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GEOPOLÍTICA DE LA QUIMERA
MODERNIZACIÓN DE LA “PAGAN SPAIN” EN LA
GUERRA FRÍA
Montserrat Huguet
Universidad Carlos III de Madrid
Resumen
El centro de la presente reflexión parte de la disyuntiva clásica de los españoles
entre el recelo a la modernidad y el desprecio hacia lo americano en tanto organización
contemporánea anti hispana, sigue a continuación mostrando la vertiente refundadora
americana en los escenarios overseas del siglo XX, y culmina en la peculiaridad del
encuentro hispano estadounidense en las décadas centrales del siglo. En este punto, se
describe el antiamericanismo español como una farsa discursiva conveniente, y la
condescendencia americana para con la España franquista como la ficcionalización de
la historia presente por el interés americano de abundar en unas relaciones
provechosas. Se cierra el texto significando la versión popular en los Estados Unidos de
la España pagana, del autor afroamericano Richard Wright, hito en la tradición
académica y publicística del hispanismo americano. Para abordar este marco reflexivo
se acude a obras clásicas de referencia y se incorporan textos ensayísticos, españoles y
estadounidenses, retazos de pensamiento extraídos de aquel presente de las décadas
centrales del siglo XX.
Palabras clave:
España, Estados Unidos, Modernización, Franquismo, Guerra Fría, Percepción,
Imagen, Pagan Spain.
ENTRE EL RECELO HACIA LO MODERNO Y EL DESPRECIO A
LO AMERICANO
El sentimiento de los españoles hacia los Estados Unidos a lo largo del siglo XX y
especialmente en las últimas décadas del mismo ha sido débil cuando no hostil1. Esta
afirmación entra en el ámbito de las certezas. No hay en cambio demasiada claridad a
propósito del interés y opinión que España suscita en los estadounidenses tanto al hilo
de su historia particular como de la conjunta.
1
Para las relaciones contemporáneas entre ambos países, el monográfico de Niño, 2003, vol. 25: 9-167.
1
En el origen del así llamado antiamericanismo de los españoles, se han señalado2
algunos procesos históricos. En primer término, la memoria de la Guerra
Hispanoamericana de 1898, en segundo: el apoyo de la administración estadounidense
a Franco al terminar la Guerra Civil española, en tercer lugar, el escaso interés
americano por impulsar el proceso de Transición a la Democracia en la España
postfranquista, mención aparte de la actitud de los EEUU ante el golpe de estado del
23 de febrero de 19813; en cuarto lugar, la referencia del apoyo estadounidense desde
los años setenta a los procesos dictatoriales en América Latina y, finalmente, la
invasión estadounidense de Irak, en 2003. Resulta más espinoso en cambio obtener
una referencia certera del valor que para los ciudadanos de los Estados Unidos ha
tenido el vínculo histórico con España a lo largo el siglo XX.
Las relaciones hispano estadounidenses durante los dos últimos siglos, pueden
ser conceptuadas decepcionantes. Para ser más exactos, hasta épocas recientes no se
dio un cruce de intereses que mereciera el esfuerzo de un acercamiento, de un
conocimiento, reconocimiento y aprecio mutuo, rasgos fundamentales en unas
relaciones intensas y duraderas. Es singular que Estados Unidos haya sido el único
enemigo4 de peso -el mencionado episodio de la pérdida colonial de España en el
Caribe- con el que España ha tenido que medirse en la historia contemporánea, a pesar
de lo cual, nunca se privó España de reconocer la naturaleza de la modernidad
5
americana .
Cuando la España de finales del siglo XIX observa la re configuración del Nuevo
Mundo por el ejercicio hegemónico de los Estados Unidos, repara en un país que crece
innovando, en el campo de la tecnología, la industria, las comunicaciones, pero también
en el terreno de la cultura y de las mentalidades, un país abierto a las posibilidades que
ofrece el cambio para renovar estructuras y estar siempre en disposición de tomar
iniciativas. El sueño de los pioneros es una realidad de riesgo y contacto con lo
diferente, de reacción creativa frente a la adversidad. Una disposición que los españoles
vienen rechazando desde siglos inmemoriales porque todo invento comporta el peligro
del fracaso. El archisabido que inventen ellos se explicita en una sobreprotección de la
madurez frente a la juventud, de la prudencia frente a la arrogancia y el descaro.
El español es, como sucede en otros países europeos a comienzos del siglo XX, un
caso de doble percepción, pues por un lado observa la confusión y el retraimiento ante
la rabiosa modernidad del estilo americano y por otro la fascinación por la impronta
tecnológica que lidera el camino de América hacia la hegemonía. Admiración y recelo
Ver el libro de Chislett, 2005.
López Zapico, 2011, vol.84: 183-205.
4 Ver las Actas del IV Coloquio Internacional de Historia Política, Núñez Seixas y Sevillano Calero, 2010.
5 Leer el texto de Ferris, 2008.
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hacia los EEUU son ambas caras de una misma moneda, expresadas en la opinión
pública peninsular en la última década del XIX y en los primeros años del siglo XX6. El
gigantismo de la arquitectura en Estados Unidos, la superpoblación de sus ciudades por
ejemplo, provocan repulsa en ciertos viajeros españoles7 que visitan la Feria de Chicago
de 1893, para quienes semejantes edificaciones –además del suburbano o los carriles
elevados y las zonas peatonales- revelan una profunda extrañeza, mostrándose
incompatibles con la esencia de lo español. Se olvidan seguramente de los aportes del
gran arquitecto valenciano Rafael Guastavino y de la impronta tecnológica de su obra
en la ciudad de Nueva York8.
El progreso americano enseñaba al mundo los efectos de la aceleración del
tiempo y la contracción del espacio, mostraba el desvío de las horas ociosas hacia
actividades tan nuevas como el cinematógrafo; el avance tecnológico arruinaría para
siempre la mirada contemplativa sobre las horas que pasan en la conocida práctica de
matar el tiempo: el sobrante, por la rapidez de los nuevos transportes y porque el
ejercicio de la producción eficiente regalaba a los americanos un conjunto de horas,
antes laborales, que ahora podían comenzarse a destinar a otros menesteres.
La guerra de Cuba produce en la opinión pública española, entre muchos otros
fenómenos, el rechazo hacia las novedades tecnológicas -el telégrafo y el teléfono- que
mejoran las comunicaciones pero también elevan la capacidad del ejército americano;
el fonógrafo, que se utiliza para exhortar a las tropas con discursos contra los
españoles, o la dinamita, de alto poder destructivo sobre los enemigos. España pues,
nación de antigua civilización, inserta en el desarrollo de la cultura y el arte, habría de
detestar la modernidad americana –la producción en masa-, por bárbara e inhumana.
El antiamericanismo de los españoles se convertiría en americano fobia en toda regla.
