EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO (Corpus Christi) Comentario inicial El ciclo C se caracteriza en las lectura por la referencia al tema de Melquisedec y por la multiplicación de los panes, tal como la describe san Lucas (en paralelismo muy estrecho con los demás sinópticos, excepto poquísimas variantes). La segunda lectura, en cambio, nos propone la narración de la institución, leída ya en la misa del jueves santo y en el evangelio del Corpus del ciclo B. De hecho, el contenido doctrinal de las lecturas en los diferentes ciclos es prácticamente el mismo, y esto que en esta solemnidad la predicación puede centrarse más en uno de los aspectos del misterio, alternativamente, más que necesariamente en una de las lecturas. Una buena homilía podría tomar, por ejemplo, el texto del Prefacio como punto de partida. La propuesta es, en esta ocasión, una especial atención a la tradición catequética de la figura de Melquisedec. La Escritura, en realidad, cuando compara Jesús con Melquisedec (Hebreos 8) no lo hace desde el ángulo de la ofrenda de pan y vino, como anuncio del pan y vino eucarístico, sino desde el ángulo de su carácter de personaje misterioso que surge sin ningún lazo aparente con la continuidad humana. Pero la catequesis patrística, en cambio, y posteriormente la liturgia del Corpus y el mismo Concilio Tridentino, han asumido la narración de la ofrenda de pan y vino, con la bendición a Dios, como una figura del Cristo instituyendo la Eucaristía. PAN/VINO: En efecto, estamos ante un elemento significativo: en el momento de dar a su iglesia los signos visibles del memorial, Jesús no escogió ninguno de los elementos típicos de la cena pascual judía (cordero, hierbas amargas...), sino los elementos más espontáneos de un banquete: el pan y el vino. De este modo indicaba una cierta ruptura con el ritual mosaico para enlazar con la base cósmica y antropológica del "fruto de la tierra y del trabajo del hombre". Pasaba por encima de la alianza mosaica para enlazar con la alianza originaria, en la fe de Abraham. Era, pues, una forma de significar el carácter universalista de su misterio, y de la Eucaristía que confiaba a su Iglesia. EU/UNIDAD : Por otra parte, el pan y el vino son elementos "elaborados", que piden la reunión de muchos granos de trigo y muchos granos de uva, para hacer una nueva unidad que tiene un sentido para el hombre: ¡son su alimento! No es de extrañar que ya la Didaché utilizase esta imagen del trigo disperso y reunido para significar a la Iglesia, fruto de la comunión con el Cristo (véanse los Dossiers "Claves para la Eucaristía" y "Gestos y Símbolos" de J. Aldazabal). NOCHE/SIMBOLO : Todavía otro aspecto, particularmente relacionado con la escena de la multiplicación de los panes: el pan es algo que hay que compartir y entregarlo a los que no tienen. Cuando "caía la tarde" y se acercaba la noche, se siente la preocupación por aquellos que no tienen víveres. El simbolismo de la noche como el tiempo de la dificultad para el hombre, extiende el tema a todas la situaciones de necesidad. Es Lucas quien precisamente pone, en esta narración, la frase paralela a la escena de Emaús (cfr. Lc 7, 12. 24, 29). La preocupación de los discípulos por el misterioso peregrino "porque atardece", es la misma de los doce, en el desierto, por la multitud. La respuesta de Jesús a los doce es, de hecho, lo que hicieron los de Emaús: "Dadles vosotros de comer". Pero, en definitiva (como en Emaús, ¡también!), quien da el verdadero pan es Jesús, ¡el Señor! -ACTUALIZACIÓN. Centrar la actualización de la homilía en el símbolo del pan y del vino es muy adecuado. "El motivo especial de alabanza que hoy se te propone es el pan vivo que da vida. El mismo que a la mesa de la cena sagrada se dio a los doce" (Lauda Sión). Conviene explicar que Jesús quiso tomar pan y vino -y no otros alimentos- para convertirlos en su Cuerpo y en su Sangre, porque en el pan y el vino hay lo que, culturalmente, eran el alimento fundamental y la bebida festiva. También se puede subrayar cómo la Iglesia continúa, a través de los siglos y en las culturas más diversas, repitiendo el gesto de Cristo con los mismos elementos, precisamente porque la Eucaristía es esto: la repetición del gesto de Cristo (véase la 2. lectura). EU/COMPROMISO: Las consecuencias de fraternidad son muy espontáneas. "Al participar del mismo pan y de las misma copa en un lugar determinado realiza la unidad de los comulgantes con Cristo entero, entre ellos y con los demás comulgantes en todo tiempo y en todo lugar... La celebración de la Eucaristía, fracción de un pan necesario para la vida, incita a no consentir en las condiciones de los hombres privados del pan, la justicia y la paz" (Dombes, Acuerdo doctrinal sobre la Eucaristía, nn. 21. 