Così fan tutte en Londres The Gambler en Londres Ópera en

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Ópera en Inglaterra
por Eduardo Jacobo Benarroch
Così fan tutte en Londres
Fue muy interesante ver la ya quinceañera pero muy vigente
producción de Jonathan Miller para Covent Garden
inmediatamente después de The Rake’s Progress, ya que Stravinsky
admiraba la ópera de Mozart. Miller presenta a las hermanas como
exitosas diseñadoras de modas, caprichosas, jóvenes y elegantes.
Dos caracteres vitales en medio de una situación fabricada por los
hombres. Don Alfonso asume un papel mucho más dominante,
de rango militar frente a los dos soldados que deben obedecer
sus órdenes. El espectador quedó embelesado con esta actuación
completa, de pocos gestos, elegante y medida, un maquinador de
primera. Miller debió haber disfrutado mucho de esta creación.
William Shimell dominó la noche con una caracterización bien
centrada, parca, segura y tranquila, un misántropo perfecto que
deja caer su clavel sobre el piso al final de la ópera, mientras
todos los personajes se escapan de la situación dejándolo solo.
Helene Schneiderman fue una Despina extraordinariamente
vivaz, cantada a la perfección; mientras que las dos hermanas
estuvieron un poco por debajo de ella, en especial Sally Matthews,
cuya Fiordiligi lució muy bien pero también cuya voz tendió a ser
borrosa y de poco envidiable emisión. Nino Surguladze cantó
Dorabella con voz bella pero con escasa expresión, como temiendo
al rol. Los hombres cumplieron bien: Charles Castronovo con
un Ferrando pasional y Troy Cook como un Guglielmo pagado
de sí mismo. Luego de un comienzo nervioso, Julia Jones
consiguió dotar a su lectura de buen pulso y excelente fraseo, con
bellos detalles en las maderas, dejando la impresión de un debut
promisorio.
Escena de The Gambler
Foto: Clive Barda
The Gambler en Londres
En 1929, pocos años antes de sentir la fatal atracción de su tierra
madre, el teatro La Monnaie en Bruselas ofreció el estreno de
una obra de Prokofiev que centra la atención en un grupo de
rusos exilados en una ciudad ficticia. No importa si esa ciudad se
llama Roulettenbourg o Baden-Baden, este grupo de rusos lleva
sus ansiedades al extremo jugando en el casino. Esta adicción
enfermiza parece querer confirmar el deseo de regresar a la tierra
madre al perderlo todo, pero ese deseo también presenta sus
problemas, porque la adicción al juego les obliga a permanecer
en el exilio. El Jugador es una obra así, pero Fiódor Dostoievski
la escribió en forma diferente y, por eso, con Sergéi Prokofiev
adquiere dimensiones psicológicas insospechadas. A esto se aferra
la magistral nueva producción de Richard Jones, que presenta al
elenco en un jardín zoológico, en los corredores de un gran hotel
y, por fin, en la sala de juego de ese infame casino. Pero estos
personajes siguen siendo especímenes fuera de lugar y así los trata
Jones en forma individual y genial.
El elenco es vasto y la Royal Opera House, como es ya costumbre,
confió cada rol por más pequeño que fuese a un excelente cantante,
y el resultado fue espectacular, cantado en inglés con dicción
perfecta. La acción fue dominada por el inmenso falso general
de John Tomlinson, una creación al borde de la locura, en la
que al fin termina en camisa de fuerza. Pero el centro nervioso
psicológico permanece con Alexey y Paulina, un par de jóvenes
que no saben qué quieren. Alexey se juega todo por su amada
Paulina, que a su vez se entrega al pérfido Marqués por lujo y
dinero. Roberto Saccà fue un Alexey de lujo, cantando con voz
libre y clara en todo el rango y actuando con esa mezcla excitante
de nerviosismo controlado bajo una máscara burlona. La Paulina
de Angela Denoke fue una mujer cansada de ser usada y a la
espera de algo mejor, que cree encontrar al fin en Alexey, quien,
como todo el resto de los exiliados, tampoco tiene salvación.
Escena de Così fan tutte
mayo-junio 2010
Foto: Richard Smith
Susan Bickley destacó como la rica Tia Babulenka, que precipita
la acción al perder toda su fortuna en la ruleta y Kurt Streit brindó
canto y fraseo de alto nivel con un Marqués odioso y elegante.
Con tal producción se necesitaba un director extraordinario, y
pro ópera Antonio Pappano demostró que es hoy por hoy el director de
ópera más excitante: su lectura tuvo pasión, transparencia sedosa y
total control de una orquesta que lo siguió hasta en el más mínimo
gesto, un milagro de musicalidad.
