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El centenario de una obra maestra
Escribe: ABELARDO FORERO BE AVIDES
En este año se celebra el centenario de una obra maestra, La historia
de F -r ancia, escrita por J ulio Michelet. Y esa obra se complementa con la
H isto?·ia de la 1·evoluci6n f?·ancesa. Los b·einta v olúmenes se inician con
la 1·omanización de las Galias por César, " esa pálida figura, marchita
antes de la edad por los excesos de Roma, ese hombre delicado y epiléptico"
y concluyen en el momento en que la guillotina da su tenible mordisco a
la cabeza de Robespierre.
El libro es de difícil lectura. No se entrega a la primera ojeada. Presupone en el lector un conocimiento al margen de la historia de Francia,
está escrito con pasión y con rabia. Casi podríamos decir, ante algunos de
sus juicios, deliberadamente injustos, que Michelet carece de la primera
virtud que en los manuales se le atribuye al historiador: la im parcialidad.
Pero a pesar de esa falla ha sobrevivido. Y nadie le arrebata a l\Iichelet
el trono jupiterino entre los historiadores franceses. ¿Por qué ... 7
No es una historia s ino un drama, las escenas patéticas y desordenadas de un drama. "Michelet abusa de las síntesis brillantes y de los símbolos. Tainc le reproc ha el buscar lo patético y el interés más que la verdad. Le da demasiada importancia a las pequeñas causas, se apodera con
alegría de la divi s ión del reino de Luis XIV en dos período s, establecid a
por Lemontey: a nles de la fístula y después de la fistula. Su historia en
veces parece convertirse en una novela tendenciosa, cas i en una novela
atroz. Sus odios son exasperados. Od io al sa cerdote, al 1·ey, a la burguesía.
Se hace parcial y lo sabe muy bien. Sus prefacios lo dicen suficientemente.
H e aquí cómo comprende la crítica:
"La historia no hará nada jamás, si ella no pierde el r espeto, si como
en el viejo poema ella no imita a Renaud de l\lontauban, que toma un
tizón negro para hacerle la barba a Carlomagno. El sacrilegio, la burla
a los falsos di oses es el primer deber del historiador, su indispensable instrumento para restablecer la verdad".
Todos los personajes, desde Martel, hasta Dant.ón, los juzga en el
tiempo presente. E s un contemporáneo que los odia o los ama, los exalta
o los envilece. Tiene para con ellos se ntimientos tan deso t·denados, que
pasan a ser vivos. Los juzga como si estuvieran de cuerpo presente, ejer-
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ciendo sus f unciones y como si Michelet los tuviera que padecer. Una inj usticia del gran rey lo ofende en el corazón. Un paso diplomático de
Alberoni lo hace estallar. Al cardenal Fleury le lanza todos los días, no
u no, sino varios tizones ardientes, para ennegrecer su figura. Y juzga la
p olítica internacional de acuerdo con sus prejuicios: detesta a Austria y
su poder, y no concibe conciliación con el Habsburgo. Detesta a los ingleses
y critica a Voltaire cuando hace el elogio de la constitución . Montesquieu
se rebaja ante sus ojos por haber sido bien r ecibido en la isla. ¿Y E spaña?
E spaña es la fu ente de los males, el símbolo de t odo lo· que Michelet abomina. P obre r ey Felipe V y pobre la reina Farnesio.
Y comete un error: De todos los monarcas del siglo XVIII no admira sino uno, el único que con el tiempo iba a serie fatal a Francia: el
rey F eder ico de Prusia . El zar Pedro el Grande no es sino un oso. " Los
franceses admiraron ese creador de un mundo. Bello creador que con la
VIda, sabía convertirla en la muerte, y que con la sangre levantaba una
máquina, un imposible monstruo". Gr acias a Federico, el pequeño principado de Prusia pasó a convertirse en potencia europea y fue ese el núcleo
creador de la unidad alemana que desató sobre Francia las tres avalanchas. N o lo presentía a sí Michelet. Su entusiasmo es inmenso ante la aparición de un enemigo alemán de los H absburgos. Y lo coloca en la misma
escala de Napoleón. E ste es el retrato que Michelet hace del prusiano :
"Era uno de los nuestros, constantemente inspirado e imbuido p or
Francia. Hasta los quince años, es el hijo del Refugio, educado por los
protestantes. Excelente infl ue ncia austera, que cr ea en él el nervio de la
indomable voluntad. De los quince a los veinte años, copia a Ver salles. La
prisión que suf r ió y la persecución del bárbaro alemán, su padre, lo cambiaron, per o siempre en el sentido de Francia. El fue en s u largo r etiro
de diez años el discípulo de nuestros filósofos. Francés significaba para él
"libre pensador". Ser un r ey francés, le parecía ser rey de los espíritu s y
de la opinión, gran p oder que cultivó siempre. Dos cosas habrían podido
anularlo: las dos enervaciones de los vicios y de la miseria. E se prisionero,
ese vicioso, ese miserable, por encima de todo eso fue señalado por un
signo que promete poco la actividad. Desde los veinte años es pesado. Par eció tomar un sentido, el de las mujeres y el amor. Sus enemigos podían
considerarlo arruinado. P ero fue lo contrario: el cer ebro se creció. La voluntad terrible qu e existía en él, domó la inercia natural, hizo un tipo
úni co, extraordinario de actividad, hasta querer sup ri mir el sueño. Solitario durante diez años en Rheinsberg y no teniendo ningún asunto en sus
manos, se levantaba en plena noche. A las cuatro se le despertaba duramente, aplicándole una toalla mojada . Trabaj aba ocho horas, a puerta
cerrada, hasta mediodía. Leía, pensaba, escribía. Templaba su alma con
un fatali smo duro, que Voltaire en vano combatía. E scribía cartas, historias, memorias.
