Carmen Elvira Navia * y Marcela Ossa ** Si bien la violencia y las innumerables experiencias traumáticas que ésta conlleva han sido parte inherente del ser humano a través de la historia, sus efectos sobre el equilibrio bio psicosocial del individuo comienzan a ser objeto de estudio sistemático sólo recientemente. Hacia los años ochenta, con la introducción del Síndrome de Estrés Post-Traumático (SEPT) en los manuales de psicodiagnóstico, se inicia el reconocimiento de la naturaleza potencialmente destructiva de una gran cantidad de eventos tales como la violencia social, la guerra, el secuestro, las catástrofes, etc., a los que está expuesta la población general y que habían recibido poca atención como posibles causas de alteraciones en el funcionamiento psicosocial de los individuos. Al reconocer la existencia de desórdenes psicológicos generados por situaciones reales a las que se ve enfrentada diariamente la persona humana, el trauma deja de ser visto como parte de una patología para pasar a ser reconocido como una situación que genera lesiones en personas adaptadas y psicológicamente funcionales1. El secuestro es una de las muchas expresiones de la violencia socio - política en Colombia y su frecuencia ha aumentado en un mil seiscientos por ciento en las últimas dos décadas. De hecho, de acuerdo con las estadísticas de la Policía Nacional y la Fundación País Libre, el número de secuestros se incrementó de 227 casos reportados en 1987 a 3706 en el año 2000. A pesar de su crecimiento y generalización, con excepción de algunas monografías de grado, en Colombia son prácticamente inexistentes los estudios sistemáticos sobre sus efectos psicológicos, tanto en lo que se refiere a la familia como a los individuos secuestrados. Internacionalmente la situación no resulta muy diferente; se encuentran investigaciones sobre prisioneros de guerra o de campos de concentración, desaparecidos en situaciones de represión política, toma de rehenes y secuestros de aviones, pero ninguno sobre el secuestro extorsivo económico en el que la familia negocia por la vida del secuestrado. Con el propósito de conocer la experiencia vivida por las familias durante y después de un secuestro se planteó la * ** 1 Psicóloga Clínica, M.A., Fundación País Libre. Psicóloga, Fundación País Libre. R. Janoff-Bulman, Shattered Assumptions: Towards a new Psychology of Trauma, N.Y., The Free Press, 1992. 68 realización de un estudio cuantitativo y cualitativo orientado a determinar los efectos psicopatológicos del secuestro en secuestrados y familiares; establecer las condiciones de funcionamiento familiar y los mecanismos de afrontamiento que favorecen la superación de la experiencia traumática; conocer el impacto del secuestro sobre el funcionamiento del sistema familiar como un todo y los cambios en sus sistemas de creencias y valores. Al ser éste uno de los primeros estudios sistemáticos sobre el proceso familiar en el secuestro extorsivo económico, nos permite avanzar tanto en la determinación de las consecuencias psicopatológicas en los familiares como en establecer, por primera vez, los cambios experimentados por la familia en la situación de trauma. Para lograr nuestro objetivo se trabajó con 72 familias de secuestrados (18 viviendo el cautiverio y cuatro grupos de 18 familias cada uno, entrevistadas a los dos, seis y doce meses posteriores a la liberación respectivamente), de estratos socio económicos 3, 4, 5 y 6, residentes en diferentes regiones del país2. Los datos fueron obtenidos mediante entrevistas familiares semiestructuradas y cuatro pruebas psicológicas que evaluaban síntomas psicológicos, SEPT, funcionamiento y afrontamiento familiar. La parte cualitativa se trabajó por medio de análisis de contenido, método a través del cual se fueron construyendo las tendencias, categorías y subcategorías evidenciadas en las narraciones familiares. Esto dio como resultado una matriz general de tendencias en la cual se registraron posteriormente las frecuencias para calcular los porcentajes de aparición de las