UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA SECCIONAL CARTAGENA

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UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA
SECCIONAL CARTAGENA
FACULTAD DE DERECHO – III SEMESTRE ANTROPOLOGÍA JURÍDICA
DOCENTE: SAULO ENRIQUE OSPINO PEREIRA
TALLER SOBRE PALENQUE
FECHA: 25 de Mayo de 2015
PALENQUE: EPOPEYA DE UNA SOCIEDAD GUERRERA
Los grupos de rebeldes negros que durante la colonia española se conocieron en
América como cimarrones y que formaron los llamados palenques en el territorio
que hoy es Colombia, son apenas una parte del fenómeno histórico que se inició
hace cuatrocientos años en el marco de las sociedades esclavistas en el nuevo
mundo. En Méjico y Cuba también se conocieron como palenques, en tanto que
en
Venezuela
fueron cumbes;
en
Brasil quilombos,
mocambos,
ladeiras y mambises, así como maroons en el Caribe, las Guayanas y en
regiones de lo que actualmente es el sur de los Estados Unidos. Los vocablos
cimarrón, palenque y arcabuco son de origen español y en Colombia se
combinaron indistintamente para señalar el mismo fenómeno. Los negros
rebeldes fueron cimarrones de los palenques, éstos fueron palenques de los
arcabucos, es decir de los montes tupidos, y sus gentes cimarrones de los
arcabucos.
Los palenques fueron comunidades de negros que se fugaban de los puertos de
desembarque de navíos, de las haciendas, de las minas, de las casas donde
hacían servidumbre doméstica y aun de las mismas galeras de trabajo forzado.
Su historia siglo tras siglo durante trescientos años constituye una estela
epopéyica del negro en el paso obligado desde su continente a un nuevo mundo
y a un destino nuevo.
En la costa atlántica colombiana florecieron, fueron diezmados por las armas de
los españoles, perseguidos por sus perros y por milicias en las que también
marcharon indígenas, como los chimilas del pueblo de San Ángel y los de
Malambo, blandiendo flechas y lanzas (Borrego Plá, 1973: 20). Pero de nuevo
surgieron y florecieron con la vitalidad de su lucha por la libertad. Los
documentos históricos muestran palenques en la gobernación de Cartagena, en
la de Santa Marta y en la de Río de Hacha en la península de la Guajira, en
donde además hay evidencia de que se refugiaron entre los indígenas guajiros
imprimiendo en estos rasgos que tal vez puedan ser considerados como reflejos
culturales de origen africano (Wilbert, 1976). Su formación y organización fueron
estrategias de resistencia hacia la esclavitud. El estado de permanente guerrilla
en que vivieron año tras año debió influir sobre aspectos de su organización
social y política en el proceso de su transformación de bandas trashumantes,
como fueron unos, a palenques temporalmente estables o a la conformación de
poblados palenqueros que, como el de San Miguel en 1694, llegaron a tener
hasta 137 bohíos, sementeras de tubérculos, fríjoles y maíz, y a formar parte de
una federación de palenques establecidos sobre una región como la Sierra de
María. Pero ese estado de guerrilla también debió influir sobre los perfiles de su
cultura en el ámbito doméstico, en su visión del mundo natural, en su religión, en
su expresión artística y tecnológica y en su lenguaje.
En Colombia, en la Costa Atlántica, solamente se ha localizado una comunidad
que es descendiente directa de gentes que pertenecieron a uno o a varios de los
palenques de los Montes; de María. Algunas de sus gentes también podrían ser
descendientes de aquellos palenques en la Sierra de Luruaco o de los de Norosí
y Cimarrón en la serranía de San Lucas, ya que existía una comunicación activa
no solamente entre los palenques de la región sino entre los de Santa Marta,
Panamá, etc. La precisión sobre el origen de los actuales pobladores de
Palenque de San Basilio es un escrutinio que ha intentado realizar el trabajo
sobre el cual se basa esta publicación. Pero las fuentes documentales que han
estado al alcance no dedican mayor espacio a los; palenques. Ello es
comprensible teniendo en cuenta, por una parte, el hermetismo que guardaron
los grupos frente a misioneros, militares, mensajeros, etc., procedentes de la
sociedad blanca, de la cual desconfiaron como una táctica básica en su
estrategia
defensiva.
Por
otra
parte,
el
tratamiento
deshumanizado que se infligió a las gentes negras en la esclavitud también se
aplicó a los documentos que se refirieron a su rebelión.
Consecuentemente las descripciones más copiosas en relación con los
palenques son aquellas sobre las milicias españolas que los hostigaron y sobre
cómo lo hicieron, sobre el costo de cada expedición y aun sobre las viandas con
que alimentaron a los soldados. Por otro lado lo que abundan son descripciones
de los ahorcamientos y degollamientos de los cimarrones, de los lugares donde
les cortaron sus cabezas y de las plazas donde las exhibieron como escarnio.