"Convertido en rey en mayo de 1740, r ecibió de su padre un buen ejército disciplinado, que no había peleado jamás. Muy buenos generales pero
que no habían luchado. Ridículamente se le compara a Bonaparte. El corso
afortunado tuvo la sue rte única de heredar a Massena y a B oche, mandar
a los vencedores de los vencedores. Favorito del destino, recibió de la r evolución la espada encantada, infalible, que p ermitía t oda audacia, inclu-
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sive, todo enor. El ejército de Federico no había hecho la guerra sino en
las plazas de Berlín. Y un ejército no se forma sino en guerra y bajo el
fuego. Su rey, tan novicio como s u ejército, lo condujo, lo dirigió, le enseñó algo más que la victoria, la paciencia, la resolución invencible. Y en
realidad fue él quien lo formó. Lo que no fue Bonaparte, Federico lo fue:
creador.
" A pesa r de los a spectos pequeños y ridículos que ofrecía, visto de
cerca, producía admiración. Al llegar de Franci a y de la muelle vida de
Versalles, no se podía observar la vida dura y fuerte del rey de Prusia, su
enorme labor, si n ser golpeado por el respeto. Este hombre que en las frias
noches del norte, a las cuatro de la mañana, se sentaba en su despacho,
vestido en uniforme, calzando botas, delante de u na montaña de cartas, de
d espachos, de a suntos privados y públicos, y permanecía ahí hasta las once,
haciendo en cada jornada lo que hubiera hecho otro en un mes. Anotando
todo con su mano. Las r espuestas debían llegar antes de la tarde. No tenía
confianza en nadie y tenia que entrar en minuciosos detalles. Unico gen eral, único rey, único administrador, era también juez en los asuntos
dudosos. Gobierno extraño y absurdo. Rey del Caos, de u n Estado discordante de piezas que gemían por estar juntas, de un Estado nuevo en el
q ue nada existía aún, ni las instituciones, ni las personas. Ningún fausto
y ninguna corte. Ningún t emor de que sus gustos d e artista lo disminuyeran a los ojos de los más íntimos. E staba seguro de ser grande.
"Lo que es divertido, es que con esta vida terrible, tensa de estoicismo,
se creyera epicúreo. En palabras era más que mundano, cínico, imitando
un poco pesadamente lo que cr eía el tono de los salones de París".
* * •
¿En dónde se encuentra el secreto de esa gran hi storia? ¿La clarividencia ... ? H em os dicho que no. ¿La imparcialidad 7 No h ay escritor más
parcial, más subjetivo q ue Michelet. "La más intuitiva imaginación del
siglo se encuentra en el mis mo hombre con el espír itu crítico m ás incisivo,
y resulta de esta conjunción una individualidad singular pero perfectamen. . .t a bl e ... " .
te 1mm1
Durante años p ermaneció investigando los archivos de Francia. Cuar enta años pasó en la compañía de esos papeles dormidos, reconstruyendo
la historia. P ero no quería r econstruirla fríamente, sino vivirla. La historia de u na nación, es como la h istor ia de un individuo. La nación tiene
su per sonalidad, s u infancia, sus complejos, s us caídas, su noche y s u luz.
Pasado y presente forman una sola trama. Y no se puede r econstruir la
historia sin sentirla. Y no se puede sentir sin apasionarse. Y no se puede
ser apasionado y al mismo tiempo imparcial.