Kát’a Kabanová en Londres
Con la sabiduría acumulada a través de muchos años de poner
las obras del compositor checo Leoš Janáček, la English National
Opera ha triunfado una vez más con una obra aparentemente
sencilla. Las ansias de vivir de Kát’a, una mujer reducida a vivir
en medio de un triángulo con una suegra dominante y celosa y un
marido timorato, son reales y muy conmovedoras, pero fácil de
caer en el melodrama.
Pero Janáček narra con suavidad, y con música de supremo lirismo
ubica al espectador en una ciudad al borde del Volga que al fin
ahogará Kát’a. Como contraste hay otra pareja, el maestro Váňa
y la joven Varvara, que al fin escapan de ese ambiente opresivo,
sabiendo que al menos tendrán la oportunidad de ser felices. La
nueva producción de David Alden es igualmente sencilla con
excelentes decorados de Charles Edwards, básicamente una pared
que se mueve de lado a lado y redefine la escena.
Pero lo que realmente fascina es la Personenregie o marcación
individual, que lógicamente concentra la atención en la figura frágil
de Kát’a, magníficamente interpretada por Patricia Racette. En
ella lo hubo todo: sufrimiento contenido, deseo de obediencia y
el deseo incontenible de ser amada. También triunfó vocalmente
con una voz rica y expresiva. Stuart Skelton, de voz espléndida y
resonante, fue el hombre acobardado por la sociedad en que vive, y
de la que al fin escapa, pero sólo abandonando a Kát’a a su trágico
destino. Alfie Boe cantó con voz plena y bella, y actuó con gran
soltura al lado de Anna Grevelius, que interpretó Varvara con voz
fresca: una cantante a observar.
Como siempre, la figura de la madre viuda y dominante tiende
a dominar la escena en cuanto aparece, y así ocurrió con la
cínica y elegante presencia de Susan Bickley, cantada con
dicción cortante. No menos exitoso estuvo John Graham-Hall,
quien caracterizó al marido Tichon a la perfección, y el brutal
comerciante Dikoj, cantado por Clive Bayley. Un espectáculo tan
redondo sólo necesitaba una fantástica dirección orquestal y Mark
Wigglesworth hizo precisamente eso, demostrando que es un
director operático de gran valía. Su lectura lo tuvo todo navegando
al espectador entre la esperanza y la desesperación intensas.
Lucia di Lammermoor en Londres
Quienes estén acostumbrados a ver Lucia en forma tradicional,
podrán apreciar algo nuevo en esta producción de David Alden.
La claustrofóbica sociedad presbiteriana escocesa es presentada
en forma brutal, y de ella se burla el rico y elegante Lord Arturo
Bucklaw en forma tan descarada, que es un alivio cuando es
asesinado por Lucia. Enrico es abrumado por las deudas y por
el conflicto con Edgardo, y sólo ve una salida: el sacrificio de
su hermana, que también lo abruma. Es una producción oscura,
profunda en cuanto a caracterizaciones y llena de detalles que
iluminan la acción.
Por ejemplo, Enrico es presentado como un joven inmaduro,
aniñado, lleno de complejos y abrumado por las deudas, y su
hermana por primera vez es vista realmente como la Lucia de
Walter Scott, una joven de escasos 17 años (a comienzos del
pro ópera
Foto: Robert Workman
Anna Christy (Lucia) y Brian Mulligan (Enrico)
siglo XIX no era una edad tan joven), que hoy la ponen poco más
como una niña que todavía juega con muñecas. Existe también la
sugerencia de que Lucia haya sido abusada por su hermano, y en
realidad todos los personajes revelan inmadurez, incluso Edgardo.
La producción se desarrolla como un film thriller, con mucho
suspenso, incluso para aquéllos que han visto Lucia muchas veces.
Esa es la más grande virtud de Alden: la de hacer de Lucia algo
fresco, nuevo y que sorprende al espectador inteligente.
Anna Christy fue en este caso la intérprete ideal, frágil pero
decidida en su propósito, cantando con voz cristalina y segura;
Jaewoo Kim un ardiente Edgardo de voz quizás demasiado
liviana; y Brian Mulligan un dominante Enrico, lleno de
violencia y vocalmente muy correcto. En realidad, ver esta ópera
presentada como un psicodrama es refrescante —y aunque los
cantantes no hayan sido estrellas— realmente vivieron sus papeles,
contribuyendo a un espectáculo completo y exitoso. Gustó mucho
la dirección orquestal del americano Antony Walter: su lectura
tuvo brío, lirismo y pulso, y la orquesta de la English National
Opera sonó brillante y muy idiomática.
