La Santa Sede

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La Santa Sede
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
POSTSINODAL
ECCLESIA IN AFRICA
DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II
AL EPISCOPADO
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LOS RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS
Y A TODOS LOS FIELES LAICOS
SOBRE LA IGLESIA EN ÁFRICA
Y SU MISIÓN EVANGELIZADORA
HACIA EL AÑO 2000
INTRODUCCIÓN
1. La Iglesia que está en África celebró con alegría y esperanza, durante cuatro semanas, su fe
en Cristo resucitado, en el curso de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos.
Su recuerdo permanece aún vivo en toda la Comunidad eclesial.
Fieles a la tradición de los primeros siglos del Cristianismo en África, los Pastores de este
continente, en comunión con el Sucesor del apóstol Pedro y los miembros del Colegio episcopal
procedentes de otras regiones del mundo, celebraron un Sínodo que se presentó como
acontecimiento de esperanza y de resurrección, en el momento mismo en que las vicisitudes
humanas parecían más bien empujar a África hacia el desánimo y la desesperación.
Los Padres Sinodales, asistidos por cualificados representantes del clero, de los religiosos y del
laicado, examinaron detenidamente y con realismo las luces y las sombras, los desafíos y las
perspectivas de la evangelización en África, al aproximarse el tercer milenio de la fe cristiana.
Los miembros de la Asamblea sinodal me han pedido que dé a conocer a toda la Iglesia los frutos
2
de sus reflexiones y de sus oraciones, de sus discusiones y de sus intercambios[1]. Con alegría y
gratitud al Señor he acogido esta petición, y hoy, en el momento mismo en que, en comunión con
los Pastores y los fieles de la Iglesia católica en África, abro la fase celebrativa de la Asamblea
especial para África, hago público el texto de esta Exhortación apostólica postsinodal, que es fruto
de un trabajo colegial intenso y prolongado.
Pero antes de entrar en la exposición de cuanto se maduró durante el Sínodo, considero oportuno
mencionar, aunque sea velozmente, las distintas fases de un acontecimiento tan decisivo para la
Iglesia en África.
El Concilio
2. El Concilio Ecuménico Vaticano II puede considerarse ciertamente, desde el punto de vista de
la historia de la salvación, como la piedra angular de este siglo, próximo ya a desembocar en el
tercer milenio. En el marco de ese gran acontecimiento, la Iglesia de Dios que está en África vivió,
por su parte, auténticos momentos de gracia. En efecto, la idea de un encuentro, bajo una forma
u otra, de los Obispos de África para dialogar sobre la evangelización del continente, se remonta
al período del Concilio. Aquel acontecimiento histórico fue verdaderamente el crisol de la
colegialidad y una expresión peculiar de la comunión afectiva y efectiva del episcopado mundial.
Los Obispos, en esa ocasión, trataron de señalar los instrumentos adecuados para compartir
mejor y hacer más eficaz su solicitud por todas las Iglesias (cf. 2 Cor 11, 28) y comenzaron a
proponer, con ese fin, las estructuras oportunas a nivel nacional, regional y continental.
El Simposio de Conferencias Episcopales de África y Madagascar
3. En este clima, los Obispos de África y Madagascar presentes en el Concilio decidieron crear un
Secretariado General propio para coordinar sus intervenciones, de modo que se ofreciera en el
aula, en cuanto fuera posible, un punto de vista común. Esta cooperación inicial entre los Obispos
de África se institucionalizó después con la creación en Kampala del Simposio de las
Conferencias Episcopales de África y Madagascar (S.C.E.A.M.). Esto sucedió con ocasión de la
visita del Papa Pablo VI a Uganda en julio y agosto de 1969, primera visita a África de un
Pontífice de los tiempos modernos.
La convocatoria de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos
4. Las Asambleas generales del Sínodo de los Obispos, que se sucedieron periódicamente a
partir de 1967, ofrecieron a la Iglesia que está en África preciosas oportunidades de hacer sentir
su propia voz en el ámbito universal de la Iglesia. Así, en la II Asamblea general ordinaria (1971),
los Padres Sinodales de África acogieron con alegría la oportunidad que se les presentaba de
pedir una mayor justicia en el mundo. La III Asamblea general ordinaria sobre la evangelización
en el mundo contemporáneo (1974) permitió examinar particularmente los problemas de la
3
evangelización en África. En esa circunstancia los Obispos del continente presentes en el Sínodo
publicaron un importante mensaje titulado « Promoción de la evangelización en la
corresponsabilidad »[2]. Poco después, durante el Año Santo de 1975, el S.C.E.A.M. convocó su
propia Asamblea plenaria en Roma, para profundizar el tema de la evangelización.
5. Posteriormente, de 1977 a 1983, varios Obispos, sacerdotes, personas consagradas, teólogos
y laicos manifestaron el deseo de un Concilio o de un Sínodo africano, con el objetivo de evaluar
la evangelización en África en vista de las grandes opciones que se deben adoptar para el futuro
del continente. Acogí favorablemente y alenté la idea de una « coordinación bajo diferentes
formas » de todo el episcopado africano, « a fin de examinar los problemas religiosos que se
presentan al conjunto del continente »[3]. Por ello, el S.C.E.A.M. se preocupó de buscar vías y
medios para llevar a buen fin el proyecto de este encuentro continental. Se consultó a las
Conferencias Episcopales y a cada Obispo de África y Madagascar, después de lo cual pude
convocar una Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos. El 6 de enero de 1989,
en el contexto de la solemnidad de la Epifanía —celebración litúrgica en que la Iglesia se siente
más consciente de la universalidad de su misión y del consiguiente deber de llevar la luz de Cristo
a todos los pueblos—, anuncié que había asumido esta « iniciativa de gran importancia para la
difusión del Evangelio ». Y precisé que lo había hecho acogiendo la petición, manifestada muchas
veces y en momentos distintos por los Obispos de África, por sacerdotes, teólogos y exponentes
del laicado, de que « se promueva una orgánica solidaridad pastoral en todo el territorio africano e
islas adyacentes »[4].
Un acontecimiento de gracia
6. La Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos ha sido un momento histórico de
gracia: el Señor ha visitado a su pueblo que está en África. En efecto, este continente vive hoy lo
que puede definirse un signo de los tiempos, un momento propicio, un día de salvación para
África. Parece llegada la « hora de África », una hora favorable que invita con insistencia a los
mensajeros de Cristo a bogar mar adentro y a echar las redes para la pesca (cf. Lc 5, 4). Como al
inicio del cristianismo, el alto funcionario de Candace, Reina de Etiopía, feliz de haber recibido la
fe mediante el bautismo, prosiguió su camino llegando a ser testigo de Cristo (cf. Hch 8, 27-39),
del mismo modo hoy la Iglesia en África, llena de alegría y gratitud por la fe recibida, debe
proseguir su misión evangelizadora, para atraer los pueblos del continente al Señor,
enseñándoles a observar cuanto Él ha mandado (cf. Mt 28, 20).
A partir de la solemne liturgia eucarística inaugural que, el 10 de abril de 1994, celebré en la
Basílica Vaticana junto con treinta y cinco Cardenales, un Patriarca, treinta y nueve Arzobispos,
ciento cuarenta y seis Obispos y noventa Sacerdotes, la Iglesia, Familia de Dios[5], pueblo de los
creyentes, se congregó en torno a la Tumba de Pedro. Estaba presente África con la variedad de
sus ritos, junto con todo el pueblo de Dios: danzaba manifestando su alegría, expresando su fe en
la vida, al sonido de los tam-tam y de otros instrumentos musicales africanos. En esta ocasión,
4
África sintió que era, según la expresión de Pablo VI, « una nueva patria de Cristo »[6], tierra
amada por el Padre eterno[7]. Por esto yo mismo saludé ese momento de gracia con las palabras
del Salmista. « ¡Este es el día que el Señor ha hecho, exultemos y gocemos en él! » (Sal 118117,
24).
Destinatarios de la Exhortación
7. Con esta Exhortación apostólica postsinodal, en comunión con la Asamblea especial para
África del Sínodo de los Obispos, deseo dirigirme en primer lugar a los Pastores y a los fieles
laicos, y también a los hermanos de las demás Confesiones cristianas, así como a cuantos
profesan las grandes religiones monoteístas, en particular los seguidores de la religión tradicional
africana, y a todos los hombres de buena voluntad que, de un modo u otro, se interesan por el
desarrollo espiritual y material de África o tienen en sus manos los destinos de este gran
continente.
Ante todo mi pensamiento se dirige naturalmente a los africanos mismos y a todos los que viven
en el continente; pienso, en particular, en los hijos y las hijas de la Iglesia católica: Obispos,
sacerdotes, diáconos, seminaristas, miembros de los Institutos de vida consagrada y de las
Sociedades de vida apostólica, catequistas y todos los que hacen del servicio a sus hermanos el
ideal de su existencia. Deseo confirmarlos en la fe (cf. Lc 22, 32) y exhortarles a perseverar en la
esperanza que viene de Cristo resucitado, venciendo toda tentación de desánimo.
Plan de la Exhortación
8. La Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos examinó en profundidad el tema
que le había sido propuesto: « La Iglesia en África y su misión evangelizadora hacia el año 2000:
Seréis mis testigos (cf. Hch 1, 8) ». Esta Exhortación tratará de seguir de cerca este mismo
itinerario. Arrancará del momento histórico, verdadero kairós, en que se celebró el Sínodo,
examinando sus objetivos, preparación y desarrollo. Se detendrá sobre la situación actual de la
Iglesia en África, recordando las distintas fases del compromiso misionero. Además, afrontará los
diferentes aspectos de la misión evangelizadora con los que la Iglesia debe contar en el momento
presente: la evangelización, la inculturación, el diálogo, la justicia y la paz, los medios de
comunicación social. La alusión a las urgencias y los desafíos que interpelan a la Iglesia en África
a las puertas del año 2000, permitirá delinear las tareas del testigo de Cristo en África, de cara a
una aportación más eficaz para la edificación del Reino de Dios. Así será posible individuar, al
final, los compromisos de la Iglesia en África como Iglesia misionera: una Iglesia de misión que
llega a ser ella misma misionera: « Seréis mis testigos... hasta los confines de la tierra » (Hch 1,
8).
CAPÍTULO I
5
UN MOMENTO ECLESIAL HISTÓRICO
9. « Esta Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos es un acontecimiento
providencial, por el que debemos dar gracias al Padre omnipotente y misericordioso mediante su
Hijo en el Espíritu Santo, y glorificarlo »[8]. Con estas palabras los Padres sinodales, durante la
primera Congregación general, abrieron solemnemente el debate relativo al tema del Sínodo. En
una ocasión precedente, yo mismo había ya expresado una convicción semejante, reconociendo
que « la Asamblea especial es un acontecimiento eclesial de suma importancia para África, un
kairós, un momento de gracia, en el que Dios manifiesta su salvación. Toda la Iglesia está
invitada a aceptar plenamente este tiempo de gracia, a recibir y difundir la Buena Nueva. El
esfuerzo de preparación para el Sínodo no sólo servirá para el buen desarrollo de la celebración
sinodal, sino que ya desde ahora redundará en beneficio de las Iglesias locales que peregrinan en
África, cuya fe y testimonio se refuerzan, haciéndolas cada vez más maduras »[9].
Profesión de fe
10. Este momento de gracia se concretó ante todo en una solemne profesión de fe. Congregados
alrededor de la Tumba de Pedro para la inauguración de la Asamblea especial, los Padres del
Sínodo proclamaron su fe, la fe de Pedro que, respondiendo a la pregunta de Cristo: « ¿También
vosotros queréis marcharos? », dice: « Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de
vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios » (Jn 6, 67-69). Los
Obispos de África, en quienes la Iglesia católica hallaba aquellos días una particular expresión
junto a la Tumba del Apóstol, reafirmaron que creían firmemente que la omnipotencia y la
misericordia del único Dios se han manifestado sobre todo en la Encarnación redentora del Hijo
de Dios, Hijo que es consustancial al Padre en la unidad del Espíritu Santo y que, en esta unidad
trinitaria, recibe en plenitud gloria y honor. Ésta es nuestra fe —afirmaron los Padres— ésta es la
fe de la Iglesia, ésta es la fe de todas las Iglesias locales que, diseminadas por el continente
africano, caminan hacia la casa de Dios.
Esta fe en Jesucristo se manifestó de modo constante, con fuerza y unanimidad, en las
intervenciones de los Padres del Sínodo a lo largo de la Asamblea especial. Firmes en esta fe, los
Obispos de África confiaron su continente a Cristo Señor, convencidos de que sólo Él, con su
Evangelio y su Iglesia, puede salvar a África de las dificultades actuales y curarla de sus
numerosos males[10].
11. Al mismo tiempo, con ocasión de la apertura solemne de la Asamblea especial, los Obispos
de África proclamaron públicamente su fe en « la única Iglesia de Cristo, de la que confesamos en
el Credo que es una, santa, católica y apostólica »[11]. Estos atributos indican rasgos esenciales
de la Iglesia y de su misión. La Iglesia « no los tiene por ella misma; es Cristo, quien, por el
Espíritu Santo, da a la Iglesia el ser una, santa, católica y apostólica, y Él es también quien la
llama a ejercitar cada una de estas cualidades »[12].
6
Todos aquellos que tuvieron el privilegio de asistir a la celebración de la Asamblea especial para
África se alegraron de ver que los católicos africanos van asumiendo cada vez más
responsabilidades en sus Iglesias locales y se esfuerzan por comprender mejor lo que significa
ser simultáneamente católico y africano. La celebración de la Asamblea especial manifestó al
mundo entero que las Iglesias locales de África tienen un puesto legítimo en la comunión de la
Iglesia, tienen derecho a conservar y desarrollar « sus propias tradiciones, sin quitar nada al
primado de la Sede de Pedro, que preside toda la comunidad de amor, defiende las diferencias
legítimas y al mismo tiempo se preocupa de que las particularidades no sólo no perjudiquen a la
unidad, sino que más bien la favorezcan »[13].
Sínodo de resurrección, Sínodo de esperanza
12. Por un singular designio de la Providencia, la solemne inauguración de la Asamblea especial
para África del Sínodo de los Obispos tuvo lugar el segundo domingo de Pascua, es decir, al
concluir su octava. Los Padres Sinodales, reunidos aquel día en la Basílica Vaticana, eran
conscientes del hecho de que la alegría de su Iglesia brotaba del mismo acontecimiento que
colmó de alegría los corazones de los Apóstoles el día de Pascua: la resurrección del Señor
Jesús (cf. Lc 24, 40-41). Eran profundamente conscientes de la presencia en medio de ellos del
Señor resucitado, que les decía como a los Apóstoles: « ¡Paz a vosotros! » (Jn 20, 21.26). Eran
conscientes de su promesa de que permanecería con su Iglesia para siempre (cf. Mt 28, 20) y,
por tanto, también durante todo el desarrollo de la Asamblea sinodal. El clima pascual en el que la
Asamblea especial inició su trabajo, con sus participantes unidos en la celebración de su fe en
Cristo resucitado, evocaba espontáneamente en mi espíritu las palabras dirigidas por Jesús al
apóstol Tomás: « Dichosos los que no han visto y han creído » (Jn 20, 29).
13. En efecto, ha sido el Sínodo de la resurrección y de la esperanza, como declararon con
alegría y entusiasmo los Padres sinodales en las primeras frases de su Mensaje dirigido al Pueblo
de Dios. Son palabras que gustosamente hago mías: « Como María Magdalena, la mañana de la
Resurrección, y los discípulos de Emaús, con corazón ardiente e inteligencia iluminada, la
Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos proclama: ¡Cristo, nuestra esperanza,
ha resucitado! Se ha encontrado con nosotros, ha caminado con nosotros. Nos ha explicado las
Escrituras y nos ha dicho: "Yo soy el primero y el último, el que vive; estuve muerto, pero ahora
estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno" (Ap 1, 17-18)
(...). Y, como san Juan en Patmos, en tiempos especialmente difíciles, recibió profecías de
esperanza para el pueblo de Dios, también nosotros anunciamos un mensaje de esperanza. En
este momento en que tantos odios fratricidas, provocados por intereses políticos, desgarran a
nuestros pueblos; en este momento en que el peso de la deuda externa o de la devaluación los
agobia, nosotros, los Obispos de África, junto con todos los que participan en este santo Sínodo,
unidos al Santo Padre y a todos nuestros hermanos en el episcopado que nos han elegido,
queremos pronunciar una palabra de esperanza y de consuelo con respecto a ti, Familia de Dios
que estás en África; con respecto a ti, Familia de Dios esparcida por el mundo: ¡Cristo, nuestra
7
esperanza, vive y nosotros también viviremos! »[14].
14. Exhorto a todo el Pueblo de Dios en África a acoger con espíritu abierto el mensaje de
esperanza que le dirigió la Asamblea sinodal. Los Padres del Sínodo, plenamente conscientes de
ser portadores de las expectativas no sólo de los católicos africanos, sino también de todos los
hombres y mujeres de aquel continente, durante sus discusiones afrontaron con claridad los
múltiples males que oprimen el África de hoy. Analizaron toda la complejidad y extensión de lo
que la Iglesia está llamada a realizar para favorecer el deseado cambio, pero lo hicieron con una
actitud libre de pesimismo o desesperación. A pesar del panorama prevalentemente negativo que
hoy presentan numerosas regiones de África y de las tristes experiencias que no pocos países
atraviesan, la Iglesia tiene el deber de afirmar con fuerza que es posible superar estas
dificultades. Ella debe fortalecer en todos los africanos la esperanza en una verdadera liberación.
Su confianza se fundamenta, en última instancia, en la conciencia de la promesa divina, que nos
asegura que nuestra historia no está cerrada en sí misma, sino que está abierta al Reino de Dios.
Por esto ni la desesperación ni el pesimismo pueden justificarse cuando se piensa en el futuro
tanto de África como de las demás partes del mundo.
Colegialidad afectiva y efectiva
15. Antes de comenzar a tratar los diversos argumentos, quisiera poner de relieve que el Sínodo
de los Obispos es un instrumento muy propicio para favorecer la comunión eclesial. Cuando,
hacia el final del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI instituyó el Sínodo, indicó claramente que
una de sus finalidades esenciales sería la de expresar y promover, bajo la guía del Sucesor de
Pedro, la comunión recíproca de los Obispos de todo el mundo[15]. El principio subyacente a la
institución del Sínodo de los Obispos es simple: cuanto más fuerte es la comunión de los Obispos
entre sí, más enriquecida resulta la comunión de la Iglesia en su conjunto. La Iglesia en África es
testigo de la verdad de estas palabras, porque ha hecho la experiencia del entusiasmo y de los
resultados concretos que han acompañado los preparativos de la Asamblea del Sínodo de los
Obispos dedicada a ella.
16. Con ocasión de mi primer encuentro con el Consejo de la Secretaría General del Sínodo de
los Obispos reunido con vistas a la Asamblea especial para África, indiqué la razón por la cual
había parecido oportuno convocar esta Asamblea: la promoción de « una solidaridad pastoral
orgánica en todo el territorio africano y en las islas adyacentes »[16]. Con esta expresión
pretendía englobar los fines y objetivos principales hacia los que debería orientarse la Asamblea
especial. Para expresar mejor mis expectativas, añadí que las reflexiones preparatorias de la
Asamblea deberían referirse a « todos los aspectos importantes de la vida de la Iglesia en África
y, en particular, incluir la evangelización, la inculturación, el diálogo, la solicitud pastoral en lo
social y los medios de comunicación social »[17].
17. Durante mis visitas pastorales a África, me he referido con frecuencia a la Asamblea especial
8
para África y a los objetivos principales para los cuales había sido convocada. Cuando participé
por primera vez, en suelo africano, en una reunión del Consejo del Sínodo, no dejé de subrayar
mi convicción de que una Asamblea sinodal no puede reducirse a una consulta sobre cuestiones
prácticas. Su verdadera razón de ser está en el hecho de que la Iglesia no puede crecer si no es
fortaleciendo la comunión entre sus miembros, comenzando por sus Pastores[18].
Cada Asamblea sinodal manifiesta y desarrolla la solidaridad entre quienes presiden las Iglesias
particulares en el cumplimiento de su misión más allá de los límites de las respectivas diócesis.
Como enseña el Concilio Vaticano II, « los Obispos, como legítimos sucesores de los Apóstoles y
miembros del Colegio episcopal, han de ser siempre conscientes de que están unidos entre sí y
mostrar su solicitud por todas las Iglesias. En efecto, por institución divina y por imperativo de la
función apostólica, cada uno junto con los otros Obispos es responsable de la Iglesia »[19].
18. El tema que he asignado a la Asamblea especial —« La Iglesia en África y su misión
evangelizadora hacia el año 2000. "Seréis mis testigos" (Hch 1, 8) »— manifiesta mi deseo de
que esta Iglesia viva el período de tiempo hasta el Gran Jubileo como un « nuevo Adviento »,
tiempo de espera y preparación. En efecto, considero la preparación para el año 2000 como una
de las claves de interpretación de mi pontificado[20].
Las Asambleas sinodales celebradas en estos casi treinta años —las Asambleas Generales y las
especiales continentales, regionales o nacionales— se sitúan todas en esta perspectiva de
preparación del Gran Jubileo. El hecho de que la evangelización sea el tema de todas estas
Asambleas sinodales muestra cómo hoy está viva en la Iglesia la conciencia de la misión salvífica
que ha recibido de Cristo. Esta toma de conciencia se manifiesta con particular evidencia en las
Exhortaciones apostólicas postsinodales dedicadas a la evangelización, a la catequesis, a la
familia, a la penitencia y reconciliación en la vida de la Iglesia y de toda la humanidad, a la
vocación y misión de los laicos, a la formación de los presbíteros.
En plena comunión con la Iglesia universal
19. Desde el inicio de la preparación de la Asamblea especial ha sido mi vivo deseo, plenamente
compartido por el Consejo de la Secretaría General, procurar que este Sínodo fuera
auténticamente africano, sin equívocos. Al mismo tiempo, era de fundamental importancia que la
Asamblea especial se celebrara en plena comunión con la Iglesia universal. Efectivamente, la
Asamblea ha tenido siempre en cuenta a la Iglesia universal. Recíprocamente, cuando llegó el
momento de publicar los Lineamenta, invité a mis Hermanos en el Episcopado y a todo el Pueblo
de Dios disperso por el mundo a recordar en la oración a la Asamblea especial para África y a
sentirse comprometidos en las actividades promovidas para este evento.
Esta Asamblea, como he afirmado frecuentemente, tiene notable importancia para la Iglesia
universal, no solamente por el interés que su convocatoria ha suscitado por todas partes, sino
9
también por la naturaleza misma de la comunión eclesial que transciende toda frontera de tiempo
y lugar. De hecho, la Asamblea especial ha inspirado muchas oraciones y buenas obras con las
que los fieles y las comunidades eclesiales de los otros continentes han acompañado el
desarrollo del Sínodo. No hay duda de que, en el misterio de la comunión de los santos, éstos lo
hayan sostenido también con su intercesión desde el cielo.
Cuando dispuse que la primera fase de los trabajos de la Asamblea especial se tuviera en Roma,
lo hice para subrayar aún más claramente la comunión entre la Iglesia que está en África y la
Iglesia universal, para evidenciar el compromiso de todos los fieles en favor de África.
20. La solemne concelebración eucarística de apertura del Sínodo, que presidí en la Basílica de
san Pedro, puso de relieve la universalidad de la Iglesia de modo maravilloso y conmovedor. Esta
universalidad, «que no es uniformidad sino comunión de diferencias compatibles con el
Evangelio»[21], ha sido vivida por todos los Obispos. Como miembros del cuerpo episcopal que
sucede al Colegio de los Apóstoles, todos eran conscientes de haber sido consagrados no
solamente para una diócesis, sino para la salvación de todo el mundo[22].
Doy gracias a Dios Omnipotente por la ocasión que nos ha dado de experimentar, gracias a la
Asamblea especial, lo que significa una auténtica catolicidad. « Por la fuerza de esta catolicidad,
cada grupo aporta sus dones a los demás y a toda la Iglesia »[23].
