el milagro del pozo (30 octubre 1860)

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Puebla de la Calzada en 1860
Manuel García Cienfuegos
Cronista Oficial de Montijo y Lobón
En el año 1860, bajo fervoroso espíritu ferroviario, la mano del hombre se afanaba por
tender raíles y traviesas, porque las comunicaciones tantas veces reclamadas, se iban
haciendo cada vez más cercanas. La línea del ferrocarril Badajoz-Ciudad Real1 traería un
incipiente progreso a nuestros pueblos. Mejoras que incidieron, por su repercusión, en el
desarrollo económico, despertando la actividad comercial.
Aquella sociedad se veía inmersa en la etapa isabelina (Isabel II, 1843-1868) y por ende en
la época de la Unión Liberal, “Gobierno Largo” de O’Donnell (1858-1863) que coincide
con un período de prosperidad económica. La paz, la tranquilidad, con la consiguiente
dosis y una cierta euforia en el ambiente, animaron a la inversión y crearon el clima
propicio al auge económico.
Fueron aquellos años, alegres y divertidos. Resurgía el género lírico en forma de zarzuela.
La burguesía de negocios charlaba y discutía en los cafés, que adoptaron la forma de
terrazas o veladores al aire libre. La fiesta de los toros alcanzaba su máxima popularidad
gracias a las faenas de Cúchares, y toda España bailaba a los sones del ritmo de moda, el
chotis.
Desde mediados del siglo XIX se difuminaban ciertos privilegios estamentales, abriendo
paso a una sociedad más dinámica, con una ilimitada permeabilidad social, en la que la
movilidad no tuvo ningún impedimento legal. El único requisito necesario, punto de
arranque y exclusivo elemento diferenciador, era la posesión de la riqueza, que en un país
de absoluto predominio agrario, era sobre todo, rústica. Aunque en España no se
experimentó una clásica revolución burguesa que rompiera las estructuras del Antiguo
Régimen, las cuales llegaron casi intactas hasta bien entrado el siglo XX.
La oligarquía agraria, grupo de propietarios rurales autóctonos, fortalecía su protagonismo
a partir de las compras que realizaron al liberalizarse las tierras comunales, del clero y la
aristocracia, acudiendo a los remates de las subastas, produciendo posteriormente un
trasiego de fincas, característico de la etapa2. A todo ello hay que unir las alianzas
matrimoniales que se llevaron a cabo entre miembros de la oligarquía burguesa, en muchos
casos con un claro acento de endogamia familiar, para favorecer la concentración de masas
patrimoniales evitando la dispersión de las mismas.
Puebla de la Calzada en 1860
Gobernaba el Ayuntamiento, Andrés Conejo Guisado 3, quien por ejercer el cargo de
alcalde, recaía también en su persona la Mayordomía de Nuestra Señora de la Concepción.
Ambos cargos se habían unido desde 1829, fecha donde el Ayuntamiento decidió asumirla,
1 Trabajó para que se llevase a efecto esta línea de ferrocarril, el abogado y político, natural de Puebla de la
Calzada, Bartolomé Romero Leal (1823-1895), quien fue Diputado a Cortes por el Partido de Mérida, durante
los años 1858, 1863 y 1865.
2 Citemos como ejemplo la compra en 1865 de la finca de La Vara por Leonor Maza de Coca, viuda de Diego
Gragera Guzmán, padres de Juan Antonio y Alonso Gragera Maza, quienes contrajeron matrimonio con
Carmen Amigo Conejo y Consuelo Bejarano de Coca.
3 Hijo de Sancho Conejo Bejarano, Coronel carlista de caballería y Ayudante de Campo y Cámara del Infante
Sebastián de Borbón Braganza, y de María de los Dolores Guisado Bejarano. Contrajo matrimonio con doña
Leonor de Coca Amigo. Sus hijos, María Antonia Conejo de Coca, casó el 4 de septiembre de 1890 con Jorge
Diez-Madroñero López de Ayala, Marqués de la Vega, y Sancho Conejo de Coca, que fue Alcalde de Puebla,
Diputado provincial y a Cortes por el Partido liberal, se unió en matrimonio con Elvira Casillas Lemus.
