Guardar - Revista de Estudios Sociales

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Carmen Elvira Navia * y Marcela Ossa **
Si bien la violencia y las innumerables experiencias traumáticas
que ésta conlleva han sido parte inherente del ser humano a
través de la historia, sus efectos sobre el equilibrio bio– psicosocial del individuo comienzan a ser objeto de estudio
sistemático sólo recientemente. Hacia los años ochenta, con la
introducción del Síndrome de Estrés Post-Traumático (SEPT) en
los manuales de psicodiagnóstico, se inicia el reconocimiento
de la naturaleza potencialmente destructiva de una gran
cantidad de eventos tales como la violencia social, la guerra, el
secuestro, las catástrofes, etc., a los que está expuesta la
población general y que habían recibido poca atención como
posibles causas de alteraciones en el funcionamiento
psicosocial de los individuos. Al reconocer la existencia de
desórdenes psicológicos generados por situaciones reales a las
que se ve enfrentada diariamente la persona humana, el
trauma deja de ser visto como parte de una patología para
pasar a ser reconocido como una situación que genera
lesiones en personas adaptadas y psicológicamente
funcionales1.
El secuestro es una de las muchas expresiones de la
violencia socio - política en Colombia y su frecuencia ha
aumentado en un mil seiscientos por ciento en las últimas dos
décadas. De hecho, de acuerdo con las estadísticas de la
Policía Nacional y la Fundación País Libre, el número de
secuestros se incrementó de 227 casos reportados en 1987 a
3706 en el año 2000. A pesar de su crecimiento y
generalización, con excepción de algunas monografías de
grado, en Colombia son prácticamente inexistentes los
estudios sistemáticos sobre sus efectos psicológicos, tanto en
lo que se refiere a la familia como a los individuos
secuestrados. Internacionalmente la situación no resulta muy
diferente; se encuentran investigaciones sobre prisioneros de
guerra o de campos de concentración, desaparecidos en
situaciones de represión política, toma de rehenes y secuestros
de aviones, pero ninguno sobre el secuestro extorsivo
económico en el que la familia negocia por la vida del
secuestrado.
Con el propósito de conocer la experiencia vivida por las
familias durante y después de un secuestro se planteó la
*
**
1
Psicóloga Clínica, M.A., Fundación País Libre.
Psicóloga, Fundación País Libre.
R. Janoff-Bulman, Shattered Assumptions: Towards a new Psychology of
Trauma, N.Y., The Free Press, 1992.
68
realización de un estudio cuantitativo y cualitativo orientado a
determinar los efectos psicopatológicos del secuestro en
secuestrados y familiares; establecer las condiciones de
funcionamiento familiar y los mecanismos de afrontamiento
que favorecen la superación de la experiencia traumática;
conocer el impacto del secuestro sobre el funcionamiento del
sistema familiar como un todo y los cambios en sus sistemas
de creencias y valores. Al ser éste uno de los primeros estudios
sistemáticos sobre el proceso familiar en el secuestro extorsivo
económico, nos permite avanzar tanto en la determinación de
las consecuencias psicopatológicas en los familiares como en
establecer, por primera vez, los cambios experimentados por
la familia en la situación de trauma.
Para lograr nuestro objetivo se trabajó con 72 familias de
secuestrados (18 viviendo el cautiverio y cuatro grupos de 18
familias cada uno, entrevistadas a los dos, seis y doce meses
posteriores a la liberación respectivamente), de estratos socio económicos 3, 4, 5 y 6, residentes en diferentes regiones del
país2. Los datos fueron obtenidos mediante entrevistas
familiares semiestructuradas y cuatro pruebas psicológicas que
evaluaban síntomas psicológicos, SEPT, funcionamiento y
afrontamiento familiar. La parte cualitativa se trabajó por
medio de análisis de contenido, método a través del cual se
fueron construyendo las tendencias, categorías y
subcategorías evidenciadas en las narraciones familiares. Esto
dio como resultado una matriz general de tendencias en la
cual se registraron posteriormente las frecuencias para calcular
los porcentajes de aparición de las mismas.