Un mensaje oportuno y creíble
21. Según los Padres sinodales, la cuestión principal que la Iglesia en África debe afrontar
consiste en describir con toda la claridad posible lo que ella es y lo que debe realizar en plenitud,
para que su mensaje sea oportuno y creíble[24]. Todas las discusiones de la Asamblea se han
referido a esta exigencia verdaderamente esencial y fundamental, un auténtico desafío para la
Iglesia en África.
Es verdad que « el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: Él es quien impulsa
a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la
Palabra de salvación »[25]. Pero, reafirmada esta verdad, la Asamblea especial ha querido añadir
justamente que la evangelización es también una misión que el Señor Jesús ha confiado a su
Iglesia, bajo la guía y potencia del Espíritu. Es necesaria nuestra cooperación mediante la oración
ferviente, una gran reflexión, proyectos adecuados y la disponibilidad de los recursos[26].
El debate sinodal sobre el tema de la oportunidad y credibilidad del mensaje de la Iglesia en
África implicaba una reflexión sobre la credibilidad misma de los anunciadores de dicho mensaje.
Los Padres han afrontado la cuestión de modo directo, con profunda sinceridad, sin ninguna
concesión. De esto ya se había ocupado el Papa Pablo VI que, con palabras memorables, había
recordado: « Se ha repetido frecuentemente en nuestros días que este siglo siente sed de
10
autenticidad. Sobre todo con relación a los jóvenes, se afirma que éstos sufren horrores ante lo
ficticio, ante la falsedad, y que además son decididamente partidarios de la verdad y la
transparencia. A estos signos de los tiempos debería corresponder en nosotros una actitud
vigilante. Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta: ¿Creéis
verdaderamente en lo que anunciáis? ¿Vivís lo que creéis? ¿Predicáis verdaderamente lo que
vivís? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con
vistas a una eficacia real de la predicación. Sin andar con rodeos, podemos decir que en cierta
medida nos hacemos responsables del Evangelio que proclamamos »[27].
Por esto, con referencia a la misión evangelizadora de la Iglesia en el campo de la justicia y de la
paz, yo mismo señalé: « Hoy más que nunca, la Iglesia es consciente de que su mensaje social
se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna »[28].
22. ¿Cómo no considerar aquí que la octava Asamblea plenaria del S.C.E.A.M., celebrada en
Lagos (Nigeria), en 1987, ya había tomado en consideración con notable claridad la cuestión de la
credibilidad y oportunidad del mensaje de la Iglesia en África? Dicha Asamblea había declarado
que la credibilidad de la Iglesia en África dependía de Obispos y sacerdotes capaces de dar un
testimonio ejemplar, siguiendo las huellas de Cristo; de religiosos realmente fieles, auténticos
testigos por su modo de vivir los consejos evangélicos; de un laicado dinámico con padres
profundamente creyentes, educadores conscientes de su responsabilidad, dirigentes políticos
animados por un profundo sentido moral[29].
Familia de Dios en camino sinodal
23. Dirigiéndome el 23 de junio de 1989 a los miembros del Consejo de la Secretaría General,
insistí mucho en la participación del Pueblo de Dios, a todos los niveles, especialmente en África,
en la preparación de la Asamblea especial. « Si se prepara bien, dije, la sesión del Sínodo
permitirá implicar a todos los sectores de la comunidad cristiana: individuos, pequeñas
comunidades, parroquias, diócesis e instituciones locales, nacionales e internacionales »[30].
Entre el inicio de mi Pontificado y la inauguración de la Asamblea especial para África del Sínodo
de los Obispos, he podido realizar diez viajes pastorales a África y Madagascar, visitando treinta y
seis Naciones. Con ocasión de los viajes apostólicos sucesivos a la convocatoria de la Asamblea
especial, el tema del Sínodo y el de la necesidad para todos los fieles de prepararse a la
Asamblea sinodal han estado siempre presentes de manera preeminente en mis encuentros con
el Pueblo de Dios en África. También he aprovechado las visitas ad limina de los Obispos de
aquel continente para solicitar la colaboración de todos en la preparación de la Asamblea especial
para África. Además, en tres ocasiones diversas he tenido sesiones de trabajo, junto con el
Consejo de la Secretaría General, en suelo africano: en Yamoussoukro (Costa de Marfil) en 1990,
en Luanda (Angola) en 1992 y en Kampala (Uganda) en 1993, siempre para invitar a los africanos
a participar de manera activa y conjunta en la preparación de la Asamblea sinodal.
11
24. La presentación de los Lineamenta en Lomé (Togo) el 25 de julio de 1990, con ocasión de la
novena Asamblea General del S.C.E.A.M., significó sin duda una etapa nueva e importante del
iter preparatorio de la Asamblea especial. Se puede decir que la publicación de los Lineamenta
puso en marcha decididamente los preparativos para el Sínodo en todas las Iglesias particulares
de África. La Asamblea del S.C.E.A.M. en Lomé compuso una Plegaria por la Asamblea especial
y pidió que se recitara, tanto en público como en privado, en todas las parroquias africanas hasta
la celebración del Sínodo. Esta iniciativa del S.C.E.A.M. ha sido verdaderamente feliz y no ha
pasado inadvertida en la Iglesia universal.
Para favorecer también la difusión de los Lineamenta, varias Conferencias Episcopales y diócesis
los han traducido en su lengua como, por ejemplo, en suahili, árabe, malgache y otros idiomas. «
Publicaciones, conferencias y simposios sobre los temas del Sínodo han sido organizados por
diversas Conferencias Episcopales, Institutos de Teología y Seminarios, Asociaciones de
Institutos de vida consagrada, algún periódico, importantes revistas, Obispos y teólogos »[31].
25. Doy gracias a Dios Omnipotente por la solicitud con la que han sido redactados los
Lineamenta y el Instrumentum laboris[32] del Sínodo. Ha sido una tarea afrontada y desarrollada
por africanos, Obispos y expertos, comenzando por la Comisión antepreparatoria del Sínodo, en
enero y marzo de 1989. La Comisión fue relevada después por el Consejo de la Secretaría
General de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, instituido por mí el 20 de
junio de 1989.
Además, estoy profundamente agradecido al grupo de trabajo que ha preparado tan bien las
liturgias eucarísticas para la apertura y la clausura del Sínodo. El grupo, compuesto por teólogos,
liturgistas y expertos en cantos e instrumentos africanos de expresión litúrgica, hizo posible,
según mi deseo, que dichas celebraciones tuvieran un evidente carácter africano.
26. Ahora debo añadir que la respuesta de los africanos a mi llamada para participar en la
preparación del Sínodo fue verdaderamente admirable. La acogida dispensada a los Lineamenta,
sea dentro como fuera de las comunidades eclesiales africanas, superó ampliamente toda
previsión. Muchas Iglesias locales se han servido de los Lineamenta para movilizar a los fieles y,
desde ahora, podemos decir sin duda que los frutos del Sínodo comienzan a manifestarse en un
nuevo compromiso y en una renovada toma de conciencia de los cristianos de África[33].
Durante las diversas fases de preparación de la Asamblea especial, numerosos miembros de la
Iglesia en África —clero, religiosos, religiosas, laicos— han participado de manera ejemplar en el
itinerario sinodal, « caminando juntos », poniendo cada uno los propios talentos al servicio de la
Iglesia y orando juntos con fervor por el éxito del Sínodo. Más de una vez los mismos Padres del
Sínodo señalaron, durante la Asamblea sinodal, que su trabajo se facilitaba gracias precisamente
a la « preparación esmerada y meticulosa de este Sínodo, desarrollada con la colaboración activa
de toda la Iglesia en África, en todos los niveles »[34].
12
Dios quiere salvar a África
27. El Apóstol de los Gentiles nos dice que Dios « quiere que todos los hombres se salven y
lleguen al conocimiento pleno de la verdad. Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador
entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate
por todos » (1 Tm 2, 4-6). Puesto que Dios llama a todos los hombres a un único y mismo destino,
que es divino, « debemos mantener que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de
un modo conocido sólo por Dios, se asocien a este misterio pascual »[35]. El amor redentor de
Dios abraza a la humanidad entera, a toda raza, tribu o nación: por tanto, abraza también a las
poblaciones del continente africano. La Providencia divina quiso que África estuviera presente
durante la Pasión de Cristo en la persona de Simón de Cirene, obligado por los soldados romanos
a ayudar al Señor llevando la Cruz (cf. Mc 15, 21).
28. La liturgia del domingo VI de Pascua de 1994, durante la solemne celebración eucarística
para la conclusión de la sesión de trabajo de la Asamblea especial, me ofreció la ocasión de
reflexionar sobre el designio salvífico de Dios respecto a África. Una de las lecturas bíblicas,
tomada de los Hechos de los Apóstoles, evocaba un acontecimiento que puede ser considerado
como el primer paso en la misión de la Iglesia hacia los paganos: la narración de la visita de
Pedro, bajo el impulso del Espíritu Santo, a la casa de un pagano, el centurión Cornelio. Hasta
ese momento el Evangelio había sido proclamado sobre todo entre los hebreos. Después de
haber dudado no poco, Pedro, iluminado por el Espíritu, decidió ir a la casa de un pagano.
Cuando llegó, tuvo la grata sorpresa de ver que el centurión esperaba a Cristo y el Bautismo. El
libro de los Hechos de los Apóstoles refiere: « Los fieles circuncisos que habían venido con Pedro
quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo había sido derramado también sobre los
gentiles, pues les oían hablar en lenguas y glorificar a Dios » (10, 45-46).
En casa de Cornelio, en cierto sentido, se reprodujo el milagro de Pentecostés. Pedro dijo
entonces: « Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en
cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato... ¿Acaso puede alguno negar el
agua del bautismo a éstos que han recibido el Espíritu Santo como nosotros? » (Hch 10, 3435.47).
Así comenzó la misión de la Iglesia ad gentes, cuyo principal heraldo sería Pablo de Tarso. Los
primeros misioneros que llegaron al corazón de África se maravillaron, del mismo modo que los
cristianos de los tiempos apostólicos, ante la efusión del Espíritu Santo.
29. El designio de Dios para la salvación de África está en los orígenes de la difusión de la Iglesia
en el continente africano. Sin embargo, al ser la Iglesia, por voluntad de Cristo, misionera por su
naturaleza, la Iglesia misma en África está llamada a asumir un papel activo al servicio del plan
salvífico de Dios. Por esto he dicho frecuentemente que « la Iglesia en África es la Iglesia
misionera y de misión »[36].
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La Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos ha examinado los medios mediante
los cuales los africanos podrán realizar mejor el mandato que el Señor resucitado dio a sus
discípulos: « Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes » (Mt 28, 19).
CAPÍTULO II
LA IGLESIA EN ÁFRICA
I. Breve historia de la evangelización en el continente
30. El día de la apertura de la Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, primera
reunión de ese tipo en la historia, los Padres sinodales recordaron algunas de las maravillas
realizadas por Dios en la historia de la evangelización en África. Es una historia que se remonta a
la época del nacimiento mismo de la Iglesia. La difusión del Evangelio tuvo fases diversas. Los
primeros siglos del cristianismo vieron la evangelización de Egipto y de África del Norte. Una
segunda fase, relativa a las regiones del continente situadas al sur del Sahara, tuvo lugar en los
siglos XV y XVI. Una tercera fase, caracterizada por un esfuerzo misionero extraordinario, se
inició en el siglo XIX.
Primera fase
31. En un mensaje a los Obispos y a todos los pueblos de África sobre la promoción del bienestar
material y espiritual del continente, mi venerado predecesor Pablo VI evocó con memorables
palabras el glorioso esplendor del pasado cristiano de África: « Pensamos en las Iglesias
cristianas de África, cuyo origen se remonta a los tiempos apostólicos y está ligado, según la
tradición, al nombre y predicación del evangelista Marcos. Pensamos en la pléyade innumerable
de santos, mártires, confesores y vírgenes que pertenecen a ellas. En realidad, desde el siglo II al
siglo IV la vida cristiana en las regiones septentrionales de África fue intensísima e iba en
vanguardia tanto en el estudio teológico como en la expresión literaria. Nos vienen a la memoria
los nombres de los grandes doctores y escritores, como Orígenes, san Atanasio, san Cirilo,
lumbreras de la escuela alejandrina, y en la otra parte de la costa mediterránea africana,
Tertuliano, san Cipriano, y sobre todo san Agustín, una de las luces más brillantes de la
cristiandad. Recordemos a los grandes santos del desierto, Pablo, Antonio, Pacomio, primeros
fundadores del monaquismo, difundido después, siguiendo su ejemplo, en Oriente y Occidente. Y,
entre tantos otros, no queremos dejar de nombrar a san Frumencio, llamado Abba Salama, que,
consagrado obispo por san Atanasio, fue apóstol de Etiopía »[37]. Durante estos primeros siglos
de la Iglesia en África, algunas mujeres dieron también testimonio de Cristo. Entre ellas se debe
mencionar particularmente a las santas Felicidad y Perpetua, a santa Mónica y a santa Tecla.
« Estos luminosos ejemplos, como también las figuras de los santos Papas de origen africano
Víctor I, Melquíades y Gelasio I, pertenecen al patrimonio común de la Iglesia; y los escritos de
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los autores cristianos de África son todavía hoy fundamentales para profundizar, a la luz de la
Palabra de Dios, en la historia de la salvación. En el recuerdo de las antiguas glorias del África
cristiana, queremos expresar nuestro profundo respeto por las Iglesias con las que no estamos en
plena comunión: la Iglesia griega del Patriarcado de Alejandría, la Iglesia copta de Egipto y la
Iglesia etiópica, que tienen de común con la Iglesia católica el origen y la herencia doctrinal y
espiritual de los grandes Padres y Santos no sólo de su tierra, sino de toda la antigua Iglesia.
Ellas han trabajado y sufrido mucho por mantener vivo el nombre cristiano en África a través de
las vicisitudes de los tiempos »[38]. Estas Iglesias dan todavía hoy testimonio de la vitalidad
cristiana que reciben de sus raíces apostólicas, particularmente en Egipto y en Etiopía y, hasta el
siglo XVII, en Nubia. En el resto del continente comenzaba entonces otra etapa de la
evangelización.
Segunda fase
32. En los siglos XV y XVI, la exploración de la costa africana por parte de los portugueses fue
acompañada pronto por la evangelización de las regiones de África situadas al sur del Sahara.
Este esfuerzo afectaba, entre otras zonas, a las regiones del actual Benín, Santo Tomé, Angola,
Mozambique y Madagascar.
El 7 de junio de 1992, domingo de Pentecostés, al conmemorar los 500 años de la evangelización
de Angola, en Luanda dije entre otras cosas: « Los Hechos de los Apóstoles describen por su
nombre a los habitantes de los sitios que tomaron parte directamente en el nacimiento de la
Iglesia por el soplo del Espíritu Santo: "todos los oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de
Dios" (Hch 2, 11). Hace quinientos años a ese coro de lenguas se añadieron los pueblos de
Angola. En aquel momento, en vuestra patria africana, se renovó el Pentecostés de Jerusalén.
Vuestros antepasados oyeron el mensaje de la Buena Nueva, que es la lengua del Espíritu. Sus
corazones acogieron por primera vez esta palabra e inclinaron su cabeza en la fuente del agua
bautismal, en la que el hombre, por obra del Espíritu Santo, muere con Cristo crucificado y renace
a una vida nueva en su resurrección (...). Ese mismo Espíritu fue el que impulsó a aquellos
hombres de fe, los primeros misioneros, que en 1491, llegaron hasta la desembocadura del río
Zaire, en Pinda, iniciando una auténtica epopeya misionera. Fue el Espíritu Santo, que obra a su
modo en el corazón de los hombres, quien movió al gran rey del Congo Nzinga-a-Nkuwu a pedir
misioneros para anunciar el Evangelio. Fue el Espíritu Santo quien animó la vida de aquellos
primeros cuatro cristianos angoleños que, al regresar de Europa, dieron testimonio del valor de la
fe cristiana. Después de los primeros misioneros, vinieron muchos más de Portugal y de otros
países de Europa, para continuar, ampliar y consolidar la obra comenzada »[39].
Durante este período se erigieron un cierto número de sedes episcopales y una de las primicias
de esta acción misionera fue la consagración en Roma, en 1518, por parte de León X, de Don
Enrique, hijo de Don Alfonso I, rey del Congo, como obispo titular de Útica. Don Enrique llegó a
ser así el primer obispo autóctono del África negra.
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En aquella época, exactamente en el año 1622, el Papa Gregorio XV erigió con carácter estable
la Congregación De Propaganda Fide con el fin de organizar y desarrollar mejor las misiones.
Por diversas dificultades, la segunda fase de la evangelización de África se concluyó en el siglo
XVIII con la extinción de casi todas las misiones en las regiones al sur del Sahara.
Tercera fase
33. La tercera fase de evangelización sistemática de África comenzó en el siglo XIX, período
caracterizado por un esfuerzo extraordinario, llevado a cabo por los grandes apóstoles y
animadores de las misiones africanas. Fue un período de rápido crecimiento, como muestran
claramente las estadísticas presentadas a la Asamblea sinodal por la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos[40]. África respondió muy generosamente a la llamada de Cristo.
En estos últimos decenios numerosos países africanos han celebrado el primer centenario del
comienzo de su evangelización. Verdaderamente el crecimiento de la Iglesia en África, de cien
años a esta parte, es una maravilla de la gracia de Dios.
La gloria y esplendor del período contemporáneo de la evangelización en África quedan ilustrados
de modo admirable por los santos que el África moderna ha dado a la Iglesia. El Papa Pablo VI
tuvo oportunidad de manifestar con elocuencia esta realidad al canonizar a los mártires de
Uganda en la Basílica de san Pedro, con ocasión de la Jornada Misionera Mundial de 1964: «
Estos mártires africanos vienen a añadir a ese catálogo de vencedores, que es el martirologio,
una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la
antigua África (...). El África, bañada por la sangre de estos mártires, primicias de la nueva era —y
Dios quiera que sean los últimos, pues tan precioso y tan grande fue su holocausto—, resurge
libre y redimida »[41].
34. La serie de santos que África da a la Iglesia, serie que es su mayor título de honor, continúa
creciendo. Cómo no mencionar, entre los más recientes, a Clementina Anwarite, virgen y mártir
de Zaire, que beatifiqué en tierra africana en 1985, a Victoria Rasoamanarivo, de Madagascar, y a
Josefina Bakhita, de Sudán, beatificadas también durante mi pontificado. Y cómo no recordar al
beato Isidoro Bakanja, mártir de Zaire, que tuve el privilegio de elevar al honor de los altares
durante la Asamblea especial para África?
« Otras causas están en curso. La Iglesia en África debe encargarse de redactar su propio
martirologio, añadiendo a las magníficas figuras de los primeros siglos (...) los mártires y los
santos de los últimos tiempos »[42].
Ante el formidable crecimiento de la Iglesia en África durante los últimos cien años, ante los frutos
de santidad alcanzados, hay una sola explicación posible: todo eso es don de Dios, ya que ningún
esfuerzo humano habría podido realizar una obra semejante en un período tan breve
16
relativamente. Sin embargo, no hay lugar para un triunfalismo humano. Recordando el esplendor
glorioso de la Iglesia en África, los Padres sinodales quisieron celebrar sólo las maravillas
obradas por Dios para la liberación y la salvación de África.
« Ésta ha sido la obra del Señor,
una maravilla a nuestros ojos » (Sal 118117, 23).
« Ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso,
Santo es su nombre » (Lc 1, 49).
Homenaje a los misioneros
35. El espléndido crecimiento y las realizaciones de la Iglesia en África se deben en gran parte a
la heroica y desinteresada dedicación de los misioneros. Esto es reconocido por todos. En efecto,
la tierra bendita de África está sembrada de tumbas de valientes heraldos del Evangelio.
Cuando los Obispos de África se encontraron en Roma para la Asamblea especial eran muy
conscientes de la deuda de gratitud que su continente tiene con sus antepasados en la fe.
En el discurso dirigido a la primera Asamblea del S.C.E.A.M. en Kampala, el 31 de julio de 1969,
el Papa Pablo VI hizo referencia a esta deuda de gratitud: « Vosotros, los africanos, sois ya los
misioneros de vosotros mismos. La Iglesia de Cristo está, en verdad, plantada en esta tierra
bendita (cf. Decr. Ad gentes, 6). Pero tenemos que cumplir un deber: el de recordar a cuantos en
África, antes que vosotros, y hoy todavía con vosotros, predicaron y predican el Evangelio, como
nos amonesta la Sagrada Escritura: "Recordaos de vuestros antecesores que os han anunciado
la palabra de Dios y, considerando el fin de su vida, imitad su fe" (Hb 13, 7). Se trata de una
historia que no debemos olvidar y que confiere a la Iglesia local la nota de su autenticidad y de su
nobleza, la nota "apostólica"; ella es un drama de caridad, de heroísmo, de sacrificio, que hace
grande y santa, desde su origen, a la Iglesia africana »[43].
36. La Asamblea especial saldó dignamente esta deuda de gratitud cuando, con ocasión de su
primera Congregación general, declaró: « Aquí conviene rendir un sentido homenaje a los
misioneros, hombres y mujeres de todos los Institutos religiosos y seculares, y a todos los países
que, a lo largo de los casi dos mil años de evangelización del continente africano (...) se han
dedicado intensamente a transmitir la antorcha de la fe cristiana (...). Precisamente por eso,
nosotros, los felices herederos de esta maravillosa aventura, queremos dar gracias a Dios en esta
solemne circunstancia »[44].
En el Mensaje al Pueblo de Dios los Padres sinodales renovaron con vigor el homenaje a los
misioneros, pero no olvidaron rendir homenaje a los hijos e hijas de África, especialmente a los
catequistas y a los intérpretes, que colaboraron con ellos[45].
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37. Gracias a la gran epopeya misionera, de la que el continente africano ha sido escenario sobre
todo durante los últimos dos siglos, hemos podido encontrarnos en Roma para celebrar la
Asamblea especial para África. La semilla esparcida a su tiempo ha producido frutos abundantes.
Mis Hermanos en el episcopado, hijos de los pueblos de África, son un testimonio elocuente de
esto. Junto con sus sacerdotes, llevan ya sobre sus espaldas gran parte del trabajo de la
evangelización. Lo atestiguan también los numerosos hijos e hijas de África que ingresan en las
antiguas Congregaciones misioneras o en los nuevos Institutos nacidos en tierra africana,
llevando en sus manos la antorcha de la consagración total al servicio de Dios y del Evangelio.
Arraigo y crecimiento de la Iglesia
38. El hecho de que en casi dos siglos el número de católicos en África haya crecido rápidamente
constituye por sí mismo un resultado notable desde cualquier punto de vista. Elementos como el
sensible y rápido aumento del número de las circunscripciones eclesiásticas, el crecimiento del
clero autóctono, de los seminaristas y de los candidatos en los Institutos de vida consagrada y la
progresiva extensión de la red de catequistas, cuya contribución a la difusión del Evangelio entre
las poblaciones africanas es bien conocida confirman, en particular, la consolidación de la Iglesia
en el continente. De fundamental importancia es el alto porcentaje de Obispos nativos, que
constituyen ya la Jerarquía en el continente.
Los Padres sinodales pusieron de relieve los numerosos y muy significativos pasos dados por la
Iglesia de África a nivel de inculturación y de diálogo ecuménico[46]. Las notables y meritorias
realizaciones en el campo de la educación son reconocidas universalmente.
Aunque los católicos sean sólo el catorce por ciento de la población africana, las instituciones
católicas en el campo de la sanidad representan el diecisiete por ciento del total de las estructuras
sanitarias de todo el continente.
Las iniciativas emprendidas con valentía por las jóvenes Iglesias de África para llevar el Evangelio
« hasta los confines de la tierra » (Hch 1, 8) son sin duda dignas de mención. Los Institutos
misioneros surgidos en África han crecido numéricamente y han comenzado a ofrecer misioneros
no sólo a los países del continente, sino también a otras regiones de la tierra. Sacerdotes
diocesanos de África, cuyo número está creciendo lentamente, comienzan a estar disponibles,
durante períodos limitados, como sacerdotes fidei donum, en otras diócesis, pobres de personal,
en su nación o en otras. En las provincias africanas de los Institutos religiosos de derecho
pontificio, tanto masculinos como femeninos, ha aumentado también el número de sus miembros.