Pero hay ausencia total de datos sobre asuntos de organización social no
solamente de los palenques, que era información difícil de conseguir, sino aun de
los esclavos urbanos que, por ejemplo, se reunían en Cartagena en cabildos con
nombres de etnias africanas (Posada Gutiérrez, 1929; Friedemann: 1985, 1987).
Aunque la situación en el momento empieza a cambiar, la ausencia de interés
por el examen histórico del transcurso del negro en Colombia ha mostrado la
permanencia de ese rasgo de deshumanización y etnocentrismo aun en los
niveles intelectuales. Ello es comprensible, si se tiene en cuenta que quienes
hasta hace algunos años manejaron los documentos históricos e hicieron su
interpretación, eran en su mayoría miembros de las clases dominantes. Tales
individuos no demostraron tener una conciencia social que los inclinara a realizar
escrutinios sobre aquellos grupos étnicos que, como los negros, han estado en la
base de la pirámide socioeconómica por tanto tiempo. Más aún, semejante
fenómeno de exclusión no ha sido solamente prerrogativo de la historia. El negro
colombiano escasamente ha motivado el interés científico de unos pocos
estudiosos (Friedemann: 1978b, 1984).
La tradición oral en el actual poblado Palenque de San Basilio es una visión sin
muchos matices. Sobre un escenario homogéneo, los palenqueros dibujan un
pasado guerrero con un caudillo omnipotente, de calidades heroicas, secundado
por jefes valientes, pero sin las exactitudes de sitios, nombres de hombres ni
fechas. A partir de este escenario, que es apenas un atisbo en lontananza, los
actuales palenqueros relatan su historia inmediata que abarca un siglo de
precisión genealógica, geográfica y sociopolítica.
Remontándonos al siglo XVI, cuando el movimiento de los palenques fue
detectado oficialmente y anotado en documentos, podríamos entonces
preguntarnos de dónde provinieron los negros que, fugados, empezaron a
conformar las bandas de rebeldes que huían por entre los montes, y ello nos
transporta de inmediato al problema de la proveniencia africana de los esclavos
llegados a Cartagena. Pero a un mismo tiempo podríamos preguntarnos también
cuál es la razón para averiguar la procedencia de los esclavos, particularmente
teniendo en cuenta no solamente las circunstancias en que fueron reclutados en
África, sino la manera como se designaron y registraron en documentos o
patentes en los puertos de factoría y de embarque. Según dice Colmenares
(1978: 12), las designaciones tenían origen africano, pero eran aplicadas desde
un punto de vista europeo y por los mismos europeos. De tal suerte que el
apelativo podía significar un lugar geográfico, un grupo lingüístico, o una
organización política: tribu, reino, etc. Si la averiguación fuera para intentar dar
una explicación al bagaje cultural en este caso de los palenques, no tendría
suficiente asidero, ya que los esclavos provinieron de distintas partes del
continente africano, de numerosos grupos tribales y lingüísticos y de diferentes
sociedades en cada región, y por ende no compartieron una cultura (Mintz y
Price, 1976: 1). 4o que compartieron fue un sistema de subyugación dentro del
cual elaboraron estrategias de supervivencia que interpretaron la creatividad de
sus gentes y que probablemente transformaron el bagaje cultural diferenciado de
individuos o grupos de individuos en el marco formal del palenque, como una
sociedad guerrera.
Sin embargo, los nuevos marcos teóricos que estimulan la exploración de
explicaciones alternativas sustentan la validez del examen de los lugares de
donde hayan provenido los primeros o los últimos migrantes forzados del África,
así como la identificación de supervivencias socioculturales y sus posteriores
transformaciones cuyo origen pudiera proceder de un grupo en una región
particular. Claro que de ningún modo esto significa que la explicación teórica
sobre la ocurrencia de un determinado tipo de organización guerrillera en el
Palenque de la Matuna de hace tres siglos o sobre los ritos de guerra de los
niños en el poblado actual de Palenque de San Basilio, se apoye en
explicaciones sobre retenciones o supervivencias culturales africanas.
El enfoque que aquí se adopta, interpreta la propuesta flexible de entender la
cultura de los grupos negros en el ámbito de su transformación, innovación y
creación, adaptativa a las circunstancias ecológicas del ambiente natural y del
trance socioeconómico (Friedemann, 1974). De esta suerte los planteamientos
rígidos que han señalado a los palenques como sociedades africanas en América
no hacen parte de la interpretación antropológica aquí seguida. Pero a este
respecto es muy valioso tener en cuenta las reflexiones y evaluaciones de Sidney
Mintz y Richard Price (1976) alrededor de las posiciones teóricas que con mayor
vigor han modelado la explicación en los estudios afroamericanos,
particularmente en el área del Caribe. Al contrario de las tendencias de años
anteriores que se encauzaron por senderos teóricos de determinada escuela
antropológica para proponer explicaciones acordes, Mintz y Price sugieren
aproximar la explicación afroamericana sin desechar totalmente o desaprobar las
diversas ópticas que dinamizaron los estudios de negros en años pasados. Pero
al hacerlo, el enfoque primordial, en su opinión, debería dar más énfasis a los
valores que a las formas socioculturales (Mintz y Price, 1976: 5), acogiendo
también el examen de las orientaciones cognitivas.