mismas. Siendo la familia nuestro objetivo en este artículo, describiremos sólo las conclusiones del análisis de los resultados de la parte cualitativa que hacen referencia al impacto del secuestro en el nivel del funcionamiento familiar y los cambios en sus sistemas de creencias; resultados que nos permitieron afirmar que este evento se enmarca dentro de un contexto socio - político particular cuyas consecuencias trascienden la sintomatología psicológica y al individuo secuestrado. Más allá de la Víctima Como se dijo anteriormente, la mirada científica, los reportes estadísticos y los estudios epidemiológicos sobre trauma se 2 C.E. Navia, y M. Ossa, Familia y Secuestro: Efectos Psicológicos y Familiares, Proceso de Readaptación y Superación del Evento Traumático, Informe Técnico para Colciencias, Bogotá, 2000. Carmen Elvira Navia y M. Ossa Otras voces El secuestro, un trauma psicosocial han centrado en las víctimas directas, aquellas personas que lo experimentan en carne propia, como si fuesen ellas las únicas en riesgo. Sin embargo, estudios recientes muestran que el impacto psicológico del trauma no puede reducirse a quienes lo viven directamente; sus consecuencias, constructivas y patológicas, se extienden hacia el medio social inmediato, familia y allegados, así como hacia aquellas personas dedicadas a trabajar con este tipo de población3. Buscando explicar la presencia de síntomas de traumatismo en quienes brindan soporte y ayuda a las víctimas de trauma, Figley y Klebler4 propusieron la noción de traumatización secundaria, definida como el desarrollo de los síntomas de estrés post-traumático producto de saber acerca de la experiencia traumática en otro ser humano o de tener que apoyar a quien padece los síntomas. De acuerdo con estos autores, el contacto constante con víctimas, así como la observación o exposición vicaria a situaciones de trauma, nos confrontan con los elementos característicos de este tipo de situaciones: la impotencia, la desorganización y la ruptura, cuestionando nuestras creencias sobre el control y la vulnerabilidad5. Observando cuidadosamente los estudios sobre trauma y familia encontramos que la mayoría de ellos ha planteado la presencia o ausencia de patología en el miembro traumatizado como la causa de la presentación de efectos psicológicos secundarios en los familiares. Implícito en este planteamiento está el supuesto de que es la patología más que el trauma en sí mismo, lo que desencadena los efectos psicológicos observados en los familiares. Casi ninguno ha asumido que es la experiencia traumática, independientemente de la patología, la que genera una cambio en el sistema familiar. Al iniciar este estudio nos preguntábamos si las familias podían ser consideradas víctimas directas o como sistemas 3 Otras voces 4 5 R.A. Kulka, Schlenger, Fairbank, Hough, Jordan, Marmar, y Weiss, Trauma and the Vietnam War Veteran Generation, N.Y., Brunner/Mazel, 1991; I.L McCann,. y L.A. Pearlman, Vicarious Traumatization: A Contextual Model for Understanding the Effects of Trauma on Helpers, Journal of Traumatic Stress, N.3, 1990, págs. 131-149; Z. Solomon, Waysman y Avitzur, Psychiatric Symptomatology among Wives of Soldiers following Combat Stress Reaction: The Roles of the Social Network and Marital Relations, en Anxiety Research, N. 4, 1991, págs. 213-223; Solomon, et.al., Marital Relations and Combat Stress Reaction: The Wives Perspective, en Journal of Marriage and the Family, N. 54, 1992, págs. 316-326. C. R Figley, y R. J. Kleber, Beyond the Victim: Secondary Traumactic Stress, en Beyond Trauma. Cultural and Societal Dymamics, N. Y., Plenum Press, 1995. R. J. Kleber, y D. Brom, in collaboration with P. B. Defares, Coping with Trauma: Theory, Prevention, and Treatment, Amsterdam and Berwin Pennsylvania, Swets and Zeitlinger International, 1992. El secuestro, un trauma psicosocial traumatizados secundariamente por tener que brindar soporte a quienes han experimentado el trauma y desarrollan síntomas posteriores. Los resultados nos permiten concluir que