ASOCIACIÓN ARGENTINA DE HISTORIA ECONÓMICA UNIVERSIDAD NACIONAL DE RÍO CUARTO XXII JORNADAS DE HISTORIA ECONÓMICA Río Cuarto (Córdoba) 21-24 de septiembre de 2010 ISSN 1853-2543 Del Pampa a Pauny: el intenso medio siglo de la industria del tractor (1952-2002) Mario Raccanello CONICET - CEEED (FCE-UBA) [email protected] IAME y los albores de la segunda fase de industrialización sustitutiva Antes de analizar el protagonismo que le correspondió al Estado en el bautismo de fuego de la producción nacional de tractores, es necesario señalar el dilema industrial que debió superar el segundo peronismo y las acciones encaradas por IAME, el organismo que funcionaría de plataforma de las futuras inversiones en las industrias mecánicas. Es en el contexto del Segundo Plan Quinquenal (cuya aplicación se preveía para el período entre 1953 y 1957), donde comienza la cruzada de llevar a la industria nacional a un estadio superior, donde prosperaran las ramas de producción más sofisticadas. El Segundo Plan Quinquenal podría catalogarse como un “cambio estructural”, que estimuló el ascenso de un nuevo paradigma productivo (tal como la desregulación económica de Martínez de Hoz y su profundización en la convertibilidad de Cavallo lo serían a través de la desarticulación del tejido industrial alcanzado hasta ese momento). Cerca del final de su primera administración, el presidente Juan Domingo Perón estaba ante la encrucijada de continuar con la industrialización por sustitución de importaciones livianas o atreverse a incursionar en la producción de bienes de consumo durable, bienes de capital y productos intermedios (Malatesta, 2006). Depender del exterior para disponer de insumos estratégicos y modernos bienes de capital se había vuelto una opción inviable. La ausencia de una producción local de estos factores acotaba el potencial de desarrollo de la industria liviana, situación que se agravaba ante los recurrentes déficits de la balanza de pagos. En el rubro automotor, con una importación de aproximadamente veinte mil unidades, la balanza comercial de 1951 había sido desfavorable. Dispuesto a iniciar la producción automovilística en el país, Perón se reunió con representantes de importantes automotrices extranjeras –fíjese ésto como un símbolo de una nueva etapa, donde el presidente va dejando al costado su postura nacionalista originaria–. Pero su propuesta fue rechazada de plano por los industriales del exterior, por considerar que Argentina carecía de la capacidad técnica necesaria para tal “aventura”. Ante esta situación, el brigadier mayor Juan Ignacio San Martín1, ministro de Aeronáutica (y hombre de confianza de Perón), propuso al presidente fabricar automóviles en el país utilizando los destacados conocimientos industriales logrados por el Instituto Aerotécnico de Córdoba.2 En consecuencia, el presidente Perón decide transferir a la Aeronáutica la responsabilidad del desarrollo del Segundo Plan Quinquenal en lo referido a la producción automotriz, tarea que hasta entonces estaba en manos de la Dirección General de Fabricaciones Militares (DGFM). Mediante el decreto 24.103 del 30 de noviembre de 1951, se crea así la Fábrica de Motores y Automotores en Córdoba (Arreguez, 2007). Sobre la base de todos los bienes hasta entonces afectados al Instituto Aerotécnico, el 28 de marzo de 1952 (Decreto Nº 6.191) surge Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado (IAME). Constituida como “Empresa del Estado” (o sea, por fuera del presupuesto nacional) y financiada con un préstamo del BIRA de 53 millones 1 Recibido de Ingeniero Militar en la Escuela Superior Técnica, San Martín es enviado por el P.E. al Real Instituto Politécnico de Turín, obteniendo doctorados en Ingeniería Industrial y Aeronáutica. Al regresar al país en 1944, se lo designa Director del Instituto Aerotécnico, creado recientemente sobre la base de la Fábrica Militar de Aviones (FMA). En este cargo, San Martín restableció la producción y el diseño de aviones argentinos, actividades abandonadas por el Estado desde 1937. Después de su paso por la gobernación de Córdoba entre 1949 y 1951 (donde resolvió su desabastecimiento eléctrico y promulgó la auspiciosa Ley de Promoción Industrial Nº 4.302/51), Perón lo nombra ministro de Aeronáutica (Arreguez, 2007). 2 San Martín no solamente impulsa la producción seriada de aviones en el país, sino que también se esfuerza por utilizar materiales nacionales (madera, aleaciones especiales de aluminio, plásticos) y desarrollar nuevas tecnologías a través de trabajos de investigación y desarrollo realizados en el Instituto. Sus proyectos aeronáuticos resultaron en la formación de una importante red de proveedores de partes y de una generación de ingenieros y técnicos de altísimo nivel. Así Córdoba generaba las condiciones para los primeros pasos de la segunda fase de la industrialización sustitutiva (Fuente: Asociación de Amigos del Museo de la Industria “Brigadier Mayor Juan Ignacio San Martín”). de pesos con garantía estatal, IAME tenía más de trece mil operarios y administradores y una superficie de ciento cincuenta mil metros cuadrados. Por su parte, el Instituto Aerotécnico dejaba de funcionar como cabeza directriz, pasando a funcionar como área dedicada exclusivamente a la investigación y formación de cuadros de maestranzas, técnicos y profesionales. IAME funcionaría como un conglomerado autárquico, de cuya administración general dependerían diez fábricas, siendo una de ellas la Fábrica de Tractores (con un departamento de metalurgia en común con otra de las fábricas). 3 Se adquirieron licencias para fabricar en el país modelos automotrices europeos de bajo costo y fácil mantenimiento, principalmente alemanes, a fin de obtener experiencia en la producción; cuando no podían conseguirse las licencias, se ejecutaban proyectos altamente influidos por los modelos originales. A diferencia de la anterior integración vertical a la cual respondía el Instituto Aerotécnico, IAME buscó la participación de la industria privada en la fabricación de partes, reservándose la producción de las más comprometidas y, obviamente, el montaje final. Desde un principio, el objetivo de San Martín era la constitución de un Estado “partero” de nuevas industrias, donde una vez superadas las primeras dificultades, el sector privado se interesase por aportar sus propios capitales. Más allá de ciertas ineficiencias propias de procesos productivos nacientes, IAME había cumplido con el desafío de incursionar en determinadas ramas; siguiendo una política de bajo precio con el fin de masificar la producción, IAME desarrolló líneas de fabricación que incluían modelos de autos (el Justicialista, el Sedan Institec, el Rastrojero Cono Sur), utilitarios y camiones pequeños (el Rastrojero Diesel), tractores (el Pampa), motocicletas (la Puma), armas (cohete Tábano), veleros (el Tero), lanchas (la Institec) y motores (Arreguez, 2007). De este modo, San Martín cumpliría con su propósito; a partir de sus negociaciones, en 1954 Fiat compró la planta de tractores de Estación Ferreyra y, al año siguiente, IAME se asoció con Henry Kaiser para producir automóviles bajo la firma Industrias Kaiser Argentina (IKA). Del Tractor “Pampa” al Régimen de la Industria del Tractor Cuando el decreto 25.056 de 1951 dispuso el establecimiento de permisos y cupos a la entrada de tractores importados, entre los productores del campo argentino 3 Las nueve restantes eran las “Fábricas” de: “Automóviles” (con un anexo para motonáutica), “Aviones”, “Motores de Aviación”, “Motores de Reacción”, “Instrumentos y Equipos” (de aviones y automóviles), “Paracaídas”, “Hélices y Accesorios”, “Máquinas y Herramientas” y “Motocicletas” (Arreguez, 2007). comenzó un temor por quedarse privados de unidades de tracción para el desarrollo de sus tareas. El Estado, que ya proyectaba encarar la producción local de tractores, suponía que IAME tenía la capacidad para producir cuatro mil unidades anuales (una osada presunción que se hacía en base al reciente armado de unos trescientos tractores Fiat 55). Es así que el 11 de agosto de 1952, ocho meses después de ser declarada la industria de maquinaria agrícola de interés nacional, el Estado argentino firmó un convenio con IAME y la Fiat de Turín (que suministraría insumos y asistencia técnica) para crear una fábrica de tractores en Estación Ferreyra, en las inmediaciones de la capital cordobesa, con la misión de “producir por sí y en cooperación con la industria privada tractores íntegramente argentinos” (Decreto Nº 4.075/52). El relato de la fabricación de la primera unidad del tractor nacional vale bien ser resaltada, en especial por su carácter anecdótico. Para la producción de un primer prototipo, Perón le dio a IAME un plazo de tan sólo tres meses, buscando cumplir con una promesa realizada al campo. Sin embargo, no se sabía qué tipo de tractor producir, por lo que se ordenó a un grupo de expertos que indagaran en establecimientos rurales ubicados entre Buenos Aires y Córdoba qué tractor era el más adecuado para las labores agrícolas. El más votado fue el tractor alemán Lanz Bulldog D9506.4 Realizar la encuesta había consumido gran parte de los tres meses disponibles y ya era poco el tiempo que restaba. Por lo tanto, se importaron dos tractores Lanz desde Uruguay y se procedió a realizar una verdadera “ingeniería inversa” en el predio del IAME. Uno de los tractores fue íntegramente desarmado y sus piezas fueron asignadas a industriales, a los que se les proveyó de máquinas, materiales y herramientas para que pudieran replicarlas. Sin embargo, terminar a tiempo ya parecía imposible, por lo que se decidió optar por mayor “practicidad”. Ángel César Arreguez, operario durante 29 años en la Fábrica Militar de Aviones y recopilador de toda clase de documentos referidos a la historia de la misma, da el siguiente testimonio: El plazo era imposible de cumplir, claro, pero como el prestigio estaba en juego, algo había que hacer. Es así que al segundo Lanz se le reemplazó la parte frontal, único lugar donde aparecía la marca Lanz, 4 El motor de este tractor era muy simple, de un solo cilindro, que trabajaba por autoencendido. Requería un calentamiento previo a la puesta en marcha, para lo cual se utilizaba una lámpara a bomba alimentada con querosén, eliminándose así todo componente eléctrico. Como el combustible diesel oil solía escasear, este modelo ofrecía la ventaja de aceptar una mezcla preparada con querosén y aceite usado, y hasta aceite o grasa animal. Su potencia permitía reemplazar también a las viejas calderas de vapor que se utilizaban para mover las trilladoras estacionarias de trigo y lino. por una fundida y maquinada localmente, que decía Pampa-IAMEIndustria Argentina, enmarcada por una insignia que contenía un engranaje atravesado por dos alas. Completado el camuflaje al reemplazar el color azul por un llamativo anaranjado, se lo llevó a Buenos Aires, y se lo mantuvo en marcha durante varios días al pie del Obelisco, al lado de una bandera argentina. El pueblo, ajeno a este proceso, una vez más se asombraba y comprobaba el famoso Perón Cumple (Arreguez, 2007). El 7 de octubre de 1952 nacía el Pampa, un tractor de dos tiempos semidiésel monocilíndrico (en disposición horizontal) de 55 caballos de fuerza (al igual que el Lanz Bulldog). A fines de diciembre, quince unidades arrastrando arados de cinco rejas realizaban trabajos experimentales en distintas zonas del interior del país. A pesar de ciertas imperfecciones técnicas, por su simplicidad, fácil mantenimiento y bajo costo, el tractor Pampa tuvo una muy buena recepción de parte de los productores rurales. En 1953, IAME elaboró un plan con el objetivo de fabricar dos mil quinientas unidades anuales del Pampa, impartiendo órdenes de producción de partes a empresas metalúrgicas de todo el país. Asimismo, el Banco Central le otorgó permisos de cambio para la importación de materias primas, máquinas y partes