Se Necesitan Médicos Evangelistas

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Capítulo 66
Se Necesitan Médicos
Evangelistas
CUANDO Jesús envió a los doce en su primera
misión de misericordia, les encargó que fueran "a
predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos"
(Luc. 9: 2). "Y yendo -les dijo- predicad, diciendo:
El reino de los cielos se ha acercado. Sanad
enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos,
echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de
gracia" (Mat. 10: 7, 8). Y mientras ellos iban "por
todas las aldeas, anunciando el Evangelio y
sanando por todas partes" (Luc. 9: 6), las
bendiciones del cielo descansaban sobre sus
labores. El cumplimiento de la misión del Salvador
por parte de sus discípulos, hizo de su mensaje un
poder de Dios para salvación, y por sus esfuerzos
muchos fueron llevados al conocimiento del
Mesías.
Los setenta, enviados un poco más tarde,
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fueron también comisionados a sanar "los
enfermos" (Luc. 10: 9), y a proclamar el
advenimiento del Redentor prometido. En su obra
de enseñar y sanar, los discípulos siguieron el
ejemplo de su Maestro, quien ministraba tanto al
alma como al cuerpo. Su Evangelio era un mensaje
de vida espiritual y restauración física. Se
vinculaban la liberación del pecado y la curación
de la enfermedad.
Y al final de su ministerio terrenal, cuando
encargó a sus discípulos la solemne comisión de ir
"por todo el mundo" para predicar "el Evangelio a
toda criatura", declaró que su ministerio se
investiría de autoridad por la devolución de la
salud a los enfermos. Dijo: "Sobre los enfermos
pondrán sus manos, y sanarán" (Mar. 16: 15, 18).
Al sanar en su nombre las enfermedades del cuerpo
iban a testificar de su poder para sanar el alma.
La comisión del Salvador a sus discípulos
incluye a todos los creyentes hasta el fin del
tiempo. Todos aquellos a quienes ha llegado la
inspiración celestial, reciben el Evangelio como
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cometido. A todos los que reciban la vida de Cristo
se les ordena que trabajen por la salvación de sus
semejantes. Para esta obra ha sido establecida la
iglesia, y todos los que se ligan por sus sagrados
votos se comprometen con ello a ser colaboradores
con Cristo.
"Sobre los enfermos pondrán sus manos, y
sanarán". Este mundo es un vasto lazareto, pero
Cristo vino para sanar a los dolientes, proclamar la
liberación de los cautivos de Satanás. Era en sí
mismo la salud y la fuerza. Impartió su vida a los
enfermos, a los afligidos, a los poseídos de los
demonios. Sabía que muchos de los que le pedían
ayuda habían atraído la enfermedad sobre sí
mismos; sin embargo no se negaba a curarlos. Y
cuando la virtud de Cristo entraba en esas pobres
almas, se convencían del pecado, y muchos eran
sanados de su enfermedad espiritual tanto como de
sus dolencias físicas.
A muchos de los afligidos que recibieron
sanidad, Cristo dijo: "No peques más, para que no
te venga alguna cosa peor" (Juan 5: 14). Así enseñó
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que la enfermedad es el resultado de violar las
leyes de Dios, tanto las naturales como las
espirituales. La gran miseria que hay en el mundo
no existiría si los hombres hubiesen vivido desde el
principio en armonía con el plan del Creador. Hay
condiciones que deben ser observadas por los que
quieren conservar la salud. Todos deben aprender
cuáles son. Al Señor no le agrada la ignorancia
respecto a sus leyes, sean naturales o espirituales.
Hemos de ser colaboradores con Dios para la
devolución de la salud al cuerpo tanto como al
alma.
Y tenemos que enseñar a otros a conservar y
recuperar la salud. Para los enfermos debemos usar
los remedios que Dios ha provisto en la naturaleza,
y debemos señalarles a Aquel que es el único que
puede curar. Es nuestra obra presentarles a Cristo
en los brazos de nuestra fe. Debemos enseñarles a
creer en el gran Médico. Hemos de echar mano de
sus promesas, y orar por la manifestación de su
poder. La misma esencia del Evangelio es la
curación, y el Salvador quiere que invitemos a los
enfermos, a los desesperados y los afligidos, a
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echar mano de su fuerza.
Nunca ha sido mayor que hoy la necesidad que
tiene el mundo de enseñanza y curación. Está lleno
de necesitados que requieren nuestra atención: los
débiles, los impotentes, los ignorantes, los
degradados. La continua transgresión del hombre
durante casi seis mil años ha producido
enfermedad, dolor y muerte. Multitudes están
pereciendo por falta de conocimiento.
El corazón de los ministros de Dios se
conmueve por la desgracia del mundo al
contemplar los terribles resultados del pecado
continuo y se esfuerzan por trabajar como el
Obrero Maestro y sus discípulos. Vinculados con el
Médico divino, han de salir con el poder de su
fuerza para enseñar y sanar. Comprenden que el
Evangelio es el único antídoto para el pecado, y
que como testigos de Cristo han de dar testimonio
de su poder. Mientras dirigen a los afligidos hacia
el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo,
su gracia transformadora y su poder realizador de
milagros inducen a muchos a aceptar el mensaje de
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verdad. Su poder sanador, unido al mensaje
evangélico, imparte éxito en las emergencias. El
Espíritu Santo obra en los corazones, y la salvación
de Dios se revela.
