El Estado y la Dinámica de Apropiación-Destrucción de Bienes Comunes The State and the approriative-destructive dynamics of common goods Por Jorge Ivars. Lic. en Sociología por la UNCuyo. Becario de CONICET, con lugar de trabajo en la Unidad Ciudad y Territorio del INCIHUSA-CCT Mendoza. Profesor adscripto de la Cátedra de Sociología Urbana y Rural de la Carrera Trabajo Social en la UNCuyo. Resumen El presente trabajo versa acerca la racionalidad subyacente al Estado y de esta manera pretende explicar su rol en la actual dinámica de uso, manejo y apropiación de bienes comunes naturales, este último concepto permite esquivar el sustrato instrumental del término recurso. Esta lógica, que se denomina aquí apropiativa-destructiva, se fundamenta en la elocuencia de los indicadores ambientales disponibles, frente a los cuales el Estado no parece tener un papel muy activo en su defensa. Por el contrario colabora legalizando esta racionalidad, lo cual contradice su supuesto rol como garante del bien común. En este sentido, resulta imprescindible indagar en la racionalidad estatal, que tolera o favorece tales excesos. Palabras claves: Racionalidad – Estado – Bienes Comunes – Apropiación – Destrucción Abstract This paper discuss the rationality behind the State , and aims to explain its role in the current use, management and appropriation of natural common goods. This last concept let us avoid the term “resource” and its instrumental background. The environmental information available reveals the current natural common goods dynamics as approriative-destructive and shows the State as having a passive attitude towards their defense. Moreover, the State helps legalizing this rationality, which is opposed to its role as a guarantor of common good. In this regard, it is mandatory to look deeply into the State rationality, that accepts and even favors those abuses. Keys words: Rationality– State – Commons goods – appropriation – destruction Algunas palabras preliminares El presente trabajo tiene por objeto rastrear, en la obra postrera de Michel Foucault, un concepto de racionalidad estatal que nos permita dar cuenta de parte de un problema mucho más amplio, que se propone investigar. Michel Foucault explica que en un largo proceso que se inicia alrededor del siglos XVIII, que él reconstruye a través de una genealogía del Estado moderno, empieza a tomar preeminencia una forma de ejercicio del poder en el que la preocupación empieza a ser, distinto del periodo anterior, como hacer para gobernar lo menos posible. Anteriormente de la mano de las teorías fisiocráticas la “razón de Estado” tenía que ver con aumentar lo más posible las fuerzas estatales. En un momento específico, el Estado deja de lado la “razón de Estado” por la que se tenía como máxima a seguir la expansión sin límites de las fuerzas estatales, y se hace un giro precisamente en en sentido opuesto. Al ser abandonada esta pretensión primigenia de expansión y de la mano de una nueva ciencia (la economía política), surge la preocupación por el gobernar lo menos posible en coincidencia con los intereses particulares de los gobernados. Esta nueva forma de ejercicio del poder, cuya lógica domina hasta nuestros días, comienza a tener en cuenta la conducta de los individuos y empieza entender como necesaria la dirección de las conductas según una verdad, una verdad natural; no según la sabiduría del soberano u otro tipo de legitimación sino según una verdad. El Estado toma de este modo la lógica de la economía política, según la cual la mejor forma de gobernar es dar libertad económica, el “dejar hacer”. Estos conceptos permitirán hacer un juicio acerca de la forma en que el Estado moderno lidia con la cuestión de los recursos naturales, o desde otra perspectiva, bienes comunes naturales. Éste último término alude los llamados recursos naturales, término que desde una perspectiva crítica de la racionalidad instrumental no es posible ignorar su costado problemático, dado que si se los entiende como meros recursos entonces son apropiables y alienables, susceptibles de ser reificados. De este modo, es necesario resignificar estos conceptos y darles nuevo sentido, por ejemplo las asambleas ciudadanas de lucha contra la megaminería entienden que los yacimientos mineros o el agua son bienes comunes naturales y no meros recursos para la producción, meros instrumentos para un fin exaltado como supremo: la obtención de ganancia. Es justamente en este sentido, que indagaremos en que racionalidad subyace al estado: que es lo lleva a hacer o dejar de hacer para su protección o explotación, para su privatización o socialización, para su conservación o destrucción; en fin para establecer las pautas de uso, apropiación y manejo de los bienes que están real o formalmente bajo su órbita de dominación. El génesis de la racionalidad estatal moderna Para llegar a un concepto de racionalidad estatal útil a estos fines, se aísla analíticamente el concepto de racionalidad estatal en la obra postrera de Foucault y se explica su desarrollo poniéndolo en perspectiva. En la clase del 11 de enero del '78, él comienza a desarrollar el concepto de biopolítica. Con este término entiende el complejo conjunto de dispositivos mediante los cuales lo constitucional o biológico del ser humano comienza a ser objeto de una “estrategia general de poder. (…) Las sociedades occidentales modernas, tomaron en cuenta el hecho biológico fundamental de que el hombre constituye una especie humana” (Foucault, 2006: 15) Según esta concepción antes del siglo XVIII era claramente preeminente un tipo de poder que podemos llamar de soberanía, basado y legitimado, fundamentalmente en la sabiduría del soberano para gobernar. Este poder se ejerce sobre un territorio, sobre un espacio. Luego a partir del siglo XVIII toma preeminencia un poder que llama disciplinario y que se ejerce fundamentalmente sobre los cuerpos y finalmente el biopoder que se ejerce sobre la vida misma de la especie humana y más recientemente sobre toda la vida. El objetivo ilimitado del gobierno en la Razón de Estado y la posterior limitación interna del poder de soberanía En la clase de 10 de enero del '79 el francés aborda la cuestión del arte de gobernar, es decir la manera en la que se pueden dirigir las conductas de los hombres. De alguna manera las formas en que se pueden fomentar algunas formas de actuar: omisión, incentivo, desincentivo de una u otras conductas. Concretamente el autor se propone “determinar de que modo se estableció el dominio de la práctica del gobierno (…) el estudio de la racionalización de la práctica gubernamental en el ejercicio de la soberanía política” (Foucault, 2007: 17). Esta forma de tomar el problema implica para él, cuestiones elementales de método: suponer que no existen universales (soberano, sociedad civil, Estado, etc) y partir de las prácticas concretas tal y como se presentan, pero simultáneamente observar sobre esa base como se constituyen estas prácticas. Hecha esta salvedad es posible adentrarse en la “racionalidad en la práctica gubernamental” que tiene que ver con un Estado que en cierta forma existe y en otra forma es algo por construir. Ciertamente esta consideración es fundamental en el análisis porque implicará una práctica y una manera de gobernar que luego se cambiará sustancialmente, “y la razón de Estado es justamente una práctica, o mejor la racionalización de un práctica que va situarse entre un Estado presentado como un dato y un Estado presentado como algo que se está por