Viaje de Felipe IV

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REVISTA VASCONGADA
Viaje de Felipe IV
A
LA
FRONTERA DE FRANCIA
A
LGUNOS
de nuestros suscriptores nos manifestaron su deseo de ver
reproducida la curiosa relación que del viaje regio hizo en 1667
D. Leonardo del Castillo, y de la que se publicaron varias ediciones
que se han agotado por completo, quedando en el día contadísimos
ejemplares.
Contribuía a dar más eficacia a este ruego, la circunstancia de que
la Comisión del Centenario se proponía organizar una cabalgata calcada en las minuciosas descripciones que se hacen en el libro en cuestión.
El exceso de original fué causa de que no pudiéramos hasta ahora
dar debido cumplimiento al deseo expresado, y aunque se ha desistido
de celebrar la proyectada cabalgata, como quiera que los datos consignados en tan curioso escrito tienen grandísimo interés para conocer el
estado del país en la época del viaje real, nos decidimos a dar principio a su publicación, seguros de que su lectura ha de ser del completo
agrado de nuestros suscriptores.
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EUSKAL-ERRIA
VIAJE DEL REY NUESTRO SEÑOR
DON FELIPE IV «EL GRANDE»
A LA
FRONTERA
DE
FRANCIA
Funciones Reales del desposorio y entregas de la Serenísima Señora Infante de España,
Doña María Teresa de Asustria.—Visitas de sus Majestades Católica y Cristianísima, Señora Reina Cristianísima Madre y Señor Duque de Anjou.—Solemne Juramento de la Paz, y sucesos de ida y vuelta de la jornada en
relación diaria que dedica a la Majestad Católica del Rey nuestro
Señor de las Españas, Don Carlos II, por mano del señor
don Pedro Fernández del Campo y Angulo, Caballero
de la Orden de Santiago, del Consejo de su Majestad y su Secretario de Estado de España y el Norte.—D. Leonardo del
Castillo, criado de Su Majestad y Oficial de la
Secretaria de Estado de España.
A
LA
CATÓLICA MAJESTAD
DEL
DON CARLOS,
REY
NUESTRO
SEÑOR
DE LAS
ESPAÑAS,
SEGUNDO DE ESTE NOMBRE
SEÑOR:
Pongo a los pies de V. M. (esperanza dichosa de este siglo) la relación diaria del viaje que el Rey nuestro Señor, esclarecido Padre de
Vuestra Majestad (que pasó a mejor Corona, adquirida de sus católicas virtudes) hizo el año de 1660, al desposorio y entrega de la Serenísima Señora Infante de España, Reina de Francia, y al juramento
de la Paz, establecida entre los dos dominios. Asunto tan grande que
basta a ilustrar las tinieblas de mi estilo y a ennoblecer con su esplendor lo humilde de esta narración; pues si las ciencias se diferencian y se hacen mayores por sus objetos, ¿qué elocuencia de las más
celebradas en todas las edades, podrá dejar de envidiarme materia tan
sublime, como la que me ofrecieron los memorables sucesos de una
jornada, que por la esencia y por los accidentes tuvo con admiración
suspenso el orbe? La misma Real naturaleza del argumento, levanta
estas osadías de mi pluma, desde la bajeza de mi ingenio, hasta el solio
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sagrado del siempre augusto nombre de V. M. Bien así, como aquella
ruda flor, que desde el inculto lecho de la tierra, se eleva al origen de
la luz, de quien recibe el sér. Coronó S. M. con este viaje la catolicisima natural piedad y religión que le granjearon el renombre de Grande,
con que le aclamó el mundo, dejando a esta porción tan noble de la
tierra el don divino de la paz (pospuestos todos otros respetos humanos a este loable fin) y labrando de sus efectos y bendiciones, la felicidad con que entró V. M. a poseer tan dilatada y tan suprema dominación. Propio es, pues, que se consagre a V. M. este sumario histórico,
no tanto por ser la más útil aplicación de los Príncipes, la que se emplea en la Historia (maestra de la verdadera política en sentencia de
Polibio), cuanto porque ninguna mejor puede aspirar a la vanidad de
ser atendida de V. M., por contener acciones de su glorioso padre, que,
como es tan soberana la majestad de los grandes monarcas (poderosa
en Plutarco, para que los llamase discípulos de Dios), son digno documento Suyo los hechos de sus altos ascendientes, cuya imitación y
enseñanza les hace familiares dos veces, el ejemplo y la naturaleza.
