ESPAÑA REDACCIÓN V ADMINISTRACIÓN: CALLE DEL PRAD©, 11. — APARTADO DE CORREOS, NÜM. 139 TELÉFONO 5 . 2 3 3 MADRID i.^ DE MAYO 1919 P >ECIOS DE S U S C R I P C I Ó N : MADRID Y PROVINCIAS, UN SEMESTRE, 5 PESETAS. — UN AÑO, 9,50 PESETAS. — E X T R A N J E R O . UN AÑO, 2 0 PESETAS SEMANARIO DE LA VIDA t í A C I O N A L CAZADOR, CAZADO Lo que puede ocurrir... Núm. 2 0 cents. ESPAÑX Ndm. 2 1 2 . — 2 . CREMA ECLIPSE LA MEJOR PARA EL CALZADO Société Genérale des Cirages Franjáis m Ifüliiii CsiaRH de Nueva York PARÍS-LVON-SANTANDER La verdad social y la acción por el Doctor JAIME VERA — ^ Precio: 0,25 ptas. Sociedad anónima.—Capital: 25 miUónes de pesetas Biblioteca socialista de LA ESCUELA NUEVA Los pedidos a^ Secretario de la Escuela Nueva, Los Madrazo, 14, acompañados de su importe en sellos de correo. EXPORTACIÓN E IMPORTACIÓN ^GENaAS EN LAS PRINCIPALES CIUDADES DEt MUNDO Representante general para España: JORGE SALAS MERLé Oficinas: Bcién, 3, Madrid.-teléfono M. 53-59 ES P A Ñ A Núm. 2 1 2 , — 3 . CÍA NUEVO ESTANTE A PEDAL "CON WMALAREAL INGLESA FRICCIONES de BOLAS de ACERO LA. MEJORA MAS ÚTIL QUE PODÍA DBSEAKSG. NO CXBEÑ YA EN LAS MÁQUINAS PARA COSER SINGER MAS PfiRPEpClONES NI MECANISMO MÁS EXCELENTE. SALIDAS QUINCENALES de los lujosos vapores de la serie " D „ de E S P A Ñ A y P O R T U G A L para B R A - Máxima Ufereu. • MixtnM daradón. Mlalmo Mtaerzo «D • I tratwio. 1 8 , M O N T E R A , 18 | S I L y RIO DE LA P L A T A "DARRO,, saldrá de Lisboa en la segunda quincena de Abril :: "DESEADO,, de VIgo, el 12 de Mayo Para más informes, dirigirse en MADRID, Arenal, 16."YIG0, Estanislao Duran BARCELONA, CÁDIZ, CARTAGENA, MALAGA, SEVILLA, TARRAGONA, YALENCiA — y ALMERÍA, Mac Andrews & Co. Ltd. = GASOLINA RABADAR PARA Y TODA CLASE P. 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ANDRB SUARÉS: "MICROCOSMOS,, Pensamientos escogidos de grandes aut9res Tomitos encuadernados en cretona estampada en oro, cortes dorados, retrato del autor en fototipia y facsímil de la firma, a 1,90 pesetas. Van publicados: LA ROCKBFOUCAULD: Máximas y Reflexiones ^ : morales. Por R. Baeza. STENDHAL: Pensamientos. Por A. Hernández Cata. NIBTZSCHB: Sentencias y aforismos. Por Ri- cardo Baeza. ÓSCAR Wans: Frases y filosofías. Por Ric«rdo Baeza. CONCESIONARIA EXCLUSIVA PARA LA VENTA: EDITORIAL SATURNINO CALLEJA S. A Calle de Valencia, 2 8 . - M A D R I D DE VENTA EN TODAS LAS LIBRERÍAS ^ " >m ^!^A J>M««r« f ESPAÑA HEDACCIÓN V A D M I N I S T R A C I Ó N : CALLE DEL fRADO, 11. — APARTADO DE CORREOS, NÚM. 139 TELÉFONO 5.233 MADRID, • MAYO 1919 P R E C I O S D E S U S C R I P C I Ó N : M A O R I O V PROVIM* CÍAS, UN SCMeSTRB, 5 PESETAS. — UN AÑO, 9,50 PISCTAS.—EXTRANJERO: UN A Ñ O , 20 PESETA* SEMANARIO DE LA VIDA NACIONAL DE TODO Y DE NADA CEQUIMOS jugando a la ruleta de la censura. ^ En el número pasado nos tacharon toda alusión a los telegrafistas y a un poder que 10 es lícito siquiera mencionar. Por fortuna, nuestros lectores son demasiado sagaces para no saber suplir mentalmente los blancos. ¿Pero es esto permisible? ¿Es tolerable, en un país geográficamente europeo, que de una cas*a social, sea cual fuere, se quiera hacer un (dolo sagrado al que nadie pueda referirse sin profanación? En todos los países beligerantes se ha discutido libremente, durante la guerra, el ejército, sus imperfecciones, sus deficiencias, su posibilidad de peligro para la soberanía ci.vil, todos los riesgos potenciales de un militarismo exaltado por la victoria o exacerbado por la derrota. Bernard Shaw, el gran dramaturgo inglés, escribe y estrena una acerba sátira contra el ejército británico. Todo esto es compatible con un régimen de democracia y liberad. De donde se desprende que sólo en países ^onde la democracia y la libertad son ridiculas ficciones, es imposible un examen crítico, objetivo/del brazo armado de la nación. Pero un pueblo contemporáneo, por atrasa•^0 que esté políticamente, necesita hablar en Voz alia. La confesión es una necesidad del esPífitu. Las gentes se comunican unas a otras 'O que saben, piensan y sienten. Se busca una Verdad común, un criterio colectivo. Mas no "asta el intercambio íntimo, a media voz. Es menester que alguien anuncie a voz en grito 'o que es de dominio privado. La muchedumbre quiere que alguien tenga el valor de decir a pleno pulmón, y el arte de expresarlo con Maestría, lo que ha oído y cuenta en tono bajo, 'p que siente confusamente. Un pueblo de instinto liberal necesita el tribuno que encarne la Voz colectiva, como un pueblo sensible necesi'a el artista que exprese los sentimientos co•"unes, como un pueblo religioso necesita el ^acerdote que represente las creencias generalas. Se habla con fatuo desdén de los tribunos populares. Apelan a las emociones elementales ^e la masa, no les interesa la novedad del pensamiento, no se preocupan de la belleza de la 'Orma, dicen los espíritus demasiado críticos y demasiado peco comprensivos. ¿Y qué? La función del tribuno popular es hacer de voz colectiva, decir en altas y claras palabras lo que ^odo el mundo murmura turbiamente y entre "i'entes. El tribuno del pueblo es la condensa- ASOV.-N*M. 212. llamado al Ateneo un enjuiciamiento inequívoco de todos los fectores que habían determinado la última crisis. Faltó fermentación, emoción, expresión rotunda en su discurso. No supo elevarse a la categoría de héroe oratorio. ción de lo que el pueblo piensa, siente y calla; es como un eco sonoro de las emociones que palpitan en el alma social, y su eficacia o esterilidad depende del acierto con que su palabra En la serie de conferencias organizada por levantada corresponda al estado de ánimo amel Ateneo, al Sr. Lerroux había de seguir Unabiente. Cariyle se olvidó de incluir en sus Hémuno, uno de los españoles que 'más profuti' roes al más necesario, al más deseado de todamente sienten la dignidad del pueblo sobedos: el orador de la multitud. rano. Unamuno no pudo acudir a la cita que se le había dado y que él había aceptado. El « * * Ateneo, foro de la libertad, hervía de impaEn EspaRa había voraz apetencia de una voz ciencia y de emoción pública. Era preciso que que sonase diáfana, rotunda, vibrante como un alguien diera satisfacción a tanto anhelo acuclarín, interpretando el sentir general en esta mulado. Se buscó, entre los concurrentes, un agustiosa hora de la vida española. La prensa sustituto, y el que se halló dispuesto a la ardua está amordazada, y a juzgar por la paciencia empresa no fué ninguno de los avezados tribucon que sufre la afrentosa mudez, dijérase que nos de la docta cosa, tan fértil en oradores, no es sólo la cristiana virtud de la resignación sino —¡símbolo de los tiempos!— un [hombre la que refrena sus nervios. Las tribunas públi- de la calle que asistía como simple espectador, cas, bajo la suspensión de garantías constitu- uno de esos raros hombres que siempre están cionales, que ya se soporta mansamente como a la altura de las circunstancias y que parece una enfermedad crónica, están reducidas a si- que brotan del seno de la tierra en los instantes lencio. Cerrado el Parlamento, sólo quedaba más críticos: Indalecio Prieto, el diputado por un baluarte de la libertad que ningún gober- Bilbao. nante, ni el más temerario, se ha atrevido hasta *•• ahora a asaltar: el Aieneo de Madrid. Lógico era, pues, que el Ateneo, sellados todos los órEl extraño hecho tuvo todas las apariencias ganos de comunicación, pensara en abrir su del cumplimiento de una predestinación. Prieto cátedra a los hombres más representativos del fué el verdadero acusador público del capitán sentimiento general, a los más aptos, por su Boyer, por los sucesos de 1917 en Bilbao. Poco espíritu público, su significación social y su a poco el militarismo ha visto en él erguirse a talento tribunicio, para expresar heroicamente, su más formidable adversario. Cuando conocien el sentido carlyliano, la emoción y la volun- mos la lista de oradores del Ateneo, pensamos tad colectivas. que faltaba el más adecuado. Cuando oímos a Lerroux, pensamos: Prieto no hubiera hablado así. Cuando pensamos en los futuros discursos» • Primero habló Lerroux. Nada diremos de nos dijimos: Nadie hará el discurso pleno; a su difusa palabra, que hace el efecto inapeteci- unos detendrá un exceso de prudencia, a otros ble de una bebida fermentada que ha perma- faltará la emoción; Prieto siente como nadie necido demasiado tiempo en un recipiente este problema y nadie puede tratarlo con palaabierto; ni de sus esfuerzos para mantenerse bra más rectilínea, más enérgica, más inequíequidistante de las facciones más extremas, ni voca. La fatalidad pudo más que todas las disexcesivamente radical para no ahuyentar a las posiciones y previsiones, y Prieto, hombre de derechas, ni tan conservador que deban repu- destino, tuvo que renunciar a su asiento de esdiarle las izquierdas; ni de su doble táctica de pectador y subir al estrado a pronunciar uno de suavizar con una caricia un arañazo y de neu- . los discursos que, en nuestro entender, más han tralizar con un arañazo una caricia al referirse de pesar en la historia contemporánea de Esa los militares: Lerroux siempre ha sido ambi- paña. guo con los profesionales de las armas, ya por sentimiento de familia, ya porque su táctica de revolucionario está aún enraizada en el clásico Sería ocioso querer transcribir el discurso. pronunciamiento. Sólo hemos de consignar A la prensa diaria no le ha permitido la censura que su discurso defraudó la expectación del publicar más que contádísimas líneas de la auditorio. No supo o no quiso interpretar el arenga. Con la prensa de la derecha ha sido, sentir común. El publico esperaba del tribuno sin embargo, más benévola. He aquí algunos ESPAÑA íSTúm. 212.—6 párrafos dé un articulo de El Debate, titulado «La diatriba antimilitarista»: «Su discurso fué una violenta diatriba antimilitarista. El tópico de la supremacía y de la dignidad del poder civil puso en sus labios frases efectivas, que fueron aplaudidas estrepitosamente. Sin duda, de este tópico esperan conseguir los elementos disolventes algunos resultados, requiriendo el concurso del viejo ronanticismo liberal para una obra de destrucción. >Mas supongamos por un momento que el ejército hubiera tenido intervención en la marcha de las cosas públicas. Aun entonces cabría preguntar si esa intervención había sido para deprimir al poder civil o para sostenerlo; si desde las alturas de la dignidad y del patriotis mo lo había derribado al suelo, o si, por el conirario, lo había recogido del suelo para elevarlo y adecentarlo un poco. Porque si ha sido lo segundo, si el ejército, en la hipótesis de que el ejército haya intervenido, no ha sido una opresión, sino un puntal, .entonces todos los amigos, los verdaderos amigos del poder civil, habrán de agradecérselo, porque habrán hecho lo que los políticos no han sabido o no han querido hacer». ' El A BC,'por'su parte, dijo lo siguiente: «I'ildalécio Prieto habló por espacio de unos cuarenta minutos, y al terminar había escuchado diez y siete ovaciones. El caluroso asentimiento se manifestó eh aplausos lastresprimerasvecé^;^é$pués,d entusiasmo explotaba en '¿reciente ¿laiíiór.'