construir y levantar” (Foucault, 2007: 19). Así el arte de gobernar deberá proponer una racionalización de prácticas tendientes a construir eso que debería efectivamente ser el Estado. La tarea de quien gobierne su forma misma de ser ha de coincidir con el deber ser del Estado. De este modo, la ratio gubernamental permitirá y fomentará de modo calculado conseguir que este alcance su punto máximo de ser. Gobernar según el principio de la razón de Estado es actuar de modo tal que “el Estado pueda llegar a ser sólido y permanente, pueda llegar a ser rico, pueda llegar a ser fuerte frente a todo lo que amenaza con destruirlo” (Foucault, 2007: 19). Así mismo el Estado se constituye a partir del siglo XVI como una realidad autónoma frente a la cual quien gobierne no lo hará de cualquier manera, sino que ese soberano deberá respetar leyes divinas, morales o naturales que no hacen o no son específicas del Estado, es decir, que el Estado constituye de este modo una nueva racionalidad gubernamental (razón de Estado) en el que queda definido como una realidad tan específica como autónoma. El gobernante ya no tiene que ocuparse de sus súbditos y de su salvación ultraterrena, tampoco tiene que establecer relaciones paternalistas con ellos, el Estado “no es ni una casa, ni una iglesia, ni un imperio” (Foucault, 2007: 20), sino que se trata de una entidad que existe en si y para sí, independientemente de cual sea el principio de obediencia. El Estado sólo existe como una pluralidad de Estados, y genera mecanismos y formas precisas de gobernar, entre ellas el mercantilismo (que según el nuestro autor es mucho más que una doctrina económica), se trata más bien de una “organización determinada de la producción y de los circuitos comerciales de acuerdo con el principio de que, en primer lugar, el Estado debe enriquecerse mediante la acumulación monetaria; segundo, debe fortalecerse por el crecimiento de la población; y tercero, debe estar y mantenerse en una situación de competencia permanente con las potencias extranjeras” (Foucault, 2007: 21). Así mismo, conforme la Razón de Estado se organiza y se densifica a través de lo que en ese momento se entendía por policía que era una compleja y densa organización del espacio y la población que tenía funciones muy diversas (muy distinto a lo que hoy se conoce por policía) que incluía desde el cuidado de la salud hasta la organización urbana, el autor menciona como tercer elemento un aparato militar-diplomático que coordinado con los dos anteriores mantiene el equilibrio de Estados salvaguardándolos de anexiones y absorciones de tipo imperial. Lo curioso de este momento, a nuestros fines, es la constitución de una verdadera racionalidad estatal cuyo ámbito de aplicación específico es el estado, instrumento sin en el cual es imposible gobernar, pero instrumento que también era necesario darle forma y consistencia, constituyendo estos hallazgos aportes fundamentales de este filósofo. Esta noción de racionalidad estatal, sin embargo, no de desarrolla sóla ni con arreglo a si mima, sino que tiene que ver con una nueva forma de ejercicio del poder, una nueva forma de gobernar, es decir de dirigir las conductas de los hombres. En este preciso momento son visibles las formas en que se ejerce el poder y como este engendra nuevos saberes. También, el Estado europeo asume una doble dinámica en la que hacia afuera, es decir en su política exterior, se propone un objetivo limitado que consiste sólo en defenderse de una anexión o absorción imperial que lo destituya como tal, esta ambición limitada en lo externo, contrasta con las aspiraciones imperiales precedentes. No obstante, al interior del territorio sobre el que es soberano sus pretensiones desde esta perspectiva, son ilimitadas: el estado de policía implica en este ámbito que “un objetivo o una serie de objetivos que podríamos calificar de ilimitados. Para quienes gobiernan ese Estado la cuestión importante pasa por tomar en cuenta y “hacerse cargo no sólo de la actividad, no sólo de los grupos, no sólo de los diferentes estamentos, esto es de los diferentes tipos individuos con su estatus particular, sino de la actividad de las personas hasta en el más tenue de sus detalles” (Foucault, 2007: 22). Es decir que el manejo, control y dirección de las conductas de los hombres, desde la perspectiva de quien gobierna no tiene límites en el “imperio” de la Razón de Estado. El ejemplo de la práctica judicial es elocuente en este sentido: esta fue la multiplicadora del poder real en el medioevo. No obstante, a principios del siglo XVII y luego también durante el siglo XVIII que se despliega esta nueva racionalidad gubernamental, el derecho se utilizará, en contraste con lo anterior, como limitador de esa mima razón de estado, es decir que será lugar en el cual reclinarse y darse fuerza para resistirla por parte de los hombres, a esa Razón de estado que se encarna en el Estado de Policía; “la teoría del derecho y las instituciones judiciales ya no actuarán ahora como multiplicadores sino, al contrario, como sustractores del poder real” (Foucault, 2007: 23). Así el derecho es organizado al filo de la razón de Estado y como principio de una efectiva limitación. Es en este punto donde Esposito puede introducir el concepto de inmunidad como aquel mecanismos constituyente de la modernidad que implica la defensa y protección de lo propio frente a lo común; es en este punto exacto donde la apropiación comienza a tomar forma y donde el establecimiento del ámbito de lo propio implica violencia, ya que la violencia sobre lo propio era lo que el mismo mecanismo inmunitario quería prevenir. No obstante este tema lo retomaremos más adelante. Foucault continúa diciendo que acá aparecen las teorías de los derechos naturales e imprescriptibles que ningún soberano podría violar o quebrantar. La aparición de todas estas teorías que tienen que ver con el derecho público, natural, originario y el mismo contrato vienen a ser una contraconducta que no es más que el reverso de esta imperante racionalidad estatal. Así mismo, y siguiendo esta línea argumental es innegable que la razón de Estado aludida, se manifiesta a través de un estado de policía que tiene objetivos ilimitados, sin embargo existen constantes intentos de limitarla, aunque sólo sea externamente. Ese persistente intento de circunscribirla a ámbitos más acotados, es hallado en la razón jurídica. Afirmar que estas limitantes (las jurídicas) son extrínsecas a la razón de Estado implica que no tienen más que un mero carácter limitativo, y sólo la podrá poner en entredicho cuando se traspongan esos mismos límites que ella se ha autoimpuesto. Estas consideraciones son de suma importancia porque es acá donde llegaremos al núcleo central de nuestra búsqueda de una racionalidad estatal. Porque a partir del siglo XVIII surge una principio de limitación que ya no será extrínseco, sino interno a la propia lógica gubernamental y a la estrategia general de poder. Esta consideración es fundamental porque nosotros queremos dar cuenta de la racionalidad estatal que opera en nuestros días y también de las otras racionalidades que existen y acá debemos tener en cuenta que esta depende del contexto y el contexto de la racionalidad es el poder, dice Flyvberg (1998). Este autor argumenta que el poder actúa esfumando la línea divisoria entre la racionalidad y la racionalización y que se sirve de la racionalización para ser ejercido. De este modo llegamos a la médula de nuestra exploración en la que queremos indagar en la articulación de las racionalidades y el poder. Es precisamente Michel Foucault en el que encontramos un brillante análisis en esta línea argumental, él afirma que es menester dar cuenta de una cambio radical que a grandes rasgos determinará, en el siglo XVIII lo que podría llamarse la razón gubernamental moderna, que implicará un principio de limitación interno del arte mismo de gobernar, por contraposición al principio de delimitación jurídico que era netamente exterior. Ahora bien ¿en que radica este principio, esta limitación interna que configurará una nueva razón gubernamental? 