Convierta, pues, V. M., sin detención, aun en edad tan floreciente, su
Real ánimo (pura y tierna materia en que se debe delinear e imprimir
lo mejor) a este escrito, pues es, sin duda, que amanece más temprano
la razón en los entendimientos de los Reyes, obrándolo (y por el mismo motivo) aquella Providencia, en cuya mano están sus corazones,
que, como todo lo llena y lo previene todo, asiste con especialidad a
las que son en la tierra como primeras causas suyas que llevan las demás tras sí. Aquí verá V. M. resplandecer hasta en los accidentes de la
serie y orden de las funciones y sucesos de este viaje, la suma prudencia de su Padre, debiéndose hacer argumento de ellos, para inferir la
esencia superior con que gobernaba el alma de los mayores casos, al
modo que en la simetría del cuerpo humano se colige o se halla en
cualquiera pequeña parte que se ve, la excelencia y la proporción de
las mayores que se imaginan o se infieren. Refiero lo que ví, y aunque
no sea fácil seguir con la observación la velocidad de los ojos en materia donde apenas daba paso la vista que no encontrase con la admiración, con todo servirá de disculpa a mi modesto conocimiento, no haber sido mi deseo entregar esta narración a la perpetuidad de la memoria, por elogio de estos sucesos, sino encomendarlos a la duración para
reparo de los estragos del olvido. Y por lo menos en la ocasión que
me dió la fortuna de haber ido a esta jornada sirviendo al Rey nues-
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EUSKAL-ERRIA
tro Señor en los papeles de Estado, no podré perder la gloria de que
me deba el mundo haber escrito de su Real orden en acción tan grande setenta y tres días de los felicísimos anales de S. M., en cuya sucesión dichosa, guarde nuestro Señor la católica Real persona de Vuestra
Majestad, como la cristiandad lo ha menester para su amparo, la paz
para apoyo y base religiosa de su conservación, y esta monarquía invencible para su consuelo y defensa.—Madrid a 12 de Junio de 1667.
LEONARDO
DEL
CASTILLO
AL SR. D. PEDRO FERNÁNDEZ DEL CAMPO Y ANGULO, CABALLERO
DE LA ORDEN DE SANTIAGO, DEL CONSEJO DE S. M. Y SU SECRETARIO DE ESTADO DE ESPAÑA Y EL NORTE
No hay en lo preciso culpa ni merecimiento: tan de su naturaleza,
Señor, se van estas memorias a la protección de V. S. que en dirigirlas a su nombre, aun no tiene parte la elección. Envió Dios a Europa
el año de 1660 el don suyo y precioso de la paz, y a España y Francia
el nuevo vínculo de afinidad que con la singular prenda inestimable
de un soberano matrimonio, volvió a enlazar las Coronas más poderosas. Empleóse el celo de V. S. con fatiga y desvelo continuo en las
negociaciones de los dos tratados, corriendo entrambos, por la mano
de V. S. desde su principio, con satisfacción particular, justa e inmediata confianza del superior concepto. Ordenóseme a mí que anotase
las cosas memorables del acto práctico de la jornada, que el Rey nuestro Señor (que santa gloria haya) hizo a la frontera, partiendo el camino con los Reyes Cristianísimos, y poniéndonos en ocasión de satisfacer la curiosidad con la observación de funciones tan reales, como
las visitas cariñosas de la Señora Reina Madre y su Hijo, juramentos
de la Paz, desposorio y entregas de la Señora Infanta (hoy Reina cristianísima) y ternuras de sus despedidas. No tuvo que hacer esta orden más que convertir en obediencia mi intención, pues siempre creyó
mi buena ley, que aun mi insuficiencia debía servir (como pudiese)
a la celebridad, o memoria de casos tan grandes. Gustó S. M. de oir,
lo que mi deseo había podido obedecer, en que ajeno yo de toda atención que me pudiese hacer perder la senda que debía seguir, y no estando en mi mano adornar la narración con el lustre conveniente de la