En este esquema amplio y sobre el basamento de la esclavitud como una forja
cultural, son válidos, tanto el examen de las continuidades entre el viejo y el
nuevo mundo, como los análisis demográficos durante el periodo de esclavitud.
Claro que, según Mintz y Price lo afirman en el estudio citado, y Germán
Colmenares refiriéndose al mismo problema (1978: 13) en su análisis sobre la
proveniencia
de
esclavos
al
Nuevo
Reino
de
Granada lo explicita, cualquier aproximación de esta índole debe enmarcarse en
el contexto histórico.
Hacia esa meta, el esfuerzo del historiador Philip D. Curtin (1969) por realizar
una síntesis censal sobre el tráfico esclavista por el Atlántico, el trabajo de Jorge
Palacios Preciado (1973) sobre la trata por Cartagena de Indias, las
interpretaciones de Jaime Jaramillo Uribe (1963) sobre las relaciones
sociorraciales en la Nueva Granada en el siglo XVIII, y últimamente el trabajo de
Germán Colmenares (1978) sobre los esclavos de la gobernación de Popayán
constituyen amplias avenidas para la dilucidación del trayecto histórico del negro
colombiano. En 1967 el historiador Pavy también acopió datos que más tarde
fueron confirmados en relación con áreas de las cuales llegaron negros a
Colombia. Senegambia los suministró hasta la mitad del siglo XVII. Para el siglo
XVIII y en una interpretación de Curtin, Colmenares (1978: 14) precisa
nuevamente Senegambia, luego Sierra Leona, Costa de Marfil, Costa del Oro,
Golfo de Benin o Costa de los Esclavos, Golfo de Biafra y finalmente África
Central o Angola, mencionando Mozambique aunque fueron muy pocos los que
de tal zona llegaron. Pese a la heterogeneidad de su proveniencia, en 1971,
Germán de Granda, apoyado en elementos lingüísticos, sugirió que la influencia
congo-angoleña debió ser significativa en la costa atlántica. En la misma vena, la
investigación lingüística de Carlos Patiño Rosselli (1978) sobre la lengua criolla
del actual Palenque de San Basilio confirma y amplía datos iniciales de Bickerton
y Escalante (1970) y de Germán de Granda (1971), así como otros datos de
Escalante (1954) sobre literatura oral y el registro de cantos funerarios en el
mismo poblado, con procedencias congo-angoleñas. En 1973 Price presentó en
un volumen lo que puede considerarse una antología sobre los palenques de
América, precedida de una introducción que se esfuerza en dibujar los andamios
estructurales de la formación y evolución de las sociedades cimarronas, en tanto
que, en un análisis de la resistencia negra a la esclavitud colonial europea, el
historiador Carrera Damas ha señalado estrategias de huida y enfrentamiento
(1977: 34-52) en la formación de las sociedades cimarronas, estrategias que
además tienen vigencia aún para el negro contemporáneo (Friedemann, 1978c).
La huida de uno o varios esclavos de galeras, trabajos mineros, haciendas o
servicio doméstico aparece como un paso inicial hacia un primer estadio en la
formación de los palenques y a esta gente se le conoció como
negroszapacos (Arrázola, 1970: 21). Este estadio se define primero por un
movimiento de bandas, formadas cada una por un grupo pequeño de hombres y
muchas veces mujeres que en huida rastrean ágilmente lugares inaccesibles
para sus perseguidores, superiores numérica y bélicamente. Las motivaciones
básicas del grupo son supervivencia física y libertad. Las necesidades vitales de
alimentación y abrigo se satisfacen por recolección de frutos silvestres y pequeña
cacería. En la gobernación de Cartagena las bandas de negros en huida echaron
mano de provisiones, lanzas y flechas de los indígenas que encontraron a su
paso. Fueron bandas que ya en 1540 usaban en forma trashumante varios sitios
de refugio, de acuerdo con las necesidades de su huida. Levantaban dos o
quizás tres bohíos rudimentarios, mimetizados en el bosque, tan escondidos que
podía transitarse en la región sin descubrirlos. Eran generalmente de palos,
caña, palma y bejuco. Los primeros debieron tener techo de una sola agua,
semejantes a algunos estaderos que aún hacen los palenqueros en retiros como
La Bonga en Palenque actual. Sus gentes debieron dormir sobre esterillas como
las que todavía usan y que siguen tejiendo. Fáciles de cargar, fáciles de
incendiar con los bohíos, para cubrir la huida una de las estrategias básicas del
periodo formativo del palenque.