Siendo la familia nuestro objetivo en este artículo,
describiremos sólo las conclusiones del análisis de los
resultados de la parte cualitativa que hacen referencia al
impacto del secuestro en el nivel del funcionamiento familiar y
los cambios en sus sistemas de creencias; resultados que nos
permitieron afirmar que este evento se enmarca dentro de un
contexto socio - político particular cuyas consecuencias
trascienden la sintomatología psicológica y al individuo
secuestrado.
Más allá de la Víctima
Como se dijo anteriormente, la mirada científica, los reportes
estadísticos y los estudios epidemiológicos sobre trauma se
2
C.E. Navia, y M. Ossa, “Familia y Secuestro: Efectos Psicológicos y Familiares,
Proceso de Readaptación y Superación del Evento Traumático”, Informe Técnico
para Colciencias, Bogotá, 2000.
Carmen Elvira Navia y M. Ossa
Otras voces
El secuestro, un trauma psicosocial
han centrado en las víctimas directas, aquellas personas que lo
experimentan en carne propia, como si fuesen ellas las únicas
en riesgo. Sin embargo, estudios recientes muestran que el
impacto psicológico del trauma no puede reducirse a quienes
lo viven directamente; sus consecuencias, constructivas y
patológicas, se extienden hacia el medio social inmediato,
familia y allegados, así como hacia aquellas personas
dedicadas a trabajar con este tipo de población3.
Buscando explicar la presencia de síntomas de
traumatismo en quienes brindan soporte y ayuda a las
víctimas de trauma, Figley y Klebler4 propusieron la noción de
“traumatización secundaria”, definida como el desarrollo de
los síntomas de estrés post-traumático producto de saber
acerca de la experiencia traumática en otro ser humano o de
tener que apoyar a quien padece los síntomas. De acuerdo
con estos autores, el contacto constante con víctimas, así
como la observación o exposición vicaria a situaciones de
trauma, nos confrontan con los elementos característicos de
este tipo de situaciones: la impotencia, la desorganización y la
ruptura, cuestionando nuestras creencias sobre el control y la
vulnerabilidad5.
Observando cuidadosamente los estudios sobre trauma y
familia encontramos que la mayoría de ellos ha planteado la
presencia o ausencia de patología en el miembro
traumatizado como la causa de la presentación de efectos
psicológicos secundarios en los familiares. Implícito en este
planteamiento está el supuesto de que es la patología más
que el trauma en sí mismo, lo que desencadena los efectos
psicológicos observados en los familiares. Casi ninguno ha
asumido que es la experiencia traumática,
independientemente de la patología, la que genera una
cambio en el sistema familiar.
Al iniciar este estudio nos preguntábamos si las familias
podían ser consideradas víctimas directas o como sistemas
3
Otras voces
4
5
R.A. Kulka, Schlenger, Fairbank, Hough, Jordan, Marmar, y Weiss, Trauma and
the Vietnam War Veteran Generation, N.Y., Brunner/Mazel, 1991; I.L McCann,. y
L.A. Pearlman, “Vicarious Traumatization: A Contextual Model for
Understanding the Effects of Trauma on Helpers”, Journal of Traumatic Stress,
N.3, 1990, págs. 131-149; Z. Solomon, Waysman y Avitzur, “Psychiatric
Symptomatology among Wives of Soldiers following Combat Stress Reaction:
The Roles of the Social Network and Marital Relations”, en Anxiety Research, N.
4, 1991, págs. 213-223; Solomon, et.al., “Marital Relations and Combat Stress
Reaction: The Wives’ Perspective”, en Journal of Marriage and the Family, N. 54,
1992, págs. 316-326.
C. R Figley, y R. J. Kleber, “Beyond the “Victim”: Secondary Traumactic Stress”,
en Beyond Trauma. Cultural and Societal Dymamics, N. Y., Plenum Press, 1995.
R. J. Kleber, y D. Brom, in collaboration with P. B. Defares, Coping with Trauma:
Theory, Prevention, and Treatment, Amsterdam and Berwin Pennsylvania, Swets
and Zeitlinger International, 1992.
