ASOCIACIÓN ARGENTINA DE HISTORIA ECONÓMICA

Anuncio
ASOCIACIÓN ARGENTINA DE HISTORIA ECONÓMICA
UNIVERSIDAD NACIONAL DE RÍO CUARTO
XXII JORNADAS DE HISTORIA ECONÓMICA
Río Cuarto (Córdoba)
21-24 de septiembre de 2010
ISSN 1853-2543
Del Pampa a Pauny: el intenso medio siglo de la industria del tractor (1952-2002)
Mario Raccanello
CONICET - CEEED (FCE-UBA)
[email protected]
IAME y los albores de la segunda fase de industrialización sustitutiva
Antes de analizar el protagonismo que le correspondió al Estado en el bautismo
de fuego de la producción nacional de tractores, es necesario señalar el dilema industrial
que debió superar el segundo peronismo y las acciones encaradas por IAME, el
organismo que funcionaría de plataforma de las futuras inversiones en las industrias
mecánicas.
Es en el contexto del Segundo Plan Quinquenal (cuya aplicación se preveía para
el período entre 1953 y 1957), donde comienza la cruzada de llevar a la industria
nacional a un estadio superior, donde prosperaran las ramas de producción más
sofisticadas. El Segundo Plan Quinquenal podría catalogarse como un “cambio
estructural”, que estimuló el ascenso de un nuevo paradigma productivo (tal como la
desregulación económica de Martínez de Hoz y su profundización en la convertibilidad
de Cavallo lo serían a través de la desarticulación del tejido industrial alcanzado hasta
ese momento).
Cerca del final de su primera administración, el presidente Juan Domingo Perón
estaba ante la encrucijada de continuar con la industrialización por sustitución de
importaciones livianas o atreverse a incursionar en la producción de bienes de consumo
durable, bienes de capital y productos intermedios (Malatesta, 2006). Depender del
exterior para disponer de insumos estratégicos y modernos bienes de capital se había
vuelto una opción inviable. La ausencia de una producción local de estos factores
acotaba el potencial de desarrollo de la industria liviana, situación que se agravaba ante
los recurrentes déficits de la balanza de pagos.
En el rubro automotor, con una importación de aproximadamente veinte mil
unidades, la balanza comercial de 1951 había sido desfavorable. Dispuesto a iniciar la
producción automovilística en el país, Perón se reunió con representantes de
importantes automotrices extranjeras –fíjese ésto como un símbolo de una nueva etapa,
donde el presidente va dejando al costado su postura nacionalista originaria–. Pero su
propuesta fue rechazada de plano por los industriales del exterior, por considerar que
Argentina carecía de la capacidad técnica necesaria para tal “aventura”. Ante esta
situación, el brigadier mayor Juan Ignacio San Martín1, ministro de Aeronáutica (y
hombre de confianza de Perón), propuso al presidente fabricar automóviles en el país
utilizando los destacados conocimientos industriales logrados por el Instituto
Aerotécnico de Córdoba.2 En consecuencia, el presidente Perón decide transferir a la
Aeronáutica la responsabilidad del desarrollo del Segundo Plan Quinquenal en lo
referido a la producción automotriz, tarea que hasta entonces estaba en manos de la
Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM). Mediante el decreto 24.103 del
30 de noviembre de 1951, se crea así la Fábrica de Motores y Automotores en Córdoba
(Arreguez, 2007).
Sobre la base de todos los bienes hasta entonces afectados al Instituto
Aerotécnico, el 28 de marzo de 1952 (Decreto Nº 6.191) surge Industrias Aeronáuticas
y Mecánicas del Estado (IAME). Constituida como “Empresa del Estado” (o sea, por
fuera del presupuesto nacional) y financiada con un préstamo del BIRA de 53 millones
1
Recibido de Ingeniero Militar en la Escuela Superior Técnica, San Martín es enviado por el P.E. al Real
Instituto Politécnico de Turín, obteniendo doctorados en Ingeniería Industrial y Aeronáutica. Al regresar
al país en 1944, se lo designa Director del Instituto Aerotécnico, creado recientemente sobre la base de la
Fábrica Militar de Aviones (FMA). En este cargo, San Martín restableció la producción y el diseño de
aviones argentinos, actividades abandonadas por el Estado desde 1937. Después de su paso por la
gobernación de Córdoba entre 1949 y 1951 (donde resolvió su desabastecimiento eléctrico y promulgó la
auspiciosa Ley de Promoción Industrial Nº 4.302/51), Perón lo nombra ministro de Aeronáutica
(Arreguez, 2007).
2
San Martín no solamente impulsa la producción seriada de aviones en el país, sino que también se
esfuerza por utilizar materiales nacionales (madera, aleaciones especiales de aluminio, plásticos) y
desarrollar nuevas tecnologías a través de trabajos de investigación y desarrollo realizados en el Instituto.
Sus proyectos aeronáuticos resultaron en la formación de una importante red de proveedores de partes y
de una generación de ingenieros y técnicos de altísimo nivel. Así Córdoba generaba las condiciones para
los primeros pasos de la segunda fase de la industrialización sustitutiva (Fuente: Asociación de Amigos
del Museo de la Industria “Brigadier Mayor Juan Ignacio San Martín”).
de pesos con garantía estatal, IAME tenía más de trece mil operarios y administradores
y una superficie de ciento cincuenta mil metros cuadrados. Por su parte, el Instituto
Aerotécnico dejaba de funcionar como cabeza directriz, pasando a funcionar como área
dedicada exclusivamente a la investigación y formación de cuadros de maestranzas,
técnicos y profesionales.
IAME funcionaría como un conglomerado autárquico, de cuya administración
general dependerían diez fábricas, siendo una de ellas la Fábrica de Tractores (con un
departamento de metalurgia en común con otra de las fábricas). 3 Se adquirieron
licencias para fabricar en el país modelos automotrices europeos de bajo costo y fácil
mantenimiento, principalmente alemanes, a fin de obtener experiencia en la producción;
cuando no podían conseguirse las licencias, se ejecutaban proyectos altamente influidos
por los modelos originales. A diferencia de la anterior integración vertical a la cual
respondía el Instituto Aerotécnico, IAME buscó la participación de la industria privada
en la fabricación de partes, reservándose la producción de las más comprometidas y,
obviamente, el montaje final.
Desde un principio, el objetivo de San Martín era la constitución de un Estado
“partero” de nuevas industrias, donde una vez superadas las primeras dificultades, el
sector privado se interesase por aportar sus propios capitales. Más allá de ciertas
ineficiencias propias de procesos productivos nacientes, IAME había cumplido con el
desafío de incursionar en determinadas ramas; siguiendo una política de bajo precio con
el fin de masificar la producción, IAME desarrolló líneas de fabricación que incluían
modelos de autos (el Justicialista, el Sedan Institec, el Rastrojero Cono Sur), utilitarios y
camiones pequeños (el Rastrojero Diesel), tractores (el Pampa), motocicletas (la Puma),
armas (cohete Tábano), veleros (el Tero), lanchas (la Institec) y motores (Arreguez,
2007). De este modo, San Martín cumpliría con su propósito; a partir de sus
negociaciones, en 1954 Fiat compró la planta de tractores de Estación Ferreyra y, al año
siguiente, IAME se asoció con Henry Kaiser para producir automóviles bajo la firma
Industrias Kaiser Argentina (IKA).
Del Tractor “Pampa” al Régimen de la Industria del Tractor
Cuando el decreto 25.056 de 1951 dispuso el establecimiento de permisos y
cupos a la entrada de tractores importados, entre los productores del campo argentino
3
Las nueve restantes eran las “Fábricas” de: “Automóviles” (con un anexo para motonáutica), “Aviones”,
“Motores de Aviación”, “Motores de Reacción”, “Instrumentos y Equipos” (de aviones y automóviles),
“Paracaídas”, “Hélices y Accesorios”, “Máquinas y Herramientas” y “Motocicletas” (Arreguez, 2007).
comenzó un temor por quedarse privados de unidades de tracción para el desarrollo de
sus tareas. El Estado, que ya proyectaba encarar la producción local de tractores,
suponía que IAME tenía la capacidad para producir cuatro mil unidades anuales (una
osada presunción que se hacía en base al reciente armado de unos trescientos tractores
Fiat 55). Es así que el 11 de agosto de 1952, ocho meses después de ser declarada la
industria de maquinaria agrícola de interés nacional, el Estado argentino firmó un
convenio con IAME y la Fiat de Turín (que suministraría insumos y asistencia técnica)
para crear una fábrica de tractores en Estación Ferreyra, en las inmediaciones de la
capital cordobesa, con la misión de “producir por sí y en cooperación con la industria
privada tractores íntegramente argentinos” (Decreto Nº 4.075/52).
El relato de la fabricación de la primera unidad del tractor nacional vale bien ser
resaltada, en especial por su carácter anecdótico. Para la producción de un primer
prototipo, Perón le dio a IAME un plazo de tan sólo tres meses, buscando cumplir con
una promesa realizada al campo. Sin embargo, no se sabía qué tipo de tractor producir,
por lo que se ordenó a un grupo de expertos que indagaran en establecimientos rurales
ubicados entre Buenos Aires y Córdoba qué tractor era el más adecuado para las labores
agrícolas. El más votado fue el tractor alemán Lanz Bulldog D9506.4
Realizar la encuesta había consumido gran parte de los tres meses disponibles y
ya era poco el tiempo que restaba. Por lo tanto, se importaron dos tractores Lanz desde
Uruguay y se procedió a realizar una verdadera “ingeniería inversa” en el predio del
IAME. Uno de los tractores fue íntegramente desarmado y sus piezas fueron asignadas a
industriales, a los que se les proveyó de máquinas, materiales y herramientas para que
pudieran replicarlas. Sin embargo, terminar a tiempo ya parecía imposible, por lo que se
decidió optar por mayor “practicidad”. Ángel César Arreguez, operario durante 29 años
en la Fábrica Militar de Aviones y recopilador de toda clase de documentos referidos a
la historia de la misma, da el siguiente testimonio:
El plazo era imposible de cumplir, claro, pero como el prestigio estaba
en juego, algo había que hacer. Es así que al segundo Lanz se le
reemplazó la parte frontal, único lugar donde aparecía la marca Lanz,
4
El motor de este tractor era muy simple, de un solo cilindro, que trabajaba por autoencendido. Requería
un calentamiento previo a la puesta en marcha, para lo cual se utilizaba una lámpara a bomba alimentada
con querosén, eliminándose así todo componente eléctrico. Como el combustible diesel oil solía escasear,
este modelo ofrecía la ventaja de aceptar una mezcla preparada con querosén y aceite usado, y hasta
aceite o grasa animal. Su potencia permitía reemplazar también a las viejas calderas de vapor que se
utilizaban para mover las trilladoras estacionarias de trigo y lino.
por una fundida y maquinada localmente, que decía Pampa-IAMEIndustria Argentina, enmarcada por una insignia que contenía un
engranaje atravesado por dos alas. Completado el camuflaje al
reemplazar el color azul por un llamativo anaranjado, se lo llevó a
Buenos Aires, y se lo mantuvo en marcha durante varios días al pie del
Obelisco, al lado de una bandera argentina. El pueblo, ajeno a este
proceso, una vez más se asombraba y comprobaba el famoso Perón
Cumple (Arreguez, 2007).
El 7 de octubre de 1952 nacía el Pampa, un tractor de dos tiempos semidiésel
monocilíndrico (en disposición horizontal) de 55 caballos de fuerza (al igual que el
Lanz Bulldog). A fines de diciembre, quince unidades arrastrando arados de cinco rejas
realizaban trabajos experimentales en distintas zonas del interior del país. A pesar de
ciertas imperfecciones técnicas, por su simplicidad, fácil mantenimiento y bajo costo, el
tractor Pampa tuvo una muy buena recepción de parte de los productores rurales. En
1953, IAME elaboró un plan con el objetivo de fabricar dos mil quinientas unidades
anuales del Pampa, impartiendo órdenes de producción de partes a empresas
metalúrgicas de todo el país. Asimismo, el Banco Central le otorgó permisos de cambio
para la importación de materias primas, máquinas y partes destinadas a la nueva planta.
Sin embargo, al poco tiempo quedan en evidencia las dificultades para abastecer
el mercado interno (con un déficit de tractorización calculado en 164 mil unidades): el
objetivo de abastecer el 50% de la demanda para 1957 (estimada en veinte mil
unidades) no podía ser satisfecho sólo con la producción de la empresa estatal. En
primera instancia, el gobierno reacciona otorgando ventajas crediticias para impulsar la
importación de unidades completas; pero, más temprano que tarde, se procede a
convocar al capital extranjero5.