1. Se trata, según Foucault, de una “regulación”, de una “limitación de hecho”, esto en oposición a esa “limitación de derecho” que suponía la razón jurídica. Lo curioso de esta limitación de hecho es que aquel gobierno que la trasponga no será un poder tiránico sin legitimidad, sino que se tratará de un gobierno torpe, que hace cosas inconvenientes para sí mismo, no tanto para sus súbditos. 2. Además es una limitación general, con límites difusos y de configuraciones más o menos abstractas. Se trata de reglas que el gobierno deberá imponerse a si mismos. 3. Será necesario prestar atención al hecho de que esa limitación “se presentará entonces como uno de los medios, y acaso el medio fundamental, para alcanzar precisamente dichos objetivos” (Foucault, 2007: 27). 4. Esta limitación constituye en si misma, una forma de gobernar que delimita lo conveniente de lo inconveniente. En realidad, esta delimitación hace al propio dominio de la práctica gubernamental. 5. Así mismo el autor agrega que no se trata de una práctica gubernamental impuesta desde los dominados a los dominadores sino que se trata de “una práctica que fija la definición y la posición respectiva de los gobernados y los gobernantes entre si y con referencia a los otros” (Foucault, 2007: 29). Se trata exactamente de un fraccionamiento general, un principio que dicta que es correcto y que no hacer. Así mismo la racionalidad o no de la práctica gubernamental se deberá calcular en referencia a ese principio. El autor se pregunta cual pudo ser la herramienta intelectual que permitió una forma de cálculo y racionalidad que fue condición de posibilidad para generar la autolimitación de una razón gubernamental, que se presenta como “autorregulación de hecho, general, intrínseca a las operaciones mismas del gobierno y que podría ser objeto de transacciones indefinidas. Y bien, “ese instrumento intelectual, el tipo de cálculo, la forma de racionalidad que permite así a la razón gubernamental autolimitarse, tampoco es ahora el derecho. ¿Cual será el instrumento a partir de mediados del siglo XVIII? La economía política, desde luego” (Foucault, 2007: 30). La naturaleza de esta nueva razón gubernamental consiste en un conjunto de técnicas y dispositivos que no persiguen el agrandamiento del estado, sino el enriquecimiento general de la nación a la vez que esto garantiza la gobernabilidad. Se trata pues, de una forma de ejercicio del poder, de condiciones generales de economía del poder, que al mismo tiempo garantizan la prosperidad del país. Es en este sentido que la economía política habilitó la propia autorrestricción del poder. No obstante esto, la economía no se erigió en contra del poder, sino que fue una forma particular de conocimiento, que en articulaciones específicas permitió la propia autolimitación del poder desplegado por un Estado que hasta hace poco se había planteado lo contrario en su fuero interno. Tomó forma en el marco mismo de la propia razón de Estado. Lo que la propia economía política garantiza es el equilibrio interestatal, para que justamente pueda haber competencia. Lo curioso de esta lógica es que sitúa en el núcleo mismo de la razón de Estado, superando así la condición de exterioridad que había tenido la lógica jurídica. La economía política no se propone a si misma, en momento alguno, como un principio de limitación de la razón de Estado. Los fisiócratas son básicamente los que proponen lo contrario, es decir que no deberían existir límites externos a la acción del Estado que puedan hacer peligrar ese crecimiento. Una de las consideraciones más importantes, a nuestros fines que se hace en el texto, tiene que ver con el objeto de la economía política respecto de la práctica gubernamental. El autor sostiene que “la economía política reflexiona sobre las mismas prácticas gubernamentales y no las examina en términos de derecho para saber si son legítimas o no. No las considera desde el punto de vista de su origen sino de sus efectos, y no se pregunta, por ejemplo que autoriza a un soberano a recaudar impuestos, sino sencillamente que va a pasar cuando se recaude un impuesto y cuando esto se haga en un momento preciso y sobre tal o cual categoría de personas o tal o cual categoría de mercancías. Importa poco que ese derecho sea legítimo o no, el problema pasa por saber que efectos tiene y si estos son negativos. (…) No en función de lo que podría fundarla en términos de derecho: ¿Cuáles son los efectos reales de la gubernamentalidad al cabo mismo de su ejercicio? Y no ¿Cuáles son los derechos originarios que pueden fundamentar esa gubernamentalidad? Ese es el tercer motivo por el cual la economía política pudo, en su reflexión, en su nueva racionalidad tener su lugar en el mismo seno de la práctica y la razón gubernamentales establecidas en la época anterior” (Foucault, 2007: 32). En este sentido la economía política hizo evidentes, obvios y perceptibles procesos que se producen más allá de toda intervención gubernamental. Queda claro que las distintas formas de gobierno pueden interceptarlos, desviarlos e interrumpirlos. Es decir que la economía política fue capaz de “descubrir” que existen procesos que son propios a la misma práctica gubernamental. Existe una naturaleza característica de acción del gobierno y es precisamente esta nueva ciencia quien se va dedicar a estudiarla. Es evidente que en este contexto la idea misma de naturaleza quedará en la órbita de la economía política para Foucault. Este hecho es particularmente patente en la obra de Charles Darwin quien elaboró la noción de competencia interespecífica luego de la lectura de Adam Smith y sus ideas acerca de la competencia en la economía. Finalmente, otras de las condiciones de posibilidad que habilitaron esta introducción en la ratio gubernamental y que la transformaron por completo invirtiéndola, tiene que ver con que esta ciencia construye una idea de naturaleza de los fenómenos gubernamentales en el que el éxito o el fracaso de los gobernantes está con un arreglo a una verdad, no se discuten aquí cuestiones de legitimidad sino de arreglo con lo que es natural o no, con lo verdadero o lo falso. Como anteriormente se explicó el gobierno podrá ser más o menos torpe en el ejercicio del poder de acuerdo a si nada a favor o en contra de la corriente natural, si actúa de acuerdo a esta verdad o si se contrapone a ella. El éxito o el fracaso reemplazarán entonces la división legitimidad/ilegitimidad. Entonces cabe la pregunta o el interrogante de que es o que puede llevar al príncipe a violar estas leyes: maldad, tiranía, si puede ser dice el autor, pero lo elemental aquí será el desconocimiento, ignorancia de una verdad: “posibilidad de limitación y cuestión de la verdad: ambas cosas se introducen en la razón gubernamental a través de la economía política” (Foucault, 2007: 34). Y acá surge un elemento por demás curiosos en la historia social, política y económica