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SEMANARIO DE LA VIDA NACIONAL
DE TODO Y DE NADA
CEQUIMOS jugando a la ruleta de la censura.
^ En el número pasado nos tacharon toda
alusión a los telegrafistas y a un poder que
10 es lícito siquiera mencionar. Por fortuna, nuestros lectores son demasiado sagaces
para no saber suplir mentalmente los blancos.
¿Pero es esto permisible? ¿Es tolerable, en un
país geográficamente europeo, que de una cas*a social, sea cual fuere, se quiera hacer un
(dolo sagrado al que nadie pueda referirse sin
profanación? En todos los países beligerantes
se ha discutido libremente, durante la guerra,
el ejército, sus imperfecciones, sus deficiencias,
su posibilidad de peligro para la soberanía ci.vil, todos los riesgos potenciales de un militarismo exaltado por la victoria o exacerbado
por la derrota. Bernard Shaw, el gran dramaturgo inglés, escribe y estrena una acerba sátira
contra el ejército británico. Todo esto es compatible con un régimen de democracia y liberad. De donde se desprende que sólo en países
^onde la democracia y la libertad son ridiculas
ficciones, es imposible un examen crítico, objetivo/del brazo armado de la nación.
Pero un pueblo contemporáneo, por atrasa•^0 que esté políticamente, necesita hablar en
Voz alia. La confesión es una necesidad del esPífitu. Las gentes se comunican unas a otras
'O que saben, piensan y sienten. Se busca una
Verdad común, un criterio colectivo. Mas no
"asta el intercambio íntimo, a media voz. Es
menester que alguien anuncie a voz en grito
'o que es de dominio privado. La muchedumbre quiere que alguien tenga el valor de decir
a pleno pulmón, y el arte de expresarlo con
Maestría, lo que ha oído y cuenta en tono bajo,
'p que siente confusamente. Un pueblo de instinto liberal necesita el tribuno que encarne la
Voz colectiva, como un pueblo sensible necesi'a el artista que exprese los sentimientos co•"unes, como un pueblo religioso necesita el
^acerdote que represente las creencias generalas. Se habla con fatuo desdén de los tribunos
populares. Apelan a las emociones elementales
^e la masa, no les interesa la novedad del pensamiento, no se preocupan de la belleza de la
'Orma, dicen los espíritus demasiado críticos y
demasiado peco comprensivos. ¿Y qué? La función del tribuno popular es hacer de voz colectiva, decir en altas y claras palabras lo que
^odo el mundo murmura turbiamente y entre
"i'entes. El tribuno del pueblo es la condensa-
ASOV.-N*M.
212.
llamado al Ateneo un enjuiciamiento inequívoco de todos los fectores que habían determinado la última crisis. Faltó fermentación, emoción, expresión rotunda en su discurso. No
supo elevarse a la categoría de héroe oratorio.
ción de lo que el pueblo piensa, siente y calla;
es como un eco sonoro de las emociones que
palpitan en el alma social, y su eficacia o esterilidad depende del acierto con que su palabra
En la serie de conferencias organizada por
levantada corresponda al estado de ánimo amel Ateneo, al Sr. Lerroux había de seguir Unabiente. Cariyle se olvidó de incluir en sus Hémuno, uno de los españoles que 'más profuti'
roes al más necesario, al más deseado de todamente sienten la dignidad del pueblo sobedos: el orador de la multitud.
rano. Unamuno no pudo acudir a la cita que
se
le había dado y que él había aceptado. El
« * *
Ateneo, foro de la libertad, hervía de impaEn EspaRa había voraz apetencia de una voz ciencia y de emoción pública. Era preciso que
que sonase diáfana, rotunda, vibrante como un alguien diera satisfacción a tanto anhelo acuclarín, interpretando el sentir general en esta mulado. Se buscó, entre los concurrentes, un
agustiosa hora de la vida española. La prensa sustituto, y el que se halló dispuesto a la ardua
está amordazada, y a juzgar por la paciencia empresa no fué ninguno de los avezados tribucon que sufre la afrentosa mudez, dijérase que nos de la docta cosa, tan fértil en oradores,
no es sólo la cristiana virtud de la resignación sino —¡símbolo de los tiempos!— un [hombre
la que refrena sus nervios. Las tribunas públi- de la calle que asistía como simple espectador,
cas, bajo la suspensión de garantías constitu- uno de esos raros hombres que siempre están
cionales, que ya se soporta mansamente como a la altura de las circunstancias y que parece
una enfermedad crónica, están reducidas a si- que brotan del seno de la tierra en los instantes
lencio. Cerrado el Parlamento, sólo quedaba más críticos: Indalecio Prieto, el diputado por
un baluarte de la libertad que ningún gober- Bilbao.
nante, ni el más temerario, se ha atrevido hasta
*••
ahora a asaltar: el Aieneo de Madrid. Lógico
era, pues, que el Ateneo, sellados todos los órEl extraño hecho tuvo todas las apariencias
ganos de comunicación, pensara en abrir su del cumplimiento de una predestinación. Prieto
cátedra a los hombres más representativos del fué el verdadero acusador público del capitán
sentimiento general, a los más aptos, por su Boyer, por los sucesos de 1917 en Bilbao. Poco
espíritu público, su significación social y su a poco el militarismo ha visto en él erguirse a
talento tribunicio, para expresar heroicamente, su más formidable adversario. Cuando conocien el sentido carlyliano, la emoción y la volun- mos la lista de oradores del Ateneo, pensamos
tad colectivas.
que faltaba el más adecuado. Cuando oímos a
Lerroux, pensamos: Prieto no hubiera hablado
así. Cuando pensamos en los futuros discursos»
• Primero habló Lerroux. Nada diremos de nos dijimos: Nadie hará el discurso pleno; a
su difusa palabra, que hace el efecto inapeteci- unos detendrá un exceso de prudencia, a otros
ble de una bebida fermentada que ha perma- faltará la emoción; Prieto siente como nadie
necido demasiado tiempo en un recipiente este problema y nadie puede tratarlo con palaabierto; ni de sus esfuerzos para mantenerse bra más rectilínea, más enérgica, más inequíequidistante de las facciones más extremas, ni voca. La fatalidad pudo más que todas las disexcesivamente radical para no ahuyentar a las posiciones y previsiones, y Prieto, hombre de
derechas, ni tan conservador que deban repu- destino, tuvo que renunciar a su asiento de esdiarle las izquierdas; ni de su doble táctica de pectador y subir al estrado a pronunciar uno de
suavizar con una caricia un arañazo y de neu- . los discursos que, en nuestro entender, más han
tralizar con un arañazo una caricia al referirse de pesar en la historia contemporánea de Esa los militares: Lerroux siempre ha sido ambi- paña.
guo con los profesionales de las armas, ya por
sentimiento de familia, ya porque su táctica de
revolucionario está aún enraizada en el clásico
Sería ocioso querer transcribir el discurso.
pronunciamiento. Sólo hemos de consignar A la prensa diaria no le ha permitido la censura
que su discurso defraudó la expectación del publicar más que contádísimas líneas de la
auditorio. No supo o no quiso interpretar el arenga. Con la prensa de la derecha ha sido,
sentir común. El publico esperaba del tribuno sin embargo, más benévola. He aquí algunos
ESPAÑA
íSTúm. 212.—6
párrafos dé un articulo de El Debate, titulado
«La diatriba antimilitarista»: «Su discurso fué
una violenta diatriba antimilitarista. El tópico
de la supremacía y de la dignidad del poder
civil puso en sus labios frases efectivas, que
fueron aplaudidas estrepitosamente. Sin duda,
de este tópico esperan conseguir los elementos
disolventes algunos resultados, requiriendo el
concurso del viejo ronanticismo liberal para
una obra de destrucción.
>Mas supongamos por un momento que el
ejército hubiera tenido intervención en la marcha de las cosas públicas. Aun entonces cabría
preguntar si esa intervención había sido para
deprimir al poder civil o para sostenerlo; si
desde las alturas de la dignidad y del patriotis
mo lo había derribado al suelo, o si, por el conirario, lo había recogido del suelo para elevarlo
y adecentarlo un poco. Porque si ha sido lo segundo, si el ejército, en la hipótesis de que el
ejército haya intervenido, no ha sido una opresión, sino un puntal, .entonces todos los amigos,
los verdaderos amigos del poder civil, habrán
de agradecérselo, porque habrán hecho lo que
los políticos no han sabido o no han querido
hacer».
'
El A BC,'por'su parte, dijo lo siguiente:
«I'ildalécio Prieto habló por espacio de unos
cuarenta minutos, y al terminar había escuchado diez y siete ovaciones. El caluroso asentimiento se manifestó eh aplausos lastresprimerasvecé^;^é$pués,d entusiasmo explotaba en
'¿reciente ¿laiíiór.'• »At prihcipio eludió el tema político en sí
jj^ra' ént'atórse coin la raza, contra la que lanzó
'Viriles didteribsi hosin arremeter poco después
contra ác|úellós que creen en la degeneración
dielpüéblóv' ''
• >Habló dé baluartes de reacción y conjuró a
'10s que éti ellos se encuentran con opuestas
Convicciones a ser los primeros en el intento de
destruirlos. • .
:
«Terminada la guerra europea, «ved—dijOia esos Ejércitos victoriosos, que han ganado las
más grandes batallas de la Historia; ved cómo
se diluyen en la vida civil».
»Pára terminar en plástico contraste evoca la
' visión de los soldados que han tomado parte
en la épicá'luchk con los terrosos uniformes del
color de la tierra que defendían, de la tierra que
había de sepultarles.»
¿Oué dijo Prieto en sustancia? Que la dé
mocracia y la libertad deben estar por encima
de todo otro poder no emanado del pueblo.
Bien está que todo el mundo se sindique y haga valer su propia fuerza, su fuerza personal,
en las contiendas internas del Estado; lo que
no es tolerable es que nadie utilice como propia, clandestinamente, una fuerza que le ha dado en depósito la nación.
Prieto recordó sus días de desterrado en París entre el año 1Q17 y el 1918, hasta su elección de diputado a Cortes por Bilbao. Víó entonces los ejércitos en lucha y le dejó maravillado el advertir que a mayor fuerza militar
correspondiera mayor sentimiento civil, hasta
en los detalles más nimios, como en el uniforme, no hecho de abigarradas telas, sino
de tejidos del color de la tierra en que tenían
que culebrear y con la cual debían confun;. dirse, para vencer o para morir, como si de
-sa manera quisiesen prescindir de toda vana-
gloria y de todo prurito de casta privilegiada.
Era la tierra, el pueblo oriundo de la tierra y a
la tierra destinado, la que daba, con su color,
carácter de democracia y sencillez civil a los
ejércitos beligerantes.
Nosotros, mientras Prieto hablaba, completábamos su pensamiento. Felices —nos decíamos— los pueblos que han intervenido en la
guerra. La inmensa ordalía ha sido una purificación para el mundo. El universo estaba excesivamente cargado de espíritu militar. Había
demasiado profesional de las armas, demasiada
cantidad de hombres que veían en el uso de la
fuerza no sólo la última razón desesperada,
sino la primera y la suprema en la existencia de
los pueblos. Esos hombres de cerebro modificado por la profesión han desaparecido en su
mayoría en los países beligerantes. Los ha segado la guerra, como si al hacerlo hubiera
querido extinguir para el futuro los gérmenes
personales de nuevos conflictos posibles. La
guerra ha barrido entre los pueblos partici cantes a los instrumentos más ardientes del milita
rismo. Extraña paradoja: la guerra más sangrienta que hubo jamás ha dejado a las naciones que la sostuvieron más limpias que nunca
de elementos militares, más civiles que nunca.
Dichosos los pueblos que supieron purificarse.
,v*
El discurso de Prieto en el Ateneo de Madrid
ha de tener fecunda trascendencia en la política
española. No fué tomado taquigráficamente.