El secuestro, un trauma psicosocial
traumatizados secundariamente por tener que brindar soporte
a quienes han experimentado el trauma y desarrollan síntomas
posteriores. Los resultados nos permiten concluir que
definitivamente las familias son víctimas directas del secuestro:
Las familias viven un CAUTIVERIO VIRTUAL, no hay barrotes,
no han sido aisladas del mundo, ni tienen una pistola enfrente
pero se encuentran encerradas psicológicamente por un
secuestrador que aparece y desaparece de manera repentina y
azarosa como un ser invisible siempre ahí. Ojos vigilantes y
perseguidores que no se sabe dónde están ni dónde nos
pueden sorprender.
La imposibilidad de ver y convivir con el captor despierta todas
las fantasías. A esa voz a través de un teléfono se le ponen
diferentes cuerpos y caras y como siempre aparece de manera
sorpresiva y en apariencia conociendo todos los movimientos
de la familia, cualquiera puede ser el enemigo. Esto genera
una gran angustia y la sensación de no poder confiar en
nadie. Ya no se sabe quién es amigo y quién traidor.
Al igual que el secuestrado, las familias viven en el filo entre la
vida y la muerte: ‘Lo que pasa es que en ese periodo de la
vida, uno a toda hora se siente amenazado, o sea es como
estar en cuidados intensivos a toda hora...’ 6
Además de vivir una experiencia análoga a la de los
secuestrados, los resultados sobre índices de SEPT y
sintomatología psicológica post – secuestro indicaron que
no existían diferencias significativas entre los familiares y
los exsecuestrados, confirmando, una vez más, que las
familias son tan víctimas como el secuestrado mismo, que
los efectos psicológicos son similares y la presencia de
psicopatología en los familiares no está asociada, como lo
han asumido la mayoría de los estudios, con la presencia
de síntomas de estrés post-traumático en el individuo
traumatizado.
En lo que se refiere a las consecuencias sobre el
funcionamiento del sistema familiar, los datos nos permiten
concluir que el secuestro tiene efectos tanto constructivos
como destructivos. Durante el cautiverio, aunque la familia se
une para afrontar la situación, se presentan altos índices de
conflicto familiar; los miembros de la familia vuelcan sobre el
sistema sus sentimientos de rabia e impotencia y la tensión
que genera la negociación. Después de la liberación la
mayoría de las familias (69.2%) reporta un mayor compromiso
6
C.E. Navia, y M. Ossa, Sometimiento y Libertad: Manejo Psicológico y Familiar
del Secuestro, Bogotá, Colciencias y la Fundación País Libre, 2000.
69
70
relación y comunicación son alterados. Es todo un sistema el
que ha sido traumatizado.
Más allá de la patología
Aunque la noción de estrés traumático constituyó un paso
hacia el reconocimiento del contexto como fuente potencial
de alteraciones psicológicas, la mirada de los científicos ha
descuidado la experiencia misma del trauma y el contexto
dentro del cual éste surge y en el cual debe ser elaborado
psíquicamente. Todo trauma expone a la persona a una
situación que desafía sus mecanismos de comportamiento y
psicológicos de enfrentamiento y cuestiona sus creencias y
construcciones más fundamentales sobre sí mismo y el mundo
que lo rodea.
Según Janoff – Bulman7, las personas tienen un sistema
de creencias acerca del mundo y de sí mismas que les permite
relacionarse con el entorno y con los otros. Creencias tales
como la confianza en los demás, la sensación de tener
control sobre lo que nos sucede y queremos hacer, el
sentimiento de invulnerabilidad personal reflejado en la idea
de que nada nos puede destruir y el reconocimiento del valor
propio, sirven como base para actuar tranquilamente en el
mundo y darle sentido a nuestra existencia. Estas creencias,
denominadas fundamentales por Janoff – Bulman, son una
constante en nuestra forma de pensar, sentir y actuar; sin
embargo, un evento traumático tiene el poder de
desestructurarlas al poner a la persona en una situación
extrema que puede desencadenar pérdidas serias o la muerte.