de occidente. El principio de esta nueva autolimitación obedece a una verdad, muy distinta de la sabiduría del príncipe es una práctica gubernamental preocupada por los objetos que manipula y las consecuencias naturales que eso supone. Se trata de un “régimen de verdad que es justamente característico de lo que podríamos llamar la era de la política y cuyo dispositivo básico, en suma sigue siendo el mismo en nuestros días” (Foucault, 2007: 35). Se llega en este momento a la racionalidad en el arte de gobernar, a la racionalidad en la forma de existir. El autor aquí se refiere, no a un umbral epistemológico a partir del cual se alcanza una apogeo de la cientificidad en el arte mismo de gobernar, sino que él afirma que en ese momento se articula una serie de prácticas y de “de cierto tipo de discurso que, por un lado, lo constituye como un conjunto ligado por un lazo inteligible y, por otro, legisla y puede legislar sobre esas prácticas en términos de verdad o falsedad” (Foucault, 2007: 36). Aparece un nuevo principio de racionalización. Lo que ocurre aquí en palabras del autor es un verdadero “desplazamiento” que incluye un nuevo régimen de verdad por el cual los planteos en la gobernabilidad ya no se harán según criterios morales, éticos, culturales o teológicos sino que será con arreglo a una verdad. Se trata de un acoplamiento de prácticas y de un régimen de verdad que forma un dispositivo de saber-poder que marca efectivamente en lo real, lo inexistente, y lo somete en forma legítima a la división de lo verdadero y lo falso. (…) La política y la economía, que no son cosas que existen, ni errores, ni ilusiones, ni ideologías. Es algo que no existe y que, no obstante, está inscripto en lo real, correspondiente a un régimen de verdad que divide lo verdadero de lo falso” (Foucault, 2007: 37). Incluye una verdad económica dentro del régimen mismo de gubernamentalización que a partir de allí se está constituyendo. En la clase del 17 de enero del '78 Foucault desarrolla más profundamente la cuestión del liberalismo y la constitución del mercado como lugar de formación de verdad y ya no exclusivamente como ámbito de jurisdicción. Este nuevo arte de gobernar, que ya hemos mencionado, se define por la incorporación de dispositivos no sólo internos, sino también numerosos y complejos, cuya finalidad no consiste ya en asegurar el aumento de la fuerza, la riqueza y el poder del Estado sino precisamente en limitar desde adentro el poder del gobernante. La preocupación, mencionamos antes, no pasa como gobernar más sino por como hacerlo lo menos posible. Pero lo llamativo de esta producción de verdad, tiene que ver con que no sale de la cabeza de un economista, sino que la verdad se produce en una institución: el mercado. De esta forma será necesario gobernar lo menos posible para intervenirlo lo menos posible y dejarlo actuar libremente, porque de ese mecanismo de mercado surge una verdad que no debería entorpecerse desde el estado, esto haría a una ineptitud del propio gobernante. Este ámbito de producción de verdad otorga las reglas prácticas que el gobernante debe acatar si quiere seguir siéndolo. Karl Polany afirma que ...el hecho de que gradualmente se crearan tales condiciones no excluye el carácter radical del cambio. La transformación implica un cambio en la motivación de la acción por parte de los miembros de la sociedad: la motivación de la subsistencia debe ser sustituída por la motivación de la ganancia. Todas las transacciones se convierten en transacciones monetarias y estas a su vez introducen un cambio en la articulación industrial. Todo ingreso resulta de la venta de algo a otro. Nada menos está incripto en el término sistema de mercado. Pero la peculiaridad más sorprendente del sistema es que una vez establecido se autorregulado sin intervención externa. Los beneficios ya no están garantizados, se debe permitir libertad para buscarlos en el mercado autorregulado de todos los precios. (Polany, 1944) Se puede deducir de esto, que los postulados de la Escuela de Chicago, fundamentalmente los aportados por Hayek están muy cerca de esta doctrina, la reproducen más fielmente de lo que normalmente en los círculos conservadores lo admiten, ya que el economista entiende que el mercado al regularlo e intervenirlo se distorsiona su verdad, que es con arreglo a una ley natural. Por ejemplo, Daniel Garro, un economista neoliberal de nuestro medio dos siglos después alega la misma verdad, en una editorial publicada en diario Los Andes hace sólo cuatro años, sostiene que “sólo son derechos los que vienen con la naturaleza del ser humano como es el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad privada (este último es la consecuencia de los dos anteriores), los cuales no implican obligatoriedad de provisión por nadie sino simplemente respetarlos; los demás no son derechos” (Garro, 2007). Semejante aseveración nos permite observar como los principios de la economía política se toman verdades naturales, que violarlas o mejor dicho ignorarlas lleva a formas torpes de ejercicio del gobierno. Esta nota, recientemente escrita nos permite observar lo profundo del proceso que se abrió a partir de mediados del siglo XVIII en Europa. Podemos observar los efectos de verdad que produjo la economía política en los últimos siglos y como pudo trasponer fronteras de todo tipo, el mercado hasta nuestros días ha quedado proclamado como lugar de reglamentación de la gobernabilidad y también de lo cotidiano hasta en los reductos más sutiles de nuestra existencia. Esta hipótesis es una de las que intentaremos sostener en este trabajo. A mediados del siglo XVIII, queda claro para el filósofo francés, que el mercado no era un lugar de jurisdicción, sino que obedecía a reglas naturales, mecanismos espontáneos aun cuando no sean absolutamente inteligibles, al intervenirlos solo se logrará alterarlos y desnaturalizarlos. Es decir que el mercado será capaz de revelar una verdad y por tanto de falsear y/o verificar la propia práctica gubernamental. Es aquí donde surgirá la noción de que hacer un buen gobierno sólo es respetar la verdad emanada de esa naturaleza mercantil. Que el mercado se convirtiera en un espacio formador de verdad, atinente a la práctica gubernamental, de debe a lo que Foucault llama una “relación poligonal o poliédrica” que se dio a través de situaciones muy particulares, que tienen que ver con “una determinada situación monetaria como la del siglo XVIII con, por una parte, una nueva afluencia de oro y, una relativa constancia de de las monedas, un crecimiento económico y demográfico continuo en la misma época, una intensificación de la producción agrícola, el acceso a la práctica gubernamental de una serie de técnicas portadora a la vez de métodos y de instrumento de reflexión, por último, la formación teórica de cierta cantidad de problemas económicos” (Foucault, 2007: 51). Esta tesis de Autor coincide con la hipótesis de Polany (1944) según la cual “la civilización moderna, que alcanzó su apogeo en el siglo, tenía por instituciones básicas “el equilibrio de poderes que evito la guerra, el estado liberal, el patrón oro y el mercado autorregulado.” El método que propone Foucault consiste en el abordaje de una historia de la verdad en conjunción con el derecho, ¿Qué significa esto? Que a él le parece mucho más rico el escrutinio genealógico de de las formas históricas y concretas de veridicción, es decir observar donde se producen las verdades históricamente. Esta opción excluye el estudio de