Padre BASILIO GARCÍA DE LOS RÍOS Carta Mortuoria Santa María, Los Teques, 5 de Julio de 1972 Nació en España el 5 de junio de 1916; profesó en Italia el 12 de Septiembre de 1935; llegó a Venezuela el 5 de Octubre de 1935; sacerdocio en Colombia el 31 de Octubre de 1945; murió en Los Teques el 5 de Febrero de 1972; a los 55 años de edad, 36 de profesión y 26 de sacerdocio. Hermanos queridísimos: Con profundo dolor les participo el fallecimiento de nuestro Hermano, Profeso Perpetuo, Sacerdote BASILIO GARCÍA DE LOS RÍOS, de 55 años de edad. El 5 de febrero, al abrirse el nuevo día, cerraba la última página del libro de su vida entre nosotros el llorado Padre Basilio García. Se fue de acuerdo con el estilo de su vida: sin estridencias. Cuando menos lo esperábamos. En un silencio intenso. Sin un gesto de dolor. Todo sucedió en la paz de su habitación a la hora de levantarse. Su corazón, ya aquejado por otras crisis, se paró definitivamente y nos dejó el dolor de esta ausencia y la esperanza de tener un intercesor más en el cielo. Todo quedó en perfecto orden: su habitación, sus libros de Literatura, la música de Beethoven, de quien "conocía todo", según su expresión, el Breviario abierto en el oficio del día anterior, sus Poemas Musicales… El Padre Basilio García nació en Palacios de Alcor, Palencia, España, el 5 de Junio de 1916. Fueron sus padres Juan García y Felisa de los Ríos de García. Ingresó como aspirante en el colegio salesiano de Astudillo el 11 de marzo de 1931. Contaba pocos años cuando perdió a sus padres. Animado de fuerte vocación misionera, marchó a Italia para hacer su Noviciado en Villa Moglia. Era el año 1934. Profesó allí mismo. Y en octubre, recién profeso, llegó a nuestra Inspectoría de Venezuela. Comenzó y terminó sus estudios filosóficos en La Vega, Caracas. Su tirocinio lo realizó en la entonces "Escuelita" de Caracas y en el Colegio Don BOSCO de Valencia. En el año 1940 se fue a cursar los estudios teológicos a Mosquera, Colombia. Sus compañeros, a algunos los recordaba con verdadera admiración y aprecio, lo estimaron siempre por sus brillantes dotes para el estudio y por el espíritu de sacrificio. Por motivos de salud, ya entonces achacosa, no quiso ordenarse al finalizar las clases y hubo de hacerlo medio año más tarde, en la Escuela Agronómica de Ibagué, Colombia. Era el 21 de Octubre de 1945. El Liceo San José de Los Teques lo conoció como excelente profesor de Literatura durante el año escolar 1945-1946. La obediencia lo destinó después al Colegio Don Bosco de Valencia como confesor y profesor. Allí estuvo 11 años. Todavía lo recuerdan con estima y con gran admiración amigos y antiguos alumnos suyos. Después de un reposo forzoso de dos años en Astudillo, España, volvió a la Inspectoría y vino a esta casa. Era el año de 1961. De aquí no quiso moverse nunca más. Ni siquiera en los momentos de crisis más violenta. Hoy se lo agradecemos, pues nos brindó la oportunidad maravillosa de tenerlo largamente entre nosotros y de limar nuestras aristas con el fuego de su vida dolorida y la bondad de su corazón. Falleció de improviso el 5 de febrero. El mismo día, la Comunidad del Filosofado de San Antonio en pleno y la de esta casa, se unían en emotiva concelebración por él. El 6, con participación nutrida de los Padres y Representantes de nuestros aspirantes y de los salesianos de las casas más vecinas, en hermoso acto de despedida, presidido por el R. P. José Vicente Henríquez, Superior Regional, y el R. P. Ignacio Velasco, lo acompañamos hasta el Cementerio de Los Teques, donde reposan sus restos junto con los de otros tres salesianos. No faltaron los telegramas del Presidente de la República, del Ministro de Relaciones Interiores, del