La ira de Dios - Estudio Criminal

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La ira de Dios
Lope de Aguirre inicia una nueva serie de relatos en EPS que tienen como protagonistas a los
malvados de la historia. La leyenda de “el loco”, el tirano Aguirre (1515-1561), una criatura
diabólica que asesinó a 72 personas, entre ellas a su hija, y se rebeló contra el rey Felipe II, ha
inspirado a escritores, historiadores y cineastas.
JAVIER REVERTE
EL PAIS SEMANAL - 10-04-2005
Hay pocos seres humanos sobre los que pueda afirmarse que su carácter es esencialmente
maligno. Pero sin duda los hay. Y uno de ellos, a todas luces, fue el segundo hombre que, como
capitán de una expedición, alcanzó a navegar casi al completo el río Amazonas: el vasco Lope de
Aguirre. Conocido como Aguirre “el loco” y como “el traidor”, y muerto en 1561, esta criatura
diabólica, de personalidad tan cruel como sugestiva, sigue proyectando su sombra sobre la
historia y, en cierta medida, todavía fascinándonos. Walter Scott, Giovanni Papini, Sainte Beuve,
Uslar Pietri, Pío Baroja y Miguel de Unamuno, entre otros, hicieron referencias en sus obras a su
figura. Un escritor español injustamente olvidado, Ciro Bayo, le dedicó una novela, que tituló
Los marañones. Ramón J. Sender, años después, escogió su peripecia vital para su famosa La
aventura equinoccial de Lope de Aguirre. Numerosos historiadores, como el erudito aragonés
Emiliano Jos, se ocuparon también de Aguirre, y Julio Caro Baroja le dedicó un largo estudio en
su libro El señor inquisidor y otras vidas por oficio. En fin, el cine no podía dejar pasar de largo
tan trágica historia como fue la suya, y dos cineastas, el alemán Werner Herzog y el español
Carlos Saura, rodaron la peripecia de este vasco de Oñate en sendos filmes, el primero de ellos
con la inolvidable interpretación de Klaus Kinski. ¿Tan grande fueron su gesta y su locura como
para provocar tal atención? Digamos sencillamente que el currículo de sus hazañas se podría
resumir de la siguiente manera: desde que se embarcó en Perú, a las órdenes del navarro Pedro
de Ursúa, el 26 de septiembre de 1560, hasta que lograron matarle en Barquisimeto (costas de
Venezuela), el 27 de octubre de 1561, Aguirre asesinó u ordenó asesinar a 72 personas, entre
ellas a su capitán y a su propia hija, junto con más de treinta de sus propios hombres. Tan sólo
pareció ser algo piadoso consigo mismo, ya que le gustaba llamarse, con una cierta melancolía,
“el peregrino”.
La aventura de Lope de Aguirre está perfectamente documentada, ya que tres de los
componentes de la expedición amazónica, Fernando Vázquez, Pedrarias de Almesto y Custodio
Hernández, realizaron en años posteriores la crónica de aquella “jornada”, nombre con que se
conocía en el siglo XVI a las expediciones de carácter militar. Tal vez la intención de los tres
cronistas no era otra que descargarse de responsabilidades y de complicidad una vez muerto el
traidor.
En 1542, buscando El Dorado, aquella fantástica ciudad imaginada por los
conquistadores cuyas calles estaban asfaltadas en oro, Francisco de Orellana había errado su
camino y navegado el Amazonas desde la cabecera del río Napo, en Ecuador, hasta la
desembocadura en el Atlántico, hoy territorio de Brasil. Convencido de que había pasado cerca
de aquel reino repleto de riquezas, Orellana organizó una nueva expedición desde España, para
navegar, en esta ocasión, río arriba. Murió en 1546, víctima de fiebres, mientras se encontraba
perdido en el dédalo de islas y canales que forman el extenso delta del Amazonas.
En 1558, el virrey de Perú decidió organizar una nueva “jornada de El Dorado y el reino de
Omagua”, y eligió para comandarla al capitán Pedro de Ursúa, nacido en Pamplona. Ursúa
organizó su tropa y se dirigió a la cabecera del río Huallaga, un río tributario del Marañón, a su
vez afluente del Amazonas. Nombró como segundos a Juan de Vargas y Fernando de Guzmán, y
en calidad de jefe militar, a Lope de Aguirre. El día 26 de septiembre de 1560, la expedición
inició su marcha en busca de El Dorado.
Aguirre ya era conocido en Lima como “el loco”, e incluso había estado implicado en varios
asesinatos. Fueron no pocos quienes aconsejaron a Ursúa que no le llevase con él, pero el
navarro no hizo caso. Aguirre era natural de Oñate, territorio guipuzcoano, y se definía a sí
mismo como “vascongado”. La fecha de su nacimiento no está clara y los historiadores la sitúan
entre 1511 y 1515, con lo cual tenía cerca de cincuenta años al inicio de la expedición. Aunque al
parecer había recibido una cierta educación durante su juventud en España y sabía leer y
escribir con soltura, carecía de fortuna, y la expedición constituía para él una oportunidad de
enriquecerse. Era feo, corto de estatura y cojeaba del pie derecho a causa de una herida de
guerra. Según cuentan los cronistas, desconfiaba de todos y nunca dejaba sus armas, pues vivía
siempre en el temor de que alguien le asesinara.
