más político. Si Normande fue retirado de San Petersburgo no se debió a sus problemas de salud, sino a las protestas de los embajadores de Francia, Austria y Nápoles en la corte de los zares (incluso apunta que estas protestas venían avaladas por el secretario Pedro Macanaz), por la excesiva desconfianza del diplomático español con respecto a Francia19. Sea como fuera y desde luego aparentemente restablecido, Pedro Normande aceptó su nueva misión presentándose en Varsovia el 25 de junio de 1790. Al poco de su llegada a Varsovia, informaba a Floridablanca cómo muchos ministros extranjeros acreditados en la capital del Vístula se habían admirado de la celeridad con la cual Carlos IV había condescendido en nombrar representante suyo antes de que se supiera siquiera el nombre del futuro embajador de Polonia en Madrid. Estos mismos ministros sospechaban también que Normande era el destinado a cumplir la misión de embajador. Sin embargo, el diplomático español pidió al nuncio papal que le presentase al rey polaco 16. Przezdziecki, R. op. cit., 386. 17. En concreto Normande, aprovechando un permiso de trabajo en la corte moscovita, visitó Polonia del 22 de febrero al 13 de agosto de 1787. Fierla, A. op. cit., 10. La correspondencia entre Normande y Floridablanca durante estos meses en AGS, Estado, leg. 6658. 18. Ozanam, D., op. cit., 370. 19. Schop Soler, A. M. Zur Geschichte des Spanischen Ministers und Rusland, Saeculum, 1972, 144, citado en Fierla, A. op. cit., 10. El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española... 69 “como viajero” y así lo recibió Estanislao Augusto Piniatowski, esperando que el español obtuviera su cargo diplomático definitivo en Varsovia20. Al mismo tiempo, también en Polonia se buscaba embajador para ser enviado a España. La Gran Dieta había designado como ministro plenipotenciario a Feliks Oraczewski, quien por razones familiares pidió el favor de ser enviado a París, lo que se le concedió. La elección definitiva recayó en Tadeusz Morski el 14 de agosto21. Según Normande, Morski era «un hombre amable en la sociedad, de un trato más seguro que cualquier otro de allí; bastante instruido y muy sagaz, pero está muy imbuido de las nuevas máximas de independencia y de los derechos del hombre»22. Tan solo cuando este nombramiento fue oficial, Normande escribió a Madrid solicitando desempeñar el cargo de embajador. Pero sus aspiraciones no se vieron colmadas y en noviembre le llegaron sus credenciales para el puesto de “enviado extraordinario y ministro plenipotenciario” hasta la llegada del designado para el puesto de embajador, Miguel de Cuber23. Pedro Normande y Mericán. Estacia en Varsovia Tal y como se recoge en el trabajo de Anna Fierla, la estancia de Pedro Normande en Varsovia pasó prácticamente desapercibida entre sus contemporáneos24. Se puede decir que Pedro Normande cumplió a la perfección el mandato del conde de Floridablanca: discreción. El diplomático español evitó cualquier actividad visible, nadie le reprochó nunca nada, se dedicó a sus tareas de representación y la gran mayoría de las personas que estuvieron ese tiempo en Varsovia ni siquiera notaron su presencia. Tan solo parece existir una mención a su persona, la emitida por el poeta, dramaturgo y estadista Julian Ursyn Niemcewicz: Igualmente desde los tiempos de Augusto III no se había visto en Polonia al ministro de España, el último ha sido el famoso conde de Aranda25. Resulta que este ministro en hoy el señor Normandes (sic). Era un hombre de talentos me20. AGS, Estado, leg. 6597. Pedro Normande al conde de Floridablanca, Varsovia, 30 de junio de 1790. 21. Makowiecka, G. op. cit., 172. 22. Przezdziecki, R. op. cit., 387. 23. Fierla, A. op. cit., 13. 24. Ibíd., 8–22. 25. En verdad el conde de Aranda dejó un gran recuerdo entre sus contemporáneos. Véase La Oda “Ad comitem Aranda”de Estanislao Konarski, Werset, Lublin, 2012. 70 cristina gonzález caizán diocres, pero honesto. Había sido anteriormente ministro en Petersburgo y trajo consigo una cantidad de amatistas, con las cuales se solía adornar. Recuerdo que cuando vino a la sesión del parlamento la primera vez, al recordar que antaño las Cortes rodeaban a los reyes españoles como nosotros lo hacemos hoy, se conmovió a lágrimas26. A los pocos días de instalarse en Varsovia, escribió su primera carta al conde de Floridablanca fechada el 5 de julio de 179027. En ella, Normande muestra su sorpresa al observar cómo han mudado los asuntos en Polonia desde la última vez que visitó el país en 1787. En aquel entonces los principales instrumentos de la política rusa en Polonia eran: garantizar el régimen para evitar cambios constitucionales; mantener una presencia destacada del ejército ruso para protegerse de cualquier tipo de oposición militar y el dictado de los sucesivos embajadores rusos en la corte de Varsovia: Repin, Wołkoński, Saldern y Stackelber. En poco más de dos años, estos tres elementos habían dejado de existir. Pedro Normande lo describe con estas palabras: Las cosas han mudado de tal modo en Polonia de tres años a esta parte que sólo habiéndolas visto tres años hace y viéndolas ahora, se lo puedo uno persuadir. Se ha mudado la constitución en general; se ha creado un ejército; los estados se han apoderado de casi toda la autoridad real, la que siempre ha sido muy limitada aquí principalmente en este reinado28; se han establecido contribuciones onerosas, conformándose la nobleza, que era franca, a repartirlas con las demás clases de vasallos. Entre éstas, el clero está considerablemente tasado y se han hecho arreglos según los cuales los obispos perderán la mayor parte de sus rentas temporales. Una potencia vecina [Rusia] que era señora y dominadora suprema en este reino se ha visto precisada a retirar a su embajador [Otto Stackelberg] el cual, por su talento 26. Niemcewicz, J. U. Pamiętniki z czasów moich, Państwowy Instytut Wydawniczy, Varsovia, 1957, t.1, 292. También nos informa que Normande iba personalmente a la Dieta para asistir a las sesiones. 27. AGS, Estado, leg. 6597. Normande a Floridablanca, 5 de julio de 1790. 28. La frase es muy justa, según las reglas de la monarquía electiva cada rey polaco juraba durante su coronación los llamados “pacta conventa”; es decir, los artículos que protegían los privilegios de la nobleza. Las garantías que había jurado Estanislao Augusto Poniatowski durante su coronación, que tuvo lugar bajo la protección de las tropas rusas, limitaban aún más sus poderes. Ninguna otra monarquía electiva tenía tan débil el poder real como en Polonia. Las monarquías absolutas no tenían ningún poder legal que limitara sus acciones y los ministros de estado dependían tan solo de la gracia real. La monarquía electiva solía ser fuente de desazones entre los diplomáticos españoles. El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española... 71 personal y por su representación, ha sido aquí más temido y más obsequiado durante 18 años que el Monarca del país29. La correspondencia de Normande es extensa pero se reduce a referir los detalles y acuerdos de la Dieta entonces reunida y la situación exterior de Polonia30. El diplomático español señalaba con lamentos cómo en Polonia el rey no contaba con el respeto de la nación y marcaba algunos de los principales yerros en los cuales había incurrido: presencia de las tropas rusas en territorio polaco, preponderancia de los embajadores rusos en la corte de Varsovia y aceptación del primer reparto. En sus cartas se respira el evidente temor a un nuevo reparto pero no aparecen reflexiones críticas sobre la situación política interna o externa de Polonia. Sus informes son meramente descriptivos careciendo de brillantez y análisis. Quizá si hubiera poseído cifra –como era su deseo– hubiera podido enviar noticias más concretas, expresivas y personales, pero la cifra no le llegó nunca. Por lo tanto, el único canal que tenía para comunicarse era el estrictamente oficial. Y desde la oficialidad se le había exigido: discreción absoluta y no hacer ruido. No obstante, Pedro Normande sí se aventuró a señalar cuál era el origen del mal gobierno de la República y todos sus males. Para el diplomático español todo era fruto de la falta de poder absoluto. En esta carencia encontraba el origen de todos los padecimientos sufridos por el país eslavo. Solo mediante un régimen absolutista, Polonia podría alcanzar su independencia. La falta de autoridad real es algo que Normande no comprende. Le sorprende la enorme facilidad con la cual, por ejemplo, los embajadores del rey polaco abandonaban su misión en otras cortes extranjeras incluso después de estancias muy cortas y otros incluso ni llegaban a su destino31. Al diplomático español le asustaba esta falta de autoridad real y señalaba que en la nueva constitución sería fundamental declarar la monarquía hereditaria y así impedir el recelo de los disturbios de los interregnos. En este sentido el despacho que envió el 19 de enero de 1791 –y recogido por Richard Przezdziecki– es bastante ameno e instructivo sobre cómo también los polacos estaban cambiando y aceptando con naturalidad la idea de una monarquía hereditaria. El rey había cumplido el día 17 de enero cincuenta y nueve años, 29. AGS. Estado, leg. 6597. Pedro Normande al conde de Floridablanca, Varsovia, 5 de julio de 1790. 30. Fierla, A. op. cit., 23–61. Véase también varias de sus cartas en AGS, leg. 6597 y Archivo Histórico Nacional (en adelante, AHN), Madrid, Estado, legs. 4433 y 4382. 31. Fierla, A. op. cit., 67–70. 72 cristina gonzález caizán pero a causa de las sesiones de la Dieta no hubo recepción y los fastos del regio cumpleaños habían quedado reducidos a una representación de ópera italiana con la asistencia del monarca. La pieza elegida llevaba la firma del ya mencionado poeta Niemcewicz y se intitulaba: El nuncio de vuelta en su Palatinado32. Esta comedia, enteramente alusiva a la revolución operada por la Dieta, fue merecedora de los mayores aplausos. Uno de los episodios que mayor satisfacción produjo entre el público fue el relativo a hacer hereditaria la Corona, ridiculizando el sistema de elección, diciendo el diplomático español: «Acaso diez años hace, el público, en lugar de aplaudir hubiera pegado fuego al teatro». El nuncio de Kalisz quiso, en la Dieta, censurar al Gran Mariscal por haber permitido la representación de la comedia, pero se lo impidió la burla y la risa de los demás33. Poco después fue nombrado secretario de esta legación Leonardo Gómez de Terán y Negrete que llegó a Varsovia el 14 de abril34. Con despacho del 2 de marzo, Pedro Normande informaba a Madrid del acercamiento entre Prusia y Polonia enviando a Floridablanca noticias del proyecto del tratado ambos redactados además por el ministro de Inglaterra. También apuntaba a una próxima disgregación de Polonia: pues Prusia no renunciaba a la cuestión de Gdank y Torun35. Las sesiones de la Dieta en abril se ocuparon con mucho interés de atenuar las diferencias entre los nobles y los burgueses, de tal modo que llegaron a confundirse con el tiempo36, más por aumento del primero, concediendo sus privilegios a muchos burgueses que cumplieran cier32. En polaco: Powrót posła. Niemzewicz escribió esta comedia en tres actos en 1790 en una clara reacción a la política interior y exterior de Polonia. Se representó por primera vez el 15 de enero de 1790 y alcanzó un gran éxito. Un estudio de esta obra en Skawarczyński, Zdzisław. Wstęp, Julian Ursyn Niemcewicz, Powrót posła, Ossolineum, Wrocław, 1983. La pieza en cuestión puede consultarse en <http://www.wolnelektury.pl/katalog/lektura/powrot-posla.html>. 33. Przezdziecki, R., op. cit., 388–389. 34. Ozanam, D. op. cit., 281–282. 35. «Es tan punitivo el contenido de ambos documentos, que no puede menos de arrastrar el ascenso general contra la noticia de haber propuesto un nuevo reparto de la Polonia la Corte de Berlín a la Austria. Sin embargo, los antiprusianos no dejan de hacer el repaso, que la misma nota no disuade, de la idea de la Corte de Berlín de adquirir Danzig y Thorn en medio de haber publicado su encargado de los negocios que no quiere oír hablar de tal cesión la misma Corte, en vista de lo que repugna a gran parte de esta nación». AHN, Estado, leg. 4382. Normande a Floridablanca, 30 de marzo de 1791. 36. «Los Estados de este Reino en su Junta de antes de ayer han entendido y ratificado el Decreto, cuyos principios diré a V.E. con el último ordinario, que establecieron en su anterior sesión y de los cuales han de resultar en pocos años que se hallen confundidos uno en otro los dos órdenes de Nobleza y Burguesía. En publicándose esta pragmática (la que hará Época en la Historia de Polonia) enviaré a V.E. copia». AHN, Estado, leg. 4382, Normade a Floridablanca, Varsovia, 20 de abril de 1791. El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española... 73 tas condiciones o desempeñaran destinos en la milicia o la administración37. En la correspondencia de Normande observamos un cierto grado de admiración y apoyo por la burguesía como un motor de estabilidad necesario. Las sesiones de la Dieta se interrumpieron a causa de la Semana Santa38. La Constitución del 3 de mayo Al fin llegó el 3 de mayo de 179139. La noticia de la proclamación de misma fue una sorpresa para el diplomático español. Desde el principio, Normande utiliza la palabra “revolución” y observa una clara tendencia en debilitar la influencia que había venido ejerciendo la Rusia de Catalina II sobre Polonia. Sin embargo, Pedro Normande, en su primer despacho (de ese mismo día), se fijaba más en los considerables cambios que esta Constitución suponía para el gobierno del reino: Se ha verificado hoy aquí una revolución que consiste esencialmente en haberse resuelto en Dieta una mudanza total en la constitución del Reino. Se concede al Rey todo el poder executivo. Estará asistido S. M. polaca de seis ministros los cuales formarán su consejo y estarán a su nombramiento. Cada resolución del soberano estará firmada por uno de estos ministros y el que la firme será responsable de que es conforme a las leyes hechas por los Estados. Bastará que cualesquier de estos ministros no sea grato a los dos tercios de los vocales de la Dieta para que el rey lo haya de destituir. Se ha declarado al elector de Sajonia por sucesor de este soberano y la corona hereditaria en su descendencia con la circunstancia de que en caso de que no la tuviere masculina, recaerá la corona en su yerno con tal de que se case su hija con príncipe del agrado de los Estados. Todos los empleos quedan a nombramiento del rey, pero no se le deja el manejo del tesoro, el derecho de imponer tributos, ni de declarar la guerra ni hacer la paz. Con el correo de mañana enviaré a V. E. la relación de este suceso el cual se ha verificado sin el menor derramamiento de sangre ni grande oposición y según creo, sin la concurrencia de ninguna de las potencias extranjeras. Esta carta la di37. Przezdziecki, R., op. cit., 390. 38. R. Przezdziecki señala cómo era celebrada la Semana Santa en aquella época: «el Rey comulgó en público el Jueves Santo y lavó los pies y sirvió de comer a doce pobres; hizo las visitas de Viernes Santo; y el Domingo de Resurrección hubo comida de gala, con una mesa de treinta cubiertos, entre los que estuvo Normande, y mientras la comida los músicos de la Capilla Real tocaron sonatas de los mejores maestros. Presentó Normande al Rey y a la Corte al secretario Gómez de Terán» (Przezdziecki, R. op. cit., 390). 39. Fierla, A. op. cit., 76–83. 74 cristina gonzález caizán rijo a V. E. bajo cubierta del señor don Oracio Borghesi con correo que despacha a su corte este encargado de los negocios de Prusia40. El despacho enviado el día 4 a Madrid muestra a un Normande enterado de los acontecimientos del desarrollo de la sesión pero se abstiene de elaborar cualquier análisis político de los mismos41. También debemos comprender que Normande, sin conocer la lengua polaca, debió esperar a la traducción francesa de la misma para poseer un conocimiento detallado de la misma y no dejarse llevar por los rumores. Por eso el diplomático español pidió tiempo a Floridablanca, pero aún así sus informes sobre la Constitución continúan siendo limitados y superficiales42. La única excepción se refiere a las nuevas leyes sobre los nacientes burgueses, hacia los cuales muestra comprensión y aprecio. Y a la instauración de una monarquía hereditaria, la cual «ha adquirido un aumento considerable»43. El 18 de mayo, Normande informaba sobre la composición de los miembros del Consejo de Estado y el 25 enviaba a Floridablanca un ejemplar de la Constitución (impreso en Varsovia por P. Dufour, 8º, 43 páginas). Días después se publicó un folleto anónimo en polaco que se repartía furtivamente por las casas y era fulminante contra la nueva Constitución44. Pero este ambiente no pareció preocupar a Normande. Tampoco se inmutó ante el creciente ambiente parisino que se respiraba en la capital del Vístula. La creación de un Club de Amigos de la Constitución, la presencia de la burguesía en las calles de la capital o la propensión de erigir un templo en conmemoración de la nueva Constitución, son asuntos que narra sin ningún tipo de comentarios45. En su defensa podemos alegar que Normande deploraba carecer de cifra a fin de poder dar noticias más concretas y expresivas. Quizá fuera esta una de las razones de su “neutralidad” a la hora de analizar los acontecimientos. 40. Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 4382. Pedro Normande al conde de Floridablanca, Varsovia, 3 de mayo de 1791. 41. AHN, Estado, leg. 4382. Pedro Normande al conde de Floridablanca, Varsovia, 4 de mayo de 1791. Y la misma tónica continúa en las cartas de los días 7, 14 y 25 de mayo. Ocupadas prácticamente todas ellas de la “Revolución en Varsovia”, Normande sigue absteniéndose de hacer cualquier comentario. 42. Recordemos que en las instrucciones de Floridablanca se pedía no soportar ninguna acción dirigida abiertamente contra la zarina y, al mismo tiempo, el secretario de Estado intentaba salvar a España de cualquier influencia o cambio revolucionario. 43. AHN, Estado, leg. 4382. Pedro Normande al conde de Floridablanca, Varsovia, 4 de mayo de 1791. 44. Przezdziecki, R. op. cit., 393. 45. Fierla, A. op. cit., 82–83. El 3 de Mayo de 1791 en la correspondencia diplomática española... 75 Próximo a terminar su misión se complació en despacho del 10 de agosto en alabar la conducta del secretario Gómez de Terán. También señaló haber recibido noticias de Cuber desde Viena que estaba presto para salir a Varsovia. En cuanto llegara Cuber, Normande saldría de esta capital para visitar la provincia de Volhinia, única región que le era desconocida y muy interesante por la abundancia de sus frutos y comercio por el Mar Negro. El 23 de agosto comenzaba su correspondencia oficial Miguel de Cuber, que había llegado a Varsovia el 20. Pedro Normande permaneció todavía en esta ciudad hasta el 5 de noviembre, en que la deja definitivamente46. Poco después de su arribo a España, solicitó una nueva misión a Manuel Godoy. Concediéndosele el puesto de embajador en la corte de Dinamarca (1793–1800)47. En definitiva, en la correspondencia de Pedro Normande y Mericán no encontramos ninguna reflexión o crítica a la situación política y los cambios trascendentales sufridos en Polonia en los meses previos y posteriores a la Constitución del 3 de Mayo de 1791. Tampoco las hay en relación al propio texto constitucional. Quizá el diplomático español pensaba que el texto era tan claro que no hacía falta comentarlo. Pero lo más probable es que no estuviera seguro de cómo lo iba a interpretar el destinatario de la carta o temía que sus comentarios no coincidieran con los de Floridablanca. El conde “tenía horror de la nueva luz que venía de Francia”, por lo cual los cambios en Polonia podían parecerle demasiado revolucionarios. Normande parecía ignorar los asuntos internos de Polonia, con lo cual esta Constitución le sería de muy difícil comprensión, amén de tenerse que dejar llevar siempre por las traducciones de la misma. Por otro lado, en la correspondencia de Pedro Normande no encontramos sorpresa frente a los rasgos típicamente polacos. El diplomático español estaba acostumbrado a las naciones de esta parte de Europa y probablemente durante sus años de servicio en Rusia aprendió sobre el régimen de Polonia. Para Normande la evidente decadencia y caída moral del reino eslavo está directamente vinculada con la peculiaridad del sistema polaco. En cualquier caso el fortalecimiento de Polonia no estaba bien visto en Madrid. España llevaba una política de amistad con Rusia y quería hacer lo mismo con Austria. España se negó a intervenir en Polonia y no se comprometió en absoluto en ayudarla o apoyarla en aquellos cambios que parecían ayudarla 46. Przezdziecki, R. op. cit., 394–395. 47. Ozanam, D. op. cit., 370. 76 cristina gonzález caizán a salir de su caída48. Gabriela Makowiecka presentó a Normande como un diplomático excelente, amigo fiel de los polacos y entusiasta de una Polonia fuerte e independiente. Para esta autora, Normande alabó con entusiasmo la proclamación de la Constitución49. Sin embargo, leyendo detenidamente su correspondencia, Pedro Normande parece apoyar las reformas constitucionales polacas hasta el punto donde empiezan a constituir una amenaza para las influencias rusas en este país. Los intereses de la corte de Madrid pasaban por una Rusia fuerte y segura. Una política individual de Polonia y sobre todo una Polonia fuerte e independiente no había sido prevista por Madrid. Streszczenie Relacje dyplomatyczne pomiędzy Polską a Hiszpanią w XVIII wieku charakteryzowały się nieregularnością. W 1790 r., z inicjatywy dworu polskiego, narodziła się idea ich ożywienia. W tym celu do Madrytu wyruszył przedstawiciel Stanisława Augusta Poniatowskiego, Lewis Littlepage, który miał zaproponować Karolowi IV wymianę ambasadorów. Oferta spotkała się z zainteresowaniem króla Hiszpanii, a do Warszawy udał się doświadczony dyplomata Pedro Normande. Przybył on do Polski na kilka miesięcy przed proklamacją Konstytucji 3 Maja. Jego korespondencja z Warszawy świadczy o neutralnym nastawieniu wobec rozgrywających się wydarzeń. Konstytucja, oprócz innych korzyści, hamowała wpływy rosyjskie w Polsce. A Rosja była głównym sojusznikiem Hiszpanii w tej części Europy. 48. Anna Fierla defiende en su trabajo la gran profesionalidad mostrada por Normande al frente de su misión en Varsovia. Su experiencia, cuya prueba son sus métodos de prever un posible conflicto bélico), pragmatismo (su posición neutra a pesar de la política pro rusa española) y perspicacia (entendiendo el doble juego de Prusia), son solo algunos ejemplos de este buen hacer del diplomático española (Fierla, A. op. cit., p.95). 49. Makowiecka, G. op. cit., 168. La Constitución de Cádiz de 1812 José Luis Gómez Urdáñez (Logroño) Vísperas del Dos de Mayo E l Dos y el Tres de Mayo, la historia de España y la de Polonia vuelven a coincidir en torno a hechos singulares de enorme importancia histórica, política y sentimental. Para España, el Dos de Mayo fue el día de la sublevación de los españoles, en 1808, y el comienzo de su lucha por la “independencia de la patria”, que pagaron ese día y el siguiente con cientos de víctimas en Madrid, caídos ante la represión de los militares franceses a las órdenes de Murat, el lugarteniente de Napoleón. Para Polonia, el Tres de Mayo es el día en que se aprobó la Constitución de 1791, Konstytucja Trzeciego Maja –la primera constitución después de la de Estados Unidos, antes de la francesa-, un día de grandes esperanzas para los polacos, que sin embargo, lejos de traerles los beneficios que esperaban de la norma ilustrada, fue la antesala de la guerra y de la desaparición de Polonia como estado soberano, consumada en 1795. Para los dos países, el Dos y el Tres de Mayo son, pues, el principio del fin del Antiguo Régimen y el tránsito entre las ilusiones concebidas durante la Ilustración y la cruel realidad de la guerra y la revolución. En España, Goya o Jovellanos fueron testigos –y actores- de este proceso histórico que cambió el curso de la historia. También, de otra forma bien distinta, lo fueron los últimos reyes y su primer ministro y amigo, Manuel Godoy. Y –quién iba a imaginarlo- los soldados polacos al servicio de Napoleón también se dieron cita en España, bien para cubrirse de gloria en el campo de batalla –Somosierra, noviembre de 1808- o para sufrir la crueldad terrible de la guerra –los sitios de Zaragoza-, bien para ayudar con sus recuerdos a comprender las distintas facetas del conflicto y su dimensión internacional.1 Pero sobre ellos siempre estuvo la mirada 1. González Caizán, C. El anónimo polaco. Zaragoza en 1809. Institución Fernando El Católico, Zaragoza, 2012. La profesora González Caizán ha contribuido durante estos últimos años a rescatar las memorias de los polacos en España, dejándonos varias publicaciones de enorme interés. 