Secretario del Senado, del Director de la Oficina Central de Información, del Gobernador del Estado y del Jefe de la Oficina de Información del Estado Miranda. Rompió así, a la hora de la despedida, el círculo de soledad en que siempre había vivido. Justo premio a sus méritos y a su vida transida de dolor. Yo guardo en mi alma las expresiones de cariño que Hermanos y Amigos nos dirigieron en esos momentos. Recuerdo también las palabras entre lágrimas de uno de sus compañeros más estimados, ante su ataúd: "Tú sabías, Basilio, que yo no podía faltar en estas horas de dolor y de epifanía, porque fuiste siempre bueno con todos". Y esta fue la nota esencial de su vida religiosa: la bondad de corazón. Nos amó a todos. Dios le había dado un corazón exquisito para la comprensión. En él cupimos todos sin excepción. "De un grueso volumen de versos de 1488 páginas, leído hace años, sólo no he olvidado nunca -escribió- esta hermosa verdad metrificada: Ser amado y amar es la divisa de los hijos de Adán". Este fue el lema de toda su existencia y trató de realizarlo sin demagogia ni orgullo, aún en las jornadas de turbios nubarrones de incomprensión y de sufrimientos indecibles. En él, como en Cristo, el amor acabó en la cruz. Mejor, nos amó a todos desde su cruz. De Dios había hecho el centro convergente de todo su amor, y Dios era para él no un nombre pronunciado brevemente sino ALGUIEN lleno de un gran contenido. Y como Dios no cabía en él, lo buscó ansiosamente. Persiguió a un Dios que lo quiso siempre inmanente. Era su expresión: "No hay nadie entre nosotros que quiera a Dios transeúnte, sino inmanente". Los postigos de su alma estuvieron siempre abiertos a la amorosa llamada del Señor. Lo esperó en las horas de soledad y de silencio. Dialogó constantemente con El… y este diálogo tuvo también el estilo de su propia vida: el silencio humilde y la reflexión transcendental. El silencio fue en él una lección de aristocracia espiritual. Pero Dios no es sólo un Dios callado, sino un Dios "exorable". A esta escuela del Dios exorable acudía siempre el Padre Basilio García a corregir su propia "estatura". De ella salía espiritualmente crecido en anhelos de perfección y con el resplandor sereno de quien no ha hecho de la cita con el Amigo una visita de Dios en vano. "El Padre García -escribe el Padre Henríquez- se ha marchado a la casa de Dios, nuestro Padre. Nos ha dejado a todos el mensaje de su vida ofrecida al Señor con entusiasmo. Nos ha dejado el ejemplo de una vida que era continua búsqueda del encuentro con Dios y anhelo prolongado de descubrir nuevos caminos en la Fe". En juego de ondas concéntricas que partían de este núcleo polarizante de su amor a Dios, su amor se expandía a toda la Iglesia y a su sacerdocio, a la Congregación y a Don Bosco, a todos los Salesianos y a todo lo salesiano. A la Iglesia la quiso limpia de toda mancha: consagrada al servicio exclusivo de los pobres y depositaria fiel del fermento evangélico. La amó con amor de hijo y la defendió en concreto con la fuerza de la verdad. Su sacerdocio lo realizó con dignidad y aristocracia siempre a través de la elevación poética, su locura de artista, su pasión por la poesía, jamás separada de su pasión por la cruz, traducida en amor a su vocación y a las vocaciones. Fue incansable en el ejercicio del Sacramento de la Penitencia. Aconsejaba con gran eficacia, estimulaba, trataba de completar, a través de la dirección espiritual. Nos habíamos acostumbrado a ver más su alma que su cuerpo y casi nos parecía mentira que en una copa de apariencia tan frágil como se presentaba su cuerpo, se albergase un contenido sacerdotal tan rico. Negó constantemente que el sacerdote fuese un "sociólogo", "un oficial de