De este modo la Iglesia se pone al servicio de los pueblos africanos; acepta además participar en
el « intercambio de dones » con otras Iglesias particulares en el ámbito de todo el Pueblo de Dios.
Todo esto manifiesta, de manera evidente, la madurez alcanzada por la Iglesia en África: esto es
lo que ha hecho posible la celebración de la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos.
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Qué ha llegado a ser África?
39. Hace menos de treinta años, no pocos países africanos se independizaban de las potencias
coloniales. Esto suscitó grandes esperanzas en lo relativo al desarrollo político, económico, social
y cultural de los pueblos africanos. Aunque « en algunas naciones no se haya aún consolidado,
desgraciadamente, la situación interna, y la violencia haya reinado o reine alguna vez, esto no
puede dar lugar a una condena general que se extienda a todo un pueblo o toda una nación, o
peor todavía, a todo un continente »[47].
40. Cuál es, sin embargo, la situación real del conjunto del continente africano hoy, especialmente
desde el punto de vista de la misión evangelizadora de la Iglesia? Los Padres sinodales, a este
propósito, se preguntaron en primer lugar: « En un continente saturado de malas noticias, de qué
modo el mensaje cristiano constituye una Buena Nueva para nuestro pueblo? En medio de una
desesperación que lo invade todo, dónde están la esperanza y el optimismo que transmite el
Evangelio? La evangelización promueve muchos de los valores esenciales que tanta falta hacen
al continente: esperanza, paz, alegría, armonía, amor y unidad »[48].
Después de haber señalado, justamente, que África es un inmenso continente con situaciones
muy diversas y que por tanto es necesario evitar las generalizaciones tanto al evaluar los
problemas como al sugerir las soluciones, la Asamblea sinodal constató con dolor: « Una
situación común es, sin duda, el hecho de que en África abundan los problemas: en casi todas
nuestras naciones hay una miseria espantosa, una mala administración de los escasos recursos
de que se dispone, una inestabilidad política y una desorientación social. El resultado está ante
nuestros ojos: miseria, guerras, desesperación. En un mundo controlado por las naciones ricas y
poderosas, África se ha convertido prácticamente en un apéndice sin importancia, a menudo
olvidado y descuidado por todos »[49].
41. Para muchos Padres sinodales el África de hoy se puede parangonar con aquel hombre que
bajaba de Jerusalén a Jericó; cayó en manos de salteadores que lo despojaron, lo golpearon y se
marcharon dejándolo medio muerto (cf. Lc 10, 30-37). África es un continente en el que
innumerables seres humanos —hombres y mujeres, niños y jóvenes— están tendidos, de algún
modo, al borde del camino, enfermos, heridos, indefensos, marginados y abandonados. Ellos
tienen necesidad imperiosa de buenos Samaritanos que vengan en su ayuda.
Por mi parte, deseo que la Iglesia continúe paciente e incansablemente su obra de buen
Samaritano. En efecto, durante un largo período, regímenes hoy desaparecidos pusieron a dura
prueba a los africanos y debilitaron su capacidad de reacción: el hombre herido debe reencontrar
todas las fuerzas de su propia humanidad. Los hijos e hijas de África tienen necesidad de
presencia comprensiva y de solicitud pastoral. Hay que ayudarles a recobrar sus energías, para
ponerlas al servicio del bien común.
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Valores positivos de la cultura africana
42. África, no obstante sus grandes riquezas naturales, se encuentra en una situación económica
de pobreza. Sin embargo posee una múltiple variedad de valores culturales y de inestimables
cualidades humanas, que puede ofrecer a las Iglesias y a toda la humanidad. Los Padres
sinodales han puesto de relieve algunos de estos valores culturales, que son ciertamente una
preparación providencial para la transmisión del Evangelio; son valores que pueden favorecer una
evolución positiva de la dramática situación del continente, y facilitar la recuperación global de
que depende el auspiciado desarrollo de cada una de las Naciones.
Los africanos tienen un profundo sentido religioso, sentido de lo sacro, sentido de la existencia de
Dios creador y de un mundo espiritual. La realidad del pecado en sus formas individuales y
sociales está bastante presente en la conciencia de aquellos pueblos, y se siente también la
necesidad de ritos de purificación y expiación.
43. En la cultura y tradición africanas, el papel de la familia está considerado generalmente como
fundamental. El africano, abierto a este sentido de la familia, del amor y del respeto a la vida, ama
a los hijos, que son acogidos con alegría como un don de Dios. « Todos los hijos e hijas de África
aman la vida. Precisamente es el amor por la vida el que les manda atribuir una importancia tan
grande a la veneración por los antepasados. Creen instintivamente que los muertos continúan
viviendo y desean permanecer en comunión con ellos. De algún modo, no es ésta una
preparación para la fe en la comunión de los Santos? Los pueblos de África respetan la vida que
es concebida y nace. Se alegran de esta vida. Rechazan la idea de que pueda ser aniquilada,
incluso cuando las llamadas "civilizaciones desarrolladas" quieren inducirlos a esto. Y las
prácticas hostiles a la vida se les imponen por medio de sistemas económicos al servicio del
egoísmo de los ricos »[50]. Los africanos manifiestan respeto por la vida hasta su término natural
y reservan dentro de la familia un puesto a los ancianos y a los parientes.
Las culturas africanas tienen un agudo sentido de la solidaridad y de la vida comunitaria. No se
concibe en África una fiesta que no sea compartida con todo el poblado. De hecho, la vida
comunitaria en las sociedades africanas es expresión de la gran familia. Con ardiente deseo oro y
pido que se ore para que África conserve siempre esta preciosa herencia cultural y nunca
sucumba a la tentación del individualismo, tan extraño a sus mejores tradiciones.
Algunas opciones de los pueblos africanos
44. Aunque no hay que minimizar en absoluto los aspectos trágicos de la situación africana antes
citados, vale la pena recordar aquí algunas realidades positivas de los pueblos del continente que
merecen ser alabadas y alentadas. Por ejemplo, los Padres sinodales en su Mensaje al Pueblo de
Dios han recordado con alegría el inicio del proceso democrático en tantos países africanos y han
auspiciado que se consolide y desaparezcan pronto los obstáculos y resistencias al Estado de
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derecho, mediante la colaboración de todos los protagonistas y gracias a su sentido del bien
común[51].
Los « vientos de cambio » soplan con fuerza en muchos lugares del continente y el pueblo pide
cada vez con más insistencia el reconocimiento y la promoción de los derechos y libertades del
ser humano. Al respecto, señalo con satisfacción que la Iglesia en África, fiel a su vocación, está
decididamente al lado de los oprimidos, de los pueblos sin voz y de los marginados. La animo
firmemente a continuar dando este testimonio. La opción preferencial por los pobres es « una
forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la
tradición de la Iglesia... Esta preocupación acuciante por los pobres —que, según la significativa
fórmula, son "los pobres del Señor"— debe traducirse, a todos los niveles, en acciones concretas
hasta alcanzar decididamente algunas reformas necesarias »[52].
45. A pesar de la pobreza y de los pocos medios disponibles, la Iglesia en África tiene un papel de
primer orden en lo referente al desarrollo humano integral; sus notables realizaciones en este
campo son reconocidas frecuentemente por los gobiernos y por los expertos internacionales.
La Asamblea especial para África expresó su profundo agradecimiento « a todos los cristianos y a
todos los hombres de buena voluntad que trabajan en el campo de la asistencia y de la promoción
humana con Caritas y otras organizaciones para el desarrollo »[53]. La asistencia que ellos, como
buenos Samaritanos, dan a las víctimas africanas de las guerras y catástrofes, a los refugiados y
prófugos, merece admiración, reconocimiento y apoyo por parte de todos.
Siento el deber de expresar viva gratitud a la Iglesia en África por el papel que ha desarrollado, a
lo largo de los años, en favor de la paz y la reconciliación en no pocas situaciones de conflicto,
desorden político o guerra civil.
II. Problemas actuales de la Iglesia en África
46. Los Obispos de África se encuentran frente a dos interrogantes fundamentales: La Iglesia,
cómo debe desarrollar su misión evangelizadora al aproximarse el año 2000? Los cristianos
africanos, cómo podrán ser testigos cada vez más fieles del Señor Jesús? Para ofrecer
adecuadas respuestas a estos interrogantes los Obispos, antes y durante la Asamblea especial,
han examinado los principales desafíos que debe afrontar hoy la comunidad eclesial africana.
Evangelización en profundidad
47. El primer y fundamental dato puesto de relieve por los Padres sinodales es la sed de Dios de
los pueblos africanos. Para no defraudar esta expectativa, los miembros de la Iglesia deben ante
todo profundizar su fe[54]. En efecto, la Iglesia, precisamente porque es evangelizadora, debe
comenzar « por evangelizarse a sí misma »[55]. Es necesario que afronte el desafío derivado de
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« este tema de la Iglesia que se evangeliza, a través de una conversión y una renovación
constantes, para evangelizar el mundo de manera creíble »[56].
El Sínodo ha visto la urgencia de proclamar en África la Buena Nueva a millones de personas
todavía no evangelizadas. La Iglesia respeta y estima ciertamente las religiones no-cristianas
profesadas por numerosísimas personas en el continente africano, porque constituyen la
expresión viva del espíritu de amplios sectores de la población, aunque « ni el respeto ni la estima
hacia estas religiones, ni la complejidad de las cuestiones planteadas implican para la Iglesia una
invitación a silenciar ante los no cristianos el anuncio de Jesucristo. Al contrario, la Iglesia piensa
que estas multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo (cf. Ef 3, 8) dentro
del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que
busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la
verdad »[57].
48. Los Padres sinodales afirman con razón que « un profundo interés por una inculturación
verdadera y equilibrada de este mismo Evangelio resulta necesario para evitar la confusión y la
alienación en nuestra sociedad, que está sufriendo una rápida evolución »[58]. Al visitar Malawi,
en 1989, tuve ocasión de decir: « Pongo hoy ante vosotros un desafío, un desafío a que rechacéis
un camino de vida que no corresponda con lo mejor de vuestras tradiciones locales y de vuestra
fe cristiana. Mucha gente en África mira más allá de África, hacia la llamada "libertad del estilo
moderno de vida". Hoy os urjo a que miréis dentro de vosotros mismos. Mirad a las riquezas de
vuestras tradiciones, mirad a la fe que estamos celebrando en esta asamblea. Aquí encontraréis
la libertad genuina, encontraréis aquí a Cristo que os guiará hacia la verdad »[59].
Superación de las divisiones
49. Otro desafío señalado por los Padres sinodales se refiere a las diversas formas de división
que es necesario superar gracias a una sincera práctica del diálogo[60]. Con razón se ha puesto
de relieve que, dentro de las fronteras heredadas de las potencias coloniales, la coexistencia de
grupos étnicos, tradiciones, lenguas e incluso religiones diversas, a menudo encuentra obstáculos
debido a graves hostilidades recíprocas. « Las oposiciones tribales ponen a veces en peligro, si
no la paz, al menos la búsqueda del bien común para el conjunto de la sociedad, creando así
dificultades a la vida de las Iglesias y a la acogida de pastores de otro origen étnico »[61]. Por
esto la Iglesia en África se siente interpelada por el deber preciso de superar dichas divisiones.
También desde este punto de vista, la Asamblea especial ha subrayado la importancia del diálogo
ecuménico con las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, así como del diálogo con la religión
tradicional africana y con el Islam. Además, los Padres se han preguntado con qué medios se
puede alcanzar dicha meta.
Matrimonio y vocaciones
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50. Un desafío importante, subrayado casi unánimemente por las Conferencias Episcopales de
África en las respuestas a los Lineamenta, es el matrimonio cristiano y la vida familiar[62]. Lo que
está en juego es mucho: en efecto, « el futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia
»[63].
Otro tema fundamental que la Asamblea especial ha puesto de relieve es la atención de las
vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada: es necesario discernirlas con sabiduría,
acompañarlas con formadores capaces y controlar la calidad de la formación que se les ofrece.
De la solicitud puesta en la solución de este problema depende que se realice la esperanza de un
florecimiento de vocaciones misioneras africanas, como requiere el anuncio del Evangelio en
cualquier parte del continente e incluso más allá de sus confines.
Dificultades sociopolíticas
51. « En África se siente muy vivamente esta exigencia de aplicación del Evangelio a la vida
concreta. Cómo se podría anunciar a Cristo en ese inmenso continente, olvidando que coincide
con una de las zonas más pobres del mundo? Cómo se podría no tener en cuenta la historia,
tejida de sufrimientos, de una tierra donde muchas naciones luchan aún contra el hambre, la
guerra, las rivalidades raciales y tribales, la inestabilidad política y la violación de los derechos
humanos? Todo ello constituye un desafío a la evangelización »[64].
Todos los documentos preparatorios, así como las discusiones durante la Asamblea, han puesto
ampliamente de relieve el hecho de que cuestiones como la pobreza creciente en África, la
urbanización, la deuda internacional, el comercio de armas, el problema de los refugiados y los
prófugos, los problemas demográficos y las amenazas que pesan sobre la familia, la
emancipación de las mujeres, la propagación del SIDA, la supervivencia en algunos lugares de la
práctica de la esclavitud, el etnocentrismo y la oposición tribal, son parte de los desafíos
fundamentales examinados por el Sínodo.
Invasión de los medios de comunicación social
52. Finalmente, la Asamblea especial se ha preocupado de los medios de comunicación social,
cuestión de enorme importancia porque se trata, al mismo tiempo, de instrumentos de
evangelización y medios de difusión de una nueva cultura que necesita ser evangelizada[65]. Los
Padres sinodales han constatado así el triste hecho de que « los países subdesarrollados, en vez
de transformarse en naciones autónomas, preocupadas de su propia marcha hacia la justa
participación en los bienes y servicios destinados a todos, se convierten en piezas de un
mecanismo y de un engranaje gigantesco. Esto sucede a menudo en el campo de los medios de
comunicación social, los cuales, al estar dirigidos mayormente por centros de la parte Norte del
mundo, no siempre tienen en la debida consideración las prioridades y los problemas propios de
estos países, ni respetan su fisonomía cultural; a menudo, imponen una visión desviada de la vida
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y del hombre y así no responden a las exigencias del verdadero desarrollo »[66].
III. Formación de los agentes de la evangelización
53. Con qué recursos la Iglesia en África logrará superar los desafíos apenas mencionados? « El
más importante, después de la gracia de Cristo, es el pueblo. El Pueblo de Dios —entendido en el
sentido teológico de la Lumen gentium, un pueblo que abarca a los miembros del Cuerpo de
Cristo en su totalidad— ha recibido el mandato, que es al mismo tiempo un honor y un deber, de
proclamar el mensaje evangélico (...). Es preciso preparar, motivar y fortalecer a toda la
comunidad para la evangelización, a cada uno según su función específica dentro de la Iglesia
»[67]. Por esto, el Sínodo ha puesto fuertemente el acento en la formación de los agentes de la
evangelización en África. Ya he recordado la necesidad de la formación apropiada de los
candidatos al sacerdocio y de quienes son llamados a la vida consagrada. La Asamblea ha
prestado igualmente debida atención a la formación de los fieles laicos, reconociendo su papel
insustituible en la evangelización de África. En particular, se ha puesto justamente el acento en la
formación de los catequistas laicos.
54. Se impone una última pregunta: la Iglesia en África ha formado suficientemente a los laicos
para que asuman con competencia sus responsabilidades civiles y consideren los problemas de
orden sociopolítico a la luz del Evangelio y de la fe en Dios? Esto es seguramente un cometido
que interpela a los cristianos: ejercer en el tejido social un influjo dirigido a transformar no
solamente las mentalidades, sino las mismas estructuras de la sociedad, de modo que se reflejen
mejor los designios de Dios sobre la familia humana. Precisamente por esto he propuesto para
los laicos una formación completa que les ayude a llevar una vida plenamente coherente. La fe, la
esperanza y la caridad no pueden dejar de orientar el comportamiento del auténtico discípulo de
Cristo en cualquier actividad, situación y responsabilidad. Puesto que « evangelizar significa para
la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo,
transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad »[68], los cristianos deben ser formados
para que vivan las exigencias sociales del Evangelio, de modo que su testimonio se convierta en
un desafío profético ante todo lo que perjudica el verdadero bien de los hombres y de las mujeres
de África, como de cualquier otro continente.
CAPÍTULO III
EVANGELIZACIÓN E INCULTURACIÓN
Misión de la Iglesia
55. « Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación » (Mc 16, 15). Éste es
el mandato que, antes de subir al Padre, Cristo resucitado dejó a los Apóstoles: « Ellos salieron a
predicar por todas partes... » (Mc 16, 20).
24
« La tarea de la evangelización de todos los hombres, constituye la misión esencial de la Iglesia
(...). Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más
profunda. Ella existe para evangelizar »[69]. La Iglesia, nacida de la acción evangelizadora de
Jesús y de los Doce, es a su vez enviada, « depositaria de la Buena Nueva que debe ser
anunciada (...). La Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma ». En lo sucesivo, « la Iglesia
misma envía a los evangelizadores. Ella pone en su boca la Palabra que salva »[70]. Como el
Apóstol de los gentiles, la Iglesia puede decir: « Predicar el Evangelio (...) es un deber que me
incumbe. Y !ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Cor 9, 16).
La Iglesia anuncia la Buena Nueva no sólo a través de la proclamación de la palabra que ha
recibido del Señor, sino también mediante el testimonio de la vida, gracias al cual los discípulos
de Cristo dan razón de la fe, de la esperanza y del amor que hay en ellos (cf. 1 Pe 3, 15).
Este testimonio que el cristiano da de Cristo y del Evangelio puede llegar hasta el sacrificio
supremo: el martirio (cf. Mc 8, 35). En efecto, la Iglesia y el cristiano anuncian a Aquel que es «
señal de contradicción » (Lc 2, 34). Proclaman a « un Cristo crucificado: escándalo para los
judíos, necedad para los gentiles » (1 Cor 1, 23). Como he dicho antes, además de los ilustres
mártires de los primeros siglos, África puede gloriarse de sus mártires y santos de la época
moderna.
La evangelización tiene por objeto « transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad
»[71]. En el Hijo único, y por medio de Él, se renovarán las relaciones de los hombres con Dios,
con los demás hombres, con la creación entera. Por eso el anuncio del Evangelio puede contribuir
a la transformación interior de todas las personas de buena voluntad que tienen el corazón abierto
a la acción del Espíritu Santo.
56. Testimoniar el Evangelio con la palabra y con las obras: ésta es la consigna que la Asamblea
Especial para África del Sínodo de los Obispos ha recibido y transmite ahora a la Iglesia del
continente. « Seréis mis testigos » (Hch 1, 8): esto es lo importante, éstos deberán ser en África
los frutos del Sínodo en cada ámbito de la vida humana.
La Iglesia en África, tierra que ha llegado a ser « nueva Patria de Cristo »[72],nacida de la
predicación de valientes Obispos y sacerdotes misioneros, ayudada eficazmente por los
catequistas —« esa multitud tan benemérita de la obra de las misiones entre los gentiles »—[73],
es ya responsable de la misión en el continente y en el mundo: « Africanos, sois ya misioneros de
vosotros mismos », decía en Kampala mi predecesor Pablo VI[74]. Ya que la gran mayoría de los
habitantes del continente africano no han recibido aún el anuncio de la Buena Nueva de la
salvación, el Sínodo recomienda que se favorezcan las vocaciones misioneras y pide que se
fomenten y se apoye activamente el ofrecimiento de oraciones, sacrificios y ayudas concretas en
favor del trabajo misionero de la Iglesia[75].
25
Anuncio
57. « El Sínodo recuerda que evangelizar es anunciar por medio de la palabra y la vida la Buena
Nueva de Jesucristo, crucificado, muerto y resucitado, camino, verdad y vida »[76]. A África,
apremiada en todas partes por gérmenes de odio y violencia, por conflictos y guerras, los
evangelizadores deben proclamar la esperanza de la vida fundamentada en el misterio pascual.
Justo cuando, humanamente hablando, su vida parecía destinada al fracaso, Jesús instituyó la
Eucaristía, « prenda de la gloria eterna »[77], para perpetuar en el tiempo y en el espacio su
victoria sobre la muerte. Por esto la Asamblea Especial para África, en este período en que el
continente africano bajo algunos aspectos está en situaciones críticas, ha querido presentarse
como « Sínodo de la resurrección, Sínodo de la esperanza (...). ¡Cristo, nuestra esperanza, vive y
nosotros también viviremos! »[78]. ¡África no está orientada a la muerte, sino a la vida!
Es necesario, pues, « que la nueva evangelización esté centrada en el encuentro con la persona
viva de Cristo »[79]. « El primer anuncio debe tender, por tanto, a hacer que todos vivan esa
experiencia transformadora y entusiasmante de Jesucristo, que llama a seguirlo en una aventura
de fe »[80]. Tarea, ésta, singularmente facilitada por el hecho de que « el africano cree en Dios
creador a partir de su vida y de su religión tradicional. Está, pues, abierto también a la plena y
definitiva revelación de Dios en Jesucristo, Dios con nosotros, Verbo hecho carne. Jesús, Buena
Nueva, es Dios que salva al africano (...) de la opresión y de la esclavitud »[81].
La evangelización debe abarcar « al hombre y a la sociedad en todos los niveles de su existencia.
Se manifiesta en diversas actividades, en particular en aquéllas tomadas específicamente en
consideración por el Sínodo: anuncio, inculturación, diálogo, justicia y paz, medios de
comunicación social »[82].
Para que esta misión se logre plenamente es necesario actuar de modo que « en la
evangelización el recurso al Espíritu Santo sea insistente, para que se realice un continuo
Pentecostés, en el que María, como en el primero, tenga su lugar »[83]. En efecto, el Espíritu
Santo guía a la Iglesia hacia la verdad completa (cf. Jn 16, 13) y le permite ir al encuentro del
mundo para testimoniar a Cristo con segura confianza.
58. La palabra que sale de la boca de Dios es viva y eficaz, no vuelve nunca a Él de vacío (cf. Is
55, 11; Hb 4, 12-13). Es necesario, pues, proclamarla sin descanso, insistir « a tiempo y a
destiempo... con toda paciencia y doctrina » (2 Tm 4, 2). La Palabra de Dios escrita, confiada en
primer lugar a la Iglesia, « no puede interpretarse por cuenta propia » (2 Pe 1, 20); corresponde a
la Iglesia ofrecer su interpretación auténtica[84].
Para hacer que la Palabra de Dios sea conocida, amada, meditada y conservada en el corazón
de los fieles (cf. Lc 2, 19.51), es necesario intensificar los esfuerzos para facilitar el acceso a la
Sagrada Escritura, especialmente mediante traducciones completas o parciales de la Biblia,
26
realizadas en lo posible en colaboración con las demás Iglesias y Comunidades eclesiales y
acompañadas con guías de lectura para la oración, el estudio en familia o en comunidad. Se debe
promover además la formación bíblica del clero, religiosos, catequistas y laicos en general;
preparar adecuadas celebraciones de la Palabra; favorecer el apostolado bíblico con la ayuda del
Centro Bíblico para África y Madagascar y de otras estructuras semejantes, que se han de
fomentar a todos los niveles. En resumen, se procurará poner la Sagrada Escritura en las manos
de todos los fieles desde la infancia[85].
Urgencia y necesidad de la inculturación
59. Los Padres sinodales han señalado en varias ocasiones la importancia particular que para la
evangelización tiene la inculturación, es decir, el proceso mediante el cual « la catequesis "se
encarna" en las diferentes culturas »[86]. La inculturación comprende una doble dimensión: por
una parte, « una íntima transformación de los auténticos valores culturales mediante su
integración en el cristianismo » y, por otra, « la radicación del cristianismo en las diversas culturas
humanas »[87]. El Sínodo considera la inculturación como una prioridad y una urgencia en la vida
de las Iglesias particulares para que el Evangelio arraigue realmente en África[88]; « una
exigencia de la evangelización »[89]; « un camino hacia una plena evangelización »[90]; uno de
los desafíos mayores para la Iglesia en el continente a las puertas del tercer milenio[91].
