•ÜSGMICIOIII. ( ASo. 1 Trim. JPniKíncio,,. i Sem. { Aüo. SüSCÍItICa*Ni BH Iw oOoláü 4* BI. «LO BO. CoUgriata. nAm. S, prltteipal y «o toda* la* Ubrvlu, %> M > 48 » • 90 > ANÜMGIOS.' Stpatielu—Praeloi eon« T«acionala«. Biciram}«ir0t—Doa ttaXe» Unw. txtranjtro » I Trim. 60 » ^'(«•antarlASo. XW » TraoionalM. VENTA. Toda la «onMpendtwSU M dirigirí al admi&iitradw d« •LOLOBO. I 4 raalM. pUBiO ILUSTRADO P011.ITI©0, « I K N T l F i a O Y I.ITBÍRAKI01 Año VI.—(SEGUNDA ÉPOCA), ;V i e r n e s Q O d.e M a r z o do 1880. MADRID..—NAm. l . e S S * asa SUMARIO. Bl Calvario, por A. Vicenti.—Loagermones de ayer (por la tarde: Pu'isima Concepción. ,San Martin, fian Francisco. a»n Luis, Olivar, ¿íau Lorenzo, ¿;an Pascual, Capilla Real. Por la noche: San Ignacio, Descalzas, Olivar, Carmen, San H&cido),—La iSemana Santa en JeviUa (de nuestro servicio particular) —Noticies generales.—Telegríimas.—Gaceta.— Boletín religioso.-FoUetines: (Lecciones clínicas, por el doc'or González Bnoiuas.—^í último barón, por sir Bdward Bttlwer Lytton).—Anuncios, NUESTRO GRABADO. El Calvario. Sobre el legado imperial Poncio, llamado Pilaría sin duda á causa del pilus ó dardo de honor con ?ae por sus máritos habla sido condecorado, ha re°fiiao toda la responsabilidad del suplicio del JustoPero verdaderamente el «gran sacerdote de aquel *"o>» que dice el evangelista, fué el verdadero y «I UQÍco culpable, Anas ó Hanan, pontífice depuesto, pero que ,.\ ?_oiiservaba todo el poder, por mas que su yerno faifas disfrutase del título, aprovechándose del ^acándalo que entre los fariseos había producido , '«resurrección de Lázaro, formuló la acusación, t„ °°tró los testigos, instruyó el proceso y obuvo del cuerpo sacerdotal la orden de arrestar * Jesús, donde quiera que fuese habido, tiari '^'í® la agitación ocasionada por el Mesías ñaua tuviese de temporal, los fariseos y todos J'Uantos vivían del templo, adivinaban como na- , ural consecuencia de ella, no solo una próxima L^^.y°'^ agravación del yugo romano, sino que amblen la ruina de las instituciones religio,*^ y.por lo tanto, de sus honores y riquenin ^'J^''°"3e, pues, atemperándose á nn prinoi¿ ° °°"^ervador, que mas adelante debía volver hran ^? "^°-' *V^'^ ^^^ 1* muerte de un hom,i„i' >„® la ruina de un pueblo,» y á favor de las H^i ^^H^* ^.^ Jidas, sorprendieron á Jesüs cerca uei mouno de aceite del huerto de Gethsemaní, a donde se había refugiado, en la noche del 43 de iNisan (jueves 3 de Abril) víspera ó antevíspera Ce la Pascua de los hebreos. Sabido es que los discípulos abandonaron cooardemente á su maestro. Solamente un joven, ni °? ®^ evangelista Marcos designa con et uombre de mancebülo, un joven cuyo nombre y > condición han sido siempre un misterio, se atre- , »ió á seguir á Jesús hasta el momento en que, "percibido por dos soldados de la patrulla y parseguido por ellos, huyó, dejando en sus manos '* blanca túnica que le cubría. ¡Noche cruel, cuyos minutos han contado y aun hoy recuerdan la religión y la historia! En el Talmud se explica el procedimiento ^eguido contra el Divino Maestro y la forma en ífe fuá interrogado y sentenciado, como seduc^o/ (meaith) culpable da atentado contra la relie.'on oficial, de blasfemia contra Dios y de aedi•¡lon contra Tiberio. ,< En la sala de justicia del gran sacerdote, hablábanse dos testigos ocultos detrás de un lienzo para tomar nota de las palabras vertidas por el ^^3to, á cuyos dos lados se habían colocado anorohas con el objeto de que aquellos pudiesen ueqlarar que le habían reconocido, Llevado por Ultimo al pretorio, allí fué condenado, pese á la «euevoiencia y á causa de la debilidad de Poncio, HUe nada quiso objetar á la siguiente feroz reclajuaeíoQ del pueblo; «Disponga lo que quiera la í~y romana, nosotros tenemos la nuestra, y sefe'ío ella debe morir porque se ha hecho hijo de L>WS.)