A manera de introducción

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¶ 29 A manera de introducción
Breve historia de nuestra educación
A la llegada de los conquistadores europeos en el siglo xvi, dejaron
de operar las escuelas públicas de las comunidades indígenas (por
ejemplo, el calmécac, el telpochcalli y el cuicacalli de los mexicas, entre las más conocidas); sin embargo, las civilizaciones autóctonas,
aún sometidas al poder recién impuesto, siguieron ejerciendo una
labor formativa tradicional, operada principal, aunque no exclusivamente, desde el seno de la familia, relacionada con la cosmogonía,
las creencias religiosas, la medicina, la agricultura y otras labores
productivas, las manifestaciones artísticas, la moral y la lengua que,
después de casi 500 años, sobrevive en muchas regiones del país.
Instaurado el modelo de enseñanza-aprendizaje y de desarrollo
personal y social de la Nueva España, algunos miembros de las comunidades autóctonas y sus descendientes acudieron a escuelas creadas
ex profeso para tratar de incorporarlos a la nueva cultura imperante.1
Las escuelas novohispanas
Consumada la conquista militar, el virreinato comenzó a organizar
su Gobierno civil y religioso, su población, su división territorial, su
régimen jurídico, su economía y su educación que, como veremos a
continuación, no se agotó en los limitados propósitos de castellanizar
y evangelizar, sino que alcanzó logros importantes en diferentes ámbitos, porque si bien surgió de una raigambre medieval, al paso del
Bolaños Martínez, Raúl, "Primeras inquietudes en materia educativa", en
Solana Morales, Fernando, Raúl Cardiel Reyes, Raúl y Raúl Bolaños Martínez
(coords.), Historia de la Educación Pública en México (1876-1976), México: fce,
Secretaría de Educación Pública, 2011, p.13.
1
30 ¶
tiempo fue nutriéndose con nuevos contenidos y enfoques, al grado
de que muchos luchadores por la independencia se formaron en escuelas, institutos, colegios, universidades y demás centros de enseñanza creados durante los tres siglos de dominación española.
Las misiones eran comunidades unificadas bajo la guía de un
sacerdote en una demarcación territorial donde se impartía “una
educación ‘fundamental’, que antes de integrarse en formas superiores o especializadas, atendió a la necesidad de la población
dominada de vivir humanamente, según el modelo admitido como
mínimo, en cuanto a condiciones de vida y a atributos culturales”.2
Por ende, los primeros encargados de la educación formal en
la Nueva España fueron los misioneros —religiosos cultos, humanistas, piadosos, estudiosos de la cultura de los conquistados—,
muchos de los cuales (Toribio de Benavente, Bartolomé de las Casas, Bernardino de Sahagún, Vasco de Quiroga, Junípero de Serra,
por ejemplo), amén de buenos maestros, eran denodados defensores de los indígenas.
La institución pervivió durante todo el periodo virreinal, y aun
después de la Independencia hubo ministros católicos que aprovecharon algunos de sus elementos con el ánimo de servir mejor a
su grey, tal como narra Ignacio Manuel Altamirano, uno de los
integrantes de esta Trilogía Magisterial, en su novela Navidad en
las montañas.
Pedro de Gante, franciscano, quien poco después de su llegada
se instaló en Texcoco para aprender la lengua y la cultura locales,
fue enviado en 1524 a Tlaxcala, donde fundó una escuela. Cuando
volvió a la Ciudad de México, en 1529, erigió otro centro de enseñanza al que acudieron, en principio, hijos de la nobleza indígena a
quienes se instruía para que, a su vez, divulgaran el conocimiento en
sus comunidades. Este colegio, distinto a las misiones por su organización y forma de operar, surgió como un anexo del convento de
2
Villalpando Nava, José Manuel, Historia de la educación en México, México:
Porrúa, 1a ed., 2009, p. 87.
¶ 31 San Francisco y fue conocido como la escuela de San José de Belén
de los Naturales.
