ENRIQUE DE OSSÓ, UN HOMBRE QUE VIVE Y AYUDA A VIVIR EN CLAVE DE ENCUENTRO A Enrique, como a Teresa, le fascina el mundo de la oración. Le fascina y le asombra. Le atrae, le seduce, le despierta. Es un gran discípulo de una gran maestra. Aprende de Teresa. Y de su mano va recorriendo ese camino interior entretejido de encuentros y desencuentros. Con ella se introduce, de Morada en Morada, en esa Aventura de relación que es su propia “Historia de amistad”. De su corazón le va a ir brotando continuamente, como un “mantra” que le configura, esa expresión tan suya: “Jesús mío y todas las cosas”. Es suspiro amante, deseo de corazón enamorado, integración de “lo humano y lo divino”. Poco habló Enrique de Ossó de “su oración”. Mucho “oró en alto” con sus lectores. Algo nos dejó escrito a sus hijas, como retazos de un deseo irrenunciable. Y lo escribió en esas palabras llenas de sabiduría que, de generación en generación, las Teresianas hemos llamado “Documentos de perfección”. En realidad encierran su deseo más genuino sobre el estilo de vida que quiso para nosotras. Una vida entendida en clave de relación, de «trato de Amistad». Esa especial experiencia de entrar en relación de amor con Dios, con todos y con todo, que va de dentro afuera. Y es evidente que, al escribir, volcó su propia experiencia. El capítulo 8 de sus «Documentos de perfección» lo dedica a la oración. Personalmente, a medida que voy buceando en sus palabras, más sabias me parecen. Voy descubriendo claves de vida, claves que dan sentido porque encierran una fuerte consistencia interior. Siento que se me descubre, poco a poco, lo que desde siempre he buscado... Siento que mi corazón va encontrando su centro en la Relación de Amor... y es que Enrique sabe poner en juego la «pedagogía del contagio». y contagia. ¡Vaya si contagia! Hace unos años quise hacer mi propia relectura de este capítulo. Quise escuchar el eco que producía en mi corazón. y quise expresar, con lenguaje simbólico, la riqueza de mensaje que encerraba en su interior. Descubrí que para Enrique de Ossó, la «oración», (junto con la «sinceridad y llaneza de espíritu» de la que habla en el capítulo anterior), son rasgos irrenunciables que van tejiendo la identidad teresiana. Rasgos a los que yo llamé «verdad y encuentro». Me metí dentro del capítulo y disfruté con lo que iba descubriendo: la experiencia de Teresa y de Enrique, se nos regalaba como camino configurador y transcribe lo que iba escuchando por dentro. Enrique de Ossó se me identificó con «el Maestro», que desde su soledad nos hablaba de encuentro, de interioridad, de amor. En el cielo se había hecho silencio. y en medio del silencio se escuchó Una Voz Amiga que decía: 1 «¿Qué o quién os podrá separar del Amor? ¿Qué o quién os puede impedir el encuentro? ¡Habitantes de la Nueva Ciudad! ¡Sois llamados a vivir en relación! ¡Estáis capacitados para el encuentro personal en el Amor!» Esta nueva llamada había resonado con fuerza irresistible en el corazón de todas las discípulas marcadas con el Sello de Familia. y había despertado en cada una de ellas las fibras más íntimas y personales de su ser enamorado. Algo les decía en su interior que había llegado el momento de recibir el Regalo que iba a producir el milagro de configurar su identidad. En realidad, no era una nueva llamada, pero todas experimentaban el estremecimiento de la intimidad. y era que el Amor se les estaba revelando a cada una como el amor de su vida, Amor personal, Amor de Relación, Amor vivido en un prolongado Encuentro de Amistad. El cielo de la tierra se cubrió de admiración, y cada uno de los habitantes de la Nueva Ciudad se regocijó en su interior. Cada una de ellas, muda de asombro, contempló en sí misma el Castillo de claro cristal y en el centro del Castillo, el Amor de su vida: Jesucristo, Alfa y Omega, Principio y Fin de la existencia humana. Jesucristo, que sin sonido de palabras decía: «¡Búscate en mí! ¡Y