Boletin_ENERO 2012 LARGA - CICCP

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NECROLÓGICAS
Necrológicas
El sosiego de Leonardo
JUAN ANTONIO BECERRIL Y BUSTAMANTE
Colegiado nº 2.072
(Discurso leído en el homenaje a Leonardo Torres-Quevedo y Torres-Quevedo
celebrado en la Asociación de Ingenieros de Caminos el 10 de enero de 2012)
El amigo
Lo he contado muchas veces: en aquel
año de 1946, las clases en el Colegio de
Areneros, de los Jesuitas de Madrid,
como era usual por entonces, comenzaron el 2 de octubre. En uno de los pupitres de dos asientos en que nos íbamos a
pasar siete años sentaron a dos niños:
Leonardo y yo nos enfrentábamos juntos a primero de Bachillerato según el
plan de estudios vigente. A mediodía, a
las preguntas impacientes de mis padres
sobre quién era mi compañero, la satisfacción en sus rostros era manifiesta: un
cercano parentesco montañés y una vieja y entrañable relación entre las dos familias avalaba lo que iban a ser los primeros pasos de una inmensa amistad
que hace unos días, tras sesenta y cinco
años de intensificación, se ha roto de
manera brusca, y dolorosa.
Juntos, siempre en la misma clase,
completamos aquel Bachillerato; juntos hicimos la preparación en Caminos bajo la batuta de Enrique Balaguer y Benito Díaz; él ingresó antes
que yo, pero coincidimos durante tres
años en la Escuela del Retiro; juntos
vivimos nuestra juventud, con muchas
aficiones comunes, con aventuras inolvidables; juntos coincidimos en los
primeros afanes ingenieriles en el
mundo de la empresa; estuvimos en
los años iniciales de Caja Caminos;
participamos en muchas actividades
del Colegio o en la Revista de Obras
Públicas, y en muchas otras facetas de
los años recientes, tanto en nuestra actividad profesional como fuera de ella.
Todo, intensificado además por la relación familiar con Cristina, su esposa,
hija de aquel otro catedrático ilustre y
presidente del Colegio,
Rafael López Bosch.
Por todo eso, por ser mi
mejor amigo, por mi
afecto, por mi gratitud y
por mi admiración estoy
hoy aquí, atendiendo agradecido la invitación de Roque Gistau, nuestro reciente presidente de la Asociación y
sucesor de Leonardo al frente de ella.
El ingeniero de Caminos
Suelo citar con cierta frecuencia la frase
de un ilustre pensador norteamericano
que señalaba que la educación de un
niño comienza cien años antes de su
nacimiento. Y viene esto al caso al recordar la preocupación que el ilustre D.
Leonardo Torres Quevedo, honra de la
profesión y abuelo de nuestro Leonardo, tenía por la formación de los nuevos
ingenieros. En una importante conferencia pronunciada en el Instituto de
Ingenieros Civiles en 1913, exponía sus
ideas brillantes estableciendo allí sus
propuestas para la mejor formación de
los futuros profesionales.Yo estoy seguro que esas tesis se trasmitieron a sus
hijos y a sus nietos e influyeron en que
Leonardo fuese un profundo enamorado de su Carrera que ejercería primero
en el mundo privado, más tarde en la
Administración del Estado o en la empresa pública, finalmente en las instituciones corporativas, siempre preocupado por el futuro de la misma.
Leonardo miraba hacia su pasado
familiar, pero fueron muy importantes
las responsabilidades por él desarrolladas en el mundo de la técnica ingenieril. Además de su larga y exitosa
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presencia en el mundo directivo de la
empresa dentro y fuera de España, en
su paso por la Administración fue capaz
de actualizar los enlaces ferroviarios de
Guipúzcoa, de dirigir como Director
General de Construcción del GIF la
construcción del AVE a Zaragoza incluido su túnel del Guadarrama o el precioso Puente sobre el Ebro proyectado por
Javier Manterola, de velar por la ortodoxia en el Consejo de Obras Públicas, ser
el primer Presidente de la Fundación
Torres-Quevedo, regir la Asociación, representar los intereses de los depositantes de Banco Caminos o montar junto
con sus hijos empresas basadas en las
nuevas fuentes de energía.