Vasco de Quiroga, acaudalado jurista español, ordenado sacerdote en tierras americanas, fundó muy cerca de la capital novohispana
el Hospital de Santa Fe, institución que proporcionaba servicios
caritativos y de salud. Junto al hospital construyó un primer Colegio de San Nicolás, donde los indígenas, niños y adultos, se instruían en diversas materias académicas, artes y agricultura.
Ya ungido primer obispo de Michoacán, fundó un segundo hospital —Santa Fe de la Laguna—, en Tzintzuntzan, y otro Colegio
dedicado a San Nicolás, que posteriormente trasladó a Valladolid.
Ahí, donde fue el germen de la actual Universidad Michoacana de
San Nicolás de Hidalgo, estudiaron a fines del siglo xviii personajes
prominentes como Miguel Hidalgo y José María Morelos.
En la capital de la Nueva España también se fundaron escuelas para atender a niños mestizos, como el Colegio de San
Juan de Letrán, y a niñas que no eran indígenas, criollas ni mestizas, como el Colegio de Nuestra Señora de la Caridad. De igual
modo se creó una institución de estudios superiores para los indígenas, el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco (1536), cuyo principal impulsor, Bernardino de Sahagún, fue —sin demérito de su
importante labor pedagógica— uno de los máximos estudiosos del
pasado indígena de México. Su obra principal en ese rubro es Historia de las cosas de la Nueva España. El colegio, que tuvo durante
varios años un sistema de autogobierno que permitía a los alumnos
intervenir en su operación y en los planes de estudio, terminó siendo una escuela elemental en el siglo xvii.
Así como los franciscanos trabajaron principalmente en el
centro del territorio del virreinato, los dominicos ejercieron labores educativas —entre ellas la fundación de escuelas y universidades— en regiones que hoy ocupan la capital del país, Puebla,
Tlaxcala, Michoacán, Oaxaca, Chiapas y Yucatán; los agustinos en
zonas que hoy pertenecen a Zacatecas, Jalisco y Michoacán, y los
32 ¶
jesuitas en la Ciudad de México y en extensas regiones del norte y
noroeste, incluidas las Californias.
Gracias a la dedicación de los frailes, respaldada con aportaciones privadas y públicas, iniciativas gubernamentales, eclesiásticas
y comunitarias, nacieron numerosas instituciones elementales y
superiores, antes y después que la Real y Pontificia Universidad de
México que, siendo la más conocida, no fue la única que impartió
educación profesional (de ella egresaban bachilleres, licenciados y
doctores —sólo varones— formados bajo el concepto escolástico
y medieval de universitas).
Además de las ya mencionadas, hay que recordar el Colegio
de San Luis de Predicadores (en Puebla); el Colegio de Estudios
Mayores de Tiripetío (en Michoacán); una Escuela superior para
contadores y jurisconsultos (en San Cristóbal de las Casas, Chiapas); el Real Colegio Seminario (uno por cada diócesis del virreinato); el Colegio Mayor de Santa María de Todos los Santos; el
Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo; los colegios de San
Bernardo y San Miguel; el Real Colegio de San Pedro, San Pablo y
San Ildefonso de México (origen de la Escuela Nacional Preparatoria); el Colegio de las Vizcaínas; la Academia de las Nobles Artes de San Carlos; el Colegio de Minería; el Real Jardín Botánico;
y el Colegio de San Gregorio donde, a la postre, ya en la época independiente, cursaría estudios Ignacio Ramírez, “El Nigromante”.
Como casos aparte en la educación elemental de la Nueva España debemos citar las escuelas patrióticas y las escuelas de la amiga.3
Las primeras, surgidas casi a finales del periodo virreinal —inicialmente en Veracruz—, estaban influenciadas por la Ilustración, con
orientación más secular y sostenidas por criollos que pretendían infundir en sus hijos el apego al terruño donde nacían el amor y el respeto por sus congéneres y la dignidad personal. Las segundas eran
atendidas por señoritas instruidas que recibían en sus casas a las
Villalpando Nava, José Manuel, Historia de la educación en México, México:
Editorial Porrúa, 1a edición, 2009, pp. 137-141 y siguientes.