Pero si algo lastima las impresiones españolas a propósito de la modernidad
tecnológica americana que irrumpe en el siglo XX es sin duda su vocación de eficacia y
obtención del bienestar particular, nociones peligrosamente cercanas al fatal
hedonismo, desatendidas en la configuración de lo español, que las rechaza por
inadecuadas a la moral como reniega de la noción de confort. La civilización
anglosajona: violenta e inhumana, despreciativa con la vida de las criaturas de Dios,
construía embalses, trazados de carretera o ferrocarril, allí donde la Creación había
repartido desiertos o montañas. Tal era a juicio de la opinión antiamericana española
en el comienzo del siglo XX, el pecaminoso sentido de la modernidad que llegaba de los
Recientemente, Montero: 2011.
Experiencia narrada en Puig y Valls, 1894.
8 Cada vez más valorado el trabajo de Guastavino, véase la muestra organizada por The Museum of the City
of New York: Palaces for the People: Guastavino and the Art of Structural Tile, la mayor hasta la fecha,
que explora las innovaciones de la Guastavino Fireproof Construction Company (1889-1962). La muestra
incluye veinte lugares representativos del trabajo de Guastavino en cinco distritos de la ciudad, (26 marzo
2014).
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EEUU, y ello a pesar del profundo interés que el ferrocarril americano, de costa a costa9
despierta en los viajeros españoles.
ESCENARIOS OVERSEAS Y REFUNDACIONES DIVERSAS
Pero el guión de la guerra hispano estadounidense tuvo y tiene un peso relativo
en la elaboración de la mirada de los americanos sobre España. Su lejanía en el tiempo
es razón suficiente, al igual que el hecho de que, si bien para los españoles la del ’98 fue
una guerra decisiva, para los estadounidenses se trató de un episodio importante
dentro de una cascada de acciones y reacciones encaminadas a forjar la dimensión
territorial y nacional del país en el final del siglo XIX. Para los americanos que
rememoran España en proyección histórica, es la Guerra Civil en 1936 la que tiende a
dibujar el horizonte del pasado y resulta interesante apreciar que el sentido histórico
resulta aún confuso, a juicio de algunos historiadores americanos.
La defensa de los puntos de vista que esgrimieron unos y otros ante el caso
español hace más de setenta años sigue siendo un tema debatido hoy, pues no son
pocos quienes mantienen que la posición de los brigadistas estadounidenses en la
contienda civil española estuvo alimentada de ceguera e ingenuidad, lastrada en
cualquier caso por los excesos propagandísticos de la izquierda americana influida a su
vez por el sovietismo imperante10, o que el Franco militar de la guerra, luego jefe de
Estado, no sería el fuhrer hispano a las órdenes del Fascismo internacional que las
izquierdas han pretendido11. Pero la desgana oficial con que los EEUU miraron en
realidad la guerra española desde el enclave de su recuperación económica post crisis
del 29, fue el síntoma lógico del desinterés general del país para con eventos ajenos,
que amenazasen poner en riesgo hombres y recursos, sin mayor provecho inmediato
que la sensación de estar haciendo lo correcto. Para un país que había experimentado
una primera guerra extranjera (1916), en la que se había involucrado muy a su pesar a
toda una generación de jóvenes -cerca de ciento cincuenta mil de los cuales murieron
en Europa- en 1936 era poco probable el impulso de injerencia en asuntos intestinos de
compleja deriva.
A mediados de la década de los treinta el avance de los fascismos en Europa
ocupaba un lugar muy secundario en los síntomas de alerta americana, y ello a pesar de
la proliferación en el país de organizaciones como el Frente Cristiano, la Legión Negra,
Libro interesantísimo el de Bustamante y Campuzano: 1885.
En la linea de lo que escribía Radosh: 2005.
11 Muy comentado y controvertido fue el artículo de Rothstein, 2007, 24 marzo (Nueva York, The New
York Times), en el que el historiador abría fuego contra la exposición Facing Fascism: New York and the
Spanish Civil War, celebrada en el Museo de la Ciudad de Nueva York. La crítica de Rothstein incidía en la
distorsión idealizada del problema español en la muestra, a su juicio, actualización del cuento moral sobre
la guerra española difundido por la izquierda americana.
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la Liga de la Libertad Americana, o el Ku Klus Klan. Cabe imaginar lo incomprensible
que resultaba en la América de Franklin D. Roosevelt la intención de eludir todas las
prohibiciones en curso por parte de unos miles de jóvenes obreros, granjeros, o
intelectuales… a fin de embarcarse en una nueva guerra europea, esta vez en España,
una nación a la que por otra parte los estadounidenses consideraban ineficiente y
remisa a la modernidad, por haber estado siempre mal gobernada. Pero era
precisamente por esa ausencia de modernidad en la España vencida de 1898, derrotada
pero consciente del salto cualitativo del Imperio americano con respecto al español siendo lo moderno el ejercicio de la libertad y la democracia- por lo que los brigadistas
americanos12 creían quizá, al cruzar el Atlántico, estar revirtiendo en Europa la
herencia liberal que había hecho posible América.
La administración demócrata de Franklin D. Roosevelt –técnicamente favorable a
los cambios modernizadores propuestos por la República- no mostró interés alguno en
la defensa de la España republicana. De la cuota de afinidad manifestada se ha sugerido
que fue un artilugio en manos de los sectores más católicos -spanish lobby13- que desde
la embajada de Joseph P. Kennedy en Londres, contemplaba las posibilidades de las
empresas americanas del automóvil y el petróleo en España. El catolicismo americano
en las altas esferas de interés en Washington -distinguible de los sectores activistas
representados por publicaciones como The Catholic Worker14- era escasamente
escrupuloso, por lo que al interés económico se refiere, con países que, como España,
estaban en la deriva de una guerra civil. Solo partiendo de la certeza de una ciudadanía
estadounidense heterogénea podemos hoy comprender la mirada divergente sobre
España en la década de los años treinta: la de muchos americanos a favor de los
españoles en la lucha antifascista y revolucionaria –encarnados por el conocido
Batallón Lincoln, cuya correspondencia da fe de la visión de sus jóvenes integrantes a
propósito de España15. La visión de tantos otros, proclives sin embargo, y con
independencia de la filiación demócrata o republicana, a la recuperación del orden
interno, en el extremo más occidental de sur de Europa, incluso bajo un régimen filo
fascista16.
Lo que vieron los izquierdistas americanos en el caso español no fue tanto una
ocasión para defender la revolución al modo soviético, sesgo del que aún se les sigue
culpando en algunas retrospectivas académicas, sino el escenario propicio a la
Rosenstone, 54/2 (Nueva York, 1967): 327-338. En 2002 el Imperial War Museum montó una
exposición con el fin de señalar el sesenta y cinco aniversario de la llegada a España de las Brigadas
Internacionales. El nombre de la muestra: Dreams and Nightmares.
