Dimensiones territoriales de la guerra y la paz

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CAPÍTULO I
Grandes problemas
socioterritoriales de Colombia
Presentación
Se presentan aquí los textos de tres de las cuatro conferencias centrales realizadas
en el aludido seminario que dio origen a esta publicación. Abordan ellos, algunos
de los grandes problemas socioterritoriales de la Colombia actual, como son la
guerra y los procesos de desterritorialización, la guerra y el uso alternativo de
recursos naturales, y la relación entre el conflicto y los retos de un reordenamiento
territorial del país. En su orden, estos temas son examinados por Daniel Pécaut,
Iban de Rementería y Orlando Fals Borda, reconocidos estudiosos de la sociedad
colombiana, cuyo prestigio académico me ahorra cualquier intento de presentación adicional. La cuarta conferencia, expuesta por Jaime Castro y orientada a
analizar los problemas políticos y administrativos del ordenamiento territorial en
sus diferentes niveles, no fue incluida dado que correspondía en lo fundamental al
contenido de su libro reciente sobre ese tema.
En el primer artículo, con la agudeza crítica que le es conocida y en contraposición a lo planteado por otros analistas en otros escenarios, Pécaut reúne elementos
y argumentos para señalar que en la fase actual de la guerra en Colombia se ha
entrado más bien en un proceso de "desterritorialización" del conflicto. Alega el
predominio de los procesos de desterritorialización sobre aquellos de
territorialización. Y que la lucha es sobre todo por el poder político y militar, y no
tanto por consolidar territorios. Según él, el mapa de la guerra se corresponde cada
vez menos con la presencia estable de los actores ilegales y se relaciona cada vez más
con sus objetivos estratégicos. Estos son hoy más importantes para los protagonistas
armados que los dominios territoriales. En este punto, el autor retoma lo señalado
por Camilo Echandía al plantear que los principales objetivos de las organizaciones
ilegales, en esta fase, se orientan al control de rutas de mayor importancia social y
económica, al control de zonas militares estratégicas, al control de los alrededores de
las grandes ciudades y al control de los principales polos socioeconómicos.
En concordancia con lo anterior, Pécaut afirma que el hecho de que la guerra adquiera formas territoriales no implica que la guerra se libre ante todo por los
territorios. Pone en duda la consolidación de territorios estables por parte de los
mismos protagonistas ilegales del conflicto. En cambio, valora la importancia de
los procesos de territorialización en las iniciativas de los sectores sociales que buscan sustraerse del conflicto a través de formas de resistencia civil. En esta circunstancia, indica el analista, además del territorio se acude con frecuencia a elementos y principios más universales, como los derechos humanos u otros componentes típicos del rostro normativo de la globalización contemporánea.
Provocador y polémico, pero fundamentado en una lógica coherente y en
un respetable sustento empírico, este artículo invita a los estudiosos y analistas de
la realidad nacional a continuar trascendiendo los elementos más visibles y efectistas
dei conflicto para penetrar en la comprensión de los procesos territoriales subya19
centes y en la identificación de los objetivos a corto, mediano y largo plazos de los
protagonistas del conflicto.
El segundo texto, cuyo autor es Iban de Rementería, es corto pero denso. Su
título expresa de entrada la tesis principal que se expone y desarrolla, según la cual la
guerra en Colombia expresa un conflicto por el uso alternativo de los recursos naturales, en especial del recurso suelo. A esta conclusión Uega el autor después de examinar tanto los paradigmas existentes sobre políticas públicas para el tratamiento del
problema de las drogas como las relaciones asimétricas entre las políticas agrícolas
de los países desarrollados y las delTercer Mundo.Todo ello, en un contexto en el que
las relaciones entre la guerra y el mercado son más estrechas de lo que la cotidianidad
parece sugerir. Ambos, guerra y mercado, sirven para dominar territorios y pueblos,
y subvierten las relaciones culturales tradicionales entre hombre y naturaleza, generando entre estos unas tensiones en las que los dos pierden.
Pues bien, en la interpretación del autor, de esas políticas agrícolas asimétricas
entre el centro y la periferia, y de las obvias relaciones desiguales que se crean y
reproducen, resulta una crisis agrícola estructural en la periferia que afecta a grandes masas de población rural. Al mismo tiempo, se incrementa la demanda de
drogas psicoactivas en los países de altos ingresos, situación que favorece la posibilidad de que los campesinos y agricultores se inclinen hacia una búsqueda de
alternativas menos calamitosas, aunque de carácter ilícito. Si a esta primera condición de posiblidad se agrega una segunda más concreta y localizada: la disponibilidad de suelos con características edafoclimáticas propicias para la producción de
cultivos que contengan sustancias psicoactivas, se reúnen dos componentes importantes para hacer atractiva la posibilidad del cultivo. Si a ello se agrega la abundante mano de obra, que nunca falta, se conforma la estructura competitiva básica
del negocio de cultivos ilícitos. Allí radica la gran fuerza de la argumentación construida por de Rementería.
Desde la lógica de la globalización económica contemporánea, el negocio
reúne toda la racionalidad esperable: se trata de otro de los tantos mercados febriles
que se calientan aún más en la medida en que se consolida el tan mentado y complejo proceso globalizador de los mercados. Lo lamentable de esta exacerbación de los
mercados Uícitos son las consecuencias sociales, políticas y ambientales derivadas de
la aphcación del paradigma que proclama una sociedad Ubre de drogas y que abandera
unas políticas represivas y coercitivas e ignora las lógicas globales, regionales y locales subyacentes en el negocio.
Sin duda, de Rementería presenta una argumentación lógica y contundente,
desarrollada por él en otros trabajos. Hilvana los elementos articuladores de lo
global con lo regional y local para explicar por qué los cultivos ilícitos se concentran en los países andinoamazónicos y por qué el paradigma dominante sobre el
tratamiento del problema esta condenado al fracaso, amén de las nefastas consecuencias sociales, políticas y ambientales para la región y el país.
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El tercer y último texto, elaborado por Orlando Fals Borda, centra su atención en el reordenamiento territorial del país, una de sus preocupaciones más
conocidas, como intelectual y hombre público. Esta vez elabora una visión
prospectiva y propositiva con el título de "Bases para un plan de retorno a la tierra
y a la vida".
Después de señalar que el sino de la violencia ha envuelto el devenir social,
económico y político del país, mediado por la ambición de poder y riqueza, Fals
recuerda el origen rural del conflicto y en particular las sucesivas frustraciones de
reformas agrarias precarias, parciales o reversadas. Concomitante con ello, señala la
ocurrencia del "éxodo rural" y la sucesión de políticas anticampesinas y monopólicas
de la tierra, una de cuyas consecuencias fue la aceleración de la migración a las
ciudades y el desequilibrio geopolítico interno, en favor de las grandes ciudades y en
especial de Bogotá, con lo cual en la segunda mitad del siglo XX se cambió de
manera acelerada e inestable la previa estructura territorial de la nación. Al decir del
autor, esto ocurrió en medio de una ignorancia y menosprecio por lo propio de
nuestra condición intertropical y por lo autóctono de nuestra idiosincrasia.
Pero el centro de la reflexión y propuesta del autor se dirige a cuestionar la
viabilidad del departamento como entidad territorial válida y pertinente para la
construcción de la nación. Al respecto, señala las ventanas que para superar esta
situación se abrieron con la nueva Constitución mediante la posibilidad de conformación de regiones y provincias, sin desconocer las dificultades que estos retos
demandan. Por este camino, y profundizando en la construcción amplia de tejido
social, Fals llama a un ordenamiento para la paz y la vida. Propone buscar un nuevo
equilibrio geopolítico en el interior del país y una nueva mirada a la tierra y a los
campesinos. Clama por otra visión de la función acumulativa del capital, basada en
principios ecosocialistas.
Doble conocedor de historias de regiones caribeñas y andinas, trajinado en
trabajos con comunidades rurales y urbanas, y fraguado en hostiles ambientes
académicos y políticos, Fals, en un estilo fluido y soñador, se atreve a pasar por
romántico, retando lo aparentemente irreversible, convencido de que allí, en el
propio seno de la hegemonía de "lo inevitable", se puede encontrar el secreto que
evitaría al país tantas exclusiones y conmociones.
Por tanto hay más complementariedad que rupturas en los tres textos de
este capítulo.
Gustavo Montañéz Gómez
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HACIA LA DESTERRITORIALIZACIÓN DE LA GUERRA
Y DE LA RESISTENCIA A LA GUERRA
D a n i e l Pécaut"
INTRODUCCIÓN
No todas las guerras internas contemporáneas se plantean de manera directa en
términos de territorialidad. Son muchos los casos en los cuales prevalecen más bien
referencias étnicas, religiosas o identitarias. No faltan tampoco los conflictos internos que giran, ante todo, en torno de la apropiación de recursos económicos. Sin
embargo, la dimensión territorial rara vez está ausente, sea porque movimientos
calificados como identitarios1 tienen desde el principio una base territorial, sea
porque la van conquistando en medio del conflicto por múltiples medios, entre los
cuales están los desplazamientos forzados. Esto se puede comprobar en conflictos
como los de Irlanda del Norte, Sierra Leona, Angola o Sudán, entre otros ejemplos.
Obviamente la lucha por territorios no es propia de las guerras internas
contemporáneas. Acompaña en menor o mayor grado cualquier guerra civil. Incluso se hizo muy presente en La Violencia colombiana de los años de 1946 a
1960. En las regiones, pero más que todo en los municipios o las veredas, se
conformaron zonas predominantemente conservadoras o liberales por medio de
desplazamientos forzados. Se fue definiendo de esta manera una microreparto de
la población que tenderá a mantenerse en las décadas siguientes. Varios estudios
' Colombianista francés, sociólogo, Profesor e investigador de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París; desde los años sesenta su interés de investigador lo
condujo a nuestro país. En español su primer trabajo publicado fue Política y sindicalismo
en 1973, otras publicaciones suyas como Orden y Violencia ( 1987 ) abrieron nuevas
perspectivas sobre el problema. Sucedió a Alain Touraine como Director del Centro de
Estudios de los Movimientos Sociales, y ejerció el cargo por diez años. Ha sido director de la
Revista Problémes dVlmerique latine, la principal revista francesa sobre Latinoamérica durante las últimas dos décadas. Con motivo del 133 aniversario de la Universidad Nacional,
en reconocimiento a su trayectoria, el profesor Pécaut fue galardonado con el Doctorado
Honoris Causa. En el 2001, publicó en español, el libro Guerra contra la sociedad que recoge
sus ensayos más recientes sobre el caso colombiano.