Pero no importa. Ese discurso, que no hubiera podido pronunciar en ninguna otra tribuna,
ni siquiera en el Parlamento, quedará como
un hito de valor moral, como punto de partida
para comenzar a ascender la cuesta por donde
se habían despeñado la democracia y las libertades españolas. Correrá de boca en boca, más
que la ardiente palabra, el acto de un hombre
que, sin miedo ni erróneos cálculos políticos,
ha hablado con entera claridad y ha trazado a
todos una norma de conducta. Era necesario
que alguien gritase lo que todos murmuran.
Nadie, cuando se trate de este problema, dondequiera que sea, podrá ser en lo sucesivo menos que Prieto. Y cuando todos los que deben
serlo sean tanto como él, y todos hablen a
grandes voces y nada se escape a la crítica pública, habrá empezado la reorganización democrática y liberal de España y se habrá iniciado
la decadencia y extinción de todos los ilegítimos poderes irresponsables, erigidos en soberanos de la nación a quien tienen el deber de
servir, no el derecho de gobernar.
El gobierno ha destituido a 21 telegrafistas,
por suponerles directores de la última huelga.
¿Les abandonará la opinión pública? ¿Para
cnándo son las suscripciones? Los periódicos
que se solidarizaron con la actitud del Cuerpo
de Telégrafos tienen la palabra.
LA NUEVA INQUISICIÓN
POR
Miguel de Unamuno
pregunta de «¿Qiíén es la Iglesia?» el
A laCatecismo
de la Doctrina Cristiana, o
más bien católica apostó ica romana, que nos
enseñaron de niños responde así: «Es la congregación de los fieles cristianos, cuya cabeza
es el Papa», formando parte de ella, por lo
tanto, lo mismo los legos o laicos que los eclesiásticos o profesionales del sacerdocio. Pero
el sentido histórico común restringe el nombre
de Iglesia a la clerecía, y para él gente de iglesia son los clérigos, incluyéndose a lo sumo
los sacristanes efectivos u honorarios. Y de he
cho la Iglesia Católica Apostólica Romana ha
quedado reducida a la clerecía. Y hay que ver
cómo execra de los llamados obispos de levita
y con qué suspicacia mira al laico que se ocupa en teología.
La Iglesia profesional, sacerdotal o técnica,
la de los que viven del altar, promulgó dogmas
de cuya pureza eran ellos, los sacerdotes, los
guardianes y defensores. Proclamaron delito y
crimen la herejía y toda interpretación del dogma eclesiástico que no fuese la suya, la eclesiástica, la oficional, y hubo tiempo en que pudieron hacer funcionar un tribunal de inquisición,
osanto oficio,que tras procedimientos judiciales
tenebrosos y clandestinos, y con aplicación del
tormento, entregaba al brazo secular al reo, a
que acaso lo quemaran por haber enseñado el
panteísmo u otra doctrina de las que hoy son
públicas y lícitas en todo país civilizado, es decir, deseclesiastizado.
Todo esto lo hacía una Iglesia cuyo reino no
era, o por lo menos no debía ser, de este mundo y para defender ese reino de otro mundo.
Mas como la fe en el otro mundo, en el reino
de Dios, ha ido amenguando y debilitándose
en los cristianos todo ese sentido eclesiástico,
sacerdotal, de clerecía, de profesionales del dogma y del culto se ha trasladado a otra parte. Y
no es ya la Iglesia la más fiera en perseguir
herejías ni reclama su jurisdicción privativa ni
persigue al que niega sus dogmas o los explica
de otro modo que ella ni pretende restablecer
el tribunal de la Inquisición o del Santo Oficio.
Todo esto se ha transferido a la defensa de los
reinos de este mundo.
Se quiere hacer, en efecto, del patriotismo
no ya una religión sino una cosa eclesiástica,
profesional, casi teológica, con sus dogmas y
su culto y sus herejías y, naturalmente, su sacerdocio. Y, desde luego,su apologética. Apologética que no rehuye el embuste y la falsificación.
Que así como la clerecía antaño inventó lo de
la pía frans, el fraude piadoso, el engaño edificante, así corre hoy la patria frans, la mentira patriótica. Y si la Iglesia del reino de Dios
prohibió el libre examen de sus escrituras y
sus dogmas, las nuevas iglesias de los reinos
de este mundo prohiben también el libre examen civil de sus escrituras y de sus dogmas.
En las escuelas de estas nuevas iglesias temporales no se enseñan las historias patrias, verbi
gracia, como el verdadero y puro y elevado pa-
Núm. 212.—7.
ESPAÑA
mento, diría a la nación que se guardase mucho de instituir un gobierno militar y que nombrase un magistrado civil.» En otra ocasión es»
cribía: <E1 primer deber de los militares es el
respeto a la autoridad civil.»
En todos los conflicto^ surgidos entre el elemento civil y el militar. Napoleón se colocó
de parte del primero. En 1806, Junot, gobernador de una provincia italiana, cometió una arbitrariedad con un prefecto. Napoleón se dirigió a él en los siguientes términos: «Habéis
tratado a un prefecto como si fuese un cabo de
vuestra guarnición. Sólo tengo que deciros
que si el asunto no se arregla a satisfacción del
prefecto, seréis destituido.» Como los alumnos
de la academia de Artillería de Metz promoviesen en cierta solemnidad un escándalo. Napoleón les sentó cumplidamente las costuras,
después de expresar su disgusto al ministro de
la Querrá. «El militar —decía— no conoce
más ley que la fuerza; sólo se ve a sí propio.
El hombre civil, por el contrario, sólo mira el
bien general. Es propio de militares quererlo
todo despóticamente, mientras los hombres civiles lo someten todo a la discusión y a la verdad. Podrán tener diferentes puntos de vista y
EL EJÉRCITO Y EL PODER CIVIL
engañarse a veces, pero de la discusión nace la
luz.»
Sabido es cómo trataba Napoleón a sus generales. A unos los calificaba de ladrones, a
POR
otros de bandidos. No se fiaba de ellos poco
ni mucho. Los tenía constantemente vigilados
Alvaro de Albornoz
por espías que los seguían a todas partes y no
perdían el más insignificante de sus movimientos. Los obligaba a devolver al Tesoro las enorN estos días de vilipendio, en que no se pue- gran Ejército. Hegel le adula cuando pasa el mes sumas que rebaban en los países conquisde escribir ni hablar libremente, y en que Rhin al frente de sus tropas. El glorioso autor tados y les (xponía a la vergüenza pública.
falta coraje para actuar en la calle, no hay sino de Fausto se siente halagado cuando el héroe, Para inspeccionar las cuentas de la administrarefugiarse en la lectura. Y es natural que, con poniéndole la mano en el hombro, le dice: (Sois ción mil tir nombrsba funcioraiios civiles.
preferencia a todos los demás, nos interesen un hombre, monsieur Goethe!
¿EH que Napoleón no amaba a su ejército,
Un hombre, sobre todo, era é!; antes que un al Gran Ejército que tantas veces condujo a
aquellos libros que se refieren a épocas tan
conturbadas como la nuestra. ¿Qué semejanza militar, un hombre; más que el genio de la gue- la victoria? JES que NapoUón era un enemiga
hay entre las convulsiones de esta post guerra rra, la primera capacidad política de su tiempo. de las instituciones militares, cerno cualquier
y las que siguieron a otras grandes conflagra- Montado en su caballo blanco, examinando con «agitador profesional» de esos que quitan el
ciones? ¿Qué analogía existe entre la revolución su anteojo el campo de batalla, recibiendo de sueño a nuestros conservadores? Bajo la cúpurusa, de que tanto abominan los conservadores su ayudante su despacho de guerra, aquel sol- la del cuartel de los inválidos, sobre el pavide toda Europa, y aquella gran revolución dado es, ante todo, el emperador. Lo que él mento de mosaico de la cripta en que se alza
francesa, que tantas calumnias mereció de sus representa allí, es la suprema magistratura ci- el monumento que guarda los restos del héroe,
contemporáneos y de la posteridad, y de la que vil, expresión de la soberanía nacional. No es están escritos los nombres gloriosos: Areola,
procedemos, queramos o no, todos los libera- un general del ejército; no es el general en jefe Rívoli, Marengo, Austerlitz, Jena, Friedland,
del ejército; es el emperador de los franceses. Moscow, Wagram...
les del mundo?
Leemos una vez más la historia de los giron- El poder civil soberano tiene el más esforzado
dinos; Dantón nos atrae con la sugestión pode- defensor en el héroe de Austerlitz y de Jena.
rosa de su genio. Eran los solemnes deb tes de
Vedle ante el Consejo de Estado, en ocasión
la Constituyente y las apasionadas discusiones en que este Cuerpo discute sobre la institución
de la Legislativa, las tormentas de la Conven- de La Legión de Honor. «El gobierno militarNervioso y sutil
ción... Y el terror, y la guillotina; un diluvio de dice— no arraigará jamás en Francia, a menos
ciistal de Bohemia,
sangre... La revolución, ¿ha sido realmente que la nación se embrutezca». Leed sus corresla copa del alma,
vencida?
pondencias. «Muchos generales —escribe— se
vibra a todo son y siempre es cadencia.
Entre todos los libros que evocan aquellos figuran que su autoridad es del mismo género
tiempcs, uno nos interesa especialmente: Na que la autoridad civil y que se halla comprenSi el día se va,
poleón, arHmilitaris*a. En la primera página dida entre los poderes púbiic< s, cuandci es sola lágrima, trémula,
de su hálito último,
hay un grabado que da una mediana idea de lamente la garantía de éstos. Equiparan los graen la copa, al caer, de angustia la llena.
napoleón en Austerlitz, el fimoso cuadro de dos militares a los de la administración no
Vernet. El emperador, montado en su caballo existiendo entre unos y otros la menor analoY al nacer el sol,
blanco, firme el pie en el estribo, examina el gía, pues los grados militares sólo confieren
si
la alondra endecha
autoridad sobre los inferiores, mientras los
campo de batalla con su anteojo. Es el mons
al día levanta,
truo,. el ogrq de Córcega, el gran bandido de grados administrativos dan autoridad sobre los
la lima, en la copa, «n himno se traeca.
coronas. Es el heredero de la gran revolu- inferiores y sobre los ciudadanos, lo cual consción, que pasea triui fa mente la bandera de la tituye el poder público.»
Nervioso y sotü
democracia por la asombrada Europa monárEn 1800, siendo cónsul y hablando con Roecristal de Bohemia,
()uica. Es el caudillo de Areola y de Rfvoli, de derer de la eventualidad de su muerte, decía:
el alma es la flor
que al aiie del ala sus pétaloig siembra.
Marengo y de las Pirámides. Es el testamenta- «No hace falta un general en este puesto; ei
rio dtl gran siglo de Voltaire.Es el general del necesario un hombre civil. Si yo hiciese testaLuis O; Bilbao
triotismo, el patriotismo civil, exige, es decir
poniendo la santa verdad sobre todo y para
moverle tal vez al pueblo a que aprenda su
historia para arrepentirse de sus pecados y reconocer sus faltas. En esas escuelas se ensefla
una historia que pretendiendo exaltar el patriotismo lo corrompe porque lo hace a costa de
la verdad. En esas escuelas se enseña la doctrina impía e inhumana de que la patria tiene
siempre razón y que no se debe examinar libremente sus mandatos.
Y aún hay algo peor y es que estas nuevas
iglesiss, estas iglesias o clerecías de los reinos
de este mundo han restablecido la antigua inquisición del Santo Oficio en cuyos procedimientos—y bien claro se vio en Francia cuando el famoso affaire D rey fus—entra la patria
Jrans, el fraude patriótico, la falsificación de la
verdad, cuando se la cree útil para la defensa
de los dogmas o de los cultos eclesiásticos de
estas niftvas iglesias seculares.