13 Sobre diplomacia rooseveliana, Kanawada: 1982.
14 Inicia su publicación en 1933 en plena Gran Depresión, siendo distribuida a los viandantes en Union
Square, Nueva York, por activistas católicos como Dorothy Day, al precio simbólico –hoy mantenido- de un
centavo.
15 Testimonios (cartas) de los jóvenes de la Brigada Lincoln, Nelson, y Hendricks, 1996.
16 Sobre la división interna en la opinión americana a propósito de la Guerra Civil española, Tierney, 2007.
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refundación de ciertos elementos de su identidad americana: liberal, democrática y
comunitaria, que consideraban corruptos. Pudiera entenderse el fenómenos como una
refundación overseas, ahora en Europa. Si en América la tierra era un bien identificado
con la dignidad y libertad de los hombres, el estado atrabiliario en que se encontraba la
propiedad del suelo en España significaba una limitación inconcebible, tan grotesca
seguramente como la esclavitud, y la resistencia popular ante el fascismo durante la
guerra española trataba la reacción de las mayorías a la férrea dominación de las
minorías.
La condescendencia estadounidense, incluso hoy, con los vencedores en la
desgarradora escena histórica española concuerda con los aires americanos de los años
cincuenta, de mirada benevolente para con la suerte histórica de la España franquista a
cuenta de la utilidad conferida en el sistema americano. De hecho, la ausencia
destacable de los EEUU en el final del Franquismo –causas complejas, muchas de las
cuales obedecen a la condición de la propia historia interna del país, al margen-, fue la
expresión certera de la falta de perspicacia americana para con las circunstancias reales
del régimen franquista, incluso en el tiempo de su decadencia. De la facilidad con que
los españoles deshicieron ellos solos el entuerto franquista: en el mito de la Transición17
(1975-1982), revisitado ahora al hilo del fallecimiento de Adolfo Suarez (23 de marzo de
2014) podía deducirse –en el imaginario de los estadounidenses interesados aún por
aquel enfático frente populismo de la juventud americana de los años treinta, y
expresado en la muestra sobre la Guerra Civil española de 2007- que el régimen de
Franco había sido tolerable.
DE LA FICCIÓN DEL ANTIAMERICANISMO
Sabido es que el españolismo tradicionalista o conservador del primer tercio del
siglo XX se empeñó en vilipendiar los efectos del arrollador American way of life,
frente a quienes exhibían una fe esperanzadora en las posibilidades técnicas de la
modernidad americana, también
en el cambio español. Dejando a un lado los
referentes europeos, británico, francés y alemán, las élites españolas apreciaban que el
americano era un modo de hacer, práctico, sencillo y contundente, para la industria y
los negocios. Sin el referente americano no se entendería hoy el proyecto de lavado de
cara de Madrid en la época de Alfonso XIII, y el desarrollo de la pequeña Broadway que
pretendió ser la Gran Vía madrileña18. Pero una cosa era el avance material y otra bien
distinta la transformación política y social que traía consigo el desarrollo del capital.
Ahí era sobre todo donde España, pese a los indudables cambios operados en la
17
18
Viñas, 2005, Lemus, 2011. Powell, 2011.
Corral, 2002.
6
industria, las finanzas o las obras públicas19, pretendía mantener las distancias con la
modernidad de cuño estadounidense20.
La peculiaridad de la historia española entre 1931 y 1945 no fue, como bien se
sabe, su singularidad –pues casi nada sucedía ahora en España que no hubiera tenido
ya lugar, aquí o en otros países-, sino la desarmonía de los tiempos con el ritmo general
de la historia mundial: la persistencia del modelo político y social vencido, además de
ineficiente, modelo estático y grandilocuente, inhabilitado para un mundo que
pretendía regirse por las leyes del Capital y los principios de la Carta de San Francisco.
La Segunda Guerra Mundial había sido un interludio en el concierto de la mutua
indiferencia entre los Estados Unidos y España, aunque fuera hasta cierto punto fértil
por lo que al interés estadounidense en la posición estratégica de España se refiere. El
balance de resultados en términos de relaciones entre los países fue irrelevante incluso
si las autoridades españolas alardeaban de lo contrario. Y es que la posición de partida
de la España de Franco con respecto a los Estados Unidos exhibía un
antiamericanismo21 tan corto de miras como absurdo, pues manejaba el argumento de
que cuanto hubiera inventado de provecho Norteamérica ya se había conocido antes y
con mejor resultado en España. Estos aspectos de la ideología del régimen franquista
que suenan estrafalarios a nuestros oídos, estaban presentes en los discursos de la
Iglesia, el Ejército y la Falange, y del propio Jefe del Estado. Pero tampoco eran una
creación de su tiempo sino la herencia adulterada de otros discursos nacionales de
otras épocas, reconocibles por el encogimiento internacional de España.
Una retórica vacua exaltaba este tipo de posturas ideológicas, desde las que, y en
contraposición a la grandeza del espíritu humanista que se le suponía a la Hispanidad,
se pintaba un inhumano americanismo de raíz anglosajona. En general y pese a los
momentos de arreglo discursivo pro americano -impulso de los estudios americanistas
anglosajones de por medio22- el régimen procuraba remover la conciencia de los
españoles en contra de la influencia anglosajona estadounidense sobre la cultura patria.
Ahora bien, si la descrita brutalidad anglosajona en sus acciones colonizadoras
era objeto de la reiterada expresión oficial, incluso en la suavización de los discursos en
vísperas de la victoria aliada de la guerra mundial, la impresión que producía España a
los propios españoles bajo el instaurado régimen de Franco no era menos brutal. Algo
que los viajeros estadounidenses de los años cuarenta relatarían en sus crónicas,
refiriéndose al silencio doméstico en España, espejo del miedo, de la turbiedad
Sánchez Marroyo, 2003: 1-64.
La historia de las educadoras estadounidenses en España en el tránsito de los siglos XIX y XX, muestra
hasta qué punto la española era una sociedad impermeable a la apertura. Ver: Huguet, 2013a: pp. 179-200.
21 Fernández de Miguel, 2012.
22 Rodríguez Jiménez, 2010.
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intestina y de la memoria silente de los desaparecidos, de los encarcelados y
ejecutados23.
La condena de la ONU al régimen español en 1946 abundó además en la imagen
insólita de un país metafóricamente sellado, percepción reforzada por el cierre material
de las fronteras. Francia clausuró la suya con España, para “(…) dejarnos a todos en el
más escuálido y desamparado aislamiento. (…) a todos los que habíamos sido
educados en un clima liberal”, se lamentaba un adolescente Juan Benet cuyo hermano
mayor, becado en el país vecino, quedaba ahora más lejos de casa. Aunque no a todos
incomodaba el régimen de aislamiento, continuaba Benet,
“Porque otros, que probablemente eran los más en un amplio sector de la sociedad (…),
parecían hallarse en aquel ambiente de renovada jactancia y patriotismo de
campanario, como peces en el agua”. Como fuere, continuaba, “(…) con el cierre de la
frontera se acabó la tregua o, mejor dicho, la suspensión de cierto grado de tolerancia.