definitivamente las familias son víctimas directas del secuestro: Las familias viven un CAUTIVERIO VIRTUAL, no hay barrotes, no han sido aisladas del mundo, ni tienen una pistola enfrente pero se encuentran encerradas psicológicamente por un secuestrador que aparece y desaparece de manera repentina y azarosa como un ser invisible siempre ahí. Ojos vigilantes y perseguidores que no se sabe dónde están ni dónde nos pueden sorprender. La imposibilidad de ver y convivir con el captor despierta todas las fantasías. A esa voz a través de un teléfono se le ponen diferentes cuerpos y caras y como siempre aparece de manera sorpresiva y en apariencia conociendo todos los movimientos de la familia, cualquiera puede ser el enemigo. Esto genera una gran angustia y la sensación de no poder confiar en nadie. Ya no se sabe quién es amigo y quién traidor. Al igual que el secuestrado, las familias viven en el filo entre la vida y la muerte: Lo que pasa es que en ese periodo de la vida, uno a toda hora se siente amenazado, o sea es como estar en cuidados intensivos a toda hora... 6 Además de vivir una experiencia análoga a la de los secuestrados, los resultados sobre índices de SEPT y sintomatología psicológica post secuestro indicaron que no existían diferencias significativas entre los familiares y los exsecuestrados, confirmando, una vez más, que las familias son tan víctimas como el secuestrado mismo, que los efectos psicológicos son similares y la presencia de psicopatología en los familiares no está asociada, como lo han asumido la mayoría de los estudios, con la presencia de síntomas de estrés post-traumático en el individuo traumatizado. En lo que se refiere a las consecuencias sobre el funcionamiento del sistema familiar, los datos nos permiten concluir que el secuestro tiene efectos tanto constructivos como destructivos. Durante el cautiverio, aunque la familia se une para afrontar la situación, se presentan altos índices de conflicto familiar; los miembros de la familia vuelcan sobre el sistema sus sentimientos de rabia e impotencia y la tensión que genera la negociación. Después de la liberación la mayoría de las familias (69.2%) reporta un mayor compromiso 6 C.E. Navia, y M. Ossa, Sometimiento y Libertad: Manejo Psicológico y Familiar del Secuestro, Bogotá, Colciencias y la Fundación País Libre, 2000. 69 70 relación y comunicación son alterados. Es todo un sistema el que ha sido traumatizado. Más allá de la patología Aunque la noción de estrés traumático constituyó un paso hacia el reconocimiento del contexto como fuente potencial de alteraciones psicológicas, la mirada de los científicos ha descuidado la experiencia misma del trauma y el contexto dentro del cual éste surge y en el cual debe ser elaborado psíquicamente. Todo trauma expone a la persona a una situación que desafía sus mecanismos de comportamiento y psicológicos de enfrentamiento y cuestiona sus creencias y construcciones más fundamentales sobre sí mismo y el mundo que lo rodea. Según Janoff Bulman7, las personas tienen un sistema de creencias acerca del mundo y de sí mismas que les permite relacionarse con el entorno y con los otros. Creencias tales como la confianza en los demás, la sensación de tener control sobre lo que nos sucede y queremos hacer, el sentimiento de invulnerabilidad personal reflejado en la idea de que nada nos puede destruir y el reconocimiento del valor propio, sirven como base para actuar tranquilamente en el mundo y darle sentido a nuestra existencia. Estas creencias, denominadas fundamentales por Janoff Bulman, son una constante en nuestra forma de pensar, sentir y actuar; sin embargo, un evento traumático tiene el poder de desestructurarlas al poner a la persona en una situación extrema que puede desencadenar pérdidas serias o la muerte. Así, el trauma psicológico trasciende la patología manifestada en el Síndrome de Estrés Post Traumático y otros síntomas pues altera la concepción que tiene el individuo sobre el mundo y pone en tela de juicio su relación consigo mismo, con el entorno y con los demás. Una comprensión profunda del trauma psicológico implica penetrar el mundo interno de las víctimas y reconocer sus efectos en los diferentes niveles de la vivencia del mismo. La información brindada por las 72 familias víctimas de secuestro que participaron en el estudio sugiere que este evento traumático generalmente altera las creencias sobre el control, la vulnerabilidad personal, la confianza y lo bueno y lo malo; además, impulsa a las personas a reflexionar sobre sus valores y aquellos presentes en la sociedad. 