A mi amada Eleida: esposa, amante, amiga, colega de profesión, a cuyo lado mis sueños, pasados y presentes, se hacen realidad día a día... Reconocimientos Este libro, que parte de la disertación presentada para obtener el grado de Doctor en Filosofía y Letras, en Literatura, en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, fue posible gracias a la colaboración desinteresada de muchas personas y al entusiasmo y apoyo que mucha gente me brindó. Al personal bibliotecario de Caribbean University y de la biblioteca Eugenio María de Hostos de la Escuela Secundaria de la Universidad de Puerto Rico, por las muchas molestias que causé, solicitando libros que me fueron de gran utilidad. Al Dr. Félix Córdova Iturregui, por su asesoramiento y su dirección académica, de exquisita calidad pedagógica y profesional. A los/las colegas, Dr. Jorge Cruz Velázquez, Dra. Nívea de Lourdes Torres y Dra. Alinaluz Santiago, por su colaboración. A Agustín Corchado y José R. Rivera, por su asesoramiento en los misterios insondables de las computadoras. A Víctor Casaus, enamorado de Pablo y de su obra, por su apoyo y estímulo en este proyecto. A mis compañeros y compañeras de vocación universitaria y pedagógica, cuya habitual pregunta «¿cómo va tu tesis?» me servía de estímulo y acicate. A Eleida, a quien le debo tantos cafés y tantos paseos por el Viejo San Juan. Introducción La literatura hispanoamericana cuenta, entre sus muchas figuras destacadas, con una serie de hombres y mujeres que, hasta el momento, permanecen, por razones diversas, «al margen de los clásicos», como diría Azorín. Estas figuras han desarrollado una obra literaria valiosa. En algunos casos, su producción literaria no sólo lo ha sido desde el punto de vista de los criterios estrictamente estéticos, sino también desde el punto de vista de sus aportaciones, sus innovaciones, los precedentes que han sentado, las tendencias de las cuales han sido precursores y precursoras, los estilos literarios que han iniciado. En ocasiones, la participación de estas figuras en movimientos políticos y en luchas colectivas ha desviado la atención de los/las estudiosos/as, dejando de lado la atención a su obra literaria para concentrarla en el ser humano y su acción social. Tales han sido los casos de Pedro Albizu Campos, maestro de la prosa política, y de Luis Muñoz Marín, poeta en el verso y en la prosa, para mencionar dos ejemplos muy cercanos a nosotros. Y ese es el caso del autor que nos proponemos estudiar. En Pablo de la Torriente Brau se conjugaron, según el modelo martiano, el hombre de la palabra y el hombre de la acción. Marcado desde niño por los principios éticos y los valores que caracterizaron a su padre, el educador español Félix de la Torriente Garrido, y a su abuelo, el insigne periodista e historiador puertorriqueño, Salvador Brau, desde muy temprano en su juventud Pablo encarnó al hombre de imaginación fecunda, de gran dominio de la ficción, manejador inigualable de la narración, poseedor de un arte muy propio para manejar la lengua literaria, dueño de una contundente fuerza verbal. También encarnó al hombre de acción, de lucha, al hombre que no se limitaba a combatir desde la página, «pluma en ristre», sino que estaba dispuesto, como de hecho lo hizo, a ocupar un primer lugar en la línea de fuego y, entre el resplandor de los cañonazos y el ruido ensordecedor de la metralla, poner la acción allí donde ya hacía tiempo había puesto la palabra. Durante mucho tiempo, el Pablo revolucionario, primera columna de las causas estudiantiles, defensor de los derechos de la patria, denunciador de abusos y atropellos, alumbró el interés de quienes se acercaban a su nombre. Méritos le sobraban: cabeza rajada en una manifestación estudiantil contra la dictadura de Gerardo Machado (que le costó estar internado treinta días en un hospital de la capital cubana, a causa de la seriedad de la lesión recibida); dos encarcelamientos (que sumaron aproximadamente tres años de su corta vida); ostracismo y persecuciones; exilio; privaciones económicas; amenazas a su seguridad personal y a su vida. No hay duda de que Pablo llevaba, en su cuerpo y en su espíritu, como su homólogo bíblico, «las marcas del Evangelio». Y, como su homólogo bíblico, terminó siendo sacrificado, al dejar sobre la tierra de Majadahonda, en España, el testimonio de su sangre derramada como la mejor prueba de su compromiso de acción. A su muerte, Pablo de la Torriente dejó una valiosa producción literaria: reportes periodísticos, cuentos, novela, relatos testimoniales. También escribió, muy limitada en cantidad y calidad, poesía. Además de su valor como documento histórico y humano, esta producción es valiosa en sí misma. Pablo tenía un lugar destacado entre los periodistas cubanos de su época. Raúl Roa lo llama «el periodista más sobresaliente de nuestra generación». El propio Roa publica, en 1949, una selección de reportajes periodísticos de Pablo, en una publicación-homenaje, con motivo de la celebración del Día del Periodista. Esta publicación tiene por nombre el caballeresco título de Pluma en ristre. Incluye artículos periodísticos, crónicas, reportajes, cuentos, relatos, cartas. En 1930, Pablo, que se había dedicado al cultivo del cuento desde 1923, publica un libro titulado Batey, escrito en colaboración con Gonzalo Mazas. Fue el primer libro publicado por Pablo de la Torriente. De hecho, fue el único publicado en vida del autor. El resto de su obra literaria apareció póstumamente. A la muerte de Pablo de la Torriente, en la Guerra Civil Española, su entrañable amigo y compañero de luchas, Raúl Roa, recibió el manuscrito inconcluso de Aventuras del soldado desconocido cubano, y lo publica en 1940. En el Prólogo anuncia un proyecto de publicaciones que incluiría toda la producción de Pablo de la Torriente. A esta novela inconclusa le seguiría la recopilación de sus crónicas y documentos de la Guerra Civil Española, las crónicas relacionadas con sus experiencias en presidio, especialmente en el Presidio Modelo, los cuentos y crónicas, junto a sus reportajes políticos y biografías y, finalmente, sus poemas. Sin embargo, estos proyectos se quedaron en la agenda y nunca se concretaron. El escritor Pablo de la Torriente quedó sepultado en el olvido. El triunfo de la Revolución cubana, en 1959, provocó la resurrección de Pablo de la Torriente Brau, el hombre de luchas y el escritor. A partir de 1962, se reimprimen Aventuras del soldado desconocido cubano y Cuentos de Batey. Se imprimen, además, otras obras, entre ellas: La isla de los 500 asesinatos; Realengo 18; Mella, Rubén y Machado, y Presidio Modelo. El estudio crítico de su obra está en etapa embrionaria. La mayoría de los escritos sobre ella, especialmente de la obra narrativa, son palabras prologales o ponencias de limitada extensión y alcance. En La Habana se creó el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, bajo la dirección del intelectual cubano Víctor Casaus. Este Centro tiene como misión principal la divulgación de la vida y la obra de Pablo de La Torriente, mediante su recopilación y reproducción. Para esta tarea, el Centro usa la palabra impresa, producciones audiovisuales y medios modernos de comunicación cibernética, como las páginas electrónicas. El Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau publicó, en 1998, Cuentos completos, una recopilación de todos los cuentos de Pablo de la Torriente, incluyendo algunos borradores y manuscritos incompletos. Son antecedidos por un estudio de Denia García Ronda. Con esta publicación, el Centro anunció un proyecto para la publicación de las obras de Pablo de la Torriente, aunque en ediciones individuales. Cada publicación tendría un estudio introductorio. El objetivo del Centro es fomentar estudios más completos y abarcadores de la obra literaria de Pablo de la Torriente. Para marzo de 2002, había publicado, además de Cuentos completos, los siguientes textos de Pablo de la Torriente: Testimonios y reportajes, Presidio Modelo, Álgebra y política, Cartas y crónicas de España y Aventuras del soldado desconocido cubano, así como otros textos relacionados con la vida y la obra de Pablo de la Torriente. Entre estos, se incluyen Pablo: la infancia y los recuerdos (2000, en colaboración con el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe y el Centro Cultural Ramón Aboy Miranda); El calor de tantas manos (2001); Pablo: 100 años después (2001); Pablo con el filo de la hoja. También ha producido dos documentales y una grabación de audio (El calor de tantas voces) dedicados al autor. Como proyecto cumbre, se propone editar las obras completas de Pablo de la Torriente Brau. Aparte de estas labores editoriales, el Centro ha auspiciado varias jornadas culturales dedicadas a la figura de Pablo de la Torriente Brau. La mayoría de ellas se ha dedicado a exaltar la figura heroica del mártir de Majadahonda, así como su labor revolucionaria y periodística. También se han exaltado sus virtudes como ser humano y como compañero y amigo. Su novela inconclusa ha recibido especial atención. No así sus relatos, ni sus testimonios. Esto, a pesar de la profusión de escritos que abarcan el género del cuento propiamente dicho, relatos y testimonios de carácter narrativo. Aprovechando esta coyuntura histórico-literaria, nos proponemos examinar, de forma particular, la obra narrativa de Pablo de la Torriente Brau. Dentro del concepto de obra narrativa, nos proponemos estudiar en primer lugar sus cuentos. Estos aparecen recogidos en Cuentos completos, editado en 1998, con una introducción crítica de Denia García Ronda. Incluiremos dos cuentos, identificados tardíamente por sus editores, y que aparecen en Aventuras del soldado desconocido cubano. Estudiaremos, además, Presidio Modelo. Este texto era, según testimonio de su autor, su obra más preciada y de mayor significado. Será analizada como representativa de la literatura testimonial, modalidad que Pablo de la Torriente inició, según la mayoría de los críticos, en la narrativa hispanoamericana. Finalmente, estudiaremos Aventuras del soldado desconocido cubano. Esta novela, acerca de la Primera Guerra Mundial, es considerada como un texto rico en elementos novedosos y originales. Al igual que muchos de sus relatos, es una aportación original a la narrativa vanguardista cubana en particular, y a la hispanoamericana en general. Para facilitar la identificación de los textos, usaremos (CC) para Cuentos Completos; (PM) para Presidio Modelo y (ASDC) para Aventuras del soldado desconocido cubano. A través del estudio de su obra narrativa, nos proponemos demostrar que los textos de Pablo de la Torriente Brau que analizaremos responden a la categoría de relato, según los marcos teóricos propuestos; que es un escritor de ruptura con los temas, las tendencias y los estilos prevalecientes en la narrativa cubana de principios del siglo XX; que representa la transgresión del género cuentístico, y que se adelantó al cultivo del género relato-testimonio que adquirirá gran importancia en las décadas posteriores; y que Pablo de la Torriente Brau es un escritor vanguardista, no sólo en las técnicas, los procedimientos y los temas, sino también en la concepción del género narrativo. Para alcanzar los objetivos propuestos, desarrollaremos esta monografía en varias fases. En primer lugar, analizaremos todos los textos narrativos de Pablo de la Torriente, incluyendo los testimoniales, siguiendo especialmente a Roland Barthes y a Tzvetan Todorov. Luego, estableceremos el carácter de relato de toda la obra narrativa de Pablo de la Torriente, especialmente de los testimoniales, dado el carácter híbrido o transgresor de algunos de ellos. A continuación, haremos un análisis de los elementos vanguardistas presentes en su narrativa, según los modelos de la vanguardia literaria, y el valor y la significación de esos elementos en la narrativa cubana e hispanoamericana posterior a Pablo de la Torriente. Finalmente, concluiremos con una valoración de la obra narrativa de este autor, en el contexto de la narrativa cubana en particular, y de la hispanoamericana en general. A pesar de que Raimundo Lazo incluye, en su libro Esquema histórico de la literatura cubana (Lazo, 1965), a Pablo de la Torriente Brau entre «otros muchos autores» que aportaron «ocasionalmente» al desarrollo del cuento en Cuba, una recopilación y revisión de su obra literaria, especialmente de la narrativa, obliga a rectificar este juicio. Ambrosio Fornet nos dice: Pablo de la Torriente Brau —el único escritor cubano que tiene una leyenda— fue el primero que se atrevió a escribir al ritmo de su respiración: transformó así de golpe nuestra literatura. Directo y ágil, como un reportero moderno, con un sentido del humor que no ha tenido ningún otro narrador cubano, publicó en Batey (1930), algunos cuentos de escaso valor artístico, pero que no podrían suprimirse de ninguna antología: en ellos está la vitalidad y el espíritu aventurero de toda una generación. (Fornet, 1967, 35) Es pertinente estudiar a Pablo de la Torriente como una figura importante en la evolución de las letras cubanas, especialmente en la narrativa. Según Víctor Casaus, en su prólogo al libro Evocación de Pablo de la Torriente: «Su obra narrativa no testimonial —novela y cuento— representativa de la vanguardia cubana, incorporó la riqueza del habla popular y la agudeza del humor para entregar vigorosos y trascendentes temas humanos» (Casaus, 1997, 5). En el Prólogo a Cuentos completos, Denia García Ronda plantea el valor literario de la obra de Pablo de la Torriente, incluyendo textos fronterizos entre la crónica y el relato, como 105 días preso, La isla de los 500 asesinatos, Realengo 18 y Presidio Modelo, entre otros relatos. Sobre este aspecto, nos dice Carlos R. Rodríguez: Se ha hablado mucho de que Pablo es el fundador de un nuevo género literario: el testimonio [...] Su literatura se parecía más bien, pienso yo, aunque no exactamente igual, a una literatura trabajada, a Hemingway [...] Una literatura directa, que tiene el valor de la transcripción de lo real y el enriquecimiento a partir de lo real. No una literatura que se sobrepone a la realidad para enriquecerla, sino que surge de la realidad misma, enri-queciéndola. Me parece que en toda su literatura hay ese signo. (Rodríguez, 2001, 41) Siguiendo esa valoración de la literatura testimonial de Pablo de la Torriente, la investigadora cubana Ana Cairo dedica un estudio a Presidio Modelo. En él, la autora narra la trayectoria histórica de este libro, considerado por el autor como su obra más importante. Por esta razón luchó con ahínco, aunque infructuosamente, para lograr su publicación inmediata. Cairo analiza el contenido del texto, destacando, entre otros aspectos, su valor testimonial y de denuncia, el uso de la ironía y el sarcasmo, de una prosa cargada de metáforas, símiles e imágenes sensoriales de todo tipo, de recursos cinematográficos, y el desdoblamiento del autor como personaje y narrador. La estudiosa se hace eco de quienes, desde sus inicios, veían el texto como un documento literario de gran valor. Añade, además: No obstante, Presidio Modelo es un libro novedoso, original, con gran riqueza para los estudios lingüísticos; audaz en el momento de su escritura, en cuanto al montaje de las distintas partes de los cuentos (énfasis nuestro), [...] innovador el adecuado manejo de varios tipos de lenguaje. (Cairo, 2001a, 233) Como dije antes, Pablo de la Torriente comenzó a publicar cuentos en 1923. En 1930, publica Batey en colaboración con su amigo Gonzalo Mazas. Aunque continuó cultivando el cuento, no publicó en vida ningún otro libro. La mayoría de los cuentos permanecieron inéditos, o solo aparecieron en revistas y periódicos hasta Cuentos Completos. En su segundo exilio en Nueva York (1935) comenzó a escribir su única novela, Aventuras del soldado desconocido cubano. Sin embargo, la prematura muerte del autor dejó inconcluso el proyecto. La novela fue publicada, por vez primera, en 1940. Presidio Modelo es un texto de publicación más tardía. Han aparecido tres ediciones. Comentaremos la edición del año 2000, publicada por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, con notas de Ana Cairo. Cuentos completos recoge los relatos escritos por Pablo de la Torriente desde 1923. Incluye treinta cuentos, algunos inconclusos y borradores de otros. El libro está dividido en cuatro partes: «Cuentos de Batey», «Cuentos de presidio», «Otros cuentos» y una cuarta parte, «Apéndice», en la cual se incluyen los cuentos inconclusos y varios borradores de futuros cuentos. Según Denia García Ronda, los cuentos de Batey muestran una actitud nueva, vanguardista, ante el hecho literario (García, 1998, 17). Pero, aclara la crítica cubana, lo vanguardista reside más en la concepción de la literatura como acto vital, dinámico y polifacético. No obstante, además de esa actitud nueva en relación con la tradición cuentística anterior, muestran un cambio en los procedimientos y las técnicas narrativas, muy cercanos a los que produce la vanguardia europea. Algunos de estos procedimientos y técnicas incluirán la intertextualidad, especialmente con el cine, la inclusión de elementos novedosos, como las jugadas de ajedrez y las partituras musicales, el uso de la onomatopeya, las interpolaciones de diversas fuentes, el doble plano narrativo, el relato dentro del relato y otros procedimientos que conformarán una nueva forma de narrar. Denia García Ronda señala dos elementos importantes en este acercamiento de Pablo de la Torriente a los procedimientos de vanguardia. El primero es la presencia del autor implícito, sin la estrategia de esconderse en otro personaje, sino como creador del relato y participante, a veces como protagonista. Esta técnica tiende, según la estudiosa cubana, a suprimir la frontera genérica entre ficción narrativa y testimonio. Sobre el fenómeno de la literatura testimonial en la literatura hispanoamericana, y en la narrativa de Pablo de la Torriente, abundaremos más adelante. El segundo elemento importante es el humor, que es, no sólo uno de los rasgos dominantes de la personalidad de Pablo de la Torriente, sino también, aplicando las ideas expresadas por la Dra. Carmen Vázquez Arce, «un modo de descomponer la realidad». La intención del humor es, entonces: descomponer la realidad y despojarla de sus máscaras, obligándonos a tomar una posición frente a ella. Es también, como la de los grandes escritores del humorismo, como Quevedo, la de invitarnos a descomponer esa realidad que inicialmente nos mueve a risa, para aceptar el compromiso de conciencia de esa realidad. El humor es también una invitación a la acción, acción que debe resultar en transformación de la realidad. (Vázquez Arce, 1994, 17) Veremos que la experiencia del presidio transformará de tal manera la vida de Pablo de la Torriente, que el humor dará paso a la angustiosa denuncia de la realidad, a una dolorosa invitación a tomar conciencia de esa realidad. «Cuentos de presidio» está compuesto por once cuentos unidos por un elemento común: «¡el mundo de sombras, de pavores, de siniestros estremecimientos que como los élitros trémulos de un escarabajo traspasado por un alfiler, vibra en mi interior al evocar los recuerdos de los relatos del Presidio!» (De la Torriente, 1998, 153). El presidio formó parte de la dolorosa existencia de Pablo de la Torriente, hermano, en las cadenas y el sufrimiento, de José Martí y de Miguel Hernández. Será el presidio el hilo conductor que nos llevará a través de escenas dantescas de dolor, de miseria, de humillaciones y de sufrimientos. Las escenas se proyectarán en la pantalla de nuestra conciencia como una dolorosa película, que no puede ser vista por los ojos de la imaginación, ya que, al decir del autor, su palabra «no sirve para transcribir con fuerza [...] las bárbaras escenas del presidio». Por eso, el autor nos invita a ser espectadores de esta trágica película. Esta colección de cuentos es también un texto sobre el cine y su función literaria. Estos cuentos, al decir de Denia García Ronda, reflejan mayor madurez, tanto en la estructuración del relato como en el dominio del lenguaje, y de lo que ella llama «la cubanía». Se mantienen algunos procedimientos experimentales que Pablo de la Torriente había anunciado en sus cuentos anteriores, pero enriquecidos por su experiencia vital, en algunos casos protagónica, de los hechos que relata. Además, la denuncia política y social adquiere una dimensión más explícita, por el propósito de protesta que implican estos cuentos. Al analizar los cuentos de presidio, es pertinente reproducir la cita que de Córtazar hace Luis Rafael Sánchez en su estudio sobre la cuentística de Emilio S. Belaval: El elemento significativo del cuento parecería residir, precisamente, en su tema, en el hecho de escoger un acontecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo, al punto que un vulgar episodio doméstico se convierta en un examen implacable de una cierta condición humana, o en símbolo quemante de un orden social o histórico. (Sánchez, 1979, 17) Quizás esta sea la justificación real y verdadera de «Cuentos de presidio». En la sección «Otros cuentos» se incluyen algunos de la etapa «ruralista» de Pablo de la Torriente. Denia García Ronda dice que son experimentaciones propias de un escritor novel, y responden a una tercera opción dentro de las diversas posiciones asumidas por los cuentistas cubanos durante las primeras décadas del siglo XX. Una opción es la que intenta el análisis de la realidad cubana, pero dentro de los moldes de la narrativa tradicional. La otra recurre a una forma expresiva cruda y descarnada, nueva en la narrativa cubana. La tercera opción, que es la que Pablo de la Torriente propone en estas narraciones, lo ubica dentro del criollismo de los años 40, al que Pablo de la Torriente se adelanta en algunos de los temas planteados. Sin embargo, ya estos trabajos anuncian técnicas y procedimientos nuevos: la intertextualidad con el cine, especialmente con las películas norteamericanas tipo «westerns» («La última hazaña del médico rural»); el uso de la sátira para hacer acercamientos a la historia desde otras perspectivas ahistóricas («Diálogo en el mesón»); desarrollo de historias presentadas como un guión cinematográfico («Casi una novelita-Cuento película»); uso de un segundo narrador que es realmente el del relato («El buey de oro»); la fina ironía en la revolución social («El sermón de la montaña»); transgresión de los modelos genéricos («¡Muchachos!»). Aventuras del soldado desconocido cubano es la única novela de Pablo de la Torriente. Lamentablemente, quedó inconclusa por la prematura muerte del autor. Fue publicada en 1940, gracias a la diligencia de José Luis Galbe, primer fiscal del Tribunal Popular de Madrid, quien le hizo llegar el manuscrito a Raúl Roa, amigo entrañable de Pablo de la Torriente. Este la publicó, añadiendo unas palabras preliminares que destacan la importancia del texto dentro de la escasa tradición occidental de novelas de guerra. A la luz de los acontecimientos que anticipaban la Segunda Guerra Mundial, la novela cobra plenitud de sentido, según Raúl Roa. El propio Pablo de la Torriente la consideraba una aportación cubana, quizás la primera, a la tradición de la literatura de guerra. Este juicio del autor tendría que tomarse con sumo cuidado, si se considera que la ironía, a veces fina, a veces socarrona, permea todo el relato, y aun las palabras preliminares del autor. Ya hemos hablado, aunque someramente, de la presencia del humor como uno de los procedimientos preferidos de Pablo de la Torriente para descomponer la realidad y obligarnos a tomar posiciones de conciencia respecto a ella. A propósito del humor, nos dice el propio Raúl Roa: «con impar humorismo las Memorias [sic] del Soldado Desconocido Cubano, es, sin duda, su más acabada realización literaria». (Roa, 1997) Algunos críticos ven relaciones entre Aventuras del soldado desconocido cubano y la picaresca española, por la manera de reaccionar ante los acontecimientos. Al respecto, dice Carlos Rafael Rodríguez: Si alguna literatura podemos tener como referencia a las Aventuras del soldado desconocido cubano es la picaresca española, por la manera de reaccionar ante los acontecimientos [...] Pero aquella literatura de la picaresca es moderna para su época: tiene valores que son actuales. Me parece que es la raíz de la literatura de Pablo en algunas de sus letras. (Rodríguez, 2001, 188). La novela se inicia con una Introducción del autor, en la cual este critica los defectos de la producción literaria cubana con respecto a la actualidad temática y expresiva del momento. El capítulo I destaca la posición de Cuba en el contexto histórico de la época. Los capítulos II, III y IV analizan los problemas desencadenados por la Primera Guerra Mundial. El capítulo V, que quedó inconcluso, analiza los indicios alarmantes de la Segunda Guerra Mundial. Estos planteamientos surgen de una conversación del autor con su personaje, Hiliodomiro del Sol. Correspondiendo a una intención satírica sobre el espiritismo, nos dice el autor que «se trata de un libro de rigurosa fundamentación científica y cimentado, principalmente, en revelaciones espíritas» (De la Torriente, 2000, 44). Sobre esta técnica, dice María del Carmen Víctori: Concebida a partir de la contraposición entre un falso ambiente de narración testimonial y la ficción pura como su verdadera esencia, la novela posee un personaje central en función de sujeto entrevistado que relata los acontecimientos vividos y conocidos con absoluta «seguridad» por su condición de «aparición espírita», lo que le permite conjugar la crítica social y la fabulación humorística. (Víctori, 2001, 242) Este relato conjuga la realidad histórica con el humor, la jarana, el choteo cubano. Esta preocupación por el detalle histórico se acentúa con la mención de personajes reales conocidos, fechas precisas, direcciones exactas, y otros detalles que refuerzan la idea de que estamos ante un testimonio histórico veraz. Señala Víctori que el efecto de este procedimiento es «el contrapunteo entre la realidad y la fantasía; también podemos decir entre un realismo crítico y otro mágico» (Víctori, 1997, 246). Finalmente, esta autora evalúa el texto dentro de las letras cubanas: El personaje central es un original logro en nuestras letras, pues encarna, con soltura y fluidez, a un individuo típico dentro del contexto de la jocundia cubana, producto de las difíciles condiciones de vida de capas populares de la población, que habían de tomar a juego su suerte para poder subsistir. Antes de su aparición, nuestra narrativa carecía de esta interesante caracterización: nadie había emprendido su representación literaria. Por el tratamiento del lenguaje y por el trabajo realidad-imaginación de tendencia surrealista, esta novela sólo tiene otra compañera en nuestras letras: La vuelta de Chencho, de Carlos Enríquez, aunque los temas en ambos son distintos. En una época en que predomina el cuento, Aventuras del soldado desconocido cubano es una novela muy personal, alejada de las estrechas normas naturalistas que regían este género en la Cuba del momento. De óptica netamente cubana, posee un especial tono narrativo en donde la realidad histórica y la fábula se entrelazan para [...] alertar y enseñar cómo somos y cómo hemos actuado. (Víctori, 247-248) Presidio Modelo fue el proyecto literario más acariciado por Pablo de la Torriente. Consciente de la tradición ética y estética que representaba «El presidio político en Cuba», de José Martí, puso todo su empeño en darle al libro un sentido de utilidad social y política, a la vez que aseguraba su calidad estética, en una estructura vanguardista «audazmente transgresora», al decir de Ana Cairo (Cairo, 2000, 19). Pablo de la Torriente organiza el libro en diez partes. Le asigna un título independiente a cada una, la que a su vez está dividida en secciones identificadas con números romanos. El texto se inicia con un Prólogo, en el que el autor anuncia su tesis central de que el Presidio Modelo es un reflejo de la tiranía de Gerardo Machado. La Primera Parte se inicia con la imagen que, en su niñez, provocaba el concepto cárcel en la mente de Pablo. También se presenta su cosmovisión de los presos políticos. La Segunda Parte es una visión de los prisioneros que sirven de mediadores entre los presos comunes y los políticos. En la Tercera Parte se nos pinta un cuadro, contradictorio y patético, de Pedro Castell, director y figura clave de la denuncia social del texto. La Cuarta Parte, que se titula «Bestias», es un recuento de los subalternos de Castells y su relación particular con este. La Quinta Parte introduce el elemento narrativo junto con el relato-testimonio. Este elemento transgenérico marcará el texto en las partes Séptima, Octava y Novena. Es en estas donde se observa el mayor logro de Pablo de la Torriente Brau como narrador vanguardista. Aparecen aquí narraciones como «La pupila», «La mordaza» y «El tiempo», que manifiestan las tendencias vanguardistas de Pablo de la Torriente. La Décima Parte es una dolorosa sucesión de nombres y datos estadísticos que confirman el universo de crueldad, dolor y muerte que configuran el Presidio Modelo. Presidio Modelo representa una etapa culminante de Pablo de la Torriente, el escritor. Se observa una mayor madurez, un amplio dominio de los recursos expresivos, y una gran seguridad en la técnica del relato-testimonio, como un modo de hacer literatura que tuviera, al decir de Martí, «las raíces en la tierra». Más adelante analizaremos este texto, que representó para Pablo de la Torriente muchos esfuerzos frustrados, ya que no logró publicarlo en vida, como era su intención y su deseo. Denia García Ronda, con quien coincide Víctor Casaus, destaca la importancia de Pablo de la Torriente en el desarrollo de la narrativa vanguardista cubana. Tomando como base el ensayo «Indagación del vanguardismo en las Antillas», de Klaus Müller-Bergh, la autora señala una serie de elementos que, aunque aplicados por el crítico a la poesía, se hallan presentes, en mayor número que en otros países hispanoamericanos, en la narrativa cubana de la época, especialmente en la de Pablo de la Torriente. Para probar sus planteamientos, la intelectual cubana analiza el cultivo del cuento cubano a principios del siglo XX. Señala a los cuentistas más destacados de la época y enumera los elementos vanguardistas que se encuentran en sus obras narrativas. Menciona a Félix Pita Rodríguez, quien experimenta con nuevas formas narrativas; a Alejo Carpentier, quien anticipa en Ecue-Yamba-O su definitivo método de configuración artística; a Lino Novás Calvo y su técnica de montaje cinematográfico que crea atmósferas de angustiosa irrealidad; a Carlos Montenegro, cuya narrativa se acerca al expresionismo; a Enrique Serpa, quien acentúa la relación entre los mecanismos psicológicos del individuo y su medio social; a Rubén Martínez Villena y Arístides Fernández, quienes preparan el camino para el auge posterior de la literatura fantástica. También destaca la autora varios aspectos vanguardistas ideotemáticos. Entre estos aspectos, menciona el tratamiento diferenciado de la historia; la revisión de la visión idealista de las guerras de independencia cubanas; la parodia de los sucesos históricos; la ruptura de las fronteras genéricas; la exploración de zonas temáticas nuevas o ignoradas hasta la fecha, tales como las cárceles, los barrios, los problemas obreros; la ruptura de la diferenciación entre el narrador y el personaje; el uso de diversos recursos del lenguaje con propósitos humorísticos; los rasgos futuristas, como por ejemplo, la presencia decisiva e influyente del cine en la narración, y otros elementos. Todos estos elementos se analizarán en la narrativa de Pablo de la Torriente Brau, para demostrar su vanguardismo narrativo. Aunque la autora menciona ejemplos de otros muchos autores en cuyas narraciones se reflejan los elementos vanguardistas enumerados, destaca de forma especial a Pablo de la Torriente Brau. Entre los autores que inician la vanguardia en Cuba, tiene un lugar especial Pablo de la Torriente Brau (1901-1936), quien, a pesar de su escasa obra narrativa, constituye, según mi criterio uno de los más audaces y con mayor potencialidad de escritor de todo el grupo de escritores de los años 30. (García Ronda, 1998, 18) Raúl Roa lamenta que Pablo de la Torriente Brau haya sido «el mayor talento frustrado de nuestra generación» (Fornet, 1969, 307). Pero frustrado, valga la aclaración, heroicamente, por su muerte digna en España. De su obra literaria, nos dice Raúl Roa: «Escribió torrencialmente y de innumerables cosas, sin otro esfuerzo que teclear la maquinita. Escribía naturalmente, como sudaba o respiraba. Su imaginación era un bosque incendiado y su sensibilidad más vibrante que un sismógrafo». (Fornet, 307) Al cuestionarse el legado de Pablo de la Torriente en su corta trayectoria por las letras, nos dice Loló de la Torriente que el autor nos dejó «una colección de cuartillas escritas con el corazón, con los nervios, con la propia sangre. Es la exaltación de lo verdadero, lo humano y acontecido. Nada de ficción romántica» (Loló de la Torriente, 2001, 63). Para ella, las crónicas son lo mejor de su repertorio. Cita, como ejemplo, la crónica autobiográfica «105 días preso», el «primer reportaje sensacional de guerra revolucionaria que recoge el periodismo cubano» (Loló de la Torriente, 65). Juan Marinello, compañero de luchas y de cárcel de Pablo de la Torriente en Presidio Modelo, opina que «con Pablo de la Torriente murió uno de los más cabales narradores de su tiempo cubano. No dio su medida, pero anunció su tamaño» (Marinello, 2001, 166). Su escritura es, según el intelectual cubano, una «ensambladura armoniosa y contrastada entre lo tradicional, lo nacional y lo universal» (Marinello, 170). Ricardo Jorge Machado le adscribe a Pablo de la Torriente Brau ser el cronista de su generación. A tales efectos, nos dice que Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena «son los brazos» de esta generación, pero «Pablo es el rostro». Y añade: Y con su obra (cuentos, artículos, reportajes) nos deja las líneas de ese rostro que es ya —gracias a él— eternamente juvenil. Pablo es, sin duda, su relator más calificado, el cronista de sus hazañas [...] que llevado por su inquieta naturaleza de escritor, penetra también en su circunstancia social, y no termina como cronista de su generación o de las realidades de su país, sino que las trasciende, y lo es también así de su época. (Machado, 2001, 178-179) José Martí fue el héroe olvidado de la primera generación de la República (1900-1920). Tocó a la generación de la Revolución (1920-1935) recuperar su figura en su dimensión humana, literaria y política. Igual fue el caso de Pablo de la Torriente. Muchos de los cubanos que vivieron bajo la dictadura de Batista ignoraban la estatura inmensa del héroe de Majadahonda. La Revolución cubana (1959) devolvió a Pablo de la Torriente su lugar en la historia cubana. A partir de 1960, su obra literaria y periodística se editó y se divulgó. También se hizo así con su obra política. Raúl Roa contribuyó a esta obra de divulgación, publicando sus textos o dando a conocer los que permanecían bajo su cuidado. Víctor Casaus ha realizado una ingente labor de divulgación, a través de todos los medios disponibles, sobre la obra de Pablo de la Torriente. Opina Manuel González Bello que la generación contemporánea de jóvenes cubanos «desconoce a fondo quién fue Pablo de la Torriente Brau», y por ende, todo lo que este representa. Igualmente sucede en Puerto Rico, la tierra que lo vio nacer, y en la cual obtuvo sus raíces morales, puertorriqueñas y cubanas. Al mencionar aquí su nombre, la reacción general es de sorpresa, evidencia de la ignorancia sobre quien ha sido un gigante de dimensiones martianas, de cuyas fuentes bebió desde su niñez puertorriqueña. Esperamos que este libro ayude, aunque modestamente, a rescatar la figura de Pablo de la Torriente para nuestro memorial heroico, solidario con la heroicidad cubana. Trasfondo histórico, literario y biográfico La intervención militar de los Estados Unidos en la mal llamada Guerra Hispanoamericana tronchó las aspiraciones del pueblo cubano a una patria libre y soberana, democrática y justa, «con todos y para el bien de todos», según había añorado Martí. El Apóstol había concebido y organizado una guerra de liberación, que se inició en 1895 y que fue llamada por Máximo Gómez, general en jefe del Ejército Libertador, la «guerra de Martí». Esa guerra pretendía, no sólo liberar a Cuba del despótico yugo español, sino también de los afanes imperialistas de «la Roma americana», «el gigante de las siete leguas», como Martí llamaba a los Estados Unidos, que ya habían comenzado su política expansionista al arrebatarle a México la mitad de su territorio, intervenir en Haití y en países de la América Central, además de involucrarse en conflictos entre países del sur del continente, entre otras intervenciones. Martí conocía al «monstruo», por haber vivido «en sus entrañas», veía con claridad sus garras, que ya se extendían sobre Cuba y sobre Puerto Rico. Poco antes de morir, el héroe cubano decía a su amigo Manuel Mercado: «mi deber [...] de impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso» (Martí, 1965, XX, 182). Pero los objetivos de Martí, y de los heroicos hombres y mujeres que con él anhelaban una Cuba libre, no llegaron a materializarse. La muerte prematura de Martí, la desacertada política española con sus exiguas colonias de Ultramar y la intervención militar del «coloso del Norte», lo impidieron. Los Estados Unidos, preocupados porque la Guerra de Martí alcanzara dimensiones inmensas, puso en práctica sus métodos de fabricación de crisis. El 15 de febrero de 1898 explotó el Maine, buque norteamericano anclado en la bahía de La Habana. A esa explosión, siguió otra de patriotismo revanchista norteamericano. Con el recuerdo aún fresco en la memoria de «Remember The Alamo», se inició una campaña propagandística de intervencionismo que culminó con la declaración de guerra a España, supuesta responsable de la voladura del Maine en 1898. El triunfo de los Estados Unidos, predecible y arrollador, marcó el inicio de una era de intervencionismo norteamericano en los asuntos internos de Cuba. Los Estados Unidos eran el poder detrás del trono en Cuba, independientemente de qué cubano estuviese en el gobierno. Esta era no finalizó hasta el triunfo de la Revolución cubana de 1959, encabezada por Fidel Castro. Las primeras dos décadas de «soberanía» fueron humillantes para Cuba y para los cubanos. Bajo la Enmienda Platt, aprobada en 1901, los Estados Unidos se reservaban el derecho de intervenir militarmente en Cuba, para proteger «las vidas, las propiedades o las libertades individuales». La historia se encargaría de demostrar que «las vidas» y «las propiedades» que protegerían serían las suyas y las de sus ciudadanos, no las del pueblo cubano, que padeció, durante la primera mitad del siglo XX, dos cruentas dictaduras, con el aval de los norteamericanos: Gerardo Machado y Fulgencio Batista. Además de permitirle al ejército norteamericano el establecimiento de bases en territorio cubano, la Enmienda Platt le prohibía a Cuba negociar tratados o préstamos sin el consentimiento de los Estados Unidos. A partir de entonces se consolidó en Cuba una economía latifundista y absentista, que no dio oportunidad a ningún cubano de disfrutar de los beneficios que las luchas libertarias de las guerras del 68 y del 95 debieron haber representado para el pueblo cubano. Al primer intento de rebelión, en 1906, Tomás Estrada Palma, primer presidente de la «República» cubana, pidió la urgente intervención del ejército norteamericano. Este se mantuvo en Cuba hasta 1909. En 1912, una rebelión de negros terminó con la muerte de tres mil de ellos, en una orgía de crueldad y de sangre. La clase obrera, la más afectada por la situación política y económica prevaleciente, apenas tenía conciencia de su fuerza colectiva, y permanecía dispersa y disgregada. Los estudiantes no tomarían conciencia de su poder político y de su influencia moral hasta 1923. En ese año se da a conocer Julio Antonio Mella, líder estudiantil y revolucionario quien, con su muerte, daría inicio a una turbulenta época de violentas luchas y protestas contra la dictadura de Machado. Es en esta época de la década del 20 que hace su aparición Pablo de la Torriente Brau. Este puertorriqueño-cubano se destacaría no sólo como escritor y periodista, sino como luchador incansable por su patria adoptiva, con un profundo sentido de justicia y de libertad. En medio de una fuerte depresión económica en la industria del azúcar, con el control económico de compañías norteamericanas, como Bethlehem Steel o Bell Telephone International, con el incipiente, fuerte y breve liderazgo de Mella, con el aire saturado de ideas revolucionarias, estudiantiles y sindicales, algunas basadas en la ideología comunista, subió al poder Gerardo Machado. Aunque había llegado al poder mediante un triunfo electoral, su programa era visiblemente demagógico. Además, por ser abierta y violentamente anticomunista, tenía el respaldo de los grandes bancos norteamericanos. Mella, decidido a no dar oportunidad a Machado de consolidar su poder y llevar a cabo sus siniestras intenciones de mando, optó, desde un principio, por luchar de frente contra el gobernante, como lo había hecho anteriormente contra otros dirigentes nacionales. Como «Mussolini tropical» había bautizado Mella a Machado. Rubén Martínez Villena, otro de los prohombres del momento, después de entrevistarse con el gobernante, le otorgó el título de «asno con garras». Mella habría de pagar con su vida (ya había pagado con su libertad personal y su exilio en México) su oposición abierta al dictador Machado. En su viaje como exiliado había llegado a México, país donde un agente de seguridad de Machado lo asesinó. Era el año 1929, y Mella apenas cumplía veinticinco años de edad. Su muerte serviría de estímulo a muchos jóvenes cubanos, entre ellos a Pablo de la Torriente Brau, para unirse a la causa común de luchar para ponerle fin a la ya evidente dictadura de Gerardo Machado. Durante la etapa constitucional del gobierno de Machado, de 1925 a 1929, este había logrado, mediante generosos préstamos de los Estados Unidos (145 millones de dólares en cuatro años), corromper y comprar la conciencia de muchos dirigentes y pequeñoburgueses. Machado consolidaba, poco a poco, su poder, desarrollando una impresionante obra pública, por un lado, y eliminando, lenta, silenciosa y sádicamente, por otro, a todos sus opositores, especialmente a los comunistas. Machado se había comprometido a «eliminar» para siempre de Cuba a los comunistas. Para ello, habría de diseñar y planificar métodos tan inverosímiles como crueles; por ejemplo, arrestar sorpresivamente a sus adversarios, ingresarlos en la cárcel y luego desaparecerlos, lanzándolos a las aguas infectadas de tiburones. Los estudiantes se habían organizado en el Directorio Estudiantil Universitario. Su primera acción fue una campaña de protesta contra las intenciones de Machado de que el Congreso aprobase una enmienda a la Constitución vigente, con el propósito de prolongar su mandato. Para ello, sometió un proyecto de reforma en 1927. Respondió a la protesta estudiantil expulsando de la Universidad de La Habana a numerosos estudiantes, especialmente a sus dirigentes. Lejos de atemorizarse, los estudiantes reaccionaron organizando más focos de resistencia contra él. Machado ripostó, tratando de demostrar, en un sonado proceso contra los líderes del Directorio, que estos respondían a potencias extranjeras, enemigas de Cuba. A pesar de las protestas estudiantiles, y con el apoyo incondicional de la banca y el gobierno norteamericano, logró la aprobación de su proyecto de reforma, y obtuvo la reelección automática como presidente de Cuba, por seis años más, de 1929 a 1935. La Gran Depresión norteamericana asestó un rudo golpe a la burguesía criolla que, en Cuba, vivía al amparo del proteccionismo económico norteamericano. La angustia se apoderaba de quienes, por interés o por temor, se habían sometido al tablero económico de los Estados Unidos. El 20 de marzo de 1930, la clase obrera cubana asestó un contundente golpe al dictador Machado. Los obreros habían anunciado una huelga que paralizaría el país. Machado prometió a los norteamericanos que liquidaría la huelga «en quince minutos». Sin embargo, fracasó estrepitosamente. A pesar de la vigilancia policiaca y de la feroz represión contra los huelguistas, los obreros, inspirados en el verbo encendido del poeta Villena, paralizaron la nación con huelgas simultáneas en La Habana y Oriente, este último, eje vital de la actividad obrera del país. Los estudiantes universitarios planificaron celebrar una «jornada gloriosa» siete meses después de la huelga general. Movidos por la exhortación del maestro Enrique José Varona, quien invitaba a los estudiantes a asumir una actitud de compromiso cívico con la patria, un grupo de jóvenes, universitarios o no, entre ellos Pablo de la Torriente, Juan Marinello, Raúl Roa y otros, organizaron un homenaje al maestro Varona, que se celebraría el día 3 de octubre de 1930. En la mañana del 30 de septiembre, un grupo de estudiantes se reuniría, muy temprano, en la escalinata de la Universidad de La Habana. Desde allí partirían, en una manifestación pacífica, hasta la casa de Varona. Pero cuando llegaron a la escalinata, esta había amanecido «manchada de azules», en palabras de Pablo de la Torriente. Cientos de policías, a caballo, los esperaban. Su intención era detener la marcha. Los jóvenes, para evitar un choque con la policía, decidieron cambiar la ruta. Al sonido de un clarín, tocado por Félix Alpízar, se aprestaron a iniciar la marcha, con las consignas de «¡Abajo el tirano!» y «¡Muera Machado!». Se inicia entonces un desigual combate: los policías, a tiro limpio y a macanazos, desde sus caballos, y los estudiantes, a puño limpio. Pablo de la Torriente cae herido al suelo. Rafael Trejo combate a su lado y también es herido. La cabeza de Pablo de la Torriente, abierta por la macana de un policía, mana sangre abundantemente. Ambos son llevados al cercano hospital Calixto García. Rafael Trejo fallece como consecuencia de un balazo. Pablo de las Torriente permanece hospitalizado durante treinta días. Las despiadadas acciones de Machado contra los estudiantes no amilanan su espíritu combativo, como líderes de un movimiento anti-machadista. El 3 de enero de 1931 se reúne el Directorio Estudiantil a fin de delinear una campaña para convencer a todos los cubanos de que la lucha contra Machado era, en última instancia, contra el imperialismo norteamericano, el cual, según ellos, sostenía y apoyaba incondicionalmente al dictador. Pero la policía los sorprende en su reunión secreta, y los arresta. Son internados en el Castillo del Príncipe. En esta, su primera experiencia carcelaria, se inspirará Pablo de la Torriente para escribir 105 días preso. La salida de la cárcel de los líderes estudiantiles propiciará nuevas reuniones secretas y nuevos encarcelamientos. Esta vez será en el Presidio Modelo de Isla de Pinos. Esta cárcel había sido construida en 1928, junto con la escalinata de la Universidad, como parte de la propaganda pro-régimen motivada por la visita a Cuba de varios presidentes de América Latina. 1 Las condiciones infrahumanas, de una crueldad increíble, servirán a Pablo de la Torriente de materia prima para escribir Presidio Modelo, doloroso testimonio de la vida de los presos en Cuba durante la dictadura machadista. Pablo de la Torriente será, no sólo autor de este texto, sino también testigo y protagonista de los sucesos. 1 Se trataba de la VI Conferencia Panamericana, que, en 1928, tuvo su sede en La Habana [N. de la E.] Mientras tanto, Cuba vive momentos de intensa agitación económica, política y social. Los obreros se habían unido, de diversas maneras, a las protestas y acciones contra el régimen de Machado. Acciones insurreccionales terminaron con un sangriento saldo de muertos para los insurrectos. Sin embargo, la espiral revolucionaria seguía su ascenso incontenible. Líderes como Villena, condenado a muerte por la tuberculosis; Guiteras, quien tendría un papel protagónico en el movimiento anti-batistiano y sucumbiría, víctima de la tiranía; líderes estudiantiles, obreros, estudiantes, mujeres, forman parte de esta espiral. Pablo de la Torriente combate ahora desde su trinchera de preso político, aunque se mantiene en contacto continuo con el liderazgo estudiantil universitario. Mientras la dictadura de Machado se tambalea, Pablo de la Torriente es trasladado, en mayo de 1933, del Presidio Modelo a la Cárcel de La Habana. Esta decisión respondió a las presiones de los Estados Unidos para que el gobierno de Machado liberara a los presos políticos, que llenaban las cárceles de Cuba. Embarca después, junto con su esposa y otros prisioneros políticos liberados por el régimen, rumbo a su primer exilio, hacia Europa. El barco tenía como destino final España. Hace escala, según algunos, en San Juan de Puerto Rico, aunque la mayoría de los biógrafos de Pablo de la Torriente dicen que fue en Ellis Island, Nueva York. Allí reclamó su derecho a permanecer en territorio norteamericano, ya que su nacimiento en suelo puertorriqueño lo hacía ciudadano norteamericano. Las autoridades de inmigración acceden a su petición. Pablo permanecerá en Nueva York en su primera y breve experiencia de exilio. La crisis económica, provocada por la dictadura, se manifestaba en la rebeldía, abierta u oculta, de la mayoría de los cubanos. Guggenheim, embajador de los Estados Unidos, negociaba con desesperación un acuerdo que le permitiera a Machado salir airoso de esta situación y, sobre todo, salvar las inversiones norteamericanas en Cuba, que eran la mayor preocupación del embajador. Pero se olía muy de cerca un estallido revolucionario, esta vez inspirado por la revolución bolchevique. La huelga de los trabajadores de transportes, en La Habana, en 1933, fue el detonante. Las fuerzas anti-dictadura no podían coordinar sus esfuerzos laborales y sus esfuerzos armados. Un falso anuncio de que Machado había caído provocó una manifestación pública que fue disuelta, salvajemente, por la policía machadista. Desempeñando un papel de neutralidad «comprometida», los Estados Unidos sustituyeron al embajador Guggenheim por Sumner Welles, quien intentó conseguir el apoyo de las fuerzas anti-machadistas, a la vez que negociaba con el régimen beneficios económicos para los huelguistas. Los líderes izquierdistas y estudiantiles titubearon. Pero los huelguistas no. «¡Qué se vaya el animal!», fue su reclamo unánime. Machado, junto a su familia y sus allegados, huye cobardemente, como todos los dictadores. Vuela a Nassau, dejando tras sí una estela de sangre y de esperanza sobre la monoestrellada bandera cubana. Lejos de lo que se pensaba, la salida de Machado no representó el triunfo de las fuerzas democráticas o la liberación de la omnipresente influencia norteamericana en los asuntos internos de Cuba. Por el contrario, los acontecimientos posteriores a la salida del dictador Machado propiciarían el fortalecimiento de un oscuro sargento del ejército, Fulgencio Batista. Este se convertiría, hasta 1944, y desde 1952 hasta 1959, en dueño y señor de Cuba, y el representante más dedicado de los intereses norteamericanos en Cuba. A la salida de Machado se constituyó un gobierno provisional, la «pentarquía», con Ramón Grau San Martín como presidente. Menos de un mes después, Batista dio un golpe militar y se autoascendió a coronel. Asumió el control absoluto del ejército y se convirtió en el poder detrás del trono de los presidentes «mediatizados», es decir, aquellos que contaban con la aprobación de los Estados Unidos para gobernar en Cuba. Decenas de movimientos huelguistas estallaron en todo el país. El gobierno civil era muy débil para controlar la situación. Guiteras, un dirigente pequeño-burgués que colaboraba con Grau San Martín, trataba de mediar en el conflicto. Esta situación le permitió a Batista intervenir, como jefe del ejército, para imponer el orden en la agitada nación. El traslado de los restos de Mella a Cuba propició una manifestación nacional que fue dispersada a tiros por los batistianos. Grau San Martín dimite de la presidencia y lo sustituye Carlos Mendieta, controlado por Batista y apoyado por el embajador norteamericano Welles. Guiteras huye a Oriente para organizar una revuelta armada contra el gobierno. El poeta Villena muere de tuberculosis. En los primeros meses de 1935, los maestros organizaron un paro, que se transformó en una huelga general de protesta contra el gobierno de Mendieta. Aunque, ante las protestas de los habitantes de Realengo 18, el «gobierno» de Batista prefirió ceder a los reclamos de los campesinos y no enfrentarse militarmente a ellos, la huelga de 1935 tuvo otra respuesta de parte del gobierno. Batista convirtió esta huelga en un asunto personal. Aniquiló, con mayor brutalidad que Machado, a la oposición. Encerró a cientos de dirigentes obreros y estudiantiles. Asesinó a Guiteras. Promovió la violencia contra los opositores del régimen. Uno de esos opositores fue Ivo Fernández. Pablo de la Torriente, desde su tribuna periodística, denunció el crimen. Levantó una declaración de un testigo ocular. Pero el día del juicio, el testigo se acobardó, y el crimen quedó impune. Amenazado de muerte por denunciar el crimen, Pablo de la Torriente tuvo que huir de Cuba. Se exilia, por segunda vez, en Nueva York. De este exilio no regresaría jamás a su patria, pues se quedaría en España, como le había prometido al poeta Miguel Hernández. En 1936, estalla la Guerra Civil Española. El germen de esta guerra fraticida está en los acontecimientos de la década de los años 20, que a su vez son una reacción a la debacle del 98. De la misma manera que Batista aprovechó las divisiones internas y las ambivalencias de los grupos liberales y revolucionarios en Cuba, los fascistas aprovecharon la anarquía y la debilidad del gobierno republicano, elegido en 1931, para iniciar un proceso que culminaría, cuarenta años después, con la muerte del dictador Francisco Franco. La rebelión se inició el día 17 de julio de 1936. El ejército rebelde, contrario a lo que se esperaba, se enfrentó con un pueblo armado, y dispuesto a una resistencia feroz. Lo que pretendía ser un golpe militar para restaurar la monarquía, se convirtió en una guerra fraticida de graves proporciones. Franco, de la misma estirpe que Machado y que Batista, logró el control militar absoluto y el apoyo de naciones como Italia y Alemania, que lo proveyeron, incluso, de soldados y armamento. Otras naciones, como Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, se declararon neutrales. La superioridad militar de los fascistas y la brutalidad de la guerra, llevó a la creación de las Brigadas Internacionales. Estos grupos de soldados voluntarios provenían de todas partes del mundo, y estaban identificados con la izquierda política o con los ideales de la libertad. Muchos cubanos —unos 800 según se calcula— se ofrecieron como voluntarios en la Guerra Civil Española, para pelear al lado de los republicanos. Pablo de la Torriente fue uno de los primeros en viajar a España. Su espíritu revolucionario, su anhelo libertario, su deseo de aprender de la revolución española para luego aplicar lo aprendido a la revolución en Cuba, lo llevaron a España. Allí, como periodista primero, como comisario político después, y como soldado al final, marcó la presencia de la América hispana, y de Cuba, en la causa de la libertad. Allí murió, en Majadahonda, Madrid, en diciembre de 1936, peleando, como hijo de la libertad. Trasfondo literario Según Salvador Bueno, El Papel Periódico de La Havana fue «un buen punto de partida para la narrativa posterior, en el siglo XIX» (Bueno, 1975, 20). El «acento realista» de los textos literarios publicados en El Papel Periódico salvó a esos escritores de «los vanos y abstractos relatos sentimentales y melodrámaticos» (Bueno, 20) y los condujo a la vertiente costumbrista de la prosa romántica. Los noveles escritores de las primeras dos décadas del siglo XIX estaban muy cerca de las concepciones del cuento tradicional, o daban especial preferencia al género novelesco. Estos escritores comenzaban a percibir las diferencias entre «criollos», nacidos en la isla, y los funcionarios civiles que representaban los intereses de la metrópoli. Sin embargo, el hecho de que estos intelectuales provinieran «de la incipiente burguesía insular que se fortalece durante esos años gracias al incremento de la producción azucarera impulsada por el trabajo esclavo», según Salvador Bueno, «limitaba su percepción de la realidad histórica y cultural en que vivían» (Bueno, 21). Aunque Bueno ubica la definición de la nacionalidad cubana en 1868, año del estallido de la guerra de independencia, ya la obra de José María Heredia, autor de