La documentación que acopió era inmensa, a lo largo de una vida
consagrada a esa labor. Sus juicios tienen el respaldo de hechos comprobados y de un lúcido conocimiento de la época. Pero dentro de cada época ,
el ojo de Michelet se in stala llevando el preconcepto del desenlace: es una
h istoria de Francia escrita de la revolución francesa hacia atl·ás. Consi-
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dera, con razón, que la revolución es el hecho capital de la historia moderna. Pero comete una equivocación al investigar los siglos pasados, conociendo y adoptando el desenlace. Y todo el material histórico que mueve,
es en r elación con el desenlace. No vive el tiempo feudal, como tal tiempo,
dentro de su ámbito peculiar y sus costumbres. Ni vive la monarqufa,
dentro del suyo, como una forma de gobierno brotada de los siglos. Como
sabe que el último de los reyes fue decapitado, decide decapitar los cincuenta reyes anteriores. Juzga como republicana a la monarquía, como
libre-pensadores a los católicos, como partidarios de la r evolución a los
cruzados, como jacobinos a los papas.
El mi smo Michelet nos cuenta cómo surgió en él la idea de escribir la
historia de Francia, ante el inmenso arrume tácito de los muertos documentos, con los cuales convivía como jefe de los archivos :
" Yo no me demoré en darme cuenta, en el silencio aparente de esas
galerías, que allí había un movimiento, u n murmullo que no era el de la
muerte. Esos p apeles, esos pergaminos, dejados allí desde hace tiempo, no
solicitaban otra cosa que volver a la luz. E sos papeles no son papeles sino
vidas de hombres, de provincias, de pueblos. Las familias y los feudos
blasonados, desde el polvo, reclamaban contra el olvido. Las provincias se
levantaban alegando que, equivocadamente, la centralización había creído
eliminarlas. Si se hubiera querido es cucharlos a t odos --como decía ese
sepulturero en el campo de batalla- no habría ni un solo muerto. Todos
vivían y hablaban, rodeaban al autor con un ejército de cien lenguas, que
hacía callar rudamente la gran voz de la república y del imperio".
Y concibió el propósito de hacer sonar esa trompeta para que los
muertos despertaran como en el Valle de Josafat, teniendo ante su mente
la imagen temporal de una Francia modelada durante siglos :
"Francia es una per sona que tiene un alma. E s el país del mundo en
el que la p er sonalidad nacional se aproxima más a la per sonalidad individual".
Y se propuso escribir sobre esa amada persona, animando esas cenizas, esas car tas, esas instrucciones, cubriendo con carne viva los muer tos esqueletos :
u Han
pasado cuarenta años. N o lo creía cuando comencé. He pasado
al lado del mundo. He tomado la historia por la vida. La vida ha fluid o.
Yo no lamento nada, no solicito nada. Qué puedo solicitar yo, querida
Francia, con la cual yo he vivido y que yo dej o ahora con una pena tenaz.
En qué íntima comunidad yo he pasado contigo cuarenta años de mi vida,
diez siglos de la tuya. Qué horas apasionadas, nobles, aust eras, hemos tenido juntos, a ú n durante el invierno, antes del alba. Qué días de labor y
de estudio en el f ondo de los archivos. Yo trabajaba para ti, yo iba, venía,
busca ba, escr ibía. Yo ent regaba cada día todo de mí mismo. A la maña na
siguiente, encontrá ndome en mi mesa, yo me cr eía el mismo, f or talecido
con tu vida poderosa y tu juventud eterna. P ero, ¿cómo, habiendo tenido
esa si ngular felicidad de convivir con una tal sociedad, habiendo vivido
largos a ños con tu alm a grande, no aproveché yo más esa am istad .. . ?
Ah . . . es que para r ehacer t odo eso me fue necesario volver a andar ese
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largo camino de miser·ia, de cruel aventura, de cien cosas mórbidas y fatales. He bebido dema siada amargura. He tenido que tragar muchos flagelos, muchas víboras y muchos reyes.
"Pues bien, mi amada Francia, si ha sido necesario para encontrar
tu vida, que un hombre se entregue, pase y repase el río de los muertos,
él se con suela y te agradece. Y su más grande pena, hoy, es tener que
abandonarte aquí".