3
¶ 33 niñas —originalmente sólo niñas— de familias conocidas (amigas)
para enseñarles a leer, a escribir, a hacer cuentas y a realizar tareas
entonces asignadas a las mujeres; fueron un modelo que operó en
muchas partes del país hasta muy entrado el siglo xx y no se descarta que hoy, como mera reliquia de la historia de nuestra educación,
todavía exista, en algún rincón de México, una escuela de la amiga.
En resumen, en el punto histórico de quiebre, a principios del
siglo xix, convivían en México los conceptos educativos instaurados
en el virreinato (escolásticos, doctrinarios, científicamente limitados a la fe), que se enseñaban en escuelas de todos los niveles
—incluidas las atendidas por muchos particulares—, así como las
nuevas ideas de una enseñanza de corte liberal, influenciada por
ideas políticas, filosóficas, sociológicas y científicas procedentes de
Francia y Estados Unidos, principalmente.
Aunque todavía no se denominaban lancasterianas (el concepto se explica más adelante), desde finales del virreinato operaron, tanto en la capital como en otras ciudades, escuelas de enseñanza mutua, y algunos ayuntamientos, entre ellos el de la Ciudad
de México —uno de los primeros que renegó del orden virreinal—,
fundaron escuelas municipales que sostenían con sus propios recursos, aplicando nuevos métodos pedagógicos.
Bases de la escuela pública en el México independiente
Este libro intenta describir el perfil biográfico de tres hombres dedicados al magisterio, que destacaron uno tras otro, y que, como
en aquellas vidas paralelas de las que habló Plutarco, se les puede equiparar a las grandes figuras de la época de oro en la que
floreció la filosofía griega: Sócrates, Platón y Aristóteles, que en
una secuencia extraordinaria fueron maestros y alumnos que
transmutaron la mayéutica en idealismo, para transitar al racionalismo científico e influir no sólo en el quehacer humano de la
34 ¶
civilización helénica —que había prosperado notablemente desde Pericles— o en la praxis del vigoroso reinado de Alejandro
Magno —que conquistó vastos territorios, los más extensos de la
historia antigua—, sino hasta nuestros días.
Los personajes de los que hablaremos en esta obra son equiparables en la construcción de los fundamentos del magisterio
del México independiente, con su tríada de principios hoy consagrados en el artículo 3° constitucional: una educación laica,
gratuita y obligatoria, la cual, con independencia del modelo novohispano, emergió cobijada por los principios liberales, que en
distintos momentos de una presidencia intermitente prohijó el
médico presidente Valentín Gómez Farías, quien a partir del mes
de abril en 1833 decretó la desaparición de la Real y Pontificia
Universidad del Viejo Mundo, la creación de la Biblioteca Nacional y la Fundación del Instituto de Estadística y Geografía de
la República Mexicana, fundando las bases de un nuevo régimen
educativo. Así, le atañó a los tres protagonistas de este libro, hombres visionarios, proseguir con el establecimiento de la escuela
pública mexicana en periodos subsecuentes.
Ignacio Ramírez “El Nigromante” fue el liberal que encarnó el
más alto grado de los fundamentos de la educación laica que había
inspirado la escuela redentora del enciclopedismo francés. Calificado por muchos como el gran ateo del movimiento liberal y juzgado
también por otros como un jacobino radical, representó el espíritu
mismo de los pilares educativos plasmados en la Constitución de
1857. Asimismo, como el hombre republicano y humilde que sin
lugar a dudas fue, ejerció sus funciones de ministro de Fomento
con el saco y los puños raídos, porque en el periodo más crítico de
la nación, la Hacienda pública no podía cubrir las dietas de la administración juarista.
Desde su célebre discurso en la Academia de Letrán, que mereció el respaldo de su presidente vitalicio, don Andrés Quintana
Roo, fue una figura central de la intelectualidad del siglo de las luces
¶ 35 mexicanas. Durante la Intervención Francesa, siendo presidente de
la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, salvaguardó los
acervos más valiosos de dicha institución, en la cual formó e inseminó a otra gloria del siglo xix mexicano: Ignacio Manuel Altamirano.
Altamirano nació en un paupérrimo jacal del poblado de Tixtla, entonces estado de México, y ahora perteneciente a Guerrero.
