borracho en parranda santa

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BORRACHO
EN
PARRANDA
SANTA
ALEJO VALLEJO B.
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Borracho en parranda santa
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“Todos los vientos juntan aquí sus pétalos como en el ombligo
rosado de una flor”
(German Arciniegas, en Jiménez de Quesada)
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Se estaba ahogando un ratón dentro de un barril de vino… El borracho apuró su
trago de aguardiente haciendo un esbozo de gesto de invitación a sus
compañeros de mesa y se obstinaba en proclamar que le importaba un pepino el
tema de la conversación, decía que era consciente de su actitud y que reconocía
su terquedad pero ello le importaba un soberano culo. Al escuchar los primeros
acordes de la ranchera, lanzaba un par de gritos destemplados creyéndose el
mejor de los mariachis de la plaza mexicana Garibaldi. “Me importa un poco que
tu a mí no me quieras… tu eres la chancla que yo dejé tirada…”, cantaba el
borracho y la saliva le descolgaba de sus labios. Los amigos que le rodeaban,
igual de borrachos, envueltos en una nube de humo de cigarro y berrinche, le
seguían con los ayayaes, los vivas y los hurras celebrando a la muerte. “La vida
no vale nada… No vale nada la vida!”, resongó la voz de Pedro Infante.
La noche empezaba, los muchachos revoloteaban jugando por entre las doce
puertas del café y los novios daban una y varias vueltas al parque principal
cincuenta pasos más allá. Al grupo de beodos fue acercándose un hombre con
un niño y una niña de la mano que no parecían sus hijos. Era uno de tantos
ambulantes por las calles, plazas, parques de las ciudades y municipios,
producto de los desplazamientos de población a causa de las amenazas y
presiones de los actores armados ilegales del conflicto interno, guerrilleros,
delincuentes y paramilitares.
-Buenas noches, perdónenme los moleste señores, podrían, regalarme una
monedita para poder comer que estamos con hambre… Yo soy un reinsertado
que vengo del Putumayo… soy un reinsertado de los farcos… del grupo del café.
Nosotros firmamos unos papeles con los señores del gobierno para meternos
aquí en la vida civil pero ellos nos engañaron y no nos cumplieron. Ahora
estamos pidiendo para vivir, para llevarles la panelita y los pancitos a mis hijitos
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que esperan en el cuarto donde estamos viviendo y que no tenemos cómo pagar
el arriendo… ellos dijeron que nos entregaban una máquina para cada uno, una
despulpadora de café para hacer cada uno la pequeña empresa, pero después
que firmamos los papeles y nos salimos del monte ellos llegaron con unas pocas
máquinas y dijeron que era una para cada tres, que las otras estaban todavía en
Italia y que teníamos que esperan por ellas. Yo no quería que fuera una para
cada tres sino una para cada uno. El contrato era por tres meses y que luego
íbamos a recibir un pago cada mes para poder vivir mientras empezábamos a
producir. El dinero ese era para comer, pagar el arriendo y otras cosas…
-¡Tómese un trago paisano!
-Gracias, no puedo tomar
-Entonces, me lo tomo por usted
-Cada persona es libre de su voluntad y los reinsertados dejamos la guerrilla
porque ya estamos cansados y como vimos que el gobierno quería ayudarnos
pues acetamos la condiciones pero las espetativas no se han cumplido.
El hombre continuó hablando. Nadie le atendía. Ahora hay más de mil
desaparecidos y muchos de ellos han sido asesinados y nadie vuelve a saber de
ellos. Los funcionarios del ministerio del interior se están aprovechando de la
plata pero por millones y millones, y también hay mucho dinero que va a parar a
los bolsillos de los militares… Eso lo digo porque al principio nos dijeron que nos
daban un dinero, una cantidad por retribución cuando entregamos los fusiles,
otra cantidad por las municiones, otra por las granadas, otras por las minas, y así
según la entrega, todo tiene una retribución…
¡Mozo! Sírvame la copa rota… quiero desangrarme hasta la última gota…
mozo… quiero beber y beber y beber…
El pordiosero permanecía hablando, ahora en tono bajo, pero esa plata se acabó
y muchos reinsertados están cometiendo atracos… el proceso se le salió de las
manos al gobierno… el alcalde de Bogópolis dijo que los reinsertados que
habían en la capital se habían convertido en una bomba de tiempo…
Varios golpes secos y fuertes, en ráfaga, sonaron más allá donde estaban las
mesas de billar y los hombres giraban en torno a ellas con los tacos en las
manos. La bola negra con el número ocho golpeó en un costado a la bola roja
con el número siete que salió rauda hasta perderse en la busaca. La bola negra
continuó su camino oblicuo hasta dar en la banda y abrirse hacia la derecha en
ángulo obtuso de ciento veinte grados para golpear suavemente la bola rayada
de azul con el número diez que se precipitó ruidosamente por aquella garganta
oscura que la esperaba.