80 josé luis gómez urdáñez de un personaje singular, el hombre que cambiaría de raíz el mundo establecido: Napoleón Bonaparte. La monarquía española La historiografía ha sido cruel con Carlos IV, el rey que tuvo que partir al exilio después de entregar el trono a José I Napoleón en las abdicaciones de Bayona, en 1808; fue por tanto el primer Borbón en salir de España, perdiendo la corona (luego le seguirían Isabel II y Alfonso XIII). Por eso, se han amplificado sus peores cualidades, su propia actitud de bonachón consentidor, al contrario de lo que se ha hecho con su padre, que pasa por ser el rey virtuoso, ilustrado y protector de ilustrados, que expulsa a los jesuitas; para algunos, incluso el que permitió el gobierno de volterianos y libertinos como el conde de Aranda, o Pablo de Olavide2. A diferencia del incensado Carlos III, Carlos IV fue blanco de la crítica desde antes de llegar al trono. No era tan inepto e indolente como se ha dicho, pero hubo de esperar cuarenta años a la sombra de su padre, sumergido en las rutinas de la vida familiar y expuesto a las intrigas políticas –como ocurrió siempre en el cuarto del príncipe-, en las que fue involucrado más que ningún otro vástago de la familia real en todo el siglo (luego lo sería más aún su propio hijo Fernando VII). Se dice que este último Borbón no tuvo interés por la política, quizás aplastado por la personalidad absorbente del padre, pero Carlos III le hacía despachar con él y, desde luego, la indolencia no se mostró en su temprana actividad política, cuando se prestó al juego del partido aragonés, tomando partido por los arandistas. La arriesgada carta que escribió a su padre tras la crisis política de 1776 –que dio como resultado la caída del secretario de Estado, el abate Grimaldi, sin que Aranda fuera llamado a mandar-, o la más arriesgada aún que dirigió al propio conde de Aranda en marzo de 1781 quejándose de “lo desbaratada que está esta máquina de la monarquía” y pidiéndole un “plan” para gobernarla –que el conde aragonés redactó haciéndose ilusiones de nuevo-, son elementos suficientes para delatar a un hombre inquieto, pendiente de los asuntos políticos; igual que su mujer, María Luisa 2. Esta versión, fomentada por Marcelino Menéndez Pelayo en sus célebres Heterodoxos, ya no es mantenida en España por casi nadie, lo que representa un logro de la renovación historiográfica española de las últimas décadas. Véase Gómez Urdáñez, J. L. “El caso Olavide. El poder de Carlos III al descubierto”, en Los grandes procesos de la Historia de España, Iustel, Madrid, 2ª edición corregida, 2010, 407–434. Todos mis trabajos, en www.gomezurdanez.com Vísperas del Dos de Mayo 81 de Parma, que ya aparece con él al timón cuando escribe la carta a su padre: “mi mujer que está aquí presente”, dice el príncipe expresamente como si quisiera dar a entender algo que ya no escapaba a la vista de nadie: la princesa, mujer intrigante y ambiciosa, le dominaba. Pero lo mismo se había dicho de Felipe V, o de Fernando VI. De este mal sólo se salvaba en la familia el viudo y morigerado Carlos III, que en la célebre carta que escribió a su hijo, en 1776, le decía: Por último quiero hacerte otra observación importante. Las mujeres son naturalmente débiles, y ligeras; carecen de instrucción, y acostumbran mirar las cosas superficialmente, de que resulta tomar incautamente las impresiones que otras gentes, con sus miras, y fines particulares, las quieren dar. Con tu entendimiento basta esta observación, y advertencia general. Tu propia reflexión, si te paras con flema a examinar las cosas, y a oír todas las partes, te abrirá los ojos, y te hará más cauto, como yo lo soy á fuerza de experiencias, y de no pocos años y pesares3. La regia esposa, María Luisa, hija del príncipe de Parma, Felipe, “Pipo”, el hijo adorado de Isabel Farnesio –hermano por tanto de Carlos III-, había recibido una educación muy diferente a la que tuvo Carlos IV. Era una mujer culta, aficionada a las fiestas y al lujo de la corte afrancesada de la que provenía. Resuelta e intrigante, recordaba a su abuela, Isabel Farnesio, pero no era, ni con mucho, tan inteligente como la leona. El príncipe Carlos, por el contrario, había vivido en una corte austera, rígida y poco festiva, de poca sociedad. Carlos III no era amigo de bailes y salones, no le gustaba la música ni menos trasnochar. En Madrid podía haber algo más de trato social, pero cuando la corte se trasladaba a San Ildefonso o a El Escorial, todo se ruralizaba. Casacas pardas, fusiles, perros y una legión de huroneros, ojeadores y criados convertían los espléndidos Sitios en cazaderos malolientes. Las piezas muertas se amontonaban durante días, para “ablandarlas”, hasta en los pasillos de los palacios, mientras Carlos III, el infante don Luis –hasta que fue retirado de la cortey el príncipe Carlos cazaban y se llaneaban con los cortesanos más aficionados a las batidas y con los sirvientes, con esa campechanía que el corpulento Carlos llevaba al extremo dando ruidosas palmadas en la espalda del que saludaba. Pero esa era la diversión –y la terapia- familiar, en la que participaba gusto3. Sobre las relaciones entre Carlos III y Carlos IV, Gómez Urdáñez, J. L. “El padre es el rey. Las intrigas en el “cuarto del príncipe” en el siglo XVIII”, ponencia presentada en el congreso internacional celebrado en Saint Etienne, en septiembre de 2012, Le père comme figure d’autorité dans le monde hispanique, en prensa. La carta de Carlos III, que se conserva en el AHN, fue publicada por Danvila, en 1895. Digitalizada en Biblioteca Virtual Cervantes. http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/ carta-indita-de-carlos-iii-a-su-hijo-el-prncipe-de-asturias 82 josé luis gómez urdáñez samente el futuro Carlos IV, aunque nunca necesitó el ejercicio físico como antídoto contra los “vapores” que habían afectado a su tío, Fernando VI, y que su padre decía combatir saliendo a diario a cazar “así cayeran chuzos de punta”. Carlos IV era un hombre fuerte y nunca tuvo problemas de cabeza4. Además, Carlos IV fue un hombre culto, mucho más que su padre. Sabía varios idiomas, tocaba muy bien el violín y tenía mucho interés por una enorme variedad de oficios, sobre todo por la ebanistería y la relojería. Él mismo trabajaba con los artesanos y arreglaba los relojes, de los que estaba pendiente para iniciar cualquier actividad (en esto sí heredó la manía de su padre). Pero, también como su padre –a pesar de lo que digan los hagiógrafos-, Carlos IV concebía la política como un teatro que apenas tenía prolongación al otro lado de los muros de palacio. Intrigas en la corte, ascenso o caída de los ministros, facciones en pugna, en fin, la política cortesana pudo aún merecer la atención del rey y de la reina, pero –con Godoy o sin Godoy- la situación real del país no despertaba más interés en los reyes que el que provocaban los resultados que mostraba la Hacienda -que no eran nada halagüeños en 1789- y su propia imagen de rey absoluto, pero paternalista, que se reflejaba en los preámbulos de las leyes, siempre dirigidas a remediar los abusos y calamidades que sufrían sus “amados vasallos”, y que obviamente él no había escrito. Una primera manifestación paternal tuvo lugar nada más comenzar el reinado, pues Carlos IV se encontró con una nueva crisis del pan tras la desastrosa cosecha de 1788. Para evitar los motines, que ya empezaban a producirse, decretó medidas para abaratar el trigo y perdonó algunas deudas a Hacienda. El rey, que pensaba en su reino como “una grande heredad”, creía que había llegado la hora de “cultivarla” antes que “disfrutarla”, como escribe en la Instrucción reservada nada más llegar al trono (que tiene el estilo de Floridablanca, el ministro que también heredó de su padre): Recelo que se han empleado siempre más tiempo y desvelos en la exacción o cobranza de las rentas, tributos y demás ramos de la Real Hacienda, que el cultivo de los territorios que los producen y en el fomento de sus habitantes que han de facilitar aquellos productos. Ahora se piensa diferentemente, y éste es el primer encargo que hago a la Junta y al celo del ministro encargado de mi Real Hacienda, esto es: que tanto o más se piense en cultivarla que en disfrutarla, por cuyo medio será mayor y más seguro el fruto. El cultivo consiste en el fomento de la población con el de la agricultura, el de las artes e industria, y el comercio. 4. Egido, T. Carlos IV, Arlanza, Madrid, 2001. Vísperas del Dos de Mayo 83 Parecía que el reinado de Carlos IV se iniciaba “mirando” al interior del reino, resucitando la política reformista, pero pronto los acontecimientos le obligarían a discurrir por una coyuntura internacional tan compleja -y peligrosa- que torció decisivamente el curso de la política y, desde luego, obligó al rey y a la reina a tomar decisiones trascendentales, mucho más que lo que mantiene la historiografía, que sigue insistiendo en la abulia de uno y la frivolidad de la otra. Es cierto que Godoy dominó la voluntad de los reyes –igualmente es segura su lealtad y cariño hacia la real pareja, en el trono y luego en el exilio-, pero son los reyes quienes, a pesar de todo, toman decisiones, algunas de altura, como por ejemplo, en 1801, expulsar de nuevo a los jesuitas, a los que tres años antes les habían permitido volver (luego, Carlos IV se arrepentirá en el exilio de su decisión); o cuando, en 1798, cesan a su querido Manuel, ya príncipe de la Paz –por tanto de la familia- y nombran al volteriano Urquijo. Todos los actos se producen bajo fuertes presiones, pero también es cierto que el pensamiento de los reyes, especialmente el de la reina, fue derivando a posiciones cada vez más conservadoras tras el fracaso del equipo más ilustrado del siglo –Jovellanos, Soler, Urquijo, Saavedra, Cabarrús- y la llegada al ministerio de justicia de un oscuro funcionario, José Antonio Caballero, que acabaría simbolizando la posición más reaccionaria. El mismo cariz tomaba la “ideología” de los que conspiraban en torno al príncipe Fernando, con el cura Escoiquiz a la cabeza. Con todo, Godoy seguía insistiendo en que su política era ilustrada y proponiéndose como protector de ilustrados caídos en desgracia. Sin embargo, pronto aparece en escena el hombre que va a romper todo en la Europa del Antiguo Régimen, cortes, leyes, privilegios, costumbres: Napoleón Bonaparte5. Tras el éxito personal que supuso para Godoy la paz de Basilea y la alianza con Francia a raíz del pacto de San Ildefonso (1796) –Príncipe de la Paz-, el reinado en el futuro queda sometido al dictado del pequeño corso y, sin embargo, este extremo se ha tenido menos en cuenta que la privanza del cortejo de la reina y los pasquines obscenos, falsos. Cuando cayó Floridablanca, en febrero de 1792, le decía a Azara: “Peores cartas para jugar nadie las ha tenido, ni jugadores más descabellados”. Lo mismo podrían decir Carlos IV y María Luisa, y en general, todos los que tuvieron responsabilidades en este borrascoso periodo de la historia de España, incluido el conde de Aranda, que al final se encontró –una vez más- con la ira regia y esta vez, definitivamente, con el castigo. Los últimos personajes del Antiguo Régimen en España 5. La última biografía de Napoléon editada en España, Granados, J. Breve historia de Napoleón, Nowtilus, Madrid, 2013. 84 josé luis gómez urdáñez sufrieron cruelmente los vaivenes políticos, como había ocurrido ya antes, pero ahora las víctimas serán más, y más la crueldad; puede decirse que todos acabaron probando el amargo sabor de la desgracia política6. Floridablanca, Aranda, Jovellanos, Cabarrús, Urquijo, Soler, por citar sólo a las figuras políticas descollantes, pasaron por la cárcel, mientras algunos ilustrados arriesgados tuvieron que exiliarse, por voluntad o por la fuerza, años antes de que la guerra provocara el primer gran exilio político de españoles. Hubo incluso quien pagó con la vida de una forma tan cruel que nos hace recordar a Goya en sus dibujos y grabados; me refiero a Miguel Cayetano Soler, matado a palos por las calles de un pueblo de La Mancha, en el que descubrieron los lugareños que tenían en el calobozo nada menos que al ministro de Hacienda de Carlos IV, el que les había cargado el impuesto sobre el vino, lo que había contribuido a empobrecerles aún más. Soler era hijo de criados mallorquines, quizás el hombre de más baja alcurnia que haya sido ministro en España.7 Los propios reyes, también exiliados después de las patéticas escenas de Bayona en 1808, darán en Roma una imagen de profunda tristeza, tras peregrinar por Fointainebleau, Compiègne, Niza y Marsella –donde vivieron cuatro años-, sometidos a los caprichos de Napoleón y, luego, una vez rey de España su hijo Fernando VII en 1814, acosados por él con una crueldad escalofriante, tanto que hacía decir a la madre: “jamás hubo en el mundo padres tan desventurados como nosotros”. Y eso que no sabían que el hijo mantenía sobre ellos una estrecha vigilancia para evitar su regreso a España, llegando a pedirle al Papa que les prohibiera el viaje si tomaban esa decisión y solicitaban el permiso del Santo Padre para volver. El final de la real pareja no pudo ser más desgraciado: la reina moría sola en Roma, en enero de 1819, sin el rey, que estaba en Nápoles y no fue ni al funeral. Un año después, moría Carlos IV en Nápoles, igualmente solo, pues ni el rey de las Dos Sicilias le acompañó en los últimos momentos. Al contrario, había aprovechado la estancia de su hermano para despacharse a gusto contra su esposa María Luisa 6. Sobre el origen político de la disidencia y la represión antes de 1808, Gómez Urdáñez, J. L. “Víctimas ilustradas del Despotismo. El conde de Superunda, culpable y reo, ante el conde de Aranda”, en Actas del Congreso La corte de los Borbones. Crisis del modelo cortesano, Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, 2013 7. Véase Bejarano, E. M. Cayetano Soler, un hacendista olvidado. Diatriba y reivindicación de su ejecutoria, Ajuntament de Palma, Palma de Mallorca, 2005. Cuando aparezca esta publicación, ya se habrá editado en España, traducida al español, la obra de Jacques Soubeyroux, Goya politique, que considero muy importante para conocer el grado de violencia al que llegó la sociedad española que tuvo que padecer la guerra de la Independencia. Vísperas del Dos de Mayo 85 y, como dice T. Egido, ante el entierro de su hermano “prefirió no interrumpir su partida de caza”8. Las “constituciones” del Reino, en 1789 Es obvio que cuando se convocan las cortes de 1789 nadie piensa en una Constitución, una norma escrita que rija y modere las relaciones entre rey y súbditos –como serán la polaca y la francesa de 1791-, sin embargo, ronda ya por la cabeza de los ilustrados más conscientes, como Campomanes o Jovellanos, la idea de que las “constituciones del reino” –así se denominaba al conjunto de leyes, fueros, normas que venían recopilándose desde hacía siglos9- debían ser revisadas, modernizadas. De hecho, las cortes de 1789, cuyo objetivo más importante era jurar al heredero –no nos hagamos ilusiones- ya se convocaron de manera distinta a las viejas estamentales de los Reinos de Aragón y Castilla. Como ha advertido T. Egido, el ceremonial de estas cortes reflejaba la precedencia de las “cabezas” de los reinos: Burgos –con la sempiterna oposición de Toledo-, León, Granada, Sevilla, Córdoba, Murcia y Jaén; pero –y esto es lo importante-, entre esas “cabezas” estaban también Zaragoza, Palma, Valencia y Barcelona. Luego, venía el resto de las ciudades castellanas. Nada hubo sobre los viejos rencores de la Nueva Planta y mucho, sin embargo, sobre cuestiones en apariencia menos importantes como la derogación de la ley sálica –que fue aprobada, pero no promulgada, lo que ya sabemos que originará la primera guerra civil española a la muerte de Fernando VII-, o el silencio tácito sobre el nacimiento en España del futuro rey, obligatorio en el derecho castellano, pero que el propio Carlos IV, nacido en Portici, no cumplía. Las únicas protes­ tas fueron las de los diputados de Toledo –ruidosamente escenificadas-, que disputaban a los burgaleses su título de “caput catellae” desde hacía siglos. A pesar de que parecía que Campomanes, presidente de las cortes en su calidad de gobernador del Consejo, quería algo más –quizás ese debate sobre la constitución de España: algo sobre lo que pensó mucho en sus últimos años, mirando sobre todo, la situación de las Provincias Vascas y Navarra-, lo cierto 8. De gran interés para conocer el triste destino de estos trágicos actores y de su “querido Manuel”, la mejor biografía de Godoy, La Parra, E. Manuel Godoy, la aventura del poder, Tusquets, Barcelona, 2002. Aprovecho para resaltar la desmitificación que hace La Parra sobre los inexistentes amoríos entre Godoy y María Luisa, lo que prueba más aún la villanía del hijo, el futuro Fernando VII, al permitir el insulto a su madre e incluso instigarlo. 9. Una de las consecuencias es la Novísima Recopilación, mandada hacer por Carlos IV, en 1806. 86 josé luis gómez urdáñez es que los acontecimientos franceses provocaron el miedo del gobierno y las cortes fueron clausuradas el 17 de octubre –un mes después de su inauguración- sin que los diputados pudieran hacer otra cosa que votar rápidamente algunos de los decretos preparados por Floridablanca. Juan Luis Castellano ha reparado en el potencial revolucionario de estas cortes, que se clausuraron cuatro días después de que algunos diputados manifestaran a Campomanes su deseo de solicitar peticiones al rey, para lo que algunos habían recibido, expresamente, plenos poderes de sus ciudades; sin embargo, no era tanto el miedo a la manifestación pública de la situación real de España lo que preocupaba a Floridablanca -no había un cahier de doleances, a no ser que alguien echara mano de los informes de las sociedades económicas, que tenía bien guardados Campomanes- cuanto la intriga permanente de los arandistas, anhelantes de acontecimientos favorables que fundaban en el cariño del rey hacia el conde. Aranda ya había dejado París y “hacía figura” en la corte, a la espera, ahora sí, de que hubiera “una A que rija”10. A pesar de que nada se pudo manifestar en estas breves y últimas cortes del Antiguo Régimen, el debate sobre fueros y legislaciones diversas, sobre todo las diferencias fiscales, las aduanas interiores –que iban a seguir dando mucha guerra en el siglo siguiente-, los privilegios de algunas regiones, como las todavía Provincias Exentas –las Vascongadas, exentas por sus fueros de pagar algunos impuestos-, estaba ya latente y acabó saltando a la palestra durante el reinado, concitando las mejores plumas, la de Campomanes, muy preocupado por la formación histórica de España, o la de Jovellanos, que vio en los fueros y en las diferencias fiscales territoriales “un grave mal, igualmente repugnante a los ojos de la razón que a los de la justicia”. Retóricamente, el ilustre asturiano se preguntaba: “¿No somos todos hijos de una misma patria, ciudadanos de una misma sociedad y miembros de un mismo Estado?” La posición de Guipúzcoa durante la guerra de la Convención causará mucha inquietud –provocando ya la desconfianza de Godoy, que le duró toda su vida-, tanta como el estudio de Juan Antonio Llorente sobre los fueros y los privilegios de los señoríos vascongados, que fue ya contestado en su tiempo desde posiciones cerradas en defensa de los privilegios, antesala de las futuras guerras carlistas. En definitiva, la igualdad de los españoles era lo ilustrado -como pudo comprobar 10. La A que rija es una referencia al conocido pasquín del partido aragonés contra Grimaldi en 1776: “Una G que quita el sueño (Grimaldi), una O me martiriza (O’Reilly), pues borrarlas es muy fácil y poner una A, que rija (Aranda). Es de gran interés sobre estos asuntos, Castellano, J. L., “El rey , la Corona y los Ministros”, en La pluma, la mitra y la espada, Marcial Pons, Madrid, 2002, 31–48. Sirva como homenaje al gran amigo fallecido. Vísperas del Dos de Mayo 87 Jovellanos frente a la Inquisición, que le acusó de fomentarla-, y la igualdad estuvo presente en el debate constitucional, pero habría que esperar hasta las cortes de Cádiz y su obra ilustrada: la Constitución de 1812. Pero la España de Carlos IV mantiene todavía el vigor en las minorías que recordaba alguno de los logros de Carlos III, especialmente, las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País, aunque ya se sabía que la mayoría vivían ya en el letargo al que les había condenado la falta de medios y la desilusión de los socios más activos. Pues los últimos años de Carlos III volvían a ver la vuelta del hambre; la cosecha de 1788 fue mala, incluso hubo algunos disturbios. La pobreza volvía a aparecer amenazadoramente en el campo y se extendía la desesperanza ante la falta de impulso político11. Las tensiones en la corte entre arandistas y golillas propiciaban la sensación de desgobierno, de desconexión entre la corte y el país. De ello se venían quejando los hombres más emprendedores, los que más habían esperado de las reformas de Carlos III, que ahora, al llegar el nuevo rey, veían las enormes dificultades, una de ellas, la que nacía de la desarticulación institucional entre el gobierno y las provincias. Pues, a pesar de la reforma administrativa emprendida en 1787 (que en parte parecía beber de las fuentes de Necker), de los intentos de llevar a cabo una nueva delimitación provincial, de la consolidación de los intendentes y del éxito de las reformas municipales carlosterceristas, la corte seguía siendo el escenario total, el único centro de la toma de decisiones. Había que ir a Madrid, “pretender” en Madrid, y desde luego, contar con altos apoyos en Madrid. Siempre había sido así, pero a partir de ahora la sociedad se mueve a más velocidad, las aspiraciones burguesas chocan con la rutina de la administración, los nuevos problemas, comerciales, financieros, acucian a los ministros “consentidores”, que prometen lo que no pueden cumplir con tal de quitarse de encima a los que acuden a ellos a través de familiares, amigos de ocasión, “pretendedores” profesionales, o cargos del propio gobierno. El castizo procedimiento llegó al escándalo con Godoy, sobre todo porque se difundió que para lograr algo era mejor presentarse ante el ministro en compañía de bellas mujeres. José María Blanco White dejó testimonio en una de sus Cartas de España de este escándalo: “nadie puede estar más seguro de una acogida favorable –escribió- que el que se presenta en sus recepciones públicas acompañado de una hermosa mujer o una hija seductora”. Al gran escritor sevillano el gobierno de Godoy 11. Marcos Martín, A. España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y sociedad, Crítica, Barcelona, 2000. Soubeyroux, J., “El encuentro del pobre y la sociedad: asistencia y represión en el Madrid del siglo XVIII”, Estudios de Historia Social, 20–21, 1982, 7–225; y “Pauperismo y relaciones sociales en el Madrid del siglo XVIII (1)”, Estudios de Historia Social, 12–13, 1980, 7–227. 88 josé luis gómez urdáñez le parecía “libertino”, pero también reconocía que “cualquier persona del reino puede acercarse a él (a Godoy) sin necesidad de presentación con la seguridad de que, por lo menos, recibirá una respuesta cortes”.12 Y es que el todopoderoso Godoy fue, en política, un trabajador infatigable, y desde luego, lo más opuesto a un “valido anticuado”. Cuenta Muriel que, para defenderse de las invectivas del setentón Aranda, que le reprochaba su inexperiencia, Godoy le espetó: “trabajo catorce horas cada día, cosa que nadie ha hecho; duermo cuatro y, fuera de las de comer, no dejo de atender a cuanto ocurre”. En este “cuanto ocurre” entraba verdaderamente todo, pues su sagacidad, su ambición y el trato familiar con los reyes le hacían estar mejor informado que nadie, aunque en este extremo no falten tampoco las acusaciones de falta de escrúpulos, capacidad para la intriga, el espionaje, o el soborno Pero, ¿acaso en esto no fueron maestros sus predecesores? No es éste el lugar para entrar en la plomiza polémica sobre este fascinante personaje, del que Emilio la Parra ha logrado recientemente la mejor y más documentada biografía –a la que nos remitimos13-, pero sí hay que dejar claro al menos que Godoy intentó con inusual energía –y con todos los instrumentos del poder en sus manos- culminar muchos de los proyectos que se habían fraguado en el reinado anterior. Los más activos ilustrados -y hasta algunos de sus enemigos- aplaudieron su acceso al poder, bien porque vieron en él a un joven capaz y con suficiente energía, bien porque consideraron agotado el sis­ tema de Floridablanca y quedaron defraudados por el breve paso de Aranda por el ministerio, bien, en fin, porque estaban hartos de la permanente lucha entre golillas y arandistas, entre abogados y militares, que al final acabaría con el cruel castigo de sus más visibles cabezas, Floridablanca –preso en Pamplona, tras sufrir un atentado- y Aranda, desterrado e incomunicado en el palacio de Carlos V de La Alhambra –y en otras ciudades andaluzas-, antes de retirarse a sus tierras de Épila. Godoy, ya acogido en el seno de la familia real como amigo, pronto se reveló como el gobernante leal e inteligente al que los reyes iban preparando para que un día asumiera el poder. Hubo desde el principio dicterios sobre los amoríos con la reina –la “explicación sexual”, en palabras de E. La Parra-, pero también 12. Martínez de Pisón, J. M. José María Blanco White: la palabra desde un destierro lúcido, Perla, Logroño, 2009. 13. Además de “Manuel Godoy, la aventura del poder, Madrid, 2002, E. La Parra ha publicado las Memorias de Godoy, con un estudio crítico excelente. El libro de Muriel es la conocida obra del afrancesado soriano, muerto en el exilio en Francia en 1840, Muriel, A. Historia de Carlos IV, Atlas, Madrid, 1959, que publicó en 1839 tras una de las mejores defensas de los afrancesados. Vísperas del Dos de Mayo 89 esperanzas de que, agotado el legado de Carlos III, el ministro extremeño, en total connivencia con la pareja real, empleara las mismas energías desatadas contra el viejo Aranda en una nueva política, que se anunciaba altamente reformista e ilustrada. Pero –hay que decirlo una vez más-, la complejidad e intensidad de los acontecimientos que se sucedieron en la esfera internacional y en la propia España fueron de tal grado que harían naufragar cualquier fórmula política limitada por el Absolutismo regio –y no podía haber otra ante la Revolución- y condicionada por la situación anacrónica del imperio español –de nuevo, las Indias, la mayor preocupación-, expuesto a la voracidad que acompañaba a las nuevas formas burguesas de explotación colonial lideradas por la Inglaterra de la Revolución industrial14. Pues, en definitiva, lo que se veía venir era un mundo nuevo, un mundo de naciones, pueblos, libertades, economía libre, fomento de la demanda, desaparición de privilegios y de frenos al desarrollo capitalista: el ocaso de una sociedad que, en lo esencial, se había mantenido en vigor durante varios siglos, en España pero también en toda Europa. Contra la Francia regicida La alianza de familia entre la España de Carlos IV y la Francia de su primo Luis XVI pasó a primer plano en cuanto la Revolución tocó las primeras prerrogativas del absolutismo regio en el país vecino. A los ojos de Carlos IV y Floridablanca, el rey de Francia ni siquiera había podido acatar la constitución por propia voluntad; antes al contrario, había sido coaccionado por los revolucionarios, que lo utilizarían desde ahora como un rehén. Los lazos de familia saltaban a primer plano, pero por detrás, lo que realmente movía la política de Floridablanca era el temor al contagio, pues el ministro sabía que, en España, se daban condiciones parecidas: las cortes habían sido clausuradas para evitar una posible –pero nada probable- deriva hacia situaciones como las vividas en la Asamblea Nacional, pero, además, de todas partes llegaban noticias de tumultos locales a causa de la carestía, como también ocurría en Francia, donde la falta de pan provocaba tumultos. El pánico de Floridablanca no estaba producido sólo por los excesos revolucionarios o por la situación de la familia real francesa, que por otra parte, sólo se agravó a partir de junio 14. Premoniones de la Independencia de Iberoamérica.Las reflexiones de José de Ábalos y el Conde de Aranda sobre la situación de la América española a finales del siglo XVIII, ed. M. Lucena, Mapfre-Tavera, Madrid, 2003. 90 josé luis gómez urdáñez de 1791, cuando fue detenida en Varennes. Años antes de la toma de la Bastilla, el ministro ya había reforzado la vigilancia contra escritos y opiniones políticas, valiéndose de la Inquisición y de la policía secreta que había creado desde la Superintendencia, el nuevo organismo que él mismo dirigía. Su decisión de crear un “cordón sanitario” en la frontera no era tanto una novedad impuesta por la situación como un refuerzo –ahora desplegando tropas- de la política represiva que venía desarrollando. Pero no estaba claro, antes de la fuga de Varennes, que la oposición férrea fuera la mejor manera de ayudar a Luis XVI: las potencias absolutistas esperaban acontecimientos manteniendo abierta la vía diplomática, mientras Aranda, que había sido embajador en París desde 1773 a 1783 (volvió a España en 1787), difundía en Madrid su programa alternativo, bien distinto al de Floridablanca, que estaba empezando a sufrir personalmente el acoso de la feroz oposición que el conde le hacía, quizás porque a su edad ya no habría más oportunidades de ser primer ministro. En junio de 1790, Floridablanca fue apuñalado por la espalda en el palacio de Aranjuez por un desconocido que resultó ser francés, mientras se recrudecía la cruel campaña de libelos y difamaciones –el más duro, la Confesión del conde de Floridablanca-, que llegó hasta el rey y que permitió ver que al conde le quedaban muy pocos amigos. Así pues, Carlos IV se decidió al fin a prescindir del hombre que heredó de su padre y entregó el poder al viejo conde de Aranda. El 28 de febrero de 1792, Aranda era nombrado secretario de Estado y Floridablanca salía desterrado a su patria de Hellín, donde no acabaron las desgracias de este leal servidor de los Borbones. En ausencia del caído, Aranda permitió que se le procesara y que fuera condenado a prisión (algunos pidieron la pena de muerte). Como en el arresto de Ensenada cuarenta años antes, las tropas sacaron al ministro de su casa, por la noche, y sin darle tiempo más que a vestirse le condujeron a la ciudadela de Pamplona, donde sufrió un trato cruel e indigno (Godoy le libró de la cárcel en 1794). Aranda desmochó el edificio creado por Floridablanca, empezando por la Junta Suprema de Estado (el origen del Consejo de Ministros) que había creado el murciano en 1787, y que representaba el triunfo rotundo de las secretarías –“ministros con el rey”- frente a las viejas aspiraciones de reponer los Consejos tradicionales, la opción que añoraban los nobles más Ancienne Régime y que Aranda ya había propuesto al príncipe Carlos en 1781. Ahora en el poder, Aranda, como decano, volvía a reunir al Consejo de Estado, con el rey presente, teatralizando en su primera sesión un ceremonial de recio sabor antiguo y sacralizado –juramento de rodillas, besar la mano del rey, etc.