a mí, búscame en ti!» Desde su soledad, el Maestro asistió en espíritu a esta Gran Liturgia de Encuentro. y supo en su interior que cada una de sus discípulas había recibido la irresistible llamada al amor personal, al Encuentro ininterrumpido con su Dios, a la Interioridad, la Relación y la Presencia enamorada. Lo agradeció en su corazón, y-su cariño de Maestro y de Padre se explayó en un mensaje interior, que sin ruido de palabras inundó de consuelo y responsabilidad a cada una de sus discípulas: «Escuchadme: Nada más grande puedo deciros de lo que hoy habéis escuchado. Ni puedo haceros mayor regalo que el que hoy habéis recibido. 2 Habéis sido llamadas a vivir en relación de amor. Habéis sido llamadas al encuentro personal con Jesús. Pero este tesoro lo lleváis en vasijas de barro. No lo olvidéis, mis hijas. Cada una de vosotras sois una débil y sencilla vasija de barro. § Vivid el encuentro desde vuestra debilidad, y gozaros de su grandeza. § § Vivid el encuentro rebosantes de confianza y sentiros en sus manos. Vivid el encuentro en todo lugar, en todo tiempo, con la certeza de que él no se separará ni un instante de vosotras. Mis hijas, no caigáis en el engaño de amar con las ideas, ni os equivoquéis buscándole fuera de vosotras. No es ese vuestro camino. Estad atentas a vuestro interior, pues sólo hay una Palabra de vida: ¡su palabra! Aprended a escuchar. y cuando necesitéis hablar, hablad sólo el lenguaje del Amor, el que no necesita palabras. Tan sólo sencillos gestos nacidos de un corazón enamorado». El Maestro recibió el consuelo de que su Mensaje era captado por algunas de sus hijas. Pero también 6sufrió el dolor de sentir que, en otras, sus palabras caían en el vacío. Seguía teniendo la firme convicción de que el tiempo y la gracia obrarían el milagro. y así continuó comunicándose interiormente con cada una de sus discípulas. Así les dijo: «Evitad la tentación de encerraros en vuestro Castillo interior, ignorando egoístamente la necesidad que tienen vuestros hermanos y hermanas. El mismo que os ha dicho: «Buscadme en vosotras, y vosotras buscaos en Mí», también os dice: «lo que hicisteis con el más débil de vuestros hermanos, conmigo lo hicisteis". Y es que la llamada que habéis recibido sólo es una: «Amor de Dios y del prójimo». No hay amor más grande que entregar la Vida. Este es, mis hijas, el fruto del encuentro Para esto es la vida de relación de amor: para que nazcan siempre frutos de amor entregado, como el Suyo. Este es el Proyecto concreto que encierra la llamada que hoy habéis escuchado» . El Maestro quedó un Tiempo saboreando el eco de este Mensaje. Pasado el Tiempo, volvió a evocar la presencia de sus 3 discípulas: «Aún me vais a permitir una última palabra, les dijo. Todo Don recibido de lo alto, es un regalo para compartir. Mis hijas, emplead todo el caudal de vuestra creatividad, en descubrir a cada hermano el Gran Tesoro de la Presencia del Amor que habita en él. Dad testimonio de lo que habéis visto y oído. Abrid caminos de interioridad desde vuestra personal experiencia de Encuentro. Creed más en lo que vivís en vuestro interior que en las bellas palabras que salgan de vuestra boca. Y que ese sea vuestro Don al hermano. ¡Abrid caminos de encuentro personal al Amor!» El Maestro, desde su soledad, tenía experiencia del mensaje que acababa de enviar a sus discípulas. Por eso creció en él la seguridad de que el tiempo y la gracia harían posible en ellas lo que ya en él era una realidad. Y se quedó repitiendo, como un eco: «No pensar mucho, sino amar mucho... ¿ Quién me podrá separar del Amor.. ? Basta querer... querer amar...» Y así, de generación en generación, sigue viva la palabra de este maestro. Es palabra que tiene la autoridad de la experiencia de Encuentro. Es palabra que contagia. Yo, una de sus discípulas, sé que son palabras verdaderas. Y de su enseñanza, sigo recibiendo en mi vida, «gracia tras gracia”. CARMEN CAÑADA. STJ 4