destinadas a la nueva planta. Sin embargo, al poco tiempo quedan en evidencia las dificultades para abastecer el mercado interno (con un déficit de tractorización calculado en 164 mil unidades): el objetivo de abastecer el 50% de la demanda para 1957 (estimada en veinte mil unidades) no podía ser satisfecho sólo con la producción de la empresa estatal. En primera instancia, el gobierno reacciona otorgando ventajas crediticias para impulsar la importación de unidades completas; pero, más temprano que tarde, se procede a convocar al capital extranjero5. Es así como esta política de combinar producción estatal y compras externas concluye a fines de 1953 con el llamado del Ministerio de Industria a una licitación pública para que fábricas de tractores se instalasen en el país. Se creó una comisión 5 Es la ley 14.222 de agosto de 1953 (derogada en 1957 por el gobierno de la “Revolución Libertadora”) la plataforma creada por el segundo peronismo para la atracción de las inversiones externas dirigidas a las actividades fabriles y mineras. Controvertida a nivel político e ideológico por su fomento el capital foráneo, en sí fue un régimen legal orgánico e innovador por su especificación de objetivos de producción, formas de radicación, modos de evaluación de los proyectos, condiciones para repatriar capitales y utilidades, etc. (Malatesta, 2006). En el futuro, la extranjerización de la economía noventista no contó con ninguno de estos elementos propios de la ISI impulsada por el capital externo. interministerial –antecedente del Consejo de la Industria del Tractor– para analizar las firmas con mejores condiciones técnicas de las treinta y cuatro que se presentaron 6. De las empresas que desearan ingresar al nuevo mercado se exigiría la integración de la producción local –específicamente se proponía el aumento progresivo del contenido local hasta el 95% del valor del tractor–, además de adaptarla a las necesidades del agro. Las compañías gozarían de un mercado cautivo por el bloqueo del ingreso de bienes que compitieran con su producción (salvo incumplimiento con el plan del Estado) y tendrían preferencias en sus importaciones. Finalmente, las firmas seleccionadas fueron la italiana Fiat (que ya tenía su pata en la industria a través del convenio firmado un año antes) y las alemanas Hanomag, Deutz y Fahr (empresas con participación del empresario peronista Jorge Antonio, nexo entre el presidente y la industria alemana), marginándose a las norteamericanas John Deere, Ford, International Harvester y la canadiense Massey Ferguson. Después de una serie de modificaciones a lo planeado originalmente, el acuerdo general se suscribió en octubre de 1954; el mismo establecía una meta de producción anual de 13.200 unidades 7 (acorde a las necesidades estimadas de la producción agrícola), con autorización para importar el 90% del valor del tractor en 1955 hasta descender al 5% en 1959. Además, las compañías extranjeras contarían con permisos de cambio por 140 millones de dólares para importar tractores completos más piezas en los siguientes cuatro años (Lajer, Odisio y Raccanello, 2007). Acertadamente, Belini (2004) califica el plan de gobierno de “ambicioso”; en la Argentina la industria automotriz estaba en su etapa embrionaria y el nivel de producción de tractores impuesto de poco más de 13 mil unidades por lejos no lograba generar las economías de escala existentes en los países de origen de las empresas (ni los precios que estaba dispuesto el agro a pagar para mecanizarse). Mientras que la tasa de rentabilidad de las empresas era garantizada desde el Estado con el otorgamiento de un mercado circunscripto a ellas y la provisión de diversos subsidios, la eficiencia quedaba relegada ante el mandato de integrar la producción, acorde al esfuerzo de mejorar el balance de pagos y fortalecer la industria auxiliar. 6 Detrás de este significativo cambio en el interés demostrado por el capital extranjero se observa el mérito de IAME (y de su director) que, a pesar de no haber podido satisfacer la demanda interna de forma exclusiva, demostró al mercado la posibilidad de que esfuerzos productivos volcados en nuevas ramas industriales podían fructificar en el mediano plazo. 7 Fue establecido que el sector primario contaría desde un inicio con esa cantidad de tractores, por lo que en un comienzo se autorizaría a las firmas involucradas a importar unidades completas. Recién en 1956 se comenzaría a producir de acuerdo a lo firmado en la licitación. Fiat fue la empresa que se alzó con mayor poder –no sólo económico, sino también político– en la estructura de la nueva industria. En abril de 1954, al poco tiempo de terminarse la construcción de la planta de tractores de Estación Ferreyra, se anunció su venta a la compañía italiana; con esta adquisición, nace Fiat Someca Construcciones Córdoba (Concord) –donde IAME tenía una participación minoritaria en el capital inicial de la nueva firma–. Además de “hacer negocio” en el pago por la fábrica de tractores de Córdoba (poco más de 72 millones de pesos) y gozar de ventajas cambiarias, Fiat recibió dos grandes créditos del BIRA: 150 (a 4% de interés anual y a diez años) y 106 millones de pesos con destino al financiamiento de nuevas inversiones y gastos de evolución.8 Poco más de dos años después del derrocamiento de Perón por la “Revolución Libertadora”, los decretos ley 15.385 y 15.386 de noviembre de 1957 dieron origen al “Régimen de la Industria del Tractor”, un paso más en la regulación y el fomento del sector. Declarándoselo de interés nacional, se establece un nuevo régimen para la producción, esta vez abierto a toda empresa que cumpliese los requisitos mínimos sobre fabricación nacional y progresiva disminución de partes importadas. Asimismo, el límite a la producción de las empresas quedaba anulado (aunque los topes a la fabricación regresarían con el decreto 1.424 de febrero de 1959, donde se programaba el nivel producido en función del “contenido nacional” de las unidades).9 La importación de partes se haría sobre la base del tipo de cambio oficial, más un recargo cambiario mayor al 100%; además, se definió el 40% como porcentaje mínimo de contenido nacional sobre el valor FOB del tractor completo, y hasta el 30%, si el promedio anual luego de tres años era del 40%. Las empresas del sector quedaban exentas del impuesto a las ventas y recibían primas (financiadas con los recargos cambiarios y gravámenes sobre tractores e insumos importados) en función de la potencia y el porcentaje de componente nacional. Por último, la importación de unidades terminadas se permitiría sólo en el caso de que el agro requiriese unidades de gran potencia o para usos 8 El monto total del crédito (256 millones de pesos) parecía excesivo; representaba dos veces y medio el capital de la firma, el 76% del crédito otorgado a la industria de maquinaria agrícola y el 4% a la industria en general por parte del BIRA en 1954. Un año después, la empresa fue investigada por el gobierno de facto y se determinó que la única inversión realizada por los italianos eran cinco millones de dólares destinados a importar dos mil automóviles en una operación sin usar divisas y vendiéndolos a un elevado precio en el mercado doméstico (Belini, 2004). 9 Con este decreto, el máximo de unidades producidas dependía del porcentaje de insumos nacionales que componían al tractor: 2.000 unidades, 40-49,9%; 3.000, 50-59,9%; 3.500, 60-69,9%, y sin restricciones para los de más de 70% (Dagnino Pastore, 1966). especiales, y siempre que no se afectara el desarrollo y la estabilidad de la producción nacional (Lajer, Odisio y Raccanello, 2007). Estos decretos también crearon un organismo interministerial, el “Consejo de la Industria del Tractor”, al que se le asignó las funciones de evaluar y verificar el cumplimiento de los planes de producción con el correspondiente porcentaje de piezas importadas, la realización de estudios de demanda interna y la propuesta de recargos para la protección de la industria. El Consejo, que dependía directamente del Poder Ejecutivo Nacional, estaba presidido por el ministro de Comercio e Industria y tenía representantes del mismo ministerio, de Hacienda, de Agricultura y Ganadería y del Banco Central. Desde un principio las firmas de la industria debieron enfrentar serias trabas para alcanzar niveles de eficiencia semejantes a los de sus países de origen. La exigencia por agregar contenido local provocó que las firmas tendieran a su integración vertical –a falta de una industria auxiliar desarrollada que las abasteciera– y así incursionar en producciones por fuera de su órbita. Recién a mediados de la década siguiente se apelaría a políticas de aliento a las exportaciones que, además de generar divisas propias, colaborarían al desarrollo de economías de escala, acotadas por los reducidos niveles de producción de las firmas pautados al “crearse” la industria. Más allá de estas deficiencias, los esfuerzos desde la política pública se tradujeron en un incremento de la producción nacional de 2.512 unidades en 1955 a 20.958 en 1960 (Gráfico 1). A partir de 1959, las importaciones cesaron y hasta la apertura de veinte años después, la industria argentina de tractores supo abastecer la demanda del mercado doméstico (Gráfico 2). El veloz incremento de las ventas –el sector cerraba la década de 1950 como el cuarto más dinámico de la industria– causó que, en 1960, el parque de tractores se hubiese más que duplicado con respecto al de 1952, superando las cien mil unidades (entre 1956 y 1960 el nivel de existencias aumentó el 85%). Un incremento en el nivel de la potencia promedio aplicado a las labores se observó también, con un aumento notorio después de 1955. Asimismo, el nivel de mecanización (unidades totales de potencia sobre hectáreas totales trabajadas) creció de manera constante desde 1954 y se quintuplicó en apenas cinco años. Después del golpe de Estado de 1955, IAME pasó a llamarse Dirección Nacional de Fabricaciones e Investigaciones Aeronáuticas (DINFIA). Cuando se consumó la cesión de la fábrica de tractores a la Fiat (10 de octubre de 1959), la DINFIA pasó a ocupar una nueva instalación, levantada cerca de la anterior y donde continuó con la producción. Sin embargo, esta fábrica se vendió dos años después a la firma Perkins (productora de motores), con lo que así se dio por terminada la producción de tractores por parte del Estado. Entre 1952 y 1961 se habían producido 3.760 unidades del Pampa. La industria del tractor durante los sesenta En los años sesenta, el campo argentino comenzó a experimentar un significativo proceso de innovación productiva, donde el papel del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) fue esencial. Entre las reformas introducidas en esos años se pueden mencionar la mayor utilización de semillas mejoradas, fertilizantes y herbicidas, la incorporación de la soja y el doble cultivo, como así también el creciente avance de la agricultura sobre la ganadería. Por consiguiente, una mayor tracción de las explotaciones de la pampa húmeda se manifestaría como necesaria para encarar este proceso de desarrollo agrario. Gracias a las políticas crediticias e impositivas aplicadas por esos años, los productores agropecuarios tuvieron la posibilidad de incrementar su capital de trabajo. Entre 1963 y 1969, la utilización del crédito bancario como medio de financiación de la inversión en tractores y demás maquinaria agrícola pasó del 28,2 al 84,5% (Lajer, Odisio y Raccanello, 2007). La más importante de las líneas crediticias dirigidas al agro –y el signo más claro de apoyo oficial al desarrollo de la industria de maquinaria agrícola– fue llevada adelante desde el Banco Nación y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en el marco del “Programa de Préstamos para Tecnificación Agropecuaria” (1963). Durante los catorce años en que se mantuvo vigente este programa, se vendieron aproximadamente