• »At prihcipio eludió el tema político en sí jj^ra' ént'atórse coin la raza, contra la que lanzó 'Viriles didteribsi hosin arremeter poco después contra ác|úellós que creen en la degeneración dielpüéblóv' '' • >Habló dé baluartes de reacción y conjuró a '10s que éti ellos se encuentran con opuestas Convicciones a ser los primeros en el intento de destruirlos. • . : «Terminada la guerra europea, «ved—dijOia esos Ejércitos victoriosos, que han ganado las más grandes batallas de la Historia; ved cómo se diluyen en la vida civil». »Pára terminar en plástico contraste evoca la ' visión de los soldados que han tomado parte en la épicá'luchk con los terrosos uniformes del color de la tierra que defendían, de la tierra que había de sepultarles.» ¿Oué dijo Prieto en sustancia? Que la dé mocracia y la libertad deben estar por encima de todo otro poder no emanado del pueblo. Bien está que todo el mundo se sindique y haga valer su propia fuerza, su fuerza personal, en las contiendas internas del Estado; lo que no es tolerable es que nadie utilice como propia, clandestinamente, una fuerza que le ha dado en depósito la nación. Prieto recordó sus días de desterrado en París entre el año 1Q17 y el 1918, hasta su elección de diputado a Cortes por Bilbao. Víó entonces los ejércitos en lucha y le dejó maravillado el advertir que a mayor fuerza militar correspondiera mayor sentimiento civil, hasta en los detalles más nimios, como en el uniforme, no hecho de abigarradas telas, sino de tejidos del color de la tierra en que tenían que culebrear y con la cual debían confun;. dirse, para vencer o para morir, como si de -sa manera quisiesen prescindir de toda vana- gloria y de todo prurito de casta privilegiada. Era la tierra, el pueblo oriundo de la tierra y a la tierra destinado, la que daba, con su color, carácter de democracia y sencillez civil a los ejércitos beligerantes. Nosotros, mientras Prieto hablaba, completábamos su pensamiento. Felices —nos decíamos— los pueblos que han intervenido en la guerra. La inmensa ordalía ha sido una purificación para el mundo. El universo estaba excesivamente cargado de espíritu militar. Había demasiado profesional de las armas, demasiada cantidad de hombres que veían en el uso de la fuerza no sólo la última razón desesperada, sino la primera y la suprema en la existencia de los pueblos. Esos hombres de cerebro modificado por la profesión han desaparecido en su mayoría en los países beligerantes. Los ha segado la guerra, como si al hacerlo hubiera querido extinguir para el futuro los gérmenes personales de nuevos conflictos posibles. La guerra ha barrido entre los pueblos partici cantes a los instrumentos más ardientes del milita rismo. Extraña paradoja: la guerra más sangrienta que hubo jamás ha dejado a las naciones que la sostuvieron más limpias que nunca de elementos militares, más civiles que nunca. Dichosos los pueblos que supieron purificarse. ,v* El discurso de Prieto en el Ateneo de Madrid ha de tener fecunda trascendencia en la política española. No fué tomado taquigráficamente. Pero no importa. Ese discurso, que no hubiera podido pronunciar en ninguna otra tribuna, ni siquiera en el Parlamento, quedará como un hito de valor moral, como punto de partida para comenzar a ascender la cuesta por donde se habían despeñado la democracia y las libertades españolas. Correrá de boca en boca, más que la ardiente palabra, el acto de un hombre que, sin miedo ni erróneos cálculos políticos, ha hablado con entera claridad y ha trazado a todos una norma de conducta. Era necesario que alguien gritase lo que todos murmuran. Nadie, cuando se trate de este problema, dondequiera que sea, podrá ser en lo sucesivo menos que Prieto. Y cuando todos los que deben serlo sean tanto como él, y todos hablen a grandes voces y nada se escape a la crítica pública, habrá empezado la reorganización democrática y liberal de España y se habrá iniciado la decadencia y extinción de todos los ilegítimos poderes irresponsables, erigidos en soberanos de la nación a quien tienen el deber de servir, no el derecho de gobernar. El gobierno ha destituido a 21 telegrafistas, por suponerles directores de la última huelga. ¿Les abandonará la opinión pública? ¿Para cnándo son las suscripciones? Los periódicos que se solidarizaron con la actitud del Cuerpo de Telégrafos tienen la palabra. LA NUEVA INQUISICIÓN POR Miguel de Unamuno pregunta de «¿Qiíén es la Iglesia?» el A laCatecismo de la Doctrina Cristiana, o más bien católica apostó ica romana, que nos enseñaron de niños responde así: «Es la congregación de los fieles cristianos, cuya cabeza es el Papa», formando parte de ella, por lo tanto, lo mismo los legos o laicos que los eclesiásticos o profesionales del sacerdocio. Pero el sentido histórico común restringe el nombre de Iglesia a la clerecía, y para él gente de iglesia son los clérigos, incluyéndose a lo sumo los sacristanes efectivos u honorarios. Y de he cho la Iglesia Católica Apostólica Romana ha quedado reducida a la clerecía. Y hay que ver cómo execra de los llamados obispos de levita y con qué suspicacia mira al laico que se ocupa en teología. La Iglesia profesional, sacerdotal o técnica, la de los que viven del altar, promulgó dogmas de cuya pureza eran ellos, los sacerdotes, los guardianes y defensores. Proclamaron delito y crimen la herejía y toda interpretación del dogma eclesiástico que no fuese la suya, la eclesiástica, la oficional, y hubo tiempo en que pudieron hacer funcionar un tribunal de inquisición, osanto oficio,que tras procedimientos judiciales tenebrosos y clandestinos, y con aplicación del tormento, entregaba al brazo secular al reo, a que acaso lo quemaran por haber enseñado el panteísmo u otra doctrina de las que hoy son públicas y lícitas en todo país civilizado, es decir, deseclesiastizado. Todo esto lo hacía una Iglesia cuyo reino no era, o por lo menos no debía ser, de este mundo y para defender ese reino de otro mundo. Mas como la fe en el otro mundo, en el reino de Dios, ha ido amenguando y debilitándose en los cristianos todo ese sentido eclesiástico, sacerdotal, de clerecía, de profesionales del dogma y del culto se ha trasladado a otra parte. Y no es ya la Iglesia la más fiera en perseguir herejías ni reclama su jurisdicción privativa ni persigue al que niega sus dogmas o los explica de otro modo que ella ni pretende restablecer el tribunal de la Inquisición o del Santo Oficio. Todo esto se ha transferido a la defensa de los reinos de este mundo. Se quiere hacer, en efecto, del patriotismo no ya una religión sino una cosa eclesiástica, profesional, casi teológica, con sus dogmas y su culto y sus herejías y, naturalmente, su sacerdocio. Y, desde luego,su apologética. Apologética que no rehuye el embuste y la falsificación. Que así como la clerecía antaño inventó lo de la pía frans, el fraude piadoso, el engaño edificante, así corre hoy la patria frans, la mentira patriótica. Y si la Iglesia del reino de Dios prohibió el libre examen de sus escrituras y sus dogmas, las nuevas iglesias de los reinos de este mundo prohiben también el libre examen civil de sus escrituras y de sus dogmas. En las escuelas de estas nuevas iglesias temporales no se enseñan las historias patrias, verbi gracia, como el verdadero y puro y elevado pa- Núm. 212.—7. ESPAÑA mento, diría a la nación que se guardase mucho de instituir un gobierno militar y que nombrase un magistrado civil.» En otra ocasión es» cribía: <E1 primer deber de los militares es el respeto a la autoridad civil.» En todos los conflicto^ surgidos entre el elemento civil y el militar. Napoleón se colocó de parte del primero. En 1806, Junot, gobernador de una provincia italiana, cometió una arbitrariedad con un prefecto. Napoleón se dirigió a él en los siguientes términos: «Habéis tratado a un prefecto como si fuese un cabo de vuestra guarnición. Sólo tengo que deciros que si el asunto no se arregla a satisfacción del prefecto, seréis destituido.» Como los alumnos de la academia de Artillería de Metz promoviesen en cierta solemnidad un escándalo. Napoleón les sentó cumplidamente las costuras, después de expresar su disgusto al ministro de la Querrá. «El militar —decía— no conoce más ley que la fuerza; sólo se ve a sí propio. El hombre civil, por el contrario, sólo mira el bien general. Es propio de militares quererlo todo despóticamente, mientras los hombres civiles lo someten todo a la discusión y a la verdad. Podrán tener diferentes puntos de vista y EL EJÉRCITO Y EL PODER CIVIL engañarse a veces, pero de la discusión nace la luz.» Sabido es cómo trataba Napoleón a sus generales. A unos los calificaba de ladrones, a POR otros de bandidos. No se fiaba de ellos poco ni mucho. Los tenía constantemente vigilados Alvaro de Albornoz por espías que los seguían a todas partes y no perdían el más insignificante de sus movimientos. Los obligaba a devolver al Tesoro las enorN estos días de vilipendio, en que no se pue- gran Ejército. Hegel le adula cuando pasa el mes sumas que rebaban en los países conquisde escribir ni hablar libremente, y en que Rhin al frente de sus tropas. El glorioso autor tados y les (xponía a la vergüenza pública. falta coraje para actuar en la calle, no hay sino de Fausto se siente halagado cuando el héroe, Para inspeccionar las cuentas de la administrarefugiarse en la lectura. Y es natural que, con poniéndole la mano en el hombro, le dice: (Sois ción mil tir nombrsba funcioraiios civiles. preferencia a todos los demás, nos interesen un hombre, monsieur Goethe! ¿EH que Napoleón no amaba a su ejército, Un hombre, sobre todo, era é!; antes que un al Gran Ejército que tantas veces condujo a aquellos libros que se refieren a épocas tan conturbadas como la nuestra. ¿Qué semejanza militar, un hombre; más que el genio de la gue- la victoria? JES que NapoUón era un enemiga hay entre las convulsiones de esta post guerra rra, la primera capacidad política de su tiempo. de las instituciones militares, cerno cualquier y las que siguieron a otras grandes conflagra- Montado en su caballo blanco, examinando con «agitador profesional» de esos que quitan el ciones? ¿Qué analogía existe entre la revolución su anteojo el campo de batalla, recibiendo de sueño a nuestros conservadores? Bajo la cúpurusa, de que tanto abominan los conservadores su ayudante su despacho de guerra, aquel sol- la del cuartel de los inválidos, sobre el pavide toda Europa, y aquella gran revolución dado es, ante todo, el emperador. Lo que él mento de mosaico de la cripta en que se alza francesa, que tantas calumnias mereció de sus representa allí, es la suprema magistratura ci- el monumento que guarda los restos del héroe, contemporáneos y de la posteridad, y de la que vil, expresión de la soberanía nacional. No es están escritos los nombres gloriosos: Areola, procedemos, queramos o no, todos los libera- un general del ejército; no es el general en jefe Rívoli, Marengo, Austerlitz, Jena, Friedland, del ejército; es el emperador de los franceses. Moscow, Wagram... les del mundo? Leemos una vez más la historia de los giron- El poder civil soberano tiene el más esforzado dinos; Dantón nos atrae con la sugestión pode- defensor en el héroe de Austerlitz y de Jena. rosa de su genio. Eran los solemnes deb tes de Vedle ante el Consejo de Estado, en ocasión la Constituyente y las apasionadas discusiones en que este Cuerpo discute sobre la institución de la Legislativa, las tormentas de la Conven- de La Legión de Honor. «El gobierno militarNervioso y sutil ción... Y el terror, y la guillotina; un diluvio de dice— no arraigará jamás en Francia, a menos ciistal de Bohemia, sangre... La revolución, ¿ha sido realmente que la nación se embrutezca». Leed sus corresla copa del alma, vencida? pondencias. «Muchos generales —escribe— se vibra a todo son y siempre es cadencia. Entre todos los libros que evocan aquellos figuran que su autoridad es del mismo género tiempcs, uno nos interesa especialmente: Na que la autoridad civil y que se halla comprenSi el día se va, poleón, arHmilitaris*a. En la primera página dida entre los poderes púbiic< s, cuandci es sola lágrima, trémula, de