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elegancia, o el esplendor de los conceptos, procuré todavía, lo que estaba en ella, que fué el acercarme a la verdad sencilla y llana, teniéndola por único y desapasionado objeto. Oyóla S. M. de letra a letra, y
fué V. S. quien se la leyó; y habiéndose dignado S. M. de honrar este
humilde escrito con notas de mayor puntualidad tocantes a lo ceremonial de las funciones (en que era tan observante su soberana atención) se ven hoy de letra de V. S., y con gloria mía, en el propio borrador. Pues habiendo tenido V. S. tanta parte en la materia de esta
relación y fraguándose ella tan al calor de su favor, ¿cómo podía recurrir a otro mi conocimiento? ¿Ni a qué medio más naturalmente para
que pase a las Reales manos de S. M., que al que la puso en las manos y en el oido de su católico esclarecido Padre? Suplico a V. S. la
patrocine a este fin, en que también empeña a V. S. mi actual felicidad de servir al Rey nuestro Señor, debajo de su mano. Siento que
tantas razones hagan deuda, lo que yo quisiera arbitrio y elección para
acreditar con ella la suma estimación de los favores que debo a V. S.,
pero en su generosidad y en mi consuelo baste confesarlos, pues desahoga en parte el corazón agradecido y templa los achaques de la obligación el reconocimiento. Bien dilatado campo se me ofrecia para los
elogios de V. S. (en quien miro una tan ilustre flor de nuestras antiguas montañas) y aun me provocaban a ellos las virtudes que (a fuerza de méritos y de servicios) han puesto a V. S. tan a los ojos del
mundo, en el puesto que dignamente ocupa. De quien parece que hablaban aquellas palabras de Justino (L. Hist. 6.): Honores ita gessit,
ut ornamentum non accipere, sed dare ipsi dignitati videretur; y también estas de Claudiano (in Laud. Seren): Ut semper merito Princeps,
cum Magna dedisset. Deberet maiora tamen. Pero dudosa mi cobardía,
entre la singular modestia de V. S. y su gran merecimiento, no sé a
cuál me atreva a enojar: Nec minus considerato (Plin. Jun. in Paneg.
ad Traj. ) quid aures, eius pati possint, quam quid virtulibus debeatur.
Y más adelante (ídem, ibidem), no menos elegantemente, y también muy a mi propósito: Non tam vereot ne me laudibus fuis parcum,
quam ne nimium putet. Pero salgo de la congoja cediendo a la dificultad, pues pintar el sutil medio de tales extremos (si se da), es negado
aun a todo el primor y colores de la elocuencia.—Guarde Dios a
Vuestra Señoría muchos años, con toda felicidad.—Madrid a 12 de
Junio de 1667.
LEONARDO
DEL
CASTILLO
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Viaje de Felipe IV
A
LA
FRONTERA DE FRANCIA
(Continuación.)
Por mandado del Rey nuestro Señor, vió, y censuró el ilustrísimo
Sr. D. Francisco Ramos del Manzano, del Consejo y Cámara de Su
Majestad en el Supremo de Castilla, y en el de Cruzada, Maestro del
Rey nuestro Señor, Gobernador que ha sido del Consejo Real de las
Indias, y que de orden de S. M. (que esté en gloria) asistibó en la frontera de Francia al ajustamiento de la paz y casamiento. Este libro del
viaje, que hizo S. M. a la misma frontera el año de 1660, escrito por
D. Leonardo del Castillo, criado de S. M., y oficial de la secretaria de
Estado de España, y con la censura de S. I., y orden de S. M., se imprimió.
APROBACIÓN
REVERENDÍSIMO PADRE FRAY NICOLÁS LOZANO, DE
RELIGIÓN DEL SERÁFICO PADRE S. FRANCISCO, LEC-,
TOR JUBILADO, PADRE DE LA SANTA PROVINCIA DE CASTILLA, CALIFICADOR DE LA SUPREMA Y GENERAL INQUISICIÓN, PREDICADOR
DE S. M. Y CONFESOR QUE FUE DE LA CRISTIANÍSIMA REINA MADRE DE FRANCIA, DOÑA ANA MAURICIA DE AUSTRIA.