Pero la necesidad del mundo hoy no puede ser
cumplida completamente por el ministerio de los
siervos de Dios que han sido llamados a predicar el
Evangelio eterno a toda criatura. Aunque, hasta
donde sea posible, es bueno que los obreros
evangélicos aprendan a ministrar las necesidades
del cuerpo tanto como las del alma, siguiendo así el
ejemplo de Cristo, no pueden dedicar todo su
tiempo y fuerza a aliviar a los que necesitan ayuda.
El Señor ha ordenado que juntamente con los que
predican la Palabra estén asociados sus obreros
misioneros médicos -médicos y enfermeras
cristianos, que han recibido adiestramiento especial
en la curación de las enfermedades y en la obra de
ganar almas.
Los misioneros y los que trabajan en el
ministerio evangélico están ligados por vínculos
indisolubles. Su obra ha de realizarse con vigor y
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poder. Por sus esfuerzos combinados, el mundo ha
de estar preparado para la segunda venida de
Cristo. Por sus labores unidas, ha de nacer el Sol de
justicia, con sanidad en sus alas, para iluminar las
regiones entenebrecidas de la tierra, donde la gente
ha estado viviendo durante mucho tiempo en
densas tinieblas. Muchos de los que están ahora
sentados en sombra de pecado y de muerte, al ver
en los fieles siervos de Dios un reflejo de la Luz
del mundo, comprenderán que tienen una
esperanza de salvación, y abrirán su corazón para
recibir los rayos sanadores, y llegarán a ser a su vez
portadores de luz para otros que están todavía en
tinieblas.
Tan grandes son las necesidades del mundo,
que no todos los que son llamados a ser médicos
evangelistas misioneros pueden dedicar años a su
preparación antes de iniciar sus trabajos reales en
el campo. Pronto se cerrarán para siempre puertas
que están abiertas ahora para el mensajero
evangélico. Dios invita a muchos que están
preparados a que presten un servicio aceptable, a
que proclamen el mensaje ahora sin aguardar una
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preparación adicional; porque mientras algunos se
demoran, el enemigo puede tomar posesión de
campos que están aún abiertos.
Se me ha instruido que grupos pequeños que
han recibido una preparación adecuada en los
ramos misioneros evangélicos y médicos, deben
salir a hacer la obra por la cual Cristo designó a sus
discípulos.
Trabajen
como
evangelistas,
esparciendo nuestras publicaciones, hablando de la
verdad a quienes encuentren, orando por los
enfermos, y si es necesario, tratándoles, no con
drogas, sino con los remedios de la naturaleza,
comprendiendo siempre que dependen de Dios.
Mientras participen en la obra de enseñar y sanar,
cosecharán una rica mies de almas.
Y al mismo tiempo que Dios está invitando a
jóvenes y señoritas que ya han adquirido un
conocimiento práctico de cómo tratar a los
enfermos, a que trabajen como misioneros médicos
evangélicos en relación con obreros evangélicos de
experiencia, también está llamando a muchos
reclutas que entren en nuestras escuelas destinadas
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a preparar misioneros médicos, para que adquieran
una preparación rápida y cabal para servir. Algunos
no necesitan pasar en estas escuelas un tiempo tan
largo como otros. No está en armonía con el
propósito de Dios que todos se propongan dedicar
exactamente el mismo tiempo, tres, cuatro, cinco
años, en la preparación, antes de empezar a
participar en el trabajo activo del campo. Algunos,
después de estudiar un tiempo, pueden
desarrollarse más rápidamente trabajando en ramos
prácticos en diversos lugares, bajo la vigilancia de
dirigentes experimentados, de lo que podrían
prepararse al permanecer en una institución. A
medida que progresen en conocimiento y habilidad,
algunos hallarán que les seria muy ventajoso volver
a nuestros sanatorios con escuela de preparación
para instruirse más cabalmente. Así llegarán a ser
médicos misioneros eficientes, preparados para las
emergencias penosas.
Mucho puede aprenderse al visitar los
hospitales. En ellos, no pocos de nuestros jóvenes
consagrados debieran estar aprendiendo a ser
misioneros médicos de éxito. La observación y la
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práctica de lo que ya han aprendido, les capacitarán
a llegar a ser enfermeros eficientes, con habilidad
superior, aptos para llegar a la más alta eminencia.
Todo médico, toda enfermera, todo ayudante, que
tenga algo que hacer en el servicio de Dios, debe
buscar la perfección. Ninguna cosa que sea menos
que esta norma puede agradar a Aquel que nos ha
llamado a ser colaboradores con él. Y
especialmente los que se están preparando para
actuar como médicos misioneros, deben apartarse
resueltamente de toda tentación a conformarse con
un conocimiento superficial de su profesión.
Esfuércense más bien hacia la perfección. La suya
es una vocación muy exigente, y su preparación
debe ser cabal y esmerada.