su hálito último, hay un grabado que da una mediana idea de lamente la garantía de éstos. Equiparan los graen la copa, al caer, de angustia la llena. napoleón en Austerlitz, el fimoso cuadro de dos militares a los de la administración no Vernet. El emperador, montado en su caballo existiendo entre unos y otros la menor analoY al nacer el sol, blanco, firme el pie en el estribo, examina el gía, pues los grados militares sólo confieren si la alondra endecha autoridad sobre los inferiores, mientras los campo de batalla con su anteojo. Es el mons al día levanta, truo,. el ogrq de Córcega, el gran bandido de grados administrativos dan autoridad sobre los la lima, en la copa, «n himno se traeca. coronas. Es el heredero de la gran revolu- inferiores y sobre los ciudadanos, lo cual consción, que pasea triui fa mente la bandera de la tituye el poder público.» Nervioso y sotü democracia por la asombrada Europa monárEn 1800, siendo cónsul y hablando con Roecristal de Bohemia, ()uica. Es el caudillo de Areola y de Rfvoli, de derer de la eventualidad de su muerte, decía: el alma es la flor que al aiie del ala sus pétaloig siembra. Marengo y de las Pirámides. Es el testamenta- «No hace falta un general en este puesto; ei rio dtl gran siglo de Voltaire.Es el general del necesario un hombre civil. Si yo hiciese testaLuis O; Bilbao triotismo, el patriotismo civil, exige, es decir poniendo la santa verdad sobre todo y para moverle tal vez al pueblo a que aprenda su historia para arrepentirse de sus pecados y reconocer sus faltas. En esas escuelas se ensefla una historia que pretendiendo exaltar el patriotismo lo corrompe porque lo hace a costa de la verdad. En esas escuelas se enseña la doctrina impía e inhumana de que la patria tiene siempre razón y que no se debe examinar libremente sus mandatos. Y aún hay algo peor y es que estas nuevas iglesiss, estas iglesias o clerecías de los reinos de este mundo han restablecido la antigua inquisición del Santo Oficio en cuyos procedimientos—y bien claro se vio en Francia cuando el famoso affaire D rey fus—entra la patria Jrans, el fraude patriótico, la falsificación de la verdad, cuando se la cree útil para la defensa de los dogmas o de los cultos eclesiásticos de estas niftvas iglesias seculares. En el precioso libro La Biblia en España, que en 1842 publicó el inglés—y en inglés— Mr. Oeorge Borrcw—libro que es la última novela picaresca—nos cuenta su autor cómo encontró en Córdoba a un anciano sacerdote que había servido en la inquisición desde sus treinta años hasta la supresión del Santo Oficio y que hablando del delito de brujería le preguntó Borrow si creía en la realidad de tal crimen, a lo cual: «¿Qué sé yo? (esto está en castellano en el texto inglés)—dijo el anciano encojiéndose de hombros—. La Iglesia tiene poder, Don Jorge, o por lo menos tenía poder de castigar por algo real, o no real, y como era necesario castigar a fin de probar que tenía el poder de hacerlo ¿qué importa que castigara por brujería o por otro crimen?». ¿No creen nuestros lectores que las nuevas iglesias de los reinos de este mundo para probar que tienen poder disciplinario de castigar han inventado el crimen de brujería antipatriótica? ¿Y no creen que lo enjuician inquisitorialmente? NAPOLEÓN, ANTIMILITARISTA E LA AMABLE CANCIÓN ESPAÑA Núm. 2 1 2 — 8 UNA ENCUESTA SOBRE UN PARLAMENTO INDUSTRIAL N un artículo, publicado en la Hoja Comercial de La Vanguardia correspondiente al 25 de Febrero, llamé la atención de ios lectores sobre el Parlamento Industrial convocado por Ltoyd Oeorge. En ese artículo, titulado «Nuevos caminos», dije que «son demasiado compiejos y delicados los problemas sociales que afectan a la distribución de la riqueza para que puedan ser resueltos con equidad en medio de ios tumultos y las violencias y sin mucho estudio y no meaos prudencia y circunspección, .encaminando las cosas rápidamente hacia solutíones de armonía, aunque para ello se tenga que acudir, a despecho de teorías admitidas y de [M-ácticas inveteradas, a formar instituciones con representación prestigiosa de todos los factores de la producción y del cambio y revestidas de la autoridad que les otorgue la sanción del poder público». Ese para mí es el buen camino, el único camino seguro para resolver los problemas sociales. Pero yo considero el asunto bajo un aspecto general. ' •: El Parlamento Industrial en Inglaterra me parece algo Serio,-importante, eñcaz, fecundo; y^sin embargo, temo que en Es saña resultara estérih Nos serviría principalmente para pronunciar discursos, divagar, exponer teorías, derramar torrentes de cordialidad y sentimentalismo y acabar reuniéndonos en fraternal banqueteci. Puestas las conclusiones en manos del gobiernoí es muy posible que en ellas queda ran y siguiéramos como antes. Inmodestamente declaro que tengo alguna experiencia en ese orden de cosas. •:Cada país es como es, y no de otra manera; verdad perogrullesca, que olvidamos con frecuencia, tal vez por exceso de imaginación, acaso por sobra de generosidad. Y en Espafla predomina el miedo, un invencible horror a la acción en todo lo que concierne a la vida pública. Si quisiéramos hacer, pues, algo útil en ese terreno, quizá no debiéramos convocar un Parlamento Industrial que redactase unas conclu^ siones y las dejase en manos del gobierno, sino constituir organismos (organismos mixtos, naturalmente, en que estuviesen ponderados los elementos patronales y los obreros) con facultad de resolver de una manera concreta, precisa y obligatoria las'cuestiones relacionadas con la organización del trabajo, prescindiendo de las Cortes, salvo el derecho de éstas para determinar la compo ición, la competen cia y el procedimiento, o para revocar las reso luciones en caso de ser contrarias a lo que estimen de interés público. No creo que con eso se desvirtuase el principio constitucional de que en las Cortes con el Rey reside la potestad de hacer las leyes, y, en cambio, se conseguiría mayor rapidez en la tcción, pues los acuerdos tomados deberían obligar, mediante coacción del Estado, a todos los patronos y obreros representados en cada uno de los organismos que se crearan. Ya sé que eso repugna a muchos, y no es extra ño,'porquef Son realmente muchos los que rata^ elffVnno de conciliar dos principios E opuestos: el de la libertad económica, impe rante en casi todo el siglo xix, y el de la coordinación forzosa de los diversos factores humanos de la producción en organismos armónicos, para evitar los grandes desequilibrios, las grandes injusticias, los grandes conflictos sociales. Debiendo advertir que tengo la más profunda convicción de que no siempre la justicia está de un lado y la injusticia del otro, por lo cual así a unos como a otros conviene sobremanera acabar con un régimen que tiene como característica la guerra permanente, para sustituirlo por otro basado en el criterio de la solidaridad de los intereses. Bartolomé Amengua! CRÓNICA INTERNACIONAL «LIMES ITALICUS» Y «MARE NOSTRUM» s interesante el incidente que ha hecho retirarse de la Conferencia de la paz a la delegación italiana. Orlando, se va a Roma a decir al rey y al Parlamento: «Esta es la situación: Mientras que Francia e Inglaterra, ligadas por el pacto de Londres, nos conceden la costa dálmata, pero nos niegan Fiume, Wilson, a quien no obliga el pacto, nos niega la costa dálmata y Fiume». Y no es necesario que Orlando añada, porque ya todo el mundo lo sabe, que Italia codicia Dalmacia, Istria y Fiume. Que el interés italiano exige la negación del derecho de la nación eslava a tener costas bañadas por el mar, por el mar que es de todos. Wilson dirigió un magnífico manifiesto a la nación italiana. Invoca las garantías que ofrece la Sociedad de Naciones. Invoca los derechos de los yugo-eslavos, de los rumanos, de los húngaros para impedir que Fiume caiga en manos de Italia. Invoca les principios de justicia, a los cuales el pueblo americano tiene que ajusfar sus actos. Invoca el derecho de los pueblos, de la solidaridad internacional frente a los intereres nacionales para negarse a sancionar una paz que vulnere esos principios de justicia, que el Presidente ha ido hasta ahora sacando, peor o mejor librados, de las decisiones de la llamada Conferencia de la Paz. En la cuestión de Fiume no quiere ceder Wilson. Y Orlando se siente molesto porque Wilson se dirige al pueblo italiano, saltando por encima del gobierno de éste. «El tal procedimiento, ha dicho Orlando, se ha usado sólo durante la guerra con respecto a los Estados enemigos.» Es posible que Wilson haya traído a Europa medios algo americanos. Algo extraños a la rutina diplomática, al secreto y a la reserva. Pero Wilson sabe que por los pueblos de Europa corre un viento de justicia y libertad que no sopla desde los gobiernos sino que azota a éstos. Es posible que el gran público italiano se deje arrastrar por el imperialismo. Pero Wilson se dirige a los elementos que en Italia representan la semilla que con tenaz esfuerzo va rompiendo la dura costra del egoísmo nacional. Y al dirigirse públicamente a los italianos Wilson ha actuado contra la diplomacia secreta. Contra esa diplomacia que hoy se quiere hacer perdurar, y que en los documentos publicados por Lenin y Chicherin, en los tratados dados a conocer por los revolucionarios de los Imperios Cenh-ales, y en este mismo pacto de Londres que ahora se discute, tan a las claras E muestra sus peligros, repartiéndose entre cuatro paredes al mundo, territorios ajenos, sin que la emoción de los pueblos a quienes estas chalanerías afectan directamente, puedan condensarse en pro o en contra. Contra esta diplomacia ha tenido Wilson un gesto. Habrá sorprendido a Orlando, a Sonino y a toda la internacional diplomática, pero ha gustado a los pueblos. Y Wilson está apoyado, no hay duda, por su país, por los socialistas y por todas las gentes de alma liberal del mundo, que ya empezaban a desconfiar un poco del Presidente por sus excesivas concesiones al ávido espíritu imperialista, y por los secretos conciliábulos del Comité de los cuatro. Orlando es político hábil. Sabe aprovechar este incidente para cubrir su retirada y volver a la demanda con mayor fuerza. «Vos, señor Presidente, habéis dudado de la autoridad del gobierno italiano, y mi deber es de presentarme ante los representantes de mi país y decirles: ¡Elegid entre Mister Wilson y yo!» O lo que es lo mismo: «Elegid entre una paz que sólo tenga en cuenta los intereses de Italia, o una paz que asegure la justicia en el mundo». Mala consejera es la victoria, y no es la invocación al imperialismo, que tantos intereses entreteje y tantos resortes de la vida ecomómica de un pueblo tiene en sus manos, garantía de que el parlamento italiano vote por Wilson. La resolución del problema planteado por la negativa de Wilson y por la retirada de Orlando no será fácil. A no ser que cediendo ambos un punto resulten quebrantados en un punto más los catorce de Wilson, dejando una espina en el pueblo yugo eslavo y un rencor en el- itaf liano. El incidente de Fiume no retrasará la paz con Alemania. Pero si Italia no cede, «si la paz se concluye sin nosotros—ha dicho un diplomático italiano—recobraremos nuestra libertad de acción». Esta es una amenaza de denuncia del pacto de Londres sobre la paz separada. Amenaza algo vana. No es posible concebir que Italia haga oir de nuevo el fragor bélico. Ni siquiera que por un afán anexionista se desvíe de la conciencia europea. La «guerra nostra» italiana ha sido la guerra del mundo entero. La paz ha de serlo también. UN ARGUMENTO DE FUERZA M ARCEL Sembat, dice en L'Hamanité, que los italianos '.invocan cerca de Wilson los principios para obtener Fiume, y el tratado de Londres cerca de los demás aliados jparf conseguir el restóle s o s a s í í i r a c i o n M ^ ^ ^ ; ^ , ESPAÑA Núm. 2 1 2 . — 9 . «¿Y de dónde deriva la fuerza de ese tratado? —escribe Sembat—. ¡De la victoria de los aliados! ¿No es así? Sin duda, que si no sería letra muerta. Y ¿a quién debemos esta victoria? ¡A Wilson! ¡A los americanos! Wilson tiene, pues, derecho de decir a Italia que si los [Estados Unidos hubieran permanecido neutrales, los aliados se habrían fastidiado, y los italianos también. Sin el arribo de los soldados americanos, no sería hoy cuestión ni de Fiume, ni aun de Trieste. Sería cuestión de que el Imperio austro húngaro se aprestaría a readquirir Venecia. ¿y por qué han venido los americanos? Porque han creído que la libertad del mundo estaba en peligro. Y es por esto por lo que hoy debe hablárseles de justicia y de libertad.