noventa mil tractores financiados de este modo (en promedio, el 42% del total de unidades comercializadas por las firmas partícipes de la Asociación de Fabricantes de Tractores Argentinos10) (Gráfico 3). Los créditos eran otorgados luego de la entrega del 20% del valor del bien por parte del comprador y (en el 80% de los casos) a un plazo de cinco años, con amortizaciones cada seis meses (Huici, 1984). Más allá de que la tasa preferencial de los créditos (constante hasta la cancelación de la deuda) fue en promedio de dos quintas partes de la de mercado, el verdadero rédito para el agro fue capitalizarse a tasas de interés mucho menores a las de la inflación. Puede observarse en 10 En 1973 las empresas integrantes del Régimen de la Industria del Tractor –Deutz, FIAT, John Deere y Massey Ferguson– conformaron la Asociación de Fabricantes de Tractores Argentinos (AFAT), institución que defendería de allí en más los intereses económicos de estas firmas. el Gráfico 4 la correlación existente entre la tasa de interés preferencial real 11 (sólo positiva en 1968/69) y las ventas de tractores bajo el régimen Banco Nación-BID durante su permanencia: de signo negativo, sobre todo en los años de aceleración inflacionaria.12 Como se ha especificado anteriormente, las empresas superaron las veinte mil unidades producidas en 1960, un aumento mayor al 65% con respecto al año previo. Sin embargo, el crecimiento de la demanda fue mucho menor, acumulándose existencias por primera vez (quedaron sin vender más de siete mil unidades). No obstante, al año siguiente, las existencias desaparecen cuando se alcanza el pico de demanda de la década (16.784 unidades), nivel de ventas superado recién en 1973. La economía argentina transita por una significativa crisis en 1962-63, que repercute sobre todo el aparato industrial. La producción de tractores de 1962 se desploma el 20,2% respecto al año anterior, siguiendo a la caída de la demanda del agro (-33,1%). En una economía sometida al inevitable ciclo de stop and go (Braun y Joy, 1981), donde la devaluación era la válvula de escape para la continuidad del modelo, el sector agrario salió beneficiado con el tipo de cambio más competitivo posterior al shock. Alentado el campo por las buenas perspectivas, las ventas internas de tractores se recuperaron en 1963 para dispararse un 24,2% en 1964, saliendo el sector más rápido de la crisis local que el resto de la industria. En cuanto a la regulación del sector durante los años sesenta, un nuevo conjunto de reglas son instauradas con el Decreto Nº 8.980 de fines de 1963. Sin posibilidad de establecer nuevas fábricas de tractores –para conformar así una suerte de piso a la escala de producción de las plantas existentes–, para ese entonces la industria se conformaba de las siguientes empresas, en su gran mayoría extranjeras: Fiat Concord, DECA 13 (Deutz-Cantábrica), John Deere (con ingreso al país en 1959), Fahr, Hanomag y RyCSA 11 Para el cálculo del tipo de interés preferencial real se utilizó el Índice de Precios Mayoristas. Considérese su mayor retardo, al ser un flujo de ventas que se enfrenta al cambio instantáneo de una variable nominal. 13 En agosto de 1958 el Poder Ejecutivo Nacional autorizó la asociación entre Klöckner-Humboldt-Deutz (KHD) y la empresa local La Cantábrica para producir tractores Deutz. Once años después, ante el lúgubre escenario para el sector de la maquinaria agrícola, La Cantábrica traspasa el 50% de sus acciones de DECA a KHD con la intención de volver a concentrar sus esfuerzos en la producción siderúrgica. Rápidamente, esta decisión de la empresa se reveló errónea, al comenzar en 1971 el boom en las ventas de tractores que se mantendría hasta fines de 1977 (Rougier, 2007). 12 (firma nacional, que se incorporó al régimen en 1961 utilizando tecnología Case, pero que apenas tres años más tarde perdería la autorización). Claramente, el mercado presentaba una estructura de fuerte concentración, pues las primeras cuatro firmas mencionadas controlaban casi el 90% de la producción (Fiat Concord y DECA, el 65%).14 El mayor problema con que se topaba la industria continuaba siendo el reducido tamaño de las empresas, a las que se les impedía ganar eficiencia por economías de escala. Desde la licitación de 1954, la producción se dirigía únicamente al estrecho mercado interno y se promocionaba al sector para cumplir con su rol de ahorrador de divisas. Lo anterior se corrobora al observarse el influjo de importaciones de tractores, como así también la legislación impartida para acelerar el proceso de integración local de la producción. Mientras el grado de protección se mantuvo elevado –vigente hasta fines de la década de 1970–, las importaciones fueron de poca relevancia, sin alcanzar el 5% de las ventas anuales (con excepción del año 1961, cuando superó apenas el 7%). Para continuar fomentando el desarrollo de los proveedores locales, el decreto 8.980 agregó porcentajes máximos de piezas importadas por banda de potencias (con facilidades para ampliar esos porcentajes en los primeros años de introducción de nuevos modelos). En 1966 se terminó estableciendo en una tasa del 80% el valor que debía agregar el trabajo local en la producción de cada tractor. A mediados de los años sesenta, el sector público comienza a imbuirse de la visión de la industria como generadora de sus propias divisas, enfoque marginado frente al que centraba en la actividad agropecuaria el único modo de sustentar el progreso de las manufacturas. A partir de una creciente afiliación a tal posición por parte de las autoridades económicas, la producción de tractores comenzó a gozar de la tardía “promoción de exportaciones” (al igual que una parte significativa del tejido industrial). Con el Decreto Nº 46 de enero de 1965, las exportaciones de maquinaria agrícola – como de otros bienes de capital– recibirían un reintegro del 18% sobre el valor FOB de las ventas externas en concepto de impuestos abonados en el mercado interno. Exclusivamente para el sector de tractores se implementó un sistema de draw-back, por el cual los fabricantes recibían un reintegro de entre el 5 y 7% por los gravámenes pagados al importar materiales o productos que luego se incorporasen a la producción 14 Se debe recalcar que la industria en el exterior presentaba una estructura de concentración similar. En 1960, cinco empresas acaparaban el 95% de la fabricación en Francia y el 86% en Estados Unidos; en Gran Bretaña apenas tres proveedores controlaban el 92% del total producido y en Italia, el 77% pertenecía a sólo dos firmas (Dagnino Pastore, 1966). de las unidades que se exportaran (Dagnino Pastore, 1966). Este tipo de medidas, que tuvieron efectos inmediatos aunque moderados (durante el decenio se lograron exportar apenas 232 unidades), conseguirían notables resultados en la década siguiente. Heladas tardías malograron las cosechas de 1964/65 y que serían preámbulo a una crisis coyuntural que se extendería durante la segunda mitad de los sesenta (catorce mil tractores menos que en el primer lustro fueron introducidos al proceso productivo). La menor incorporación de tracción no sólo se dio en término de unidades, sino también de potencia: en 1969 se agregaba a la producción agraria un 28,1% menos unidades de tracción que en 1964. Más allá del factor climático, la menor disposición a mecanizarse se puede entender como un cierre a ese déficit histórico de tractorización, meta conseguida por medio de la adquisición de unidades nacionales de potencia creciente iniciada a mediados de los cincuenta. A pesar de las dos crisis de demanda de maquinaria agrícola, la década de 1960 fue testigo de una notable expansión y renovación del parque de tractores, con crecimiento de la potencia disponible (total, media por tractor y por hectárea sembrada) a tasas elevadas, aún en comparación con las principales potencias mundiales (White y Santamarina, 1979). Para el año 1969, el agro contaba con un stock de tractores superior en un 83% y una potencia a disposición que se había más que duplicado respecto a los niveles de principios del decenio (Huici, 1988); asimismo, para el año 1970 la cantidad de caballos a vapor por hectárea trabajada exponía un incremento de más del 60% en relación a diez años atrás (Lajer, Odisio y Raccanello, 2007). Sin dudas, detrás de esta capitalización de la actividad agraria, la asignación de créditos subsidiados jugó un papel preponderante en el sostenimiento de la demanda frente a las turbulencias de la década. Aquellos años felices: la industria del tractor en los jóvenes setenta En la década de 1970, las firmas autorizadas a operar bajo el Régimen de la Industria del Tractor continuaban siendo Deutz (que absorbió a Fahr), Fiat, John Deere y Massey Ferguson (que en 1969 compró las operaciones comerciales de Hanomag). A partir del cálculo de índices de Hirschman-Herfindah15 para 1971, 1975 y 1976 (que promediaban en torno a un valor de 2.600), García (1999) afirma que la industria del 15 El índice Hirschman-Herfindahl (HHI), utilizado para medir el grado de competencia de una industria, es la suma de los cuadrados de las participaciones de las empresas del mercado. Su valor va de 0 a 10.000 (competencia perfecta vs. monopolio puro); se dice que un valor del HHI superior a 1.800 indica la existencia de un fuerte oligopolio. tractor estaba estructurada como un consolidado oligopolio. A pesar de lo anterior, las firmas tradicionales no recurrían a estrategias propias de la competencia monopolística, como la diferenciación de productos, sino que existía una verdadera competencia de precios, lo que despeja la idea de una posible colusión entre los cuatro jugadores del mercado.16 Las empresas de mayor facturación en el mercado argentino eran Fiat y Massey Ferguson, las que se alternaban en el liderazgo de la industria (Gráfico 5). A partir de 1969, año en que se alcanza el nivel de producción más bajo desde 1956, las ventas de tractores vuelven a crecer a un ritmo sostenido y más que se duplican en apenas cinco años, para superar por primera vez en 1974 la barrera de las veinte mil unidades. Al año siguiente, las ventas caen más del 25%, pero rápidamente se recuperan. La altísima inflación generada por la megadevaluación de Celestino Rodrigo en 1975 hizo saltar la demanda de crédito y llevó a niveles récord la venta de equipos agrícolas, agotando los fondos crediticios disponibles en 1977 (Huici, 1984). Ya con el golpe militar de marzo de 1976, los productores del agro fueron optimistas ante las primeras medidas económicas tomadas por el gobierno de facto. Las expectativas se tradujeron en inversión, con una performance excepcional para las ventas y producción de tractores de esos años; así, para 1977 se había alcanzado un récord de fabricación de 26 mil tractores, producción que lejos se estaría de alcanzar en el futuro. Entre 1970 y 1976, la tasa para las licencias arancelarias (que había permanecido estable en torno a 90%) prácticamente prohibía las importaciones. El decreto 812/73, que reglamentaba minuciosamente diversos aspectos relacionados al plan de producción, contenido de partes importadas y relación con la industria de autopartes, suspendía la importación de tractores similares a aquellos cuya fabricación había sido aprobada. Esto se refleja en el escaso número de tractores introducidos hasta 1977; en ese año, por ejemplo, de 22.087 tractores vendidos se importaron sólo 43. Durante los años setenta comienzan a tomar relevancia los envíos de unidades al exterior (Gráfico 6), en un principio como mecanismo para reducir la capacidad ociosa de la industria y evitar excedentes ante las caídas de la cíclica demanda local. La colocación de producción en el exterior pudo ser posible gracias al régimen de reintegros y draw-backs, y al tipo de cambio competitivo de la época, ambas políticas defendidas por las autoridades públicas. Asimismo, se debe reconocer la disposición de 