Es así como esta política de combinar producción estatal y compras externas
concluye a fines de 1953 con el llamado del Ministerio de Industria a una licitación
pública para que fábricas de tractores se instalasen en el país. Se creó una comisión
5
Es la ley 14.222 de agosto de 1953 (derogada en 1957 por el gobierno de la “Revolución Libertadora”)
la plataforma creada por el segundo peronismo para la atracción de las inversiones externas dirigidas a las
actividades fabriles y mineras. Controvertida a nivel político e ideológico por su fomento el capital
foráneo, en sí fue un régimen legal orgánico e innovador por su especificación de objetivos de
producción, formas de radicación, modos de evaluación de los proyectos, condiciones para repatriar
capitales y utilidades, etc. (Malatesta, 2006). En el futuro, la extranjerización de la economía noventista
no contó con ninguno de estos elementos propios de la ISI impulsada por el capital externo.
interministerial –antecedente del Consejo de la Industria del Tractor– para analizar las
firmas con mejores condiciones técnicas de las treinta y cuatro que se presentaron 6. De
las empresas que desearan ingresar al nuevo mercado se exigiría la integración de la
producción local –específicamente se proponía el aumento progresivo del contenido
local hasta el 95% del valor del tractor–, además de adaptarla a las necesidades del agro.
Las compañías gozarían de un mercado cautivo por el bloqueo del ingreso de bienes que
compitieran con su producción (salvo incumplimiento con el plan del Estado) y tendrían
preferencias en sus importaciones.
Finalmente, las firmas seleccionadas fueron la italiana Fiat (que ya tenía su pata
en la industria a través del convenio firmado un año antes) y las alemanas Hanomag,
Deutz y Fahr (empresas con participación del empresario peronista Jorge Antonio, nexo
entre el presidente y la industria alemana), marginándose a las norteamericanas John
Deere, Ford, International Harvester y la canadiense Massey Ferguson. Después de una
serie de modificaciones a lo planeado originalmente, el acuerdo general se suscribió en
octubre de 1954; el mismo establecía una meta de producción anual de 13.200 unidades 7
(acorde a las necesidades estimadas de la producción agrícola), con autorización para
importar el 90% del valor del tractor en 1955 hasta descender al 5% en 1959. Además,
las compañías extranjeras contarían con permisos de cambio por 140 millones de
dólares para importar tractores completos más piezas en los siguientes cuatro años
(Lajer, Odisio y Raccanello, 2007).
Acertadamente, Belini (2004) califica el plan de gobierno de “ambicioso”; en la
Argentina la industria automotriz estaba en su etapa embrionaria y el nivel de
producción de tractores impuesto de poco más de 13 mil unidades por lejos no lograba
generar las economías de escala existentes en los países de origen de las empresas (ni
los precios que estaba dispuesto el agro a pagar para mecanizarse). Mientras que la tasa
de rentabilidad de las empresas era garantizada desde el Estado con el otorgamiento de
un mercado circunscripto a ellas y la provisión de diversos subsidios, la eficiencia
quedaba relegada ante el mandato de integrar la producción, acorde al esfuerzo de
mejorar el balance de pagos y fortalecer la industria auxiliar.
6
Detrás de este significativo cambio en el interés demostrado por el capital extranjero se observa el
mérito de IAME (y de su director) que, a pesar de no haber podido satisfacer la demanda interna de forma
exclusiva, demostró al mercado la posibilidad de que esfuerzos productivos volcados en nuevas ramas
industriales podían fructificar en el mediano plazo.
7
Fue establecido que el sector primario contaría desde un inicio con esa cantidad de tractores, por lo que
en un comienzo se autorizaría a las firmas involucradas a importar unidades completas. Recién en 1956 se
comenzaría a producir de acuerdo a lo firmado en la licitación.
Fiat fue la empresa que se alzó con mayor poder –no sólo económico, sino
también político– en la estructura de la nueva industria. En abril de 1954, al poco
tiempo de terminarse la construcción de la planta de tractores de Estación Ferreyra, se
anunció su venta a la compañía italiana; con esta adquisición, nace Fiat Someca
Construcciones Córdoba (Concord) –donde IAME tenía una participación minoritaria
en el capital inicial de la nueva firma–. Además de “hacer negocio” en el pago por la
fábrica de tractores de Córdoba (poco más de 72 millones de pesos) y gozar de ventajas
cambiarias, Fiat recibió dos grandes créditos del BIRA: 150 (a 4% de interés anual y a
diez años) y 106 millones de pesos con destino al financiamiento de nuevas inversiones
y gastos de evolución.8
Poco más de dos años después del derrocamiento de Perón por la “Revolución
Libertadora”, los decretos ley 15.385 y 15.386 de noviembre de 1957 dieron origen al
“Régimen de la Industria del Tractor”, un paso más en la regulación y el fomento del
sector. Declarándoselo de interés nacional, se establece un nuevo régimen para la
producción, esta vez abierto a toda empresa que cumpliese los requisitos mínimos sobre
fabricación nacional y progresiva disminución de partes importadas. Asimismo, el
límite a la producción de las empresas quedaba anulado (aunque los topes a la
fabricación regresarían con el decreto 1.424 de febrero de 1959, donde se programaba el
nivel producido en función del “contenido nacional” de las unidades).9 La importación
de partes se haría sobre la base del tipo de cambio oficial, más un recargo cambiario
mayor al 100%; además, se definió el 40% como porcentaje mínimo de contenido
nacional sobre el valor FOB del tractor completo, y hasta el 30%, si el promedio anual
luego de tres años era del 40%. Las empresas del sector quedaban exentas del impuesto
a las ventas y recibían primas (financiadas con los recargos cambiarios y gravámenes
sobre tractores e insumos importados) en función de la potencia y el porcentaje de
componente nacional. Por último, la importación de unidades terminadas se permitiría
sólo en el caso de que el agro requiriese unidades de gran potencia o para usos
8
El monto total del crédito (256 millones de pesos) parecía excesivo; representaba dos veces y medio el
capital de la firma, el 76% del crédito otorgado a la industria de maquinaria agrícola y el 4% a la industria
en general por parte del BIRA en 1954. Un año después, la empresa fue investigada por el gobierno de
facto y se determinó que la única inversión realizada por los italianos eran cinco millones de dólares
destinados a importar dos mil automóviles en una operación sin usar divisas y vendiéndolos a un elevado
precio en el mercado doméstico (Belini, 2004).
9
Con este decreto, el máximo de unidades producidas dependía del porcentaje de insumos nacionales que
componían al tractor: 2.000 unidades, 40-49,9%; 3.000, 50-59,9%; 3.500, 60-69,9%, y sin restricciones
para los de más de 70% (Dagnino Pastore, 1966).
especiales, y siempre que no se afectara el desarrollo y la estabilidad de la producción
nacional (Lajer, Odisio y Raccanello, 2007).
Estos decretos también crearon un organismo interministerial, el “Consejo de la
Industria del Tractor”, al que se le asignó las funciones de evaluar y verificar el
cumplimiento de los planes de producción con el correspondiente porcentaje de piezas
importadas, la realización de estudios de demanda interna y la propuesta de recargos
para la protección de la industria. El Consejo, que dependía directamente del Poder
Ejecutivo Nacional, estaba presidido por el ministro de Comercio e Industria y tenía
representantes del mismo ministerio, de Hacienda, de Agricultura y Ganadería y del
Banco Central.
Desde un principio las firmas de la industria debieron enfrentar serias trabas para
alcanzar niveles de eficiencia semejantes a los de sus países de origen. La exigencia por
agregar contenido local provocó que las firmas tendieran a su integración vertical –a
falta de una industria auxiliar desarrollada que las abasteciera– y así incursionar en
producciones por fuera de su órbita. Recién a mediados de la década siguiente se
apelaría a políticas de aliento a las exportaciones que, además de generar divisas
propias, colaborarían al desarrollo de economías de escala, acotadas por los reducidos
niveles de producción de las firmas pautados al “crearse” la industria.
Más allá de estas deficiencias, los esfuerzos desde la política pública se
tradujeron en un incremento de la producción nacional de 2.512 unidades en 1955 a
20.958 en 1960 (Gráfico 1). A partir de 1959, las importaciones cesaron y hasta la
apertura de veinte años después, la industria argentina de tractores supo abastecer la
demanda del mercado doméstico (Gráfico 2). El veloz incremento de las ventas –el
sector cerraba la década de 1950 como el cuarto más dinámico de la industria– causó
que, en 1960, el parque de tractores se hubiese más que duplicado con respecto al de
1952, superando las cien mil unidades (entre 1956 y 1960 el nivel de existencias
aumentó el 85%). Un incremento en el nivel de la potencia promedio aplicado a las
labores se observó también, con un aumento notorio después de 1955. Asimismo, el
nivel de mecanización (unidades totales de potencia sobre hectáreas totales trabajadas)
creció de manera constante desde 1954 y se quintuplicó en apenas cinco años.
Después del golpe de Estado de 1955, IAME pasó a llamarse Dirección Nacional
de Fabricaciones e Investigaciones Aeronáuticas (DINFIA). Cuando se consumó la
cesión de la fábrica de tractores a la Fiat (10 de octubre de 1959), la DINFIA pasó a
ocupar una nueva instalación, levantada cerca de la anterior y donde continuó con la
producción. Sin embargo, esta fábrica se vendió dos años después a la firma Perkins
(productora de motores), con lo que así se dio por terminada la producción de tractores
por parte del Estado. Entre 1952 y 1961 se habían producido 3.760 unidades del Pampa.
La industria del tractor durante los sesenta
En los años sesenta, el campo argentino comenzó a experimentar un
significativo proceso de innovación productiva, donde el papel del Instituto Nacional de
Tecnología Agropecuaria (INTA) fue esencial. Entre las reformas introducidas en esos
años se pueden mencionar la mayor utilización de semillas mejoradas, fertilizantes y
herbicidas, la incorporación de la soja y el doble cultivo, como así también el creciente
avance de la agricultura sobre la ganadería. Por consiguiente, una mayor tracción de las
explotaciones de la pampa húmeda se manifestaría como necesaria para encarar este
proceso de desarrollo agrario.
Gracias a las políticas crediticias e impositivas aplicadas por esos años, los
productores agropecuarios tuvieron la posibilidad de incrementar su capital de trabajo.
Entre 1963 y 1969, la utilización del crédito bancario como medio de financiación de la
inversión en tractores y demás maquinaria agrícola pasó del 28,2 al 84,5% (Lajer,
Odisio y Raccanello, 2007). La más importante de las líneas crediticias dirigidas al agro
–y el signo más claro de apoyo oficial al desarrollo de la industria de maquinaria
agrícola– fue llevada adelante desde el Banco Nación y el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID), en el marco del “Programa de Préstamos para Tecnificación
Agropecuaria” (1963).
Durante los catorce años en que se mantuvo vigente este programa, se vendieron
aproximadamente noventa mil tractores financiados de este modo (en promedio, el 42%
del total de unidades comercializadas por las firmas partícipes de la Asociación de
Fabricantes de Tractores Argentinos10) (Gráfico 3). Los créditos eran otorgados luego de
la entrega del 20% del valor del bien por parte del comprador y (en el 80% de los casos)
a un plazo de cinco años, con amortizaciones cada seis meses (Huici, 1984). Más allá de
que la tasa preferencial de los créditos (constante hasta la cancelación de la deuda) fue
en promedio de dos quintas partes de la de mercado, el verdadero rédito para el agro fue
capitalizarse a tasas de interés mucho menores a las de la inflación. Puede observarse en
10
En 1973 las empresas integrantes del Régimen de la Industria del Tractor –Deutz, FIAT, John Deere y
Massey Ferguson– conformaron la Asociación de Fabricantes de Tractores Argentinos (AFAT),
institución que defendería de allí en más los intereses económicos de estas firmas.
el Gráfico 4 la correlación existente entre la tasa de interés preferencial real 11 (sólo
positiva en 1968/69) y las ventas de tractores bajo el régimen Banco Nación-BID
durante su permanencia: de signo negativo, sobre todo en los años de aceleración
inflacionaria.12
Como se ha especificado anteriormente, las empresas superaron las veinte mil
unidades producidas en 1960, un aumento mayor al 65% con respecto al año previo. Sin
embargo, el crecimiento de la demanda fue mucho menor, acumulándose existencias
por primera vez (quedaron sin vender más de siete mil unidades). No obstante, al año
siguiente, las existencias desaparecen cuando se alcanza el pico de demanda de la
década (16.784 unidades), nivel de ventas superado recién en 1973.