Fundamentos teológicos
60. « Pero, al llegar la plenitud de los tiempos » (Gal 4, 4), el Verbo, segunda Persona de la
Santísima Trinidad, Hijo único de Dios, « se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de la
Virgen María y se hizo hombre »[92]. Es el misterio sublime de la Encarnación del Verbo, misterio
que tuvo lugar en la historia: en circunstancias de tiempo y espacio bien definidas, en medio de
un pueblo con una cultura propia, que Dios había elegido y acompañado a lo largo de toda la
historia de salvación con el fin de mostrar, mediante cuanto obraba en él, lo que quería hacer por
todo el género humano.
Demostración evidente del amor de Dios hacia los hombres (cf. Rm 5, 8), Jesucristo, con su vida,
con la Buena Nueva anunciada a los pobres, con su pasión, muerte y gloriosa resurrección, llevó
a cabo la remisión de nuestros pecados y nuestra reconciliación con Dios, su Padre y, gracias a
Él, nuestro Padre. La Palabra que la Iglesia anuncia es precisamente el Verbo de Dios hecho
hombre, Él mismo sujeto y objeto de esta Palabra. La Buena Nueva es Jesucristo.
Como « la Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros » (Jn 1, 14), así la Buena
Nueva, la palabra de Jesucristo anunciada a las naciones, debe penetrar en el ambiente de vida
de sus oyentes. La inculturación es precisamente esta penetración del mensaje evangélico en las
culturas[93]. En efecto, la Encarnación del Hijo de Dios, por ser total y concreta, fue también
encarnación en una cultura específica[94].
27
61. Teniendo presente la relación estrecha y orgánica entre Jesucristo y la palabra que anuncia la
Iglesia, la inculturación del mensaje revelado tendrá que seguir la « lógica » propia del misterio de
la Redención. En efecto, la Encarnación del Verbo no constituye un momento aislado sino que
tiende hacia « la Hora » de Jesús y el misterio pascual: « Si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto » (Jn 12, 24). « Y yo cuando sea levantado
de la tierra, atraeré a todos hacia mí » (Jn 12, 32). Este anonadamiento de sí mismo, esta kénosis
necesaria para la exaltación, itinerario de Jesús y de cada uno de sus discípulos (cf. Flp 2, 6-9),
es iluminador para el encuentro de las culturas con Cristo y su Evangelio. « Cada cultura tiene
necesidad de ser transformada por los valores del Evangelio a la luz del misterio pascual »[95].
Es mirando al misterio de la Encarnación y de la Redención como se debe hacer el discernimiento
de los valores y de los antivalores de las culturas. Como el Verbo de Dios se hizo en todo
semejante a nosotros, excepto en el pecado, así la inculturación de la Buena Nueva asume todos
los valores humanos auténticos purificándolos del pecado y restituyéndolos a su pleno significado.
La inculturación tiene también profundos vínculos con el misterio de Pentecostés; gracias a la
efusión y acción del Espíritu, que unifica dones y talentos, todos los pueblos de la tierra, al entrar
en la Iglesia, viven un nuevo Pentecostés, profesan en su propia lengua la única fe en Jesucristo
y proclaman las maravillas que el Señor ha realizado en ellos. El Espíritu, que en el plano natural
es la fuente originaria de la sabiduría de los pueblos, guía con una luz sobrenatural a la Iglesia
hacia el conocimiento de toda la Verdad. A su vez la Iglesia, asumiendo los valores de las
diversas culturas, se hace « sponsa ornata monilibus suis », « la novia que se adorna con sus
aderezos » (cf. Is 61, 10).
Criterios y ámbitos de la inculturación
62. Es una tarea difícil y delicada, ya que pone a prueba la fidelidad de la Iglesia al Evangelio y a
la Tradición apostólica en la evolución constante de las culturas. Por ello los Padres sinodales
observaron: « Ante los rápidos cambios culturales, sociales, económicos y políticos, nuestras
Iglesias locales deben trabajar en un proceso de inculturación siempre renovado, respetando los
dos criterios siguientes: la compatibilidad con el mensaje cristiano y la comunión con la Iglesia
universal (...). En todo caso se tratará de evitar cualquier sincretismo »[96].
« Como camino hacia una plena evangelización, la inculturación trata de preparar al hombre para
acoger a Jesucristo en la integridad de su propio ser personal, cultural, económico y político, para
la plena adhesión a Dios Padre y para llevar una vida santa mediante la acción del Espíritu Santo
»[97].
Al dar gracias a Dios por los frutos que los esfuerzos de la inculturación han dado ya en la vida de
las Iglesias del continente, particularmente en las antiguas Iglesias orientales de África, el Sínodo
ha recomendado « a los Obispos y a las Conferencias Episcopales que tengan en cuenta que la
28
inculturación engloba todos los ámbitos de la vida de la Iglesia y de la evangelización: teología,
liturgia, vida y estructura de la Iglesia. Todo esto muestra la necesidad de una búsqueda en el
ámbito de las culturas africanas en toda su complejidad ». Precisamente por eso el Sínodo ha
invitado a los Pastores « a aprovechar al máximo las múltiples posibilidades que la disciplina
actual de la Iglesia establece ya al respecto »[98].
Iglesia como Familia de Dios
63. El Sínodo no sólo ha hablado de la inculturación, sino que también la ha aplicado
concretamente, asumiendo como idea-guía para la evangelización de África la de Iglesia como
Familia de Dios[99]. En ella los Padres sinodales han reconocido una expresión de la naturaleza
de la Iglesia particularmente apropiada para África. En efecto, la imagen pone el acento en la
solicitud por el otro, la solidaridad, el calor de las relaciones, la acogida, el diálogo y la
confianza[100]. La nueva evangelización tenderá pues a edificar la Iglesia como Familia,
excluyendo todo etnocentrismo y todo particularismo excesivo, tratando de promover por el
contrario la reconciliación y la verdadera comunión entre las diversas etnias, favoreciendo la
solidaridad y el compartir tanto el personal como los recursos de las Iglesias particulares, sin
consideraciones indebidas de orden étnico[101]. « Es de desear que los teólogos elaboren la
teología de la Iglesia-Familia con toda la riqueza contenida en este concepto, desarrollando su
complementariedad mediante otras imágenes de la Iglesia »[102].
Esto supone una profunda reflexión sobre el patrimonio bíblico y tradicional que el Concilio
Vaticano II ha recogido en la Constitución dogmática Lumen gentium. El admirable texto expone
la doctrina sobre la Iglesia recurriendo a imágenes, sacadas de la Sagrada Escritura, como
Cuerpo místico, Pueblo de Dios, templo del Espíritu, rebaño y redil, casa en la que Dios mora con
los hombres. Según el Concilio, la Iglesia es esposa de Cristo y madre nuestra, ciudad santa y
primicia del Reino futuro. Es necesario tener en cuenta estas sugestivas imágenes al desarrollar,
según la indicación del Sínodo, una eclesiología centrada en el concepto de Iglesia-Familia de
Dios[103]. Se podrá entonces apreciar en toda su riqueza y densidad la afirmación de la que parte
la Constitución conciliar: « La Iglesia es en Cristo como el sacramento, o sea signo e instrumento
de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano »[104].
Campos de aplicación
64. En la práctica, sin prejuicio alguno por las tradiciones propias de cada Iglesia, latina u oriental,
« se debe tender a la inculturación de la liturgia, teniendo cuidado de no cambiar nada de los
elementos esenciales, de modo que el pueblo fiel pueda comprender y vivir mejor las
celebraciones litúrgicas »[105].
El Sínodo ha afirmado además que, incluso cuando la doctrina es difícilmente asimilable a pesar
de un largo período de evangelización, o bien, cuando su práctica supone serios problemas
29
pastorales, sobre todo en la vida sacramental, es necesario permanecer fieles a la enseñanza de
la Iglesia y, al mismo tiempo, respetar a las personas en la justicia y con verdadera caridad
pastoral. Partiendo de este principio, el Sínodo ha expresado el deseo de que las Conferencias
Episcopales, en colaboración con las Universidades y los Institutos católicos, creen comisiones de
estudio, especialmente sobre el matrimonio, la veneración de los antepasados y el mundo de los
espíritus, con objeto de examinar a fondo todos los aspectos culturales de estos problemas desde
el punto de vista teológico, sacramental, ritual y canónico[106].
Diálogo
65. « La actitud de diálogo es el modo de ser del cristiano tanto dentro de su comunidad, como en
relación con los demás creyentes y con los hombres y mujeres de buena voluntad »[107]. El
diálogo se ha de practicar ante todo dentro de la Iglesia- Familia, a todos los niveles: entre
Obispos, Conferencias Episcopales o Asambleas de la Jerarquía y Sede Apostólica, entre las
Conferencias o Asambleas Episcopales de las diferentes naciones del mismo continente y las de
los demás continentes y, en cada Iglesia particular, entre el Obispo, presbiterio, personas
consagradas, agentes pastorales y fieles laicos; así como entre los diversos ritos dentro de la
misma Iglesia. El S.C.E.A.M. procurará tener « estructuras y medios que garanticen el ejercicio de
este diálogo »[108], en particular para favorecer una solidaridad pastoral orgánica.
« Los católicos, unidos a Cristo mediante su testimonio en África, están invitados a desarrollar un
diálogo ecuménico con todos los hermanos bautizados de las demás Confesiones cristianas, a fin
de lograr la unidad por la que Cristo oró, y de este modo su servicio a las poblaciones del
continente haga el Evangelio más creíble a los ojos de cuantos y cuantas buscan a Dios »[109].
Este diálogo podrá concretarse en iniciativas como la traducción ecuménica de la Biblia, la
profundización teológica de uno u otro aspecto de la fe cristiana, o incluso ofreciendo juntos un
testimonio evangélico a favor de la justicia, la paz y el respeto de la dignidad humana. Para esto
se procurará crear comisiones nacionales y diocesanas de ecumenismo[110]. Juntos, los
cristianos son responsables de dar testimonio del Evangelio en el continente. Los progresos del
ecumenismo tienen también como objetivo hacer que este testimonio sea más eficaz.
66. « El compromiso del diálogo debe abarcar también a los musulmanes de buena voluntad. Los
cristianos no pueden olvidar que muchos musulmanes tratan de imitar la fe de Abraham y vivir las
exigencias del Decálogo »[111]. A este respecto, el Mensaje del Sínodo destaca que el Dios vivo,
Creador del cielo y de la tierra y Señor de la historia, es el Padre de la gran familia humana que
formamos. Como tal, quiere que demos testimonio de Él respetando los valores y las tradiciones
religiosas propias de cada uno, trabajando juntos para la promoción humana y el desarrollo en
todos los niveles. Lejos de querer ser aquél en cuyo nombre unos eliminan a otras personas, Él
compromete a los creyentes a trabajar juntos al servicio de la justicia y la paz[112]. Se pondrá,
pues, particular atención en que el diálogo islamo-cristiano respete por ambas partes el ejercicio
de la libertad religiosa, con todo lo que esto comporta, incluidas también las manifestaciones
30
exteriores y públicas de la fe[113]. Cristianos y musulmanes están llamados a comprometerse en
la promoción de un diálogo inmune de los riesgos derivados de un irenismo de mala ley o de un
fundamentalismo militante, y levantando su voz contra políticas y prácticas desleales, así como
contra toda falta de reciprocidad en relación con la libertad religiosa[114].
67. En cuanto a la religión tradicional africana, un diálogo sereno y prudente podrá, por una parte,
proteger de influjos negativos que condicionan la misma forma de vida de muchos católicos y, por
otra, asegurar la asimilación de los valores positivos como la creencia en el Ser Supremo, Eterno,
Creador, Providente y justo Juez que se armonizan bien con el contenido de la fe. Éstos pueden
ser vistos como una preparación al Evangelio, porque contienen preciosas semina Verbi capaces
de llevar, como ya ha ocurrido en el pasado, a muchas personas a « abrirse a la plenitud de la
Revelación en Jesucristo por medio de la proclamación del Evangelio »[115].
Por tanto, es necesario tratar con mucho respeto y estima a quienes se adhieren a la religión
tradicional, evitando todo lenguaje inadecuado e irrespetuoso. A este fin, en los centros de
formación sacerdotal y religiosa se deben impartir oportunos conocimientos sobre la religión
tradicional[116].
Desarrollo humano integral
68. El desarrollo humano integral —desarrollo de todo hombre y de todo el hombre,
especialmente de quien es más pobre y marginado en la comunidad— constituye el centro mismo
de la evangelización. « Entre evangelización y promoción humana —desarrollo, liberación—
existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que
hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y
económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del
plan de la Redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que
combatir y de justicia que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como
es el de la caridad: en efecto, cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la
justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? »[117].
De ese modo, el Señor Jesús, cuando inauguró su ministerio público en la sinagoga de Nazaret,
eligió para ilustrar su misión el texto mesiánico del Libro de Isaías: « El Espíritu del Señor está
sobre mí, por cuanto que me ha ungido el Señor. A anunciar la Buena Nueva a los pobres me ha
enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la
libertad; a pregonar un año de gracia del Señor » (Lc 4, 18-19; cf. Is, 61 1-2).
El Señor se considera, pues, como enviado para aliviar la miseria de los hombres y combatir toda
forma de marginación. Ha venido a liberar al hombre; ha venido a tomar nuestras flaquezas y a
cargar con nuestras enfermedades: « De hecho todo el ministerio de Jesús está orientado a
atender a cuantos, entorno a Él, estaban marcados por el sufrimiento: personas que sufrían,
31
paralíticos, leprosos, ciegos, sordos, mudos (cf. Mt 8, 17) »[118]. « No es posible aceptar que la
obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan
debatidas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo
»[119]: la liberación que la evangelización anuncia « no puede reducirse a la simple y estrecha
dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas
sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios »[120].
Afirma justamente el Concilio Vaticano II: « La Iglesia, al buscar su propio fin salvífico, no sólo
comunica al hombre la vida divina, sino que también derrama su luz reflejada en cierto modo
sobre todo el mundo, especialmente en cuanto que sana y eleva la dignidad de la persona
humana, e impregna de un sentido y una significación más profunda la actividad cotidiana de los
hombres. La Iglesia cree que de esta manera, por medio de cada uno de sus miembros y de toda
su comunidad, puede contribuir mucho a humanizar más la familia de los hombres y la historia
»[121]. La Iglesia anuncia y comienza a realizar el Reino de Dios siguiendo las huellas de Jesús,
porque « la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios
»[122]. Así « el Reino es fuente de plena liberación y de salvación total para los hombres: con
éstos, pues, la Iglesia camina y vive, realmente y enteramente solidaria con su historia »[123].
69. La historia de los hombres asume su auténtico sentido en la Encarnación del Verbo de Dios,
que es el fundamento de la dignidad humana restaurada. El hombre ha sido redimido por medio
de Cristo, « Imagen de Dios invisible, generado antes de toda criatura » (Col 1, 15); más aún, « el
Hijo de Dios, con su Encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre »[124]. Cómo no
exclamar con san León Magno: « ¡Cristiano, toma conciencia de tu dignidad! »[125].
Anunciar a Cristo es, pues, revelar al hombre su dignidad inalienable, que Dios ha rescatado
mediante la Encarnación de su Hijo único. El Concilio Vaticano II prosigue así: « Al haberse
confiado a la Iglesia la manifestación del misterio de Dios, que es el fin último del hombre, ella
misma descubre al hombre el sentido de su propia existencia, es decir, la verdad íntima sobre el
hombre »[126].
Dotado de esta incomparable dignidad, el hombre no puede vivir en condiciones de vida social,
económica, cultural y política infrahumanas. Éste es el fundamento teológico de la lucha por la
defensa de la dignidad personal, por la justicia y la paz social, por la promoción humana, la
liberación y el desarrollo integral del hombre y de todos los hombres. Por ello, considerando esta
dignidad, el desarrollo de los pueblos —dentro de cada nación y en las relaciones
internacionales— debe realizarse de manera solidaria, como afirmaba del modo más apropiado
mi predecesor Pablo VI[127]. Precisamente en esta perspectiva podía decir: « El desarrollo es el
nuevo nombre de la paz »[128]. Se puede, pues, afirmar con razón que « el desarrollo integral
supone el respeto de la dignidad humana, la cual sólo puede realizarse en la justicia y la paz
»[129].
32
Ser la voz de quienes no tienen voz
70. Animados por la fe y la esperanza en la fuerza salvífica de Jesús, los Padres del Sínodo
concluyeron sus trabajos renovando el compromiso de aceptar el desafío de ser instrumentos de
salvación en los distintos ámbitos de la vida de los pueblos africanos. « La Iglesia —declararon—
debe continuar ejerciendo su papel profético y ser la voz de quienes no tienen voz »[130], para
que en todas partes se reconozca la dignidad humana a cada persona y el hombre sea siempre el
centro de todos los programas de gobierno. « El Sínodo (...) interpela la conciencia de los jefes de
Estado y de los responsables del bien público, para que garanticen cada vez más la liberación y
el desarrollo armónico de sus poblaciones »[131]. Sólo con estas condiciones se construye la paz
entre las naciones.
La evangelización debe promover iniciativas que contribuyan a desarrollar y ennoblecer al hombre
en su existencia espiritual y material. Se trata del desarrollo de todo hombre y de todo el hombre,
considerado no sólo de modo aislado, sino también y especialmente en el marco de un desarrollo
solidario y armonioso de todos los miembros de una nación y de todos los pueblos de la
tierra[132].
En suma, la evangelización debe denunciar y combatir todo lo que envilece y destruye al hombre.
« Al ejercicio de este ministerio de evangelización en el campo social, que es un aspecto de la
función profética de la Iglesia, corresponde también la denuncia de los males y de las injusticias.
Pero conviene aclarar que el anuncio es siempre más importante que la denuncia, y que ésta no
puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la fuerza de su motivación
más alta »[133].
Medios de comunicación social
71. « Desde siempre Dios se caracteriza por su voluntad de comunicación. Lo realiza de modos
diversos. Da el ser a todas las criaturas animadas o inanimadas. Establece particularmente con el
hombre relaciones privilegiadas. "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a
nuestros padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio
del Hijo" (Hb 1, 1-2) »[134]. El Verbo de Dios es, por su naturaleza, palabra, diálogo y
comunicación. Ha venido a restaurar, de una parte, la comunicación y las relaciones entre Dios y
los hombres, y, de otra, las de los hombres entre sí.
Los medios de comunicación social han llamado la atención del Sínodo bajo dos aspectos
importantes y complementarios: como un universo cultural nuevo y naciente, y como un conjunto
de instrumentos al servicio de la comunicación. Constituyen desde el inicio una cultura nueva que
tiene su lenguaje propio y sobre todo sus valores y contravalores específicos. En este sentido
tienen necesidad, como todas las culturas, de ser evangelizados[135].
33
En efecto, en nuestros días los medios de comunicación social constituyen no sólo un mundo,
sino una cultura y una civilización. Y la Iglesia es enviada también a llevar la Buena Nueva de la
salvación a este mundo. Los heraldos del Evangelio deben, pues, penetrar en ellos para
impregnarse de esta nueva civilización y cultura, con el fin de servirse oportunamente de la
misma. « El primer areópago del tiempo moderno es el mundo de la comunicación, que está
unificando a la humanidad y transformándola —como suele decirse— en una "aldea global". Los
medios de comunicación social han alcanzado tal importancia que para muchos son el principal
instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos
individuales, familiares y sociales »[136].
La formación para el uso de los medios de comunicación social es una necesidad, no sólo para
quien anuncia el Evangelio, que debe entre otras cosas poseer el estilo de la comunicación, sino
también para el lector, el receptor y el telespectador que, formados para comprender este tipo de
comunicación, deben saber asumir sus aportaciones con discernimiento y espíritu crítico.
En África, donde la tradición oral es una de las características de la cultura, esta formación tiene
una importancia capital. Este tipo de comunicación debe recordar a los Pastores, especialmente a
los Obispos y sacerdotes, que la Iglesia es enviada a hablar, a predicar el Evangelio mediante la
palabra y los gestos. Ella no puede, pues, callar, bajo el riesgo de incumplir su misión; a menos
que, en ciertas circunstancias, el silencio mismo sea un modo de hablar y de testimoniar.
Debemos, pues, anunciar siempre a tiempo y a destiempo (cf. 2 Tm 4, 2), pero teniendo como
objetivo edificar en la caridad y en la verdad.
CAPÍTULO IV
EN LA PERSPECTIVA DEL TERCER MILENIO CRISTIANO
I. Los desafíos actuales
72. La Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos ha sido convocada para que la
Iglesia de Dios, extendida por el continente, reflexione sobre su misión evangelizadora con vistas
al tercer milenio, y prepare « una orgánica solidaridad pastoral en todo el territorio africano e islas
adyacentes »[137]. Esta misión implica, como se ha subrayado anteriormente, urgencias y
desafíos, debidos a profundos y rápidos cambios de las sociedades africanas y a los efectos
derivados de la expansión de una civilización planetaria.
Necesidad del Bautismo
73. La primera urgencia es naturalmente la evangelización misma. Por un lado, la Iglesia debe
asimilar y vivir cada vez mejor el mensaje que el Señor le ha confiado. Por otro, debe testimoniar
y anunciar este mensaje a cuantos todavía no conocen a Jesucristo. En efecto, es para ellos que
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el Señor dijo a los Apóstoles: « Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes » (Mt 28, 19).
Como en Pentecostés, la predicación del kerigma tiene como finalidad natural llevar a quien
escucha a la metanoia y a recibir el Bautismo: « El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la
conversión cristiana, es decir, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio mediante la
fe »[138]. La conversión a Cristo, además, « está relacionada con el bautismo, no sólo por la
praxis de la Iglesia, sino por voluntad del mismo Cristo, que envió a hacer discípulos a todas las
gentes y a bautizarlas (cf. Mt 28, 19); está relacionada también por la exigencia intrínseca de
recibir la plenitud de la nueva vida en él: « En verdad, en verdad te digo: —enseña Jesús a
Nicodemo— el que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios » (Jn 3,
5). En efecto, el bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios, nos une a Jesucristo y nos
unge en el Espíritu Santo: no es un mero sello de la conversión, como un signo exterior que la
demuestra y la certifica, sino que es un sacramento que significa y lleva a cabo este nuevo
nacimiento por el Espíritu; instaura vínculos reales e inseparables con la Trinidad; hace miembros
del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia »[139]. Por lo tanto, un itinerario de conversión que no
llegase al bautismo se quedaría a mitad de camino.
En verdad, los hombres de buena voluntad que, sin ninguna culpa por su parte, no reciben el
anuncio evangélico, pero viven en armonía con su conciencia según la ley de Dios, serán
salvados por Cristo y en Cristo. De hecho, para todo ser humano existe siempre en acto la
llamada de Dios, que espera ser reconocida y acogida (cf. 1 Tim 2, 4). Precisamente para facilitar
este reconocimiento y esta acogida, a los discípulos de Cristo se les pide que no descansen hasta
que el gozoso mensaje de la salvación no sea llevado a todos.
Urgencia de la evangelización
74. El Nombre de Jesucristo es el único por el cual nosotros podemos salvarnos (cf. Hch 4, 12).
Ya que en África existen millones de personas aún no evangelizadas, la Iglesia se encuentra ante
la tarea, necesaria y urgente, de proclamar la Buena Nueva a todos, y conducir a aquellos que
escuchan al bautismo y a la vida cristiana. « La urgencia de la actividad misionera brota de la
radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos. Esta nueva vida es un don
de Dios, y al hombre se le pide que lo acoja y desarrolle, si quiere realizarse según su vocación
integral, en conformidad con Cristo »[140]. Esta nueva vida en la originalidad radical del Evangelio
implica también rupturas con las costumbres y la cultura de cualquier pueblo de la tierra, porque
el Evangelio nunca es un producto interno de un determinado país, sino que siempre « viene de
fuera », viene de lo Alto. Para los bautizados el gran desafío es siempre la coherencia de una
existencia cristiana conforme con los compromisos del Bautismo, que significa muerte al pecado y
resurrección cotidiana a una vida nueva (cf. Rm 6, 4-5). Sin esta coherencia, los discípulos de
Cristo difícilmente podrán ser « sal de la tierra » y « luz del mundo » (Mt 5, 13.14). Si la Iglesia en
África se compromete con valentía y sin titubeos en este camino, la Cruz podrá ser plantada en
todas las partes del continente para la salvación de los pueblos que no tienen miedo de abrir las
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puertas al Redentor.