7 Janoff-Bulman, Shattered Assumptions... Carmen Elvira Navia y M. Ossa Otras voces familiar y la tendencia a encerrarse en sí mismas y aunque, como lo afirman ellas, se le da más valor e importancia a la vida familiar, las narraciones indican que lo que motiva este movimiento es el temor al entorno. El medio familiar es el único que se siente como seguro y confiable. De igual manera, se cierran los límites observándose una tendencia a cuidarse mutuamente y mantenerse al tanto de lo que cada uno hace, permaneciendo expectantes frente a cualquier eventualidad. La separación sufrida durante tres, seis, doce o más meses obliga a una gran cantidad de familias (46.3%) a tener que reconstruir sus relaciones de pareja y familia: Viene uno pues caminando, como sea, chueco o derecho pero juntos, ¿no? Y llega el momento que ¡Pum. Lo separan a uno! Y uno vive una cosa, el otro vive otra cosa, entonces uno crece en algo, el otro en otra cosa... También uno decrece en otros, puede decirse entre comillas, el otro en otras. Y volver a unirse... Que todo ese período es como de volverse a conocer, de volverse a encontrar, de intercambios de experiencias, de crecimientos, de lo que hablamos ahorita, de cambio de visión del mundo, de la vida, de todo... (Cuenta una de las entrevistadas). El reencuentro y la reconstrucción del sistema de relaciones, si bien genera una crisis, por lo general lleva a un cambio favorable en cuanto promueve el desarrollo de relaciones basadas en la aceptación y el respeto por el otro como ser humano. Según lo reportado por las familias, el secuestro abrió la puerta hacia la construcción de relaciones de pareja más cooperativas y simétricas; bien debido a que el cautiverio les permitió a las esposas caer en cuenta de su capacidad para manejar situaciones y asumir responsabilidades diferentes a las del cuidado del hogar, o bien porque los esposos que regresan se involucran más en la vida de pareja y de familia asumiendo un rol más activo. En otros casos, menos frecuentes (18.5%), el secuestro deja como secuela conflictos familiares constantes que surgen por el desplazamiento de los sentimientos de rabia que genera el secuestro o porque se culpan mutuamente, ya sea por haber sido secuestrados o por lo que se hizo o dejo de hacerse durante la negociación. En estos casos, las narraciones permiten concluir que las familias quedan atrapadas en la situación traumática sin posibilidad de elaborarla y superarla. Los resultados, tanto en términos de los reportes de las familias como en función de los índices de psicopatología nos llevan a concluir que definitivamente el secuestro extorsivo económico es un evento traumático que modifica el sistema familiar; la familia no sólo es el medio inmutable que está allí para recibir y brindar apoyo al miembro traumatizado, sino un sistema cuyas reglas, roles, creencias, valores, patrones de Otras voces El secuestro siempre llega repentinamente; la posibilidad pudo haberse considerado previamente pero ésta siempre es remota hasta que ocurre. El orden de la vida y la rutina, más o menos definida, se rompen y las estrategias comúnmente utilizadas para hacerle frente a las dificultades resultan insuficientes en esta situación que en un principio invade arrasando con todo. Las familias de repente se encuentran con el sufrimiento y la posibilidad de morir y se hace evidente que no es posible controlar todo lo que nos ocurre. La sensación de descontrol es más frecuente durante el cautiverio (44.5%) y disminuye significativamente en las