* LA PAZ PARA RUSIA hacerlas paces con los aliados. RuáiAPeroquiere estos no quieren devolver la tranquilidad a Europa, concertandojcon Rusia esa paz. Les interesa ante todo exterminar en su cuna el peligro del bolchevismo, cuya fuerza expansiva temen. Chicherin, recientemente, en conversación tenida a mediados de Abril con un corresponsal americano, Mr. Frazer Hunt, ha vuelto a proclamar la buena disposición de Rusia para hacer la paz. Estas declaraciones tienen el valor de un documento diplomático. Los aliados, dice Chicherin, complican la situación de Rusia, que tiene que sostener dos gtierras, una civil y otra extranjera. Las dos, empresas directas o indirectas de la Entente. Chicherin ha ofrecido, y ahora lo repite, pagar, a los aliados las deudas del antiguo régimen, concediendo toda clase de garantías. «Hemos hecho la formal promesa que desde el momento en qué la paz sea ñrmada no nos entrometeremos en los negocios interiores de América o de los aliados.» Hablando de la situación militar de Rusia, opina Chicherin que Kolchak y su ejército siberiano son una seria amenaza, pero en las mismas regiones en que opera cunde la insurrección de los campesinos. La situación en los otros frentes es realmente muy favorable. Odessa ha sido conquistada y también dominados los grandes distritos del sur, ricos en cereales y otros productos agrícolas. Rusia, insiste Chicherin, tiene deseos de hacer la paz para consolidar su orden interior. Cs posible que la paz muestre al mundo la buena obra del bolchevismo. Ya sabemos que es un movimiento, no de masas ignaras, sino que a él se adhieren con entusiasmo los elementos intelectuales. Y sería un retroceso en la historia del mundo, tan necesitado de nuevos ideales, que el Gobierno bolchevique fuera pisoteado por las botas militares. La dictadura del proletariado es de preferir, en Rusia y en todas partes, a la dictadura militar, en razón <^1 distinto fin que las dos persiguen. Conviene observar que en el Oobierno inglés, en Lloyd Qeorge, es cada día más clara la comprensión dé los negocios rusos. Ultima«nente se ha hablado mucho de la visita y del informe a Lloyd Qeorge, de un misterioso joven americano, vuelto de Rusia. Las declaraciones de un testigo imparcial, causaron, se dice con fundamento, grat^ imf>re8ión en el ánimo <Ie Lloyd Geórge/ lia propuesta de abastecer a Rusia con los víveres que necesita sería el primer paso para una inteligencia. Y cabe pensar en la coexistencia en Europa de una Rusia libre, que ha realizado una de las más audaces transformaciones sociales, y que ha dejado de ser un huerto de imperialismos, de codicias, y aliada fácil para toda empresa bélica. LA DESAPARICIÓN DE HELIOOLAND A isla de Heligoland, reducto de Alemania contra Inglaterra, desaparecerá del mapa. Privada de la cintura de acero que defendía sus rocas contra las olas, éstas acabarán pronto con la isla. Es sentencia que manda cumplir al mar el Consejo de los Cuatro. L DE MONTECITORIO A VERSALLES LA CUESTIÓN DE FIUME POR Camilo Barcia É en Diciembre de 1918; Wilson, en Mon. FUtecitorio, dirigía la palabra al pueblo italia- manera sinuosa; los encargadQS de trazar las líneas vertebrales debían de poseer una insuno; aludiendo al problema tcheco-eslavo decía: perablefirmezade pulso. Y se entabló entonDebemos de aportar elementos nuevos para ces una lucha: contienda entre la diafanidad de cimentar la unión entre esos pueblos. Aun un ciudadano, jefe de un pueblo libre, y el ca-, cuando no están habituados a la independen- suismo de tres diplomáticos^ Una vez más se, cia, deben, sin embargo, ser independientes. esgrimían los manidos argumentos: precedenTenemos que protegerlos como amigos, para, tes históricos, garantías estratégicas, posibilidapermitirles vivir estrechamente unidos. El solo des económicas. El hombre del rioble cajidor vinculo que une a los hombres es la amistad había optado por. la línea recta; pero su fuerza y este vinculo es también el que debe de unir a lógica no ;se compadecía con su poder efectivo; las naciones. Nuestra tarea consiste en orga- del otrO: lado del Atlántico, el: generoso euronizar la amistad a través del mundo.* La alu- peísmo de Wilson despertaba la hostilidad del sión era suficientemente precisa; pero los im^ partido republicano; esa desviación bastó como perialistas italianos tal vez interpretaron las pa- argumento definitivo a los que sin transición, labras copiadas como una manifestación espe- pasan del entusiasmo al pesimismo. Wilsotí al: cífica del [noble candor atribuido por Clemen-, decir de ciertas gentes, había dejado de;Sier ¡elceau al Presidente norteamericano. Además, Presidente que tenía tras de sí el peso decisivo estaba aún reciente la hora del triunfo; no ha-, de una opinión, acorde;, por esta excisión pobía sedimentado en los espíritus el grave pro-. dían canalizarse todas las ambiciones; los deleblema de la paz. gados italianos que padecían un terrible empaMientras la guerra consumía por sí sola to- cho anexionista quisieron poner a prueba 1% das las energías, concretar las aspiraciones fi- firmeza de la decisión wilsoniana y surgió \% nales no era imprescindible; entonces gravita- divergencia; Orlando intenta retirarse de Ver-, ba sobre el mundo, como inquietud preponde-; salles; cuando estas lineas sop. escritas, nada se; rante, el peso de una posibilidad sojuzgadora- sabe en concreto, relativamente,;de la^ excisión Fué derribado el obstáculo; transcurrieron las italiana; pero el propósito existe; ello nos bashoras de entusiasmo; era preciso trazar los per- ta. Así está actualmente planteado el pleito en, files del mundo nuevo y no verificarlo de una torno al problema de Fiume. No ^abemos cua<^, les puedan ser sus posibles derivaciones. En cualquier caso es suñcie:nte, consignar la realií Il«síl4„tf f dad de la divergencia; es preciso que expliquemos cómo ha surgido la polémica. Así podremos deducir lo que hay de justicia y lo que hay de intransigencia en la aptitud adoptada por los delegados italianos; su posible ausencia de Versalles, tiene que inquietarnos tan sólo en cuanto pueda responder a razones equitativas. Veamos; en qué consiste esa cuestión de Fiume. Tei-rltorlos ceidtcUdos por loa. italianos Digamos, ante todo, que el actual superanexionismo italiano, es algo que ha surgido con la guerra. Antes del conflicto actual^ excepción hecha de reivindicaciO;ne3 que comprendían a Trieste, Orione y Vallona, las aspiraciones de Italia sobre el Adriático eran vagas, imprecisas.; Para convencerse de ello basta leer la obra publicada por LoiseaM en 1901 (U Equilibre adriatique), donde el autor,, italiaiiófilo hasta la exa^ geración, analiza minuciosan\ente el ptiobleina del Adriático desde el puntp. desvista, italiinOk^. Italia, que debe su existencia al^4:|i:ini^piq| ,d^-, llis nacionalidades, a menos dei rQmper cpn su, ESPAÑA Núm. 212.—10. historia, forzosamente tendría que aplicar idéntico criterio al problema del Adriático; a los imperialistas italianos el problema del anexionismo se les presentaba en términos categóricos. Desde Cattaro a Fiume la costa adriática era preponderantemente eslava; en Dalmacia, de 645.000, 613 000 son eslavos; en Ystria, de 403.000; 225 000 son eslavos; igual preponderancia en Croacia; es más, en esa región de Qorizia y Qradisca, región irredenta, existen ciento cincuenta y cinco mil eslavos contra 91.G00 italianos. Por consiguiente, no había lugar a dudas; con arreglo al problema de las nacionalidades, el litigio del Adriático era un pleito a resolver en sentido eslavo. Pero los imperialistas italianos, renegando del pasado y haciendo suyos argumentos esgrimidos por Austria para dominar en Trieste, sentaban estas dos conclusiones: 1." Las costas austro-húngaras del Adriático, habitadas por poblaciones italianas, deben ser incorporadas a Italia en nombre del irredentismo. 2," Italia debe reclamar, igualmente, todas las costas e islas del Adriático que considere necesarias a su seguridad o sirvan para asegurar la supremacía naval italiana. De un irredentismo basado en principios de nacionalidad, se pasaba a un anexionismo que implicaba la sumisión a Italia de la raza eslava. Italia sucedería a Austria en su triste papel de sojuzgaron. Inútil decir que ese imperialismo nos parecía tan execrable como el fenecido. No se diga que ahora se trata concretamente de la cuestión de Fium:, donde existen 23.000 italianos contra 19.000 eslavos, yaque esa pequeña supremacía del elemento italiano está muy lejos de contrarrestar este otro hecho: que Italia en sus fronteras al norte y sur de Trieste absorbería una población eslava que comprende a 300.000 individuos. Prescindamos de lo dicho; aun queda a los imperialistas italianos un posible argumento. Podría formularse así: abstracción hecha de la justicia o injusticia que pueda existir en las aspiraciones italianas, es lo cierto que éstas (a lo menos en lo concerniente a Fiume) han sido reconocidas en el Tratado secreto firmado en Londres el 25 de Abril de 1915 y que por tanto, Inglaterra y Francia están obligadas a apoyar las ambiciones italianas y no pueden apartarse de los compromisos contraídos en el mencionado pacto. Digamos que para nosotros los artículos de un tratado que consignan una iniquidad no tienen valor alguno; la injusticia, «un legalizada, sigue siendo injusticia, y henos quedado en que esta paz sería equitativa. Mas aun prescindiendo de esto, si hay algo evidente en el mundo es que Fiume no fué concedido a Italia por el Tratado de Londres. En el Memorándum presentado por el embajador de Italia en Londres a Qrey, Cambon y Beuckendorff y tomado por éstos en consideración, se estipula en el art. 4.