…el gobierno no calculó que había tanto reinsertado, somos como ocho mil los
que llegamos a Bogópolis y nos repartieron en hogares pero allí nos dejaron y no
volvieron a cumplir con el contrato…. en este país hay mucha corrución, el
proceso de reinsertación se ha convertido en un cuello de botella, solo en
Bogòpolis son trescientos albergues… Este era una proyecto produtivo pero los
entes de control del ministerio fallaron por la ambición, porque hay mucho dinero
envuelto… hay muchas quejas, muchas denuncias, hay mucha polémica, hay
acciones de grupo, hay tutelas, hay violación de derechos humanos en este
proceso de retorno a la vida civil.
-Tómese otro hombre para que olvide esas penas
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-Que va, eso me hace mal pa’la úlcera. Regáleme unas moneditas.
-¿Cómo te llamás hombre?
-Belarmino.
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Cien ejemplares llegaron en dos cajas, junto con otros importantes libros, a
bordo de la goleta Espíritu Santo. No era sorprendente que fuera un centenar, en
comparación con otros libros, tales como La Ciudad de Dios de San Agustín, Los
Emblemas Morales de Covarrubias, o Los Peregrinos de Lope de Vega, de los
cuales llegaron a Cartagena de Indias sólo unos cuantos que no alcanzaban la
docena.
La novela que figuraba como historia fue publicada en enero de 1605 en Madrid
y su fama cruzó el océano tres meses después para divertimento de los
españoles afincados en tierras americanas. La colonia se había ampliado con los
numerosos viajes emprendidos por Cortés a la nación de los aztecas y por
Pizarro a los dominios incas. Muchos otros conquistadores y gente menuda se
había embarcado a las esas tierras prodigiosas y continuaban haciéndolo
hechizados por las enigmáticas leyendas de su fabuloso Dorado. Las primeras
poblaciones en tierra firme empezaban a crecer y la Corona española extendía
su poderío ordenando el establecimiento de aduanas, santo oficio,
gobernaciones y virreinatos.
Había transcurrido 113 años desde el día que Colón puso sus pies sobre la finas
playas de Catay, nombre que el genovés tenía en mente como el país de las
especies, a donde también llegaría circunnavegando en dirección contraria a
como lo habían hecho otros.
Los cien ejemplares de la Historia del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha era el tributo que su autor quiso hacer al Nuevo Mundo, continente que
se abría generoso a la posteridad, ese mundo desconocido a los hombres de
entonces y que ofrecía a la civilización europea otra realidad, la alternativa de un
sol desconocido. Ùnicamente Platón había hablado de los atlantes, un pueblo
desaparecido más allá de las Columnas de Hércules.
Era el mejor y más fraterno regalo que Cervantes, su autor, podría haber hecho
a las maravillosas tierras recién descubiertas, tierras a donde quiso llegar y para
ello había solicitado empleo y visa a los reyes, de modo que le nombraran
contador de las galeras en Cartagena, gobernador en la provincia de Soconusco
en Guatemala, corregidor en la ciudad de La Paz, o contador del Nuevo Reino
de Granada.
El alma del viejo hidalgo cabalgando en las alas del Espíritu Santo cruzó las
aguas y los cielos como lo había hecho en las ancas de Clavileño, junto con su
fiel escudero Sancho Panza, durante su dichosa estancia en aquella hacienda
de los duques, cuando acudieron, con mucha voluntad y no menos temor, a
socorrer a la princesa Micomicona amenazada por el gigante Melambruno de la
Vista Fosca.
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Esos mismos gigantes de los que hablaba el fiel caballero de la Triste Figura,
que por entonces plagaban su imaginación como producto de la mucha lectura
de libros de caballerías, no eran otros que los conquistadores de ultramar
revestidos de impenetrables armaduras, montados en sus briosos e imponentes
caballos, empuñando un arcabuz en una mano y una cruz en la otra, que los
indios veían como seres de otros planetas, tempestuosos e invencibles, y que en
otros tiempos, algunos de barbas y cabellos blancos, habían sido confundidos
con hijos enviados por Zeus, el dios griego de todos los dioses.
