34 LA PENA DE MUERTE Eduardo Casillas González Profesor de especialidad y Maestría en Bioética y miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios e Investigaciones de Bioética (CEIB); Guadalajara, Jalisco. [email protected] Resumen El tema de la pena de muerte es hoy por hoy un argumento bastante difícil de tratar. En la historia de la teología moral su licitud aparece muchas veces como una cuestión bien fundada, mientras al día de hoy los puntos de vista aportados a su favor, no solo no nos parecen convincentes, sino que muchas veces nos llevan a ver como más justo el parecer de aquellos que condenan dicha práctica judicial. Se dirá que en el juicio moral juegan un papel preponderante las emociones, sea por tomar partido por una de las posturas o al contrario, la otra. Palabras clave: Pena de muerte, juicio moral, cultura de la muerte, práctica judicial, sociedad civil. Abstract The topic about death penalty is today a hard argument to discuss; in the moral theology history appears many times as a good founded question. While today the points of view are at its favor, not only the look convincing. Even many times they take us to see how is seen as justice for the ones who are against the legal practice. At the moral judgment play a preponderant role the emotions by the way of being at one posture or against the other oneside. Keywords: death penalty, moral judgment, culture of death, Judicial practice , Civil society Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 35 Introducción El tema de la pena de muerte es hoy por hoy un argumento bastante difícil de tratar. En la historia de la teología moral su licitud aparece muchas veces como una cuestión bien fundada, mientras al día de hoy los puntos de vista aportados en su favor, no solo no nos parecen convincentes, sino que muchas veces nos llevan a ver como más justo el parecer de aquellos que condenan dicha práctica judicial. Se dirá que en el juicio moral juegan un papel preponderante las emociones en cuanto la opinión de muchos está condicionada por experiencias amargas como la sentencia y la ejecución de condenas totalmente injustas de parte de un sistema dictatorial. Al contrario puede suceder que la rudeza de la criminalidad, en sus formas más cínicas y despiadadas, pueda llevar a muchos a invocar la pena de muerte como el único remedio eficaz. La mayor dificultad radica en el hecho de que si nos adentramos en la historia milenaria de la civilización occidental, vemos que nuestro tema ha sufrido una extraña suerte: en ocasiones prevalece la execración contra una pena así de deshumana que culminaba con el abatimiento del pecador, mientras en otras la certeza que el mejor sistema para combatir la delincuencia fuese una generosa administración de la pena capital. Esta última opinión ha tenido prevalencia desde el final de la Patrística hasta el siglo XVIII, cuando desde un ámbito iluminista, se puso en discusión el derecho de la sociedad a conminar la pena de muerte. Analizando las dos posiciones contrapuestas, pretendemos demostrar que los argumentos de ambas son respetados y que el reconocimiento, del derecho que el Estado tiene de conminar esta pena, por gravísimos motivos, ha tenido en el pasado explicaciones histórico culturales, pero que hoy, a la luz de los estímulos de los hombres de buena voluntad, la recta razón ya no puede sostener, sin una fuerte reserva moral, que la pena de muerte sea una punición adecuada a la dignidad de la persona humana. El derecho de la sociedad de condenar a muerte Por todos es admitido que la pena de muerte fue conocida y aplicada en todos los pueblos desde los tiempos más antiguos. Según la Sagrada Escritura Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 36 En el Antiguo Testamento. Que la prohibición del Decálogo “No matar” no se aplique de hecho al asesinato del malhechor por autorización de los poderes públicos en consecuencia de un grave delito, está demostrado por el hecho de que la pena de muerte está sancionada por varias culpas: “Si uno derrama la sangre del hombre, su sangre será derramada por el hombre, porque a imagen de Dios, Dios ha hecho al hombre” (Gn 9, 6); “Aquel que golpea un hombre hasta matarlo, sea llevado a muerte” (Ex 21, 10); “Si lo ha golpeado con una piedra… apta a causar la muerte y ha causado la muerte, es un homicida, el homicidio sea llevado a muerte” (Nm 35, 17). En el Antiguo Testamento la pena de muerte no es conminada solo por el