Así, el trauma psicológico trasciende la patología
manifestada en el Síndrome de Estrés Post – Traumático y
otros síntomas pues altera la concepción que tiene el
individuo sobre el mundo y pone en tela de juicio su relación
consigo mismo, con el entorno y con los demás. Una
comprensión profunda del trauma psicológico implica
penetrar el mundo interno de las víctimas y reconocer sus
efectos en los diferentes niveles de la vivencia del mismo. La
información brindada por las 72 familias víctimas de secuestro
que participaron en el estudio sugiere que este evento
traumático generalmente altera las creencias sobre el control,
la vulnerabilidad personal, la confianza y lo bueno y lo malo;
además, impulsa a las personas a reflexionar sobre sus valores
y aquellos presentes en la sociedad.
7
Janoff-Bulman, Shattered Assumptions...
Carmen Elvira Navia y M. Ossa
Otras voces
familiar y la tendencia a encerrarse en sí mismas y aunque,
como lo afirman ellas, se le da más valor e importancia a la
vida familiar, las narraciones indican que lo que motiva este
movimiento es el temor al entorno. El medio familiar es el
único que se siente como seguro y confiable. De igual
manera, se cierran los límites observándose una tendencia a
cuidarse mutuamente y mantenerse al tanto de lo que cada
uno hace, permaneciendo expectantes frente a cualquier
eventualidad.
La separación sufrida durante tres, seis, doce o más meses
obliga a una gran cantidad de familias (46.3%) a tener que
reconstruir sus relaciones de pareja y familia: “Viene uno pues
caminando, como sea, chueco o derecho pero juntos, ¿no? Y
llega el momento que ¡Pum. Lo separan a uno! Y uno vive
una cosa, el otro vive otra cosa, entonces uno crece en algo, el
otro en otra cosa... También uno decrece en otros, puede
decirse entre comillas, el otro en otras. Y volver a unirse... Que
todo ese período es como de volverse a conocer, de volverse a
encontrar, de intercambios de experiencias, de crecimientos,
de lo que hablamos ahorita, de cambio de visión del mundo,
de la vida, de todo...” (Cuenta una de las entrevistadas). El
reencuentro y la reconstrucción del sistema de relaciones, si
bien genera una crisis, por lo general lleva a un cambio
favorable en cuanto promueve el desarrollo de relaciones
basadas en la aceptación y el respeto por el otro como ser
humano. Según lo reportado por las familias, el secuestro
abrió la puerta hacia la construcción de relaciones de pareja
más cooperativas y simétricas; bien debido a que el cautiverio
les permitió a las esposas caer en cuenta de su capacidad para
manejar situaciones y asumir responsabilidades diferentes a
las del cuidado del hogar, o bien porque los esposos que
regresan se involucran más en la vida de pareja y de familia
asumiendo un rol más activo.
En otros casos, menos frecuentes (18.5%), el secuestro
deja como secuela conflictos familiares constantes que surgen
por el desplazamiento de los sentimientos de rabia que
genera el secuestro o porque se culpan mutuamente, ya sea
por haber sido secuestrados o por lo que se hizo o dejo de
hacerse durante la negociación. En estos casos, las narraciones
permiten concluir que las familias quedan atrapadas en la
situación traumática sin posibilidad de elaborarla y superarla.