DEL
LA SAGRADA
De orden del Sr. Dr. D. Francisco Forteza, vicario de esta villa
de Madrid, he visto un libro intitulado «Viaje que la Majestad católica del Rey nuestro Señor Don Felipe IV el Grande (que esté en
gloria) hizo a la frontera de Francia, desposorio de la señora Infante
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EUSKAL-ERRIA
Reina Cristianísima Doña María Teresa de Austria y demás funciones
y sucesos de la jornada», escrito por D. Leonardo del Castillo, criado
de S. M. y oficial de la Secretaría de Estado de España, y habiéndole
leído una vez con toda atención, le volví a repetir, por conseguir duplicado el gozo en ver con cuánto realce refiere todo lo tocante a viaje
tan feliz, como también en breves períodos toca lo historial que se le
ofrece tratar. Conque si en sentir de Séneca, arguye mucha valentía
en el artífice hacer caber el todo en la pequeñez: Magni artificis est
clausisse totu in exiguo (1), en el autor de esta descripción, no menor
destreza arguye hacer caber tanto mundo de noticias en tan breve número de hojas. Y aunque el corto espacio de las más dilatadas líneas,
no puede comprender de acciones tan reales y de majestades tan supremas la grandeza, con tal estilo la refiere, que diré lo que de los mapas, que retratan la grandeza del orbe, dijo Aufonio: Qui terrarum
Orbem unius tabulæ ambitu circumcribunt aliquanto detrimento magnitudinis, nullo dispendio veritatis (2). Si en lo conciso del decir pudiera
recibir algún detrimento la majestad y grandeza del asunto, pero no la
verdad, como ni el ingenio y elocuencia, de quien tan verídico ocular
testigo le describe, cuyos mayores elogios dicen los escritos mismos:
Maxima laus operis scriptis formatur in ipsis.
Hallo, se debe dar a la estampa tan erudito papel, para que de los
caracteres pase la impresión a los corazones y queden en ellos estampadas para perpetua memoria funciones tan reales y tan dignas de eternizarse en ella, a pesar del tiempo y el olvido; y no hallo cosa que
ofenda a las verdades de nuestra santa fe católica y pureza de costumbres, por lo cual se le puede conceder la licencia que pide. En este
Convento de nuestro Padre San Francisco de Madrid en 31 de Marzo
de 1667.
FR. NICOLÁS LOZANO
LICENCIA DEL VICARIO
El Sr. Dr. D. Francisco Forteza, vicario general de esta villa, por lo
que le toca dió su licencia. En Madrid a 30 de Marzo de 1667 años.
(1)
(2)
Séneca, epíst. 54.
Aufon, In gratiarum act. ad Gratian.
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APROBACIÓN
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D. ANTONIO DE SOLÍS, SECRETARIO DE S. M., OFIESTADO EN LA SECRETARÍA DE ESPAÑA Y CROMAYOR DE LAS INDIAS.
DE
CIAL SEGUNDO DE
NISTA
De orden de V. A. he visto un libro intitulado «Relación diaria
del viaje que S. M. (que esté en gloria) hizo a la frontera de Francia,
funciones reales del desposorio y entregas de la serenísima señora Infante de España, Reina Cristianísima, juramento de la paz. etc.», escrito por D. Leonardo del Castillo, criado de S. M. y oficial de la Secretaría de Estado de España, y hallo, que la materia que en él se trata,
no sólo es digna de memoria, sino de aquellas que ilustran y engrandecen la Historia, a cuyo instituto pertenecen estas relaciones diarias
de los sucesos memorables, que en la antigüedad tuvieron tanta estimación, que llegaron a merecer el cuidado de los príncipes; pues elegían y diputaban personas de satisfacción y letras que escribiesen sus
efemérides o comentarios divinos, conociendo su utilidad: porque en
ellos se hallan los sucesos menudamente digeridos, y diciéndolo todo,
dan qué elegir y qué dejar a los historiadores.
Una de las mayores dificultades de la Historia, es la obligación en
que se pone el escritor de igualar con las palabras los hechos grandes
que refiere; así lo reconocieron casi por unos mismos términos Salustio y Plinio el menor, cuando dijo el uno: Arduum videtur res gestas
scribere, primum quod factis dicta sunt exequanda (1). Y el otro: Una
sed maxima difficultas,quod hæc œquare dicendo arduum est (2). Y no
debiéndole negar a esta relación la grandeza del argumento, forzosamente se ha de conceder al autor de ella la hazaña de haberse desempeñado con su ingenio de todo lo arduo y de todo lo elevado del asunto. Pues sobre haber tratado con elegancia y con destreza los puntos
en que pudiera peligrar la narración, está tan en su lugar la decencia y
tan bien guardado el decoro a las personas y a las acciones reales, que,
al parecer, llega a infundir nuevo respeto en nuestra natural veneración: y pudiéramos decir en su alabanza, lo que del otro artífice que
acabó la estatua de Júpiter Olímpico con una hermosura tan majestuosa, que, siendo admirable a los ojos, hacia también sus efectos en
(1)
Salust., in Catil.
(2)
Plin., lib. 8. epíst 4.