delito de asesinato, sino también por los delitos contra la santidad de Dios, como la idolatría, la bestemia, la violación del sábado y la magia. Esto se explica con el hecho que el pueblo hebreo estaba en contacto con los pueblos paganos y por lo tanto siempre en la ocasión próxima de alejarse de Dios. De la misma forma los crímenes contra la santidad de la familia, como la rebelión a los padres, y el negativo uso de las facultades sexuales (adulterio, sodomía, bestialidad), son severamente castigados con la muerte en cuanto con ellos el pueblo se manchaba en su santidad, imitando los abominables comportamientos paganos. En el Nuevo Testamento. No obstante que el mandamiento de no matar adquiera una nueva fuerza en cuanto está fundado en modo más explícito en el amor interno del prójimo, nada es dicho contra la pena de muerte infligida por legítima autoridad civil y es explícitamente reconocido el poder en la autoridad civil de punir a los reos con la muerte. Así el mismo Cristo frente a Pilatos no repudia el poder de infligir la muerte, pero amonesta de no abusar del poder dado por Dios: “No tendrías algún poder contra mi si no te hubiera sido dado del alto” (Jn 19, 11). Igualmente San Pablo ve en la autoridad civil el ministro de Dios en el hacer justicia incluso cuando conmina a la muerte: “No hay autoridad que no venga de Dios y las que existen han sido establecidas por Dios” (Rm 13, 1). Por lo tanto, el oponerse a la autoridad es revelarse contra Dios: “Si haces el mal, teme: porque no porta en vano la espada. Ministra de Dios, ella es también ejecutora de justicia en punición de quien opera el mal” (Rm 13, 4). Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 37 Este texto no se propone propiamente de reconocer la licitud moral de la pena de muerte. El objetivo principal del texto de la relación de los cristianos hacia el Estado es el de ilustrar su realidad de principio y exhortarlos a aceptar la autoridad estatal. En la afirmación que tiene que ver con el poder estatal de la espada podemos ver justamente el reconocimiento de un dato de hecho, pero no un juicio formal y explícito acerca del aspecto moral de la pena de muerte. En el Nuevo Testamento no encontramos ni una afirmación explícita, ni una prohibición explícita de la pena de muerte. El espíritu del Evangelio sin embargo se inclina seguramente a la indulgencia hacia el prójimo, incluso de aquel que es culpable. Según la historia del Cristianismo Los Padres de la Iglesia han todos reconocido la situación de hecho, que la autoridad estatal conminaba la pena de muerte. Ninguno de ellos ha impugnado la validez de este comportamiento. Algunos han declarado que el ser cristiano era incompatible con la profesión de juez o de soldado precisamente por el peligro de conminar y llevar a cabo una condena a muerte. En la Tradición Apostólica, atribuida a San Hipólito, es solicitado a los cristianos no ejercitar el oficio de soldado para no matar a nadie, o la profesión de magistrado supremo o de aquel que tiene el poder de vida y muerte, para evitar condenas capitales. Tertuliano declara en De Spectaculis que “es cosa buena que sean punidos los culpables… y sin embargo no hay necesidad de que los inocentes gocen del suplicio de los demás… Por otra parte, quién me garantiza que sean siempre los culpables aquellos que la sentencia condena a las fieras? Y que al contrario (no sea) la venganza de un juez o la debilidad de la defensa o la presión de la tortura las que opriman la inocencia? En De Idolatria es más explícito, porque afirma que el creyente, revestido de una carga pública, “no debe condenar a muerte a ninguno”. A Tertuliano hace eco Lactancio en Divinae Institutiones al afirmar: “Dios prohíbe matar no solo cuando se refiere al asesinato con el objetivo de robo, cosa prohibida también por las leyes humanas, sino que nos prohíbe matar también cuando es considerado justo por los hombres… por lo tanto no es lícito al creyente, que tiene la tarea de administrar la justicia, ni Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 38 siquiera el acusar alguno de pena capital, ya que no hay diferencia entre matar con la palabra o con la espada: el asesinato en sí mismo es prohibido. De la misma forma no se debe hacer ninguna excepción a este precepto divino, porque es siempre ilícito matar un hombre que Dios ha querido fuese una creatura sacrosanta”. Minucio Felice en Ottavio se expresa de la siguiente manera: “Para