Cuentos orientales, primer libro cubano de cuentos, expresa la conciencia de la nacionalidad cubana. Se puede hacer ya un inventario, más o menos extenso, de los cubanos que cultivaban el género narrativo del cuento. Entre ellos se destaca Ramón de Palma, valioso no sólo por su labor narrativa, sino por ser uno de los primeros cuentistas en preocuparse por una teoría literaria. La narrativa cubana de esta época posee una variedad de temas y estilos, y una calidad que le permite situarse entre las mejores narrativas de América Latina (Bueno, 29). La Guerra de Independencia de 1868-1878 desvió la atención de los escritores a géneros más afines con las circunstancias especiales del momento. Por esta razón, la oratoria, el ensayo y el periodismo dominaron la producción literaria. Terminada la guerra, el tema esclavista domina la producción narrativa de los escritores. Entre estos escritores se destacará el puertorriqueño Eduardo Ezponda. Domina también la tendencia realista-naturalista y, aunque se observa mayor cuidado en las técnicas narrativas, todavía prevalece una actitud de indefinición en la concepción del género. Las últimas dos décadas del siglo XIX demuestran un notable progreso en el cultivo del género. Escritores como José Martí, «maestro de la literatura infantil» —como lo llamó Elba Larrea—, Emilio Bobadilla, Julián del Casal y Esteban Borrero Echeverría forman parte de un inventario de narradores de excelencia, sobre todo porque los cuentistas comienzan a descubrir las cuestiones esenciales de la cubanidad. En los primeros años del siglo XX, hacen su aparición jóvenes escritores que empiezan a definir la fisonomía de una nueva generación de narradores. Esta generación, que llegó a su adultez durante la época de la «república mediatizada», está ubicada entre los años de 1910 a 1930. Los cuentistas de esta generación, según Bueno, son discípulos de Maupassant, Anatole France, Eça de Queiros, entre otros. Además, son hijos espirituales de Rodó y su pensamiento arielista. Posiblemente la figura más representativa de esta generación de narradores sea Jesús Castellanos, quien se libera pronto del realismo decimonónico español. Escoge el campo cubano como escenario de algunos de sus cuentos, lo que lo convierte en precursor de la cuentística rural nacional. Además, utiliza la realidad, no para pintarla, sino para crear un mundo imaginario: «Lo que describo no es la realidad, es sólo su imagen artística», nos dirá de su realismo. Además, se interesa en describir los conflictos humanos, no paisajes pintoresquistas. Su estilo es más conciso, su estructura temática más eficaz. Incorpora ambientes sociales que serán precursores de la cuentística posterior. No obstante, y a juicio de Ambrosio Fornet, «la falta de vida cultural y el hecho de que la conciencia nacional hiciera crisis antes de su integración, provocaron que los esfuerzos de Castellanos para crear una cuentística nacional fueran inútiles» (Fornet, 1967, 16-17). La desesperación y el pesimismo ahogaban a estos jóvenes escritores. Su amargo pesimismo es recogido por la voz de José Manuel Poveda, escritor y poeta de esta generación: «Ayer mismo sufría los males de la patria, pero tenía confianza en mi pluma, en mi palabra, en el esfuerzo de la juventud. Hoy, no, hoy me siento como si no existiera y el dolor de la Patria que sufro es el dolor de no existir» (Bueno, 1975, 19). La presión histórica, externa e interna, que recibían estos escritores, inmersos en la crisis de la pseudorepública, hace que no puedan desentenderse de la realidad nacional, pero también despierta su atención y su interés, sobre todo después de la Primera Guerra Mundial, el rumbo que toman los asuntos mundiales. Los jóvenes escritores e intelectuales que se dan a conocer a partir de 1923 constituyen un grupo con una conciencia política e intelectual nueva. Encabezados por el poeta Rubén Martínez Villena, el Grupo Minorista firma una Declaración en la que reclama una trasformación total en Cuba. Una transformación que abarcara no sólo el campo de la política o la economía, sino también el del arte. A partir de este momento, los escritores no sólo serán malos o buenos cuentistas o poetas. También serán jueces, testigos, cómplices, acusadores, protagonistas. Cada escrito supone, desde entonces, una toma de conciencia respecto a la realidad política y social de Cuba. La nueva generación de escritores irá a las raíces de la cubanía. Redescubrirá al negro. Conocerá lo que de universal tiene la cultura cubana. Hará un inventario de su producción intelectual, producción que le dará a Cuba un lugar «en el banquete de la civilización», según el juicio de Calcagno. Sobre todo, responderá a la proposición de Alejo Carpentier, de «expresar lo criollo con una nueva noción de valores». Según Fornet, «a la inercia cultural de las dos décadas anteriores, el Grupo Minorista responde con una carrera desenfrenada hacia el presente» (Fornet, 1967, 32). Luis Felipe Rodríguez representa, en la narrativa, el inicio del proceso de búsqueda de la cubanidad. Fornet opina que Rodríguez representa la corriente negativa de este criollismo, ya que es incapaz de expresarse en situaciones concretas, y sus personajes y situaciones se reducen a sombras y a muñecos. No obstante, le reconoce su dominio del habla y la psicología popular. Además, haber iniciado la corriente del cuento guajiro (Fornet, 1967, 34-35). Bueno, por el contrario, reconoce en Rodríguez «la autenticidad del reflejo que ofrecen [sus cuentos] de la realidad cubana» (Bueno, 1975, 20). Añade que sus relatos constituyen «la piedra angular del cuento cubano contemporáneo» (Bueno, 20). En esta época se destaca, entre otros escritores, Carlos Montenegro, quien, según el juicio de Fornet, es el primer narrador moderno de la literatura cubana, comparable en calidad con Gorki (Fornet, 1967, 35). Además, se destacan Félix Pita Rodríguez, Alejo Carpentier, Enrique Labrador Ruiz, Lino Novás Calvo, Enrique Serpa, Rubén Martínez Villena, Arístides Fernández, Dora Alonso, Rómulo Lachatañeré, entre otros cuentistas. Tanto Fornet como Bueno destacan a Pablo de la Torriente como uno de los escritores más importantes de su época. Repetimos aquí algunos de los juicios de Fornet, a quien citáramos al inicio de este capítulo: «Pablo de la Torriente [...] el único escritor cubano que tiene una leyenda [...] transformó de golpe nuestra prosa literaria [...] [sus cuentos] no podrían suprimirse en ninguna antología». Por otro lado, citamos el juicio de Bueno: Entre los narradores que surgen en esta etapa, se encuentra Pablo de la Torriente Brau (19011936), que murió combatiendo en defensa de la República Española contra la agresión fascista. Aunque su obra narrativa no llegó a cuajar totalmente, en ella se observa el germinar de un verdadero y capaz creador de cuentos. En sus relatos se entremezclan la agilidad de un periodista, la afición por la aventura, un fresco lirismo que le brota casi inconscientemente y un humor sano y fuerte que irrumpe con fuerza inusitada. La burla en sus relatos nunca posee índole libresca, sino que se adviene como genuina actitud humana. El lenguaje de raíz popular penetra en estos relatos como un elemento más de autenticidad al acentuar el vigor y el realismo que fue su mejor aporte a la narrativa cubana. (Bueno, 1975, 21). Trasfondo biográfico Pablo Félix Alejandro Salvador de la Torriente Brau nace en San Juan, en la calle O’Donell, número 6, justo frente a la estatua de Cristóbal Colón, en la acera opuesta a lo que ahora es el Teatro Tapia. La casa donde nació, el 12 de diciembre de 1901, está dedicada actualmente a negocios. Su padre fue Félix de la Torriente, hijo de cubanos, pero nacido en España. Su madre, Graziella Brau de Zuzuarregui, era hija predilecta del insigne historiador y periodista Salvador Brau, hombre insobornable, que se había dedicado, desde las páginas de su periódico El Clamor del País, a combatir las crueldades del gobierno del infame dictador Romualdo Palacios. Quizás de ahí le viene a Pablo de la Torriente su vocación de periodista combativo e indoblegable. La presencia en Puerto Rico de su padre, educador prestigioso, se debía a que había sido designado por el gobierno de España para servir como secretario al último gobernador español en Puerto Rico, el capitán general González Muñoz, quien falleció al día siguiente de su arribo a San Juan, quedándose don Félix «desempleado». Don Félix de la Torriente traía una carta de presentación del cubano José María de Labra para su amigo, Salvador Brau. Acude a presentar sus respetos a la casa de la familia Brau y de esta visita surge su relación con ella. La amistad se convierte en atracción y amor especial a Graziella, con quien don Félix contrae matrimonio. Procrearon cinco hijos: Pablo —«El Nene», como le llamaba su familia—, Graciela, Zoe, Lía y Ruth. Sólo Ruth, hermosa dama de noventa años de edad, vive, para el tiempo en que se redactan estas páginas. Radica en una de las principales avenidas de La Habana, y desde su sencillo, pero acogedor apartamento, irradia la fuerza, la alegría de vivir y la vitalidad que caracterizó a su hermano Pablo de la Torriente. De su voz oímos muchas anécdotas, envueltas en amor y profunda admiración, sobre su amado hermano. La formación moral de Pablo de la Torriente se inició bajo la tutela de su abuelo materno, don Salvador Brau. Según su hermana Zoe de la Torriente, de Salvador Brau heredó Pablo no sólo su complexión física, atlética y robusta, sino, sobre todo, sus virtudes morales y sus aficiones artísticas y literarias. De su abuelo aprendió también el amor por la libertad, especialmente la libertad para Puerto Rico. Ya a los ocho años escribe su primer artículo periodístico en El Ateneísta. En este artículo expresa su deseo de ser almirante de la Marina, para, con una potente escuadra naval, sacar a los norteamericanos de Puerto Rico. Muy pequeño viajó a España, por causa de la muerte de su abuelo paterno. Las imágenes de España, lo que vio y lo que oyó hablar de ella, lo acompañarían hasta su muerte. Siempre expresó su deseo de volver. No sabía que su idealismo revolucionario lo llevaría hasta allá, y que su sentido heroico de la vida lo dejaría sepultado en tierra española, cuya libertad abonó con su propia sangre. De España, Pablo de la Torriente pasa a La Habana, ya que su padre iría a Cuba a ejercer tareas pedagógicas y periodísticas en la convulsa nación. Allí inicia su educación primaria, al amparo de los principios éticos de Miguel de Cervantes y de José Martí. Su abuelo, don Salvador Brau, le envió un ejemplar de La Edad de Oro, la revista que Martí había fundado para los niños. Su abuelo orienta al niño para que «inspire sus ideales en la obra de Martí, puesto que, como Martí, él [Pablo de la Torriente] sería cubano» (Zoe de la Torriente, 2001, 38). La segunda invasión norteamericana a Cuba (1906) provoca la destitución de don Félix de la Torriente, quien se traslada a Oriente. Doña Graziella y los hijos, Pablo, Graciela y Zoe, regresan a Puerto Rico. Tres años después, la familia se reunirá en Cuba. Allí nacen las otras dos hijas, Lía y Ruth. Pablo no regresará jamás a Puerto Rico. Pero la idea de la libertad, que trajo a sus antepasados a Puerto Rico, y los llevó a pelear por ella, había quedado arraigada, firmemente, en el corazón y en la mente del niño puertorriqueño, que comenzaría, a los ocho años de edad, su proceso de «cubanización». No obstante, mantendría, de alguna forma, vínculos con su Puerto Rico natal. Cultivó amistades boricuas en La Habana, Nueva York, Madrid. En 1935, próximo a su segundo y definitivo exilio en Nueva York, conoce al poeta Juan A. Corretjer y le realiza una entrevista para el periódico Ahora. Pablo exalta la figura del «joven leader», cuya labor de divulgación revolucionaria compara con la de José de Diego y la de Pedro Albizu Campos. Luego de la entrevista, nunca pudieron despedirse. Corretjer fue apresado en La Habana y llevado al Castillo del Príncipe, lugar del primer encarcelamiento de Pablo de la Torriente. En Nueva York tendrá clara conciencia de la situación política de Puerto Rico y de la lucha de los puertorriqueños contra la dominación norteamericana. Escribe varias crónicas en las cuales narra las actividades liberacionistas de sus compatriotas puertorriqueños, y la discriminación de que son víctimas por parte de los norteamericanos. En Madrid, Puerto Rico está presente en la vida de Pablo de la Torriente Brau, en la estrecha amistad que mantiene con el periodista Emilio R. Delgado. De hecho, es la dirección de su amigo la que le sirve para recibir la correspondencia desde La Habana o desde Nueva York. De Madrid, especialmente del libro Vengo del Jarama, recibe Pablo de la Torriente el homenaje póstumo del ensayista y político puertorriqueño Antonio Pacheco Padró. José Enamorado Cuesta, legendario líder nacionalista, poeta y periodista, conoció a Pablo de la Torriente en Madrid. Con él, el líder puertorriqueño participó en varios programas de radio, y de él se despidió, estando ya Pablo en una trinchera de guerra. Puerto Rico se mantuvo al tanto de su labor literaria a través de diversos medios. Antonio S. Pedreira le dedicó una crónica en la prensa con motivo de sus publicaciones. En 1930, el semanario Pica-Pica, que publicaba su tío, el periodista Luis Brau, recoge la heroica participación de Pablo de la Torriente en los sucesos del 30 de septiembre, en un reportaje titulado «Bautismo en Cuba, noticia en Puerto Rico». El 2 de enero de 1937, el periódico El Mundo publica: «Un nieto de Salvador Brau muere peleando en España». La noticia informa las circunstancias de su muerte y, tras reseñar la vida del combatiente, recuerda a sus lectores que Pablo de la Torriente había nacido en San Juan, frente a la plaza de Colón. Cesáreo Rosa Nieves y Félix Franco Oppenheimer incluyen su cuento «Último acto», en el tomo II de su Antología general del cuento puertorriqueño (1970), a pesar de reconocer su cubanía. La memoria de Pablo de la Torriente se mantiene viva en Puerto Rico a través de la labor del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y El Caribe. También a través de los familiares cercanos de Ruth de la Torriente, única sobreviviente de la familia Torriente Brau. Estos viven en la ciudad de Bayamón. En Cabo Rojo hay descendientes de don Salvador Brau, que mantienen comunicación con doña Ruth, y con el pasado glorioso de los Brau, uno de cuyos símbolos más excelsos es Pablo de la Torriente. La hermana de Pablo de la Torriente, Zoe, su inseparable compañera y amiga, lo describe como «un niño tranquilo, taciturno, melancólico, y muy dedicado a la lectura». Zoe contrasta este temperamento del Pablo niño, con lo que será después el Pablo adulto, «de espíritu rebelde, de regocijado humorismo, impetuoso, violento, revolucionario» (Zoe de la Torriente, 40). De pequeño, por un incidente en el que intervino, recibió el apodo de «Quijote». Resulta que Pablo sorprendió a un hombre golpeando a un niño. El incidente de Juan Haldudo y Andresillo, posiblemente, cruzó por su mente, e intervino para reprender al adulto, sin saber que era el padre del niño, a quien castigaba por una fechoría que había cometido. El reperpero que formó Pablo de la Torriente fue grande, pero perjudicial para él. Llegó a su casa herido, y con un par de dientes menos. Su madre, conocedora del espíritu quijotesco de su hijo, le advirtió, luego de curar sus heridas: «Eso te pasa por meterte a Quijote». En 1919, la familia se traslada a La Habana. Pablo de la Torriente había iniciado la carrera de Ciencias políticas, sociales y económicas, pero no pudo terminar sus estudios. En 1920, se traslada a Sabanazo, con el propósito de trabajar en la construcción de un ingenio azucarero. El contacto con el campesinado y la opresión que estos sufrían marcarán al autor, y de sus vivencias en Sabanazo darán testimonio algunos de sus relatos. Regresa a La Habana para trabajar en el diario Nuevo Mundo y en la revista El Veterano. La pobre circulación de ambas publicaciones lleva a Pablo de la Torriente, según relata su hermana Zoe, a rogar a esta que lea un ejemplar de Nuevo Mundo, diciéndole: «Léetelo, para poder decir que tengo un lector. No es justo que yo sea el redactor, el repartidor, el cobrador y el único lector de mis trabajos». En 1922 intenta entrar a la Escuela Naval de Cuba, pero un comentario le cuesta la admisión. A la pregunta de si senador se escribía con «c» o con «s», Pablo de la Torriente le anota un comentario al margen del examen, diciendo que en Cuba, «senador era sinónimo de botellero». En aquella época se conocía como «botellero» a un empleado público que cobraba su sueldo sin realizar ningún trabajo. Entra a trabajar en el bufete de Fernando Ortiz como secretario-taquígrafo. Don Fernando era un abogado e intelectual que ocupaba un prominente lugar en la historia política y cultural de Cuba. Trabajando en su bufete, publica su primer cuento. Este se titulaba «El héroe», y fue publicado en El Diario de la Marina, en 1929. Pablo de la Torriente es amante de la música (es miembro de Pro-Arte Musical). También se convierte en un destacado deportista (practica ajedrez, remo, pelota, fútbol americano, entre otros deportes). Además, es un excelente dibujante. Pero, sobre todo, es un apasionado de la libertad y de las luchas por la reivindicación de Cuba, su patria adoptiva. Pronto se unirá al movimiento estudiantil y a otros jóvenes en trajines revolucionarios y junto a ellos protagonizará después sangrientas protestas y enfrentamientos violentos contra la dictadura de Machado. En 1930, junto a Gonzalo Maza, futbolista y cuentista, publica su primer libro de cuentos, Batey. Su prosa, llena de humorismo, fuerte y vigorosa, sorprende a la crítica cubana y extranjera. Incluso Pedreira, el crítico e intelectual puertorriqueño, le dedica una reseña crítica en la prensa del país. Los años de 1930 a 1936 son años intensos, vibrantes, apasionados en la vida de Pablo de la Torriente. Se matricula nuevamente en la Universidad de La Habana. Se incorpora a las luchas estudiantiles. Se bate a puños con la policía de Machado, en los sucesos del 30 de septiembre. Pasa treinta días recluido en un hospital, como resultado de esa refriega. Fracasada la huelga general de 1935, y amenazada su vida por la denuncia del asesinato de Ivo Fernández, Pablo de la Torriente tiene que tomar de nuevo el camino de su segundo y último exilio. No volverá a Cuba. La vida en Nueva York se le hace más difícil que durante su primera estadía. La necesidad económica es ahora más apremiante. Incluso, tiene que trabajar como conserje en un cabaret nocturno, en un turno «suicida», de cuatro de la madrugada a tres de la tarde, siete días a la semana. No tiene opciones. No puede regresar a Cuba, ya que allí su vida corre peligro. Cree que trasladarse a Puerto Rico sería peor que quedarse en Nueva York. Cuando aparenta ser que todas las posibilidades se le acaban, la causa española lo llama con gran poder de seducción. Pablo entiende que su momento histórico ha llegado, y que su lugar está en España, peleando por la causa a la que ha consagrado su breve, pero intensa vida: la libertad. Se desespera porque su condición económica es su mayor obstáculo para llegar a España. Escribe cartas intensas, apasionantes, alocadas. Pide ayuda desesperadamente. Expresa su convicción de que la causa de la libertad de los seres humanos reclama su presencia en España, a donde irá «a hacer periodismo». Pero los que lo conocen saben que Pablo de la Torriente, espíritu martiano, pondrá la acción allí donde ponga su palabra. Después de muchas desazones, llega a España, habiendo visitado antes varios países europeos. Llega, en septiembre de 1936, como enviado de la revista norteamericana New Masses y del periódico El Machete, de México. Es asignado al frente de guerra, en Madrid. Luego es nombrado comisario político en el batallón de Valentín González, «El Campesino». En el frente de guerra conoce a Miguel Hernández, quien cavaba trincheras para las fuerzas republicanas. La afinidad entre el poeta y el cubano es inmediata y profunda. Pablo de la Torriente nombra a Miguel Hernández comisario cultural. Los testimonios de sus compañeros de guerra dan fe del compromiso heroico de Pablo de la Torriente con la causa de la libertad. Escribe crónicas de guerra; combate, con encendidos discursos, contra los fascistas; motiva a los hombres en el frente; procura satisfacer las necesidades de los soldados; colabora en la planificación de las batallas. Impelido por su espíritu heroico, entra en acción. Un frío día de diciembre, el héroe cae muerto. Un certero balazo le atravesó el corazón. A su lado, muerto también, Pepín, un huérfano de trece años a quien Pablo de la Torriente había adoptado, y que nunca lo abandonaría, ni siquiera en la muerte. Su hermana se entera de su muerte por casualidad, al fijarse en la portada de un periódico que un hombre leía en la estación del tren, en La Habana. La muerte de Pablo de la Torriente conmovió a Cuba y a quienes lo conocieron dentro y fuera de España. Lo entierran, provisionalmente, en el cementerio de Chamartín de la Rosa, cerca de Madrid. Después, lo trasladan a Barcelona, con el propósito de llevarlo a México. Finalmente, lo entierran en un nicho en Montjuic. Terminada la guerra civil, exhuman su cadáver y, junto al de otros combatientes, lo entierran en una fosa común, en el mismo cementerio. Allí reposan, hasta el día de hoy. Pablo cumplió su promesa, hecha al poeta Miguel Hernández: «Me quedaré en España, compañero». Y allí se quedó. Su «edificio tronante de guerrero», «en la hierba de España» se ha quedado, con el sol de España puesto en la cara y el de Cuba en los huesos. Ya disfruta «la muerte del héroe». Su sangre no se ha extinguido sin objeto, «porque este es de los muertos que crecen y se agrandan aunque el tiempo devaste su esqueleto». («Elegía segunda», de Miguel Hernández, leída por el poeta en el entierro de Pablo de la Torriente). Conceptos sobre el relato, ficción y género testimonial Conceptos sobre el relato La tradición literaria había defendido por mucho tiempo la división de los géneros literarios en compartimientos cerrados, herméticos, sin ninguna relación entre sí. Tradicionalmente, se ha enseñado una clasificación de géneros que le adscribe, a cada expresión literaria, unas características y elementos diferenciadores fuertemente matizados. La tradición clásica de géneros líricos, épicos y dramáticos tenía una influencia determinante en esta clasificación. Así se distinguían, en primer lugar, los géneros mayores de los menores. Luego, se establecían las definiciones y caracterizaciones de cada género, manteniendo las fronteras genéricas firmemente delimitadas. La única aproximación posible era entre la novela y el cuento, y aun entre estos géneros se recordaba siempre que las diferencias eran más marcadas que las similitudes obvias. Se habló por mucho tiempo de los grandes teóricos del cuento y de los grandes teóricos de la novela, sin ver mayores relaciones entre estos dos géneros narrativos, o entre ellos y otros. Mucho menos se pensaba en la posibilidad de enlazarlos con otras formas de relato, ni con otras formas del arte, como la arquitectura, la música, la pintura, el cine, etcétera. Modernamente, se ha abierto la posibilidad a considerar la importancia del relato como forma de producción del discurso o de entender la realidad, sobre la clasificación técnica de sus diversas manifestaciones. También se ve el relato como una estructura de relaciones, en la cual las funciones, las acciones y las narraciones están ligadas entre sí, y trascienden la clasificación estrictamente genérica. Dice Roland Barthes, en su conocido Análisis estructural del relato: El relato puede ser soportado [entendemos que la traducción debió ser «apoyado»] por el lenguaje articulado, oral o escrito, por la imagen, fija o móvil, por el gesto y por la combinación ordenada de todas estas sustancias; está presente en el mito, la leyenda, la fábula, el cuento, la novela, la epopeya, la historia, la tragedia, el drama, la comedia, la pantomima, el cuadro pintado (piénsese en la Santa Úrsula de Carpacio), el vitral, el cine, las tiras cómicas, las noticias policiales, la conversación. (Barthes, 1982, 15) Según esta cita, la concepción del relato, tradicionalmente ligada, con exclusividad, a la producción estrictamente narrativa (la novela y el cuento), trasciende a otras formas de expresión. Esto nos conduce a la idea de la transgresión o de rompimiento entre las fronteras genéricas, o de una mayor amplitud de miras, tan vigente en la literatura moderna, a la hora de considerar una producción literaria narrativa. Partiendo de este hecho, Antonio Garrido expresa la dificultades que ofrece una definición adecuada del texto narrativo, a partir de las producciones literarias del siglo XX. Señala que obras como La montaña mágica, de Thomas Mann o En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, cumplen plenamente con el ideal romántico de mezcla de géneros, lo que dificulta la definición precisa del narrativo. Señala que la existencia de múltiples corrientes de teorías literarias también dificulta esta situación, aunque piensa que los paradigmas creados por estas corrientes teóricas son más complementarios que excluyentes. (Garrido, 1996, 12-13). Para Garrido, los nuevos enfoques del análisis del texto narrativo, vale decir los estudios de los formalistas rusos, del estructuralismo francés, las propuestas de Jakobson en el Congreso de Bloomington, la intensificación del enfoque comunicativo del texto, así como los estudios de figuras importantes, cuyo inventario sería aquí interminable, «han contribuido a rescatar y poner de nuevo en circulación uno de los problemas clásicos de los estudios literarios: el de las relaciones entre literatura y realidad o, en otros términos, el del estatuto de la ficción» (Garrido, 15-16). Estos planteamientos sobre realidadficción son fundamentales para el análisis de la obra narrativa de Pablo de la Torriente Brau, y volveremos sobre ellos más adelante. Según los narratólogos modernos, el discurso narrativo tiene validez en la medida en que integra los niveles del relato en una acción general. Según Claude Bremond, citado por Barthes en su libro, todo relato consiste en un discurso que integra una sucesión de acontecimientos de interés humano en la unidad de una misma acción. Donde no hay sucesión [...] donde no hay integración en la unidad de una acción [donde] no hay implicación de interés humano, [donde] los acontecimientos narrados no son ni producidos por agentes ni sufridos por sujetos pasivos antropo-mórficos, no puede haber relato. (Barthes, 102) A los elementos técnicos y estructurales, esta cita de Bremond añade el sentido de significado vital, de relación con la experiencia real humana que debe tener todo relato. Como habíamos señalado anteriormente, la concepción moderna del relato trasciende el mundo estrictamente literario para incursionar en otros campos del discurso. Jules Gritti, en «Un relato de prensa: los últimos días de “Un gran hombre”» (Gritti, 1982), incluido en el texto de Barthes, plantea la posibilidad de hacer un análisis narrativo de un texto periodístico, más específicamente, de un reportaje. Se pregunta Gritti si es posible encontrar «los resortes dramáticos, las secuencias, las funciones activas y expresivas» en un reportaje periodístico (Gritti, 122). En este, que gira alrededor de los últimos días del Papa Juan XXIII, Gritti analiza las funciones activas y expresivas, las secuencias del relato y otros elementos, utilizando principios de la narratología, especialmente los de Greimas. Gritti caracteriza al relato de prensa como un juego meta-narrativo, el de las relaciones entre el narrador y su fuente de información. Este juego, según él, depende a su vez de las dos funciones asignadas al lenguaje por Roman Jakobson: la función metalingüística, o desciframiento de las informaciones, y la función referencial, o recursos vinculados u orientados al contexto, a la «realidad» (Gritti, 127). Sugiere que el análisis narrativo, que es una ciencia naciente, debiera usar el relato de prensa como campo de investigaciones. Está implícita la idea de que puede presentar muchos elementos del esquema narrativo. Son importantes también, para este abordaje, los planteamientos de Todorov (1972) en relación con el relato literario. De todos los conceptos que presenta, nos interesa el relacionado con la concepción del relato como historia. Define la historia como «una invención, contada