°: «En virtud del Tratado de paz futuro, Italia recibirá... toda la Ystria, comprendida Volasca.» Esto es, que Volasca es el límite marcado a Italia; consúltese una carta geográfica y véase como de Volasca a Fiume hay una distancia tal, que, ni remotamente, puede pensarse en que el puerto origen del litigio fuese atribuido a Italia por los Estados aliados. Si éstos, como afirman, se atienen a lo pactado en Londres, triunfarían las bases de Wilson e Italia no tendría más que dos soluciones: o someterse a la justicia o romper coa d mundo, descubriendo sus ambiciones. A pesar de lo dicho, supongamos que el Tratado de Londres concede a Italia el derecho de incorporarse Fiume. Aun en esa hipótesis, podría negarse virtualidad a lo pactado en Londres, aplicando dos principios unánimemente reconocidos en Derecho Internacional; los mencionados principios están encerrados en dos fórmulas latinas: rebüs siz staníibas y res Ínter alios acta. ExpVxqütmos el alcance y la significación de ambas expresiones. Un tratado internacional, no es más que la consagración legal de un estado de cosas; por eso los pactos internacionales no pueden ligar perpetuamente a los pueblos; contra su perpetuación trabaja el dinamismo político internacional; si el tratado es reflejo de un estado de hecho, cuando este último experimente una alteración sustancial, será preciso adaptar la realidad nueva a fórmulas jurídicas, nuevas también; he ahí lo que significa la cláusula rebus sic stantibas: los tratados sólo pueden subsistir en cuanto subsisten las causas que les han dado origen. Ahora bien, ¿se han modificado las circunstancias que determinaron el pacto de Londres? Evidentemente sí; uno de los contratantes, Rusia, se ha desligado en absoluto de las estipulaciones firmadas por el Gobierno del Zar; el pacto de Londres no se aplica ya en lo que afecta a Turquía y Polonia. Ademes, el Imperio austro húngaro no es una realidad; de su disolución han nacido Estados nuevos; esta posibilidad no estaba prevista en el pacto de Londres, ni podía estarlo. Alterada la realidad, ¿debe de mantenerse un tratado, que sólo podía responder a un estado de cosas hoy inexistente? Para un internacionalista la solución no puede ofrecer duda: el pacto de Londres es un compromiso muerto. Si no se acepta esta decisión, siempre cabría esgrimir otro argumento: los pactos no obligan más que a los Estaios que en ellos han intervenido, pero —salvo efectos indirectos— no tienen eficacia frente a terceros; de ahí la cláusula: res ínter alios acto. Wilson no firmó el pacto de Londres; para el Estado norteamericano ese tratado no tiene eficacia, ni puede obligar a sus representantes. Inversamente, Italia, como Francia, como Inglaterra ha hecho suyas las 14 bases formuladas por Wilson; son aquellos principios genéricos aplicables a todo problema específico; Wilson —a nuestro entender con razón— considera incompatibles con las disposiciones contenidas en las 14 bases, las pretensiones italianas; su posición, lógica, jurídicamente, no puede ser más fuerte; a él no le obliga el pacto de Londres; atan a Italia sus 14 bases; he ahí como se plantea la cuestión. El buen sentido del lector, nos ahorraría emitir aquí cual es nuestro criterio frente a la divergencia surgida: hoy, como ayer, estamos al lado del hombre de las ideas diáfanas. Finalmente; vamos a concluir una paz de pueblos; paz de gobiernos fué la de Viena; ahora son las masas las que deben actuar; Wilson, lógico con este pensamiento, se ha dirigido al pueblo italiano; Orlando ha querido ver en el acto del Presidente una ofensa implícita, y, sin embargo, esa línea divisoria que Wilson traza entre Gobierno y pueblo tiene que aceptarla todo hombre esencialmente demócrata; pensar de otra suerte equivaldría a suponer representada la opinión italiana en las cotidianas exaltaciones de la Idea Nazionale, en los delirios de la sociedad Pro Dalmatia o en las ambiciones de un grupo de imperialistas. Nosotros no podemos creer que sea ese el estado de espíritu del pueblo italiano; la hipótesis constituiría una ofensa: he ahí por qué estas líneas de censura están dedicadas a las exaltaciones nacionalistas italianas y no al pueblo de Italia, del cual esperamos una sana reación, que tal vez se haya producido cuando estas líneas aparezcan. Camilo Barcia LA SEÑORA CURIE o no sé si un estudio critico m u j eecrnpaloso podría hacer una justa separacióa ¿ e l a parte de gloria que corresponda a cada uno de loa esposos Curie en el descubrimie»to de los elementos radiactivos y de los múltiples fenómenos que su evolución produce. Pero n» examen superficial lleva a afirmar que e» todo caso se trata de un problema de muy difícil solución. El azar reunió en el matrimonio Curie dos inteligencias poderosas, dos voluntadeB de hierro y dos entusiastas cultivadores de las ciencias naturales. Es fácil juzgar a P . Curie por su obra anterior a su colaboración con Sklodowska Curie, que basta para considerarle como una de las figuras más notables de la ciencia francesa contemporánea. Se puede apreciar el mérito de madame Curie por su labor posterior a la trágica muerte de su esposo. Aun cabe señalar de modo más o menos borroso una divisoria entre la labor extema realizada por cada ano haciendo una lista de las comunicaciones científicas en que aparecen sus nombres separados. jPero quién puede dudar que todas son el producto de una colaboración íntima, favorecida por el trato continuo? Mme. Curie, atraída por los resultados obtenidos por H. Becquerel en el examen de las radiaciones obscuras de las sales de uranio, llega muy pronto a entrever que estas radiacionee deben su origen a algún elemento que acompaña a este cuerpo, y desde aquel momento P . Curio une su actividad a la de su esposa, emprendiendo juntos la larga serie de operaciones que les condujo al descubrimiento del radio y del polonio. Unidos van también sus nombres en el descubrimiento de que los rayos B son corpúsculos electrizados negativamente, en ^ de múltiples acciones físico-qnímicaa producidas por todas las radiaciones del radio y en un egbozo de teoría general de los fenómenos radiactivos que acaso esté Uamado a resucitar muy pronto. Por el contrario, la idea de que lá radioactividad es on fenómeno atómico, la verdadera naturaleza de los rayos X, la ley,segain 1» etial Y Núm. 2 1 2 — I I . ESPAÑA decae la actividad de diferentes elementos, la determinación del peso atómico del radio, aparecen entre las más importantes publicaciones que firma sola Mm^e. Curie, mientras el nombre de P. Curie va unido a la determinación de la desviación magnética de los rayos B, a los primeros estudios sobre la influencia nula que la temperatura ejerce sobre los cambios radiactivos, estudio continuado por su esposa después de su muerte, al desarrollo espontáneo de calor por estos elementos. Pero basta un estudio compairativo de todas estas comunicaciones para com- prender que se trata de simples ramificaciones de una labor de conjunto guiada por un pensamiento único, en cuya elaboración es muy difícil señalar la parte que corresponde a cada colaborador. Por eso fué justo nombrar a Mme. Curie para regentar la cátedra que se creó para P . Curie, y por eso hubiese sido plausible que el sillón que en la Academia de Ciencias dejó éste vacante lo ocupara ella, aun pasando por encima de los reglamentos y las costumbres. B. Cabrera AFORISMOS POR Mariano Vidal T o l o s a n a EL ESPÍRITU sus nubes ideales, siente con dolor que su cieL espíritu es un soplo voluble y misterioso. lo se le oscurece y que toda su riqueza es poAl tocar la materia ésta resplandece y se breza y toda su ciencia, ignorancia, más honda «nima. Mas cuando ha creado formas que pa- ésta por más meditada. El político o acaso el burgués que han elerecen perdurables, huye de ellas y quedan ésgido ya unos pensamientos definitivos como tas convertidas en vanidades, es decir, en foralmohada de su razón y que de pronto se ven mas sin alma. Es como un artista que busca, sin turbados por hechos o ideas imprevistas, que encontrarla nunca, la suma perfección, destrole quitan sentido lógico a su vida, miran al eszando los barros ya logrados, o como ciertos píritu con irritación e intentan desconocer sus escritores escrupulosos, que tachan y repasan leyes. tenazmente sus escritos, porque siempre se han Entre tanto, otros hombres —los pobres de dejado algo en el tintero... la víspera— le abren sus brazos como a amigo A esta divina inconstancia del espíritu debey bienhechor. Otras formas nuevas despiertan mos los hombres la variedad y la alegría de bajo su soplo. La historia va tejiendo su tela. nuestra vida. Todas las noches, mientras los Y todas las mañanas, al abrir nuestra ventana, hombres reposan en sus casas, el espíritu hace, nos encontramos que algo ha cambiado; no apresuradamente, algunas reformas en el decosabemos si en las cosas o en nuestro pensarado del mundo. Las reformas son siempre miento: que somos más ricos o más pobres de originales y sugestivas. ¡Divertido espectáculo verdad. para las estrelllas impasibles y para ciertos ojos serenos, que han llegado también, en el hábito LO CONSERVADOR de mirar las cosas a una impasibilidad casi esL culto a estas vanidades —formas sin altelar, por lo irónica y luminosa! ma— da origen al sentimiento conservaAhora bien: el espíritu del mundo ¿sigue en estos juegos, de humor transformador, algunas dor. Cuando al sentimiento se une el deleite leyes? ¿Obra acaso por designios caprichosos estético de la antigüedad, nace el académico. Por el contrario, el culto a los últimos ensacomo los vientos? Los historiadores tratan de leer en la suce- yos del espíritu —movido de celeste ahelo de sión de los hechos alguna regla de la espiritual perfección— enciende y recrea, aclara el sentipreceptiva. Los filósofos, fieles a la vieja máxi- miento liberal. Un conservador de veras creerá que el ma de la sabiduría, para ver y conocer el mundo, cierran los ojos y observan el ir y venir di- mundo está acabado y perfecto. Hablará con ligente de su razón activa. Luego trazan un emoción de los siglos pasados que han forma sistema armonioso del mundo y cuando en do el fondo moral de la palabra que cambiael aparato que han creado, encuentran algún mos y doblará probablemente la cabeza sobre •íueco, lo tapan con un poco de fe —obscuri- la frente para referirse al legado de oro que en dad azul— o acaso como dice Heine con go- arte, en ciencia y en costumbres nos han dejarro de dormir (alusión risueña al carácter do- do las generaciones que se fueron. El conservador nos dirá: alégrate, amigo mío, eres el heméstico de la metafísica). El espíritu, hasta ahora, ha logrado huir de redero de la historia. Un liberal creerá, probablemente, que las de estas pesquisas. Y gracias a lo misterioso de injusticias que se ocultan en su país, bajo los ^1 trabajo, el mundo renace cada día nuevo oros aparentes, son subsanables; que el mundo de noticias para incentivo de nuestra curiosidad marcha, renovándose forzosamente hacia la y de nuestra vida. perfección; que el espíritu vela siempre y se Claro es que entre las sorpresas que nos renueva para hacer más alegre, justa y benéfica depara las hay desagradables. El hombre de la vida. Y nos dirá: trabaja, amigo mío, lo que eiencia —física o moral— que ha compuesto te han dejado vale poco; tú eres el creador de Una teoría en pausadas noches de acción y los días; bajo tus manos nace, limpio y verdeeontemplación y a quien el correo de Francia cido, el mañana. El conservador es memoria. o Alemania le trae la noticia de una invención (imprevisto viento del espftitu) que deshilacha El liberal es esperanza. El conservador ha mi- E E rado un momento la historia y, como anda lentamente, le ha parecido que el reloj estaba parado. El liberal tiene vista más dilatada, ha visto moverse las agujas y sabe que todo, pueblo e ideas se transforman y desvanecen para dejar el paso a otras mejores. Entre el conservador y el liberal hay el entendimiento trashumante que va de civilización en civilización, asociándose con júbilo a la aparición de toda estrella nueva. Para él toda racha ideal es reedición de una primavera. Y todo nacimiento, renacimiento. Conoce el curso de la historia. Y sabe que aunque las agujas andan, se mueven siempre en una esfera cerrada. Y aun poseído del sentimiento un poco excéptico de continuidad, cuando el reloj da las doce, sale al campo a disfrutar de medio día y a desvanecer sus malos pensamientos de la noche. El conservador es el recuerdo de lo extinguido; el liberal es el gozo y la ilusión de la creación. El otro —sin nombre— es, simplemente, la recreación... BOLCHEVIQUES sombras del anochecer aparecen LASenprimeras las casas de las ciudades y las primeras luces