La causa de Dios estaría hoy mucho más
adelantada de lo que está, si en años anteriores
hubiésemos estado más activos en el
adiestramiento de enfermeros que, además de la
adquisición de una habilidad más que común en el
cuidado de los enfermos, hubiesen aprendido
también a trabajar como evangelistas en el servicio
de ganar almas.
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Para la preparación de tales obreros, como
también para la educación de los médicos, se fundó
la escuela de Loma Linda. En esta escuela se han
de preparar muchos obreros con habilidad para ser
médicos, para trabajar, no en ramos profesionales
como médicos, sino como médicos evangelistas
misioneros. Esta preparación ha de estar en
armonía con los principios sobre los cuales se
funda la verdadera educación superior. La causa
necesita centenares de obreros que hayan recibido
una educación práctica y cabal en los ramos de la
medicina, y que estén también preparados para
trabajar de casa en casa como maestros, obreros
bíblicos, y colportores. Tales estudiantes deben
salir de la escuela sin haber sacrificado los
principios de la reforma pro salud ni su amor hacia
Dios y la justicia.
Los que adquieran una preparación avanzada
en la enfermería, y salgan a todas partes del mundo
como médicos evangelistas misioneros no podrán
esperar del mundo los honores y las recompensas
que a menudo reciben los médicos plenamente
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acreditados. Sin embargo, mientras atiendan su
trabajo de enseñar y sanar, y se vinculen
íntimamente con los siervos de Dios que han sido
llamados al ministerio de su Palabra, su bendición
descansará sobre sus labores y se realizarán
maravillosas transformaciones. En un sentido
especial serán su mano auxiliadora.
Los deberes del médico son arduos. Pocos
comprenden la tensión mental y física a la cual está
sometido. Toda energía y capacidad debe ponerse a
contribución con la más intensa ansiedad en la
batalla contra la enfermedad y la muerte. A
menudo sabe que un movimiento torpe de la mano,
un desvío del espesor de un cabello en una mala
dirección, puede enviar a la eternidad a un alma no
preparada. ¡Cuánto necesita el médico fiel la
simpatía y las oraciones del pueblo de Dios!. Sus
requerimientos en esta dirección no son inferiores
al más consagrado ministro u obrero misionero.
Privado, como le sucede a menudo, del descanso y
sueño suficiente, necesita una doble porción de la
gracia, una nueva provisión diaria, o perderá su
confianza en Dios, y estará en peligro de hundirse
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en las tinieblas espirituales más profundamente que
los hombres de otras vocaciones. Y sin embargo, a
menudo se le hace blanco de reproches
inmerecidos, se le deja solo, y sometido a las más
fieras tentaciones de Satanás, sintiéndose
incomprendido, traicionado por sus amigos.
Muchos, sabiendo cuán penosos deberes tienen
los médicos, y cuán pocas oportunidades tienen
éstos de ser aliviados de las congojas, aun en el
sábado, no quieren elegir esta carrera para su vida.
Pero
el
gran
enemigo
está
buscando
constantemente destruir la obra de las manos de
Dios, y hombres de cultura e inteligencia están
llamados a combatir su cruel poder. Se necesitan
más hombres de la debida clase para que se
dediquen a esta profesión. Debe hacerse un
esfuerzo esmerado para inducir a hombres capaces
a que se preparen para esta obra. Deben ser
hombres cuyo carácter esté basado en los amplios
principios de la Palabra de Dios, hombres que
posean energía natural, fuerza y perseverancia, que
los capacite para alcanzar una alta norma de
excelencia.
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No todos pueden llegar a ser médicos de éxito.
Muchos se han iniciado en los deberes de esta
profesión sin estar preparados en todo sentido. No
tenían el conocimiento requerido; tampoco tenían
la habilidad y el tacto, el cuidado y la inteligencia
que se necesitan para asegurar el éxito. Un médico
puede cumplir mejor sus tareas si tiene fuerza
física. Si es débil, no puede soportar el trabajo
agotador propio de su vocación. Un hombre que
tenga una constitución débil, que sea dispéptico, o
que carezca de dominio propio, no puede estar
calificado para tratar con toda clase de
enfermedades. Debe ejercerse gran cuidado de no
estimular a personas que podrían ser útiles en
alguna posición de menor responsabilidad, para
que estudien medicina con gran gasto de tiempo y
recursos, cuando no hay esperanza razonable de
que tengan éxito.
Se me ha instruido que en vista de la naturaleza
exigente de la obra médica misionera, los que
desean entrar en este ramo deben ser examinados
primero cabalmente por médicos competentes, a fin
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de averiguar si tienen o no la fuerza necesaria para
soportar el curso de estudios que deben seguir en la
escuela de preparación.
Tenemos una obra que hacer en cuanto a
conseguir el mejor talento, y en cuanto a colocar a
estos obreros en puestos donde puedan educar a
otros obreros. Entonces, cuando nuestros sanatorios
y campos misioneros pidan médicos, tendremos
jóvenes, que por su experiencia adquirida en el
trabajo práctico, serán aptos para llevar
responsabilidades.
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