• • •
Comprendemos la tristeza del historiador al abandonar hace un siglo
su tarea. Sus personajes no eran inventados de la nada, como los de Balzac, pero volvían a la vida con algo de lo que fueron y con mucho de lo
que el portentoso forjador les atribuyó. Criaturas s uyas. Con las cual es
dialogaba, para indagar su misterio sicológico. A algunas de ellas les lanzaba al rostro la tinta de sus vigilias. Algunas amables, otras odiosas,
casi todas trágicas. Es una especie de Shakespear e, que en cuatro trazos
brutales nos deja para la inmortalidad un retrato. Nos sentimos cohibidos
al tratar de elegir entre mil, algunos de esos óleos. Entre las fav oritas de
la historia, ninguna más favorecida, más favorita, no de Luis XV, sino
de la posteridad, como la Señora de Pompadour. Ese tierno pimpollo aparece en la escena, según la versión de Michelet:
Mademoiselle P oisson, chicuela de París y la hija de P oisson (quemado
en efigie) era de raza de carniceros. De ahí esos tontos chistes sobre la
carne y sobre el pescado. Ella no tenía la frescura de las bellas de la carnicería. En sus retratos ella aparece gentil e insulsa, de una agradable
medi ocridad. Desde temprano se manifestó enfermiza, posiblemente a causa
de la madre, que la hizo trabajar demasiado. Se le predijo a los nueve
años que sería la amante del rey. Su madre, cuya casa atraía a las gentes
de letras, sin cesar hacía la exhibición del prodigio, alabando sus tal entos
y sus encantos, diciendo: 11 Es un bocado de rey ... ".
11
La madre P oisson, adelantó con respecto a Luis XV, como una especie
de sitio, un ataque en todo sentido. La ensayó en el papel de Diana. La ensayó como música. Brillaba en el clavicordio, encantó a la buena Mailly
(primera amante del rey). El efecto fue contrario sobre la T ournelle (segunda amante del r ey ). Una dama que tuvo la imprudencia ele admhar a
la joven P oisson, estuvo a punto de perder un dedo bajo el pi sotón de la
Tournelle enfurecida.
H abía que esperar. Un amigo de los P oisson, la casó con su sobrino
D'Etoile. Encuadrada en el luj o, pudo ir dejando lo que ten ía ele bajo,
se formó y tomó a ctitud. Tuvo un salón, r eun ió a1·lislas y gentes d~ letras, las trompetas del renombre. Pero el gran cam ino de su éxito fue el
teatro, con decoraciones, vestidos, máquinas. Ella desempeñaba el papd
desplegando el talento de una agradable a ctriz de segundo o de tercer
orden. Cantaba con una voz de canario, que se decía voz de ruiseñor. Eso
reso nó m ás alto. El presidente Henault se deslumbró y pudo hablar a la
reina. Más directamente los Tencin se ocuparon del tema. Y rnás directamente un Binet, pariente de los Poisson y valct de clwmbn• del delfín. El
delfín la alabó delante del rey.
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"Por fin una tarde el rey la recibió. Y no se encantó con ella. Tenía
veintitrés años, cuatro años de matrimonio y dos niños. E staba fatigada,
hizo tan poca impresión, que el r ey un mes después no recordaba nada.
Fue necesario ayudar su memoria, recordarle una tarde, una cierta dama.
Se le murmuraba al rey que desde esa tarde, la pobre dama estaba prendada, que su marido era horriblemente celoso y que ella atormentada, desesperada, pensaba en suicidarse. Era abril. El rey partia para Flandes. Se
apresuró todo. Se volvió a t raer a la dama, invitada a comer, la noche del
22. Richelieu estaba allí y no hizo gran caso. Pero COJ'!lO excelente actr iz,
ella di jo que estaba perdida, que no p odía r egresar, que era necesario que
el rey la escondiera no import a donde. Situación picante. E l r ey la situó
en el entr esuelo que existía sobr e su cabeza. Allí, algunos días en secreto,
la tuvo, la alimentó, temblor osa y desolada con las cartas locas que escribía el marido. E sto la vincula decididamente al rey. Ya no la oculta.
La familia sombríamente muda, los murmullos, los r ostt·os malévolos lo
pican. ¿N o es acaso él el amo ... ? Para mortificar a todos la declara
mait?·esse.
" Qué caída después de la bastarda de los Condé y que el r ey llamaba
princesa. E sta chicuela no es bien nacida. Pues bien, tanto mejor. El rey
la ha creado y la hace nacer. En eso pone t odo su placer . En quince días
la decora, la honra, le da un tren de vida y palacios. Ella es y permanecer á la marquesa de P ompadour".
* * *
En el r einado de Luis XV encuentra Michelet el secr eto hontanar de
las desdichas de la monarquía. Fue un gobierno largo, que atraviesa la
mitad del siglo XVIII, cincuenta años decisivos . Y durante ese medio siglo,
Francia estuvo gobernada por un rey inhumano, voluptuoso e indiferente,
r odeado por malos consejeros. No le perdona a Luis XV muchas cosas,
pero entre otras dos : el no haber acudido animosamente a la cooperación
militar con Francisco de Prusia, en contra de Austria.