por alguien, pero no en el orden cronológico natural». Basado en Bremond, dice que el relato está constituido por el encadenamiento de «micro-relatos» que responden a situaciones esenciales de la vida: engaño, contrato, protección. Esta concepción del relato como historia inventada, y su relación con la experiencia vital será retomado al momento de analizar las relaciones entre historia, realidad y ficción literaria. Para Gerald Genette («Fronteras del relato», incluido en el texto antológico de Barthes) el relato es «la representación de un acontecimiento o de una serie de acontecimientos reales o ficticios, por medio del lenguaje, y más particularmente, del lenguaje escrito» (Genette, 1982, 198). Se resalta en la cita que la realidad y la ficción no son motivo de controversia a la hora de analizar el texto narrativo. Genette dedica gran parte de este ensayo a analizar y comparar las concepciones aristotélicas y platónicas sobre el relato. Destaca que, para Aristóteles, relato o narración (diégesis) es un modo de imitación poética (mímesis). El otro modo es el dramático, que es representación directa de los acontecimientos. Para Platón, la mímesis es el acto de hacer hablar a los personajes, simulando el autor ser el personaje que habla. La diégesis es el relato o narración que hace el autor, sin hacernos creer que es el personaje el que habla. Genette piensa que la dramatización acentúa las acciones, los gestos, pero escapa al plano lingüístico, que es la actividad específica del poeta (Genette, 199). En el relato, sea total o parcialmente ficticio, el trabajo de ficción tiene como objetivo ocultar los dos tipos de imitación, el directo y el indirecto. Todo relato es la representación de acciones y acontecimientos (narración) y representación de objetos y personajes (descripción). Según el autor, la descripción es el elemento más necesario, ya que los verbos y los nombres son, de por sí, elementos descriptivos. Concluye Genette que «el único modo que conoce la literatura, en tanto representación, es el relato, equivalente verbal de acontecimientos no verbales, y también verbales. La imitación perfecta ya no es imitación, es la cosa misma, y finalmente la única imitación es la imperfecta: mímesis es diégesis» (Genette, 200). Conceptos sobre la ficción narrativa La concepción del relato como imitación nos lleva a considerar algunas ideas expuestas en relación con el tema de la ficcionalidad del relato. William Somerset Maugham, en un juicio valorativo sobre sus cuentistas favoritos, resalta que el gran acierto de Maupassant era «no copiar la vida; la reordena para despertar el interés, excitar y sorprender. Su propósito no es hacer una transcripción de la vida, sino una dramatización de la misma» (traducción nuestra). Esta cita, incluida por Carmen Lugo Filippi en su estudio crítico Los cuentistas y el cuento (Lugo Filippi, 1997, 24), plantea el problema de la literatura en general, y el cuento en particular, como imagen o como invención de la vida. El propio Poe, que definía el cuento como «obra de la imaginación» también decía que «el objetivo del cuento es la verdad». Lo mismo opinaba Antón Chejov. Según cita Lugo Filippi, este sentía predilección por las historias comunes, por situaciones cotidianas, lo que valida su preferencia por la «verdad» como objetivo del cuento. Esta postura en relación con la «verdad» del cuento es compartida por otros cuentistas reconocidos. El problema es que ninguno de ellos nos ofrece una definición de lo que significa «verdad», a la luz de sus concepciones literarias. Lo que nos lleva hasta aquellos teóricos de la narrativa que han tratado este asunto con más precisión. El problema de la «verdad» en el texto narrativo se entiende a la luz del concepto de «ficción». El término latino «fingere» abarca un campo de sentidos que incluye desde «plasmar», «formar», «imaginarse», «suponer», «decir falsamente», hasta, incluso, «mentira». «Fictio», de donde surge el «ficzione» italiano, tiene el sentido, en la retórica antigua, de invención lingüística y literaria. Platón y Aristóteles se plantearon la discusión entre «la verdad» y la «mentira» desde la perspectiva de la literatura como imitación de la realidad. Para Platón, la poesía constituía la reproducción de reproducciones, mientras que para Aristóteles constituía la representación de lo universal, lo histórico, lo particular, según expresa en su Poética. En el estudio titulado Análisis del discurso: Hacia una semiótica de la interacción textual (Lozano et al., 1999), se discute el problema de «la construcción de la verdad». Usando como referencia el concepto de «veridicción» de Greimas, se establece que la veridicción, es decir, «decir verdad», es una categoría independiente, que establece sus propios niveles referenciales, a los cuales Greimas llama «verdad intrínseca del relato» (Lozano et al., 79). De esta manera, Greimas libera el dilema verdadero/falso de su relación con referentes no semióticos. Al utilizar el término veridicción se establece que, en los discursos, los enunciados no tienen categoría de verdad en sí mismos, sino que esa verdad es construida por el sujeto enunciante. Por lo tanto, la verdad no es una representación de la verdad exterior. Más que producir discursos verdaderos, el enunciador produce discursos que generan un sentido de verdad. Para Greimas, el acto de verdad que se ha planteado consiste en un «hacer parecer verdadero». Para que este hacer parecer verdadero sea efectivo, debe existir un «contrato de veridicción» entre el destinador y el destinatario, es decir, entre la voz narrativa y el lector ficticio. El primero hará creer, y el segundo creerá, en un intercambio que se convierte en un hacer persuasivo y un hacer interpretativo (Lozano et al., 79-80). Para Cesare Segre, «El hecho es que la literatura, especialmente la narrativa, crea simulacros de la realidad; incluso si no existen los hechos que expone, son isomorfos de hechos acaecidos o posibles; del mismo modo, evoca personajes, que, aunque no sean históricos, se asemejan a las personas que se mueven en el teatro de la vida» (Segre, 1985, 248). Piensa Segre que el dilema no es entre la realidad y la ficción, es decir, entre la «verdad verdadera» y la «verdad ficticia» sino cuál es la distancia que separa una de la otra. En inglés, la voz «fiction» se define como «todo tipo de literatura que se ocupa de narrar acontecimientos imaginarios y de describir personajes imaginarios». Sin embargo, en las lenguas romance, el término oscila entre «simulación» e «invención literaria». La retórica clásica medía la ficción a la luz de la imitación (mímesis). De este modo, la medida de la ficción sería la verosimilitud, ya que la invención que implica la ficción sería un hecho inventado que puede ser verificado. Además, esta invención, verosímil, se justificaría a la luz del fin que persigue el arte de invención, que es hacerse oír o hacerse leer. Se justifican, pues, las transgresiones a la verdad, es decir, las mentiras. Segre explica esta relación válida entre lo que es «verdadero» y lo que es «falso» de la siguiente manera: Precisando algo más, hay que adecuarse, en general, a las siguientes exigencias: 1) que la obra se mantenga dentro de un sistema coherente de relaciones entre lo posible y lo imposible; 2) que la presencia de elementos imposibles queden dentro de una lógica narrativa que pueda ser asumida como válida dentro del sistema dado. (Segre, 253) Podemos decir, pues, que el escritor tiene licencia para mentir, en el ámbito de lo verdadero/falso, lo posible/imposible. Este criterio le ofrece al texto narrativo un amplio mundo de posibilidades, ya que lo narrado, o ha sucedido o puede suceder. Los teóricos modernos prefieren el binomio verosímil/inverosímil, ya que esta relación corresponde más a una coherencia sintáctica que a una comparación con lo real. La literatura moderna plantea nuevos problemas a esta relación realidad/ficción, ya que incluye mundos como el del absurdo (Beckett, Kafka) y el de lo maravilloso (Borges). En este caso, el autor dispone de nuevos recursos: la reversibilidad del tiempo, cambios recíprocos entre imaginación y vida, juego de espejos, cajas chinas con su sentido de infinitud, cálculo de probabilidades, coincidencias, repeticiones. Señala Segre que, en esta nueva manera de transformar lo real en ficción, «la ficción no apunta a mundos fantásticos, sino que deforma el nuestro, porque sus conexiones y sus medidas, arrancadas de su engañoso equilibrio, se nos aparecen con una brutalidad reveladora: en lugar de proponer mundos posibles, presenta el nuestro como un mundo imposible» (Segre, 261). Poética de la ficción, libro escrito por José María Pozuelo Yvancos, comienza con esta afirmación: La cuestión de la ficción literaria puede comenzar a entenderse cuando nos resistamos a la tradicional o ingenua contraposición de literatura/realidad como dos esferas independientes y en la que la literatura supusiera una «versión» más o menos cercana a lo real, los hechos, la historia. Veremos cómo es dificilísimo aprehender un concepto de realidad que en sí mismo no implique elementos de ficción. [...] La ficción literaria comenzará a ser comprendida cuando sospechemos de cualquier teoría que presente lo «real» (opuesto a lo ficticio o ficcional) en términos de sustancia de primer grado. (Pozuelo Yvancos, 1993, 15) Pozuelo Yvancos afirma la imposibilidad de una literatura ficcional que no modele o represente la acción humana, o que no se refiera a un acontecimiento humano, o que no se dé en el seno de una cultura. Señala el autor que «por muy inventados que sean los personajes y escenarios, por maravillosas que sean sus cualidades e incluso su representación, acaban refiriendo, sea directa o simbólicamente, a los conocidos o imaginados por la experiencia del lector» (Pozuelo Yvancos, 18). Citando a Auerbach, explica la incapacidad de la literatura antigua para «representar» la vida, no como un problema de falta de este concepto literario, sino por falta de una conciencia histórica que le permitiera al autor mediatizar la ficción desde la perspectiva de la historia existencial del ser humano. (Pozuelo Yvancos, 21). Las modernas teorías literarias, heterogéneas e irreconciliables, representan, según Pozuelo Yvancos, una quiebra «no deseada» de la trayectoria histórica de la poética de la ficción, con consecuencias negativas. Una de ellas es el abandono de la discusión sobre la ficcionalidad desde la perspectiva del texto literario para centrarla en el lenguaje literario. Se sustituye la poética del mensaje-texto por la poética de la comunicación literaria. Implica, además, que la discusión sobre la ficcionalidad se propone como un debate lógico verdad/no verdad, al margen de la realidad propia de la literatura. Las teorías contemporáneas no sólo inciden sobre la ficcionalidad, sino también sobre otros aspectos y cuestionamientos del análisis literario. Estos son, entre otros, qué es la literatura, cómo se emite y recibe el texto literario, cómo se organizan los textos ficcionales. Pero también plantean otros debates sobre géneros alternos o marginales, tales como la autobiografía y el género testimonial y la crónica literaria. Además, afecta de igual modo el problema de la enunciación: el «yo» literario frente al «yo» real. Aunque reconoce válidos estos planteamientos y cuestionamientos, Pozuelo Yvancos se reafirma en que es imposible la lectura sin la mediación de la cultura universal, y la de la propia cultura. Por eso dice: Es ingenuo pensar que la ficción literaria puede ser la misma para un habitante de una cultura primitiva sin tradición de literatura realista o con una literatura apegada al mito que para el lector occidental educado en los patrones de la realidad que su propia literatura ha contribuido ha forjar (como lo ha contribuido para aquel). (Pozuelo Yvancos, 70). Propone Pozuelo que la poética contemporánea contribuya a estas discusiones desde diferentes modelos culturales y cómo estos modelos se forjan con su propia ficcionalidad. Para Antonio Garrido no existe ningún dilema entre realidad y ficción literaria. Para el autor, el relato es una construcción imaginaria. Podemos entender que el diseño es inventado, pero los materiales han de ser reales, como en todo proyecto de construcción. Este mundo creado por la imaginación es un mundo alterno, pero en relación con el mundo existente. En el texto ficticio no hay lugar para los cuestionamientos de verdad/falsedad, ya que lo que se plantea es un mundo «como» o un mundo «como si». Está claro en que en el mundo del relato ficticio, todo es ficticio: los acontecimientos, los personajes, el narrador. Pero entiende que «la realidad efectiva no es más que el material que el arte transforma y convierte en realidad de ficción» (Garrido, 1996, 30). Sustentado por numerosos estudiosos de la narrativa, nos dice Garrido: En cuanto construcción imaginaria, el relato de ficción implica la creación de mundos, parecidos o no a la realidad efectiva pero, en cualquier caso, mundos alternativos al mundo objetivo, sustentados en la realidad (interna o externa), y cuya existencia hace posible el texto [...] La ficción constituye, pues, una forma de representación gracias a la cual el autor plasma en el texto mundos que, globalmente considerados, no tienen consistencia en la realidad objetiva, ya que su existencia es puramente intencional [...] mundos a los que cabe exigir únicamente coherencia interna. (Garrido, 29-30). Para él, es posible establecer los límites de la ficción literaria. Basándose en los planteamientos de Parsons, Ryan y Martínez Bonati, en el relato se establecen niveles de ficción. Según Parsons, estos serían tres: los nativos, que son producto de la invención del autor; los inmigrantes, que proceden del mundo real y los subrogados, que son entes reales incorporados a la ficción. Para Ryan, la simbiosis entre realidad y ficción admite grados de intensidad. Estos van desde la ausencia total de elementos reales, como sucede en los relatos fantásticos, la presencia de elementos reales generales dentro de un relato ficticio, hasta la presencia contundente de elementos reales dentro de la ficción. No obstante, la autora está clara en el hecho de que realidad y ficción generalmente conviven en el texto ficcional, pero manteniendo sus perfiles particulares. Martínez Bonati establece tres categorías de relaciones realidad/ficción. La primera es la del nivel real o de los elementos empírica o históricamente comprobables. La segunda, es la del nivel ilusorio, que es fruto del autoengaño o la falsa interpretación, lo que nos lleva a confundir la realidad con la imaginación. Por último, la categoría del nivel ficticio, en el cual hay una voluntad expresa de crear un mundo que no es real, aunque lo parezca. Sin embargo, Garrido se reafirma en el hecho de que las creaciones artísticas, especialmente el relato de ficción, no pierden el contacto con la realidad. La realidad permanece siempre como horizonte último. El sentido de un texto ficticio depende de la relación entre el mundo real y el mundo creado. Advierte el teórico de la narración: «Las fronteras entre la realidad efectiva y la ficción son, aunque poco precisas e históricamente variables, incuestionables; en caso contrario se corre el riesgo de destruir la esencia de la literatura y reducir el texto de ficción a un documento histórico» (Garrido, 38). Conceptos del género Literatura testimonial Habíamos señalado que Pozuelo Yvancos advertía que los acercamientos teóricos contemporáneos sobre la ficcionalidad incidían sobre otros aspectos del análisis literario contemporáneo, por ejemplo, en el debate sobre los géneros marginales, tales como el testimonio y la autobiografía. Añadiríamos también géneros alternos como la biografía, la crónica literaria y el reportaje periodístico. Estos planteamientos tienen mucha importancia para este trabajo, ya que uno de los supuestos teóricos presentados en la Introducción tiene que ver con la clasificación de textos de Pablo de la Torriente Brau que no se ubican dentro de la ortodoxia de los géneros literarios. Vale también recordar la postura transgenérica que la vanguardia asumió al abrir las puertas a una gama de posibilidades literarias (caligramas, poemas en prosa, greguerías, novela negra, antinovela) que requerían esa postura de apertura ante el tradicional esquema de clasificación de los géneros literarios. Para Noé Jitrik, el género es un tipo de opresión artística, por lo cual «liberarse de la opresión de los géneros [...] significa la posibilidad de recuperar la libertad sin la cual, por otra parte, la escritura es repetición» (Jitrik, 1975, 165). Analizando los vertiginosos cambios que ha sufrido la literatura en el presente siglo, a Jitrik no le sorprende que los géneros literarios hayan entrado en una vertiginosa liquidación. «De ese modo —nos dice— la poesía impregna, compone y define lo novelesco de Paradiso, la música guía la composición y el ritmo de Syberia Blues, las teorías lingüísticas modelan la novela De dónde son los cantantes, el lenguaje del cine es, finalmente, un modelo para toda clase de textos» (Jitrik, 165). Cesare Segre, en Principios de análisis del texto literario dedica un capítulo extensamente documentado al problema del género literario. Además de trazar la trayectoria histórica de su taxonomía, partiendo de su etimología latina, Segre plantea las dificultades que el canon ha presentado a las variantes de los géneros tradicionales, o a las nuevas formas de expresión literaria que han surgido a través de los años. Señala que la discusión sobre el género literario sólo tendrá sentido si se libera de su concepción historicista. Será necesario una clasificación empírica, que dé lugar a toda clase de géneros y subgéneros o que pueda dar lugar a nuevas expresiones literarias. Comenta sobre las proposiciones de algunos teóricos modernos de crear un nuevo canon de géneros sobre la base de nuevos criterios: su relación con el concepto del tiempo existencial; su representación de la pluralidad, la individualidad y la unidad; el tipo de relación entre el poeta y el objeto de la poesía (el yo en relación con el él o ella); su modo de presentación (recitada, dicha, cantada, escrita); binomios en oposición; semántica del texto; tipo de reproducción de la realidad (objetiva/subjetiva); correspondencia del texto en el eje autorial/interpersonal; y muchos más. Segre establece que el criterio fundamental de la clasificación de los géneros debe ser el discurso literario y sus diferencias propias y con otros discursos lingüísticos. «Es necesario — señala Segre— que el texto literario, además de comunicar un mensaje, comunique cuál es el tipo de mensaje adoptado por el emisor y señale en cada punto sus particularidades» (Segre,292). El género literario es, según Segre, «un particular tipo de relación entre las diversas particularidades formales y los elementos de contenido» (Segre,294). Por esta razón, la fórmula hjelmsleviana (sustancia/forma del contenido, sustancia/forma de la expresión) debe tomarse en consideración cuando se habla de un género literario, o de un texto como género literario. La mayoría de los textos narrativos de Pablo de la Torriente Brau están matizados por un fuerte elemento testimonial. Son relatos directa e indirectamente relacionados con su vida, o con situaciones de las cuales él fue participante o testigo. Por tal razón, es necesario presentar algunas ideas relacionadas con la literatura testimonial. Una organización temática enumerada nos permitirá manejar mejor el material sobre la literatura testimonial y otras formas de relato. Usaremos como referencia varios de entre los numerosos estudios que existen sobre literatura testimonial en Hispanoamérica, especialmente en Centroamérica, donde las circunstancias históricas particulares han propiciado el cultivo de este género. En las Conclusiones, señalaremos, de manera particular, aquellos aspectos que se relacionan más directamente con nuestro propósito. Definición del género testimonial La narrativa testimonial ha cobrado auge en la época posterior al boom narrativo hispanoamericano. Se menciona a Juan Pérez Jalote, de Ricardo Pozos, La vida, de Oscar Lewis, y Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet, como los iniciadores del género. Nicasio Urbina define el testimonio como un texto formado por signos internos y externos, con especial atención a los significantes externos de naturaleza ideológica, socio-política y fática (Urbina, 2004, 1). Silvia Nagy-Zekmi se refiere al testimonio «como un género poco definible, o que al menos debe considerarse un género híbrido, ya que comparte rasgos con la etno-historia, con la crónica, con la autobiografía y la escritura memorialística» (Nagy-Zemky, 2004, 6). John Beverly (citado por Mackenbach), aunque consciente de las dificultades de definición del género, lo define como «una novela o narración de extensión novelesca en forma de libro o panfleto contada en primera persona por un /a narrador/a quien es también el/la protagonista real o el/la testigo de los eventos que él o ella narra, y cuya unidad de narración es, generalmente, una “vida o una experiencia de vida significativa”» (Mackenbach, 2004, 2). Werner Mackenbach hace suya la distinción de Zavala entre testimonio y literatura testimonial. En el primero, señala que es el «relato documental sobre grupos o personas que no tienen posibilidad de expresión escrita ni reconocimiento en cuanto a voz válida que interpreta su realidad» (Mackenbach, 2004, 3). Reserva el término literatura testimonial para «la recreación de los relatos a partir de convenciones literarias explícitas o implícitas, sean conscientes o no para el autor» (Mackenbach, 3). Finaliza señalando que el testimonio «presenta un dispositivo narrativo entre la verdad y la alucinación» (Mackenbach, 3). Más adelante, nos dirá que el testimonio es «la historia como pretexto de la literatura y la historiografía como pretexto de la novelística. Otra vez y definitivamente: el novelista como escritor de historias» (Mackenbach, 21). Hedvika Vydrová, estudiosa checa de la literatura hispanoamericana y de la obra de Pablo de la Torriente, define el testimonio como «prosa narrativa y, al mismo tiempo, documental, en la cual el narrador cuenta sobre un determinado acontecimiento real, donde él mismo tomó parte en alguna forma» (Vydrová, 1988, 15). De este conjunto de definiciones se desprenden algunas características generales del género, que enumeraremos de inmediato. Además, estas definiciones plantean algunos problemas, tales como la hibridez genérica, la representatividad, el sujeto, la relación historia-ficción-realidad y el compromiso político-social. Características del género testimonial Al género testimonial se le atribuyen las siguientes características comunes: a. Atención a los sectores marginados de la sociedad. b. Desaparición de los límites entre lo literario y lo no literario. c. Desaparición de la importancia del autor como creador. ch. Representatividad de lo individual para el colectivo. d. Conciencia de las voces subalternas. e. Vocación documental y de comunicación directa. f. Identificación del autor con los hechos que narra. g. Inmediatez con la realidad. h. Propósito de transformación revolucionaria. j. Hibridez genérica. k. Relación con el habla popular. l. Presencia de testigos auténticos. m. El relato de los testimoniantes como materia principal. n. El relato se atiene a los hechos que representa. ñ. El relato imprime sentido histórico a la realidad. Hibridez del género Una de las características más marcadas del testimonio es su carácter híbrido. Se ha dicho que la literatura testimonial recupera unas corrientes literarias cuyos orígenes se remontan a los inicios de la literatura hispanoamericana: cartas de relación, crónicas de Indias, poemas épicos (Rivera Colón, 2004, 1). Nicasio Urbina relaciona el testimonio con antecedentes tan remotos en América como las crónicas de los siglos XVI y XVII, y con antecedentes españoles como El Lazarillo de Tormes. También las relaciona con las autobiografías coloniales y decimonónicas, y con la crónica y la novela testimonial (Urbina, 4). Destaca el carácter ecléctico del género testimonial, relacionado con la naturaleza misma del discurso testimonial. Para Silvia Nagy-Zekmi, los libros testimoniales de Elena Poniatowska «expanden el límite entre ficción y no-ficción, novela, cuento y relato; novela y biografía, poniendo la clasificación literaria convencional en un sano estado de confusión» (Nagy-Zekmi, 5). Para Mackenbach, el testimonio plantea un problema de clasificación, a la luz de los cánones literarios tradicionales, ya que presenta diferenciación con esos géneros. En el caso del testimonio moderno, la complicación es mayor, dada la utilización de recursos de fuentes extraliterarias y de otras artes, como el cine y la fotografía. En su estudio sobre la literatura hispanoamericana, Roberto Fernández Retamar le presta particular atención al fenómeno de la literatura testimonial, que ha sido tan cultivada en las últimas décadas en Hispanoamérica. Piensa que la evolución histórica y literaria de la América hispana impone, ante la producción de textos testimoniales tan comprometidos con la realidad histórica y con el uso de múltiples fuentes referenciales, una actitud revisionista ante el concepto tradicional de género: Creo que adolecemos del fetichismo de los géneros; creo que, puesto el ojo en la novedad y la violencia de los asuntos, se sigue, sin embargo, trabado por la ortopedia de las viejas fórmulas genéricas. La expresión literaria de la revolución seguramente agrietará en su crecimiento esas fórmulas, mezclando géneros tradicionales con el testimonio, el documento y aun la teoría. (Fernández Retamar, 1995, 193) Señala el crítico cubano: Un rasgo característico de esta literatura es el papel sobresaliente que en ella han tenido —y no han dejado de tener— obras que Alfonso Reyes llama «ancilares»: por ejemplo, las que ahora se consideran «testimonios»: esa literatura documental que del Facundo (1845), de Sarmiento, y Os sertôes (1902), de Euclides da Cunha, a Peleando con los milicianos (1938), de Pablo de la Torriente, Mamita Yunai (1941), de Carlos Luis Falla, u Operación Masacre (1957), de Rodolfo Walsh, suele andar mezclada en las urgencias del tiempo [...] invadiendo otros géneros en autores como Ricardo Pozas, Elena Poniatowska, Carlos Monsivais o Miguel Barnet. (Fernández Retamar, 234) La representatividad Otro de los problemas fundamentales que plantean los nuevos acercamientos teóricos sobre la ficcionalidad es el problema de la representatividad. Para Urbina, es elemento de mayor importancia en la literatura testimonial, tanto así que es el elemento que la define. Uno de los valores del testimonio es que rescata la voz de los que no tienen voz, es decir, de los marginados por la opresión y por la voz oficial del sistema que los oprime y los excluye. De esta manera, la voz que habla en el testimonio puede convertirse en representativa de la colectividad. Tal era el reclamo de Rigoberta Menchú cuando declaraba que aunque la historia contada era su historia, era a la misma vez «la voz de todo un pueblo». Beatriz Cortez, quien hace un interesante análisis sobre la verdad y la ficción en el testimonio centroamericano, analiza el papel que tiene el intelectual en la representatividad del Otro en la literatura testimonial. Según Nagy-Zekmy, John Beverly fue el primero en plantearse la posibilidad de que el testimonio «sea un espacio apropiado para una labor conjunta, positiva y creativa, del intelectual y del marginal, y un espacio ideal para que se desarrolle una verdadera solidaridad entre ambos» (Nagy-Zekmi, 3). Cortez aclara la presencia de la voz del intelectual en la literatura testimonial señalando que: «El testimonio surgió como una alternativa a la representación del Otro por parte del intelectual, en un momento en el que, tal como George Yudice lo señala: “ya no es posible la postura, digamos, de un Neruda que ejerce la autoridad para hablar por los oprimidos”» (Cortez, 2004, 3). La representatividad plantea dos posibilidades de manifestación. Por un lado, la postura realista pretende resolver el problema de la representación en la voz de un intelectual, como sería el caso de Neruda; por la intervención de un intelectual, como sería el caso de Miguel Barnet; o por el testimonio directo en el que se expresa el Otro. La postura modernista plantea que el narrador del testimonio nunca podrá representar la colectividad