En el precioso libro La Biblia en España,
que en 1842 publicó el inglés—y en inglés—
Mr. Oeorge Borrcw—libro que es la última
novela picaresca—nos cuenta su autor cómo
encontró en Córdoba a un anciano sacerdote
que había servido en la inquisición desde sus
treinta años hasta la supresión del Santo Oficio
y que hablando del delito de brujería le preguntó Borrow si creía en la realidad de tal crimen, a lo cual: «¿Qué sé yo? (esto está en castellano en el texto inglés)—dijo el anciano encojiéndose de hombros—. La Iglesia tiene poder, Don Jorge, o por lo menos tenía poder de
castigar por algo real, o no real, y como era
necesario castigar a fin de probar que tenía el
poder de hacerlo ¿qué importa que castigara
por brujería o por otro crimen?».
¿No creen nuestros lectores que las nuevas
iglesias de los reinos de este mundo para probar que tienen poder disciplinario de castigar
han inventado el crimen de brujería antipatriótica? ¿Y no creen que lo enjuician inquisitorialmente?
NAPOLEÓN, ANTIMILITARISTA
E
LA AMABLE CANCIÓN
ESPAÑA
Núm. 2 1 2 — 8
UNA ENCUESTA
SOBRE UN PARLAMENTO INDUSTRIAL
N un artículo, publicado en la Hoja Comercial de La Vanguardia correspondiente al
25 de Febrero, llamé la atención de ios lectores
sobre el Parlamento Industrial convocado por
Ltoyd Oeorge. En ese artículo, titulado «Nuevos caminos», dije que «son demasiado compiejos y delicados los problemas sociales que
afectan a la distribución de la riqueza para que
puedan ser resueltos con equidad en medio de
ios tumultos y las violencias y sin mucho estudio y no meaos prudencia y circunspección,
.encaminando las cosas rápidamente hacia solutíones de armonía, aunque para ello se tenga
que acudir, a despecho de teorías admitidas y
de [M-ácticas inveteradas, a formar instituciones
con representación prestigiosa de todos los factores de la producción y del cambio y revestidas de la autoridad que les otorgue la sanción
del poder público».
Ese para mí es el buen camino, el único camino seguro para resolver los problemas sociales. Pero yo considero el asunto bajo un aspecto general.
'
•: El Parlamento Industrial en Inglaterra me
parece algo Serio,-importante, eñcaz, fecundo;
y^sin embargo, temo que en Es saña resultara
estérih Nos serviría principalmente para pronunciar discursos, divagar, exponer teorías, derramar torrentes de cordialidad y sentimentalismo y acabar reuniéndonos en fraternal banqueteci. Puestas las conclusiones en manos del
gobiernoí es muy posible que en ellas queda
ran y siguiéramos como antes.
Inmodestamente declaro que tengo alguna
experiencia en ese orden de cosas.
•:Cada país es como es, y no de otra manera;
verdad perogrullesca, que olvidamos con frecuencia, tal vez por exceso de imaginación,
acaso por sobra de generosidad. Y en Espafla
predomina el miedo, un invencible horror a la
acción en todo lo que concierne a la vida pública.
Si quisiéramos hacer, pues, algo útil en ese
terreno, quizá no debiéramos convocar un Parlamento Industrial que redactase unas conclu^
siones y las dejase en manos del gobierno,
sino constituir organismos (organismos mixtos,
naturalmente, en que estuviesen ponderados
los elementos patronales y los obreros) con facultad de resolver de una manera concreta,
precisa y obligatoria las'cuestiones relacionadas con la organización del trabajo, prescindiendo de las Cortes, salvo el derecho de éstas
para determinar la compo ición, la competen
cia y el procedimiento, o para revocar las reso
luciones en caso de ser contrarias a lo que estimen de interés público.
No creo que con eso se desvirtuase el principio constitucional de que en las Cortes con el
Rey reside la potestad de hacer las leyes, y, en
cambio, se conseguiría mayor rapidez en la
tcción, pues los acuerdos tomados deberían
obligar, mediante coacción del Estado, a todos
los patronos y obreros representados en cada
uno de los organismos que se crearan.
Ya sé que eso repugna a muchos, y no es
extra ño,'porquef Son realmente muchos los que
rata^ elffVnno de conciliar dos principios
E
opuestos: el de la libertad económica, impe
rante en casi todo el siglo xix, y el de la coordinación forzosa de los diversos factores humanos de la producción en organismos armónicos, para evitar los grandes desequilibrios,
las grandes injusticias, los grandes conflictos
sociales. Debiendo advertir que tengo la más
profunda convicción de que no siempre la justicia está de un lado y la injusticia del otro, por
lo cual así a unos como a otros conviene sobremanera acabar con un régimen que tiene
como característica la guerra permanente, para
sustituirlo por otro basado en el criterio de la
solidaridad de los intereses.
Bartolomé Amengua!
CRÓNICA INTERNACIONAL
«LIMES ITALICUS»
Y «MARE NOSTRUM»
s interesante el incidente que ha hecho retirarse de la Conferencia de la paz a la delegación italiana. Orlando, se va a Roma a decir
al rey y al Parlamento: «Esta es la situación:
Mientras que Francia e Inglaterra, ligadas por
el pacto de Londres, nos conceden la costa dálmata, pero nos niegan Fiume, Wilson, a quien
no obliga el pacto, nos niega la costa dálmata
y Fiume». Y no es necesario que Orlando añada, porque ya todo el mundo lo sabe, que Italia
codicia Dalmacia, Istria y Fiume. Que el interés italiano exige la negación del derecho de la
nación eslava a tener costas bañadas por el mar,
por el mar que es de todos.
Wilson dirigió un magnífico manifiesto a la
nación italiana. Invoca las garantías que ofrece la
Sociedad de Naciones. Invoca los derechos de
los yugo-eslavos, de los rumanos, de los húngaros para impedir que Fiume caiga en manos
de Italia. Invoca les principios de justicia, a los
cuales el pueblo americano tiene que ajusfar
sus actos. Invoca el derecho de los pueblos, de
la solidaridad internacional frente a los intereres nacionales para negarse a sancionar una
paz que vulnere esos principios de justicia, que
el Presidente ha ido hasta ahora sacando, peor
o mejor librados, de las decisiones de la llamada Conferencia de la Paz. En la cuestión de
Fiume no quiere ceder Wilson.
Y Orlando se siente molesto porque Wilson
se dirige al pueblo italiano, saltando por encima del gobierno de éste. «El tal procedimiento,
ha dicho Orlando, se ha usado sólo durante la
guerra con respecto a los Estados enemigos.»
Es posible que Wilson haya traído a Europa
medios algo americanos. Algo extraños a la rutina diplomática, al secreto y a la reserva. Pero
Wilson sabe que por los pueblos de Europa
corre un viento de justicia y libertad que no
sopla desde los gobiernos sino que azota a
éstos.
Es posible que el gran público italiano se
deje arrastrar por el imperialismo. Pero Wilson
se dirige a los elementos que en Italia representan la semilla que con tenaz esfuerzo va rompiendo la dura costra del egoísmo nacional.
Y al dirigirse públicamente a los italianos
Wilson ha actuado contra la diplomacia secreta. Contra esa diplomacia que hoy se quiere hacer perdurar, y que en los documentos publicados por Lenin y Chicherin, en los tratados
dados a conocer por los revolucionarios de los
Imperios Cenh-ales, y en este mismo pacto de
Londres que ahora se discute, tan a las claras
E
muestra sus peligros, repartiéndose entre cuatro paredes al mundo, territorios ajenos, sin que
la emoción de los pueblos a quienes estas chalanerías afectan directamente, puedan condensarse en pro o en contra. Contra esta diplomacia ha tenido Wilson un gesto. Habrá sorprendido a Orlando, a Sonino y a toda la internacional diplomática, pero ha gustado a los
pueblos. Y Wilson está apoyado, no hay duda,
por su país, por los socialistas y por todas las
gentes de alma liberal del mundo, que ya empezaban a desconfiar un poco del Presidente
por sus excesivas concesiones al ávido espíritu
imperialista, y por los secretos conciliábulos
del Comité de los cuatro.
Orlando es político hábil. Sabe aprovechar
este incidente para cubrir su retirada y volver
a la demanda con mayor fuerza. «Vos, señor
Presidente, habéis dudado de la autoridad del
gobierno italiano, y mi deber es de presentarme ante los representantes de mi país y decirles: ¡Elegid entre Mister Wilson y yo!» O lo
que es lo mismo: «Elegid entre una paz que
sólo tenga en cuenta los intereses de Italia, o
una paz que asegure la justicia en el mundo».
Mala consejera es la victoria, y no es la invocación al imperialismo, que tantos intereses entreteje y tantos resortes de la vida ecomómica
de un pueblo tiene en sus manos, garantía de
que el parlamento italiano vote por Wilson. La
resolución del problema planteado por la negativa de Wilson y por la retirada de Orlando no
será fácil. A no ser que cediendo ambos un
punto resulten quebrantados en un punto más
los catorce de Wilson, dejando una espina en
el pueblo yugo eslavo y un rencor en el- itaf
liano.
El incidente de Fiume no retrasará la paz
con Alemania. Pero si Italia no cede, «si la paz
se concluye sin nosotros—ha dicho un diplomático italiano—recobraremos nuestra libertad
de acción». Esta es una amenaza de denuncia
del pacto de Londres sobre la paz separada.
Amenaza algo vana. No es posible concebir que
Italia haga oir de nuevo el fragor bélico. Ni
siquiera que por un afán anexionista se desvíe
de la conciencia europea. La «guerra nostra»
italiana ha sido la guerra del mundo entero. La
paz ha de serlo también.
UN ARGUMENTO DE FUERZA
M
ARCEL Sembat, dice en L'Hamanité, que
los italianos '.invocan cerca de Wilson los
principios para obtener Fiume, y el tratado de
Londres cerca de los demás aliados jparf conseguir el restóle s o s a s í í i r a c i o n M ^ ^ ^ ; ^ ,
ESPAÑA
Núm. 2 1 2 . — 9 .
«¿Y de dónde deriva la fuerza de ese tratado?
—escribe Sembat—. ¡De la victoria de los aliados! ¿No es así? Sin duda, que si no sería letra
muerta. Y ¿a quién debemos esta victoria? ¡A
Wilson! ¡A los americanos! Wilson tiene, pues,
derecho de decir a Italia que si los [Estados
Unidos hubieran permanecido neutrales, los
aliados se habrían fastidiado, y los italianos
también.
Sin el arribo de los soldados americanos, no
sería hoy cuestión ni de Fiume, ni aun de
Trieste. Sería cuestión de que el Imperio austro húngaro se aprestaría a readquirir Venecia.
¿y por qué han venido los americanos? Porque han creído que la libertad del mundo estaba en peligro. Y es por esto por lo que hoy
debe hablárseles de justicia y de libertad.*
LA PAZ PARA RUSIA
hacerlas paces con los aliados.
RuáiAPeroquiere
estos no quieren devolver la tranquilidad a Europa, concertandojcon Rusia esa paz.
Les interesa ante todo exterminar en su cuna
el peligro del bolchevismo, cuya fuerza expansiva temen.
Chicherin, recientemente, en conversación
tenida a mediados de Abril con un corresponsal americano, Mr. Frazer Hunt, ha vuelto a
proclamar la buena disposición de Rusia para
hacer la paz. Estas declaraciones tienen el valor de un documento diplomático.
Los aliados, dice Chicherin, complican la
situación de Rusia, que tiene que sostener dos
gtierras, una civil y otra extranjera. Las dos,
empresas directas o indirectas de la Entente.
Chicherin ha ofrecido, y ahora lo repite, pagar,
a los aliados las deudas del antiguo régimen,
concediendo toda clase de garantías. «Hemos
hecho la formal promesa que desde el momento en qué la paz sea ñrmada no nos entrometeremos en los negocios interiores de América o
de los aliados.»