Indígena de pómulos prominentes, rostro cetrino y poseedor de
un talento innato, supo como Juárez elevarse de la condición más
humilde y marginal de su época a los más altos niveles de influencia intelectual y política, tanto en sus facetas de periodista, novelista y poeta, como en las de militar, legislador y diplomático de
su época, pero sobre todo como maestro, a quien le tocó establecer
los principios de formación magisterial: las escuelas normales que
hoy son el antecedente de la profesionalización docente. Murió en
la casa del marqués de Garbarino, en la ciudad de San Remo, en la
antigua Via Aurelia, en donde el día de hoy, en el parque Ormond,
puede verse una estatua de tres metros de bronce que mira al Adriático, la cual se develó en su honor para recordarlo como efigie imperecedera no sólo de nuestra historia, sino también como referente
universal por su carácter cosmopolita, así como por haber expresado
su pensamiento allende las fronteras.
Ya como presidente de la Sociedad Mexicana de Geografía y
Estadística, le correspondió incorporar a dicha institución a un joven virtuoso con la resistencia de los académicos de aquel entonces, quienes consideraban que dicho mérito sólo debía considerar
a talentos consolidados y de alto prestigio. Altamirano impuso su
determinación e infundió con sangre nueva al incorporar a aquella organización al joven Justo Sierra Méndez, quien habría de establecer a lo largo de su ejemplar trayectoria las bases de lo que hoy
es nuestra máxima casa de estudios: la unam.
Recientemente, mis queridos sobrinos, hijos del recordado
Héctor Azar, me obsequiaron una excepcional figura de bronce
denominada La Princesa de Urbino, la cual le obsequió a éste la
36 ¶
nieta de don Justo Sierra Méndez, Catita Sierra, cuando asumió
la Secretaría de Cultura en el estado de Puebla. Cuenta Catita que
don Justo tenía dos adicciones incontrolables: la cultura helénica
y las supersticiones. Esto lo mencionó la nieta porque el día que su
abuelo adquirió esta pieza don Porfirio Díaz le comunicó que sería
diputado al Congreso de la Unión y, desde entonces, La Princesa
de Urbino lo acompañó en todas sus funciones hasta el último día
de su fructífera vida. Por ello, ahora que tengo esta estatuilla que
ocupa un lugar especial en mi despacho de trabajo, evoco con emoción el recuerdo de la trilogía magisterial que fundó las bases de la
educación pública mexicana y a quienes esta generación debe honrar no sólo en el recuerdo, sino en el ejercicio aún incumplido de
la educación para millones de niños, jóvenes y ciudadanos, que día
a día ascienden los peldaños del alfabeto y la ilustración y aspiran
todavía a elevar su desarrollo y dignidad.
Ignacio Ramírez
“El Nigromante”
40 ¶ Trilogía magisterial
En territorio insurgente
Familiares y amigos liberales
El padre de Ignacio Ramírez fue José Lino Ramírez Galván, hombre instruido en leyes, partidario y defensor del movimiento insurgente, hijo de José Anselmo Ramírez y María Josefa Galván.
En virtud de que se dedicaba al comercio, Anselmo recorría
extensas zonas de los estados de Querétaro, Michoacán y Guanajuato, donde distribuía aperos de labranza, granos y diversos
géneros. Esas andanzas que realizó con propósitos mercantiles
durante las últimas décadas del siglo xviii, le permitieron trabar
amistad con muchos vecinos de esas regiones, entre ellos la familia de Cristóbal Hidalgo y Costilla, administrador de una finca
rústica de la Hacienda Real de San Diego de Corralejo, padre de
Miguel Hidalgo y Costilla.
En una obra publicada recientemente se asegura que Lino, el
padre de Ignacio Ramírez, era criollo y que la madre, Ana María
Guadalupe Sinforosa Calzada Ramírez, era “indígena pura”,4 por
ser hija de José Cesáreo Calzada, descendiente de antiguos señores
de Tlacopan, y de Joaquina Ramírez de Quiñones, de estirpe purépecha.