verdades entendidas como errores rectificados a través de la historia, y se acepta que se trata de hacer la “genealogía de regímenes veridiccionales, vale decir, del análisis de la constitución de cierto derecho de la verdad a partir de una situación del derecho, donde la reacción derecho y verdad encontraría su manifestación privilegiada en el discurso, el discurso en que ser reformula el derecho y lo que puede ser verdadero o falso (Foucault, 2007: 54). Este régimen de veridicción no es el establecimiento que estipula la verdad, sino que se trata del complejo conjunto de reglas que definen que un discurso sea considerado como verdadero o falso, en este sentido “hacer una historia de la veridicción” implica una renuncia importante por parte del autor, quien afirma que no será posible reprochar al exceso de racionalidad muchos de los males de nuestro tiempo, como hicieron muchísimos pensadores: Weber o la Escuela de Frankfurt; porque lo opresivo bajo el imperio de la razón, no sería mejor sin el gobierno de ella porque “la sinrazón es igualmente opresiva (…) la crítica que les propongo consiste en determinar en que condiciones y con que efectos se ejerce una veridicción (Foucault, 2007: 54). Esta renuncia para nosotros no puede pasar desapercibida cuando nos hemos propuesto poner de manifiesto la racionalidad del cálculo y su totalización, concepto en el que hemos englobado la racionalidad estatal (objeto de este trabajo) y la racionalidad instrumental. Tampoco pasamos por alto que lo que pretende en estos textos no es dar cuenta de una genealogía de la racionalidad estatal, sino que lo que filósofo francés intenta hacer es analizar cómo se constituyó y configuró esta nueva gubernamentalidad a partir del siglo XVIII, y para ello se plantea como objetivo fundamental establecer el vínculo de un régimen de verdad con la práctica de la misma verdad. No obstante lo anterior, estos textos tienen una extraordinaria capacidad heurística para dar cuenta de los fenómenos que son foco de nuestro interés: las racionalidades del cálculo (instrumental y estatal) en el uso y apropiación de los bienes comunes o desde perspectivas instrumentales, recursos naturales. Así mismo creemos que la caracterización, puesta de relieve y crítica de los criterios de costos (en sentido amplio) que subyacen a estas racionalidades dominantes desde hace ya algunos siglos, son la condición básica para su superación hacia formas de racionalidad más integrales que, por ejemplo, tengan en cuenta al sistema biósfera como condición de posibilidad de la vida en planeta y por tanto como condición de posibilidad de cualquier tipo racionalidad humana. Retomando, para el autor esta nueva gubernamentalidad constituyó un proceso revolucionario, ya que implicó una autolimitación, según un criterio “natural”, que permitió definir “aquellos derechos cuya cesión se ha aceptado y, al contrario, aquellos para los cuales no se ha acordado ninguna cesión y que, por consiguiente, de todos modos y bajo cualquier gobierno posible e incluso bajo cualquier régimen político posible, siguen siendo derechos imprescriptibles” (Foucault, 2007: 58). Es decir, que se parte de los derechos del hombre para lograr nada más y nada menos que la restricción de la propia gubernamentalidad, y llegando a la propia constitución del soberano. En este sentido es que pueden y deben establecerse los límites que son en función de los objetos de la propia gubernamentalidad y los elementos que de ella son objeto: los recursos, su población, sus territorios, su economía. Pero ¿qué enlaces posibilitaron la fusión de la axiomática de los derechos del hombre y el cálculo utilitario de la soberanía de los gobernados? La respuesta que el francés nos da, asevera que es desde el principio del siglo XIX es que entramos al umbral de una era que fusiona la utilidad individual y el derecho. Uno de los puntos de anclaje de la nueva razón gubernamental era el mercado, entendido como mencanismo de los intercambios y lugar de veridicción en cuanto a la relación de valor y el precio. Ahora encontramos un segundo punto de anclaje de esa nueva razón gubernamental. Se trata de la elaboración del poder público y las medidas de sus intervenciones ajustadas al principio de utilidad (…) así articula la razón gubernamental los principios fundamentales de su autolimitación. Intercambio de un lado, utilidad de otro; y verán con claridad, me imagino, que para abarcar el todo o como categoría general para pensar todo esto – el intercambio que es preciso respetar en el mercado porque éste es veridicción [y la] utilidad para limitar el poder público porque este solo debe ejercerse donde es positiva y precisamente útil. (Foucault, 2007: 64). En este sentido, el interés no sólo es el interés del agente económico, sino que se trata de un complejo entramado de actores individuales y colectivos. Esto incluye hasta la propia nación (moderna). Se trata de un interés polivalente y plural. Un juego confuso y enredado entre lo que es de “utilidad social”, lucro y economía general del poder. El gobierno pasa a ser algo que manipula intereses. El autor agrega que “los intereses son el fondo, el medio por el cual el gobierno puede tener influjo sobre todas las cosas que para él son los individuos, lo actos, las palabras, las riquezas, los recursos, la propiedad, los derechos (…) había un influjo directo del poder bajo la forma del soberano, bajo la forma de sus ministros, un influjo directo sobre las cosas y las personas” (Foucault, 2007: 65). Luego de esta extensa exposición en la que se ha reconstruido el concepto de racionalidad estatal que Michel Foucault legó, se puede concluir que a través de un importante proceso que duró alrededor de tres siglos, en los que el estado occidental moderno tomó para si la lógica de la economía política como la forma para plantear una nueva táctica, o estrategia muy potente de ejercicio del poder, en los que los funcionarios del estado, y el mismo soberano ya no controlan territorios sino que se encargan de generar y garantizar el ámbito propicio para sembrar intereses y mantenerlos equilibrados: con esto el estado encuentra un lugar privilegiado en la economía general del poder y la burguesía consolida su ascenso haciendo del estado el garante de su intereses. Este proceso, desde luego, no es sencillo sino que se trata un complejísimo cambio que tuvo como condición la producción de una verdad, que supuestamente se ajusta a la naturaleza, naturaleza que es preciso respetar si se quieren lograr un adecuado ejercicio del gobierno. Hubo que instalar al mercado como ámbito de producción de verdad, desde un discurso que acopló afinadamente intereses de una clase en ascenso con una nueva forma de ejercicio del poder. Ejercicio que tomó como objetivo a un nuevo colectivo llamado población: sus intereses, sus formas de ser, su cultura, sus conductas, la vida misma pasa a ser objetivo del poder. La apropiación y uso de los bienes comunes Es evidente que este doble movimiento de la racionalidad del cálculo, la llamada lógica de la economía política, cala profundamente en el razonamiento de los agentes y logra institucionalizarse en estados y burocracias privadas. Esta racionalidad ha sido muy poderosa y capaz de configurar el mundo que hoy nos toca vivir. Esta lógica permite observar a muy grandes rasgos, cuales son las racionalidades subyacentes a los principales actores que hoy hegemonizan la cuestión del uso, manejo y apropiación de los bienes comunes. Resulta pertinente indagar en por