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EUSKAL-ERRIA
la devoción, cuyo primor pondera Quintiliano con decir que consiguió
tanto su ingenio, que en cierta manera, adiecisse aliquid, etiam receptæ
Religioni videretur, añadiendo con nuevo encarecimiento, adeo maiestas
operis Deum aquavit (1). Y así, no sólo no hallo reparo que impida la
impresión de este libro, pero tengo por conveniente que V. A. se sirva de conceder a su autor la licencia que pide, para que no se fíen al
descuido de los tiempos noticias tan dignas de la posteridad. Así lo
siento en Madrid a 3 de Abril de 1667.
D. ANTONIO
DE
SOLÍS
SUMA DEL PRIVILEGIO
Tiene privilegio del Rey nuestro Señor, por tiempo de diez años,
D. Leonardo del Castillo, criado de S. M. y oficial de la Secretaría de
Estado de España, para imprimir este libro del «Viaje que el Rey
nuestro señor Don Felipe IV hizo a la frontera de Francia, desposorio
de la serenisima señora Infante de España, y juramentos de la paz»; y
para que otro alguno, sin su licencia, no le pueda imprimir, so las penas en el dicho privilegio contenidas, como más largo consta en él,
despachando en el oficio de Miguel Fernández de Noriega, escribano
de cámara el más antiguo. En Madrid a 22 días del mes de Abril de
1667 años.
Este libro intitulado, «Viaje del Rey nuestro señor Don Felipe IV
(que está en el cielo) a la frontera de Francia, etc.», corresponde y está
impreso fielmente conforme a su original. Madrid Junio 22 de 1667.
LIC. D. CARLOS MURCIA
DE LA
LLANA
SUMA DE LA TASA
Los señores del Consejo tasaron este libro intitulado «Viaje del
Rey nuestro señor a la frontera de Francia, etc.», a diez maravedís
cada pliego, como más largo consta de su original. Despachado en el
oficio de Miguel Fernández de Noriega, su fecha en 25 de Junio de
1667 años.
(1)
Quint., lib. 12, cap. 10.
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Viaje de Felipe IV
A LA
FRONTERA DE FRANCIA
(Continuación.)
RAZÓN DE ESTE ESCRITO
Todo cuanto se escribe en opinión de muchos doctos es historia,
porque guarda la memoria de los sucesos, que es el fin para que se inventaron las letras. Llamó Cicerón a la Historia, testigo de los tiempos,
luz de la verdad, maestra de la vida, vida de la memoria, y mensajera
de la antigüedad. Agravio hace a su patria, o niega beneficio grande al
siglo futuro, quien deja en poder del olvido los casos memorables del
presente, pues no hay tiempo (sentir fué de Publio Mimo) que no
necesite de mendigar documentos al que le antecedió: Discipulis est
prioris, posterior dies. Bien patente es al mundo, que lo que más ha
porfiado a oscurecer la envidiada gloria de nuestra España, ha sido el
descuido en esto de sus mismos hijos. No hubiera permanecido tan
insigne hasta nuestra edad, la noticia celebrada de aquella cabeza del
mundo, de aquella señora de las gentes, de la triunfante Roma, si
como floreció en armas no hubiera florecido en letras, para que, vinculándose en las unas la constante duración de las otras, se fuese comunicando a la posteridad de su fama, único laurel contra los rayos del
tiempo, aquel a cuya poderosa voracidad son fácil materia el bronce y
el mármol. ¿Cuántos hechos heroicos de españoles, cuántas acciones
maravillosas habrá sepultado el olvido entre las vastas ruinas de la antigüedad, sin que puedan servir al honor de la patria con la memoria,
ni despertar a gloriosa emulación con el ejemplo? A mí, pues, a quien
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EUSKAL-ERRIA
este conocimiento y (con más poderosa razón) la obediencia me disculpan dos veces en la osadía de haber tomado la pluma para escribir
este sumario (y también en la de darle ahora a la estampa), nadie me
negará el acierto de tan alto y tan importante asunto.
Fué por largos años lástima común del orbe, la porfía con que las
dos potencias de España y Francia padecieron mutuamente e hicieron
padecer los furiosos estragos de la guerra, dando materia dilatada a
muchos ingenios que emplearon sus fatigas en describir tan varios
trances y sucesos; todos confiesan que el fin de la guerra es la paz;
¿pues qué materia pudiera haber más digna de ocupar los desvelos y
afanes (no de mi incapacidad), sino de los más eruditos discursos, que
el acto de una paz, célebre por sus no usadas circunstancias, si la guerra, que fué el medio de ella, tuvo embarazadas tan acertadas plumas?