La expedición la formaban unos trescientos hombres, más algunos sirvientes indios y esclavos
negros. Llevaban un buen número de caballos, pero hubo que abandonar la mayoría al no
conseguirse embarcaciones suficientes. Los marañones, como comenzaron a ser conocidos
enseguida los expedicionarios (el primer gran río peruano que desemboca en el Amazonas es el
Marañón), iban bien armados, con cien arcabuces, cuarenta ballestas y buena provisión de
pólvora y plomo. Formaban parte de la jornada seis mujeres, hecho poco frecuente: la amante
de Ursúa, una bella mestiza llamada Inés de Atienza; la hija de Lope de Aguirre, Elvira, también
mestiza, y las dos damas de compañía de cada una de las anteriores.
Ursúa y sus naves, dejando atrás el Marañón, entraron pronto en aguas del Amazonas, y
la navegación continuó sin incidentes destacables hasta que alcanzaron un lugar al que los
cronistas denominaron reino de Machifaros, y que algunos estudiosos localizan en la ciudad de
Coarí, en la Amazonia brasileña. Ursúa ya era visto con recelo por algunos de sus hombres,
especialmente por parte de Fernando de Guzmán, uno de sus lugartenientes, y por Lope de
Aguirre, su jefe militar. En el atardecer del 1 de enero de 1561, Guzmán y doce rebeldes más
asesinaron a estocadas y cuchilladas a Pedro de Ursúa; al otro lugarteniente, Juan de Vargas, y a
todos sus leales. Lope de Aguirre, instigador principal de la revuelta, permaneció en un segundo
plano. Los amotinados gritaban tras los asesinatos: “¡Viva el rey! ¡Muerto es el tirano!”. A finales
de marzo, el propio Aguirre asesinó a puñaladas a Inés de Atienza.
Los episodios que hicieron más famoso a Aguirre se produjeron precisamente tras el asesinato
de Ursúa. El navarro había sido nombrado comandante de la expedición por el virrey de Perú,
que es lo mismo que decir que era emisario del rey de España, por entonces Felipe II. Una
rebelión contra Ursúa era, en el fondo, una revuelta contra la Corona, lo que se consideraba
traición y cuya pena no podía ser otra que la pena de muerte. Consciente de ello, Lope de
Aguirre sabía que no había otra solución para él y sus aliados que continuar huyendo hacia
adelante. Y de ese modo propuso a los amotinados la proclamación de Fernando de Guzmán
como Su Alteza Real Fernando I el Sevillano, Príncipe por la Gracia de Dios de Tierra Firme, el
Perú y Gobernador de Chile. Caro Baroja considera aquel hecho como una afirmación de
“desnaturación”, término que se empleaba para calificar el rechazo a un rey y a sus leyes y
gobierno. Antes de Aguirre, algunos vizcaínos lo habían hecho durante el siglo XV, y otro
personaje mucho más famoso que él, el portugués Francisco de Magallanes, se había
“desnaturado” de Portugal en 1517 al considerar más beneficioso, antes de emprender la
legendaria vuelta al mundo en la que perdería la vida, ofrecerse como vasallo al emperador
español Carlos. Los portugueses siempre consideraron un traidor a Magallanes y su nombre
sigue escociendo en las páginas escritas por algunos historiadores lusitanos. Por su parte, unos
pocos estudiosos nacionalistas vascos han intentado, a su vez, encontrar en Lope de Aguirre una
suerte de mito; pero la mayoría, con buen juicio, ha desistido, al poner en el otro lado de la
balanza el peso de su malévolo corazón.
En mayo de ese mismo año 1561, Aguirre ya no soporta-ba en el trono al rey Fernando,
mientras seguían navegando río abajo el Amazonas. La noche del 22 le asesinó mientras dormía
por el que parecía su método favorito de matar: a puñaladas. Y de inmediato hizo ajusticiar a
todos sus partidarios. Los marañones eran ya, en las cercanías del actual Manaos, una tropa
desesperada, sedienta de oro y gobernada por un tipo mesiánico, cruel, ávido al mismo tiempo
de riqueza y de muerte. El mismo Aguirre diseñó la bandera de su cuadrilla de salteadores: dos
espadas de plata, cruzadas y con las hojas goteando sangre, sobre un fondo negro. Se sabía a sí
mismo un pirata, y como tal le consideraban ya las autoridades españolas. En el virreinato de
Lima se había puesto precio a su cabeza.