familias que ya tienen a su ser querido en casa (13 %), hecho que corrobora, una vez más, la naturaleza traumática del cautiverio para la familia. Si bien después de la liberación las familias ganan de nuevo control sobre sus vidas, muchas de ellas encuentran que la experiencia del secuestro fue una oportunidad para redefinir su posición frente a las opciones de control en la vida y reconocer que hay cosas que definitivamente se salen de las manos. El 33.4% de las familias adquirió una visión más realista frente al mundo definiendo límites con respecto a lo que se puede manejar y aquello que no; por lo tanto, desarrollando creencias más funcionales para relacionarse con el entorno y los demás: Digamos, yo creo que uno antes decía yo voy a hacer esto, voy a estudiar, voy a trabajar, como que ahora es más, ahora es todo como dependiendo de... a la larga de las otras personas... Antes uno creía que uno podía manejar más su vida... lo que uno quería. En cuanto a las creencias sobre el control en la dimensión de la relación del individuo, en tanto que ciudadano, con el Estado, el secuestro genera una sensación de desprotección al confrontar la creencia de que cumplir con las normas y las reglas es garantía de seguridad sobre lo que va suceder. Esta situación genera desconcierto frente al sistema de justicia y cuestiona el papel que juegan las instituciones estatales en este flagelo: Ahí es cuando se da uno cuenta de lo desprotegido que está... supuestamente cuando te hablaba que uno hace un esfuerzo pagando impuestos y cosas de esas esperando que el Estado retribuya en algo a una sociedad... y resulta que con eso se da uno cuenta que no existe eso... es una sociedad definitivamente con un Estado que no ofrece garantías (Cuenta una familia). La agresión injustificable e incontrolable, aunada a la sensación de no contar con mecanismos de regulación social que generen seguridad, lleva a las familias a cuestionar la base fundamental de las relaciones: la confianza. Según los resultados del estudio, en los casos de secuestro este efecto resulta mucho más notorio durante el cautiverio, período en el cual fue mayor el porcentaje de familias (38.9%) que reportó El secuestro, un trauma psicosocial una pérdida total de confianza en los demás que el de aquellas que lo manifestaron después de la liberación (24.1%). No obstante, aunque después del cautiverio las familias reconstruyen la sensación de confianza en los demás, en la mayoría ésta tiende a ser mucho más selectiva, restringiendo la interacción con el entorno a aquellas personas más conocidas y allegadas al círculo social inmediato. Las demás personas son vistas como posibles amenazas o interesadas en sacar algún provecho de la relación: Lo que pasa es que mi esposo salió pues que no cree en nadie, no hay amigos, mejor dicho... todo el mundo le habla a uno por interés... él cree que si yo tengo una amiga, esa amiga se habla conmigo porque le estoy prestando plata o le estoy regalando plata o la estoy manteniendo o alguna cosa. La vivencia del secuestro pone a las familias en contacto con el lado destructivo de la naturaleza humana llevándolas a cuestionar sus creencias sobre lo bueno y lo malo. Muchas familias (46%) sienten haber despertado a la realidad al hacerse conscientes de la posibilidad de ser destruidos por otro ser humano, aspecto que parecería haber sido negado previamente, al menos en lo que se refiere a la posibilidad de ser ellos mismos víctimas de la violencia de otra persona. Esto no sólo lo reconocen en los agresores sino algunos también en sí mismos (3.7%), al sentir que el secuestro los puso en contacto con sus propios instintos destructivos. La rabia generada por las exigencias de los secuestradores conduce a algunas personas a sentir, por primera vez, el claro deseo de eliminar a alguien : Yo antes nunca había pensado en llegar a matar a una persona, pero en ese momento cuando uno tiene rabia y todo, entonces uno dice sí. Es que yo hablaba con él (secuestrador) y yo después colgaba... Yo hablaba con el tipo normalmente