En el momento, es difícil describir el tamaño de la planta habitacional del bohío
palenquero o precisar los materiales que integraron a medida que el
asentamiento se hizo firme en algunos lugares. Es posible que el uso de
materiales para las paredes, tales como el afrecho y la boñiga que todavía hoy
utilizan, se hubiera dado cuando los palenqueros pudieron mantener una que
otra cabeza de ganado y hacer algunos cultivos. Algunas casas todavía utilizan la
esterilla como división interna de los ambientes domésticos. Es posible que la
esterilla también se usara en las puertas de los primeros bohíos. Claro que los
primeros palenques contaron con pocas mujeres, debieron tener más un carácter
de campamentos y la preparación de la comida debió ser rudimentaria. En el
actual poblado de Palenque muchas de las cocinas son un rancho rústico
separado de la casa. El techo de palma del rancho generalmente es cónico, hay
un fogón sobre la tierra y el humo de la leña cura la caza del monte: conejos, a
veces armadillos y de vez en cuando un pisingo.
Quienes estaban asentados cerca a las ciénagas, utilizaban el agua de ésta o de
los arroyos vecinos, y cuando el palenque estaba incrustado en lugares tupidos
del monte, las mujeres debieron cargar agua de los arroyos en recipientes, al
igual que hoy. Hasta hace poco, tales recipientes eran artesanía de las mujeres
que usaban- arcilla del lugar y luego quemaban las vasijas. Todavía en muchas
viviendas el agua de beber se conserva en las antiguas grandes ollas en un lugar
especial de la sala.
El desecho de las heces humanas en el tiempo del palenque se cumplió como
ahora fuera del poblado, respetando los bordes del mismo. El "cagadero" es una
franja que permite a sus gentes señalar una dirección como "más allá del c..." o
"más acá del c..."
Pero a medida que los palenques lograron alguna estabilización material y un
número apreciable y equilibrado de hombres y mujeres, los bohíos
probablemente se construyeron en conjuntos compactos interpretando las
necesidades del guerreo. Por el, estudio de la organización social actual de los
descendientes del palenque se infiere que los ranchos debieron estar distribuidos
en núcleos de acuerdo con la jerarquía de los jefes de los grupos de guerrilla
cuyos rastros posiblemente se reflejan en los cuadros (Friedemann, 1978a) del
poblado contemporáneo, a los cuales se hará referencia más adelante. En la
organización social actual se encuentran rudimentos de lo que posiblemente fue
un diseño arquitectónico articulado: una casa mayor y unas casas menores,
como viviendas satélites y de cierta manera interdependientes en un marco de
cooperación. En la casa mayor viven el hombre y el grupo doméstico más
destacado del grupo. Esto, transportado a tiempos históricos, debió traducir
necesidades de la organización del palenque. Las casas de los jefes debieron
estar rodeadas por las casas de los jefes menores para facilitar el cumplimiento
de acciones inmediatas y conjuntas.
Algunos palenques como el de San Miguel alcanzaron a tener hasta 137 bohíos
grandes y alrededor un foso amplio, encubierto con una capa de tierra y
sembrado por debajo de púas fuertes y venenosas. Otros se protegían con las
ciénagas, cuajadas sus orillas de púas afiladas de madera, y cuyos bordes
constituían barricadas de palos y obstáculos.
En 1599, cuando el líder Bioho se fugó de galeras, debió contar con un grupo de
rebeldes más o menos apreciable y decidido a emprender acciones de
enfrentamiento a las milicias españolas, ya que adoptaron hacer un asentamiento
en territorio de la Ciénaga de la Matuna, construyeron un fuerte o empalizada
alrededor de lo que después fue el poblado y se organizaron con una perspectiva
de permanencia. Entretanto, otras bandas de rebeldes continuaron en huida y
éstas u otras en los años siguientes, formaron los núcleos que también acogieron
la estrategia del enfrentamiento y solamente huyeron ante la contingencia de una
derrota o de un encuentro demasiado sangriento. En tales ocasiones quemaban
los bohíos para establecerse en lugar diferente o engrosar otros palenques. Para
ese. -tiempo hacía casi treinta años, desde 1570, que, frente al crecido número
de negros huidos o ausentes de los amos, el cabildo de la ciudad de Cartagena
había expedido un código con ordenanzas punitivas, así (Arrázola, 1970: 24): A
quienes se ausentaran por quince días, la pena de cien azotes que se le
administraría a la víctima luego de amarrarlo y ponerle sobre el cuerpo un pretal
de cascabeles que sonaran a cada azote. El castigo se haría en sitio público y
por la mañana. Así se dejaría al individuo a la vista y para escarnio de quienes
intentaran la fuga.
