Visita a la Enfermería Escolar Para llegar a la oficina de Judy Rosenfeld hay que pasar caminando por la recepción tapizada de azulejo oscuro de la preparatoria Misión y luego hay que bajar las escaleras, pasar por los murales de dioses con cabezas de ave y otros personajes del folclor maya y bajar hacia otro pasillo del sótano hacia una pequeña sala de concreto con casi el mismo espacio de suelo que una cobija para picnic. Se escucha jazz experimental a un volumen bajo. Hay dos pósters grandes del sistema reproductivo masculino y femenino en la pared. Los pósters están ahí no porque sea divertido verlos todo el día sino porque funcionan como pistas para comenzar una conversación. La preparatoria Misión tiene un programa de educación sexual, pero Rosenfeld, una mujer pequeña y de cabello canoso con un aire de una calma infinita ya tiene listas un montón de preguntas. “La menstruación: ¿Qué es?” es una. “¿Es esto normal?” es otra. “¿Estoy lista para tener sexo?” es también otra pregunta común. “La percepción es”, dijo Rosenfeld, “que todo mundo está teniendo sexo. Pero en San Francisco, sólo el 17 por ciento de adolescentes entre las edades de 14 y 18 han informado haber tenido sexo. En los últimos 30 días, al menos. Y eso no significa todos”. La mayor parte de la decoración de la sala tiene un doble uso como anzuelos de conversación: el estante con tubos de ensayo muestran las cantidades relativas de azúcar, grasa y sal en cosas como la gelatina y el refresco. Hay un recipiente pesado con una masa negra que se puede agitar, para que la masa adentro supure por los lados un líquido aceitoso (el anzuelo para la plática de “tal vez no deberías fumar”). Y hay un contenedor de Tupperware apilado con diferentes ejemplos de métodos de control de la natalidad. Alguien toca la puerta. Es un alumno con una mano envuelta en un vendaje elástico. “Duele mucho”, dice, como si explicara. “Ay dios”, dijo Rosenfeld. Le quita el vendaje y sostiene su mano en la de ella, tocándola delicadamente como si fuera una clarividente. La sala es tan pequeña que sus rodillas casi se tocan. “Está muy hinchada”. “Me pegué con el casco mientras practicábamos fútbol americano”, dijo. “Qué buen equipo”, dice ella. “¿Cuál es tu GPA?” “3.88”. “Motivan bastante al equipo de fútbol americano a que tengan buenas calificaciones”, dijo Rosenfeld orgullosa. Voltea su mirada al jugador de fútbol americano. “¿Te sacaron rayos x?” “No”, dijo. “Tomé Advil”. Más tarde ese mismo día, Rosenfeld le llamaría a sus padres y les pediría personalmente que le llevaran a sacar rayos x — el cual revelaría que ha estado caminando con una fractura ósea. Rosenfeld trabaja en la preparatoria Misión tiempo completo, y algunas veces el endeble estado de las cosas tal y como está existe gracias a subsidios federales, el Departamento de Salud Pública, la oficina del alcalde y la misma preparatoria Misión. Rosenfeld puede sentir los cambios, dice, cuando hay muchos alumnos que vienen a su oficina con problemas dentales que no han sido atendidos. Para algunos niños aquí, Rosenfeld es la única profesional de cuidado a la salud que han visto. Rosenfeld ve a alumnos que son indigentes, alumnos que están en tratamiento de quimioterapia, alumnos con enfermedades crónicas, alumnos que acaban de llegar a los Estados Unidos y no hablan Inglés. “Tenemos el lujo — no debería decir lujo, pero sí lo es — de referir a los niños a la salud mental”, dijo Rosenfeld. “La mayor parte de los niños lo toman en serio. Es una gran oportunidad para enseñarle a los niños a tomar control de sus vidas. No pueden controlar su hogar y no pueden controlar a sus padres de familia, pero pueden controlar lo que hacen en la escuela”. Hace alguna vez Rosenfeld fue enfermera trabajando con pacientes externos con SIDA en el Hospital General de San Francisco. En ese trabajo ganaba más, pero le gusta más este. Aquí está fuera de la jerarquía del hospital. Ve a los mismos pacientes durante cuatro años, conoce a sus familias y los observa crecer. Cuando alguien escribe sobre la preparatoria Misión, a menudo es en el contexto de los retos que representa la escuela. Para Rosenfeld, la situación es más complicada. “Trabajar aquí hace que me sienta increíblemente optimista sobre el futuro”, dijo ella, con una expresión de seriedad y decisión. “Le pregunto a estos niños qué es lo que quieren hacer con sus vidas. La mayor parte de ellos dice que lo que quieren hacer, más que nada, es ser útiles”.