Durante un tiempo se afirmó que, en las proximidades de Manaos, la expedición cambió la
dirección de su marcha y tomó el río Negro, para navegarlo hasta las cercanías de sus fuentes,
tomar luego el canal de Casiquiare y seguir por el Orinoco hasta alcanzar su desembocadura
primero, y más tarde la isla de Margarita. Sin embargo, no parece probable que fuese así, ya que
los barcos de aquel tiempo no estaban preparados para navegar contra corriente y menos aún en
un río como el Negro, en donde se encuentran numerosos rápidos y pequeñas cataratas en las
proximidades de São Gabriel de Cachoeira. Los cronistas no dan explicaciones concretas sobre
la navegación a estas alturas del viaje, pero lo más lógico es que, como hizo la expedición de
Orellana de 1542, siguiera río abajo hasta la desembocadura, y que desde allí, bordeando la costa
atlántica rumbo norte, arribase a la isla de Margarita. La fecha del desembarco de los
marañones en la isla venezolana la fijan los cronistas del viaje en la tarde del lunes día 20 de
junio de 1561.
Desde su llegada a la isla hasta su partida hacia la costa continental venezolana, a finales del
mes de agosto, Lope de Aguirre no cesó de saquear y matar en Margarita. Arrasó y vació de
riquezas varias poblaciones insulares y, ya en el continente, venció a las tropas realistas en las
ciudades de Nueva Valencia, Mérida y Tocuyo. Después de someterlas al pillaje y matar a varios
representantes de la Corona hispana, decidió dirigirse a la conquista de la ciudad de
Barquisimeto. Antes de ello, en Nueva Valencia, escribió su famosa carta de rebeldía a Felipe II.
La misiva ha sido calificada por algunos, entre otros el libertador Simón Bolívar, como la
primera declaración de independencia americana. También, como ya dije, algunos estudiosos de
Euskadi han insinuado que a Aguirre puede contemplársele como una voz del irredentismo
vasco. Ni una cosa, ni otra. Perseguido por la ley, “traidor” a su rey (así se definió él mismo tras
la muerte de Ursúa), “Lope no sólo no se curó de conservar la reputación”, según observa Caro
Baroja, “sino que exageró cuanto pudo para que aquella fuera mala por los siglos de los siglos”.
“Rey Felipe, Natural español, hijo de Carlos, invencible”, comenzaba la carta al monarca
español. Y después de tratarle de ingrato añadía: “He salido con mis compañeros de tu
obediencia y desnaturizándonos de nuestra tierra, que es España, voy a hacerte la más cruda
guerra que nuestras fuerzas pudieran sustentar y sufrir (…). Por cierto lo tengo que vais pocos
reyes al infierno porque sois pocos; que si muchos fuésedes, ninguno podría ir al cielo, porque
creo que allí seríades peores que Lucifer, según tenéis hambre y ambición de hartaros de sangre
humana; más no me maravillo ni hago caso de vosotros, pues os llamáis siempre menores de
edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro gobierno es aire (…). Ya de hecho hemos
alcanzado en este reino cuán cruel eres y quebrantador de fe y palabra; y así tenemos en esta
tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero”. Finalmente, después
de relatar con detalle las muertes de Ursúa y de Guzmán, y todos los asesinatos ordenados y
cometidos por él, Aguirre añadía la lista de sus principales compañeros. Y rubricaba: “Hijo de
fieles vasallos en tierra vascongada, y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud: Lope de Aguirre,
el Peregrino”.
Las tropas realistas se reorganizaron cerca de Barquisimeto, y el gobernador general dictó un
bando por el que se ofrecía el perdón a quienes desertaran de las filas de Aguirre. La promesa de
amnistía tuvo un efecto inmediato, y, casi en masa, los marañones abandonaron a su capitán.
Sabiéndose perdido, Aguirre mató a cuchilladas a su hija, para que no quedase como “puta de
todos”. Dos arcabuzazos le alcanzaron después, uno en la pierna y otro en el pecho. Custodio
Hernández, uno de sus cronistas y compañero de la aventura amazónica, le cortó la cabeza
mientras agonizaba.
Al cadáver le amputaron las dos manos, y una de ellas, la derecha, fue enviada a Mérida; la otra,
la izquierda, se despachó hacia Nueva Valencia. Ambas eran poblaciones que Aguirre conquistó
y saqueó en las semanas anteriores a su muerte. La cabeza fue exhibida durante días en otra de
las ciudades tomadas por “el loco”, Tocuyo, hasta que, según relata Ramón J. Sender en su
novela sobre Aguirre, “quedó convertida en cecina”. De ese modo terminó aquella sangrienta
“jornada de El Dorado”.
Pero el recuerdo no se perdió en el tiempo. Hoy todavía, el lugar de la isla de Margarita en
donde desembarcó Lope de Aguirre con sus marañones se conoce como la bahía del Traidor. En
Tucuyo se celebra fiesta el día de la muerte de Aguirre, todos los 27 de octubre. Y en
Barquisimeto, según los habitantes de la ciudad, su fantasma se aparece de cuando en cuando.
Al menos así interpretan muchos de ellos un fenómeno natural de fuegos de luz fosfórica
durante las noches muy oscuras, una especie de fata morgana común en la región.
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