Estos castigos fueron refinándose a medida que los rebeldes aumentaron en
número y que sus acciones implicaron muertes, robos y creciente terror.
Entonces dispusieron cortarles "el miembro genital y supinos, lo cual cortado lo
pongan an la picota da asta ciudad para qua da ello toman ejemplo...". Más tarde
se iniciaron las expediciones punitivas, qua requirieron financiación. Se
estableció entonces un impuesto de dos reales y medio por cada negro esclavo
qua llagara en los navíos. El impuesto debía ser pagado al momento del
desembarque del navío y con destino a lo que se llamó "la caza de los negros
cimarronas". Este impuesto también se exigió de aquellos dueños que ya
manejaban sus esclavos en haciendas, minas y estancias.
El Palenque de La Matuna, encabezado por Bioho, se mantuvo desde su inicio
en estado beligerante. En 1602 al gobernador Gerónimo da Suazo, ante la
muerte de cuatro españoles y la desaparición de otros, envió una milicia de
treinta arcabuceros y un capitán que fueron repelidos. Entonces armó una
segunda expedición de 250 hombres con tres capitanes. Uno de ellos
comandaba al grupo de negros horros como se llamaban a los negros que ya
habían comprado su libertad, y que por ende socialmente se hallaba fuera del
marco de la subyugación esclava. La emprendieron contra las gentes da la
Ciénaga de la Matuna. La expedición tuvo que internarse en la ciénaga y caminar
con el barro casi hasta los hombros, tratando de penetrar la empalizada cubierta
de púas y latas e iniciar lo que con propiedad el dicho gobernador llamó la guerra
de los cimarrones. Aunque de esta incursión el gobernador informó al rey de
España grandes éxitos, aduciendo que sus soldados le habían traído las cabezas
de Domingo Bioho y la de Lorencillo su general, lo cierto es que los palenqueros
se defendieron con las armas qua tenían: lanzas arrojadizas, flechas, arcos,
piedras y con algunos rifles que habían conseguido en asaltos a las estancias
vecinas. Ante el enorme número de soldados que atacaban echaron mano de la
huida y abandonaron el palanque de uno de los islotes de la ciénaga, pero se
atrincheraron en otro detrás de otros islotes. Perdieron algunos de sus guerreros,
tuvieron que quemar sus bohíos y hombres y mujeres cayeron prisioneros. Con
todo, las milicias españolas regresaron a Cartagena con la noticia de que no
había sido posible exterminarlos conforme había sido la orden del gobernador.
De esta suerte, el informe al rey, arriba mencionado, fue apenas una visión
optimista de la situación. Ello queda confirmado en la capitulación que con gran
diplomacia firmó el gobernador en 1603 declarando: "... resolví en concederles
paz por un año según y de la manera que se capituló con ellos que fue que si
Vuestra Majestad lo tuviese por bien sería lo mesmo adelante y si no volviéramos
a procurar darles fin..." (Arrázola, 1970: 44).
La articulación de la organización guerrillera de La Matuna se percibe
fugazmente en el relato que el gobernador hace al rey de España sobre la batalla
de 1603 (Ibídem: 41) que da cuenta cómo el alférez negro de los cimarrones
cayó abatido con su bandera en las manos, así como también salió herido
Domingo Bioho, a quien dice llamaban Rey de la Matuna.
En este punto cabe mencionar la aparición de tres Biohos, uno muerto y otro
herido, en los documentos que van de 1602 a 1604, y otro en 1621, a quien el
nuevo gobernador, don García Girón (Ibídem: 45), le consintió poblar con su
gente, a 20 leguas de Cartagena, un pueblo que se llamara Matuna, y según dijo
sobre la base de los arreglos hechos por el anterior gobernador Gerónimo de
Suazo Casasola.
Se puede inferir entonces que, al menos en el palenque de La Matuna, el
liderazgo mayor de la guerrilla estuvo asignado a un individuo que tenía el
estatus Bioho, fuera éste el nombre de un lugar, o el término simbólico dado al
guerrero más atrevido y valiente del palenque.
La realidad, además, era la de un número creciente de rebeldes que, a imagen
del grupo de La Matuna, se organizaban en diferentes lugares en estrategias de
enfrentamiento. El pacto de paz firmado por los españoles en 1603 y consolidado
en 1621 estimuló nuevos grupos. Entretanto, el pueblo de La Matuna con
Domingo Bioho a la cabeza trazá normas que prohibieron a cualquier español
entrar con armas en el poblado, e inició un sistema informal de tributo por el cual
las estancias vecinas le hacían "regalos" al palenque para mantenerse a salvo de
sus ataques. Por otro lado, los palenqueros de La Matuna tenían la franquicia de
entrar a la ciudad de Cartagena armados y caminar libremente, lo cual da idea
del respeto que los españoles concedieron en tal momento al poder rebelde y
terrorista de los cimarrones.