Hablando de la situación militar de Rusia,
opina Chicherin que Kolchak y su ejército siberiano son una seria amenaza, pero en las
mismas regiones en que opera cunde la insurrección de los campesinos. La situación en
los otros frentes es realmente muy favorable.
Odessa ha sido conquistada y también dominados los grandes distritos del sur, ricos en cereales y otros productos agrícolas.
Rusia, insiste Chicherin, tiene deseos de hacer la paz para consolidar su orden interior.
Cs posible que la paz muestre al mundo la
buena obra del bolchevismo. Ya sabemos que
es un movimiento, no de masas ignaras, sino
que a él se adhieren con entusiasmo los elementos intelectuales. Y sería un retroceso en la
historia del mundo, tan necesitado de nuevos
ideales, que el Gobierno bolchevique fuera pisoteado por las botas militares. La dictadura
del proletariado es de preferir, en Rusia y en
todas partes, a la dictadura militar, en razón
<^1 distinto fin que las dos persiguen.
Conviene observar que en el Oobierno inglés, en Lloyd Qeorge, es cada día más clara la
comprensión dé los negocios rusos. Ultima«nente se ha hablado mucho de la visita y del
informe a Lloyd Qeorge, de un misterioso joven americano, vuelto de Rusia. Las declaraciones de un testigo imparcial, causaron, se dice con fundamento, grat^ imf>re8ión en el ánimo
<Ie Lloyd Geórge/ lia propuesta de abastecer a
Rusia con los víveres que necesita sería el primer paso para una inteligencia.
Y cabe pensar en la coexistencia en Europa
de una Rusia libre, que ha realizado una de las
más audaces transformaciones sociales, y que
ha dejado de ser un huerto de imperialismos,
de codicias, y aliada fácil para toda empresa bélica.
LA DESAPARICIÓN
DE HELIOOLAND
A isla de Heligoland, reducto de Alemania
contra Inglaterra, desaparecerá del mapa.
Privada de la cintura de acero que defendía
sus rocas contra las olas, éstas acabarán pronto
con la isla. Es sentencia que manda cumplir
al mar el Consejo de los Cuatro.
L
DE MONTECITORIO A VERSALLES
LA CUESTIÓN DE FIUME
POR
Camilo Barcia
É en Diciembre de 1918; Wilson, en Mon.
FUtecitorio,
dirigía la palabra al pueblo italia-
manera sinuosa; los encargadQS de trazar las
líneas vertebrales debían de poseer una insuno; aludiendo al problema tcheco-eslavo decía: perablefirmezade pulso. Y se entabló entonDebemos de aportar elementos nuevos para ces una lucha: contienda entre la diafanidad de
cimentar la unión entre esos pueblos. Aun un ciudadano, jefe de un pueblo libre, y el ca-,
cuando no están habituados a la independen- suismo de tres diplomáticos^ Una vez más se,
cia, deben, sin embargo, ser independientes. esgrimían los manidos argumentos: precedenTenemos que protegerlos como amigos, para, tes históricos, garantías estratégicas, posibilidapermitirles vivir estrechamente unidos. El solo des económicas. El hombre del rioble cajidor
vinculo que une a los hombres es la amistad había optado por. la línea recta; pero su fuerza
y este vinculo es también el que debe de unir a lógica no ;se compadecía con su poder efectivo;
las naciones. Nuestra tarea consiste en orga- del otrO: lado del Atlántico, el: generoso euronizar la amistad a través del mundo.* La alu- peísmo de Wilson despertaba la hostilidad del
sión era suficientemente precisa; pero los im^ partido republicano; esa desviación bastó como
perialistas italianos tal vez interpretaron las pa- argumento definitivo a los que sin transición,
labras copiadas como una manifestación espe- pasan del entusiasmo al pesimismo. Wilsotí al:
cífica del [noble candor atribuido por Clemen-, decir de ciertas gentes, había dejado de;Sier ¡elceau al Presidente norteamericano. Además, Presidente que tenía tras de sí el peso decisivo
estaba aún reciente la hora del triunfo; no ha-, de una opinión, acorde;, por esta excisión pobía sedimentado en los espíritus el grave pro-. dían canalizarse todas las ambiciones; los deleblema de la paz.
gados italianos que padecían un terrible empaMientras la guerra consumía por sí sola to- cho anexionista quisieron poner a prueba 1%
das las energías, concretar las aspiraciones fi- firmeza de la decisión wilsoniana y surgió \%
nales no era imprescindible; entonces gravita- divergencia; Orlando intenta retirarse de Ver-,
ba sobre el mundo, como inquietud preponde-; salles; cuando estas lineas sop. escritas, nada se;
rante, el peso de una posibilidad sojuzgadora- sabe en concreto, relativamente,;de la^ excisión
Fué derribado el obstáculo; transcurrieron las italiana; pero el propósito existe; ello nos bashoras de entusiasmo; era preciso trazar los per- ta. Así está actualmente planteado el pleito en,
files del mundo nuevo y no verificarlo de una torno al problema de Fiume. No ^abemos cua<^,
les puedan ser sus posibles derivaciones. En
cualquier caso es suñcie:nte, consignar la realií
Il«síl4„tf f
dad de la divergencia; es preciso que expliquemos cómo ha surgido la polémica. Así podremos deducir lo que hay de justicia y lo que hay
de intransigencia en la aptitud adoptada por los
delegados italianos; su posible ausencia de Versalles, tiene que inquietarnos tan sólo en cuanto
pueda responder a razones equitativas. Veamos;
en qué consiste esa cuestión de Fiume.
Tei-rltorlos ceidtcUdos por loa. italianos
Digamos, ante todo, que el actual superanexionismo italiano, es algo que ha surgido con
la guerra. Antes del conflicto actual^ excepción
hecha de reivindicaciO;ne3 que comprendían a
Trieste, Orione y Vallona, las aspiraciones de
Italia sobre el Adriático eran vagas, imprecisas.;
Para convencerse de ello basta leer la obra publicada por LoiseaM en 1901 (U Equilibre adriatique), donde el autor,, italiaiiófilo hasta la exa^
geración, analiza minuciosan\ente el ptiobleina
del Adriático desde el puntp. desvista, italiinOk^.
Italia, que debe su existencia al^4:|i:ini^piq| ,d^-,
llis nacionalidades, a menos dei rQmper cpn su,
ESPAÑA
Núm. 212.—10.
historia, forzosamente tendría que aplicar idéntico criterio al problema del Adriático; a los imperialistas italianos el problema del anexionismo se les presentaba en términos categóricos.
Desde Cattaro a Fiume la costa adriática era
preponderantemente eslava; en Dalmacia, de
645.000, 613 000 son eslavos; en Ystria, de
403.000; 225 000 son eslavos; igual preponderancia en Croacia; es más, en esa región de Qorizia y Qradisca, región irredenta, existen ciento cincuenta y cinco mil eslavos contra 91.G00
italianos. Por consiguiente, no había lugar a
dudas; con arreglo al problema de las nacionalidades, el litigio del Adriático era un pleito a
resolver en sentido eslavo. Pero los imperialistas italianos, renegando del pasado y haciendo
suyos argumentos esgrimidos por Austria para
dominar en Trieste, sentaban estas dos conclusiones: 1." Las costas austro-húngaras del
Adriático, habitadas por poblaciones italianas,
deben ser incorporadas a Italia en nombre del
irredentismo. 2," Italia debe reclamar, igualmente, todas las costas e islas del Adriático que
considere necesarias a su seguridad o sirvan
para asegurar la supremacía naval italiana. De
un irredentismo basado en principios de nacionalidad, se pasaba a un anexionismo que implicaba la sumisión a Italia de la raza eslava. Italia
sucedería a Austria en su triste papel de sojuzgaron. Inútil decir que ese imperialismo nos
parecía tan execrable como el fenecido. No se
diga que ahora se trata concretamente de la
cuestión de Fium:, donde existen 23.000 italianos contra 19.000 eslavos, yaque esa pequeña
supremacía del elemento italiano está muy lejos de contrarrestar este otro hecho: que Italia
en sus fronteras al norte y sur de Trieste absorbería una población eslava que comprende a
300.000 individuos.
Prescindamos de lo dicho; aun queda a los
imperialistas italianos un posible argumento.
Podría formularse así: abstracción hecha de la
justicia o injusticia que pueda existir en las aspiraciones italianas, es lo cierto que éstas (a lo
menos en lo concerniente a Fiume) han sido
reconocidas en el Tratado secreto firmado en
Londres el 25 de Abril de 1915 y que por tanto, Inglaterra y Francia están obligadas a apoyar
las ambiciones italianas y no pueden apartarse
de los compromisos contraídos en el mencionado pacto. Digamos que para nosotros los artículos de un tratado que consignan una iniquidad no tienen valor alguno; la injusticia,
«un legalizada, sigue siendo injusticia, y henos
quedado en que esta paz sería equitativa. Mas
aun prescindiendo de esto, si hay algo evidente en el mundo es que Fiume no fué concedido
a Italia por el Tratado de Londres. En el Memorándum presentado por el embajador de
Italia en Londres a Qrey, Cambon y Beuckendorff y tomado por éstos en consideración, se
estipula en el art. 4.°: «En virtud del Tratado
de paz futuro, Italia recibirá... toda la Ystria,
comprendida Volasca.» Esto es, que Volasca
es el límite marcado a Italia; consúltese una
carta geográfica y véase como de Volasca a
Fiume hay una distancia tal, que, ni remotamente, puede pensarse en que el puerto origen
del litigio fuese atribuido a Italia por los Estados aliados. Si éstos, como afirman, se atienen
a lo pactado en Londres, triunfarían las bases
de Wilson e Italia no tendría más que dos soluciones: o someterse a la justicia o romper
coa d mundo, descubriendo sus ambiciones.
A pesar de lo dicho, supongamos que el
Tratado de Londres concede a Italia el derecho
de incorporarse Fiume. Aun en esa hipótesis,
podría negarse virtualidad a lo pactado en Londres, aplicando dos principios unánimemente
reconocidos en Derecho Internacional; los
mencionados principios están encerrados en
dos fórmulas latinas: rebüs siz staníibas y res
Ínter alios acta. ExpVxqütmos el alcance y la
significación de ambas expresiones.
Un tratado internacional, no es más que la
consagración legal de un estado de cosas; por
eso los pactos internacionales no pueden ligar
perpetuamente a los pueblos; contra su perpetuación trabaja el dinamismo político internacional; si el tratado es reflejo de un estado de
hecho, cuando este último experimente una alteración sustancial, será preciso adaptar la realidad nueva a fórmulas jurídicas, nuevas también; he ahí lo que significa la cláusula rebus
sic stantibas: los tratados sólo pueden subsistir en cuanto subsisten las causas que les han
dado origen. Ahora bien, ¿se han modificado
las circunstancias que determinaron el pacto
de Londres? Evidentemente sí; uno de los contratantes, Rusia, se ha desligado en absoluto de
las estipulaciones firmadas por el Gobierno del
Zar; el pacto de Londres no se aplica ya en lo
que afecta a Turquía y Polonia. Ademes, el
Imperio austro húngaro no es una realidad; de
su disolución han nacido Estados nuevos; esta
posibilidad no estaba prevista en el pacto de
Londres, ni podía estarlo. Alterada la realidad,
¿debe de mantenerse un tratado, que sólo podía responder a un estado de cosas hoy inexistente? Para un internacionalista la solución no
puede ofrecer duda: el pacto de Londres es un
compromiso muerto. Si no se acepta esta decisión, siempre cabría esgrimir otro argumento: los pactos no obligan más que a los Estaios
que en ellos han intervenido, pero —salvo
efectos indirectos— no tienen eficacia frente a
terceros; de ahí la cláusula: res ínter alios acto.