(Pues) Las pocas personas que discrepaban de la ideología oficial se encontraban en la
calle como conspiradores (…)24. Aunque no todos en España vivían el aislamiento de
igual modo. Algunos, como la propia madre de los Benet “tenía ciertos conocimientos en
el Ministerio de Asuntos Exteriores (…)”, de manera que la familia podía “enviar (al hijo)
la correspondencia por medio de valija diplomática”, y el joven becario enviar a su
hermano, Juan, todos esos libros extranjeros (Sartre, Malraux, Camus…) que este le
solicitaba, y que entraban en Madrid “por la puerta trasera del palacio de Santa Cruz”25.
Un doble candado liquidaba la movilidad física y espiritual del país. El exterior
apartaba a España del mundo, el interno, al calor de la desinformación y el silencio, lo
detenía en el tiempo. Por eso mismo:
“Es fácil imaginar hasta qué punto se vivía en España en aquellos años bajo el terror de la
noticia; -recuerda Juan Benet- la avidez por ellas (…) era tan constante y necesaria que
bien puede decirse que el individuo vivía sobre dos planos de la información, sólo
comunicados entre sí por sus correspondiente contradicciones: el plano de las noticias de
prensa y los comunicados oficiales, desacreditado como una permanente ocultación de la
realidad con miras a la propaganda, y el plano del rumor subversivo, exponente de una
realidad que todos los días estaba a punto de romper el frágil cascarón de la censura.” 26
A propósito de las ejecuciones, ver el libro del Secretario General de la UGT, Rodríguez Vega, 1943.
Juan Benet, 2010: 21-22.
25 Juan Benet, 2010: 22.
26 Juan Benet, 2010: 28-29.
23
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Y aún en la paz, la mentalidad oficial no llegaba a liberarse –dice Benet- de los
métodos de la propaganda bélica, no dando por ello finiquitada la situación que la
había hecho útil27.
La mirada de recelo frente a lo americano28 siguió en España dos caminos
opuestos y complementarios. El primero, el fascista y antiliberal de los partidos anti
demócratas españoles y de las dictaduras, de los años veinte y hasta el final del
franquismo; el segundo, el de la contestación –oposición latente en el franquismo- de
algunas fuerzas antifranquistas y de izquierdas, que entendían el americanismo triunfal
del siglo XX como sinónimo del nuevo imperialismo y la principal amenaza en el
camino hacia la democracia y la justicia social. Un buen número de fuerzas del primer
postfranquismo en España –entre ellas las del socialismo- entendía que una excesiva
afición hacia lo americano estadounidense era una amenaza al desarrollo del proyecto
público autógeno, independiente y, sobre todo, enraizado en la historia del reformismo
social europeo. Hacia los años ochenta coincidirían las dos vertientes del
antiamericanismo, propulsando una extendida americanofobia, en cierta medida
también alentada por la ausencia de empatía
estadounidense con la ciudadanía
española en su peculiar coyuntura histórica.
Por si no fuera ello suficiente, el antiamericanismo español vivía inserto en un
antiamericanismo general, de raíz occidental29, característico del recelo de los países
periféricos a la potencia hegemónica. En el caso de España, siguiendo en el campo de
los relatos, el del excepcionalismo americano, visto como el designio americano en la
historia, topaba a mediados del siglo XX con otra forma de pretendido
excepcionalismo, el de España: de raíz excepcional para los promotores de la
singularidad patriótica, aunque mera excepción para la mayor parte de los
observadores. Pero, mientras el excepcionalismo americano lo era también por
mostrarse indiferente a la opinión extranjera, la excepción española se decantaba por el
victimismo patriótico, alardeando de la incomprensión y la envidia internacional hacia
esta gran nación llamada España.
AL FRANQUISMO FICCIONADO
Esta España, desacompasada con el ritmo de la época, fue la que Estados Unidos
comenzó a recrear, a ficcionar al modo hollywoodiense, con el fin de presentar un
producto digerible que tentase a los agentes económicos que debían invertir en ella
confiadamente. En la industria cinematográfica por ejemplo, durante los años cuarenta
Juan Benet, 2010: 32.
Seregni, 2007.
29 Spiro, vol. 497, (1988): 120–32.
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9
las limitadas relaciones entre las compañías norteamericanas y las autoridades
españolas giraron esencialmente en torno al número de licencias de exhibición, a la
obligatoriedad del rodaje –que era una forma encubierta de obtener un canon por
película- y al suministro de película virgen para las productoras españolas30. A partir de
1950, pero sobre todo en el segundo lustro de la década y primeros años de los sesenta,
la estrategia de la industria cinematográfica norteamericana en España cambió. A su
tradicional función de suministradora de historias cinematográficas para el consumo
del público español, se le unió una nueva labor: la producción y rodaje de filmes en
suelo español.
El cambio se explicaba desde los factores internos de la propia industria: el
abaratamiento de los costes, el deseo de presentar al espectador estadounidense nuevos
paisajes, verosímiles para las narraciones, o el descubrimiento de Europa – primero el
Reino Unido, luego Italia, finalmente España – por parte de directores y actores. Esta
transformación en el uso industrial de España era exponente del nuevo marco
legislativo derivado de los acuerdos bilaterales entre gobiernos -1953 a 1959-,
sustanciándose en la repatriación de los beneficios de las compañías estadounidenses
mediante la producción in situ de algunas de sus películas. Puesto que los fondos no
podían ser liberados de otro modo, los productores tendieron a intentar reinvertir el
mayor coste de producción posible, fomentando producciones de apariencia costosa o
colosal, en línea con la orientación general de las majors en la época31. Sin la firma de
los Acuerdos entre Los Estados Unidos y España hubiera sido harto difícil el desarrollo
en suelo español de este tipo de industria cultural americana.
Que España y Estados Unidos estaban abocados a la firma de los Pactos (de
Madrid) y el modo en que dichos acuerdos tuvieron lugar, es un tema profusa y
32
magníficamente tratado en las últimas décadas . Las investigaciones muestran que
Estados Unidos y España lograron hallar el lugar común en el que aparcar la
indiferencia tradicional y las discrepancias coyunturales, a fin de poder, los Estados
Unidos,
seguir afianzando las condiciones de la victoria, y España, sobrevivir y
enderezarse en y tras el cerco internacional de la posguerra. Pero sin duda alguna, la
mejor manera de actuar con respecto a la España de Franco que encontró EEUU tras la
guerra mundial fue precisamente la inacción premeditada. En esta decisión de
pasividad y aplazamiento con respecto al final del régimen español cabe reconocer la
subestima o desprecio real de la Administración americana hacia la solidez del régimen
de Franco y su daño potencial.