Importancia de la formación
75. En todos los sectores de la vida eclesial la formación es de capital importancia. En efecto,
nadie puede conocer realmente las verdades de fe que nunca ha tenido ocasión de aprender, ni
puede realizar obras para las que jamás ha sido educado. Por eso « es preciso preparar, motivar
y fortalecer a toda la comunidad para la evangelización, a cada uno según su función específica
dentro de la Iglesia »[141]. Esto vale también para los Obispos, los presbíteros, los miembros de
Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica, los de los Institutos
seculares y para todos los fieles laicos.
La formación misionera debe ocupar un lugar privilegiado. Es « obra de la Iglesia local con la
ayuda de los misioneros y de sus Institutos, así como de los miembros de las Iglesias jóvenes.
Esta labor ha de ser entendida no como algo marginal, sino central en la vida cristiana »[142].
El programa de formación incluirá, de modo particular, la preparación de los laicos para
desarrollar plenamente su papel de animación cristiana del orden temporal (político, cultural,
económico, social), que es compromiso característico de la vocación secular del laicado. A este
propósito, se debe animar a laicos competentes y motivados a comprometerse en la acción
política[143], en la cual, mediante un ejercicio digno de los cargos públicos, puedan « procurar el
bien común y preparar al mismo tiempo el camino al Evangelio »[144].
Profundización de la fe
76. La Iglesia en África, para ser evangelizadora, debe comenzar « por evangelizarse a sí
misma... Tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el
mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado
por los ídolos, necesita saber proclamar las grandezas de Dios »[145].
Hoy en África « la formación de la fe... ha quedado muy frecuentemente en el estadio elemental, y
las sectas obtienen fácilmente ventajas de esta ignorancia »[146]. Por esto es urgente una seria
profundización de la fe, porque la rápida evolución de la sociedad ha hecho surgir nuevos
desafíos, vinculados en particular a los fenómenos de desarraigo familiar, urbanización,
desocupación, así como a las múltiples seducciones materialistas, a una cierta secularización y a
una especie de trauma intelectual que provoca la avalancha de ideas insuficientemente cribadas,
difundidas por los medios de comunicación social[147].
La fuerza del testimonio
77. La formación debe tratar de dar a los cristianos no solamente una preparación técnica para
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transmitir mejor los contenidos de la fe, sino también una convicción personal profunda para
testimoniarlos eficazmente en la vida. Por tanto, todos los que son llamados a proclamar el
Evangelio procurarán actuar con total docilidad al Espíritu, el cual « hoy igual que en los
comienzos de la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él »[148].
« Las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar
la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue
absolutamente nada sin Él. Sin Él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de
los hombres. Sin Él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se
revelan pronto desprovistos de todo valor »[149].
Un verdadero testimonio por parte de los creyentes es hoy esencial en África para proclamar de
manera auténtica la fe. En particular, es necesario que den testimonio de un sincero amor
recíproco. « "Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has
enviado, Jesucristo" (Jn 17,3). Fin último de la misión es hacer partícipes de la comunión que
existe entre el Padre y el Hijo: los discípulos deben vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el
Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea (cf. Jn 17, 21-23). Es éste un significativo
texto misionero que nos hace entender que se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto
Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace
»[150].
Inculturar la fe
78. Con la profunda convicción de que « la síntesis entre cultura y fe no es solamente una
exigencia de la cultura, sino también de la fe », porque « una fe que no se hace cultura es una fe
no acogida plenamente, no enteramente pensada, no fielmente vivida »[151], la Asamblea
especial para África del Sínodo de los Obispos ha considerado la inculturación una prioridad y
una urgencia en la vida de las Iglesias particulares en África: sólo así el Evangelio podrá tener
sólidas raíces en las comunidades cristianas del continente. Siguiendo las enseñanzas del
Concilio Vaticano II[152], los Padres sinodales han interpretado la inculturación como un proceso
que comprende toda la vida cristiana —teología, liturgia, costumbres, estructuras—, sin cercenar
obviamente el derecho divino y la gran disciplina de la Iglesia, enriquecida durante los siglos por
extraordinarios frutos de virtud y de heroísmo[153].
El desafío de la inculturación en África es hacer que los discípulos de Cristo puedan asimilar cada
vez mejor el mensaje evangélico, permaneciendo fieles a todos los valores africanos auténticos.
Inculturar la fe en todos los sectores de la vida cristiana y humana se presenta, pues, como una
tarea ardua, que para su realización exige la asistencia del Espíritu del Señor, que conduce a la
Iglesia a la verdad plena (cf. Jn 16, 13).
Una comunidad reconciliada
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79. El desafío del diálogo es, en el fondo, el desafío de la transformación de las relaciones entre
los hombres, entre las naciones y entre los pueblos en la vida religiosa, política, económica, social
y cultural. Es el desafío del amor de Cristo por todos los hombres, amor que el discípulo debe
reflejar en su vida: « En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los
unos a los otros » (Jn 13, 35).
« La evangelización continúa el diálogo de Dios con la humanidad, un diálogo que alcanza su
vértice en la persona de Jesucristo »[154]. Por medio de la Cruz, Él ha destruido en sí mismo la
enemistad (cf. Ef 2, 16) que divide y aleja a los hombres unos de otros.
Ahora, no obstante la civilización contemporánea de la « aldea global », en África como en otras
partes del mundo el espíritu de diálogo, paz y reconciliación está lejos de habitar en el corazón de
todos los hombres. Las guerras, conflictos, actitudes racistas y xenófobas aún dominan
demasiado el mundo de las relaciones humanas.
La Iglesia en África siente la exigencia de ser para todos, gracias al testimonio ofrecido por sus
hijos e hijas, lugar de auténtica reconciliación. Así, perdonados y reconciliados mutuamente,
podrán llevar al mundo el perdón y la reconciliación que Cristo, nuestra Paz (cf. Ef 2, 14), ofrece a
la humanidad mediante su Iglesia. En caso contrario, el mundo parecería cada vez más un campo
de batalla, donde sólo cuentan los intereses egoístas y donde reina la ley de la fuerza, que aleja
inevitablemente a la humanidad de la deseada civilización del amor.
II. La familia
Evangelización de la familia
80. « El futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia »[155]. En efecto, la familia no
solamente es la primera célula de la comunidad eclesial viva sino que lo es también de la
sociedad. En África, particularmente, la familia representa el pilar sobre el cual está construido el
edificio de la sociedad. Por esto el Sínodo considera la evangelización de la familia africana como
una de las mayores prioridades, si se quiere que asuma, a su vez, el papel de sujeto activo en la
perspectiva de la evangelización de las familias por medio de las familias.
Desde el punto de vista pastoral, esto es un verdadero desafío, dadas las dificultades de orden
político, económico, social y cultural que los núcleos familiares en África deben afrontar en el
contexto de los grandes cambios de la sociedad contemporánea. Aun adoptando los valores
positivos de la modernidad, la familia africana debe, por tanto, salvaguardar sus propios valores
esenciales.
La Sagrada Familia como modelo
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81. A este propósito, la Sagrada Familia que, según el Evangelio (cf. Mt 2, 14-15), vivió cierto
tiempo en África, es « prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas »[156], modelo y fuente
espiritual para cada familia cristiana[157].
Recordando las palabras del Papa Pablo VI, peregrino a Tierra Santa, « Nazaret es la escuela
donde se es iniciado para comprender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio (...). Aquí, en
esta escuela, se comprende la necesidad de tener una disciplina espiritual (...) si queremos
convertirnos en discípulos de Cristo »[158]. En su profunda meditación sobre el misterio de
Nazaret, Pablo VI invita a aprender una triple lección: silencio, vida familiar y trabajo. En la casa
de Nazaret cada uno vive la propia misión en perfecta armonía con los otros miembros de la
Sagrada Familia.
Dignidad y papel del hombre y de la mujer
82. La dignidad del hombre y de la mujer deriva del hecho de que, al crear Dios el ser humano, «
a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó » (Gn 1, 27). Tanto el hombre como la mujer han
sido creados « a imagen de Dios », es decir, dotados de inteligencia y voluntad y,
consecuentemente, de libertad. Lo demuestra el relato del pecado de los primeros padres (cf. Gn
3). El salmista canta así la dignidad incomparable del hombre: « Lo hiciste poco inferior a los
ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo
sometiste bajo sus pies » (Sal 8, 6-7).
Creados el uno y el otro a imagen de Dios, el hombre y la mujer, aunque diferentes, son
esencialmente iguales desde el punto de vista de su humanidad. « Ambos desde el comienzo son
personas, a diferencia de los demás seres vivientes del mundo que los circunda. La mujer es otro
"yo" en la humanidad común »[159] y cada uno es una ayuda para el otro (cf. Gn 2, 18-25).
« Creando al hombre "varón y mujer", Dios da la dignidad personal de igual modo al hombre y a la
mujer, enriqueciéndolos con los derechos inalienables y con las responsabilidades que son
propias de la persona humana »[160]. El Sínodo ha deplorado las costumbres africanas y las
prácticas « que privan a las mujeres de sus derechos y del respeto que les es debido »[161], y ha
pedido que la Iglesia en el continente se esfuerce en promover la salvaguardia de tales derechos.
Dignidad y papel del matrimonio
83. Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es Amor (cf. 1 Jn 4, 8). « La comunión entre Dios y los
hombres halla su cumplimiento definitivo en Cristo Jesús, el Esposo que ama y se da como
Salvador de la humanidad, uniéndola a sí como su cuerpo. Él revela la verdad original del
matrimonio, la verdad del "principio" y, liberando al hombre de la dureza del corazón, lo hace
capaz de realizarla plenamente. Esta revelación alcanza su plenitud definitiva en el don de amor
que el Verbo de Dios hace a la humanidad asumiendo la naturaleza humana, y en el sacrificio que
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Jesucristo hace de sí mismo en la cruz por su Esposa, la Iglesia. En este sacrificio se desvela
enteramente el designio que Dios ha impreso en la humanidad del hombre y de la mujer desde su
creación (cf. Ef 5, 32-33); el matrimonio de los bautizados se convierte así en el símbolo real de la
nueva y eterna Alianza, sancionada con la sangre de Cristo »[162].
El amor recíproco entre los esposos bautizados manifiesta el Amor de Cristo y de la Iglesia. Signo
del Amor de Cristo, el Matrimonio es un sacramento de la Nueva Alianza: « Los esposos son por
tanto el recuerdo permanente, para la Iglesia, de lo que acaeció en la cruz; son el uno para el otro
y para los hijos, testigos de la salvación, de la que el sacramento les hace partícipes. De este
acontecimiento de salvación el Matrimonio, como todo sacramento, es memorial, actualización y
profecía »[163].
Por tanto, el Matrimonio es un estado de vida, un camino de santidad cristiana, una vocación que
debe conducir a la resurrección gloriosa y al Reino, donde « ni ellos tomarán mujer ni ellas marido
» (Mt 22, 30). Por esto, el Matrimonio exige un amor indisoluble; gracias a esta estabilidad, puede
contribuir eficazmente a realizar totalmente la vocación bautismal de los esposos.
Salvar la familia africana
84. Han sido muchas las intervenciones en el aula del Sínodo que han puesto de relieve las
amenazas que actualmente acechan a la familia africana. Las preocupaciones de los Padres
sinodales eran muy justificadas, puesto que el documento preparatorio de la Conferencia de las
Naciones Unidas, que tuvo lugar en septiembre de 1994 en El Cairo, tierra africana, parecía
claramente que quería adoptar resoluciones en contraste con no pocos valores familiares
africanos. Haciendo propias las preocupaciones manifestadas anteriormente por mí a la
mencionada Conferencia y a los Jefes de Estado de todo el mundo[164], los Padres sinodales
dirigieron una apremiante llamada para que se salvaguarde la familia: « ¡No dejéis —clamaron—
que engañen a la familia africana precisamente en su tierra! ¡No dejéis que el Año Internacional
de la Familia se convierta en el año de la destrucción de la familia! »[165].
La familia abierta a la sociedad
85. El matrimonio, por su naturaleza, transciende la pareja, ya que tiene la misión especial de
perpetuar la humanidad. Del mismo modo, la familia, por naturaleza, supera los límites del hogar
doméstico: está orientada hacia la sociedad. « La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la
sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a
la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera
escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad
misma. Así, la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se
abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social »[166].
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En esta línea, la Asamblea especial para África afirma que el fin de la evangelización es edificar la
Iglesia como Familia de Dios, anticipación, aunque imperfecta, de su Reino en la tierra. Las
familias cristianas de África llegarán a ser de este modo verdaderas « iglesias domésticas »,
contribuyendo al progreso de la sociedad hacia una vida más fraterna. Se producirá así la
transformación de las sociedades africanas mediante el Evangelio.
CAPÍTULO V
« SERÉIS MIS TESTIGOS » EN ÁFRICA
Testimonio y santidad
86. Los desafíos señalados muestran lo oportuna que ha sido la Asamblea especial para África
del Sínodo de los Obispos: la tarea de la Iglesia en el continente es inmensa; para afrontarla es
necesaria la colaboración de todos. El testimonio constituye su elemento central. Cristo interpela
a sus discípulos en África y les confía el mandato que dio a los apóstoles el día de la Ascensión: «
Seréis mis testigos » (Hch 1, 8) en África.
87. El anuncio de la Buena Nueva con la palabra y las obras abre el corazón de las personas al
deseo de la santidad, de la configuración con Cristo. San Pablo, en la primera Carta a los
Corintios, se dirige « a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en
cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro » (1, 2). La predicación del
Evangelio tiene también como objetivo la construcción de la Iglesia de Dios, en la perspectiva de
la llegada del Reino, que Cristo entregará al Padre al final de los tiempos (cf. 1 Cor 15, 24).
« La entrada en el Reino de Dios pide un cambio de mentalidad (metanoia) y de comportamiento,
y un testimonio de vida en palabras y obras, alimentado dentro de la Iglesia por la participación en
los sacramentos, particularmente en la Eucaristía, sacramento de salvación »[167].
La inculturación es un camino para la santidad, pues mediante aquélla la fe penetra en la vida de
las personas y de sus comunidades originarias. Así como en la Encarnación Cristo asumió la
naturaleza humana, excepto en el pecado, así de manera análoga mediante la inculturación el
mensaje cristiano asimila los valores de la sociedad a la que se anuncia, descartando lo que está
marcado por el pecado. En la medida en que una comunidad eclesial es capaz de integrar los
valores positivos de una determinada cultura, se hace instrumento de su apertura a las
dimensiones de la santidad cristiana. Una inculturación de la fe realizada con sabiduría purifica y
eleva las culturas de los diversos pueblos.
Un papel importante, desde este punto de vista, corresponde a la liturgia. Como modo eficaz de
proclamar y vivir los misterios de la salvación, puede contribuir válidamente a elevar y enriquecer
las manifestaciones específicas de la cultura de un determinado pueblo. Será, pues, tarea de la
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autoridad competente cuidar la inculturación, según modelos de reconocido carácter artístico, de
los elementos litúrgicos que, a la luz de las normas vigentes, pueden ser modificados[168].
I. Agentes de la evangelización
88. La evangelización tiene necesidad de agentes. En efecto, « cómo invocarán a aquel (el
Señor) en quien no han creído? Cómo creerán en aquel a quien no han oído? Cómo oirán sin que
se les predique? Y cómo predicarán si no son enviados? » (Rm 10, 14-15). El anuncio del
Evangelio sólo puede realizarse plenamente con la aportación de todos los creyentes, a todos los
niveles de la Iglesia, tanto universal como local.
Corresponde en primer lugar a esta última, la Iglesia local bajo la responsabilidad del Obispo,
coordinar la obra de la evangelización, convocando a los fieles, confirmándolos en la fe mediante
la labor de los sacerdotes y catequistas, y sosteniéndolos en la realización de sus respectivas
misiones. A este fin, la diócesis debe crear las estructuras necesarias de encuentro, diálogo y
programación. Sirviéndose de ellas el Obispo podrá orientar oportunamente el trabajo de los
sacerdotes, religiosos y laicos, acogiendo los dones y carismas de cada uno para ponerlos al
servicio de una pastoral actualizada e incisiva. En este sentido, serán muy útiles los diversos
Consejos previstos por las normas vigentes del Derecho Canónico.
Comunidades eclesiales vivas
89. Los Padres sinodales reconocieron rápidamente que la Iglesia como Familia sólo puede dar
su medida de Iglesia ramificándose en comunidades suficientemente pequeñas que permitan
estrechas relaciones humanas. Las características de dichas comunidades fueron sintetizadas así
por la Asamblea: deben ser lugares donde se atienda en primer lugar a la propia evangelización
para después llevar la Buena Nueva a los demás; por eso deben ser lugares de oración y de
escucha de la Palabra de Dios; de responsabilización de sus propios miembros; de aprendizaje
de vida eclesial; de reflexión sobre los distintos problemas humanos, a la luz del Evangelio. En
ellas se deben comprometer sobre todo a vivir el amor universal de Cristo, que transciende las
barreras de las solidaridades naturales de los clanes, tribus u otros grupos de interés[169].
Laicado
90. Se debe ayudar a los laicos a tomar cada vez más conciencia del papel que deben ocupar en
la Iglesia, reconociendo así la misión que les es propia como bautizados y confirmados, de
acuerdo con la enseñanza de la Exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici [170] y de la
Encíclica Redemptoris missio[171]. Deben, pues, ser preparados para esto mediante adecuados
centros o escuelas de formación bíblica y pastoral. Del mismo modo, los cristianos que ocupan
puestos de responsabilidad deben ser preparados cuidadosamente para su actividad política,
económica y social con una sólida formación en la doctrina social de la Iglesia, para que sean
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testigos fieles del Evangelio en su ámbito de acción[172].
Catequistas
91. « El papel de los catequistas ha sido y continúa siendo determinante en la fundación y
extensión de la Iglesia en África. El Sínodo recomienda que los catequistas no sólo se beneficien
de una perfecta preparación inicial (...), sino que continúen también recibiendo una formación
doctrinal y un apoyo moral y espiritual »[173]. Tanto los Obispos como los sacerdotes deben tener
una consideración especial para sus catequistas, procurando que tengan condiciones dignas de
vida y trabajo, de modo que puedan cumplir bien su misión. Su labor debe ser reconocida y
estimada dentro de la comunidad cristiana.
La familia
92. El Sínodo ha hecho una llamada explícita para que cada familia cristiana se convierta en « un
lugar privilegiado de testimonio evangélico »[174], una verdadera « iglesia doméstica »[175], una
comunidad que cree y evangeliza[176], una comunidad en diálogo con Dios [177] y
generosamente abierta al servicio del hombre[178]. « En el seno de la familia los padres han de
ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe »[179]. « Aquí es donde se ejercita de
manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la madre, de los hijos, de
todos los miembros de la familia, "en la recepción de los sacramentos, en la oración y en la acción
de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en
obras". El hogar es así la primera escuela de la vida cristiana y "escuela del más rico humanismo"
»[180].
Los padres deben preocuparse de la educación cristiana de sus hijos. Con la ayuda concreta de
familias cristianas estables, serenas y comprometidas, las diócesis podrán planificar el apostolado
familiar en el marco de la pastoral de conjunto. Como « iglesia doméstica », construida sobre
sólidas bases culturales y sobre los ricos valores de la tradición familiar africana, la familia
cristiana está llamada a ser una célula válida de testimonio cristiano en la sociedad marcada por
rápidos y profundos cambios. El Sínodo ha sentido esta llamada con particular urgencia en el
contexto del Año de la Familia, que la Iglesia estaba celebrando entonces junto con toda la
comunidad internacional.
Jóvenes
93. La Iglesia en África sabe bien que la juventud no es sólo el presente, sino sobre todo el futuro
de la humanidad. Es necesario, pues, ayudar a los jóvenes a superar los obstáculos que frenan
su desarrollo: el analfabetismo, la ociosidad, el hambre y la droga[181]. Para hacer frente a estos
desafíos, se debe llamar a los jóvenes a ser evangelizadores de su ambiente. Nadie puede serlo
mejor que ellos. Es necesario que la pastoral de la juventud esté presente de modo explícito en el
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conjunto de la pastoral de las diócesis y de las parroquias, para ofrecer a los jóvenes la ocasión
de descubrir muy pronto el valor de la entrega de sí mismos, camino esencial para el desarrollo
de la persona[182]. A este propósito, la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud se
presenta como un medio privilegiado de pastoral de la juventud, que favorece su formación
mediante la oración, el estudio y la reflexión.
Hombres y mujeres consagrados
94. « En una Iglesia Familia de Dios, la vida consagrada tiene un papel particular, no sólo para
mostrar a todos una llamada a la santidad, sino también para testimoniar la vida fraterna en la
comunidad. Por consiguiente, se invita a los consagrados a responder a su vocación en espíritu
de comunión y de colaboración con los respectivos Obispos, con el clero y los laicos »[183].
En las condiciones actuales de la misión en África, urge la promoción de vocaciones religiosas a
la vida contemplativa y activa, haciendo en primer lugar selecciones prudentes y dando después
una sólida formación humana, espiritual y doctrinal, apostólica y misionera, bíblica y teológica.
Esta formación debe renovarse en el curso de los años, con constancia y regularidad. Para la
fundación de nuevos Institutos religiosos, se ha de proceder con gran prudencia y claro
discernimiento, teniendo en cuenta los criterios indicados por el Concilio Vaticano II y las normas
canónicas vigentes[184]. Los Institutos, una vez fundados, deben ser ayudados a adquirir la
personalidad jurídica y a alcanzar la autonomía en la gestión tanto de sus propias obras como de
sus respectivos ingresos financieros.
La Asamblea sinodal, después de hacer presente que « los Institutos religiosos que no tienen
casas en África » no deben sentirse autorizados a « buscar nuevas vocaciones sin un diálogo
previo con el Ordinario del lugar »[185], exhortó a los responsables de las Iglesias locales, y
también de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica, a promover
entre sí el diálogo para crear, en el espíritu de la Iglesia Familia, grupos mixtos que trabajen de
acuerdo como testimonio de fraternidad y signo de unidad al servicio de la misión común[186]. En
esta perspectiva, he acogido la invitación de los Padres sinodales a revisar también, si es
necesario, algunos puntos del documento Mutuae relationes [187] para una mejor definición del
papel de la vida religiosa en la Iglesia local [188].
Futuros sacerdotes
95. « Hoy más que nunca —afirmaron los Padres sinodales— hay que preocuparse de formar a
los futuros sacerdotes en los verdaderos valores culturales de sus respectivos países, en el
sentido de la honestidad, responsabilidad y fidelidad a la palabra dada. Deben ser formados para
que tengan las cualidades de representantes de Cristo, verdaderos servidores y animadores de
comunidades cristianas (...) de modo que sean sacerdotes espiritualmente firmes y disponibles,
entregados a la causa del Evangelio, capaces de administrar con transparencia los bienes de la
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Iglesia y llevar una vida sencilla, de acuerdo con su ambiente »[189]. Aun respetando las
tradiciones propias de las Iglesias orientales, se ha de formar a los seminaristas de modo « que
adquieran una verdadera madurez afectiva y tengan las ideas claras y una íntima convicción
sobre el vínculo que hay entre el celibato y la castidad del sacerdote »[190]; además, deben «
recibir una formación adecuada sobre el sentido y el lugar de la consagración a Cristo en el
sacerdocio »[191].
Diáconos
96. Allí donde las condiciones pastorales se presten a la estima y comprensión de este antiguo
ministerio en la Iglesia, las Conferencias y las Asambleas episcopales estudiaran los modos más
adecuados para promover y estimular el diaconado permanente « como ministerio ordenado y
también como medio de evangelización »[192]. Y donde ya existan los diáconos, se procurará
ofrecerles una formación permanente orgánica y completa.