moral". Negó que fuera un "fi1ósofo", "un funcionario público de cierta clase". Resueltamente también para él el sacerdote era el "hombre ungido por la tradición para verter la sangre, no como el soldado, por valor; no como el magistrado, por justicia; sino como Jesucristo, por AMOR". Sintió en carne viva la crisis sacerdotal del momento y ofreció sus sufrimientos por los sacerdotes y religiosos. "Y esto es una lección tanto más valiosa -escribe el Padre Inspector- por cuanto lo realizó en un momento en que tantos otros, por contenidos de belleza más frágiles, por valores más caducos, se consideran incapaces de sentirse ya atraídos por la inenarrable belleza de Cristo, que nos llama a renunciar a todo y a seguirlo". Dios quiso colmar su sacerdocio con el sufrimiento. "Muchos de nosotros -dijo el Padre Inspector en sus palabras de despedidasi somos sinceros, con menos tormentos, angustias y penas, hubiéramos flaqueado en nuestro ideal sacerdotal y religioso. No sabría cuántas clases de santidad hay. Quizás son infinitas; pero ciertamente la del Padre García es una de ellas". Tal vez esta carga de cruces no le permitió desarrollar un apostolado sacerdotal más brillante, como otros pudieron hacerlo y como correspondía a su talento extraordinario. Esto no impidió que en todo momento su vida fuera una entrega cariñosa a las almas. Amó con entrañable afecto a la Congregación y a Don Bosco. Y la Congregación para él "era esta Congregación -dijo el Padre Inspector-. No la hipotética. No la perfecta, santa y triunfadora, que puede ser objeto de nuestro sueño y nuestro esfuerzo; pero no la condición para amarla y entregarnos a ella". Para él la Congregación éramos cada uno de nosotros: sus hombres, sus sacerdotes, sus clérigos, sus coadjutores, sus instituciones, sus obras, los jóvenes que reciben sus servicios. A nadie excluyó jamás de su amor. Como Jesús nos amó a todos. Jamás le oímos hablar mal de ningún salesiano, ni siquiera en aquellas circunstancias en que la injusticia, la incomprensión o la conmiseración le hicieron sufrir. En el dolor se transfiguraba y encontraba la medida exacta de los acontecimientos. Quienes convivieron largamente con él, pueden atestiguar esta finura de corazón de nuestro inolvidable Padre García. Sería muy largo hablar de todas sus virtudes, pero pecaríamos de injustos si a todo lo dicho no añadiéramos su pasión por el estudio y en especial por la Literatura y la Música Clásica. De una y otro "lo conocía casi todo". "El Padre García no lee, relee siempre", nos decía de buen humor, con frecuencia. En su mesa de trabajo quedó un robusto POEMARIO de sonetos musicales dedicados a varios salesianos de la Inspectoría y que lleva por subtítulo "Acotaciones Poéticas de un Contemplativo". Son poemas de hondo contenido, estilísticamente perfectos, y de lenta lectura. Entre sus recuerdos más queridos, junto con los textos de todos los clásicos españoles, de Rubén Darío "Santo de mi cabecera", lo llamaba, se encuentran varias cartas de puño y letra de José Martínez Ruíz, "Azorín". Fue un lector incansable y supo instilar en el corazón de sus alumnos la misma inquietud. La conversación con él era la ocasión propicia para enriquecerse con sus conocimientos y con sus experiencias personales. Hermanos queridísimos, el Padre Basilio García creyó durante toda su vida. Ahora ya ve. Está en el cielo. Allí sigue implorando, con el fervor de siempre, por nuestra Inspectoría, por todos nosotros, pues todos fuimos objetos de su amor, y en especial para nuestros aspirantes por quienes se dio en cuerpo y alma. Pido una oración fervorosa por él y por todos sus familiares sumidos en honda tristeza. Afectísimo en Don Bosco, Sac. Julián Holgado Marín Director