y colgaba y me daban ganas de matarlo, matarlo. Caer en cuenta de la capacidad destructiva de otro ser humano y de uno mismo es vivido como la pérdida de la ingenuidad, pérdida que puede ser elaborada y aceptada, o rechazada. Las personas que la aceptan adquieren una visión más realista del mundo en la cual integran lo negativo y lo positivo. En este proceso realizan el duelo de la visión anterior en la cual sólo cabía lo bueno y le abren campo a los demás aspectos de la vida: Uno veía la vida con más alegría, con más entusiasmo, con más perspectivas positivas... antes de eso... entonces la vida se le va... se le hace a uno más dura... la vida hay que aprenderla a vivir con sus tristezas y con sus alegrías. En este sentido, estas familias adquieren conciencia de que la vida no siempre es fácil y gratificante y, por lo tanto, es necesario aprovechar en mayor medida los buenos momentos. Además, reconocen el carácter mortal del ser 71 72 esas, pues va uno a tener la suficiente madurez para poder enfrentar cualquier problema que se presente y salir adelante. El ver la muerte cercana y, sin embargo tener una segunda oportunidad, conduce a las familias a reevaluar su escala de valores y cambiar las prioridades que tenían antes: El secuestro es vivido como un morir y resucitar que moviliza a las personas a restarle valor a lo material y a rescatar el valor de lo humano, lo cotidiano y lo afectivo8. Así, las familias aumentan el valor dado a la vida, la libertad, la espiritualidad y el amor a la familia y, de otro lado, le restan relevancia al dinero y al trabajo; prefieren disminuir el tiempo dedicado al logro de objetivos materiales e invertirlo más bien en la familia. En este sentido, la experiencia del secuestro se convierte en la posibilidad de encontrarse con los aspectos esenciales de la vida, lo que da como resultado una visión diferente de lo que es relevante y lo que no. Esto es considerado como una ganancia al aumentar la calidad de la vida interior de cada persona así como enriquecer la vida familiar. En conclusión, la ruptura de estas creencias fundamentales puede tener consecuencias positivas o negativas. Una situación límite como el secuestro puede desencadenar un proceso de reflexión que dé como resultado la adquisición de una posición más realista frente al entorno y los demás al ampliarse la visión del mundo para incorporar lo negativo, lo impredecible y lo inmanejable. En contraste, otras personas pierden el sostén que les daba la seguridad para actuar en su entorno y permanecen con la sensación de que algo malo puede ocurrir en cualquier momento. Esta situación limita su productividad y creatividad al encerrarlas en un pequeño espacio que es el único seguro. Desafortunadamente, a pesar de que algunos pueden sacar provecho de esta revolución interna y reconstruir su mundo con cimientos más fuertes, son más los que quedan sin piso y optan por recluirse. Lo anterior sugiere que el secuestro está rompiendo los lazos sociales indispensables para lograr el compromiso de cada ciudadano con intereses colectivos que conduzcan a la solución de los problemas que nos afectan actualmente. Secuestro y contexto social Al ser el secuestro un fenómeno de violencia socio política, moviliza a las familias afectadas por este flagelo a cuestionar 8 C.E. Navia, y M. Ossa, Familia y Secuestro..., pág. 73. Carmen Elvira Navia y M. Ossa Otras voces humano lo cual es aceptado como un hecho evidente en la vida. Las familias que no elaboran la pérdida de la creencia en un mundo solamente bueno, confiable y controlable se tornan pesimistas ante el futuro y se evidencia su sensación constante de incapacidad de manejar, dentro de límites reales, lo que les sucede. Verse obligados a coexistir con hechos tales como la posibilidad de sufrir y morir los cuestiona generándoles la sensación de que no vale la pena planear y anticipar pues en cualquier momento se pueden morir. La muerte se convierte en una compañía constante que ensombrece y limita la vida: Uno nunca está pensando que se va a morir