Otros cimarrones en el llamado Término de María en 1632 (Arrázola, 1970: 63),
mientras tanto atacaban las estancias, las quemaban, robaban el ganado y
raptaban las mujeres indígenas y las negras que encontraran. Durante el periodo
de los palenques estas comunidades tuvieron que enfrentar el peligro serio de su
desequilibrio, ya que casi siempre el número de hombres era mayor al de las
mujeres. En otros palenques de América, durante el mismo tiempo -dice Price
(1973: l6)- las normas de organización interna permitieron a los hombres
compartir las mujeres siguiendo reglas de tantas noches cada uno con cada
mujer. Para los palenques de Cartagena no se encuentran datos al respecto.
Claro que en varios de los choques violentos entre milicias españolas y huestes
palenqueras, cuando los primeros arrasaron bohíos y quemaron las sementeras
de yuca y maíz, fríjoles, patatas y plátano, también apresaron mujeres indígenas
y negras, que anteriormente habían sido raptadas, y las usaron como
informantes para obtener datos sobre el palenque por dentro. Por medio de
algunas de estas confesiones, cuyos apuntes se escurrieron en las misivas de
los gobernadores al rey de España, se infiere la existencia de una organización
jerarquizada y firme en el palenque. Según la interpretación española tenían un
teniente de guerra, un alguacil, un tesorero, un jefe religioso o zahorí y un líder
supremo, a quien algunos de los primeros palenques consideraron rey, como en
el caso de La Matuna; y en palenques de fechas posteriores se convirtieron en
capitanes que actuaban seguidos por un jefe de guerra. Así, en 1693 Domingo
Padilla fue capitán de Matuderé y fundador de Tabacal en la sierra de Luruaco y
Francisco Arara fue su jefe de guerra; Domingo Criollo fue capitán del Palenque
de San Miguel y Pedro Mina era jefe de guerra del mismo palenque. Este con un
total de seiscientos hombres estaba organizado en escuadras de guerrilleros
que,
como
en
el
caso
de
San
Miguel,
tenían
ocho
y
diez negros minas cada una. En estas escuadras, que andaban emboscadas
para el ataque, sus guerreros llevaban las caras pintadas de colores blanco y rojo
(Arrázola, 1970: 194). Es interesante anotar que en este palenque eran los
negros minas quienes utilizaban con mayor destreza las armas de fuego, en
tanto que los criollos preferían los tradicionales arcos y flechas (Borrego Pla,
1973: 27). El Palenque de Tabacal parece que, por el contrario, no tenía negros
criollos. Sus gentes eran congos, popos y minas.
Una visión comprensiva sobre un lapso de cerca de trescientos años en el cual
los negros procedentes de África y sus descendientes participan en el
poblamiento de la costa atlántica, en un primer periodo movilizándose en huida y
luego asentándose en palenques y más tarde en pueblos, aparece en un estudio
de Orlando Fals Borda (1976). De Cartagena, centro generador de la población
negra, arrancan las corrientes palenqueras que se mueven hacia el sur por la
costa de Sotavento estableciéndose en La Matuna y Berrugas hasta San Antero.
Hacia el centro de la región, de acuerdo con Fals (Ibídem: 18-25), se mueven
hacia Arroyohondo, San Miguel, Heyamar y otros palenques del llamado Término
de María, en donde siglos después aparecería localizado el poblado actual
Palenque de San Basilio. Yendo hacia el norte en la dirección del río Magdalena
aparecen Tabacal, Matuderé, Betancur, San Benito, Duanga y Bongué. Cuando
Carmen Borrego Pla (1973) se refiere a los palenques de negros en Cartagena
de Indias a fines del siglo XVII, señala entre los del sur a Cimarrón y Norosí en la
serranía de San Lucas. A estos palenques se suman Carate, Cintura, Lorenzana,
Palizada, Guamal y Uré, que como parte de las corrientes de poblamiento negro
partieron desde Antioquia, a principios del siglo XVIII, según el estudio de Fals
Borda arriba citado.
Borrego Pla (Ibídem: 26) encuentra que los palenques del norte como Betancur y
Matuderé en la Sierra de Luruaco, así como los del centro en la Sierra de María
entre los que menciona San Miguel y Arenal están formados por negros criollos y
que cada uno tiene un capitán en el tope de su jerarquía de organización. Igual
situación es la de los palenques del sur arriba citados. Aquí vale la pena señalar
la diferencia entre lo que se llamó un negro bozal que era el recién
desembarcado del África y un negro criollo, que era aquel experimentado en el
nuevo mundo por haber estado largo tiempo o bien por haber nacido en las
colonias y así haber adquirido no sólo habilidades en el habla sino la cortesía
colonial surgida en la interacción amo blanco esclavo negro, y otras destrezas.