Hasta el último momento, desde esta
Asociación que hoy nos cobija, Leonardo ha dedicado mucho de su tiempo a
debatir, convocar y celebrar reuniones y
actos en los que se discutía con serenidad y profundidad sobre los caminos a
emprender para mantener el espíritu de
la profesión. Baste citar como ejemplo
las jornadas celebradas con motivo de
la presentación en España de la “Cumbre sobre el futuro de la Ingeniería Civil
(la denominada Visión 2025)” o las
cuatro mesas redondas tituladas “Retos
y Oportunidades sobre el Futuro de la
Ingeniería Civil en España”.
Yo animaría a Roque Gistau y a su
brillante equipo de colaboradores que
conforman la nueva Junta Directiva
que, como recuerdo a Leonardo, prosigan en esta línea por él desarrollada, potenciando el papel de que la Asociación
sea un Órgano de Reflexión, un Think
Tank, sobre el futuro de una Carrera
que, en los últimos años está siendo vapuleada, como si alguien quisiese tomar
revancha del carácter de “excelencia”
que siempre fue constante en la misma.
En esa culpa, muy probablemente, todos tenemos parte: uno de nuestros defectos generalmente reconocidos ha
sido dedicar preocupación y atención al
afán de cada día, olvidándonos de preparar y defender nuestro futuro. Ojalá
hubiésemos dispuesto de más compañeros que dedicasen más tiempo a las
labores directivas de la sociedad; ojalá
hubiésemos tenido muchos Leonardos.
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Recordando otros aspectos de su vida
y su carácter quiero recordar cómo
supo encarar con enorme dignidad los
momentos difíciles en que una torpe
maniobra le puso (junto con otro compañero) en la diana de algún medio de
comunicación. Puedo contar ahora,
porque lo viví muy directamente, que el
problema extrañó tanto en todos los
ambientes responsables de la sociedad
que fue llamado a las altas instancias
del Gobierno para ser preguntado por
los hechos acaecidos. La explicación
fue tan serena, tan lógica, tan rotunda,
tan verdad, que nadie ha vuelto a hablar
de tamaña falsedad. Aunque, como
siempre en España, años después, nos
sigue faltando quien dé las aclaraciones
pertinentes y reconozca el sufrimiento
personal de Leonardo, llevado con
ejemplar dignidad.
El sosiego de Leonardo
El río Besaya forma, junto con el Saja,
la estructura hidráulica del Occidente
montañés. Desde el Campoo de Enmedio, se precipita violento por las
denominadas Hoces hasta el mar,
cuando, unidos ya ambos cauces en
Ganzo se aprestan a desembocar en la
ría de San Martín, en las proximidades de Suanzes. En ese camino, salvando un desnivel de 1.200 m, el río
forma un remanso intermedio, en una
preciosa llanada plena de sosiego, en
la que se asientan localidades tan características como Molledo-Portolín,
Santa Cruz de Iguña, Las Fraguas…
Allí, en Santa Cruz de donde eran
oriundos los Quevedo, hace ya bastantes años que el Gobierno de Cantabria
erigió una estatua del abuelo Don Leonardo, al lado de la vieja casona siempre
habitada por la familia. Y apenas hace
tres años, Leonardo, siempre con su
Cristina, había conseguido finalizar lo
que era su vieja aspiración, la rehabilitación de la casa dejándola espectacularmente acondicionada para el futuro,
para que a ella sigan vinculados sus
descendientes. Sólo ha podido disfrutar
de esta victoria unos pocos años, aunque
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bien es verdad que su relación con la
casa ha sido continua, y hacia ella se dirigía en la mañana del pasado día 15.