nosotros no es lícito asistir al asesinato de un hombre y tampoco escuchar la narración; somos todos contrarios a la efusión de sangre humana, que no queremos ni siquiera nutrirnos de la sangre de animales muertos”. San Cipriano dice que a los cristianos no nos es lícito matar sino que (es necesario dar el testimonio) al punto de ser asesinados. Otros Padres reconocen el hecho de que la sociedad condena a muerte y buscan leer esta realidad en el cuadro de la nueva mentalidad cristiana. Clemente Alejandrino en Stromata afirma: “La ley, teniendo cuidado de aquellos que la obedecen, los empuja a una piedad estable hacia Dios, indica las cosas a realizar y tiene lejos de todo pecado, imponiendo penas por los pecados que resultan menos graves. Cuando se ve uno que se comporta en modo tal que resulta incurable, siendo llevado a una grave inmoralidad, entonces, teniendo en cuenta el bien de los otros, para no hacerlos corromper por él, como cuando se corta una parte del cuerpo entero, de esa forma aquel que se encuentra en tal situación, con sabia decisión, es condenado a muerte”. San Ambrosio, en una larga carta al magistrado Studio, recomienda la clemencia y alaba a aquellos que por profesión deben conminar la pena de muerte y, cuando ello sucede, ellos se abstienen de participar en la Eucaristía. Así como alaba al magistrado cuando una pena capital es transformada en prisión por pura clemencia en Cartas: “Yo sé que la gran parte de los paganos se consideran honrados por haber reportado a su administración en las provincias un hacha limpia de sangre: ¿que cosa deben hacer por tanto los cristianos?”. San Ambrosio pone el ejemplo de Jesús cuando le es conducida la adúltera que debía ser lapidada. Jesús no la condena. En la misma obra: “Tienes un ejemplo a imitar, prosigue San Ambrosio, puede ser que aquel criminal pueda tener una esperanza de corregirse; si no tiene recibido aún el bautismo, pueda tener la remisión de sus pecados; si ha sido bautizado, que haga penitencia y ofrezca su cuerpo a Cristo. ¡Cuantos son los caminos a la salvación!”. Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 39 Sobre la vía del reconocimiento al Estado del derecho de conminar la pena de muerte se encuentra también San Agustín en sus Cartas, que más que poner la cuestión teórica si la sociedad pueda castigar con una pena así de grave, exhorta a reprimir el mal con firmeza, pero también con suavidad: “Nosotros no buscamos en esta tierra vengarnos de los enemigos; nuestros sufrimientos no deben empujarnos a tal mezquindad de ánimo al punto de hacernos olvidar el mandamiento que nos ha sido dado por aquel, por cuya verdad y en cuyo nombre sufrimos… deseamos más bien hacerlos enmendar y no asesinarlos”. Y dirigiéndose al magistrado afirma: “Tu tienes el poder de condenar a muerte, pero… nosotros imploramos su supervivencia… no debemos alejarnos nunca del propósito de vencer el mal con el bien… porque la iglesia quiere el arrepentimiento, no la muerte de sus perseguidores”. Los perseguidores a los cuales hace referencia San Agustín, se habían manchado de graves delitos contra los católicos. No obstante esto, el Santo Obispo de Hipona recomienda a Marcelino: “En lo que respecta al castigo a infligir a aquellos, aunque hayan confesado sí horribles delitos, te ruego que no sea la pena de muerte, no solo por la paz de nuestra conciencia, sino también para resaltar la mansedumbre católica”. “Por otra parte, prosigue San Agustín, no han sido instituidos sin un objetivo el poder del soberano, el derecho de vida y de muerte del juez… (estos ordenamientos) cuando son temidos, no solo sirven de freno a los malvados, sino que los mismos buenos viven más tranquilos entre los malvados”. La severidad del Estado asegura a los honestos y acorrala a los malhechores. Es esta una exigencia fundamental del vivir en sociedad, aun cuando San Agustín nos dice que “el mencionado ordenamiento de las cosas humanas no contrasta con la intercesión de los Obispos” a favor de los condenados, a fin que en lo que a ellos respecta sea usada la mansedumbre y perdón cristianos. Algunas reflexiones El modo de presentar y desarrollar el tema de la pena de muerte de parte de Günthor, en el volumen III de Llamada y respuesta, puede ser tomado como ejemplo de la aproximación de los autores modernos en lo concerniente a la pena capital. La lectura del pasaje maravilla no tanto por el contenido, sino más bien por los títulos y subtítulos. Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 40 El primer calificativo dado al argumento es “cuestión difícil”. Modo inusitado de calificar entre los teólogos que generalmente hacen afirmaciones seguras, no por presunción, sino porque basan su argumentación en la Sagrada Escritura, en los Padres, el Magisterio y en las opiniones de probati Auctores. La dificultad de Günthör siempre ha sido leída en clave de humilde reconocimiento de la propia incapacidad frente a un tema así de espinoso y que implica una profunda reflexión de parte de teólogos y de expertos de la filosofía del derecho. El primer subtítulo habla de “opiniones oscilantes”, porque algunos son todavía de la opinión de reconocer al Estado el derecho de conminar la pena de muerte, mientras otros, en número creciente, no quieren de ninguna manera reconocer tal derecho. El segundo subtítulo habla de “falta de lógica”, porque muchos, mientras se pronuncian contra el aborto, el homicidio, la eutanasia y contra todos los atentados a la vida, defienden con convicción la pena de muerte, sin pensar que la vida del malhechor es sagrada como cualquier otra vida, porque el delito más horrendo no cambia la esencia ontológica de la persona humana, que es siempre sagrada. Esta falta de coherencia lógica nos debe hacer reflexionar lo suficiente y nos debe llevar a replantear el problema de la pena de muerte. Por lo tanto: dado y no concedido, que la sociedad pueda tener el derecho de infligir esta extrema pena, a la luz de la recta razón y con las adquisiciones modernas incluso en campo jurídico, no es ya conveniente hoy por hoy conminar esta pena, porque la conciencia colectiva, más madura y humanizada, la rechaza como indigna de la persona humana. Si decimos “no es ya conveniente” pretendemos entender que la conciencia occidental, que en el pasado ha tolerado o ha aprobado la pena de muerte, no lo puede seguir consintiendo. Hacia una nueva sensibilidad en sintonía con los signos de los tiempos Hoy por hoy en las naciones más avanzadas se presta particular atención a organizar la sociedad en modo que corresponda siempre mejor a las exigencias de la persona humana. Esto conlleva para los individuos la suma de derechos y deberes cada vez más complejos. Podemos constatar que se han hecho grandes progresos en las dos direcciones, aunque falta mucho Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 41 camino por recorrer. Todos los ciudadanos son portadores de derechos civiles y de derechos propios de la persona humana, por lo cual hoy, en el ámbito civil uno puede perder algunos derechos a causa de su comportamiento en contraste con las normas de la sociedad, pero no puede perder nunca sus derechos fundamentales que surgen de su ser persona, prescindiendo de su conducta malvada o bien reprobable. El reo, reconocido culpable por parte de un tribunal humano, en cuanto persona, tiene derecho a la vida por su constitución ontológica y ningún otro ser en el mundo puede privarlo de este bien supremo. Por esta razón la pena de muerte es una violación del derecho a la vida y por tanto un asesinato con el agravante de la premeditación y la lucidez mental en su realización. No sorprenden por ende ciertos calificativos hechos por parte de algunos Episcopados o Pastores de forma individual, que han examinado el problema en el contexto de su actividad pastoral. Se trata de Obispos estadounidenses, que desarrollan su labor en medio de la cultura de la muerte de ciertos Estados. Para ellos la pena de muerte “es una punición brutal e inhumana, de dudosa eficacia disuasiva y dirigida más bien a elevar el nivel de violencia en la sociedad”,1 “es un castigo arbitrario y cruel”,2 “es un paso ignominioso y regresivo”.3 A estos juicios negativos se añade la consideración pastoral de Mons. Marty: “Yo no considero nunca al criminal como irrecuperable. Si no creo en la posibilidad de la conversión, de la recuperación, del perdón, no soy cristiano”.4 Hemos dicho al inicio de este trabajo de leer las dos posiciones con un cierto destacamento, pero, hoy, después de dos mil años de Cristianismo, ¿podemos aún compartir esta forma de impotencia frente a las ejecuciones capitales? No es el caso de invocar el factor cultural de nuestro tiempo, incluso es propio del modo de pensar de muchos contemporáneos que la Iglesia debe hacer un cuidadoso examen de conciencia y preguntarse si estos impulsos del hombre de hoy no deben ser interpretados como una forma de signos de los tiempos. No se trata tanto de mutar de doctrina, sino de coherencia. Si, de hecho, en una sociedad aún en formación y con una mentalidad proclive a la violencia, se podía tolerar que la pena de muerte fuese distribuida con tanta facilidad, hoy, dado de que se invoca 1 MONS. UNTERKOEFLER, remitido por G. Caprile, Recientes orientaciones episcopales sobre el problema de la pena de muerte, en “La Civilización Católica” 130 (1979) II, p. 152. 