La economía argentina transita por una significativa crisis en 1962-63, que
repercute sobre todo el aparato industrial. La producción de tractores de 1962 se
desploma el 20,2% respecto al año anterior, siguiendo a la caída de la demanda del agro
(-33,1%). En una economía sometida al inevitable ciclo de stop and go (Braun y Joy,
1981), donde la devaluación era la válvula de escape para la continuidad del modelo, el
sector agrario salió beneficiado con el tipo de cambio más competitivo posterior al
shock. Alentado el campo por las buenas perspectivas, las ventas internas de tractores se
recuperaron en 1963 para dispararse un 24,2% en 1964, saliendo el sector más rápido de
la crisis local que el resto de la industria.
En cuanto a la regulación del sector durante los años sesenta, un nuevo conjunto
de reglas son instauradas con el Decreto Nº 8.980 de fines de 1963. Sin posibilidad de
establecer nuevas fábricas de tractores –para conformar así una suerte de piso a la escala
de producción de las plantas existentes–, para ese entonces la industria se conformaba
de las siguientes empresas, en su gran mayoría extranjeras: Fiat Concord, DECA 13
(Deutz-Cantábrica), John Deere (con ingreso al país en 1959), Fahr, Hanomag y RyCSA
11
Para el cálculo del tipo de interés preferencial real se utilizó el Índice de Precios Mayoristas.
Considérese su mayor retardo, al ser un flujo de ventas que se enfrenta al cambio instantáneo de una
variable nominal.
13
En agosto de 1958 el Poder Ejecutivo Nacional autorizó la asociación entre Klöckner-Humboldt-Deutz
(KHD) y la empresa local La Cantábrica para producir tractores Deutz. Once años después, ante el
lúgubre escenario para el sector de la maquinaria agrícola, La Cantábrica traspasa el 50% de sus acciones
de DECA a KHD con la intención de volver a concentrar sus esfuerzos en la producción siderúrgica.
Rápidamente, esta decisión de la empresa se reveló errónea, al comenzar en 1971 el boom en las ventas
de tractores que se mantendría hasta fines de 1977 (Rougier, 2007).
12
(firma nacional, que se incorporó al régimen en 1961 utilizando tecnología Case, pero
que apenas tres años más tarde perdería la autorización). Claramente, el mercado
presentaba una estructura de fuerte concentración, pues las primeras cuatro firmas
mencionadas controlaban casi el 90% de la producción (Fiat Concord y DECA, el
65%).14
El mayor problema con que se topaba la industria continuaba siendo el reducido
tamaño de las empresas, a las que se les impedía ganar eficiencia por economías de
escala. Desde la licitación de 1954, la producción se dirigía únicamente al estrecho
mercado interno y se promocionaba al sector para cumplir con su rol de ahorrador de
divisas. Lo anterior se corrobora al observarse el influjo de importaciones de tractores,
como así también la legislación impartida para acelerar el proceso de integración local
de la producción. Mientras el grado de protección se mantuvo elevado –vigente hasta
fines de la década de 1970–, las importaciones fueron de poca relevancia, sin alcanzar el
5% de las ventas anuales (con excepción del año 1961, cuando superó apenas el 7%).
Para continuar fomentando el desarrollo de los proveedores locales, el decreto 8.980
agregó porcentajes máximos de piezas importadas por banda de potencias (con
facilidades para ampliar esos porcentajes en los primeros años de introducción de
nuevos modelos). En 1966 se terminó estableciendo en una tasa del 80% el valor que
debía agregar el trabajo local en la producción de cada tractor.
A mediados de los años sesenta, el sector público comienza a imbuirse de la
visión de la industria como generadora de sus propias divisas, enfoque marginado frente
al que centraba en la actividad agropecuaria el único modo de sustentar el progreso de
las manufacturas. A partir de una creciente afiliación a tal posición por parte de las
autoridades económicas, la producción de tractores comenzó a gozar de la tardía
“promoción de exportaciones” (al igual que una parte significativa del tejido industrial).
Con el Decreto Nº 46 de enero de 1965, las exportaciones de maquinaria agrícola –
como de otros bienes de capital– recibirían un reintegro del 18% sobre el valor FOB de
las ventas externas en concepto de impuestos abonados en el mercado interno.
Exclusivamente para el sector de tractores se implementó un sistema de draw-back, por
el cual los fabricantes recibían un reintegro de entre el 5 y 7% por los gravámenes
pagados al importar materiales o productos que luego se incorporasen a la producción
14
Se debe recalcar que la industria en el exterior presentaba una estructura de concentración similar. En
1960, cinco empresas acaparaban el 95% de la fabricación en Francia y el 86% en Estados Unidos; en
Gran Bretaña apenas tres proveedores controlaban el 92% del total producido y en Italia, el 77%
pertenecía a sólo dos firmas (Dagnino Pastore, 1966).
de las unidades que se exportaran (Dagnino Pastore, 1966). Este tipo de medidas, que
tuvieron efectos inmediatos aunque moderados (durante el decenio se lograron exportar
apenas 232 unidades), conseguirían notables resultados en la década siguiente.
Heladas tardías malograron las cosechas de 1964/65 y que serían preámbulo a
una crisis coyuntural que se extendería durante la segunda mitad de los sesenta (catorce
mil tractores menos que en el primer lustro fueron introducidos al proceso productivo).
La menor incorporación de tracción no sólo se dio en término de unidades, sino también
de potencia: en 1969 se agregaba a la producción agraria un 28,1% menos unidades de
tracción que en 1964. Más allá del factor climático, la menor disposición a mecanizarse
se puede entender como un cierre a ese déficit histórico de tractorización, meta
conseguida por medio de la adquisición de unidades nacionales de potencia creciente
iniciada a mediados de los cincuenta.
A pesar de las dos crisis de demanda de maquinaria agrícola, la década de 1960
fue testigo de una notable expansión y renovación del parque de tractores, con
crecimiento de la potencia disponible (total, media por tractor y por hectárea sembrada)
a tasas elevadas, aún en comparación con las principales potencias mundiales (White y
Santamarina, 1979). Para el año 1969, el agro contaba con un stock de tractores superior
en un 83% y una potencia a disposición que se había más que duplicado respecto a los
niveles de principios del decenio (Huici, 1988); asimismo, para el año 1970 la cantidad
de caballos a vapor por hectárea trabajada exponía un incremento de más del 60% en
relación a diez años atrás (Lajer, Odisio y Raccanello, 2007). Sin dudas, detrás de esta
capitalización de la actividad agraria, la asignación de créditos subsidiados jugó un
papel preponderante en el sostenimiento de la demanda frente a las turbulencias de la
década.
Aquellos años felices: la industria del tractor en los jóvenes setenta
En la década de 1970, las firmas autorizadas a operar bajo el Régimen de la
Industria del Tractor continuaban siendo Deutz (que absorbió a Fahr), Fiat, John Deere
y Massey Ferguson (que en 1969 compró las operaciones comerciales de Hanomag). A
partir del cálculo de índices de Hirschman-Herfindah15 para 1971, 1975 y 1976 (que
promediaban en torno a un valor de 2.600), García (1999) afirma que la industria del
15
El índice Hirschman-Herfindahl (HHI), utilizado para medir el grado de competencia de una industria,
es la suma de los cuadrados de las participaciones de las empresas del mercado. Su valor va de 0 a 10.000
(competencia perfecta vs. monopolio puro); se dice que un valor del HHI superior a 1.800 indica la
existencia de un fuerte oligopolio.
tractor estaba estructurada como un consolidado oligopolio. A pesar de lo anterior, las
firmas tradicionales no recurrían a estrategias propias de la competencia monopolística,
como la diferenciación de productos, sino que existía una verdadera competencia de
precios, lo que despeja la idea de una posible colusión entre los cuatro jugadores del
mercado.16 Las empresas de mayor facturación en el mercado argentino eran Fiat y
Massey Ferguson, las que se alternaban en el liderazgo de la industria (Gráfico 5).
A partir de 1969, año en que se alcanza el nivel de producción más bajo desde
1956, las ventas de tractores vuelven a crecer a un ritmo sostenido y más que se
duplican en apenas cinco años, para superar por primera vez en 1974 la barrera de las
veinte mil unidades. Al año siguiente, las ventas caen más del 25%, pero rápidamente se
recuperan.
La altísima inflación generada por la megadevaluación de Celestino Rodrigo en
1975 hizo saltar la demanda de crédito y llevó a niveles récord la venta de equipos
agrícolas, agotando los fondos crediticios disponibles en 1977 (Huici, 1984). Ya con el
golpe militar de marzo de 1976, los productores del agro fueron optimistas ante las
primeras medidas económicas tomadas por el gobierno de facto. Las expectativas se
tradujeron en inversión, con una performance excepcional para las ventas y producción
de tractores de esos años; así, para 1977 se había alcanzado un récord de fabricación de
26 mil tractores, producción que lejos se estaría de alcanzar en el futuro.
Entre 1970 y 1976, la tasa para las licencias arancelarias (que había permanecido
estable en torno a 90%) prácticamente prohibía las importaciones. El decreto 812/73,
que reglamentaba minuciosamente diversos aspectos relacionados al plan de
producción, contenido de partes importadas y relación con la industria de autopartes,
suspendía la importación de tractores similares a aquellos cuya fabricación había sido
aprobada. Esto se refleja en el escaso número de tractores introducidos hasta 1977; en
ese año, por ejemplo, de 22.087 tractores vendidos se importaron sólo 43.
Durante los años setenta comienzan a tomar relevancia los envíos de unidades al
exterior (Gráfico 6), en un principio como mecanismo para reducir la capacidad ociosa
de la industria y evitar excedentes ante las caídas de la cíclica demanda local. La
colocación de producción en el exterior pudo ser posible gracias al régimen de
reintegros y draw-backs, y al tipo de cambio competitivo de la época, ambas políticas
defendidas por las autoridades públicas. Asimismo, se debe reconocer la disposición de
16
Además, la creación de redes de concesionarios propias a cada firma se puede tomar como otra señal de
la existencia de competencia en el mercado.
los países latinoamericanos por capitalizar su agro con la maquinaria producida en el
país con mayor desarrollo del sector a nivel regional; sobre todo en Brasil, moderadas
restricciones comerciales y momentánea disponibilidad de crédito colaboraron en este
sentido. Del 0,2% de la producción local en los años sesenta, las exportaciones pasaron
al 5,7% en 1970-1972 y al pico histórico del 19,4% para el trienio 1973-75 (Huici,
1984). La magnitud que había cobrado la exportación de tractores en la primera mitad
de los años setenta demostró la viabilidad de su producción, a pesar de ciertos atrasos
tecnológicos que tenía al momento.
La industria del tractor frente al liberalismo económico de Martínez de Hoz
En la segunda mitad de 1977, la euforia que disfrutaba la industria de
maquinaria agrícola desapareció repentinamente. En junio el ministro José Alfredo
Martínez de Hoz pone en ejecución la reforma del sistema financiero argentino,
liberando las tasas de interés e indexando los créditos a la tasa de inflación. Los créditos
subsidiados habían llegado a su término y la caída de la línea Banco Nación-BID
produjo la inmediata contracción de la demanda de tractores. A pesar de que en 1977 la
demanda de tractores alcanzó un nivel récord, entre junio y diciembre las ventas
cayeron 80% (White y Santamarina, 1979). Otro desincentivo a adquirir maquinaria
agrícola se agregó a mediados de 1978 con la mengua en el poder de compra de los
productores a raíz de la mayor preeminencia del atraso cambiario, tendencia que se
haría insostenible a comienzos de los años ochenta. Finalmente, los precios bajos de la
producción agrícola de fines de la década del setenta fue otro elemento más que
contribuyó a una significativa reducción de la rentabilidad de las explotaciones rurales y
el subsecuente freno de la inversión en capital físico.
Debido a la brutal retracción de las ventas, en 1978 la producción de tractores
cayó 77% respecto al año anterior. Las exportaciones, que se habían reducido en 1976 y
1977 a menos de la mitad de 1975, volvieron a actuar como mecanismo para sortear las
crisis y reducir existencias. Si bien en 1979 la producción de tractores nacionales
registró un repunte destacable (a la par del resto de las manufacturas), la combinación
atraso cambiario-apertura comercial de comienzos de los ochenta ahogaría
definitivamente las posibilidades de recuperación.