Wilson no firmó el pacto de Londres; para el
Estado norteamericano ese tratado no tiene eficacia, ni puede obligar a sus representantes.
Inversamente, Italia, como Francia, como Inglaterra ha hecho suyas las 14 bases formuladas por Wilson; son aquellos principios genéricos aplicables a todo problema específico;
Wilson —a nuestro entender con razón— considera incompatibles con las disposiciones contenidas en las 14 bases, las pretensiones italianas; su posición, lógica, jurídicamente, no puede ser más fuerte; a él no le obliga el pacto de
Londres; atan a Italia sus 14 bases; he ahí como
se plantea la cuestión.
El buen sentido del lector, nos ahorraría
emitir aquí cual es nuestro criterio frente a la
divergencia surgida: hoy, como ayer, estamos
al lado del hombre de las ideas diáfanas.
Finalmente; vamos a concluir una paz de
pueblos; paz de gobiernos fué la de Viena;
ahora son las masas las que deben actuar; Wilson, lógico con este pensamiento, se ha dirigido
al pueblo italiano; Orlando ha querido ver en
el acto del Presidente una ofensa implícita, y,
sin embargo, esa línea divisoria que Wilson
traza entre Gobierno y pueblo tiene que aceptarla todo hombre esencialmente demócrata;
pensar de otra suerte equivaldría a suponer
representada la opinión italiana en las cotidianas exaltaciones de la Idea Nazionale, en los
delirios de la sociedad Pro Dalmatia o en las
ambiciones de un grupo de imperialistas. Nosotros no podemos creer que sea ese el estado
de espíritu del pueblo italiano; la hipótesis
constituiría una ofensa: he ahí por qué estas
líneas de censura están dedicadas a las exaltaciones nacionalistas italianas y no al pueblo de
Italia, del cual esperamos una sana reación,
que tal vez se haya producido cuando estas líneas aparezcan.
Camilo Barcia
LA SEÑORA CURIE
o no sé si un estudio critico m u j eecrnpaloso podría hacer una justa separacióa ¿ e l a
parte de gloria que corresponda a cada uno de
loa esposos Curie en el descubrimie»to de los
elementos radiactivos y de los múltiples fenómenos que su evolución produce. Pero n» examen superficial lleva a afirmar que e» todo
caso se trata de un problema de muy difícil solución. El azar reunió en el matrimonio Curie
dos inteligencias poderosas, dos voluntadeB de
hierro y dos entusiastas cultivadores de las ciencias naturales.
Es fácil juzgar a P . Curie por su obra anterior a su colaboración con Sklodowska Curie,
que basta para considerarle como una de las
figuras más notables de la ciencia francesa contemporánea. Se puede apreciar el mérito de madame Curie por su labor posterior a la trágica
muerte de su esposo. Aun cabe señalar de modo
más o menos borroso una divisoria entre la labor extema realizada por cada ano haciendo
una lista de las comunicaciones científicas en
que aparecen sus nombres separados. jPero
quién puede dudar que todas son el producto
de una colaboración íntima, favorecida por el
trato continuo?
Mme. Curie, atraída por los resultados obtenidos por H. Becquerel en el examen de las radiaciones obscuras de las sales de uranio, llega
muy pronto a entrever que estas radiacionee
deben su origen a algún elemento que acompaña
a este cuerpo, y desde aquel momento P . Curio
une su actividad a la de su esposa, emprendiendo juntos la larga serie de operaciones que
les condujo al descubrimiento del radio y del
polonio. Unidos van también sus nombres en
el descubrimiento de que los rayos B son corpúsculos electrizados negativamente, en ^ de
múltiples acciones físico-qnímicaa producidas
por todas las radiaciones del radio y en un egbozo de teoría general de los fenómenos radiactivos que acaso esté Uamado a resucitar muy
pronto.
Por el contrario, la idea de que lá radioactividad es on fenómeno atómico, la verdadera naturaleza de los rayos X, la ley,segain 1» etial
Y
Núm. 2 1 2 — I I .
ESPAÑA
decae la actividad de diferentes elementos, la
determinación del peso atómico del radio, aparecen entre las más importantes publicaciones que
firma sola Mm^e. Curie, mientras el nombre de
P. Curie va unido a la determinación de la desviación magnética de los rayos B, a los primeros
estudios sobre la influencia nula que la temperatura ejerce sobre los cambios radiactivos,
estudio continuado por su esposa después de su
muerte, al desarrollo espontáneo de calor por
estos elementos. Pero basta un estudio compairativo de todas estas comunicaciones para com-
prender que se trata de simples ramificaciones
de una labor de conjunto guiada por un pensamiento único, en cuya elaboración es muy difícil señalar la parte que corresponde a cada colaborador.
Por eso fué justo nombrar a Mme. Curie para regentar la cátedra que se creó para P . Curie, y por eso hubiese sido plausible que el sillón que en la Academia de Ciencias dejó éste
vacante lo ocupara ella, aun pasando por encima de los reglamentos y las costumbres.
B. Cabrera
AFORISMOS
POR
Mariano Vidal T o l o s a n a
EL ESPÍRITU sus nubes ideales, siente con dolor que su cieL espíritu es un soplo voluble y misterioso. lo se le oscurece y que toda su riqueza es poAl tocar la materia ésta resplandece y se breza y toda su ciencia, ignorancia, más honda
«nima. Mas cuando ha creado formas que pa- ésta por más meditada.
El político o acaso el burgués que han elerecen perdurables, huye de ellas y quedan ésgido
ya unos pensamientos definitivos como
tas convertidas en vanidades, es decir, en foralmohada
de su razón y que de pronto se ven
mas sin alma. Es como un artista que busca, sin
turbados
por
hechos o ideas imprevistas, que
encontrarla nunca, la suma perfección, destrole
quitan
sentido
lógico a su vida, miran al eszando los barros ya logrados, o como ciertos
píritu
con
irritación
e intentan desconocer sus
escritores escrupulosos, que tachan y repasan
leyes.
tenazmente sus escritos, porque siempre se han
Entre tanto, otros hombres —los pobres de
dejado algo en el tintero...
la
víspera— le abren sus brazos como a amigo
A esta divina inconstancia del espíritu debey
bienhechor.
Otras formas nuevas despiertan
mos los hombres la variedad y la alegría de
bajo
su
soplo.
La historia va tejiendo su tela.
nuestra vida. Todas las noches, mientras los
Y
todas
las
mañanas,
al abrir nuestra ventana,
hombres reposan en sus casas, el espíritu hace,
nos
encontramos
que
algo ha cambiado; no
apresuradamente, algunas reformas en el decosabemos
si
en
las
cosas
o en nuestro pensarado del mundo. Las reformas son siempre
miento:
que
somos
más
ricos
o más pobres de
originales y sugestivas. ¡Divertido espectáculo
verdad.
para las estrelllas impasibles y para ciertos ojos
serenos, que han llegado también, en el hábito
LO CONSERVADOR
de mirar las cosas a una impasibilidad casi esL culto a estas vanidades —formas sin altelar, por lo irónica y luminosa!
ma— da origen al sentimiento conservaAhora bien: el espíritu del mundo ¿sigue en
estos juegos, de humor transformador, algunas dor. Cuando al sentimiento se une el deleite
leyes? ¿Obra acaso por designios caprichosos estético de la antigüedad, nace el académico.
Por el contrario, el culto a los últimos ensacomo los vientos?
Los historiadores tratan de leer en la suce- yos del espíritu —movido de celeste ahelo de
sión de los hechos alguna regla de la espiritual perfección— enciende y recrea, aclara el sentipreceptiva. Los filósofos, fieles a la vieja máxi- miento liberal.
Un conservador de veras creerá que el
ma de la sabiduría, para ver y conocer el mundo, cierran los ojos y observan el ir y venir di- mundo está acabado y perfecto. Hablará con
ligente de su razón activa. Luego trazan un emoción de los siglos pasados que han forma
sistema armonioso del mundo y cuando en do el fondo moral de la palabra que cambiael aparato que han creado, encuentran algún mos y doblará probablemente la cabeza sobre
•íueco, lo tapan con un poco de fe —obscuri- la frente para referirse al legado de oro que en
dad azul— o acaso como dice Heine con go- arte, en ciencia y en costumbres nos han dejarro de dormir (alusión risueña al carácter do- do las generaciones que se fueron. El conservador nos dirá: alégrate, amigo mío, eres el heméstico de la metafísica).
El espíritu, hasta ahora, ha logrado huir de redero de la historia.
Un liberal creerá, probablemente, que las
de estas pesquisas. Y gracias a lo misterioso de
injusticias
que se ocultan en su país, bajo los
^1 trabajo, el mundo renace cada día nuevo
oros
aparentes,
son subsanables; que el mundo
de noticias para incentivo de nuestra curiosidad
marcha,
renovándose
forzosamente hacia la
y de nuestra vida.
perfección;
que
el
espíritu
vela siempre y se
Claro es que entre las sorpresas que nos
renueva
para
hacer
más
alegre,
justa y benéfica
depara las hay desagradables. El hombre de
la
vida.
Y
nos
dirá:
trabaja,
amigo
mío, lo que
eiencia —física o moral— que ha compuesto
te
han
dejado
vale
poco;
tú
eres
el
creador de
Una teoría en pausadas noches de acción y
los
días;
bajo
tus
manos
nace,
limpio
y verdeeontemplación y a quien el correo de Francia
cido,
el
mañana.
El
conservador
es
memoria.
o Alemania le trae la noticia de una invención
(imprevisto viento del espftitu) que deshilacha El liberal es esperanza. El conservador ha mi-
E
E
rado un momento la historia y, como anda lentamente, le ha parecido que el reloj estaba parado. El liberal tiene vista más dilatada, ha
visto moverse las agujas y sabe que todo, pueblo e ideas se transforman y desvanecen para
dejar el paso a otras mejores.
Entre el conservador y el liberal hay el entendimiento trashumante que va de civilización
en civilización, asociándose con júbilo a la
aparición de toda estrella nueva. Para él toda
racha ideal es reedición de una primavera. Y
todo nacimiento, renacimiento. Conoce el curso de la historia. Y sabe que aunque las agujas
andan, se mueven siempre en una esfera cerrada.
Y aun poseído del sentimiento un poco excéptico de continuidad, cuando el reloj da las doce, sale al campo a disfrutar de medio día y a
desvanecer sus malos pensamientos de la
noche.
El conservador es el recuerdo de lo extinguido; el liberal es el gozo y la ilusión de la
creación. El otro —sin nombre— es, simplemente, la recreación...
BOLCHEVIQUES
sombras del anochecer aparecen
LASenprimeras
las casas de las ciudades y las primeras
luces del amanecer corren por el campo. La
infancia de las ideas necesita también espacios
amplios y virtudes sencillas de alimento. O
acaso son estas virtudes sencillas las que, al renacer de tarde en tarde, crean y difunden esa
claridad milagrosa que ilumina el comienzo
de cada época.
De todas maneras, en la antigüedad como
en la novedad de nuestros días, unos pobres
hombres. ¡Bienaventurados!, que casi se alimentan de raíces, se sienten, de pronto, transfigurados y hablan el lenguaje de los tiempo»
que han de venir.
Se piensa con emoción en los primeros siglos cristianos. San Pablo trabaja en la fabricación de tiendas y propaga con su verbo la
nueva ley; los cenobitas vagan por los agros y
cultivan sus viñas, para después hablar a solas
con Dios; medio frailes y medio jornaleros;
los antiguos monjes tejen —al decir de Hil.debrando— canastas de mimbre, conducen las
aguas al huerto, plantan legumbres, hacen redes de pesca, llevan los ganados a pacer, se
aplican a la siega de mieses y se entregan después a la oración y a la predicación.
Cuando Macario fué a visitar a San Antonio,
ambos, mientras conversaban sobre asuntos espirituales, hacían esteras...