León Aguinaga, 2010.
Elmer & Gasher, 2005. Losada & Matellano, 2009.
32 Cowans, 2003:222-234.
30
31
10
El estudio de la política exterior de España durante el franquismo33 enseña que la
Guerra Fría y las condiciones de la bipolaridad obraron en el sentido de acercar
formalmente a los Estados Unidos y España. Hubo por supuesto intensas
negociaciones, oficiosas y oficiales, que se extendieron en el tiempo desde la
34
administración demócrata de Truman hasta la republicana de Eisenhower , presidente
–recuérdese- cuya publicitada visita a España sería festejada con la designación de un
moderno nudo de autopistas en las cercanías del aeropuerto madrileño hoy Adolfo
Suarez, Barajas-Madrid, hasta hace nada Barajas a secas, como nudo Eisenhower,
metáfora del vínculo, y nudo a la postre entre las dos estados que no dos naciones.
Las crónicas históricas han dado un especial relieve a la fecha de 1953, año de la
firma de los Pactos de Madrid, y ello sin duda porque, con los acuerdos, España
quedaba inserta en la red militar del Mando Aéreo Estratégico norteamericano, lo que
facilitaba la presencia militar estadounidense en suelo español. En España se instalaron
bases militares y en ellas, cientos de familias estadounidenses, embajadoras en el
exterior muy a su pesar seguramente, de los modos y costumbres –soft power- de su
35
país . A estos embajadores improvisados el gobierno americano les proveía de una
pocket guide específica de cada país36 al que se dirigían. Eran pequeñas agendas
informativas de uso cotidiano elaboradas por el Departamento de Defensa cuya
finalidad consistía en minimizar el choque cultural de los soldados y sus familias
además de surtir indicaciones para dirigir la mirada americana sobre el terreno a
conveniencia. Con algunos pueblos convenía mantener las distancias, con otros en
cambio, véase el español, era conveniente trabar relaciones amistosas.
En la guía correspondiente a España, se describe un país de agricultores y de
pastores,
productor de naranjas, vino, aceitunas y cuero, cuya población es sin
embargo pobre -non prosperous37, y se rige por las así llamadas leyes del Caudillo: The
Caudillo Rules. Siendo –dice la guía- técnicamente un reino, España sin embargo
carece de rey, pues Franco es el Jefe de Estado vitalicio y él elige a su sucesor. “Under
General Franco´s regime, the Government controls the press, labor organizations,
and some business groups”38 -se apunta. Aún reconociendo que el Gobierno de España
actúa de un modo bien diferente al del estadounidense, la guía recomienda abstenerse
de los asuntos políticos de los españoles, que solo les compete a ellos, dice39.
Huguet, 2003.
La bibliografía especializada remite a las investigaciones de Á. Viñas, A. J. Dorley, L. Fersworth, R. W.
Gilmore, S. S. Kaplan, T. J. Lowi, B. Scowcroft, J. L. Shneidman, S. B. Weeks, A. P. Whitaker; sin olvidar el
trabajo del hispanista Stanley G. Payne.
35 Muy interesante el relato de Alvah, 2007.
36 Para el caso español véase A pocket guide to Spain, 1959. Fue reeditándose y actualizándose en años.
37 A pocket guide to Spain, 1959: 9.
38 A pocket guide to Spain, 1959: 27-29.
39 A pocket guide to Spain, 1959: 16.
33
34
11
Y puesto que los españoles, señala esta guía, no le dan importancia ni a la
producción en cadena ni al desarrollo científico en general, no es conveniente alardear
ante ellos de los signos de modernidad derivados de ambos40. Antes bien, los
estadounidenses en España deben no hacer sangre de los indudables inconvenientes
materiales de su estancia en el país, los derivados del retraso general, en aras de un
aprovechamiento de las bondades de su estancia: el paisaje, los monumentos, el trato
con las gentes, recordando que españoles y estadounidenses están del mismo lado,
luchando juntos contra la agresión41.
A las mujeres americanas en las bases se les asignaría una función de apoyo a los
planes organizativos de la Fuerza Aérea en el exterior, en el sentido de ejemplificar con
su presencia la familia moderna americana –tradicional sin embargo en el reparto de
funciones del espacio público y privado entre hombres y mujeres-, pretendiéndose
mostrar que la familia era el núcleo impulsor de la hegemonía de los Estados Unidos en
el mundo. En la Revista U.S. Lady, entre los años 1956 y 1959, se insertan líneas de
actuación destinadas a que las mujeres americanas desplazadas a las bases militares
42
con sus familias, suavicen las formas duras del poder militar masculino .
No iban las autoridades estadounidenses desencaminadas cuando señalaban a
sus ciudadanos en el exterior que lass referencias a la modernidad para el caso español
caerían en saco roto. De la España de los años cincuenta no puede decirse aún que sus
autoridades tuviesen un plan de modernización, al menos en el sentido de liberalizar de
los usos públicos y sociales. La propensión al progreso era quimérica en la España de
mediados del siglo XX, al menos en los términos americanos que ya había propagado
43
Woodrow Wilson en la campaña electoral de 1912 . El futuro presidente describiría los
principios de la revolución americana moderna para el siglo XX, sustentando su
desiderátum en la idea de que los americanos no permanecen impasibles y
encastillados ante el cambio, a la espera de que la tormenta amaine, sino que toman la
iniciativa, encandilados ante las posibilidades de la crisis. El modo americano de
progresar consistiría a juicio de W. Wilson en correr el doble que el contrincante, tal
como sugiere la Reina Roja a Alicia en el País de las Maravillas, para evitar el peligro
de regresar a la casilla de salida.
El régimen español a mediados del siglo XX no era aficionado ni a Wilson,
Carrol, el autor de Alicia…, figuras ambas de la perniciosa sin duda cultura anglosajona.
Y, como Alicia antes de ser aconsejada por la Reina Roja, España andaba, más o menos
quieta en la posición de salida, acuartelada en una tradición a la vez temerosa e
A pocket guide to Spain: 1959: 71-72.
A pocket guide to Spain: 1959: 73.
42 Fundada por George Lincoln Rockwell, este fue desplazado de la dirección de la revista por crear un
Partido Nazi Americano en 1958.
43 Wilson, 1913.
40
41
12
implacable, sin oportunidad de rozar la corriente de la modernidad contemporánea
circundante. En aquella España, la vía europea era ideológicamente indefendible y
técnicamente improbable44, pues Europa –Occidente y proyecto de una Comunidadera el espacio lejano y extraño intransigente para con la España de Franco, allí donde,
por lo demás, ni exiliados ni emigrantes conseguían ser vistos más que como las
víctimas de un error histórico o, a lo sumo, tratados en calidad de ciudadanos
periféricos45. Una cierta esperanza no obstante se apoderó de aquellos que pensaban
que el acceso de la modernidad al país podía –como había sucedido en el caso de
Italia46- surgir del contacto con los Estados Unidos.