de la que proviene «no porque no hace muchas de las cosas que hacía, sino especialmente porque hace algo que la colectividad no hace; es decir, aparece como protagonista/narrador en un testimonio» (Cortez, 4). Mackenbach insiste en que la representatividad es uno de los elementos más importantes del discurso literario del testimonio. Según él, se ha insistido en el carácter representativo del testimonio; se ha constatado que el relato de un testimoniante no solamente es auténtico en cuanto al destino personal del protagonista, sino en cuanto a la representación de todo un pueblo, una etnia, u otros grupos subalternos, especialmente los campesinos y las mujeres. (Mackenbach, 5) Señala que la lectura moderna del testimonio ha renunciado al concepto de representatividad. Esta renuncia se debe al hecho de que muchas de las más recientes obras testimoniales publicadas parten de la posición del narrador como testigo presencial de los hechos, y no como testigo por referencia, como es el caso de la literatura testimonial habitual. Sin embargo, Genette indica que la función del narrador testimonial, «el yo testigo», debe incluir también al narrador que se sitúa como cronista o historiador de la ficción, y que, en ambos casos, puede representar la realidad representativa de su grupo (Genette, 90). Tal es la posición de Miguel Barnet al hablar de la novela-testimonio. Dice Barnet que uno de los elementos caracterizadores de este género testimonial es su propósito de desentrañar la realidad de un pueblo y describirlo por boca de uno de sus protagonistas. De este modo, la representatividad cae en manos, no de un testigo real, o de un recopilador del testimonio, sino de un ente de ficción, que, por serlo, no es menos portavoz de su pueblo, como es el caso de Ti Noel en El reino de este mundo (Barnet, 1998, 20-21). La voz narrativa El problema de la representatividad nos lleva, obviamente, al problema de la voz narrativa. Según Urbina (2004), los antecedentes de la literatura testimonial, la crónica y la picaresca, destacan una posicionalidad del narrador que rompe con las estructuras discursivas imperantes. En ambos casos, se introduce una representación del hablante que sin o con mediación, trata de revelar la historia que de alguna forma anuncia la condición marginal del protagonista. Por tal razón, la voz testimonial «no puede afirmar una voz separada del grupo o situación de clase marcada por la marginación, la opresión o la lucha. Si lo hace, cesa de ser testimonio y se convierte, en efecto, en una autobiografía» (Urbina, 2). Para Urbina, la voz narrativa se desplaza por un espacio de significaciones que la transforma de simple miembro de esa comunidad a portavoz o líder de una serie de reivindicaciones sociales e históricas. Urbina finaliza sus reflexiones sobre la voz narrativa resumiendo su evolución histórica. Según él, la novela picaresca introdujo, en el siglo XVI, la primera persona narrativa, con un personaje marginado y socialmente insignificante. La autobiografía del siglo XVIII creó una nueva visión del sujeto. El testimonio introduce la presencia de un hablante que en un acto de ventriloquia habla por otro, creando de esta manera una ilusión semiótica de comunicación. (Urbina, 4) Realidad, ficción e historia La naturaleza misma de la literatura testimonial, incluyendo el testimonio mediatizado, el testimonio directo, la autobiografía, y aun el reportaje periodístico, nos obliga a analizar la relación entre realidad, historia y ficción. Habiendo categorizado los términos ficción y realidad anteriormente, sólo nos queda hacer la salvedad de que nos referiremos a historia no sólo como el registro académico y formal de los sucesos humanos, sino en el sentido de los acontecimientos de la cotidianidad, que no se incluyen en el inventario de la historia formal. También incluye la otra historia, la historia no oficial, la de los marginados y excluidos por los estamentos de control y poder. Para la mayor parte de los estudiosos de la literatura testimonial, la verdad histórica o filosófica no es esencialmente importante. Más importante es la representatividad de los hechos y su valor para el entendimiento de la colectividad que los protagoniza. La literatura testimonial se convierte en contra-historia, en un discurso marginal que contradice las realidades ocultadas por la estructura de poder, control y autoridad, sea el gobierno, la iglesia o las academias. De esta manera, enfrenta «la verdad», que siempre está controlada por las estructuras de poder, según Foucault, para dar testimonio de la verdad «verdadera». Como el propósito del testimonio no es producir una verdad filosófica o cognitiva, la dicotomía ficción/verdad no tiene validez alguna en su análisis. En otros casos, el testimonio es una historia de vida literaturizada. La literatura testimonial resalta la estrecha relación entre testimonio e historiografía, porque, según cita de Zavala reproducida por Mackenbach, «soporta las pruebas de veridicción, se refiere a acontecimientos que han ocurrido, en sentido estricto, en la vida social, y, por lo tanto, tiene existencia fuera del discurso» (Mackenbach, 2). A la literatura testimonial se le adscribe un carácter subversivo, al querer presentarse como «documento metafórico» de la otra historia, la extraoficial. Esta metaforización de la historia replantea el problema de su ficcionalidad o no. Mackenbach apoya la idea de que, por su carácter de género híbrido, el testimonio no se ajusta a la ortodoxia sobre la ficcionalidad. Los límites entre realidad y ficción desaparecen, ya que lo narrado no es, necesariamente, un mero reflejo de lo real, sino producto de un proceso consciente de organización, configuración y creación de un texto, cuya base son los acontecimientos históricos. Este proceso de construcción de la realidad está mediatizado por las convicciones ideológicas y estéticas del autor. Se trata, pues, según Mackenbach, de un género altamente complejo, que no es necesariamente un discurso sobre la «verdad» o sobre «la realidad». La literatura testimonial se ha caracterizado por sus complejas relaciones entre la realidad extraliteraria y su representación narrativa, así como entre historia y ficción y su reflexión metafísica y autorreferencial. Esta opinión es sustentada por el crítico cubano Eduardo López Morales, quien nos dice: «El juego de la ficción en el mundo de la verosimilitud de una vida narrada testimonialmente es de suyo complejo, porque no “imagina una sustancia que no sucedió”, sino en rigor, porque imagina lo que sucedió (por supuesto, desde el punto de vista de un personaje, lo cual es en sí literaturizar un hecho y un hombre verídicos)» (López Morales, 1988, 25). Añade que «el carácter de ficción de una obra literaria no debe circunscribirse exclusivamente al hecho de su no existencia fáctica, en cuanto documento, sino sobre todo, a su proceso productivo de creación verbal, aun cuando se refiera a una experiencia vital-real testimonial» (López Morales, 31). Testimonio y compromiso social Elemento fundamental en el testimonio es su compromiso social, su propósito de denuncia de la opresión y la marginación de que son víctimas «los de abajo». No podemos olvidar que la literatura testimonial afirma la identidad de una clase marginada, oprimida o excluida. Nos dice Nagy Zekmy que «la razón más frecuente [de la producción testimonial] es el deseo de denunciar injusticias cometidas por representantes de instituciones públicas (policías, militares, burócratas, etc.) contra individuos civiles (que representan lo privado)» (Nagy Zekmi, 2004, 3). De esta manera, el género se convierte en contestatario, un ejemplo de «estrategia de resistencia». De ahí la importancia que esta literatura testimonial ha tenido, sobre todo, en América Central, con sus luchas contra las dictaduras y los gobiernos militares. Guatemala, El Salvador, Nicaragua, han sido campo fértil para su cultivo. En el caso de Cuba, la tradición de literatura testimonial data de la época de las guerras de independencia, y tiene su mejor expresión en el Diario de campaña, de José Martí. La dictadura machadista produjo una reacción contestataria, alimentada por el compromiso social que representaba la vanguardia. Tal es el juicio de Fernández Retamar: De todas las líneas que mencioné, esta es la que más cerca se encuentra de esa «historia narrada por sus creadores» (Henríquez Ureña), de la «literatura de campaña» (Fornet) realizada, a propósito de la Guerra de Independencia por hombres como Máximo Gómez y Manuel Piedra Martel, y de la que Cuba conocería nuevos ejemplos vigorosos en la década del 30 de este siglo, sobre todo en la obra de Pablo de la Torriente. (Fernández Retamar, 1995, 186) A Pablo de la Torriente Brau se le atribuye una importancia primaria en el cultivo de la literatura testimonial en Cuba: Se ha hablado mucho acerca de que Pablo de la Torriente es el fundador de un nuevo género literario: el testimonio. Por eso, siendo el testimonio de un actor, le da un contenido excepcional a toda la literatura de transcripción de la historia [...] Le da una realidad que es real y al mismo tiempo imaginaria, porque Pablo ponía en ella su propia imaginación sin quitarle nada de su propia realidad. (Rodríguez, 2001, 186) Aproximación a la vanguardia Introducción Denia García Ronda, estudiosa de la obra de Pablo de la Torriente Brau, coincide con otros investigadores, al señalar su importancia en el desarrollo de la narrativa vanguardista cubana. Tomando como base el ensayo «Indagación del vanguardismo en las Antillas», del profesor Klaus Müller-Bergh, la autora señala una serie de elementos vanguardistas que, aunque aplicados por el crítico a la poesía, se hallan presentes en la narrativa cubana de la época, especialmente en la de Pablo de la Torriente. Menciona la estudiosa cubana, entre otros elementos, la experimentación con formas vanguardistas, los métodos transgresores de configuración artística, el uso de la técnica de montaje cinematográfico, tendencias al expresionismo, y elementos anunciadores de la posterior literatura fantástica. También señala elementos ideotemáticos, tales como el tratamiento diferenciado de la historia, la parodia de los hechos históricos, la ruptura de fronteras genéricas, la exploración de zonas temáticas nuevas, la ruptura de la distinción entre el narrador y el personaje, la presencia decisiva del cine, la literatura testimonial y autobiográfica y otros. En este ambiente vanguardista, Pablo de la Torriente se inicia como prosista. En el presente capítulo nos proponemos presentar varios conceptos fundamentales sobre la literatura de vanguardia, especialmente sobre la prosa vanguardista, así como algunos criterios relacionados con la que se cultivó en Cuba durante la década de los 20 y la de los 30. Literatura de vanguardia. Definición de término El concepto «vanguardia» está tomado del lenguaje militar. Se refiere a los combatientes que van delante del ejército, anticipando toda acción del enemigo. Los socialistas utópicos franceses le dan a la palabra una acepción política. Marx y Engels la utilizan con el sentido de minoría esclarecida encargada de conducir la revolución. Es también en Francia donde se aplica este concepto militar a un movimiento literario, interrelacionado con otras expresiones artísticas, como el cine, la música y las artes plásticas, y que dará origen a sucesivos «ismos», como el dadaísmo, el cubismo, el surrealismo, el futurismo y otros. Según Jorge Schwarts, para Saint-Simon la vanguardia artística tiene una finalidad pragmática y un propósito social en la medida de su carácter revolucionario (Schwarts, 1991, 32). Charles Fournier se oponía a esta concepción de Saint-Simon, y defendía la posibilidad de un arte totalmente disociado de la política. Se establece, pues, una polémica ideológica entre el «arte por el arte» y el «arte comprometido». Esta polémica no era nueva, ya que el modernismo rubendariano también se planteó esta disyuntiva. Finalmente, prevalece en la vanguardia la relación entre arte y vida, y su función social y restauradora del arte (Schwarts, 32). Ángel Luis Morales, refiriéndose a la vanguardia, la define como «ultramodernismo» en Hispanoamérica, «nueva sensibilidad» y «movimiento artístico y literario subversivo», en Europa, y «ultraísmo» en España. Según Morales, «ultraísmo» se refiere tanto a «ultramodernismo» como a «ultrarrealismo» (Morales, 1991, 382). Guillermo de Torre, en su Historia de las literaturas de vanguardia, define vanguardia como «un movimiento de choque, ruptura y apertura», y añade que la vanguardia «traduce el estado de espíritu combativo y polémico con que se afronta la aventura literaria» (De Torre, 1971, 23). Noé Jitrik se refiere a la vanguardia como literatura de ruptura, que representa «un camino de subversión frente a lo que exige la ideología de la producción social proclamada por las clases dominantes» (Jitrik, 1975, 57). En conclusión, la vanguardia literaria es un movimiento de renovación radical de la concepción del arte y de la vida. Propone un nuevo modo de interpretar la realidad y de expresarla artísticamente. Un mapa conceptual del término incluiría conceptos tales como: revolución, arte y vida, renovación, nueva sensibilidad, subversión, pragmatismo, compromiso social, choque, ruptura, apertura, combate, polémica, estridencia, excentricismo, experimentación, entre otros términos. Circunstancias histórico-culturales El período que va entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX resulta contradictorio. Por un lado, según Vicente Reynal, «La Belle Epoque», o «Bella Época», como la denominan algunos historiadores, le ofrecía a Europa una relativa paz y armonía. Europa vivía confiada en sus grandes logros científicos, industriales y culturales. Miraba al porvenir con esperanza e ilusión (Reynal, 2000, 495). Por otro lado, según Ángel Luis Morales, la vanguardia es «la expresión de la inquietud, el desasosiego, la angustia que trae consigo la quiebra de la vieja concepción de la realidad que, arrancando del Renacimiento, se prolongaba hasta nuestros días» (Morales, 382). Explica el estudioso de la literatura hispanoamericana que la concepción del mundo, hasta ese entonces, se basaba en dos postulados básicos: el racionalismo y el realismo. Pero esta visión de la realidad «comenzó a ser objeto de ataque y descrédito» por escritores como Baudelaire, Rimbaud y Lautremont (Morales, 382). Estos escritores rechazan la realidad por falta de autenticidad e intentan adentrarse en otra realidad, menos evidente, menos perceptible, más interior e intuitiva. Además, los estudios científicos de la época se habían encargado de demostrar, especialmente a través de la química atomicista y la física matemática, la existencia de un complejo mundo de fuerzas subyacentes que escapaban a la percepción natural de los sentidos. Las teorías de Freud y el psicoanálisis experimental revelaban la existencia de una mente subconsciente, a veces totalmente disasociada de la consciente. Bergson les restaba valor a la inteligencia y a la razón como instrumentos básicos para aprender y aprehender la esencia íntima de la realidad. Por el contrario, exaltaba la intuición como una vía eficaz para percibir la realidad. El fundamento conceptual del hombre de principios del siglo XX se quiebra. Se hace imperativo crear una nueva estructura ideológica sobre la cual fundamentar la existencia humana. Ante el fracaso de la razón y la inteligencia para percibir y explicar la realidad «real», se prefieren los estados pre-racionales, pre-inteligentes, primitivos. El ser humano se torna, ante la realidad, rebelde, agresivo, violento. Tan temprano como 1908, surgen las primeras expresiones de la nueva forma de ver la realidad. En ese año se origina el concepto «cubismo». A este le seguirán otros (futurismo, expresionismo, dadaísmo, superrealismo), cuyo denominador común será el carácter innovador, experimental, transgresor del arte y de la vida. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) puso fin a la «Belle Epoque». Murieron diez millones de personas y veinte millones sufrieron heridas o incapacidad permanente. Numerosas familias fueron desmembradas y ciudades enteras arrasadas y destruidas. El mundo se estremeció al conocer que los adelantos científicos y tecnológicos no garantizaban la existencia de una civilización mejor. La guerra había dado rienda suelta a lo más negativo del ser humano: las ambiciones, el egoísmo, la capacidad destructiva, el odio irracional. Según Guillermo de Torre, «las tendencias vanguardistas se originan por la tensión espiritual engendrada en Europa a causa de la Primera Guerra Mundial» (De Torre, 1959, 11). Señala De Torre, autor de uno de los primeros estudios sobre las vanguardias literarias, que entre 1916 y 1918 Zurich se convirtió en una encrucijada, en un punto de encuentro en el cual coincidieron fugitivos de los países en guerra, objetores por conciencia, pacifistas, revolucionarios y escritores y artistas de variado carácter. Los artistas y escritores tradujeron el estado de protesta y rebelión contra la irracionalidad de la guerra y la quiebra del mundo racional que esta representaba, a través de la expresión subversiva representada por las vanguardias. Al explicar el dadaísmo, nos dice el citado autor: Esto fue esencialmente Dadá: una reacción nihilista engendrada por el desengaño absoluto que provocó la guerra en los espíritus jóvenes; por extensión, una mofa contra todas las formas conocidas de expresión literaria y artística; tábula rasa que volvía a poner todo en cuestión y aspiraba a recomenzar desde cero. (De Torre, 12) Hugo Verani ubica en 1907 las primeras manifestaciones vanguardistas en el cubismo de Picasso y Braque (Verani, 1990, 9). Estas expresiones artísticas, de la misma manera que el futurismo de Marinetti (1909) y la música atonal y dodecafónica de Stravinsky, reflejaban el propósito común de renovar las modalidades artísticas institucionalizadas. El nuevo arte europeo no es sino evidencia de los cambios dramáticos que se operan en el mundo: En medio de un universo que se modifica vertiginosamente, en la época de la segunda revolución industrial y técnica, en medio de una sociedad que parece caótica, en el seno de una naturaleza que se hace más incomprensible, por el mismo hecho de los descubrimientos científicos, el arte pierde efectivamente su lugar, su alcance; en los tiempos de la civilización de masa, el artista no encuentra ya un sentido evidente a la manera antigua de pensar su obra. La consecuencia de esto no es simplemente la penetración de términos, nociones o problemas de la vida moderna en el arte. Este rehúsa, en lo sucesivo, contentarse con su calidad de arte. (Verani, 9) La posibilidad de experimentar nuevas expresiones literarias da lugar a múltiples «ismos»: el futurismo de Marinetti (1909), el dadaísmo de Tzara (1916), el expresionismo alemán (1911), el imaginismo inglés de Ezra Pound (1912), el cubismo literario de Apollinaire (1914), el surrealismo (1924). El vanguardismo tiene su auge en la década de los años 20, aunque algunas de sus manifestaciones se prolongan incluso más allá de la Segunda Guerra Mundial. Tal es el caso del fenómeno hispanoamericano del boom narrativo. A tales efectos, dice Fernando Burgos: La mayoría de las veces, para citar un ejemplo hispanoamericano, el auge de la «nueva narrativa» (la llamada «narrativa del boom»), desde los años 60 hasta hoy, se ha estudiado como la manifestación de una producción que no se conecta a ninguna tradición, como si hubiera florecido espontáneamente. Un estudio de la prosa vanguardista deberá adscribir esa tradición, sin la cual no se puede entender el crecimiento de la narrativa hispánica contemporánea. (Burgos, 1986, 13-14) Gerald Langowski, en un estudio titulado El surrealismo en la ficción hispanoamericana (1982), señala la continuidad que ha tenido el surrealismo entre los escritores hispanoamericanos de los últimos cincuenta años. El autor estudia siete textos de escritores/as de Hispanoamérica: María Luisa Bombal, Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Juan Rulfo y Mario Vargas Llosa. Langowski señala una continuidad de temas y de técnicas que surgen del surrealismo y que, con mayores o menores variantes, se observan en los escritores mencionados. En estos textos se encuentran elementos surrealistas, tales como lo onírico, el subconsciente, el monólogo interior, lo real maravilloso, el realismo mágico, el automatismo psíquico, imágenes chocantes, metáforas abstractas, lenguaje portmanteau, verbalismo polisemántico, influencia del cine y de la música, cultivo de lo feo, lo inmundo, el suicidio, lo sobrenatural, entre otros elementos. Como escritores representativos de esta influencia, menciona Langowski a Cortázar, quien representa la vigencia de «los propósitos de los primeros surrealistas, que en 1924 lanzaron su ataque sobre la literatura y la vida», y a Vargas Llosa, «representativo de los escritores jóvenes que llevan adelante la tradición surrealista propuesta por los autores representados en este estudio» (Langowski, 14). El ámbito geográfico de la vanguardia es de carácter internacional. En algunos países, se dio en un espacio muy reducido. En otros, sin embargo, se extendió a una amplia comunidad lingüística, como es el caso de las vanguardias hispanas. Las transformaciones sociales, surgidas primero en América Latina y en España posteriormente, a fines del siglo XIX, contribuyeron al auge de un arte vanguardista hispánico desde fines de 1920 hasta la época contemporánea. Entre los cambios socioeconómicos más significativos podemos mencionar el desarrollo vertiginoso de las comunicaciones, los procesos de urbanización, que generaron cambios en las estructuras sociales, y el surgimiento de nuevas formas y modos de intercambio económico. La vanguardia europea propició la apertura de España al mundo exterior. España participa con voz propia en las corrientes intelectuales europeas a partir del ultraísmo, que conjugó elementos del dadaísmo, el futurismo, el cubismo literario y el creacionismo. El ultraísmo es una particular versión española de las tendencias vanguardistas que renovaron la literatura y el arte europeo en las primeras décadas del siglo XX. El surrealismo generó en España obras de gran calidad y originalidad. Según Burgos, estas tendencias a la renovación y al cambio en España se remontan a la Generación del 98 (Burgos, 14). Tanto la vanguardia española como la hispanoamericana se alimentan de las mismas fuentes europeas: el surrealismo, el expresionismo, el futurismo y el dadaísmo. La vanguardia española establece una convergencia directa con las vanguardias hispanoamericanas, no sólo porque permite el estudio confluente de ambas producciones, sino porque nos remite al modernismo al analizar el proceso de transformación y cambio. Las ideas de la vanguardia europea circulan y se difunden en la América hispana a través de revistas: Prisma (1921-22) y Proa (1924-25), ambas de Argentina; Amauta (1926-30), de Perú; Contemporáneos (1928-31), de México; Revista de Avance (1927-30), de Cuba. Las vanguardias hispanoamericanas se dan «en una condición colonial, período histórico en que conviven los modelos metropolitanos y la búsqueda de la identidad» (Schwarts, 15). Según Schwarts, el autor romperá eventualmente con las convenciones y los cánones literarios oficiales para buscar la expresión de sus experiencias vitales y significativas. Schwarts expresa este fenómeno de una forma más clara: El deseo de una nueva experiencia intelectual y expresiva, de inmediato los apartó de los clichés, medio naturalistas, medio parnasianos, de la belle epoque, y los arrojó de lleno a la búsqueda del «carácter» o «no carácter» brasileño, peruano, argentino; una aventura por entonces preñada de sentido estético y vastamente social y político. (Schwarts, 19) La búsqueda de ese carácter preocupaba a muchos vanguardistas hispanoamericanos. César Vallejo expresaba esta preocupación con las siguientes palabras: América presta y adopta actualmente la camisa europea del llamado «espíritu nuevo», en un rasgo de incalculable descastamiento cultural: Hoy, como ayer, esta estética —si así puede llamarse a esa simiesca pesadilla de los escritores de América— carece allá de fisonomía propia. Un verso de Maples Arce, de Neruda o de Borges, no se diferencia en nada a uno de Reverdy, de Ribemont o de Tzara. (Schwarts, 45) No obstante la preocupación de Vallejo —válida en el momento en que la expresa— pierde eventualmente su validez. La búsqueda de ese «carácter» nacional, e hispanoamericano simultáneamente, dará lugar a expresiones literarias que, además de su valor y su proyección universal, tienen sus raíces firmemente arraigadas en sus rasgos definitorios particulares. Tales son los casos de Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier, Pablo Neruda y otros que como ellos, utilizaron el camino de la vanguardia para descubrir «los pasos perdidos» de su identidad literaria y cultural. No sólo utilizaron el camino de la vanguardia, sino que crearon sus propios caminos vanguardistas, como lo es el caso del chileno Vicente Huidobro y su creacionismo, el neorromanticismo de Pablo Neruda y César Vallejo (Morales, 396), o la poesía integralista, que es el primer movimiento puertorriqueño de afirmación nacional, según expresa Luis Hernández Aquino (Hernández Aquino, 1966, 129). De hecho, el manifiesto integralista declaraba, entre otros principios: Urge la vinculación de nuestra cultura en su totalidad, con las fuentes de nuestra autoctonía, con la realidad etnológica, geográfica y telúrica puertorriqueña, para de esa manera crear una realidad y una filosofía propias [...] Creo que no puede existir un coloniaje en el arte, el espíritu y el intelecto, y que las mismas fuerzas del espíritu individual, encaminadas hacia el bien de nuestra tierra, pueden ofrecernos la resplandeciente verdad de una realidad salvadora. (Hernández Aquino, 136) Ángel Luis Morales menciona otras tendencias que, aparte del creacionismo de Huidobro y el neorromanticismo de Neruda y Vallejo, pueden considerarse derivadas del vanguardismo, ya que, aunque no se consideran estrictamente vanguardistas, aprovecharán recursos y preocupaciones de la tendencia. Entre estos movimientos, menciona el autor el neopopulismo, el indigenismo, la poesía negra, la poesía social proletaria y la poesía religiosa. Menciona, además, que en algunos países, por circunstancias históricas muy particulares, se dan otras tendencias que él denomina «locales» (Morales, 404-407). Hugo Verani reafirma este propósito de autoctonía y afirmación nacional dentro de una realidad latinoamericana e hispanoamericana. Señala que a partir de la década de los años 30, los movimientos vanguardistas en Latinoamérica se incorporan a un proceso literario nacional con caracteres diferenciados. Este proceso debe estudiarse, cita Verani, tomando en cuenta «las particularidades que le dan un rostro propio y la naturalizan culturalmente en Hispanoamérica, aquello que le da propiedad como hecho integrante de nuestra realidad y de su evolución» (Verani, 12). Al considerar la vanguardia como movimiento de ruptura, es imperativo establecer la relación entre la vanguardia y otros movimientos de ruptura, como lo son el romanticismo y el modernismo. Para ello, nos remitiremos a comentarios de Octavio Paz, Guillermo de Torre e Iván Schulman. Octavio Paz (1993) dedica el capítulo VI de su libro Los hijos del limo, titulado «El ocaso de la vanguardia», entre otros temas, a establecer una comparación entre la vanguardia y el romanticismo literario. Propone las siguientes semejanzas entre ambos movimientos: representan una rebelión contra la razón; el cuerpo ocupa un lugar cardinal; se le da importancia a los sueños, a las visiones, las pasiones. Ambos se inspiran en grandes eventos históricos. En el caso del romanticismo, la Revolución francesa; en el caso de la vanguardia, la Revolución rusa. El Yo se defiende del mundo y se venga de este con la ironía y el humor. Vanguardia y romanticismo pretenden vincular la vida con el arte; representaron un estilo de vida, una visión de mundo, una acción política. Han opuesto al tiempo lineal e histórico, el tiempo instantáneo del erotismo, el cíclico de la analogía o el de la conciencia irónica. Tanto vanguardistas como románticos gustan de experiencias místicas y sobrenaturales, como el espiritismo y otras prácticas religiosas. Para Guillermo de Torre, el superrealismo ha sido señalado como un nuevo romanticismo. De abolengo romántico son, en