' No podemos entrar aquí en el debate sobre estos movimientos. Basta indicar que a
m p n n r l n la«; iHpnrirlaHpí cnr mác Kipn imrpTitadaS O I m p u e s t a s d u r a n t e el r n p f l i r t n
23
Daniel Pécaut
mostraron que la tendencia a la homogeneización partidaria se mantuvo o incluso
se reforzó hasta bien entrados los años de 1980.
El conflicto colombiano actual se diferencia en muchos aspectos de estos otros
conflictos. Como bien se sabe, no se puede sostener que se fundamenta en antagonismos religiosos o identitarios marcados. Tampoco se puede decir que todos los
protagonistas sean políticos. Los narcotrañcantes cuidan ante todo sus propios intereses, lo que no les impide actuar también políticamente cuando les conviene, como
fue el caso de Rodríguez Gacha y su campaña de exterminio de la Unión Patriótica
(UP) o como es el caso actual de apoyo a los paramilitares. De la misma manera,
muchas bandas urbanas pretenden ejercer control sobre barrios periféricos sin tener
mayores objetivos políticos, lo que no impide colaboración más o menos orgánica
con los actores políticos. Sin embargo, el conflicto tiende más a girar, al menos a
primera vista, alrededor de metas políticas. Las fuerzas armadas tienen metas políticas, así como los actores armados ilegales, paramilitares y guerriUas. La expansión
territorial parece el medio esencial para conseguirlas. En el caso de los actores ilegales, este proceso de expansión se cumple en gran parte por medio de desplazamientos masivos de población. Se llega a hablar ahora de tres miUones de desplazados, lo
cual da una idea de la magnitud de la guerra. No faltan los analistas que ponen el
énfasis en la creciente territorialización de la guerra. En una columna reciente de El
Tiempo, Alfredo Rangel no vacila en afirmar que en el momento presente "el centro de
gravedad del conflicto armado en Colombia es el control del territorio".
No hay ninguna duda sobre el hecho de que la guerra reviste una forma
territorial y son muchos los argumentos para sustentar la tesis de Rangel. Sin embargo, no me parece que esto implique que la guerra se libre ante todo por territorios ni mucho menos que los protagonistas armados hayan conseguido conformar territorios estables. Las fronteras entre los territorios de los unos y de los otros
no dejan de evolucionar a cada rato y de ser porosas. La mayoría de los territorios
son más bien territorios en disputa. Los protagonistas armados sólo han logrado
parcialmente asegurar la adhesión de los habitantes en las zonas que controlan. Su
poder se sostiene, en amplia medida, sobre la coacción, cuando no sobre el miedo
y el terror, lo que contribuye a la fragilidad de su dominio.
La tesis que pretendo sostener es que se ha entrado en una fase de
"desterritorialización" del conflicto. De ahí en adelante la lucha es por el poder
político y militar, la que no implica prioritariamente una apropiación de territorios
sino más bien, la canacidad de ase°urar posiciones clave r^ara cambiar los equilibrios
de fuerza y obligar al adversario a ceder terreno político, dentro de una visión de la
autonomía creciente de los actores armados en relación con la población y todo ello
en función de metas estratégicas. Tal es el argumento que voy a desarroUar en la
primera parte.
El concepto de territorialización adquiere importancia en relación con los
sectores que buscan sustraerse al conflicto. No por casualidad los fenómenos de
24
Hacia la desterritorialización de la guerra y de la resistencia a la guerra
resistencia civil que surgen en varios lugares reivindican el derecho a imponer su
propia normatividad sobre territorios delimitados y sobre la base de un consenso de
los habitantes. Sin embargo, en este caso también uno se puede preguntar hasta qué
punto tales fenómenos se pueden mantener solamente sobre una base territorial o si
más bien están abocados a hacer referencia a principios universalistas. Tal será el
argumento en la segunda parte de este escrito.
D I M E N S I Ó N REGIONAL EN LA GUERRA
Antes de entrar en materia, es necesario recordar cómo ha cambiado en los últimos años la mirada sobre la articulación entre conflicto armado y territorios. Junto con los análisis a escala nacional se han publicado muchos estudios que ponen
el énfasis en los rasgos regionales de la lucha.
Como bien se sabe, tanto por razones geográficas como por razones históricas, Colombia nunca ha sido un territorio muy unificado sobre el cual el Estado
central haya ejercido una soberanía indiscutible. David Bushnell habla de Colombia como "una nación a pesar de sí misma"; Fernán González, de "una nación en
construcción". Ambas son maneras de destacar que, a diferencia de otros países de
América Latina, no se elaboró un concepto fuerte de la unidad nacional y, en
muchos aspectos, no se alcanzó a constituir una imagen fuerte de soberanía nacional ni a desarrollarla en la práctica. Más que el Estado, los partidos tradicionales
sirvieron para establecer vínculos entre las regiones y su funcionamiento clientelista
favoreció la fragmentación de la escena política. Junto con los partidos, la Iglesia y
la religión católica se encargaron de trazar los rasgos de lo nacional.
Aunque lo jurídico siempre pretendió generar un universo normativo compartido no lo alcanzó sino de manera limitada. Más importantes eran las
interacciones del conjunto de actores que disponían de una capacidad de hacer
valer recursos de poder de cualquier tipo, legales o ilegales, basados en intereses
particularistas o en pretensiones generales, buscando apropiar segmentos del Estado y simultáneamente poniendo en tela de juicio la autoridad del Estado.Todo esto
significó la rutinización de una visión anarquista-liberal2 , con su proliferación de
intereses fragmentados y la reivindicación de formas de legitimidad que muy poco
tenían que ver con el fortalecimiento institucional3 .
2
"Anarquista" en el sentido de un consenso para poner en tela de juicio la autoridad
del Estado.
3
Nada simboliza mejor la disputa por la legitimidad que el trato dado a la rebelión
hasta hace muv DOCO.
25
Daniel Pécaut
En el primer momento, los estudios regionales sobre el actual conflicto han
subrayado la "ausencia" del Estado en un sentido material y así como en un sentido
ligado a las representaciones sociales en gran parte del territorio . Múltiples estudios
hicieron de esto un factor desencadenante del conflicto, con referencia a las diversas
zonas de colonización, mostrando que varios actores, muchos de los cuales armados, Uenaban o aprovechaban el vacío.
Después, se trató de vincular las características "estructurales" de las regiones con el conflicto. Se buscó relacionar la problemática de la colonización, de los
conflictos agrarios antiguos o recientes, de los nuevos polos de acumulación económica o de los nuevos cultivos ilegales con el auge de los enfrentamientos.
A partir de 1993-1994 se empezó a mostrar que este tipo de correlación ya
no era tan fácil de establecer. Se produjo un cambio de ingentes dimensiones en la
propiedad de la tierra, al comprarla los narco traficantes, lo que afectaba a veces
zonas hasta entonces aisladas del conflicto, como lo reveló Alejandro Reyes a principios de los años de 1990. El mismo autor subrayaba que en estas condiciones
surgió una nueva economía agraria por las compras de tierras realizadas por los
narcotraficantes pero que, en últimas, el conflicto obedecía más y más a la búsqueda del control territorial por los actores armados. En la misma fase, la violencia
empezó a extenderse a regiones como la cafetera por la crisis que afectaba la economía del sector cafetero.
¿Será que a través del conflicto se van configurando nuevas relaciones locales de poder que conllevan la estructuración de ciertos territorios donde hasta el
momento prevalecía una falta de conciencia de pertenencia regional? Tal hipótesis
fue formulada, a propósito del noreste y del este antioqueño, por Clara Inés García,
teniendo en cuenta el surgimiento de movimientos sociales y la posibilidad de que
los actores armados se encargaran de las reivindicaciones locales4 . Era una pista
muy sugestiva. Sin embargo la hipótesis no tiene la misma validez una vez que
estos actores golpean a la propia población y provocan múltiples desplazamientos
forzados. Además, la dimensión propiamente militar del conflicto tomó mucho
más impulso.
De hecho, desde hace algún tiempo estamos presenciando el predominio
de los objetivos estratégico-militares de ámbito nacional en detrimento de la construcción de formas estables de poder local. Lo regional ya no se puede aislar del
panorama nacional y son muchas las acciones, como el saboteo de las
infraestructuras o los secuestros, que no están vinculadas directamente con la expansión territorial de los contrincantes.
4
"Territorios, regiones y acción colectiva: el caso del Bajo Cauca antioqueño". Renán
Silva (ed.), Territorios, regiones, sociedades. Bogotá: CEREC, 1994, pp. 123-136.
26
Hacia la desterritorialización de la guerra y de la resistencia a la guerra
TERRITORIALIDAD, CONTROL TERRITORIAL, CONTROL ESTRATÉGICO
E INFILTRACIÓN TERRITORIAL
La referencia a la territorialización tiene connotaciones diferentes según los objetivos que se persigan.
1. Utilizo el término de territorialidad para aludir a situaciones en las cuales
un actor armado tiende a ejercer un monopolio de la fuerza sobre una zona dada
y a imponer sus normas sobre los habitantes sin necesidad de acudir prioritariamente
a la coacción, consiguiendo cierto apoyo de la sociedad, sea por razones "ideológicas" o por razones relacionadas con los intereses de estos habitantes.
2. El control territorial sólo implica la capacidad de uno u otro actor armado de mantener, por la fuerza o medios indirectos (y eso incluye la presión sobre
el personal político), un dominio más o menos estable sobre una zona sin que esto
implique la formulación de normas reconocidas y, menos aún, la adhesión de
sectores importantes de la población.
3. El control estratégico forma parte de las lógicas de guerra. Lo que cuenta
no es prioritariamente la influencia que permite ejercer este control sobre la población sino las ventajas que asegura para la conducción de la guerra. El carácter
estratégico deriva de la posición geográfica de un espacio (control de rutas, zona
de retaguardia o punto de partida de operaciones militares) y de los recursos económicos que ofrece.
4. La infiltración territorial significa una presencia ocasional o "capilar" de
los grupos armados dentro del conjunto del manejo de la guerra.
