En la mente del Asesino

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En la mente del Asesino
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Titulo Original: El gato negro
Autor: Edgar Allan Poe
Ilustracion, diagramación y edición: Eliana Marulanda Suárez
Reservados todos los derechos.
Prohibida su reproducción total o parcial de esta obra.
Impreso en Colombia, Febrero 2011
ISBN 956.03-7665-1
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No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco
y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito imediato consiste en poner
de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de
episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me
han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido.
Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para
otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal
vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a
lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho
menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
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Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón
era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de
burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una
gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba.
Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué
a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado
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cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me
moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la
retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de
aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la
frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera
mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales
domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más
agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.
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Este último era un animal de notable tamaño y
hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi
mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa,
aludía con frecuencia a la antigua creencia popular
de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente,
y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
los gatos negros son
brujas metamorfoseadas.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había
convertido en mi favorito y mi camarada.
Sólo yo le daba de comer y él me seguía por
todas partes en casa. Me costaba mucho
impedir que anduviera tras de mí en la calle. Nuestra amistad
duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente
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por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi
¿qué enfermedad es
comparable al alcohol?
mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia
consideración
Plutón, sin
como
para
embargo, conservé suficiente
abstenerme
de
maltratarlo,
cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro
cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban
en mi camino.
Mi enfermedad, se agravaba -pues, ¿qué
enfermedad es comparable al alcohol?-, y
finalmente el mismo Plutón, que ya estaba
viejo y algo enojadizo, empezó a sufrir las
consecuencias de mi mal humor.
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¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en
que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que
no debía cometerla?
¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo?
.
Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en
mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de
vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer
mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a
consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia.
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Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el
pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué
mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo
remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que
me había querido y porque estaba seguro de que no me
había dado motivo para matarlo; lo ahorqué por-que sa
le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la
rama de un árbol
bía que, al hacerlo,cometía un pecado, un
pecado motal que comprometería mi alma
hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá
del alcance de la infinita misericordia del
Dios más misericordioso y más terrible.
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: “¡Incendio!” Las cortinas de
mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo.
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La noche de aquel mismo día en que
cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: “¡Incendio!” Las cor-
desastre y mi criminal acción.
Pero estoy detallando una cadena
tinas de mi cama eran una llama viva
de hechos y no quiero dejar ningún
y toda la casa estaba ardiendo. Con
eslabón incompleto. Al día siguiente del
gran dificultad pudimos escapar de
incendio acudí a visitar las ruinas Salvo
la conflagración mi mujer, un sirviente
una, las paredes se habían desplomado.
y yo. Todo quedó destruido. Mis bie-
La que quedaba en pie era un tabique di-
nes terrenales se perdieron y desde ese
visorio de poco espesor,situado en el centro
mo mento tuve que resignarme a la des-
de la casa, y contra el cual se apoyaba antes
esperanza. No incurriré en la debilidad de
la cabecera de mi lecho.
establecer
una
relación
de causa y efecto entre el
toda la casa estaba ardiendo.
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16
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una
taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos
había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber
advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto.
Plutón no tenía el
menor pelo blanco
en el cuerpo
Me aproximé y la toqué con la mano. Era un
gato negro muy grande, tan grande como
Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente an-
Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un
daba buscando. De inmediato, propuse su compra al taber-
detalle. Plutón no tenía el menor pelo blan-
nero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás
co en el cuerpo, mientras este gato mostraba
lo había visto antes ni sabía nada de él. Continué acariciando
una vasta aunque indefinida mancha blanca
al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pa-
que le cubría casi todo el pecho. Al sentirse
reció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera,
acariciado se enderezó prontamente, ronro-
deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo.
neando con fuerza, se frotó contra mi mano y
Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y
pareció encantado de mis atenciones.
se convirtió en el gran favorito de mi mujer.
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19
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia
aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño
por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de
disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba
sentí nacer en
mí una antipatía.
encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y
el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi
maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve
odio fue descubrir, a la mañana siguiente
de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violen-
de haberlo traído a casa, que aquel gato,
cia; pero gradualmente -muy gradualmente- lle-
igual que Plutón, era tuerto. Esta circuns-
gué a mirarlo con inexpresable odio y a huir
tancia fue precisamente la que lo hizo más
en silencio de su detestable presencia,
grato a mi mujer, quien, como ya dije, po-
como si fuera una emanación de la peste.
seía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi
rasgo distintivo y la fuente de mis placeres
más simples y más puros. El cariño del gato
20
18
por mí parecía aumentar en el mismo grado
que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que
me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me
sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas,
prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar,
se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o
bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para
poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque an-
fatiga
siaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por
verguenza
el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismopor un espantoso temor al animal.
¡ansiaba aniquilarlo
de un solo golpe!
odio
amargura
19
21
quel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi
avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales
me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por
una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya
he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el
que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande
,me había parecido al principio de forma indefinida; pero gra-
¡Oh lúgubre y terrible máquina
dualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó
durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por
ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del mosntruo si
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hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la
imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo!
¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte! Me sentí entonces más miserable que todas
las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz
de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a
imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude
ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura
Patíbulo!
no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a
hora de los más horrorosos
sueños, para sentir el ardiente
aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso
-pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente
sobre mi corazón.
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23
muerte cerebral:
cese total e
irreversible de
la actividad de
todo el cerebro.
24
22
impacto
del hacha
ni sangre,
ni oxígeno
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo
poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los
más perversos pensamientos. La melancolía
habitual de mi humor creció hasta convertirse
en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba
cayó muerta a mis pies.
y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada
se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los
repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me
abandonaba. Cierto día, para cumplir una tarea doméstica,
me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra
pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un
hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe .
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25
era imposible sacarlo de casa
día / noche
cavar una tumba en
el piso del sótano.
descuartizar el
cuerpo y quemar
los pedazos.
Hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria.
Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que
demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la
cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies. Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con
toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver.
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24
arrojar el cuerpo
al pozo del patio
Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como
de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento
pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no
convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un
cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar
a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al
fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí
emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los
monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas. El
sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco
resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de
una falsa chimenea.
25
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28
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sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: “Aquí, por
lo menos, no he trabajado en vano” Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causana. te de tanta desgracia,
“Aquí, por lo menos, no
he trabajado en vano”
pues al final me había decidido a matarla.
Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado
sellado, pero, por lo visto, el astuto ani
mal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor.
Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho.
No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde
su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alm
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Gozaba de una suprema felicidad
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no
volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre!¡Ya no volvería a contemplarlo!
Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me
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preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo
una perquisición en la casa; naturalmente, no se descubrió
nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada. Al cuarto
un grupo de policías se
presentó inesperadamente
día del asesinato, un grupo de policías se
presentó inesperadamente y procedió a una
Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los
nueva y rigurosa inspección. Convencido de
brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para
que mi escondrijo era impenetrable, no sentí
allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se
la más leve inquietud. Los oficiales me pidie-
disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era dema-
ron que los acompañara en su examen. No
siado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles,
dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final,
por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar
por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano.
doblemente mi inocencia.-Caballeros -dije, por fin, cuando el
Los seguí sin que me temblara un solo mús-
grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado
culo. Mi corazón latía tranquilamente, como
sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de corte-
el de aquel que duerme en la inocencia.
sía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy
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