Ese sosiego del Besaya en Iguña lo
había asumido Leonardo. Su paso por
todos los aspectos de su vida, que acabo
de citar, son una demostración de ese
talante: por todas partes impuso la lógica y la paz, el sentido común y la tranquilidad, la objetividad y la inteligencia.
Con esas armas se ha enfrentado a una
vida cuyo resultado final se resume en
la satisfacción del deber cumplido, y
que mereció hace unos años que el Colegio le otorgase la Medalla al Mérito
Profesional, que él ostentaba con orgullo y una bien declarada satisfacción.
La historia de los pueblos no es sino
la integral de los hechos de sus ciudadanos. Yo creo que Leonardo ha contribuido muy especialmente a hacer
más España a lo largo de toda su vida.
Esa vida que va a quedar como ejemplo para nosotros y que está presidida
por el sosiego y la bondad. ¡Qué maravillosa palabra, “sosiego”, que debería impregnar nuestras vidas…! Es lo
que reclamamos en esta época difícil
por la que pasa nuestro país en donde
vamos a echarle de menos en las labores de cada día, en el ejemplo de su
actitud, en el consejo del amigo.
A la hora de mirar hacia atrás y hacer balance, recuerdo la parábola
siempre actual de los talentos. Leonardo devuelve con creces cuantos recibió y nosotros reconocemos el privilegio del que hemos disfrutado al contarnos entre sus parientes y amigos
compartiendo con él una vida. El
ejemplo de Leonardo, el sosiego de
Leonardo, no son posibles de olvidar.
Porque su paso entre nosotros ha dejado una profunda huella.
Semblanza de Antonio Carbonell Romero
ÁLVARO RODRÍGUEZ DAPENA. Colegiado nº 9.553
JOSÉ MARÍA PÉREZ REVENGA. Colegiado nº 3.859
Todos los que conocimos Antonio Carbonell a lo largo de su vida, tanto profesional como personal, nos acordamos
que rápidamente brotaba entre él y nosotros una cálida y sincera corriente de
mutua simpatía, tanto para los que estaban en el entorno de su edad como
para aquellos cuya diferencia de edad
era mayor. Con la inexplicable química
que forjan esas relaciones fraternales,
todos colaboramos profesionalmente en
varios trabajos y no muchos como
agradecidos aprendices; y lo que es mejor, algunos como nuestro compañero
Álvaro Rodríguez Dapena coincidieron
en sus facetas artísticas con premios incluidos, y otros en ese otro arte que es
la caza. Cuántas veces al salir de las
reuniones del Consejo Superior de
Transportes Terrestres le preguntaba
yo: qué, Antonio: ¿otra vez de caza?
Hablar de Antonio es volver a reconciliarse con valores como la coherencia,
el esfuerzo y la perseverancia. En su última autobiografía el propio Antonio resumió tales valores
en uno solo: tesón. Así se
reconocía Antonio en ese
otro espejo que nos devuelve nuestro
interior y al que nos asomamos tan
poco a lo largo de nuestra vida. Su tesón le mantuvo incólume a lo largo de
una excelente carrera profesional, tan
envidiablemente unidireccional, y a la
vez le permitió formar una familia numerosa de las de antes, nada menos que
siete hijos.
La trayectoria de Antonio fue sencillamente impecable. Del Bachillerato
en Valencia a la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos, donde tras superar un difícil ingreso, se recibía la preparación necesaria para ingresar en el
Cuerpo de Ingenieros del Ministerio
de Obras Públicas. Título, doctorado e
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ingreso exactamente en la mitad de un
año y en la mitad de un siglo: el 30 de
junio de 1950.
La decisión de enrolarse en la aventura ferroviaria fue motivada por el
consejo que, otro ingeniero de Caminos, gran ferroviario y profesor de la
Escuela, José María García-Lomas y
Cossío, le dio.