Vieron logrado las dos coronas, por medio de esta jornada, no sólo
el fructuoso beneficio (al juicio común) de esta concordia, sino también el que se afianzase (si las máximas de la ciega política trocado el
orden justo, no dieran leyes en algunos reinos a la razón) la seguridad
y firmeza de ella con lazos de tan soberano matrimonio, consiguiendo
Francia la dicha de tener tal reina, y España el gusto de su empleo.
Las funciones de este casamiento, de las vistas de las personas reales,
del solemne juramento de la paz y los sucesos del viaje, contiene este
Tratado, que sale a la luz pública, dignamente, por ser tan justo que
se perpetúe la memoria de accidentes tan grandes, y que sirva de norma en semejantes ocasiones, lo que pasó en ésta, sin que para asegurar
el acierto de las resoluciones en circunstancias sustanciales, sea necesaria la repetición de acuerdos y consultas, que hizo entonces forzosa
la poca curiosidad de los casos antecedentes, y también porque siendo
(como es) contingente que otras relaciones que hasta ahora han salido
con menos noticia y ajustamiento, pasando a los ojos de otras naciones (que fueron testigos de ellas) se extrañen; parece que conviene
ocurrir a este inconveniente, con que se entregüe a la publicidad, ésta,
a quien por lo menos, asiste la verdad y puntualidad de los sucesos.
A la luz de la propia observación (pues con Quintiliano: Indigna
res est de eo velle, quemque credi, quod non viderit. Y con Aulo Gelio en
el capítulo XVIII de su libro 5. Earum proprie rerum sit historia, quibus
rebus gerendis interfuerit is qui narret) apunté con notas individuales, dibujé. con líneas sutiles, lo que refiero, librando en la pluma todo el
cuidado de la memoria, y apenas terminó Madrid las fatigas del viaje,
REVISTA VASCONGADA
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cuando reduje a serie los sucesos, dando el colorido que hoy tiene a la
tabla (aunque inculta) de esta narración. Dignóse de oirla el Rey
nuestro Señor, y aun se sublimó la pequeñez de este escrito a la felicidad de que S. M. le honrase con advertimientos de particularísima
puntualidad en las funciones, que dictó su observación soberana; prueba irrefragable de la verdad que contiene y rara singularidad con que
quedó ennoblecido, y podrá quedar envidiado de los trabajos más superiores. Y estando ya de su Real orden para imprimirse, lo suspendieron accidentes también de dicha suya: razón es (no vinidad o disculpa) atribuir a tal, el haber pasado sin tropiezo por la censura de las
mejores y más elevadas plumas de España; que aunque parezca extraña solemnidad de fatiga tan humilde, el hado, quizá (pues es opinión
que le tienen los libros) habrá querido templar con esta excelencia el
infortunio de la dilación. A esta también han ayudado, no sólo cuidados y ocupaciones relevantes de quien le ha tenido en su poder, sino
también omisiones y descuidos míos, originados con estudio de la cobardia de mi insuficiencia; porque el propio conocimiento ha permitido engendrar en mí muy poco amor propio. Persuádome a que me
habrá estado bien esta suspensión, siquiera para que disuene menos mi
pluma de los mismos sucesos que expone; porque unos propios casos
tienen inmensa distancia o suma diferencia de referidos a vistos, por
más que porfie a imitarlos (no la mía) la más eficaz significación de
que dió la razón Quintiliano en el capítulo II del libro 10 por estos
término: Omnis imitatio ficta est, quo sit, ut minus virium habeat. Y
fuera el discrimen, recientes las acciones muy mayor que en la sazón
presente, en que ya el tiempo, con el curso de tantos meses, ha templado en parte la viveza de las especies.
Entrególa a la prensa en el mismo ser que recibió con la primera
mano; pues a mi corto sentir, sólo es propio el retocar cuando el argumento de la sujeta materia es ideal, o discursivo, porque puede dar
pasos más aventajados en él el entendimiento, añadiéndole realces con
la profundidad de la especulación: pero en éste fuera siempre peligroso
el deseo de mejorar, pues con intentarlo en el aliño se aventuraba la
puntualidad (estando librado en ella sola todo otro primor); y procurándolo en cuanto a la verdad, ya se ve que es incomparable el tiempo
presente para la noticia, con aquel en que se copió a la vista de los
mismos casos, de que se infiere, que cualquiera porfía fuera impulso
hacia el desacierto.