A fines de 1978 la economía argentina era expuesta a una mayor apertura
comercial, para desatarse al año siguiente un boom de las importaciones de tractores,
caracterizadas por la incorporación de mayores desarrollos tecnológicos. El fenómeno
anterior se debió al comportamiento de las firmas extranjeras residentes en el país, que
pusieron en marcha un proceso de achicamiento reemplazando parte de sus líneas de
producción local con tractores del exterior de mayor potencia –en 1979 las
importaciones de estas multinacionales fueron diez veces mayores a las del año
anterior–.17 De una participación de sólo el 2,7% del mercado interno de 1978, las
importaciones fueron ganando cada vez más terreno en los años sucesivos, alcanzando
el 28,4% y casi el 50% del total vendido en 1980 y 198118, respectivamente. Además, no
sólo estas cuatro empresas traían unidades del exterior; otras treinta marcas hacían lo
mismo, las cuales ingresaron el 35% de los tractores importados en el período 19751981. La competencia a las unidades locales provenía especialmente de Brasil,
productor que en las décadas siguientes se consolidaría como el proveedor de América
del Sur.
La desregulación comercial no se acotó sólo a las unidades terminadas, desde
1977 las regulaciones del régimen de la industria del tractor se volvieron cada vez más
flexibles y, con el decreto 3.318/79, se ampliaron los porcentajes de partes y piezas
autorizadas a ser importadas (incluidos motores completos), las que comenzaron a
tributar aranceles muy bajos y, a veces, ninguno. En 1980 era posible importar hasta el
20% del valor de un tractor sin pagar aranceles y en 1981, el 40% (decreto 105/81).
Junto a este desarme de las barreras comerciales a los componentes importados, la
política de retraso del tipo de cambio profundizó la tendencia de la actividad a
especializarse en tareas de ensamblado más que de producción. Estos efectos
combinados –realzados en los años de la convertibilidad noventista– incentivarían el
quiebre de la integración local de la cadena productiva.
Los subsidios a la exportación también fueron otro instrumento de promoción de
la actividad que fue revocado. Aunque el exiguo nivel de ventas internas impulsó la
asignación de excedentes hacia el exterior –las exportaciones totales de 1978 y 1979 le
dieron salida a más del 35% de la producción local de tractores (Lajer, Odisio y
Raccanello, 2007)–, a principios de los ochenta el considerable atraso cambiario del
peso ley socavó los beneficios de esta estrategia. Para 1980-1981, a pesar de la
17
Volviendo a una conducta de más de veinticinco años atrás, a partir de 1978 estas mismas firmas
volvieron a importar un significativo número de cosechadoras, estrategia que continuó mientras duró la
sobrevaluación de la moneda local.
18
En 1981, el flujo de tractores importados alcanzó las 2.500 unidades, magnitud próxima a las de
aquellos años en donde no existía la industria nacional. En el futuro, ese nivel de compras externas sería
superado con la recuperación económica posdevaluación de 2002, siendo Brasil el proveedor principal de
tractores y cosechadoras del mercado nacional.
profundización de la crisis del mercado interno, las exportaciones de tractores no
alcanzaban la quinta parte del bienio 1978-1979.
1977 marcó el cambio histórico del signo de la balanza comercial del sector
(Gráfico 7):19 de un resultado positivo de 17,3 millones de dólares en 1974, en 1977
había pasado a -14,6. La pérdida de competitividad-precio de la producción local,
causada por el desmantelamiento de los aranceles y la apreciación cambiaria, llevó a
que en 1980 más que se triplicara el déficit comercial iniciado cuatro años atrás.
La retracción de la actividad entre 1977 y 1981 –en cuatro años lo producido se
contrajo al 5%– tuvo sus consecuencias al interior de las fábricas. Varias actividades
productivas fueron suspendidas y se incrementó la capacidad ociosa, reduciéndose la ya
limitada escala de producción. Tras la crisis de 1981, la liberalización del régimen de la
industria del tractor había reducido a la mitad la capacidad instalada observada en 1976
(García, 1999). Respecto al empleo, la expulsión de mano de obra (y el consecuente
aumento de la relación capital/trabajo) fue el mecanismo elegido por las empresas para
suavizar la caída de las tasas de ganancia.20
Las tendencias observadas para el parque de tractores en los sesenta habían
continuado durante la primera gran parte de los años setenta: entre principios de 1969 y
fines de 1977, las unidades y potencia del parque aumentaron el 22 y 53%,
respectivamente (Huici, 1988). Sin embargo, la baja incorporación de tractores entre los
años 1978 y 1981 derivó en una menor capacidad para ejecutar las tareas rurales de
forma adecuada. En ese lapso, el tamaño del parque de tractores disminuyó el 12%, la
potencia el 5% y el período promedio de uso aumentó el 6% (Huici, 1988).
A contramano del cierre transitorio de las plantas de las firmas trasnacionales, a
fines de los setenta y principios de los ochenta se alzaron empresas de capitales
nacionales que se aventuraron en la producción de tractores de gran potencia. Entre
ellas, se puede mencionar a Tortone, Promi, Labrar –que producían, cada una, menos de
19
En el mismo Gráfico 7, junto a la serie de Argentina, se puede apreciar el comportamiento del saldo
comercial de tractores en Brasil. Mientras que 1977 podría ser considerado el inicio de la tendencia al
déficit comercial de la rama local, para Brasil fue el último año en donde el valor importado superó al
exportado. De allí en adelante, a la producción brasileña le esperaron excedentes comerciales
superlativos.
20
En 1984, cuando la producción crecía ante una nueva fase de ascenso del ciclo seguido por la demanda
del agro, la industria de maquinaria agrícola contaba con sólo el 24% del nivel de ocupación de 1976 (se
eliminó empleo a una tasa promedio del 16% anual). Se había pasado de un total de 146 empleados por
establecimiento a sólo 31 (García, 1998).
un centenar de unidades (Huici, 1988)–. Sin embargo, el caso paradigmático de esos
tiempos fue el referido a la firma cordobesa Zanello21.
En el tramo final de los años setenta, de modo artesanal Zanello comienza a
armar series cortas de tractores agrícolas de gran potencia, con tracción en las cuatro
ruedas, incorporando distintos componentes nacionales e importados –motores Deutz,
cajas de transmisión ZF de Brasil, transmisiones de tractores de menor potencia marca
Universal (Rumania)–. Mientras que el resto de las empresas racionalizaba funciones de
producción, lentamente aunque con fuertes inversiones –entre 1978 y 1985 la firma
invirtió cerca de 40 millones de dólares (Huici, 1986)–, Zanello se integra verticalmente
incorporando fundición, tratamiento térmico, cabina de pintura, áreas de mecanizado
con máquinas controladas por computadoras, laboratorio de ensayos e incluso un centro
de investigación y desarrollo.
Marginada por años, recién en 1981 Zanello pasa a ser miembro del Régimen de
la Industria del Tractor (decreto 105/81). Aunque no contaba con las ventajas propias de
las firmas internacionales, como economías de escala y fuentes de aprovisionamiento
financiero, Zanello lograba competir con productos de bajo precio relativo. En la
primera mitad de los ochenta, la firma cordobesa se afianzaría como la líder del
mercado argentino.
La industria del tractor y la década perdida
La década del ochenta estuvo signada por la inestabilidad e incertidumbre
asociada a los fallidos planes por estabilizar la economía doméstica. La industria del
tractor debió enfrentar problemas adicionales, que en la segunda mitad de los ochenta la
llevaron a “la peor crisis de su existencia” (Huici, 1986). El escenario de bajos precios
internacionales para los commodities agrícolas provocó una aguda contracción de los
márgenes de rentabilidad de la actividad agrícola, desplomándose la demanda del
campo por mecanizarse22. Ante la continua amenaza de crisis externa, la economía real
21
En 1951, un peón rural llamado Pedro Zanello abrió una pequeña herrería en Las Varillas para reparar
viejos carros de tracción a sangre (de uso masivo en ese momento). Ayudado por su hijo Luis, años más
tarde pasó a dedicarse a los elásticos de camiones, volviéndose su empresa una de las principales fuentes
laborales del pueblo. En la década de 1960, Luis y su hermano Carlos se inician en la producción de
maquinaria vial, para pasar en la década siguiente al mercado de tractores forestales. Más tarde, los
hermanos producirían los primeros tractores articulados de Sudamérica, casi al mismo tiempo que en
Estados Unidos.
22
La reducida rentabilidad rural profundizó el deterioro del parque de maquinarias: entre 1980 y 1986 el
parque de tractores redujo su potencia el 10%, mientras que su promedio de uso aumentó un año más
(Huici, 1988).
sufría la carestía de financiamiento. Este sector industrial quedó solo, ligado a la fortuna
del agro.
En 1982 se inicia una recuperación de la actividad, en la que la devaluación de
ese año fue clave al recuperar los rendimientos de los productores agrícolas y poner coto
a la fase de atraso cambiario iniciada con Martínez de Hoz. La demanda por tractores se
desata –en especial aquella de unidades de gran potencia, lo que beneficia a empresas
como Zanello–, multiplicándose por cuatro entre 1981 y 1984. El pico de producción de
esta década se alcanza precisamente en ese último año, con 12.322 unidades.
En la segunda mitad de la década, la crisis mundial de la agricultura provocó una
brutal caída de los precios de los granos, que junto al sistema de retenciones impulsado
por la administración radical y el tipo de cambio vigente (ya rezagado ante la inflación),
afectó los ingresos de los agricultores y sus planes de inversión. En 1985 se produce la
mitad de unidades del año anterior y, luego de un respiro en 1986, la situación empeora
en 1987 (caída interanual del 61%). En ese año, la Cámara Argentina de Fabricantes de
Maquinaria Agrícola (CAFMA) aseguraba que el sector transitaba por una situación
caótica y por primera vez se estaba trabajando al 15-20% de la capacidad instalada
(Rougier, 2008). Hasta fines de la década, la situación del sector continuó siendo
dramática ante la debilidad de la demanda. Lejos se estaba de la edad dorada del sector,
donde los créditos subsidiados al campo reinaban: en 1989, por ejemplo, la producción
se había retraído a menos de la quinta parte de 1977.
Resultado de una desaceleración en el impulso político a importar máquinas
completas, en 1982 las importaciones cayeron abruptamente a poco más de 350
unidades.23 A diferencia del período 1979-1981, durante el resto de la década las
unidades importadas tendrán una participación muy poco significativa del mercado
interno (no superior al 3%). En relación a las colocaciones de producción en el exterior,
los mercados latinoamericanos, abastecidos a principios de los años setenta por la
industria argentina, ahora eran copados por las exportaciones de las trasnacionales
instaladas en Brasil (en 1983 se había logrado exportar solamente una unidad). A partir
de 1984, las ventas externas habían vuelto a crecer, pero no más allá de 1986, en parte
debido a la inestabilidad económica de la época. Aunque los niveles de exportaciones
permanecieron bajos, la estrategia de las empresas de colocar excedentes en el exterior
23
En lo que hace a comercio exterior, además de la devaluación ya mencionada, en ese mismo año se
establece un arancel del 38% –arancel máximo que pasó a tener la economía argentina–, común a los
otros sectores de la industria de maquinaria agrícola.
en años de crisis continuaba y en el bienio 1986-1987 se destinó a plazas
internacionales, en promedio, una séptima parte de la producción local.
La situación transitada por el sector se tradujo en reducidas inversiones en
activos de trabajo, con expulsión de trabajadores y el incremento de la brecha
tecnológica con el exterior. Esta reestructuración del sector estuvo caracterizada por la
reducción de la productividad y de la mano de obra –para la maquinaria agrícola, la
productividad de 1990 se había contraído más del 25% respecto a la de 1984 y el
empleo más del 60%–. La utilización de la capacidad instalada se redujo a la mitad ante
las importaciones de piezas y partes que antes se producían a nivel local. El resultado
fue la desarticulación de la red de contratistas locales, que funcionaban en una
modalidad de clusters (formada durante las décadas de 1960 y 1970), y la disminución
del empleo regional.
En los ochenta, las seis o siete fábricas que conformaban el sector de tractores
aportaban el 43% del valor agregado de la industria de maquinaria agrícola,
aproximadamente trescientos millones de dólares (García, 1999). En esos años, las
empresas tendieron a la diferenciación de sus productos, mediante el posicionamiento
en determinado rango de potencia, para captar así rentas propias de un régimen de
competencia monopolística. Respecto a las firmas extranjeras, a mediados de la década
no se planteaban realizar nuevas inversiones sino cómo salir de la crisis. Debieron cerrar
transitoriamente sus plantas, ya que la acumulación de inventarios les producía una
carga financiera negativa debido a la aceleración de la inflación (Huici, 1986).