que estados tan disímiles como los de Tanzania, Ecuador, Estados Unidos, Venezuela, Panamá, Argentina o Brasil permiten afrentas como la megaminería, actividad que se basa en un sistema de enclave en la que con el uso de ingentes cantidades de agua y energías no renovables se extraen ínfimas partículas de polimetálicos dispersos en millones de toneladas de roca. Esta actividad, además de implicar un brutal impacto ambiental, no es una industria de alto encadenamiento que permita eslabonar y movilizar otras ramas de la economía, aportar impuestos y generar puestos de trabajo; sin embargo ha logrado una penetración muy importante en nuestro continente. El concepto de racionalidad estatal que en Foucault se rastreó explica bastante mejor esta depredación, que el pueril argumento de que sólo se trata de corrupción de funcionarios, sino que explica que al estado subyace una lógica del cálculo y valoración del patrimonio natural muy parecida a la de las empresas y este resulta ser el más importante hallazgo de este trabajo. Ambas racionalidades tienen un origen común: la lógica de la economía política; según la cual lo conveniente para unos y otros (empresarios y funcionarios a cargo del Estado) se evalúa según un criterio de costos, en el que prima una racionalidad acotada que sólo pugna por la eficiencia inmediata. No existe reflexión alguna acerca de los fines, sólo de los medios. Si no hay una meditación sobre los fines y lo único que se problematiza son los medios, entramos en un callejón sin salida excluyendo, del debate y la práctica, disciplinas fundamentales como la ética. Las diferencias entre uno y otro tipo de racionalidad sin embargo hay que buscarlas en explicaciones estrictamente sociológicas que tienen en cuenta que el lugar ocupado en la sociedad por cada uno de estos colectivos mencionados. Obviamente la racionalidad estatal ha de tener objetivos de más largo plazo que la que puede plantearse un empresario que cierra balances cada año. La lógica de la gubernamentalidad estatal tiende a gobernar la vida (ya en sentido amplio, no sólo de los seres humanos) según un criterio de ejercicio del poder que coincide con esta nueva sociedad enteramente sembrada de intereses sobre la que no habría que intervenir nada más que para garantizar una armonía aceptable entre ellos. Este ejercicio del poder así constituido no puede negarse tan fácilmente a si mismo, sino que es necesario que en sus acotados límites, y esto sin indagar la complejos entramados de relaciones de fuerzas sociales que se aquí se entretejen, pueda administrar lo menos torpemente posible los intereses que ahí se han sembrado y que se siguen sembrando. La megaminería a cielo abierto es una actividad que es eficiente en un contexto en el que el Estado hace caminos, tendidos eléctricos, gasoductos, autoriza el uso y apropiación de aguas limpias, exceptúa de impuestos y pone a sus disposición trabajadores calificados. Esta imbricada y aparentemente invisible red complicidades es sólo inteligible en tanto y en cuanto se aborde la comprensión de la constitución misma del estado moderno. Sin esta actividad no tuviera estas subvenciones sería lisa y llanamente inviable, porque la concentración de metales es ínfima en relación a las toneladas de materiales que se remueven, los balances de materia y energía son absolutamente ineficientes; sin embargo, y a pesar de de esto, los estados nacionales favorecen este tipo de extracciones sólo en aras del bien de las empresas trasnacionales. Esta aparente irracionalidad estatal, es en realidad, a la luz de los conceptos de Foucault inteligible: hay una racionalidad del cálculo, una lógica económico-política que engloba a la racionalidad instrumental empresaria y a la racionalidad estatal moderna. La cuestión de la minería sirve como punta de lanza para introducir el problema, que de ahora en más se planteará: los límites de la depredadora dinámica capitalista de sobreexplotación de bienes comunes. Aunque en un principio algunos economistas clásicos como Ricardo se plantearon la cuestión de los límites (al hablar de los límites de la tierra cultivable), o John Stuart Mill (que mucho más cáustico habló de quien quiere una sociedad en el que el pisoteo mutuo es la regla) más tarde; desde la economía neoclásica principalmente la desde la Escuela de Chicago se ignoró cualquier reflexión acerca de los límites, de los límites al crecimiento, de los límites a la carrera infinita de productividad a ninguna parte. Se exaltó una lógica totalizante enlazada a la idea de un mercado total en palabras de Hikelemmert (2009) Hoy las empresas trasnacionales, amparadas en estados poderosísimos que también las defienden sacrifican bienes comunes sólo en aras de la rentabilidad, no hay un planteo serio, ni siquiera incipiente acerca de alguna noción de límite, aquellos límites que se autoimpuso el estado implicaron la no limitación de la racionalidad instrumental empresario. No se sabe exactamente para que crecer, pero se consumen inmensos de flujos de materia y energía, no existe reflexión alguna acerca de los fines, sólo de los medios; por ejemplo cuando una empresa de producción de semillas como Monsanto se propone el aumento su facturación (estimada en 7 billones de dólares al año) no plantea también una reflexión acerca de los fines de ese aumento, sino solamente de los medios para alcanzarlo. No hay un reflexión acerca de porque o para que es necesario ser más eficiente, sino que sólo hay que serlo. En este sentido, Franz Hinkelammert, en un entrevista reciente para el periódico Página/12 afirmó que la actual crisis económica mundial tienen que ver con una rebelión de los límites, “no surge ningún pensamiento de consenso, pura guerra. Solamente en guerra piensa el sistema y, sobre todo, los Estados Unidos. Los Estados Unidos son los herederos del nazismo en este sentido, sólo pueden pensar soluciones a partir de la guerra, no pueden pensar en términos de lograr un acuerdo, no les entra en la cabeza, porque el cálculo de la utilidad propia siempre lleva a la guerra, siempre la guerra parece lo más útil, nunca la paz.” (Hinkelammert, 2011) Esta afirmación es elocuente y está en línea con la exposición general del trabajo. Por un lado se tiene empresas que sacrifican bienes comunes en nombre de la ganancia, pero por otro lado hay estados, que supuestamente deberían ser portadores de alguna otra racionalidad, que podrían representar algún límite, pero no, a ambas instituciones les subyace un lógica: la lógica del cálculo económico. La verdad la tienen el mercado, Hayeck lo ha expresado claramente al decir que los sistemas de planificación fracasaron porque nunca un estado puede otorgar información tan fidedigna como la que constantemente el mercado genera para los demandantes y oferentes. Así, Hinkelammert (2009: 152) afirma que “no por eso es necesario caer en la ilusión de F. Hayek de creer que el mercado es un mecanismo (máquina) de elaboración de información o de conocimientos. El mercado es un sistema de reacciones ex post, no un sistema de indicadores ex ante”, de este modo se intenta iniciar una deconstrucción del paradigma neoliberal y sus mitos fundantes. Otra elocuente declaración del economista austriaco, cuando viaja a Chile durante la dictadura de Pinochet: “una sociedad libre requiere de ciertas reglas morales que en última instancia se reducen a la manutención de vidas, no a la manutención de todas las vidas, porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto las únicas reglas morales