Estas distinciones no tienen sino una pretensión descriptiva. No existe una
separación completa entre las varias situaciones. A medida que se expande la guerra, las distinciones se vuelven cada vez más frágiles.
Han existido y siguen existiendo zonas de territorialidad en sentido fuerte.
Las guerrillas consiguieron durante cierto tiempo, y a veces hasta el presente, fortalecer una verdadera territorialidad en ciertas regiones. En el caso de las Farc, la región
de Sumapaz o ciertas zonas de Tolima, Huila o Caquetá han estado desde hace varias
generaciones bajo su influencia. Los comportamientos, la administración de la justicia, las representaciones sociales han estado vinculados con esta presencia. Más al sur,
en Caquetá, Putumayo o Guaviare, la expansión de los narcocultivos implicó también cierta aceptación de las Farc por parte de los habitantes ya que éstas aseguraban
una protección a los cultivadores y cierta regulación del mercado. Esto podía ir a la
par con la adhesión al discurso de la guerriUa pero se trataba también de una relación
instrumental dentro de una lógica que se asemeja a la lógica de protección que
describe Diego Gambetta en su análisis de la mafia siciliana5 . Un poco diferente es el
caso de las zonas bajo influencia más o menos antigua del ELN, en el Magdalena
s
The Sidlian Mafia, the Business of Private Protection. Cambridge: Harvard University Press,
1993.
27
Daniel Pécaut
Medio, en Norte-Santander o en Arauca por los esfuerzos frecuentes de esta organización por establecer vínculos fuertes con las "comunidades", a veces con el apoyo
de la Iglesia local.
Algunos estudios recientes revelan que esta forma de territorialidad se abre
camino también entre los paramilitares. Marco Romero describe que en algunas
zonas de Urabá y Córdoba consiguieron el apoyo de la población desarrollando
programas organizativos y sociales de bastante amplitud. Desde que conquistaron
a la fuerza la ciudad de Barrancabermeja, al costo de más de 400 muertos y de la
salida de muchos habitantes, parecería que estuvieran también imponiendo normas y programas con cierta acogida en parte de la población.
Incluso en estos casos, la lealtad de los habitantes no necesariamente está
asegurada. Después de las grandes marchas "cocaleras" de 1955-1996, se hizo sentir
el cansancio de los colonos hacia las consignas de las Farc. Las protestas recientes
contra las fumigaciones, si bien confirieron nuevamente a las Farc el papel instrumental como protectores, no necesariamente conllevaron una sumisión completa
hacia ellas. Los habitantes aprovechan a menudo las elecciones para expresar su inconformidad con sus protectores. Cuando las guerrillas dieron consignas de boicoteo en 1997, tal inconformidad fue muy patente. En las más recientes elecciones
presidenciales no fueron pocos los habitantes de las zonas de territorialidad guerrillera que votaron a favor de Uribe y los de territorialidad paramilitar que votaron a
favor de Serpa.
De todas maneras, en los tiempos recientes la situación ha evolucionado bastante. El número de regiones en disputa entre los actores ilegales se ha vuelto siempre mayor, lo que impide el fortalecimiento de cualquier territorialidad. Por su parte,
la modernización de las fuerzas armadas implica una mayor dificultad, al menos en
el caso de las guerrülas, para consolidar zonas de "ilegalidad institucionalizada".
H A C I A LA DESTERRITORIALIZACIÓN DE LA GUERRA
Durante los últimos tres años la guerra se ha extendido en gran medida al conjunto
del territorio nacional. Son muy pocas las zonas que escapan a su impacto. Los estudios de Camilo Echandía así lo demuestran.
Lo nuevo es el hecho de que los actores armados ilegales han dado pruebas
de que pueden golpear fuera de sus anteriores zonas de presencia, hasta en las
zonas de mayor control de sus adversarios.
Lo más espectacular desde 1999-2000 ha sido el crecimiento geográfico de
los paramilitares. Lograron establecerse en regiones corno Putumayo, Arauca y Norte
de Santander que, hasta ahora, eran más bien territorios de las guerrillas. Llevaron
a cabo acciones sistemáticas contra los antiguos baluartes del ELN en el Magdalena
Medio. Conquistaron, como ya se ha anotado, hasta la ciudad de Barrancabermeja
a principios de 2001 a pesar de sus tradiciones de lucha sindical y de presencia de
los grupos guerrilleros.
28
Hacia la desterritorialización de la guerra y de la resistencia a la guerra
Si durante el "proceso de paz", las Farc no sufrieron un retroceso militar tan
acentuado como el ELN, no dejaron de ceder terreno en muchas regiones. Es probable que la concesión de la zona de despeje haya contribuido a su relativo debilitamiento territorial por la necesidad que tuvieron de concentrar fuerzas importantes para proteger una zona en la cual estaba su Estado-Mayor, guardaban parte
de los secuestrados y acogían a multitud de visitantes. Sin embargo, el retroceso
puede ser momentáneo. Las Farc han hecho recientemente muchos esfuerzos para
recuperar zonas estratégicas o fortalecerse en ellas, en particular a lo largo de la
costa Pacífica y de zonas fronterizas del noreste colombiano o de la región
amazónica. Además, siguen esforzándose para retomar el control de los corredores
hacia Urabá.
Por su lado, las fuerzas armadas han mejorado bastante su capacidad operativa
gracias al fortalecimiento de sus unidades móviles, a sus nuevos medios de observación y de inteligencia, a su dotación de helicópteros y lanchas rápidas.
El primer argumento para sostener la tesis de la progresiva desterritorialización
de la guerra es que lo más significativo del conflicto se libra a menudo fuera de las
zonas de fuerte control de los contrincantes y con base en mayor movilidad. De ahí
la conformación acelerada de unidades móviles tanto en las fuerzas armadas como
en las guerrillas.
Otro argumento muy importante es que el mapa de la guerra se corresponde cada vez menos con la presencia estable de los actores ilegales y está relacionado
cada vez más con sus objetivos estratégicos. Retomando los análisis de Camilo
Echandía, estos objetivos son, ante todo, el control de rutas de mayor importancia,
el control de zonas militares estratégicas, el control de los alrededores de las grandes ciudades y el control de los principales polos económicos.
Dentro de la primera categoría figuran las rutas hacia el Pacífico, por las
exportaciones de droga y las importaciones de armas, así como las que van hacia
las zonas fronterizas con Venezuela o los países amazónicos. La lucha de las Farc
por consolidar corredores que van del Caguán a la costa Pacífica, pasando por
Cauca y Nariño, es parte de este objetivo; así como la lucha de los paramilitares
por asentarse en los municipios limítrofes de Tumaco. Las Farc y los paramilitares
se disputan las rutas hacia el Urabá chocoano.
El nudo de Paramillo como lugar ofrece el mejor ejemplo de una posición
militar de valor estratégico ya que controla el paso hacia el norte antioqueño y la
costa atlántica. Los paramilitares y las Farc llevan varios años enfrentándose por
controlarlo.
En cuanto a los alrededores de las grandes ciudades, se han vuelto cada vez
más objetivos de los dos bandos, empezando por las tres mayores metrópolis.
Aunque el fenómeno no es totalmente nuevo para las guerrillas, a pesar del crecimiento de sus acciones en estas zonas, lo es en mayor medida en el caso de los
paramilitares: éstos se han hecho presentes en los municipios cercanos a Bogotá y
Cali v han tratado de infiltrarse en Medellín con el a^ovo de las milicias.
29
Daniel Pécaut
Queda el último objetivo: el del control sobre polos económicos, como las
zonas petroleras o de minería, de agricultura capitalista y de cultivos de droga.
Tampoco el fenómeno es nuevo, pero la pelea entre los dos bandos para conseguir
el dominio de estas zonas ha alcanzado niveles hasta ahora desconocidos, sobre
todo en los municipios que albergan los cultivos o el tráfico de coca. Basta mirar la
ferocidad del conflicto en zonas como la Serranía San Lucas, Tibú, Mapiripán u,
otra vez, los alrededores de Tumaco, para citar solamente unos casos. A pesar de
todo, la economía ilegal sigue constituyendo en amplia medida el trasfondo de la
guerra.
Pero la guerra no se reduce a la búsqueda de control militar sobre zonas
específicas. Desde hace algún tiempo se ha producido la degradación de los métodos de guerra de los actores armados ilegales, que expresa una modalidad más
radical de desterritorialización.
En el caso de los paramilitares, acometer masacres o asesinatos selectivos no
siempre obedece a meros cálculos locales. Es obvio que, después de la aniquilación
de la UP, la continuidad en los asesinatos de sindicalistas, líderes campesinos, defensores de los derechos humanos, está vinculada a planes políticos de mayor
amplitud que, como en el pasado, implican la participación de otros sectores,
desde ciertos militares o exmilitares hasta políticos locales.
En el caso de las guerrillas, sabotear las infraestructuras, volar los oleoductos, hacer explotar carrosbomba tiene también un alcance mucho más general que
el del fortalecimiento regional. Los costos para la economía nacional de los actos
del primer tipo, la inseguridad que resulta de los actos del segundo tipo, forman
parte de una estrategia política de conjunto. La "ley 002" y la práctica del secuestro, ya no con blancos predefinidos sino al azar de los retenes en las carreteras,
también apuntan a la generalización del clima de inseguridad.
El secuestro de políticos de alto o mediano rango, como ha ocurrido desde
hace un año, remite —más allá de la reivindicación de una "ley de canje"- a tácticas
de desestabilización política. En los últimos meses se ha dado un paso más en este
sentido: constituye las amenazas sistemáticas a los alcaldes y concejales municipales para que renunciaran. Más de 200 alcaldes han tenido que plegarse más o
menos abiertamente; incluso los alcaldes de las metrópolis están bajo la misma
amenaza. Está de por medio la tentativa de crear un vacío de poder que despeje el
camino hacia un debilitamiento mayor de las instituciones.
En estas condiciones, el análisis en términos de "territorialización" se vuelve
muy problemático. En las zonas estratégicas, los actores armados ilegales no pretenden o no pueden asegurar el consentimiento de la población ni promover normas
estables. Puede ser que individualmente parte de los habitantes, por razones de intereses, de supervivencia o de necesidad de protectores, acepten su presencia pero sin
que esto signifique adhesión total. De aUí, reitero, que los análisis en términos de
"territorialización" se vuelven insuficientes dado que son muchos los objetivos estratégicos que no implican la búsqueda de un control territorial estable.