|,_/s. 19-7.1 ^ -(S. ,1uan. Juan, 19-7.) la f^^ °^^^ realmente Pilatos, transigiendo con .*. ferocidad de los judíos, pero en realidad no dÁ K ^''^^ '° 1"® <^'^^ y ^^i^ siglos después habia r° hacer en nuestra España el brazo secular con J«s sentenciados del Santo Oñoio: prestar la «ea- • , Verdad es, por otra parte, que de haber °rado él y Anas y Herodes, y los fariseos y el ^?Pulacho, en forma mas humana y equitativa, "' se hubieran cumplido las profecías, ni hubie* podido verificarse la redención, merced á la ^•^al se nos han abierto las puertas de la libertad ' las del cielo, ha f^^° °° pongamos la atención en detalles y «ecüos prácticos que datan de ayer, puesto que "«urrieron en una época perfectamente eonoei^a) y en una sociedad demasiadamente civiliza(,„' y fijemos los asombrados ojos en aquella n8« '"^ del Golgotha, en aquella cruz que allí sifl-i °® enclavada desde el principio de los i„^'°3> y cuya sombra abarca y llena todavía '"3 ámbitos del mundo. . Allí estaba Jesüs desde las doce de la mañana ^g^^iárnes 13 de Nisan (4 de Abril); allí permanece QjJ*» siquiera sea en espíritu, al cabo de mil ocho«ntos cuarenta y dos años, vjij "".^sús saboreó uno por uno los horrores del suJ6 o ' P°®3to que no h^bia querido beljer el brevai'Ompuesto de vino y miel fuertemente aromatíae ) v.'^ preparado por las damas de Jernsalem, que man * siempre á les reos con el objeto do ador°«er su sensibilidad y de mitigar sus dolores, de ft '? l6J03, veía tal vez las tres piadosas mujeres «eren ^^"'^ ®° ""ya blanca casita hab.'a pasado tan íue on ""í'a3;ásu lado, losdos vulgares bandoleros difeJlf partían su suplicio; á sus pies, algunos inan Pal '^? soldados de la legión romana acantonada iuffaS» - * (y reclutada en España) que entra al HohV '°^ '^*'^°^ ^"^ despojos del roo. last;mart '^'^ instante en que devorado por la sed 6 dosótro^ por algún penetrante dolor, pronunció do guB n J^*^'"'*^ liebreas. Un legionario, crayenPosca ,S , '^^ beber empapó una esponja en la ^•<^tttañní1? -^^^ *S"* y "^1° agro que los soldados "oa llevaban en todas sus expediciones, y po- niéndola en el hierro de su lanza acercóla á los labios del Mesías. Entretanto, insultábanle los transeúntes, y mofábanse ó protestaban, llenos de cólera, al leer el rótulo puesto eu lo alto da la cruz y escrito en los tres idiomas, latino, griego y hebreo: «este es Jesús de Nazaret rey de los judíos.» Sombrío estaba el cielo y cargado de nubes; yerma y desolada como nunca la tierra. Desamparado y solo, sintiendo todos los dolores y angustias de la carne, el Hijo del hombre, debip tender por un instante los qjos al risueño pasado, puesto que cuando la muerte se acerca, aquel que la sienta venir compendia y resume en un minuto los acontecimientos de una lar^a vida. Tal vez reaparecieron entonces en la memoria de Jesús las frondas y las agnas vivas de Galilea, los lugares queridos de su primera juventud, el gracioso lago de Tiberiades, las montañas y los huertos testigos de su predicación, los niños que tanto le habían lacion de la sangra y la congestión subsiguiente á la violentísima postura, eran capaces da poner término á aquella lenta y dasesperada agonía. Los crucificados de complexión robusta, diee Eusebio -—Historia ecles. VIII, 8,—no morían sino de hambre. La constitución física, delicada y nerviosa de Jesús, ó la ruptura de un vaso cardiaco, como algunos se inciinaa á creer, libróle da este exceso de tortura. «A la hora de nona, (S. Mateo, 27. 