-, descrito Vísperas del Dos de Mayo 91 pormenorizadamente por Llaguno, su secretario. Ya hemos visto al ilustrado conde actuar con maneras medievales15. Aranda había ido agigantando su fama de volteriano, francófilo, incluso revolucionario, por lo que, ante la necesidad de salvar la vida a los reyes de Francia, parecía una elección bastante sensata; pero Aranda era ante todo un militar, ideológicamente absolutista –reverenciaba a la monarquía sacralizada- y sólo se inclinaba a entenderse con los revolucionarios en apariencia, porque ni podía imaginar que pudieran llegar al regicidio y, sobre todo, porque pensaba en una estrategia global de España, siempre desconfiado de Inglaterra, América por medio. En realidad, Aranda pensó siempre en mantener la neutralidad para poder ejercer luego una labor de arbitraje entre las potencias vencedoras y la Francia revolucionaria derrotada, en la que obviamente se repondría el absolutismo, pero siempre pensando en resguardar el imperio americano, que corría peligro de ser “botín” del gran vencedor, Inglaterra. La cuestión italiana –Parma y Nápoles- le preocupaba por lo que presionaban los familiares de Carlos IV, pero menos a él que al rey. En el fondo, era la mis­ ma estrategia que España venía siguiendo desde que firmó el Primer Pacto de Familia.16 Su propio nombramiento político, que exigió que fuera de secretario interino –“a fin de no privarme de la carrera militar si se ofreciese algún ruido de armas”, ¡a sus 73 años!-, y su praxis política –mantuvo a todos los ministros del gobierno anterior- dejan ver al hombre mandón y militar que piensa siempre en reconducir la situación desde una visión jerárquica y personalista, que es la que pretendió imponer recreando el Consejo de Estado, un foro para hacerse oír ante el rey (y ante Godoy). Desde este Consejo se dirigió la nueva política de aparente amistad con la Francia revolucionaria, mientras Aranda y el rey exploraban en secreto otras posibilidades, más pendiente el conde de Inglaterra y de congraciarse diplomáticamente con las coaliciones de las monarquías europeas sin llegar por el momento a emplear el ejército, cuya debilidad conocía mejor que nadie. Era una política muy inteligente, pero la des­ confianza del rey y, sobre todo, los trágicos acontecimientos de agosto de 1792 y más aún, los de enero de 1793 –ni en Francia se pensaba que los reyes podían llegar a ser ejecutados- la hicieron fracasar. 15. Gómez Urdáñez, J. L. “Víctimas ilustradas…”, op. cit. 16. Gómez Urdáñez, J. L., “La estrategia político-militar española entre la paz de Aquisgrán y la caída de La Habana”, en Od Lepanto do Bailen. Studia z dziejow wojskowosci hiszpanskiej (XVI-XIX wiek), dir. C. Taracha, Lublin, Werset, 2010, 69–92. 92 josé luis gómez urdáñez El asalto y saqueo del palacio real de las Tullerías el 10 de agosto de 1792 terminó con la monarquía de los Borbones franceses y, de hecho, con las esperanzas depositadas en Aranda. Los sans-culottes parisinos encarcelaron a la familia real en el Temple mientras se agudizaban los “excesos revolucionarios”. Las noticias que llegaban a España sobre el “terror”, ahora con menos dificultades gracias a la política de Aranda, alarmaron incluso a los más preclaros ilustrados partidarios de la libertad y, desde luego, a los que ya habían optado por posiciones contrarrevolucionarias, la mayoría del país. Aranda fue desde entonces no sólo un ministro equivocado, sino un sospechoso. Como años antes, cuando se le atribuyeron todos los “progresos” de las luces contra el absolutismo, Aranda era víctima de su propia imagen, reelaborada por los revolucionarios que decían contar en España con un aliado de su prestigio. Como antes Voltaire, ahora Condorcet elevaba al conde al santoral revolucionario y le hacía “ejecutor testamentario de los filósofos con quienes habéis vivido”; y pensando en su capacidad de acción como “primer ministro”, vaticinaba: “váis a enseñar a Europa que el mayor servicio que se puede rendir a los reyes es el de suprimir el cetro del despotismo”. Seguramente, Aranda se aterraría al leer tamaño sacrilegio, pero esa es la fama que le precedía y la que (entonces y todavía ahora desgraciadamente) ha acompañado en la historia al que escribió de su puño y letra (a Carlos IV cuando era príncipe): “Su Majestad está en ejercicio del vicariato del mundo, que el Dios supremo depositó en ella como un representante”17. La opinión fue todavía más desfavorable para el conde tras la derrota de los prusianos en Valmy, el 20 de septiembre de 1792. El pueblo en armas, una táctica militar desconocida –seguramente el viejo militar repararía en ello-, salvaba la revolución y, mes y medio después, incluso la extendía al conquistar Bélgica a los austriacos (batalla de Jemappes) y la Suiza francófona. Pocos días después, el 13 de noviembre, como coronación política del éxito, comenzaba el proceso contra el rey, ya Luis Capeto, que terminaría condenado a morir en la guillotina (enero de 1793). Para entonces, Aranda había sido exonerado. Carlos IV decidió –y fue una decisión muy personal- deshacerse de un hombre fracasado, que le había 17. La gran obra de Rafael Olaechea Albistur sobre el conde de Aranda, al que dedicó buena parte de su vida, está compilada en Olaechea, R. y Ferrer, J. A. El conde de Aranda, Mito y realidad de un político aragonés, 2º edición corregida y aumentda, IberCaja, Zaragoza, 1998. Es de gran interés aquí, en Polonia, la embajada del conde en Varsovia; véase Cartas desde Varsovia. Correspondencia privada entre el conde de Aranda y Ricardo Wall (1760–1762), ed. y crit. C. Taracha, C. Gónzalez Caizán y D. Téllez, Werset, Lublin, 2005. Vísperas del Dos de Mayo 93 hecho representar un papel cada día más contrario a la opinión de los que le rodeaban y más indigno de cara a la opinión de las cortes absolutistas europeas. El 15 de noviembre de 1792 Carlos IV en persona le comunicó su cese, amistosamente, en presencia de la reina y de Godoy, y todavía le mantuvo en la corte como decano del Consejo de Estado, lo que es una prueba más de la natural bonhomía del rey. La caída de Aranda no fue una sorpresa en los círculos cortesanos, pero la elección del sucesor cayó como una bomba. Se trataba del joven Manuel Godoy, el amigo de los reyes. Un joven guardia de corps sin experiencia política era encumbrado a la Secretaría de Estado y revestido con los signos más refulgentes del poder en el Antiguo Régimen, pues el ya duque de la Alcudia y secretario de Estado era nombrado también Superintendente de Correos, postas, caminos –lo que hay denominaríamos Fomento-, y a los pocos meses, capitán general; además, al día siguiente del nombramiento se le concedía el Toisón de Oro y su sueldo se elevaba a 800.000 reales anuales (más del triple que lo que cobraba, por ejemplo, Aranda). Carlos IV decidió prescindir de los partidos, cuya capacidad para la intriga y la presión a favor de sus redes clientelares conocía desde que fue príncipe, y entregó su confianza a una persona libre de ataduras que podía llevar a cabo lo que él creía que era su misión personal; además, como ha reparado La Parra con acierto, el rey se encontró en esos momentos críticos sin “personal político adecuado”. Al principio, Godoy no varió el rumbo político trazado por Aranda. La vida del rey exigía la neutralidad, como expresamente pedía la Convención. Godoy, no obstante, mantuvo las tropas en la frontera a la vez que ponía en funcionamiento todo el potencial diplomático; hasta intentó el soborno de varios miembros de la Convención, que recibieron fuertes sumas (entre ellos Danton o Desmoulins). Pero nada impidió la muerte del rey y por tanto, España entró en guerra contra la Francia Regicida. Godoy conocía, como Aranda, la debilidad del ejército y su propio riesgo a causa de una derrota, pero sólo pudo ponerse al lado de una opinión pública patriótica, excitada desde los púlpitos, cuyo ardor en la defensa del trono y el altar no se compaginaba, sin embargo, con el escaso interés demostrado en el alistamiento de soldados, que aún mermaría más cuando a los éxitos militares iniciales de 1793 siguieran las derrotas de 1794 y 1795, como ha descrito magistralmente el mejor historiador del periodo, Jean René Aymes.18 18. Una de sus obras, entre otras muchas, Aymes, J. R. La guerra de España contra la Revolución Francesa, Instituto de Estudios “Juan Gil-Albert”,Alicante, 1991. 94 josé luis gómez urdáñez Aranda, todavía activo como decano del Consejo de Estado, seguía como siempre aireando su opinión en las alturas, ahora contra Godoy, con el que llegó al fin al enfrentamiento personal (como le había ocurrido con todos desde hacía cuarenta años). El joven ministro llevó al conde a una verdadera ence­ rrona en el Consejo de Estado, el día 14 de marzo de 1794. En la sesión, que conocemos por Muriel –también por el propio Godoy en sus Memorias-, se le dejó al conde hablar de sus ideas de neutralidad, que expresó a su modo, enérgico, hasta con puñetazos en la mesa, como siempre. Era lo que quería Godoy, que todavía exasperó más a Aranda insinuando su pertenencia a “sociedades contrarias al servicio de Su Majestad”, es decir, a la Masonería, un mito que ha acompañado al conde hasta nuestros días. Como han demostrado Olaechea y Ferrer, Aranda no era masón. Menéndez Pelayo utilizó esta acusación de Godoy para estigmatizar definitivamente al conde, que todavía carga con el sambenito incluso en algunos manuales de bachillerato. La Masonería, prohibida desde los tiempos del padre Rávago, apenas había motivado algún proceso inquisitorial, generalmente contra extranjeros. En 1793, por ejemplo, el Tribunal de Cuenca había procesado por francmasones al maestro y al maquinista de la Real Fábrica de Tejidos de la ciudad. En alguna otra ciudad castellana hubo algún caso aislado, aunque las acusaciones eran difíciles de probar, más aún en los procesos inquisitoriales, donde a toda desviación se aplicaba el delito de herejía. Con todo, en esta “época dorada del pensamiento reaccionario español”, como ha sido calificada por C. Martínez Shaw, había ya fuertes prevenciones contra las tres sectas –filosófica, jansenista y masónica-, como se demuestra en la obra Causas de la Revolución Francesa, de Hervás y Panduro, publicada en 1794. En cualquier caso, Aranda saltó ante la insinuación del ministro como éste esperaba: levantando el puño, en señal de reto de “combate personal”, perdiendo los estribos. Godoy le acusó de perder el respeto al rey, presente en la sala, y de estar contagiado con “los principios modernos” en clara alusión a los philosophes, a cuyos seguidores se perseguía ahora con saña. Al final, Carlos IV al abandonar la sesión y pasar al lado de Aranda, le espetó: “Con mi padre fuiste terco y atrevido, pero no llegaste a insultarle en el Consejo”. Apenas llegó Aranda a su casa, las tropas le prendían y, a las dos horas, le conducían al destierro, primero a Jaén y luego a La Alambra, donde quedó incomunicado mientras se le abría causa por traidor. Cuando lo supo su amigo Azara, que le conocía bien, dijo: “Aranda habrá hecho alguna de las suyas…” Después de unos meses, el conde pasó a Sanlúcar, donde recibió la noticia de la firma de la paz, en julio de 1795, lo que venía a confirmar lo acertado de su política Vísperas del Dos de Mayo 95 neutralista. A fines de ese año, acogido a los indultos de Godoy, ya Príncipe de la Paz, se le permitía retirarse a Épila. Dos años después moría el famoso conde, el terco militar, siempre insatisfecho, que aún le decía al rey: “en vez de haberme atesorado en mis elevados puestos, he gastado en ellos gran parte de mis bienes personales”.19 El Príncipe de la Paz y la crisis económica La guerra produjo un nuevo golpe a una economía española, ya resentida, pues había consumido más de 100 millones de reales, lo que vino a incrementar la deuda pública. Los vales reales emitidos por el Banco de San Carlos se apreciaron al firmarse la paz en 1795, pero pronto fueron desvalorizándose a causa de la necesidad de atender los gastos del ejército y la armada, en aumento des­ pués de que, en octubre de 1796, Godoy firmara el tratado de San Ildefonso, que incluía el aumento de efectivos militares disponibles en caso de ataque a cualquiera de los ya aliados, Francia o España. Junto a esta amenazante situa­ ción financiera, en los años posteriores descendieron los ingresos procedentes de América y los ordinarios de Hacienda, mientras no cesaba el impacto de las malas cosechas, como la de 1796, que exigió de nuevo medidas excepcionales para abastecer Madrid. Los precios subieron en el primer periodo de gobierno de Godoy un 15%. La situación no era halagüeña para la incipiente burguesía, que ya empezaba a ser tentada por las ideas liberales. Valentín de Foronda había publicado en 1789 Cartas sobre materias político-económicas, fuertemente influido por las ideas de los independentistas norteamericanos; José Agustín Ibáñez de la Rentería, un año después, vio publicados sus Discursos, en los que explaya­ ba el pensamiento de Montesquieu, mientras al año siguiente, Mariano Luis de Urquijo, que sería ministro años después, aprovechaba un largo prólogo a una traducción de la Muerte del César, de Voltaire para reflejar el estado de postración de España y proponer remedios liberales. Poco después, León de Arroyal escribía las famosas Cartas político-económicas al conde de Llerena, que se publicarían en Cádiz en 1812, pero que, como su Oración apologética – más conocida por el título del panfleto a que dio lugar, Pan y toros- corrieron 19. Su carácter era ya así cuando estuvo en Varsovia, o cuando presidió el consejo de guerra que juzgó a los que había perdido La Habana en 1762. Véase Fernández López, J., Gómez Urdáñez, J. L., Stefanczyk, A. y Taracha, C., La oda Ad comitem Aranda de Estanislao Konarski, Werset, Lublin, 2012. 96 josé luis gómez urdáñez clandestinamente y fueron muy influyentes. Con una aparente ingenuidad, se descubrió en 1795 la llamada conspiración de San Blas, o de Picornell, su cabecilla, que pretendía instaurar una monarquía constitucional con el apoyo de las clases populares madrileñas. En el lado opuesto, la guerra contra la Francia regicida y contra la Revolución atea reafirmó sentimientos “españolistas”, patrióticos: se volvió al “traje español” –un nuevo refuerzo del majismo- en contra de la “moda parisien”, mientras el ejército volvía a ser invocado como garantía de la unidad –uniformidad- de España en contra de las veleidades de una escasísima minoría de vascos y catalanes, que o se exageraban, o se silenciaban (en realidad, en ambas regiones lo general fue el incremento del patriotismo español). La Iglesia contribuyó al hervidero de ideas con una fuerte división entre prelados y curas protoliberales, jansenistas, ilustrados, y algunos curas apocalípticos como el padre José de Cádiz, que dio a la imprenta en 1794 una prédica reaccionaria con el título El soldado católico en la guerra de religión, antecedente de los excesos a que llegaría luego, por ejemplo, el padre Vélez con su Preservativo contra la irreligión y del Vivan las cadenas. La alianza con Francia a consecuencia del tratado de San Ildefonso, a la manera de un nuevo pacto de familia, ocasionó el comienzo de una nue­ va guerra con Inglaterra, que acarreará la derrota de la escuadra en el cabo de San Vicente (febrero de 1797), de consecuencias catastróficas, pues el tráfico comercial se resintió en los puertos y se hundió el comercio gaditano20. La derrota repercutió directamente en la Hacienda y en los negocios de los más influyentes capitalistas -que “se hallaban sin giro en sus caudales”, según dirá luego el ministro de Hacienda Miguel Cayetano Soler-, muchos de ellos poseedores de los cada vez más depreciados vales reales. El propio Jovellanos padece la depreciación y escribe en su diario, el 12 de abril de 1799: “En Madrid gran falta de numerario: los vales pierden 40 por 100, y con ellos nos pagan; ¡adiós sueldos! Cedida la cuarta parte hasta junio, que importa 30.000 reales, y perdidos en los vales 36, restan 54.000, y al riesgo de bajar a cero”. No quedaba más remedio que ensayar una fórmula ilustrada, expuesta por Campomanes treinta años antes: la desamortización. Paradójicamente, la poderosa Iglesia española empezaba a aparecer como la pieza más débil, la primera en sufrir una merma de los intocables privilegios. En esta situación crítica llegó el último encumbramiento de Godoy, a quien casaron, en octubre de 1797, con María Teresa Villabriga, la hija del infante don 20. García-Baquero, A. y Martínez Shaw, C. Andalucía en la carrera de Indias (1492–1824), Universidad de Granada, Granada, 2002. Vísperas del Dos de Mayo 97 Luis de Borbón, el hermano pequeño de Carlos III, prima carnal por tanto de Carlos IV. El Príncipe emparentaba con sangre real, mientras a la esposa se le devolvían los derechos que le había arrebatado Carlos III mediante la Pragmática de los matrimonios desiguales: título de grandeza, condesa de Chinchón, uso del apellido Borbón (hasta se mandó ponerlo en su partida de bautismo delante del materno). Sin embargo, las críticas contra el libertino Godoy iban subiendo de tono, pues el príncipe vivía –y siguió viviendo- con su amante, Pepita Tudó, ganándose ya la fama de “garañón” insaciable. Y no eran sólo pasquines, versos o estampas procaces. El propio Jovellanos, a quien Godoy acababa de nombrar ministro de Gracia y Justicia, confesó en sus Diarios que quedó aturdido tras compartir manteles en casa del Príncipe de la Paz: “a su lado derecho la princesa; al izquierdo, en el costado, la Pepita Tudó”. El espectáculo –como lo denomina el asturiano- le hizo escribir: “mi alma no puede sufrirle. Ni comí, ni hablé, ni pude sosegar mi espíritu; huí de allí”. Ante el riesgo de ruina moral y material, Godoy se rodeó de un nuevo gobierno, con ilustrados prestigiosos como Jovellanos en Gracia y Justicia, Cabarrús (embajador en Francia, luego sustituido por el no menos radical ilustrado Azara), o Saavedra en Hacienda. Las opiniones de primera hora fueron muy favorables y, en efecto, se notó en los círculos más reformistas la protección dispensada por Godoy a muchos ilustrados, por ejemplo, a Olavide, al que ayudó a publicar El Evangelio en triunfo, en 1797, y a volver a España. “Sin mí –dice Godoy en sus Memorias- habría aumentado el índice expurgatorio, porque relejeaba, decían algunos, necia o traidoramente, del sabor del veneno filosófico”. (No se ha de olvidar el apoyo de Urquijo, por más que Godoy se atribuya en persona la rehabilitación de la “víctima de la Inquisición”)21. Pero el nuevo gobierno no gustó a la reina, cuya frivolidad era ya insoportable. La intriga cortesana había llegado hasta un extremo inusitado. Se habló incluso de un intento de envenenar a Jovellanos, nunca probado, mientras los reyes oían toda clase de dicterios contra los nuevos ministros, acusados de “revolucionarios”. Buena parte de la Iglesia reaccionó –una vez más- contra cualquier intento de reformar la Inquisición, una idea de Jovellanos, que compartía con Saavedra y sus amigos, otra igualmente detestable para el clero: la desamortización. De exagerar las intenciones de los ministros ante los reyes se encargaba José Antonio Caballero, un personaje que ha pasado a la historia como un maligno paladín del reaccionarismo. En sus memorias, Godoy aprovecha para denigrarlo y hacerle cargar con la responsabilidad de la caída de Jo21. El evangelio en triunfo…, introducción a la edic. de Gómez Urdáñez, J.L., Fundación Gustavo Bueno, Oviedo, 2004. 98 josé luis gómez urdáñez vellanos. “Su primera hazaña –dice Godoy- fue lanzar al ministro Jovellanos de donde yo le había traído y logrado colocarle… ¿Quién le reemplazó en su ministerio? Don José Antonio Caballero”. La desgracia que empezaba para Jovellanos el día de su exoneración, el 16 de agosto de 1798, no fue sólo responsabilidad de su sucesor en el cargo, pero también hay que recordar que Godoy había cesado meses antes, el 28 de mar­ zo. El odio que llegó a sentir María Luisa por Jovellanos, Cabarrús y Urquijo le hizo escribir: “¡Ojalá jamás hubiesen existido tales monstruos!” Aún así, no hay que olvidar los aspectos personales: cuando cayó Godoy en 1798, Jovellanos pidió para él la pena de destierro en la Alhambra. Y en cuanto al trato con la reina, Jovellanos dejó de comunicarle las vacantes de cargos y otras noticias nada más llegar al ministerio para evitar que moviera sus influencias, lo que el ministro sabía, obviamente, que le acarrearía el odio eterno de la dominante María Luisa. Así pues, la caída y posterior destierro de Jovellanos –preso desde 1801 a 1808 en Mallorca- fue el caso más visible de la represión desatada contra los ilustrados durante el largo ministerio de Caballero. La suerte de Urquijo fue parecida, pues también acabó en la cárcel. Meléndez Valdés, que había osado enfrentarse al obispo de Ávila, fue desterrado, primero en Medina, lue­ go en Zamora. Por el contrario, Godoy dejaba el cargo, momentáneamente, entre alabanzas de los reyes, que le mantuvieron todos los sueldos y honores, en un compás de espera orquestado por un arrogante Napoléon, que quizás prefiera a su sucesor, Urquijo, pero que dos años después, hará volver de nuevo a Godoy, desde ahora –y hasta la crisis final de 1808- sin cargo, pero con una distinción inusitada: la de generalísimo22. Las reformas ilustradas ante la gran crisis económica La historiografía tradicional sigue situando en el reinado de Carlos III el triunfo de las reformas ilustradas, pero muchos de los proyectos, los más arriesgados –desamortización, reforma universitaria, limitación del poder inquisitorial y eclesiástico-, se pusieron en práctica en el reinado de Carlos IV. Seguramente, Mariano Luis de Urquijo y Muga23, nombrado ministro de Es22. André Fugier, A. Napoleón y España, 1799–1808, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Madrid, 2008. 23. El propio Urquijo dejó unas mermorias: Apuntes para la memoria sobre mi vida política, persecuciones y trabajos padecidos en ella, que se conservan en la Biblioteca Nacional y que fueron estudiadas por Mª. Victoria López Cordón y Gloria Franco. López-Cordón, Mª V., y Franco Rubio, G. A., Vísperas del Dos de Mayo 99 tado en agosto de 1798, fue el político más osado en la práctica del despotismo ilustrado, especialmente en su vertiente regalista, en la que llegó prácticamente al planteamiento de una iglesia nacional española. Nacido en Bilbao en 1769, fue discípulo de Meléndez Valdés en Salamanca. En 1797, fue nombrado secretario de la embajada en Londres y en 1797, embajador en Holanda. Al año siguiente, sin cumplir los treinta años, llegó a la secretaría de Estado. Como tantos otros sufrió el acoso de la Inquisición y fue acusado de masón. Su enfrentamiento con Roma fue de tal envergadura que se ha llegado a hablar del cisma de Urquijo, pero a este ministro se deben los decretos más regalistas del siglo ilustrado, especialmente el famoso del 5 de septiembre de 1799, por el que el monarca asumía la confirmación de los obispos, entre otras disposiciones episcopalistas. Es cierto que la crisis económica, la guerra y los apuros de la hacienda distorsionan las causas y efectos de estas últimas medidas, pero no lo es menos que los reformistas de las décadas anteriores fueron arriesgados sobre el papel, pero más prudentes en la práctica que los Godoy, Jovellanos, o Urquijo. Aunque también es de notar que todo el radicalismo exhibido contra Roma y los privilegios de la Iglesia española se atenuaban cuando se tocaba el otro pilar del Régimen, los privilegios de la nobleza. En una de las conocidas cartas de Cabarrús a Jovellanos, tras enumerar el banquero una serie de “verdades elementales” sobre mayorazgos, abolición de aduanas y privilegios, “el impío y detestable código fiscal”, etc., le espeta al asturiano: “la mano sobre el pecho, amigo: ¿conoce vmd. un hombre bastante descarado para atreverse a impugnar públicamente estas cuatro proposiciones (…) y sin embargo, estas cuatro proposiciones, que arruinarían radicalmente el sistema impío, absurdo, antisocial de nobleza hereditaria y de mayorazgos, vmd. no las propondrá, receloso de la repulsa que tendrían”. Y en efecto, el propio Jovellanos en su Informe sobre la ley agraria, se mostró tan cauto como para afirmar: “la sociedad, señor, mirará siempre con gran respeto y con la mayor indulgencia los mayorazgos de la nobleza, y si en materia tan delicada es capaz de temporizar, lo hará de buena gana a favor de ella”. Y es que, a pesar de todo, lo que obligó a asumir más riesgos fue la coyuntura antes que las ideas, la práctica de lo posible. El ministro Miguel Cayetano “Un voltairien espagnol à la fin du XVIIIe siècle: Mariano Luis de Urquijo”, Voltaire et ses combats. Actes du congrés international. Oxford-Paris 1994, Voltaire Foundation, Oxford, 1994. De gran interés, Llorente, J. A. Compendio de historia crítica de la Inquisición de España, Tournachon-Molin, Paris, 1823; y La Parra, Emilio, “La crisis política de 1799”, Revista de historia moderna: Anales de la Universidad de Alicante, 8–9, (1988–90). 100 josé luis gómez urdáñez Soler apelaba todavía a las viejas prédicas ilustradas sobre las manos muertas, la falta de rentabilidad de los bienes amortizados, en fin, los “propietarios indolentes”, que según Soler, dejarían paso “a otros que los mejorasen con sus sudores e industria”. Pero, el decreto de 19 de septiembre de 1798 que da paso a la desamortización no olvidaba las urgencias de la Corona, que necesitaba disponer de “un fondo cuantioso” y reducir los depreciados vales reales en circulación, la verdadera razón de optar por una práctica tan arriesgada. Como en las desamortizaciones posteriores, siempre estará por delante la necesidad de dinero de los gobiernos y, después, la presión de los burgueses con dinero, deseosos de invertir en el bien seguro y codiciado que siempre ha sido la tierra24. La mal llamada “desamortización de Godoy” fue iniciada por Cayetano Soler y Urquijo (Saavedra estaba ya enfermo) en el breve retiro de Godoy del primer plano político, y afectó a los bienes de hospitales, cofradías, memorias, obras pías, así como a las temporalidades de los jesuitas que quedaban, que fueron incorporadas a la Real Hacienda y puestas en venta por el mismo decreto. Tras los primeros estudios de R. Herr, ha habido muchas monografías regionales sobre este proceso que abrió las puertas a una medida de largo recorrido, que a su término a mediados del siglo XIX, había hecho cambiar radicalmente las fuentes de financiación de la Iglesia en España. Sin embargo, los decretos de 1798 fueron sólo una medida coyuntural, dirigida contra unos bienes marginales, que en poco contribuían al sostenimiento del “culto y clero”, aunque la Iglesia se sintió atacada –ya lo barruntaba hacía décadas-, por lo que reaccionó airadamente en muchos lugares, tanto que obligó a Carlos IV a solicitar la anuencia del papa, la que consiguió por el Breve de 14 de junio de 1805 y por otro más, de 12 de diciembre de 1806, que aumentó aún más la contribución económica de la Iglesia al Estado. Como ni aún así se lograba reducir la deuda pública y el déficit de la Hacienda, el gobierno siguió solicitando más “esfuer­ zos” a la Iglesia, que a la altura de 1807, demostraba abiertamente ser la pieza más débil del Régimen. Así se desprende de las atribuciones que fue consiguiendo el Estado, entre las que destacan la cesión de la novena parte de los diezmos, o el “séptimo eclesiástico”, la facultad de enajenar la séptima parte de los bienes del clero regular y secular, incluidos los de las órdenes militares (lo que tuvo especial importancia en Castilla la Nueva). El torrente de reformas durante la recta final del Antiguo Régimen, con Godoy al timón, no fue tan ineficaz como se tiende a presentar, pero tuvo todo en contra. La deuda pública y el déficit se habían disparado, la crisis recrudeció 24. Fontana Lázaro, J. La crisis del Antiguo Régimen, 1803–1833, Crítica, Barcelona, 1979. Vísperas del Dos de Mayo 101 la hambruna y la enfermedad recordaba las peores crisis del siglo XVII, el comercio entró definitivamente en crisis con fuertes pérdidas de los “capitalistas”. El propio Godoy hizo un cuadro magistral de los graves problemas a que se enfrentaba, ahora él solo, aborrecido. La oposición se agrupaba en torno a Fernando VII, ocupada –hasta la conspiración de El Escorial- por denigrar al “dictador”, a la madre “puta” y al padre “memo” antes que hacer frente a los problemas del Reino. Así describe Godoy las causas lejanas de la crítica situación: …la diferente constitución de las provincias de España y el gran destrozo de las exentas y privilegiadas o de fuero; la resistencia que a toda providencia opone el gobierno municipal de los pueblos; la inmunidad y el influjo de un gran clero secular y regular, tan respetable por la santidad de su institución como por sus privilegios acumulados en la serie de los siglos; los derechos y las exenciones; los derechos y las exenciones de una nobleza hereditaria coetánea al establecimiento de la monarquía y parte constitutiva de la forma de su gobierno; la cortedad de las rentas de la Corona y la enorme dificultad de aumentarlas con nuevos impuestos mirados con invencible repugnancia por unos pueblos ya agobiados bajo el peso de calamidades increíbles; la pobreza del comercio por la interrupción de las comunicaciones con América y por otros diversos efectos de la guerra…25 El diagnóstico de Godoy no podía ser más acertado, pero le faltaba des­ cribir las “calamidades increíbles” a que se estaba enfrentando, de nuevo la conjunción del hambre y la epidemia, generalizadas por toda España, donde también se producían motines populares, como el de Ávila de 1805; incluso en algunas ciudades hubo ya protestas de militares en 1801 y 1804. Al estudiar el ciclo adverso de principios de siglo, V. Pérez Moreda concluyó: “Si no fue­ra por la conveniencia de subrayar las particularidades de los años más catas­ tróficos podríamos hablar de la crisis general que se extiende en el periodo 1800–1814”.26 Godoy había intentado, por la vía de las reformas, superar esos obstáculos que, como decía Cabarrús, coincidiendo en el diagnóstico, se oponían a la “felicidad pública”, pero el balance era muy negativo. Había afrontado los riesgos de tocar los privilegios de la iglesia (desamortización) y de la nobleza (ley de mayorazgos); su política exterior tuvo siempre en cuenta el riesgo de la pérdida de América frente a una Inglaterra invencible en el mar (que le asestaría 25. Godoy, M. Memorias, ed. E. La Parra y E. Larriba, Universidad de Alicante, S. Vicente del Raspeig, 2008. 