118
EUSKAL-ERRIA
Pónense a la letra las cartas de los Reyes y todos los instrumentos
que fueron alma de las funciones y de los tratados, para que, permaneciendo su tenor, haya luz en lo de adelante, no sólo de la forma en
que se celebraron y gobernaron, sino también de la sustancia y fuerza
que incluyeron, plato (a mi parecer) gustoso para la curiosidad y necesario en la permanencia.
Procúrase asimismo dar fuerzas a la exposición y añadir intención
a la noticia, con poner entre estas memorias las efigies de las personas
reales, procuradas imitar con estudiosa porfía, y dibujando también de
estos sucesos con el buril, lo que en tal arte y en tan pequeño cuerpo
cabe demostrable, así porque los ojos no tengan que envidiar a los oídos, como por aplicar (único intento de este resumen) todos los remedios posibles a la duración.
Nadie podrá extrañar el que yo refiera estas acciones en método de
Diario, porque si la esencia de un escrito consiste en pintar con propiedad la verdad de lo que se narra, con ningunas líneas se puede coneguir este fin mejor, que con las sutiles de un Diario en que se
hallan hasta las circunstancias, que pudiera quizá echar menos el escrúpulo de algún deseo, o la necesidad de su noticia, pues no sin providencia fué este modo de historiar, no sólo recibido, sino usado en la
antigüedad venerable. Olintio escribió cinco libros de efemérides o
Diarios de los sucesos de Alejandro Magno, como lo dice Suidas. Eumenes Cardiano y Diodoro Eritreo, escribieron (según Ateneo) Diarios. De la majestad de Augusto, refiere Suetonio que, después de cenar, se retiraba a escribir los casos de aquel día. Trebelio Polion remite
muchas veces al lector a los Diarios, que compuso Palsurio Sura, de
las cosas de Galieno. A Flavio Vopisco le dió Junio Tiberiano las efemérídes del emperador Aureliano, para que escribiese la vida de este
príncipe. Y el mismo Vopisco dice, que la vida que escribió del emperador Probo, la sacó de los comentarios o actos diurnos, que escribió
de aquel tiempo Turdelo Galicano.
De los tres principales puntos a que se reduce la perfección de una
obra escrita, que son, materia, forma y estilo: en los dos primeros no
habrá que suplirme o perdonarme, pues la materia es tan sublime
como se conoce, por componerse de acciones de los reyes mayores del
mundo, y tocar en la importancia de tan real casamiento, y de un
congreso de paz, de que se prometió tanto bien la religión católica y el
orbe; y el método me le dieron los propios pasos de la jornada, su dis-
119
REVISTA VASCONGADA
posición y la serie propia de los sucesos de ella, con que sólo en el estilo habrá incurrido mi inhabilidad; piense empero de su parte la misma alteza del asunto, pues aunque culpa la osadía del empeño, viene
a disculpar en algún modo la falta del acierto, si se está a la verdad de
esta sentencia de Plutarco: Præclara gesta, preclaris indigent orationibus.
Con todo he deseado seguir en el lenguaje la senda media, procurando,
que ni la extravagancia de las voces le haga desusado, la bajeza indigno
o la afectada relevancia impropio; y en fin, no será enteramente inútil
y despreciable este pequeño Trabajo, si en lo venidero pudiere servir
de dar luz a otros príncipes, para gobernarse en ocurrencias semejantes, como puede ser que lo logre quizá, con mayor felicidad que otras
ideas más aventajadas; pues aunque el estudio de todas las ciencias se
desvela en enseñarles la eclíptica por donde deben caminar al acierto
sus acciones, es sin duda que los discursos informan más tarde el ánimo que los ejemplos; porque éstos se beben por los ojos, y los preceptos se introducen por los oídos. Quien lo enseña es Séneca, y en la
epístola 7 estas sus palabras: Primum, quia homines amplius oculis, quam
auribus credunt; deinde, guia longum iter est per precæpta, breve et efficax
per exempla.
(Continuara.)
REVISTA VASCONGADA
459
Viaje de Felipe IV
A LA
FRONTERA DE FRANCIA
(Continuación.)