mañana, cierto? Se ve la vida, de toda maneras, insoportable con esta serie de cosas y, de alguna manera, forma un resultado negativo que queda de eso... es que uno queda con ese síndrome de que de un momento a otro pueden cambiar las circunstancias totales. Las creencias sobre el control, la confianza y lo bueno y lo malo nos remiten a la sensación de vulnerabilidad o invulnerabilidad personal. Los resultados del estudio nos indican que si bien vivimos en un medio violento e inseguro, es como si la violencia estuviera en otro lugar y nunca llegara a afectarnos directamente convirtiéndonos en sus víctimas; casi todas las familias entrevistadas (90.32%) se consideraban invulnerables frente al secuestro antes de que éste les sucediera y rompieron con esta creencia a raíz del mismo. Aunque la gran mayoría rompe con la creencia de invulnerabilidad frente al secuestro, muchas de ellas continúan viendo como muy remota la posibilidad de que les vuelva a ocurrir (25.8%). Los demás reconocen que el secuestro es un riesgo que enfrentamos todos, lo cual puede generar un temor permanente o ser aceptado y manejado. Sin embargo, la tendencia observada es a permanecer con temor indicando el desarrollo de una relación mediada por la sensación de vulnerabilidad y falta de control sobre el entorno en la mayoría de las víctimas ( 62.9%): El secuestro lo hace a uno entender que uno es ¡tan vulnerable! Y eso crea demasiada inestabilidad. Aunque es mínimo el porcentaje, algunas familias aprenden a aceptar que el ser humano es vulnerable y limitado en su capacidad de prever y prevenir los sucesos y catástrofes de la vida; para ellas, el secuestro se convierte en un evento que les permite desarrollar la tenacidad y madurez necesarias para hacerle frente a las situaciones críticas de la vida: Se logra tener la madurez para enfrentar ese tipo de situaciones, uno nunca se imagina que le va a pasar y uno llega a la conclusión de que va a ser capaz el día de mañana, Dios no lo quiera, pero si uno llega a vivir una situación de Otras voces la situación social actual. Aproximadamente una cuarta parte (22%) de las familias entrevistadas reportó sentir un profundo desencanto de la situación ética en nuestra sociedad al constatar o descubrir que no se respetan los mínimos éticos, tales como la vida, la libertad y la justicia, indispensables para garantizar la vida en comunidad y el desarrollo integral de cada ser humano. Haber sufrido un profundo irrespeto de los derechos fundamentales y además, continuar recordando esta experiencia cada vez que escuchan las noticias de otros secuestros, genera desconcierto frente al país y la sensación de estar en un lugar amenazante y riesgoso. Resulta difícil identificarse con una sociedad en la que prevalece el ánimo de destrucción y en la que cada vez son menos claros los parámetros de justicia con los que se reprende a aquellos que violan la ley. El desencanto del país, sumado a una sensación de temor constante mantenida por la presencia del secuestro y otros hechos violentos, por las constantes amenazas y la ejecución de las mismas a quienes intentan influir sobre la situación y por la polarización social, generan la sensación de impotencia frente a la violencia que aqueja actualmente a Colombia. Lo anterior también se refleja en la tendencia observada en la mayoría de las familias entrevistadas (79.16%) a percibirse como espectadores pasivos frente al secuestro y la situación de conflicto vivida actualmente. Solo una mínima parte (15 %) se reconoció como parte de una sociedad que ha permitido la generalización de este delito y consideró que era necesario asumir una responsabilidad en la búsqueda de soluciones a este problema9. Los hechos aquí descritos nos indican que el secuestro no sólo afecta a los individuos y a las familias en su funcionamiento íntimo sino sus relaciones con el contexto social. En este sentido, consideramos que la presencia constante del secuestro va minando sutilmente la red de relaciones sociales, al romper las bases sobre las cuales se fundamenta. Nos obliga