Un testigo más directo —Ignacio Manuel Altamirano— los
describió así: “Los padres de Ramírez fueron D. Lino Ramírez y
Doña Sinforosa Calzada, ambos queretanos de raza mestiza y no
indígenas puros como han dicho algunos de sus biógrafos, sin embargo, la verdad es que predominaba en ellos el tipo indio”.5
4
Arellano, Emilio, Ignacio Ramírez, El Nigromante, Memorias prohibidas, México: Editorial Planeta, 3a reimpresión, 2010, p. 22.
5
Altamirano, Ignacio Manuel, Ignacio Ramírez, biografía, (Colección Testimonios del estado de México), Toluca, estado de México: Gobierno del estado de
México, 1977, p. 23.
Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez
Mientras que la familia paterna de Ignacio Ramírez convivió
con la de Miguel Hidalgo, su familia materna —coincidencias históricas— lo hizo con la de José María Morelos y Pavón:
Los padres de Joaquina Ramírez de Quiñones vivieron un tiempo
en Sindurio, comarca de Valladolid. Ahí conocieron a Juana María
Pavón (madre de Morelos), ya que el abuelo materno del libertador
“era maestro y por las tardes, después de los rezos vespertinos, daba
lecciones particulares a las señoritas de cierta posición social, entre
las que se encontraba la madre de Sinforosa Calzada […].6
Lino Ramírez, ávido lector de los libros prohibidos por la jerarquía católica de su tiempo, en los que asimiló conceptos sobre el
Estado moderno y los derechos del hombre, amigo de Hidalgo y de
Morelos, condiscípulo de José María Alzate, practicante de la masonería, financió a los insurgentes con el producto de la venta de algunas de sus propiedades e instaló en su casa —visitada por Hidalgo
la última vez que estuvo en San Miguel— una fábrica de pólvora
y municiones para abastecer a los combatientes independentistas.
Lino se casó con Sinforosa Calzada en agosto de 1817 y procrearon
cinco hijos: Ignacio, Wenceslao, Juan, José y Miguel Manuel.7
Este trabajo versa sobre la vida y la obra educativa del más famoso de los descendientes de Lino y Sinforosa (Ignacio); sin embargo, hay que apuntar que por lo menos otros dos hijos del matrimonio
tuvieron un importante desempeño público: Juan Ramírez Calzada,
militar que además de luchar contra la Invasión Estadounidense de
1847 fue partícipe de la victoria mexicana contra el Ejército Francés
en la célebre Batalla del Cinco de Mayo de 1862, y Miguel Manuel Ramírez Calzada, quien se fue a vivir a Sinaloa, intervino en la política
local de aquel estado, y llegó a ser alcalde de Mazatlán.
6
Arellano, Emilio, op. cit., p. 23.
Arellano, Emilio, op. cit., p. 22 y siguientes; y Altamirano, Ignacio Manuel, op.
cit., pp. 23-25.
7
Ignacio Ramírez
s
¶ 41 42 ¶ Trilogía magisterial
El nacimiento de Ignacio Ramírez
Juan Ignacio Paulino Ramírez Calzada nació el 22 de junio de 1818,
muy cerca del centro de la población de San Miguel el Alto (hoy
San Miguel de Allende), provincia de Guanajuato —hoy estado—,
en la misma casa donde su padre dio alojamiento a los conspiradores y a los insurgentes e instaló una fábrica de pólvora y parque,
ubicada en la calle actualmente llamada Umarán, en cuyo frente
hay dos placas que rememoran el suceso: “El 22 de junio de 1818
nació en esta casa Ignacio Ramírez ‘El Nigromante’. Lo recuerda la
intelectualidad mexicana. XI-IX-938”, dice una. En la otra se lee:
“México entero le rinde homenaje al Sr. Lic. Don Ignacio Ramírez
Calzada ‘El Nigromante’. Que su vida sirva como modelo para la
juventud mexicana. San Miguel de Allende, Gto. Junio 22, 2010”.
Fue registrado y bautizado el 24 de junio de 1818 en la Parroquia de San Miguel Arcángel del mismo lugar donde nació,
porque en ese momento todavía se asentaban en las notarías
eclesiásticas las constancias de los sacramentos y del estado civil.