26. Pérez Moreda, Vicente, Crisis de mortalidad en la España interior (siglos XVI-XIX), Siglo XXI, Madrid, 1980. 102 josé luis gómez urdáñez el golpe definitivo en Trafalgar, en 1805); aumentó las rentas de la Corona – como en los mejores tiempos de Felipe IV, aún se recurrió a la venta de “villazgos”, como por ejemplo el de Pradejón, en 1803, o al “consumo” de regimientos perpetuados en 1630, como los de Logroño, en 180127-; y en fin, impulsó las obras públicas –para dar trabajo a los jornaleros parados, como él mismo justificó luego en sus Memorias-, atendió al funcionamiento de los pósitos, apoyó la importación de granos, dictó medidas sanitarias, etc. Sin embargo, se enfrentó a la más dura crisis desde la “gran peste” de 1599, las tercianas de 1803–1805. En 1801 y 1802 ya había habido malas cosechas y algunos motines locales en los pueblos productores para impedir la salida de granos hacia las ciudades, como en tiempos de Esquilache. En marzo de 1802, los “pobres, cuyo número constituye casi una mitad de todo el vecindario” se amotinaron en Segovia; en adelante hubo motines en Tembleque o Getafe. Las cosechas posteriores fueron desastrosas. El frío invierno de 1803–1804 malogró la cosecha en toda la Castilla interior, mientras un verano caluroso provocaba los mismos resultados en la periferia. En Santander, el 19 de septiembre de 1803, el ayuntamiento escribía al ministro Cevallos28 informándole de que “los excesivos calores que se han experimentado en este país durante el verano que ha expirado han sido la causa de que la cosecha de granos haya sido tan escasa que apenas podrá bastar a mantener a los habitantes un tercio del año”. El ayuntamiento reconocía ante el ministro que “por falta de fondos les es imposible ejecutar empresa alguna”, y pedía que una parte del dinero destinado a las obras del camino de la Rioja, iniciado en 1790, se destinara a “acopiar granos haciéndolos venir de potencias extranjeras”29. Pedro Cevallos manifestó su mejor intención benéfica –el “maíz, que es el alimento de los pobres, los cuales por ser el mayor número y los más expuestos en tiempo de carestía merecen la primera atención”- y se preocupó personalmente de facilitar las compras en Nantes, Burdeos y Bayona, “previniendo al encargado de negocios de S.M. en París y al cónsul general soliciten de aquel gobierno el permiso para extraer 150.000 quintales de maíz para esa Provincia”. Incluso pidió a Inglaterra un salvoconducto para los buques “para evitar la más remota contingencia de que algún corsario atrevido y poco observante 27. Una manera de sacar dinero a los villanos a todas luces anacrónica, pero que se empleó como en los mejores tiempos de Felipe IV. Véase un cso en Gómez Urdáñez, J. L. (dir.), Pradejón histórico, Ayuntamiento de Pradejón, Logroño, 2004. 28. Crespo, F. y Laguillo, P. Pedro Cevallos Guerra, ministro de Estado…, Consejería de Cultura y Deporte del Gobierno de Cantabria, Santander, 2007. 29. Gómez Urdáñez, J. L. Centro y Periferia en el Despotismo Ilustrado. Santander, ciudad privilegiada, Fundación Jorge Juan, Madrid, 2005. Vísperas del Dos de Mayo 103 de las relaciones políticas intercepte los buques españoles u otros neutrales que deben conducir el maíz a ese Puerto”. Pero, como dice Martínez Vara, “la terrible penuria de 1803–4 pone en juego todos los mecanismos y debilidades estructurales del sistema económico-social levantado por la burguesía comercial” en Santander. Al año siguiente, la pobreza se cierne sobre toda la región. La mayoría de las ciudades no encontró otras soluciones que la caridad, que adquirió visos realmente arcaicos en una sociedad que, en muchos aspectos, exhibía símbolos de la modernidad y la acción ilustrada del gobierno. De estos años es la expedición de la vacuna, “la culminación del espíritu de las Luces”, en palabras de C. Martínez Shaw, o las grandes obras “críticas” de Goya, cuyo pincel rabiosamente moderno caricaturizó los males de esa sociedad de contrastes. Poco después, en 1807, llegará la reforma ilustrada a la universidad de Salamanca, que se quiso extender a todas, mientras se suprimían las pequeñas universidades, como las de Osma -que impulsó el padre Eleta-, Sigüenza, Ávila –recientemente restablecida en medio de la polémica (la misma que levantó su cierre)-, Almagro, etc., vetustas fundaciones clericales, empobrecidas, donde se concedían títulos con facilidad (al célebre padre Cádiz le dieron los cinco grados en la de Osuna; pero también a Jovellanos le hicieron bachiller en cánones en esa misma universidad pueblerina, de lo que el asturiano se mofó). En 1807, como ha recordado T. Egido, Godoy promocionaba los métodos pedagógicos modernos de Pestalozzi, mientras en sus Memorias se jactó de haber apoyado la ciencia como nadie, lo que, petulancias principescas aparte, se revela en la brillantez de las muchas instituciones científicas y técnicas fundadas durante su gobierno. Pero la España ilustrada de un Godoy inmensamente rico, protector de las artes y las ciencias, convivía con la extrema pobreza, un dilema que no parece haber sido un gran problema para los ilustrados, o al menos, no acertaron con la solución a lo largo del siglo. En Salamanca, en Segovia, en Toledo y en el propio Madrid, hubo que recurrir a las sopas de pobres, generalmente organizadas por las Juntas de Caridad, pero también por la Matritense. Eran las célebres sopas Rumford”, cuyos ingredientes eran todos vegetales –entraba ya la patata- salvo una libra de carne de cerdo o manteca por cada cincuenta raciones; también en Zaragoza, la casa de Misericordia ensayó la misma fórmula. En Madrid, se constató el empleo de hierbas peligrosas para la salud entre los componentes del “pan de los pobres” 30. 30. Gómez Urdáñez, J. L., “De la caridad a la filantropía. Antecedentes históricos del Tercer Sector y la Economía Social en La Rioja”, Polska.Hiszpania, wczoraj i dzis, Werset, Lublin, 2012, 183–218. 104 josé luis gómez urdáñez Durante 1804, al hambre se unió la epidemia de tercianas –el paludismo-, que afectó a toda Castilla. En Ciudad Real, la casa de misericordia tuvo que cerrar ante la avalancha de pobres; en el otoño de 1803 había en La Mancha unos 15.000 enfermos. En Castilla la Vieja también hubo pueblos especialmente atacados: “toda Castilla se está despoblando”, dice el médico Juan Francisco Bahí, residente en Burgos. En el canal de Castilla, son muchos los obreros enfermos –hay unos 5.000 trabajando- y se culpa a las aguas encharcadas de la propagación de la epidemia; en Astudillo, se pierden unas 2.000 almas. El gobierno repartió quina y promulgó medidas de higiene, pero la que salió de la Real Botica no era suficiente, y según se decía, la que se vendía en el mercado era de mala calidad. El Generalísimo ante Napoleón La vuelta al poder de Godoy en enero de 1801 fue fruto de una serie de acontecimientos que, como en 1793, habían hecho pensar a los reyes en la necesidad del hombre “sin partido”, sólo leal a la Corona, capaz de superar a las facciones cortesanas que habían llegado a provocar graves tensiones. Godoy era cons­ ciente –como le dijo a la reina- de “la dificultad de reunirse un partido fuerte mientras yo exista en este País”, pero María Luisa aborrecía a Urquijo y a “las gentes de Cabarrús”, cuya caída era esperable, tal y como estaba la opinión y la posición de la Iglesia en España, más aún después de la autorización del culto católico en Francia el 28 de diciembre de 1799 y de la elección de Pío VII, que intervino personalmente ante Carlos IV contra Urquijo, ya imposible de sos­ tener por su “jacobinismo”. Además, Napoleón hacía su entrada a lo grande en la política internacional. Napoleón aparecía ya ante muchos españoles como el genio brillante que había sido capaz de terminar con la revolución en Francia; hasta mereció los elogios de Carlos IV, que llegará a llamarle “hermano” (y del príncipe Fernando, que le llamará “tierno padre”). Pero en los planes de Napoleón estaba ya decidido atacar Portugal, el tradicional aliado de Inglaterra, desde España. El Primer Cónsul, todo poderoso después de Brumario, sabía que su plan iba a producir un gran malestar en Carlos IV, pues el rey estaba emparentado con la familia real portuguesa, pero también sabía que sólo Godoy podía vencer sus escrúpulos, recordándole que otra parte de su familia también estaba en peligro en Parma. Con el apoyo del embajador en Madrid, Luciano, hermano de Napoleón, Godoy no tuvo que presionar mucho a Carlos IV para convencerle Vísperas del Dos de Mayo 105 de que la guerra sería incluso beneficiosa para la monarquía portuguesa, pues, rota su alianza con Inglaterra, Napoleón le permitiría seguir en el trono. Para dirigir esta guerra, Carlos IV nombró a Godoy Generalísimo de los ejércitos. La crisis del gobierno Urquijo se cerró, aparentemente, nombrando al santanderino Pedro Cevallos –pariente de Godoy- secretario de Estado, mientras Caballero y Cayetano Soler seguían en el cargo; ambos llegarían hasta el final del reinado de Carlos IV, o mejor, de la dictadura de Godoy, como ha sido calificada por muchos historiadores esta recta final del Antiguo Régimen. Pues, aunque sin cargo ministerial, Godoy fue de hecho “el único que puede ocupar el vacío que nos ocupa” –en palabras de su amigo el general Morla-, el único que, ante los reyes, era capaz de “pilotar la nave” y salvar a la monarquía. Hasta Azara, que odiaba a Urquijo, le animaba a “completar la obra”. El ejército era ya una pieza política del Estado –y ya no dejaría de serlo-, pero al poner a Godoy a la cabeza, los reyes le encomendaban algo más importante, pues entendería “en cualesquiera otros asuntos” y daría las órdenes pertinentes “como si Vuestra Majestad en persona las diese”. Para entonces, Godoy era ya muy aficionado a vestir de uniforme, a revistar las tropas y presenciar paradas militares. Como sentencia La Parra, Godoy era “como un rey” y su ambición no dejó de aumentar (lo que era perfectamente conocido por Napoléon). La guerra contra Portugal en 1801, la de las Naranjas, que duró apenas unas semanas, no produjo los resultados militares y diplomáticos planeados por Napoleón, que pensaba utilizar un Portugal ocupado para negociar con Inglaterra las reivindicaciones seculares de España, sobre todo Gibraltar y Menorca (ocupada de nuevo por los ingleses en noviembre de 1798). En adelante, la debilidad del ejército español de tierra, que había quedado al descubierto, pesará en las decisiones del futuro emperador, que al fin llegó a un acuerdo ventajoso para España en la paz de Amiens (1802), por la que se recuperaba Menorca y se mantenía la única plaza portuguesa conquistada en la guerra de las Naranjas: Olivenza. Godoy intentó aprovechar la paz para la recuperación interior consciente de la crisis económica, y se empleó a fondo para asegurar la neutralidad, pero tuvo que ceder de nuevo ante Napoleón firmando el 19 de noviembre de 1803 un tratado franco-español, más que dudoso, pues de nuevo empezarían las hos­ tilidades ante el “bloqueo continental” y España se había comprometido en el tratado a permitir a la flota francesa el uso de sus puertos (además de obligarse a pagar a Francia 6 millones de libras mensuales). Aún así, la “neutralidad comprada” sólo duro un año, pues en diciembre de 1804 Inglaterra rompía las 106 josé luis gómez urdáñez hostilidades. Villeneuve, el jefe de la escuadra combinada hispano-francesa resguardada en el inexpugnable puerto de Cádiz, decidió entonces lo que tantas veces había evitado España: la guerra abierta en el mar contra la gran potencia. Esa fue la razón del desastre de Trafalgar (21 de octubre de 1805), la puntilla sobre la moribunda España y sobre todo, sobre sus Indias, que se lanzaron ya al camino de la emancipación. Alcalá Galiano dijo luego: “para hacer el armamento que fue destruido en Trafalgar había sido necesario apelar a esfuerzos extraordinarios, dedicando a aquel gasto y a los demás de la guerra los fondos de amortización, un tanto sobre las fincas pertenecientes a la Iglesia, concedido al rey por el Papa, un empréstito de cien millones de reales en acciones (…) y en fin, algunas contribuciones nuevas. Todo ello estaba gastado sin haber dado más fruto que desventuras (…) Agregábase estar completamente cerrado el paso a los caudales de América y temerse la pérdida de ésta, contra la cual estaban preparando los ingleses expediciones”. Godoy pretendió, de nuevo, aprovechar la coyuntura para salir de la órbita imperial pensando que la derrota habría afectado los planes de Napoleón; podía abrirse de nuevo un periodo de paz, imprescindible para evitar los efectos de la dura crisis económica y necesario para su propia supervivencia, pues la hostilidad de la opinión se había recrudecido contra su dictadura, ahora peligrosamente aglutinada en torno al Príncipe Fernando. Godoy aún intentó un llamamiento patriótico, en medio de una desvergonzada campaña de pasquines y dibujos –los ajipedobes y demás obscenidades-, orquestada en el cuarto del príncipe Fernando, decidido ya, por consejo de los que le acompañaban, Escoiquiz y el duque del Infantado entre ellos, a torcer el rumbo de la monar­ quía. Pero, a la altura de 1807, lo que nadie parecía poder torcer eran los designios de Napoleón, conocedor de la patética situación de la corte española: unos reyes débiles, un dictador ambicioso y un príncipe conspirador, todos ellos solici­ tándole su protección. Los hechos que se sucedieron desde la firma del tratado de Fontainebleau, el 27 de octubre de 1807, hasta el principio del fin, el motín de Aranjuez de marzo –un golpe de estado en toda regal- y el 2 de mayo, han pasado a la historia como una sucesión de afrentas y humillaciones por parte del amo de Europa, que explican el resultado posterior, el levantamiento popular contra los franceses. Sin embargo, la tiranía napoleónica no fue tanto la causa como el desencadenante, pues el pueblo español, especialmente el madrileño, hacía años que manifestaba el descontento y había pasado de zaherir al Choricero a desconfiar de los reyes padres, de quienes ya no esperaba nada. Como tantas veces había ocurrido antes, la esperanza volvió a ser un rey nuevo, joven, Vísperas del Dos de Mayo 107 un mesías con nuevos hombres de gobierno. Y eso es lo que iba a aprovechar Napoleón. La conspiración fernandina aglutinaba a muchos aristócratas, algunos viejos arandistas, pero empezó a contar con un fuerte apoyo popular tras los sucesos de El Escorial, a partir de octubre de 1807. Paradójicamente, Godoy y los reyes salieron mal parados de la teatralización de sus cuitas con el hijo ante la opinión pública tras haber descubierto la conjura, y peor aún, al mostrar la debilidad de perdonar al príncipe por mano de Godoy, que de esa manera se hizo sospechoso de haber provocado los hechos para humillarle más. El último año del Antiguo Régimen no pudo ser más patético. La caída de la monarquía La siembra de rumores y las “tomas de partido” que precedieron a los hechos ocurridos en El Escorial dejaban ver que el príncipe Fernando preparaba un verdadero golpe de estado, dirigido a terminar con la monarquía de su padre, contando con el apoyo de Napoleón. El rey padre abdicaría a favor del hijo, que nombraría un nuevo gobierno –el decreto estaba preparado-, con el duque del Infantado, capitán general de Castilla, el conde de Montarco, presidente del Consejo de Castilla, y Floridablanca, que volvería a ser secretario de Estado. Para asegurarse la protección de Napoléon, Fernando, que acababa de quedar viudo, casaría con alguien de la familia imperial (una solicitud que Fernando reiteró al emperador incluso durante su cautiverio en Valencay). En el lado contrario, los (pocos) partidarios de Godoy eran acusados de pretender instaurar una nueva monarquía con él en el trono, como propalaba su hermano Diego, o como decía Escoiquiz, “concentrando toda la autoridad” en Godoy y “dejando a su Alteza Real, fallecido el padre, el título solo pero sin las facultades de rey”. El nombramiento de Almirante que había recibido Godoy el 13 de enero de 1807, y que fue interpretado en el cuarto del Príncipe como el colmo de la humillación, y la enfermedad que padecía entonces Carlos IV –el decreto preparado para entronizar a Fernando contenía la expresión “que en paz descanse” al referirse a Carlos IV- avivaron la reacción de los fernandinos. Por una parte, se decía que “el príncipe es tonto, incapaz de reinar; la dinastía de Borbón ha degenerado”, etc.; por otra, el preceptor del príncipe, Escoiquiz se encargaba de agigantar la inquina contra la “Trinidad en la tierra” Carlos IV, María Luisa y Godoy) y de ganar adeptos, entre los que pronto se encontra- 108 josé luis gómez urdáñez rían incluso los ministros de Godoy (a excepción del odiado Miguel Cayetano Soler) y, en primera línea, el embajador francés, Beauharnais. Fuera el propio Godoy, o sus espías, Napoleón o Escoiquiz, el agente que medió para que la trama fernandina se descubriera, lo cierto es que el 24 de octubre de 1807, el rey entró en el cuarto de Fernando y lo sorprendió intentando, preso del nerviosismo, ocultar papeles. El rey, sospechó lo que seguramente ya conocía por la reina y mandó custodiar al príncipe y registrar su cuarto, en el que se encontró más que lo que se buscaba (y eso que algunos papeles fueron ocultados o destruidos). El escándalo trascendió a la opinión pública por muchas manos interesadas, de uno y otro lado, tanto como el proceso posterior. Once jueces del Consejo de Castilla dictaron la escandalosa sentencia el 25 de enero de 1808 por la que los encausados fueron desterrados, pero absueltos. Era un duro golpe para Carlos IV, que según se dice, gritó enfurecido “Mi honor, mi honor antes que la Corona”. Los desgraciados sucesos de El Escorial provocaron en la opinión española, en Napoleón y en las cortes europeas, la constatación de la miseria moral de los más altos personajes rectores de la política española, sobre todo si se tiene en cuenta que, al final del proceso, en enero de 1808, las tropas francesas se habían desplegado ya por el norte de España a raíz del tratado de Fontainebleau, que había sido firmado (en secreto) tres días antes de que Carlos IV entrara en el cuarto de Fernando. La siembra de la opinión en ambos bandos se abonó con las cartas cruzadas entre padre e hijo, que Godoy se encargo de publicar acompañándolas al decreto en el que los padres perdonaban a Fernando, sin duda para herirle más. Las expresiones de “papá”, “mamá”, que emplea el Príncipe, su infantilismo, su doblez moral –delató a todos sus cómplices-, la falsedad de su arrepentimiento –pues seguía conspirando-, sólo tiene parangón en las cartas que padre e hijo envían a Napoleón, de las que nos contentaremos con resaltar sólo el ser­ vilismo y la puerilidad que manifiestan ambos al solicitar su protección, uno contra el otro. Mientras, en el pueblo español cundía la impresión de sometimiento a Francia; el pueblo bajo y el clero rural, siempre tendentes a acrecentar el “patriotismo español” desde la guerra contra la Francia regicida y atea, se sumaban al descrédito del gobierno títere que había enviado 15.000 soldados bajo el mando del marqués de la Romana, en mayo de 1807, a Dinamarca para engrosar el ejército imperial, mientras contemplaban sorprendidos la llegada de grandes contingentes de soldados franceses a sus pueblos, a los pue­ blos y ciudades que había entre la frontera francesa y la de Portugal, así como Vísperas del Dos de Mayo 109 a Madrid. Los alcaldes buscaron alimentos, camas y edificios donde alojar a los soldados, pero hubo ya algunas actitudes de hostilidad aisladas en muchos sitios. Carlos IV tuvo que publicar que los franceses sólo estaban de paso para conquistar Portugal y que eran amigos; Beauharnais, maestro en difundir rumores, tranquilizaba a los fernandinos diciéndoles que también venían para apoyar al Príncipe. Porque el pueblo, el populacho, era ya una amenaza temible y muchos pensaron que la “revolución española” sólo podía evitarla Napoleón –como había hecho en Francia-, de forma que se inclinaron a cualquier solución que viniera avalada por el Emperador y por Fernando, los únicos capaces de aglutinar las diferentes opciones, todas presididas por el odio a Godoy, que intuyó su fin cercano –y el de la monarquía de Carlos IV- y se volcó en su lealtad a los reyes. La toma de la ciudadela de Pamplona y la posterior entrada de las tropas francesas en Barcelona era una señal inequívoca para Godoy de las verdaderas intenciones del Emperador, por lo que empezó a pensar en trasladar a los reyes para evitar que cayeran en sus manos –eso había ocurrido ya con el propio Papa y los Braganza, que habían huido a Brasil para evitarlo-, pues Godoy creía también que Napoleón podía presentarse en persona en Madrid a imponer su solución. Precisamente, éste fue el desencadenante que utilizaron los fernandinos para lanzarse abiertamente al golpe de estado, el mal llamado motín de Aranjuez. Intuyendo su desgracia, abatido, como lo vio Alcalá Galiano en su casa el día 13 de marzo de 1808 y sabiendo que Murat había llegado a Burgos, Godoy, ya en Aranjuez, ofreció a Fernando, en presencia del rey, quedarse en Madrid como “lugarteniente con plenas facultades en lo militar y en lo político”, lo que los consejeros del Príncipe no aceptaron. El 14 de marzo, el Consejo de Estado, del que Godoy era decano, se pronunció favorablemente al viaje real a Sevilla, pero el ministro de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero, ganado por la causa fernandina aunque con gran ascendencia sobre Carlos IV, se negó a dar su firma, llegando a un fuerte encontronazo con Godoy en los pasillos del palacio. Según testigos, Godoy intentó sacar la espada y fue frenado con rapidez por Caballero que le apuntó con una pistola. Luego, Caballero tranquilizó al rey sobre las intenciones de los franceses y, al parecer, el rey le contestó que no saldría de Aranjuez. Sin embargo, al día siguiente, el propio ministro –con órdenes del entorno de Fernando- envió una circular a los vecinos del Real Sitio instándoles a impedir el viaje de la corte a Sevilla –a sabiendas de que la ausencia de los reyes sería la ruina de los proveedores y sirvientes de la Casa Real-, mientras el Consejo de Castilla desautorizaba 110 josé luis gómez urdáñez el envío de tropas a Aranjuez. De nada sirvió que el rey lanzara una proclama extremadamente paternalista, tanto que empezaba por “amados vasallos míos” y seguía con expresiones como “yo cual padre tierno os amo”, “españoles, tranquilizad vuestro espíritu”, “vuestro amor”, etc. El texto, aunque fue fijado en varios lugares de Aranjuez, aparecería el día 18 en la Gaceta. Era demasiado tarde. Emilio La Parra dice que Godoy llegó a temer un atentado personal el día 16, pues se vio sin tropa, consciente de que incluso entre sus guardias de corps se estaba incitando al motín, mientras se sabía que corría ya el dinero de “El tío Pedro” (el conde de Montijo) y llegaban al Sitio campesinos y jornaleros de los alrededores. Muchos provenían de las vecinas tierras del duque del Infantado y del conde de Altamira –seguramente el hombre más rico de España31-, que junto con el infante don Antonio, también habían puesto dinero para pagar “jornales”, es decir, gratificaciones a los que se amotinaran. Sin embargo, los forasteros atraídos por el dinero no fueron tantos como dijeron luego Godoy y Galdós, o los historiadores románticos que hablaron de “plebe” o “ratas rabiosas”. Entre los habitantes del Sitio, mucho más numerosos que los forasteros pagados, hubo “patriotismo”, o si se quiere “veneración por los reyes”, a los que querían y de los que dependían, como prueba el desarrollo de los hechos: los amotinados siempre vitorean a la familia real. En cualquier caso, tan exagerada es la cifra de 40.000 amotinados como la movilización sólo por la atracción del dinero repartido. Igualmente, es poco creíble que el propio Fernando diera la señal a medianoche para empezar el motín o que fuera el “tío Pedro” disparando un tiro. Hubo un desencadenante inmediato, pero éste fue la difusión interesada de un nuevo rumor. Al atardecer del día 17 los esbirros del “Tío Pedro” divulgaron que los reyes partirían al día siguiente –algo parecido a lo que se voceará por Madrid el 2 de mayo-, lo que fue interpretado como una traición del rey, presa ya su voluntad del “monstruo” Godoy. Contra él se dirigieron siempre los amotinados, que fueron concentrándose frente a palacio para impedir la traición. Como en el motín contra Esquilache, el rey y su familia se mostraron al público, prometiendo no salir de viaje; Fernando apareció en el balcón y fue 31. El conde de Altamira, que fue retratado por Goya junto a una mesa para que se viera su estatura de enano, era conde de Almazán, la villa soriana que sería incendiada durante la guerra. Con la Constitución de 1812, Almazán se libró del conde y eligió a su primer alcalde constitucional, pero el regreso de Fernando VII hizo que el conde volviera a ser el señor de la villa. Gómez Urdáñez, J. L., “La Guerra de la Independencia en Almazán”, Cuadernos del Bicentenario (extra), Foro para el Estudio de la Historia Militar de España, Madrid, 2011. Vísperas del Dos de Mayo 111 aclamado, como lo habían sido antes los reyes. Con los “viva el rey y muerte a Godoy”, los amotinados se dirigieron a la casa del Generalísimo, la saquea­ ron, pero, como dijo el conde Toreno, no robaron, caso insólito si se trataba de “ratas” y chusma. Al día siguiente, Carlos IV firmaba el decreto de exoneración de Godoy, asumiendo él personalmente el mando en el ejército y la marina, las dos únicas competencias que oficialmente tenía Godoy. Al mostrarse en el balcón para anunciar la caída del tirano, la multitud vitoreó de nuevo al rey –incluso a la reina, como recalca T. Egido- y volvió aparentemente la calma. El