del amanecer corren por el campo. La infancia de las ideas necesita también espacios amplios y virtudes sencillas de alimento. O acaso son estas virtudes sencillas las que, al renacer de tarde en tarde, crean y difunden esa claridad milagrosa que ilumina el comienzo de cada época. De todas maneras, en la antigüedad como en la novedad de nuestros días, unos pobres hombres. ¡Bienaventurados!, que casi se alimentan de raíces, se sienten, de pronto, transfigurados y hablan el lenguaje de los tiempo» que han de venir. Se piensa con emoción en los primeros siglos cristianos. San Pablo trabaja en la fabricación de tiendas y propaga con su verbo la nueva ley; los cenobitas vagan por los agros y cultivan sus viñas, para después hablar a solas con Dios; medio frailes y medio jornaleros; los antiguos monjes tejen —al decir de Hil.debrando— canastas de mimbre, conducen las aguas al huerto, plantan legumbres, hacen redes de pesca, llevan los ganados a pacer, se aplican a la siega de mieses y se entregan después a la oración y a la predicación. Cuando Macario fué a visitar a San Antonio, ambos, mientras conversaban sobre asuntos espirituales, hacían esteras... El espíritu entrega sus nuevos conceptos a las mentes más límpidas y sencillas. La inocencia las lleva a sabiduría. Ya se sabe que agrlcuitara omniam artium innocentissima... Y esto en Egipto, en Andalucía y en Rusia. Uno de sus pastores comunistas sabe más del mundo nuevo que todas las academias de la ciencia vieja. ¡Santa ignorancia! Tú nos salvarás... CIENCIA NUEVA DO lo que hemos aprendido nos servirá de TOpoco. (Buen pretexto para no estudiar más.) Nos han traído conceptos originales de las cosas y,pronto, muchas leyes,muchas costumbres, muchas formas de organización pasarán a las vitrinas de los museos. El mundo va a entrar en una nueva mocedad y necesitamos aprender cieneia de juventud. Núm. 212. — 1 2 . ESPAÑ A Escuchemos este diálogo en la noche: —Mira, conservador: hojea esa Instituía, ese fuero visigótico o esas decretales. Encontrarás ideas sobre la potestad paterna, sobre el dominio de los bienes, sobre la autoridad, que te parecerán abominables. —Es verdad. —Pues biea: muchas de tus ideas, que te parecen modernas, son ya abominables para mucha gente. —¿Qué quieres decir? —Que vas a quedar empobrecido. Vas a perder tu riqueza, tu sabiduría, tus dogmas. —¿Y no hay remedio para mí? —Sí; algo puedes salvar, lo mejor: tu espíritu. —¿Cómo? —Muy sencillo: da tus riquezas y abandona tus vanidades. Vendrás conmigo a escuchar quejas, imploraciones, diálogos rurales. Probablemente, sorprenderemos a los sabios de la nueva ciencia, regando sus coles o tejiendo esteras o cosechando los olivos. Mariano Vidal Tolosana EL SEVILLANO PILATOS E L prestigioso legista italiano Juan Rosadí pu- estupenda novedad inesperada de revelarnos blicó en 1904 un interesantísimo libro bajo que Lucio Poncio Pílalos, el sexto proct)rador el título El Proceso de Jesús, cuya versión es- romano en Judea era natural de Sevilla, una de pañola hecha poco después por Teodomiro las cuatro ciudades de la España Bética que Moreno, ha llegado en estos días al conoci- gozaban del derecho romano de ciudadanía. miento general de Sevilla con motivo de unos ¡Pilatos de Sevilla! ¡Casi nada! La extraordicomentarios públicos. naria nueva nos ha llegado un poco tarde pero Dicho libro contiene para los sevillanos la con singular oportunidad, no cabe duda: por la b'üíti^e'í •-• R0L0ÁN: CRISTO DEL bESCEKDIMICNTO ' ' ' Capilla de la Quinta Angustia-(SeVilIa) primavera y exactamente por las grandes fiestas religiosas conmemorativas de la Pasión de Jesucristo, Nuestro Señor, que la Ciudad de la Gracia acostumbra a celebrar con sontuosidad y arte insuperables para asombro de propios y extraños. La afirmación del Sr. Rosadi nos produjo cierta perplejidad, pero hemos de declarar con toda franqueza que el estupor experimentado en el momento no nos sugirió malhumoradas indignaciones como ha ocurrido a numerosas personas que arremeten indignadas contra Rosadi, el Imperio romano, Lucio Poncio Pilatos y su señora madre la esposa de Marco Poncio. Creemos, sin agravio para nadie, que ser sevillano es a todo lo más que un hombre puede aspirar en el mundo; pero, sin embargo, no hemos sentido la necesidad de indignarnos, porque al célebre procónsul, monstruo de crueldad y acaparador de cinismo, le confiera la Historia el honor de nacer en Sevilla. Después de todo, es bueno, cristianísimo, resignarse con aquellos males inevitables; y, además, no conviene olvidar que al lado de las más bellas flores nacen las plantas venenosas y todo es, no obstante, jardín encantador. Los comentarios de Rosadi le acusan de no concretar el fundamento de su afirmación que estiman poco escrupulosa y con el sólo y deleznable valor de una ocurrencia aventurada que le induce a decir, por gusto, porque le parece bello, que Lucio Poncio Pilatos nació en Sevilla como pudo inducirle a escribir que era latifundista en Córdoba. El Proceso deJesús ts un libro documentado y serio cuya lectura, no sugiere que sea aficionado a la broma su autor el señor Rosadi; es, por lo tanto, infundado el error que se le atribuye suponiendo la idea fundamental del yerro en el hecho de existir aquí un bello palacio conocido por «Casa de Pilatos» mandado construir en 1520 por los Duques de Alcalá, al regreso de su peregrinación a los Santos Lugares, para determinar el principio de un público Via-Crucis que acababa en el templete de la Cruz del Campo, mediando entre el palacio y el templete igual distancia que entre la Torre Antonia y el Calvario. Para atestiguar el error de Rosadi se supone que éste vino a Sevilla como turista y se hizo acompañar en la obligada visita a los monumentos por uno cualquiera de nuestros deliciosos cicerones, grandes maestros de la sorna, que suplen con su exceso de imaginación todo lo que ignoran. No dudamos nosotros que el pintoresco guía afirmase con toda formalidad que a la Casa de Pilatos se la llama así por haber venido al mundo entre sus muros el famoso procurador de Judea; y si le preguntó Rosadi la fecha, el cicerone diría, con igual desparpajo, que ocurrió pocos días antes de tomar la alternativa de matador de toros Curro Cuchares. Estos cicerones son capaces de todo. Pero contra las fantasías de un profesional del embuste, heredero por línea directa de Manolito Qázquez, están los escrúpulos del erudito y la austeridad del investigador. A este ranonamiento salen al paso los indignados suponiendo que Rosadi apuntó el dato aportado por el guía y si luego se decidió a compulsarlo antes de estampar la extraordinaria novedad en el libro,; no tuvo valor —aun convencido del error—; para prescindir de semejante notieiaqae^ si no era cierta, merecía serlo, pues Sevillal)jeti pudo>. ESPAÑA Núm. No pudo hacer más Pilatos por Sevilla, por su municipio y por los tenderos y fondistas. Le debemos gratitud imperecedera al Sr. Rosadi que nos revela a este paisano benemérito. Claro es, que fué demasiado cruel lo que hizo por nosotros a costa del dulce Rabí de Galilea, pero en ellos no tenemos la menor responsabi lidad. cOdia el delito y compadece al delincuente»; odiemos, pues, sus procedimientos pero aprovechémonos de los resultados. Y sin dejar de amar a Dios y a su Único Hijo, sobre todas las cosas, excitemos el celo de nuestro. Ayuntamiento para que no olvide al ilustre. 212.—13 cuanto impío sevillano, sexto procurador romano en Judea, a quien se le debe rendir un home> naje digno de su fama, dando, por ejemplo, su nombre a una calle principal. Y si se estimase excesivo este público testimonio de gratitud, bastará con la colocación y descubrimiento solemne de una lápida en el salón municipal de sesiones redactada en los términos siguientes: Sevilla a su célebre hijo Lacio Poncio Pilatos en prueba de gratitud por haber iniciado la Semana Santa. José Andrés Vázquez SEMANA ARTÍSTICA EXPOSICIÓN LIBRE DE BELLOS OFICIOS L verano pasado emprendimos en esta ReOtro grupo de artistas modestos y fervorosos "^ista una modesta campaña en pro de las —Aurora O. Larraya, Ballesteros de Marios, llamadas artes industriales y expusimos con Tomás G. Larraya—, han organizado ahora en cierta extensión las medidas y métodos preco- el Salón del Círculo de Bellas Artes la primera nizados en Francia para promover su desarro- Exposición Libre de Bellos Ofícos. llo. Veíamos con tristeza que en nuestra Es'No es, digámoslo con toda sinceridad, una paña habían llegado las artes aplicadas a una exposición extraodinariamente brillante: es una tal degración y falta del más elemental gusto exposición modesta, de buen aspecto y mejor estético, que, para levantarlas de su bajeza, si- esperanza para el futuro. No se halla en ella» quiera levemente, hubiera sido menester una ciertamente, ninguna obra de calidad superior CRISTO DE LA EXPIRACIÓN (EL CACHORRO) energía y una fe que estamos lejos de poseer o rara originalidad —obra de esa clase se copara urgencias muchísimo más graves de la tizan hoy escasamente en el mundo—, pero hay Detalle perfil derecho vida nacional. un nivel medio de gusto y trabajo bastante Cilchi dei Laboratorio de Arte' de la Vnlyersldad.de SevlUa ¿Cómo habían de servir, pues, para nosotros aceptable. Hasta cierto punto, es un a modo de pequeño ser cuna de procónsules como lo fué de empe- los métodos de los franceses, si lo que para ellos era postración de las industrias artísticas panorama del estado de las artes aplicadas en radores y auíl dé santos. Yo, piersonalmente, no tengo el menor empe- es én tierras de Iberia poco menos que muerte España. Y, aunque no tuviera otro mérito, este de por sí es suficiente para que sea visitada y .Áo en rechazar ^ Pilatos como paisano. Es más, definitiva? ' Los franceses confiaban la rehabilitación de comentada. lo acepto sin .reservas por que reconociéndole Al primer golpe de vista resalta la poca mosevillano me explico por entero ciertas cosas. suis industrias artísticas al Estado y a los sindicatos patronales y obreros. ¿Dónde está en Es- dernidad de no pequeña parte de la obras exAlgunas veces, viendo en las procesionales ex híbiciones de la Semana Sinta —Cofradía de paña el Estado que se preocupe del fomento puestas. Nuestros artífices no están, según pala Macarena, paso de la Sentencia— la imagen de las artes? En uno de los ministerios hay una rece, bien enterados de lo que se ha hecho por el mundo en estos cincuenta últimos años en de Lucio Poncio he pensado que su cara, su covachuela que se denomina Dirección Qe neral de Bellas Artes —de malas artes debiera materia de artes aplicadas. cuerpo y su garbo eran de un sevillanismo atí téntíco y de un macarenismo sin vuelta de hoja. denominarse— y en ella reina la más cómica Los herreros —v. gr.