Eran épocas de crisis, de transición: ocho años antes, cerca de
San Miguel, en Dolores, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, amigo
del padre de Ignacio Ramírez, comenzó la lucha que a la postre
culminaría con la supresión del virreinato de la Nueva España y
el surgimiento del Estado mexicano.
Durante ese lapso, tratando de conservar el dominio de su
reino en América y partes de Asia, las cortes españolas, en medio de las revueltas independentistas del nuevo continente y de la
imposición de un monarca francés en su territorio, promovieron
una nueva Constitución que fue promulgada el 19 de marzo de
1812. La Constitución de Cádiz, en cuya elaboración participaron
diputados peninsulares, americanos y asiáticos, estuvo vigente de
manera intermitente en la Nueva España.
Por su parte, los insurgentes, sorteando altibajos, desencuentros, avances y retrocesos, desde los primeros tiempos de su lucha
Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez
emitieron disposiciones, bandos, decretos y leyes con el propósito de
ir prefigurando una nueva nación. Entre estos ordenamientos jurídicos destacan Los Sentimientos de la Nación, de 1813, y la Constitución de Apatzingán, de 1814.
Momento de transición
En 1818, año del nacimiento de Ignacio Ramírez, operaba en la
mayor parte del territorio, con algunas adecuaciones, el sistema
educativo virreinal. No obstante, la lectura de libros y otras publicaciones que contenían conceptos sobre el Estado moderno, la división de poderes, nuevas teorías filosóficas, jurídicas y económicas, así como la efervescencia política inspirada por la Revolución
Francesa y la independencia de las colonias británicas de América
del Norte, y sobre todo la marcada desigualdad social, habían hecho germinar la idea de un cambio más profundo. La guerra por la
independencia se acercaba a su fin. Las dos partes beligerantes, los
realistas, que pugnaban por la permanencia de la dominación española, y los insurgentes, que alentaban el establecimiento de una
nueva nación, trataban de dar forma jurídica a sus postulados.
Para entonces gobernaba el virrey Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza quien, con poca fortuna, intentó restablecer la Constitución de Cádiz (promulgada en 1812, derogada en 1814 y
puesta en vigor de nuevo cada que parecía útil aplicarla), que en
materia educativa disponía:
Título IX. De la instrucción pública. Capítulo único
Artículo 366.- En todos los pueblos de la monarquía se establecerán escuelas de primeras letras, en las que se enseñará a los
niños a leer, escribir y contar y el catecismo de la religión católica,
Ignacio Ramírez
s
¶ 43 44 ¶ Trilogía magisterial
que comprenderá también una breve exposición de las obligaciones civiles.
Artículo 367.- Así mismo se arreglará el número competente
de universidades y de otros establecimientos de instrucción que se
juzgue conveniente para la enseñanza de todas las ciencias, literatura y Bellas Artes.
Artículo 368.- El plan de enseñanza será uniforme en todo el
reino [...].
Artículo 369.- Habrá una Dirección General de Estudios, compuesta de personas de conocida instrucción, a cuyo cargo estará bajo
la autoridad del gobierno la inspección de la enseñanza pública.
Artículo 370.- Las Cortes por medio de planes y estatutos especiales arreglarán lo perteneciente al objetivo de la instrucción
pública.8
La Constitución gaditana, aunque fue considerada una de las
más liberales de su tiempo, como se aprecia en los artículos transcritos, mantenía el criterio monárquico y la tesis de la uniformidad
de la enseñanza en todos los pueblos del reino.
En cambio, el Decreto Constitucional para la Libertad de la
América Mexicana, mejor conocido como Constitución de Apatzingán —cuya aplicación en las zonas dominadas por los insurgentes fue dificultada por la guerra—, aunque reproducía algunos
principios contenidos en la de Cádiz, se inspiraba más en la Revolución Francesa, en los Elementos Constitucionales propuestos en
1812 por Ignacio López Rayón y en los Sentimientos de la Nación
presentados en Chilpancingo por José María Morelos y Pavón
en 1813; contenía categorías jurídicas y políticas más propias de
un régimen liberal (los ciudadanos, la división de poderes, etcétera) y sentaba las siguientes bases para la educación:
8
Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales de México, 1808-2005, México: Porrúa, 25a ed., 2008, pp. 35, 42, 43 y 102.
Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez
Constitución de Apatzingán de 1814. Capítulo V.
De la igualdad, seguridad, propiedad y libertad de los ciudadanos
Artículo 39.- La instrucción, como necesidad de todos los ciudadanos, debe ser favorecida por la sociedad, con todo su poder.
Artículo 117.- Al Supremo Congreso pertenece exclusivamente:
[...] cuidar con singular esmero de la ilustración de los pueblos.9
Para unos u otros fines, se comenzaba a esbozar la política
educativa y las dos tendencias (monárquica y republicana) pervivieron por muchas décadas en pugna.
Tribulaciones familiares
La lucha por la emancipación de la Nueva España se había prolongado casi una década. Eliminados los personajes que encabezaron
el movimiento en sus primeras etapas, aparentemente diluido el
ánimo independentista en muchas regiones, el Ejército Insurgente mantenía su principal bastión en el sur, comandado por Vicente
Guerrero. Ante eso, el Gobierno virreinal, tratando de evitar rebrotes de la revuelta en las zonas donde había comenzado, reprimió a personas y grupos identificados con la sublevación.
Lino Ramírez, el padre de Ignacio Ramírez, fue una de las
víctimas de esas acciones. Bajo la acusación de motín, agravios
contra la Iglesia, la religión y el Gobierno, alteración del orden
público y otros cargos semejantes, fue apresado y conducido a la
cárcel de la Santa Inquisición de la Ciudad de México.
Mientras tanto, su esposa y sus hijos, entre ellos Ignacio,
fueron internados en el Convento Real de la Concepción de San
9
Idem.
Ignacio Ramírez
s
¶ 45 El general Vicente Guerrero comandó el Ejército
Insurgente en el sur del país.
Ignacio Ramírez • Ignacio Manuel Altamirano • Justo Sierra Méndez
Miguel el Alto donde, por cierto, hoy opera el Centro Cultural "El
Nigromante", erigido para honrar su memoria y su obra.
Enterados de las dificultades por las que pasaba la familia Ramírez, los compañeros de Lino de la logia masónica contrataron a
dos abogados especialistas en causas laicas y religiosas —José María
Quiles y Remigio Mateos—, quienes evitaron que fuera fusilado. Lo
que no pudieron evitar fue la tortura que le infligieron para tratar
de que se confesara culpable de los delitos que le imputaban. El
resto de su vida sufrió secuelas de aquellos tormentos carcelarios.
Primeras letras
Lino Ramírez fue liberado y volvió con su familia a San Miguel.
Ahí se enteró de los acontecimientos que condujeron a la terminación del movimiento iniciado en 1810: el acercamiento entre
Iturbide y Guerrero para suspender las hostilidades entre realistas e insurgentes; la firma de los Tratados de Córdoba que dieron cauce al nuevo Estado mexicano y, finalmente, la entrada
triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México el 27 de
septiembre de 1821.
Instalado Iturbide en el poder, Lino Ramírez tomó partido por
la causa republicana y, a la caída del Primer Imperio Mexicano,
apoyó la conformación del Congreso que elaboró la Constitución
federal de 1824. Había comenzado una pugna que se prolongó hasta la segunda mitad del siglo xix: liberales contra conservadores.
A mediados de la década de los 20, la familia Ramírez Calzada
sorteaba con altibajos la inestabilidad de los primeros tiempos
de la Independencia de México; al buscar mejores condiciones de
vida, y aprovechando la invitación para colaborar con las autoridades del recién fundado estado de Querétaro, Lino Ramírez llevó a
su esposa y a sus hijos a vivir a la capital de esa entidad. Ahí estudió
Ignacio Ramírez
s
¶ 47 Casa donde se firmaron los tratados del 24 de
agosto de 1821 entre don Agustín de Iturbide y don
Juan de O´Donojú, Córdoba, Ver.
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