motín parecía sofocado, al menos en lo que concernía a la continuidad de la dinastía. Pero, al día siguiente, Godoy fue descubierto. Sediento, salió de su escondite; otras versiones hablan de que un muchacho lo vio por la ventana; en cualquier caso, los guardias de corps tuvieron que evitar la ira de la multitud, que apedreó y golpeó al caído, custodiándolo hasta el cuartel, donde quedó preso. De nuevo, se formó un tumulto y el príncipe Fernando calmó a la multitud prometiendo juzgar a Godoy en Aranjuez. Pero, tras conversaciones entre padre, hijo y ministros, se decidió trasladar al preso a Ocaña. De nuevo se filtró el rumor de que querían sacarle para evitar el castigo y los amotinados acudieron al cuar­tel y destrozaron el coche que habían preparado para el traslado. El príncipe volvió a calmar a la multitud, reiterando la promesa de que el preso no saldría de Aranjuez. Incapaz de soportar la tensión, quizás temiendo por la vida de su querido Manuel, Carlos IV convocó a las siete de la tarde del 19 de marzo a sus ministros y les expuso su decisión de abdicar. No la había consultado con María Luisa, que estaba encerrada en sus habitaciones. El rey firmó el decreto de abdicación y, delante de los ministros y consejeros, se quitó la corona y la puso en la cabeza de su hijo. “Como los achaques de que adolezco no me permiten soportar por más tiempo el grave peso del gobierno de mis reinos” -comenzaba diciendo el decreto-, “he determinado después de la más seria deliberación, abdicar mi corona en mi heredero y muy caro hijo…” El rey decía que el Real decreto era “de libre y espontánea declaración” y “mi Real voluntad”. El pueblo, de nuevo concentrado ante el palacio, lo sabe inmediatamente todo y aclama al nuevo rey Fernando VII, que saluda desde el balcón. El entusiasmo ha sido narrado más o menos novelescamente: se dijo que cortaron ramos verdes y los pusieron en los sombreros de los guardias de corps, o que la reina propinó un sonoro bofetón a su hijo cuando fue, ya rey, a besarle la mano. En cualquier caso, la ópera bufa en que fue convertido el primer golpe de Estado de la historia de España continuó con un inusitado desenlace: el rey 112 josé luis gómez urdáñez se arrepentía unos días después y declaraba nula su decisión. En su “protesta”, que se fechó el 21 de marzo pero que en realidad se firmó el 24, declaraba que el decreto de abdicación fue “forzado por precaver mayores males y la efusión de sangre de mis queridos vasallos”. En carta a Napoleón, exageraba su situa­ ción, pues le decía que tuvo que “escoger entre la vida o la muerte, pues ésta última hubiese sido seguido de la de la reina”. Las cartas de María Luisa de esos días provocan todavía más estupor, pues llega a pintar un retrato de su hijo asombroso: “mi hijo tiene mal corazón; su carácter es cruel; jamás ha tenido amor a su padre ni a mí; sus consejeros son sanguinarios”. Los franceses debieron de quedarse atónitos cuando la reina decía: “mi hijo es enemigo de los franceses, aunque diga lo contrario. No extrañaré que cometa un atentado contra ellos”. Para entonces, la caballería francesa llegaba a Aranjuez, el general Murat, gran duque de Berg, entraba en Madrid (23 de marzo) y, al día siguiente, Fernando VII era aclamado en la capital, donde firmaba un decreto para que el pueblo acogiera triunfalmente al emperador, cuya llegada a Madrid se creía inminente. Desde la abdicación de Carlos IV hasta el nombramiento del rey José I –la verdadera solución Napoleón- pasó demasiado tiempo, lo suficiente para que se produjeran cambios revolucionarios –ahora sí- en el comportamiento del pueblo. La sensación de “nación abandonada”, como dijo M. Artola, obligó a tomar decisiones, que finalmente conducirán a la división de los españoles en las opciones que ya se podían intuir de tiempo atrás. La guerra contra los gabachos es el aglutinante total en apariencia, pero tras el telón está la “revolución española” que, para muchos, colaboracionistas, afrancesados, liberales, no consiste ya en la reposición de Fernando en el trono. La Junta Suprema, en su parte de 17 de abril de 1808, a Su Majestad, obviamente Fernando VII, da la clave para entender lo que va a ocurrir dos semanas después: “que los franceses tomaban el tono de conquistadores y con él causaban vejaciones a los pueblos y al erario, imposibilitando acaso a la Nación de los medios para conservarse sin dependencia de toda autoridad extranjera”. La Guerra de la Independencia de la Nación Española está a punto de comenzar: sólo falta que esta toma de postura revolucionaria se contagie al pueblo, lo que había comenzado a producirse tras el motín de Aranjuez. Los motines contra Godoy se habían extendido a toda España y habían sido especialmente virulentos en Madrid, donde quemaron la casa del minis­ tro caído y saquearon las de alguno de sus protegidos, como el mismísimo Leandro Fernández de Moratín. Como dice T. Egido, hubo más violencia en Madrid que en Aranjuez, violencia y desenfreno, borracheras y pillajes. Al- Vísperas del Dos de Mayo 113 calá Galiano dijo que Madrid “se convirtió en un lupanar”. Pero, la euforia del triunfo contra el tirano y la llegada del mesías se fue enfriando al conocer los acontecimientos posteriores: las tropas francesas no habían vitoreado a Fernando en su entrada triunfal en Madrid, lo que, aunque Escoiquiz quisiera no verlo, era una señal de que Fernando contaba menos que el rey padre en los planes de Napoleón (y que, en realidad, ninguno contaba nada, pues el Emperador había decidido ya instaurar una nueva monarquía en España). Por ahora, Murat impidió que los reyes padres se retirasen a Badajoz, por lo que fijaron su residencia en El Escorial. Godoy también era custodiado por los franceses, que lo trasladaron a Chamartín el 21 de abril. Mientras, el pueblo era sometido a una presión irresistible al tener que pagar los víveres de los soldados y cederles alojamientos. Nada más llegar a Madrid, Murat, por medio del general Beliand, exigía al gobierno español víveres para alimentar a 27.000 hombres y 7.000 caballos durante 15 días, alojamiento para 12.000 hombres en cuarteles y conventos, con cocina, leña, paja, colchones, mantas, etc., así como 12.000 cantimploras, 1.200 marmitas, 2.000 pares de botas, 200 carros y 500 mulos, 500.000 raciones de bizcocho”. En todas las ciudades y pueblos de Castilla donde había guarniciones las peticiones a los corregidores y alcaldes eran igualmente exageradas. Quedaba todavía la esperanza de Fernando, y para la mayoría de sus seguidores la del apoyo del emperador, por lo que el rey hijo se apresuró a salir de Madrid hacia Burgos para abrazar a su protector imperial. Algunos sos­ pechaban ya las verdaderas intenciones de Napoleón cuando anunció que vendría a España y que quería entrevistarse con el joven rey cuanto antes; incluso hubo conatos de rebeldía entre los madrileños al ver partir al rey: cuatro días después, en la iglesia de la Encarnación de Madrid, se propaló el rumor en medio de los actos del Jueves Santo de que iba a haber una refriega con los franceses. Pero, los consejeros de Fernando estaban cegados por la euforia del triunfo final cercano, especialmente el preceptor Escoiquiz que, en uno de sus muchos desatinos, había llegado a ofrecerse a Napoleón como el Godoy de Fernando VII. “Me ofreció por su cuenta –dice Napoleón- gobernar, según dijo, de acuerdo por completo conmigo, de la misma forma que lo pudo hacer el Príncipe de la Paz en nombre de Carlos IV”. La corte de Fernando salió de Madrid el 10 de abril, pero su viaje no terminó en Burgos, ni en Vitoria, sino en Bayona, adonde llegó el día 21. El que fuera ministro de Carlos IV, Mariano Luis de Urquijo, intentó detener a Fernando en Vitoria, con el apoyo del duque de Mahón y del alcalde Urbina, pero no lo consiguieron a pesar de fomentar serios disturbios en la capital alavesa. 114 josé luis gómez urdáñez (Urquijo sería luego ministro con José I. Exiliado como tantos afrancesados, sus restos reposan en el cementerio del padre Lachaise, cerca de los de Moratín y Godoy). Tras Fernando, a los pocos días, llegaba Godoy a Bayona y des­ pués los reyes, también Pepita Tudó y su familia. En España quedó una junta presidida por el infante don Antonio, hermano de Carlos IV. Todos los días llegaba a Madrid un parte con noticias sobre la salud de la familia real, que inquietaba más que tranquilizaba, pues la reunión de Bayona empezaba a ser muy sospechosa. Además, el clima de hostilidad contra los franceses era ya imposible de ocultar: desde la salida del rey hasta fines de abril, no menos de 50 soldados franceses ingresaron en el Hospital General; también aumentaron las víctimas españolas de día en día. El 27 de abril, cinco pastores fueron agredidos a orillas del Manzanares por soldados franceses que les querían robar las reses. En otros pueblos y ciudades, los roces eran igualmente cotidianos. Cada vez más aumentaban los rumores sobre amenazas de Murat contra los madrileños, que se hicieron explícitas al serle negada por la Junta la petición –en nombre de Carlos IV- de que salieran sus hijos, Luisa, reina de Etruria, y Francisco de Paula, para reunirse en Bayona con sus padres. Tras muchos forcejeos, el 30 de mayo la junta autorizó la salida de Luisa, mayor de edad, pero no la del infante. Murat anunció que tomaría medidas drásticas, como alejar a los guardias de corps de la capital y prohibir papeles y canciones “perjudiciales para el nuevo orden que se quiere introducir”. Por la noche, hubo ya grupos en la puerta del Sol, mientras se formaban los primeros tribunales militares para juzgar los constantes altercados. Al día siguiente, 1 de mayo, domingo, Murat, el duque de Berg al que llamaban “el troncho de berzas”, fue insultado a su paso por la puerta del Sol, cuando se dirigía a misa. Por la tarde, el infante don Antonio fue vitoreado. Todo el mundo en Madrid esperaba grandes acontecimientos al día siguiente. La sangrienta jornada empezó con la concentración de gente en la puerta del Sol desde primera hora de la mañana. Esperaban el “parte”, que no llegó la noche anterior, pero en realidad, estaban seguros de que se producirían algaradas contra los franceses, como habían divulgado durante toda la noche agentes fernandinos y soldados españoles, conocedores de que los franceses podían hacer salir a los infantes en cualquier momento. En efecto, a las 9 de la mañana, salía un coche de palacio con Luisa y se preparaba otro para el infante. A los gritos de “traición”, “que se llevan a los infantes”, se concentraron unos centenares de personas dispuestas a impedir la salida. A las 10, sonaron las primeras descargas de artillería, que dejaron en la calle varios heridos. Inmediatamente, la multitud se dispersó en grupos, corriendo hacia calles Vísperas del Dos de Mayo 115 y plazas de Madrid, donde se les unía más gente. Los soldados franceses que encontraban eran agredidos con palos, o navajas; no hubo casi armas de fue­ go, sólo las de los escasos militares que a título personal se lanzaron contra los enemigos. Desde lo alto de la cuesta de San Vicente, Murat dio entonces orden de actuar a la caballería, que cargó con saña en la puerta del Sol, pero también en otras calles y plazas. Luego, el lugarteniente escribiría al Emperador: “Señor: ha habido mucho muerto”. Hacia las dos, terminaron las algaradas. La ciudad estaba tomada por más de 25.000 soldados franceses, además los miembros de la Junta y de los Consejos difundieron durante toda la tarde que habría perdón si los madrileños se retiraban. Como dice J. Soubeyroux, al analizar la versión que Goya dio en sus cuadros, el levantamiento fue espontáneo, popular, revolucionario; por eso, no gustaron nada a Fernando VII y a su camarilla cuando volvieron a Madrid después de la guerra, y los mandaron al almacén del Museo del Prado, donde permanecieron años ocultos hasta la Gloriosa Revolución de 1868.32 Al día siguiente, el despliegue militar francés dejó las calles desiertas, pero pronto se empezó a saber que los fusilamientos habían empezado ya por la tarde y la noche del día 2 en varios lugares, la Montaña del Príncipe Pío –los inmortalizados por Goya-, El Prado, la puerta del Sol, el portillo de Recoletos, etc. Sobre las bajas se ha exagerado mucho, pero es posible que, en el lado español, no pasaran de 420 muertos y algunos cientos de heridos. Los fusilados fueron poco más de 100. Entre los franceses, se ha mantenido también una cifra exagerada, en torno a los 1.600 muertos. Desde luego, serían bastantes menos, pero no los 31 que declaró Murat33. Restablecida la calma, el día 3, salía el infante Francisco de Paula hacia Bayona y, a la mañana siguiente, le seguía don Antonio, un personaje que se califica por su conocida despedida: A la junta, para su gobierno, la pongo en noticia como me he marchado a Bayona de orden del rey y digo a dicha junta que ella siga en los mismos términos, como si yo estuviese en ella. Dios nos la dé buena. Adiós, señores, hasta el valle de Josafat. Antonio Pascual. 32. Soubeyroux, J. Goya politique, Sulliver, Paris, 2010. 33. Alía Plana ha dado el ultimo parte de bajas: de los 413 españoles muertos, sólo 39 eran militares, contra 57 mujeres y 13 niños, y entre los 169 heridos, sólo se contaban 28 militares. La mayoría de las víctimas eran individuos sin oficio conocido y artesanos. Alía Plana, J. Mª. Dos días de mayo de 1808 en Madrid pintados por Goya, Fundación Jorge Juan, Madrid, 2004. 116 josé luis gómez urdáñez Ese mismo día, Murat se hacía cargo de la presidencia de la Junta y cuatro días después, recibía una carta del Capitán General de Castilla la Nueva, Negrete, con felicitaciones por su comportamiento el día 2 de mayo. Empezaba la colaboración de muchas autoridades de las provincias, mientras otras, como el célebre alcalde de Móstoles, llamaban a la movilización. Para entonces, en Bayona, Fernando ya había devuelto la corona a su padre, que se la entregó acto seguido a Napoleón. Terminaba así la dinastía, pero se iba con ella algo más. Caía el Antiguo Régimen, por más que Fernando VII, a la vuelta de su extraño cautiverio en Valençay ordenara en todas las instituciones “que todo vuelva al estado que tuvo antes de 1808”. España, que saldría maltrecha de una costosa guerra –cuyos efectos sobre el desarrollo material lastraron durante décadas la acción de los gobiernos posteriores, como siempre recuerda Miguel Artola34-, debía encarar los retos de un mundo nuevo, el mundo contemporáneo, al que se asomaría con dos novedades extraordinarias: por una parte, acababa todo un sistema político-comercial ligado al mantenimiento del imperio colonial a raíz de la emancipación de las repúblicas americanas; por otra, España se dotaba de una Constitución liberal, mientras el gobierno provisional quedaba en manos de unas cortes con capacidad de gobernar. Bien es cierto que su acción no llegaba a muchas regiones de la España gobernada por José I, pero su influencia fue tan grande que ningún español ha podido olvidarla35. Pues gobernar con Constitución o sin Constitución ha sido desde entonces el principal sello de cualquier gobierno: lo que los españoles distinguen como algo relevante y clarificador sobre sus relaciones con el poder. Con todo, ese mundo nuevo mantenía del pasado la reverencia por la monarquía española de origen histórico -aunque la de los Borbones empezara con un rey nacido en Versalles y acabara con otro nacido en Nápoles- y desde luego, la posición dominante de la religión Católica. De ella se acordó en Bayona (y de pocas cosas más) el último monarca, Carlos IV, que le encareció a Napoleón que la mantuviera como la única religión de España. También lo harían los diputados de Cádiz, que le dedicaron el artículo 12: “La religión de la Nación 34. Artola, Miguel, Antiguo régimen y revolución liberal, Ariel, Barcelona,1991; del mismo autor, uno de sus últimos libros, La Guerra de la Independencia, Espasa, Pozuelo de Alarcón, 2008. Como consecuencia de la conmemoración del centenario de la guerra ha habido una avalancha de publicaciones –puede verse una selección en PARES http://pares.mcu.es/GuerraIndependencia/ portal/index.html -, pero quiero destacar expresamente la gran labor desarrollada por el Foro para el Estudio de la historia Militar de España. http://www.forohistoria.com/. Algunas de las actividades tuvieron lugar en Varsovia, como el congreso para conmemorar la batalla de Somosierra. 35. Portillo, J. M., Revolución de Nación. Orígenes de la cultura constitucional de España, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid., 2000. Vísperas del Dos de Mayo 117 española es y será perpetuamente la Católica, apostólica romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra”. El acendrado catolicismo español y polaco parece unir más a nuestros dos países, pero en Polonia, aquella constitución de 1791 no imponía la religión católica, ni prohibía “el ejercicio de cualquier otra”. Miguel Ángel Puig-Samper (Madrid) La Constitución de Cádiz y la cuestión americana1 L a reflexión sobre la Constitución española de 1812 es en estos momentos un ejercicio colectivo de muchos historiadores españoles aprovechando la celebración del bicentenario de la que conocimos como “la Pepa”, siempre vista como el inicio del liberalismo y referencia obligada del constitucionalismo de los siglos XIX y XX. En esta ocasión y con motivo de este estudio comparado entre las primeras constituciones polaca y española, trataré de dar una pincelada sobre la faceta americana que esconde nuestra primera constitución, un elemento que la hace más universal, y de la pequeña historia americana que esconde la propia gestación de la Constitución de 1812. Todo esto se producía además en un momento histórico único en el que se producía la pérdida para España de los territorios americanos, que por otra parte se debatían en una pugna interna interminable, mientras la Península era invadida por las tropas napoleónicas y en Cádiz se debatía la constitución, en sentido literal, de la nación española, en ausencia de la familia real y tras la disolución de una primera Junta Central que dio paso a un Consejo de Regencia, institución que fue la encargada de llamar a elecciones para reunir a las Cortes. Uno de los primeros asuntos que abordaron las Cortes fue la igualdad de los territorios peninsulares y ultramarinos, que se expresó en un decreto firmado el 15 de octubre de 1810 bajo la presidencia de Ramón Lázaro de Dou 1. Proyecto HAR 2010-21333-C03-02 del Ministerio de Economía y Competitividad de España. Agradezco a Cezary Taracha y al Instituto Cervantes su amabilidad al invitarme a participar en esta reflexión sobre las primeras constituciones de Polonia y España. 120 miguel ángel puig-samper y ratificado por la primera Regencia.2 Tres días después aparecía en la Gazeta de la Regencia de España e Indias: Las Cortes generales y extraordinarias confirman y sancionan el inconcuso concepto de que los dominios españoles en ambos hemisferios forman una sola y misma monarquía, una misma y sola nación y una sola familia: y que por lo mismo los naturales que sean originarios de dichos dominios, europeos o ultramarinos, son iguales en derechos a los de esta península, quedando a cargo de las Cortes tratar con oportunidad y con un particular interés de todo cuanto pueda contribuir a la felicidad de los de ultramar, como también sobre el número y forma que deba tener para lo sucesivo la representación nacional en ambos hemisferios. Ordenan asimismo las Cortes que desde el momento en que los países de ultramar, en donde se hayan manifestado conmociones, hagan el debido reconocimiento a la legítima autoridad soberana que se halla establecida en la madre patria, hay un general olvido de cuanto hubiese ocurrido indebidamente en ellas, dexando sin embargo a salvo el derecho de tercero.3 Esta declaración, que se ha presentado a veces como novedosa, tiene un antecedente inmediato en la declaración de la Junta Central del 22 de enero de 1809, que dictaminaba que “los vastos y preciosos dominios que España posee en las Indias no son propiamente colonias o factorías, como los de otras naciones, sino un aparte esencial e integrante de la monarquía española; y deseando estrechar de un modo indisoluble los sagrados vínculos que unen unos y otros dominios, como asimismo corresponder a la heroica lealtad y patriotis­ mo de que acaban de dar tan decisiva prueba a la España en la coyuntura más crítica en que se ha visto hasta ahora nación alguna, se ha servido S.M. declarar, que los reinos, provincias e islas que forman los referidos dominios deben tener representación nacional e inmediata a su real persona, y constituir parte de la Junta Central Gobernativa del reino, por medio de sus correspondientes diputados.”4. Lo cierto es que la representación acordada para los americanos 2. Sobre la representación americana en las Cortes puede consultarse Berruezo, M. T. La participación americana en las Cortes de Cádiz, 1810–1814, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1986, y Rieu-Millan, M.L., Los diputados americanos en las Cortes de Cádiz (Igualdad o independencia), CSIC, Madrid, 1990. 3. Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortes Generales y Extraordinarias desde su instalación de 24 de septiembre de 1810 hasta igual fecha de 1811, Imprenta Nacional, Madrid, 1820, Tomo I, 10. 4. Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, Atlas, Madrid, 1953, 174–175. La Constitución de Cádiz y la cuestión americana 121 –un diputado vocal por cada virreinato, capitanía general o provincia- fue considerada injusta al disponer la Península de dos representantes por provincia.5 Como ha indicado Roberto Breña6, los debates en torno a la representación americana fue uno de los temas de conflicto entre los diputados peninsulares y los americanos una vez convocadas las Cortes. Pone de ejemplo más clarificador al propio Argüelles que nunca consideró que la metrópoli hubiera tratado desigualmente a sus territorios en América, algo que puede verse en su Examen Histórico, especialmente cuando dice: Cabe que en esto se cometiesen errores [se refiere a la administración colonial], y no es posible dejar de reconocerlo; mas no por eso es menos infundado y calumnioso el cargo de opresión deliberada hecho contra la metrópoli a fin de justificar la conducta de América durante la reforma constitucional…7 No se puede negar que hubo siempre ciertas reticencias hacia la representación americana desde la época de la Junta Central, lo que unido a la resistencia americana a reconocer a las nuevas autoridades peninsulares, dio como resultado el inicio de la emancipación de algunos territorios.8 Así, el 22 de mayo de 1809 la Junta Central solicitaba, al convocar Cortes para el año siguiente, que se recabara información sobre la “Parte que deben tener las Américas en las Juntas de Cortes”. Pérez Guilhou destaca cómo en algunas de las respuestas se detecta esta desconfianza de la Península hacia los americanos. El ejemplo más claro es el del Ayuntamiento de Córdoba que consideró muy peligroso el asunto de la representación americana: Si se atiende por otra parte a lo que la experiencia tiene tan acreditado, se verá cuán difícil es mantener unas colonias de tanta extensión y a tanta distancia, revestidas una vez que sean del alto carácter de libres ciudadanos, y se miren a la par de la Metrópoli que antes veneraban. El gusto a la libertad, la memoria de su conquista y los tratamientos que como colonias están sufriendo, han de despertar en aquellos naturales el deseo de la independencia y nuestras mismas Cortes han 5. Flórez Estrada, A., Examen imparcial de las disensiones de América con España, de los medios de su reconciliación y de la prosperidad de todas las naciones, Madrid, Atlas, 1958, 9. 6. Breña, R.,El primer liberalismo español y los procesos de emancipación de América, 1808–1824, El Colegio de México, México, 2006, 141–162. 7. Argüelles, A. de, Examen Histórico de la Reforma Constitucional de España, Junta General del Principado de Asturias, Oviedo, 1999, 237. 8. Un análisis complejo y renovador de la situación americana y peninsular en esta época puede verse en Piqueras, J.A., Bicentenarios de libertad. La fragua de la política en España y las Américas, P Península, Barcelona, 2010. 122 miguel ángel puig-samper de ser para sus representantes escuela en donde aprendan los medios de conseguirla.9 A pesar de esto, hay que resaltar que la mayoría de las respuestas fueron favorables a la representación americana, con el argumento final de que no eran colonos ni esclavos y debían por tanto participar en la legislación y reformas que iban a acometer las futuras Cortes, aunque nunca estuvo claro en qué proporción debían tener representantes en relación a los peninsulares, o en todo caso siempre prevaleció la idea de que fuera menor. Se utilizaron argumentos de todo tipo, llegando a decirse que si se excluían a los indios, negros y gentes de diferentes mezclas, el número ideal sería el de 26 diputados, que fue el fijado finalmente por la Junta Central al decretarse en enero de 1810 el sistema de representación supletoria de América, por el que se establecía un sistema de representación interina dada la urgencia de reunión de las Cortes, en tanto que en la España peninsular se reconocía un diputado por cada cincuenta mil habitantes.10 La llegada del Consejo de Regencia, con un representante americano – Miguel de Lardizábal y Uribe- pudo suponer en un primer momento un soplo de esperanza para los americanos. Como ha indicado Pérez Guilhou, la Regencia, lejos de manifestarse como un órgano del Antiguo Régimen, se expresa en su manifiesto de 14 de febrero de 1810 como una institución mucho más avanzada: Desde el principio de la revolución, declaró la patria esos dominios parte integrante y esencial de la Monarquía española. Como tal le corresponden los mismos derechos y prerrogativas que a la Metrópoli. Siguiendo este principio de eterna equidad y justicia, fueron llamados esos naturales a tomar parte en el Gobierno representativo que ha cesado; por él la tienen en la Regencia actual, y por él la tendrán también en la representación de las Cortes nacionales, enviando a ellas Diputados según el tenor del decreto que va a continuación de este manifiesto. Desde este momento, Españoles Americanos, os veis elevados a la dignidad de hombres libres; no sois ya los mismos que antes encorvados bajo un yugo mucho más duro, mientras más distantes estabais del centro del poder, mirados con indiferencia, vejados por la codicia, y destruidos por la ignorancia. Tened presente, que al pronunciar o al escribir el nombre del que ha de venir a representaros 9. Pérez Guilhou, D., La opinión pública española y las Cortes de Cádiz frente a la emancipación hispanoamericana 1808–1814, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1981, 49. 10. Fernández Martín, M., Derecho Parlamentario Español, Madrid, 1885, II, 571–590. La Constitución de Cádiz y la cuestión americana 123 en el Congreso nacional, vuestros destinos ya no dependen ni de los Ministros, ni de los Virreyes, ni de los Gobernadores; están en vuestras manos11 Curiosamente se apela a la libertad y a los nuevos derechos frente a la antigua opresión colonial, que había combinado la vejación y la ignorancia; algo que nos recuerda a las afirmaciones de Francisco Antonio Zea, el discípulo de Mutis,12 en la reunión afrancesada de Bayona y a las expresiones de los propios independentistas americanos. Zea se había expresado así ante el nuevo monarca José I: Olvidados [los americanos] del gobierno de Madrid, excluidos de los grandes empleos de la Monarquía, privados injustamente de instrucción y de luces, y, para decirlo todo, en una palabra obligados a rechazar hasta los dones que les ofrece la Naturaleza con una mano libérrima, ¿los americanos podrán dejar de proclamar con entusiasmo una Monarquía que proclama su estimación por ellos, que los sustrae a la humillación y al infortunio, que los adopta como hijos y les promete la felicidad?13 Los americanos presentes en Bayona pedirán la libertad de industria y comercio para América, la abolición de tributos sobre indios y castas, etc., parte de lo cual se recogerá en el título décimo del texto constitucional y en el artículo 87 de la Constitución se afirmará la igualdad de esta manera: “los reinos y provincias españoles de América y Asia gozarán de los mismos derechos que la Metrópoli”.14 Por otra parte las Cortes gaditanas volvían a realizar un gesto con el decreto de 30 de noviembre de 1810 por el que se daba el indulto general “en los países de ultramar donde haya habido conmociones”.15 El 16 de diciembre el diputado Inca Yupanqui recriminaba el poco conocimiento que tenían los diputados de América y sus problemas, algo que ya había sido común a los sucesivos gobiernos españoles, solo preocupados por las remesas de metales preciosos, sin tener en cuenta la inhumanidad necesaria 11. Ibid., II, 594–600. 