2 Ivi. 3 MONS. T. KELLY, Ivi, p. 153. 4 MONS. MARTY, en “La Documentation Catholique”, 6.3.1977, n. 1715, p. 245. Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 42 continuamente la sacralidad de la vida naciente, la intangibilidad de la vida que se apaga y el respeto, en general, de toda persona, no se entiende porqué, a la luz de la simple razón, se deba tolerar una práctica judicial talmente bárbara y contraria a la dignidad de la persona humana. En los siglos pasados la fe era más viva que en nuestros días, la vida era considerada un exilio en espera de alcanzar la vida beata. Y por otra parte la existencia era más dura y precaria que hoy en día, al menos en los Países Occidentales, por lo cual la muerte, en cierto sentido, liberadora, era aceptada casi de buen talante, porque existía una esperanza sostenida por la fe cristiana. Hoy en cambio vivimos en un modo secularizado y, en porcentajes variables, materialista que no ofrece esperanzas más allá de lo terrenal, pero es un mundo que, por otra parte y paradójicamente, tiene una mayor sensibilidad en lo concerniente a los valores de los cuales es portadora la persona humana. Es verdad que para el cristiano la vida en la tierra tiene su razón de ser en función de la vida eterna, pero los mismos cristianos respiran el aire de su ambiente y por tanto son propensos a subrayar el valor de la vida como absoluto, y consideran que ninguna autoridad humana tiene el poder de matar. Solo Dios es dueño absoluto de la vida del hombre más allá de las responsabilidades morales de las cuales la persona debe responder. “La Iglesia enseña, a la luz de la Sagrada Escritura, que el hombre, creado a imagen de Dios, es al mismo tiempo materia y espíritu y que la muerte que lo destruye es un mal”.5 En nuestra mentalidad la vida tiene un precio considerable, y mientras más madura es la sociedad, más es el valor de la vida. Basta echar un vistazo en la historia a los varios mensajes que, al respecto, nos han llegado de diversos pueblos. Aún con las ambigüedades que conllevan conceptos como aborto, eutanasia, etc. debemos reconocer que globalmente se tiene más consideración hoy de la vida que en otros tiempos, cuando los homicidios eran más frecuentes y la autoridad no intervenía como ahora para reprimir violencias perpetradas no solo por individuos sino por grupos legalizados. 5 COMISIÓN SOCIAL DEL EPISCOPADO FRANCÉS, Elementos de reflexión sobre la pena de muerte, en “El Reino Documentos” 33 (1978) 111. Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 43 En esta mayor sensibilización, la vida del criminal resulta también, un bien precioso, porque se vive una sola vez y no debe ser la sociedad, en la frialdad de un juicio, quien decida su final irrevocablemente. Hoy comprendemos mejor que en el pasado que el reo es siempre una persona humana cuya vida permanece inviolable. “La Iglesia no puede ser indiferente a esta evolución de la mentalidad”.6 Dice el Concilio: “Como es importante para el mundo que éste reconozca la Iglesia como realidad social de la historia y su fermento, así también la Iglesia no ignora cuanto ha recibido de la historia y del desarrollo del género humano”.7 En este intercambio no hay que ver casi una matemática dependencia de la Iglesia del mundo para la formulación de principios morales; pero es necesario tener en cuenta que de la sociedad humana la Iglesia puede tomar críticamente cuanto de bueno ella pueda ofrecer. La pena de muerte además es un arma peligrosísima en manos de un dictador el cual puede gestionar el poder en modo terrorista y la historia pasada y reciente nos recuerda a este tipo de personajes. Han hecho notar los Obispos de Indiana en Estados Unidos que “a menudo hay gran diversidad en el conminar la pena de muerte … la mayoría de los ajusticiados no son financieramente en grado de asegurarse un buen abogado … La pena de muerte recae con dureza sobre los pobres”.8 También la Conferencia Episcopal de Utah, hace notar la misma cosa: “Es un dato de hecho