The Rake’s Progress en Londres
Ópera neoclásica no abunda, y cuando es vista tiende a dejar al
público confundido; no es así el caso con esta acelerada carrera
faustiana con sensacional libreto de W. H. Auden. Tras un
comienzo pastoral, el espectador comienza a saborear el lenguaje
único y rítmicamente complicado que usa a Mozart como constante
referencia. Algunos prefieren llamarla “neogótica”, pero dada la
abundancia de referencias a otros compositores, “neoclásica” se
adapta mejor.
No es una obra fácil para los artistas ni para el coro, especialmente
la escena de la subasta, pero una vez que se llegan a niveles tan
altos de ejecución —como en esta reposición—, nada más importa,
sólo el placer auditivo. La producción de Robert Lepage resultó
superficial, concentrándose en aspectos visuales muy atractivos
que dejaron al público muy entretenido. Pero el aspecto oscuro
de esta obra quedó ausente, y con ello se perdió la esencia de la
obra. La simpatía del público está siempre asegurada con el final
mozartiano, pero se necesita más contraste, mas énfasis en este
libertino que corre y corre para al fin morir loco en brazos de su fiel
amada, sin que quede un ojo seco en la sala.
Toby Spence fue un Tom Rakewell ideal: su voz segura en todo el
mayo-junio 2010
Foto: Johann Persson
Kyle Ketelson (Nick Shadow) y Toby Spence (Tom Rakewell)
rango y de dicción clara (la ópera fue compuesta en inglés), fue un
modelo de actuación. Su caracterización transmitió esa dosis justa
de un personaje débil que se deja llevar por las circunstancias.
No hubo aspecto dramático donde Spence no haya hurgado,
conmoviendo al más duro con su escena final. Rosemary Joshua
fue una frágil y tiernísima Anne Trulove, cantando con voz liviana
y dando siempre la idea de estar sólo a un paso de la felicidad que
la evade. Patricia Bardon resultó magnífica como Baba The Turk,
mientras que Kyle Ketelsen logró con su voz transmitir la negrura
y cinismo de su personaje, Nick Shadow. Con un coro muy bien
preparado y una dirección orquestal magistral a cargo de Ingo
Metzmacher, ésta fue una noche de ópera de muy alta calidad en
Covent Garden, que dejó satisfecho al más exigente fan de esta
obra tan especial, que nos dice tanto hoy en día.
Schäfer presentó una voz velada y con poco estilo, y la Stotijn una
voz pequeñísima, de poca sonoridad y tendiendo a ser hueca. Hay
muchas mejores cantantes jóvenes en este reino para estos roles.
Al menos Sara Mingardo como Andrónicus convenció a medias,
cantando con estilo, si bien con voz pequeña y sin la convicción
de aquéllos que estamos acostumbrados a mejores cantantes. Por
su parte, Renata Pokupi mostró una voz redonda y sonora que dio
el correcto relieve a la despechada Princesa Irene. Como Bajazet,
Kurt Streit dio una lección de canto y de estilo: su caracterización
fue la de un joven padre lleno de ira y su muerte fue realmente
conmovedora. Ivor Bolton, al frente de la siempre excelente
Orquesta de la Época de la Ilustración, confirió el énfasis necesario
en cada ocasión y si bien la ópera es larguísima —con cuatro horas
y media de duración— mantuvo el interés en todo momento. o
Tamerlano en Londres
Incluso si el gran Plácido Domingo hubiera cantado estas
funciones totalmente vendidas de antemano (todos sus admiradores
le deseamos una pronta recuperación), esta flácida y superficial
producción de Graham Vick no hubiera convencido y menos aún
el elenco destinado a acompañarlo. Inglaterra considera a Händel
como un nativo, ¿y por qué no? Después de todo Händel, nacido
en Halle, vivió más en Inglaterra que en ningún otro país y se
naturalizó como súbdito de la corona. Y es también en este reino
donde se dan quizás las mejores representaciones de este prolífico
compositor, en especial en la English National Opera.
Qué episodio de locura colectiva hizo que la Royal Opera House
confiara los roles tan importantes de Asteria a Christine Schäfer
y el de Tamerlano a Chritianne Stotijn es un misterio, porque
ninguna de las dos posee la voz para esos roles en esta casa. La
mayo-junio 2010
Foto: Catherine Ashmore
Kurt Streit (Bajazet) y Christine Schäfer (Asteria)
pro ópera 
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