12. La trayectoria de los discípulos de José Celestino Mutis y su contexto puede verse en Díaz Piedrahita, S., Mutis y el movimiento ilustrado en la Nueva Granada, Universidad de América y Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 2008. 13. Citado en Pérez Guilhou, D., op. cit., 34. 14. Franco Pérez, A.F., «La cuestión americana y la Constitución de Bayona (1808)», Historia Constitucional 9, 2008.[Publicación en línea] <http://hc.rediris.es/09/index.html> [Consulta: 2/5/2012]. 15. Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortes Generales.., 28. 124 miguel ángel puig-samper para producirlos. Reclamaba toda la atención de las Cortes para América sentenciando que “un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”, como estaba demostrando la propia invasión napoleónica en España.16 Ese mismo día los diputados americanos, entre los que figuraban indivi­ duos tan diferentes como Mexía Lequerica, José Álvarez de Toledo, Joaquín Fernández de Leyva, Blas Ostolaza, el conde de Puñonrostro, Ramón Power, etc., presentaban once peticiones reivindicativas17 que iban desde la puesta en marcha de la consideración real de igualdad entre peninsulares y americanos, como decía el decreto del 15 de octubre, la libertad de siembra y cultivo, así como la promoción de la industria manufacturera y las artes, la facultad de exportación a la Península y a las naciones aliadas y neutrales, la libertad de importación de cualquier producto necesario y por cualquier puerto americano, el comercio libre con Asia, la supresión de lo estancos en las Américas, la libre explotación de las minas de azogue, la igualdad de los americanos, españoles o indios, con los españoles europeos para ocupar cualquier empleo en la Corte o en cualquier lugar de la Monarquía, estableciendo además un cupo del 50% a los nacidos dentro de un determinado territorio, lo que se controlaría por una Junta consultiva. La última propuesta no deja de ser curiosa por la reivindicación de la vuelta de los jesuitas al territorio americano con dos motivos principales: la necesidad del cultivo de las ciencias, en las eran muy considerados, y para “el progreso de las Misiones que introducen y propagan la Fe entre los Indios infieles”.18 A finales de diciembre José Mexía Lequerica, calificado como primer botánico ecuatoriano y también muy relacionado con el médico naturalista José Celestino Mutis,19 hacía un discurso muy interesante que nos da algunas de las claves de la interpretación de un sector criollo ante los primeros movimientos separatistas americanos. No se trataba de una traición a la Madre Patria ni a su rey, simplemente se ocupaba un espacio de poder vacío para que no lo llenase el pérfido Napoleón y sus secuaces. El pueblo recobraba la soberanía real como por otra parte había sucedido en la metrópoli con la sucesivas Juntas. El diputado ecuatoriano se expresaba del siguiente modo, haciéndose eco de lo que en su opinión pensaban sus hermanos americanos: 16. Diario de Sesiones de Cortes, 16 de diciembre de 1810, 172. 17. Pérez Guilhou, D., op. cit., 98–99. 18. Trelles y Govín, C.M., Un precursor de la independencia de Cuba. Don José Álvarez de Toledo. Discurso leído en la recepción pública del Sr…..,, Imp. El Siglo XX, La Habana, 1926, 66–67. 19. Estrella, E., José Mejía, primer botánico ecuatoriano, Ediciones Abya-Yala, Quito, 1988. La Constitución de Cádiz y la cuestión americana 125 Momentáneamente nos separamos, no del gremio de la nación española, no de la veneración de la nación española, no de la veneración a la madre patria, sino de los provisionales gobiernos que la dirigen con tan varia y arriesgada suerte, porque tememos que pasando nuestra obediencia de unas manos a otras, acaso, según la inevitable vicisitud de los sucesos humanos y la volubilidad de la fortuna, tan fugaz en la guerra, caigamos al fin, y sin poder remediarlo, en las impuras de los franceses, todavía empapadas en la inocente sangre de nuestros padres y hermanos. (...) Porque América toda, señor, antes se sumergirá en las cavernas del mar, como otro tiempo la isla de Delos, y posteriormente la grande Atlántida, que recibir el yugo de este tirano que ha degradado a su rey, asolado a su patria y profanado su religión. Para eso tiene un nuevo mundo un Fernando y éste posee en aquél un trono, adonde no alcanzarán los tiros de su enemigo mortal.20 El 5 de enero de 1811 se aprobaba un decreto por la Cortes, publicado en la Gazeta de la Regencia cinco días más tarde, esta vez firmado por Alonso Cañedo como presidente, que intentaba calmar los ánimos en los territorios americanos con una disposición que hubiera sido del gusto de fray Bartolomé de las Casas por su defensa de los pueblos originarios de América: Habiendo llamado muy particularmente toda la soberana atención de las Cortes generales y extraordinarias los escandalosos abusos que se observan, e innumerables vexaciones que se ejecutan con los indios primitivos naturales de la América y Asia, y mereciendo a las Cortes aquellos dignos súbditos una singular consideración por todas sus circunstancias; ordenan que los virreyes, presidentes de las audiencias, gobernadores, intendentes y demás magistrados, a quienes respectivamente corresponda, se dediquen con particular esmero y atención a cortar de raíz tantos abusos, reprobados por la religión, la sana razón y la justicia; prohibiendo con todo rigor que baxo ningún pretexto, por racional que parezca, persona alguna constituida en autoridad eclesiástica, civil o militar, ni otra alguna de cualquier clase o condición que sea, aflija al indio en su persona, ni le ocasione perjuicio el más leve en su propiedad, de lo que deberán cuidar todos los magistrados y jefes con una vigilancia la más escrupulosa.21 La Cortes manifestaban su desagrado y amenazaban con severos castigos a los infractores, además de ordenar que se circulase el decreto a todos los curas párrocos de América y Asia para que lo trasladasen a los diferentes cabildos 20. Diario de Sesiones de Cortes, 29 de diciembre de 1810, 252–254. 21. Colección de los decretos y órdenes que han expedido las Cortes Generales.., 45–46. 126 miguel ángel puig-samper de indios y así les constara la protección dada por las Cortes, que así se ocupaba de la felicidad de todos y cada uno de ellos. En estos primeros días de enero volvieron a repetirse en las Cortes las acaloradas discusiones en torno a la igualdad en la representación de los españoles europeos y americanos. No era por cierto, como uno puede pensar, una polémica única entre los liberales americanos y los absolutistas españoles, ya que por los Diarios de Sesiones podemos ver cómo el propio Argüelles se hizo fuerte en su posición de defensa de una representación asimétrica entre los representantes peninsulares y ultramarinos por las graves circunstancias que atravesaba España, sin atender a los discursos de algunos diputados americanos como Guridi y Alcocer o el propio portavoz del grupo americano, Mexía Leque­ rica. El primero ya advertía del peligro de emancipación americana, a pesar de su amor al rey Fernando y a España, si no se daba a aquellos territorios la igualdad en la representación ante las Cortes y se concedían algunos derechos elementales. Como ejemplo de las limitaciones que sufrían los españoles americanos Guridi señalaba la prohibición de cultivar ciertas especies vegetales, la imposibilidad de comerciar libremente o la desigualdad en la ocupación de puestos, sin contar con las discusiones de algunos que dudaban de su naturaleza humana.22 La Gazeta de la Regencia publicaba el 17 de enero de ese mismo año otra noticia, la negativa de la ciudad de Puerto Rico de sumarse a la rebelión pro­ puesta por el gobierno “intruso” de Caracas, con la que trataba el ejecutivo de demostrar al público la fidelidad de muchos territorios americanos, o en palabras de la propia Gazeta, “en prueba de que la América española alimenta en su seno dignos hermanos de los que combaten en Europa con heroísmo, para sacudir el yugo que pretende imponerles el más pérfido de los usurpadores”. Las noticias en este sentido fueron bastante continuas. El 23 del mes siguiente aparecía en la misma Gazeta, junto al aviso de traslado de las propias Cortes y la Regencia a Cádiz, la noticia de la llegada a la bahía gaditana de la fragata Astrea procedente del puerto del Callao con 178.000 pesos fuertes para el rey y particulares, 3.000 quintales de pólvora, cacao, cobre, estaño, etc. y noticias tranquilizadoras sobre el orden público en aquellos dominios; algo que subrayaba en otra noticia en la que daba cuenta de los donativos realizados en la provincia del Cuzco como prueba de fidelidad a la corona, “en medio de las conmociones de Santa Fé y Buenos Ayres”. 22. Diario de Sesiones de Cortes, 9 de enero de 1811, 329–330; 11 de enero de 1811, 343–345; 16 de enero de 1811, 381 y 387; 18 de enero de 1811, 396–397 y 23 de enero de 1811, 420 y 422. La Constitución de Cádiz y la cuestión americana 127 En esos días hubo algunas medidas para apaciguar el volcán americano, evidentemente sin ningún efecto, ya que gran parte del territorio, incluido el del Nuevo Reino de Granada, se desconocía la autoridad de la Regencia y de las propias Cortes de Cádiz, quienes por otra parte estaban informadas de la situación americana y de las proclamas de las juntas.23 Así, en febrero se declaraban en Cádiz algunos derechos reconocidos a los americanos, “deseando asegurar para siempre a los Americanos, así españoles como naturales originarios de aquellos vastos dominios de la Monarquía española, los derechos que como parte integrante de la misma han de disfrutar en adelante”, como la igualdad con la Península en la representación a Cortes, algo que luego no se cumpliría, la libertad de cultivo y de la industria manufacturera o la igualdad en los empleos para los criollos y los peninsulares. En marzo se tomaban medidas para el fomento de la agricultura y la industria en América, como respuesta a una propuesta del obispo de Valladolid de Michoacán, así como la extensión a los indios y castas de toda América de una exención de tributos ya concedida en Nueva España, aunque quedando excluidas las castas de negros y mulatos de las gracias de repartimiento de tierras que se habían concedido a los pueblo de indios. En abril se daba la libertad de pesca de algunas especies, como la ballena, la nutria y el lobo marino en las Californias, y la de buceo de la perla en los dominios americanos, libres de impuestos los productos que se comercializaran en buques nacionales, libertad de importación de algodón, se discutía el comercio de esclavos, con la oposición frontal del diputado cubano Jáuregui a las propuestas de Argüelles, Mexía y Guridi, etc.24 y poco después se tomaban medidas para el fomento de la isla de Puerto Rico a instancia del diputado Ramón Power; pero la situación era ya muy grave como lo demuestra la proclamación de la Constitución de Cundinamarca el 30 de marzo de 1811, que significaba un paso firme para la separación definitiva de la antigua metrópoli.25 El 21 de mayo de este mismo año de 1811 se imprimía en Cádiz un discurso firmado por Pedro Agar y Manuel José Quintana titulado El Consejo de Re23. Jairo Gutiérrez, J., Armando Martínez G., La visión del Nuevo Reino de Granada en las Cortes de Cádiz (1810–1813), Bogotá: Academia Colombiana de la Historia y Universidad Industrial de Santander, 2008. 24. Chust Calero, M., América en las Cortes de Cádiz, Mapfre-Ediciones Doce Calles, Madrid, 2010, y La cuestión nacional americana en las Cortes de Cádiz, Fundación Instituto Historia SocialIIH, UNAM, Valencia, 1999. 25. Vanegas, I. «La Constitución de Cundinamarca: primera del mundo hispánico», Historia Constitucional, nº 12, 2011, 257–279, [Publicación en línea] <http://www.historiaconstitucional.com,> [Consulta: 2/5/2012] 128 miguel ángel puig-samper gencia de España e Indias a la América Española para demostrar que era falso que los españoles peninsulares se hubieran echado en los brazos de Napoleón y sus tropas, que además los patriotas españoles habían ganado importantes batallas como la de Figueras, se habían organizado las guerrillas en auténticas partidas militares y miles de paisanos armados estaban dispuestos a defender sus hogares, algo que demostraba el compromiso con la monarquía española. El mensaje se dirigía a los “fieles españoles de América” para que no creye­ ran a aquellos que pintaban a la madre patria como un territorio entregado a la opresión francesa e infectado de bandidos. Agar y Quintana apelaban al patriotismo de los fieles americanos en el último párrafo del discurso con estas palabras: Sin duda proseguirá, y por mucho tiempo aún, esta guerra cruel que no puede tener otro término que nuestra independencia. Proseguirá, y los sucesos en ella, ya prósperos, ya adversos, continuarán todavía en la incierta y terrible oscilación que han llevado hasta ahora. Pero, españoles americanos, vuestros hermanos de Europa no os han prometido constante relación de victorias, os han prometido, sí, y han jurado a la faz del cielo y de la tierra mantener a toda costa la guerra justa y necesaria en que los ha empeñado la virtud. Este juramento está en pie tan entero como al principio; consagrado con los ríos de sangre francesa y nuestra que estamos derramando, y con los sacrificios y pérdidas sin número que hemos sufrido hasta ahora y sufriremos en adelante. Pero todo se debe al gran deber en que nos hemos constituido; todo a las grandes esperanzas que nos alientan; ved, vosotros, si para no asistirnos poderosamente en esta honrosa porfía queda disculpa alguna al americano que sienta en sus venas latir sangre española y se precie de leal.26 La cuestión no era tan sencilla como la planteaban Agar y Quintana, pues a estas alturas el proceso de emancipación americana estaba ya en marcha, sin un posible retroceso, a pesar de la aparente fidelidad al rey de algunas juntas americanas, que por otra parte no reconocían la autoridad de la Regencia. Además las tensiones de algunos diputados americanos con los peninsulares, tanto liberales como absolutistas, en la misma sede de las Cortes gaditanas fue en aumento. Solo hay que recordar la marcha apresurada de algunos de ellos como el neogranadino José Domingo Caicedo o la forzada del diputado por Santo Domingo el habanero José Álvarez de Toledo, que tuvo que huir a Filadelfia tras la orden de apresamiento dictada contra él por enviar noticias a Santo Domingo acusando a las Cortes de desinterés hacia los asuntos ameri26. Agar, P. y Quintana, M.J., El Consejo de Regencia de España e Indias a la América Española,. Reimpreso en la Coruña, Oficina de Prieto, Cádiz, 1811. La Constitución de Cádiz y la cuestión americana 129 canos. Una vez en Filadelfia daba sus explicaciones en la Aurora de Philadelphia en diciembre de 1811 afirmando: Yo concibo el más profundo interés por el destino de España, y miro con compasión al pueblo español en sus mortales agonías. Al verlo oprimido por sus enemigos exteriores, y asesinado por su gobierno terco y atroz, que encerrado en las murallas de Cádiz medita y maquina precipitar la nación a una sujeción y ruina irreparable, me asaltó con más vehemencia que nunca el vivo deseo de que se estableciese la libertad, y se declarase la absoluta independencia en todo el continente e islas que descubrió Colón. Yo soy americano, y suceda lo que sucediere, estoy pronto a derramar toda mi sangre con alegría por contribuir a su feliz y gloriosa regeneración.27 El mismo año Álvarez de Toledo publicaba unManifiesto o satisfacción pundonorosa, a todos los buenos españoles europeos, y a todos los pueblos de América por un diputado de las Cortes reunidas en Cádiz, donde explicaba toda su trayectoria vital hasta su incorporación a las Cortes gaditanas, donde participó activamente en las “Proposiciones que hacen al Congreso Nacional los Diputados de América y Asia” del 16 de diciembre de 1810, donde exigían igualdad en la representación, libertad de cultivo, de exportación y comercio, la igualdad en la provisión de destinos, la supresión de estancos, la explotación de minas de azogue, la restitución de los jesuitas al territorio americano, etc. Además explicaba Álvarez de Toledo que viendo la desidia de las Cortes hacia los asuntos de América, había reunido unos días más tarde a los diputados americanos en la casa del marqués de San Felipe y Santiago, un importante hacendado cubano, para hacer un manifiesto muy radical, que luego fue sustituido por un recordatorio de los diputados de Nueva España recién llegados a las Cortes.28 La interpretación americana de estas fugas de diputados de Cádiz era frontalmente diferente a la que ofrecían los medios de prensa peninsulares. En tanto que el representante del gobierno de Caracas en Londres López Méndez aseguraba que estos dos diputados habían huido por la persecución que les preparaban las Cortes, el periódico El Conciso hablaba de una fuga voluntaria de Álvarez de Toledo después de verificado un delito que él mismo 27. Vega, W., La Constitución de Cádiz y Santo Domingo, Fundación García Arévalo, Santo Domingo, 2008, 107. La Aurora de Chile, 1812, nº 17, 4 de junio, tomo I. Aparece también reproducido en la Gazeta de Caracas, del viernes 24 de Enero de 1812. 28. Trelles y Govín, C.M., Discursos leídos en la recepción pública del Sr….., Imp. El siglo XX, La Habana, 1926, 82–83. 130 miguel ángel puig-samper había reconocido en su escrito de Filadelfia, mientras que el diputado Caicedo se había marchado tras pedir una licencia a las Cortes para viajar, algo que estas le concedieron el 6 de mayo de 1811 y permitieron que se le expidiese legalmente un pasaporte.29 Otra cosa era que inmediatamente, al pisar tierra americana, se pusiera a las órdenes del movimiento de independencia en Nueva Granada. La llegada de una nueva Regencia, la llamada Constitucional y del Quintillo, para sancionar la nueva Constitución, no parece que cambiara el panorama político en los asuntos americanos. El regente neogranadino Joaquín Mosquera y Figueroa, muy conocido por su actuación represiva en los sucesos de los pasquines en Santa Fe y el procesamiento de Nariño y otros miembros de la elite neogranadina,30 se vio en la necesidad de publicar tras su designación un llamamiento con el título de La Regencia del Reyno a los españoles americanos, en la que seguía apelando a la generosidad americana con sus hermanos peninsulares para llegar a una liberación común del tirano que sacudía a Europa y restaurar en el trono al rey Fernando VII, afirmando que el monarca no se olvidaría de sus fieles vasallos americanos. La Regencia, aseguraba, se ocupará de calmar las turbulencias que algunos mal aconsejados habían desatado en América, algo que jamás se cumpliría.31 Hay que recordar también que Mosquera figuraba como presidente de la Regencia en el momento de aprobarse la Constitución de 1812 y por tanto su firma encabeza la aprobación de los decretos que mandaban publicar y cumplir lo estipulado en esta carta magna que iniciaba sus capítulos declarando que “la Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”, para aclarar en el título segundo que los territorios americanos 29. El Conciso, nº 23, Sábado 23 de mayo de 1812: 2–3. 30. Una necrología oficial de Mosquera aparece en la Gaceta de Madrid, núm. 114, 21 de septiembre de 1830, pp. 467–468. Sobre Nariño, Díaz Díaz, O., El precursor don Antonio Nariño, Academia Colombiana de Historia, Bogotá, 2004. Sobre la conspiración de los pasquines pude consultarse la obra de Diana Soto, Francisco Antonio Zea. Un criollo ilustrado, Ediciones Doce Calles, Madrid, 2000, así como la de esta misma autora con Puig-Samper, M.A., «Francisco Antonio Zea (1766–1822). Las facetas de un científico criollo», en: Naturalistas proscritos, ed. Emilio Cervantes Ruiz de la Torre, Universidad de Salamanca, Salamanca, 2011, 61–72. Un excelente análisis del mismo proceso en María Clara Guillén de Iriarte, M.C., «Pasquines sediciosos en Santafé, año 1794. Documentos inéditos de una conspiración estudiantil», Boletín de Historia y Antigüedades, XCVIII-853, 2011, 265–288. Para el contexto de estos sucesos es de sumo interés la obra de Silva, R., Los ilustrados de Nueva Granada 1760–1808. Genealogía de una comunidad de interpretación, Banco de la República, Bogotá, 2002). 31. Mosquera y Figueroa, J.,“La Regencia del Reyno a los españoles americanos”, Gaceta de la Regencia de las Españas 16, 6 de febrero de 1812, 146–148. La Constitución de Cádiz y la cuestión americana 131 estaban comprendidos en el de las Españas e insistir en el siguiente en que “la base de la representación nacional es la misma en ambos hemisferios”, algo que evidentemente no era cierto32. Esto era reconocido en sus Memorias por el entonces ministro de Estado José García de León Pizarro, quien, además de interpretar que la crisis del Antiguo Régimen en la Península había acelerado la independencia americana, añadía una conclusión determinista y tajante sobre el problema americano: La América debía seguir la suerte que la naturaleza ha destinado a todas las posesiones apartadas y separadas por dificultosos intervalos geográficos de sus matrices; debía emanciparse; así es verdad, que la pérdida de nuestras provincias americanas no es hija sino de la naturaleza de las cosas…33 En un rápido repaso sobre la situación de América y los americanos en la Constitución de 1812, podemos ver como un supuesto triunfo la consideración de ciudadanos de los americanos que como vimos formaban parte de la Nación española, aunque como veremos con algunas importantes excepciones. En el Título II de la Constitución, al hablar del territorio de las Españas se integraba a la América septentrional, con Nueva Galicia, península de Yucatán (que se incluyó tras el debate parlamentario), Guatemala, provincias internas de Oriente y Occidente, Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo y Puerto Rico, así como las pequeñas islas adyacentes al continente tanto en el Atlántico como en el Pacífico. Asimismo en la América meridional se incluían, por supuesto sin reconocimiento de ninguna independencia, a la Nueva Granada, Venezuela, Perú, Chile, provincias del Río de la Plata e islas en tanto que para Asia se hablaba de las islas Filipinas y aquellas que dependieran de su gobierno.34 En el capítulo IV del mismo Título II se encuentra una de las excepciones que apuntábamos al hablar de los ciudadanos españoles. Se reconocía la ciudadanía a todos aquellos españoles que tuvieran su origen en los dominios españoles de ambos hemisferios, además de los extranjeros que consiguieran la carta de ciudadanía, pero asomaba la excepcionalidad en el artículo 22, que decía: 32. La Constitución de 1812. Edición conmemorativa del segundo centenario, Introducción de Luis López Guerra, Tecnos, Madrid, 2012. 33. García de León y Pizarro, J., Memorias, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 1998, 170. 34. La Constitución de 1812. Edición conmemorativa del segundo centenario, 114–115. 132 miguel ángel puig-samper A los españoles que por cualquier línea son habidos y reputados por originarios del África, les queda abierta la puerta de la virtud y del merecimiento para ser ciudadanos: en su consecuencia, las Cortes concederán carta de ciudadano a los que hicieren servicios calificados a la patria, o a los que se distingan por su talento, aplicación y conducta, con la condición de que sean hijos de legítimo matrimonio de padres ingenuos; de que estén casados con mujer ingenua, y avecindados en los dominios de las Españas, y de que ejerzan alguna profesión, oficio o industria útil con un capital propio.35 Este artículo tuvo una amplia discusión entre los diputados por la exclusión de algunas castas americanas del derecho de ciudadanía. José Simeón de Uría Berruecos y Galindo, diputado novohispano, se admiraba de que una diputación tan liberal hubiera actuado con tanta mezquindad en el caso de estos españoles con orígenes africanos, en tanto que su paisano José Miguel Guridi y Alcocer, al exigir que se les diera un reconocimiento absoluto de ciudadanía, ironizaba sobre este mismo hecho diciendo que quizá se tomase esta medida como venganza por el dominio peninsular de los cartagineses y durante ocho siglos de los árabes. También protestó el representante de Zacatecas, José Miguel Gordoa, quien además alertaba de las funestas consecuencias que esta declaración podría tener en la tranquilidad de las Américas, ya que sembraría el germen de la discordia que sin dudad dirigiría la situación hacia una guerra civil, algo que en parte compartía el diputado por Costa Rica Florencio del Castillo, quien además indicó que eran precisamente esas castas excluidas de la ciudadanía las que trabajaban en la agricultura, las artes, las minas y se ocupaban en el servicio de las armas de Su Majestad. En este último punto insistió, por la posible gravedad, el diputado Francisco Salazar, quien puso de manifiesto que la principal fuerza armada en los conflictos americanos estaba constituida por castas descendientes de africanos, lo que suponía un problema en caso de aprobarse este polémico artículo. El diputado gaditano Vicente Terrero llegó a decir que reprobaba este artículo, que realmente debía quedar como que “los españoles originarios de África serán atendidos y considerados como los demás extranjeros”, algo que Argüelles y otros destacados liberales no admitieron, pese a la reclamación de otros diputados como Antonio Larrazábal y Blas Ostolaza, este último un destacado absolutista. El conocido liberal Diego Muñoz Torrero llegó a comentar, defendiendo la posición oficial de Argüelles, la ausencia de las otras olvidadas de la nueva Constitución, las mujeres: 35. Ibid., 117. La Constitución de Cádiz y la cuestión americana 133 …si llevamos demasiado lejos estos principios de lo que se dice rigurosa justicia sin otras consideraciones, sería forzoso conceder a las mujeres con los derechos civiles los políticos y admitirlas en las juntas electorales y en las Cortes mismas.36 Finalmente en el Discurso preliminar que hizo la Comisión de Constitución, formada por 15 diputados, cinco de ellos americanos, ante las Cortes se explicaba la redacción definitiva comentando la causa de la no generalización de la ciudadanía española a las castas africanas, insinuando los intereses del Estado como causa fundamental. ¿Quizá los intereses esclavistas de algunos territorios ultramarinos como Cuba y Puerto Rico fueron vitales como ya había sucedido al discutir la abolición de la esclavitud?: El inmenso número de originarios de África establecidos en los países de ultramar, sus diferentes condiciones, el estado de civilización y cultura en que la mayor parte de ellos se halla en el día, han exigido mucho cuidado y diligencia para no agravar su actual situación, ni comprometer por otro lado el interés y seguridad de aquellas vastas provincias. Consultando con mucha madurez los intereses recíprocos del Estado en general y de los individuos en particular, se ha dejado abierta la puerta a la virtud, al mérito y a la aplicación para que los originarios de África vayan entrando oportunamente en el goce de los derechos de ciudad.37 En el Título III, dedicado a las Cortes y a las juntas electorales de parroquia, de partido y de provincia, se reconocía el derecho de los territorios americanos a estar representados por diputados y a tener una base electoral de acuerdo a la población, incluso reconociendo a la isla de Santo Domingo el tener siempre un diputado fuera cual fuera su población. Además en su capítulo X se decretaba que la Diputación Permanente de Cortes estaría formada por tres diputados de las provincias de Europa, tres de las de Ultramar y el séptimo se decidiría por suerte entre un diputado de Europa y otro de Ultramar, algo que buscaba compensar las críticas americanas a la escasez en la representación. Asimismo en el capítulo VII del Título IV se preveía también que de los individuos del Consejo de Estado, que eran cuarenta, al menos doce serían nacidos en las provincias de Ultramar, así como algunas excepciones en la potestad de las Diputaciones para agilizar su funcionamiento. La Constitución de 1812 fue publicada en las ciudades y pueblos de la pe36. Diario de Sesiones de Cortes, 4 de septiembre de 1811, 1761–69; 5 de septiembre de 1811, 1775 y ss.; 6 de septiembre de 1811, 1788 y ss.; y 10 de septiembre de 1811, 1807 y ss. Se recogen los debates en Chust Calero, M., América..., op. cit., 139–145. 