Los primeros palenques fueron de negros bozales pero a finales del siglo XVII ya
estaban conformados por criollos. Al respecto, es profundamente estimulante una
reflexión de Price (1973: 22) sobre la necesidad de indagar acerca de la
ideología que sustentaron quienes los formaron. Por ejemplo, hubo criollos que
por un lado hicieron cimarronaje yéndose a las áreas urbanas donde su
desenvoltura les permitió pasar por libres y otros que con tales cualidades
prefirieron constituir palenques. En principio, ello muestra la creatividad
adaptativa y las distintas alternativas de supervivencia seguidas por los negros
durante su trance en la sociedad colonial.
Sin embargo, la adopción de tales alternativas debe tener respuestas más
explícitas. Price (1973: 25) postula la existencia de un amplio compromiso
ideológico hacia lo "africano" que habría sido compartido por sus gentes en el
trance de lo que él llama la forja de la experiencia afroamericana. En este sentido
el análisis se ve abocado al problema de localizar "lo africano", y su permanencia
en el. trayecto de grupos de cimarrones bozales y criollos en los palenques, entre
criollos fugados a las áreas urbanas y también entre aquellos palenqueros que se
recogieron. en los Montes de María y que en este siglo XX son descendientes de
los guerrilleros de la colonia y se conocen como tales. Esto requiere escrutinios
profundos y abundante investigación.
En este marco es significativo destacar el compromiso que expresaron las gentes
de los palenques ante los esfuezos que hicieron los españoles por romper su
solidaridad. Una expresión de esto -y que es patente en los documentos-, lo
constituye el hermetismo que guardaron los cimarrones en los interrogatorios
acerca de su organización guerrera, económica, familiar, etc., lo que
probablemente condujo a muchos a la tortura y a la muerte. Ante el ofrecimiento
que recibieron los criollos palenqueros de la Sierra de María de obtener su
libertad a cambio de cooperar en la cacería de los bozales y su entrega, la
negativa fue rotunda. Pero, asimismo, quedó registrado el hermetismo de los
negros urbanos que tenían comunicación activa con los cimarrones y los
proveían muchas veces de armas a cambio de oro. El interrogatorio de Francisco
Vera señalado en los documentos como "mulato" libre y enlace de los cimarrones
para una conspiración, que no arrojó dato alguno (Borrego Pla, 1973: 97) es
apenas otra de las muchas pruebas de un compromiso que parece permear
distintos tiempos y niveles de la situación social de los negros.
El último decenio del siglo XVII estuvo cuajado de agitación, terror, encuentros
violentos, amagos de nuevos pactos de paz. Los negros del Palenque de la
Sierra de María con Domingo Criollo, quien tenía 500 hombres a su mando y
cuatro capitanes de guerra, propusieron al gobernador Rafael Capsir, por
conducto de un cura, con quien se entrevistaron para el efecto, rendirle
obediencia bajo la condición de obtener libertad oficial y de que se les fijara un
territorio donde poblarse a las gentes del palenque. La propuesta, atendida por el
gobernador, fue rechazada por el siguiente mandatario, quien envió una
compañía de mil hombres armados hacia la Sierra de María. La guerra entre
blancos y negros se recrudeció. Las defensas de este palenque eran tan fuertes
que las milicias se quedaron en los alrededores durante quince días discutiendo
si intentaban franquearlas o no. Resolvieron devolverse, y Domingo Criollo
ensayó de nuevo la propuesta aclarando que lo que ellos querían era su libertad
oficial, ya que desde hacía años eran libres. El mensaje, que fue transmitido al
rey, propició la cédula real de agosto de 1691 que, conforme dice Arrázola (1970:
107), cayó como una bala de lombarda entre los blancos de Cartagena ya que su
aplicación en los palenques habría generado más sublevaciones. la abolición de
la esclavitud, la entrega de tierras a los negros y con ello un colapso en la
economía apoyada en el trabajo de esclavos. La gobernación de Cartagena
tendría enfrente otro movimiento rebelde: el de los propietarios de esclavos. ¡La
cédula que hacía libres a los cimarrones nunca se puso en vigor! Por el contrario,
la lucha contra los negros rebeldes se intensificó. Cartagena entró en estado de
alarma y oficialmente el pánico se hizo provocador.
La sevicia de las milicias españolas fue tal, que luego de un encuentro con el
palenque de Betancur, donde consiguieron dar muerte a cinco negros, enviaron
las cabezas de estos al gobernador, quien en medio de aplausos, las mandó
colgar en la plaza, a tiempo que en la catedral se celebró un ritual especial y se
cantó el Tedeum laudamus(Ibídem: 198). Pero otras represalias habrían de
ocurrir. El mismo gobernador dispuso un desfile infame en Cartagena. Mandó
que a uno de los prisioneros negros se le pasara por las armas, luego se le
amarró a la cola de una mula a la que se arrió por las calles de la ciudad, seguida
por el esclavo Antonio Nolu, a quien se azotó doscientas veces y se le hizo
acompañar de cuarenta esclavos. De semejante barbarie, el gobernador Martín
de Zevallos y la Cerda escribe al rey solazándose de haber disfrutado de "un día
de gran aplauso en la ciudad".