Su carrera profesional, que comienza en su Valencia natal (Antonio era
de Utiel), empieza en la RENFE cuando
ésta solo contaba 9 años; y es la única
empresa de su vida profesional, comenzando desde la base y tocando
con sus dedos ese suelo real plagado
de imperfecciones. Como factor en
estaciones y como personal de los trenes de mercancías. Antonio siempre
contaba lo orgulloso que estaba de haberse formado así, vendiendo billetes
a los viajeros y distribuyendo paquetes
a sus destinatarios. Así, peldaño a peldaño, fue ascendiendo en el escalafón.
En Valencia se quedó hasta el año
1965. Aquellas páginas de movimiento de personal de “Ferroviarios” nos
han dejado huella de cada uno de sus
ascensos. Ingeniero principal, ingeniero jefe de servicio de explotación y comercial, y finalmente ingeniero director de la zona.
En esos años de desarrollismo y bajo
el impulso del Banco Mundial, se
aprobaba en España el ambicioso Plan
Decenal de Modernización con el objetivo de llegar a una velocidad comercial de 140 km/h y a la modernización
del parque de locomotoras.
En medio de toda esa revolución tecnológica, Antonio asciende a subdirector de la sección Sur en la Dirección de
Explotación de la RENFE. Corría el año
1965 y aquel salto le ligó definitivamente a Madrid. Se hizo cargo del control
de la explotación de la Zona Sur, que
abarcaba ya la mitad de la red ferroviaria española de entonces. Desde la frontera con Francia hasta la frontera con
Portugal, y cubría toda la franja Mediterránea junto con Madrid. Eran ya palabras mayores.
Un año después pasó a ser director
de Explotación, y solamente dos años
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más tarde era director general adjunto. En ese periodo tuvo que encargarse de llevar a la práctica la revisión del
primer Plan Decenal hasta que, con la
entrada de la década de los 70, llega
un nuevo Plan conocido simplemente
como 72-75. La aplicación de este
Plan le pilló ya como director general,
cargo que ocupó en 1973 en sustitución de Salvador Sánchez Terán. Sufríamos en España la primera crisis
del petróleo y surgía la necesidad imperiosa de rematar el proceso de electrificación de la red ferroviaria.
Tres años después pasa a formar
parte de su Consejo de Administración y en 1978 ocupa el cargo de
Consejero Delegado y le toca preparar
el primer Contrato-Programa, firmado con el Estado en 1979.
Por aquel entonces, en España se
había dado un empujón definitivo a la
seguridad de la circulación de los trenes, con la implantación del sistema
ASFA. Fue uno de los temas preferidos
de Antonio.
En 1980 fue designado vicepresidente
del Consejo de Administración y además Presidente de la Unión Internacional de Ferrocarriles (UIC). Era el primer
español que ocupaba ese cargo. Y lo
hizo con todo el mérito. El acto de toma
de posesión se celebró en noviembre en
La Haya, ante los delegados de 75 administraciones y empresas ferroviarias.
Fue un año intenso.
También se fijó —cómo no— en lo
que ocurría en Francia. En ese mismo
año 1981, se inauguraba la primera línea europea de alta velocidad entre
París y Lyon, con gran éxito. Fue otra
de sus obsesiones al final de su carrera: las oportunidades de la alta velocidad ferroviaria en España.
Eran principios de los años 90 y en
España nos esforzábamos por presentarnos al mundo con nuestras mejores
galas, Olimpiadas y Expo.Y algo mucho
más importante que todo eso: la alta velocidad ferroviaria. Una apuesta innovadora enorme. Nuevas líneas en un nuevo ancho, con nuevo material móvil, que
daba un nuevo servicio ferroviario. Y
muy al principio, en el origen de este
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renacer ferroviario, ya estaba Antonio
Carbonell sembrando las bases de esta
alta velocidad española, con su incansable trabajo en silencio. Ése que le
hacía llegar tarde a casa un día sí y otro
también
Antonio vivió como nadie los cambios
tecnológicos del ferrocarril. Mucho después escribió: “quizás de lo que me siento más orgulloso es de haber contribuido
en mi etapa ferroviaria a modernizar y
potenciar el ferrocarril, mejorando su
productividad para avanzar técnicamente, pasando de los guardafrenos que en
las garitas de los vagones de mercancías
usando las manivelas de los frenos de
husillo detenían los trenes con sus locomotoras de vapor a carbón, a sentar los
cimientos de la alta velocidad”.