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debido a la grave situación económica y de entusiasmo que atravesaba la Hermandad, como
consecuencia de las graves secuelas que dejó en ella la Guerra de la Independencia.
Durante su mandato, se adquirió un cáliz de plata que conserva la Hermandad con la
siguiente inscripción en su base “Éste pertenece a Nuestra Señora de la Concepción, fue comprado
siendo Mayordomo Dn Andrés Conejo Guisado en el año 1860”.
El Secretario del Ayuntamiento, quien a la vez desempeñaba la función de Escribano
público, era Diego Touriño Machado, hijo de Dionisio Touriño, oficial de libros de la Real
Aduana de Puebla de la Calzada, cuando administraba la misma Bartolomé Romero (abuelo
del político Bartolomé Romero Leal), y de María del Carmen Machado Montaño, hija del
Secretario del Ayuntamiento de Montijo, Diego Machado y Medina4.
El Alguacil, José Izquierdo, se encargaba de ejecutar los decretos y dictados que ordenaba
el Alcalde y acordaba el Consistorio Municipal. La Casa consistorial, lugar donde se
celebraban los cabildos municipales, acogía la panera del pósito y la cárcel5.
En el terreno espiritual, Eugenio García Carrasco era el Cura Párroco, ayudado en el
ministerio por los presbíteros, Julián Rastrollo, don Juan José Bejarano y don Pablo Pérez.
La Iglesia Parroquial era de curato de segundo ascenso, de patronato del señor Conde de
Montijo, siendo su edificio sólido, de tres naves y con la suficiente capacidad. En esa fecha
el templo no conservaba la espléndida obra renacentista de mediados del siglo XVI de talla
y pintura de su retablo mayor, efectuada por el entallador Gil de Noveros, vecino de Jerez
de los Caballeros, y el pintor flamenco, residente en Llerena, Estaçio de Bruselas,
desaparición que se atribuye al expolio que hizo el ejército francés en la villa.
La jurisdicción eclesiástica seguía dependiendo de la Orden de Santiago, Priorato de San
Marcos de León, Provisoratos de Llerena y Mérida, hasta que el Papa Pío IX promulgara el
14 de julio de 1873 la Bula Quo Gravius, a raíz de haber suprimido el gobierno republicano
las Órdenes Militares, pasando a depender del Obispado de Badajoz.
El cambio de jurisdicción eclesiástica queda recogido el 27 de febrero de 18746 por el curapárroco, Eugenio García Carrasco, “como cura propio de esta villa de Puebla de la Calzada,
Obispado de Badajoz, por incorporación acordada en la Bula Quo Gravius de las
jurisdicciones exentas de las Órdenes Militares”.
El párroco García Carrasco pasó a la parroquia de Montijo en el año 1879, sustituyéndole
el sacerdote, Manuel Camacho Romero, natural de Cortegana (Huelva), que sería trasladado
a Montijo en abril de 1884 7. La vacante fue cubierta por Pedro López Tostado, hijo del
médico de Puebla de la Calzada, Francisco López Espejo, falleció el 17 de enero de 1905,
ocupando el cargo el presbítero, Juan Pérez Amaya, quien estuvo al frente de la parroquia
hasta finales de junio de 1906.
Fue el último Párroco de Puebla con ascenso a la parroquia de Montijo 8. En diciembre de
ese mismo año tomó posesión José Huertas Lancho, que permaneció hasta el mes de abril
de 1916. En junio de ese año llegaría a Puebla para hacerse cargo de la parroquia,
4 Los Touriño llegaron a Puebla desde Cumbres Mayores, si bien descendían de Santiago de Compostela. El
Secretario, Diego, vivió en la calle Calzada. Sus hijos Saturnino y Luciano fueron Teniente de Cura y Notario
civil en Puebla de la Calzada.
5 Se situaban en el predio urbano siguiente al actual edificio del Ayuntamiento, en la calle de los Silos.
6 Archivo Parroquial de Puebla de la Calzada (APPC). Libro VI defunciones de adultos (1862-1883) Fol.130
vto.