gran parte, las preferencias y los leit-motiv de Breton. Románticos por el espíritu —caigan o no dentro de esta demarcación cronológica— son todos los que exaltan y magnifican «precursores», y cuya estela querrían continuar. Romántico es su gusto por las «novelas negras», por los castillos habitados por fantasmas, por el amor-pasión, aunque este venga de una fuente más remota, del medioevo, romántica es, en suma, la visión del mundo cotidiano, declarado inhabitable. (De Torre, 34) En la medida en que la literatura posterior al romanticismo fue una literatura realista, centrada en la observación y pintura de la realidad inmediata, sin espacios para la imaginación, la fantasía, la ensoñación, y marcada en la última etapa del siglo XIX por el positivismo cientificista, la vanguardia no hizo sino reaccionar en contra de lo inmediato (el realismo) y retornar a lo anterior (el idealismo romántico). Antes de finalizar estos comentarios sobre las circunstancias histórico-culturales de la vanguardia, es imprescindible aclarar dos conceptos. Uno es el de surrealismo, y su relación con la vanguardia. Otro es la respuesta que da la vanguardia a la polémica entre «arte por el arte» y «arte de compromiso»; entendiendo por compromiso, el sociopolítico. Aunque habíamos mencionado anteriormente este punto, es necesario citar varias fuentes que nos ayudan a entender la respuesta categórica que la vanguardia da al planteamiento sobre el compromiso sociopolítico de la literatura vanguardista. «El surrealismo es la vanguardia», dice categóricamente Octavio Paz en un estudio dedicado a André Breton (Paz, 1966, 60). Según Guillermo de Torre, el término surrealismo había sido utilizado anteriormente. Pero fue André Breton quien le dio el sentido definitivo, caracterizándolo de esta manera: «Yo creo en la resolución futura de estos estados, aparentemente contradictorios, como lo son el sueño y la realidad, en una suerte de realidad absoluta, de superrealidad, si así puede decirse» (De Torre, 1959a, 18). El término surrealismo se identificará también con el término superrealismo y el término hispano ultraísmo. El surrealismo se proponía resolver —según Breton— las antinomias que traban habitualmente el espíritu: «la antinomia de la vigilia y el sueño, de la realidad y la ensoñación, de la razón y la locura, de lo objetivo y lo subjetivo, de la percepción y la representación, del pasado y el futuro, del sentido colectivo y el amor, inclusive, de la vida y la muerte. (De Torre, 36) En sus comentarios sobre la vanguardia, nos dice Octavio Paz que, en el surrealismo, «el dictado del inconsciente sustituyó a la presentación simultánea de distintas realidades [...] Como el dictado de la inspiración es lineal, y sucesivo, el surrealismo re-instaló el orden lineal» (Paz, 1993, 179). También nos dice Paz que los surrealistas creían en «el poder subversivo del deseo y la fusión revolucionaria del erotismo». Establece la relación entre sueños y erotismo: La diferente valoración de los sueños y las visiones no es menos notable y reveladora que la del erotismo [...] Los surrealistas exaltan los sueños y las visiones, pero a diferencia de Eliot, no trazan la línea divisoria entre ellos; ambos brotan de abajo, ambos son revelaciones del abismo y del «otro lado» del hombre —el oscuro, el corporal. El cuerpo habla de los sueños. (Paz, 195) En su estudio El surrealismo en la ficción hispanoamericana, Gerald Langowsky define el surrealismo como la «fusión de elementos realistas y fantásticos de la existencia humana» (Langowsky, 12). Es de naturaleza ecléctica, fusionando elementos de diversos movimientos literarios, con fuente inicial en el dadaísmo. Según él, Apollinaire había utilizado este término en una obra teatral de 1918. Pero coincide con otros estudiosos del tema al señalar que fue Breton quien lo definió como «automatismo psíquico puro, por medio del cual se desea expresar verbalmente, sea por escrito, sea de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento. Dictado del pensamiento en ausencia de cualquier control ejercido por la razón, fuera de cualquier preocupación estética o moral» (Langowski, 18-19). El surrealismo, para este autor, se proponía la redención social del hombre, su completa liberación moral y su rejuvenecimiento intelectual. Cita sus rasgos fundamentales, que había precisado André Breton: búsqueda de lo maravilloso, poética del sueño, representación de lo inconsciente, escritura automática, imágenes chocantes e innovadoras y lenguaje experimental (Langowski, 19). La estética surrealista era un intento de actualizar «le merveilleux», el mundo maravilloso de la revelación y el sueño, y, de esta manera, permitir desenfrenadamente la suerte en el yermo de la realidad. No «le mystère», la introducción voluntaria de la oscuridad en el arte y en la vida, que para Breton eran confesión de debilidad, sin la lucidez, la cual era el producto de la convicción y lo que uniría a los hombres en una fe contra la cual la razón vacilaría y por fin se rendiría. El medio más usado por los surrealistas para actualizar «le merveilleux» era la poética del sueño. Pensaban que, penetrando los misterios del inconsciente, podrían alcanzar la realidad absoluta, llamada «irrealidad». Crearon, por tanto, una escritura «automática», escritura por libre asociación, para describir los sueños. La rica herencia que producía tal escritura los llevó a desarrollar una especie de monólogo interior. El surrealismo descubre, pues, las posibilidades de las teorías de Freud sobre los sueños como una fuente de inspiración poética. El lenguaje llega a ser una práctica experimental por medio de la cual se trasmiten imágenes en forma de metáforas o de símiles. El uso experimental del lenguaje provoca juegos verbales que aumentan el poder de la revelación. Al surrealismo español, según Langowski (10-11), se le adscriben los siguientes rasgos definitorios: el efecto subjetivo que tiene sobre el observador, la sensación de que está en presencia de un mundo extraño e inquietante; la técnica de la irracionalidad; ilimitada yuxtaposición de palabras, ideas, imágenes; disímiles planos de la realidad y disociaciones psicológicas de toda clase; la creación de una realidad no confirmada por las leyes de la lógica, la causalidad, la sintaxis; intento, consciente o inconsciente, de crear un mundo incongruente o grotesco; proyección de formas de deformación y emociones de enajenación; uso artístico de estados oníricos y de alucinaciones; adaptación al psicoanálisis de Freud; exploración del ocultismo y lo sobrenatural, entre otros. Estos rasgos estarán presentes en la prosa surrealista, y tendrán una importancia enorme en el cultivo de la prosa vanguardista en Hispanoamérica, como veremos más adelante. En su ensayo de 1928, titulado «En la extrema avanzada. Algunas actitudes del surrealismo», Alejo Carpentier declara que el descubrimiento del surrealismo, hecho por Breton, representó el «hecho poético más importante que haya tenido lugar desde la evasión literaria de Arturo Rimbaud» (Carpentier, 1981, 423). Para Carpentier, el surrealismo tenía como rasgos definitorios, entre otros, «El culto a la velocidad [...] la ponderación irreverente de los valores pretéritos, el amor al cinematógrafo, a los ritmos primitivos, el desprecio ante las prudentes máximas veneradas por nuestros padres» (Carpentier, 424). La irreverencia a la que alude Carpentier nos lleva a algunas consideraciones sobre el humor en la literatura vanguardista. Es legendaria la estridencia y irreverencia con que los vanguardistas expresaban sus posiciones heterodoxas. Desde la vestimenta estrambótica y de colores escandalosos, hasta expresiones cargadas de total irreverencia y desacralización, los vanguardistas hicieron del humor una de sus armas preferidas. Pero, contrario a lo que pueda pensarse, el humor no representaba superficialidad ni banalidad, sino una práctica muy consciente de la evasión. Vicente Huidobro destacó el papel de la risa como evasión, especialmente en sus Tres inmensas novelas. Merlin Foster analiza este «juego literario», según él clasifica estas novelas, señalando que «el carácter predominante de esta obra es la parodia, el humor, la mofa de los géneros literarios tradicionales (policial, histórico, de aventuras y la novela fantástica)» (Foster, 1986, 98). Destaca el comentarista el humor exagerado de esta obra, y cita las palabras de Vicente Huidobro en relación con el humor presente en ellas: «Muchos dirán al leer estas páginas que nosotros sólo sabemos reír. Ignoran lo que la risa significa, ignoran la potencia de evasión que hay en ella» (Foster, 98-99). Foster cita además a Picón Garfull, y señala que «el humor, la parodia, la exageración y la fragmentación son los mecanismos utilizados por los vanguardistas para cuestionar los valores convencionales» (Foster, 101-102). Al analizar «Dos ejemplares de novelas», que forma parte de las Tres inmensas novelas, que en última instancia no son tres sino cinco, concluye Foster que «son textos paródicos cuyo objetivo es acentuar un humor burlón», añadiendo que «los dos textos de Huidobro [Tres novelas ejemplares y «Dos ejemplares de novelas»] expresan un mensaje serio por medio de la risa, un mensaje en el cual el humor, las exageraciones y las invenciones funcionan admirablemente» (Foster, 102). Para Langowsky, el humor negro es también un principio fundamental del surrealismo, debido al punto de vista absurdo y pesimista del artista. En su deseo de reformar el mundo, el surrealismo debe demolerlo primero, y así el humor llega a ser instrumento que quitará el yugo de la hipocresía que es parte de nuestra existencia. El verdadero sentido de la vida pierde su aspecto serio y se hace ridículo, pero esta ridiculez tiene un sentido más profundo (Langowsky, 126). Esto es así porque el surrealismo representa, según el autor, «una actitud irreverente hacia el mundo, sus instituciones y los principios que muchos creen sagrados» (127). Ridiculiza lo absurdo de la vida por medio del humor que se esconde detrás de la máscara de la deses-peranza que el autor siente. El sentido del humor es sombrío y absurdo. Destruyendo el mundo racional, los surrealistas esperaban hallar un nuevo rumbo hacia lo absoluto. Para Breton, «el humour, en cuanto triunfo paradójico del principio del placer sobre las condiciones de vida más desfavorables, está llamado a alcanzar un valor defensivo en la época sobrecargada de amenazas que vivimos» (De Torre, 1971, 39). De Torre pensaba que el humor constituye, para los surrealistas, una especie de desquite, de capricho y subversión frente a las formas rígidas y convencionales de la sociedad. Aunque reconoce que los surrealistas veían el humor como una intención subvertidora del mundo real, le atribuye un ejercicio «que no pasa de ser caprichos joviales, juglarescos, divertimentos demasiado pueriles» (De Torre, 40). Es posible que en algún momento el cultivo del humor por parte de los surrealistas haya dado esa impresión, o haya tenido esa intención, pero no podemos negar el carácter de denuncia y la reacción de reflexión que provoca este elemento en muchas lecturas vanguardistas. Nos parece que la aseveración de Torre es muy generalizada, y que los vanguardistas no hacen sino seguir una tradición importante de la literatura, tradición de la cual Quevedo y Voltaire son grandes exponentes y modelos. En relación con el cinematógrafo, más adelante haremos unos comentarios sobre su importancia en los movimientos de vanguardia. Dedicaremos, especialmente, un espacio a comentar las aportaciones del cineasta español Luis Buñuel a la vanguardia literaria. Pero adelantaremos ahora algunos comentarios. Sobre este tema, dice Miguel Hernando: «Tan importante como los factores histórico- literarios, y fuertemente imbricados con ellos, una serie de fenómenos nuevos (el cine y maquinismo) o actitudes comunes (participación en la política) que no debemos de olvidar si queremos entender el precipitado artístico del momento» (Hernando, 1975, 44). Añade, además, el estudioso de la prosa vanguardista hispana: Fenómeno de gran significación artística que no podía pasar por desapercibido para el mundo de las letras es el cine. En parte, responsable de la crisis del realismo novelesco al acaparar momentáneamente la literatura de evasión y reportaje. La mayor repercusión del cine se produjo en el estilo de los escritores: trama discontinua con cambios rápidos de escena, relatividad temporal e interpelaciones que nos pueden llevar hacia Proust y Joyce. Su innegable influencia se hace patente en las muchas páginas que los prosistas consagran al fenómeno. Buen número de jóvenes participan directamente en la realización cinematográfica, como guionistas, directores, etc. (Hernando, 44-46) Carpentier, quien con el paso del tiempo se convertiría en uno de los grandes maestros de lo «real maravilloso» en la literatura hispanoamericana, sentía una profunda adhesión por el principio bretoniano que destacaba lo «maravilloso» como uno de los grandes valores de la nueva literatura. Dice Carpentier: «Digámoslo de una vez (añade Breton, unas páginas más adelante), lo maravilloso es siempre bello: todo lo maravilloso es bello» (Carpentier, 426). Para añadir, a continuación, en forma de interrogante: «¿Y dónde buscar lo maravilloso, sino en nosotros mismos, en el fondo de esa imaginación, capaz de crear en el más completo sentido de la palabra?» (Carpentier, 426). La vanguardia abrió las puertas para el cultivo de la imaginación desbordada, para la creación de un mundo que incorporaría dimensiones fantásticas a la realidad. Esta concepción no es realmente nueva. Ya en la Edad Media, fruto de las circunstancias culturales de la época, se había producido una literatura, oral y escrita, en la cual abundaban los elementos de la fantasía: magos, hechiceras, apariciones, encantamientos, milagros. El romanticismo literario reflejó esa atracción por el misterio, por lo sobrenatural. De igual manera, el modernismo incorporó elementos de fantasía, de magia, de recreación de una realidad formada por elementos misteriosos y sobrenaturales, que trascendían la realidad cotidiana. Los comentarios que hace el profesor Ramón Luis Acevedo, citados por Nívea de L. Torres, en relación con la literatura fantástica y el modernismo, se aplican íntegramente a la vanguardia: «La literatura fantástica se produce como resultado de la crisis racionalista que difunde la incredulidad, el escepticismo, la suspensión del juicio definitivo sobre la naturaleza de lo real» (Torres Hernández, 2002, 125). Según la Dra. Torres Hernández, lo fantástico es un concepto amplio que incluye «lo maravilloso, lo anormal, lo inexplicable, es decir, todo aquello que rompa con la concepción usual, realista y racional de la realidad» (Torres Hernández, 201). De la misma manera que el barroco, la literatura fantástica no es necesariamente evasión, sino una manera de presentar problemas y situaciones del diario vivir. Lo que pretenden algunos escritores de literatura fantástica es transformar la realidad cotidiana para presentarla enmarcada en lo fantástico y lo grotesco. Alejo Carpentier lo expresa de la siguiente manera: «Lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad» (Carpentier, 3). Resultan interesantes los planteamientos de Todorov (1972) en relación con lo fantástico, por su vinculación con la vanguardia. Todorov habla de lo que él denomina los grandes temas de la literatura fantástica, el tema del «Yo» y el tema del «Tú». En el «Yo» incluye la multiplicación de la personalidad, la ruptura entre tiempo y espacio, y la percepción y la mirada. Al hablar del tema del «Tú», menciona los temas vinculados al vampirismo, la necrofilia, el incesto, el sadismo, el masoquismo, la homosexualidad y otros aspectos que representan rupturas con la moral sexual tradicional. Escritores como Cortázar señalan que «lo fantástico encuentra su vehículo en la literatura» y que el cuento es «la habitación de lo fantástico» (Cortázar, 2004, 5), concepto al que se refiere no sólo como un elemento literario, sino como «un sentimiento» que habita en todo ser humano. También señala la preferencia que en Hispanoamérica ha tenido el relato fantástico, especialmente en el cuento. Arturo Uslar Pietri coincide con esta apreciación al decir: «Lo que vino a predominar en el cuento y a marcar su huella de una manera perdurable, fue la consideración del hombre como misterio en medio de los datos realistas [...] Lo que a falta de otra palabra podría llamarse un realismo mágico» (Torres Hernández, 208). Estos planteamientos resultan interesantes al considerar varios relatos de Pablo de la Torriente que responden a ellos. Entre estos relatos, mencionamos «El cofre de granadillo», «A fojas 72», «El viento sobre las tumbas», «La mordaza» y otros. En ellos vemos muchos elementos de lo fantástico. También muchos de lo grotesco, uno de los recursos preferidos por los vanguardistas, y que Pablo de la Torriente utiliza con maestría. Según Muñoz Arteaga, «Poe estableció el cuento grotesco como una exploración magistral por las regiones enfermizas y pecaminosas del alma del hombre» (Muñoz Arteaga, 2004, 6). Lo grotesco nos ofrece una visión deformada y degradada de la realidad. Según Kayser, lo grotesco se abre «en el aspecto de lo ridículo —deforme, monstruoso, horroroso—, de lo grotesco de un mundo inhumano, de lo nocturno y abismal» (Kayser, 1964, 67). Lo grotesco se relacionará con el humor, la sátira, lo onírico, lo absurdo, lo deforme, la caricatura, la locura y otros elementos que nutrirán la narrativa, especialmente al cuento. Para Mijail Bajtin (1974), lo grotesco está ligado a la realidad y al sentido de carnaval. Es una representación de diversos aspectos de la vida, a veces con intención de crítica, de sátira o de diversión. La degradación será el elemento más característico de este realismo grotesco. Pero no necesariamente será negativa. Puede ser una forma de regeneración de la realidad, un morir para renacer. Bajtin está más cerca de lo grotesco medieval, de carácter popular, por lo que no concuerda con el carácter lúgubre, hostil e inhumano que Kayser le adscribe al grotesco. Tampoco coincide con la concepción del humor grotesco de Kayser, de la risa como sinónimo de burla, de crueldad cínica. Bajtin piensa que lo grotesco ofrece la oportunidad de la catarsis a través del humor. En la narrativa de Pablo de la Torriente veremos el uso de lo grotesco con propósito de denuncia, de sátira. También tendrá el propósito de presentar el lado oscuro del ser humano. El segundo punto que queremos comentar tiene que ver con los planteamientos que se han hecho en relación con la postura de la vanguardia hacia el compromiso social, y su identificación con las luchas políticas que se generaron en las primeras décadas del siglo XX. Como es sabido, de 1898 a 1918 hubo tres conflictos armados de importancia mayor: la Guerra Hispano-Americana, que estableció la tónica agresora e intervencionista de los Estados Unidos en los asuntos internos de otras naciones; la Revolución bolchevique, que abrió el camino para el triunfo de las ideas socialistas y comunistas en muchas regiones del orbe, y la Primera Guerra Mundial, primer gran conflicto internacional que tuvo repercusiones importantes, no sólo desde el punto de vista militar y político, sino desde el humanitario e ideológico. Ya hemos establecido que, al inicio, la vanguardia desató una polémica virulenta entre los conceptos de «arte por el arte» y «arte comprometido». También hemos mencionado ya que Saint-Simon señalaba que el arte vanguardista tenía una finalidad pragmática, dado su carácter revolucionario. Schwarts destaca que el surrealismo «se distingue de todas las otras corrientes vanguardistas, pues propone un proyecto de liberación, tanto individual como social» (Schwarts, 414). Aun cuando muchos vanguardistas se mantuvieron dentro de la concepción del «arte por el arte», otros se mantuvieron en su postura inicial de compromiso social. Otros vanguardistas, que al inicio se inclinan por la función puramente estética de la creación artística, evolucionaron hacia un arte de compromiso y militancia. Si recordamos las metas del surrealismo, mencionadas por Langowsky, recordaremos que las primeras dos son «la redención social del hombre» y «la completa liberación moral». La creencia de Maiakosvki, de que los artistas no pueden desvincularse de los procesos políticos, ejerce una gran influencia ideológica sobre muchos vanguardistas, especialmente hispanoamericanos, como Mariátegui. Este escritor reflexiona sobre el arte y la revolución, destacando que «el más imperativo deber del artista es la verdad. Las únicas obras que sobrevivirán a esta crisis son las que constituyen una confesión y un testimonio» (Schwarts, 453). Se menciona, a menudo, la relación del surrealismo con el marxismo y con el Partido Comunista, y la presencia destacada de vanguardistas como Mariátegui y Vallejo, en las polémicas políticas que se desataron desde la trinchera vanguardista. Es curioso que, a pesar de su carácter revolucionario, uno de los primeros vanguardistas europeos, el futurista Marinetti terminó siendo un abierto y decidido seguidor de Mussolini y el fascismo italiano. En un libro muy interesante, titulado Producción literaria y producción social (1975), Noé Jitrik presenta unas reflexiones sobre la literatura y el compromiso social. Una de sus primeras reflexiones es sobre la literatura de ruptura, como le llama Jitrik a la vanguardia. Señala la posición de esta frente a las exigencias de las clases dominantes, diciendo que un camino de subversión frente a lo que exige la ideología de producción proclamada por las clases dominantes es, por ejemplo, la negativa del vanguardismo a las exigencias de racionalidad y claridad formuladas por la burguesía para el trabajo que necesita hacer y que aparece como la ideología en curso; probablemente, a la luz de este rechazo pueden considerarse, si no entenderse, ciertos intentos como los de Macedonio Fernández [...] Filisberto Hernández [...] José María Arguedas [...] Lezama Lima [...] Macedonio Fernández. (Jitrik, 57) Sobre la vanguardia como «agresión verbal», nos dice: Pero de pronto, una frase diferente, que persigue otra no definida, pero acaso definida por negación-función, por un acto de violencia desbordada contra la violencia se-gunda de la gramática, hace evidente la violencia primera y primaria e instaura una ruptura del sistema: es un exabrupto, una metáfora, una transgresión del color y, análogamente, un acto político que desbarata la «política» como sistema violento que tapa en su orden la violencia constituyente de las relaciones entre las clases. (Jitrik, 69) Para Jitrik, como para Celaya, la palabra es «un arma» de combate contra los sistemas represores: Aquí [en el inconsciente] el arte se muestra como violencia respecto a los sistemas que, a su vez reprimen (nótese bien) por la fuerza que hacen para permanecer. Esto quiere decir: los sistemas proyectan represión [...] El inconsciente, donde todo está fundado, aparece subyugado por una conciencia ordenadora que, por lo tanto, tiende las velas, ejerce un dominio irracional [...] Es ahí donde se ve lo que es ruptura: es la frase poética que rompe con su propia violencia la violencia del sistema, lo desnuda, lo obliga a cambiar, un nuevo lenguaje hace presencia. (Jitrik, 73-74) Señala el efecto desestabilizador-equilibrador de la palabra poética: «Una imagen, una forma, brotan a partir de un acto de violencia contra lo establecido, rompen el equilibrio de una gramática: violentamente, después, son recuperados» (Jitrik, 81). Concluimos con las expresiones de Miguel Hernando, en su análisis de la prosa vanguardista española de la Generación del 27. Señala Hernando como uno de los fenómenos más comunes de esta generación, su atención a la política. Precisa que es un hecho conocido y general de toda Europa el de la cantidad de jóvenes formados en el vanguardismo que derivan hacia campos ideológicos extremos: «Escritores que se mostraban ajenos a los problemas del hombre, aparecen después directamente implicados en las gestiones políticas», señala el autor (Hernando, 1975, 48). Reafirma su criterio del compromiso social de la vanguardia con una cita de una entrevista que se le hizo al escritor Francisco Matos, y que es una reafirmación de lo dicho anteriormente por él: Por ejemplo, Francisco Matos contesta a la pregunta de si existe una literatura al margen de la vida social: «Antes del movimiento revolucionario español hubiera contestado que sí [...] la realidad me dice que todo artista y escritor de este momento será arrastrado a la lucha sin cuartel que se avecina». (Hernando, 50) Prosa vanguardista hispana Una de las limitaciones que plantea el estudio de la prosa vanguardista, es el hecho de que la mayoría de los textos y publicaciones disponibles se dedican al análisis de la poesía. Esta situación se explica por el hecho de que las primeras manifestaciones de la vanguardia surgieron del campo de la poesía. Una gran parte de los manifiestos y publicaciones surgieron de escritores que cultivaban la poesía como género preferente. Las antologías sobre la vanguardia en lengua hispana más conocidas, como la de Schwarts, Verani, Müller-Bergh, se dedican a la poesía. Guillermo de Torre, en su estudio sobre las vanguardias, lo explica así: Las innovaciones de tipo vanguardista se abrieron paso esencialmente por vía poética y en parte ensayística, antes que en la novela y el teatro. Fue en la poesía, particularmente, donde surgieron inicialmente modos, sentimientos, rasgos de estilo que luego se hicieron notorios [...] al encarnar en seres de ficción, en creaciones dramáticas. En el Ulyses, de James Joyce, se observan las innovaciones temáticas y formales, como los modos sintácticos y manifiestos futuristas. (De Torre, 28) Este juicio de Guillermo de Torre es compartido por Fernando Burgos, editor de Prosa hispánica de vanguardia, una serie de estudios sobre la producción prosística de la vanguardia hispana: «los pocos estudios de conjunto existentes sobre la vanguardia se han dedicado preferentemente al estudio de la poesía, marginando la emergencia de una rica prosa vanguardista que habría de transformar el curso y el modo narrativos de la literatura hispana del siglo veinte» (Burgos, 1986, 11). Algunos de los estudios incluidos en el libro de Fernando Burgos coinciden plenamente con la exclusión de la prosa vanguardista de la mayoría de los estudios sobre este tema. Tal es el caso de Graciela Maturo. En su estudio «Apuntes sobre la transformación de la conciencia de la vanguardia hispanoamericana» (Maturo, 1986), dice la autora que el traslado del concepto vanguardia a la literatura hispana ha privilegiado la poesía en menosprecio de la prosa. Añade Maturo que «esta óptica relegó inevitablemente como tentativas fallidas a una serie de obras en prosa cuyo profundo sentido renovador se ha venido a revelar a lo largo del tiempo» (Maturo, 43). Para ella, las obras presentadas como «novelas» cuestionaron profundamente el logocentrismo tradicional de Occidente, a través del testimonio, la exploración y la invención. Presentaron nuevas concepciones de tiempo y de espacio, y plantearon, fehacientemente, la destrucción de la literatura como categoría autosuficiente. Además, la nueva novela apeló a un lector más activo y capaz de una recepción estética que trascendiera la rutinaria. Graciela Maturo comenta la existencia de autores, aun desconocidos, que vinculan sus obras novelísticas, que ella cataloga como de arte «testimonial-filosófico-poético- humorístico», que se vinculan con la ruptura «profética» de las convenciones literarias. Excepción es el caso de Domingo Ródenas de Moya, quien publica, en 1997, su antología Proceder a sabiendas. Antología de la narrativa de vanguardia española (1923-1936). Ródenas considera su publicación «la primera antología que recoge obras exclusivamente narrativas» (Ródenas, 1997, 12). El autor aclara la existencia de algunas antologías anteriores, las cuales, por diversas razones, no corresponden a una antología vanguardista en prosa exclusivamente. Según Ródenas, este mismo criterio lo había expresado ya, tan temprano como 1935, Guillermo de Torre, a quien cita: «Lo sensible es que el concepto de lo poético quede limitado por tales antologistas a los que escriben verso, con lo cual quedan fuera algunos escritores no menos (sino quizá más) poéticos, aunque se contentan habitualmente con la acomodación tipográfica de la prosa» (Ródenas, 14). Más de veinte años después (en 1957), según Ródenas, persistía la exclusión de los prosistas vanguardistas de las antologías, según la crítica de Ricardo Gullón que denunciaba que «los poetas se beneficiaron de una atención que los prosistas no obtenían, y se ha llegado a pensar que la obra de estos carecía de interés o al menos era inferior a la de los líricos. Esto es injusto» (Ródenas, 14). A partir de esta fecha, Guillermo de Torre se dio a la tarea de reivindicar la producción prosística vanguardista, especialmente la narrativa, con la publicación de varios trabajos críticos dedicados a la prosa vanguardista de la Generación del 27. Destaca también Ródenas la importancia vital que el cine representó en la prosa vanguardista, según demuestra la cantidad de ensayos críticos y biográficos que publicó esta generación vanguardista sobre este «nuevo arte». Termina esta apología de la prosa vanguardista, aludiendo al discurso de ingreso de José López Rubio a la Real Academia, en 1983, discurso en el cual el nuevo miembro aludía a la «otra generación del 27». Esta generación estuvo compuesta, según Ródenas, por los artistas plásticos que ilustraron los textos vanguardistas, los músicos, los arquitectos, los novelistas sociales «a los que por razones de veto político se negó el pan y la sal en la historia literaria española; en fin, la de los narradores de vanguardia, líricos, intelectuales o humorísticos. El número de estos artistas supera con mucho la magra docena (¿o decena?) de poetas canónicos del 27» (Ródenas, 18). Para Ródenas, estos escritores representaron el fermento de la modernidad de las letras españolas de los 30 y los 40. Además del texto de Ródenas, que utilizaremos como texto primario para comentar la prosa vanguardista hispana, haremos mención de otras fuentes, especialmente dos dedicadas a la prosa narrativa. Una de estas es el libro Prosa narrativa de vanguardia, de Fernando Burgos. Esta es una antología, publicada en 1986, por Editorial Orígenes, de Madrid, y responde a un congreso sobre prosa hispánica de vanguardia organizado por Burgos, quien era profesor de una universidad norteamericana. El texto recoge nueve ensayos, además de la introducción del editor. Es interesante notar que sólo dos están dedicados a la prosa narrativa española. Estos son «La prosa poética de Buñuel: del dadaísmo ultraísta al surrealismo», de Víctor Fuentes, y «La humanización de la novela de vanguardia: El blocao, de José Díaz Fernández», escrito por Laurent Boetsch. El otro libro es un enjundioso estudio titulado El surrealismo en la ficción hispanoamericana, de Gerald Langowski, publicado en 1982. Este texto se inicia con un estudio sobre el surrealismo español y la estética surrealista para abordar el tema en Hispanoamérica, destacando sus figuras principales: el mundo onírico de María Luisa Bombal, la pesadilla de la «realidad surrealista» de Miguel Ángel Asturias, «le merveilleux» en Alejo Carpentier, lo inconsciente en Ernesto Sábato, la anti-novela de Cortázar, el automatismo de Juan Rulfo y el montaje surrealista de Vargas Llosa. En su «Conclusión», el autor deja establecido «que hay características claramente discernibles en la ficción hispanoamericana que revelan la presencia de una modalidad surrealista» (Langowski, 184). Según Domingo Ródenas, los jóvenes escritores españoles de principios de 1920, sintieron «la necesidad profunda de renovación de la prosa española, y, más específicamente, de la novela» (Ródenas, 19). Esta necesidad llegó a convertirse en una obsesión para ellos, añade Ródenas. Los narradores, en común, se oponen al realismo «genético», que acepta la realidad como una totalidad coherente, de modo que su copia resultaría coherente también. Los escritores prefieren el «realismo formal», según el cual, toda ficción literaria encarna la construcción de un universo, cuyo sentido no está predispuesto ni prediseñado, sino que depende de la posibilidad de entidades y relaciones que el autor le adscriba. Esta nueva actitud representaba un rechazo a la tradicional novelística española finisecular, en particular la realista. Era, a su vez, un rechazo a los valores convencionales de la burguesía que tal narrativa realista representaba. También demostraba un apego a la nueva conciencia de compromiso social que la literatura vanguardista adquiría con lo que Benjamín Jarnés llamaba la «rehumanización del arte»: un compromiso con «algo más que todo un hombre: todo el hombre» (Ródenas, 24). De esta manera, la narrativa vanguardista correspondería a la concepción de la vanguardia auténtica, según José Díaz Fernández: «La auténtica vanguardia será aquella que dé una obra construida con todos los elementos modernos (síntesis, metáfora, antirretoricismo) y organice en producción artística el drama contemporáneo de la conciencia universal» (Ródenas, 25). Del análisis que hace Ródenas de la narrativa vanguardista de esta época se desprende la configuración de un horizonte textual en el cual desaparecerán, con mayor o menor intensidad, las fronteras entre verso y prosa, así como las genéricas. Se plantea, además, la revisión de la concepción tradicional de la novela, como género fundamentalmente narrativo. Esta revisión crea polémicas en torno a la decadencia de la tradicional novela española y a la naturaleza y clasificación de las nuevas producciones en prosa, que planteaban la existencia de una condición híbrida del relato. Se verifica una imbricación y aun una fusión de géneros. Según Ródenas, la narrativa vanguardista española, en su primera etapa, fue poco productiva, debido, entre otras cosas, a su carácter panfletario y a la escasez de su producción. En la segunda etapa, es Ramón Gómez de la Serna el escritor más destacado, ya que fue el primero en cristalizar una fórmula narrativa que respondiera a los preceptos de la nueva literatura. Se destaca la prioridad del «showing» sobre el «telling» y el desarrollo de un manejo magistral del lenguaje, lo que le dio a la prosa castellana un momento de esplendor inusitado. El espacio de la narración vanguardista es la ciudad, materialización de la modernidad, con todos los elementos de progreso tecnológico, dinamismo, pluralidad y complejidad que ella implica. Los personajes masculinos suelen ser seres en total estado de desasosiego, seres inquietos, disconformes, insatisfechos, con propensión al suicidio. Por otro lado, los personajes femeninos son más dinámicos, emprendedores, desinhibidos, libres de trabas sociales o morales. El personaje vanguardista es, ante todo, un constructo imaginario con encarnadura literaria. El discurso lingüístico ofrece una gama de tonalidades y opciones, desde el tejido barroco hasta el lenguaje oratorio del siglo XIX y la oralidad cotidiana. En esta narrativa, hay una manifestación expresa y continua del «yo» narrador, además del reclamo de un lector activo e inteligente. La metáfora, la imagen y el humor se convierten en las armas predilectas del lenguaje literario. Por último, la coherencia de la novela no se logra necesariamente a través del argumento, sino a través de otros elementos, como un tema, una imagen o una idea obsesiva. Es de notar que el autor no cita prácticamente ningún pasaje de textos narrativos para fundamentar las aseveraciones anteriormente enumeradas, salvo contadas excepciones. Quizá se deba al hecho de que sus comentarios se fundamentan más en la producción novelística, mientras que la antología incluye, sobre todo, cuentos. Tampoco hace alusión, como la mayoría de los estudiosos de la vanguardia, a rasgos o características específicas de esta, especialmente del surrealismo. Sin embargo, este hecho no invalida sus planteamientos, que pueden ser corroborados con los escritos de otros estudiosos del fenómeno vanguardista. A continuación, desglosaremos las ideas principales, relacionadas con la prosa vanguardista hispana, presentadas en los diversos estudios publicados en el libro de Fernando Burgos, Prosa hispánica de vanguardia. Iván Schulman («Las genealogías secretas de la narrativa: del modernismo a la vanguardia») establece la relación directa entre el modernismo literario y la vanguardia. Señala que la prosa vanguardista tiene sus orígenes en la prosa modernista, que fue primero experimental en la forma, así como también en su interés en la conciencia, el subconsciente y el inconsciente. Señala, además, la ruptura del modernismo y la vanguardia con el ordenamiento cronológico y el narrador omnisciente, para experimentar con otros puntos de vista y conceptos del tiempo. Graciela Maturo («Apuntes sobre la transformación de la conciencia en la vanguardia española») analiza la obra de Pablo Palacios, escritor ecuatoriano, como modelo de la tendencia vanguardista. Nos da, como ejemplo, la «pseudo novela» Débora. En esta novela, se ilustra su proceso de creación, el cual se va construyendo a la vista del autor. Este usa diversos puntos de vista narrativos, acentuando el carácter paródico y farsesco de la novela. La novela cierra con una superposición cinematográfica —recurso tan preferido por los vanguardistas— de la protagonista transformada en bailarina hollywoodense. Maturo destaca, además, la mezcla de géneros que caracteriza a esta novela, en la cual, el escritor sobrepasando las márgenes del poema desnudo [...] aborda con intrepidez la mezcla genérica que hace posible no sólo la presentación de imágenes (poesía), sino la inflexión crítica sobre su propia experiencia (ensayo), el enmarcamiento personal de su propia aventura (novela), y aun la presentación directa de escenas teatrales. (Maturo, 51) Klaus Müller-Bergh («Indagación del vanguardismo en Las Antillas: Cuba, Puerto Rico, Santo Domingo, Haití») es uno de los más destacados estudiosos de la literatura de vanguardia en Latinoamérica. Como la mayoría de los estudiosos, concentra su atención en los movimientos poéticos. Pero destaca, como aportaciones significativas de la vanguardia antillana, entre otras, el refinamiento de lo real maravilloso y la aclimatación de lo neo-barroco a la realidad literaria e histórico-cultural americana. De esta manera, enlaza la vanguardia con dos de las tendencias más importantes de la narrativa hispanoamericana (Müller-Bergh, 1986). Ramona Lagos («La “aventura y el orden” en la literatura hispanoamericana de la década del veinte») analiza la novela El truco, de Jorge Luis Borges, para destacar cómo el autor, sin identificarse abiertamente con la vanguardia, trabajaba ya con el concepto vanguardista de la literatura como «juego». En este texto, Borges no establece límites génericos, sino que se deleita creando en el lector la duda y la sospecha, de modo que vaya «adivinando» el texto a medida que lo lee. Para la autora, «el sentido del juego en El truco es visto por Borges como una forma de escape y evasión» (Lagos, 90). Merlin Foster («Elementos de la narrativa de Vicente Huidobro: Tres inmensas novelas»), destaca que los elementos predominantes en este texto son la parodia, el humor y la burla de los géneros novelescos tradicionales. Todo el texto se concentra en un juego literario, en el cual se intenta engañar al lector con los títulos, o se parodian narraciones tradicionales. Huidobro usa un mínimo de narración y caracterización, acentúa el uso de la oralidad, y, sobre todo, explota el humor burlón como forma de censura y de evasión. Concluye Foster señalando que «en esas dimensiones de un singular proceso novelesco, Huidobro ha extendido notablemente la colaboración ensayística con Arp, y así ha consolidado, con estos textos, su propia contribución al desarrollo de la narrativa vanguardista» (Foster, 103). Nancy Kason («La próxima: hacia una teoría de la novelística creacionista») analiza esta novela de Huidobro con el propósito de establecer las ideas del escritor sobre la novela, según se desprenden de este texto. Señala la autora que esta obra es una «metáfora extendida mediante la cual Huidobro novelizó sus ideas estéticas y estableció su arte narrativo» (Kason, 107). Resalta la concepción de Huidobro sobre la novedad literaria, que, según él, reside en los estilos y no en los temas. Enumera los rasgos vanguardistas de esta novela: abandono de las distinciones entre realidad y sueño, y entre locura y cordura; frases cortas para dar una impresión cinematográfica; desdoblamiento estructural; contextos oníricos, entre otros rasgos. Oscar Rivera-Rodas («El discurso narratizado en Owens») propone la ausencia de marginación de la prosa narrativa (novela y cuento) en los vanguardistas mexicanos Los Contemporáneos. Del análisis del texto Novela como nube, Rivera-Rodas identifica los rasgos predominantes de la narrativa vanguardista: prevalencia del discurso sobre el relato; intervención del autor explícito, con una función predominantemente metatextual y comunicativa con el lector implícito; presencia del narrador extradiegético, instalado en su propio discurso valorativo; destaque de la referencia al sujeto de enunciación (narrador) sobre el sujeto del enunciado (personaje); discurso de acción de la escritura; el discurso cede al relato, apareciendo el personaje al final; la diégesis es ordenada en el tiempo, con interrupciones del autor implícito o del personaje. Concluye Rivera-Rodas señalando que «la novela de Owen, como gran parte de la prosa hispanoamericana de la vanguardia, se destaca y define por su discurso narratizado» (Rivera-Rodas, 122). Víctor Fuentes («La prosa poética de Buñuel: del dadaísmo al surrealismo») fija su atención en los poemas en prosa de quien sería después uno de los grandes pilares del cine vanguardista. Para Fuentes, Buñuel fue prototipo de la vanguardia, no sólo por su producción literaria, sino por su personalidad: «joven deportista y boxeador, aficionado a los automóviles y a la música de jazz, inclinado a las armas de fuego y dado a las prácticas del hipnotismo y del “terrorismo intelectual”» (Fuentes, 210). En su primer texto, aparecen, según el autor, tres grandes rasgos del dadaísmo; el anti-arte, el humor y el espíritu destructor. Buñuel repite en sus textos la estética de lo objetual, de Epstein, según la cual se coloca en un plano de igualdad al hombre y a los objetos, convirtiendo a estos últimos en personajes, lo cual es un rasgo claramente vanguardista. Como lo hará posteriormente en sus películas, en sus poemas en prosa Buñuel ofrece al «ojo alucinado» escenas de intenso surrealismo: castración, canibalismo, despedazamiento y muerte, incesto, necrofilia, asco, repugnancia, olor a cosa macabra y siniestra. Laurente Boetsch («La humanización de la novela de vanguardia: El Blocao, de José Díaz Fernández) muestra el rechazo de los vanguardistas a la forma y al contenido de la gran novela española decimonónica. La novela de Díaz Fernández corresponde a uno de los objetivos de la vanguardia, cultivar un «arte para la vida, no una vida para el arte». Esta novela sirve de enlace a la novela social de los años anteriores a la Guerra Civil Española. Carece de las fórmulas tradicionales de la novela. La metáfora, uno de los principales recursos del texto, se transforma en escalofriante denuncia de la crueldad de la guerra. El crítico valora la novela como orientada «hacia una obra plenamente social sin sacrificar los logros estéticos de esa rica fuente vanguardista» (Boetsch, 1986, 225). El estudio de Gerald Langowski sobre el surrealismo en la ficción hispanoamericana tiene como norte una aproximación histórica a los narradores seguidores de André Breton, analizando las obras según criterios generales, pero más inclinado a la aproximación histórica. La obra se inicia estableciendo los elementos del surrealismo español que aparecen vinculados a la narrativa hispanoamericana. A continuación, resume la estética realista, para entrar de lleno al surrealismo hispanoamericano. Destaca la importancia, entre otras revistas, de la Revista de Avance, de Cuba, como vehículo para la divulgación de las ideas vanguardistas europeas, especialmente las francesas. Señala Langowski la década de los 30 como el período más importante en el desarrollo de la prosa vanguardista hispanoamericana, aunque aclara que los mexicanos utilizaron, tan temprano como 1923 (Mariano Azuela, La malahora), elementos vanguardistas en sus novelas. Langowski no está de acuerdo con Luis Leal, quien niega el vínculo entre el surrealismo y el realismo mágico. Para Langowski, hay una estrecha relación, y coincidencia temporal entre ambos. También hace énfasis en la importancia que tiene el tema del sueño en la narrativa surrealista hispanoamericana, como influencia de Breton. Langowski le presta especial atención a Miguel Ángel Asturias y a su «estética surrealista», que él recoge en los siguientes postulados: concepción del marxismo como el sistema político, social y económico que redimirá al hombre; experiencia de gobiernos dictatoriales compartida con otros escritores surrealistas hispanoamericanos (Carpentier, César Vallejo, Uslar Pietri); torcimiento de la realidad, para describir pesadillas, sueños, escenas crueles y repugnantes; empleo de recursos literarios de manera no convencional para denunciar una situación política opresiva; uso de símiles, repeticiones, onomatopeyas, verbalismo polisemántico, palabras de pormanteau, escritura automática, entre otros, como recursos de denuncia de la situación política de su sociedad; montaje cinematográfico, consistente en imágenes relampagueantes ante nuestros ojos; símiles grotescos y misteriosos, basados, a veces, en un sentido nuevo de la belleza de objetos que tradicionalmente no se consideraban tales; y el uso reiterado de la escritura automática para descubrir las aberraciones y traumas de los personajes, sus sueños, sus pesadillas, sus soliloquios, sus retrospecciones. Otros aspectos importantes de la narrativa surrealista hispanoamericana, según el autor, son el uso de lo «feo» como recurso para comprender la compleja existencia humana; el humor absurdo, o humor negro, que dentro de su ridiculez tiene un sentido muy profundo; y la tendencia al suicidio como última vía de escape y de solución al angustioso dilema de la existencia humana. Especial atención le brinda el autor a la concepción de la antinovela, uno de los elementos más característicos de la narrativa vanguardista. La antinovela responde a la concepción vanguardista de que el arte es parte de la vida y que, siendo la vida una burla, un juego absurdo, el arte, incluyendo la novela, debía ser tratado del mismo modo. Destaca la novela de Julio Cortázar, Rayuela, como un excelente ejemplo de la antinovela, que es, en esencia, «la ironía, la autocrítica, la incongruencia, la imaginación puesta al servicio de nadie» (Langowski, 139). En términos generales, la prosa vanguardista hispana en general, y la hispanoamericana en particular, se nutre de las corrientes del vanguardismo europeo, especialmente del surrealismo. La prosa vanguardista hispanoamericana tiene su máxima expresión en la novela. Los novelistas hispanoamericanos, a partir de la década de los 20, estarán en contacto con la vanguardia europea y tendrán pleno conocimiento y dominio de sus tendencias, sus rasgos y sus recursos. Esto les permitirá a los escritores hispanoamericanos adentrarse en el cultivo de una novela que, no sólo corresponderá a los modelos europeos, especialmente los franceses y los españoles, sino que les ofrecerá la oportunidad dorada para reencontrarse con su pasado histórico y cultural, y dar a conocer su mundo al mundo. La vanguardia literaria en Cuba Según Langowski, las ideas de la vanguardia europea fueron divulgadas en Cuba a través de la publicación de escritores franceses en la Revista de Avance. Según el autor, la actividad vanguardista cubana tuvo dos propósitos principales. Uno era de índole político, la protesta contra la tiranía del dictador Gerardo Machado. El otro era de índole cultural, la renovación de la empobrecida vida cultural de Cuba (Langowski, 33). A pesar de que escritores como Max Henríquez Ureña son de la idea de que la vanguardia no tuvo poetas destacados en Cuba, otros, como Jorge Mañach, Roberto Fernández Retamar y el propio Langowski opinan lo contrario. Langowski señala la presencia de destacados autores cubanos vanguardistas, como Félix Pita Rodríguez y Ramón Guirao. A propósito de Max Henríquez Ureña, es necesario destacar los juicios sobre el tema de la vanguardia cubana que este expresaba. Su expresión era categórica: «El vanguardismo, en cualquiera de sus formas o ismos, no tuvo repercusión sensible en Cuba. En cambio, no escaseaban los poetas menores que se han atrincherado en un neorromanticismo combinado con algo de las técnicas modernistas (Henríquez Ureña, 1963, t. I, 386-387). Los juicios de Henríquez Ureña sobre la ficción narrativa de la década de los 30 son superficiales y denotan prejuicio contra la vanguardia, o ignorancia sobre esta. Sobre la obra de Novás Calvo dice que «se orienta en el centro hacia una técnica novedosa que recuerda a Hemingway» (t. II, 406). Añade que Novás Calvo «ha acertado en mayor o menor grado» con su obra narrativa, pero no reconoce ninguna innovación o tendencia vanguardista. Sobre la obra de Labrador Ruiz, nos dice el historiador de la literatura cubana: Con Enrique Labrador Ruiz (n. 1902) hizo su aparición en Cuba una nueva técnica en la novela, que abandona de esa suerte los moldes del viejo realismo y del naturalismo. Los otros ismos en que fueron prolíficas las literaturas europeas a partir de la segunda década del siglo XX, apenas llegaban como un eco lejano. El vanguardismo o ultraísmo, o sea, la suma anárquica de esos «ismos» no tuvo vigencia en Cuba, donde no hubo futuristas, ni cubistas, ni dadaístas. (Henríquez Ureña, t. II, 408) A pesar de que niega influencias vanguardistas en Labrador Ruiz, señala que «no han faltado quienes se empeñan en clasificarlo como suprarrealista; pero de igual manera podría buscársele concomitancias con Joyce, o con Kafka, o con Faulkner» (t. II, 408). Da la impresión de que Henríquez Ureña ignora que se le atribuye precisamente a Joyce iniciar la aplicación de los modos vanguardistas a la prosa. Su posición ambivalente y contradictoria se reafirma al señalar que «La técnica adoptada por Labrador Ruiz [...] no guarda sustancial diferencia con otros procedimientos y técnicas del siglo en marcha» (t. II, 408). Para Henríquez Ureña, los cuentistas cubanos de principios del siglo XX se han mantenido atados a las técnicas del realismo de fines del siglo XIX, con las excepciones de rigor. Sin embargo, el autor no se ocupa de mencionar ninguna de esas «excepciones de rigor». Se reitera en su postura ambivalente al enjuiciar la literatura cubana de principios del siglo XX, ya que le adscribe al cuento cubano de esta época «un neo-realismo que se aparta de los cánones demasiados estrechos que sujetaban al cuento a un proceso en cierto modo mecánico a fines del siglo XIX» (t. II, 411). No se da cuenta que ese «neo-realismo» a que se refiere responde al nuevo modo de «ver» la realidad que propone el vanguardismo. Sobre la cuentística de Pablo de la Torriente Brau, dice que este autor se aficionó «al cuento comprimido». Establece una influencia directa entre esta tendencia de la cuentística de Torriente Brau y la cuentística de O´Henry. Pero, como en ocasiones anteriores, sus señalamientos son muy limitados. Los juicios de Henríquez Ureña se enfrentan a los estudios que sobre la vanguardia hispanoamericana, y la prosa vanguardista cubana en particular, han hecho muchos investigadores: Langowski, Schwarts, Morales, Carlos Ripoll, Salvador Bueno, Ambrosio Fornet, Víctor Casaus, Carlos Rafael Rodríguez, Ana Cairo, Denia García Ronda, María del C. Víctori, Fernández Retamar, Regino Boti, Graziella Pogolotti y el testimonio de escritores de la época, como Jorge Mañach y Alejo Carpentier, entre otros. Según Klaus Müller-Bergh, las primeras manifestaciones de la vanguardia cubana datan de 1920. Se relacionan con las tertulias celebradas en Café Martí, de La Habana. Este grupo de contertulianos se trasladará luego a la revista El Fígaro. Uno de sus más destacados miembros, Alejo Carpentier, testimonia el aire vanguardista que caracterizó a aquel grupo. De esta experiencia surgen el Grupo Minorista y la Revista de Avance, como confirmación de las expresiones del renombrado escritor cubano. Según Müller-Bergh, «el Grupo Minorista mantiene los ojos abiertos a las nuevas tendencias en el mundo. Tiene una clara conciencia del alcance de su movimiento y una fina sensibilidad para captar toda innovación» (Müller-Bergh, 60). Las ideas de renovación militante, nacionalista, afrocubana, de una vanguardia caracterizada por matices ideológicos distintos, pero unidos por la oposición cerrada al dictador Machado y su régimen represivo, hallan cauce, predominantemente literario y cultural en la Revista de Avance, que ha de convertirse en portavoz principal de las inquietudes de la nueva estética de La Habana. La revista mantuvo su publicación entre el 16 de marzo de 1927 y el 15 de diciembre de 1930. Al enjuiciar la Revista de Avance, Müller-Bergh le atribuye una visión universal. Los escritores de la revista traducen textos, aclaman diversas revistas de la época, comentan los libros de nueva circulación, y sucesos de la cultura general. Se identifican plenamente con la joven España vanguardista y creen que lo esencial de las vanguardias es «una juventud de ideas vitales, progresistas [...] la modernidad y sus obras y actitudes, y no el lugar de sus nacimientos» (Müller-Bergh, 60-61). Para Hugo Verani, «el vanguardismo llega tarde a Cuba y carece de la audacia polémica y experimental de los movimientos de comienzos de esa década de los veinte» (Verani, 1990, 21). Reconoce la labor importante de los minoristas, quienes, a juicio del autor, representaban una nueva manera de pensar, promovían el lenguaje vernáculo e introducían el nuevo arte vanguardista. Reafirma la importancia de la Revista de Avance en la vanguardia cubana. Constituyó, según juicio de Verani, junto con Contemporáneos, de México, Martín Fierro, de Argentina y Amauta, de Perú, las revistas más importantes de la historia cultural de la América hispana. La Revista de Avance es, según cita de Miguel Ángel Asturias, recogida por Verani, «el eco espiritual de nuestra América» (Verani, 22). Para Verani, las figuras más destacadas de la poesía vanguardista cubana son Manuel Navarro Luna, Mariano Brull, Emilio Ballagas y Eugenio Florit. Como la mayoría de los antólogos de las vanguardias hispanoamericanas, Verani no hace referencia alguna a prosistas cubanos. El Diccionario de la literatura cubana señala que los esfuerzos de renovación de la literatura cubana se inician a partir de 1923. Estos esfuerzos responden al estado de postración en que se sume la literatura cubana a partir de la muerte de Martí y de Julián del Casal. Los esfuerzos de los intelectuales de Cuba Contemporánea y de los posmodernistas no fueron efectivos para sacar a la literatura cubana de su estado de postración. El esfuerzo de renovación se relaciona con otros hechos importantes, tales como la creación de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), la celebración del primer Congreso Nacional de Estudiantes, la Protesta de los Trece, la formación del Grupo Minorista y la apertura de la Universidad Popular José Martí. El vanguardismo, según el Diccionario, se inicia en 1927 con la renovación literaria del Diario de la Marina y el inicio de la Revista de Avance. Además de esta, otras revistas de la época recogen las expresiones literarias del vanguardismo cubano. Estas son, entre otras, Atuei y Revista de La Habana, además de varias provinciales. Sin embargo, el movimiento vanguardista cubano publicó muy pocos libros. Entre estos se destaca Vanguardia y revolución, publicado, póstumamente, en 1936. Su autor fue Amador Montes de Oca, joven fallecido en 1933, durante las luchas antimachadistas. Según el Diccionario, Fernandez Retamar y Regino Boti le adscriben a la vanguardia cubana las siguientes características: libertad expresiva, novedad y movimiento, abandono de las letras mayúsculas, la acentuación, la rima, la métrica, las estrofas, la puntuación, uso de caligramas, fraccionamiento de la narración, metáforas sorprendentes, uso de prosopopeyas y onomatopeyas, uso del humor, tratamiento de temas sociales y obreros, y neologismos. Como elemento aglutinador de la vanguardia resalta el hecho de que casi todos los miembros del Grupo Minorista, y muchos de los escritores de la época, entre ellos Pablo de la Torriente, eran periodistas. También compartían la conciencia de la responsabilidad del intelectual para con la