Pese a que se le acumulaba el trabajo
interno, no dejó de dedicarse con empeño a la UIC. Bajo su batuta, esta organización impulsó el Plan de infraestructuras europeo cuya finalidad era la dotación de una red ferroviaria continental para la agilización del transporte ferroviario entre los principales núcleos
urbanos de Europa. Nada menos que la
semilla de lo que ahora se conoce como
la Red trans-europea de transporte ferroviario. Todavía no existía este concepto en el acervo comunitario construido desde el Tratado de Roma. Es
más, ni siquiera teníamos Tratado de
Adhesión con la Comunidad Económica Europa. Pero la visión de Antonio ya
era expansionista y global. Precisamente como fruto de la misma, logró incorporar a la UIC hasta 10 nuevas administraciones ferroviarias latinoamericanas.
Su mandato en la UIC terminó por todo
lo alto con el XXIII Congreso de la
AICCF-UIC celebrado en Torremolinos
con 450 delegados de todos los países.
Los hechos transcurrían rápido. En
1982 fue nombrado presidente de la
RENFE en sustitución de Alejandro Rebollo. Por aquel entonces, la plantilla
era nada menos que 72.000 personas.
Desgraciadamente su mandato duró
poco. Era un cargo político y él no era
un político. Fue nada más y nada menos que un técnico al servicio del Estado y enamorado del ferrocarril.
Al cambiar el Gobierno, tras las elecciones generales del año 1982, cesó en
dicho cargo y pasó a ser de nuevo vicepresidente, hasta se le concede la jubilación, a partir del 1 de enero de 1985.
Pero, como tantos otros compañeros,
Antonio era incapaz de dejar el trabajo.
Consejero del Consejo Nacional de
Transportes Terrestres desde 1987,
miembro de la Comisión de Transportes del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y presidente de
la Asociación Española del Transporte,
a la que estaba dedicado en cuerpo y
alma y desde donde celebró más de 40
jornadas divulgativas del transporte. A
sus ochenta y tantos era como un roble,
incansable y eficaz. Logró al final compaginar trabajo, familia y ocio. Ese
equilibrio añorado.
En cualquiera de los lugares que estuvo destacó sobre todos y cada uno de
nosotros; trabajador infatigable, él preparaba sus notas para poder leerlas en el
consejo, en la comisión o en la Asociación; todos le hacíamos caso pues daba
gusto aprender lo que, sin parecer que se
esforzaba, explicaba con una clarividencia sosegada. Cuando muy de tarde en
tarde sacaba su genio al no encontrar las
cosas como él pensaba, no era para regañarte y sí para enseñarte. Ése era Antonio trabajando y negociando con el resto
de los actores que con él colaboramos.
Era el alma del Consejo Nacional de
Transportes: todo el mundo, carreteros
o ferroviarios, le admiraba por su trabajo y bien hacer dentro de la amalgama
de intereses que existe en dicho organismo; no discutía y sin embargo sí aplacaba determinadas actitudes. Desde la
Asociación, que fundó junto con otro
grupo de amigos, organizaba jornadas,
llamaba a todos los socios y se preocupaba de que la misma no decayese, no
se desanimaba nunca y eso era tesón.
Pero fue algo que, como a tantos de
nosotros, nos costó conciliar en activo.