16 Además, la creación de redes de concesionarios propias a cada firma se puede tomar como otra señal de la existencia de competencia en el mercado. los países latinoamericanos por capitalizar su agro con la maquinaria producida en el país con mayor desarrollo del sector a nivel regional; sobre todo en Brasil, moderadas restricciones comerciales y momentánea disponibilidad de crédito colaboraron en este sentido. Del 0,2% de la producción local en los años sesenta, las exportaciones pasaron al 5,7% en 1970-1972 y al pico histórico del 19,4% para el trienio 1973-75 (Huici, 1984). La magnitud que había cobrado la exportación de tractores en la primera mitad de los años setenta demostró la viabilidad de su producción, a pesar de ciertos atrasos tecnológicos que tenía al momento. La industria del tractor frente al liberalismo económico de Martínez de Hoz En la segunda mitad de 1977, la euforia que disfrutaba la industria de maquinaria agrícola desapareció repentinamente. En junio el ministro José Alfredo Martínez de Hoz pone en ejecución la reforma del sistema financiero argentino, liberando las tasas de interés e indexando los créditos a la tasa de inflación. Los créditos subsidiados habían llegado a su término y la caída de la línea Banco Nación-BID produjo la inmediata contracción de la demanda de tractores. A pesar de que en 1977 la demanda de tractores alcanzó un nivel récord, entre junio y diciembre las ventas cayeron 80% (White y Santamarina, 1979). Otro desincentivo a adquirir maquinaria agrícola se agregó a mediados de 1978 con la mengua en el poder de compra de los productores a raíz de la mayor preeminencia del atraso cambiario, tendencia que se haría insostenible a comienzos de los años ochenta. Finalmente, los precios bajos de la producción agrícola de fines de la década del setenta fue otro elemento más que contribuyó a una significativa reducción de la rentabilidad de las explotaciones rurales y el subsecuente freno de la inversión en capital físico. Debido a la brutal retracción de las ventas, en 1978 la producción de tractores cayó 77% respecto al año anterior. Las exportaciones, que se habían reducido en 1976 y 1977 a menos de la mitad de 1975, volvieron a actuar como mecanismo para sortear las crisis y reducir existencias. Si bien en 1979 la producción de tractores nacionales registró un repunte destacable (a la par del resto de las manufacturas), la combinación atraso cambiario-apertura comercial de comienzos de los ochenta ahogaría definitivamente las posibilidades de recuperación. A fines de 1978 la economía argentina era expuesta a una mayor apertura comercial, para desatarse al año siguiente un boom de las importaciones de tractores, caracterizadas por la incorporación de mayores desarrollos tecnológicos. El fenómeno anterior se debió al comportamiento de las firmas extranjeras residentes en el país, que pusieron en marcha un proceso de achicamiento reemplazando parte de sus líneas de producción local con tractores del exterior de mayor potencia –en 1979 las importaciones de estas multinacionales fueron diez veces mayores a las del año anterior–.17 De una participación de sólo el 2,7% del mercado interno de 1978, las importaciones fueron ganando cada vez más terreno en los años sucesivos, alcanzando el 28,4% y casi el 50% del total vendido en 1980 y 198118, respectivamente. Además, no sólo estas cuatro empresas traían unidades del exterior; otras treinta marcas hacían lo mismo, las cuales ingresaron el 35% de los tractores importados en el período 19751981. La competencia a las unidades locales provenía especialmente de Brasil, productor que en las décadas siguientes se consolidaría como el proveedor de América del Sur. La desregulación comercial no se acotó sólo a las unidades terminadas, desde 1977 las regulaciones del régimen de la industria del tractor se volvieron cada vez más flexibles y, con el decreto 3.318/79, se ampliaron los porcentajes de partes y piezas autorizadas a ser importadas (incluidos motores completos), las que comenzaron a tributar aranceles muy bajos y, a veces, ninguno. En 1980 era posible importar hasta el 20% del valor de un tractor sin pagar aranceles y en 1981, el 40% (decreto 105/81). Junto a este desarme de las barreras comerciales a los componentes importados, la política de retraso del tipo de cambio profundizó la tendencia de la actividad a especializarse en tareas de ensamblado más que de producción. Estos efectos combinados –realzados en los años de la convertibilidad noventista– incentivarían el quiebre de la integración local de la cadena productiva. Los subsidios a la exportación también fueron otro instrumento de promoción de la actividad que fue revocado. Aunque el exiguo nivel de ventas internas impulsó la asignación de excedentes hacia el exterior –las exportaciones totales de 1978 y 1979 le dieron salida a más del 35% de la producción local de tractores (Lajer, Odisio y Raccanello, 2007)–, a principios de los ochenta el considerable atraso cambiario del peso ley socavó los beneficios de esta estrategia. Para 1980-1981, a pesar de la 17 Volviendo a una conducta de más de veinticinco años atrás, a partir de 1978 estas mismas firmas volvieron a importar un significativo número de cosechadoras, estrategia que continuó mientras duró la sobrevaluación de la moneda local. 18 En 1981, el flujo de tractores importados alcanzó las 2.500 unidades, magnitud próxima a las de aquellos años en donde no existía la industria nacional. En el futuro, ese nivel de compras externas sería superado con la recuperación económica posdevaluación de 2002, siendo Brasil el proveedor principal de tractores y cosechadoras del mercado nacional. profundización de la crisis del mercado interno, las exportaciones de tractores no alcanzaban la quinta parte del bienio 1978-1979. 1977 marcó el cambio histórico del signo de la balanza comercial del sector (Gráfico 7):19 de un resultado positivo de 17,3 millones de dólares en 1974, en 1977 había pasado a -14,6. La pérdida de competitividad-precio de la producción local, causada por el desmantelamiento de los aranceles y la apreciación cambiaria, llevó a que en 1980 más que se triplicara el déficit comercial iniciado cuatro años atrás. La retracción de la actividad entre 1977 y 1981 –en cuatro años lo producido se contrajo al 5%– tuvo sus consecuencias al interior de las fábricas. Varias actividades productivas fueron suspendidas y se incrementó la capacidad ociosa, reduciéndose la ya limitada escala de producción. Tras la crisis de 1981, la liberalización del régimen de la industria del tractor había reducido a la mitad la capacidad instalada observada en 1976 (García, 1999). Respecto al empleo, la expulsión de mano de obra (y el consecuente aumento de la relación capital/trabajo) fue el mecanismo elegido por las empresas para suavizar la caída de las tasas de ganancia.20 Las tendencias observadas para el parque de tractores en los sesenta habían continuado durante la primera gran parte de los años setenta: entre principios de 1969 y fines de 1977, las unidades y potencia del parque aumentaron el 22 y 53%, respectivamente (Huici, 1988). Sin embargo, la baja incorporación de tractores entre los años 1978 y 1981 derivó en una menor capacidad para ejecutar las tareas rurales de forma adecuada. En ese lapso, el tamaño del parque de tractores disminuyó el 12%, la potencia el 5% y el período promedio de uso aumentó el 6% (Huici, 1988). A contramano del cierre transitorio de las plantas de las firmas trasnacionales, a fines de los setenta y principios de los ochenta se alzaron empresas de capitales nacionales que se aventuraron en la producción de tractores de gran potencia. Entre ellas, se puede mencionar a Tortone, Promi, Labrar –que producían, cada una, menos de 19 En el mismo Gráfico 7, junto a la serie de Argentina, se puede apreciar el comportamiento del saldo comercial de tractores en Brasil. Mientras que 1977 podría ser considerado el inicio de la tendencia al déficit comercial de la rama local, para Brasil fue el último año en donde el valor importado superó al exportado. De allí en adelante, a la producción brasileña le esperaron excedentes comerciales superlativos. 20 En 1984, cuando la producción crecía ante una nueva fase de ascenso del ciclo seguido por la demanda del agro, la industria de maquinaria agrícola contaba con sólo el 24% del nivel de ocupación de 1976 (se eliminó empleo a una tasa promedio del 16% anual). Se había pasado de un total de 146 empleados por establecimiento a sólo 31 (García, 1998). un centenar de unidades (Huici, 1988)–. Sin embargo, el caso paradigmático de esos tiempos fue el referido a la firma cordobesa Zanello21. En el tramo final de los años setenta, de modo artesanal Zanello comienza a armar series cortas de tractores agrícolas de gran potencia, con tracción en las cuatro ruedas, incorporando distintos componentes nacionales e importados –motores Deutz, cajas de transmisión ZF de Brasil, transmisiones de tractores de menor potencia marca Universal (Rumania)–. Mientras que el resto de las empresas racionalizaba funciones de producción, lentamente aunque con fuertes inversiones –entre 1978 y 1985 la firma invirtió cerca de 40 millones de dólares (Huici, 1986)–, Zanello se integra verticalmente incorporando fundición, tratamiento térmico, cabina de pintura, áreas de mecanizado con máquinas controladas por computadoras, laboratorio de ensayos e incluso un centro de investigación y desarrollo. Marginada por años, recién en 1981 Zanello pasa a ser miembro del Régimen de la Industria del Tractor (decreto 105/81). Aunque no contaba con las ventajas propias de las firmas internacionales, como economías de escala y fuentes de aprovisionamiento financiero, Zanello lograba competir con productos de bajo precio relativo. En la primera mitad de los ochenta, la firma cordobesa se afianzaría como la líder del mercado argentino. La industria del tractor y la década perdida La década del ochenta estuvo signada por la inestabilidad e incertidumbre asociada a los fallidos planes por estabilizar la economía doméstica. La industria del tractor debió enfrentar problemas adicionales, que en la segunda mitad de los ochenta la llevaron a “la peor crisis de su existencia” (Huici, 1986). El escenario de bajos precios internacionales para los commodities agrícolas provocó una aguda contracción de los márgenes de rentabilidad de la actividad agrícola, desplomándose la demanda del campo por mecanizarse22. Ante la continua amenaza de crisis externa, la economía real 21 En 1951, un peón rural llamado Pedro Zanello abrió una pequeña herrería en Las Varillas para reparar viejos carros de tracción a sangre (de uso masivo en ese momento). Ayudado por su hijo Luis, años más tarde pasó a dedicarse a los elásticos de camiones, volviéndose su empresa una de las principales fuentes laborales del pueblo. En la década de 1960, Luis y su hermano Carlos se inician en la producción de maquinaria vial, para pasar en la década siguiente al mercado de tractores forestales. Más tarde, los hermanos producirían los primeros tractores articulados de Sudamérica, casi al mismo tiempo que en Estados Unidos. 