El espíritu entrega sus nuevos conceptos a
las mentes más límpidas y sencillas. La inocencia las lleva a sabiduría. Ya se sabe que agrlcuitara omniam artium innocentissima... Y
esto en Egipto, en Andalucía y en Rusia. Uno
de sus pastores comunistas sabe más del mundo nuevo que todas las academias de la ciencia
vieja. ¡Santa ignorancia! Tú nos salvarás...
CIENCIA NUEVA
DO lo que hemos aprendido nos servirá de
TOpoco.
(Buen pretexto para no estudiar más.)
Nos han traído conceptos originales de las cosas y,pronto, muchas leyes,muchas costumbres,
muchas formas de organización pasarán a las
vitrinas de los museos. El mundo va a entrar
en una nueva mocedad y necesitamos aprender
cieneia de juventud.
Núm. 212. — 1 2 .
ESPAÑ A
Escuchemos este diálogo en la noche:
—Mira, conservador: hojea esa Instituía, ese
fuero visigótico o esas decretales. Encontrarás
ideas sobre la potestad paterna, sobre el dominio de los bienes, sobre la autoridad, que te
parecerán abominables.
—Es verdad.
—Pues biea: muchas de tus ideas, que te parecen modernas, son ya abominables para mucha gente.
—¿Qué quieres decir?
—Que vas a quedar empobrecido. Vas a
perder tu riqueza, tu sabiduría, tus dogmas.
—¿Y no hay remedio para mí?
—Sí; algo puedes salvar, lo mejor: tu espíritu.
—¿Cómo?
—Muy sencillo: da tus riquezas y abandona
tus vanidades. Vendrás conmigo a escuchar
quejas, imploraciones, diálogos rurales. Probablemente, sorprenderemos a los sabios de la
nueva ciencia, regando sus coles o tejiendo esteras o cosechando los olivos.
Mariano Vidal Tolosana
EL SEVILLANO PILATOS
E
L prestigioso legista italiano Juan Rosadí pu- estupenda novedad inesperada de revelarnos
blicó en 1904 un interesantísimo libro bajo que Lucio Poncio Pílalos, el sexto proct)rador
el título El Proceso de Jesús, cuya versión es- romano en Judea era natural de Sevilla, una de
pañola hecha poco después por Teodomiro las cuatro ciudades de la España Bética que
Moreno, ha llegado en estos días al conoci- gozaban del derecho romano de ciudadanía.
miento general de Sevilla con motivo de unos
¡Pilatos de Sevilla! ¡Casi nada! La extraordicomentarios públicos.
naria nueva nos ha llegado un poco tarde pero
Dicho libro contiene para los sevillanos la con singular oportunidad, no cabe duda: por la
b'üíti^e'í •-•
R0L0ÁN: CRISTO DEL bESCEKDIMICNTO
'
' '
Capilla de la Quinta Angustia-(SeVilIa)
primavera y exactamente por las grandes fiestas
religiosas conmemorativas de la Pasión de Jesucristo, Nuestro Señor, que la Ciudad de la
Gracia acostumbra a celebrar con sontuosidad y arte insuperables para asombro de propios y extraños.
La afirmación del Sr. Rosadi nos produjo
cierta perplejidad, pero hemos de declarar con
toda franqueza que el estupor experimentado
en el momento no nos sugirió malhumoradas
indignaciones como ha ocurrido a numerosas
personas que arremeten indignadas contra Rosadi, el Imperio romano, Lucio Poncio Pilatos
y su señora madre la esposa de Marco Poncio.
Creemos, sin agravio para nadie, que ser sevillano es a todo lo más que un hombre puede
aspirar en el mundo; pero, sin embargo, no
hemos sentido la necesidad de indignarnos,
porque al célebre procónsul, monstruo de
crueldad y acaparador de cinismo, le confiera
la Historia el honor de nacer en Sevilla. Después de todo, es bueno, cristianísimo, resignarse
con aquellos males inevitables; y, además, no
conviene olvidar que al lado de las más bellas
flores nacen las plantas venenosas y todo es, no
obstante, jardín encantador.
Los comentarios de Rosadi le acusan de no
concretar el fundamento de su afirmación que
estiman poco escrupulosa y con el sólo y deleznable valor de una ocurrencia aventurada que
le induce a decir, por gusto, porque le parece
bello, que Lucio Poncio Pilatos nació en Sevilla
como pudo inducirle a escribir que era latifundista en Córdoba.
El Proceso deJesús ts un libro documentado
y serio cuya lectura, no sugiere que sea aficionado a la broma su autor el señor Rosadi; es,
por lo tanto, infundado el error que se le atribuye suponiendo la idea fundamental del yerro
en el hecho de existir aquí un bello palacio conocido por «Casa de Pilatos» mandado construir en 1520 por los Duques de Alcalá, al regreso de su peregrinación a los Santos Lugares,
para determinar el principio de un público
Via-Crucis que acababa en el templete de la
Cruz del Campo, mediando entre el palacio
y el templete igual distancia que entre la Torre
Antonia y el Calvario.
Para atestiguar el error de Rosadi se supone
que éste vino a Sevilla como turista y se hizo
acompañar en la obligada visita a los monumentos por uno cualquiera de nuestros deliciosos cicerones, grandes maestros de la sorna,
que suplen con su exceso de imaginación todo
lo que ignoran. No dudamos nosotros que el
pintoresco guía afirmase con toda formalidad
que a la Casa de Pilatos se la llama así por
haber venido al mundo entre sus muros el famoso procurador de Judea; y si le preguntó
Rosadi la fecha, el cicerone diría, con igual
desparpajo, que ocurrió pocos días antes de tomar la alternativa de matador de toros Curro
Cuchares. Estos cicerones son capaces de todo.
Pero contra las fantasías de un profesional
del embuste, heredero por línea directa de Manolito Qázquez, están los escrúpulos del erudito
y la austeridad del investigador. A este ranonamiento salen al paso los indignados suponiendo
que Rosadi apuntó el dato aportado por el guía
y si luego se decidió a compulsarlo antes de estampar la extraordinaria novedad en el libro,;
no tuvo valor —aun convencido del error—;
para prescindir de semejante notieiaqae^ si no
era cierta, merecía serlo, pues Sevillal)jeti pudo>.
ESPAÑA
Núm.
No pudo hacer más Pilatos por Sevilla, por
su municipio y por los tenderos y fondistas. Le
debemos gratitud imperecedera al Sr. Rosadi
que nos revela a este paisano benemérito. Claro
es, que fué demasiado cruel lo que hizo por
nosotros a costa del dulce Rabí de Galilea,
pero en ellos no tenemos la menor responsabi
lidad. cOdia el delito y compadece al delincuente»; odiemos, pues, sus procedimientos
pero aprovechémonos de los resultados.
Y sin dejar de amar a Dios y a su Único Hijo,
sobre todas las cosas, excitemos el celo de nuestro. Ayuntamiento para que no olvide al ilustre.
212.—13
cuanto impío sevillano, sexto procurador romano en Judea, a quien se le debe rendir un home>
naje digno de su fama, dando, por ejemplo, su
nombre a una calle principal.
Y si se estimase excesivo este público testimonio de gratitud, bastará con la colocación y
descubrimiento solemne de una lápida en el salón municipal de sesiones redactada en los términos siguientes: Sevilla a su célebre hijo Lacio Poncio Pilatos en prueba de gratitud por
haber iniciado la Semana Santa.
José Andrés Vázquez
SEMANA ARTÍSTICA
EXPOSICIÓN LIBRE DE BELLOS OFICIOS
L verano pasado emprendimos en esta ReOtro grupo de artistas modestos y fervorosos
"^ista una modesta campaña en pro de las —Aurora O. Larraya, Ballesteros de Marios,
llamadas artes industriales y expusimos con Tomás G. Larraya—, han organizado ahora en
cierta extensión las medidas y métodos preco- el Salón del Círculo de Bellas Artes la primera
nizados en Francia para promover su desarro- Exposición Libre de Bellos Ofícos.
llo. Veíamos con tristeza que en nuestra Es'No es, digámoslo con toda sinceridad, una
paña habían llegado las artes aplicadas a una exposición extraodinariamente brillante: es una
tal degración y falta del más elemental gusto exposición modesta, de buen aspecto y mejor
estético, que, para levantarlas de su bajeza, si- esperanza para el futuro. No se halla en ella»
quiera levemente, hubiera sido menester una ciertamente, ninguna obra de calidad superior
CRISTO DE LA EXPIRACIÓN (EL CACHORRO)
energía y una fe que estamos lejos de poseer o rara originalidad —obra de esa clase se copara urgencias muchísimo más graves de la tizan hoy escasamente en el mundo—, pero hay
Detalle perfil derecho
vida nacional.
un nivel medio de gusto y trabajo bastante
Cilchi dei Laboratorio de Arte' de la Vnlyersldad.de SevlUa
¿Cómo habían de servir, pues, para nosotros aceptable.
Hasta cierto punto, es un a modo de pequeño
ser cuna de procónsules como lo fué de empe- los métodos de los franceses, si lo que para
ellos era postración de las industrias artísticas panorama del estado de las artes aplicadas en
radores y auíl dé santos.
Yo, piersonalmente, no tengo el menor empe- es én tierras de Iberia poco menos que muerte España. Y, aunque no tuviera otro mérito, este
de por sí es suficiente para que sea visitada y
.Áo en rechazar ^ Pilatos como paisano. Es más, definitiva? '
Los franceses confiaban la rehabilitación de comentada.
lo acepto sin .reservas por que reconociéndole
Al primer golpe de vista resalta la poca mosevillano me explico por entero ciertas cosas. suis industrias artísticas al Estado y a los sindicatos patronales y obreros. ¿Dónde está en Es- dernidad de no pequeña parte de la obras exAlgunas veces, viendo en las procesionales ex
híbiciones de la Semana Sinta —Cofradía de paña el Estado que se preocupe del fomento puestas. Nuestros artífices no están, según pala Macarena, paso de la Sentencia— la imagen de las artes? En uno de los ministerios hay una rece, bien enterados de lo que se ha hecho por
el mundo en estos cincuenta últimos años en
de Lucio Poncio he pensado que su cara, su covachuela que se denomina Dirección Qe
neral de Bellas Artes —de malas artes debiera materia de artes aplicadas.
cuerpo y su garbo eran de un sevillanismo atí
téntíco y de un macarenismo sin vuelta de hoja. denominarse— y en ella reina la más cómica
Los herreros —v. gr.— forjan bastante bien
Además, el gesto desvergonzado de lavarse las ignorancia de iodo aquello que verdaderamente el hierro y si llega la ocasión lo saben repujar
nanos después de haber ordenado una bar- le atañe. En cuanto a sindicatos patronales y con cierta perfección técnica. Pero, ¿dónde eistá
baridad, es sevillano a más no poder según obreros, ¿có no puede habérselos sí las indus- la invención original, dónde los tipos nuevos?
pueden atestiguar todos nuestros continuado- trias artísticas, fuera de contadísimos casos, no En realidad son excelentes copistas de sus anexisten? Sí existen, en efecto, talleres y fábricas, tepasados los grandes forjadores y repujadores
ees de la tcadíción pretor iana.
en los que se elaboran productos que debieran españoles renacentistas; pero esto, que es sin
Por último, no se comprende cómo no sien
do sevillano s: pueda decretar la crucifixión de tener carácter artístico; pero como en casi todos duda mucho, pues supone conocimientos y haJesús: Pilatos, sevillano, amante como el que los casos la pacotilla o el mal gusto son partes bHidad técnicos de importancia, no basta con
más de su patria chica, sintió la corazonada de integrantes de su patrimonio, en realidad la todo, porque no se es artista mientras no se po(]Ue, andando el tiempo, Sevilla habría de cele- denominación de industrias artísticas sería see la gracia de la bella invención. No basta
con forjar rejas de estilo renacentista por mucha
brar con maravillosos esplendores el sublime inexacta y excesivamente lisonjera.
