el tema de la muerte en quevedo

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LA CONDICIÓN HUMANA Y EL PASO DEL TIEMPO EN QUEVEDO
Por
Federico Medina Cano∗
RESUMEN
En la poesía del barroco hay una serie de temas centrales: la caducidad de la
vida, del tiempo que huye, la constante presencia de la muerte, la evidencia que el
nacer es comenzar a morir. Los Poemas Metafísicos de Francisco de Quevedo
tienen como eje temático central estos asuntos. En el artículo que viene a
continuación se analizaran estas temáticas y la forma como se articulan en uno de
los sonetos de este grupo de poemas para construir una visión metafísica del
mundo.
ABSTRACT
In baroque’s poetry there0s a series of central topics: the caducity of life, of the
flowing time, the constant presence of death, the evidence that being born is
starting to die. The metaphysical poems of Francisco de Quevedo have as their
center point such topics. The present article analyze these topics and the way in
which they are articulated in one of the sonnets of this group of poems to construct
a metaphysical worldview.
∗
Lic. En Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Mg. en Literatura
Latinoamericana Washington University. Docente de la Facultad de Comunicación Social de la
Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín.
Dirección del autor: [email protected]
Artículo recibido el día 4 de mayo de 2006 y aprobado por el Comité Editorial el día 24 de mayo de
2006.
PALABRAS CLAVE
Barroco, Siglo de Oro, metafísica, muerte, tiempo.
KEYWORDS
Baroque, Golden Century, metaphysics, death, time
En la poesía de Francisco de Quevedo hay un grupo de poemas escritos en
sus últimos años agrupados bajo el título de poemas metafísicos. Estos poemas
son reflexiones sobre la vida, la condición humana y el paso del tiempo. Un mismo
conjunto de temas los atraviesa: el destino final del hombre, la preocupación por la
muerte, el carácter pasajero de la vida, las condiciones mentales y espirituales del
buen morir. Para el análisis se tomó el soneto # 1 ("Enseña a morir antes y que la
mayor parte de la muerte es la vida, y esta no se siente, y la menor, que es el
último suspiro, es la que da pena "). Pero como los poemas los reúne un mismo
grupo de preguntas y entre ellos hay conexiones explícitas, es necesario en el
análisis reconstruir estos vínculos para poder apreciar el desarrollo de algunas
temáticas.
Soneto # 1
Señor don Juan, pues con la fiebre apenas
se calienta la sangre desmayada,
y por la mucha edad, desabrigada,
tiembla, no pulsa, entre la arteria y venas.
pues que de nieve están las cumbres llenas
la boca de los años saqueada,
la vista, enferma, en noche sepultada,
y las potencias, de ejercicio ajenas,
salid a recibir la sepoltura,
acariciad la tumba y monumento:
que morir vivo es última cordura.
La mayor parte de la muerte siento
que pasa en contentos y locura,
y a la menor se guarda el sentimiento.
El núcleo poético del poema es el resultado de la articulación de tres ejes:
1. la vejez (la agonía), el deterioro del cuerpo y la presencia física de la muerte en
el cuerpo del hombre. Las glorias humanas y su condición efímera 2. El tiempo (el
correr del tiempo) y la vida (el ciclo vital). 3. La aceptación de la muerte (gozosa y
sensata).
Estructuralmente el soneto está organizado de la siguiente manera. El
primer cuarteto hace la presentación del estado de agonía. El segundo muestra
las huellas del paso del tiempo en el cuerpo del hombre (el cuerpo como totalidad
es sustituido. En este cuarteto solo aparecen algunas zonas del cuerpo y cada una
es una expresión -un significante- del estado de vejez y de la postración de la
enfermedad. Aunque cada imagen es suficiente para producir la idea del paso del
tiempo, el efecto poético se produce por la acumulación de imágenes
redundantes. La "suma" de imágenes da una idea más patética y notoria del
fenómeno). El primer terceto es una invocación a salir gozoso a recibir la muerte
(se produce un cambio de perspectiva frente al cuarteto anterior. El temor y la
desesperación son sustituidos por un estado de manifiesta alegría, y el desenfreno
y la poca claridad de su juventud y su vida anterior -"contentos y locura"-por un
estado de sensatez). Y el último terceto compara el "paso final" con el proceso
vital y resalta la actitud reflexiva del hombre como la forma de recuperar su
dignidad frente a la muerte. Las tres estrofas iniciales corresponden a la
enunciación de la "condición" y la última estrofa corresponde al planteamiento de
la "conclusión" (en la cual, el poeta, sin moralizar introduce una nota vital). El
primer eje y el segundo lo encontramos desarrollado en las dos primeras estrofas.