son las que llevan al “cálculo de vidas”: la propiedad y el contrato” (El Mercurio, 19/04/1981; citado por Hinkelammert, 2009). Es claramente visible la ausencia total de cualquier límite ético en esta declaración, y además es evidente el cálculo bipolítico que subyace, o más específicamente el cálculo tanatopolítico, en términos de Esposito (2006), que incluye: en ella afirma que es condición de posibilidad para que unas vidas vivan que otras perezcan, en este sentido considera que para preservar algunas formas de vida es necesario el sacrificio de otras que no merecen ser vividas. Lo anterior, es el núcleo de la cuestión que se plantea: se exalta una racionalidad del cálculo, producida en el ámbito de formación de verdad por excelencia que es el mercado, pero paradójicamente este cálculo de “manutención de vidas” excluye a “todas las vidas” implica en esta afirmación el derecho y el reverso de la lógica inmunitaria que contiene en si mismo a su contrario (Esposito, 2006). Hinkelammert agrega que aún así este cálculo es falaz “el sacrificio de vidas humanas es necesario en pos del interés general, expresado esta vez por Hayek como preservación de un número mayor de vidas en el futuro. La expresión es, sin embargo, vacía y mítica: “actuar a favor de los desfavorecidos solo es recomendable si, al no hacerlo, peligra la estabilidad del sistema” (Hinkelammert, 2009: 192) lo cual implicaría una posible pérdida mayor de vidas. Manifiestamente implica una forma de ver el mundo en que no existen derechos frente al cálculo económico, ni siquiera como principio de limitación externa análogo al principio de limitación jurídica respecto de la Razón de Estado. Cabe preguntarse, si el sistema no respeta la vida humana mima, como será posible que respete otras formas de vida, como será posible que garantice los ciclos de la naturaleza. Como se puede deducir de la obra de Hobbes, la igualdad de los seres humanos, es el derecho de todos por igual de exterminar al otro, Hayek básicamente, otorga el derecho de hacerlo dentro de las reglas del mercado, y en esta declaración en particular, con la ayuda de una impecable maquinaria represivo-estatal que funcionaba en Chile en ese momento. Lo anterior confirma que la expropiación siempre es, necesariamente, violenta y destructiva. Este mismo criterio, profundamente arraigado en la sociedad subyace a infinitas prácticas discursivas o y de todo tipo, que cada día determina nuestra forma de existencia social e individual. La economía actual, y particularmente su lógica en el uso apropiación de los bienes comunes no reconoce límite alguno y está inscripta en esta lógica inmunitaria o el costado negativo de la biopolítica en la que los criterios de verdad no han cambiado, ya que, incluso los planteos keinesianos aceptaron poner algunos límites al mercado pero dentro de lo que dictaba el mismo régimen de veridicción. Desde hace más de 20 años, cuando se disuelve la URSS y el capitalismo más salvaje se ve desbocado de toda regulación o contrapeso ideológico; desconoce e ignora todas cuestión atinente a los límites. En el uso, manejo y apropiación de bienes comunes se consolidó un proceso de depredación de recursos naturales que no tienen precedentes en la historia de la humanidad: según estimaciones de la organización ecologista Greenpeace, cinco hectáreas de Selva Amazónica sucumben por minuto entre la deforestación por tala e incendios intencionales; los terrenos deforestados son dedicados posteriormente a la ganadería y la agricultura. El 20% de las áreas taladas en las últimas dos décadas ya no son rentables, es decir que resulta más barato devastar nuevas áreas que recuperar las ya taladas. Simultáneamente, en Mendoza, el riego de grandes extensiones exclusivamente con agua subterránea, ha provocado un proceso de salinización por sobreexplotación en los niveles medios de los acuíferos; este proceso ha implicado que sólo en el año 2010 se bombee una masa de agua equivalente a todo el Dique Potrerillos; por otro lado, Minera La Alumbrera consume diariamente 600 millones de litros de agua en sus operaciones de rutina. Y esos sólo son algunos ejemplos del desastre producido por alcanzar rentabilidad en el reino de la competencia. Es que si anteriormente se encontró una limitación a la Razón de Estado, hoy no se encuentra un límite a lo que justamente podría llamarse “Razón de Mercado”; limitado el poder estatal en aquel momento con un mecanismo interno y colonizado por la lógica de la economía política y las últimas décadas por la economía neoclásica, no se percibe en la actualidad algún mecanismo parecido en las sociedades actuales, esto, por supuesto, no implica desconocer que los movimientos sociales que plantean alternativas y aun nuevas racionalidades a esta razón autodestructiva, pero hasta el momento, y si bien constituyen una importante contraconducta, sólo parece una limitación externa, bastante más limitada que lo que en su momento fue la lógica jurídica para la Razón de Estado, no obstante no es posible explayarse en este tema porque excede los alcances del trabajo. Retornando, se sostiene que existe un proceso apropiativo-destructivo de bienes comunes que caracteriza la actual dinámica del capital de la que se podría citar algunos ejemplos: mientras gracias a la revolución verde se han multiplicado astronómicamente la producción de alimentos, según informes de ONGs independientes unas 800 millones de almas desfallecen hoy en el mundo por hambre, por otro lado es exponencial el aumento de personas alérgicas producto del material particulado presente en el aire producto de las emisiones de gases contaminantes, así mismo, las tasas de cáncer en zonas aledañas a megamineras, son 800 % superior a las “normales” según algunas estimaciones recientes.1 En la actualidad, se le reclama desde muchos ámbitos al Estado que abandone ese letargo que lo caracteriza frente a la dinámica destructiva del capital, en cumplimiento de su función de garante del bien común, función que debería corresponderse con una racionalidad del bien común, pero esto no es posible en un contexto en el que la constitución misma del estado moderno está imbuída de una lógica instrumental. Algunas discusiones finales Algunos intelectuales, que desde otras ramas de la ciencia (naturalistas por ejemplo), ponen en cuestión la hipótesis acerca de la dinámica depredadora de bienes comunes del capital que anteriormente se ha descripto, basándose en argumentos que les subyace la misma lógica. Queda claro que el paso de la humanidad por el planeta ha dejado una huella importante de destrucción y exterminio, no sólo estos últimos años sino, desde hace mucho tiempo. Ahora bien, esto no implica en modo alguno negar la huella ecológica2 que ha dejado los últimos 200 años de historia, esto es el 1 2 http://amparoandalgala.blogspot.com/ La huella ecológica es una medida indicadora de la demanda humana que se hace de los ecosistemas del planeta poniéndola en relación con la capacidad ecológica de la Tierra de regenerar sus recursos. Representa «el área de aire o agua ecológicamente productivos (cultivos, pastos, bosques o ecosistemas acuáticos) necesarios para generar los recursos necesarios y además para asimilar los residuos producidos por cada población determinada de acuerdo a su modo de vida en específico, de forma indefinida». El objetivo fundamental de calcular las huellas ecológicas consiste en evaluar el impacto sobre el planeta de un determinado modo o forma de vida y, compararlo con la biocapacidad