En cuanto a Zanello, en 1981 la firma varillense se había vuelto líder del
mercado interno con un 25% de participación y, en 1984, alcanzó casi la mitad de las
ventas. En poco más de tres décadas, Zanello pasó de ser una pequeña herrería a una
fábrica con una superficie de treinta mil metros cuadrados. Hacia 1985, cuando iba
asomando en el horizonte la crisis del sector, Zanello comenzó a producir sus propios
motores, transmisiones, bombas de inyección de combustible y bombas de agua. Más
allá de que a mediados de la década perdió su posición de líder del mercado –aunque
retuvo una importante porción del mercado–, Zanello seguía siendo reconocido por su
papel de introductor de innovaciones tecnológicas, como así también por ser el
emblema del tractor nacional. Sin embargo, al igual que el resto de los jugadores, sufrió
la suerte del agro; a fines de los ochenta, la población de Las Varillas vivía afligida por
el futuro de su principal fuente de empleo.
Se debe subrayar aquí que, durante esta década el sistema de producción de la
industria internacional de maquinaria agrícola comenzaría a converger a aquella
presentada en la industria automotriz, en la que la estrategia a la que recurre cada filial
es decisión final (y hasta exclusiva) de la matriz. La lógica propia de la industrialización
sustitutiva de contar con filiales que saltaran las barreras comerciales y produzcan para
el mercado interno, tiende a ser reemplazada por una división internacional del trabajo,
donde las distintas etapas del proceso productivo se separan y se asignan a las
economías donde los costos de ejecutarlas sean menores (de allí la importancia que
cobra el comercio intrafirma).
La alegría es brasilera: la cuasi-extinción de la industria del tractor durante la
convertibilidad
Ya desde 1989, el nuevo gobierno de Carlos Menem, inspirado en las
recomendaciones del “Consenso de Washington”24, retoma y refuerza los pilares del
liberalismo económico de Martínez de Hoz. Elementos propios de los años de la
convertibilidad “1 a 1”, como la apertura unilateral-multilateral y el rezago del tipo de
cambio real, vigorizaron la propensión a consumir maquinaria agrícola importada. En el
caso de tractores, el régimen de la macro local fue funcional a la estrategia de las
matrices a abastecer el mercado argentino con unidades producidas en Brasil.
La creación de una zona de libre comercio en 1991-1994 –durante esos años se
eliminaron los aranceles intrazona para la gran mayoría del universo arancelario– y que
derivaría en el esquema de integración económica del Mercosur, reforzó la disposición
argentina a reducir unilateralmente y en forma creciente los aranceles, cuotas y barreras
no arancelarias a la importación. Según Bouzas (1996), la apertura comercial unilateral
restante fue altamente funcional a la liberalización intrarregional del comercio,
“reduciendo las resistencias sectoriales al proceso de integración y facilitando el
cumplimento de las metas de liberalización”.
Con la puesta en funcionamiento del “Programa de Liberación Comercial”, los
aranceles para la importación de equipos agrícolas se establecieron en 22% u 11%,
según que fuese bien final o intermedio (5% si eran tractores de más de 140 CV). A
modo de compensación, en 1993 el gobierno diseñó un régimen de reintegro fiscal sobre
24
Hugo Notcheff, en su ensayo “Los senderos perdidos del desarrollo. Elite económica y restricciones al
desarrollo en la Argentina”, afirmaba que las políticas menemistas eran aún más dañinas que las
propuestas por el mismo Consenso, ya que estas últimas no implicaban, por ejemplo, que la apertura
comercial fuera asimétrica, que las privatizaciones generaran monopolios privados a cubierto de la
competencia externa, etc. (Aspiazu, Daniel y Notcheff, Hugo, 1994).
el precio de venta de bienes de capital nuevos y de producción nacional (Decreto Nº
937/93)25. El mecanismo que rebajaba 15% el precio de venta –10% a partir de 1995–
fue considerado por el sector como positivo (Ministerio de Economía de la Provincia de
Buenos Aires, 2005).
Pero en 1995, la situación para los productores locales se terminó por agravar
cuando los aranceles de importación para este tipo de bienes provenientes de países
miembros del Mercosur se eliminaron. Cuando el origen fuera distinto del Mercosur, los
aranceles serían del 10% con convergencia al 14% en 2001 para los bienes finales y del
14% con convergencia al 24% para las partes y componentes (Ministerio de Economía
de la Provincia de Buenos Aires, 2005). En pocos años, tal política aperturista derivaría
en la sumisión del producción local de tractores (y de la industria de maquinaria
agrícola en su conjunto), en especial, a la competencia desatada del Brasil.
En 1990 existían siete empresas fabricantes de tractores en la Argentina: Deutz
Argentina, John Deere Argentina, Massey Ferguson Argentina, la ex-FIAT Agritec,
Zanello, Tortone y Macrosa –las últimas tres de menor tamaño relativo–. Respecto a las
firmas importadoras y vendedoras, para 1993/1995 AFAT registraba tres: Cidef Arg.
S.A. (importadora de Valmet26 desde Brasil y Case desde EE.UU.), Agrotecnia S.A.27
(FIAT desde Italia y Ford desde Brasil y EE.UU.) y Beltrade (Belarus y Rusian desde la
Comunidad de Estados Independientes, CEI). En este grupo de comercializadoras, en
1996 se agrega Mancini y en 1998 Mainero (importador de tractores SAME-DeutzFahr). Estas firmas comerciales, introductoras de tractores pequeños y medianos,
permitieron una mayor atomización de la oferta con el ingreso de nuevas marcas 28,
quitándole aproximadamente una cuarta parte del mercado a las empresas existentes.
Para García (1999), esta significativa expansión de la oferta quitó fuerza a la hipótesis
de que las firmes actuaban como un oligopolio (en estos años los índices de HirschmanHerfindahl eran menores a 1.800); los agentes volvían a competir por precio y el
sistema de comercialización y servicios post-venta volvieron a ser factores a tener en
cuenta a la hora de competir.
25
El reintegro fiscal comenzó a regir en 1994.
Valtra, actual propiedad del grupo AGCO Corporation, es el nombre que tomó Valmet desde 2001, al
cumplir cincuenta años desde su origen en Finlandia.
27
Adquirido su paquete accionario por FIAT en 1999, ahora opera como New Holland Argentina.
28
La cantidad de modelos ofrecidos en el mercado local se multiplicaba al ritmo del desarrollo
internacional de las trasnacionales. De las nueve o diez marcas que se comercializaban el país, se ofrecían
de diez a quince modelos distintos por cada una, quedando cubiertos todos los rangos de potencia (García,
1999).
26
En los noventa, la primera de las trasnacionales en discontinuar su producción de
tractores en el país –conducta que repetirían las demás más adelante– fue FIAT. En
1993 Agritec (ex-FIAT) decidió cerrar su planta en Santa Fe; los productos FIAT
seguirían entrando al país mediante Agrotecnia. A nivel internacional, en 1999 el grupo
FIAT se hizo propietario del conglomerado Case-New Holland (CNH) mediante un
proceso de compras y fusiones29, volviéndose el principal productor de tractores
agrícolas en el mundo. Ahora, mediante New Holland Argentina, los tractores agrícolas
de CNH ingresaron a la Argentina provenientes de su base regional en Curitiba (Estado
de Paraná).
Motivadas por la apreciación cambiaria y la apertura comercial, conductas ya
demostradas en los ochenta se profundizaron en la presente década. La utilización de
partes y componentes importados se volvió más intensiva, perdiendo contenido nacional
la unidad producida y profundizándose la desarticulación de la red de proveedores
locales. Las mismas empresas productoras disminuyeron sus líneas de productos
fabricados en el país y simultáneamente ampliaron su oferta de equipos importados 30.
Transmutando de productoras a comerciantes, algunas filiales de multinacionales –como
el caso de John Deere en 1996– pasaron a producir sólo partes y componentes, que
serían exportados a otras filiales y empresas, en especial de Brasil. En conclusión, frente
a los incentivos del régimen macroeconómico de la convertibilidad y la consolidación
del Mercosur, el comercio intrafirma entre Argentina y Brasil fue aumentando,
aportando nuestro país cada vez menor valor agregado.
Los primeros años de la década del noventa fueron beneficiosos para la actividad
agrícola. A fuentes de financiamiento con accesibles tasas de interés (10-11%)
accedieron los productores agrícolas, no sólo de bancos públicos, sino también de
privados. Las buenas cotizaciones de los productos primarios y la eliminación del
sistema de retenciones a las exportaciones agropecuarias incrementaron los ingresos del
campo de manera significativa. Ésto se tradujo en un crecimiento de la demanda de
tractores agrícolas: entre 1991 y 1994 las ventas internas aumentaron a una tasa
promedio anual de 17% (la potencia vendida subió a un ritmo de 21% anual). Para el
mismo período, la industria nacional reaccionó aumentando su producción, pero a una
tasa menor (13%). Cubriendo este gap, se encontraba la escalada de los flujos de
maquinarias del exterior.
29
Con esta adquisición, Fiat pasó a tener el negocio de tractores de la Ford.
Las multinacionales se dedicaron a comerciar todas las líneas de productos, no sólo de tractores, sino
también de cosechadoras e implementos agrícolas.
30
Como resultado de la mayor apertura del mercado doméstico, en los primeros
años de la convertibilidad las importaciones de tractores crecieron frenéticamente: entre
1990 y 1994, el crecimiento promedio anual fue del 75% (aumentando más de nueve
veces en sólo cuatro años). Sin embargo, frente al nivel de la producción local, las
importaciones no llegaron a la quinta parte del consumo aparente de tractores de esos
años (ver Gráfico 8).
En 1995, el “efecto tequila” repercute en la economía argentina a través de una
fuerte suba de las tasas de interés. La inversión en tractores se desplomó y la producción
cayó 30% ese año. Sin embargo, en 1996 la economía nacional retoma el sendero de
crecimiento, mientras que el campo disfruta de una notable alza de los precios de los
commodities (véase Gráfico 9). El valor bruto de producción –en pesos constantes de
1993– se incrementó a una tasa considerable de 54%; no obstante, las importaciones
aumentaron más del doble (120%). Pero, en 1996 el sector también debió enfrentar sus
infortunios, como un gravamen del 30% en el impuesto a las ganancias y, peor aún, la
derogación por parte del ministro de economía Roque Fernández del reintegro fiscal
dispuesto tan sólo tres años atrás, por considerárselo contrario a la naturaleza de la
unión aduanera. El régimen de aranceles y reintegros vigente presentaba así un especial
sesgo anti-exportador, estimulando el consumo de unidades foráneas y perjudicando los
envíos al exterior (Ministerio de Economía de la Provincia de Buenos Aires, 2005).
En 1996 John Deere dejó de producir tractores y se especializó en la producción
y envío de motores destinados a su filial de Horizontina (Rio Grande do Sul), desde
donde se importarían las unidades terminadas. En ese mismo año, cuando Deutz
Argentina31 fue comprada por AGCO32, se decidió discontinuar la producción de
tractores de la planta de Deutz en Haedo y especializarla en motores, transmisiones y
otros componentes. Respecto a la otra planta de Deutz en Rosario, continuó fabricando
tractores Agco Allis hasta 1999.
Con la caída de los precios agrícolas en 1997 –ciclo que se revertiría recién en
2000/2001– los márgenes de rentabilidad de la agricultura se derrumban y numerosos
productores rurales quedan soportando cuantiosos pasivos. A partir de ese año, la
inversión en maquinaria agrícola cae hasta tocar piso en 2002, con una disminución
31
De las firmas originarias del sector, históricamente Deutz fue la que mejor defendió su posición en el
mercado: en 1998 seguía conservando el liderazgo de la oferta (24%).
32
AGCO (Allis Gleaner Corporation), fundada en 1990, surge de la venta de las operaciones comerciales
en EE.UU. de Deutz-Allis –en manos de la insolvente Klockner-Humboldt-Deutz (KHD)– a ejecutivos
del mismo país.
total cercana al 60%. Además de lo anterior, en el Gráfico 10 se puede notar que los
fondos disponibles para el sector agropecuario se desploman a partir de 1999, cuando
las inconsistencias del sector financiero se agudizan.