El tercero en las dos últimas.
Los dos ejes poéticos iniciales parten de la tradición Medieval sobre la
muerte. Pero no son simplemente un eco tardío de estos pensamientos. El
contexto en el que surge el poema es diferente y responde a otra tradición.
En la tradición Medieval la evidencia y la cercanía de la muerte producía un
enorme temor.
La muerte, sorpresiva, podía acabar con la vida en cualquier
momento. Era imprevisiblemente y solo requería una condición: la existencia del
hombre en el mundo. La gloria humana acababa en la tumba, toda la materia se
tornaba en irrealidad: la muerte separaba a los que se aman, la alegría se
truncaba y se convertía en tristeza, la risa en llanto. Este sentimiento se tornaba
mucho más fuerte cuando se afirmaba su inevitabilidad: por la sola condición de
estar vivo el hombre "debía" morir. Nadie podía escapar a la muerte. La condición
social, la riqueza, el sexo, la edad, el poder que el hombre detentaba no eran
importantes. A la muerte el hombre llegaba desnudo, sin defensas y sin voluntad.
De este principio irrefutable partía la tradición cristiana: la muerte era,
paradójicamente, la única "herencia" que recibe el ser humano (la mortalidad
estaba asociada con la idea del pecado original).
Las representaciones de la muerte consistían en admoniciones sobre la
brevedad de la vida y reflexiones sobre el pecado. Insistían en la pobreza de la
vida, en la caridad hacia el pobre y el afligido. La descripción del mundo natural y
material frente al mundo ideal era siempre negativa. El hombre está de "paso" y
por ello el interés por los bienes materiales y por lo que en este mundo hay de
valor no tiene sentido. El apego a lo terreno es un lastre del que hay que
desprenderse para poder conseguir la salvación. El hombre debe apartarse de los
placeres humanos que solo acarrean la perdición y orientar su vida de una manera
ejemplar (alejado de los tres enemigos del hombre: el mundo, el demonio y la
carne. Y en consecuencia con las virtudes teologales y cardinales). Los asuntos
fundamentales de estas representaciones eran: la vanidad del mundo (la soberbia,
la inutilidad de la fama o la gloria humana, del poder, la belleza y la juventud), la
corrupción de la belleza, la fugacidad de la vida (la vida como sombra que pasa),
los limites del tiempo humano, la carrera del tiempo silenciosa e incontrolable, la
inutilidad del poder humano frente al poder de la muerte que todo lo arrasa; la
necesidad de la renuncia a los bienes terrenos, el valor del arrepentimiento, la
incitación a las buenas obras y a la penitencia, la necesidad de dedicarse al amor
de las cosas divinas.
Todo giraba alrededor de la ecuación premio-castigo. Era una lamentación
general sobre la existencia y el misterio de la condición humana: el dolor de haber
nacido, el rechazo de las actividades profanas, la condenación sistemática de toda
creación humana, la afirmación de la vanidad del mundo, la búsqueda y el deseo
de la vida eterna y con ello de la muerte misma. Era una manera negativa de
pensar la existencia del hombre. Y más que el deseo de acercarse a Dios, el
temor al infierno y a la condenación eterna eran las ideas que parecían guiar al
cristiano en su rechazo del mundo
El hombre experimentaba un enorme temor. Pero su temor tenía una doble
"razón": de un lado, era el resultado de un gran amor por la vida, y, de otro, era
parte de la esperanza cristiana en la vida eterna y de la necesidad de estar
preparados y en acción de gracias para lograrla. Sus representaciones
iconográficas eran, del lado pagano, una invitación al placer, a la consumación del
goce ante la brevedad de la vida, y, de otro, una lección moralizante que evocaba
la penitencia, la resignación y el temor ante el fin de los tiempos. La primera era
portadora de una alta dosis de cinismo y hedonismo, y la segunda, de un
sentimiento de pesimismo y de impotencia que intensificó la fe y el sentimiento
religioso.
En los dos ejes poéticos iniciales del poema encontramos dos "topos"
característicos de la poesía de la Edad Media: La reflexión sobre los últimos
momentos (memento morti) y el huir del tiempo (carpe diem). Los dos son parte
de la fórmula medieval contemptus mundi. Esta se expresaba a través de la
amenaza del infierno y la conciencia de la muerte. En la Edad Media el profundo
desprecio hacia el mundo (la materia, el cuerpo, las sensaciones, los placeres) era
un pensamiento fundamental: para evitar perder el alma y alejarse del pecado y la
corrupción, la mejor manera era recordar su mortalidad. La rememoración del
juicio final, la enumeración de los signos precursores del fin del mundo y la
evocación del infierno (con una gran dosis de horror) tenían un objetivo
fundamental: era un llamado a cambiar la vida, a corregir sus costumbres y
abandonar todo interés por lo terreno. Esta fórmula implicaba una negación
fundamental del hombre y de sus sentimientos, una reducción total a la nada.