30
Hacia la desterritorialización de la guerra y de la resistencia a la guerra
Esto es sólo una manera de subrayar la autonomía de la dimensión militar y
política del conflicto. Desde la ruptura del proceso de paz de Pastrana, la cuestión
es saber cómo va a evolucionar el equilibrio de fuerzas y cómo se Uegará a replantear, tarde o temprano, otro proceso de negociación.
El equilibrio político juega actualmente en contra de las guerrillas. Incluso
antes de la ruptura del proceso de paz, las guerrillas gozaban de apoyo reducido en
el plano nacional. Con la ruptura del proceso, perdieron todavía más apoyo ya que
la opinión las responsabilizó del fracaso. Se produjo una tendencia a la polarización política en contra de ellas, de la cual se beneficiaron las Fuerzas Armadas y los
paramilitares, hacia los que creció una actitud de tolerancia en muchos sectores.
Lo militar pasó entonces al primer plano. El gobierno de Uribe no esconde su
convicción de que solamente el fortalecimiento de las fuerzas armadas es capaz de
Uevar a una negociación en serio. Por su lado, las guerrillas parecen opinar que se
podrá Uegar en un momento dado a una situación de desgaste del gobiemo o de
desgaste de las Fuerzas Armadas susceptible, de convencer a la opinión pública de
que no hay salida fuera de una negociación política, no importa en qué condiciones.
MICROTERRITORIALIDAD Y POROSIDAD DE LAS FRONTERAS
Hasta ahora nos hemos ubicado principalmente en el nivel nacional. Sin embargo,
el tema de la desterritorialización se aplica también en el plano local. Uno de los
fenómenos más visibles es la microterritorialización de los actores armados ilegales. Ahora son muchas las regiones en las cuales una vereda está en manos de uno
de ellos, y la vereda vecina del lado del otro. Esto acontece en Putumayo, Nariño,
Cauca, Santander y otros departamentos. Y puede significar períodos de
enfrentamientos agudos y periodos de relativa coexistencia pacífica. En un departamento como Putumayo, epicentro de los cultivos de coca, al menos hasta antes
de las fumigaciones, son muchos los ejemplos de veredas vecinas en las cuales los
contrincantes se dedican ante todo a su actividad económica sin que se produzca
durante meses el menor combate.
No faltan tampoco los casos en los cuales las Fuerzas Armadas y los
paramilitares reinan sobre las cabeceras municipales mientras las guerillas controlan el monte; esta situación es frecuente en el Magdalena Medio. San Pablo, en el
Departamento de Bolívar, es un ejemplo de tal reparto territorial. Esto puede acontecer también en las metrópolis. En Medellín, algunos barrios periféricos están en
manos de los paramilitares, otros en manos de las milicias ligadas a las Farc. En
Bogotá, la división atraviesa una zona como Ciudad Bolívar.
En estas condiciones, es difícil seguir hablando de fronteras. En muchas
regiones, las fronteras se vuelven fluidas, cambiantes, porosas, invisibles. Son los
acontecimientos (masacres, asesinatos, amenazas, desplazamientos forzados) los
que las definen, pero sin que se pueda saber de antemano en dónde se van a
producir.
3i
Daniel Pécaut
La guerra es también una guerra de proximidad. No pocas veces los habitantes descubren caras de jóvenes conocidos entre los guerriUeros o los paramilitares
que incursionan en el pueblo. Muchas narrativas de masacres empiezan ritualmente por "ese día, ellos llegaron". No es preciso decir quiénes son; mejor no nombrarlos, pero no hay duda sobre su identidad.
Hace también parte de la guerra de proximidad la experiencia traumática
de los "informantes" o de los "sapos". Se adivina que en la mayoría de los casos se
trata, bien sea de vecinos, bien sea de miembros de uno de los bandos en armas
que se pasaron del otro lado.
En un escrito anterior, traté de describir las consecuencias que conlleva el
hecho de estar sometido al miedo o incluso al terror6. Subrayaba ya el efecto de
desterritorrialización que deriva del debilitamiento de los vínculos sociales por el
ambiente de desconfianza. Me refería después a la "destemporalización" para aludir a la desestructuración de la relación con el futuro en una situación en la cual
prevalece, por un lado, la imprevisibilidad de los acontecimientos y, por el otro, la
sensación de una historia repetitiva. Mencionaba finalmente la "des-subjetivación"
o dificultad de asumirse como sujeto de su propia trayectoria de vida.
No se trata de volver sobre estos puntos. Pero parece importante destacar
que para muchos de los que padecen las consecuencias de la guerra, el territorio
como "trama social", según la expresión de Arendt7, aparece como un territorio
varias veces "perdido". Fue perdido durante la violencia de los años de 1950, lo fue
nuevamente durante las trayectorias migratorias, lo vuelve a ser por la guerra actual. No siempre tiene sentido contrastar el caso de los desplazados con el de los
habitantes que logran quedarse. Estos últimos están enfrentados a las mismas condiciones de incertidumbre, descomposición social y precariedad económica que
los primeros. Para ellos también se desdibuja el sentido de "territorialidad" como
espacio simbólico-normativo.
Tampoco los desplazamientos forzados apuntan de manera general a "homogeneizar" a los habitantes en función de sus simpatías políticas, como aconteció durante la violencia anterior; aun cuando esto puede haber ocurrido en algunos casos. Se dice, por ejemplo, que en Urabá los paramilitares favorecieron la
llegada de personas "seguras" para sustituir a otras. Sin embargo, no es una situación muy frecuente. El propósito de los desplazamientos no es poblar ciertos espacios con "amigos" sino, una vez más, controlar zonas estratégicas.
Volviendo a las estrategias de los actores armados, éstas revisten obviamente
una expresión territorial. Pero luchar por el territorio es más bien una lucha por
recursos de poder, incluso por el poder, y por ende se procura neutralizar las bases
6
"Las configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un contexto de
terror". Revista Colombiana de Antropología 35, enero-diciembre 1999, pp. 8-35.
7
L'impérifllisme. Paris: Fayard, p. 276.
32
Hacia la desterritorialización de la guerra y de la resistencia a la guerra
de poder de los otros contrincantes. La presión o las amenazas sobre el personal
político forman parte de esta realidad.
Debo añadir tres planteamientos más. Ya mencioné el primero. Lo propio del
conflicto colombiano es que entraña muy pocos componentes de lo que Mary Kaldor
denomina "política de identidades"8 . No es que los contrincantes no se diferencien
por sus metas sociales y a veces por las "huellas históricas" y por la memoria de la
que son portadores, pero sólo consiguen en una medida muy reducida
instrumentalizar identidades ya constituidas y no logran generar nuevos fenómenos
identitarios. Esto ha acontecido durante los últimos años con las bandas barriales de
MedeUín: una permanente metamorfosis de su organización y de sus orientaciones
vale para la articulación de amplios sectores con los principales grupos armados.
Dificilmente pueden surgir formas de territorialidad en ausencia de lógicas identitarias.
El segundo planteamiento tiene que ver con otra modalidad de microterritorialización: la dispersión territorial de los actores ilegales. No son ejércitos
siempre coordinados en función de los objetivos estratégicos. Hasta ahora parecería que las Farc hayan preservado un grado bastante elevado de coordinación en
cuanto a mayores operaciones militares, pero no faltan los índices del relajamiento
de la coordinación tratándose del manejo de las fuentes de financiamiento y, a
veces, de actuaciones inconsultas a pesar de su impacto potencial, como la demora
en liberar a los tres rehenes alemanes el año pasado. En cuanto a los paramilitares,
la tendencia hacia la autonomización de los frentes no viene de ahora ya que desde
siempre conformaban más bien una federación muy floja. La crisis que atraviesan
las AUC desde hace varios meses bien podría llevar a una amplia fragmentación de
los grupos y favorecer todavía más el carácter "societal" del paramilitarismo, es
decir la autoorganización paramilitar de amplios sectores y su intervención "capilar" en la guerra. El aspecto político-social tomaría la prioridad sobre los objetivos
territoriales.
El último planteamiento está relacionado con la creciente intemacionalización
del conflicto intemo. Dada la importancia de las redes de tráfico internacional en la
duración de la guerra, esta dimensión internacional está presente desde el comienzo.
Adquiere más peso con la intromisión creciente de Estados Unidos desde el Plan Colombia, con la reorientación neoliberal de la economía o con el papel de las redes de
ONG, entre otros factores. El ámbito del concepto de la noción de soberanía nacional se
va transformando, lo cual induce al mismo tiempo un cambio en la aprehensión y en
las implicaciones de la noción de territorio. Más que la territorialización, están en
juego las interacciones entre múltiples redes, a la vez locales e internacionalizadas.
' Las nuevas auerras-violenda organizada en ia era global. Barcelona: Tusquests Editores, 2001.
33
Daniel Pécaut
TERRITORIALIDAD Y RESISTENCIA CIVIL
Queda una última pregunta: ¿hasta qué punto no se están produciendo nuevos fenómenos de territorialidad a través de los fenómenos de resistencia civil?
En la fase reciente, se han dado múltiples ejemplos de tal resistencia, desde
las comunidades de paz de Urabá hasta el Programa del Magdalena Medio y los
intentos para aplicar este último modelo en otras regiones. Al lado de estos casos
conocidos, no han faltado otros menos conocidos de municipios o veredas que se
esforzaron por hacer reconocer su derecho a la "neutralidad" en medio del conflicto. En el último año hemos presenciado los intentos de las comunidades indígenas, que desde hace rato aspiran a preservar su autonomía frente a los actores
armados, para organizarse y rechazar las incursiones de estos actores.
Son muchas las diferencias entre estas varias iniciativas. En el caso de los indígenas, el referente identitario es fundamental; no ocurre lo mismo en otros casos. A
veces la meta no es más que la protección de los participantes, en otros incluye
también proyectos productivos y de democratización. Lo que tienen en común casi
siempre es el énfasis sobre la territorialidad en un sentido fisico y simbólico.