Sacerdotes
97. La Asamblea sinodal, profundamente agradecida a todos los sacerdotes, diocesanos y
miembros de Institutos, por la obra apostólica desarrollada por ellos, y consciente de las
exigencias de la evangelización de los pueblos de África y Madagascar, les exhortó a vivir la «
fidelidad a su vocación, en la entrega total de sí mismos a la misión y en comunión plena con el
propio Obispo »[193]. Es un deber de los Obispos cuidar la formación permanente de los
sacerdotes, sobre todo en los primeros años de ministerio[194], ayudándolos especialmente a
profundizar en el significado del sagrado celibato y perseverar en su fiel adhesión al mismo,
reconociendo « el extraordinario don que Dios les ha dado, y que el Señor alaba tan claramente, y
que tengan también presentes los grandes misterios que se expresan y se realizan en él »[195].
En este proceso formativo debe reservarse también atención a los sanos valores del ambiente de
vida de los sacerdotes. Es oportuno recordar, además, que el Concilio Vaticano II ha animado a
los presbíteros a llevar « una cierta vida común », es decir una comunidad de vida manifestada de
diversos modos sugeridos por las necesidades personales y pastorales concretas. Esto ayudará a
fomentar la vida espiritual e intelectual, la acción apostólica y pastoral, la caridad y la solicitud
recíproca, especialmente en relación con los sacerdotes ancianos, enfermos o en dificultad[196].
Obispos
98. Los Obispos mismos deben tener gran cuidado en apacentar la Iglesia que Dios se adquirió
con la sangre de su propio Hijo, cumpliendo así el encargo confiado a ellos por el Espíritu Santo
(cf. Hch 20, 28). Dedicados, según la recomendación conciliar, a « prestar atención a su misión
apostólica como testigos de Cristo ante los hombres »[197], deben ejercer personalmente,
colaborando confiadamente con el presbiterio y con los demás agentes pastorales, el insustituible
servicio de la unidad en la caridad, atendiendo con solicitud los ministerios de la enseñanza, de la
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santificación y del gobierno pastoral. Han de procurar atender además a la profundización de su
cultura teológica y al afianzamiento de su vida espiritual, participando, en cuanto sea posible, en
las jornadas de actualización y de formación organizadas por las Conferencias episcopales o por
la Sede Apostólica[198]. Nunca han de olvidar, en particular, la exhortación de san Gregorio
Magno, según la cual el pastor es luz de sus fieles sobre todo por una conducta moral ejemplar e
impregnada de santidad[199].
II. Estructuras para la evangelización
99. Es motivo de alegría y consuelo constatar que « los fieles laicos están asociados cada vez
más a la misión de la Iglesia en África y Madagascar », gracias especialmente « al dinamismo de
los movimientos de acción católica, de las asociaciones de apostolado y de los nuevos
movimientos de espiritualidad ». Los Padres del Sínodo han propiciado ardientemente que « este
impulso continúe y se desarrolle en todos los niveles del laicado, con los adultos, con los jóvenes
y con los mismos niños »[200].
Parroquias
100. La parroquia es por su naturaleza el lugar habitual de vida y culto de los fieles. Éstos pueden
expresar y realizar allí las iniciativas que la fe y la caridad cristiana sugieren a la comunidad de los
creyentes. La parroquia es el lugar donde se manifiesta la comunión de los diversos grupos y
movimientos, que encuentran en ella apoyo espiritual y material. Sacerdotes y laicos se deben
comprometer para que la vida de la parroquia sea armoniosa, en el contexto de una Iglesia como
Familia, donde todos son asiduos « a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción
del pan y a las oraciones » (Hch 2, 42).
Movimientos y asociaciones
101. La unión fraterna para un testimonio vivo del Evangelio debe ser también la finalidad de los
movimientos apostólicos y de las asociaciones de carácter religioso. En efecto, los fieles laicos
encuentran en ellos una ocasión privilegiada para ser levadura en la masa (cf. Mt 13, 33),
especialmente cuando se ocupan de las cosas temporales según Dios y en lo referente a la lucha
por la promoción de la dignidad humana, de la justicia y la paz.
Escuelas
102. « Las escuelas católicas son contemporáneamente lugares de evangelización, educación
integral, inculturación y aprendizaje del diálogo entre jóvenes de religiones y ambientes sociales
diferentes »[201]. La Iglesia en África y en Madagascar debe ofrecer, por lo tanto, la propia
contribución para la promoción de la « escuela para todos » [202] en el marco de la escuela
católica, sin descuidar « la educación cristiana de los alumnos de las escuelas no católicas. Se
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procurará facilitar a los universitarios un programa de formación religiosa correspondiente a su
nivel de estudios »[203]. Todo esto supone obviamente la preparación humana, cultural y religiosa
de los educadores mismos.
Universidades e Institutos Superiores
103. « Las Universidades e Institutos Superiores católicos en África tienen un papel importante en
la proclamación de la Palabra salvífica de Dios. Son un signo del crecimiento de la Iglesia cuando
incorporan en sus investigaciones las verdades y las experiencias de la fe y ayudan a
interiorizarlas. Estos centros de estudio están así al servicio de la Iglesia, ofreciéndole personal
bien preparado; estudiando importantes cuestiones teológicas y sociales; desarrollando la
teología africana; promoviendo el trabajo de inculturación especialmente en la celebración
litúrgica; publicando libros y difundiendo el pensamiento católico; emprendiendo las
investigaciones que les encargan los Obispos y contribuyendo a un estudio científico de las
culturas »[204].
En estos tiempos de profundos cambios sociales generalizados en el continente, la fe cristiana
puede iluminar eficazmente la sociedad africana. « Los centros culturales católicos ofrecen a la
Iglesia singulares posibilidades de presencia y acción en el campo de los cambios culturales. En
efecto, éstos son unos foros públicos que permiten la amplia difusión, mediante el diálogo
creativo, de convicciones cristianas sobre el hombre, la mujer, la familia, el trabajo, la economía,
la sociedad, la política, la vida internacional y el ambiente »[205]. Son así un lugar de escucha, de
respeto y tolerancia.
Medios materiales
104. Precisamente en esta perspectiva, los Padres sinodales han puesto de relieve cómo es
necesario que cada comunidad cristiana sea capaz de satisfacer por sí misma, en cuanto sea
posible, las propias necesidades[206]. La evangelización requiere, además de personal
cualificado, medios materiales y financieros consistentes y las diócesis no siempre disponen de
los mismos de modo suficiente. Por tanto, es urgente que las Iglesias particulares de África se
propongan el objetivo de llegar cuanto antes a satisfacer ellas mismas sus necesidades,
asegurando así su autosuficiencia. Por lo cual, invito de modo apremiante a las Conferencias
episcopales, a las diócesis y a todas las comunidades cristianas de las Iglesias del continente, en
lo que es de su competencia, a comprometerse para que esta autosuficiencia sea cada vez más
real. Al mismo tiempo, dirijo una llamada a las Iglesias hermanas del mundo para que sostengan
más generosamente las Obras Misionales Pontificias, de manera que, mediante sus organismos
de ayuda, puedan ofrecer a las diócesis necesitadas subsidios económicos destinados a
proyectos de inversión, capaces de producir recursos que llevan a su progresiva
autofinanciación[207]. Además, no se debe olvidar que una Iglesia puede llegar a la
autosuficiencia material y financiera sólo si su pueblo no sufre condiciones de extrema miseria.
47
CAPÍTULO VI
EDIFICAR EL REINO DE DIOS
Reino de justicia y de paz
105. El mandato de Jesús a sus discípulos en el momento de ascender al cielo está dirigido a la
Iglesia de Dios de todos los tiempos y lugares. La Iglesia Familia de Dios en África debe
testimoniar a Cristo también mediante la promoción de la justicia y de la paz en el continente y en
el mundo entero. « Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos
de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de
los Cielos » (Mt 5, 9-10), dice el Señor. El testimonio de la Iglesia debe estar acompañado por el
compromiso consciente de cada miembro del Pueblo de Dios por la justicia y la solidaridad. Esto
es particularmente importante para los laicos que desempeñan funciones públicas, ya que este
testimonio exige una actitud espiritual permanente y un estilo de vida en armonía con la fe
cristiana.
Dimensión eclesial del testimonio
106. Los Padres sinodales, subrayando la dimensión eclesial de este testimonio, declararon
solemnemente: « La Iglesia deber seguir desarrollando su papel profético y ser la voz de los que
no tienen voz »[208].
Pero para realizar eficazmente esto, la Iglesia, como comunidad de fe, debe ser un testigo firme
de la justicia y la paz incluso en sus estructuras y en las relaciones entre sus miembros. El
Mensaje del Sínodo declara valientemente: « Las Iglesias de África han reconocido que, incluso
en su interior, la justicia no siempre se respeta en relación con los que están a su servicio. La
Iglesia debe ser testigo de justicia y, por ello, reconoce que quien se atreva a hablar a los
hombres de justicia debe esforzarse por ser justo a sus ojos. Por esto, es preciso examinar
atentamente los actos, los bienes y el estilo de vida de la Iglesia »[209].
Su apostolado, respecto a la promoción de la justicia y, en particular, a la defensa de los derechos
humanos fundamentales, no puede dejarse a la improvisación. Consciente del hecho de que en
numerosos Países de África se perpetran flagrantes violaciones de la dignidad y de los derechos
del hombre, pido a las Conferencias episcopales que instituyan, donde todavía no existan,
Comisiones « Justicia y Paz » en los diversos niveles. Éstas deben sensibilizar a las comunidades
cristianas en su responsabilidad evangélica sobre la defensa de los derechos humanos[210].
107. Si el anuncio de la justicia y la paz es parte integrante de la tarea de evangelización, de aquí
se deduce que la promoción de estos valores debe también formar parte del programa pastoral de
cada comunidad cristiana. Por eso insisto en la necesidad de formar a todos los agentes
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pastorales de un modo adecuado para dicho apostolado: « La formación del clero, religiosos y
laicos, impartida en los campos propios de su apostolado, debe insistir en la doctrina social de la
Iglesia. Cada uno, según su propio estado de vida, debe tomar conciencia de sus derechos y
deberes, aprender el sentido y el servicio del bien común, así como los criterios de una honesta
administración de los bienes públicos y de una recta presencia en la vida política, para poder
intervenir así de forma creíble ante las injusticias sociales »[211].
La Iglesia, como cuerpo organizado dentro de la comunidad y de la nación, tiene el derecho y el
deber de participar plenamente en la edificación de una sociedad justa y pacífica con todos los
medios a su alcance. Es necesario recordar aquí su apostolado en los campos de la educación, la
atención sanitaria, la sensibilización social y otros programas de asistencia. En la medida en que
contribuye con estas actividades a reducir la ignorancia, a mejorar la salud pública y a favorecer
una mayor participación de todos en los problemas de la sociedad en espíritu de libertad y
corresponsabilidad, la Iglesia crea las condiciones para el progreso de la justicia y de la paz.
La sal de la tierra
108. En nuestros días, en el marco de una sociedad pluralista, es sobre todo gracias al
compromiso de los católicos en la vida pública como la Iglesia puede ejercer un influjo eficaz. Se
espera de los católicos, sean profesionales o profesores, empresarios o funcionarios, agentes de
seguridad o políticos, que den testimonio de bondad, verdad, justicia y amor de Dios en sus
actividades cotidianas. « La tarea del laico (...) consiste en ser la sal de la tierra y la luz del mundo
y, sobre todo, en los lugares donde sólo él puede hacer presente a la Iglesia »[212].
Colaborar con los demás creyentes
109. La obligación de comprometerse en el desarrollo de los pueblos no es un deber sólo
individual, y mucho menos individualista, como si fuera posible conseguirlo con los esfuerzos
aislados de cada uno. Es un imperativo para cada hombre y mujer, así como para las sociedades
y las naciones; en particular, es un imperativo para la Iglesia católica y para las demás Iglesias y
Comunidades eclesiales, con las que los católicos están dispuestos a colaborar en este
campo[213]. En este sentido, al igual que los católicos invitan a los hermanos cristianos a
participar en sus iniciativas, del mismo modo, acogiendo las invitaciones que reciben, se
manifiestan disponibles a colaborar en las de ellos. Para favorecer el desarrollo integral del
hombre los católicos pueden hacer mucho incluso con los creyentes de las otras religiones, como
en realidad ya están haciendo en diversos lugares[214].
Una buena gestión de los asuntos públicos
110. Los Padres del Sínodo fueron unánimes al reconocer que el mayor desafío para realizar la
justicia y la paz en África consiste en administrar bien los asuntos públicos en los campos de la
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política y la economía, relacionados entre sí. Ciertos problemas tienen origen fuera del continente
y, por este motivo, no están completamente bajo el control de los gobernantes y dirigentes
nacionales. Pero la Asamblea sinodal reconoció que muchas problemáticas del continente son
consecuencia de un modo de gobernar frecuentemente degenerado por la corrupción. Es
necesario un fuerte despertar de las conciencias, unido a una firme determinación de la voluntad
para poner en acto las soluciones que ya no es posible dejar de lado.
Construir la nación
111. En la vertiente política, el arduo proceso de construcción de unidades nacionales encuentra
en el continente africano particulares obstáculos, ya que la mayor parte de los Estados son
entidades políticas relativamente recientes. Conciliar profundas diferencias, superar antiguas
enemistades de naturaleza étnica e integrarse en un orden mundial requiere una gran habilidad
en el arte de gobernar. Por este motivo, la Asamblea sinodal elevó al Señor una ferviente oración
para que en África surjan políticos —hombres y mujeres— santos; para que se tengan santos
Jefes de Estado, que amen el propio pueblo hasta el fondo y que deseen servir antes que
servirse[215].
La vía del derecho
112. Los fundamentos de un buen gobierno deben establecerse sobre la sólida base de las leyes,
que protejan los derechos y definan los deberes de los ciudadanos[216]. Con gran tristeza debo
constatar que no pocas naciones africanas están sufriendo todavía bajo regímenes autoritarios y
opresivos, que niegan a sus súbditos la libertad personal y los derechos humanos fundamentales,
de modo particular la libertad de asociación y de expresión política, y el derecho de elegir a sus
propios gobernantes mediante elecciones libres y justas. Estas injusticias políticas provocan
tensiones, que a menudo degeneran en conflictos armados y en guerras internas, que llevan
consigo graves consecuencias, como carestías, epidemias y destrucciones, por no hablar de los
exterminios, del escándalo y de la tragedia de los refugiados. Por este motivo, el Sínodo afirmó
con razón que una auténtica democracia, en el respeto del pluralismo, es « uno de los principales
caminos por los que la Iglesia avanza con el pueblo. (...) El laico cristiano, comprometido en las
luchas democráticas según el espíritu del Evangelio, es el signo de una Iglesia que quiere estar
presente en la construcción de un Estado de derecho, en toda África »[217].
Administrar el patrimonio común
113. El Sínodo hace además una llamada a los gobiernos africanos para que adopten políticas
apropiadas con objeto de promover el crecimiento económico y las inversiones, en vista de la
creación de nuevos puestos de trabajo[218]. Esto implica el compromiso de promover políticas
económicas sanas, estableciendo correctas prioridades para la explotación y distribución de los
recursos a veces exiguos, de modo que se provea a las necesidades fundamentales de las
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personas y se asegure una justa y equitativa distribución de beneficios y obligaciones. Los
gobiernos tienen, en particular, el inderogable deber de proteger el patrimonio común contra
cualquier forma de despilfarro y de apropiación indebida por parte de ciudadanos sin sentido
cívico o de extranjeros sin escrúpulos. A los gobiernos corresponde también emprender
adecuadas iniciativas para mejorar las condiciones del comercio internacional.
Los problemas económicos de África se han agudizado por el comportamiento deshonesto de
algunos gobernantes corruptos que, en complicidad con intereses privados locales o extranjeros,
derrochan en su provecho los recursos nacionales, transfiriendo dinero público a cuentas privadas
en bancos extranjeros. Se trata de verdaderos y auténticos robos, sea cual fuere la cobertura
legal. Deseo vivamente que los organismos internacionales y personas íntegras de los Países
africanos o de otros Países del mundo sepan disponer los medios jurídicos adecuados para hacer
volver los capitales indebidamente sustraídos. En la concesión de créditos es importante también
asegurarse sobre la responsabilidad y la transparencia de los destinatarios[219].
La dimensión internacional
114. El Sínodo, como Asamblea de Obispos de la Iglesia universal presidida por el Sucesor de
Pedro, ha sido una ocasión providencial para valorar de manera positiva el puesto y el papel de
África en el contexto de la Iglesia universal y de la comunidad mundial. Al ser cada vez más
interdependiente el mundo en que vivimos, los destinos y problemas de las diversas regiones
están relacionados entre sí. La Iglesia, como familia de Dios en la tierra, debe ser signo vivo e
instrumento eficaz de solidaridad universal, para la edificación de una comunidad de justicia y de
paz, de dimensiones planetarias. Solamente surgirá un mundo mejor si se construye sobre
sólidos fundamentos de sanos principios éticos y espirituales.
En la actual situación mundial, las naciones africanas se encuentran entre las más perjudicadas
Es necesario que los Países ricos tomen clara conciencia de su deber de apoyar los esfuerzos de
los Países que luchan por salir de la pobreza y la miseria. Por otra parte, interesa a las naciones
ricas elegir la vía de la solidaridad, porque sólo así se puede asegurar a la humanidad una paz y
una armonía duraderas. Además, la Iglesia que vive en los Países desarrollados no puede ignorar
la responsabilidad derivada del compromiso cristiano por la justicia y la caridad: ya que todos,
hombres y mujeres, llevan en sí mismos la imagen de Dios y están llamados a formar parte de la
misma familia redimida por la sangre de Cristo, se debe garantizar a cada uno un justo acceso a
los recursos de la tierra que Dios ha puesto a disposición de todos[220].
No es difícil entrever las numerosas implicaciones prácticas que una postura semejante comporta.
En primer lugar, se debe trabajar para que sean mejores las relaciones sociopolíticas entre las
naciones, asegurando condiciones de mayor justicia y dignidad para las que, habiendo alcanzado
la independencia, han entrado más recientemente en el concierto internacional. Es necesario
además escuchar, haciendo propio, el grito angustiado de las naciones pobres, que piden ayuda
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para ámbitos de particular importancia: la desnutrición, el deterioro generalizado de la calidad de
vida, la insuficiencia de los medios para la formación de los jóvenes, la falta de los servicios
sanitarios y sociales elementales, con la consiguiente persistencia de enfermedades endémicas,
la difusión del terrible azote del SIDA, el peso gravoso y a veces insoportable de la deuda
internacional, el horror de las guerras fratricidas alimentadas por un tráfico de armas sin
escrúpulos, el espectáculo vergonzoso y digno de compasión de los prófugos y refugiados. Éstos
son algunos campos que necesitan intervenciones inmediatas, que son oportunas aunque en el
cuadro global de los problemas parezcan insuficientes.
I. Factores preocupantes
Devolver la esperanza a los jóvenes
115. La situación económica de pobreza tiene un impacto particularmente negativo en los
jóvenes. Ellos entran en la vida de los adultos con escaso entusiasmo por causa de un presente
marcado por no pocas frustraciones, y miran aún con menor esperanza hacia el futuro, que
aparece a sus ojos como triste y oscuro. Por esto tienden a escapar de las zonas rurales
descuidadas y se agrupan en las ciudades, que, en el fondo, no les ofrecen cosas mejores.
Muchos de ellos marchan al extranjero como al exilio, y allí viven una existencia precaria de
refugiados económicos. Siento el deber, junto con los Padres del Sínodo, de defender su causa:
es necesario y urgente encontrar una solución a su deseo impaciente de participar en la vida de la
Nación y de la Iglesia[221].
Al mismo tiempo, sin embargo, quiero dirigir también una llamada a los jóvenes: queridos jóvenes,
el Sínodo os pide que os hagáis cargo del desarrollo de vuestras Naciones, que améis la cultura
de vuestro pueblo y trabajéis por su revitalización con fidelidad a vuestra herencia cultural, con el
perfeccionamiento del espíritu científico y técnico y, sobre todo, con el testimonio de fe
cristiana[222].
El flagelo del SIDA
116. Ante la perspectiva de pobreza general y de servicios sanitarios inadecuados, el Sínodo ha
considerado el trágico flagelo del SIDA, que siembra dolor y muerte en numerosas zonas de
África. Ha constatado las consecuencias de comportamientos sexuales irresponsables en la
difusión de esta enfermedad y ha formulado esta firme recomendación: « El afecto, la alegría, la
felicidad y la paz proporcionados por el matrimonio cristiano y por la fidelidad, así como la
seguridad dada por la castidad, deben ser continuamente presentados a los fieles, sobre todo a
los jóvenes »[223].
La lucha contra el SIDA debe ser llevada a cabo por todos. Haciendo eco a la voz de los Padres
sinodales, pido también a los agentes pastorales que ofrezcan a los hermanos y hermanas
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afectados por el SIDA todo el alivio moral y espiritual. A los hombres de ciencia y a los
responsables políticos de todo el mundo suplico con viva insistencia que, movidos por el amor y el
respeto que se deben a toda persona humana, no escatimen medios capaces de poner fin a este
flagelo.
¡« Con las espadas forjad arados » (cf. Is 2, 4): nunca más guerras!
117. La tragedia de las guerras que destrozan África ha sido descrita por los Padres sinodales
con palabras incisivas: « África es, desde hace varios decenios, teatro de guerras fratricidas que
diezman las poblaciones y destruyen sus riquezas naturales y culturales »[224]. El dolorosísimo
fenómeno, además de las causas externas a África, las tiene internas, como « el tribalismo, el
nepotismo, el racismo, la intolerancia religiosa, la sed de poder, llevada al extremo en los
regímenes totalitarios que se burlan impunemente de los derechos y de la dignidad del hombre.
Las poblaciones escarnecidas y reducidas al silencio sufren, como víctimas inocentes y
resignadas, todas estas situaciones de injusticia »[225].
Uno mi voz a la de los miembros de la Asamblea sinodal para deplorar las situaciones de
indecible sufrimiento, provocadas por tantos conflictos presentes o potenciales, y para pedir a
quienes tienen la posibilidad de poner fin a estas tragedias que se comprometan a fondo.
Además, exhorto, junto con los Padres sinodales, a un compromiso efectivo que promueva en el
continente condiciones de mayor justicia social y de un ejercicio más equitativo del poder, para
preparar así el terreno a la paz. « Si quieres la paz, trabaja por la justicia »[226]. Es preferible —y
también más fácil— prevenir las guerras que tratar de pararlas después que han estallado. Es
hora de que los pueblos rompan sus espadas para hacer con ellas arados y sus lanzas para
transformarlas en podaderas (cf. Is 2, 4).
118. La Iglesia en África —particularmente por medio de algunos de sus responsables— ha
estado en primera línea en la búsqueda de soluciones negociadas para los conflictos armados
que han estallado en numerosas zonas del continente. Esta misión de pacificación debe
continuar, alentada por la promesa del Señor en las Bienaventuranzas: « Bienaventurados los
que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios » (Mt 5, 9).
Los que alimentan las guerras en África mediante el tráfico de armas son cómplices de odiosos
crímenes contra la humanidad. A este respecto hago mías las recomendaciones del Sínodo que,
después de haber declarado: « El comercio de armas que siembra la muerte es un escándalo »,
ha dirigido una llamada a todos los Países que venden armas a África para implorarles que «
dejen este comercio » y ha pedido a los gobiernos africanos que « renuncien a los excesivos
gastos militares para dedicar más recursos a la educación, la sanidad y el bienestar de sus
pueblos »[227].
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África debe continuar buscando medios pacíficos y eficaces a fin de que los regímenes militares
pasen el poder a los civiles. Sin embargo, es también verdad que los militares están llamados a
desarrollar su papel peculiar en el País. Por esto el Sínodo, mientras elogia a « los hermanos
soldados por el servicio que desempeñan en nombre de nuestras naciones »[228], a continuación
les advierte con fuerza que « deberán responder directamente a Dios de cualquier acto de
violencia realizado contra vidas inocentes »[229].
Refugiados y prófugos
119. Uno de los frutos más amargos de las guerras y de las dificultades económicas es el triste
fenómeno de los refugiados y los prófugos, fenómeno que, como recuerda el Sínodo, ha
alcanzado dimensiones trágicas. La solución ideal está en el restablecimiento de una paz justa,
en la reconciliación y en el desarrollo económico. Por tanto, es urgente que las organizaciones
nacionales, regionales e internacionales resuelvan de modo equitativo y duradero los problemas
de los refugiados y de los prófugos[230]. Entre tanto, puesto que el continente sigue sufriendo las
migraciones masivas de refugiados, dirijo una apremiante llamada para que se les preste ayuda
material y se les ofrezca apoyo pastoral allí donde se encuentran, en África o en otros
continentes.