Quevedo transforma esta tradición y, al menos en este poema, desliga la
experiencia de la muerte de lo trascendente. En este soneto el factor dominante es
el sentido humano de la muerte, la naturaleza efímera del hombre. Es la muerte
individual, su crisis personal, su soledad, sin la mediación de Dios. No es una
negación de la vida desde lo trascendente. Es un soneto que se ocupa del estar
en el mundo del hombre y de la brevedad de la vida, y más que ser un reproche a
la muerte aparece como un reproche a la vida. El soneto lo podemos situar en dos
elementos fundamentales de la tradición barroca: el contraste entre lo finito y lo
infinito (la vivencia de la tensión entre estos dos polos) y la condición del hombre
como un ser descentrado, des-situado privado de toda referencia a un significante
autoritario y único.
Quevedo, como era tradicional en la Edad Media, no hace uso en este
soneto de la fórmula ubi sunt. No nos presenta una lista de muertes ejemplares o
de héroes pasados sacadas de la mitología o de la historia en las que nos
recuerda como el pecado ha precipitado a los héroes a la muerte, como la muerte
es inevitable (su poder es enorme) y como nadie puede escapar a ella. El soneto
lo dirige a una persona, a un ser particular (no propiamente podemos pensar que
sea un noble, simplemente es una persona de edad que goza del respeto que le
dan los años y la vida que a recorrido). Es el caso ejemplar de un hombre en el
momento de su agonía. Pero no es, como en la Edad Media, el combate decisivo
entre las fuerzas del bien (ángeles) y las fuerzas del mal (demonios) alrededor del
lecho del hombre que muerte (Ars Moriendi). El personaje al que va dirigido el
soneto ("Señor don Juan"), es un nombre genérico en el que se hace resaltar la
condición individual del morir.
En el soneto el momento de la agonía se insinúa cuando se trazan algunos
de los rasgos del estado febril. Quevedo no se refiere a este momento
directamente, lo hace de una manera velada utilizando paradojas que llevan el
estado de postración final hasta el absurdo. La fiebre que es supuestamente la
manifestación de su mal y la causa de su postración aparece como el medio que
"calienta la sangre desmayada" (La muerte esta presente simplemente como el
cuerpo frío que a perdido el calor vital. El calor es un significante de la vida y, por
oposición, el frío es un significante de la muerte). El cuerpo no solo está postrado,
está "desmayado" y esto supone una pérdida del sentido y de la razón. El cuerpo
"por la mucha edad" "tiembla, no pulsa, entre arteria y venas". El movimiento
rítmico de la sangre que fluye por acción del corazón es sustituido por las
convulsiones, por las contracciones violentas e involuntarias del estado febril.
Además aunque el término "desabrigada" se refiere a la sangre, puede también
hacer referencia al estado de desnudez del cuerpo (similar al del ser que nace.
Puede aludir simplemente a la condición de desprotección y de soledad que el
hombre al nacer y al morir padece. El nacer y el morir son dos momentos que el
hombre solo puede experimentar por sí mismo, nadie le puede acompañar o aliviar
su dolor y nadie le puede sustituir en ese momento).
En el primer cuarteto no habla directamente del cuerpo, utiliza una
metonimia: la sangre. En el segundo cuarteto se da un procedimiento similar: es
una enumeración de efectos que produce en el cuerpo la llegada de los años. La
enumeración permite descomponer un tema en sus partes. El primer cambio que
se observa en el cuerpo con el paso de los años es la pérdida del color del
cabello. Para nombrar este cambio emplea una metáfora. Compara al cuerpo
humano con una montaña y la cabeza con la cumbre. Para resaltar la edad y el
paso de los años toma dos significantes: de un lado, la altura de la montaña, y de
otro, el color blanco: "de nieve están las cumbres llenas". Luego para resaltar otra
de las facetas de la vejez utiliza un significante ambiguo. La boca puede ser el
órgano para comer (el alimento es la fuente de la vida), y es también el órgano
para reír y expresar la alegría (la plenitud vital, la despreocupación) y con la
presencia de los dientes, la belleza y la juventud. Cuando describe la acción del
tiempo
("de los años saqueada") nos presenta la muerte (en vida) como un
invasor que saquea el cuerpo de sus bienes más preciados. En el tercer verso
aborda otra de las facetas del hombre: sus sentidos. Pero para referirse a los
sentidos resume en la visión todo lo que ocurre con ellos. La ausencia de luz
("enferma, en noche sepultada") puede tomarse también como un significante de
la muerte. En la expresión que emplea para referirse a la visión reúne (redunda en
ello) el tema que está desarrollando en esta primera parte del poema, integra la
causa y el efecto: la agonía (enfermedad), y la morada postrera y definitiva (la
sepultura). Y en el cuarto verso cierra el cuarteto con la expresión más evidente de
la vejez: la falta de poder, la incapacidad para realizar las tareas o las acciones
más simples, y la ausencia del ejercicio, la quietud total: "y las potencias, de
ejercicio ajenas".