50) habiendo otra vez exolamadicongr-ando voz, dio el espíritu.» El eclipse y el terremoto, consignados en las historias profanas, y que coinoidiaron con el tránsito del Justo, sembrando terror en el ánimo ya intranquilo de los soldados y do la plebe, pusiéronlos en fuga. Y allí, en la cima del Calvario, quedó solo y blanqueando en medio de la nocturna tiniebla, el cadáver de la victima propiciatoria. Alfredo Vioentí. ,tf"..,:v:i salida de los labios dol soflor don Manuel Batragueño. El monumento lleno de luces, la cruz da los altaros cubierta con paños morados, los fieles qno hincan su rodilla para dirigir sus preces al Altísimo, los sacerdotes con sus albas y con sus d»lmátieas vestidos, el predicador que sube lentamente las gradas del pulpito, todo convida á la oración y al recogimiento, menos el sonido metálico, continuo, persistente, acompasado do las monedas al chocar en las argentadas bandejas. Ua sacerdote entona las palabras del capítulo 13 del Evangelio da San Juan, que dicen: Anfe diem festum Paschce, etc. En este tiempo, el predicador ha subido al pulpito y tras breve oración, ae ha levantado, ha sacado de eutre su sotana el reloj y ha mirado la hora; signo que indica previsión laudable. Terminado el Evangelio, el orador repite en voz baja estas palabras, que el sacerdote oficiante acaba de cantar: Cum dileaoiset suos, qui crant in mundo, in finem dilexit eoí. Y este es el tema sobre el cual el señor Butragueño basó au discurso. Voz clara, dicción generalmente oorreata y en ocasiones confusa, estilo llano y a v e ces vulgar, pocos adornos de esos que desdioelí del tono grave de la elocuencia sagrada; tales , aon las dotes y los defecl;oá del orador que ayer escuchábamos. El señor Butragueño habló de las grandezas de la religión católica, siempre viva y triunfante siempre á través de los siglos y en inpdip de la ruina de los imperios; de la ley de amor, que ea ley de vida de )a Iglesia; de 1» institución del sacramento de la Eucaristía; comparó este sacrificio con el misterio de la Trinidad, con la creación, con el sacrificio del Gólgotba, y lo halló mas grande, mas solemne, mas inefable, por lo mismo que significa la nnion estrecha del liom< bre con Dios.,; Habló después de la cena de Cristo con sua discípulo", y exhortó á los soberbios de la tierra, que pretenden ^locamente igualarse á Dios, á que imitaran el ejemplo de humildad y de mansedumbre del qne, habiendo oreado (los cielos y la tisrra, no se desdeñó .de lavar los pies á los apóstoles. I Tal fué el discurso del señor Butragueño, en el cnal reconocemos con gusto buena y sana intención. I. de 2 . '. En San Jíoaó. El señor don Germán Aledo, encargado del sermón de Mandato en la iglesia de San José, no nos era conocido como orador, mas como escritor sí. Hará cosa de dos años que el señor Alado empezó á publicar en un periódico de esta capital una serie (así la llamó el diario aludido), d« artículos contra el protestantismo, Habimos de ocuparnos del primero, y no pudimos tener el gusto de hacer otro tanto con el segundo, porque en aquel dio principio y fin la serie. A\er conocimos al señor Aledo como predicador. ' El señor Aledo está todavía en muy buena edad para adelantar mucho ea el campo da la oratoria sagrada; así es qué esperamos tener ea lo porvenir motivos para aplaudirle; por hoy, con gran sentimiento nuestro, nos vemos precisados á dejar los aplausos para mejor ocasión. Y no es que á este apreciable presbítero le falten buenos deseos, no; el señor Aledo, á lo que parece, trabaja sus sermones con esmero, y no va, por decirlo así, 4 lo que salga; pero tiene excesiva afición á las metáforas, las cuales flia'arza á veces unas en otras con arto no hiúy feliz. Tan pintoresco estilo, unido á un tono