Funciones reales del desposorio y entregas de la Serenísima Señora Infanta
D.ª María Teresa. Vistas de Sus Majestades Católica y Cristianísima
Señora Reina Cristianísima Madre, y señor Duque de Anjou. Solemne
juramento de la Paz y sucesos de ida y vuelta de la jornada, en relación diaria.
Fatigaba con vario progreso el incendio de la guerra las provincias
más nobles de Europa, sin que apenas hubiese alguna donde no alcanzase el riesgo de la invasión o el terror y movimiento de las armas,
cuando dió apariencias del común reposo el Congreso que para ajustarle
y concluirle se formó en Mutister, de acuerdo y conformidad de los
Príncipes mas poderosos y sus aliados, en que interviniendo la majestad
de la Iglesia y el prudente Senado de Venecia (siendo medianeros la
Santidad del Pontífice Inocencio X y aquella Serenísima República), y
concurriendo entre los demás plenipotenciarios, por los principales de
España y Francia, dos ministros de tan altos méritos como el Conde de
Peñaranda y el Duque de Logavila, se creyó que entrarían en la quietud universal estas dos Coronas, conviniendo en los medios proporcionados de lograr los frutos y bendiciones de la Paz. Pero en el teatro
mismo en que se apoyaron tales esperanzas permitió Dios Nuestro Señor, por sus ocultos juicios, que se desvaneciesen; porque si bien se
concluyó el acuerdo del Imperio con Francia, y el de Holanda con España, esto cedió sólo en mayor empeño para el rigor de la guerra, quedando mano a mano con el peso de ella estas dos grandes potencias.
Rotos, en fin, enteramente sus tratados (cuyo éxito tuvo suspensa la
expectación del orbe), salieron del Congreso los plenipotenciarios, y
continuándose la efusión de sangre con repetidas batallas terrestres y
navales, y alternada victoria y pérdida de plazas, crecía el desconsuelo
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EUSKAL-ERRIA
de los buenos al ver que, en vez de apagarse el fuego, se aumentaba
tanto la furiosa llama. Con todo género de trances y grandeza de acaecimientos ostentaba sus estragos el incierto y trabajoso medio de las armas, repartiendo sus calamidades y sus accidentes en ambos dominios,
y ellos sentían los inevitables y precisos efectos de tener libradas y remitidas sus diferencias a la inconstante y casi desesperada experiencia y
prueba de la fortuna y de las fuerzas, sirviendo del todo a la ruina y a
nada menos que al escarmiento sus discordias. Y al tiempo que con mayor porfía parece que anegaban todas las señales del sosiego las olas sediciosas de la turbación, la Soberana Providencia (que con suma sabiduría rige y mueve el curso de las obras humanas), dispuso llegase el
tiempo decretado en su previsión divina, para que abrazándose (sin
otros medianeros) las pláticas de paz con más eficacia, fuese pausando
la tempestad de la guerra, y se descubriese a los ojos y a los deseos con
dichosa serenidad y luz el camino de la pública tranquilidad, acreditándose asimismo colmadamente con el suceso la opinión concebida muchos años antes por los más discretos y acertados juicios, de que un bien
tan grande no se había de poder conducir al término y perfección sin
avocarselos dos primeros ministros; pues no sólo se ajustó la concordia (por las conveniencias políticas de ambas Coronas) sino también el
establecimiento más seguro de ella, por el sagrado vínculo del matrimonio entre la Serenísima Señora Infanta Doña María Teresa de Austria, hija mayor de la Majestad Católica del Rey nuestro señor de las
Españas Don Felipe IV el Grande (que santa gloria haya) y Luis XIV,
Rey Cristianísimo de Francia. Redujéronse al estado perfecto ambos
tratados en la raya que, situada entre las provincias de Guipúzcoa y la
Guyena, divide los dos Reinos, por D. Luis de Haro y Guzmán, de la
una parte, y el cardenal Julio Mazarini de la otra (que fueron los instrumentos a quien Dios tuvo reservada esta dicha), los cuales, habiendo sido autorizados de sus Príncipes con las plenipotencias necesarias para tratar y fenecer negocios tan grandes (cuyas cláusulas se
tocarán adelante en su lugar); y habiéndose conformado y convenido
en los artículos de la paz, que aunque son notorios al mundo por medio de la estampa que los dió entonces a la luz pública y a la fama en
diferentes lenguas; con todo se ponen al fin de esta relación, porque
los halle a la mano la curiosidad; ajustaron y firmaron los Capítulos
matrimoniales siguientes:
(Continuará.)
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