Casi siempre la resistencia empieza proclamando fronteras, es decir, delimitando la
zona de "paz" y la zona de "guerra", la zona de "nosotros" y la zona de los "otros". No
obstante, tal división no se corresponde de ninguna manera con un criterio'' amigo-enemigo'',
además porque la mayor parte de las veces su aceptación supone más bien transacciones con
los grupos en armas. Se trata de un proceso de construcción de una "diferencia" y la ambición
de hacer reconocer este derecho a la diferencia. Esto se vuelve más importante en
las circunstancias en las cuales no está presente de antemano un referente
identitario. La frontera simbólica se vuelve una manera de decir quién hace parte
del "nosotros". Pero lo más importante es la definición de una regla común de
obligatorio cumplimiento para los miembros. Los pueblos indígenas reconocen
la autoridad del cabildo. Las comunidades de paz de Urabá tienen una reglamentación detallada que sirve para constituir la comunidad como tal.
Los sociólogos de las organizaciones subrayan la conformación de tales
reglas como requisito de la acción colectiva9 . Con mayor razón dichas reglas
son importantes en situaciones de mucho peligro en las cuales existe el riesgo de
que individuos escojan el camino del exit, para retomar la tipología de Hirschman.
Dado que los actores armados acuden a la coacción para imponer sus propias
reglas, la adopción de reglas en las comunidades de resistencia equivale a elaborar un pacto social libremente adoptado, mejor dicho de autonomía, en el sentir\ /-» of"í m r i l n n i r r v «Hcil f o r m
inn
Desde este punto de vista, la referencia a la territorialidad reviste tres sentidos: espacial, organizacional y simbólico. Aunque lo espacial es la concreción de
9
En francés, uno de los mejores libros al respecto es el de lean-Daniel Reynaud. Les
regles du jeu, 1'action collective et la régulation sociale. Paris: Armand Colin, 1989.
34
Hacia la desterritorialización de la guerra y de la resistencia a la guerra
los otros dos aspectos, conlleva de entrada el rechazo a la desterritorialización
inducida por la guerra. Sería una ilusión creer que puede haber una territorialidad
que se sostenga por sí misma.
Ya mencioné que la búsqueda del derecho a la autonomía implica generalmente transacciones con los actores armados para que acepten un modus vivendi con ellos. En el nordeste
antioqueño se buscó hace un año un acuerdo con el ELN sobre la supresión de los puestos de
policía para llegar al reconocimiento del derecho a la autoorganizadón. Ocurrió lo mismo en
otros casos.
Tanto para la definición de las reglas colectivas como para la búsqueda de un modus
vivendi con los actores armados, el papel de intermediarios es de la mayor importancia.
Puede ser poco visible en el caso de los pueblos indígenas, pero no lo es en los otros casos.
Basta citar el rol de la Iglesia al respecto, tanto en Urabá como en el Magdalena Medio.
Además, tales intermediarios son a menudo indispensables para tratar de conseguir la luz
verde de las autoridades nacionales o regionales que no siempre ven con buenos ojos la
mención de una "neutralidad" que no se corresponde con su aspiración a tener el monopolio
de la legitimidad.
De esta manera ya se sale de una noción estricta de territorialidad. Pero es
necesario dar un paso más: muchos de estos intentos de resistencia no se pueden
sostener sin el apoyo de organizaciones internacionales; en primer lugar de las
ONG o de la Iglesia. Hasta ahora, ei balance de muchos de los intentos de resistencia es bastante trágico. Muchos han sido los muertos. Sin embargo, su alcance no
deja de ser significativo, concreta y simbólicamente, pero precisamente en la medida en que no basta con recobrar una visión en términos de territorialidad.
Puede parecer una paradoja pero lo cierto es que tales iniciativas son las que más
están abocadas a ubicarse en el horizonte de la globalización, y más articuladas a la movilización local. El papel de los "advocacy networks"10 es, entre otros, asumir intemadonalmente
la voz de los que difícilmente alcanzan a hacer oír la suya, y tratar de influir en el comportamiento de los actores internos.
De manera general, los movimientos de resistencia no pueden prescindir de un discurso legitimador de validez universalista; frente a los actores,
abandonan cada vez más cualquier argumentación que apunte a justificar sus
actuaciones. Acudir de nuevo a un discurso de validez global es la manera de
vincular la pretensión a la autonomía con el lenguaje, que Kant califica de
"cosmopolita".
Sería una ilusión creer que, frente a la desterritorialización de la guerra, se
podría pura y sencillamente inventar nuevas modalidades de "territorialidad".
Aunque la guerra sigue encerrada en gran parte del territorio nacional, la resistencia no puede desarrollarse sino aprovechando normas del mundo globalizado.
10
Margaret E. Keck y Kathryn Sikkink. Activists Beyond Borders, Advocay Networks in
International Politics. Ithaca y Londres: Cornell University Press, 1998.
35
Daniel Pécaut
CONCLUSIÓN
Afirmar que la guerra entre los actores ilegales es territorial no significa que gire en
su conjunto alrededor de la conformación de un control estable sobre territorios ni,
menos, sobre la construcción de poderes regionales consolidados. La dimensión
militar y política de la confrontación se está fortaleciendo cada vez más, lo que va a
la par con la lucha por el control de zonas estratégicas pero también con el
desdibuj amiento frecuente de las relaciones con la población y con la desaparición
de fronteras más o menos claras. En este sentido me parece que se justifica hablar de
desterritorialización.
Queda por ver si d Estado estará en capaddad de ensanchar por su cuenta su presenda
en d territorio nadonal. No se trata solamente de un problema militar, sino más bien de una
presenda coordinada dd conjunto de las institudones, así como de su rdegitimizadón. En un
país cuya cultura política desde hace tiempo ha estado basada más bien en la desconfianza
hada las instituciones, esto es una tarea a largo plazo.
En la actualidad se vudve a hablar de descentralizadón y de reordenamiento territorial. Desde la Constítudon de 1991, se han dado muchos pasos hacia la descentralizadón,
con resultados a veces discutibles. Sin embargo, no faltan ejemplos como Bogotá y algunas
otras dudades que demuesttan que un buen manejo institudonal es susceptible de favorecer la
convivenda dudadana.
Bien puede ser que en un momento dado tales medidas puedan sentar las
bases de un nuevo sentido de territorialidad e impulsar nuevas iniciativas para
atenuar el conflicto. La "territorialidad" de los movimientos de resistencia civil
parece caminar en este sentido. Pero no se puede pensar que baste para llegar a una
salida negociada del conflicto. El verdadero desafio es convencer a todos de que el
fortalecimiento de las estructuras locales implica el fortalecimiento de las instituciones nacionales y, más allá de eso, que el fortalecimiento de la sociedad civil
implica el del Estado.
36
LA GUERRA EN COLOMBIA: UN CONFLICTO POR EL USO
ALTERNATIVO DE LOS RECURSOS NATURALES
Iban de Rementería*
T E R R I T O R I O , DROGAS Y GUERRA 1
Los paradigmas sobre las drogas
El asunto de las drogas está definido como problema a partir de los paradigmas
que se emplean para interpretar las causas de su uso indebido e intervenir su
consumo abusivo. Los principales paradigmas sobre las drogas son la sociedad
libre de drogas versus la reducción del daño; el paradigma estadounidense versus
el paradigma europeo. El paradigma estadounidense impuesto planetariamente
por medio de las convenciones internacionales y gestionado por el sistema de las
Naciones Unidas, desde la perspectiva criminal, propone que la única manera de
controlar el problema es impidiendo el consumo con la prohibición de su provisión y el castigo penal a la transgresión de tal mandato, a lo que se agrega el castigo
penal al consumo. El paradigma de la minimización del riesgo por el uso indebido
y la reducción del daño por el consumo abusivo, desde la perspectiva sanitaria,
propone —en primer lugar— promover la abstinencia del consumo de drogas; —en
segundo lugar— recomienda formas de consumo y sustancias que minimicen el
riesgo sanitario por tal conducta, como se hace en Occidente con la ingestión de
alcohol y, finalmente, recomienda tomar medidas sanitarias para compensar el
daño causado por el empleo de las drogas, como se hace con cualquier enfermedad crónica. El principal objetivo de este paradigma es evitar la marginación social
y sanitaria de la población vulnerable en situación de riesgo y de la población
* Profesor del curso Sociedad y Medio Ambiente, Facultad de Ciencias, Universidad
de Valparaíso, Chile; miembro del directorio de la Corporación Ciudadanía y Justicia, Santiago de Chile; ex funcionario en el área drogas de las Naciones Unidas.
1
Esta conferencia sintetiza, en parte, el libro La guerra de las drogas. Bogotá: Planeta,
37
Iban de Rementería
víctima del abuso de drogas, con la finalidad de institucionalizar las relaciones
entre estas poblaciones y los sistemas de prevención y asistencia sanitaria y social.
Pese a la creciente demanda internacional de sustancias psicoactivas, la represión planetaria ha impedido el desarrollo de una industria farmacéutica ilícita
para satisfacer esa demanda. Esta oferta fue sustituida por una producción agrícola
ilícita de sustancias psicoactivas naturales de inmemorable existencia en la cultura
universal. Esto determinó que los cultivos ilícitos de drogas se expandieran en
aquellas regiones que contaban con las ventajas comparativas naturales y con las
condiciones económicas y sociales propicias: la crisis agrícola del tercer Mundo,
en particular de la región andino-amazónica.
L A CRISIS AGRÍCOLA
Las políticas agrícolas de los países desarrollados, pertenecientes a la Ocde 2 , basada en los subsidios a la producción y exportación de los productos agropecuarios
y sus derivados, así como la protección en frontera a la producción proveniente
de países con ventajas comparativas naturales o económicas y sociales —flexibilidad laboral y ambiental—, situados en el Tercer Mundo, son la principal causa del
deterioro ambiental mediante la explotación extensiva de los recursos naturales
para minimizar costos. De la tala de los bosques, sólo el 11 % se debe a la extracción de madera; el resto se debe a la agricultura y ganadería depredadoras de los
recursos naturales, pero económicamente eficiente en el mercado. Asimismo,
esas políticas agrícolas de los países desarrollados y sus impactos locales en los
países en desarrollo son la causa de la instalación y expansión de los cultivos
ilícitos para maximizar las ganancias en el uso de esos recursos naturales, del
trabajo y capital disponibles localmente.
L A GUERRA Y EL MERCADO
La guerra y el mercado son formas e instituciones de circulación de bienes (LéviStrauss3). La guerra y el poder también pueden ser vistos como formas de circulación o acceso a derechos como la independencia política y personal o la autonomía social y cultural, así como el acceso a los recursos naturales, al trabajo y al
capital. El conflicto social y el poder, el derecho penal y la guerra son las expresiones de los conflictos entre la sociedad y el Estado (Clastres4).