El peso de la deuda internacional
120. La cuestión de la deuda de las naciones pobres con las ricas es objeto de gran preocupación
para la Iglesia, como resulta de numerosos documentos oficiales y de no pocas intervenciones de
la Santa Sede en diversas ocasiones[231].
Recordando ahora las palabras de los Padres sinodales, siento ante todo el deber de exhortar a «
los Jefes de Estado en África y a sus gobiernos a que no opriman al pueblo con deudas internas y
externas »[232]. Dirijo además una fuerte llamada « al Fondo Monetario Internacional, al Banco
Mundial, así como a todos los acreedores, para que mitiguen las deudas que sofocan a las
naciones africanas »[233]. Finalmente pido con insistencia « a las Conferencias Episcopales de
los Países industrializados que se hagan abogados de esta causa ante sus gobiernos y otros
organismos interesados »[234]. La situación de numerosos Países africanos es tan dramática que
no consiente actitudes de indiferencia y desinterés.
Dignidad de la mujer africana
121. Uno de los signos típicos de nuestra época es la creciente toma de conciencia de la dignidad
de la mujer y de su papel específico en la Iglesia y en la sociedad en general. « Creó, pues, Dios
al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, varón y mujer los creó » (Gn 1, 27).
Yo mismo he afirmado repetidamente la fundamental igualdad y la enriquecedora
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complementariedad existentes entre el hombre y la mujer[235]. El Sínodo ha aplicado estos
principios a la condición de las mujeres en África. Sus derechos y deberes de cara a la formación
de la familia y la plena participación en el desarrollo de la Iglesia y de la sociedad han sido
puestos de relieve de manera notable. Por lo que se refiere específicamente a la Iglesia, es
oportuno que las mujeres, adecuadamente formadas, participen, al nivel apropiado, en las
actividades apostólicas de la Iglesia.
La Iglesia deplora y condena, en la medida en que están presentes en diversas sociedades
africanas, todas « las costumbres y prácticas que privan a las mujeres de sus derechos y del
respeto que les es debido »[236]. Es de desear que las Conferencias Episcopales creen
comisiones especiales para profundizar el estudio de los problemas de la mujer en colaboración,
donde sea posible, con las instancias gubernamentales competentes[237].
II. Comunicar la buena nueva
Seguir a Cristo, Comunicador por excelencia
122. El Sínodo, teniendo muy presentes las actuales circunstancias, ha tratado extensamente el
tema de la comunicación social en el ámbito de la evangelización de África. El punto de partida
teológico es Cristo, el Comunicador por excelencia, que transmite a quienes creen en Él la
verdad, la vida y el amor compartido con el Padre celestial y el Espíritu Santo. Por esto, « la
Iglesia es consciente del deber de promover la comunicación social ad intra y ad extra. Ella
pretende favorecer la comunicación en su interior mejorando la difusión de la información entre
sus miembros »[238]. Esto le facilitará el comunicar al mundo la Buena Nueva del amor de Dios
revelado en Jesucristo.
Formas tradicionales de comunicación
123. Las formas tradicionales de comunicación social no deben despreciarse de ningún modo.
Todavía son muy útiles y eficaces en numerosas zonas africanas. Además, son « menos
costosas y más accesibles »[239]. Comprenden los cantos y la música, el mimo y el teatro, los
proverbios y cuentos. Como transmisores de la sabiduría y del espíritu popular, son una fuente
preciosa de contenidos e inspiración para los medios modernos.
Evangelización del mundo de los medios de comunicación
124. Los modernos medios de comunicación social no son solamente instrumentos de
comunicación, sino también un mundo que hay que evangelizar. Hay que asegurarse que, en los
mensajes que transmiten, se propongan el bien, la verdad y la belleza. Teniendo en cuenta la
preocupación de los Padres del Sínodo, manifiesto mi inquietud por lo que se refiere al contenido
moral de muchos programas que los medios de comunicación difunden en el continente africano;
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en particular, prevengo contra los peligros de la pornografía y la violencia, con las cuales se están
invadiendo las naciones pobres. Por otra parte, el Sínodo ha deplorado justamente « la imagen
tan negativa que los medios de comunicación social dan de lo africano y pide que esto cese
inmediatamente »[240].
Cada cristiano debe preocuparse de que los medios de comunicación sean vehículo de
evangelización. Pero el cristiano que trabaja como profesional de este sector ha de desempeñar
un papel especial. En efecto, es su deber actuar de modo que los principios cristianos iluminen la
práctica de la profesión, incluido el sector técnico y administrativo. Para que pueda desarrollar
este papel de modo adecuado, es necesario dotarle de una sana formación humana, religiosa y
espiritual.
Uso de los medios de comunicación social
125. La Iglesia de hoy puede disponer de una variedad de medios de comunicación social, tanto
tradicionales como modernos. Es su deber hacer el mejor uso de ellos para difundir el mensaje de
la salvación. Para la Iglesia en África, el acceso a estos medios se ha hecho difícil por numerosos
obstáculos, y entre ellos su elevado coste. Además, en muchas localidades existen normas
gubernamentales que imponen, al respecto, un control indebido. Es necesario hacer todos los
esfuerzos para superar esos obstáculos: los medios de comunicación, privados o públicos, deben
estar al servicio de las personas, sin excepción. Por tanto, invito a las Iglesias particulares de
África a hacer todo lo posible para conseguir este objetivo[241].
Colaboración y coordinación de los medios de comunicación social
126. Los medios de comunicación, sobre todo en sus formas más modernas, ejercen un influjo
que supera toda frontera; en este ámbito es necesaria una estrecha coordinación, que permita
una colaboración más eficaz a todos los niveles: diocesano, nacional, continental y universal. En
África, la Iglesia necesita mucho de la solidaridad de las Iglesias hermanas de los Países más
ricos y avanzados desde el punto de vista tecnológico. Asimismo, deberían ser impulsados y
revitalizados algunos programas de colaboración continental ya operantes, como el « Comité
episcopal panafricano de comunicaciones sociales ». Y como ha sugerido el Sínodo, es necesario
establecer una colaboración más estrecha en otros sectores, como la formación profesional, las
estructuras productivas de la radio y la televisión y las emisoras de alcance continental[242].
CAPÍTULO VII
« SERÉIS MIS TESTIGOS HASTA LOS CONFINES DE LA TIERRA »
127. Durante la Asamblea especial, los Padres sinodales examinaron a fondo la situación africana
en su conjunto, con objeto de alentar un testimonio de Cristo cada vez más concreto y creíble
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dentro de cada Iglesia local, de cada nación, de cada región, y del continente africano entero. En
todas las reflexiones y recomendaciones hechas por la Asamblea especial se percibe el deseo
predominante de testimoniar a Cristo. He visto en ello el espíritu de cuanto dije a un grupo de
Obispos en África: « Respetando, preservando y fortaleciendo los valores particulares y ricos de
herencia cultural de vuestro pueblo, estaréis en condición de conducirlo hacia una mejor
comprensión del misterio de Cristo, que ha de ser vivido en las experiencias nobles, concretas y
cotidianas de la vida africana. No se trata de adulterar la Palabra de Dios, o de vaciar de su poder
a la cruz (cf. 1 Cor 1, 17), sino más bien de llevar a Cristo al centro mismo de la vida africana y de
elevar toda la vida africana a Cristo. De este modo no sólo el cristianismo será relevante para
África, sino que el mismo Cristo será africano en los miembros de su Cuerpo »[243].
Abiertos a la misión
128. La Iglesia en África no está llamada a dar testimonio de Cristo sólo en el continente; en
efecto, a ella se dirige también la palabra del Señor resucitado: « Seréis mis testigos hasta los
confines de la tierra » (Hch 1, 8). Precisamente por esto, durante las discusiones sobre el tema
del Sínodo, los Padres evitaron cuidadosamente toda tendencia de aislamiento de la Iglesia en
África. En todo momento la Asamblea especial se mantuvo en la perspectiva del mandato
misionero que la Iglesia ha recibido de Cristo para testimoniarlo en el mundo entero[244]. Los
Padres sinodales reconocieron la llamada que Dios dirige a África para que desarrolle con pleno
derecho, a escala mundial, su misión en el plano de salvación del género humano (cf. 1 Tm 2, 4).
129. Precisamente en función de este sentido de la catolicidad de la Iglesia, los Lineamenta de la
Asamblea especial para África declaraban: « Ninguna Iglesia particular, ni siquiera la más pobre,
puede ser dispensada de la obligación de compartir sus recursos espirituales, temporales y
humanos con las demás Iglesias particulares y con la Iglesia universal (cf. Hch 2, 44-45) »[245].
Por su parte, la Asamblea especial señaló la responsabilidad de África para la misión « hasta los
confines de la tierra » con los siguientes términos: « La frase profética de Pablo VI —"Africanos,
estáis llamados a ser misioneros de vosotros mismos"— debe entenderse así: "sois misioneros
para el mundo entero" (...). Se ha lanzado una llamada a las Iglesias particulares de África para la
misión más allá de los límites de sus propias diócesis »[246].
130. Aprobando con gozo y reconocimiento esta declaración de la Asamblea especial, deseo
repetir a todos mis hermanos Obispos de África lo que decía años atrás: « La obligación que tiene
la Iglesia de África de ser misionera en su propio seno y de evangelizar el continente exige la
cooperación entre las Iglesias particulares en el ámbito de cada país africano, entre las diferentes
naciones del continente y también de otros continentes. De este modo África se integrará
plenamente en la actividad misionera »[247]. En una llamada precedente, dirigida a todas las
Iglesias particulares, de reciente o antigua fundación, ya decía que « el mundo va unificándose
cada vez más, el espíritu evangélico debe llevar a la superación de las barreras culturales y
nacionalistas, evitando toda cerrazón »[248].
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La valiente determinación manifestada por la Asamblea especial, de comprometer a las jóvenes
Iglesias de África en la misión « hasta los confines de la tierra », refleja el deseo de seguir, lo más
generosamente posible, una de las importantes directrices del Concilio Vaticano II: « Para que
este celo misionero florezca entre los naturales del país es muy conveniente que las Iglesias
jóvenes participen cuanto antes activamente en la misión universal de la Iglesia, enviando
también ellas misioneros que anuncien el Evangelio por toda la tierra, aunque sufran escasez de
clero. Pues la comunión con la Iglesia universal se consumará en cierto modo cuando también
ellas participen en la actividad misionera para con otras naciones »[249].
Solidaridad pastoral orgánica
131. Al comienzo de esta Exhortación he indicado que, al anunciar la convocatoria de la
Asamblea especial para África del Sínodo de los Obispos, tenía en perspectiva la promoción de «
una solidaridad pastoral orgánica en todo el territorio africano e islas adyacentes »[250]. Tengo el
gusto de constatar cómo la Asamblea especial persiguió valientemente este objetivo. Los debates
en el Sínodo manifestaron la premura y generosidad de los Obispos para esta solidaridad pastoral
y para compartir sus recursos con los demás, incluso estando ellos mismos necesitados de
misioneros.
132. Quiero dirigir a este respecto una especial palabra a mis hermanos Obispos, que « son
directamente responsables conmigo de la evangelización del mundo, ya sea como miembros del
Colegio episcopal, ya sea como Pastores de las Iglesias particulares »[251]. En la dedicación
cotidiana al rebaño a ellos confiado, no deben perder nunca de vista las necesidades de la Iglesia
en su conjunto. Como Obispos católicos han de sentir la « preocupación por todas las Iglesias »
que abrasaba el corazón del Apóstol (cf. 2 Cor 11, 28). Deben sentirla sobre todo cuando
reflexionan y deciden juntos, como miembros de las respectivas Conferencias Episcopales, las
cuales, mediante los organismos de coordinación a nivel regional y continental, pueden percibir y
evaluar mejor las urgencias pastorales que surgen en otras partes del mundo. Los Obispos
realizan además una eminente expresión de solidaridad apostólica en el Sínodo: éste, « entre los
asuntos de importancia general, deberá tener en cuenta especialmente la actividad misionera,
deber supremo y santísimo de la Iglesia »[252].
133. La Asamblea especial, además, hizo notar justamente que, para organizar una solidaridad
pastoral de conjunto en África, es necesario promover la renovación de la formación de los
sacerdotes. Nunca se meditarán bastante las palabras del Concilio Vaticano II al afirmar que « el
don espiritual que recibieron los presbíteros en la ordenación los prepara no para una misión
limitada y reducida, sino para una misión amplísima y universal de salvación "hasta los confines
de la tierra" (Hch 1, 8) »[253].
Por este motivo yo mismo exhorté a los sacerdotes a « estar concretamente disponibles al
Espíritu Santo y al Obispo, para ser enviados a predicar el Evangelio más allá de los confines del
58
propio país. Esto exigirá en ellos no sólo madurez en la vocación, sino también una capacidad no
común de desprendimiento de la propia patria, grupo étnico y familia, y una particular idoneidad
para insertarse en otras culturas, con inteligencia y respeto »[254].
Estoy profundamente agradecido a Dios al constatar que, en número creciente, sacerdotes
africanos han respondido a la llamada para ser testigos « hasta los confines de la tierra ». Espero
ardientemente que este tipo de respuesta sea promovido y consolidado en todas las Iglesias
particulares de África.
134. Es también motivo de gran consuelo saber que los Institutos misioneros, presentes en África
desde hace mucho tiempo, « acogen hoy de manera creciente candidatos provenientes de las
jóvenes Iglesias que han fundado »[255], permitiendo a estas mismas Iglesias que participen en
la actividad misionera de la Iglesia universal. Asimismo, manifiesto mi reconocimiento a los
nuevos Institutos misioneros que han surgido en el continente y que hoy envían a sus miembros
ad gentes. Se trata de un crecimiento providencial y maravilloso que manifiesta la madurez,
vitalidad y dinamismo de la Iglesia que está en África.
135. Quiero hacer mía de modo particular la explícita recomendación de los Padres sinodales
para que se establezcan las cuatro Obras Misionales Pontificias en cada Iglesia particular y en
cada País, como medio para realizar una solidaridad pastoral orgánica en favor de la misión «
hasta los confines de la tierra ». Obras del Papa y del Colegio episcopal, ocupan justamente « el
primer lugar, pues son medios para infundir a los católicos, ya desde la infancia, el sentido
verdaderamente universal y misionero, y para estimular la recogida eficaz de ayudas en favor de
todas las misiones según las necesidades de cada una »[256]. Un fruto significativo de su
actividad « es suscitar vocaciones ad gentes y de por vida, tanto en las Iglesias antiguas como en
las jóvenes. Recomiendo vivamente que se oriente cada vez más a este fin su servicio de
animación »[257].
Santidad y misión
136. El Sínodo ha reafirmado que todos los hijos e hijas de África están llamados a la santidad y a
ser testigos de Cristo en todas las partes del mundo. « La historia nos enseña que la
evangelización se realiza, bajo la acción del Espíritu Santo, sobre todo a través del testimonio de
caridad y del testimonio de santidad »[258]. Por esto, deseo repetir a todos los cristianos de África
las palabras que escribí hace unos años: « Cada misionero, lo es auténticamente si se esfuerza
en el camino de la santidad (...). Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión (...). El
renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos. No basta renovar los
métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor
agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo "anhelo de
santidad" entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana »[259].
59
También ahora, como entonces, me dirijo a los cristianos de las Iglesias jóvenes llamando la
atención sobre su responsabilidad: « Hoy sois vosotros la esperanza de la Iglesia, que tiene dos
mil años: siendo jóvenes en la fe, debéis ser como los primeros cristianos e irradiar entusiasmo y
valentía, con generosa entrega a Dios y al prójimo; en una palabra, debéis tomar el camino de la
santidad. Sólo de esta manera podréis ser signos de Dios en el mundo y revivir en vuestros
países la epopeya misionera de la Iglesia primitiva. Y seréis también fomento de espíritu
misionero para las Iglesias más antiguas »[260].
137. La Iglesia que está en África comparte con la Iglesia universal « la sublime vocación de
realizar, en primer lugar en sí misma, la unidad del género humano más allá de las diferencias
étnicas, culturales, nacionales, sociales y de otro género, con objeto de mostrar precisamente la
caducidad de estas diferencias, abolidas por la cruz de Cristo »[261]. La Iglesia, respondiendo a
su vocación de ser en el mundo el pueblo redimido y reconciliado, contribuye a promover una
coexistencia fraterna entre los pueblos, superando las diferencias de raza y de nacionalidad.
Teniendo en cuenta la específica vocación confiada a la Iglesia por su divino Fundador, pido con
insistencia a la Comunidad católica que está en África que ofrezca ante toda la humanidad un
testimonio auténtico del universalismo cristiano que brota de la paternidad de Dios. « Todos los
hombres creados en Dios tienen el mismo origen; sea cual fuere su dispersión geográfica o el
acento de sus diferencias a lo largo de la historia, están destinados a formar una sola familia
según el designio de Dios establecido "desde el principio"[262]. La Iglesia en África está llamada
a ir por amor al encuentro de cada ser humano creyendo con fuerza que « el Hijo de Dios, con su
encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre »[263].
De modo particular, África debe ofrecer su propia contribución al movimiento ecuménico, cuya
urgencia he vuelto a señalar recientemente en la Carta encíclica Ut unum sint, en vista del tercer
milenio[264]. En efecto, África puede desarrollar también un papel importante en el diálogo entre
las religiones, sobre todo cultivando relaciones intensas con los musulmanes y favoreciendo un
atento respeto hacia los valores de la religión tradicional africana.
Practicar la solidaridad
138. Testimoniando a Cristo « hasta los confines de la tierra », la Iglesia en África debe estar
firmemente convencida del « valor positivo y moral » que supone la « conciencia creciente de la
interdependencia entre los hombres y entre las naciones. El hecho de que los hombres y mujeres,
en muchas partes del mundo, sientan como propias las injusticias y las violaciones de los
derechos humanos cometidos en países lejanos, que posiblemente nunca visitarán, es un signo
más de que esta realidad es transformada en conciencia, que adquiere así una connotación moral
»[265].
Confío en que los cristianos de África sean cada vez más conscientes de esta interdependencia
60
entre los individuos y entre las naciones, y que estén preparados para responder a ello
practicando la virtud de la solidaridad. El fruto de la solidaridad es la paz, bien tan precioso para
los pueblos y las naciones de cualquier parte del mundo. En efecto, precisamente a través de
medios capaces de promover y reforzar la solidaridad, la Iglesia puede ofrecer una contribución
específica y determinante a una verdadera cultura de la paz.
139. Al entrar en relación sin discriminaciones con los pueblos del mundo mediante el diálogo con
las diversas culturas, la Iglesia acerca los unos a los otros y les ayudas a asumir, en la fe, los
auténticos valores de los demás.
Dispuesta a cooperar con todo hombre de buena voluntad y con la comunidad internacional, la
Iglesia en África no busca ventajas para sí misma. La solidaridad que manifiesta « tiende a
superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad
total, perdón y reconciliación »[266]. La Iglesia trata de contribuir a la conversión de la humanidad,
llevándola a abrirse al plan salvífico de Dios mediante el testimonio evangélico, acompañado por
la actividad caritativa al servicio de los pobres y los últimos. Y cuando realiza esto, no pierde
nunca de vista la primacía de lo trascendente y de las realidades espirituales que constituyen las
primicias de la salvación eterna del hombre.
Durante los debates sobre la solidaridad de la Iglesia para con los pueblos y las naciones, los
Padres sinodales han sido plenamente conscientes, en todo momento, de que « hay que
distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo » y que, sin
embargo, « el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad
humana, interesa mucho al Reino de Dios »[267]. Precisamente por esto, la Iglesia en África está
convencida —y el trabajo de la Asamblea especial lo ha mostrado claramente— que la espera del
retorno final de Cristo « no podrá ser nunca una excusa para desentenderse de los hombres en
su situación personal concreta y en su vida social, nacional e internacional »[268], puesto que las
condiciones terrenas influyen en la peregrinación del hombre hacia la eternidad.
CONCLUSIÓN
Hacia el nuevo milenio cristiano
140. Reunidos en torno a la Virgen María como para un nuevo Pentecostés, los miembros de la
Asamblea especial examinaron a fondo la misión evangelizadora de la Iglesia en África en el
umbral del tercer milenio. Concluyendo esta Exhortación apostólica postsinodal, en la cual
presento los frutos de esta Asamblea a la Iglesia que está en África, en Madagascar y en las islas
adyacentes, y a toda la Iglesia católica, doy gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos
ha concedido el privilegio de vivir este auténtico « momento de gracia » que ha sido el Sínodo.
Manifiesto mi vivo agradecimiento al Pueblo de Dios en África por cuanto ha hecho por la
Asamblea especial. Este Sínodo ha sido preparado con celo y entusiasmo, como demuestran las
61
respuestas al cuestionario, adjunto al documento preliminar (Lineamenta), y las reflexiones
recogidas en el documento de trabajo (Instrumentum laboris). Las comunidades cristianas de
África han rezado con fervor por el éxito de los trabajos de la Asamblea especial. Y se puede
decir que ésta ha sido bendecida generosamente por el Señor.
141. Ya que el Sínodo ha sido convocado para permitir a la Iglesia en África que asuma, de la
manera más eficaz posible, su misión evangelizadora con vistas al tercer milenio cristiano, invito
con esta Exhortación al Pueblo de Dios en África —Obispos, sacerdotes, personas consagradas y
laicos— a mirar decididamente hacia el Gran Jubileo, que se celebrará dentro de pocos años.
Para todos los pueblos de África la mejor preparación al nuevo milenio consistirá en el firme
compromiso de poner en práctica con gran fidelidad las decisiones y orientaciones que, con la
autoridad apostólica de Sucesor de Pedro, presento en esta Exhortación. Son decisiones y
orientaciones que se inscriben en la genuina línea de las enseñanzas y directrices de la Iglesia y,
en particular, del Concilio Vaticano II, que ha sido la principal fuente de inspiración de la
Asamblea especial para África.
142. Mi invitación al Pueblo de Dios que está en África, para que se prepare al Gran Jubileo del
año 2000, quiere ser también una vibrante llamada a la alegría cristiana. « El gran gozo
anunciado por el Ángel, la noche de Navidad, lo será de verdad para todo el pueblo (cf. Lc 2, 10)
(...). Fue la Virgen María la primera en recibir el anuncio del ángel Gabriel y su Magníficat era ya
el himno de exultación de todos los humildes. Los misterios gozosos nos sitúan así, cada vez que
recitamos el Rosario, ante el acontecimiento inefable, centro y culmen de la historia: la venida a la
tierra del Emmanuel, Dios con nosotros »[269].
Es el bimilenario de dicho acontecimiento, lleno de alegría, lo que nos preparamos a celebrar con
el próximo Gran Jubileo. África, que « es, en cierto sentido, la "segunda patria" de Jesús de
Nazaret, (el cual) como niño pequeño encontró refugio precisamente en África contra la crueldad
de Herodes »[270], está llamada a la alegría. Al mismo tiempo, « todo deberá mirar al objetivo
prioritario del Jubileo, que es el fortalecimiento de la fe y del testimonio de los cristianos »[271].
143. A causa de las numerosas dificultades, crisis y conflictos que conllevan tanta miseria y
sufrimiento en el continente, hay africanos tentados a veces de pensar que el Señor los ha
abandonado, que ¡los ha olvidado (cf. Is 49, 14)! « Y Dios responde con las palabras del gran
Profeta: "Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?
Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido. Míralo, en las palmas de mis manos te
tengo tatuada" (Is 49, 15-16). Sí, en las palmas de las manos de Cristo, ¡traspasadas por los
clavos de la crucifixión! El nombre de cada uno de vosotros (Africanos) está escrito en esas
manos. Por tanto, decimos con gran confianza: "El Señor mi fuerza, escudo mío, en El confió mi
corazón y he recibido ayuda: mi carne de nuevo ha florecido, le doy gracias de todo corazón" (Sal
28 [27], 7) »[272].