22 La reducida rentabilidad rural profundizó el deterioro del parque de maquinarias: entre 1980 y 1986 el parque de tractores redujo su potencia el 10%, mientras que su promedio de uso aumentó un año más (Huici, 1988). sufría la carestía de financiamiento. Este sector industrial quedó solo, ligado a la fortuna del agro. En 1982 se inicia una recuperación de la actividad, en la que la devaluación de ese año fue clave al recuperar los rendimientos de los productores agrícolas y poner coto a la fase de atraso cambiario iniciada con Martínez de Hoz. La demanda por tractores se desata –en especial aquella de unidades de gran potencia, lo que beneficia a empresas como Zanello–, multiplicándose por cuatro entre 1981 y 1984. El pico de producción de esta década se alcanza precisamente en ese último año, con 12.322 unidades. En la segunda mitad de la década, la crisis mundial de la agricultura provocó una brutal caída de los precios de los granos, que junto al sistema de retenciones impulsado por la administración radical y el tipo de cambio vigente (ya rezagado ante la inflación), afectó los ingresos de los agricultores y sus planes de inversión. En 1985 se produce la mitad de unidades del año anterior y, luego de un respiro en 1986, la situación empeora en 1987 (caída interanual del 61%). En ese año, la Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola (CAFMA) aseguraba que el sector transitaba por una situación caótica y por primera vez se estaba trabajando al 15-20% de la capacidad instalada (Rougier, 2008). Hasta fines de la década, la situación del sector continuó siendo dramática ante la debilidad de la demanda. Lejos se estaba de la edad dorada del sector, donde los créditos subsidiados al campo reinaban: en 1989, por ejemplo, la producción se había retraído a menos de la quinta parte de 1977. Resultado de una desaceleración en el impulso político a importar máquinas completas, en 1982 las importaciones cayeron abruptamente a poco más de 350 unidades.23 A diferencia del período 1979-1981, durante el resto de la década las unidades importadas tendrán una participación muy poco significativa del mercado interno (no superior al 3%). En relación a las colocaciones de producción en el exterior, los mercados latinoamericanos, abastecidos a principios de los años setenta por la industria argentina, ahora eran copados por las exportaciones de las trasnacionales instaladas en Brasil (en 1983 se había logrado exportar solamente una unidad). A partir de 1984, las ventas externas habían vuelto a crecer, pero no más allá de 1986, en parte debido a la inestabilidad económica de la época. Aunque los niveles de exportaciones permanecieron bajos, la estrategia de las empresas de colocar excedentes en el exterior 23 En lo que hace a comercio exterior, además de la devaluación ya mencionada, en ese mismo año se establece un arancel del 38% –arancel máximo que pasó a tener la economía argentina–, común a los otros sectores de la industria de maquinaria agrícola. en años de crisis continuaba y en el bienio 1986-1987 se destinó a plazas internacionales, en promedio, una séptima parte de la producción local. La situación transitada por el sector se tradujo en reducidas inversiones en activos de trabajo, con expulsión de trabajadores y el incremento de la brecha tecnológica con el exterior. Esta reestructuración del sector estuvo caracterizada por la reducción de la productividad y de la mano de obra –para la maquinaria agrícola, la productividad de 1990 se había contraído más del 25% respecto a la de 1984 y el empleo más del 60%–. La utilización de la capacidad instalada se redujo a la mitad ante las importaciones de piezas y partes que antes se producían a nivel local. El resultado fue la desarticulación de la red de contratistas locales, que funcionaban en una modalidad de clusters (formada durante las décadas de 1960 y 1970), y la disminución del empleo regional. En los ochenta, las seis o siete fábricas que conformaban el sector de tractores aportaban el 43% del valor agregado de la industria de maquinaria agrícola, aproximadamente trescientos millones de dólares (García, 1999). En esos años, las empresas tendieron a la diferenciación de sus productos, mediante el posicionamiento en determinado rango de potencia, para captar así rentas propias de un régimen de competencia monopolística. Respecto a las firmas extranjeras, a mediados de la década no se planteaban realizar nuevas inversiones sino cómo salir de la crisis. Debieron cerrar transitoriamente sus plantas, ya que la acumulación de inventarios les producía una carga financiera negativa debido a la aceleración de la inflación (Huici, 1986). En cuanto a Zanello, en 1981 la firma varillense se había vuelto líder del mercado interno con un 25% de participación y, en 1984, alcanzó casi la mitad de las ventas. En poco más de tres décadas, Zanello pasó de ser una pequeña herrería a una fábrica con una superficie de treinta mil metros cuadrados. Hacia 1985, cuando iba asomando en el horizonte la crisis del sector, Zanello comenzó a producir sus propios motores, transmisiones, bombas de inyección de combustible y bombas de agua. Más allá de que a mediados de la década perdió su posición de líder del mercado –aunque retuvo una importante porción del mercado–, Zanello seguía siendo reconocido por su papel de introductor de innovaciones tecnológicas, como así también por ser el emblema del tractor nacional. Sin embargo, al igual que el resto de los jugadores, sufrió la suerte del agro; a fines de los ochenta, la población de Las Varillas vivía afligida por el futuro de su principal fuente de empleo. Se debe subrayar aquí que, durante esta década el sistema de producción de la industria internacional de maquinaria agrícola comenzaría a converger a aquella presentada en la industria automotriz, en la que la estrategia a la que recurre cada filial es decisión final (y hasta exclusiva) de la matriz. La lógica propia de la industrialización sustitutiva de contar con filiales que saltaran las barreras comerciales y produzcan para el mercado interno, tiende a ser reemplazada por una división internacional del trabajo, donde las distintas etapas del proceso productivo se separan y se asignan a las economías donde los costos de ejecutarlas sean menores (de allí la importancia que cobra el comercio intrafirma). La alegría es brasilera: la cuasi-extinción de la industria del tractor durante la convertibilidad Ya desde 1989, el nuevo gobierno de Carlos Menem, inspirado en las recomendaciones del “Consenso de Washington”24, retoma y refuerza los pilares del liberalismo económico de Martínez de Hoz. Elementos propios de los años de la convertibilidad “1 a 1”, como la apertura unilateral-multilateral y el rezago del tipo de cambio real, vigorizaron la propensión a consumir maquinaria agrícola importada. En el caso de tractores, el régimen de la macro local fue funcional a la estrategia de las matrices a abastecer el mercado argentino con unidades producidas en Brasil. La creación de una zona de libre comercio en 1991-1994 –durante esos años se eliminaron los aranceles intrazona para la gran mayoría del universo arancelario– y que derivaría en el esquema de integración económica del Mercosur, reforzó la disposición argentina a reducir unilateralmente y en forma creciente los aranceles, cuotas y barreras no arancelarias a la importación. Según Bouzas (1996), la apertura comercial unilateral restante fue altamente funcional a la liberalización intrarregional del comercio, “reduciendo las resistencias sectoriales al proceso de integración y facilitando el cumplimento de las metas de liberalización”. Con la puesta en funcionamiento del “Programa de Liberación Comercial”, los aranceles para la importación de equipos agrícolas se establecieron en 22% u 11%, según que fuese bien final o intermedio (5% si eran tractores de más de 140 CV). A modo de compensación, en 1993 el gobierno diseñó un régimen de reintegro fiscal sobre 24 Hugo Notcheff, en su ensayo “Los senderos perdidos del desarrollo. Elite económica y restricciones al desarrollo en la Argentina”, afirmaba que las políticas menemistas eran aún más dañinas que las propuestas por el mismo Consenso, ya que estas últimas no implicaban, por ejemplo, que la apertura comercial fuera asimétrica, que las privatizaciones generaran monopolios privados a cubierto de la competencia externa, etc. (Aspiazu, Daniel y Notcheff, Hugo, 1994). el precio de venta de bienes de capital nuevos y de producción nacional (Decreto Nº 937/93)25. El mecanismo que rebajaba 15% el precio de venta –10% a partir de 1995– fue considerado por el sector como positivo (Ministerio de Economía de la Provincia de Buenos Aires, 2005). Pero en 1995, la situación para los productores locales se terminó por agravar cuando los aranceles de importación para este tipo de bienes provenientes de países miembros del Mercosur se eliminaron. Cuando el origen fuera distinto del Mercosur, los aranceles serían del 10% con convergencia al 14% en 2001 para los bienes finales y del 14% con convergencia al 24% para las partes y componentes (Ministerio de Economía de la Provincia de Buenos Aires, 2005). En pocos años, tal política aperturista derivaría en la sumisión del producción local de tractores (y de la industria de maquinaria agrícola en su conjunto), en especial, a la competencia desatada del Brasil. En 1990 existían siete empresas fabricantes de tractores en la Argentina: Deutz Argentina, John Deere Argentina, Massey Ferguson Argentina, la ex-FIAT Agritec, Zanello, Tortone y Macrosa –las últimas tres de menor tamaño relativo–. Respecto a las firmas importadoras y vendedoras, para 1993/1995 AFAT registraba tres: Cidef Arg. S.A. (importadora de Valmet26 desde Brasil y Case desde EE.UU.), Agrotecnia S.A.27 (FIAT desde Italia y Ford desde Brasil y EE.UU.) y Beltrade (Belarus y Rusian desde la Comunidad de Estados Independientes, CEI). En este grupo de comercializadoras, en 1996 se agrega Mancini y en 1998 Mainero (importador de tractores SAME-DeutzFahr). Estas firmas comerciales, introductoras de tractores pequeños y medianos, permitieron una mayor atomización de la oferta con el ingreso de nuevas marcas 28, quitándole aproximadamente una cuarta parte del mercado a las empresas existentes. Para García (1999), esta significativa expansión de la oferta quitó fuerza a la hipótesis de que las firmes actuaban como un oligopolio (en estos años los índices de HirschmanHerfindahl eran menores a 1.800); los agentes volvían a competir por precio y el sistema de comercialización y servicios post-venta volvieron a ser factores a tener en cuenta a la hora de competir. 25 El reintegro fiscal comenzó a regir en 1994. Valtra, actual propiedad del grupo AGCO Corporation, es el nombre que tomó Valmet desde 2001, al cumplir cincuenta años desde su origen en Finlandia. 27 Adquirido su paquete accionario por FIAT en 1999, ahora opera como New Holland Argentina. 28 La cantidad de modelos ofrecidos en el mercado local se multiplicaba al ritmo del desarrollo internacional de las trasnacionales. De las nueve o diez marcas que se comercializaban el país, se ofrecían de diez a quince modelos distintos por cada una, quedando cubiertos todos los rangos de potencia (García, 1999). 26 En los noventa, la primera de las trasnacionales en discontinuar su producción de tractores en el país –conducta que repetirían las demás más adelante– fue FIAT. En 1993 Agritec (ex-FIAT) decidió cerrar su planta en Santa Fe; los productos FIAT seguirían entrando al país mediante Agrotecnia. A nivel internacional, en 1999 el grupo FIAT se hizo propietario del conglomerado Case-New Holland (CNH) mediante un proceso de compras y fusiones29, volviéndose el principal productor de tractores agrícolas en el mundo. Ahora, mediante New Holland Argentina, los tractores agrícolas de CNH ingresaron a la Argentina provenientes de su base regional en Curitiba (Estado de Paraná). Motivadas por la apreciación cambiaria y la apertura comercial, conductas ya demostradas en los ochenta se profundizaron en la presente década. La utilización de partes y componentes importados se volvió más intensiva, perdiendo contenido nacional la unidad producida y profundizándose la desarticulación de la red de proveedores locales. Las mismas empresas productoras disminuyeron sus líneas de productos fabricados en el país y simultáneamente ampliaron su oferta de equipos importados 30. Transmutando de productoras a comerciantes, algunas filiales de multinacionales –como el caso de John Deere en 1996– pasaron a producir sólo partes y componentes, que serían exportados a otras filiales y empresas, en especial de Brasil. En conclusión, frente a los incentivos del régimen macroeconómico de la convertibilidad y la consolidación del Mercosur, el comercio intrafirma entre Argentina y Brasil fue aumentando, aportando nuestro país cada vez menor valor agregado. Los primeros años de la década del noventa fueron beneficiosos para la actividad agrícola. A fuentes de financiamiento con accesibles tasas de interés (10-11%) accedieron los productores agrícolas, no sólo de bancos públicos, sino también de privados. Las buenas cotizaciones de los productos primarios y la eliminación del sistema de retenciones a las exportaciones agropecuarias incrementaron los ingresos del campo de manera significativa. Ésto se tradujo en un crecimiento de la demanda de tractores agrícolas: entre 1991 y 1994 las ventas internas aumentaron a una tasa promedio anual de 17% (la potencia vendida subió a un ritmo de 21% anual). Para el mismo período, la industria nacional reaccionó aumentando su producción, pero a una tasa menor (13%). Cubriendo este gap, se encontraba la escalada de los flujos de maquinarias del exterior. 