drama del Calvario, poniendo a contribución
Por eso, la reanimación de las artes apli- que sea la perfección de la labor: es menester
el genio de sus artistas, y se decidió sin reparo cadas en España tiene que ser forzosamente, forjar de un modo tan hábil, pero creando ti* Sacrificar al Justo Decidido lo cu^l, se lavó por ahora al menos obra de unos cuantos hom- pos modernos, tipos nuevos. En otro caso lo
que se llama arte no es sino mero oficio.
con toda tranquilidad las man' s diciendo para bres de buena voluntad que, independiente
^u toalla: —€¡Ahora que los sevillanos se las mente del Estado, vayan creando pequeños
Lo mismo acontece con los repujadores en
entiendan con Éi! Ellos tan artstas, de seguro núcleos y organismos de trabajo y educación cuero. ¡Los sempiternos modelos clásicos! Cada
liarán con estos elementos una bella cosa».
artístico industrial. Hace poco —v. gr.—la Es- época tiene su gusto y cuando se remeda el
Se vé, por lo tanto, clarísimo que sin el gesto cuela Nueva organizó, entre otros, un cursillo gusto de otra época, en nuestro tiempo, suele
de nuestro paisano, el acreditado prrcurador para ebanistas en el que se estudió de un modo ser síntoma de rastocacrísmo.
de judea, no teñiría Sevilla cofradías, ni escul- sencillo y elemental la historia y estética del
De ese rastacaerismo están repletos nuesturas escale friantes, ni este derroche fastuoso de mueble, imbuyendo así a los cbreros ebanistas tros arquitectos modernos, ¡los estupendos faarte popular que se concretó en el tema reli- que lo siguieron la idea de que en su oficio ha- bricantes de tartas platerescas! Con eso de que
E>oso por la influencia de la época inicial^ como bía un precioso elemento que lo ennoblecía y hay que construir o modelar o pintar en estilo
Pudo ha4t)erj9<s .concretado; en cualquier otro separaba de la pacotilla en que se ven obliga- español (?) estamos asistiendo a la negación de
dos generalmente a4nba]ar.
*eou profanó. !.Í;:.3 ' - ' *-• ' i- -'"
toda verdadera españolidad. Nada más lejos de
E
E SPAÑA
Núm. 212.—14.
nuestro genio estético de raza, si alguno tenemos, que esas supercherías artísticas, que no
son otra cosa que engaña bobos, que llaman
por ahí estilo español.
¡Oti, los vaciados platerescos! ¡Las carnavaladas a costa del palacio de Monterey! No sabe
ntos cuál de los dos pretendidos estilos denota
más grande rasíacuerismo, si el pseudo espa
Bol, ahora en boga, o aquel otro de importación vienesa con sus remedos de columnas de
cinc blanqueado. Los dos se hacen insoporta
bles a los espíritus medianamente cultos. En
cambio, a las gentes del oficio las llena de pasmo y maravillaHay, sin embargo, en esta Exposición no
pocas cbras de orientación moderna. Y en ella,
como en la mayor parte de las Exposiciones
que se celebran desde hace unos años en Madrid, advertimos la disociación entre los elementos conservadores y los que se han inspira
do más o menos en las corrientes extranjeras
de los últimos treinta años. Sin que en el haz
del arte moderno español se note la aparición
de nuevas y fuertes personalidades —los artistas más selectos con que contamos han pasado
de la primera juventud—, lo cierto es que se va
renovando el gusto estético nacional. Cierto
que la renovación no es del todo profunda;
pero, desde luego, es indudable que asistimos
a la liquidación de un pasado artístico deplorable. En la actual Exposición de París —repitámoslo una vez más— ha fracasado estrepitosamente ese pasado, y, con él, sus organizadores, que le dieron preferencia; y, en cambio, el
éxito ha sido para aquellos artistas que saben
ser españoles y muy modernos a la vez.
En la próxima Semana Artística comentare
mos las obras más importantes que figuran en
la primera Exposición de Bellos Oficios.
Juan de la Encina
bien —o acaso mejor—• con una pierna que coni
dos? E n cambio ese puñado de guineM transformaría totabnente mi situación. Mi mujer,
mis chicos... La pierna puede seguir mortificándole. Lo más seguro es siempre operar... En:
dos semanas estaría perfectamente. Además las
piernas artificiales han llegado a ser trabajadas con tal perfección que en realidad superan
a las naturales. La evolución se orienta ahorahacia los automóviles y los motores. Triunfa
lo mecánico...»
La metáfora «desangrar al rico», es practicada, no metafórica sino literalmente todos los díaspor distinguidos cirujanos que son tan honorables como cualquiera de nosotros. Al fin y al
cabo i qué mal hay en ello ? P a r a nada nocesitael cirujano despojar al rico cliente de su brazoo su pierna. Puede contentarse con urgar en el
apéndice y dejarle una quincena en la cama,
sin que se encuentre peor que antes, en tanto
que la enfermera, el preicticante, el boticario y
el cirujano ee encuentran positivamente mejor.
LA CONCIENCIA
D E LOS MÉDICOSi
PÁGINAS EXTRANJERAS
GEORGE BERNARD SHAW
SOBRE LOS MÉDICOS
Leí semana pasada se ha celebrado en Mcudrid vn Congreso de Medicina. La prensa dia74a se ha ocupado extensamente de él. Ha habido buen golpe de discursos, solemnidades, recepciones y ensayos quirúrgicos en los hospitar
les, con vario éTñto para los operadores y, lo
que es peor, para los pacientes. Nosotros queremos también rendir nuestro homenaje a tanta
actividad científica, aunque tal vez «n poco
tardíamente.
Pero no habiendo brotado del
Congreso ningún extraordinario
descubrimiento
que divulgar y comentar, preferimos dar en esta
página algunos de los juicios g«e le merece a
uno de loa más agudos satíricos modernos, el
inglés Bemard Shaw, la ciencia médica. Son
fragmentos de su sabroso y extenso prólogo a
su comedia «.El dilema de los doctores^, prólogo en que continúa y renueva una antiquísima
tradición literaria de sátira contra la clase médica.
casa. Sólo que nosotros tenemos buen cuidado de
no convertir al verdugo ni al ladrón en jueces
dé tales decisiones. De hacerloj no habría ni cogote seguro ni domicUio tranquilo. E n cambio
al médico lo convertimos en arbitro absoluto,
dispuestos a recompensarle con algo que oscile
entre seis peniques y varios cientos de guineas
si se decide por la operación. Cuando pienso en
ello inevitablemente me figuro a algún cirujano haciéndose las siguiuites consideraciones:
((¿ No sabría yo sacarle más partido a un puñado de guineas que el que este hombre le saque a su pierna? jNo podría él escribir tan
PALABRAS P R E L I M I N A R E S
médico de la comunidad resulQcnete,elénservicio
la forma que actualmente ee practica, una absurdidez homicida no es culpa de
nuestros doctores. Lo increíble ee que una nación en BU pleno juicio, sólo por haber averiguado que la mejor manera de proveer al ciudadano de pan era dejando a los panaderos que se
granjearan con el oficio, haya extendido el procedimiento hasta otorgar al cirujano un interés
económico en la acción de cortar una pierna a
cualquiera de ustedes. Es simplemente para desesperar de la humanidad. Sin embargo, esa ha
sido nuestra obra. Y con el triste resultado de
que cuanto más terrible sea la mutilación mejor
se paga al mutilador. E l que opera un uñero
suele contentarse con recibir unos cuantos chelines ; pero si se trata de abrir el vientre, la cosa
asciende en seguida a unos cientos de libras, a no
Ber que el operado sea un pobre infeliz cogido
por azar a vía de ensayo j para afinarse en la
práctica.
Voces escandalizadas murmuran que todas estas-operaciones son necesarias. Acaso tengan rasóa. También puede eex necesario el ahorcar a
u n hombre o el;, echar abajo la ^ puerta de una
L
A otra dificultad ^ t á en. la confianza que
se pone en el honor y la conciencia de un.
doctor. Nuestros médicos son como los restantes
ingleses, la mayoría de los cuales ni tienen conciencia ni honor. Lo que toman por t a l es pnrasentimentalidad, o un intenso horror a hacer
algo que los demás no hagan, o a incurrir en
omisión de fórmulas aceptadas y practicadas
por los demás. Con este criterio todo mortal efr
indistintamente capaz de cualquier acción buena o mala, en tanto que encuentre gente que
le apoye al conducirse como él. Es esa clase de
conciencia que hace posible el mantener el ordesct
en un barco pirata o en una partida de bandoleros. Podrá decirse que en último término no
existe otra y que el asentimiento de la mayoría
es la única sanción conocida en el dominio ético. Dicho punto de vista ee desde luego aceptable en política práctica. Por lo que toca a la
medicina si la humanidad conociere a' fondo
los hechos que se discuten y se mostrase de
acuerdo con los médicos nadie disputaría a
éstos sus prerrogativas ; quien lo hiciere sería
un lunático. Pero la humanidad ni posee el conocimiento suficiente, ni está de acuerdo con
los médicos. Todo lo que cabe decir acerca de la
popularidad de que puedan gozar es que mientras no demos con algo que compense, en consuelo y eficacia, la confianza ciega que en ellos se pone, seguiremos en el engaño por miedo a afrontar la temblé verdad que el problema del módico encierra. Moliere lea conoció bien; pero llegado el momento de peligro recurrió a ellos como cualquier otro mortal.
POR QUÉ LOS MÉDICOS NO
DISCREPAN EN PÚBLICO
A verdad es que los médicos jamás llegarían
a estar públicamente de acuerdo, de no
estarlo ya de antemano en que lo principal ee
que, ocurra lo que ocurra, el médico debe aparecer teniendo siempre la razón. Claro que el
que cobra dos guineas por consulta no puede
extremar su solidaridad hacia el de cinco chelinea hasta el punto de admitir que el último se
halle eai lo cierto. Hacerlo supondría reconocer
que él lleva a sus clientes una libra y 17 chelines de más. Y por loe mismos motivos es inútil
esperar del médico de cinco chelines que fomente con su voto la tendencia popular a creer
que el practicante de la esquina, cuyos honorarios no pasan de seis peniques por consulta,
está a la altura de su misión. Con lo cual el
más profano resultará iniciado en el. s e i ^ t o de
que la rnfabilidad no ee del todo i;p{f^ble, pues-
L
O. B. SHAW
Núm. -aia.ttfiS.
E S P AÑ A
to que cabe adquirirla en calidades distintas
a precios diferentes.
Lo extra&o es que las discrepancias subsistan
aun entre médicos del mismo rango e iguales
tarifas. Durante la primera gran epidemia de
gripe, allá hacia fines del siglo xix, un periódico londinense de la tarde envió a uno de sus
reporters atacado del mal a todas las celebridades médicas que tenían abierta la consulta aquel
día, y publicó sus respectivos diagnósticos y
pAscripciones —procedimiento anatematizado
más tarde con gran vehemencia por la prensa
médica, que vio en ello un grave ataque a la
fe y confianza de que eran dignos tales eminentes doctores—. El. caso era el mismo ; pero los
diagnósticos y l a s prescripciones variaban.