del planeta. Consecuentemente es un indicador clave para la sostenibilidad. desarrollo y consolidación del sistema capitalista de producción. Sin embargo muchos intelectuales plantean que la contaminación industrial, no es más la producción de desechos propios del ciclo vital: “La contaminación no es, como tan a menudo se afirma, producto de la bajeza moral, sino que constituye una consecuencia inevitable del desenvolvimiento de la vida. La segunda ley de la termodinámica establece claramente que el bajo nivel de entropía y la intricada organización dinámica de un sistema viviente exigen necesariamente la excreción al entorno de productos y energía degradados. La crítica está justificada únicamente si somos incapaces de encontrar respuestas limpias y satisfactorias a los problemas que, a más de solventarlos, los pongan de nuestra parte. Para la hierba, los escarabajos y hasta los granjeros, el estiércol de vaca no es contaminación, sino don valioso. En un mundo sensato, los desechos industriales no serían proscritos, sino aprovechados. Responder negativa, destructivamente, prohibiéndolos por ley, parece tan idiota como legislar contra la emisión de boñigas por parte de las vacas” (Lovelock, 1985: 28) La explicación de este intelectual, no es más que una justificación de la actual dinámica de apropiación, uso y manejo de los bienes comunes que el sistema socioeconómico de saqueo ha impuesto. No es correcto desde perspectiva crítica, identificar los ciclos de reproducción de la vida al resultado de la feroz violencia que implica la sociedad de consumo contra la naturaleza, las otras especies que cohabitan el planeta y también los otros hombres distintos a los que contaminan y que no participan de la fiesta del despilfarro que gozan -fundamental o aunque no únicamente- los habitantes de las capas medias y altas del primer mundo. Es claro que al plantear que el actual problema del uso y apropiación de los bienes comunes naturales tiene que ver con algo inherente a la especie humana, implica la negación del fenómeno biopolítico propio de la modernidad, constituye una negación de la violencia intrínseca que este fenómeno implica contra los otros, naturaleza incluida. La discusión acerca de la contaminación (y fundamentalmente de los niveles actuales) es un debate y una exigencia que excede por largo a las apreciaciones de un científico naturalista como Lovelock. Si se quiere plantear la discusión sólo en términos de balances de materia y energía deberían preguntarse, entocnes, cuanta materia y energía se está utilizando y cuanta se debería (éticamente) o “se puede” utilizar efectivamente, cuantos residuo “corresponde” producir o que parte de los recursos del planeta corresponden a la humanidad. Queda claro, que la especie humana se ha reproducido exponencialmente, y ha sido muy exitosa adaptándose a casi todos los ambientes que existen pero su paso ha dejado una marca indeleble en la biodiversidad con la que hay convivir. Este proceso de destrucción ha sido coronado en los últimos siglos con una expansión inusitada de los medios producción, expansión que sólo en los últimos 30 años ha costado mas cantidad de bienes naturales que todos los consumidos en la historia de la humanidad hasta el momento, según las estimaciones de Annie Leonard (2010) en su genial trabajo La Historia de las cosas. Al respecto Karl Marx quien afirma que En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesía ha creado energías productivas mucho más grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la química a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telégrafo eléctrico, en la roturación de continentes enteros, en los ríos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿Quién, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energías y elementos de producción?” (Marx, 1992: 252) El modo de producción capitalista consigue su reproducción en la acumulación de capital. Es decir en el gran volumen de bienes y servicios que es capaz de producir, para luego ser comercializadas un precio tal que permita al capitalista acumular capital y expandir su capacidad productiva necesaria para generar una adecuada tasa de ganancia. En resumen, se produce para generar beneficios y no para cubrir necesidades. El actual sistema de producción tiene un carácter depredador que fue también esbozado por Marx al afirmar que todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero sino también en el arte de esquilmar a la tierra, y cada paso que se da en el incremento de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, supone a la vez un avance en la ruina de las fuentes permanentes de esta fertilidad. (...) La producción capitalista sólo desarrolla, por tanto, la técnica y la combinación del proceso social de producción al tiempo que socava las fuentes originarias de toda riqueza: la tierra y el trabajador (Marx 2000:276) Estos pasajes son elucuentes, dada la línea argumental que se ha sostenido hasta el momento: la especie humana se ha caracterizado por una importante huella destructiva en su “corto” paso por el plantea, pero el cortísimo tiempo que ha transcurrido desde el “descubrimiento” de América, y fundamentalmente desde el advenimiento de la revolución industrial hasta nuestros días, esa huella ha sido extremadamente potente, tanto como jamás hubiera podido ser pensada hasta el momento. Como conclusión se puede afirmar que la caracterización que hace Roberto Esposito del reverso tanatopolítico de la biopolítica, es decir la dinámica inmunitaria de la modernidad, es constituyente de la actual dinámica expropiatoria y utilitaria de los bienes comunes naturales. La propuesta de foucoultiana y la posterior reconsideración que hace el intelectual italiano, permiten dar cuenta de que la racionalidad propia de los estados, a quienes muy a menudo se les reclama moderar esta dinámica destructiva de la racionalidad empresaria, está íntimamente imbricada a ella y además constituye parte esencial de la misma lógica calculista. Es decir que en la relación entre racionalidad estatal y expropiación y manejo de bienes comunes naturales existe una dinámica bastante más compleja que dos racionalidades en pugna, o una como limitante de la otra; por el contrario en el desarrollo de la modernidad ambas lógicas se han constituido simultáneamente y se han condicionado en un enmarañado proceso que ha llevado a la actual crisis ambiental. Finalmente se agregará que nunca conviene cortar la rama del árbol sobre la cual estamos sentados, porque “el asesinato a la postre es suicidio” (Hinkelammert, 2002). Quedará para un futuro trabajo el planteo de cuales podrían ser las reacciones que el sistema inmunitario de la sociedad actual podría poner de manifiesto, teniendo en cuenta el moloc autodestructivo que constituye el actual manejo de la vida. Cuales podrían ser las defensas que la inmunización podría poner en marcha una vez que se reconozca a si mismo y empiece a percibir que la amenaza no proviene de afuera, sino de su propia dinámica. ¿Podrá el paradigma inmunitario de la modernidad occidental poner en marcha un mecanismo análogo al que funciona en el cuerpo de la mujer cuando está por dar a luz nueva vida? BIBLIOGRAFÍA Esposito R. (2006) Bíos. Biopolítica y filosofía. 1 ed. Amorrortu. Buenos Aires, Argentina Flyvbjerg, B. (1998) Rationality and Power: Democracy in Practice. Chicago: University of Chicago Press. Garro D. (2007) Principios de economía aplicada a seguridad. 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