A mediados de 1998, existía una distorsión de la estructura del Arancel Externo
Común (AEC) del Mercosur para equipamientos agrícolas, ya que las alícuotas
correspondientes a partes y piezas superaban a las del bien final (18% contra 14%). En
base a información de la Secretaría de Industria (confirmada por funcionarios del
Gobierno), existía la posibilidad de que Argentina, atendiendo a una propuesta de Brasil
(cuya paridad cambiaria le estaba quitando grados de competitividad a su industria),
aumentara el AEC para tractores agrícolas, cosechadoras de granos, maquinarias viales
y otros equipos autopropulsados. Frente a esta situación, la reacción de AFAT resulta
bastante “llamativa”, sabiendo que se trata de una asociación de fabricantes locales y
que supuestamente debería anhelar que el mercado quede resguardado de la
competencia externa. En una nota del diario La Nación, desde la asociación se
escuchaba el siguiente discurso:
“Sería sin duda un retroceso de la política argentina de fomento de las
inversiones que procuraba asegurar el menor costo de los bienes de
capital… El mercado disminuirá la demanda que impulsó la apertura de
la economía mediante la política de bajos aranceles para los bienes de
capital… Este aumento constituiría una evidente medida proteccionista
susceptible de ser cuestionada por y ante la Organización Mundial del
Comercio.”33
Para esos años, AFAT había dejado de ser esa comunión de empresas del
“régimen de la industria del tractor” que abastecían el mercado con sólo su producción
interna. Ahora, con excepción de Zanello, su función de comerciante de unidades
extranjeras primaba, y es por tal motivo que su arenga sonaba tan parecida a la que se
escuchaba desde los propios productores rurales y contratistas que veían aumentar sus
costos. En ningún momento se considera el posible aumento del AEC como un
incentivo a retomar la producción local (“no sería tampoco la industria local la
principal beneficiaria de este posible aumento de aranceles”). No ponían en duda que
las adquisiciones de unidades a países por fuera del Mercosur (sobre todo desde EE.UU.
33
“Mercosur: malestar por los aranceles”, La Nación, 11 de julio de 1998.
e Italia, países donde AGCO, John Deere y CNH tenían sus casas matrices) pasarían a
ser provistas por Brasil –donde estas empresas tenían sus filiales encargadas de
distribuir maquinaria agrícola para toda América del Sur–, al ingresar libres de arancel.
Aunque su rechazo de un mayor techo para las unidades terminadas importadas era
fervoroso, AFAT no era suficientemente crítica de los elevados aranceles para los
insumos importados. La Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola
(CAFMA)34era la entidad que denunciaba el perjuicio que significaba para sus
representados –los pequeños y medianos productores nacionales de maquinaria
agrícola–, la aplicación de tal diferencial en las tarifas arancelarias; élla podría ser
considerada la verdadera portavoz de los intereses de producir maquinaria agrícola
nacional.
En 1999, a una brutal caída de la demanda del agro por mecanizarse –las ventas
internas de tractores cayeron a menos de la mitad (-52%)–, se suma la devaluación del
real a principios de año, que gravemente profundizó la asimetría de costos entre los dos
países y terminaría por sepultar la competitividad relativa de la industria nacional
mientras se mantuviera el “1 a 1”.
En este contexto, AGCO35 comienza a implementar una estrategia global de
cierre de plantas y venta de subsidiarias a firmas de capital nacional en los países donde
sus operaciones fueran menores. En consecuencia, Massey Ferguson (MF), propiedad
de AGCO desde 1995, pidió la quiebra y cesó sus actividades productivas y comerciales
en Granadero Baigorria36 en septiembre de 1999; la marca pasaría a estar introducida en
el país desde una planta en Canoas. Asimismo, la otra planta ensambladora de tractores
que estaba en manos de AGCO en Rosario pone coto a la fabricación ante el
desfavorable escenario37.
Ante la devaluación brasileña y la depresión de los precios agrícolas, los
fabricantes de maquinaria agrícola solicitaron por un nuevo sistema de reintegro fiscal a
las ventas locales. Así se sanciona el Decreto Nº 257/9938, que a partir de la creación del
“Régimen de Renovación y Modernización del parque de tractores, cosechadoras,
34
Las multinacionales AGCO, John Deere y CNH no forman parte de la entidad.
AGCO es el mayor fabricante de tractores de América Latina, grupo propietario de dos plantas de
tractores en Brasil, una en Canoas (Rio Grande do Sul) para Massey Ferguson y otra en Mogi das Cruzes
(São Paulo) para Valtra.
36
En 2002, la planta de Granadero Baigorria fue comprada por AGRINAR, en manos del grupo de Sergio
Taselli, para producir tractores, cosechadoras y maquinaria vial.
37
Recién a mediados de 2006, AGCO reinició el ensamble de tractores, con su Serie 6 de alta potencia
desde 156 a 212 HP. Esta planta en Rosario sería la única fábrica de tractores poseída por las
trasnacionales que quedaría en el país después de la crisis de fines de los noventa.
38
Boletín Oficial del 24 de marzo de 1999.
35
acoplados, y demás máquinas e implementos de uso agropecuario”, reglamenta la
emisión de un bono para ser aplicado al pago de impuestos equivalente al 10% del
precio (neto de impuestos, descuentos y gastos financieros) de venta de las maquinarias
nacionales39. La medida anterior era un incentivo específico al sector y un estímulo a la
demanda sobre todo de las pequeñas y medianas explotaciones agrarias, ya que actuaba
como una reducción efectiva del precio de venta. Aunque no haya consistido en una
política de largo o mediano plazo –sino más bien actuado como si fuera un “paño de
agua fría”–, la norma evitó que la caída de la producción de maquinaria agrícola de
1999 y 2000 haya sido aún mayor 40. La política también fue cuestionada por acotarse
estrictamente a impulsar la demanda y a no incitar incrementos de eficiencia por parte
del sector (lado de la oferta)41.
En 2000, en contra de lo solicitado por los productores de maquinaria agrícola 42,
los tractores agrícolas (al igual que cosechadoras y toda maquinaria autopropulsada)
pasan a tener el mismo tratamiento regional que el sector de automotores, a partir de la
“Política Automotriz Común del Mercosur” (Decreto Nº 660/00 del 1º de agosto de
200043). Por la anterior, se establecen pautas sobre los niveles de exportación e
importación mínima, los requisitos de contenido regional y nacional en la fabricación de
los bienes y el comercio con los países no miembros del Mercosur. Las empresas del
sector automotriz incluidas en el régimen –quedando incorporados los tractores–
quedaban eximidas del pago de los aranceles de importación, condicionadas a la
compensación de la importación con exportaciones (en términos de valor en dólares). O
sea, el régimen confería preferencias del 100% (arancel 0) en el comercio interno
siempre que el balance comercial sectorial se encuentre dentro de las bandas de
tolerancia establecidas; en el caso que el desbalance exceda esos límites, se aplicaba un
arancel con preferencia correspondiente al 75% del AEC de las autopartes (8%)44 y 70%
del aplicado a los vehículos (14%). Por lo tanto, los tractores agrícolas (posición
39
Monto no imponible del IVA y no sujeto al gravamen del Impuesto a las Ganancias.
El Decreto Nº 257/99 terminó siendo prorrogado por el Decreto Nº 187/00 (marzo de 2000), el Decreto
Nº 364/00 (mayo de 2000) y el Decreto Nº 919/00 (octubre de 2000).
41
Los precios de las maquinarias agrícolas en Brasil estaban entre un 30% y 40% por debajo de las
locales (Franco, 2001).
42
A mediados de 1998, en el primer Congreso Nacional de Maquinaria Agrícola, los fabricantes
nucleados en CAFMA pidieron de manera explícita al gobierno que no se los incluyera en el mencionado
régimen.
43
A partir de esa fecha se termina con las prórrogas del Decreto Nº 257/99. El Decreto Nº 660/2000
regiría hasta el 28 de julio de 2004 (Decreto Nº 939/2004).
44
El arancel externo común de autopartes que no tengan fabricación en el ámbito del Mercosur y que se
destinan a procesos de producción sería de 2%.
40
N.C.M. 8701.90.00) provenientes de Brasil ingresarían con un arancel de 0% si las
importaciones y exportaciones estaban cercanas al equilibrio45. Pero debido a que
Argentina importaba más de lo vendido a Brasil, como compensación, se obligaba a
abonar el 70% del AEC, o sea, 9,8%. Respecto a las autopartes, se planteaba un
mecanismo semejante: 0% si existía equilibrio del comercio exterior con Brasil, 6% de
no haberlo (75% del AEC de 8%).
Tan sólo un año después de la sanción del Decreto Nº 660/00, el agravamiento
de la situación del campo y los bajos niveles de inversión existentes urgieron al ministro
Domingo Cavallo a buscar eliminar todos los aranceles a camiones, tractores y
accesorios agrícolas de fuera del Mercosur. Sin embargo, la propuesta fue rechazada por
el Gobierno brasileño al afectar los intereses comerciales de su sector productivo. Como
un intento desesperado por darle competitividad a la rama local de maquinaria agrícola,
en el marco del “Convenio para mejorar la competitividad y la generación del empleo”,
el Decreto Nº 1554/2001 (noviembre de 2001) incorpora a la rama los beneficios del
Decreto Nº 379/200146 consistentes en la aplicación de un (nuevo) bono fiscal para el
pago de impuestos; esta vez el porcentaje47 sería aplicado sobre la diferencia entre el
precio de venta y el valor de los insumos, partes o componentes de origen importado
incorporados al bien, que hubiesen sido nacionalizados con un derecho de importación
del 0%. Así se pretendía incentivar mayores ventas de maquinaria para el campo, al ser
trasladado íntegramente el descuento a los compradores.
Con la crisis de demanda, las ventas de tractores importados también declinaron.
Sin embargo, el descenso de las ventas de tractores locales fue más aguda: entre 1996 y
2001, las ventas de tractores argentino (en miles de $ constantes) cayó 96% mientras
que las importaciones, 61%. O sea, con el estrujamiento del mercado interno las
importaciones cobraron cada vez mayor participación en el consumo aparente de
tractores: de un promedio de 14% para 1992-1996, se pasó a 46,8% en 2000 y 65,9% en
2001 (véase Gráfico 8).
Respecto a las exportaciones de tractores, a diferencia de épocas pasadas, entre
1992 y 2001 fueron marginales, siendo tan sólo en promedio 1,1% del valor bruto de
producción. Respecto a los destinos de las unidades vendidas al exterior (véase Gráfico
45
Un certificado emitido por una Autoridad de Aplicación sería requerido para el reflejo de esta
condición.
46
El Decreto Nº 379/2001 intentaba compensar los perjuicios que la eliminación de aranceles de bienes
de capital importados (Resolución 8/2001 del Ministerio de Economía de la Nación) causaría a la rama
local.
47
El porcentaje que en un principio era de 10%, a un mes pasó a ser de 14% (Decreto Nº 502/2001).
11), hasta 1999 se destacaron los envíos de unidades a los otros países integrantes del
Mercosur (con la especial absorción de Brasil). Sin embargo, con la devaluación del
real, las exportaciones a Brasil perdieron relevancia. Aún cuando en 2002, el peso
argentino presentó un overshooting de su paridad con el dólar, lo destinado al conjunto
del Mercosur no era más del 6%.
Ante el reducido nivel de exportaciones, el sesgo estructural de la demanda de la
producción agrícola hacia el consumo de unidades extranjeras se tradujo en un
considerable déficit comercial para la rama de tractores. Desde fines de los ochenta, el
déficit del sector se había profundizado sostenidamente: entre 1989 y 1998 el déficit
había aumentado casi veinte veces (Gráfico 7). La posterior recesión menguaría el flujo
de importaciones de tractores, sin embargo, el signo del saldo comercial no se revertiría.
Con la megadevaluación de 2002 y el consiguiente aumento de la competitividad-precio
de la maquinaria agrícola, sólo poco más de la décima parte de la absorción local de
tractores (1 de 8) fue acaparada con producción nacional. En un contexto realmente
favorable para la actividad agrícola –notable escalada de los precios de los commodities
de por medio–, donde urge la demanda por mecanizar el campo, quedó en evidencia el
rezago de la industria local (particularmente en gamas altas) y el perdurable atractivo de
importar de Brasil.
Es durante los noventa que el proceso de reestructuración productiva y comercial
de las filiales de las multinacionales del sector –ya notorio en la década pasada– se
tornó más agudo. Al interior de las grandes empresas, el proceso de racionalización
productiva se profundizó, tendiendo a ser reemplazada la mano de obra con la
introducción de nuevas tecnologías productivas (como máquinas herramientas de
control numérico y robots). Aumentos sustanciales de productividad se habían
manifestado48, pero la verdadera fuerza detrás de este fenómeno fue la expulsión del
factor trabajo49, continuando así con la tendencia verificada desde mediados de los
setenta.
Un signo claro de lo que resultó ser la capitalización en maquinaria agrícola
durante los noventa, se desprende de contrastar las observaciones del Censo Nacional
48
Para la maquinaria agrícola, el valor de la producción por empleado aumentó más de ocho veces
durante la década (García, 1999). A pesar de la falta de datos, probablemente para tractores la suba haya
sido mayor debido a que en este sub-sector de la maquinaria agrícola la racionalización productiva cobró
más fuerza (mayor propensión a la incorporación de tecnología y expulsión de trabajadores).