Y el haber realizado lo que los hist oriadores llaman el derribo e inversión de las alianzas. E s decir, el pacto y alianza entre la Francia de
Luis XV y el Imperio de María Teresa.
Lo que entendió Luis XV, y Michelet, a p esar de su dominio magistral
de la historia no entendió, es que el enemigo capital ya no era Viena, cuyo
poder político se evaporaba lentamente, sino Prusia, que gracias a Federico había concentrado en P ostdam toda la energía que macilentamente se
fugaba de Viena. Y en P rusia, forjada por Federico, habría de tener la
Francia de Michelet el enemigo mortal.
Ya se aproxima la tragedia. Michelet sabe que todo ese largo reino
de Lu is XV, execrado por él y que algunos hi storiadores como Pierre
Gaxotte han quer ido reivindicar, anuncian el rojizo resplandor. Debía
Michelet amar ese reinado, porque en él se incubó el gran fenómeno. Durante ese lapso viv ió Voltai r e. Bajo ese mandato débil, perplejo y ligeramente irresponsable, transcurrió la vida, la melancolía y el delirio de persecución de Rou sseau. En ese cr epúsculo se encendió la Ilustración y D i-
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derot publicó las láminas de la E nciclopedia. Durante esos años de voluptuosidad para la minoría, tomó forma el sentimiento igualitario. La autoridad perdió prestigio, porque atravesó la ciénaga florida de la regencia
y el lago florido en que bogaba Lu is XV, arrullado por voces tiernas. Mirabeau creció, sufrió, se humilló y se formó en esos años. El siglo de Luis
XV es también el siglo de la ciencia, la crítica, la hist oria, la finanza, la
Ilustración, la comedia, el Contrato social. Cuando se representaba la comed:a, en que la propia nobleza se reía de sus a cusadores burlones, Dantón
y Robespierre, a los veinte años, estaban en la galería. El rey disoluto
dejó en her encia el déficit y la alianza con Au stria y como prenda de esa
alianza, llegó María Antonieta. Michelet la juzga inicialmente con benevolencia, dejando a un lado el t errible prejuicio que lo obnubila y qu e
encegueció a toda la nación, en contra del viej o símbolo odiado, la Ca sa
de los Austrias.
De esta manera se presenta María Antonieta en el gigantesco drama
de Michelet :
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La delfina tenía el mérito de la obediencia, porque todos sus gustos
la alejaban del delfín. El era serio y se aplicaba, empleando su fuerte
memo ria. Am enazado de ser rey, hubiera querido entrever los asuntos y
ser admitido en el consejo. E studiaba con buen éxito y s in que lo supiera
Lu is XV, con un oficial instruido que le hablaba de gu erra y de administración. La delfina, por el contrario, no tuvo ningún gusto por los estudios. Su madre la había olvidado hasta los trece años, hasta la fecha en
que la muerte de la reina de Francia, le hizo creer que podría hacerla
reina. Recibió todos los maestros a la vez pero no aprendió nada. Las
cartas y dibujos que mostraban, no eran de ella. En Versall es estaba demas iado distraída o demasiado vanidosa para rehacer su educación. Verm ond se desolaba. Su madre, la emperatriz de Austria, le escribía en vano.
"La lectura le es más necesaria que a cualquier otra persona, no habiendo
adquirido ni la mú sica, ni la pi ntura, ni la danza ... ".
"María Antonieta no sentía agrado sino con las comedias. Ella desempe ñaba los papeles de Martón y de Lisette. Se r eía de la etiqueta y se iba,
ligera, a m ontar a caballo con el hermano A rtois, un pequeño loco. Organizan carreras de a snos. Ella se cae y da que reir. Con sus damas se ríe
del rey Lui s XV, un poco del delfín.
"Era encantadora con todo esto, nada malévola, se nsible por momentos. A la entrada en París tuvo un bello movimiento de corazón para ese
pueblo emocionado y tierno y para su ma1·ido que habló muy bien". "En
las Tullerías no podíamos ni avanzar ni retroceder. Al regreso s ubimos
sobre una terraza elevada. Yo no puedo decir los transportes de afecto que
nos testimoniaron. Saludamos al pueblo con la mano. Nada tan precioso
como la ami stad del pueblo; yo la he sentido y no la olvidaré jamás".
"Pero el día tan temi do del delfín llegó. Se le dice que Luis XV ha
muerto y que él es rey. Se desvanece.
"Volviendo después en sí, exclama: Qué peso abrumador. No se me
ha ense1íado nada".
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El escrupuloso joven estaba en un estado que se puede decir admirable, decidido a marchar en la recta vía y contra su mi smo corazón. Su
grande religión en este mundo era su padre. Su única afección era la
rema.
