Julio

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En las Tierras del Corazón
Con el Obispo Pates
Visitando a nuestros vecinos del Sur
Cumpliendo con mi función de presidente del Comité para la Justicia y la Paz Internacional de la
Conferencia Episcopal Católica de los Estados Unidos, viajé recientemente a América Central y
los países de Honduras, Guatemala y El Salvador. Los noticieros han dado amplia cobertura
respecto a la llegada a los Estados Unidos de niños procedentes de estos países. En el viaje me
acompañó personal de la conferencia episcopal, Richard Coll y Cecilia Calvo.
El enfoque principal de nuestro viaje, que se diseñó como una muestra de solidaridad de los
obispos de los Estados Unidos con los obispos de los tres países, es el serio problema que tiene la
minería y la extracción. Todos estos países gozan de ricos depósitos minerales, especialmente
oro, plata, níquel y mineral de hierro.
Nuestra visita consistió de conversaciones a fondo con los obispos, con representantes de
Catholic Relief Services y de Cáritas (una organización de asistencia internacional de la Iglesia
Católica) así como varias reuniones con civiles de esas comunidades que han sido afectadas
negativamente por la minería.
Nuestra experiencia se concentró en El Salvador. Por varios años, tanto bajo gobiernos
conservadores y liberales, la propuestas mineras por partes de países trasnacionales han sido
rechazadas categóricamente. La conclusión es que la forma en que se practica la minería en este
país es incompatible con el costo humano.
A fin de cuentas, esto parece contrario a la lógica. Después de todo, la economía de El Salvador
necesita urgentemente estimulación e inversión extranjera. Obviamente, hay una abundancia de
minerales. ¿Por qué no permitir la minería para responder a estas necesidades? El costo humano
sale a relucir en esta pregunta, especialmente al enterarnos de que se utilizan químicos mortales –
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cianuro y estricnina en el proceso minero. Esto trae consigo consecuencias perjudiciales y
trágicas en los trabajadores a la vez que contaminan las fuentes acuíferas que tienen como
consecuencia constantes amenazas a la salud que afectan a los niños y a la comunidad en
general.
Guiados por el prospecto de enormes ganancias (el precio del oro ha aumentado de $271 por
onza a $1,332 por onza desde el 2001) las compañías trasnacionales sacrifican bienes humanos,
la ética y prácticas morales en favor de la codicia. Las empresas prometen todo tipo de
beneficios a las comunidades – educación, mejoras en la infraestructura, oportunidades de
trabajo, pero esencialmente no las cumplen.
Trágicamente, vecinos y familias se dividen y se enfrentan unos con otros. Las compañías
siembran corrupción al sobornar a líderes comunitarios. Los ciudadanos que ven más allá de los
beneficios inmediatos y que luchan en contra de las consecuencias trágicas, se convierten en
blanco de actos violentos. Ha surgido un número significativo de mártires a consecuencia de
esta violencia, cuando alzan su voz en favor de valores humanos y la sobrevivencia de
comunidades sanas tanto física como espiritualmente.
La Iglesia Católica por medio de sus obispos, sacerdotes, religiosos y fieles se ha plantado
firmemente a favor de la vida y por suspender la minería en su estado actual de operación –
cuyas consecuencias son mortales. El llamado de la Iglesia Católica Estadounidense es el de ser
solidarios con los Católicos Latinoamericanos en promover objetivos éticos tanto en el gobierno
de los Estados Unidos como en las compañías Estadounidenses.
Otro problema que surgió durante la visita a estos tres países es el tráfico de drogas que tiene su
ruta a través de América Central desde los campos de los países Sudamericanos con rumbo a los
Estados Unidos y Canadá. Este tráfico genera violencia, corrupción y extorsión. Cuando se
preguntó qué podían hacer los Estados Unidos al respecto, el Arzobispo Rubén Salazar Gómez,
Arzobispo Cardenal de Bogotá Colombia dijo que es necesario el atender el apetito insaciable
por drogas y narcóticos que tiene Norteamérica que promueve notoriamente su tráfico. En
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conclusión, el consumo de drogas es una tragedia humana y la causa de una cultura de muerte
que se extiende al sur de nosotros.
Un tema candente durante nuestra visita fue la desafortunada migración de niños de estos tres
países hacia los Estados Unidos. A las familias y a mucha gente se les proporcionó “información
equivocada” de que los niños serían recibidos en los Estados Unidos, reunificados con sus
familias y que recibirían la oportunidad de educación y una vida mejor. Los instigadores de esta
falsa información y de la migración son conocidos como “coyotes.” Ellos divulgaron estos
rumores sin fundamento y coordinaron las peligrosas jornadas que traen sufrimiento a los niños a
consecuencia de frecuente violencia física y sexual.
Desafortunadamente, las causas reales de la migración masiva hacia el norte recae en la falta de
empleo, un deseo desesperado de ofrecer una vida digna a sus familias y las consecuencias de
sistemas educativos que no han estado a la altura de las necesidades laborales en estos países.
Podemos preguntarnos, ¿y esto en qué nos afecta a nosotros? Nosotros acogemos la regla básica
de que, en términos de asistencia, ayuda y apoyo – nuestras familias y vecinos son prioridad. En
este contexto, tenemos que recordar que América Central y Latinoamérica en general son
nuestros vecinos del sur más cercanos. Por lo tanto, ¿no sería lógico el ayudarles cuando buscan
nuestra asistencia como hermanos y hermanas en la familia humana? Al mismo tiempo, ellos
tienen mucha inspiración que ofrecernos en términos de vida familiar, cultura de trabajo, un
espíritu genuino de hospitalidad y valores de amistad.
¿No sería entonces oportuno que les brindemos nuestra ayuda para lograr ofrecer oportunidades
de trabajo, involucrarnos en actualizaciones educativas y asistirles en desarrollar agua limpia y
abundante? Una enorme mayoría de los latinos con quienes conversé en mi viaje quieren
quedarse en su lugar de origen. Sus aspiraciones reflejan los deseos universales: casarse, formar
una familia, disfrutar de una próspera relación con sus familias, amigos y vecinos en el contexto
de una cultura que produce vida. Ellos esperan disfrutar de todo esto dentro la providencia de un
Dios cariñoso y amoroso.
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Debemos preguntarnos junto al Papa Francisco: ¿cuál es la inversión que podrá lograr y asegurar
de la mejor manera la vida y la dignidad de cada miembro de la familia humana, particularmente
la de nuestros cercanos vecinos del sur?
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