que la pena de muerte se resuelve a menudo en una injusticia porque al final se aplica sobre todo a los pobres y los marginados”.9 Al final de estas reflexiones debemos reconocer que los argumentos aportados hasta aquí para demostrar la licitud de la pena de muerte han tenido su día. No es posible hoy por hoy sostener que el Estado tenga aún este derecho, dada la sensibilidad de nuestros tiempos. Desde el punto de vista teórico los argumentos a favor de la pena de muerte pierden cada vez más fuerza. La argumentación basada en la razón natural tiene mas valor porque nos encontramos en un momento histórico y cultural en el cual se 6 Ivi, p. 112. GAUDIUM ET SPES, n. 44. 8 G. CAPRILE, Orientaciones episcopales sobre el problema de la pena capital, en “La Civilización Católica” 130 (1989) II, 150. 9 Ivi, p. 151. 7 Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 44 ha comprendido la inutilidad y la crueldad de una pena irreversible y bárbara en la cual la persona humana es equiparada a la bestia, que es abatida sin algún signo de misericordia y compasión. Es, asimismo, demasiado fuerte la influencia de la organización de la sociedad con su “derecho” y sus estructuras jurídico-sociales. A una reflexión atenta, demasiadas son las dudas y los lados de la moneda, para demostrar la validez de una u otra opinión… Una cosa sin embargo podemos afirmar, que hoy no es posible ni es conveniente que los Estados de nuestros tiempos se sirvan de la pena de muerte, porque de ella no recabarán ninguno de los bienes que a menudo, en el pasado, eran tomados en consideración. Ella representa siempre una violencia inaudita, cruel y bárbara frente a la dignidad humana. La sociedad tiene otros modos para penalizar y hacer arrepentirse al ciudadano que se ha equivocado. Desgraciadamente el sistema carcelario, que podría ser alternativo a la pena de muerte, está por todas partes lleno de carencias, y además es costoso, por lo cual la sociedad prefiere, a veces, infligir la muerte porque es más rápida, pero esto no se encuadra con una sociedad civil desarrollada y es criticado duramente por la conciencia colectiva de los ciudadanos. La pena de muerte es una punición definitiva, irrevocable, irreparable: una vez ejecutada, no hay posibilidad alguna de corregir un error humano, una valoración unívoca, un error … y se vive solamente una vez! Cuántos inocentes han sufrido esta extrema violencia, por pobres o porque han sido discriminados o bien porque no han podido contar con una adecuada defensa en tribunal. Frente a tantos riesgos, crueldades, sentimientos de venganza, disfrazados de “valores” más o menos inconsistentes, en pleno Siglo XXI, para la recta razón, no es posible admitir la pena de muerte, sino que tenemos que obrar siempre, con coherencia, en favor de la vida que es para todos. Sin embargo nuestros contemporáneos dejan la sangre por la defensa “de los animales” … ¿como se podría tolerar que las personas sean tratadas peor que las bestias por una sociedad violenta que con ello quiere reprimir la violencia? Debemos tener en cuenta no solo la brutalidad de una ejecución desde el punto de vista material, sino también el sufrimiento y los terribles pensamientos que rondan el ánimo humano en la espera de la hora Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012 45 fatal. No es humano infligir esta pena en semejante nivel de crueldad refinada y con sangre fría. Los signos de los tiempos son lo suficientemente maduros para poder hacer un salto de calidad y decir al mundo que nuestra sensibilidad no puede tolerar más esta brutalidad que se ha perpetrado por tantos siglos sin ser conscientes de la maldad ontológica que conlleva. BIBLIOGRAFIA CAPRILE, G., Orientaciones episcopales sobre el problema de la pena capital, en “La Civilización Católica” 130 (1989) II COMISIÓN SOCIAL DEL EPISCOPADO FRANCÉS, Elementos de reflexión sobre la pena de muerte, en “El Reino Documentos” 33 (1978) 111 GAUDIUM ET SPES. Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/ vat-ii_const_19651207_gaudium-et-spes_sp.html KELLY, remitido por G. Caprile Recientes orientaciones episcopales sobre el problema de la pena de muerte, en “La Civilización Católica” 130 (1979) II MARTY, en “La Documentation Catholique”, 6.3.1977, n. 1715 UNTERKOEFLER, remitido por G. Caprile Recientes orientaciones episcopales sobre el problema de la pena de muerte, en “La Civilización Católica” 130 (1979) II Revista Etbio Año2- Núm. 3- 2012