27, en Phase n. 70, 1972, pp. 319-320). En este aspecto, habrá que acentuar que la fuerza de esta comunión no viene simplemente del comer "pan," sino del participar en el "pan eucarístico". En otras palabras, es Cristo quien, entregado, nos urge la unidad y la entrega a los demás. PERE TENA MISA DOMINICAL 1983, 11 3. EU/MINISTRO La narración de Lucas sobre la multiplicación de los panes incluye pocas diferencias con respecto a Mateo y Marcos, pero son notables en relación con la de Juan. La principal es la orden que da Jesús a los discípulos: "Dadles vosotros de comer", a la que se corresponde, en la conclusión, la intervención de los discípulos en la distribución: "los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente". En la narración de Juan, el protagonismo de Jesús es más destacado y exclusivo. Dos líneas de actualización: a) el sentido del ministerio ordenado, y b) el dinamismo misericordioso de la Eucaristía. Por lo que respecta a la primera, se podría subrayar que, en la celebración de la Eucaristía, el que preside no tiene, como simple hombre, la posibilidad de "dar-el-paneucarístico", sino en tanto que lo "recibe" de Cristo; en otros términos, destacar que la Eucaristía es acción de Cristo, su don, que llega a la Iglesia por el ministerio de aquél a quien Cristo ha enviado y consagrado: el sacerdote. Esto conducirá a acentuar la presencia de Cristo en la persona del ministro y a valorar la conversión eucarística como obra divina, y no del hombre. Por lo que respecta a la segunda línea -bastante lucana, por otro lado- se trataría de destacar la permanencia en la Iglesia del mandamiento de Jesús a los discípulos: "Dadles vosotros de comer" y mostrar cómo el cumplimiento de esta obra de misericordia encuentra su raíz y su urgencia en el don eucarístico. Abrir el corazón al hermano que necesita alimento, trabajo, atención, etc. - no es algo "libre" si somos conscientes de que vivimos de los dones de Dios, y aún lo es menos para los que compartimos el pan-que-viene-deCristo. Esto es lo que significa el "dinamismo misericordioso" de la Eucaristía: de la misericordia del Padre revelada en la cruz y la resurrección de Jesucristo, sacramentalizadas en la Eucaristía, al ejercicio de la misericordia como consecuencia de la participación eucarística. PERE TENA — 2 — PRIMERA LECTURA La teología jerosolimitana y davídica (elección del lugar santo y de la dinastía con dimensión mesiánica) proyectó sus raíces hasta la era patriarcal. El rey de Salem-Jerusalén ofrece el pan y el vino de la hospitalidad al que vuelve victorioso. Es también una comida de comunión con él. El sacerdote del Altísimo reconoce y alaba al Dios que dio la victoria a Abrahán; y éste hace suya la alabanza, reconociendo que su Dios es el mismo a quien venera el sacerdote cananeo (Hb 7,1-17). Lectura del libro del Génesis 14,18-20. En aquellos días, Melquisedec, rey de Salem, ofreció pan y vino. Era sacerdote del Dios Altísimo. Y bendijo a Abrahán diciendo: -Bendito sea Abrahán de parte del Dios Altísimo, que creó el cielo y la tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo, que ha entregado tus enemigos a tus manos. Y Abrahán le dio el diezmo de todo. El capítulo forma un bloque errático en el contexto del Pentateuco. No se puede adscribir a ninguna de las fuentes conocidas. No es posible una reconstrucción histórica de los hechos a pesar de los nombres y acontecimientos. El dios del cielo designaba la divinidad suprema de un determinado panteón. El Dios Altísimo que ha creado el cielo y la tierra se identifica con Yavhé. En todo el AT sólo en este texto encontramos una valoración tan positiva de un culto no israelítico. En el texto original no es claro quién paga el diezmo. La tradición judía afirma que fue Abrahan. Así en Hb 