Él mismo escribió: “Realmente estos
continuos avatares de mi vida me han
dejado escaso tiempo para poder disfrutar de la infancia de mis siete hijos, siendo mi abnegada mujer, querida Ascensión, la que ha tenido que sacrificarse,
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ocupándose de ellos en enfermedades
y colegios; nunca se lo agradeceré
bastante. Al llegar a su adolescencia ya
he podido orientar sus estudios e impulsar su futuro. Igualmente me ha
sucedido con mis aficiones, a la talla
de esculturas, libros, caza y pesca, a
los que sólo he podido dedicar festivos
y vacaciones”.
Había una consigna en el colegio de
mi juventud que decía “tus hechos
permanecen”. Ahí quedan para la
posteridad los hechos de Antonio, todos ellos fruto de una vida plena.
De todos los que te hemos conocido, Camineros o no, y especialmente
de tus compañeros de la Comisión de
Transportes del Colegio.
Nota: el Foro de Infraestructuras y Servicios ha concedido a Antonio Carbonell
el Premio Especial 2011, a título póstumo. El premio fue entregado el pasado 7
de noviembre.
Juan Carlos Basterra Ocio
Tuve el enorme placer de compartir
con Juan Carlos muchos años de bachillerato en el colegio de los Jesuitas
en Bilbao. La verdad es que en aquella
época compar tíamos muchos de
nuestros gustos, Juan Carlos no era
gran deportista, yo tampoco, aunque
hacíamos juntos nuestros pequeños
pinitos en el esquí del fin de semana
en las excursiones que se organizaban
en el Colegio. No teníamos un gran
afán por ser los mejores esquiadores.
Juan Carlos y yo compartíamos los
dos primeros puestos académicos en
nuestra promoción en el bachillerato.
A veces Juan Carlos era el primero, yo
el segundo, o al revés. Juan Carlos era,
desde luego, mucho más brillante que
yo, pero yo siempre tuve la impresión
de que se esforzaba menos.
Pasados los años, Juan Carlos me
achacaría a mí justamente lo contrario. Lo que no hay duda es que Juan
Carlos, con su talante amistoso y relajado, era querido por todos sus compañeros sin excepción. Nunca se negaba a echar una mano a quien quisiera que le explicase algún tema de
cualquier asignatura. Un extraordinario compañero.
Casualmente, fuimos los dos únicos
de la promoción del bachiller que hicimos Caminos, Juan Carlos en Madrid y
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yo en Santander. Creo que
terminamos en el mismo
año, pero él se dedicó, tras
graduarse, a la Ingeniería,
mientras que yo tomé derroteros hacia el mundo
económico financiero desde que terminé la carrera.
El destino hizo que nos reencontrásemos de nuevo en Philadelphia, Juan
Carlos sabía que yo estaba finalizando
mi doctorado en Finanzas en Wharton y él quería explorar la posibilidad
de completar sus estudios con un
postgrado en materias económicas.
Fue un reencuentro estupendo y volví
a compartir, esta vez en Philadelphia,
aulas y buenos ratos con mi querido y
admirado amigo. Ni que decir tiene
que seguía con su habitual brillantez y
humildad. Cuanto hay que aprender
de su talante afable y sencillo.
Sus estudios en EEUU fueron esenciales, como me ocurrió a mí, para cambiar
su rumbo profesional. Yo había trabajado una temporada en el Banco Mundial
en Washington y Juan Carlos quedó
muy atraído por mi experiencia en dicho Banco, en donde se combinaban las
finanzas con la ayuda a los países en
vías de desarrollo. Por ello, al terminar
sus estudios, entró el Banco Mundial y
allí trabajó durante 28 años llegando a
Fuente: Washington Post
ÁNGEL CORCÓSTEGUI GURAYA. Colegiado 5.000
RICARDO MOLINA OLTRA. Colegiado 4.408
PEDRO RODRÍGUEZ INCIARTE. Colegiado 4.516
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ser Head of the Commercial Credit Risk at
the Corporate Finance Department, hasta
su retiro en octubre de 2010, motivado
por la cruel enfermedad que nos lo ha
arrebatado.
