POESÍA TRADICIONAL ESPAÑOLA – DE AUTOR ANÓNIMO – SIGLOS XV a XVII- ROMANCES VIEJOS ROMANCE DEL ENAMORADO Y LA MUERTE Un sueño soñaba anoche, soñito del alma mía, soñaba con mis amores que en mis brazos la tenía. Vi entrar señora tan blanca muy más que la nieve fría. - ¿Por dónde has entrado amor? ¿Cómo has entrado mi vida? Las puertas están cerradas, ventanas y celosías. - No soy el amor, amante: la Muerte que Dios te envía. - ¡Ay, Muerte tan rigurosa, déjame vivir un día! - Un día no puede ser, una hora tienes de vida. Muy de prisa se calzaba, más de prisa se vestía; ya se va para la calle, en donde su amor vivía. - ¡Ábreme la puerta, blanca, ábreme la puerta niña! - ¿Como te podré yo abrir si la ocasión no es venida? Mi padre no fue al palacio, mi madre no está dormida. - Si no me abres esta noche, ya no me abrirás querida; la Muerte me está buscando, junto a ti vida sería. - Vete bajo la ventana donde ladraba y cosía, te echaré cordón de seda para que subas arriba, y si el cordón no alcanzare mis trenzas añadiría. La fina seda se rompe; la Muerte que allí venía: - Vamos, el enamorado, que la hora ya está cumplida. POESÍA CLÁSICA ESPAÑOLA – SIGLO XVII- SIGLO DE ORO DE LA LITERATURA ESPAÑOLA FRANCISCO DE QUEVEDO AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE... Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera; mas no de esotra parte en la ribera dejará la memoria en donde ardía: nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, medulas, que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejarán, no su cuidado; serán cenizas, mas tendrán sentido; polvo serán, mas polvo enamorado. POESÍA DEL ROMANTICISMO ESPAÑOL – (MEDIADOS DEL SIGLO XIX) GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER RIMA LIII Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán. Pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar, aquellas que aprendieron nuestros nombres... ¡esas... no volverán!. Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez a la tarde aún más hermosas sus flores se abrirán. Pero aquellas, cuajadas de rocío cuyas gotas mirábamos temblar y caer como lágrimas del día... ¡esas... no volverán! Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará. Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido...; desengáñate, ¡así... no te querrán! POESÍA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX – ROMANCEO GITANO (DÉCADA DE 1920) FEDERICO GARCÍA LORCA ROMANCE DE LA LUNA, LUNA A Conchita García Lorca La luna vino a la fragua con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño. Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados. Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño, déjame, no pises mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño, tiene los ojos cerrados. Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumaya, ¡ay, cómo canta en el árbol! Por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando. POESÍA MODERNISTA – LATINOAMÉRICA – ARGENTINA – PRINCIPIO DEL SIGLO XX ALFONSINA STORNI DOLOR Quisiera esta tarde divina de octubre pasear por la orilla lejana del mar; que la arena de oro, y las aguas verdes, y los cielos puros me vieran pasar. Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera, como una romana, para concordar con las grandes olas, y las rocas muertas y las anchas playas que ciñen el mar. Con el paso lento, y los ojos fríos y la boca muda, dejarme llevar; ver cómo se rompen las olas azules contra los granitos y no parpadear; ver cómo las aves rapaces se comen los peces pequeños y no despertar; pensar que pudieran las frágiles barcas hundirse en las aguas y no suspirar; ver que se adelanta, la garganta al aire, el hombre más bello, no desear amar... Perder la mirada, distraídamente, perderla y que nunca la vuelva a encontrar: y, figura erguida, entre cielo y playa, sentirme el olvido perenne del mar.