7,2. Con ello Abrahan reconoce la función preeminente de Melquisedec. La finalidad del relato era demostrar que incluso Abrahan, padre en la fe, se había inclinado ante Melquisedec y había pagado el diezmo al rey pagano de Jerusalén. Se quería con ello estimular a los israelitas a someterse al reino de David centrado en Jerusalén. Hubo siempre una gran resistencia a aceptar la centralización y surgió pronto la división del reino. La reinterpretación que del relato hace la Iglesia primitiva la encontramos en la carta a los Hebreos. Ante el peligro de volverse a la comunidad cultual hebrea, el autor demuestra que el sacerdocio de Cristo ha superado y anulado el sacerdocio levítico y para poner de relieve la dignidad de Cristo, le da el nombre de sacerdote según el orden de Melquisedec. La tradición católica, en el ofrecimiento del pan y del vino, ve un signo de la eucaristía. Es el pan que expresa la plena reconciliación del hombre con Dios y de los hermanos entre sí. El sacrificio pacífico de Melquisedec es acción de gracias por el don de la paz que ha llegado por Cristo. En la eucaristía se hace presente Cristo, nuestra paz. P. FRANQUESA SALMO RESPONSORIAL Sal 109, 1. 2. 3. 4 R/. Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. — 3 — Oráculo del Señor a mi Señor: «Siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies.» Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro: somete en la batalla a tus enemigos. «Eres príncipe desde el día de tu nacimiento, entre esplendores sagrados; yo mismo te engendré, como rocío, antes de la aurora.» El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: «Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.» Este es mi salmo, Señor, tu bendición especial para mí, tu recordatorio del día en que mis manos fueron ungidas con óleo sagrado para que yo pudiera bendecir a los hombres en tu nombre. Tu promesa, tu elección, tu consagración. Tu palabra empeñada por mí en prenda sagrada de tu comproiniso eterno: «El Señor lo ha jurado y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec». Desde aquel día, el mismo nombre de «Melquisedec» suena como un acorde en mis oídos. Su misterioso aparecer, su sacerdocio real, su ofrenda de pan y vino y su poder de bendecir al mismo Abrahán, en quien son benditos todos los que creen. De él viene mi linaje sagrado, el pan y el vino que mis manos reparten, y el derecho y la autoridad de bendecir en tu nombre a todos los hombres y mujeres, grandes y pequeños. Mi árbol de familia tiene hondas raíces bíblicas. Mi sacerdocio es tan misterioso como el personaje de Melquisedec. Nunca llego a agotar el fondo de su significado. Miro mis manos y me asombro de cómo pueden perdonar pecados, bendecir a los niños y hacer bajar el cielo a los altares de la tierra. La misma grandeza de mi vocación me trae dudas de mi propia identidad y crisis de inferioridad. ¿Cómo puede la pequeñez de mi ser albergar la majestad de tu presencia? ¿Cómo puede mi debilidad responder a la confianza que has puesto en mí? ¿Cómo puedo perseverar frente a peligros que amenazan mi integridad y minan mis convicciones? La respuesta es tu palabra, tu promesa, tu juramento. Has jurado, y dices que no te arrepentirás. No cambiarás tus planes sobre mí. No me despedirás. No permitirás que tampoco yo rompa por mi parte el vínculo sagrado. Y yo no quiero que lo permitas. Quiero que tu juramento permanezca firme, para que la firmeza de tu palabra afiance la movilidad de mi corazón. Confío en ti, Señor. Confío en la confianza que tienes en mí. Y que nunca traicione yo esa confianza. Que no te arrepientas jamás de haberme ungido, Señor. Y que yo tampoco me arrepienta. Que tu palabra sagrada me acompañe todos los días de mi vida: «Eres sacerdote para siempre». CARLOS G. VALLÉS — 4 — SEGUNDA LECTURA Cada celebración eucarística es una proclamación de la muerte del Señor, hasta que por fin vuelva. O sea: las celebraciones eucarísticas tienen que hacerse al ritmo de la historia humana, teniendo en cuenta que esta historia deberá ser salvada de su mortalidad y convertida en Reino de Dios. Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 11,23-26. Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía.» Lo mismo hizo con la copa después de cenar, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía.» Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva. En Corinto han surgido abusos en la celebración de la cena del Señor. Se manifiestan en las divisiones profundas dentro de la comunidad. Esta actitud impide la celebración de la eucaristía, son un atentado contra la comunidad y contra Dios. Pablo recuerda la tradición que se funda en Jesús. El texto establece una relación estrecha entre la eucaristía y la pasión-muerte de Jesús. Hay que subrayar el título de "Kyrios", señor, que puede indicar una formulación litúrgica. El sentido del cáliz es la realización y ratificación de la nueva alianza. Al derramar su sangre en la cruz, Jesús sella el pacto escatológico que había anunciado Jeremías (31, 31ss). En el Sinaí, al hacer la alianza, Moisés había derramado la sangre de las víctimas inmoladas (Ex 24, 8). MEMORIAL:La memoria, memorial, tiene un sentido muy amplio y profundo. La comunidad debe celebrar el "ágape" no para recordar a Jesús muerto, sino para celebrar la memoria del "Kyrios", del Jesús resucitado, presente en la celebración y que hace participar de su cuerpo y sangre. La Iglesia se edifica al reunirse para celebrar la cena del Señor. EU/UNIDAD:Las divisiones son un fenómeno siempre actual en la Iglesia. Los motivos y la intensidad pueden ser muy diversos. En Corinto era el mayor relieve que se daba a la libre realización personal sobre la comunidad. Pero cuando se celebra la eucaristía en su acción litúrgica se manifiesta el núcleo existencial de Cristo. Jesús es el hombre de la disponibilidad total. El banquete eucarístico es el signo de la unidad. En la cena del Señor se da la profunda relación entre el cuerpo de Cristo en la eucaristía y el cuerpo de Cristo representado por la comunidad. El cuerpo de Cristo en sentido cristológico es la fuente del cuerpo de Cristo en sentido eclesiológico. PERE FRANQUESA EVANGELIO El milagro de la multiplicación de los panes y de los peces es un símbolo de la Eucaristía. Con esto nos quiere decir San Juan -y la liturgia de este día- que nuestras celebraciones — 5 — eucarísticas no se deberían multiplicar si al mismo tiempo a nuestro alrededor -y con nuestro estímulo y colaboración de cristianos- no se multiplica la comida y todo lo necesario para nuestros hermanos y vecinos indigentes. La abundancia, el reparto de bienes, es un signo de que el espíritu de Jesús está en medio de los hombres. Lo mismo que él se entrega sin reservas y con creces, debemos entregarnos a los hermanos para conseguir una convivencia justa, fraterna. Lectura del santo Evangelio según San Lucas 9,11b-17. En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: -Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado. El les contestó: -Dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: -No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco mil hombres.) Jesús dijo a sus discípulos: -Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se echaron. El, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos. El contexto vital del relato originario es una comunidad que espera la ayuda y la salvación de Jesús en el que ve la plena realización escatológica. Se trata del mundo teológico palestinense que esperaba la salvación definitiva con el retorno de Jesús. Hay que recordar las más antiguas celebraciones litúrgicas fuertemente impregnadas de la espera escatológica. El relato de hoy se apoya en la espera cristológica y escatológica. Antes han preguntado... quién es éste...? (9,9), hay después la confesión de Pedro (9, 20). La multiplicación de los panes prepara la manifestación cristológica de 9, 28-36. En el texto, Jesús se presenta como "redentor" que anuncia el reino y cura a los enfermos. Acoge al pueblo con su palabra y con sus obras. El gesto de dar de comer a la gente le presenta como "redentor" que está siempre con los suyos. El pueblo se confía a Jesús, pero los discípulos no tienen la misma confianza. A través del servicio de los apóstoles, el pueblo se reúne en comunidad del reino de Dios. Con todo este relato no presenta sólo al Jesús histórico, sino la experiencia de fe de la comunidad primitiva que en la eucaristía ha encontrado al Señor. El es quien da y se da. Los discípulos distribuyen en su nombre. Así cumplen el mandato de Jesús: dadles vosotros de comer. Jesús va más allá de toda espera humana. No da palabras sino que se da a sí mismo, quiere encontrar al hombre en sus necesidades concretas, quiere saciar el hambre de las profundas exigencias humanas. El es el pan "partido" y "compartido" que debe continuar en la vida de los discípulos. P. FRANQUESA El gesto de la multiplicación de los panes constituye uno de los signos reveladores más importantes de todo el evangelio. Como es habitual en Lucas, la figura de Jesús comienza a manifestarse también aquí a partir de la doble perspectiva de las palabras y los hechos: — 6 — abre ante los hombres el camino del reino que ofrece la salud o vida nueva (9, 11). Sobre ese fondo, ligeramente precisado, viene a revelarse el signo de los panes. La esperanza en el banquete constituía uno de los grandes elementos de la apocalíptica tradicional. El apocalipsis de Isaías precisaba: "Y preparará Yahveh Sebaot para todos los pueblos un festín de suculentos manjares, un festín de vinos generosos" aluden a la felicidad del que recibe el pan del reino (Lc 14, 15) o cuando afirman que Jesús anhela ansiosamente la comida del reino que se acerca (Lc 22,16). Sobre este fondo se precisa todo el contenido del signo de los panes. Los que siguen a Jesús han tenido que prescindir de las seguridades que el mundo les ofrece: entra la noche y están solos; sienten hambre y no disponen de comida, pues se encuentran lejos del poblado (9, 12). Pues bien, en medio del desierto, a la llegada de la noche, Dios repite los antiguos prodigios de la historia de su pueblo; aunque los hombres piensen estar solos y perdidos, Jesús se encuentra en medio de ellos repartiendo su misterio a manos llenas: enseña, cura, ofrece el alimento. Es difícil encontrar una imagen más valiosa del sentido y de la obra de Jesús. Los que le siguen tienen que arriesgarse, dejando atrás el mundo antiguo, su seguridad y su comida. Pero, una vez que ya lo han hecho no necesitan decir nada: Jesús sabe su necesidad y les ayuda. No interesa demasiado la manera concreta en que el signo se realizó. Lo que importa es que Jesús dio de comer abundantemente al pueblo. Lo que importa es que su gesto vino a suscitar entre los suyos el entusiasmo mesiánico de forma que los hombres descubrieron que el banquete del reino ya ha empezado a realizarse. Parece como si de pronto se hubieran rasgado los antiguos niveles de las cosas; da la impresión de que el mundo de los pobres y perdidos de la tierra se termina y surge la verdad definitiva de la vida. A manera de conclusión, quisiéramos señalar con brevedad los elementos más valiosos del signo de los panes: a) en primer lugar, el gesto constituye una revelación escatológica; por medio de Jesús, Dios se está mostrando como aquél que ofrece el alimento de la vida al pueblo. b) En el gesto se desvela el poder de los apóstoles; por sí mismos son incapaces de ofrecer comida al pueblo (9, 13); sólo cuando reciben el pan que les regala el Cristo pueden alimentar verdaderamente al pueblo. c) Dentro de una vivencia eclesial el milagro se ha convertido en anticipo y señal de la eucaristía; el mismo comportamiento de Jesús que pronuncia la bendición, parte el pan y lo ofrece a los hombres nos dirige en esta dirección; por eso, aquel comer juntos en la tensión de la esperanza escatológica, se ha venido a convertir en el signo fundamental de la iglesia. d) Todo esto nos lleva finalmente hacia otro plano: la comida fraternal y abundante donde los dones del reino se ofrecen a todos los salvados debe anticiparse en la comida de la tierra. Eso significa que los bienes de este mundo son los medios, los manjares de un banquete en el que todos se encuentran invitados; por eso, en una sociedad donde la injusticia separa brutalmente a los unos de los otros es muy difícil recordar el gesto de la multiplicación de los panes y celebrar de verdad la eucaristía. Jesús ha invitado a todos con unos mismos panes (en la multiplicación y en la eucaristía); los bienes del banquete del reino son comunes. Pues bien, una sociedad donde los hombres se roban mutuamente la comida (se oprimen mutuamente), está indicando que no sigue a Jesús ni desea tender hacia el banquete de su reino. COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1303 s. — 7 —