"Ella portaba su cabeza en alto, superlevantada con plumas y penachos que amenazaban el cielo. Esta moda, que aparecía odiosa a los ojos
de su madre, iba muy bien con su belleza altiva. Se ha observado finalmente que los retratos encantadores de madame Lebrun la han feminizado
demasiado. La frente abombada, los ojos salientes, la nariz más que aquilina, hubieran logrado un conjunto severo sin la dulcificación de una ligera gordura y de la incomparable piel. El labio inferior parecía sensual.
Las cejas, bien pobladas, marcaban la energía del temperamento. Su bella
cabellera Jo decía mejor aún con esos tonos rojizos y cálidos que no tienen
nada de común con las rubias adolescentes.
" Tenía u n color más subido que el que está de a cuerdo con las g r andes damas. No gustándole sino la carne, era fuertemente sanguínea y
sufría algunas ct·isis biliosas. No era ni alegre ni serena, sino siempre
emotiva y ardiente. P or momentos muy sensible y buena. T an comnovedora - escribía su madre- que no s e le puede 1·esisti?·".
" P ero se dejaba arrebatar también por la cólera con el menor obstáculo, y entonces, enceguecida, no mostraba respeto por ella misma. Se
cuenta una escena terrible y tan ruidosa, que una tempestad que estalló
entonces pasó desapercibida : no se oyó el trueno de Dios".
"Tenía una pasió n muy viva por un muy digno objeto, tan bueno como
encantador, madame de Lamballe. Esta joven princesa de Saboya era un
ángel de dulzura. Tenía una cara de niña y aunque de más edad que la
reina parecía más joven, una linda hermanita. Débil criatura si n defensa,
nacida para darse en exceso, para a mar y morir".
* * *
Dos precursores de la r evolución: Voltaire y Rousseau. Se nos ocurre
siempre preguntar, qué p ensarían, qué dirían los dos filósofos, si de repente resucitaran milagrosamente y se hallaran en presencia del desarrollo
en hechos de las idea s que ellos lanzaron a correr por el mundo y de la
revolución que los ha reconocido como padrinos suyos. Ella, la terrible
ahijada de estos pensadores, que posiblemente no pensaron en la destructora eficacia de los gérmenes. Una idea pertenece a su progenitor, hasta
el momento en que la concibe. A partir de ese instante ella cobra su vida
autónoma, propia y al incorporarse en los r emolinos de esta, se hace inconocible. Voltaire. desde Ferney, hubiera mirado con susto - porque el pícaro filósofo era asustadizo- el resplandor de la guilloti na. Y Rousseau,
¿habría reconocido como hijos suyos a los jacobinos que llevaban en el
bolsillo el Contrato social .. . ?
"Voltail·e se estableció hacia marzo de 1755 en La s Delicias, cerca de
Ginebra, casi en frente a Laussane y de este Jugar imponente (con la
vi sta sublime de los Alpes ) partió el gran gol pe de at·quer o, que estremeció
a Europa, su Oda a la libertad, su agrad ecim iento con la libre Suiza donde
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había podido r cspi l'ar. P oco después concluyó el libro que sigue siendo su
título capita l : El ensayo, sob re las costumbres de las naciones. Nunca estuvo más alto".
"Pero dos cosas le causaban mal; a p esar de su bondad ftíci l, vanidoso
y arrehatado, queriendo mostrarse temible, afectó un odio implacable por
el gran r ey que lo colmaba (Federico Il ) . Voltaire ahí fue deplorable, le
hizo s u corte a Versalles, a los enemigos del p ensamiento y de su propio
part 1'do. . . , .
Deplorable Voltaire, por haberse mostrado in g r a to con el r ey de los
enciclopedi stas. Y en el juicio sobre R ou sseau, 1\lichelet tiene uno de sus
grandes a cie rtos. El ginebrino llegó a la gloria y a la popularidad agobiadora, gracias a un libro que hizo derramar muchas lág rimas, un relato de amor. El precursor del romanticismo, con s u idilio, obtuvo la gloria
que había de fa c ilitar después la difusión de sus doctrinas, con la etiqueta
de su nombr e. Primero las lágrimas.
Solamente dcspt.tés vinieron las ideas convulsivas. De 1a ti erna mano
de la Nueva llcloísa, fue conducido el Emilio y e l Contrato. La palabra
amor se puso en vigencia gracias a Rousseau, mucho antes de que las ideas
del Contrato fueran a similadas por sus discípulos:
"Rousseau mismo nos dice que el Emilio tuvo un éxito muy len to,
grandes elogios particulares pero poca aprobación pública . El Contrato
social, imp1·eso en H olanda, extremadamente prohibido, rechazado en la
frontera, entró tarde y difícilmente y fue leído por una rara elite. El
grande, el inmenso éxito fue el de la H eloísa. E s el más grande éxito, el
único que ofre ce la hi storia literaria. Nada parecido antes, nada después.