2
Organización de los países desarrollados, conformada por los miembros de la Unión
Europea (los 15), Estados Unidos de América, Japón, Canadá, Australia y Nueva
Zelanda.
3
Claude Lévi-Strauss. "Guerre et commerce chez les Indiens de l'Amérique du Sud".
Renaissonce, vol. I, New York, 1993, pp. 136-138.
4
Pierre Clastres. Investigaciones en antropología política, Barcelona: Gedisa, 1981, p. 199.
I 38 |
La guerra en Colombia: un conflicto por el uso alternativo de los recursos naturales
¿Qué es la guerra?
En sí misma o por su naturaleza, la guerra es el uso racional o ritual de la violencia
para resolver conflictos; la violencia es el uso del dolor para doblegar la voluntad
del otro. La guerra se emplea para dominar territorios -tradición occidental- o
para dominar pueblos -tradición oriental. La primera forma de dominio se apropia de los recursos naturales para someter el trabajo a la producción con aquellos.
El sometimiento legal —servidumbre o esclavitud— o la subordinación económica
de los hombres -trabajo asalariado o subcontrato— permite la utilización de su
fuerza de trabajo en la explotación de los recursos naturales.
En su forma más tradicional, la relación entre hombre y naturaleza es de
alteridad. En esta las culturas tradicionales ven la naturaleza como lo otro con lo
cual están en una perpetua relación de intercambio de dones: lo sagrado es
sacralización de la naturaleza5. Sin embargo, hay un momento fundacional ¿fundacional de la cultura occidental?— en el cual la naturaleza es convertida en
territorio por el acto de dominio resultante de la guerra o afirmado, defendido,
mediante la guerra; pero en ese momento la naturaleza es puesta como "aquello",
es convertida en propiedad, es decir, distinta de su tenedor y enajenable. En el
derecho romano la autoridad sobre las personas estaba instituida por la potestas
(hombres) y el monus (las mujeres), mientras que la autoridad sobre las cosas estaba instituida por el dominio. El dominio sobre la naturaleza crea el territorio, que
siempre indica pertenencia o propiedad: a partir de ese momento naturaleza y
territorio son dos cosas completamente distintas. Para el guerrero, el territorio es
primero el teatro de la guerra y luego su botín.
¿Qué es el mercado?
El mercado es la institución de la concurrencia de los bienes y servicios, de los
valores que los representan, etc. La participación de esos bienes y servicios depende su capacidad de satisfacer necesidades, de su función de utilidad, ese es su valor de
uso; en cambio, su capacidad de sostenerse en el mercado (sostenibilidad) depende de su precio, de la racionalidad en el empleo de factores empleados en su
producción e instalación en el mercado, de su valor de cambio.
Drogas y mercado
La pregunta que debe plantearse para iniciar un examen sobre la droga es ¿qué da
la droga? No se trata de preguntar por qué se emplea la droga, sino para qué se usa
la droga, es decir, cuál es su función de utilidad, qué le resuelve al usuario su uso,
cuál es el valor de uso que convierte la droga en una mercancía.
5
Lynn White. "The Historical Roots of Our Ecologic Crisis". Science, vol. 155, No.
3.767, pp. 1203-1207.
39
Iban de Rementería
Los principales usos sociales y sanitarios de las drogas, como prácticas de
autocuidado, son la respuesta al carácter ansiógeno de la sociedad contemporánea;
tanto es así que los medicamentos más vendidos en el planeta son los remedios
contra la úlcera gástrica y los ansiolíticos. En general, desde una perspectiva cultural, entendida ésta como la construcción de maneras de resolver problemas a partir
de los medios con que cuentan los miembros de una sociedad y cultura específica,
los usos de las drogas son tres: el uso funcional de estimulantes (café, té, cacao, cocaína, anfetaminas, éxtasis, etc.) en la vida laboral para mantener la atención, permanecer alerta, evitar el sueño, autocuidarse en el trabajo, los estudios, la vida social,
etc., así como el uso de calmantes para lograr el reposo necesario y recuperar las
energías para continuar la vida cotidiana (alcohol, benzodiacepinas, morfina, heroína, etc.) Este uso es practicado en especial por hombres adultos. El uso festivo,
institucionalizado culturalmente en que el consumo de las sustancias psicoactivas,
junto con otras prácticas sociales como bailar, hacer el amor, escuchar música o
practicar actividades de alto riesgo, etc. se convierte en una moratoria de lo cotidiano, un reposo ritualizado cada cierto periodo —cada fin de semana o en vacaciones— para recuperar la energía perdida. Este es un uso cada vez más corriente
entre jóvenes de ambos sexos. Finalmente, está el uso eufórico, entendido como la
capacidad de sobrellevar el dolor, sobre todo del alma, destinado a apoyar y superar el duelo no tan sólo por las pérdidas irreparables -efectivas o afectivas- sino por
las frustraciones de la vida cotidiana o a causa de la existencia misma. Ésta es una
práctica particularmente corriente entre las mujeres adultas y mayores, pero no
exclusivas de ese sexo ni de ese grupo etáreo. Las drogas (tabaco, alcohol y
psicofármacos) muestran claramente su importante función de utilidad y de allí el
alto valor de cambio que logran en el mercado, tanto más cuanto que una parte
importante de ellas es a la vez ilegalizada y de muy fácil acceso (es más fácil conseguir marihuana que benzodiacepinas).
Drogas y violencia
Lo que liga a las drogas con la violencia es su modelo de control. Se emplea la
violencia legítima para impedir el acceso a eUas y se emplea la violencia ilegítima
para hacer posible y asegurar el acceso a las mismas. El marginamiento sanitario y
social de los usuarios fuertemente dependientes de las drogas los obliga a delinquir
para poder acceder a eUas; por eso no sólo la mayor parte de la población carcelaria
del planeta está recluida por infracciones a la ley de drogas, sino que además, es
usuaria de drogas en una proporción mucho mayor que fuera de las cárceles. La
diferencia va de 6% a 10% de usuarios en el medio libre al 50% en las cárceles.
E L USO ALTERNATIVO, LÍCITO O ILÍCITO, DE LOS RECURSOS NATURALES
Los recursos naturales de las regiones tropicales que tienen condiciones
edafoclimáticas para la producción de cultivos que contengan sustancias psicoactivas
40
La guerra en Colombia: un conflicto por el uso alternativo de los recursos naturales
—ésta es la condición necesaria— y las crisis agrícolas descritas, causadas por las
distorsiones de las políticas agrícolas de los países desarrollados, que vuelven ruinoso el negocio agrícola —ésta es la condición suficiente— hacen que tales recursos
naturales sean disputados para actividades agrícolas y agroindustriales —alto valor
agregado local— Ucitas o Uícitas mediante la libre competencia en el mercado. Cuando
es necesario, se emplea la violencia oficial o delincuencia! y subversiva. Dicho de
manera más concreta, cuando la disuasión mercantil no logra los propósitos del
agente en el mercado, sea el Estado con medidas impositivas, administrativas o
sanitarias, sean los competidores privados con mejores precios, compras masivas,
adelantos, créditos etc., aquél y éstos recurrirán a la violencia para imponer sus
propósitos o intereses. Hasta ahora la única acción pública violenta para controlar
los cultivos ilícitos ha sido la impuesta por el régimen talibán en Afganistán, que
había logrado disminuir los cultivos de amapola a menos del 5% (de 4.000 a 200
toneladas de opio). Como es sabido, colapsado el régimen talibán por la invasión
estadounidense, los cultivos ilícitos de ese país han vuelto a recuperar su extensión
y producción tradicionales: unas 3.400 toneladas hoy.
La guerra de las drogas es una lucha por el uso alternativo de los recursos
naturales, así como por el uso de la fuerza de trabajo y el capital; pero mientras que
estos factores son sustituibles en el mercado, aquellos recursos son insustituibles,
o sólo lo serían por la producción química industrial de sustancias sintéticas ilícitas
cuyos riesgos asociados a lo ilegal y a la guerra de las drogas la hacen inviable en
términos financieros. Pero este conflicto por la accesibilidad a los recursos naturales plantea otras reflexiones.
Promoción y control en los mercados lícitos y los mercados ilícitos
El mercadeo —marketing— y el auditaje son los instrumentos para promover las ventas en el mercado y controlar la gestión de la producción. En el mercado lícito la
fuerza de venta, la promoción y la publicidad se encargan de instalar y realizar el
producto en el mercado y desplazar la competencia; la contabilidad y la auditoría
se encargan de controlar la gestión de la empresa para sus propietarios y las autoridades. En el mercado ilícito la fuerza de venta se encarga de promover el producto; la publicidad no es posible ni necesaria. La violencia se puede encargar de
desplazar la competencia o de cobrar las cuentas de los morosos y de quienes no
cumplen la "palabra empeñada". Pero sobre todo la violencia se emplea para asegurar que el mercado funcione "normalmente" ante las intervenciones de las autoridades que tratan de impedirlo para controlar internamente el negocio ilícito
en sus compras, procesamiento y ventas. No hay autoridad a quien recurrir cuando uno es engañado en el mundo de los negocios ilícitos. El uso de la violencia
para promover y controlar el ilícito negocio de las drogas es válido para la esfera
del consumo para la esfera de la producción de drogas, es decir, principalmente
para la accesibilidad a los recursos naturales que la hacen posible.
41
Iban de Rementería
La guerra de las drogas y el conflicto social
La guerra por el uso alternativo de los recursos naturales está causada por el conflicto sociedad-estado, en el que ni los usuarios de drogas quieren ser criminalizados
o sancionados por su costumbre, ni los campesinos quieren ser criminalizados y
arruinados por usar los recursos naturales a los cuales tienen acceso o que se les
impida que los usen. Aquí la confrontación entre el control social y la autonomía
de las personas (Clastres) estalla de manera violenta, por la necesidad de la libre
circulación de bienes, sean los recursos naturales o las sustancias psicoactivas.
La paradoja final
Los cultivos ilícitos causan menos impacto medioambiental —depredador- que los
cultivos lícitos ya que el valor agregado de éstos, reconocido por el mercado, es
mayor que el de aquellos y, por tanto, emplean menos recursos naturales para
producir una misma unidad de valor. La gran paradoja de esta errónea política de
control de drogas es que los cultivos ilícitos son más protectores del medio ambiente que los cultivos lícitos.