29 Con esta adquisición, Fiat pasó a tener el negocio de tractores de la Ford. Las multinacionales se dedicaron a comerciar todas las líneas de productos, no sólo de tractores, sino también de cosechadoras e implementos agrícolas. 30 Como resultado de la mayor apertura del mercado doméstico, en los primeros años de la convertibilidad las importaciones de tractores crecieron frenéticamente: entre 1990 y 1994, el crecimiento promedio anual fue del 75% (aumentando más de nueve veces en sólo cuatro años). Sin embargo, frente al nivel de la producción local, las importaciones no llegaron a la quinta parte del consumo aparente de tractores de esos años (ver Gráfico 8). En 1995, el “efecto tequila” repercute en la economía argentina a través de una fuerte suba de las tasas de interés. La inversión en tractores se desplomó y la producción cayó 30% ese año. Sin embargo, en 1996 la economía nacional retoma el sendero de crecimiento, mientras que el campo disfruta de una notable alza de los precios de los commodities (véase Gráfico 9). El valor bruto de producción –en pesos constantes de 1993– se incrementó a una tasa considerable de 54%; no obstante, las importaciones aumentaron más del doble (120%). Pero, en 1996 el sector también debió enfrentar sus infortunios, como un gravamen del 30% en el impuesto a las ganancias y, peor aún, la derogación por parte del ministro de economía Roque Fernández del reintegro fiscal dispuesto tan sólo tres años atrás, por considerárselo contrario a la naturaleza de la unión aduanera. El régimen de aranceles y reintegros vigente presentaba así un especial sesgo anti-exportador, estimulando el consumo de unidades foráneas y perjudicando los envíos al exterior (Ministerio de Economía de la Provincia de Buenos Aires, 2005). En 1996 John Deere dejó de producir tractores y se especializó en la producción y envío de motores destinados a su filial de Horizontina (Rio Grande do Sul), desde donde se importarían las unidades terminadas. En ese mismo año, cuando Deutz Argentina31 fue comprada por AGCO32, se decidió discontinuar la producción de tractores de la planta de Deutz en Haedo y especializarla en motores, transmisiones y otros componentes. Respecto a la otra planta de Deutz en Rosario, continuó fabricando tractores Agco Allis hasta 1999. Con la caída de los precios agrícolas en 1997 –ciclo que se revertiría recién en 2000/2001– los márgenes de rentabilidad de la agricultura se derrumban y numerosos productores rurales quedan soportando cuantiosos pasivos. A partir de ese año, la inversión en maquinaria agrícola cae hasta tocar piso en 2002, con una disminución 31 De las firmas originarias del sector, históricamente Deutz fue la que mejor defendió su posición en el mercado: en 1998 seguía conservando el liderazgo de la oferta (24%). 32 AGCO (Allis Gleaner Corporation), fundada en 1990, surge de la venta de las operaciones comerciales en EE.UU. de Deutz-Allis –en manos de la insolvente Klockner-Humboldt-Deutz (KHD)– a ejecutivos del mismo país. total cercana al 60%. Además de lo anterior, en el Gráfico 10 se puede notar que los fondos disponibles para el sector agropecuario se desploman a partir de 1999, cuando las inconsistencias del sector financiero se agudizan. A mediados de 1998, existía una distorsión de la estructura del Arancel Externo Común (AEC) del Mercosur para equipamientos agrícolas, ya que las alícuotas correspondientes a partes y piezas superaban a las del bien final (18% contra 14%). En base a información de la Secretaría de Industria (confirmada por funcionarios del Gobierno), existía la posibilidad de que Argentina, atendiendo a una propuesta de Brasil (cuya paridad cambiaria le estaba quitando grados de competitividad a su industria), aumentara el AEC para tractores agrícolas, cosechadoras de granos, maquinarias viales y otros equipos autopropulsados. Frente a esta situación, la reacción de AFAT resulta bastante “llamativa”, sabiendo que se trata de una asociación de fabricantes locales y que supuestamente debería anhelar que el mercado quede resguardado de la competencia externa. En una nota del diario La Nación, desde la asociación se escuchaba el siguiente discurso: “Sería sin duda un retroceso de la política argentina de fomento de las inversiones que procuraba asegurar el menor costo de los bienes de capital… El mercado disminuirá la demanda que impulsó la apertura de la economía mediante la política de bajos aranceles para los bienes de capital… Este aumento constituiría una evidente medida proteccionista susceptible de ser cuestionada por y ante la Organización Mundial del Comercio.”33 Para esos años, AFAT había dejado de ser esa comunión de empresas del “régimen de la industria del tractor” que abastecían el mercado con sólo su producción interna. Ahora, con excepción de Zanello, su función de comerciante de unidades extranjeras primaba, y es por tal motivo que su arenga sonaba tan parecida a la que se escuchaba desde los propios productores rurales y contratistas que veían aumentar sus costos. En ningún momento se considera el posible aumento del AEC como un incentivo a retomar la producción local (“no sería tampoco la industria local la principal beneficiaria de este posible aumento de aranceles”). No ponían en duda que las adquisiciones de unidades a países por fuera del Mercosur (sobre todo desde EE.UU. 33 “Mercosur: malestar por los aranceles”, La Nación, 11 de julio de 1998. e Italia, países donde AGCO, John Deere y CNH tenían sus casas matrices) pasarían a ser provistas por Brasil –donde estas empresas tenían sus filiales encargadas de distribuir maquinaria agrícola para toda América del Sur–, al ingresar libres de arancel. Aunque su rechazo de un mayor techo para las unidades terminadas importadas era fervoroso, AFAT no era suficientemente crítica de los elevados aranceles para los insumos importados. La Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola (CAFMA)34era la entidad que denunciaba el perjuicio que significaba para sus representados –los pequeños y medianos productores nacionales de maquinaria agrícola–, la aplicación de tal diferencial en las tarifas arancelarias; élla podría ser considerada la verdadera portavoz de los intereses de producir maquinaria agrícola nacional. En 1999, a una brutal caída de la demanda del agro por mecanizarse –las ventas internas de tractores cayeron a menos de la mitad (-52%)–, se suma la devaluación del real a principios de año, que gravemente profundizó la asimetría de costos entre los dos países y terminaría por sepultar la competitividad relativa de la industria nacional mientras se mantuviera el “1 a 1”. En este contexto, AGCO35 comienza a implementar una estrategia global de cierre de plantas y venta de subsidiarias a firmas de capital nacional en los países donde sus operaciones fueran menores. En consecuencia, Massey Ferguson (MF), propiedad de AGCO desde 1995, pidió la quiebra y cesó sus actividades productivas y comerciales en Granadero Baigorria36 en septiembre de 1999; la marca pasaría a estar introducida en el país desde una planta en Canoas. Asimismo, la otra planta ensambladora de tractores que estaba en manos de AGCO en Rosario pone coto a la fabricación ante el desfavorable escenario37. Ante la devaluación brasileña y la depresión de los precios agrícolas, los fabricantes de maquinaria agrícola solicitaron por un nuevo sistema de reintegro fiscal a las ventas locales. Así se sanciona el Decreto Nº 257/9938, que a partir de la creación del “Régimen de Renovación y Modernización del parque de tractores, cosechadoras, 34 Las multinacionales AGCO, John Deere y CNH no forman parte de la entidad. AGCO es el mayor fabricante de tractores de América Latina, grupo propietario de dos plantas de tractores en Brasil, una en Canoas (Rio Grande do Sul) para Massey Ferguson y otra en Mogi das Cruzes (São Paulo) para Valtra. 36 En 2002, la planta de Granadero Baigorria fue comprada por AGRINAR, en manos del grupo de Sergio Taselli, para producir tractores, cosechadoras y maquinaria vial. 37 Recién a mediados de 2006, AGCO reinició el ensamble de tractores, con su Serie 6 de alta potencia desde 156 a 212 HP. Esta planta en Rosario sería la única fábrica de tractores poseída por las trasnacionales que quedaría en el país después de la crisis de fines de los noventa. 38 Boletín Oficial del 24 de marzo de 1999. 35 acoplados, y demás máquinas e implementos de uso agropecuario”, reglamenta la emisión de un bono para ser aplicado al pago de impuestos equivalente al 10% del precio (neto de impuestos, descuentos y gastos financieros) de venta de las maquinarias nacionales39. La medida anterior era un incentivo específico al sector y un estímulo a la demanda sobre todo de las pequeñas y medianas explotaciones agrarias, ya que actuaba como una reducción efectiva del precio de venta. Aunque no haya consistido en una política de largo o mediano plazo –sino más bien actuado como si fuera un “paño de agua fría”–, la norma evitó que la caída de la producción de maquinaria agrícola de 1999 y 2000 haya sido aún mayor 40. La política también fue cuestionada por acotarse estrictamente a impulsar la demanda y a no incitar incrementos de eficiencia por parte del sector (lado de la oferta)41. En 2000, en contra de lo solicitado por los productores de maquinaria agrícola 42, los tractores agrícolas (al igual que cosechadoras y toda maquinaria autopropulsada) pasan a tener el mismo tratamiento regional que el sector de automotores, a partir de la “Política Automotriz Común del Mercosur” (Decreto Nº 660/00 del 1º de agosto de 200043). Por la anterior, se establecen pautas sobre los niveles de exportación e importación mínima, los requisitos de contenido regional y nacional en la fabricación de los bienes y el comercio con los países no miembros del Mercosur. Las empresas del sector automotriz incluidas en el régimen –quedando incorporados los tractores– quedaban eximidas del pago de los aranceles de importación, condicionadas a la compensación de la importación con exportaciones (en términos de valor en dólares). O sea, el régimen confería preferencias del 100% (arancel 0) en el comercio interno siempre que el balance comercial sectorial se encuentre dentro de las bandas de tolerancia establecidas; en el caso que el desbalance exceda esos límites, se aplicaba un arancel con preferencia correspondiente al 75% del AEC de las autopartes (8%)44 y 70% del aplicado a los vehículos (14%). Por lo tanto, los tractores agrícolas (posición 39 Monto no imponible del IVA y no sujeto al gravamen del Impuesto a las Ganancias. El Decreto Nº 257/99 terminó siendo prorrogado por el Decreto Nº 187/00 (marzo de 2000), el Decreto Nº 364/00 (mayo de 2000) y el Decreto Nº 919/00 (octubre de 2000). 41 Los precios de las maquinarias agrícolas en Brasil estaban entre un 30% y 40% por debajo de las locales (Franco, 2001). 