Ese libro inspiró una viva, una ardiente curiosidad. Se arrebataban los
volúmenes. Se le compraba a cualquier precio. Quien no lo encontraba en
el día, lo alquilaba al menos en la noche. No fue cosa de la moda. Las costumbres quedaron cambiadas. La palabra 1'amor", dice Walpole, había
sido borrada por el ridículo, eliminada del diccionario. Nadie se atrevía a
decir qu e estaba enamorado. Cada uno, después de la H clofsa, se vanagloría,
se ufana. E sto duró treinta años, hasta el 93. L os girondinos la encuentran
en madame Roland... ¿Cómo expl icar un efecto tan vivo y tan profundo ... ?
"El verdadero Rou sseau nació de las mujeres, nació de madame de
Waren s. A ntes de ella no hablaba, estaba mudo. T odo el mund o va a ver
los Charmcttes. P ero la g1·ande impresión fue en Annecy. En los Charmettes Rousseau era un hombre, u n maestro de mús ica, que le ía a los escritores de P ort Royal, que hacía un poco de astronomía. Ese e ra un lugar serio. La molicie inexpresable que nos funde el co razón al leer el segundo libro, el tercero de Las confesiones, es propio al aire dulce, languideciente, un poco febril de Annecy. Más de uno ha querido mor ir allí".
"En 1865, en un bell o mes de septiembre me e ncontraba yo en Annecy,
trabajando como s iempre. Pero hacia las diez, la mañana era tan dulce
que no había manera de trabajar. N os fuim os a se ntarnos junto al lago,
bajo un fuerte y bello sauce viejo. D entro de una bruma ligera, que coloca
a medias su gasa en el horizonte, miramos la pequeña isla de cisnes, sus
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plumas fugitivas que vuelan, nadando sobre el agu a. A la derecha el p e·
queño palacio que fue de San Francisco de Sales. Detrás la ciudad, las
iglesias, los conventos, la Visitación, donde soñó madame Guyon. Habían
pasado las tempestades y alguna s gotas de lluvia caían por momentos. Un
habitante de Annecy sentado sobre el mismo banco, nos explicó que el
lago se infiltra bastante lejos dentro de la llanura y se vierte lentamente
en un afluente del Ródano. Sus aguas perezosas dejan aquí y allí lagunas.
El alma se siente tomada por esos perezosos dulzores.
"Los numerosos canales que hacen de la ciudad como una pequeña
Venecia, sin carácter y sin monumentos, hacen esta languidez más sen·
sible. Tienen pequeñas neblinas vaporosa s. Sumad a eso las calles en ar.
cadas, los pasaj es oscuros, las ventanas del siglo XVI, otras estrechas y
antiguas, viejos y villanos huecos adornados de flores. E sas flores beben
la impureza de los canales con delicia ...
"Rousseau debió r ecor dar todo esto con volupt uosidad. La estr echa
calle bajo la iglesia, donde vivía madame de Warens, entr e el obispo, los
fra nciscanos y el maestro que le enseña la música. Detrás de la casa el
canal pesad o y de un agua poco límpida. P er o p or encima de todo veía
el campo, un poco de verde".
"Todos los gérmenes de Rousseau están ahí. Allí permaneció largo
tiempo. Todo quedó en él, con la misma vivacidad, la temperatura del aire,
los bellos hábitos de los sacerdotes, el sonido de las campanas, el olor, olor
bien mezclado sin duda de las flores y de los canales. Allí ese cántico
oído en la noche y que lo hizo soñar, allí la soñadora caminata que hizo
un dia de domingo, pensando en ella y esperando con ella vivir y morir.
"Veinte años pasan, en vano. Bajo tantas cosas queridas, prestadas,
artificiales, subsiste el Rousseau de Annecy. La campana que él oyó, suena
todavía".
* * *
Hay dos Juan Jacobos : el que su scitó el diluvio de lágrimas y el que
sumin istr ó las ideas cardinales de la r evolución. N o se excluyen. Fran~ois
Mau1·iac decía "que el siglo XVIII derra mó muchas lágr imas, antes de
cortar muchas cabezas,.
El nombre del ginebrino a parece ligado a los enciclopedistas. En un
principio Juan J acobo fue grande amigo de Diderot, iba a visitarlo piadosamente a la cárcel y en una de sus caminatas, fortuitamente, al leer
una revista, encontró el terna que había de convertirlo en un filósofo político: el discurso sobre la desigualdad de los hombres.
