Revista Universal. México, 10 de febrero de 1876

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CORREO DE LOS TEATROS
Antenoche se estrenó con aplauso en el Principal la comedia
dramática de Rosas: El pan de cada día.
Estas dos palabras: comedia dramática, envuelven a nuestro juicio
la razón de la frialdad relativa que mostró el público para la pieza de
uno de sus poetas favoritos. Hay en la comedia caracteres bien
apuntados, diálogo fácil, movimiento cómico e intención útil de
censurar un vicio grave; si uno de los triunfos de la comedia es hacer
caer el ridículo sobre el defecto que censura, esto lo consiguió
plenamente el poeta Rosas.
Pero el autor cómico del acto primero, trocó su inspiración satírica
en dramática, en el acto segundo; y aquí, por las violentas
situaciones que se producen, por exageración del sentimiento no
preparadas ni justificadas, comenzó a sentirse lastimado el buen
sentido general del público. Construyendo en el acto tercero sobre
esta base falsa del segundo, y desanudando de un modo harto
sencillo una acción convertida de súbito en eminentemente
dramática, no pudo reconquistar la obra al concluir, las simpatías que
al comenzar despertó. En el primer acto revela todo lo que una
comedia necesita: lenguaje vivo, chistes naturales, caracteres
defectuosos puestos en ridículo: en el acto segundo, abandona el
tono general y conveniente y asalta un tono nuevo e inesperado que
daña a la justa trabazón del argumento y al desarrollo natural de las
pasiones: en el tercer acto, la tempestad nacida de repente en el
seno de una nube que no se ve, se deshace de un modo frío, débil y
no menos repentino, que no redime a la obra de la violencia del acto
segundo.
Pero en todo esto, Rosas ha revelado una vez más disposiciones
cómicas envidiables: dibuja un carácter desde las primeras frases que
pone en sus labios: ha querido herir un vicio, y lo ha herido: ha
querido burlarse de algunas figuras sociales pretenciosas y necias, y
se ha burlado de ellas con gracia y naturalidad. Su comedia se ríe
bien, como se dice en términos teatrales: y si no hubiera dejado de
ser comedia, habría recordado tal vez otras obras semejantes que
han conquistado nombradía, pero el éxito habría sido de fijo unánime
y completo. Se concibe la comedia dramática, pero muy unida, muy
entrelazada la acción seria con la cómica, muy ligero el chiste para
que luego, con la gravedad de la acción, no resulte muy duro el
contraste.
Rosas fue llamado a la escena desde el primer acto: se volvió a
llamarle en el segundo, momento en que recibió una corona de la
Sociedad Netzahualcóyotl; y de nuevo se le hizo salir al palco
escénico al concluir la obra: en este instante le leyó la Srta. Servín
unos lindos versos.
El éxito fue cariñoso, sin ser entusiasta: el poeta, que vale más que
su obra, sabrá crear seguramente otra producción dramática en que
campeen uno u otro género, o los dos más enlazados, cobrando vida
de la versificación sonora, lenguaje animado, y tiernos afectos que
caracterizan al notable autor.
La ejecución, un tanto confusa en el acto primero, realzó la
comedia en los dos últimos. La Srta. Padilla hizo de un carácter
violento una madre real, y Guasp animó tanto como era posible el
personaje inverosímil que estaba a su cargo. ¡Qué hermoso rostro el
de la Srta. Padilla en las escenas del segundo acto! Era el temor
materno, bajo su forma más natural, más agitada y más simpática.
La Sra. Suárez, algo tardía en el decir, dio, sin embargo, colorido a su
papel, bien entendido y realizado por el autor: la Srta. Servín hizo de
jovencita murmuradora, ficciosa y beata, personaje que Rosas ha
sorprendido a la misma realidad. Freyre tuvo acierto en el gracioso
carácter que le estaba encomendado, y la Sra. Navarro mereció
aplausos por el desembarazo y gracia con que representó al
galancete casquivano de quien depende la acción de la comedia.
La concurrencia no era escasa: embellecían los palcos muy
distinguidas familias de México.
Revista Universal, 10 de febrero de 1876.
[Mf. en CEM]
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