42 A mediados de 1998, en el primer Congreso Nacional de Maquinaria Agrícola, los fabricantes nucleados en CAFMA pidieron de manera explícita al gobierno que no se los incluyera en el mencionado régimen. 43 A partir de esa fecha se termina con las prórrogas del Decreto Nº 257/99. El Decreto Nº 660/2000 regiría hasta el 28 de julio de 2004 (Decreto Nº 939/2004). 44 El arancel externo común de autopartes que no tengan fabricación en el ámbito del Mercosur y que se destinan a procesos de producción sería de 2%. 40 N.C.M. 8701.90.00) provenientes de Brasil ingresarían con un arancel de 0% si las importaciones y exportaciones estaban cercanas al equilibrio45. Pero debido a que Argentina importaba más de lo vendido a Brasil, como compensación, se obligaba a abonar el 70% del AEC, o sea, 9,8%. Respecto a las autopartes, se planteaba un mecanismo semejante: 0% si existía equilibrio del comercio exterior con Brasil, 6% de no haberlo (75% del AEC de 8%). Tan sólo un año después de la sanción del Decreto Nº 660/00, el agravamiento de la situación del campo y los bajos niveles de inversión existentes urgieron al ministro Domingo Cavallo a buscar eliminar todos los aranceles a camiones, tractores y accesorios agrícolas de fuera del Mercosur. Sin embargo, la propuesta fue rechazada por el Gobierno brasileño al afectar los intereses comerciales de su sector productivo. Como un intento desesperado por darle competitividad a la rama local de maquinaria agrícola, en el marco del “Convenio para mejorar la competitividad y la generación del empleo”, el Decreto Nº 1554/2001 (noviembre de 2001) incorpora a la rama los beneficios del Decreto Nº 379/200146 consistentes en la aplicación de un (nuevo) bono fiscal para el pago de impuestos; esta vez el porcentaje47 sería aplicado sobre la diferencia entre el precio de venta y el valor de los insumos, partes o componentes de origen importado incorporados al bien, que hubiesen sido nacionalizados con un derecho de importación del 0%. Así se pretendía incentivar mayores ventas de maquinaria para el campo, al ser trasladado íntegramente el descuento a los compradores. Con la crisis de demanda, las ventas de tractores importados también declinaron. Sin embargo, el descenso de las ventas de tractores locales fue más aguda: entre 1996 y 2001, las ventas de tractores argentino (en miles de $ constantes) cayó 96% mientras que las importaciones, 61%. O sea, con el estrujamiento del mercado interno las importaciones cobraron cada vez mayor participación en el consumo aparente de tractores: de un promedio de 14% para 1992-1996, se pasó a 46,8% en 2000 y 65,9% en 2001 (véase Gráfico 8). Respecto a las exportaciones de tractores, a diferencia de épocas pasadas, entre 1992 y 2001 fueron marginales, siendo tan sólo en promedio 1,1% del valor bruto de producción. Respecto a los destinos de las unidades vendidas al exterior (véase Gráfico 45 Un certificado emitido por una Autoridad de Aplicación sería requerido para el reflejo de esta condición. 46 El Decreto Nº 379/2001 intentaba compensar los perjuicios que la eliminación de aranceles de bienes de capital importados (Resolución 8/2001 del Ministerio de Economía de la Nación) causaría a la rama local. 47 El porcentaje que en un principio era de 10%, a un mes pasó a ser de 14% (Decreto Nº 502/2001). 11), hasta 1999 se destacaron los envíos de unidades a los otros países integrantes del Mercosur (con la especial absorción de Brasil). Sin embargo, con la devaluación del real, las exportaciones a Brasil perdieron relevancia. Aún cuando en 2002, el peso argentino presentó un overshooting de su paridad con el dólar, lo destinado al conjunto del Mercosur no era más del 6%. Ante el reducido nivel de exportaciones, el sesgo estructural de la demanda de la producción agrícola hacia el consumo de unidades extranjeras se tradujo en un considerable déficit comercial para la rama de tractores. Desde fines de los ochenta, el déficit del sector se había profundizado sostenidamente: entre 1989 y 1998 el déficit había aumentado casi veinte veces (Gráfico 7). La posterior recesión menguaría el flujo de importaciones de tractores, sin embargo, el signo del saldo comercial no se revertiría. Con la megadevaluación de 2002 y el consiguiente aumento de la competitividad-precio de la maquinaria agrícola, sólo poco más de la décima parte de la absorción local de tractores (1 de 8) fue acaparada con producción nacional. En un contexto realmente favorable para la actividad agrícola –notable escalada de los precios de los commodities de por medio–, donde urge la demanda por mecanizar el campo, quedó en evidencia el rezago de la industria local (particularmente en gamas altas) y el perdurable atractivo de importar de Brasil. Es durante los noventa que el proceso de reestructuración productiva y comercial de las filiales de las multinacionales del sector –ya notorio en la década pasada– se tornó más agudo. Al interior de las grandes empresas, el proceso de racionalización productiva se profundizó, tendiendo a ser reemplazada la mano de obra con la introducción de nuevas tecnologías productivas (como máquinas herramientas de control numérico y robots). Aumentos sustanciales de productividad se habían manifestado48, pero la verdadera fuerza detrás de este fenómeno fue la expulsión del factor trabajo49, continuando así con la tendencia verificada desde mediados de los setenta. Un signo claro de lo que resultó ser la capitalización en maquinaria agrícola durante los noventa, se desprende de contrastar las observaciones del Censo Nacional 48 Para la maquinaria agrícola, el valor de la producción por empleado aumentó más de ocho veces durante la década (García, 1999). A pesar de la falta de datos, probablemente para tractores la suba haya sido mayor debido a que en este sub-sector de la maquinaria agrícola la racionalización productiva cobró más fuerza (mayor propensión a la incorporación de tecnología y expulsión de trabajadores). 49 Sólo entre 1990 y 1997 –previo a la crisis– el número de trabajadores de la maquinaria agrícola disminuyó 35% y los empleados por establecimiento pasaron de 41 a 28. Como se ha mencionado en la nota anterior, seguramente los despidos en el sub-sector de tractores haya sido más numerosos. Agropecuario para 1988 y 2002. El parque de tractores se redujo 8,8% (de 267.782 a 244.320 unidades) y su antigüedad aumentó: los tractores de 15 años y más (considerados obsoletos) pasaron de ser el 55% a 73%, mientras que los nuevos (menos de 5 años) se redujeron a casi la mitad (menos del 6% en 2002). Aunque la potencia media por unidad se incrementó (pasando de 102,1 a 108,8 Caballos a Vapor por tractor entre 1991 y 2001)50, la mayoría de las existencias continuaron ubicándose en la franja de potencia de 51 a 75 CV (Caballos a Vapor). El reflejo de la escasa introducción de fuerza de tracción que surge de la comparación inter-censal está en la reducción de la potencia vendida entre esos años: entre 1988 y 2001 la potencia vendida se redujo a una quinta parte (-79%). Las medidas aplicadas de 1999 en adelante sólo sirvieron para paliar los efectos de una escenario económico que era particularmente negativo para el sector (atraso cambiario, apertura comercial, déficit de inversión en mecanización agrícola). Desde el desplome de los precios de los commodities agrícolas en 1997, la producción de tractores pasó de 5.706 unidades en 1996 a 210 en 2001 (-96%). En el medio, las grandes plataformas de producción como John Deere, Massey Ferguson y Deutz Allis se desarticularon y desaparecieron. Con la quiebra de Zanello en 2001 –a comentar a en el próximo apartado–, en plena crisis económica y social de la Argentina, podría considerarse a la industria de tractores prácticamente extinta de la estructura productiva nacional. El último en su especie: sale Zanello, entra Pauny A comienzos de 1998, la firma cordobesa estaba inmersa en una serie de apuestas estratégicas con vista al desarrollo futuro de la compañía. Entre ellas, se esperaba desembarcar en Estados Unidos (donde en el pasado había probado suerte asociándose con Steiger, pero al tiempo ésta cayó en desgracia) y Rusia, inaugurar la producción de material ferroviario liviano y buses para aeropuertos, además de poner en marcha una fábrica en sociedad con una marca europea de primera línea (Kverneland) para producir equipos forrajeros y sembradoras 51. Con el objetivo de abastecer el 50 La modalidad de siembra directa –que entre las campañas 1990/1991 y 2000/2001 se extendió rápidamente desde 300.000 a 11.660.000 ha. (Fuente: AAPRESID)– requiere de un menor uso del tractor: según Franco (2001), con la siembra directa se reduce aproximadamente 15% las horas/año del tractor con respecto al sistema de labranza tradicional. Sin embargo, el tractor que se utilice necesita de mayor potencia para movilizar la sembradora directa. 51 Además de la fabricación de tractores, Zanello en los noventa había producido máquinas forrajeras, grupos electrógenos y autoelevadores frontales. Incluso había llegado a entregar a proyectos productivos rurales “llave en mano”. mercado brasileño, había creado Zanello do Brasil: un joint-venture con una firma familiar llamada Vitoy, en Goiania (Estado de Goias) para montar tractores, fabricar algunos componentes y ejercer operaciones de distribución 52; además, contaba con redes de distribución en Paraguay, Bolivia y Perú. Desde Zanello, se consideraba que la clave para que una empresa de capitales nacionales continúe en el mercado de tractores era el tejido de alianzas tecnológicas, de producción y comercialización. Lo que no cerraba para la firma de Las Varillas era la política destinada al sector; en una entrevista de 1998 53 Luis Zanello marcaba sus inconsistencias: “Es más barato traer un bien terminado al 5% de arancel en lugar de un componente que necesita un fabricante nacional para ponerse en igualdad de condiciones tecnológicas con sus competidores, que es castigado con un 22%. Para la industria del tractor, Brasil tiene un régimen especial como el que se ha otorgado a la industria automotriz: a los componentes no se les aplica ningún recargo arancelario, ni siquiera si son extra Mercosur. Brasil dispone de inmensos beneficios para que una empresa se instale, la Argentina no otorga ninguno. Y no tiene una financiación adecuada para exportar cuando cualquier país cuenta con bien definidas herramientas al respecto.” En relación a la posibilidad de vender la empresa, Zanello enuncia palabras que quedarían resonando: “Esta fábrica la llevamos en la sangre, es como un hijo más para nosotros… Me resisto a pensar que la única opción para las empresas nacionales sea venderlas… La empresa no está en venta, no por ahora…” Consultado por los impactos de las crisis asiática y rusa, Luis Zanello temía que los países, como forma de escapar de la depresión económica, comenzaran a instaurar devaluaciones competitivas. A principios de 1999, tal recelo se hizo realidad: Brasil 52 53 Para esas alturas, en Uruguay también estaba próximo a concretar otro joint-venture. “Empresas familiares y argentinas”, La Nación, 9 de enero de 1998. Entrevista de Juan Carlos Vaca. devaluaba el real; se sellaba así el rezago competitivo de la industria argentina característico de los años “convertibles”. Con la salida de AGCO en ese mismo año, la nacional Zanello era la única empresa del sector que quedaba en pie; sin embargo, frente a la alicaída demanda y un Brasil mucho más fuerte, a Zanello le restaba enfrentar un proceso de declinación tortuoso que llevaría a su situación financiera a un punto insostenible para 2001. De los 530 empleados que tenía en 1996 pasó a 380 en 2001, los cuales no cobraban sus sueldos desde 1999 y se los mantenía suspendidos. Las changas, las ollas populares, los cortes de calles, los planes sociales y las bolsas de comida se habían vuelto característicos en Las Varillas54. Frustrado el intento de vender la