Ningún mortal ha tenido la fortuna de J uan Jacobo, después de la
muerte. Su gloria se ha perennizado en los más bellos monumentos que
consagran su efigie y su memoria. No están localizados en las plazas ,
expuestos a la ira de las cambiantes muchedumbres.
He tenido, a lo largo de la vida, la curiosidad de conocerlos: en Gi·
nebra, en una isla maravillosamente colocada frente al Lago Lernán, está
su estatua rodeada de árboles. Juan J acobo, solitario como corr esponde al
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autor de la s meditaciones del paseante solitario. En una ruta encantada
de la Saboya, de repente se observa la silueta de un hombre que desciende
lentamente la colina, inclinado, en el ademán de recoger una flor. Nos
acercamos: Juan J a cobo, con toda naturalidad detiene sus pasos. El bronce está ahí, como elemento natural del paisaje.
En Ermenonville, otra isla, con altos álamos que custodian una urna
de mármol. Allí estuvieron, custodiadas por las aguas y la frescura de
árboles añosamente jóvenes, las ceniza s de Rousseau. Y en el panteón nacional descansan, al lado de las de Voltaire. La tumba entreabierta. Una
mano de mármol sostiene una antorcha.
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Mich elet nos describe la presentación de F ígaro, el pícaro de Beaumarchais, en la sociedad de Versalles.
Y antes de la Bastilla, el nuevo pe1·sonaje entró indulgentemente al
palacio de los 1·eyes: F ígaro.
"Fígaro es sombrio, durante toda la p ieza , las burlas, la falsa risa.
Yo oigo detrás un t·uido, como u n vago ronquido de tempestad. E stá dondequiera en el aire . ..
"Yo amo muy poco a Fígaro. Yo no siento ahí el espíritu de la revolución. Estéril, completamente negativa, la pieza está a cien leguas del
corazón revoluciona rio. No es en manera alguna el hombre del pueblo, es el
lacayo atrevido, el bastar do insolente de algún gran señor.
"La pieza falla su objetivo. Que el gran señor sea un tonto, de acuerdo. Pero, ¿quién quisiera que el poderoso fue ra F ígaro . .. ? Es peor Fígaro que a quellos a quienes ataca. Se olfatean en él todos los vicios de
los grandes y de los pequeños. Si ese pícaro llegara, ¿qué sería de este
mundo . . . ? ¿Qué se puede esper ar de a quel que ríe de la naturaleza, que
se burla de la maternidad , que enloda el alta r mi smo, su madre ... ?
"El rey que se hizo lee1· la pieza juró que no la llevarían a las tablas.
Sin embargo el petulante D'Al'tois burlándose de las defensas, quiso llevarla a la casa del r ey. Una orden se lo impidió. Esto no detuvo la audacia de los amigos de la reina. Vaudreil la montó delante de la P olignac y
su corte de trescientas persona s".
"So rprend ente insolencia. P ero ellos eran los dueños de todo. Un mes
después de esta desenfrenada desobediencia el rey nombra justamente al
ministro que los amigos de la P olignac empujan, al agradable pícaro que
va a hacer su fortuna de la fortuna del Estado. F ígaro había dicho:
Riamos, porque quién sabe si el mundo vivirá dentro de seis semanas.
No fueron necesarias sino tres para el fin del mundo, para entregar la
monarquía al prodigio desenfrenado, Calonne, que se llevó con él la monarquía".
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También hemos sentido al dejar a Michelet una pena y una tristeza.
Sus exageraci ones, sus injusticias, sus juicios inapelables, su falta de imparcialidad, están compensadas por esos cuadros anonadantes, que en el
r ecodo de su hi storia aparecen y nos dejan atónitos, trémulos . Sus frases
como latigazos. Sus adjetivos quemantes. La fuerza de s us trazos. El destell o de su luz sangrienta que ilumina las si mas de la conciencia humana.
La recreación soberbia de tantas almas, que desde el polvo de sus archivos, ha resucitado, dándoles su carne, su vicio y su espl endor. Ningún
hi storiador como Michelet ha sentido la hi storia como drama, el "gran
duelo entre la naturaleza y el espíritu, entre la fatalidad y la libertad".
P orque ha hecho vivir la historia, injusta, parcial, apasionadamente, es
uno de los grandes r econstructores de la historia. No quiso clasificar cenizas, si no pasiones y vidas y sangr e. No tiene el frío de los archivos, sino
la intens idad, el veneno, el odio y el amor de los mortales. Su juicio ha
caducado, pero sus personajes, aún deformados y en trance de intrigar,
vivi r , ascender, luchar, siguen incólu mes lascivos, intrigantes, petulantes,
atractivos, sórdidos, desmesurados, geniales.
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