Los conquistadores, perdidos en la borrasca de su exterminio, beodos de poder,
ambición y desafuero, continuaban su trámite. Los indios seguían siendo
expropiados de sus dioses en oro y plata, de sus tierras, de sus mantas, de sus
llamas. Los conquistadores llegados de España, de Alemania, de Francia, de
Italia, de Portugal, arrasaban con los cultivos en flor en su afán de calmar el
hambre amenazante, perseguían a los nativos hasta doblegarlos y asesinarlos,
provocando el suicidio en grupos, y en otros el desplazamiento a las selvas
oscuras e impenetrables.
El historiador Francisco López de Gómara, nacido en 1511, autor de la Historia
General de las Indias y Conquista de México dijo que en acabándose la
conquista de los moros, que había durado más de ochocientos años, se
comenzó la de los indios, para que siempre peleasen los españoles con los
infieles y enemigos de la santa fe de Jesuscristo.
Sería aquella conquista un febril remedo de retaliación, una loca y atrevida
negación de ocho siglos de dominio árabe y judío, que amenazaba el corazón de
los hijodalgos, herederos de la vieja hispania que conoció el esplendor de otras
épocas.
Las primeras ciudades del novo mundo crecían en medio de misas, rosarios,
trisagios, salves, rondas de arcabuceros y ballesteros, quienes imponían su
amañada ley del despojo, fruto de la interpretación torcida de un régimen feudal
asentado en la conveniencia de los señores dueños de la tierra, en los
encomenderos y terratenientes que veían venir un cambio en las costumbres, en
los pensamientos y en los valores de aquel tiempo medieval, el renacimiento de
una nueva mentalidad.
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Don Manuel Aristizabal abrió las puertas de su peluquería como lo hacía todos
los días a las seis de la mañana. Deshacía el paquete y contaba los periódicos
llegados en el avión al aeropuerto procedentes de la capital del país.
El Progreso no había cerrado sus puertas y los borrachos seguían dando lata
alrededor del aguardiente y el humo del cigarrillo. Habían llegado dos
serenateros con sus guitarras que se sumaron al grupo de amanecidos a pedido
de uno de ellos.
Las señoras y solteronas envueltas en sus chales negros pasaban rumbo a la
misa de siete de la mañana. Las dos hermanas Claudina y Ligia Betancur eran
dos de ellas. Las campanas anunciaban el oficio religioso con su tam-tim-tamtim-tam-tam, tam-tim-tim-tim-tam-tam y el campanero remataba con un tum…
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tum… tum… que eran los tres golpes graves y finales que querían decir que la
misa ya empezaba. Este día la gente acudía a la iglesia del Carmen en número
desacostumbrado, había un ingrediente inusitado.
Todavía estaban frescas las huellas del hilo de sangre en el baldosín de la
sacristía.
El cura estaba herido por el disparo recibido a la altura de la ingle al huir la
noche anterior del lecho donde hacia el amor con aquella joven hermosa que era
la recién elegida reina de belleza del municipio. El marido de la joven había
sorprendido a la pareja y había disparado el tambor de seis balas contra el bulto
del hombre cuando huía por entre los palos de café y las matas de plátano del
patio buscando ganar el cerco y salir a la calle. Un rastro de gotas rojas entre los
arbustos, la arena, la tierra negra y el polvo, que conducía a la casa cural
denunciaba al prelado, que entre otras cosas tenían bien ganada la fama de
mujeriego y calientachochas.
Esa mañana, las tres naves de la iglesia se coparon de parroquianos atizadas
por el morbo del acontecimiento. Muy pocos eran los que a esas horas acudían a
la iglesia a orar con fervor al señor creador del universo, pero sí eran los
curiosos la gran mayoría que fueron para saber a ciencia cierta si el curita estaba
vivo, si era realmente el mismo curita porque el rumor que se propagó a
medianoche y que interrumpió el sueño de la población era que ya se había
muerto a causa de las heridas, desangrado como un novillo atravesado por el
cuchillo en las manos del matarife.
Don Manuel hizo las anotaciones de las entregas de los periódicos. Los dos
jóvenes que vendían la prensa todas las mañanas salieron vocendo el nombre
de los rotativos seguidos de los titulares sensacionalistas. Un sol de verano
despuntaba por entre las altas cumbres andinas.