7 Vivió en la calle Santa Ana con su hermana Dolores, después trasladó su domicilio a la calle Mérida. Falleció
el 13 de abril de 1906 de una forma extraña, ya que la causa de la misma fue por lesiones de arma blanca que
le produjo una septicemia, tenía sesenta años.
8 Natural de Torre de Miguel Sesmero, cantó su primera misa en Montijo, el 24 de junio de 1895, fue
apadrinado por su tío, el médico Esteban Amaya Moro, quien pasaba consulta en su casa en la calle de Arcos
(Senador Piñero número 9). Contrajo matrimonio en Puebla de la Calzada, el 1 de septiembre de 1884, con
Elvira Piñero Gragera, hija de Manuel Piñero Salguero y de Juana Gragera García, sobrina por lo tanto del
Diputado y Senador, Cipriano Piñero Salguero. Conf. APPC. Libro V de casados y velados (1876-1903) fol.
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Constantino Lázaro Carrasco, hasta el año 1948, siendo sustituido por Manuel Calvo
Chaves.
Dos eran los médicos, Francisco López Espejo, que vivía en la calle Nueva y José Romero,
cuya consulta se localizaba en la calle Puerto, si bien, éste último figuraba como cirujano.
Junto a ellos aparecen dos sangradores, Manuel Amantes y Fernando González. Los
pacientes acudían a remediar sus males, por prescripción facultativa, a la botica de don
Francisco Yerto en la calle Silos, quien expendía fármacos para aliviar enfermedades como,
entre otras, gastroenteritis, dolores de costado, apoplejía, intermitentes, pulmonía,
bronconeumonías y catarrales.
Los enfermos pobres, transeúntes y menesterosos, buscaban cobijo y socorro a sus
necesidades en el Hospital de Caridad que había sobrevivido a las Leyes Desamortizadoras,
ejerciendo su ejemplar labor de caridad y beneficencia. La encargada del establecimiento
hospitalario era María Herrero, una leonesa natural de San Román de la Cuba de Campos.
Se catalogan en esa fecha, año 1860, a tres Maestros: Francisco Campomanes (Maestro de
Educación), Alonso Domínguez (Maestro de niños) y Antonio Álvarez Cienfuegos
(Profesor de Instrucción Primaria). Los tres luchaban denodadamente con probada
vocación y oficio, para que las tasas de analfabetismo decrecieran.
Tres eran también los Albéitares (Veterinarios) Santiago Rey en la calle Puerto, Antonio
Fernández en la calle Corral y Alonso Casillas en la calle de los Silos. Su ejercicio nos habla
de la importancia de la ganadería.
Junto a estos cargos y profesiones hemos localizado una extensa nómina de artesanos que
laboraban intentando salir de una sociedad que seguía marcada por una economía de
subsistencia. Herreros (7), Zapateros (10), Carpinteros (10), Albañiles (7), Ladrilleros (4),
Herradores (5). José Saavedra hacía cordeles, Vicente Gómez era sombrero, Francisco
Ledesma y Gregorio Velasco curtían en sus tenerías las pieles, José Ortiz trabaja el esparto,
José de Castro hacia pinceles. Jerónimo Ardila construía barcas para los pescadores.
Teniendo constancia en esa época, que eran seis9 los que se afanaban por sacar del río
Guadiana los mejores ejemplares que vendían por las calles y plazas de Puebla y Montijo,
animando a los compradores al compás de sonoros pregones.
Cinco eran los panaderos, siete los tahoneros, dos los molineros: Pedro Barrena y Antonio
Sánchez, de cuya molienda se encargaban cinco piedras. Ignacio Delfa hacía carbón. Tres
eran los barberos. Manuel Moreno endulzaba el paladar de los vecinos en su dulcería de la
Plaza. Diego Álvarez en la Plazuela expendía vinos, aguardientes y licores espirituosos en
su taberna, lugar de reunión y tertulia. Solo hemos localizado como lugar de diversión y
juego permitido el billar, propiedad de Miguel Sudón. Los comerciantes eran tres, entre
ellos Guillermo Muro Cámara, que vivía en la calle de los Silos, que había llegado a Puebla
desde Villoslada de Cameros10 (Logroño).