A mi regreso a España al Banco de
Vizcaya, contacté en varias ocasiones
con Juan Carlos para tratar de rescatarlo; y que volviese a nuestro Bilbao
de origen, pero él estaba muy a gusto
en Washington donde iba afianzando
y echando raíces profundas en su vida
familiar y profesional. Fue una pena
que no pudieramos convencerle de
que volviese, pues tener un amigo
como Juan Carlos cerca hubiese sido
un lujo en lo personal y algo extraordinario para nuestro país.
Conocí a Juan Carlos Basterra Ocio,
Carlos para nosotros, en octubre de
1969, en el Colegio Mayor Moncloa
de Madrid.Yo comenzaba mi segundo
curso de 2º de Caminos y él venía de
Bilbao para comenzar los Estudios en
la casi recién estrenada Escuela de la
Ciudad Universitaria. Coincidió que a
él le tocó ser compañero de habitación
de Alfredo Sánchez-Bella Carswell, un
gran amigo mío, y luego suyo, y que
también tuvimos la desgracia de que
se nos fuese prematuramente.
Desde entonces, durante los cuatro
años siguientes (pues Carlos pertenece a la selecta minoría de los que hicieron la carrera a curso por año), tuvimos una estrecha convivencia que
cimentó una amistad de más de 40
años. Durante aquellos años compartimos estudios, exámenes, comidas,
cenas, amigos y amigas, ilusiones,
ideales, la vida en fin. Y no fueron
unos años cor r ientes, España se
transformaba delante nuestro, fuimos
juntos testigos y protagonistas de una
nueva época en lo cultural, lo tecnológico y lo político, y todo ello viviendo en el rico ambiente de los Colegios Mayores.
En el 1973 acabamos ambos la carrera y yo comencé a trabajar, mientras
Carlos aún tuvo que hacer las Prácticas
de Milicias y terminó Económicas, que
había estudiado en unos pocos ratos
libres. Comenzó a trabajar en el
MOPU, en la DG de Puertos en explotación y planificación portuaria con el
pofesor Losada. Compaginó su trabajo con la preparación a la oposición al
cuerpo de Ingenieros de Caminos del
Estado, que ganó brillantemente en
1976. Solicitó plaza de subdirector del
Puerto de Bilbao, que por mejor puntuación obtuvo nuestro compañero
Lorenzo Sanz. Entró, como segunda
opción en la Jefatura de Carreteras de
Bilbao, dirigiendo varias obras en la
mejora de la N-I. Al año y medio decidió marcharse a USA, donde después
de hacer un postgrado se incorporaría
al Banco Mundial. Ahí nuestras vidas
se separaron, no nuestra amistad.
Puedo decir que he tenido la inmensa suerte de haber vivido rodeado de
gente lista y buena, tanto en los ámbitos profesionales como personales.
Pero sin duda puedo decir que Carlos
Basterra ocupa un puesto de las personas destacables por su inteligencia y
bondad. Recuerdo perfectamente la
extraordinaria economía de sus esfuerzos en la época de estudiante, (la
verdad es que no dedicábamos mucho
tiempo a estudiar, él notablemente
menos que yo), y siempre obtenía
unos resultados más que razonables.
Y a esa inteligencia, que todos le reconocíamos, Carlos unía una colección de virtudes humanas que hacían
que todos le quisiésemos y admirásemos. Si hubiese que destacar una cualidad, me gustaría hablar de su capacidad de escucharnos a todos los que
estábamos a su alrededor, con infinita
paciencia, con absoluta humildad.
Se nos ha ido, pero nos queda su recuerdo y su familia, Charo y su hija
Lucía, físicamente tan parecida a él,
sus hermanos y demás familia de Bilbao. Los muchos amigos de España
queremos dejar patente algo que ellos
saben muy bien: la extraordinaria persona que hemos perdido todos.
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