Resumen de la conferencia “El factor religioso en la vida social: temas selectos desde la perspectiva jurídica” dictada el 18 de marzo de 2014 por Octavio Lo Prete, presidente del Consejo Argentino de Libertad Religiosa, en el marco de las Jornadas “La libertad religiosa en la sociedad pluralista” organizadas por el Área Ciencias de la Religión del Departamento de Formación Humanística de la Universidad Católica del Uruguay. La conferencia comprende algunos temas abordados en el libro que con título provisorio “Derecho y religión. Lecciones de Derecho Eclesiástico argentino”, editará EDUCA (editorial de la Universidad Católica Argentina) durante el año 2014, obra de coautoría entre los Profs. Juan G. Navarro Floria, Norberto Padilla y Octavio Lo Prete. Concepto de comunidad o confesión religiosa Se parte de un abordaje jurídico. La libertad religiosa está íntimamente vinculada a la libertad de asociación, tal como ponen de manifiesto los tratados internacionales de derechos humanos. El derecho no sólo debe permitir la reunión circunstancial de creyentes que tienen una fe común, sino garantizar su organización permanente y estable en instituciones a las que se reconozca su carácter de sujeto de derecho (su capacidad para ser titulares de derechos y obligaciones). Las asociaciones o sujetos colectivos de esta naturaleza reciben distintos nombres, según sea la religión a la que pertenezcan. Si bien una denominación usual es la de “iglesia”, el Derecho Eclesiástico prefiere buscar designaciones genéricas que puedan aplicarse a todas las asociaciones o sujetos colectivos, como la fórmula “iglesia, comunidad o confesión religiosa”. La misma da cuenta –por una parte– de una diversidad de formas de organización, de un aspecto “comunitario” antes que puramente organizacional o instrumental, y rescata como significativo el término que describe los colectivos religiosos mayoritarios y tradicionales en nuestro medio, como es el de “iglesia”. Menos adecuados resultan los términos “asociación religiosa”, “organización religiosa” o “entidad religiosa”, por no denotar apropiadamente lo específico de la religión. En la conferencia se hizo mención a la terminología utilizada en el derecho comparado, destacando que en Iberoamérica hay cierta coincidencia en la designación aludida. Acerca de las llamadas “sectas”, el abordaje de la cuestión reclama prudencia. Ningún ordenamiento jurídico del mundo ha acertado en definir qué se entiende por las mismas. Muchas veces incluso se ha renunciado expresamente a hacerlo. En la medida en que estos grupos y personas no transgredan la ley, no corresponde al Estado ni al derecho impedir su actuación. Deberían evitarse, por su parte, que personas o grupos aprovechen las ventajas previstas por la ley para los grupos religiosos, con fines extrarreligiosos. A la vez, sobre las denominadas “leyes antisectas”, internacionalmente se tiende a preferir la aplicación del derecho común a organizaciones que comentan delitos bajo el ropaje de una institución religiosa. Autonomía de las confesiones religiosas La autonomía de las confesiones religiosas consiste en la capacidad de sostener su doctrina (entendida por el credo, la filosofía religiosa y la concepción del mundo), darse sus propias normas de disciplina y organización, designar sus autoridades y establecer y ejecutar las condiciones de ingreso, permanencia y egreso de sus miembros, todo ello sin injerencia del Estado o de cualquier otro poder. La autonomía es un principio informador del Derecho Eclesiástico que tiene estrecha relación con la libertad religiosa, y en muchos casos, es una condición para su vigencia. En punto a los límites, es claro que la autonomía de las confesiones no es absoluta sino que está sujeta a una razonable reglamentación propia de una sociedad democrática. En los países donde existen registros (por ejemplo Argentina, Chile y España), la autoridad civil puede sujetar la inscripción a ciertas pautas en cuanto a su integración (número mínimo de fieles), posibilidad de confusión con otras existentes, condiciones de reconocimiento de la calidad de ministros, su ingreso y permanencia en el país, etc. En la conferencia se hizo un repaso de la legislación y la jurisprudencia en la Argentina y en el derecho comparado, sobre todo a partir de las