62
Oración a María, Madre de la Iglesia
144. Agradecido por el don de este Sínodo, me dirijo a María, Estrella de la evangelización, y,
mientras se acerca el tercer milenio, a Ella confío África y su misión evangelizadora. A Ella me
dirijo con los pensamientos y sentimientos expresados en la oración que mis hermanos Obispos
compusieron al final de la sesión de trabajo del Sínodo en Roma:
¡Oh María!, Madre de Dios
y Madre de la Iglesia,
gracias a ti, en el día de la Anunciación,
al alba de los tiempos nuevos,
todo el género humano, con sus culturas,
se alegró de descubrir
que podía recibir el Evangelio.
En vísperas de un nuevo Pentecostés
para la Iglesia en África,
Madagascar e islas adyacentes,
el Pueblo de Dios con sus Pastores
se dirige a ti y contigo implora:
que la efusión del Espíritu Santo
haga de las culturas africanas
lugares de comunión en la diversidad,
transformando a los habitantes
de este gran continente
en generosos hijos de la Iglesia,
que es Familia del Padre,
Fraternidad del Hijo,
Imagen de la Trinidad,
germen e inicio en la tierra
de aquel Reino eterno
que tendrá su plenitud
en la Ciudad cuyo constructor es Dios:
Ciudad de justicia, de amor y de paz.
Dado en Yaundé, Camerún, el 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, del año 1995, decimoséptimo
de mi
Pontificado.
[1] Cf. Propositio 1[2] Declaración de los obispos de África y Madagascar presentes en la III Asamblea general ordinaria
del Sínodo de los obispos (20 de octubre de 1974): La Documentation catholique 71 (1974), 995- 996.[3] Discurso a un
grupo de obispos de Zaire en visita ad limina Apostolorum (21 de abril de 1983): AAS 75 (1983), 634-635.[4] Ángelus (6
de enero de 1989), 2: Insegnamenti XII, 1 (1989), 40.[5] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la
Iglesia, 6.[6] Homilía durante la canonización de los beatos Carlos Lwanga, Matías Mulumba Kalemba y 20 compañeros
63
mártires ugandeses (18 de octubre de 1964): AAS 56 (1964), 907-908.[7] Cf. Homilía en la liturgia de clausura de la
Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos (8 de mayo de 1994), 7: L'Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española, 13 de mayo de 1994, 12.[8] Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Relatio ante
disceptationem (11 de abril de 1994), 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994,
8.[9] Discurso a la tercera Reunión del Consejo de la Secretaría general para la Asamblea especial para África del
Sínodo de los obispos, (Luanda, 9 de junio de 1992), 5: AAS 85 (1993), 523.[10] Cf. Relatio post disceptationem (22 de
abril de 1994), 2: L'Osservatore Romano, 22 de abril de 1994, 8.[11] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium,
sobre la Iglesia, 8.[12] Catecismo de la Iglesia católica, n. 811[13] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium,
sobre la Iglesia, 13.[14] Mensaje del Sínodo, nn. 1-2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de
mayo de 1994, 3.[15] Cf. Motu proprio Apostolica sollicitudo (15 de septiembre de 1965), II: AAS 57 (1965), 776-777.[16]
Discurso al Consejo de la Secretaría general de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos (23 de junio
de 1989), 1: AAS 82 (1990), 73; cf. Ángelus (6 de enero de 1989), 2: Insegnamenti XII, 1 (1989), 40, durante el cual se
dio el primer anuncio oficial de la convocatoria de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos.[17] Ib., 5,
l.c., 75.[18] Cf. Discurso al Consejo de la Secretaría general para la Asamblea especial para África del Sínodo de los
obispos (Yamusukro, 10 de septiembre de 1990), 3: AAS 83 (1991), 226.[19] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Christus
Dominus, sobre la función pastoral de los obispos, 6.[20] Cf. Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 de noviembre de
1994), 23: AAS 87 (1995), 19.[21] Sínodo de los obispos, Asamblea especial para África, Mensaje del Sínodo (6 de
mayo de 1994), 7: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 3.[22] Cf. Conc.
Ecum. Vat. II, Decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 38.[23] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm.
Lumen gentium, sobre la Iglesia, 13.[24] Cf. Relatio ante disceptationem (11 de abril de 1994), 34: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994, 11.[25] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 de
diciembre de 1975), 75: AAS 68 (1976), 66.[26] Cf. Relatio ante disceptationem (11 de abril de 1994), 34: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994, 11.[27] Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre
de 1974), 76: AAS 68 (1976), 67.[28] Carta enc. Centesimus annus (1 de mayo de 1991), 57: AAS 83 (1991), 862.[29]
Cf. Mensaje de la VIII Asamblea plenaria del S.C.E.A.M. (19 de julio de 1987): La Documentation catholique 84 (1987),
1.024-1.026.[30] Discurso al Consejo de la Secretaría general de la Asamblea especial para África del Sínodo de los
obispos (23 de junio de 1989), 6: AAS 82 (1990), 76.[31] Sínodo de los obispos, Asamblea especial para África, Relación
del secretario general (11 de abril de 1994), VI: L'Osservatore Romano, 11-12 de abril de 1994, 10.[32] Cf. Sínodo de los
obispos, Asamblea especial para África, La Iglesia en África y su misión evangelizadora hacia el año 2000: «Seréis mis
testigos» (Hch 1, 8), Lineamenta, Ciudad del Vaticano 1990; Instrumentum laboris, Ciudad del Vaticano 1993.[33] Cf.
Instrumentum laboris. De las 34 Conferencias episcopales de África y Madagascar, 31 enviaron sus observaciones,
mientras que las otras 3 no lo pudieron hacer debido a la difícil situación política en que se encontraban.[34] Relatio ante
disceptationem (11 de abril de 1994), 1: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994, 8;
Cf. Relatio post disceptationem (22 de abril de 1994), 1: L'Osservatore Romano, 24 de abril de 1994, 8.[35] Conc. Ecum.
Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 22; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n.
1260.[36] Discurso en la audiencia general del 21 de agosto de 1985, 3: Insegnamenti VIII, 2 (1985), 512.[37] Mensaje
Africae terrarum (29 de octubre de 1967), 3: AAS 59 (1967), 1.074-1.075.[38] Ib., 3-4: l.c., 1.075.[39] Homilía en el V
centenario de la evangelización de Angola (Luanda, 7 de junio de 1992), 2: AAS 85 (1993), 511-512.[40] Cf. «Situación
de la Iglesia en África y Madagascar (algunos aspectos y observaciones)»: L'Osservatore Romano, 16 de abril de 1994,
6-8; «Oficina de estadísticas de la Iglesia, Iglesia en África: cifras y estadísticas»: L'Osservatore Romano, 15 de abril de
1995, 6.[41] Homilía para la canonización de los beatos Carlos Lwanga, Matías Mulumba Kalemba y 20 compañeros
64
mártires ugandeses (18 de octubre de 1964): AAS 56 (1964), 905-906.[42] Homilía en la celebración conclusiva de la
Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos (8 de mayo de 1994), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española, 13 de mayo de 1994, 12.[43] Discurso en la conclusión del Simposio de las Conferencias
episcopales de África y Madagascar (Kampala, 31 de julio de 1969), 1: AAS 61 (1969), 575.[44] Relatio ante
disceptationem (11 de abril de 1994), 5: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994,
8-9.[45] Cf. «Mensaje del Sínodo, n. 10»: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de
1994, 287[46] Cf. Relatio post disceptationem (22 de abril de 1994), 22-26: L'Osservatore Romano, 24 de abril de 1994,
8.[47] Pablo VI, Mensaje Africae terrarum (29 de octubre de 1967), 6: AAS 59 (1967), 1.076.[48] Relatio ante
disceptationem (11 de abril de 1994), 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994,
8.[49] Ib., 4, l.c.[50] Homilía en la liturgia de apertura de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos (10
de abril de 1994), 3: AAS 87 (1995), 180-181.[51] Cf. «Mensaje del Sínodo, n. 36»: L'Osservatore Romano, ed. semanal
en lengua española, 20 de mayo de 1994, 5.[52] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987), 42-43:
AAS 80 (1988), 572-574.[53] «Mensaje del Sínodo» (6 de mayo de 1994), 39: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 20 de mayo de 1994, 6.[54] Cf. Sínodo de los obispos, Asamblea especial para África, Relatio ante
disceptationem (11 de abril de 1994), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994,
9.[55] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 15: AAS 68 (1976), 14.[56] Ib., l.c., 15.[57] Ib.,
53, l.c., 42.[58] Relatio ante disceptationem (11 de abril de 1994), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 22 de abril de 1994, 9.[59] Homilía en la conclusión de la sexta visita pastoral a África (Lilongwe, Malawi, 6 de
mayo de 1989), 6: Insegnamenti XII, 1 (1989), 1.183.[60] Cf. Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África,
Relatio ante disceptationem (11 de abril de 1994), 6: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de
abril de 1994, 9.[61] Pontificia Comisión «Justicia y Paz», Documento Los prejuicios raciales. La Iglesia ante el racismo
(3 de noviembre de 1988), 12: Ench. Vat. 11, 918.[62] Cf. Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África,
Instrumentum laboris, 68; Relatio ante disceptationem (11 de abril de 1994), 17: L'Osservatore Romano, ed. semanal en
lengua española, 22 de abril de 1994, 10; Relatio post disceptationem (22 de abril de 1994), 6, 9, 21: L'Osservatore
Romano, 24 de abril de 1994, 8.[63] Exhort. ap. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 75: AAS 74 (1982),
173.[64] Ángelus (20 de marzo de 1994), L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 25 de marzo de
1994, 1.[65] Cf. «Mensaje del Sínodo» (6 de mayo de 1994), 45-48: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 20 de mayo de 1994, 6.[66] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987), 22: AAS 80 (1988),
539.[67] Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Relatio ante disceptationem (11 de abril de 1994), 8:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994, 9.[68] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii
nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 18: AAS 68 (1976), 17.[69] Ib., 14, l.c., 13.[70] Ib., 15, l.c., 15.[71] Ib., 18, l.c., 17.[72]
Pablo VI, Homilía para la canonización de los beatos Carlos Lwanga, Matías Malumba Kalemba y 20 compañeros
mártires de Uganda (18 de octubre de 1964): AAS 56 (1964), 907-908.[73] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Ad gentes,
sobre la actividad misionera de la Iglesia, 17.[74] Discurso al Simposio de las Conferencias episcopales de África y
Madagascar (31 de julio de 1969), 1: AAS 61 (1969), 576.[75] Cf. Propositio 10.[76] Propositio 3.[77] Antífona O sacrum
convivium: II Vísperas de la solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, ad Magníficat.[78] «Mensaje del Sínodo» (6 de
mayo de 1994), 2: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 3.[79] Propositio
4.[80] Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 9: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 3.[81] Propositio 4.[82] Propositio 3.[83] Propositio
4.[84] Cf. Propositio 6.[85] Cf. ib.[86] Exhort. ap. Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979), 53: AAS 71 (1979),
1.319.[87] Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 52: AAS 83 (1991), 229; cf. Propositio 28.[88] Cf.
65
Propositio 29.[89] Propositio 30.[90] Propositio 32.[91] Cf. Propositio 33.[92] Símbolo Nicenoconstantinopolitano, DS
150.[93] Cf. Exhort. ap. Catechesi tradendae (16 de octubre de 1979), 53: AAS 71 (1979), 1.319.[94] Cf. Discurso en la
Universidad de Coimbra (15 de mayo de 1982), 5:Insegnamenti V, 2 (1982), 1.695.[95] Propositio 28.[96] Propositio
31.[97] Propositio 32.[98] Ib.[99] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 6.[100] Cf.
Propositio 8.[101] Cf. ib.[102] Ib.[103] Cf. ib.[104] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.
Véase el conjunto de sus capítulos I y II.[105] Propositio 34.[106] Cf. Propositiones 35-37.[107] Propositio 38.[108]
Propositio 39.[109] Propositio 40.[110] Cf. Ib.[111] Propositio 41.[112] Cf. «Mensaje del Sínodo», n. 23: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 4.[113] Cf. Propositio 41.[114] Cf. ib.[115] Propositio
42.[116] Cf. Ib.[117] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 31: AAS 68 (1976), 26.[118]
Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Lineamenta, 79.[119] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8
de diciembre de 1975), 31: AAS 68 (1976), 26.[120] Ib., 33:l.c., 27.[121] Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia
en el mundo actual, 40.[122] Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 15: AAS 83 (1991), 263.[123]
Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici (30 de diciembre de 1988), 36: AAS 81 (1989), 459.[124] Conc. Ecum. Vat. II,
Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.[125] Sermo XXI, 3: SCh 22 a, 72.[126] Const.
past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 41.[127] Cf. Carta enc. Populorum progressio (26 de marzo
de 1967), 48: AAS 59 (1967), 281.[128] Ib., 87, l.c., 299.[129] Propositio 45.[130] Ib. 45.[131] Ib. 45.[132] Cf. Pablo VI,
Carta enc. Populorum progressio (26 de marzo de 1967), 48: AAS 59 (1967), 281.[133] Carta enc. Sollicitudo rei socialis
(30 de diciembre de 1987), 41: AAS 80 (1988), 572.[134] Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África,
Instrumentum laboris, 127[135] Cf. «Mensaje del Sínodo» (6 de mayo de 1994), 45-46: L'Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 6.[136] Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 37,
c: AAS 83 (1991), 285.[137] Ángelus (6 de enero de 1989), 2: Insegnamenti XII, 1 (1989), 40.[138] Carta enc.
Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 46: AAS 83 (1991), 292.[139] Ib., 47, l.c., 293-294.[140] Ib., 7, l.c., 255256.[141] Sínodo de los obispos, Asamblea especial para África, Relatio ante disceptationem (11 de abril de 1994), 8:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994, 9.[142] Carta enc. Redemptoris missio (7
de diciembre de 1990), 83: AAS 83 (1991), 329.[143] Cf. Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África,
Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 33: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de
1994, 3.[144] Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado de los laicos, 14.[145] Pablo
VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 15: AAS 68 (1976), 14.[146] Discurso a la Conferencia
episcopal de Camerún, (Yaundé, 13 de agosto de 1985), 4: Insegnamenti VIII, 2 (1985), 378.[147] Cf. Discurso a la
Conferencia episcopal de Camerún, (Yaundé, 13 de agosto de 1985), 5: Insegnamenti VIII, 2 (1985), 378.[148] Pablo VI,
Exhort. ap. Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 75: AAS 68 (1976), 65.[149] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii
nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 65: AAS 68 (1976), 65-66.[150] Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de
1990), 23: AAS 83 (1991), 269-270.[151] Discurso a los participantes en el Congreso nacional del Movimiento eclesial de
Compromiso cultural (16 de enero de 1982), 2: Insegnamenti V, 1 (1982), 131.[152] Cf. Decreto Ad gentes, sobre la
actividad misionera de la Iglesia, 22.[153] Cf. Propositio 32; Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre
la sagrada liturgia, 37-40.[154] Propositio 38.[155] Exhort. ap. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 75: AAS
74 (1982), 173.[156] Ib., 86, l.c., 189-190.[157] Cf. Propositio 14.[158] Homilía en la basílica de la Anunciación en
Nazaret (5 de enero de 1964): AAS 56 (1964), 167.[159] Carta ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988), 6: AAS 80
(1988), 1.662-1.664; Carta a las mujeres (29 de junio de 1995), 7: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 14 de julio de 1995, 2. 12.[160] Exhort. ap. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 22: AAS 74
(1982), 107.[161] Propositio 48.[162] Exhort. ap. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 13: AAS 74 (1982), 93-
66
94.[163] Ib.[164] Cf. Mensaje a la señora Nafis Sadik, secretaria general de la Conferencia internacional de 1994 sobre
población y desarrollo (18 de marzo de 1994): AAS 87 (1995), 190-196.[165] Sínodo de los Obispos, Asamblea especial
para África, Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 30: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20
de mayo de 1994, 5.[166] Exhort. ap. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 42: AAS 74 (1982), 134.[167]
Propositio 5.[168] Cf. Propositio 34.[169] Cf. Propositio 9.[170] Cf. Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici 30 de
diciembre de 1988), 45-46: AAS 81 (1989), 481-506.[171] Cf. Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990),
71-74: AAS 83 (1991), 318-322.[172] Cf. Propositio 12.[173] Propositio 13.[174] Propositio 14.[175] Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.[176] Cf. Exhort. ap. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981),
52: AAS 74 (1982), 144-145.[177] Cf. Exhort. ap. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 55 , l. c. 147-148.[178]
Cf. Exhort. ap. Familiaris consortio (22 de noviembre de 1981), 62, l. c., 155.[179] Catecismo de la Iglesia católica, n.
1.656, que cita el Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.[180] Catecismo de la Iglesia
católica, n. 1.657, que cita el Conc. Ecum. Vat. II, const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 10, y const. past.
Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 52.[181] Cf. Propositio 15.[182] Cf. Propositio 15.[183] Propositio
16, que explícitamente cita el Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 43-47.[184] Cf.
Decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 18 y Decreto Perfectae caritatis, sobre la adecuada
renovación de la vida religiosa, 19.[185] Propositio 16.[186] Cf. Propositio 22.[187] Congregación para los religiosos y los
institutos seculares y Congregación para los obispos, Notas directivas sobre las relaciones entre obispos y religiosos en
la Iglesia Mutuae relationes (14 de mayo de 1978): AAS 70 (1978), 473-506.[188] Cf. Propositio 22.[189] Propositio
18.[190] Propositio 18.[191] Propositio 18.[192] Propositio 17.[193] Propositio 20.[194] Cf. Exhort. ap. postsinodal
Pastores dabo vobis (25 de marzo de 1992), 70-77: AAS 84 (1992), 778-796; Propositio 20.[195] Conc. Ecum. Vat. II,
Decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 16.[196] Cf. Ib., 8.[197] Conc. Ecum. Vat. II,
Decreto Christus Dominus, sobre la función pastoral de los obispos, 11.[198] Cf. Propositio 21.[199] Cf. Epistolarum
liber, VIII, 33: PL 77, 935.[200] Propositio 23; cf. Relatio ante disceptationem (11 de abril de 1994), 11: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de abril de 1994, 9.[201] Propositio 24.[202] Propositio 24.[203] Propositio
24.[204] Propositio 25.[205] Propositio 26.[206] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera
de la Iglesia, 15.[207] Cf. Propositio 27.[208] Propositio 45.[209] Mensaje del Sínodo, n. 43: L'Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 6.[210] Cf. Propositio 46.[211] Propositio 47.[212] Sínodo de los
Obispos, Asamblea especial para África, Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 57: L'Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 7.[213] Carta enc. Ut unum sint (25 de mayo de 1995), 40:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 2 de junio de 1995, 11.[214] Cf. Carta enc. Sollicitudo rei
socialis (30 de diciembre de 1987), 32: AAS 80 (1988), 556.[215] Cf. Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 35:
L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 5.[216] Cf. Propositio 56.[217] Mensaje
del Sínodo (6 de mayo de 1994), 34: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994,
5.[218] Cf. Propositio 54.[219] Cf. Propositio 54.[220] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 de marzo de
1967): AAS 59 (1967), 257- 299; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987): AAS 80
(1988), 513- 586; Carta enc. Centesimus annus (1 de mayo de 1991): AAS 83 (1991), 793-867; Propositio 52.[221] Cf.
Sínodo de los Obispos, Asamblea especial para África, Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 63: L'Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 7.[222] Cf. Sínodo de los Obispos, Asamblea especial
para África, Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 63: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 20
de mayo de 1994, 7.[223] Propositio 51.[224] Propositio 45.[225] Propositio 45.[226] Pablo VI, Discurso en la «Ciudad de
los muchachos» con ocasión de la V Jornada mundial de la paz (1 de enero de 1972): AAS 64 (1972), 44.[227]
67
Propositio 49.[228] Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 35: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua
española, 20 de mayo de 1994, 5.[229] Mensaje del Sínodo (6 de mayo de 1994), 35: L'Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 20 de mayo de 1994, 5.[230] Cf. Propositio 53[231] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past.
Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 86; Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 de marzo de
1967), 54: AAS 59 (1967), 283-284; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987), 19: AAS
80 (1988), 534- 536; Carta enc. Centesimus annus (1 de mayo de 1991), 35: AAS 83 (1991), 836-838; Carta ap. Tertio
millenio adveniente (10 de noviembre de 1994), 51: AAS 87 (1995), 36, en la que se propone "una notable reducción o
incluso una total condonación de la deuda externa que grava sobre el destino de muchas naciones", como iniciativa
oportuna con vistas al gran jubileo del año 2000; Pontificia Comisión «Justicia y Paz», Documento Al servicio de la
comunidad humana: una consideración ética de la deuda externa (27 de diciembre de 1986), Ciudad del Vaticano
1986.[232] Propositio 49[233] Propositio 49.[234] Propositio 49.[235] Cf. Carta ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de
1988), 6-9: AAS 80 (1988), 1.662-1.670; Carta a las mujeres (29 de junio de 1995), 7: L'Osservatore Romano, ed.
semanal en lengua española, 14 de julio de 1995, 2.12.[236] Propositio 48.[237] Cf. Propositio 48.[238] Propositio
57.[239] Propositio 57.[240] Propositio 61.[241] Cf. Propositio 58.[242] Cf. Propositio 60.[243] Alocución a los obispos de
Kenia (Nairobi, 7 de mayo de 1980), 6: AAS 72 (1980), 497.[244] Cf. Pablo VI, Exhortación ap. Evangelii nuntiandi (8 de
diciembre de 1975), 50: AAS 58 (1976), 40.[245] Lineamenta, n. 42.[246] Relatio post disceptationem (22 de abril de
1994), 11: L'Osservatore Romano, 24 de abril de 1994.[247] Discurso a la Conferencia episcopal de Senegal,
Mauritania, Cabo Verde y Guinea-Bissau (Poponguine, 21 de febrero de 1992), 3: AAS 85 (1993), 150.[248] Carta enc.
Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 39: AAS 83 (1991), 287.[249] Decreto Ad gentes, sobre la Actividad
misionera de la Iglesia, 20.[250] Ángelus (6 de enero de 1989), 2: Insegnamenti XII, 1 (1989), 40.[251] Carta Enc.
Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 63: AAS 83 (1991), 311.[252] Decreto Ad gentes, sobre la Actividad
misionera de la Iglesia, 29.[253] Decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 10.[254]
Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 84: AAS 83 (1991), 316.[255] Carta enc. Redemptoris missio
(7 de diciembre de 1990), 66: AAS 83 (1991), 314.[256] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la Actividad
misionera de la Iglesia, 38.[257] Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 84: AAS 83 (1991), 331.[258]
Discurso a un grupo de obispos de Nigeria en visita ad limina (21 de enero de 1982), 4: AAS 74 (1982), 435-436.[259]
Carta enc. Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), 90: AAS 83 (1991), 336-337.[260] Carta enc. Redemptoris
missio (7 de diciembre de 1990), 91: AAS 83 (1991), 337-338.[261] Pontificia Comisión «Justicia y Paz», Documento Los
prejuicios raciales. La Iglesia ante el racismo (3 de noviembre de 1988), 22: Ench. Vat., 11, 929.[262] Pontificia Comisión
«Justicia y Paz», Documento Los prejuicios raciales. La Iglesia ante el racismo (3 de noviembre de 1988), 20: Ench.
Vat., 11, 925.[263] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 22.[264]
Carta enc. Ut unum sint (25 de mayo de 1995), 77-79: L'Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 2 de
junio de 1995, 15.[265] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987), 38: AAS 80 (1988), 565.[266] Carta
enc. Sollicitudo rei socialis, (30 de diciembre de 1987), 38, l. c. 568.[267] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et
spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 39.[268] Cart enc. Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987), 48: AAS
80 (1988), 583.[269] Pablo VI, Exhort. ap. Gaudete in Domino (9 de mayo de 1975), III: AAS 67 (1975), 297.[270]
Homilía en la apertura de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos (10 de abril de 1994), 1: AAS 87
(1995), 179.[271] Carta ap. Tertio millennio adveniente (10 de noviembre de 1994), 42: AAS 87 (1995), 32.[272] Homilía
durante la misa celebrada en Jartum (10 de febrero de 1993), 8: AAS (1993), 964. Copyright 1995 © Libreria Editrice
Vaticana 68
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