— forjan bastante bien Además, el gesto desvergonzado de lavarse las ignorancia de iodo aquello que verdaderamente el hierro y si llega la ocasión lo saben repujar nanos después de haber ordenado una bar- le atañe. En cuanto a sindicatos patronales y con cierta perfección técnica. Pero, ¿dónde eistá baridad, es sevillano a más no poder según obreros, ¿có no puede habérselos sí las indus- la invención original, dónde los tipos nuevos? pueden atestiguar todos nuestros continuado- trias artísticas, fuera de contadísimos casos, no En realidad son excelentes copistas de sus anexisten? Sí existen, en efecto, talleres y fábricas, tepasados los grandes forjadores y repujadores ees de la tcadíción pretor iana. en los que se elaboran productos que debieran españoles renacentistas; pero esto, que es sin Por último, no se comprende cómo no sien do sevillano s: pueda decretar la crucifixión de tener carácter artístico; pero como en casi todos duda mucho, pues supone conocimientos y haJesús: Pilatos, sevillano, amante como el que los casos la pacotilla o el mal gusto son partes bHidad técnicos de importancia, no basta con más de su patria chica, sintió la corazonada de integrantes de su patrimonio, en realidad la todo, porque no se es artista mientras no se po(]Ue, andando el tiempo, Sevilla habría de cele- denominación de industrias artísticas sería see la gracia de la bella invención. No basta con forjar rejas de estilo renacentista por mucha brar con maravillosos esplendores el sublime inexacta y excesivamente lisonjera. drama del Calvario, poniendo a contribución Por eso, la reanimación de las artes apli- que sea la perfección de la labor: es menester el genio de sus artistas, y se decidió sin reparo cadas en España tiene que ser forzosamente, forjar de un modo tan hábil, pero creando ti* Sacrificar al Justo Decidido lo cu^l, se lavó por ahora al menos obra de unos cuantos hom- pos modernos, tipos nuevos. En otro caso lo que se llama arte no es sino mero oficio. con toda tranquilidad las man' s diciendo para bres de buena voluntad que, independiente ^u toalla: —€¡Ahora que los sevillanos se las mente del Estado, vayan creando pequeños Lo mismo acontece con los repujadores en entiendan con Éi! Ellos tan artstas, de seguro núcleos y organismos de trabajo y educación cuero. ¡Los sempiternos modelos clásicos! Cada liarán con estos elementos una bella cosa». artístico industrial. Hace poco —v. gr.—la Es- época tiene su gusto y cuando se remeda el Se vé, por lo tanto, clarísimo que sin el gesto cuela Nueva organizó, entre otros, un cursillo gusto de otra época, en nuestro tiempo, suele de nuestro paisano, el acreditado prrcurador para ebanistas en el que se estudió de un modo ser síntoma de rastocacrísmo. de judea, no teñiría Sevilla cofradías, ni escul- sencillo y elemental la historia y estética del De ese rastacaerismo están repletos nuesturas escale friantes, ni este derroche fastuoso de mueble, imbuyendo así a los cbreros ebanistas tros arquitectos modernos, ¡los estupendos faarte popular que se concretó en el tema reli- que lo siguieron la idea de que en su oficio ha- bricantes de tartas platerescas! Con eso de que E>oso por la influencia de la época inicial^ como bía un precioso elemento que lo ennoblecía y hay que construir o modelar o pintar en estilo Pudo ha4t)erj9<s .concretado; en cualquier otro separaba de la pacotilla en que se ven obliga- español (?) estamos asistiendo a la negación de dos generalmente a4nba]ar. *eou profanó. !.Í;:.3 ' - ' *-• ' i- -'" toda verdadera españolidad. Nada más lejos de E E SPAÑA Núm. 212.—14. nuestro genio estético de raza, si alguno tenemos, que esas supercherías artísticas, que no son otra cosa que engaña bobos, que llaman por ahí estilo español. ¡Oti, los vaciados platerescos! ¡Las carnavaladas a costa del palacio de Monterey! No sabe ntos cuál de los dos pretendidos estilos denota más grande rasíacuerismo, si el pseudo espa Bol, ahora en boga, o aquel otro de importación vienesa con sus remedos de columnas de cinc blanqueado. Los dos se hacen insoporta bles a los espíritus medianamente cultos. En cambio, a las gentes del oficio las llena de pasmo y maravillaHay, sin embargo, en esta Exposición no pocas cbras de orientación moderna. Y en ella, como en la mayor parte de las Exposiciones que se celebran desde hace unos años en Madrid, advertimos la disociación entre los elementos conservadores y los que se han inspira do más o menos en las corrientes extranjeras de los últimos treinta años. Sin que en el haz del arte moderno español se note la aparición de nuevas y fuertes personalidades —los artistas más selectos con que contamos han pasado de la primera juventud—, lo cierto es que se va renovando el gusto estético nacional. Cierto que la renovación no es del todo profunda; pero, desde luego, es indudable que asistimos a la liquidación de un pasado artístico deplorable. En la actual Exposición de París —repitámoslo una vez más— ha fracasado estrepitosamente ese pasado, y, con él, sus organizadores, que le dieron preferencia; y, en cambio, el éxito ha sido para aquellos artistas que saben ser españoles y muy modernos a la vez. En la próxima Semana Artística comentare mos las obras más importantes que figuran en la primera Exposición de Bellos Oficios. Juan de la Encina bien —o acaso mejor—• con una pierna que coni dos? E n cambio ese puñado de guineM transformaría totabnente mi situación. Mi mujer, mis chicos... La pierna puede seguir mortificándole. Lo más seguro es siempre operar... En: dos semanas estaría perfectamente. Además las piernas artificiales han llegado a ser trabajadas con tal perfección que en realidad superan a las naturales. La evolución se orienta ahorahacia los automóviles y los motores. Triunfa lo mecánico...» La metáfora «desangrar al rico», es practicada, no metafórica sino literalmente todos los díaspor distinguidos cirujanos que son tan honorables como cualquiera de nosotros. Al fin y al cabo i qué mal hay en ello ? P a r a nada nocesitael cirujano despojar al rico cliente de su brazoo su pierna. Puede contentarse con urgar en el apéndice y dejarle una quincena en la cama, sin que se encuentre peor que antes, en tanto que la enfermera, el preicticante, el boticario y el cirujano ee encuentran positivamente mejor. LA CONCIENCIA D E LOS MÉDICOSi PÁGINAS EXTRANJERAS GEORGE BERNARD SHAW SOBRE LOS MÉDICOS Leí semana pasada se ha celebrado en Mcudrid vn Congreso de Medicina. La prensa dia74a se ha ocupado extensamente de él. Ha habido buen golpe de discursos, solemnidades, recepciones y ensayos quirúrgicos en los hospitar les, con vario éTñto para los operadores y, lo que es peor, para los pacientes. Nosotros queremos también rendir nuestro homenaje a tanta actividad científica, aunque tal vez «n poco tardíamente. Pero no habiendo brotado del Congreso ningún extraordinario descubrimiento que divulgar y comentar, preferimos dar en esta página algunos de los juicios g«e le merece a uno de loa más agudos satíricos modernos, el inglés Bemard Shaw, la ciencia médica. Son fragmentos de su sabroso y extenso prólogo a su comedia «.El dilema de los doctores^, prólogo en que continúa y renueva una antiquísima tradición literaria de sátira contra la clase médica. casa. Sólo que nosotros tenemos buen cuidado de no convertir al verdugo ni al ladrón en jueces dé tales decisiones. De hacerloj no habría ni cogote seguro ni domicUio tranquilo. E n cambio al médico lo convertimos en arbitro absoluto, dispuestos a recompensarle con algo que oscile entre seis peniques y varios cientos de guineas si se decide por la operación. Cuando pienso en ello inevitablemente me figuro a algún cirujano haciéndose las siguiuites consideraciones: ((¿ No sabría yo sacarle más partido a un puñado de guineas que el que este hombre le saque a su pierna? jNo podría él escribir tan PALABRAS P R E L I M I N A R E S médico de la comunidad resulQcnete,elénservicio la forma que actualmente ee practica, una absurdidez homicida no es culpa de nuestros doctores. Lo increíble ee que una nación en BU pleno juicio, sólo por haber averiguado que la mejor manera de proveer al ciudadano de pan era dejando a los panaderos que se granjearan con el oficio, haya extendido el procedimiento hasta otorgar al cirujano un interés económico en la acción de cortar una pierna a cualquiera de ustedes. Es simplemente para desesperar de la humanidad. Sin embargo, esa ha sido nuestra obra. Y con el triste resultado de que cuanto más terrible sea la mutilación mejor se paga al mutilador. E l que opera un uñero suele contentarse con recibir unos cuantos chelines ; pero si se trata de abrir el vientre, la cosa asciende en seguida a unos cientos de libras, a no Ber que el operado sea un pobre infeliz cogido por azar a vía de ensayo j para afinarse en la práctica. Voces escandalizadas murmuran que todas estas-operaciones son necesarias. Acaso tengan rasóa. También puede eex necesario el ahorcar a u n hombre o el;, echar abajo la ^ puerta de una L A otra dificultad ^ t á en. la confianza que se pone en el honor y la conciencia de un. doctor. Nuestros médicos son como los restantes ingleses, la mayoría de los cuales ni tienen conciencia ni honor. Lo que toman por t a l es pnrasentimentalidad, o un intenso horror a hacer algo que los demás no hagan, o a incurrir en omisión de fórmulas aceptadas y practicadas por los demás. Con este criterio todo mortal efr indistintamente capaz de cualquier acción buena o mala, en tanto que encuentre gente que le apoye al conducirse como él. Es esa clase de conciencia que hace posible el mantener el ordesct en un barco pirata o en una partida de bandoleros. Podrá decirse que en último término no existe otra y que el asentimiento de la mayoría es la única sanción conocida en el dominio ético. Dicho punto de vista ee desde luego aceptable en política práctica. Por lo que toca a la medicina si la humanidad conociere a' fondo los hechos que se discuten y se mostrase de acuerdo con los médicos nadie disputaría a éstos sus prerrogativas ; quien lo hiciere sería un lunático. Pero la humanidad ni posee el conocimiento suficiente, ni está de acuerdo con los médicos. Todo lo que cabe decir acerca de la popularidad de que puedan gozar es que mientras no demos con algo que compense, en consuelo y eficacia, la confianza ciega que en ellos se pone, seguiremos en el engaño por miedo a afrontar la temblé verdad que el problema del módico encierra. Moliere lea conoció bien; pero llegado el momento de peligro recurrió a ellos como cualquier otro mortal. POR QUÉ LOS MÉDICOS NO DISCREPAN EN PÚBLICO A verdad es que los médicos jamás llegarían a estar públicamente de acuerdo, de no estarlo ya de antemano en que lo principal ee que, ocurra lo que ocurra, el médico debe aparecer teniendo siempre la razón. Claro que el que cobra dos guineas por consulta no puede extremar su solidaridad hacia el de cinco chelinea hasta el punto de admitir que el último se halle eai lo cierto. Hacerlo supondría reconocer que él lleva a sus clientes una libra y 17 chelines de más. Y por loe mismos motivos es inútil esperar del médico de cinco chelines que fomente con su voto la tendencia popular a creer que el practicante de la esquina, cuyos honorarios no pasan de seis peniques por consulta, está a la altura de su misión. Con lo cual el más profano resultará iniciado en el. s e i ^ t o de que la rnfabilidad no ee del todo i;p{f^ble, pues- L O. B. SHAW Núm. -aia.ttfiS. E S P AÑ A to que cabe adquirirla en calidades distintas a precios diferentes. Lo extra&o es que las discrepancias subsistan aun entre médicos del mismo rango e iguales tarifas. Durante la primera gran epidemia de gripe, allá hacia fines del siglo xix, un periódico londinense de la tarde envió a uno de sus reporters atacado del mal a todas las celebridades médicas que tenían abierta la consulta aquel día, y publicó sus respectivos diagnósticos y pAscripciones —procedimiento anatematizado más tarde con gran vehemencia por la prensa médica, que vio en ello un grave ataque a la fe y confianza de que eran dignos tales eminentes doctores—. El. caso era el mismo ; pero los diagnósticos y l a s prescripciones variaban. Ahora bien ningún doctor se halla dispuesto a aceptar que él está en lo cierto al ordenar tales y las otrae cosas y que su colega también lo está al decidirse por un tratamiento distinto, cuando el paciente es el mismo. Cualquiera que les haya conocido de cerca, en una intimidad Suficiente para que se despacharan a su antojo, conoce de sobra lo que cada uno