decisiones de la Corte Europea de Derechos Humanos. Signos y símbolos religiosos Debe distinguirse en primer lugar entre simbología activa (aquella que se utiliza para expresar una identidad religiosa, como una prenda específica) y simbología pasiva (aquella que está colocada en forma estática en lugares públicos). No es infrecuente que un símbolo religioso pueda a la vez tener un significado que exceda dicha naturaleza, constituyendo un significado cultural para una sociedad determinada. La Declaración sobre libertad religiosa de Naciones Unidas (1981) incluye dentro de los contenidos de esa libertad la “de confeccionar, adquirir y utilizar en cantidad suficiente los artículos y materiales necesarios para los ritos o costumbres de una religión o convicción” (art.6). Los símbolos religiosos merecen incluso una protección del derecho penal, que castigue su destrucción o su uso inapropiado con intención de burla o agravio a quienes ven en ellos objetos de veneración. En la portación de signos y vestimentas no sólo está en juego la libertad religiosa sino también la esfera de la privacidad. Llevar un símbolo constituye el ejercicio del derecho a manifestar públicamente la propia religión, expresamente protegido por tratados internacionales. La intervención de la autoridad estatal debiera ser siempre del mayor respeto a estas manifestaciones, limitando su intervención cuando lo exija el ejercicio razonable en una sociedad democrática del poder de policía. Las limitaciones sólo se justifican en cuestiones que hacen a los derechos de terceros, a la defensa de la sociedad, a las buenas costumbres, y la persecución del crimen. En el ámbito laboral no público, así como no podría imponerse el uso de un símbolo tampoco debería impedírselo salvo muy justificadas razones, ya que de otra manera se incurriría en discriminación por razones religiosas. En segundo término, el tema de los símbolos religiosos en los espacios públicos puede distinguirse entre: a) símbolos y monumentos incorporados a los lugares utilizados por confesiones religiosas o existentes en virtud de devociones tradicionales (ello hace evidentemente a la preservación del patrimonio cultural de una ciudad o una nación); b) Iglesias, oratorios, símbolos u objetos religiosos en lugares públicos, tales como parques, escuelas, oficinas públicas, tribunales, estaciones de transporte público. Suelen identificarse con la cultura religiosa mayoritaria, con el status de una determinada confesión en su relación con el Estado, con expresiones devocionales de personas e instituciones privadas (sindicatos, cámaras empresarias, etc.). La autoridad pública puede regular estas expresiones, incluso en diálogo con la autoridad religiosa como una laicidad en cooperación. En tal sentido, lo deseable es que el control se realice antes de la instalación ya que la remoción posterior, por las razones que sean, puede ser interpretada como un acto hostil hacia la confesión o hacia quienes la practican; c) Expresiones temporarias correspondientes a festividades marcadas por los calendarios de las respectivas confesiones: el pesebre navideño, el candelabro de Hanuká, los Reyes Magos, etc. Organizaciones privadas y públicas adhieren con su instalación a celebraciones que tienen profundo arraigo aún cuando la secularización les haya privado para una parte de la población más o menos importante, de su significado religioso original. En la conferencia se analizaron dos casos emblemáticos: uno en la Argentina (conocido como el de la “Virgen de los Tribunales”), y el otro fallado por la Corte Europea referido al crucifijo en las escuelas italianas (caso “Lautsi”). El tema también reclama prudencia, buscar puntos medios. Ni prohibir la erección de minaretes como en Suiza, ni desalojar imágenes, ni pretender igualar en la asepsia religiosa ni ofender expresiones profundas de una población, sino asegurar –con criterios de razonabilidad– el ejercicio de la libertad religiosa, una de cuyas dimensiones esenciales es su expresión pública, en una sociedad en la que estado, escuela, familias y confesiones religiosas deben coadyuvar en educar para el respeto de la diversidad cultural y religiosa, valorando al mismo tiempo la historia y patrimonio de un país en lo religioso, lo que enriquece a todos sin detrimento de nadie.