En la rocola se oía la voz de Olimpo: ayer era tu amante enternecido, hoy solo
soy tu amigo de ocasión, no esperes que yo vuelva arrepentido, y yo jamás te iré
a pedir perdón… los dos estamos ahora frente a frente…
Chepe, el dueño del café, encendió el televisor para ver y oir las noticias. Este
era ya un movimiento mecánico al igual que poner a hervir el agua para hacer el
tinto en la cafetera italiana plateada marca Torino.
Mercenarios de todos los países… bienvenidos-, proclamaba el vicepresidente
de la nación, Pachito Santiamén. Sean bien llegados a esta patria irredenta que
sufre el flagelo de la violencia sempiterna y atroz que desde la muerte de Gaitán
acaba con lo valores más sagrados de la humanidad, con la vida de los hombres
buenos y las familias cristianas. Bienvenidos a esta patria dolorida, templarios de
los nuevos tiempos, cruzados de la fe en el orden de las santas leyes eternas.
La noticia le dio varias veces la vuelta al mundo por los portales de internet, por
hotmail, por google, por terra. Este país le abre las puertas de par en par a los
mejores de los mejores tiradores. Bienvenidos por los cinco mil millones de
pesos de recompensa a quienes faciliten la captura de los cabecillas de la
insurgencia, los bandidos más buscados del planeta, decía con su voz meliflua y
asordinada Pachito Santiamén.
Bienvenidos las organizaciones más sofisticadas, los especialistas en los
métodos más eficaces… Bienvenidos todos los más expertos en el manejo de
armas, en tácticas de combate y enfrentamientos regulares e irregulares, que
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vienen a ayudarnos a derrotar los narcoguerrilleros que han sembrado de muerte
y ríos de sangre y desolación los campos de esta patria sufriente.
Era un país que pedía auxilio a sus hermanos del mundo para frenar la
hecatombe en que se había convertido la guerra sin fin al interior de sus
fronteras. Era una pueblo entero que debía salir al exterior a contrarrestar una
imagen de país paria, de nación bárbara, infierno al que fue conducida por años
de bipartidismo irresponsables que hiciera del mismo estado una caja de
Pandora para su beneficio particular, a favor de sus ambiciones egoístas, por
encima del interés general, a costa incluso de millones de personas cercenadas
en vida de múltiples formas y maneras.
“Hay fuego en el 23 y nadie sabe cómo fue… bomberos con la manguera que
hay fuego en la carretera… en el 23 de la 110 no se puede estar tranquilo… a
veces de madrugada… lo mismo al amanecer… se forma un rebombara que
salen gritando avisen al super que algo se esta quemando y no se sabe el fuego
dónde es… se reventó la bombilla y no se sabe cómo fue… hay fuego en el 23…
dicen que el fuego empezó a las tres… dale paso a la sirena que si no la ciudad
se quema… huele a quemao…que apaguen el fuego… traigan la escalera y el
extinguidor… yo no quiero morir en candela… esto es un infierno… si tu me
pides candela, candela te voy a dar… aquí se enciende la candela… que le den
candela… a esa gallina vieja… que le den candela… que rica la rumba está…
candela te voy a dar… mi candela te quema… que vengan los bomberos… que
se quema tu abuelo… bomberos,,, unos dicen que fue Jacobo pero eso yo no lo
sé… otros dicen que fue Manuel pero tampoco eso lo sé… “, se escuchó en la
radio de un campero último modelo que se detuvo frente al negocio.
Del automotor bajaron dos parejas de muchachos visiblemente animados por los
tragos. Tomaron asiento en una de las mesas ubicadas cerca de la calle que
daba al parque principal y aquel que parecía el mayor de los cuatro llamó a la
mujer que empezaba esa mañana la jornada laboral.
-¿Ron o aguardiente?
-Roncito- dijeron las muchachas. –… con cocacola.
-Yo quiero aguardiente.
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-¡Milagro de Dios! ¡Milagro de Dios!- gritó la anciana mientras apañaba por
doquier billetes de cinco, diez, veinte, cincuenta y cien dólares que
sobreaguaban a lo largo de la corriente. Llenó sus manos con los billetes
enlodados entremezclados con pedazos de madera, ramas, hojas verdes,
botellas de plástico, ganchos de colgar ropa, chiros y cartones. -¡Corran!
¡Vengan! ¡Rápido!Toda la noche llovió sin escampar desde la cabecera de la quebrada. El hilo de
agua creció hasta convertirse en un río encabritado que amenazaba con roer las
orillas y llevarse las pobres casas construidas de afán en los barrancos. El viejo
cause de la laguna El Papayo volvía a inundarse después que fuera drenado un
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