37. La Constitución de 1812. Edición conmemorativa…, 54. 134 miguel ángel puig-samper nínsula y de América mediante su exposición en lugares estratégicos. Un solemne ritual establecía la lectura en voz alta del texto constitucional, su juramento por las autoridades principales, además de toques de campanas, iluminación especial y hasta salvas de artillería. Los vecinos juraban después en la parroquia y una misa cerraba las celebraciones constitucionales. En estos actos es interesante la mezcla de alusiones religiosas y civiles para legitimar un importante cambio político. A fin de cuentas, la nueva ley pregonaba el estado unitario, leyes iguales, división de poderes, menos autoridad para el rey, decisivo poder para las Cortes, abolición de la inquisición, del tributo indígena y del trabajo forzado. Todavía queda mucho por conocer sobre las consecuencias de la Constitución gaditana en América.38Hay que tener en cuenta que la Constitución de 1812 tuvo una muy corta vigencia ya que Fernando VII la abolió en 1814 cuando regresó de su encierro en Francia. La decisión del monarca de destruir todo lo conseguido con esfuerzo y diálogo aceleró las luchas pro-independentistas americanas. En la Península la Constitución se restableció en 1820 gracias al pronunciamiento de las fuerzas militares a punto de embarcar hacia América para sofocar los movimientos de independencia. Sin embargo, esta segunda época constitucional fue también muy breve, solamente duró tres años. La Constitución de Cádiz fue aplicada en algunas zonas de América como Nueva España y Perú, los virreinatos más antiguos donde había más costumbre de transacción y compromiso entre los virreyes y la población. En Lima el constitucionalismo marcó el destino de las negociaciones entre el virrey y el general San Martín y fue un elemento decisivo en el protagonismo que adquiriría el cabildo de Lima. También repercutiría en Centroamérica, donde la combinación de la Constitución española y otras regulaciones prepararían el camino para la eliminación de pueblos separados de españoles e indios, así como para la plena integración de los africanos al cuerpo político. En otros lugares como el reino de Quito, la experiencia constitucional difirió entre ciudades insurgentes como Quito, donde no se aplicó para evitar desórdenes en los pueblos, y lugares fieles a España como Guayaquil donde se estableció para unirse al resto de la proclamada “nación española de ambos hemisferios”. 38. Una referencia interesante en cuanto a que hace un balance de algunas cuestiones como la representatividad y el impacto en algunos territorios americanos es el monográfico de Revista de Indias 68/242, 2008, coordinado por Mónica Quijada y Manuel Chust dedicado al Liberalismo y Doceañismo en el mundo Ibero-Americano. La Constitución de Cádiz y la cuestión americana 135 En otros espacios su aplicación fue muy escasa, como en Nueva Granada, con zonas de aplicación muy desiguales, o el Río de la Plata y otras zonas periféricas de mayor autonomía. En Buenos Aires, cuestionaban la constitución por ser poco liberal en cuestiones de igualdad y en exceso liberal porque institucionalizaba la soberanía y la representación de la nación. Conforme los territorios americanos lograron sus independencias presentaron una decidida vocación nacional y unas aspiraciones políticas y sociales similares a las sostenidas en las Cortes. Pese a las diferencias existentes entre los territorios, muchas cosas los unían: todos partían de una similar definición de nación, de ciudadano, del concepto de propiedad, de los derechos y de las libertades.39 En conclusión, aunque la Constitución de Cádiz no fue un éxito a corto plazo, podemos decir que sentó las bases de un programa político y social en el que se reconocieron derechos como la libertad civil, la libertad de imprenta, etc., se utilizaron nuevos y viejos términos dotados de nuevos significados como igualdad, liberal, nación,etc., emergiendo un actor político colectivo, el pueblo y unos súbditos ya convertidos en ciudadanos. 39. Un balance general sobre este tema puede verse en la obra colectiva La Constitución de Cádiz y su huella en América, Universidad de Cádiz, Cádiz, 2011. Pablo de la Fuente (Lublin) Política de defensa y política militar en el marco constitucional de 1812 L a Pepa no sólo es la primogénita de las constituciones españolas. De las siete promulgadas a lo largo de los siglos XIX y XX, la aprobada un día de San José de 1812 –de ahí su cariñoso apodo– es la que presta mayor interés a los asuntos relacionados con las fuerzas armadas.1 En esta ponencia se pretende incidir fundamentalmente en dos cuestiones. Dentro de lo que es la guerra, el marco que ofrece la Constitución para su dirección por parte del monarca. Además se pretende analizar la génesis de la Milicia Nacional en el marco de las ideas liberales sobre los nuevos ejércitos. A este asunto compete monográficamente la totalidad del Título VIII de la constitución gaditana. Sin embargo, todas las constituciones decimonónicas, excepto la de 1869, contienen dicha característica. El Título XIII tanto de la Constitución de 1837 (arts. 76–77) como de la de 1845 (art. 79), así como el Título XII de la Constitución de 1876 (art. 88) coinciden en dicha característica. Sin embargo, la Pepa es la única que despliega con profusión en dos capítulos que desarrollan hasta una decena de artículos que comprenden del 356 al 365. Es cuantitativamente el doble de la suma de los artículos, en concreto cinco, de las citadas constituciones con un título específico. Dicha característica no tiene parangón tampoco con ninguna de las dos constituciones del siglo XX, en las que no existe título alguno dedicado monográficamente a las fuerzas armadas. 1. Los textos legales se han tomado de la segunda edición de la recopilación de Tierno Galván, E. Leyes políticas españolas fundamentales españolas (1808–1978), Tecnos, Madrid, 1979. 138 pablo de la fuente Una consideración previa: política de defensa vs política militar Avanzándome a las conclusiones, en esta ponencia se pretende incidir en que el desarrollo de la Constitución gaditana habría permitido un mayor control parlamentario de la política de defensa que de la política militar. Por este motivo es importante definir lo que es una y otra cosa. La política militar es tan solo una parte de la política de defensa. Compete a la primera el gobierno de las tropas, su instrucción y apoyo logístico, así como el mantenimiento de cuarteles, arsenales, armamento y naves de las fuerzas armadas. La política de defensa engloba además los aspectos de la gran estrategia, como por ejemplo el despliegue de la fuerza, y todos los asuntos que sobresalen de lo estrictamente militar. Para definir la materia de los mismos basta parafrasear la posteriormente célebre frase del político francés Clemenceau en que manifestaba que la guerra es un asunto de Estado demasiado importante como para dejarlo en manos de militares. Pues bien, todos esos asuntos revestirían una naturaleza política y económica más allá de lo estrictamente militar. Entre los primeros cabe significar las alianzas con otros estados y entre los segundos la planificación industrial y la obtención de materias primas para la industria de defensa. La Política de Defensa (I): una reflexión sobre el espíritu de la ley Uno de los debates políticos de la España contemporánea hasta su supresión en el año 2000 ha sido el servicio militar obligatorio. El espíritu de la Pepa evidencia una clara influencia del enemigo francés al manifestar, aunque no de forma explícita, el concepto de fuerzas armadas como pueblo en armas. Ya el Título I, en su art. 9 proclama la obligación de “todo español a defender la Patria con las armas, cuando sea llamado por la ley”. Incluso ya el título dedicado a las fuerzas armadas reincide en su art. 361 en que “ningún español podrá excusarse del servicio militar, cuando y en la forma que fuere llamado por la ley”. La conscripción universal se convertía en una posibilidad legal, dependiente de ulteriores desarrollos legislativos y reglamentarios, condición necesaria pero insuficiente. La inicua legislación sobre quintas a lo largo del siglo Política de defensa y política militar en el marco constitucional de 1812 139 XIX, no evitó que las sucesivas constituciones decimonónicas se manifestasen como herederas de la carta magna gaditana. Así, el art. 6 de la Constitución de 1837 dicta que “todo español está obligado a defender la patria con las armas cuando sea llamado por la ley”, artículo repetido –incluso con el mismo número– en la de 1845. En el mismo texto citado se repite en los arts. 28 y 3 de las constituciones de 1869 y 1876. La Política de Defensa (y II): las atribuciones parlamentarias en la definición de la gran estrategia Desde un punto de vista político, el texto constitucional daba juego político para dos vías en la definición de lo que hoy en día podría definirse como directiva de defensa nacional. La política de acción directa en la definición estratégica se perfila en la competencia de las Cortes, a tenor del art. 131 (7 y 8), en “aprobar antes de su ratificación los tratados de alianza ofensiva” y “conceder o negar la admisión de tropas extranjeras en el reino”. Ambos aspectos son importantísimos si se valoran las circunstancias de la alianza con el Reino Unido en la guerra que coetáneamente se sostenía con Francia. Vista la experiencia de dicha alianza, con todos los problemas surgidos dentro de la esfera de la cooperación interaliada, ambas disposiciones son de un hondo calado político. No había posibilidad de definición clara de una estrategia nacional por parte del ejecutivo sin el beneplácito del parlamento. Un recurso de aproximación indirecta a la influencia en la definición de la estrategia es la capacidad de fiscalización económica. El mismo artículo, en su punto décimo otorga a las Cortes la potestad de “fijar todos los años a propuesta del Rey las fuerzas de tierra y de mar”. La Política Militar (I): la Milícia Nacional Uno de los aspectos más importantes de la Pepa es la importancia otorgada a la Milicia Nacional, a la que se dedica por entero el Capítulo II del Título VIII del texto constitucional. La formación de fuerzas milicianas no es un elemento novedoso en la historia de las fuerzas armadas españolas. Sin ánimo de ser exhaustivo, las reformas borbónicas introdujeron en la Corona de Ca- 140 pablo de la fuente stilla los Regimientos Provinciales. Dado el recelo político inherente a la Guerra de Sucesión, la formación de milicias en la Corona de Aragón es más tardía. No por ello fue menos importante. Durante 1795, la última campaña de la Guerra de la Convención, el grueso de las fuerzas que operaban en el frente catalán estaba formado por Tercios de Migueletes, nombre otorgado a las milicias reclutadas en Cataluña. La novedad que aporta la Constitución es que a la Milicia Nacional se le da un carácter institucional propio. Además de los Reales Ejércitos –denominación por aquel entonces de lo que hoy se llamaría Ejército de Tierra–y la Real Armada, la Milicia Nacional aparece como el tercer componente de las fuerzas armadas españolas. Como en cualquier milicia ciudadana, el servicio de sus miembros era a tiempo parcial, siendo únicamente continuo cuando las circunstancias así lo requirieran. Al igual que los precedentes Regimientos Provinciales, también la Provincia será la unidad de encuadramiento, siendo su tamaño proporcional a su población. Como instituto armado ajeno orgánicamente al Ejército de Tierra, sería dotado de ordenanzas especiales. Esta línea incluso se ha manifestado la propia historiografía. El notable estudio de Fernández Bastarreche, según mi modesta opinión, más de treinta años después, sigue siendo una excelente síntesis sobre la organización del Ejército. Sintomático de lo apuntado es que el tema de la Milicia no sea abordado.2 Uno de los controles parlamentarios que se pretendía sobre el uso de la Milicia Nacional, es que se requiriera la autorización de las Cortes para el empleo de unidades milicianas fuera de su provincia de origen. Esta medida de política militar pretendía hacer atractivo el voluntariado miliciano. El servicio fuera de la provincia sería algo excepcional. Implícitamente ello suponía un reclamo. Además, todo paisano que adquiriera la condición de miliciano, automáticamente al estar adscrito al instituto armado evitaría ser quintado. Pese a no estar explicitado en la letra constitucional, se puede inferir que la condición de miliciano permitía evitar una leva forzosa que podía comportar largos años de servicio militar obligatorio, posibilidad agravada por tener que cumplir el compromiso fuera de la provincia o en Ultramar. Además del desarrollo reglamentario, el espíritu de la exención de quintas se fundamenta en experiencias anteriores. Por ejemplo, los miembros de la Matrícula Naval, condición que debían adquirir todos los agremiados de mar para el ejercicio de su profesión, estaban exentos de levas por parte de los Reales Ejércitos. Igualmente, durante la Guerra de la Independencia el nacimiento de cuerpos de milicias se explica como un dispositivo llevado a cabo a fin de evitar ser qu2. Fernández Bastarreche, F. El ejército español en el siglo XIX, Siglo XXI, Madrid, 1978. Política de defensa y política militar en el marco constitucional de 1812 141 intado por un Regimiento. La condición de la Milicia Nacional como “tercer ejército” de las fuerzas armadas es una medida claramente orientada dentro de lo apuntado. Este espíritu miliciano del que se imbuye la Pepa tiene una estrecha relación con la naturaleza de las fuerzas que estaban librando la guerra coetáneamente contra el invasor francés. La parte de león del reclutamiento no pasó por la formación de batallones en los antiguos regimientos; son nuevas unidades de un sesgo claramente miliciano que toman el nombre de “voluntarios” o “migueletes” –entre otros– y que pondrán en cuestión el modelo de preguerra. Hasta tal punto es importante dicho matiz que, tal y como ya se ha señalado, la Milicia Nacional se constituye como un instituto armado ajeno al ejército permanente. Su naturaleza divergente y la superposición de ambos como fuerza terrestre permiten apreciar el carácter concurrente de ejército y milicia. Mucho antes de que los diputados aprobasen el texto constitucional aparecen ya proyectos del papel que debían desarrollar las milicias en la posguerra. Muy interesante a la par de casi inédito es el proyecto de Narciso Gay, fundador y jefe de la milicia conocida por el nombre de Almogávares del Ampurdán que luchó activamente en Cataluña, de que su milicia perdurase al fin de la guerra y se convirtiera dicha tropa, sin abandonar su espíritu miliciano de soldados a tiempo parcial, en la guarnición permanente –rotando a sus miembros– de la fortaleza de San Fernando de Figueras, clave de la defensa de la frontera con Francia.3 El carácter claramente liberal de la Milicia Nacional se aprecia no sólo en su estatus de pueblo en armas. El espíritu del artículo 365 viene a incidir en mayor medida sobre ese punto, imponiendo el plácet parlamentario para poder movilizar milicianos fuera de la provincia. Sin embargo, lo que se aprecia como una cortapisa a una movilización general sin el oportuno permiso de las Cortes, no era, en modo alguno, un obstáculo insalvable. En primer lugar, el art. 362 – concerniente a la composición de la Milicia Nacional– no especifica el tamaño de las mismas: ni respecto a la población de la provincia de origen; ni establece una proporción con las fuerzas terrestres permanentes. Tan sólo alude a que “habrá en cada provincia cuerpos de milicias nacionales, compuestos de habi3. La cuestión de este cuerpo miliciano ampurdanés, avanzado y concordante a la constitución gaditana ya lo abordé en un trabajo de investigación inédito que becó el Ministerio de Defensa que lleva el título “La otra Guerra de la Independencia. La organización militar del Principado de Cataluña”, y cuyo desarrollo en vistas a una publicación guardo para un artículo monográfico. Dentro de esta línea, un capítulo del mencionado trabajo generó mi artículo “Las tropas regulares catalanas de la Guerra del Francés: migueletes y somates”, Cuadernos del Bicentenario. Foro para el Estudio de la Historia Militar de España, 7, 2009, 73–98. 142 pablo de la fuente tantes de cada una de ellas, con proporción a su población y circunstancias”. La proporción era algo que el legislador dejaba para un desarrollo posterior, tal y como reza el art. 363, en relación a una futura “ordenanza particular [sobre] el modo de su formación, su número y especial constitución”. El carácter concurrente respecto de las fuerzas permanentes propio de la Milicia, sin duda alguna, levantaría ampollas entre la oficialidad de carrera, que a fin de cuentas era la que surtía el generalato. Como importante matiz a esta condición se añade el peso político que esta casta.4 Ello permite especular con las medidas para contrarrestar el espíritu miliciano de la defensa nacional y darle un carácter más corporativo, sin llegar a caer en la inconstitucionalidad. Se infiere como contrapunto la reducción a la mínima expresión del volumen de fuerzas milicianas, y activar las levas a fin de surtir, en caso de que una movilización chocase con la oposición parlamentaria, la fuerza terrestre a partir de generar nuevos batallones en los regimientos de la fuerza permanente. Dicha reflexión no es una cuestión en absoluto baladí, si se considera el papel de la Milicia como fuerza de orden público dentro de la provincia. Precisamente, el propio régimen liberal fue cada vez más receloso de armar paisanos. La génesis de la Guardia Civil, que coincide con el finiquitado de la Milicia Nacional, tiene que ver, además del recelo político ya apuntado, a la profesionalización del mantenimiento del orden público.5 La Política Militar (y II): los resortes del poder ejecutivo. De una primera lectura del Título VIII del texto constitucional se podría inferir un estricta tutela sobre la política militar que pudiese llevar el ejecutivo. Así el art. 359 proclama que “establecerán las Cortes por medio de las respectivas ordenanzas todo lo relativo a la disciplina, orden de ascensos, sueldos, administración y cuanto corresponda a la buena constitución del ejército y armada”. El artículo siguiente incluso abunda en que “se establecerán escuelas militares para la enseñanza e instrucción de todas las diferentes armas del ejército y armada”. Sin embargo, la constitución gaditana es un avanzado paradigma del célebre dicho del conde de Romanones, primer ministro de la Restauración, en que 4. Christiansen, C. Los orígenes del poder militar en España. 1800–1854, Aguilar, Madrid, 1974, passim. 5. Aguado Sánchez, F. Historia de la Guardia Civil, Planeta, Barcelona, 1983–84, vol. I. Política de defensa y política militar en el marco constitucional de 1812 143 no tenía ningún problema en ceder al parlamento la redacción de las leyes, mientras fuera él quien pudiera establecer los reglamentos. Así, en el Título IV relativo a las atribuciones regias el art. 171 da autoridad al monarca para “expedir los decretos, reglamentos e instrucciones que crea conducentes para la ejecución de las leyes”. No es una novedad afirmar que desde el siglo XIX a la actualidad se ha evidenciado en no pocas ocasiones que el desarrollo reglamentario de una disposición legislativa se convertía en un auténtico fraude de ley. A fin de evidenciar que el control parlamentario sobre la política militar era un castillo de naipes legal lleno de buenas intenciones y poca cosa más, vale la pena detenerse en el art. 358, en que otorga a las Cortes “anualmente el número de buques de la marina militar que han de armarse o conservarse armados”. Aquí el paralelo con la Gran Bretaña es irrenunciable. Y lo es por tres motivos: es el aliado más importante en la lucha contra los franceses; el modelo militar británico es un claro referente hasta el punto de influir en aspectos que van desde el armamento a la uniformidad de las tropas; y la figura del Almirantazgo como organismo bajo un estrecho control parlamentario. Este último apunte es crucial. Todos los miembros de la Junta del Almirantazgo lo eran de la Cámara de los Lores, teniendo el Primer Lord de dicha institución asiento en el gabinete ministerial. El control eficaz de la política naval a través de la supervisión del alistamiento anual de buques de guerra es una disposición que roza la utopía en el más optimista de los casos. Si hay un aspecto en la política de defensa y militar que exija una mayor planificación a largo y muy largo plazo es la política naval. Sin ánimo de ser exhaustivo, sólo la política de plantíos a fin de proveer madera para construcción debía hacerse con décadas de previsión. Sin una comisión parlamentaria adherida al poder ejecutivo, que es lo que en el fondo es el Almirantazgo británico, que pudiera efectuar, no sólo un continuo seguimiento, sino una adecuada planificación, se hace sumamente compleja una intervención parlamentaria de acuerdo al espíritu de la ley. “Ustedes hagan la ley, que yo haré el reglamento”. Como todas aquellas cosas que pudieron ser y no fueron es difícil un análisis prospectivo más allá de algunos aspectos que puedan ser apuntados como sobresalientes. La corta vigencia comportó un pobre desarrollo legislativo y, sobre todo, político de la cuestión analizada. 144 pablo de la fuente Sin embargo, el marco de nuevas relaciones políticas que definía la carta magna sí que deja perfilar lo ya avanzado en un epígrafe anterior. En éste ya se enunciaba que las Cortes podían ostentar un peso importante en la definición estratégica de la política de defensa. Ello ha quedado evidenciado en la exposición. Lo que ya se asoma como quimérico es suponer que un monarca que había empezado a reinar en el absolutismo iba a autorizar que los tentáculos del parlamentarismo se extendieran mediante organismos como el Almirantazgo, que al no explicitarse en el texto constitucional, difícilmente podría tener un desarrollo legislativo acorde al espíritu de la carta magna. Abundando en lo ya expresado, uno de los rasgos esenciales de la Pepa como es la Milicia Nacional, incidiría nuevamente con la lapidaria frase del conde de Romanones que con que se ha titulado este colofón. Evitando su desarrollo legislativo y orgánico e, incluso, infradotando presupuestariamente a dicha fuerza armada se conseguiría anihilar a este instituto militar con un carácter netamente civil y liberal a la vez. Cabe insistir en que los propios liberales instituyeron la Guardia Civil como alternativa cuando sospecharon que la Milicia Nacional podría ser la base armada de un levantamiento contra su poder. Política de defensa y política militar en el marco constitucional de 1812 145 ANEXO: articulado de la Constitución de 1812 concerniente a la política de defensa y a la política militar. TÍTULO I: De la Nación española y de los españoles CAPÍTULO II: De los españoles Art. 9. Está asimismo obligado todo español a defender la Patria con las armas, cuando sea llamado por la ley. TÍTULO III: De las Cortes CAPÍTULO VII: De las facultades de las Cortes Art. 131. Las facultades de las Cortes son: (…) Séptima. Aprobar antes de su ratificación los tratados de alianza ofensiva, los de subsidios, y los especiales de comercio. Octava. Conceder o negar la admisión de tropas extranjeras en el reino. (…) Décima. Fijar todos los años a propuesta del Rey las fuerzas de tierra y de mar, determinando las que se hayan de tener en pie en tiempo de paz, y su aumento en tiempo de guerra. TÍTULO IV: Del Rey CAPÍTULO I: De la inviolabilidad del Rey y de su autoridad Art. 171. Además de la prerrogativa que compete al Rey sancionar las leyes y promulgarías, le corresponden comoprincipales las facultades siguientes: Primera. Expedir los decretos, reglamentos e instrucciones que crea conducentes para la ejecución de las leyes. (…) Tercera. Declarar la guerra, y hacer y ratificar la paz, dando después cuenta documentada a las Cortes. (…) Quinta. Proveer todos los empleos civiles y militares. (…) Octava. Mandar los ejércitos y armadas, y nombrar los generales. Novena. Disponer de la fuerza armada, distribuyéndola como más convenga. TITULO VIII: De la fuerza militar nacional CAPITULO I: De las tropas de continuo servicio Art. 356. Habrá una fuerza militar nacional permanente, de tierra y de mar, para la defensa exterior del Estado y la conservación del orden interior. 