de ellos cuenta de los demás y las historias que circulan sobre supuestos errores y horrores perpetrados por los de su misma profesión. Pero justamente a esto se debe el que ningúri médico se atreva a acusar públicamente a otro de desacierto. Él no está lo suficientemente seguro de sus propias opiniones para arriesgarse a poner en peligro los medios de existencia de su colega. Sabe perfectamente que de admitirse semejantes procedimientos en la profesión, ni la reputación de ningún doctor, ni sus pingües o discretas ganancias podrían ser garantizadas por más de un año. Yo no les echo en cara su conducta ; probablemente en su caso me conduciría como ellos. Pero tal estado de cosas conduce fatal, mente a hacer d© ^^ profesión médica una especie de conspiración para ocultar sus deficien' cias. Sin duda es lo que ocurre en las restantes . profasiones. Todas ellas son, a su manera, una .conspiración contra el profano. Y yo no me atrevería a sostener que la conspiración médica sea mejor ni peor que la conspiración jurídica, la ' conspiración militarista, la conspiración sacerdotal, la conspiración pedagógica, la conspira. ción literaria y artística, la conspiración aristocrática y real, o que cualquiera otra de las conspiraciones industriales, comerciales y financieras, desde las Trade-Unions hasta la Bolsa, que integran este gran conflicto que llamamos sociedad. ¿SON LOS M É D I C O S HOMBRES DE CIENCIA ? P EESUMO que nadie discutirá la existencia de una ilusión popular, ampliamente divulgada y conforme a la cual todo médico, por el hecho de serlo, es un hombre de ciencia. Únicamente han escapado de ella aquel limitado número de pei-sonas para las cuales, ciencia es algo más que el manejo de las lámparas de espíritu, de los microscopios y las retortas o el hallazgo de recetas mágicas que curen las enfermedades. P a r a un hombre suficientemente Ignorante todo el que maneja uno de esos telescopios que se ven algunas veces en la feria es un Galileo, cualquier afinador de pianos un Helmholtz, cualquier pasante de bufete un SoIon, cualquier traficante en pichones un Darwin, cualquier escribano un Shakespeare, cualquier locomotora un milagro, y su maquinista , no menos asombroso que el propio Jorge Stephenson. Puestos en terreno de realidades hay ' que reconocer que el cuerpo de doctores no es más científico, ni menos, que los sastres que les ; visten. La práctica de la medicina es un arte, f no una ciencia. Cualquier profano interesado suficientemente en las cosas de medicina, para seguir con atención en las revistas especiales la literatura del movimiento científico, está mejor informado que aquellos doctores, probablemente la inmensa mayoría, que ven exclusivamente en la profesión un modo de ganarse la vida. Por lo demás, la práctica de la medicina no es siquiera el arte de conservar a la gente en buena salud, sino el de curar las enfermedades. La principal diferencia entre un curandero cual'quiera y un doctor calificado, es que solamiente al último se le autoriza para certificar la muerte del paciente, si bien ambos se encuentran en condiciones idénticas de provocarla. L; . (Traducción de J. 4- del V.),^ ; FEDOR DOSTOIEWSKY (1821 - 1881) FORTUNADAMENTE, Dostoiewsky es harto conocido en España para que insistamos sobre el lugar que ocupa en la literatura mundial. Pretendeonos aquí solamente trazar a grandes rasgos el retrato de este gran maestro de la novela rusa. Para comprender bien sus obras hay que co- A PEDOR DOSTOIEWSKY Retrato por Strow, Galería Treliakow, de Moscú nocer su vida y la época en que vivió. La Rusia de aquella época era una enorme «Casa de los Muertos» donde todo estaba aplastado, encadenado, vigilado. Estaba llena de los «Humillados y ofendidos», de los «pobres» que Dostoiewsky ha pintado tan magistralmente en sus obras. No pudiendo, a causa de las terriblts condiciones políticas, dar libre cur^o a sus capacidades —como hemos dicho ya en nuestros precedentes artículos sobre literatura rusa— se entregaban al análisis psicológico de- sus propias supervivencias, a meditaciones y discusiones teóricas interminables y, con frecuencia, • consagraban toda su vida a una idea fija cual(juiera. Las obras de Dostoiewsky están llenas de esos héroes con el alma quebrantada, ideas fijas, mentalidad casi anormal. Él mismo pertenece a los «Humillados y ofejididos». Casi toda su vida estuvo luchando contra la miseria. En 1849, a la edad de veintiocho años, fué detenido por los gendarmes. Su único crimen consistía en haber frecuentado el famoso círculo de Petrachevsky, un pequeño club de gentes pacíficas, cuya acción política toda se reducía a la lectura en común de las obras de Saint Simón, Fourier y otros representantes del socialismo utópico. Esto parecía tan peligroso al zarismo omnipotente que Dostoiewsky, así como otros nume- rosos miembros de aquel círculo inofensivo, íné condenado a muerte. En aquella época había publicado ya algunas novelas, especialmente Los pobres, que tanto ruido hizo. Felizmente, después de sufrir en la plaza pública todos Ips horrores de los preparativos para la ejecución capital, fué absuelto en el último, mom^to precisamente. Le fué conmutada la pena de muerte por la de cuatro años de trabajos forzados en Sibéria. ., ,. >. ., Cumplió esta pena en la prisión de forzados de Omsk (Siberia occidental) que desciibió algunos años más tarde en su famosa Casa cíe los muertos. El único libro que tuvo allí a su disposición durante aquellos cuatro años fué el Evangelio; los únicos hombres con quienes podía conversar, asesinos y otros criminales de derecho común. Allí aprendió a conocer a los humildes, salidos de las bajas capas del pvjeblo ; no solamente a conocerlos, sino a amarlos, a encontrar en ellos «partículas de pro», a admirar su filosofía primitiva y mística. Después del presidio, Dostoiéws¥y i ú l deportado al Turkestán en 1854, y alistado cómo soldado raso en la guarnición local. No fué sino hasta cinco años más tarde cuando se le absolvió por completo y recibió autorización para volver a Petersburgo donde se entregó por entero a la literatura. Pero los diez años de prueba y de sufrimientos habían dejado huellas imborrables en su alma e influyeron grandemente en su actividad literaria. Contribuyeron mucho a la formación de su talento : sacrificó todas las fuerzas de su genio a los que sufren y padecen. Dostoiewsky es uno de los mejores psicólogos no solamente de la literatura rusa,, sino de la del mundo entero. En este aspecto, no existe más que Tolstoy que esté a su altura. Pero mientras Tolstoy pintaba el alma humana en su estado normal, Dostoyevsky se interesa especialmente por los fenómienos morbosos, patológicos. La mayor parte de sus héroes —como, por ejemplo, Raskolnikow, en Crimen y castigo; el príncipe Michkin, en El idiota; Goliadkin, en W doble; Iván Karamazow, etc.— son maniáticos, personas impulsadas por una idea fija cualquiera, fanáticos y, a veces, hasta locos. Pero no es un observador frío, impasible; por el contrario, todas sus obras están impregnada§ del más profundo espíritu humanitario. Kl mismo sufre con sus héroes y hace sufrir al lector. Un critico literario le calificó de «talento cruel». Y, én efecto, no guarda consideraciones para el lector, le hace descender a Ips bajos fondos más lóbregos del alma humana, le desgarra el corazón con sus descripciones, de ijn naturalismo implacable, lé muestra cuadros espantosos, Fe apodera deíinó|:icamente de ,ól, turba su reposo, le obliga a mirar de cerca todos los horrores de la vida, a poner_ los dedos en todas las llagas humanas. Dastoiewsky no es solamente un psicólogo: ESPAÑA Núm. 2i2.-T^í6 es también un gran filósofo. En todas sus obras principales pone ante el lector problemas filosóficos, religiosos, frecuentemente metafísicoe, de la mayor importancia. Sus héroes son seres pensantes, preocupados por ideas humanitarias, atormentados por los «problemas malditos> de la vida. No saben resolver esos problemas, sufren, se convierten en mártires, acaban f recuen- MI VASO Este vaso de arciUa en que bebo mi vino, Fué regalo de un viejo que era sabio y prudente. Corazón de bohemio y saber de adivino, En dolores poeta, y en amores serpiente. Cuando venga la muerte a recoger mis huesos —Me dijo—ahí te queda esa prenda adorada,' Donde nacieron todas las ansias de mis besos, Y quedó toda pena de vivir sepultada. Y cuando por su muerte las campanas dobla[ron. Yo fui por la reliquia, con fe de peregrino. Adonde el dolor grave de la muerte vivía. Con el vaso del viejo mis placeres triunfaron, Y marcho desde entonces, salvando mi camino, En los brazos suaves de una sana alegría. J. Muñoz San Román Todos los trabajos que publique la revista ESPAÑA están escritos expresamente para la misma, salvo indicación. temente en el crimen, la locura o el suicidio. De aquí el carácter trágico de las obras de Dostoiewsky. Sus héroes no son casi nunca personajes-tipos bien conocidos, como, por ejemplo, los de Tolstoy.; la mayor parte son fenómenos raros, exclusivos; pero, en cambio, emanan rasgos psicológicos propios de la humanidad entera, existentes en todos los países y en todas las épocas. Precisamente por esto es por lo que se le admira en todo el mundo: es tm autor aniversal, a quien se comprende en todas partes. Mejor que ningún otro ha sabido penetrar en los obscuros bajos fondos del alma humana, donde se agitan pasiones misteriosas, todo un caos de instintos bajos, primitivos, frecuentemente bestiales. Pero al mostrar al lector toda la profundidad de la caída moral del hombre, le muestra al mismo tiempo toda la inmensidad del sufrimifento humano. Nadie, ni aun entre los más grandes maestros de la literatura, puede rivalizar con Dostoiewsky en el arte de pintar los sufrimientos. Lo hace como virtuoso, con refinamiento, casi con placer, con delicia. Ama, admira el sufrimiento, ve en él el único camino de la perleeción de la humanidad, una especie de expiación que purifica al género humano. «El sufrimiento es una cosa subUmei—dice uno de sus héroes en Crimen y castigo. Dostoiewsky no ee un gran estilista. Tiene una manera de escribir un poco abandonada, no demasiado cuidada. A veces es demasiado largo y fatigoso. Pero después de haberle leído, el lector permanece largo tiempo atormentado por las imágenes, de sus obras como embriagado por un vino en extremo fuerte. Algunas de sus páginas —por ejemplo, la relación de Marmeladow o el asesinato por Baskolnikow de la vieja prestamista en Crimen y castigo— pueden ser clasificadas entre las mejores páginas de la literatura mundial. Y ha merecido bien el puesto de honor que ocupa en el panteón de esa literat u r a : los escritoi-es como Dostoyevsky señalan toda una época en el movimiento intelectual de la humanidad toda. N. Tasín LA ETERNA VOZ Esta es la voz del inmortal deseo: Juventud, juventud, sé brava y fuerte, Llevando nuestro amor como trofeo Más allá del dominio de la muerte. Juventud, juventad, tu vida entera Sea milagro de candidos amores; Todo tiempo sea Pascua y Primavera, Y todo impulso vuelo de condores. Juventud, Pon frescor Y cura aun Con esencia juventud, con tus laureles en las frentes abatidas, más que con doradas mieles. de nardos, las heridas. En tus robustos senos virginales, Y así como las águilas caudales. Levante Amor inextinguibles llamas, Pueblen en el aire azul tus oriflamas. J. Muñoz San Román El hecho de que esta revista publique un trabajo firmado, no significa necesariamente que se solidarice con él. i\f^ Pago al contadoy a p l a z o s Plaza de San Fernando (nueva), 5—SEVILLA Capital: 1 0 0 millones de pts. 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