Durante los primeros años de aquella nueva y relevante amistad oficial, España
fue objeto de inversiones de capital estadounidense, además de receptora de
importantes créditos47 y tuvo acceso a las necesarias materias primas y excedentes
alimentarios de los EEUU. Las cifras oficiales estadounidenses, que calculan el valor de
todas las modalidades de ayuda económica (incluido los créditos), durante la década
siguiente, en 1.688 millones de dólares, a los que se añadirán 521 millones en ayuda
militar, son solo cifras, que no contentaban ni mucho menos a los mandatarios
españoles. Bajo las aparentemente estupendas condiciones de la ayuda, España
apreciaría enseguida la distancia cualitativa y cuantitativa que la separaba de los
márgenes de ayuda recibidos por otros países europeos en la reconstrucción
postbélica48. No obstante lo cual, y especialmente bajo las circunstancias políticas
imperantes, al régimen franquista, tampoco le cabía quejarse del trato, tolerante,
recibido pues a la larga y con independencia de los beneficios precisos de los pactos,
estaba interesaba en el respaldo de la potencia, en aras de su estabilidad en el sistema y
de la consolidación del cambio económico interno propuesto por los tecnócratas. De
todos estos matices dieron fe tanto el proceso de la negociación inicial de los pactos
como las renegociaciones sucesivas de los acuerdos bilaterales entre España y los
Estados Unidos49.
El establecimiento de los lazos económicos y militares que forjaron el nudo
hispano estadounidense a mediados del siglo pasado comenzó a tejerse en los años
previos. El de 1950 fue un año especialmente interesante en este terreno, pues llegaron
a España los excedentes de patatas americanas –síntoma y metáfora del crédito al que
España comienza a tener acceso-, para alimentar a una población aún sometida al uso
de las cartillas de racionamiento, y el primer embajador americano tras la retirada de
Crespo MacLennan, 2004: 15-158.
Calvo Salgado, Migración y exilio españoles en el siglo XX, 2009: 107-156.
46 Huguet: 2013b: 19-72.
47 Un estudio muy reciente, Álvaro, vol. 60, (Madrid 2012).
48 Pedro Martínez Lillo, vol. 18 (Madrid, 1996): 155-174.
49 Viñas: 2003a,b.
44
45
13
legaciones diplomáticas de 1946. Al referirse a la quiebra del cerco sobre España, un
alto funcionario americano –relataba el corresponsal de ABC en Washington- juzgaba
que:
“Se ha salido de la academia de las pasiones, para entrar en el banco de las realidades”.
Y los diplomáticos españoles, quejándose de la anterior ruptura del diálogo, “en mala
hora interrumpido”, entre España y Estados Unidos, señalan eufóricos –siempre según
ABC- como “(…) España se incorpora decorosamente a la poderosa corriente económica
e industrial de Estados Unidos” a un mundo al que España pertenece “(…) por encima de
los boicots económicos y los ostracismos diplomáticos 50.
En agosto el Congreso americano había autorizado el primer empréstito de algo
más de 62 millones de dólares para España, y pocas fechas antes a la crónica de ABC la
FAO permitía a España su acceso. También las profesiones liberales españolas vieron
rápidamente las ventajas del vínculo económico y formativo con los Estados Unidos.
Los arquitectos españoles sin ir más lejos fueron tras las huellas del moderno
arquitecto Oteiza en sus incursiones estadounidenses de finales de los años cuarenta.
Algunos, como Luis Vazquez de Castro y Valentín Picatoste, se inspiraban en el estilo
americano, primero directamente de las bases militares en España –que por su parte
tomaron del estilo español la edificación básica de ladrillo-, y más tarde de sus propios
viajes a los Estados Unidos51.
Los americanos que accedían a España en el final de los años cuarenta en cambio,
declinaban cualquier tipo de euforia. Apreciaban aún el hambre y observaban que los
estragos de la guerra civil sobre el suelo nacional –carencia de infraestructuras, de
viviendas, de comunicaciones- no eran las únicas razones que daban sentido al
panorama desolador que contemplaban. En su Carta de España, texto periodístico de
Saul Bellow publicado el 15 de febrero de 1948 para Partisan Review, el autor daba
una descripción precisa del país, que recorre en un tren desde Irún, hasta Madrid. La
acritud de Bellow es concluyente y cargada de reproches hacia el régimen. Elude la
condescendencia que años después desgranaría el juicio a propósito de España de otros
autores americanos. Dibuja un panorama de miedo, de alerta constante, propia de un
estado policial:
“Lo primero que salta a la vista en España, antes que la gente, las calles y el paisaje, es la
policía. Primero la Guardia Civil52, con sus sombreros relucientes, circulares, rígidos, de
alas achatadas por detrás, sombreros que son bastante reales, porque los llevan puestos y
Massip, (Sevilla, 1950).
Bilbao, 2006: 81-86.
52 Muchas de las crónicas extranjeras se interesan por la Guardia Civil. Ver Ruiz Más, 2005.
50
51
14
se ven (…) Luego, los policías de uniforme gris con su águila roja en la manga y el fusil al
hombro. Hasta el guarda del parque, (…) lleva una carabina en bandolera. Después está la
policía secreta; nadie sabe cuántas clases hay, pero andan por todas partes (…)” 53.
Aunque americano, el escritor no tiene interés por los elementos técnicos que a
mediados del siglo XX parecen configuran lo moderno y de los que supuestamente hace
gala la manera hegemónica de los Estados Unidos. Saul Bellow es hombre de letras,
preocupado por asuntos vitales, humanos, de modo que no se identifica con la imagen
moderna que los españoles le otorgan en su condición de americano. Así, responde
entre aturdido y molesto, con gesto despreciativo, a los españoles que le reclaman sus
impresiones técnicas ante lo que ve a su paso por las ciudades y los pueblos del país.
Los españoles le piden confirmación de que el panorama advertido está en la onda de la
modernidad americana ¿Acaso no es la España victoriosa un país igualmente volcado
en las tecnologías del siglo XX?, se le sugiere reconozca en el paisaje peninsular cuando
por Santander saltan a la vista unas infraestructuras que Bellow deduce generan
energía hidráulica. España es un país de excelencias tecnológicas –pretende ahora el
interlocutor de Bellow- y turísticas, sobre todo turísticas, pues el turismo es, qué duda
cabe, la industria moderna por excelencia –recalca el español, reviviendo los hitos
excepcionales de la historia española y sus maravillas monumentales.
Pero incluso dos años después del viaje de Bellow por España, en el Madrid de
1950, la población pasa frío en sus casas, por falta de sistemas modernos de calefacción.