Los resultados, tanto en términos de los reportes de las
familias como en función de los índices de psicopatología nos
llevan a concluir que definitivamente el secuestro extorsivo
económico es un evento traumático que modifica el sistema
familiar; la familia no sólo es el medio inmutable que está allí
para recibir y brindar apoyo al miembro traumatizado, sino un
sistema cuyas reglas, roles, creencias, valores, patrones de
Otras voces
El secuestro siempre llega repentinamente; la posibilidad
pudo haberse considerado previamente pero ésta siempre es
remota hasta que ocurre. El orden de la vida y la rutina, más
o menos definida, se rompen y las estrategias comúnmente
utilizadas para hacerle frente a las dificultades resultan
insuficientes en esta situación que en un principio invade
arrasando con todo. Las familias de repente se encuentran
con el sufrimiento y la posibilidad de morir y se hace evidente
que no es posible controlar todo lo que nos ocurre. La
sensación de descontrol es más frecuente durante el cautiverio
(44.5%) y disminuye significativamente en las familias que ya
tienen a su ser querido en casa (13 %), hecho que corrobora,
una vez más, la naturaleza traumática del cautiverio para la
familia. Si bien después de la liberación las familias ganan de
nuevo control sobre sus vidas, muchas de ellas encuentran
que la experiencia del secuestro fue una oportunidad para
redefinir su posición frente a las opciones de control en la vida
y reconocer que hay cosas que definitivamente se salen de las
manos. El 33.4% de las familias adquirió una visión más
realista frente al mundo definiendo límites con respecto a lo
que se puede manejar y aquello que no; por lo tanto,
desarrollando creencias más funcionales para relacionarse con
el entorno y los demás: “Digamos, yo creo que uno antes
decía yo voy a hacer esto, voy a estudiar, voy a trabajar, como
que ahora es más, ahora es todo como dependiendo de... a la
larga de las otras personas... Antes uno creía que uno podía
manejar más su vida... lo que uno quería”.
En cuanto a las creencias sobre el control en la dimensión
de la relación del individuo, en tanto que ciudadano, con el
Estado, el secuestro genera una sensación de desprotección al
confrontar la creencia de que cumplir con las normas y las
reglas es garantía de seguridad sobre lo que va suceder. Esta
situación genera desconcierto frente al sistema de justicia y
cuestiona el papel que juegan las instituciones estatales en
este flagelo: “Ahí es cuando se da uno cuenta de lo
desprotegido que está... supuestamente cuando te hablaba
que uno hace un esfuerzo pagando impuestos y cosas de esas
esperando que el Estado retribuya en algo a una sociedad... y
resulta que con eso se da uno cuenta que no existe eso... es
una sociedad definitivamente con un Estado que no ofrece
garantías” (Cuenta una familia).
La agresión injustificable e incontrolable, aunada a la
sensación de no contar con mecanismos de regulación social
que generen seguridad, lleva a las familias a cuestionar la base
fundamental de las relaciones: la confianza. Según los
resultados del estudio, en los casos de secuestro este efecto
resulta mucho más notorio durante el cautiverio, período en el
cual fue mayor el porcentaje de familias (38.9%) que reportó
El secuestro, un trauma psicosocial
una pérdida total de confianza en los demás que el de
aquellas que lo manifestaron después de la liberación
(24.1%). No obstante, aunque después del cautiverio las
familias reconstruyen la sensación de confianza en los demás,
en la mayoría ésta tiende a ser mucho más selectiva,
restringiendo la interacción con el entorno a aquellas personas
más conocidas y allegadas al círculo social inmediato. Las
demás personas son vistas como posibles amenazas o
interesadas en sacar algún provecho de la relación: “Lo que
pasa es que mi esposo salió pues que no cree en nadie, no
hay amigos, mejor dicho... todo el mundo le habla a uno por
interés... él cree que si yo tengo una amiga, esa amiga se
habla conmigo porque le estoy prestando plata o le estoy
regalando plata o la estoy manteniendo o alguna cosa”.
La vivencia del secuestro pone a las familias en contacto
con el lado destructivo de la naturaleza humana llevándolas a
cuestionar sus creencias sobre lo bueno y lo malo. Muchas
familias (46%) sienten haber despertado a la realidad al
hacerse conscientes de la posibilidad de ser destruidos por
otro ser humano, aspecto que parecería haber sido negado
previamente, al menos en lo que se refiere a la posibilidad de
ser ellos mismos víctimas de la violencia de otra persona. Esto
no sólo lo reconocen en los agresores sino algunos también
en sí mismos (3.7%), al sentir que el secuestro los puso en
contacto con sus propios instintos destructivos. La rabia
generada por las exigencias de los secuestradores conduce a
algunas personas a sentir, por primera vez, el claro deseo de
eliminar a alguien : “Yo antes nunca había pensado en llegar
a matar a una persona, pero en ese momento cuando uno
tiene rabia y todo, entonces uno dice sí. Es que yo hablaba
con él (secuestrador) y yo después colgaba... Yo hablaba con
el tipo normalmente y colgaba y me daban ganas de matarlo,
matarlo”.