Ahora bien ningún doctor se halla dispuesto a
aceptar que él está en lo cierto al ordenar tales
y las otrae cosas y que su colega también lo
está al decidirse por un tratamiento distinto,
cuando el paciente es el mismo. Cualquiera que
les haya conocido de cerca, en una intimidad
Suficiente para que se despacharan a su antojo, conoce de sobra lo que cada uno de ellos
cuenta de los demás y las historias que circulan
sobre supuestos errores y horrores perpetrados
por los de su misma profesión. Pero justamente a esto se debe el que ningúri médico se atreva
a acusar públicamente a otro de desacierto. Él
no está lo suficientemente seguro de sus propias opiniones para arriesgarse a poner en peligro los medios de existencia de su colega. Sabe
perfectamente que de admitirse semejantes procedimientos en la profesión, ni la reputación de
ningún doctor, ni sus pingües o discretas ganancias podrían ser garantizadas por más de
un año. Yo no les echo en cara su conducta ;
probablemente en su caso me conduciría como
ellos. Pero tal estado de cosas conduce fatal, mente a hacer d© ^^ profesión médica una especie de conspiración para ocultar sus deficien' cias. Sin duda es lo que ocurre en las restantes
. profasiones. Todas ellas son, a su manera, una
.conspiración contra el profano. Y yo no me atrevería a sostener que la conspiración médica sea
mejor ni peor que la conspiración jurídica, la
' conspiración militarista, la conspiración sacerdotal, la conspiración pedagógica, la conspira. ción literaria y artística, la conspiración aristocrática y real, o que cualquiera otra de las
conspiraciones industriales, comerciales y financieras, desde las Trade-Unions hasta la Bolsa,
que integran este gran conflicto que llamamos
sociedad.
¿SON LOS M É D I C O S
HOMBRES DE CIENCIA ?
P
EESUMO que nadie discutirá la existencia de
una ilusión popular, ampliamente divulgada y conforme a la cual todo médico, por el
hecho de serlo, es un hombre de ciencia. Únicamente han escapado de ella aquel limitado número de pei-sonas para las cuales, ciencia es
algo más que el manejo de las lámparas de espíritu, de los microscopios y las retortas o el
hallazgo de recetas mágicas que curen las enfermedades. P a r a un hombre suficientemente
Ignorante todo el que maneja uno de esos telescopios que se ven algunas veces en la feria es
un Galileo, cualquier afinador de pianos un
Helmholtz, cualquier pasante de bufete un SoIon, cualquier traficante en pichones un Darwin, cualquier escribano un Shakespeare, cualquier locomotora un milagro, y su maquinista
, no menos asombroso que el propio Jorge Stephenson. Puestos en terreno de realidades hay
' que reconocer que el cuerpo de doctores no es
más científico, ni menos, que los sastres que les
; visten. La práctica de la medicina es un arte,
f no una ciencia. Cualquier profano interesado
suficientemente en las cosas de medicina, para
seguir con atención en las revistas especiales la
literatura del movimiento científico, está mejor
informado que aquellos doctores, probablemente la inmensa mayoría, que ven exclusivamente
en la profesión un modo de ganarse la vida.
Por lo demás, la práctica de la medicina no es
siquiera el arte de conservar a la gente en buena
salud, sino el de curar las enfermedades. La
principal diferencia entre un curandero cual'quiera y un doctor calificado, es que solamiente
al último se le autoriza para certificar la muerte del paciente, si bien ambos se encuentran en
condiciones idénticas de provocarla.
L; .
(Traducción de J. 4- del V.),^ ;
FEDOR DOSTOIEWSKY
(1821 - 1881)
FORTUNADAMENTE, Dostoiewsky es harto conocido en España para que insistamos sobre
el lugar que ocupa en la literatura mundial.
Pretendeonos aquí solamente trazar a grandes
rasgos el retrato de este gran maestro de la novela rusa.
Para comprender bien sus obras hay que co-
A
PEDOR DOSTOIEWSKY
Retrato por Strow, Galería Treliakow, de Moscú
nocer su vida y la época en que vivió. La Rusia
de aquella época era una enorme «Casa de los
Muertos» donde todo estaba aplastado, encadenado, vigilado. Estaba llena de los «Humillados
y ofendidos», de los «pobres» que Dostoiewsky
ha pintado tan magistralmente en sus obras. No
pudiendo, a causa de las terriblts condiciones
políticas, dar libre cur^o a sus capacidades —como hemos dicho ya en nuestros precedentes artículos sobre literatura rusa— se entregaban al
análisis psicológico de- sus propias supervivencias, a meditaciones y discusiones teóricas interminables y, con frecuencia, • consagraban toda
su vida a una idea fija cual(juiera.
Las obras de Dostoiewsky están llenas de esos
héroes con el alma quebrantada, ideas fijas,
mentalidad casi anormal. Él mismo pertenece a
los «Humillados y ofejididos». Casi toda su vida estuvo luchando contra la miseria. En 1849,
a la edad de veintiocho años, fué detenido por
los gendarmes. Su único crimen consistía en
haber frecuentado el famoso círculo de Petrachevsky, un pequeño club de gentes pacíficas,
cuya acción política toda se reducía a la lectura en común de las obras de Saint Simón, Fourier y otros representantes del socialismo utópico. Esto parecía tan peligroso al zarismo omnipotente que Dostoiewsky, así como otros nume-
rosos miembros de aquel círculo inofensivo, íné
condenado a muerte. En aquella época había publicado ya algunas novelas, especialmente Los
pobres, que tanto ruido hizo. Felizmente, después de sufrir en la plaza pública todos Ips horrores de los preparativos para la ejecución capital, fué absuelto en el último, mom^to precisamente. Le fué conmutada la pena de muerte
por la de cuatro años de trabajos forzados en
Sibéria.
., ,. >. .,
Cumplió esta pena en la prisión de forzados
de Omsk (Siberia occidental) que desciibió algunos años más tarde en su famosa Casa cíe los
muertos. El único libro que tuvo allí a su disposición durante aquellos cuatro años fué el
Evangelio; los únicos hombres con quienes podía conversar, asesinos y otros criminales de derecho común. Allí aprendió a conocer a los humildes, salidos de las bajas capas del pvjeblo ;
no solamente a conocerlos, sino a amarlos, a encontrar en ellos «partículas de pro», a admirar
su filosofía primitiva y mística.
Después del presidio, Dostoiéws¥y i ú l deportado al Turkestán en 1854, y alistado cómo soldado raso en la guarnición local. No fué sino
hasta cinco años más tarde cuando se le absolvió por completo y recibió autorización para volver a Petersburgo donde se entregó por entero
a la literatura. Pero los diez años de prueba y
de sufrimientos habían dejado huellas imborrables en su alma e influyeron grandemente en su
actividad literaria. Contribuyeron mucho a la
formación de su talento : sacrificó todas las fuerzas de su genio a los que sufren y padecen.
Dostoiewsky es uno de los mejores psicólogos
no solamente de la literatura rusa,, sino de la
del mundo entero. En este aspecto, no existe más
que Tolstoy que esté a su altura. Pero mientras
Tolstoy pintaba el alma humana en su estado
normal, Dostoyevsky se interesa especialmente
por los fenómienos morbosos, patológicos. La
mayor parte de sus héroes —como, por ejemplo,
Raskolnikow, en Crimen y castigo; el príncipe
Michkin, en El idiota; Goliadkin, en W doble; Iván Karamazow, etc.— son maniáticos,
personas impulsadas por una idea fija cualquiera, fanáticos y, a veces, hasta locos.
Pero no es un observador frío, impasible;
por el contrario, todas sus obras están impregnada§ del más profundo espíritu humanitario.
Kl mismo sufre con sus héroes y hace sufrir al
lector. Un critico literario le calificó de «talento cruel». Y, én efecto, no guarda consideraciones para el lector, le hace descender a Ips bajos
fondos más lóbregos del alma humana, le desgarra el corazón con sus descripciones, de ijn
naturalismo implacable, lé muestra cuadros espantosos, Fe apodera deíinó|:icamente de ,ól, turba su reposo, le obliga a mirar de cerca todos
los horrores de la vida, a poner_ los dedos en todas las llagas humanas.
Dastoiewsky no es solamente un psicólogo:
ESPAÑA
Núm. 2i2.-T^í6
es también un gran filósofo. En todas sus obras
principales pone ante el lector problemas filosóficos, religiosos, frecuentemente metafísicoe,
de la mayor importancia. Sus héroes son seres
pensantes, preocupados por ideas humanitarias,
atormentados por los «problemas malditos> de
la vida. No saben resolver esos problemas, sufren, se convierten en mártires, acaban f recuen-
MI VASO
Este vaso de arciUa en que bebo mi vino,
Fué regalo de un viejo que era sabio y prudente.
Corazón de bohemio y saber de adivino,
En dolores poeta, y en amores serpiente.
Cuando venga la muerte a recoger mis huesos
—Me dijo—ahí te queda esa prenda adorada,'
Donde nacieron todas las ansias de mis besos,
Y quedó toda pena de vivir sepultada.
Y cuando por su muerte las campanas dobla[ron.
Yo fui por la reliquia, con fe de peregrino.
Adonde el dolor grave de la muerte vivía.
Con el vaso del viejo mis placeres triunfaron,
Y marcho desde entonces, salvando mi camino,
En los brazos suaves de una sana alegría.
J. Muñoz San Román
Todos los trabajos que publique la revista
ESPAÑA están escritos expresamente para
la misma, salvo indicación.
temente en el crimen, la locura o el suicidio. De
aquí el carácter trágico de las obras de Dostoiewsky.
Sus héroes no son casi nunca personajes-tipos
bien conocidos, como, por ejemplo, los de Tolstoy.; la mayor parte son fenómenos raros, exclusivos; pero, en cambio, emanan rasgos psicológicos propios de la humanidad entera, existentes en todos los países y en todas las épocas.
Precisamente por esto es por lo que se le admira
en todo el mundo: es tm autor aniversal, a
quien se comprende en todas partes. Mejor que
ningún otro ha sabido penetrar en los obscuros
bajos fondos del alma humana, donde se agitan pasiones misteriosas, todo un caos de instintos bajos, primitivos, frecuentemente bestiales.
Pero al mostrar al lector toda la profundidad
de la caída moral del hombre, le muestra al mismo tiempo toda la inmensidad del sufrimifento
humano. Nadie, ni aun entre los más grandes
maestros de la literatura, puede rivalizar con
Dostoiewsky en el arte de pintar los sufrimientos. Lo hace como virtuoso, con refinamiento,
casi con placer, con delicia. Ama, admira el sufrimiento, ve en él el único camino de la perleeción de la humanidad, una especie de expiación
que purifica al género humano. «El sufrimiento es una cosa subUmei—dice uno de sus héroes
en Crimen y castigo.
Dostoiewsky no ee un gran estilista. Tiene
una manera de escribir un poco abandonada, no
demasiado cuidada. A veces es demasiado largo
y fatigoso. Pero después de haberle leído, el
lector permanece largo tiempo atormentado por
las imágenes, de sus obras como embriagado por
un vino en extremo fuerte. Algunas de sus páginas —por ejemplo, la relación de Marmeladow o el asesinato por Baskolnikow de la vieja
prestamista en Crimen y castigo— pueden ser
clasificadas entre las mejores páginas de la literatura mundial. Y ha merecido bien el puesto
de honor que ocupa en el panteón de esa literat u r a : los escritoi-es como Dostoyevsky señalan
toda una época en el movimiento intelectual
de la humanidad toda.
N. Tasín
LA ETERNA VOZ
Esta es la voz del inmortal deseo:
Juventud, juventud, sé brava y fuerte,
Llevando nuestro amor como trofeo
Más allá del dominio de la muerte.
Juventud, juventad, tu vida entera
Sea milagro de candidos amores;
Todo tiempo sea Pascua y Primavera,
Y todo impulso vuelo de condores.
Juventud,
Pon frescor
Y cura aun
Con esencia
juventud, con tus laureles
en las frentes abatidas,
más que con doradas mieles.
de nardos, las heridas.
En tus robustos senos virginales,
Y así como las águilas caudales.
Levante Amor inextinguibles llamas,
Pueblen en el aire azul tus oriflamas.
J. Muñoz San Román
El hecho de que esta revista publique un
trabajo firmado, no significa necesariamente
que se solidarice con él.
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