En la capital los apagones de luz son constantes, aleatorios, y por lo común se dan en
54
los domicilios particulares, por lo que las velas están al orden del día en los hogares . A
veces se los rellanos de los edificios están misteriosamente exentos de apagones, de ahí
que en 1950 la madre de Juan Benet,
“(…) cansada de cenar tantas veces “aux chandelles” (…) decidió una noche sacar un
velador al rellano, donde cenamos toda la familia muy satisfechos del recurso y ante el
asombro y la intimidación de los vecinos (…) A no mucho tardar “(…) los vecinos
consideraron el recurso aprovechable (y) la escalera quedó ornada y animada con una
cena en cada rellano, lo que le daba un cierto aspecto de baile de ópera”55.
El franquismo impresiona especialmente por el visible apagón tecno-científico:
por la dependencia del extranjero y por la quiebra absoluta de la investigación
científica. ¿Puede un país progresar, crecer, sin innovar, apenas con Sol y Toros?
España pretende que sí, que se puede salir del estancamiento mostrando al público
Bellow, 1948: 231.
Benet, 2010:35-37.
55 Juan Benet, 2010:37.
53
54
15
nacional e internacional, la eficiencia de cierta recuperación material en el final de los
años cincuenta (Plan de Estabilización)56. La propaganda del régimen anticipa el éxito
modernizador en los discursos oficiales desde finales de los años cuarenta. El español
que ensalza las condiciones tecnológicas de España ante el viajero Bellow no deja de ser
un jefe falangista local, un ex combatiente que alude a su amplia genealogía militar y se
muestra –dice Bellow- prepotente ante el resto del pasaje, españoles que, cabizbajos, no
rechistan ante sus maneras autoritarias.
La ruindad se hace patente en el rostro del viajero que acompaña a Bellow, que
“(…) pertenecía al cuerpo de policía y viajaba tres veces por semana entre Irún y
Madrid”, y a quien –se indigna el escritor- “Le gustaba su trabajo.”57 Bellow se refiere
a los salvoconductos, a los permisos policiales requeridos para comprar un aparato de
radio, a las declaraciones forzosas de los viajeros en las ventanillas de las estaciones
para obtener un billete de tren, a las fichas policiales que es prescriptivo rellenar en los
hoteles al pedir hospedaje, a los registros intempestivos que la policía realiza en
pensiones y alojamientos, a las cárceles…, llenas de presos; a las armas que lucen
guardias y militares por las calles en cualquier lugar y momento del día o de la noche.
En el tren de Bellow sube y se apea, sin perder un ápice de dignidad –dice“(…) gente humilde, triste, mugrienta, gastada por la vida, que iba descansando contra las
paredes, o apoyada en los pasamanos de latón a lo largo de las ventanillas, con los ojos
agrandados por la desgracia y las aletas de la nariz ensombrecidas; tocados con boinas o
chales que les empequeñecían la cabeza e introducían una desproporción en sus rostros
alargados y morenos”58.
Dolor y miseria –fácilmente discernibles desde una sociología de la privación59,
que fortalece el carácter y la catadura de los españoles- son también rasgos propios de
la España de posguerra, a juicio de la estadounidense Barbara Probst Solomon, cuya
aventura en España, como joven de ideas liberales y ansias de experiencia terminó
plasmándose en su relato a propósito de la fuga del Valle de los Caídos de dos
republicanos, Nicolás Sánchez-Albornoz y Manuel Lamana en 194860. El tono de esta
americana, es distendido, menos amargo que el de Bellow, lo cual procura hasta cierto
punto una imagen surrealista de cuanto, siendo real, tiene no obstante la apariencia de
ficción: un franquismo ficcionado.
Carreras: 1987:280-312.
Bellow, 1948: 233.
58 Bellow, 1948: 234.
59 Abellá, 1996: 152.
60 Probst Solomon, 1999.
56
57
16
Este tipo de mirada americana se nutriría con las imágenes de un Madrid
bipolar, de una parte hambriento y repleto de mendigos –los auténticos y los
profesionales, al estilo estos últimos de los personajes de la novela picaresca-, de otra el
escenario de España triunfal, que disfruta de las ventajas que le aporta ser el régimen.
Este último es el Madrid de los cines, cafés y bares, el Madrid que consume sin medida
el lujo americano que distribuye el estraperlo consentido. Fuera de Madrid, la geografía
peninsular se percibe extensa, áspera e infértil: los campos baldíos, inermes, faltos de
actividad humana. En la retina de los escritores Bellow o Probst Solomon: la impresión
incontrovertible de la rémora ligada siempre a España, en consonancia con la afición
secular de los españoles por dotarse del mal gobierno, idea que ya fuera mencionada
por los famosos viajeros del XIX, véase el propio Richard Ford61.
El antes y el después de los Pactos es la historia del origen en España de algunos
de los elementos más claros de lo que en Europa se conocía ya como el establecimiento
de una sociedad civil. Hubo elementos de intercambio entre élites: formación en los
Estados Unidos de cuadros militares, científicos y profesionales, cuyo efecto sería neto
a no mucho tardar. A partir de los años cincuenta y hasta la transición a la democracia
resurgió en Estados Unidos un cierto estilo de hispanismo, en esencia complaciente con
los españoles que no con su régimen, que parece recuperar el débil aunque decisivo
vínculo con las acciones de penetración cultural de la España artística e intelectual en
los Estados Unidos durante las dos primera décadas del siglo XX. Aquellos modernos
extranjeros podían indagar y actualizar el relato de las tradiciones del liberalismo
español y los exiguos aunque valiosos experimentos democráticos de la España previa
a la guerra civil.
¿UNA ESPAÑA PAGANA?
En los cincuenta el escritor Richard N. Wright, por entonces residente en
Francia, inició un viaje a España, al que parece ser le animó Gertrude Stein. El viaje
debía proporcionarle –a juicio de la Stein- las claves para entender los orígenes del
llamado mundo occidental. Con un primitivismo cautivador y fuente de las más
curiosas de las experiencias antropológicas, así veían por entonces los intelectuales
extranjeros la España sometida a la adusta singularidad del régimen de Franco. Sin
embargo, lo que Wright creyó descubrir –y así lo plasmó en su famosa obra, Pagan
Spain62-, fue precisamente lo contrario de lo que Gertrude le había sugerido, pues se
Handbook for Travellers in Spain (1845) y Gatherinsgs from Spain (1846). A propósito de estos textos y
otros similares; Medina Casado y Ruíz Mas, 2004; Medina Casado y Ruiz Mas, 2010.
62 Wright, 1995.
61
17
trataba de un paganismo radical, apenas camuflado por la religiosidad impuesta, razón
última a juicio de Wright de la imposible inserción de España en el ámbito occidental.