POSDATA
En la actualidad la situación en la región andino-amazónica y en Colombia es
aproximadamente la siguiente:
Desplazamiento de cultivos ilícitos
Como estaba previsto, se está produciendo un nuevo desplazamiento de los cultivos ilícitos y de su procesamiento posterior, de Colombia a Bolivia y Perú, con la
aparición de nuevas áreas de cultivos en conflictivas zonas fronterizas con Ecuador
y Venezuela debido al recrudecimiento de la guerra impuesta por el endurecimiento del Plan Colombia aplicado por el gobierno del presidente Uribe Vélez.
Bolivianización del movimiento campesino
La tradicional lucha social de los productores cocaleros por defender sus intereses
y representar sus derechos se ha recrudecido en Bolivia a partir del gran avance
político del Movimiento al Socialismo (MAS), basado principalmente en la plataforma cocalera de los agricultores de Chapare, conseguido en las pasadas elecciones presidenciales. Asimismo, la vuelta a la democracia y el bajo perfil de la subversión en Perú han movilizado y radicalizado al campesinado cocalero nacional perfilando para la región una "bolivianización" del movimiento social ligado a los
cultivos ilícitos en la región andino-amazónica, dado que no parece viable emplear la violencia de los agentes públicos en Ecuador y Venezuela. Los procesos de
movilización y radicalización de los campesinos y marginados del campo no ligados a los cultivos ilícitos se verán acentuados por el deterioro que causa la crisis
42
La guerra en Colombia: un conflicto por el uso alternativo de los recursos naturales
agrícola general, tanto por las políticas agrícolas de los países desarrollados como
por las políticas agrícolas locales debido al "sinceramiento" impuesto por la cooperación financiera multilateral. Tal es el caso de México, Brasil, Bolivia, Ecuador,
Centroamérica, etc.
Criminalización campesina
La criminalización de los campesinos que cultivan materias primas para la producción de drogas se ha visto acentuada con el recrudecimiento de la guerra en Colombia impuesto por el gobierno del presidente Uribe Vélez. Entre tanto, la administración del presidente Bush está exigiendo a los gobiernos de la región, en
particular a Bolivia y Perú, una postura cada vez más dura frente a los cultivadores
de sustancias ilícitas. Esta situación puede verse agravada luego de la previsible
resolución de la guerra en Irak, ya que la desestabilización del Medio Oriente y la
pérdida de legitimidad de la ONU puede llevar a los Estados Unidos de América a
un mayor aislamiento en su hemisferio; asimismo, los pocos resultados militares
en Colombia (Plan Colombia) pueden llevar a un mayor comprometimiento militar de los Estados Unidos en ese país y en la región andino-amazónica (Iniciativa
Regional Andina).
La reducción del daño en el consumo de drogas
Por otra parte, de manera paradójica, desde la esfera de la demanda de drogas en la
Unión Europea, Canadá, Australia y Nueva Zelanda se va instalando e imponiendo
el paradigma de la reducción del daño para el análisis del asunto drogas y para
guiar las prácticas sanitarias de su tratamiento en sustitución del paradigma de la
sociedad libre de drogas. Los ministros del Interior de Gran Bretaña y Justicia del
Canadá han planteado con claridad la necesidad de descriminalizar el consumo de
la marihuana en sus respectivos países.
43
3
BASES PARA UN PLAN DE RETORNO
A LA TIERRA Y A LA VIDA1
O r l a n d o F a l s Borda*
Por ser Colombia un país equinoccial, pleno de tierras, aguas y recursos naturales,
cualquier observador pensaría que su ocupación y uso se han logrado sin mayores
conflictos. No ha sido así, ni en zonas rurales débilmente pobladas. Todos sabemos
que el agro colombiano ha sido azotado por los vientos huracanados de la ambición de poder y prestigio, representados en el latifundio, los afanes de la acumulación de capital y la extracción desaforada de los productos de suelo, selva y ríos.
No es caso único, y el sino de la violencia ha acompañado, como partera, al desarrollo económico y político que, mal que bien, hemos ganado.
Sin embargo, al conocer a fondo la naturaleza sosegada y tranquila de buena
parte de los moradores de la tierra que, al margen de las guerras civiles o evitándolas, fueron fraguando el ethos del colombiano raso, no habría razón para tal patología. La rapiña se realizó desde y entre las clases señoriales. Fue haciéndose más y
más aguda a medida que la tierra fue adquiriendo valor de cambio, a partir del
siglo XX. Desde muy temprano asumió la forma del desplazamiento humano, llamado desde entonces "éxodo rural", que fue una manera horrenda de ordenar y
rehacer la ocupación del territorio según diseños caudillistas. Diversas formas de
ordenamiento territorial, como los actuales departamentos, se diseñaron desde
arriba y surgieron marcados por esa hoguera sin fin. Pero fueron las agrupaciones
rústicas menores —veredas, corregimientos, municipios, los de la gleba de campesinos, indios y negros— las que más sufrieron.
Este es el deprimente punto de partida para las presentes reflexiones, que
tratan de combinar el retorno a la tierra con el ordenamiento del territorio como
políticas de Estado, que vayan más allá de lo simplemente pragmático.
1
Este texto se basa en parte en una investigación financiada por Colciencias y la
Universidad Nacional.
' Profesor especial, Universidad Nacional de Colombia.
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Orlando Fals Borda
D I N Á M I C A DE LOS DESPLAZAMIENTOS
Como se recordará, al principio los desplazamiento de grupos humanos fueron de
alcance local, de una vereda a otra, para asegurar hegemonías partidistas. Desde
mediados del siglo XX estas persecuciones se ampliaron hasta cuando las víctimas
tuvieron que refugiarse en ciudades intermedias cercanas. Tal desbordamiento de
la violencia hacia las urbes tuvo dos grandes motores: las luchas políticas, a partir
del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948, y los planteamientos de reforma
urbana y construcción de viviendas ("las cuatro estrategias") de la Operación Colombia durante el gobierno de Misael Pastrana, concebidos en 1971 por su asesor
de cabecera, el economista Lauchlin Currie. Quizás estas medidas pudieron ser
bien intencionadas para calmar las aguas tormentosas del agro; pero más bien
abrieron las compuertas para acelerar la introducción de un modelo frío y calculador, el modelo capitalista conocido de autos, así en el campo como en la ciudad.
Naturalmente, aquellas medidas frenaron las justas aspiraciones campesinas de la
época por el alivio de su situación, lo que culminó con el ominoso Pacto Latifundista de Chicoral (1972).
El "éxodo rural" se intensificó entonces con conflictos múltiples, y millares
de personas se desplazaron a las urbes por razones político-económicas y hasta
religiosas, huyendo de "chulavitas", policías y "pájaros". A la primera oleada de
los años de 1950 siguió la de las "republiquetas" de Marquetalia en los años de
1970 y de 1980, para llegar a la gran marejada contemporánea de 2.700.000
desplazados, cuando ya aparecieron otros actores de guerra como las guerrillas,
los paramilitares y los narco trafican tes. Hay que resaltar que estos actores, con
excepción del ELN, no han tenido ningún diseño serio de ordenamiento territorial, sino que se adaptaron al statu quo departamental y lo fueron asimilando y
utilizando según necesidades tácticas.
Semejantes turbiones han tenido obvias consecuencias estructurales y espaciales, aunque dentro del marco tradicional. Una consecuencia de entidad fue el
desequilibrio geopolítico producido por la atracción centralizadora de Bogotá que
apagó a las ciudades menores que habían sido centros alternos de refugio y desarrollo. El otro gran efecto fue el cambio demográfico hacia el predominio urbano,
al dejar de ser Colombia el arcádico país que era y bajar del 70 al 30% la proporción rural, y empezar a tener la macrocefalia de la ciudad capital. Este impresionante salto de trueque sin cuidados especiales de política para la recepción de
migrantes y otras víctimas está en el meollo de las dificultades de gobierno que
afectan hoy al país, y que se reflejan en el vacío de poder en las unidades políticoadministrativas. Todo ello ha exigido replantear el ordenamiento del territorio nacional; algo que no se hacía desde 1904.
Los resultados de esta política oficial anticampesina y monopólica de la
tierra para privilegiar otros sectores no pueden ocultarse: son elementos de la
guerra actual y han frustrado una buena administración del espacio que nos
corresponde como nación. Sus actores y beneficiarios se han inspirado en las
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Bases para un plan de retorno a la tierra y a la vida
malhadadas doctrinas de un neoliberalismo importado que no se preocupa por
lo que destruye, si esto logra acumular dinero. El ser humano, la cultura y personalidad o el espíritu cooperativo no cuentan, y menos si tienen raíces
precapitalistas, como ocurre en los grupos étnicos. Por eso, de manera increíble,
todavía campean en los ministerios del gobierno ideologías desarrollistas que
hace décadas se han denunciado en el mundo como perjudiciales o contraproducentes para los trabajadores. Ahora este desarrollismo criticable se está equiparando con el "verraquismo" para erradicar lo que no encaja en los modelos
económicos importados y copiados de países dominantes. Esta ignorancia y
menosprecio por lo propio del trópico y por nuestra idiosincrasia es peligrosa y
despilfarradora del potencial natural y humano que indudablemente tenemos,
pues mucho del reto radica en conocer mejor el contexto propio y retomar el
paso para enderezar entuertos.
A F E C T A C I O N E S AL ESPACIO TERRITORIAL
En estas circunstancias degradantes y xenófilas, la estructura del espacio territorial
de la nación tenía que afectarse en todos sus niveles. Curiosamente, uno de los
primeros damnificados ha sido el departamento, el hijo predilecto de la centralista
y caudillista Constitución de 1886. Ahora el departamento ha quedado sin funciones como intermediario entre nación y municipio, y en el nuevo contexto nacional y mundial resulta inviable. Claro que hay otras causas de este fenómeno de
inviabilidad departamental: corrupción burocrática y los errores de implantación
causados por ignorancia e irrespeto a las culturas regionales, como se ha observado en los departamentos periféricos.