Caer en cuenta de la capacidad destructiva de otro ser
humano y de uno mismo es vivido como la “pérdida de la
ingenuidad”, pérdida que puede ser elaborada y aceptada, o
rechazada. Las personas que la aceptan adquieren una visión
más realista del mundo en la cual integran lo negativo y lo
positivo. En este proceso realizan el duelo de la visión anterior
en la cual sólo cabía lo bueno y le abren campo a los demás
aspectos de la vida: “Uno veía la vida con más alegría, con
más entusiasmo, con más perspectivas positivas... antes de
eso... entonces la vida se le va... se le hace a uno más dura...
la vida hay que aprenderla a vivir con sus tristezas y con sus
alegrías”. En este sentido, estas familias adquieren conciencia
de que la vida no siempre es fácil y gratificante y, por lo tanto,
es necesario aprovechar en mayor medida los buenos
momentos. Además, reconocen el carácter mortal del ser
71
72
esas, pues va uno a tener la suficiente madurez para poder
enfrentar cualquier problema que se presente y salir
adelante”.
El ver la muerte cercana y, sin embargo tener una segunda
oportunidad, conduce a las familias a reevaluar su escala de
valores y cambiar las prioridades que tenían antes: “El
secuestro es vivido como un morir y resucitar que moviliza a
las personas a restarle valor a lo material y a rescatar el valor
de lo humano, lo cotidiano y lo afectivo”8. Así, las familias
aumentan el valor dado a la vida, la libertad, la espiritualidad
y el amor a la familia y, de otro lado, le restan relevancia al
dinero y al trabajo; prefieren disminuir el tiempo dedicado al
logro de objetivos materiales e invertirlo más bien en la
familia. En este sentido, la experiencia del secuestro se
convierte en la posibilidad de encontrarse con los aspectos
esenciales de la vida, lo que da como resultado una visión
diferente de lo que es relevante y lo que no. Esto es
considerado como una ganancia al aumentar la calidad de la
vida interior de cada persona así como enriquecer la vida
familiar.
En conclusión, la ruptura de estas creencias fundamentales
puede tener consecuencias positivas o negativas. Una
situación límite como el secuestro puede desencadenar un
proceso de reflexión que dé como resultado la adquisición de
una posición más realista frente al entorno y los demás al
ampliarse la visión del mundo para incorporar lo negativo, lo
impredecible y lo inmanejable. En contraste, otras personas
pierden el sostén que les daba la seguridad para actuar en su
entorno y permanecen con la sensación de que algo malo
puede ocurrir en cualquier momento. Esta situación limita su
productividad y creatividad al encerrarlas en un pequeño
espacio que es el único seguro. Desafortunadamente, a pesar
de que algunos pueden sacar provecho de esta revolución
interna y reconstruir su mundo con cimientos más fuertes, son
más los que quedan sin piso y optan por recluirse. Lo anterior
sugiere que el secuestro está rompiendo los lazos sociales
indispensables para lograr el compromiso de cada ciudadano
con intereses colectivos que conduzcan a la solución de los
problemas que nos afectan actualmente.
Secuestro y contexto social
Al ser el secuestro un fenómeno de violencia socio – política,
moviliza a las familias afectadas por este flagelo a cuestionar
8
C.E. Navia, y M. Ossa, “Familia y Secuestro...”, pág. 73.
Carmen Elvira Navia y M. Ossa
Otras voces
humano lo cual es aceptado como un hecho evidente en la
vida.
Las familias que no elaboran la pérdida de la creencia en
un mundo solamente bueno, confiable y controlable se tornan
pesimistas ante el futuro y se evidencia su sensación constante
de incapacidad de manejar, dentro de límites reales, lo que les
sucede. Verse obligados a coexistir con hechos tales como la
posibilidad de sufrir y morir los cuestiona generándoles la
sensación de que no vale la pena planear y anticipar pues en
cualquier momento se pueden morir. La muerte se convierte
en una compañía constante que ensombrece y limita la vida:
“Uno nunca está pensando que se va a morir mañana, cierto?