En el centro del poema está la concepción del tiempo. Pero en este soneto
no la expone de una manera directa. Los fundamentos de su concepción hay que
buscarlos en los otros poemas Metafísicos. Lo único evidente en el soneto es el
efecto del tiempo en el cuerpo del hombre.
El tiempo (carpe diem) en su movimiento atrapa al hombre. La vida
humana es simplemente un eslabón en la serie infinita de ciclos temporales.
Quevedo sitúa al hombre entre dos polos (esta oposición la podemos ver ampliada
con más elementos en otros sonetos de sus "poemas metafísicos") "pañales" y
"mortaja" (soneto 2: "Represéntase la brevedad de lo que vive y cuán nada parece
que vivió") y establece todo un juego de oposiciones (de significantes). Entre estos
dos momentos solo existe el instante fugaz, la única percepción posible del
tiempo: el presente en su inmaterialidad y movimiento. El pasado (el ayer) no
existe, ya fue; el futuro (el mañana) todavía no es, será. Sólo es real esa fracción
de tiempo que es el presente. El hombre no puede tener un dominio, ni una
percepción del tiempo. El tiempo lo arrastra en su movimiento perpetuo. El tiempo
fluye sin detenerse y es ajeno a los intereses del hombre, esta es la tragedia
mayor del hombre.
La vida es como una "jornada": "Vivir es caminar breve jornada" (soneto
#11: "Descuido del divertido vivir a quien la muerte llega impensada"). Esta
expresión puede entenderse como viaje o como un día de trabajo. Las dos
interpretaciones son complementarias: El viaje es movimiento, es un ir hacia y un
hacerse al recorrer el camino; el trabajo es algo fijo, es un permanecer en
actividad durante un intervalo de tiempo, que normalmente es un día (un recorrido
del sol): "huye sin percibirse, lento el día" (soneto #6: "Arrepentimiento y lágrimas
debidas al engaño de la vida"). Esta imagen (la vida como una "jornada") reúne
dos factores: un factor dinámico y un factor de inmovilidad. Según la imagen
propuesta por Quevedo la vida es un proceso dialéctico, es una lucha de
contrarios, es "guerra" (soneto #4: "Repite la fragilidad de la vida, y señala sus
engaños y sus enemigos").
El trabajo es una actividad. Está expresión puede entenderse en dos
sentidos: como un tiempo corto y breve, y como algo pesado e inexorable. El
primer sentido desarrolla la idea de la vida como un ciclo, como un proceso único
e irrepetible (la vida es como el día que está encerrado entre dos noches. La vida
seria como una jornada de luz -con diferentes tonos e intensidades: el amanecer,
el mediodía y el atardecer. El sol sale y se pone en lugares diferente y opuestos,
como el nacer y el morir. La vida tiene su comienzo débil y tímido como el sol al
salir; tiene su plenitud y belleza como el sol lo tiene en el mediodía; y tiene su
ocaso, cuando el sol le cede el paso a las sombras y a la oscuridad - encerrada
por momentos de oscuridad). El segundo desarrolla la concepción de la vida como
castigo: venimos al mundo a padecer. Es la idea cristiana del mundo como "valle
de lágrimas", como lugar de dolor y de padecimientos. Frente a la primera imagen
que insiste en la brevedad, la segunda, acentúa su lentitud y extensión (el castigo
es más doloroso mientras más largo es. Es también un efecto psicológico: el dolor
parece que detiene el tiempo, y un momento muy breve parece un intervalo muy
grande de tiempo): es un momento de dolor que parece no tener fin.