declamatorio, que se sostiene durante to4o el sermón en «I diapasón mas silbido; pt'oduoe» un efecto singular, que no es seguramente el que el señor don Germán busca. El orador ensalzó la humildad. Nosotros humildemente le aconsejamos que suprima siquiera un centenar de metáforas en cada sermón, y no tendrá motivos para arrepentirse dó ello. H5l Cálvai'íO. amado, y toda aquella naturaleza ríante, y toda aquella población campesina, siempre afectuosas y siempre fieles. Ah, ¿por qué habia venido á la incrédula, á la revoltosa ciudad, abandonando á los sencillos provincianos ricos de fé y dotados de corazón, para los cuales ora como maná celeste la nueva y redentora doctrina? Levantó al cielo los ya enturbiados ojos y trató tal vez de descubrir la faz del Padre, clamando y dioiendo: Eli, EU, ¿lama sábachtani? Señor, señor, ipor qué me has abandonado?» Paro bien pronto se sobrepuso á la naturaleza humánala divina, y volviendo los ojos á la tierra aún tuvo fuerza y voz para perdonar á sus verdugos. Poco duraron ya sus tormentos, cuyo fin anticipó piadosamente la muerte, al cabo de tres horas da suplicio. ' Dábase en la crucifixión la horrible circunstancia de que el reo pudiese vivir dos y tres días, como que cesaba muy presto la hemorragia de las extremidades, y solamente Ól deaai reglo en la circn- LOS SERMONES DE AYER; Eii la capilla de la Purisiuta Concepción. El templo es de suyo reducido. Dos filas de mesas colocadas á derecha é izquierda dificultan un tanto el paso de los fieles. Sobre las mesas se ven grandes bandejas con algunas monedas de oro, de plata y de cobre, y delante de las bandejas unos carteles indican, en gruesos caracteres, el fin piadoso á que los fondos se destinan. La casa de socorro, la escuela católica del barrio de Salamanca y otras fundaciones que ahora no recordamos tienen aLI sus petitorios. Entre todos los carteles nos llama la atención uno que dice: Para las huérfanas de la Sacra Familia, palabras que no acertamos á comprender, porque la Sacra Familia vive y vivirá perpetuamente, para consuelo de los afligidos, para alivio de menesterosos y para gracia y perdón de pecadores arrepentidos. Eran las tres de la tarde, hora en que debía escucharse en aquel sagrado recinto la palabra, divina R. T. ffin San l l a r d o . Como buen feligrés, acudí ayer tarde AI llsmamiento de mi parroquia, y á las tres en punto me hallaba á los pies del pulpito esonóhando la palabra del presbítero seftof Cuesta Espino, Es éste nn joven de baja estatura, de místico aspecto y do maneras distinguidas. Su voz es clara y vibrante, y su palabra afluente. Esto, no obstante, preciso es confesar que au arta dista mucho de ser perfecto y <iiue au eloouen oía es fria y monótona hasta dejarlode sobra. El señor Cuesta se limitó ayer ií narrar loacaeO'doen elactrt del lavatorio y de la cena; ciñóge exclusivamente á' reproducir lo consignado ea las páginas del Evangelio óhizónn trabajo comparaolo tan solo al de un relator que dá cuenta de un apuntamiento. Y á fé mía que el tema se presta á laa mil maravillas para levantar á grandes altura» el vüélo do la imaginación y pintar con vivísimos colores dos de loa mas grandes episodios de la sublime tr£gadia que en estos diaa se conmemora. Pero por desdicha, el señor Cuesta Espillo no sabe goneralizar ni tiene el don de embellecer los hechos deduciendo de ellos laa grandes enseñanzas que encierran. Además, laa bellas imágenes, las oportunas y atinadas comparaciones, las galas del estilo y la corrección del lenguaje casi son letra muerta para el mencionado predicador; por estas oiroaoatancias, natural era que su sermón produjese moy poco efecto óu el ánimo da sus oyaatos, •J.'A. ••