En las páginas de su relato español Wright sostendría que, aunque España
tuviese una apariencia occidental, no se comportaba ni veía el mundo como tal, siendo
así que incluso los países de África –en proceso de su autodeterminación- iban a
tomarle la delantera en la carrera hacia la modernidad, quedando los españoles atrás,
encerrados en su tradicionalismo anómalo y excepcional. Veía a España como un país
cerrado en sí mismo e ignorante del decurso histórico del mundo y de las normas de
convivencia occidental que lo regían. Para Wright España no había superado la
experiencia alternativa al Capitalismo y el Comunismo que fue el fascismo, pues los
españoles
seguían
rechazando
el
liberalismo
económico
que
articulaba
la
reconstrucción de Europa y la organización del Capitalismo occidental, por considerar
que este se alejaba de los valores humanistas de la tradición peninsular. E igualmente,
daban la espalda al sistema comunista por deshumanizado. En esta tesitura, deduciría
Wright, la opción –singular- de los españoles era un colectivismo arcaico, en el que se
imponía la familia como la unidad organizativa de los grupos humanos.
En medio de tamaña excepcionalidad se producía la impresión de un país que
renegaba de lo moderno al estilo de la revolución industrial o al modo americano:
“There was no vast, black, giting belt of tumbling industrial suburbs circling Madrid
that one traverse before entering the city proper –sooty, smoky suburbs such as too
often approach to great capitals”63, dice Wright. Ciudad, Madrid, espléndidamente
suntuosa en monumentos y ministerios, pero en la que hay que andarse con cuidado para
no tropezar con pollos, cabras “(…) and Sheep in the center of the city just a few blocks
from some of the worl´s most luxurious hotels”. De tal modo que Madrid, la capital de
España y del regimen “(…) was not a city at all, but an enforced conglomeration of
bureaus of the Army, the Church, the State, and the Falange” 64.
En la mirada de Wright Barcelona es la excepción española: una ciudad más
moderna que el resto, y que le parece el colmo del cosmopolitismo peninsular.
Muy sensible a los problemas raciales de su país, el escritor, afroamericano,
sugiere la desvinculación de los españoles con el sentimiento racista, pues no
comprende quizá cuán difícil es el racismo en un país en el que impera la
homogeneidad étnica y religiosa, largamente instituida por las instancias públicas y en
el que no hay resquicio siquiera a imaginar la diferencia. La libertad con que él se
mueve en España a pesar del color de su piel es quizá la razón por la cual Wright
63
64
Wright, 1995: 146.
Wright, 1995: 147.
18
supone que el carácter español es acogedor y hospitalario con el extranjero. Este y
otros argumentos del libro fueron objeto en su tiempo de controversia y por ello el texto
fue reeditado una y otra vez, convirtiéndose en compañero de viaje de los
estadounidenses que llegaban a España en los años sesenta y con posterioridad.
Salta a la vista que Wright no llegó a entender la España que se encontró en su
viaje, como tampoco a España en su historia. A lo inverosímil de muchas de sus
interpretaciones se sumaba la falta de empatía con el entorno y de perspicacia a la hora
de interpretar las situaciones en curso. De entrada, el periodista americano, que no
hablaba español, obtenía sus informaciones de personas con las que se comunicaba en
inglés, convencido de que estas fuentes –la mayoría extranjeras como él- le situaban
frente a la verdad. Pese a todo, no iría tan desencaminado al indicar que la ausencia de
una clase media bien conformada en España era una razón principal que interfería en el
acceso a la modernidad occidental.
Si la interpretación de Wright, pese a ser desacertada, resulta hasta cierto punto
lógica, pues se esfuerza en interpretar el cuadro que contempla, no puede decirse lo
mismo de la de Hemingway. El afamado escritor regresó a España en 1959, esta vez
por encargo de la revista Life, que le encomienda la tarea de seguir las corridas y
frecuentar a los toreros de moda con el fin de elaborar un reportaje que más tarde se
65
publicaría en la forma de libro . Pero el supuesto reportaje fue engañoso desde un
principio, ya que el autor utilizó como fuente principal su visita a España en 1953. De
este modo, la mirada punzante del autor, aún siendo clave en la configuración del
imaginario anglosajón a propósito de una España de modernidad quimérica, no
aportaba datos o reflexiones nuevos al tipismo propalado tiempo atrás por el propio
Hemingway. Insistía este, eso sí y con vehemencia, en la repugnancia personal hacia el
estado de cosas reinante en España, enalteciendo la fiesta nacional, en la estela de una
España vistosa y colorista, ficticia por excesiva y tramposa.
En definitiva, estas Españas, pagana y festiva, se hicieron resistentes en el
imaginario americano a propósito de España. Las décadas siguientes estuvieron
habitadas por un clima de tensas relaciones diplomáticas66 entre ambos países, por lo
que los americanos llegaban a España cada vez en mayor número, precedidos por
imágenes, enseguida verificadas sobre el terreno en función de sus experiencias
seleccionadas de antemano, y del axioma de una España que proponía condiciones
inmejorables para un modo de vida seguro y económico, en el privilegiado
Mediterráneo. Los estadounidenses, como otros extranjeros apreciaban que España no
era un país rico, pero sí muy agradable y amable con los visitantes, extrovertido y
65
66
Hemigway, 1986.
Hoyo Barbolla, 2006.
19
sentimental, en ocasiones alegre y en otras fatalista, pero ante todo España era una
fábrica de producir Sol.
El texto, continuamente reeditado en ingles, del diplomático estadounidense
Michael Aaron Rockland, que estuvo destinado en España durante los años sesenta:
(1963-67), Reminiscenses of Spain, fue traducido al español como Un diplomático
americano en la España de Franco67. En él se plasma el argumento central de la ficción
que sobre España construyeron los estadounidenses para obtener un buen rédito del
entendimiento diplomático, pues emergen las bondades de una estancia más amable
sin duda–asegura Rockland- que otras que le depararía la función diplomática en sus
destinos extranjeros. Menos proclive en cambio a la empatía con la España de la época,
68
el corresponsal de New York Times, Tad Szulc , servía a su país, también en los años
sesenta, imágenes de España más verosímiles69.
Para entonces, en 1966, también los españoles habían creado ya un imaginario a
propósito de los estadounidenses, un imaginario fruto de la desinformación y cargado
de tópicos a propósito de la modernidad, sus maldades y beneficios. Edificado sobre las
raíces de los antiamericanismos antes relatados, y desfigurado luego por los relatos de
la invasiva industria audiovisual que llegaba a las casas de los españoles a través de la
televisión. De las condiciones reales, de los problemas internos y de las circunstancias
específicas de la hegemonía americana poco o nada sabían de cierto los españoles de a
pié y mucho me temo que tampoco sus dirigentes.
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Szulc, 1972.
69 A este periodista se le encomendó la cobertura del accidente nuclear de Palomares Szulc, 1967.
67
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