Pese a toda esta violencia, los cimarrones vuelven a arremeter. Roban, queman,
machetean y reclaman el cumplimiento de la cédula que, según se enteraron,
había llegado de España concediéndoles libertad y tierras. Vuelve a haber
cambio de gobernador por la muerte de Zevallos a causa de una fiebre de
dengue. El nuevo funcionario, Sancho Ximeno, entra declarando nuevamente la
guerra a los palenques y se lanza contra los de Sierra María con 450 hombres,
un cuerpo de batalla de vanguardia y retaguardia y dos mangas de arcabuceros
por los costados. Las gentes de San Miguel se refugiaron en el palenque de
Duanga, corrieron hacia Arenal; huyeron hasta el de Norosí. Pero no se rindieron.
En la ciudad, los esclavos domésticos continuaron fugándose, el número de
rebeldes se acrecentaba y los rumores sobre asaltos y conspiraciones de negros
seguían atormentando al gobierno y a la ciudad de Cartagena.
En este ambiente, aparece como intermediario el obispo de Cartagena, fray
Antonio María Casiani, quien cordialmente propone entonces, en 1713, celebrar
un pacto con mutuas concesiones y se acerca a uno de los palenques en las
faldas de la Sierra de María, al cual señala en ese tiempo con el nombre de San
Basilio, sin que ello implique rendición alguna del palenque. Por el contrario, en
1774, el teniente coronel Antonio de la Torre Miranda en su Noticia individual
sobre poblaciones en la provincia de Cartagena (1789: 29), registra la población
de Palenque de San Basilio a tres leguas de Gambote, que mantiene el dominio
de tierras y cultivos y dispone de su propio gobierno encabezado por un capitán.
Esta situación se tornó oficial en 1779, a la repartición de tierras en la región en
donde se reconoció al poblado de negros con terrenos comunales, y al cual
tampoco pudo llegar el citado militar. Los palenqueros le hicieron saber
altivamente que además su situación de poblamiento estaba arreglada desde
1713 por conducto del obispo Casiani (Arrázola, 1970).
A finales del siglo XVIII la confluencia de factores tales como la liberación de
mano de obra indígena, la competencia en la producción de miel en los trapiches
de las haciendas de la costa atlántica (Fals Borda, 1976: 35), con destino a la
fabricación de aguardiente y otros esfuerzos similares de producción, estimularon
a la vez la competencia por mano de obra entre amos y dueños de hatos y
haciendas (Tirado Mejía, 1971: 48). Tener un esclavo implicaba inversión de
capital, gastos en su mantenimiento de comida, vestido, vivienda, etc., fuera de
ajustarse a disposiciones sobre trato de esclavos en las colonias de España, que
en 1789 fueron codificadas en el Código de las Leyes de Partida (Arrázola, 1970:
299). Ello no resultó rentable, cuando se presentó relativa oferta de mano
indígena a causa de los acontecimientos en Resguardos (Tirado Mejía, 1971: 48)
y cuando por otro lado cimarrones de palenques vecinos a las haciendas podían
trabajar allí solamente por un salario bajo, sin ninguna otra obligación para el
dueño de la hacienda. La esclavitud empezó a tornarse antieconómica.
No faltaron entonces los propietarios que ayudaron al cimarronaje, para luego
usar a los palenqueros como peones a bajo precio. Las necesidades capitalistas
de Inglaterra en busca de mercados estimularon su respaldo a la abolición de la
esclavitud y a la liberación de países bajo la corona española. Las guerras de
independencia necesitaban soldados. Los negros esclavos fueron instigados,
bajo promesa de liberación, a engrosar los ejércitos, tanto los realistas como los
incipientes independentistas. La desorganización cundió en la sociedad
esclavista.
Los palenques como sociedades rebeldes a la corona española perdieron
vigencia, pero España nunca pudo jactarse del sometimiento de los cimarrones,
aunque la historia de sus relaciones políticas con estos registre muchas
propuestas en tal sentido. Los palenqueros nunca aceptaron las promesas de
amnistía a cambio de su libertad. En el horizonte del colonialismo europeo en
América, Palenque como una sociedad guerrera ostenta una bandera de triunfo
entre los primeros pueblos libres de América.
Las leyes de manumisión se establecieron en 1821. En 1851 se firmó la
abolición. Los negros fueron declarados libres sin tierras y sin herramientas y
muchos pasaron a formar parte de la peonada de trabajadores en las haciendas
de la costa atlántica.
En los montes de María quedaron descendientes de los cimarrones guerreros y
las raíces de los actuales negros de San Basilio de Palenque.
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