compañía a un grupo suizo-italiano, ya en convocatoria de acreedores, Zanello cierra sus puertas en julio y, ante los varios pedidos, declara su quiebra en septiembre. Aquel “hijo” de los hermanos Zanello, que había sabido desarrollar innovaciones tecnológicas y obtener el éxito económico frente a la competencia en el pasado, terminó muriendo en sus manos. No obstante, al año siguiente la fábrica volvió a la vida, aunque esta vez ya no bajo la propiedad de la tradicional familia de Las Varillas. Agrupados en una cooperativa de trabajo creada en junio de 2001 y guiados por un antiguo dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica de Las Varillas (el fallecido Mario “Pucho” Gastaldi), los antiguos obreros tomaron control de la planta y la recuperaron para sí. A los pocos meses, se conformó Pauny S.A., una sociedad anónima en cuyo capital confluían la cooperativa obrera (33% de participación), 4 ex-gerentes de Zanello (33%), un grupo de accionistas y concesionarios (33%) y el municipio de Las Varillas (1%). Con la autorización del juez de la quiebra, el 2 de enero de 2002 la planta volvió a abrir sus puertas. Contando con el apoyo financiero del Gobierno de la Provincia de Córdoba y el Gobierno Nacional, Pauny S.A. rápidamente se consolidó como la empresa argentina líder en producción de tractores, aunque con un nivel de ventas bastante inferior al que corresponde para las unidades importadas. Conclusiones 54 “La recuperada Zanello se comió todo el mercado”, Página/12, 20 de junio de 2004. Como se ha observado, la producción nacional de tractores se constituyó en una industria promisoria en sólo apenas dos décadas, aunque en el camino quedaban escollos por superar como deseconomías de escala, proveedores insuficientemente maduros o una limitada estandarización. La búsqueda de eficiencia quedaba relegada al objetivo prioritario de la segunda ISI, que no era otro que el de cerrar la brecha externa con la puesta en marcha de nuevas industrias. El gap productivo del sector frente a la competencia internacional podría haberse reducido en una segunda instancia, en el caso de que el Estado hubiera promovido la introducción de innovaciones tecnológicas o la aceleración de colocaciones en el exterior. Todo lo contrario, los regímenes económicos de la dictadura y la convertibilidad –dos olas (o tsunamis) de neoliberalismo económico– mellaron la potencialidad de desarrollo del sector, ahogando experiencias locales que habían buscado colocarse a la vanguardia en esfuerzo innovativo –como pudo verse en el caso de Zanello–. Al manifestarse el proceso de reestructuración de la industria a nivel internacional, estos regímenes económicos facilitaron la decisión de las empresas trasnacionales por apostar sus capitales –en una actitud claramente opuesta al espíritu del segundo peronismo y del posterior desarrollismo– en el Brasil. El sector, exiguo de las políticas sectoriales que le insuflaron vida, tendió a marchitarse frente a la industria de su país vecino. Por último, se referirá a lo acaecido en Brasil con respecto al sector de maquinaria agrícola en general, con motivo de hacer algunas sobre el caso argentino. Por empezar, se encuentra sumamente instalada la idea de que el desbalance entre Argentina y Brasil –al menos para la rama de las máquinas agrícolas– ha sido, nada más ni nada menos, que un producto inexorable de la geografía: Brasil por ser un mercado mucho mayor que el argentino, ha sido el elegido. Sin embargo, como se explicitaba en un trabajo del CESPA del año 2006 55, la industria brasileña de maquinaria agrícola producía unas 10 a 15 veces más que la rama argentina, pero su mercado sólo era cuatro a cinco veces superior al argentino. Lo que significa que el sector brasilero no sólo se debe a su mercado interno, sino que también se vale de la exportaciones como un medio para desarrollar economías de escala –que tanta promoción recibió en el sudeste asiático–, estrategia que en cambio ha pasado desapercibida en nuestro país –en los pocos años que las exportaciones fueron significativas han sido más un resultado de la 55 CENTRO DE ESTUDIOS DE LA SITUACIÓN Y PERSPECTIVAS DE LA ARGENTINA (2006). Estudio sobre el sector de maquinaria agrícola. Lineamientos de una propuesta para el desarrollo armónico de la industria local de bienes de capital. Anexo 1. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. acumulación de stocks que de la promoción en sí–. En segundo lugar, se debe recalcar que este país lejos estuvo de tener una política agresiva contra el sector, como sí Argentina. Como si las primeras políticas sectoriales argentinas renacieran en Brasil, se estableció un sólido sistema de créditos al agro motorizado por el BNDES para comprar producción local de maquinaria agrícola a menores tasas de interés y mayores plazos de repago que los vigentes en el mercado, desgravación impositiva al incorporar tecnología a los productos o procesos, beneficios fiscales al lograr un determinado nivel de exportaciones, costo mínimo para terrenos e instalaciones y líneas de crédito para comercializar sus productos con mejores tasas y plazos bajo requisitos de contenido nacional (Hybel, 2006). En suma, políticas sectoriales propias de la segunda fase de la ISI argentina pueden ayudar en estos tiempos a la formación de industrias de alta competitividad y sofisticadas en desarrollo tecnológico, siempre que se las depure de los tradicionales vicios en que no pocas veces han solido incurrir –tales como el rent-seeking (Krueger, 1974) o la constitución de “ámbitos privilegiados de acumulación” (Castellani, 2009)– y se les adicione el objetivo de eficiencia al largo plazo, donde la promoción de la innovación técnica por parte del Estado sea imprescindible. Bibliografía ARREGUEZ, Ángel César (2007). Fábrica Militar de Aviones: crónicas y testimonios, Córdoba: Agencia Córdoba Ciencia. BASCO, Juan Ignacio (1981). La industria del tractor. Estudio Nº 17. Departamento de Actividad Industrial, Gerencia de Investigaciones y Estadísticas Económicas, BCRA. BELINI, Claudio (2004). Política industrial y sustitución de importaciones: el caso de la industria de maquinaria agrícola, 1951-1957. 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Producción y ventas en el mercado interno (1954-2001) Producción Ventas mercado interno Potencia vendida 1800,0 25000 1600,0 1400,0 20000 1200,0 1000,0 s e a id n u 800,0 V C sd ile M 15000 10000 600,0 400,0 5000 200,0 0,0 1 4 5 9 5 9 1 6 5 9 1 7 5 9 1 8 5 9 1 5 9 1 0 6 9 1 6 9 1 2 6 9 1 3 6 9 1 4 6 9 1 5 6 9 1 6 9 1 7 6 9 1 8 6 9 1 6 9 1 0 7 9 1 7 9 1 2 7 9 1 3 7 9 1 4 7 9 1 5 7 9 1 6 7 9 1 7 9 1 8 7 9 1 7 9 1 0 8 9 1 8 9 1 2 8 9 1 3 8 9 1 4 8 9 1 5 8 9 1 6 8 9 1 7 8 9 1 8 9 1 8 9 1 0 9 1 9 1 2 9 1 3 9 1 4 9 1 5 9 1 6 9 1 7 9 1 8 9 1 9 1 0 2 1 0 2 0 Fuente: Elaboración propia en base a datos de AFAT, Consejo de la Industria del Tractor, Zanello SRL, Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola (CAFMA), INTA-Estación Experimental Agropecuaria Manfredi, SAGPyA y Belini (2004). Gráfico 2. Importaciones de unidades de tractores (1950-2001) 10000 8000 s e a id n u 6000 4000 2000 0 5 9 1 * 1 5 9 2 5 9 1 3 5 9 1 * 4 5 9 1 5 9 1 6 5 9 1 7 5 9 1 8 5 9 1 5 9 1 0 6 9 1 6 9 1 2 6 9 1 3 6 9 1 4 6 9 1 * 5 6 9 1 * 6 9 1 * 7 6 9 1 * 8 6 9 1 6 9 1 0 7 9 1 7 9 1 2 7 9 1 3 7 9 1 4 7 9 1 5 7 9 1 6 7 9 1 7 9 1 8 7 9 1 7 9 1 0 8 9 1 8 9 1 2 8 9 1 3 8 9 1 4 8 9 1 5 8 9 1 6 8 9 1 7 8 9 1 8 9 1 8 9 1 0 9 1 9 1 2 9 1 3 9 1 4 9 1 * 5 9 1 * 6 9 1 * 7 9 1 8 9 1 9 1 0 2 1 0 2 0 Para el período 1970-1986 no son ventas, sino despachos a plaza. * Sin datos disponibles. Fuente: Elaboración propia en base a AFAT, CAFMA, INTA Manfredi, Anuarios de Comercio Exterior del INDEC, CESPA, Belini (2004) y Dagnino Pastore (1966). Gráfico 3. Ventas de tractores de AFAT según forma de financiación (1963-1977) 25.000 s/BID-BN BID-BN 20.000 s e a id n U 15.000 10.000 5.000 0 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976 1977 VENTA DE TRACTORES DE AFAT Fuente: Memorias y Balances del Banco Nación y AFAT. Gráfico 4. Tasa de interés preferencial real y ventas de tractores bajo el régimen Banco Nación- BID (1963-1979) 20% 12000 10% 10000 0% 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1969 1970 1971 1972 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979 -10% 8000 % -20% 6000 s e a id n U -30% -40% 4000 -50% -60% 2000 -70% i preferencial real Ventas BID-BN -80% Fuente: Memorias y Balances del Banco Nación, INDEC y Basco (1981). 0 Gráfico 5. Participación en ventas de las empresas de la industria del tractor (1971-1998) 100% 90% 80% 70% 60% 50% 40% 30% 20% 10% 0% 1971 1972 Deutz 1973 Fiat 1974 1975 1976 John Deere 1977 1978 1979 Massey Ferguson 1980 1981 Zanello 1982 Valtra 1983 1984 1985 1986 ....1998 Empresas vinculadas y otras Fuente: Huici (1988) en base a la Asociación de Fábricas Argentinas de Tractores (AFAT) y Zanello S.R.L. para 1971-1986; García (1999) en base a datos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos (SAGPyA). Notas: La oferta de cada una de estas empresas está formada con tractores de fabricación local y con tractores importados desde sus respectivas filiales o empresas asociadas de Brasil, Italia, Alemania o Estados Unidos. Dentro de las cifras de Fiat, se incluyen sus marcas Kubota y Versatile; se explicita que Agritec (ex-Fiat) dejó de fabricar tractores en la Argentina en 1993. Gráfico 6. Exportaciones de unidades de tractores (1961-1989) 4500 4000 3500 3000 s e a id n u 2500 2000 1500 1000 500 1 6 9 2 6 9 1 3 6 9 1 4 6 9 1 5 6 9 1 6 9 1 7 6 9 1 8 6 9 1 6 9 1 0 7 9 1 7 9 1 2 7 9 1 3 7 9 1 4 7 9 1 5 7 9 1 6 7 9 1 7 9 1 8 7 9 1 7 9 1 0 8 9 1 8 9 1 2 8 9 1 3 8 9 1 4 8 9 1 5 8 9 1 6 8 9 1 7 8 9 1 8 9 1 8 9 1 0 Fuente: Elaboración propia en base a datos del Consejo de la Industria del Tractor, AFAT y Dagnino Pastore (1966). Gráfico 7. Saldo comercial de la rama de tractores de Argentina y Brasil (19642001) 300.000 250.000 200.000 150.000 100.000 ar ó ilesd M 50.000 1 4 6 9 5 6 9 1 6 9 1 7 6 9 1 8 6 9 1 6 9 1 0 7 9 1 7 9 1 2 7 9 1 3 7 9 1 4 7 9 1 5 7 9 1 6 7 9 1 7 9 1 8 7 9 1 7 9 1 0 8 9 1 8 9 1 2 8 9 1 3 8 9 1 4 8 9 1 5 8 9 1 6 8 9 1 7 8 9 1 8 9 1 8 9 1 0 9 1 9 1 2 9 1 3 9 1 4 9 1 5 9 1 6 9 1 7 9 1 8 9 1 9 1 0 2 1 0 2 0 -50.000 -100.000 -150.000 -200.000 ARGENTINA BRASIL Fuente: Elaboración propia en base a la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (datos reportados en publicaciones oficiales del país o sitios web oficiales). Gráfico 8. Nivel y Composición del consumo aparente de tractores (1992-2001) 600000 15,3% 18,1% M Nacionales 500000 20,0% 12,5% 12,7% 400000 29,3% 11,3% 3 9 ta1 cn o p sd ile M 300000 200000 22,1% 100000 46,8% 65,9% 0 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 Fuente: Elaboración propia en base a datos de CAFMA y INDEC, recopilados por Hybel (2006). Gráfico 9. Índice 1992=100 de los precios internacionales de los principales commodities y consumo aparente de tractores (1992-2001) 180 160 140 120 0 = 2 9 1 ice d Ín 100 80 60 40 20 Consumo aparente Trigo u$s/tn Maíz u$s/tn Semillas de soja u$s 0 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 Fuente: Elaboración propia en base a datos de precios de SAGPyA, Banco Mundial y UNCTAD (recopilados por el Centro de Estudios para Producción, CEP) y de consumo de tractores según CAFMA e INDEC (Hybel, 2006). Gráfico 10. Índice 1997=100 de financiamiento agropecuario e inversión en maquinaria agrícola (1997-2002) 140 120 100 80 60 40 20 Inversión maquinaria agrícola Financiamiento Sector Agropecuario Financiamiento Servicios Agropecuarios 0 1997 1998 1999 2000 2001 2002 Fuente: Elaboración propia en base a datos de CAFMA, AFAT e INTA Manfredi. Gráfico 11. Nivel y destino de las exportaciones argentinas de tractores (19922001) 6.000 RESTO RESTO AL MERCOSUR 5.000 4.000 B ileFO sm $ u 3.000 2.000 1.000 0 1992 1993 1994 1995 1996 Fuente: Elaboración propia en base a datos de INDEC. 1997 1998 1999 2000 2001