Al identificar tiempo y vida ("Huye sin percibirse, lento el día"), Quevedo
introduce una ambigüedad esencial dentro de su concepción. En primer término, el
tiempo es algo físico, visible, pero imperceptible; es algo que deja sentir sus
efectos, pero permanece oculto, no deja al hombre ver su presencia, es recatado y
su interés es permanecer en secreto: "con silencio se acerca" (soneto #6:
"Arrepentimiento y lágrimas debidas al engaño de la vida"). Pero aunque no se
siente es algo real y efectivo: como el salteador toma al hombre por sorpresa y se
lleva con el lo más querido por el hombre ("lleva tras sí la edad lozana mía). En un
segundo término, el tiempo "huye" del hombre, se aleja de él y lo abandona. Los
dos, el tiempo y el hombre, parten por igual y luego el tiempo se separa y
abandona al hombre. Esta imagen introduce una idea trágica: el hombre desde los
primeros momentos de su vivir experimenta la soledad y el abandono (el hombre
es por esencia un ser solitario, esta es su única verdad).
En el soneto que nos ocupa Quevedo no representa la muerte como en la
Edad Media ni toma los códigos iconográficos de esa estética de lo grotesco que
describía el cuerpo humano en su corruptibilidad. En sus poemas la muerte no se
representa de la manera convencional: con la forma de un cuerpo descompuesto
que dialoga con un vivo, de un esqueleto montado en un buey que cabalga sobre
un campo de guerra, de un arquero que amparado en la almena tiende su arco y
dispara; con visiones del fin del mundo y descripciones de los horrores y penas del
infierno y del juicio final; con la figura bíblica del segador o del herrero que amata
el fuego; con el grupo de muertos que danzan, y el sarcástico maestro de
ceremonias que invita a todos los mortales a bailar a su danza. No la representa
en formas concretas y sensoriales, utiliza una forma conceptual. La muerte es una
presencia sutil, es una forma tenue que es más efectiva en cuanto más pasa
desapercibida. Y esto es aún más borroso cuando en sus poemas habla
indistintamente de tiempo y muerte.
En el soneto Quevedo la representa de varias maneras. Inicialmente toma
del ejercicio de las armas los elementos para representarla. Como en una acción
de guerra la muerte asedia la vida. "Los años" la rondan, y la "saquean" de sus
bienes más valiosos (la muerte es el enemigo, el salteador). Luego desde la
oposición alegórica luz y oscuridad representa la muerte como la noche: "en noche
sepultada". Y luego la representa desde la vida: es la ausencia de vida. La vida
huye y pasa, es un bien que el hombre en su premura (en sus "contentos y
locura") no aprecia en su verdadero valor e inmensidad y que solo al caer de los
años descubre que no posee y que no puede recuperar. La vida abandona al
hombre y no sabe cómo ni cuándo.
En este soneto la muerte la concibe Quevedo como una suma. La muerte
no es solo el momento final, es un proceso que el hombre inicia en el momento
mismo de nacer: comenzar a vivir es comenzar a morir. Cada etapa vivida es una
etapa concluida, es una muerte parcial. La muerte final es la reunión de todas las
muertes anteriores. El sentido y la experiencia de la muerte se hace mucho más
patética cuando se utiliza esta hipérbole: la vida no es una serie de momentos
vitales sino de muertes, de entierros. Además dentro de esta concepción el cuerpo
es a la vez vida y sepultura: la muerte es inmanente a la vida.
La vida no es un proceso ascendente, de superación de etapas y
momentos, y de construcción de un proyecto de vida total. La vida es comenzar a
descender, a caer, y mientras más se acerca la vejez más rápida es la caída. Es
una caída en el vacío que representa la nada. Además físicamente el cuerpo vivo
se yergue para caer, para morir postrado. En el soneto que nos ocupa el hombre
puede rescatar su dignidad cuando puede racionalmente asumir la llegada de la
muerte: "que morir vivo el última cordura". La relación con la muerte es una
relación activa en la cual el hombre toma la iniciativa y sale al encuentro de la
muerte: "salid a recibir la sepultura". No es un encuentro temeroso, en el soneto
asume la forma de un encuentro amoroso y grato: "acariciad la tumba y
monumento".
El efecto del temor desaparece. Al hacer la comparación de la "última"
muerte con las anteriores por contraste el momento final es "menor" con relación a
la suma de las "muertes" anteriores. La sensación de la caída y del vértigo
desaparecen y sólo tenemos la idea de un último paso fácil de dar y posiblemente
conciente. Es el hombre que abandona su apego a la vida y en su gesto de
voluntad (de erotización de la muerte) humaniza el encuentro último y definitivo.
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