Se ve la vida, de toda maneras, insoportable con esta serie de
cosas y, de alguna manera, forma un resultado negativo que
queda de eso... es que uno queda con ese síndrome de que
de un momento a otro pueden cambiar las circunstancias
totales”.
Las creencias sobre el control, la confianza y lo bueno y lo
malo nos remiten a la sensación de vulnerabilidad o
invulnerabilidad personal. Los resultados del estudio nos
indican que si bien vivimos en un medio violento e inseguro,
es como si la violencia estuviera en otro lugar y nunca llegara
a afectarnos directamente convirtiéndonos en sus víctimas;
casi todas las familias entrevistadas (90.32%) se consideraban
invulnerables frente al secuestro antes de que éste les
sucediera y rompieron con esta creencia a raíz del mismo.
Aunque la gran mayoría rompe con la creencia de
invulnerabilidad frente al secuestro, muchas de ellas continúan
viendo como muy remota la posibilidad de que les vuelva a
ocurrir (25.8%). Los demás reconocen que el secuestro es un
riesgo que enfrentamos todos, lo cual puede generar un
temor permanente o ser aceptado y manejado. Sin embargo,
la tendencia observada es a permanecer con temor indicando
el desarrollo de una relación mediada por la sensación de
vulnerabilidad y falta de control sobre el entorno en la
mayoría de las víctimas ( 62.9%): “El secuestro lo hace a uno
entender que uno es ¡tan vulnerable! Y eso crea demasiada
inestabilidad”.
Aunque es mínimo el porcentaje, algunas familias
aprenden a aceptar que el ser humano es vulnerable y
limitado en su capacidad de prever y prevenir los sucesos y
catástrofes de la vida; para ellas, el secuestro se convierte en
un evento que les permite desarrollar la tenacidad y madurez
necesarias para hacerle frente a las situaciones críticas de la
vida: “Se logra tener la madurez para enfrentar ese tipo de
situaciones, uno nunca se imagina que le va a pasar y uno
llega a la conclusión de que va a ser capaz el día de mañana,
Dios no lo quiera, pero si uno llega a vivir una situación de
Otras voces
la situación social actual. Aproximadamente una cuarta parte
(22%) de las familias entrevistadas reportó sentir un profundo
desencanto de la situación ética en nuestra sociedad al
constatar o descubrir que no se respetan los mínimos éticos,
tales como la vida, la libertad y la justicia, indispensables para
garantizar la vida en comunidad y el desarrollo integral de
cada ser humano. Haber sufrido un profundo irrespeto de los
derechos fundamentales y además, continuar recordando esta
experiencia cada vez que escuchan las noticias de otros
secuestros, genera desconcierto frente al país y la sensación
de estar en un lugar amenazante y riesgoso. Resulta difícil
identificarse con una sociedad en la que prevalece el ánimo de
destrucción y en la que cada vez son menos claros los
parámetros de justicia con los que se reprende a aquellos que
violan la ley.
El desencanto del país, sumado a una sensación de temor
constante mantenida por la presencia del secuestro y otros
hechos violentos, por las constantes amenazas y la ejecución
de las mismas a quienes intentan influir sobre la situación y
por la polarización social, generan la sensación de impotencia
frente a la violencia que aqueja actualmente a Colombia. Lo
anterior también se refleja en la tendencia observada en la
mayoría de las familias entrevistadas (79.16%) a percibirse
como espectadores pasivos frente al secuestro y la situación
de conflicto vivida actualmente. Solo una mínima parte (15
%) se reconoció como parte de una sociedad que ha
permitido la generalización de este delito y consideró que era
necesario asumir una responsabilidad en la búsqueda de
soluciones a este problema9.