Se han propuesto algunas salidas, como la fórmula de la Región, autorizada
en buena hora por la Constitución de 1991, que ha sido nuestra Carta de Paz. A los
municipios que aún constituyen la basamenta real de la población activa se les ha
recomendado unirse, coordinarse o asociarse en la modalidad de provincias, de
modo que la intermediación con la Nación quede expresada en la fórmula regiónprovincia, que asegure un mejor gobierno local y más eficiencia en los servidores
públicos.
¿Qué tipo de regiones se están planeando? Aquí hay que tener cuidado con
la variedad de soluciones que emergen de las condiciones locales, de su geografía
e historia y de su cultura. La práctica, en estos casos, vale más que la simple discusión que ya cumple once años sin resultados tangibles. También es necesario incluir las consultas populares y asambleas constituyentes regionales, como se ha
venido haciendo en la región surcolombiana de Tolima, Huila, Cauca, Nariño,
Caquetá y Putumayo, cuya voluntad deberá ser respetada por todos, incluso por las
fuerzas insurgentes e irregulares.
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Orlando Fals Borda
ORDENAMIENTO PARA LA PAZ Y LA VIDA
Como puede deducirse, el ordenamiento territorial ha sido para nosotros un proceso constante para racionalizar el uso de los espacios que correspondan a la nación, con fines geopolíticos, administrativos y ambientales. Se manifiesta en contenedores territoriales como los que proveyó la Constitución Nacional. Sin embargo, por lo que vengo diciendo en cuanto a los orígenes violentos y patológicos de
la actual situación —incluido el descuido de la cuestión agraria-, pienso que debemos matizar mucho más aquella definición del ordenamiento. Este no puede dejarse sólo como la administración física de espacios y límites de contenedores,
sino también agregarle el problema del tejido social dentro de los contenedores,
afectado por los conflictos a partir de las comunidades de base (veredas,
corregimientos, municipios). El concepto de ordenamiento territorial debe enriquecerse con la reconstrucción del afecto y el espíritu de solidaridad entre las
gentes, y trabajar en ellos para llegar a niveles superiores de organización espacial
como la provincia y la región.
Transformar los actuales departamentos en provincias y regiones, como lo
propusieron los candidatos presidenciales Alvaro Uribe Vélez y Luis Eduardo Garzón, aparece como un objetivo importante de una nueva política que ahora, desde
el Gobierno, podría reenfocarse para contribuir a la paz con mayor eficacia. Además, hay que tomar en cuenta los aspectos de relaciones sociales que he señalado,
si se quiere llegar a las fuentes sociales y espirituales de la actual situación.
Por supuesto, al abrir el paso a estas dos grandes unidades territoriales,
conviene hacerlo con cautela. Puede empezarse conociendo lo que al respecto hizo
la primera Comisión Constitucional (COT) —que debería rehacerse como ente autónomo de Estado y con mucha urgencia— y aplicar principios organizativos del
espacio basados en el epicentrismo urbano, como lo quería el profesor Ernesto
Guhl, aunque evitando el centralismo regional y propiciando el equilibrio entre
unidades ricas y pobres. Eso está bien, pero no puede ignorarse la tragedia rural
que obliga a pasar a planteamientos supraadministrativos.
En consecuencia, las provincias y regiones propuestas, producto de un Pacto de Paz como la Carta Constitucional, deberían nacer saturadas de la filosofía del
altruismo participante y de la fe en las capacidades reconstructivas del ser humano.
Deberían propiciar también la reparación de las relaciones sociales que han sufrido tanto con nuestra guerra de cuarenta años. Deberíamos llegar a las provincias y
a las regiones inspirados en ideas de reconciliación y ayuda mutua y no con la
ambigua práctica de la desconfianza y la oscura delación.
Una indiscutible prioridad para estos fines positivos es el retorno a la tierra y
la valoración del mundo rural con todo su entorno y su historia. Es el cosmos verde
y tropical que nos ha alimentado como nación desde que el mundo es mundo.
Ignorarlo es ser miope y suicida. Entregarlo en manos de otros contornos es traición.
Allí, en el mundo rural, se ha adelantado nuestra guerra sempiterna, y allí
hay que terminarla. La evidencia histórica y sociológica demuestra que no habrá
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Bases para un plan de retorno a la tierra y a la vida
paz en nuestros país ni en nuestro tiempo mientras no se resuelva a fondo el
problema de la producción agraria y su control para el campesinado activo. Las
injusticias en las tareas del campo, el tomar al elemento rústico como atrasado,
ignorante, carne de cañón o siervos de familias pudientes, son las que crean, mantienen y multiplican problemas estructurales mayores.
No hay nada nuevo en lo que acabo de decir. Porque la principal vocación
de Colombia —su origen tropical mismo, como vengo diciendo— sigue siendo agrícola, en el sentido más amplio. Y esto no debe avergonzarnos como sociedad o
como nación: se trata de la actividad más importante y potencialmente más rentable en el presente siglo plagado de hambrientos y sedientos en más de medio
mundo. De ella depende en mucho la paz y la prosperidad universales.
Dar inspiración de servicio y otredad a los marcos geográficos, ambientales
y culturales del territorio es parte de la tarea reordenadora con fines de paz. Zurcir
el tejido social hoy roto o descompuesto por dos o más generaciones es tarea de
gigantes. Pero hay que hacerlo, si se quiere que la patria colombiana resucite de
entre los escombros.
La tarea se está perfilando, por fortuna, con interesantes proyectos culturales y
populares que adelantan diversas instituciones —el Teatro de la Candelaria, CODHES,
el PNUD, el Ministerio de la Cultura-, que piensan sobre Colombia en el planeta y la
expedición para el éxodo. Esta es la vía paciente y segura de Penélope tejiendo la tela
a la espera del retomo familiar, la de la vuelta a la tierra, la de la justicia y reparación
para los miUares de personas pobres y expoliadas que deambulan como almas en
pena por las calles y semáforos de Colombia.
E L PLAN V
Para hacer realidad este sueño, se necesita que toda la Nación se resuelva a desarroUar
dos grandes políticas que llenarían los vacíos de poder y reforzarían la identidad
nacional hoy llena de agujeros negros peligrosos para la paz y la estabilidad
institucional, por falta de un ordenamiento territorial inspirado en las formas que
vengo sugiriendo.
Estas dos políticas son: 1) volver a ganar el equilibrio geopolítico nacional
perdido por la ejecución de la Operación Colombia, lo que debería llevar a reducir
el gigantismo y el poder de anaconda centralista del Distrito Capital; y 2) volver
los ojos a la tierra y dar al campesinado todos los recursos que hoy se van para los
bancos y el sector financiero y empresarial.
Una meta sería llegar a disminuir la proporción que hoy tiene la población
urbana (70%) a la mitad de la población total, o sea el 50%, y situar la otra mitad
rural en contenedores territoriales funcionales. Esta campaña podría bautizarse
como "Plan V", por Vuelta a la Tierra, idea que no es nueva porque se ha aplicado
en diversas partes. Si otros países han logrado hacerlo, ¿por qué no nosotros? Para
empezar contamos con buenos recursos: por ejemplo, todavía está viva la generación redimible de los 2.700.000 desplazados forzosos de la última ola, que hoy
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Orlando Fals Borda
vegetan y sufren en los tugurios, especialmente en la capital, y que volverían mañana mismo a sus tierras recuperadas y reordenadas, además de bien gobernadas,
si ven una posibilidad seria. La idea de detener el crecimiento de Bogotá y defender la sabana que queda para que no se "calcutice", no deja de tener algún atractivo. También contamos con latifundios y otras propiedades inutilizadas por el enriquecimiento ilícito - q u e ocupan tres cuartas partes de toda la tierra fértil—, que
deben quedar en las manos de trabajadores humildes, bien protegidos, que las
hagan producir.
La realización del Plan V —que combina el ordenamiento territorial redefmido
como viene dicho, con el retomo a la tierra productiva y en paz— implica otra
visión de la función acumulativa del capital y el cumplimiento de principios
ecosocialistas que son de histórica receptividad en nuestro suelo y entre nuestras
gentes comunes. Implica el respeto a la diversidad como vida, el tender la mano a
la persona humana que tiende a olvidarse en los gobiernos neoliberales. Implica el
reconocimiento de Colombia como país tropical y equinoccial que ocupa "la mejor esquina de América". Requiere reconocer que el capitalismo salvaje e individualista, como se ha venido practicando, es un enemigo principal.
Pienso que sólo con un Estado ecosocialista enfocado hacia un mundo
reordenado, gobernable y en paz, que deje de ser el aparato de violencia opresora
que por generaciones ha venido destruyendo nuestra sociedad, podemos llegar a
este nuevo universo de reconstrucción social y progreso económico. La transformación del Estado actual, a través de antiélites ilustradas y movimientos alternativos, procediendo como hasta ahora de las bases hacia arriba y desde la periferia al
centro, puede ofrecernos soluciones adecuadas.
La Vuelta a la Tierra reordenada y en paz es también la vuelta a la inteligencia
y al patriotismo de nuestros pueblos y de sus líderes auténticos, al espíritu de
decencia y honestidad que caracterizaba a nuestros abuelos. Gobernar mejor esta
tierra amante de la libertad es tener alma y coraje para dirigir con dignidad y
ecuanimidad los destinos comunes.
En estas formas volveremos a gozar de una Colombia vivible y posible, la
que nos merecemos. Así podremos levantar otra vez el rostro con el orgullo de ser
colombianos. Ello sería una marca del cambio que, como bálsamo cicatrizante,
logre aliviar el castigado cuerpo nacional.
LECTURAS
Escobar, Arturo. La invención del Tercer Mundo: crítica al desarrollismo. Cali: Norma, 1998.
Fals Borda, Orlando. Historia de la cuestión agraria en Colombia. Bogotá: Rosca, 1975.
. Kaziyadu:Registro del reciente despenar territorial en Colombia. Bogotá: Desde Abajo,
2001.
Mora Osejo, Luis E. y O. Fals Borda. La superación del eurocentrismo: enriquecimiento del saber
sistémico y endógeno sobre nuestro contexto tropical. Bogotá: Academia de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales, 2 0 0 2 .
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Bases para un plan de retorno a la tierra y a la vida
Sandilands, Roger J. Vida y política económica de Lauchlin Currie. Bogotá: Legis, 1990.
Sarmiento, Libardo. "La violencia: mecanismo de regulación en la economía colombiana". Le Monde Diplomatique-Colombia, 1, 4, agosto de 2002.
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