146 pablo de la fuente Art. 357. Las Cortes fijarán anualmente el número de tropas que fueren necesarias según las circunstancias y el modo de levantar las que fuere más conveniente. Art. 358. Las Cortes fijarán asimismo anualmente el número de buques de la marina militar que han de armarse o conservarse armados. Art. 359. Establecerán las Cortes por medio de las respectivas ordenanzas todo lo relativo a la disciplina, orden de ascensos, sueldos, administración y cuanto corresponda a la buena constitución del ejército y armada. Art. 360. Se establecerán escuelas militares para la enseñanza e instrucción de todas las diferentes armas del ejército y armada. Art. 361. Ningún español podrá excusarse del servicio militar, cuando y en la forma que fuere llamado por la ley. CAPITULO II: De las milicias nacionales Art. 362. Habrá en cada provincia cuerpos de milicias nacionales, compuestos de habitantes de cada una de ellas, con proporción a su población y circunstancias. Art. 363. Se arreglarán por una ordenanza particular el modo de su formación, su número y especial constitución en todos sus ramos. Art. 364. El servicio de estas milicias no será continuo, y sólo tendrá lugar cuando las circunstancias lo requieran. Art. 365. En caso necesario podrá el Rey disponer de esta fuerza dentro de la respectiva provincia, pero no podrá emplearla fuera de ella sin otorgamiento de las Cortes. Marifé Santiago Bolaño, (Madrid) ¿Dónde estaban las mujeres en la Constitución de Cádiz? Nombres y ausencias E stimados amigos y amigas, colegas, estudiantes de la Universidad Católica de Lublin, directora del Instituto Cervantes de Varsovia: gracias por la invitación y gracias por la compañía, siempre estimulante cuando se trata de personas que admiran el valor transformador de encuentros como este, pergeñado con honestidad y cariño. No soy constitucionalista ni historiadora. Soy escritora, como saben ustedes, y dedico mi actividad profesional al pensamiento, impartiendo mis clases en la Universidad Rey Juan Carlos, de Madrid, en el área de Estética y Teoría de las Artes. Hace años que he centrado mis investigaciones en el territorio misterioso de la creatividad humana como camino de conocimiento, lo que ha conducido mis intereses hasta el estudio de las ensayistas y creadoras de la llamada “Edad de Plata” de la Cultura española, que hoy estarán aquí tratando de que repartamos, de cara a que crezcan en el porvenir, las pequeñas semillas que alrededor de la Constitución de Cádiz tendrían que servir para el florecimiento de la igualdad entre los hombres y las mujeres. Como es bien conocido, se le da el nombre de Edad de Plata al conjunto de artistas, escritores, pensadores, científicos, pedagogos, etc., que señalan su pertenencia compartida, sobre todo en el caso de los escritores, a la Generación de 1927. La “excusa” de la fecha, la excusa que los unió se recoge en una fotografía tomada en Sevilla con motivo del homenaje que se le tributó a Luis de Góngora en el tricentenario de su muerte. En la foto, directa o indirectamente, están o han de estar Lorca, Alberti, Bergamín, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Cernuda, Dámaso Alonso o Juan Chabás, el Nobel Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre o Miguel Hernández, todos ellos 148 marifé santiago bolaños bien conocidos por hispanistas y personas de la cultura de todo el mundo. Lo que estoy contando es muy importante para comprender lo que quiero que sea el núcleo de mi intervención, las mujeres en la Constitución de 1812. Porque la Constitución del 12 fue, en su espíritu ilustrado, modelo de progreso, de modernidad, de derechos y, sin embargo, no llegó a desarrollar sus pretensiones hasta, quizás, este emblemático despertar que se recoge en la Generación del 27, conocida también como “Generación de la II República” española. La Generación del 27, que es el más claro de los símbolos de esta Edad de Plata, recogió una herencia histórica y cultural peculiar. Eran ya los hijos intelectuales, en muchos casos, de otra generación cultural y política precedente, la de 1898, en la que la geografía real y simbólica concreta de España, en la que el imaginario de lo español, podríamos decir, había sufrido un cambio de rumbo. La Generación del 98 tiene nombres como Antonio Machado, Unamuno, el músico Isaac Albéniz o el dramaturgo Valle-Inclán. Aunque más joven y sirviendo, acaso, de puente entre las dos generaciones, hay que mencionar al filósofo José Ortega y Gasset, cuyos diálogos y polémicas con Unamuno son cruciales para entender lo que lleva desde la opción del 98 respecto a lo que debe ser España, hasta la opción del 27. La característica común del 98 es un punto de partida político, la decepción y el pesimismo en cuanto a “lo español”, con un sesgo tópico muchas veces. Se habían perdido las últimas colonias españolas de ultramar, Puerto Rico, Cuba y Filipinas, y aquel antiguo Imperio español “donde no se ponía el sol”, el que permitía la Contrarreforma, que tanto freno ha significado para los avances sociales en España, ya no existía. Aquel Imperio donde no se había desarrollado una burguesía, un comercio solvente, una economía moderna, salvo en ocasiones anecdóticas, se veía mermado en extensión y en eficacia. Porque España iba y venía, desorientada, por la Europa que habría sido, que era, su espacio natural en la medida en que sus ojos estaban puestos en otra dirección ya inexistente. La Generación del 27 es, me atrevo a decir, un amanecer, una aurora que empezó con la frustrada Constitución de 1812. Los jóvenes poetas que se reunían en Sevilla para celebrar al maestro Góngora, acaban leyendo sus propios versos, acaban hablando de sí mismos, de su manera de entender la creatividad y la sociedad en la que tal creatividad debe inscribirse. Se enfrentarán al mundo con optimismo, con un afán, como ellos mismos escriben, “jovial y deportivo”. Pues bien, ese espíritu recoge, en cierta medida, la semilla de la Constitución de Cádiz, que propició, precisamente, las independencias america- ¿Dónde estaban las mujeres en la Constitución de Cádiz? Nombres y ausencias 149 nas, hasta la conclusión final de esa “pérdida” (esta es la palabra empleada) que establecerá el nexo de proximidad entre todos los miembros del 98. De algún modo, pues, esa Edad de Plata expandía, tanto en la creatividad individual como en su concepción política, la razón de ser de la Constitución de Cádiz, a pesar del siglo de diferencia: cosmopolitismo, apertura al mundo, consideración del individuo como un entramado adulto de responsabilidades y propuestas, respeto a la diversidad, a las raíces propias y populares siempre admirándolas como fuente de enriquecimiento universal y nunca de conflictos o enfrentamientos vanos. Y también coincidían, “con jovial deportividad”, en la ausencia absoluta de las mujeres en el sueño y elaboración de tal modelo de mundo. Incluso con un siglo de diferencia.1 En la fotografía del 27 no hay mujeres. O no fueron invitadas o nadie pensó en ellas. Tampoco están en el aura extendida de esa fotografía, en lo que aún quedando fuera se entiende, de pleno derecho, sostenedor de la misma. A la ocultación de la importancia crucial que siguió a la generación de intelectuales y creadores españoles tras la Guerra Civil española de 1936–1939, la mayor parte de los cuales tuvo que continuar su obra en el exilio, ellas, sencillamente, no existen. Han tenido que pasar muchos años y muchas cosas para que la filósofa María Zambrano deje de ser, sin más, la “discípula de Ortega”2, o para que la pintora Maruja Mallo sea considerada una curiosa anécdota porque el surrealismo es patrimonio de Dalí. Y así podríamos continuar con los ejemplos. Resulta digno de dolorosa reflexión y creo que el contexto que nos acoge hoy debe propiciar la misma. La II República española, la que tiene lugar en los años 30 del novecientos y rompe su horizonte en la Guerra del 36, llevaba en su seno la lucha de las mujeres españolas por su derecho a ser ciudadanas. Sería Clara Campoamor, en solitario, quien en el año 1931, año de la proclamación de la II República y de su Constitución específica, quien conseguiría el derecho al voto para las mujeres españolas, derecho que se ejercerá, por primera vez, en 1933 bastante antes que en muchos países del entorno. Las intelectuales y creadoras del periodo irán conquistando el espacio público para todas las mujeres, de la universidad a los puestos de responsabilidad política, pasando por los centros de investigación y por los espacios legislativos, hasta que todo ello empezara a impregnar la vida cotidiana de todas las mujeres. Poco a poco emergen, toman la calle, 1. Cfr. SANTIAGO BOLAÑOS, Mª F. “Las artistas de la Edad de Plata”, Revista de Occidente, 323, 2008. 2. María Zambrano, correspondencia inédita con Gregorio del Campo, ed. M. F. Bolaños, Linteo, Ourense, 2012 150 marifé santiago bolaños se manifiestan, están, no sin dificultades, allá donde sus compañeros varones soñaban con un mundo diferente. Fíjense: ellos no apoyaban con claridad esta emergencia social, no colaboraban demasiado en que ellas tuvieran el lugar público que les correspondía por derecho y por justicia como seres humanos. Muchos son los ejemplos. No me voy a detener en ellos. La gesta de Clara Campoamor tendría que estudiarse en toda Europa como un momento de vergüenza democrática, pero también de esperanza y tesón3. La obra de María Zambrano, como una guía para cobardes y perplejos, como un manual absolutamente contemporáneo para estos tiempos nuestros, llenos de incertidumbres paralizadoras4. Exactamente lo mismo que ocurre, aunque todavía en ciernes respecto a la incidencia, un siglo antes en la Constitución de Cádiz con las mujeres. Se da el caso de que todos los artículos de la Constitución de 1812 se discutieron, uno a uno, de agosto del año anterior a marzo del año de su proclamación. Como se hacía pública cerca del día de San José, 19 de marzo, y en España es tan frecuente llamar “Pepe” a quien se llama José, inmediatamente fue conocida como “La Pepa”. La Constitución tuvo 15 padres, 5 de ellos americanos, pero ninguna madre, ni siquiera una prima lejana o una tía. Nada que tuviera en cuenta a la mitad de la población, sus intereses y necesidades particulares, su derecho general a la ciudadanía. La Constitución de Cádiz pretendía amparar a los habitantes de un territorio geográfico que excedía la España europea. Era un territorio que albergaba también a la España transoceánica, que se unía desde una lengua compartida. Habría de extender una monarquía parlamentaria y constitucional hasta las colonias americanas y asiáticas, lo que delimitaba la “Corona española”. “La Pepa” se convirtió, por su propio afán, y aunque no fuera esa, probablemente, su intención, en el marco referencial de una buena parte de las independencias americanas y, por lo mismo, de sus constituciones. Y, aunque solo estuvo vigente dos años, sus reapariciones y relecturas posteriores inspiraron, también, algunas de las constituciones europeas que le son contemporáneas5. Al sufragio universal indirecto, a la libertad de prensa o de industria, solo estaban “invitados” los hombres. No se permite el asociacionismo femenino y eso hará que, como veremos, las mujeres, casi exclusivamente las mujeres 3. Cfr. CAMPOAMOR, C. El voto femenino y yo, mi pecado mortal, Horas y Horas La Editorial, Madrid, 2006 4. Cfr. GÓMEZ BLESA, M. Modernas y vanguardistas. Mujer y democracia en la II República, Laberinto, Madrid, 2009 5. Cfr: <http://www.cervantesvirtual.com>. En esta web se encuentra el texto de la Constitución española de 1812 ¿Dónde estaban las mujeres en la Constitución de Cádiz? Nombres y ausencias 151 de la burguesía por razones obvias, propicien tertulias a la manera de los salones franceses ilustrados. La religión católica, única por mandato constitucional, marcaba, sin embargo, la pauta moral y, por extensión, jurídica, para hombres y mujeres. Pero, en cuanto a derechos, tales ni se mencionan para estas últimas. La soberanía de la nación, vinculada al concepto de “lo español” como portador de “derechos civiles”, era para las mujeres una ausencia flagrante. Hay un precedente histórico que podría haber sido una alerta para no errar, el de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, y la inmediata réplica de Olympe de Gouges, tres años después, con su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana. Olympe de Gouges reescribirá la Declaración de los Derechos del Hombre, cambiando el término “hombre” por el de “mujer”, y reiterando “hombre y mujer”, “ciudadano y ciudadana” cada vez que encuentra una posible ambigüedad o un posible olvido. No teme ser tachada de redundante porque sabe que hay una carencia social histórica, que hoy llamaríamos “de género”, cuando “hombre” no significa, ni mucho menos, “hombre y mujer”, no significa “humano”, sino “varón”. Han pasado dos siglos desde que Olympe de Gouges explicita la cuestión y tenemos, en demasiadas ocasiones, que seguir su ejemplo democratizador. Ella había preguntado, con tanta ironía como responsabilidad, por qué la mujer tiene “derecho” a subir al cadalso pero no lo tiene a subir a la tribuna. Su muerte en la guillotina, en 1793, dos años después de su Declaración, responde de un modo terriblemente elocuente. Otro tanto ocurre con la Constitución de Cádiz. A la incongruencia de no tener en cuenta, en ningún caso, a las mujeres como ciudadanas se une la inmediata reacción conservadora contra los “nuevos ciudadanos” que propiciaba la Carta Magna de 1812. De tal modo que si sus ideales liberales y democráticos buscaban erradicar la nefasta y obsoleta alianza trono-altar del Antiguo Régimen, muy pronto se formaron bandos que trataban de acallar aquel “¡Viva La Pepa!” al grito de “¡Vivan las cadenas!”. De inmediato, además, se asoció el popular nombre, La Pepa, con connotaciones negativas de género. La Pepa, convertida en una mujer para quienes así la llamaban desde la incredulidad y falta de respeto, acabará asociándose con improvisación, irresponsabilidad o desorden, por mediación de los sectores absolutistas, pero también, no vamos a evitar la alusión, porque ese era el imaginario social al impedir a las mujeres su papel público. Ese es el uso que ha acabado imponiéndose: todavía hoy, en España, la expresión “Viva la Pepa” se utiliza, de un modo popular, cuando se trata de referir una situación en la que, más o menos, vale cualquier cosa, donde no hay ni rigor ni orden. 152 marifé santiago bolaños No fueron muchas las mujeres españolas que, de un modo o de otro, intentaron incorporar sus voces a lo que habría de ser el mapa de convivencia de La Pepa. El ambiente no era nada propicio y todas ellas pertenecían a clases acomodadas siempre más permisivas. Solían ser mujeres con conocimientos de otras lenguas, bien por nacimiento o bien por formación, lo que les permitía leer y traducir experiencias europeas que, como señalaba antes, podían ser ejemplares. Los nombres de todas ellas son poco conocidos, suelen soslayarse e, incluso, como en el caso de la Marquesa de Astorga, a la que me referiré, ha hecho falta algo más que tesón investigador para demostrar que ella es la autora de un prólogo y de una traducción cruciales para el caso que nos ocupa6. Alrededor de la gestación de la Constitución de Cádiz, y a partir, inmediatamente, de ella, asistimos a la dramática reacción conservadora, apoyada por el rey Fernando VII, que pasó de ser “el deseado”, durante el periodo de la dominación francesa, a convertirse en el aniquilador de la esperanza de progreso democrático y modernidad que buscaba la Constitución. Por eso ahí sí que se permite destacar a las mujeres que se ponen de parte de lo español –aunque lo español pueda significar muchas veces, en tal contexto, conductas reaccionarias y retrógradas-, frente a lo francés que siempre será invasor, hasta condenar a personalidades indispensables como el pintor Francisco de Goya. Se promueve, entonces, una idea de patriotismo que, puede resultar paradójico pero no lo es, será parte del éxito de la vuelta al absolutismo destructor de los valores de La Pepa. Heroínas del pueblo que se enfrentan a los franceses en distintos lugares de España: Agustina de Aragón, la gallega María Pita, la madrileña Manuela Malasaña, y tantas otras a las que, esta vez sí, se llamó para que defendieran la patria y para que se hicieran responsables de la educación de futuros patriotas, lo que tan bien fue utilizado, a modo de propaganda nacionalista y cerrada por la dictadura de Franco. De un modo indirecto, las mujeres aceptaban el Artículo 6 de la Constitución de Cádiz, y el amor a la patria también se convertía, para ellas, en una de las primeras obligaciones de todos los españoles. Solo hay un caso que rompe esta concepción y se desarrolla en el lado liberal alrededor de todos los acontecimientos políticos y sociales de la Constitución de Cádiz: Mariana Pineda, la granadina inmortalizada por su egregio paisano, Federico García Lorca, que supo ver en la mujer cuya temeridad era un compromiso con la libertad, a pesar de la muerte “legal” que la castiga, una similitud con su momento histórico, el que concluiría con la muerte del poeta recién iniciada la Guerra Civil española del 1936. 6. VVAA. Historia de las mujeres en España y America Latina, Cátedra, Madrid, 2006, vol III. ¿Dónde estaban las mujeres en la Constitución de Cádiz? Nombres y ausencias 153 Las mujeres, en los años que anteceden y continúan este 1812 de referencia, no vieron modificado su estatuto de subordinación respecto al hombre. Los constitucionalistas anglofranceses, que inspiraron Cádiz, anhelaban la creación de un derecho positivo capaz de suplir un supuesto derecho natural, pero en el caso de las mujeres era ese derecho natural al que se apelaba para justificar la negación de sus derechos ciudadanos. Cuando analizamos los artículos que se refieren a la Educación, nos encontramos de lleno con todo esto. No se leía a Platón, no se tenía en cuenta el Libro IV de República en relación a ese capcioso derecho natural, que él invalida a favor de la educación, auténtica causante de igualdades o de diferencias. Las niñas de la burguesía solían tener tutores que se ocupaban de su educación, una educación que pasaba por ciertas artes que les permitieran éxito doméstico en sociedad. Y si la domesticidad se extendía a la esfera pública siempre habría de ser como prolongación de su naturaleza femenina, es decir, asistencia social, madres y esposas siempre y en cualquier caso. Al final, y esto es interesante no perderlo de vista, en cuanto a esas metas no había diferencias conceptuales entre las mujeres de la burguesía y las clases populares: la educación habría de serlo en la media en que ayudase a las mujeres a ser buenas madres y esposas católicas. Haciendo una lectura muy conservadora y sesgada de Condorcet, las Constitución de Cádiz diferenció entre la instrucción, que es tarea del estado, y la educación, que ha de darse en el ámbito privado. La instrucción de los hombres conviene que sea pública, pero la de las mujeres debe ser privada, es decir, doméstica. Educación y no instrucción, de modo que la Constitución de Cádiz, que pretende ser ilustrada, no lo es en absoluto en lo que se refiere a la educación de las mujeres. No se seguirá a Condorcet, por ejemplo, en lo que opina de la asistencia de las mujeres a los lugares públicos cuya función es el debate de futuros. Así, las Cortes de Cádiz prohíben el acceso de las mujeres al Parlamento y muchas de ellas se disfrazaron de hombres para poder asistir al mismo. Tan solo, insistimos, cuando se vio en las mujeres un posible elemento de educación de patriotas algunos diputados hacen, públicamente, la pregunta de por qué las mujeres tienen el deber de obedecer las leyes pero no el derecho de tener voz en su elaboración y discusión. Se propone, entonces, que puedan asistir a tales debates parlamentarios como espectadoras. Vemos que difícilmente podemos hablar de un paso hacia la ciudadanía, ni siquiera de un recoger lo esencial de esa llamada de atención de Olympe de Gouges. Habría que esperar, y aunque ya ha sido mencionado es necesario reiterarlo, a 1931 para que una mujer española pueda adquirir el derecho al voto. Tanto como decir que hasta 1931 no hay un freno legislativo a siglos de tradición que teme per- 154 marifé santiago bolaños der un poder supuestamente exclusivo. Un poder que, a la larga, se manifiesta inútil para la sociedad cuando excluye de ella a las mujeres. Múltiples son los hechos de la historia reciente que lo siguen demostrando. Es muy interesante leer los debates que se promovieron en torno, por ejemplo, a la esclavitud. Algunos diputados, incluso algunos diputados liberales, estaban preocupados por si la libertad se extendía hasta el punto de erradicar la esclavitud, importante fuente de ingresos para muchos. Temían que el siguiente paso pudiera ser darle derechos a las mujeres. La solución no se hizo esperar: el esclavo podría llegar a ser ciudadano si se daban las características tanto morales como sociales pertinentes; las mujeres, no. Tan contundente es el no que hemos de buscarlas a ellas con empeño para encontrar alguna voz disidente o, al menos, no asimilada del todo al panorama que les tocó vivir. Mujeres de las clases acomodadas, lo hemos anunciado antes, crearon tertulias en sus casas a la manera francesa. Tertulias políticas y filantrópicas donde, además, se propiciaba el debate en torno a los derechos de las mujeres. Muchas de ellas viven, precisamente, en Cádiz, el único territorio “libre” de la “invasión” francesa, aunque sus maneras, educación, sueño social, tenía mucho de afrancesado, en el sentido ilustrado del término. Algunos nombres que tenemos que mencionar: la escritora Cecilia Böhl de Faber, que publicaba con el pseudónimo masculino “Fernán Caballero”. La traductora Francisca Larrea, ejemplar para muchas mujeres. La dramaturga Mª Rosa Gálvez de Cabrera, que murió muy joven, en el Madrid de 1806, pero que no le impidió pertenecer a esa pléyade reconocida de mujeres ilustradas que rompieron con los estereotipos femeninos desde una obra valiente y atípica7. Rastrear a las mujeres alrededor de la Constitución de Cádiz desde la obra de sus escritoras es una tarea fascinante. Ahí está, por ejemplo, la periodista Mª del Carmen de Silva, que editó, junto a su marido el médico Pascasio Fernández Sardino, el periódico liberal “El Robespierre español, amigo de las leyes y cuestiones atrevidas”. Que empezara a perseguirse su publicación ya desde los primeros números, y que no pasara de diez, pone de manifiesto lo endeble de la libertad de prensa que La Pepa pregona, así como el debate en torno a si dicha libertad ha de tener límites. Debate, por otro lado, absolutamente actual. “El Robespierre español” levantó tanta polémica que propició réplicas en publicaciones que, incluso, defendían instituciones como la Inquisición. 7. Cfr VVAA: La vida escrita por las mujeres, Volumen II: La pluma como espada. Del romanticismo al Modernismo, Barcelona, Círculo de Lectores, 2003 ¿Dónde estaban las mujeres en la Constitución de Cádiz? Nombres y ausencias 155 No faltaron proyectos educativos amparados por mujeres, como el de Mª Josefa Alonso Pimentel, condesa duquesa de Benavente, protectora de artistas como Goya o Moratín y amiga de Jovellanos. Sus tertulias madrileñas se enriquecían con el teatro o con la música de importantes compositores del momento, de los que la condesa duquesa compraba partituras. Llevo a España un modo de hacer culto e ilustrado a una corte que no lo era. Es interesante, por ejemplo, el episodio de su paso por el París revolucionario, camino de Viena donde su esposo había sido nombrado embajador. La estancia se prolongó en París más de lo esperado y eso hizo que ella comprara libros para su estupenda biblioteca, la misma que cuando quiso abrirse al público mostró tener “libros prohibidos”. Y la ya mencionada Marquesa de Astorga, traductora de la obra de Gabriel Bonnot Mably, considerado un antecedente del socialismo utópico y muy crítico con el Antiguo Régimen. En su obra De los Derechos y Deberes de los Ciudadanos, que es la que la marquesa traducirá, Mably continúa profundizando en una línea de pensamiento que destaca la revolución como modo de acabar con la esclavitud que somete a los seres humanos, lo que podemos ver expresado en su conocida sentencia de que los reyes han sido hechos para el pueblo y no el pueblo para los reyes. Sus reflexiones prácticas, su búsqueda política no abandona jamás una búsqueda de la virtud. El bien general se alcanzará en la medida en que se haya producido una revolución personal, por lo que sus teorías defienden el componente espiritual del ser humano, que cuando se abandona corre el riesgo de desencadenar un mundo materialista e insolidario. Él sí lee a Platón, sí lee su República a la que antes aludía, de modo que destaca la importancia de una educación igualitaria y justa. Mably redactó un proyecto de constitución para Polonia. Franklin le pidió otro proyecto para Estados Unidos, pero, sin embargo, no accedió a la petición americana. La marquesa de Astorga publica en Cádiz la traducción del libro de Mably de un modo anónimo y dando a entender que, tras el anonimato, se esconde un hombre. No fue difícil que, muy pronto, se aceptara que el autor lo era, señalando a Álvaro Flórez Estrada como autor de la traducción de estos Derechos y Deberes y del prólogo que justifica la importancia de que el mismo se edite en español. La polémica no se hizo esperar. No cabía que una mujer se atreviera a tanto y, al tiempo, eran muchos los que creían que la autora era la marquesa de Astorga. Llegaron, en el tiempo, a confundirse dos mujeres, Carmen Ponce de León y Carvajal, que no llegó a ser marquesa de Astorga por matrimonio porque enviudó antes de que su marido ostentase, por herencia, el título. Y Mª Magdalena Fernández de Córdova y Ponce de León, prima 156 marifé santiago bolaños hermana de la anterior, que investigaciones recientes dan por autora de la traducción y del prólogo. El libro de Mably es interesante en sí, por el momento en el que se realiza la traducción, por el contenido claramente liberal, lo que marca un claro punto de vista en la marquesa de Astorga, y por la repercusión que el libro tuvo en América. Y vamos acabando. Cuando durante la revolución de 1820 el pronunciamiento de Riego abogue por la necesidad de que los valores de la Constitución de 1812 se den a conocer, se empezará a tener en cuenta la labor de todas estas mujeres. Entonces, la tertulia, los clubs populares de lectura, las publicaciones de folletos informativos, de artículos políticos, permitirá a las mujeres ir ganando territorio ciudadano. Ellas aceptarán, la mayor parte de las veces, su papel “femenino” y siempre subordinado, pero empiezan a estar donde estaban los hombres. La escritura se convirtió en la mejor de sus herramientas, y la palabra que dialoga en el mejor de sus estilos. La historia abre, con mucho esfuerzo, puertas que sean atravesadas por las mujeres. No siempre esas puertas se mantienen abiertas de par en par para siempre, no siempre se transforman en arcos de triunfo para toda la humanidad. Con frecuencia, por desgracia, las puertas que un día se abrían al futuro compartido se entrecierran e, incluso, se tapian con el más eficaz de los engaños: el olvido. Hacer como si aquello nunca hubiera pasado, destacar solo lo que puede ser beneficioso para quien pretenda que la incidencia humana en los acontecimientos tenga un carácter accidental y no voluntariamente comprometido con el porvenir. Yo les hablaba de las mujeres del 278, de quienes quisieron expandir aquellos principios que nunca se escribieron en la Constitución de Cádiz pero que, sin embargo, eran imprescindibles para que los valores democratizadores florecieran. María Zambrano escribe que el orden democrático es aquel en el que no solo está permitido ser persona, sino que serlo es una exigencia. Una exigencia de responsabilidad y compromiso. 1812 inició un camino cegado reiteradas veces, reconocido en los ideales de la Generación de la II República española. Sesgados, de nuevo, en la Guerra del 1936. Se tuvo que llegar a la Constitución de 1978 para que, otra vez, se activara el debate en torno a la igualdad entre los hombres y las mujeres como único medio de alcanzar la salud y la madurez de una sociedad. El trabajo que habían estado haciendo tantas mujeres, en la clandestinidad social, permitió la conquista, aunque con muchísima lentitud, de los derechos de todos. Con frecuencia se quiere esquivar el hecho de que cuando se logra un derecho nuevo se están 8. Cfr. MANGINI, S. Las modernas de Madrid. Las grandes intelectuales españolas de la vanguardia, Península, Barcelona, 2001. ¿Dónde estaban las mujeres en la Constitución de Cádiz? Nombres y ausencias 157 alcanzando derechos para toda la humanidad, que cada derecho logrado mejorará un poco el universo mundo donde los hombres y las mujeres compartimos sueños, deseos, necesidades y esperanzas. Aquellas pioneras incipientes que realizaron su tarea alrededor de La Pepa legaron al menos una rendija de esa puerta luminosa que la Constitución de 1931 pretendía. Que, acaso podemos decir, solo la lucha de muchas mujeres y de algunos hombres, estos sí tan anecdóticos como lo habían sido ellas hasta el momento, permitió que surgiera una España distinta, llena, es verdad, de históricos, a partir de 1978. Queda mucho por hacer, algunas veces me parece que queda más de lo que se ha recorrido. Ahí están las futuras nuevas constituciones que han de emanar de la llamada “primavera árabe”, y ahí están sus mujeres, cuyo grado de conquista ciudadana traerá éxitos o fracasos sociales. Ahí están las propuestas de mujeres empoderadas en África o en Latino América9. Ahí está el ecofeminismo en India, en esa Europa donde son muchas y muchos los que, aunque no lo parezca, siguen trabajando por un porvenir distinto. Ahí está el día a día de millones de niñas en el mundo para las que, todavía hoy, la educación es un lujo impensable y no un derecho humano, por lo que la acumulación de infamia e indignidad en tantas biografías incipientes alcanzan, con arrojo inevitable, lo que ha de ser nuestra tarea como habitantes privilegiados todavía del planeta. No habrá cambios de rumbo sin que el rumbo incluya a las mujeres como sujeto activo y hacedor, no como invitadas. No habrá cambio de rumbo sin el presupuesto insoslayable de la igualdad real entre los hombres y las mujeres. Esa es la certeza que reafirmo, una vez más, hoy aquí, con todos ustedes, reunidos en torno a lo que una constitución ha de significar siempre. Gracias. 9. SANTIAGO BOLAÑOS, Mª F., y ANTEQUERA, M.: Wangari Maathai y otras mujeres sabias. De la ecología hacia la paz, Laberinto, Madrid, 2009.