Los hechos aquí descritos nos indican que el secuestro no
sólo afecta a los individuos y a las familias en su
funcionamiento íntimo sino sus relaciones con el contexto
social. En este sentido, consideramos que la presencia
constante del secuestro va minando sutilmente la red de
relaciones sociales, al romper las bases sobre las cuales se
fundamenta. Nos obliga a centrarnos en lo privado viendo lo
público y al país como algo de lo cual hay que protegerse y
defenderse. Y en este proceso de defensa las víctimas se
sienten absolutamente solas, desamparadas por un Estado
incapaz de protegerlas, e impotentes frente a una situación
que perciben como externa a ellas y sobre la cual no pueden
tener injerencia alguna.
El miedo generalizado, la desesperanza, la sensación de
impotencia frente a lo que acontece y la tendencia a aceptar
pasivamente lo que sucede a nuestro alrededor, son efectos
9
Ibid.
El secuestro, un trauma psicosocial
psicológicos de la vivencia constante del secuestro que
sugieren la presencia de un trauma psicosocial; la herida
psíquica ha sido producida socialmente, se mantiene y
alimenta en la relación entre el individuo y la sociedad que
constantemente se va deteriorando.
Los traumas no ocurren en el vacío, se dan dentro de un
medio social, cultural y político particular que se convierte en
un marco de referencia tanto para la interpretación del evento
como traumático, como para la superación o no, del mismo.
Y esto resulta aún más relevante en el caso de aquellos
traumas que surgen como expresión de la violencia sociopolítica de un país, tal y como lo es el secuestro actualmente
en Colombia. Como lo afirmaron la mayoría de las familias, el
secuestro no es un hecho puntual que se presenta, causa un
daño y desaparece. Su presencia constante en la sociedad, la
exposición continua a través de los medios de comunicación y
la posibilidad siempre presente de que vuelva a ocurrir, a pesar
de las medidas de seguridad que se tomen, son factores que
dificultan la superación de la experiencia y la posibilidad de
ganar de nuevo una sensación de control y manejo. Por otro
lado, además de tener que enfrentar el trauma, las familias se
ven abocadas a confrontar las pérdidas que éste generó:
deudas, menores ingresos y desplazamiento del lugar de
residencia buscando un sitio más seguro, tanto dentro como
fuera del país. Esto convierte al secuestro en una experiencia
compleja enmarcada dentro un contexto socio- político que
no ofrece los elementos de seguridad, confianza y apoyo
necesarios para superarla adecuadamente; por el contrario, lo
que observamos diariamente a través de los medios de
comunicación, de las experiencias de nosotros y de quienes
nos rodean, es la ratificación constante de la impotencia de la
sociedad civil ante el conflicto armado.
De allí que consideremos necesario ampliar nuestra mirada
buscando comprender los efectos del secuestro en la relación
del individuo con la sociedad. Igualmente, determinar los
elementos del contexto que favorecen o dificultan una
asimilación adecuada; es decir, la posibilidad de darle un
sentido y un significado a lo sucedido. En este orden de ideas,
nos preguntamos, si a pesar de vernos abocados a vivir
diariamente el secuestro poseeremos un discurso social que
nos permita interpretar lo que sucede o si, por el contrario,
únicamente contamos con cifras y noticias alarmantes que
sólo nos describen una situación recalcando nuestra
impotencia e incapacidad.
La percepción de este caos frente al que no se ven
posibilidades de salida, el temor y la confusión que produce,
alteran la capacidad de pensar racionalmente sobre la
situación y nos colocan en una posición de defensa constante
73
74
víctimas. Esto nos lleva a afirmar que somos una sociedad
traumatizada dentro de una contexto que perpetúa y
mantiene la situación; una situación que, por su misma
reiteración, va perdiendo la calidad de imprevista y fuera de lo
común para tornarse en algo “normal”, común, esperado y
con lo cual nos vamos acostumbrando a vivir.
Carmen Elvira Navia y M. Ossa
Otras voces
más que de acción y de construcción. Pero no son sólo las
víctimas directas, secuestrados y familias, los afectados. La
exposición constante a este delito tiene efectos en quienes los
observan y como se dijo anteriormente, comienzan a
experimentar de manera vicaria la situación traumática,
generándose en ellas un proceso similar al observado en las
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