Seis eran los que se dedicaban al trato y venta de caballerías, de los que cuatro eran gitanos:
Pablo Suárez, Francisco, Jerónimo y Domingo Silva. Apareciendo en este recuento tres
contrabandistas: Diego Rastrollo, Dionisio Diago y Máximo García. Algunos con
anterioridad a la fecha que estamos tratando fueron ejecutados cuando eran conducidos
por la Fuerza Armada a la cárcel de Badajoz. De éstos, y de la vigilancia por el
cumplimiento del orden se encargaban los carabineros, quienes se afanaban en reprimir al
contrabando, hasta que sus funciones fueron traspasadas al benemérito cuerpo de la
Guardia Civil.
Entre ellos, los hermanos Gordillo, Mendoza y Domínguez.
La influencia de los cameranos también se ve reflejada en Montijo, quienes se dedicaban al comercio de
lienzos y paños: Diego Ángel Codes, Gabriel de la Riva, Sixto Olmedo… En Puebla de la Calzada falleció en
noviembre de 1857, Pío de las Heras Romero, natural de Nieva de Cameros, y en el último tercio del siglo
XIX, los hermanos Manuel y Agustín Muro, naturales de Villoslada de Cameros (Logroño).
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El principal motor que movía la economía de aquella sociedad ruralizada era la agricultura y
la ganadería, donde era patente el desequilibrio patrimonial que acaparaba un notable grupo
de hacendados y propietarios en la posesión de la tierra, controlando y haciendo depender
de ellos a un elevado número de aparceros, jornaleros, braceros, criados, sirvientes,
mandaderos, guardas y pastores. En definitiva, una mano de obra abundante asalariada y
barata, que explica el paro de la época, las agitaciones, rebeliones y manifestaciones
colectivas del malestar social que sufrieron las capas populares, que llevó en décadas
posteriores, a la aparición de los movimientos obreros, que se enfrentaron al
tradicionalismo, al latifundio y a la oligarquía establecida, lanzándose a la revuelta social.
Algo más de quinientas casas formaban el casco urbano de la villa.
El diccionario del político liberal-progresista, Pascual Madoz, año 1846, luego Ministro de
Hacienda, deja claro que desde hacía unos años, los edificios habían mejorado en el aspecto
exterior como en comodidad interior, con buenos graneros en el piso segundo, extensos
corrales, cuadras y pajares. Sin embargo sus calles presentaban un deficiente empedrado,
con excrementos de animales, siendo la sanidad una preocupación del Consistorio
Municipal. Encargándose la Junta Local de Sanidad, entre otras medidas, de la prohibición
de estercoleros, la limpieza de las calles y el vertido de aguas sucias.
El arroyo de la Cabrilla, muy próximo a las casas, se desbordaba con facilidad en tiempo de
lluvias, produciendo entre el vecindario los consabidos sobresaltos. Disponía de tres
pequeños puentes para cruzarlo. Las aguas estancadas, fueron el caldo de cultivo para el
paludismo, quien traía implícito las tercianas y cuartanas, que se combatían con el uso de la
quina, una buena dieta y refrescos.
Puebla de la Calzada había pasado, hacía cinco años, por una epidemia de cólera morbo,
padecimiento y causa de las más graves catástrofes demográficas. En el mes de julio de
1855, el cólera, segó la vida de treinta y ocho personas.
En las afueras de la población a ciento cincuenta pasos al sur, y una vez se cruzaba la
calzada o vía militar romana, que conducía desde Mérida a Lisboa, de la que se deriva el
nombre del pueblo, medio de tránsito que fue para el comercio, los ejércitos, la noticia, las
órdenes, la vida, se encontraba una ermita, ayuda de la parroquia, con la advocación de la
Concepción, y por ella se entraba al cementerio, inaugurado en noviembre de 1820 11.
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El cementerio sería trasladado al emplazamiento actual en el año 1946.
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