49
Sólo entre 1990 y 1997 –previo a la crisis– el número de trabajadores de la maquinaria agrícola
disminuyó 35% y los empleados por establecimiento pasaron de 41 a 28. Como se ha mencionado en la
nota anterior, seguramente los despidos en el sub-sector de tractores haya sido más numerosos.
Agropecuario para 1988 y 2002. El parque de tractores se redujo 8,8% (de 267.782 a
244.320 unidades) y su antigüedad aumentó: los tractores de 15 años y más
(considerados obsoletos) pasaron de ser el 55% a 73%, mientras que los nuevos (menos
de 5 años) se redujeron a casi la mitad (menos del 6% en 2002). Aunque la potencia
media por unidad se incrementó (pasando de 102,1 a 108,8 Caballos a Vapor por tractor
entre 1991 y 2001)50, la mayoría de las existencias continuaron ubicándose en la franja
de potencia de 51 a 75 CV (Caballos a Vapor). El reflejo de la escasa introducción de
fuerza de tracción que surge de la comparación inter-censal está en la reducción de la
potencia vendida entre esos años: entre 1988 y 2001 la potencia vendida se redujo a una
quinta parte (-79%).
Las medidas aplicadas de 1999 en adelante sólo sirvieron para paliar los efectos
de una escenario económico que era particularmente negativo para el sector (atraso
cambiario, apertura comercial, déficit de inversión en mecanización agrícola). Desde el
desplome de los precios de los commodities agrícolas en 1997, la producción de
tractores pasó de 5.706 unidades en 1996 a 210 en 2001 (-96%). En el medio, las
grandes plataformas de producción como John Deere, Massey Ferguson y Deutz Allis
se desarticularon y desaparecieron. Con la quiebra de Zanello en 2001 –a comentar a en
el próximo apartado–, en plena crisis económica y social de la Argentina, podría
considerarse a la industria de tractores prácticamente extinta de la estructura productiva
nacional.
El último en su especie: sale Zanello, entra Pauny
A comienzos de 1998, la firma cordobesa estaba inmersa en una serie de
apuestas estratégicas con vista al desarrollo futuro de la compañía. Entre ellas, se
esperaba desembarcar en Estados Unidos (donde en el pasado había probado suerte
asociándose con Steiger, pero al tiempo ésta cayó en desgracia) y Rusia, inaugurar la
producción de material ferroviario liviano y buses para aeropuertos, además de poner en
marcha una fábrica en sociedad con una marca europea de primera línea (Kverneland)
para producir equipos forrajeros y sembradoras 51. Con el objetivo de abastecer el
50
La modalidad de siembra directa –que entre las campañas 1990/1991 y 2000/2001 se extendió
rápidamente desde 300.000 a 11.660.000 ha. (Fuente: AAPRESID)– requiere de un menor uso del tractor:
según Franco (2001), con la siembra directa se reduce aproximadamente 15% las horas/año del tractor
con respecto al sistema de labranza tradicional. Sin embargo, el tractor que se utilice necesita de mayor
potencia para movilizar la sembradora directa.
51
Además de la fabricación de tractores, Zanello en los noventa había producido máquinas forrajeras,
grupos electrógenos y autoelevadores frontales. Incluso había llegado a entregar a proyectos productivos
rurales “llave en mano”.
mercado brasileño, había creado Zanello do Brasil: un joint-venture con una firma
familiar llamada Vitoy, en Goiania (Estado de Goias) para montar tractores, fabricar
algunos componentes y ejercer operaciones de distribución 52; además, contaba con redes
de distribución en Paraguay, Bolivia y Perú.
Desde Zanello, se consideraba que la clave para que una empresa de capitales
nacionales continúe en el mercado de tractores era el tejido de alianzas tecnológicas, de
producción y comercialización. Lo que no cerraba para la firma de Las Varillas era la
política destinada al sector; en una entrevista de 1998 53 Luis Zanello marcaba sus
inconsistencias:
“Es más barato traer un bien terminado al 5% de arancel en lugar de un
componente que necesita un fabricante nacional para ponerse en
igualdad de condiciones tecnológicas con sus competidores, que es
castigado con un 22%. Para la industria del tractor, Brasil tiene un
régimen especial como el que se ha otorgado a la industria automotriz:
a los componentes no se les aplica ningún recargo arancelario, ni
siquiera si son extra Mercosur. Brasil dispone de inmensos beneficios
para que una empresa se instale, la Argentina no otorga ninguno. Y no
tiene una financiación adecuada para exportar cuando cualquier país
cuenta con bien definidas herramientas al respecto.”
En relación a la posibilidad de vender la empresa, Zanello enuncia palabras que
quedarían resonando:
“Esta fábrica la llevamos en la sangre, es como un hijo más para
nosotros… Me resisto a pensar que la única opción para las empresas
nacionales sea venderlas… La empresa no está en venta, no por
ahora…”
Consultado por los impactos de las crisis asiática y rusa, Luis Zanello temía que
los países, como forma de escapar de la depresión económica, comenzaran a instaurar
devaluaciones competitivas. A principios de 1999, tal recelo se hizo realidad: Brasil
52
53
Para esas alturas, en Uruguay también estaba próximo a concretar otro joint-venture.
“Empresas familiares y argentinas”, La Nación, 9 de enero de 1998. Entrevista de Juan Carlos Vaca.
devaluaba el real; se sellaba así el rezago competitivo de la industria argentina
característico de los años “convertibles”. Con la salida de AGCO en ese mismo año, la
nacional Zanello era la única empresa del sector que quedaba en pie; sin embargo,
frente a la alicaída demanda y un Brasil mucho más fuerte, a Zanello le restaba enfrentar
un proceso de declinación tortuoso que llevaría a su situación financiera a un punto
insostenible para 2001.
De los 530 empleados que tenía en 1996 pasó a 380 en 2001, los cuales no
cobraban sus sueldos desde 1999 y se los mantenía suspendidos. Las changas, las ollas
populares, los cortes de calles, los planes sociales y las bolsas de comida se habían
vuelto característicos en Las Varillas54. Frustrado el intento de vender la compañía a un
grupo suizo-italiano, ya en convocatoria de acreedores, Zanello cierra sus puertas en
julio y, ante los varios pedidos, declara su quiebra en septiembre. Aquel “hijo” de los
hermanos Zanello, que había sabido desarrollar innovaciones tecnológicas y obtener el
éxito económico frente a la competencia en el pasado, terminó muriendo en sus manos.
No obstante, al año siguiente la fábrica volvió a la vida, aunque esta vez ya no bajo la
propiedad de la tradicional familia de Las Varillas.
Agrupados en una cooperativa de trabajo creada en junio de 2001 y guiados por
un antiguo dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica de Las Varillas (el fallecido Mario
“Pucho” Gastaldi), los antiguos obreros tomaron control de la planta y la recuperaron
para sí. A los pocos meses, se conformó Pauny S.A., una sociedad anónima en cuyo
capital confluían la cooperativa obrera (33% de participación), 4 ex-gerentes de Zanello
(33%), un grupo de accionistas y concesionarios (33%) y el municipio de Las Varillas
(1%). Con la autorización del juez de la quiebra, el 2 de enero de 2002 la planta volvió a
abrir sus puertas.
Contando con el apoyo financiero del Gobierno de la Provincia de Córdoba y el
Gobierno Nacional, Pauny S.A. rápidamente se consolidó como la empresa argentina
líder en producción de tractores, aunque con un nivel de ventas bastante inferior al que
corresponde para las unidades importadas.
Conclusiones
54
“La recuperada Zanello se comió todo el mercado”, Página/12, 20 de junio de 2004.
Como se ha observado, la producción nacional de tractores se constituyó en una
industria promisoria en sólo apenas dos décadas, aunque en el camino quedaban
escollos por superar como deseconomías de escala, proveedores insuficientemente
maduros o una limitada estandarización. La búsqueda de eficiencia quedaba
relegada al objetivo prioritario de la segunda ISI, que no era otro que el de cerrar
la brecha externa con la puesta en marcha de nuevas industrias. El gap productivo
del sector frente a la competencia internacional podría haberse reducido en una
segunda instancia, en el caso de que el Estado hubiera promovido la introducción
de innovaciones tecnológicas o la aceleración de colocaciones en el exterior.
Todo lo contrario, los regímenes económicos de la dictadura y la convertibilidad
–dos olas (o tsunamis) de neoliberalismo económico– mellaron la potencialidad de
desarrollo del sector, ahogando experiencias locales que habían buscado colocarse a la
vanguardia en esfuerzo innovativo –como pudo verse en el caso de Zanello–. Al
manifestarse el proceso de reestructuración de la industria a nivel internacional, estos
regímenes económicos facilitaron la decisión de las empresas trasnacionales por apostar
sus capitales –en una actitud claramente opuesta al espíritu del segundo peronismo y del
posterior desarrollismo– en el Brasil. El sector, exiguo de las políticas sectoriales que le
insuflaron vida, tendió a marchitarse frente a la industria de su país vecino.
Por último, se referirá a lo acaecido en Brasil con respecto al sector de
maquinaria agrícola en general, con motivo de hacer algunas sobre el caso argentino.
Por empezar, se encuentra sumamente instalada la idea de que el desbalance entre
Argentina y Brasil –al menos para la rama de las máquinas agrícolas– ha sido, nada más
ni nada menos, que un producto inexorable de la geografía: Brasil por ser un mercado
mucho mayor que el argentino, ha sido el elegido. Sin embargo, como se explicitaba en
un trabajo del CESPA del año 2006 55, la industria brasileña de maquinaria agrícola
producía unas 10 a 15 veces más que la rama argentina, pero su mercado sólo era cuatro
a cinco veces superior al argentino. Lo que significa que el sector brasilero no sólo se
debe a su mercado interno, sino que también se vale de la exportaciones como un medio
para desarrollar economías de escala –que tanta promoción recibió en el sudeste
asiático–, estrategia que en cambio ha pasado desapercibida en nuestro país –en los
pocos años que las exportaciones fueron significativas han sido más un resultado de la
55
CENTRO DE ESTUDIOS DE LA SITUACIÓN Y PERSPECTIVAS DE LA ARGENTINA (2006).
Estudio sobre el sector de maquinaria agrícola. Lineamientos de una propuesta para el desarrollo
armónico de la industria local de bienes de capital. Anexo 1. Facultad de Ciencias Económicas de la
Universidad de Buenos Aires.
acumulación de stocks que de la promoción en sí–. En segundo lugar, se debe recalcar
que este país lejos estuvo de tener una política agresiva contra el sector, como sí
Argentina. Como si las primeras políticas sectoriales argentinas renacieran en Brasil, se
estableció un sólido sistema de créditos al agro motorizado por el BNDES
para
comprar producción local de maquinaria agrícola a menores tasas de interés y mayores
plazos de repago que los vigentes en el mercado, desgravación impositiva al incorporar
tecnología a los productos o procesos, beneficios fiscales al lograr un determinado nivel
de exportaciones, costo mínimo para terrenos e instalaciones y líneas de crédito para
comercializar sus productos con mejores tasas y plazos bajo requisitos de contenido
nacional (Hybel, 2006).
En suma, políticas sectoriales propias de la segunda fase de la ISI argentina
pueden ayudar en estos tiempos a la formación de industrias de alta competitividad y
sofisticadas en desarrollo tecnológico, siempre que se las depure de los tradicionales
vicios en que no pocas veces han solido incurrir –tales como el rent-seeking (Krueger,
1974) o la constitución de “ámbitos privilegiados de acumulación” (Castellani, 2009)– y
se les adicione el objetivo de eficiencia al largo plazo, donde la promoción de la
innovación técnica por parte del Estado sea imprescindible.
Bibliografía
ARREGUEZ, Ángel César (2007). Fábrica Militar de Aviones: crónicas y testimonios,
Córdoba: Agencia Córdoba Ciencia.
BASCO, Juan Ignacio (1981). La industria del tractor. Estudio Nº 17. Departamento de
Actividad Industrial, Gerencia de Investigaciones y Estadísticas Económicas, BCRA.
BELINI, Claudio (2004). Política industrial y sustitución de importaciones: el caso de la
industria de maquinaria agrícola, 1951-1957. XIX Jornadas de Historia Económica de
la Asociación Argentina de Historia Económica. Facultad de Humanidades de la
Universidad Nacional del Comahue, San Martín de los Andes.
BOUZAS, Roberto (1996). La Agenda Económica del Mercosur: desafíos de política a
corto y mediano plazo. Integración y Comercio, Nº 0, Año I, INTAL.
BRAUN, Oscar y JOY, Leonard. (1981). Un modelo de estancamiento económico.