a centrarnos en lo privado viendo lo público y al país como algo de lo cual hay que protegerse y defenderse. Y en este proceso de defensa las víctimas se sienten absolutamente solas, desamparadas por un Estado incapaz de protegerlas, e impotentes frente a una situación que perciben como externa a ellas y sobre la cual no pueden tener injerencia alguna. El miedo generalizado, la desesperanza, la sensación de impotencia frente a lo que acontece y la tendencia a aceptar pasivamente lo que sucede a nuestro alrededor, son efectos 9 Ibid. El secuestro, un trauma psicosocial psicológicos de la vivencia constante del secuestro que sugieren la presencia de un trauma psicosocial; la herida psíquica ha sido producida socialmente, se mantiene y alimenta en la relación entre el individuo y la sociedad que constantemente se va deteriorando. Los traumas no ocurren en el vacío, se dan dentro de un medio social, cultural y político particular que se convierte en un marco de referencia tanto para la interpretación del evento como traumático, como para la superación o no, del mismo. Y esto resulta aún más relevante en el caso de aquellos traumas que surgen como expresión de la violencia sociopolítica de un país, tal y como lo es el secuestro actualmente en Colombia. Como lo afirmaron la mayoría de las familias, el secuestro no es un hecho puntual que se presenta, causa un daño y desaparece. Su presencia constante en la sociedad, la exposición continua a través de los medios de comunicación y la posibilidad siempre presente de que vuelva a ocurrir, a pesar de las medidas de seguridad que se tomen, son factores que dificultan la superación de la experiencia y la posibilidad de ganar de nuevo una sensación de control y manejo. Por otro lado, además de tener que enfrentar el trauma, las familias se ven abocadas a confrontar las pérdidas que éste generó: deudas, menores ingresos y desplazamiento del lugar de residencia buscando un sitio más seguro, tanto dentro como fuera del país. Esto convierte al secuestro en una experiencia compleja enmarcada dentro un contexto socio- político que no ofrece los elementos de seguridad, confianza y apoyo necesarios para superarla adecuadamente; por el contrario, lo que observamos diariamente a través de los medios de comunicación, de las experiencias de nosotros y de quienes nos rodean, es la ratificación constante de la impotencia de la sociedad civil ante el conflicto armado. De allí que consideremos necesario ampliar nuestra mirada buscando comprender los efectos del secuestro en la relación del individuo con la sociedad. Igualmente, determinar los elementos del contexto que favorecen o dificultan una asimilación adecuada; es decir, la posibilidad de darle un sentido y un significado a lo sucedido. En este orden de ideas, nos preguntamos, si a pesar de vernos abocados a vivir diariamente el secuestro poseeremos un discurso social que nos permita interpretar lo que sucede o si, por el contrario, únicamente contamos con cifras y noticias alarmantes que sólo nos describen una situación recalcando nuestra impotencia e incapacidad. La percepción de este caos frente al que no se ven posibilidades de salida, el temor y la confusión que produce, alteran la capacidad de pensar racionalmente sobre la situación y nos colocan en una posición de defensa constante 73 74 víctimas. Esto nos lleva a afirmar que somos una sociedad traumatizada dentro de una contexto que perpetúa y mantiene la situación; una situación que, por su misma reiteración, va perdiendo la calidad de imprevista y fuera de lo común para tornarse en algo normal, común, esperado y con lo cual nos vamos acostumbrando a vivir. Carmen Elvira Navia y M. Ossa Otras voces más que de acción y de construcción. Pero no son sólo las víctimas directas, secuestrados y familias, los afectados. La exposición constante a este delito tiene efectos en quienes los observan y como se dijo anteriormente, comienzan a experimentar de manera vicaria la situación traumática, generándose en ellas un proceso similar al observado en las