Estudio de caso sobre la economía argentina. Desarrollo Económico. Nº 80, Vol.
20, enero-marzo.
CASTELLANI, Ana (2009). Estado, empresas y empresarios. La construcción de
ámbitos privilegiados de acumulación entre 1966 y 1989. Prometeo Editorial.
CENTRO DE ESTUDIOS DE LA SITUACIÓN Y PERSPECTIVAS DE LA
ARGENTINA (2006). Estudio sobre el sector de maquinaria agrícola. Lineamientos de
una propuesta para el desarrollo armónico de la industria local de bienes de capital.
Anexo 1. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires.
DAGNINO PASTORE, José María, 1966, La industria del tractor, Buenos Aires:
Centro de Investigaciones Económicas del Instituto Torcuato Di Tella.
FRANCO, Hugo (2001). Maquinaria agrícola: un enfoque integrador. Facultad de
Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de La Plata y Departamento de Bienes
de Capital de la Secretaría de Industria de la Nación.
GARCÍA, Graciela (1998). Industria argentina de maquinaria agrícola: del mercado
protegido al mercado abierto. Terceras Jornadas “Investigaciones en la Facultad de
Ciencias Económicas y Estadística”. Universidad Nacional de Rosario.
GARCÍA, Graciela (1999). Transformaciones macroeconómicas y reestructuración de
los mercados argentinos de equipos agrícolas: algunas evidencias. Cuartas Jornadas
“Investigaciones en la Facultad de Ciencias Económicas y Estadística”. Universidad
Nacional de Rosario.
GIRBAL-BLACHA, Noemí (2007). Las representaciones agrarias y el Estado (19301955). Continuidades y cambios en el imaginario colectivo argentino. En Girbal-Blacha,
Noemí y Mendonça, Sonia (coords.), Cuestiones agrarias en Argentina y Brasil,
Buenos Aires: Prometeo.
HUICI, Néstor (1984). La industria de la maquinaria agrícola en la Argentina. Centro de
Investigaciones Sociales sobre el Estado y la Administración (CISEA). Buenos Aires.
HUICI, Néstor (1986). Reestructuración productiva y empleo: El caso de la industria de
maquinaria agrícola, en Estudios y documentos de trabajo sobre empleo,
remuneraciones y recursos humanos, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social,
Secretaría de Planificación, PNUD.
HUICI, Néstor (1988). La industria de maquinaria agrícola en Argentina. En Barsky,
Osvaldo y otros, La agricultura pampeana. Transformaciones productivas y sociales,
Buenos Aires: Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (Argentina)
y CISEA, Fondo de Cultura Económica.
HYBEL, Diego (2006). Cambios en el complejo productivo de maquinarias agrícolas
1992-2004. Documento de Trabajo Nº 3, Instituto Nacional de Tecnología Industrial
(INTI), Bs. As.
KRUEGER, Anne (1974). The Political Economy of the Rent-Seeking Society. The
American Economic Review. Vol. 64, Nº 3, Junio de 1974, pp. 291-303.
LAJER, Andrés, ODISIO, Juan y RACCANELLO, Mario (2007). Una mirada sobre los
avatares del sector productor de maquinaria agrícola. En Rougier, Marcelo (dir.) (2007),
Políticas de promoción y estrategias empresariales en la industria argentina, 19501980, Buenos Aires: Ediciones Cooperativas.
MALATESTA, Alicia (2006). Notas para la historia de la industria argentina. Tercera
parte. En Revista Tecnológica Universidad & Empresa, nº 25, Universidad Tecnológica
Nacional.
MINISTERIO DE INDUSTRIA Y COMERCIO DE LA NACIÓN (1951).
Maquinarias e implementos agrícolas. Informe Nº 40. Dirección General de Industria
Manufacturera. Buenos Aires.
ROUGIER, Marcelo (2008). Producir para el agro en un entorno turbulento. El caso de
una fábrica de cosechadoras en la Argentina. Mundo Agrario. Revista de estudios
rurales, vol. 7, nº 14, Centro de Estudios Histórico Rurales, Universidad Nacional de La
Plata.
WHITE, Diego y SANTAMARINA, Arturo (1979). Análisis económico de la
maquinaria agrícola. Información Económica Convenio AACREA-BNA-FBPBA, año 1,
nº 6.
Anexo de gráficos
Gráfico 1. Producción y ventas en el mercado interno (1954-2001)
Producción
Ventas mercado interno
Potencia vendida
1800,0
25000
1600,0
1400,0
20000
1200,0
1000,0
s
e
a
id
n
u
800,0
V
C
sd
ile
M
15000
10000
600,0
400,0
5000
200,0
0,0
1
4
5
9
5
9
1
6
5
9
1
7
5
9
1
8
5
9
1
5
9
1
0
6
9
1
6
9
1
2
6
9
1
3
6
9
1
4
6
9
1
5
6
9
1
6
9
1
7
6
9
1
8
6
9
1
6
9
1
0
7
9
1
7
9
1
2
7
9
1
3
7
9
1
4
7
9
1
5
7
9
1
6
7
9
1
7
9
1
8
7
9
1
7
9
1
0
8
9
1
8
9
1
2
8
9
1
3
8
9
1
4
8
9
1
5
8
9
1
6
8
9
1
7
8
9
1
8
9
1
8
9
1
0
9
1
9
1
2
9
1
3
9
1
4
9
1
5
9
1
6
9
1
7
9
1
8
9
1
9
1
0
2
1
0
2
0
Fuente: Elaboración propia en base a datos de AFAT, Consejo de la Industria del Tractor, Zanello SRL,
Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola (CAFMA), INTA-Estación Experimental
Agropecuaria Manfredi, SAGPyA y Belini (2004).
Gráfico 2. Importaciones de unidades de tractores (1950-2001)
10000
8000
s
e
a
id
n
u
6000
4000
2000
0
5
9
1
*
1
5
9
2
5
9
1
3
5
9
1
*
4
5
9
1
5
9
1
6
5
9
1
7
5
9
1
8
5
9
1
5
9
1
0
6
9
1
6
9
1
2
6
9
1
3
6
9
1
4
6
9
1
*
5
6
9
1
*
6
9
1
*
7
6
9
1
*
8
6
9
1
6
9
1
0
7
9
1
7
9
1
2
7
9
1
3
7
9
1
4
7
9
1
5
7
9
1
6
7
9
1
7
9
1
8
7
9
1
7
9
1
0
8
9
1
8
9
1
2
8
9
1
3
8
9
1
4
8
9
1
5
8
9
1
6
8
9
1
7
8
9
1
8
9
1
8
9
1
0
9
1
9
1
2
9
1
3
9
1
4
9
1
*
5
9
1
*
6
9
1
*
7
9
1
8
9
1
9
1
0
2
1
0
2
0
Para el período 1970-1986 no son ventas, sino despachos a plaza.
*
Sin datos disponibles.
Fuente: Elaboración propia en base a AFAT, CAFMA, INTA Manfredi, Anuarios de Comercio Exterior
del INDEC, CESPA, Belini (2004) y Dagnino Pastore (1966).
Gráfico 3. Ventas de tractores de AFAT según forma de financiación (1963-1977)
25.000
s/BID-BN
BID-BN
20.000
s
e
a
id
n
U
15.000
10.000
5.000
0
1963
1964
1965
1966
1967
1968
1969
1970
1971
1972
1973
1974
1975
1976
1977
VENTA DE TRACTORES DE AFAT
Fuente: Memorias y Balances del Banco Nación y AFAT.
Gráfico 4. Tasa de interés preferencial real y ventas de tractores bajo el régimen
Banco Nación- BID (1963-1979)
20%
12000
10%
10000
0%
1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979
-10%
8000
%
-20%
6000
s
e
a
id
n
U
-30%
-40%
4000
-50%
-60%
2000
-70%
i preferencial real
Ventas BID-BN
-80%
Fuente: Memorias y Balances del Banco Nación, INDEC y Basco (1981).
0
Gráfico 5. Participación en ventas de las empresas de la industria del tractor
(1971-1998)
100%
90%
80%
70%
60%
50%
40%
30%
20%
10%
0%
1971
1972
Deutz
1973
Fiat
1974
1975
1976
John Deere
1977
1978
1979
Massey Ferguson
1980
1981
Zanello
1982
Valtra
1983
1984
1985
1986 ....1998
Empresas vinculadas y otras
Fuente: Huici (1988) en base a la Asociación de Fábricas Argentinas de Tractores (AFAT) y Zanello
S.R.L. para 1971-1986; García (1999) en base a datos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y
Alimentos (SAGPyA).
Notas: La oferta de cada una de estas empresas está formada con tractores de fabricación local y con
tractores importados desde sus respectivas filiales o empresas asociadas de Brasil, Italia, Alemania o
Estados Unidos. Dentro de las cifras de Fiat, se incluyen sus marcas Kubota y Versatile; se explicita que
Agritec (ex-Fiat) dejó de fabricar tractores en la Argentina en 1993.
Gráfico 6. Exportaciones de unidades de tractores (1961-1989)
4500
4000
3500
3000
s
e
a
id
n
u
2500
2000
1500
1000
500
1
6
9
2
6
9
1
3
6
9
1
4
6
9
1
5
6
9
1
6
9
1
7
6
9
1
8
6
9
1
6
9
1
0
7
9
1
7
9
1
2
7
9
1
3
7
9
1
4
7
9
1
5
7
9
1
6
7
9
1
7
9
1
8
7
9
1
7
9
1
0
8
9
1
8
9
1
2
8
9
1
3
8
9
1
4
8
9
1
5
8
9
1
6
8
9
1
7
8
9
1
8
9
1
8
9
1
0
Fuente: Elaboración propia en base a datos del Consejo de la Industria del Tractor, AFAT y Dagnino
Pastore (1966).
Gráfico 7. Saldo comercial de la rama de tractores de Argentina y Brasil (19642001)
300.000
250.000
200.000
150.000
100.000
ar
ó
ilesd
M
50.000
1
4
6
9
5
6
9
1
6
9
1
7
6
9
1
8
6
9
1
6
9
1
0
7
9
1
7
9
1
2
7
9
1
3
7
9
1
4
7
9
1
5
7
9
1
6
7
9
1
7
9
1
8
7
9
1
7
9
1
0
8
9
1
8
9
1
2
8
9
1
3
8
9
1
4
8
9
1
5
8
9
1
6
8
9
1
7
8
9
1
8
9
1
8
9
1
0
9
1
9
1
2
9
1
3
9
1
4
9
1
5
9
1
6
9
1
7
9
1
8
9
1
9
1
0
2
1
0
2
0
-50.000
-100.000
-150.000
-200.000
ARGENTINA
BRASIL
Fuente: Elaboración propia en base a la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la
alimentación (datos reportados en publicaciones oficiales del país o sitios web oficiales).
Gráfico 8. Nivel y Composición del consumo aparente de tractores (1992-2001)
600000
15,3%
18,1%
M
Nacionales
500000
20,0%
12,5%
12,7%
400000
29,3%
11,3%
3
9
ta1
cn
o
p
sd
ile
M
300000
200000
22,1%
100000
46,8%
65,9%
0
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
Fuente: Elaboración propia en base a datos de CAFMA y INDEC, recopilados por Hybel (2006).
Gráfico 9. Índice 1992=100 de los precios internacionales de los principales
commodities y consumo aparente de tractores (1992-2001)
180
160
140
120
0
=
2
9
1
ice
d
Ín
100
80
60
40
20
Consumo aparente
Trigo u$s/tn
Maíz u$s/tn
Semillas de soja u$s
0
1992
1993
1994
1995
1996
1997
1998
1999
2000
2001
Fuente: Elaboración propia en base a datos de precios de SAGPyA, Banco Mundial y UNCTAD
(recopilados por el Centro de Estudios para Producción, CEP) y de consumo de tractores según CAFMA
e INDEC (Hybel, 2006).
Gráfico 10. Índice 1997=100 de financiamiento agropecuario e inversión en
maquinaria agrícola (1997-2002)
140
120
100
80
60
40
20
Inversión maquinaria agrícola
Financiamiento Sector Agropecuario
Financiamiento Servicios Agropecuarios
0
1997
1998
1999
2000
2001
2002
Fuente: Elaboración propia en base a datos de CAFMA, AFAT e INTA Manfredi.
Gráfico 11. Nivel y destino de las exportaciones argentinas de tractores (19922001)
6.000
RESTO
RESTO AL
MERCOSUR
5.000
4.000
B
ileFO
sm
$
u
3.000
2.000
1.000
0
1992
1993
1994
1995
1996
Fuente: Elaboración propia en base a datos de INDEC.
1997
1998
1999
2000
2001
Descargar