sociedad, y su obligación de poner su cultura y su talento al servicio de su país y de sus hombres. Muchos de estos escritores vanguardistas se iniciaron en la poesía. Luego, varios se apartaron de este género para dedicarse a la prosa literaria o periodística, aportando a la vanguardia mayor responsabilidad social. La revista Social, dirigida por Emilio Roig, publicó toda la actividad del grupo. Fue en esta revista que Pablo de la Torriente publicó «¡Muchachos!» (1930), uno de los pocos cuentos que publicó en vida. La década de los 20 es fundamental para el desarrollo de la cultura cubana. Así lo afirma Graziella Pogolotti: Muchos participantes en aquel debate [la lucha contra la dictadura] sufrieron un profundo desgarramiento, una amarga fractura de sus ilusiones. Más allá de su trabajo individual, los intelectuales sintieron el apremio de proyectarse socialmente, de formular y difundir un programa de acción. Para la cultura cubana, el punto de giro se había situado en los años veinte, la década crítica, según la precisa definición de Juan Marinello. Se configura la personalidad de intelectuales entregados a una acción política transformadora, como el pensador Julio Antonio Mella, el poeta Rubén Martínez Villena o el prosista Pablo de la Torriente Brau. (Pogolotti, 2003, 3) La vanguardia cubana está asociada, históricamente, con el período de Gerardo Machado. Literariamente, está identificada con la Generación del 23. Sobre esta, Carlos Ripoll publica, en 1968, un importante estudio titulado La Generación del 23 en Cuba. En dicho estudio, nos dice que fue Félix Lizaso uno de los primeros en aplicar el concepto generación literaria a los escritores de la década de los 20 en Cuba, al decir que «en 1920, poco más o menos, comienza a darse a conocer una generación que trae alientos nuevos y nuevas fórmulas» (Ripoll, 1968, 44). Según Ripoll, en el libro La poesía moderna en Cuba, 1882-1925, se habla de «los nuevos», refiriéndose a los poetas que se manifiestan con «caracteres propios y orientación definida» (Ripoll, 45). En La literatura cubana en el siglo XX se le llama «generación de entreguerras», ya que se la ubica entre los dos grandes conflictos mundiales y sustituye a la generación anterior en cuanto a vigencia histórica. Fernández Retamar le adscribe a esta segunda generación republicana dos promociones. Esta clasificación responderá más a categorías políticas que literarias. Son: la promoción del 23 y la del 30. Más adelante, Fernández Retamar aclara estas divisiones, relacionándolas con «la Protesta de los 13 [...] en el primer caso, y con el inicio de la revolución que destituye a Machado, la segunda» (Ripoll, 47). Mañach, por su parte, la llama Generación del 25: «Una nueva generación [...] acude, sin embargo, por otra más cercana a su deber histórico. Es la Generación del 25, que combina la inquietud cultural y la preocupación política» (Ripoll, 48). En conclusión, Carlos Ripoll ubica esta generación, que él llama del 27, entre 1923 y 1938, tomando como punto de partida la Protesta de los Trece y la constitución del Grupo Minorista. Según la describe uno de sus miembros, esta generación estuvo constituida por un grupo de intelectuales jóvenes, de izquierda, que se pronunciaron desde el primer momento contra los falsos valores, los pachecos y los consagrados, y por una radical y completa renovación formal e ideológica, en letras y en artes, pero sin olvidar estos propósitos, por encima de ellos, se interesaban por los problemas políticos y sociales de Cuba, de América, y de la Humanidad, y por ellos laboraban en sentido radical y progresista. (Ripoll, 50) Los primeros rasgos vanguardistas son de 1923, y se hacen patentes en la poesía. La estética vanguardista pretenderá, según lo expresaba Jorge Mañach, adoctrinar el intento de construir una nueva experiencia con las imágenes de aquel mundo en crisis. Añade Mañach que el vanguardismo prendió en Cuba «no sólo por mimetismo o emulación de lo contemporáneo, sino también y principalmente por insatisfacción social» (Ripoll, 66). Lo que se proponía la vanguardia era «reaccionar —estridentemente, con herejía y hasta con insolencia— contra la inercia tradicional» (Ripoll, 66). El estilo de la vanguardia cubana (uso de minúsculas, jitanjáforas, caligramas, deformación plástica) respondía al interés de expresar su protesta contra un arte decadentista, pero también la sensación de ahogo individual y colectivo que representaban formas económicas y políticas desajustadas de la realidad (Ripoll, 67). El vanguardismo cubano sucumbió como movimiento polémico, tan pronto las circunstancias históricas ofrecieron la oportunidad de expresar el malestar político y social. La vanguardia cubana redescubrió a Martí en muchos sentidos. Uno de ellos fue su relación con la vanguardia. Incluso se le llegó a considerar un precursor, si no un adelantado de ella: «En alto grado poseyó Martí —innatamente— el sentido de la poesía vanguardista», escribió Roa en los primeros tiempos del culto martiano y de la fiebre del vanguardismo. Ese otro aspecto de la figura del Apóstol, la variedad de su estilo, sirve para la identificación que logra con Martí la etapa vanguardista cubana. «Antes que los ultraístas —añade Roa en “Martí, poeta nuevo”—, ya él había proclamado —en algunos de sus prólogos relampagueantes— la sencillez de la forma. Y había cantado en páginas de acero la belleza trepidante de los puentes» (Ripoll, 85). Al usar a Roa como fuente de esta valoración de Martí y su influencia en la vanguardia, Ripoll coincide con su juicio al señalar que «el expediente del lenguaje martiano contiene los recursos que emplea la vanguardia» (Ripoll, 86). Luego añade: «Es natural que fueran esos aspectos de la poética de Martí lo que más admiración provocaba en el vanguardismo cubano» (Ripoll, 87). No debemos olvidar que muchos teóricos de la vanguardia han establecido nexos e influencias entre el romanticismo, el modernismo y la vanguardia. Pero estos nexos no significan, necesariamente, una conciencia vanguardista, como opina Roa. La vanguardia cubana encontró en José Martí un punto de convergencia. Para Ripoll, Martí poseyó «en alto grado, el sentido de la poesía vanguardista», proclamando la sencillez de la forma y la belleza de los metales. En la concreción de la forma nueva y en el lenguaje martiano aparecen, antes que en los ultraístas, los recursos que emplea la vanguardia, en opinión de Carlos Ripoll. De la misma manera que hubo en Cuba escritores que abrazaron y apologizaron la vanguardia casi ciegamente, otros asumieron una actitud más crítica, e incluso de protesta, por los efectos de la vanguardia en el arte cubano. Para Miguel Ángel Carbonell, la vanguardia sólo llegó a representar «anárquicas libertades de expresión» (Ripoll, 89). Ramón Catalá protesta contra el carácter aniquilador de la vanguardia, señalando que el axioma vanguardista de «destruir para construir» debe ser tenido por uno de los más peligrosos y difíciles momentos de la historia de la civilización (Ripoll, 89). Rodríguez Embil piensa que la palabra que mejor describe a la vanguardia es «nihilismo». A Carbonell le preocupa, sobre todo, el daño que la vanguardia produce al sentido de unidad y cohesión nacional, ya que tiende a la «desnacionalización». Gabriel Guiral protestaba contra la «estética objetual» de la vanguardia, que rendía culto aun a los objetos más burdos y groseros. Regino Boti la acusa de deshumanizada y excesivamente politizada, ya que hace de lo sociológico un programa estético. «Nada más deplorable que la sociología en verso», dice Boti (Ripoll, 94). De la lectura del texto de Ripoll se infiere que estas posturas fueron reacciones muy personales de mentalidades conservadoras, que vieron las innovaciones de la vanguardia como una amenaza, más que como una propuesta de renovación. Sus comentarios, según Ripoll, iban dirigidos más bien al efecto de la vanguardia universal en la literatura cubana, y no a la literatura cubana de vanguardia. Es evidente que, desde el principio, la vanguardia cubana estuvo matizada de un propósito de revisión de su pasado, marcado por el estigma de la «república mediatizada».Trataba de sembrar el espíritu de la insurgencia y la denuncia en las esferas de la cultura. Tal intento se hizo evidente en que las publicaciones vanguardistas llegaron hasta el Diario de la Marina, una de las publicaciones más conservadoras de la época. Con esta actitud, la vanguardia correspondía a la concepción de la literatura comprometida. De esta manera, la «poesía social» denuncia el pasado obsoleto y la idealización del campesino. La «poesía negra» busca lo autóctono en el negro y su tragedia social. La «poesía pura» fomenta la rebeldía incondicional. Aun el recurso del humor y del juego, tan utilizado por los vanguardistas, tenía un serio propósito de denuncia y transformación. Que la vanguardia cubana estuvo ligada a la protesta social y política es un hecho innegable. Los vanguardistas y sus posteriores estudiosos, lo confirman continuamente. Una cita de Jorge Mañach, protagonista y testigo de la época, lo ilustra: Sinceramente creo, pues, que el vanguardismo fue, en la vertiente cultural, el primer síntoma de la revolución. No digo, claro está, que fuesen los vanguardistas quienes hicieron lo que hasta ahora se ha hecho: digo que ellos contribuyeron mucho a sembrar el ambiente de audacias, de faltas necesarias de respeto, de inquina contra los viejos formalismos estériles. Los esbirros de Machado no andaban muy desacertados cuando recogían y denunciaban, por el simple aspecto de sus carátulas, las revistas de la época. (Ripoll, 105) La conciencia política de la vanguardia cubana fue mucho más profunda y militante que en otros países. Hay que buscar la explicación a este fenómeno en la crisis en que se sumió Cuba a partir de 1898. La intervención norteamericana respondió a intereses expansionistas y económicos. La libertad y el bienestar de los cubanos no contaban para nada en estos planes. Las primeras dos décadas de «la república» estuvieron matizadas por la intervención descarada de los Estados Unidos en los asuntos internos de Cuba. Afirma el ensayista Adolfo Rivera Caro que el Tratado de Paz firmado entre los Estados Unidos y España, en el que los cubanos no tuvieron ninguna participación, no reconocía al pueblo cubano sus justas reivindicaciones: conquistar el poder, castigar a sus castigadores, confiscar las riquezas ilegítimas, efectuar reformas necesarias (Rivera Caro, 2004, 2). Esta intervención se dio en forma de un gobierno militar primero, luego a través de la Enmienda Platt y de los embajadores norteamericanos que disponían a voluntad de los asuntos cubanos. La práctica de la «democracia» al estilo norteamericano se hizo mediante la «república mediatizada». Quien gobernara en Cuba tenía que hacerlo con el control férreo que los Estados Unidos ejercían en ese país. Los héroes de las guerras cubanas de independencia, especialmente los mambises, tanto oficiales como subalternos, habían sido excluidos del proceso político y del proceso económico. Los sueños de Martí de una república «con todos y para el bien de todos» habían quedado relegados a las páginas olvidadas de sus escritos. Los pocos cubanos que tenían acceso al poder, lo usaban para enriquecerse a través de «la botella» o de la «Danza de los millones». La corrupción, el soborno, el abuso de poder, la marginación de las masas, eran las notas cotidianas. Es la denuncia de un acto de corrupción gubernamental lo que provoca la Protesta de los Trece, que dará origen al Grupo Minorista. Este grupo fue una de las muchas manifestaciones de conciencia política y de la necesidad de rescatar «la nación», engendrada por Martí y abortada por los sucesos posteriores. Se funda el Movimiento de Veteranos y Patriotas, la Falange de Acción Cubana, la Liga Antimperialista, la Universidad Popular José Martí, la Revista de Avance. Esta «década crítica», como la llamó Juan Marinello, se dedicó a reencontrar a Varela, a Martí, a Cuba. El Grupo Minorista significó el rompimiento de moldes. Tomaron posiciones radicales, tanto en el arte como en la política. Sus miembros fueron renovadores y revolucionarios y sus nombres se vinculan a muchos de los héroes de la revolución del 30. Para Enrique Ubieta, la confluencia en Cuba de la vanguardia artística y la vanguardia política propició la fundación de la nación. A través de un arte nuevo, se intentó rescatar un sueño viejo: la patria de todos los cubanos. El arte nuevo se convirtió en un acto anticolonial y revolucionario (Ubieta, 2004, 3). Esta generación vanguardista se ubicó en dos cauces: el de la Reforma y el de la Revolución. Fue, según Ubieta, una generación de denunciantes. Habían abandonado la función mentora de la generación anterior, y no se consideraban parte de la deforme realidad que representaba la «república mediatizada». Para esta generación, la consigna era clara: «La justicia primero y el arte después». Eso lo habían aprendido de José Martí y, como buenos martianos, se proponían rescatar su ética, usando para ello el arte, pero el que iba de la mano de la revolución. Ripoll concluye su estudio sobre la Generación del 27 en Cuba, y su relación con la vanguardia literaria señalando que Cuba inicia una gran renovación histórica en 1923. Las características de esta renovación son el culto martiano, la dirección espiritual de Enrique José Varona, la divinización de la historia y la insurgencia vanguardista contra el pasado. También se caracteriza por la frustración causada por los gobiernos «mediatizados», la independencia limitada y la grave crisis social. Señala, además, que el vanguardismo fue la tendencia de renovación más completa de esta época. La Revista de Avance «fue el órgano que recogió el momento vanguardista cubano. En ella, concluye, se evidencia la evolución desde la rebeldía estética hasta la rebeldía política. Por la importancia que tiene para el estudio de la vanguardia cubana, mencionamos la tesis La Revista de Avance (1927-1930): episodio de la literatura cubana, de Carlos Ripoll. Según el autor, la revista «juntó en sus páginas la insurgencia del vanguardismo y la insatisfacción de veinticinco años de frustraciones políticas en la República» (Ripoll, 1965, 3). Además de los planteamientos políticos y sociales que se presentan en la revista, aparecen también, según juicio de Ripoll, «ejemplos de la mejor prosa ensayística, de ficción y crítica que ha conocido Cuba desde aquella época» (Ripoll, 5). Del desglose que hace Carlos Ripoll de los volúmenes de la revista, se desprende la presencia de artículos sobre la vanguardia europea, la hispanoamericana y la cubana, muchos artículos de cine, tanto reseñas como análisis de películas, artículos sobre deportes, críticas de libros publicados dentro y fuera de Cuba. Entre las críticas de libros, llaman la atención una sobre Le fleur au fusil, de Galtier Boissiere, y El imperio mudo, de Rodríguez Embil. Ambos textos tienen como tema central la Primera Guerra Mundial. Interesan por la novela inconclusa de Pablo de la Torriente sobre el mismo tema. Interesa también una reseña de Lino Novás Calvo sobre Batey, primer libro de cuentos de Pablo de la Torriente Brau y único publicado en vida del autor. Sobre este comenta Novás Calvo que «no se puede hablar del libro en volumen, sino de sus células, en las cuales cuentos del alto valor literario de «C2D», «Una aventura de Salgari» [...] alternan con otros tan detestables como «El estigma» (Ripoll, 1965, 345). Conviene recordar que Batey fue una publicación conjunta de Pablo de la Torriente y Gonzalo Mazas. Los dos cuentos que merecen los elogios de Novás Calvo son de la autoría de Pablo de la Torriente. El juicio sobre la importancia de la Revista de Avance es compartido por Graziella Pogolotti, quien señala que «volcada hacia la modernidad, Avance recoge a la vanguardia, abre cauces a la actualización de las ideas y vuelve la mirada hacia la América Latina, tiende puentes a Mariátegui y a la Nicaragua rebelde» (Pogolotti, 3). Finalizamos con una cita del propio Ripoll, en su estudio sobre la Generación del 27, que recalca la importancia que tuvo esta revista en la historia literaria y cultural de Cuba: En la Revista de Avance aparecen las primeras manifestaciones de la poesía negra, del vanguardismo poético y del canto obligado a la revolución marxista y su canto a la violencia, la rebelión, la anarquía, la novedad y la libertad aparente. Aparecen, también, la desarticulación del vocablo y las maromas tipográficas, así como también la poesía social y su idealización romántica del obrero. (Ripoll, 1965, 99) La obra narrativa de Pablo de la Torriente Brau: Cuentos completos Dedicaremos el presente capítulo a analizar la obra cuentística de Pablo de la Torriente Brau. Comentaremos los relatos incluidos en Cuentos completos, agrupados en «Cuentos de Batey», «Cuentos del presidio», «Otros cuentos» y «Apéndices». Incluiremos siete relatos de Presidio Modelo, que no aparecen en «Cuentos del presidio», así como dos que aparecieron como apéndices de Aventuras del soldado desconocido cubano. Partiremos de los presupuestos teóricos del capítulo anterior, en relación con las formas del relato, y los diversos aspectos relacionados con este tema. Cuentos completos fue publicado por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, de La Habana, en el año 1998. Forma parte de un amplio proyecto de publicaciones que el Centro se propone auspiciar, y en las cuales se recogerán todos los trabajos, publicados e inéditos, de Pablo de la Torriente. También se propone publicar trabajos de investigación y crítica sobre su obra, y auspiciar otro tipo de creaciones y proyectos relacionados con la vida y la obra del escritor. Como antes dije, Cuentos completos recoge los cuentos incluidos en Batey (1930). También otros aparecidos en publicaciones periódicas, cuentos inéditos y una serie de cuentos/relatos incluidos en el manuscrito de Presidio Modelo. Al final del libro un Apéndice contiene cuentos inconclusos, proyectos de otros y una versión de «En la sombra». Los cuentos del apéndice de Aventuras del soldado desconocido cubano —novela inconclusa de Pablo de la Torriente— se titulan «Relato de guerra», no incluido en la edición de Cuentos completos por un error involuntario, y «La Nochebuena del año que viene» (1934), descubierto, señalan los editores, a punto de finalizar el proceso de edición de la novela, razón por la cual decidieron incluirlo en ella. Cuentos de Batey Batey fue escrito en colaboración con Gonzalo Mazas Garbayo, médico amigo de Pablo de la Torriente. El texto original, cuya portada fue diseñada por Pablo, incluía once cuentos suyos y el mismo número de Gonzalo Mazas Garbayo. En el artículo «Pablo y Batey», antologado en Pablo: cien años después, (Varios, 2001, 214-219), este nos ofrece algunos detalles interesantes sobre la génesis y el desarrollo del libro. Destaca la emoción que «como corriente de alto voltaje» sacudió a los noveles autores a la salida del libro y la recepción acogedora que tuvo, por parte de críticos y escritores cubanos y del exterior. Entre los escritores cubanos que elogiaron el libro, menciona a Jorge Mañach y a Lino Novás Calvo, quienes reseñaron e hicieron crítica de Batey en la Revista de Oriente, Revista de Avance, Revista Bimestre Cubana, Diario de la Marina, entre otras. Desde el exterior, Antonio S. Pedreira publicó una reseña del libro en El Mundo. La revista La Pluma, de Montevideo, y figuras como Federico Gamboa, Juana de Ibarbourou, Concha Espina, Federico Henríquez y Carvajal, publicaron juicios encomiables. También destaca Gonzalo Mazas el éxito fulminante y la acogida que tuvo Batey entre los lectores cubanos. Sobre todo, señala que el éxito del libro se debió, «aparte de algunos cuentos de genuino valor literario», al hecho de que en él «vibraba un grito de denuncia y protesta por las injusticias económicas y sociales en que se debatía nuestro país» (Mazas, 2001, 215). Loló de la Torriente, distinguida intelectual cubana, afirmó que «con su estilo peculiar y su ironía sana, Pablo, desde su Batey, empezaría a introducir una nueva tónica en las letras cubanas» (Loló de la Torriente, 2001, 46). Raúl Roa nos narra su encuentro con Batey: Conocí a Pablo en 1930. Hacía una semana que yo andaba con un libro bajo el sobaco. Ni que agregar tengo que aludo a Batey, una colección de cuentos cubanos escritos, una mitad por él y la otra por su fraterno amigo Gonzalo Mazas Garbayo. Inquirí la manera de encontrarlo. Me había asombrado su imaginación fabulosa, su estilo desenfadado, su pupila afiebrada, su afán de servicio, su corazón trepidante y su generoso amor a los que sufren, sueñan y pelean. (Roa, 2001, 134) Citamos el juicio de Federico Henríquez y Carvajal: «Esta zafra criolla, llena de vida y de humorismo, aun en los episodios dramáticos y a veces trágicos, es producto de su fundo, de su tierra, de sus manos, sin extraña injerencia, sin servidumbres serviles, ajenas a todo latifundismo, como obra de cubanos» (Casaus, 2001a, 34). El juicio de Jorge Mañach sobre el libro es también muy positivo: De ahí que todo su libro sea esencialmente limpio, refrescante y sabroso, como el agua sucia que (usan los jugadores de fútbol). Ese antecedente de camaradería pugnaz en las canchas, les ha disciplinado el espíritu para un buen humor, una agilidad, una aptitud de acometida y zarpazo, que en este libro suplen, con creces, la falta de otras delicadezas de orden técnico y de creación. (Casaus, 2001a, 35) «Cuentos de Batey» se inicia con un prólogo titulado «N2 Pablo de la Torriente Brau», que nos inserta de inmediato en la tendencia vanguardista, ya que su organización tipográfica tiene la forma de una copa, siguiendo el estilo de los caligramas de Apollinaire. El prólogo es una autopresentación y una autocrítica. Se destaca el uso indiscriminado del humor, que tiene como blanco al propio autor y su estado de total anonimato. Enumera sus «títulos», cuya cantidad y prestigio no guardan proporción con el total desconocimiento que se tiene de él. Tal desconocimiento es producto de «un misterio de la naturaleza». Lo atribuye a su «falta de relaciones con los grandes», que lo han convertido en un famoso escritor ignorado por todos y leído por casi nadie. La segunda parte del prólogo es una autocrítica de su novel y limitada producción literaria. A tales efectos, Pablo señala algunos elementos que caracterizan su obra: «maestro de la onomatopeya»; compromiso social y de denuncia de su arte literario, al «envolver con el ropaje de su frondosidad imaginativa las ideas políticas, morales y sociales que sustenta» y usar sus cuentos como «la tribuna de donde puede exponer en forma bien moderada muchas de las cosas coléricas que a veces lo exaltan»; su «desparpajo» al «mezclar cosas perfectamente del vivir cotidiano con las propias de las fantasías», al mezclar «personajes reales con otros de vida ficticia» (CC, 40).1 Esta tarea de «autocrítica» le resulta aburrida y la abandona de inmediato, para pasar a dos elementos de carácter autobiográfico: su lugar de nacimiento y su relación con Teté Casuso. 1 Todas las citas son de Cuentos completos, La Habana, Ediciones La Memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 1998. Se indicará solo CC y el número de página. Al finalizar, el autor considera su producción literaria un conjunto de «cuentos raros y poco amables». Y en cierto modo, no se equivocó, por lo menos en lo de la rareza. Ya en el prólogo se plantea la particularidad de sus tendencias estilísticas. Estos cuentos representan un período de ruptura con el nostálgico criollismo que caracterizaba a la cuentística cubana primisecular. También representan un período de experimentación. Observaremos en ellos dos elementos que, a través del tiempo serán característicos de su obra literaria: el uso de recursos novedosos (vanguardistas) y la transgresión genérica. Entre los primeros que nos anuncia el prólogo, podemos mencionar la influencia de la vanguardia europea, en los caligramas y la alusión a la onomatopeya como recurso literario, la ruptura con los valores convencionales de la sociedad, al burlarse de los títulos y las posiciones de influencia social, el tono burlesco y de desenfado con que el autor enfrenta su propia obra, y la conciencia de una realidad vital, propia y ajena, que será elemento indispensable en su obra posterior. «El héroe», escrito en 1925, es, según algunos estudiosos, el más tradicional de sus cuentos. Sin embargo, su estructura narrativa no es tan tradicional, ya que el material está organizado sobre la base de cuadros o estampas. Está dividido en cuatro segmentos: el ámbito espaciotemporal, el personaje (el heroico telegrafista), la acción (denominada «La tragedia») y el desenlace (denominado «El héroe»). El ámbito espacial nos remite a un dato autobiográfico del autor, su experiencia en Sabanazo. La acción está marcada por una situación llena de tensión y morbosidad, resumida en la tragedia: «los crujidos de los huesos rotos se oían en medio del fragor del coloso, lastimeramente, como el llanto de un niño que despierta durante la ovación en el teatro». El tren no pudo detener su marcha a tiempo, y la pierna del telegrafista, pillada entre las vías, fue pulverizada por la máquina de hierro. Y entonces, sorpresivamente, el desenlace ¿heroico?: no hay por qué preocuparse, el pie verdadero está enterrado en el campo de batalla de Ceja del Negro. La máquina destrozó el reemplazo de madera. En el cuento sobresale el uso de metáforas novedosas, llenas de sensualidad. Su lectura nos ofrece tres posibilidades: la condición heroica del protagonista; la lectura humanística de un hecho intrascendente convertido en angustiosa tragedia; la protesta por la injusticia cometida contra los héroes de la Guerra de Independencia, relegados al olvido y a su propia suerte. El final, sorpresivo e irónico, resulta agresivo a la sensibilidad de quien haya anticipado un final de tragedia y dolor. «Un aventura de Salgari» es una narración rica en elementos diversos. El autor-narrador nos ofrece algunos detalles autobiográficos de su etapa infantil y de su época de adolescente, soñador de espíritu aventurero. Según el testimonio del propio autor, Emilio Salgari, connotado escritor italiano, muy de moda entre la juventud de la época, fue una de sus más fuertes influencias literarias, junto a El Quijote y las lecturas de Martí. Así lo atestiguan sus hermanas (Zoe de la Torriente, 2001, 42-43). Hay otros elementos de intertextualidad con autores como Mayne Reid y Julio Verne, y la mención de personajes que poblaban la literatura de aventuras y la imaginación del narrador/personaje. Estas lecturas marcarían el mundo de fantasía que caracterizará gran parte de la narrativa de Pablo de la Torriente. Para el autor, la imaginación es elemento vital en el acto de creación literaria, elemento que es también indispensable para el lector: «¿No ve usted nada de esto? ¿Nada, señor? ¡Entonces, pobre cosa es su imaginación! No siga leyendo» (CC, 47). Es también autobiográfica la visita del autor a Sabanazo, para trabajar, muy joven todavía, en la construcción de un ferrocarril. Esta narración refleja la marcada influencia del cine, sobre todo a través de los «westerns», en la narrativa de Pablo de la Torriente. La descripción del ámbito espacial, una naturaleza salvaje, violenta, tenebrosa, que pone en jaque la valentía del más osado, corresponde a la visión de la naturaleza americana, recién descubierta por los novelistas de la tierra durante la primera década del siglo XX. Este espacio muestra, además, elementos característicos de la narrativa de Horacio Quiroga. También se destaca en este cuento la presencia de trabajadores de diversos grupos étnicos y sociales, lo cual propicia una reflexión sobre América y sus guerras de independencia, y sobre la explotación de que es víctima el obrero de la América hispana en manos del capitalismo norteamericano. En el caso particular de Cuba, es más dolorosa, porque esta explotación extranjera se logra con la complicidad de «los briboncitos sentados en los portales de El Vedado» (CC, 57). El tema del heroísmo reaparece nuevamente en este cuento, pero ahora con ribetes verdaderamente trágicos. Uno de los trabajadores, que ha retado el sentido de valentía del narrador/personaje, muere destrozado por las fauces de un caimán. El final, sorpresivo y lleno de dinamismo y acción, es tenso y dramático, como sacado de un cuento de Poe o de Quiroga. Enmarcado en un mar de imágenes poéticas exquisitas, «¡Nosotros solos!» desarrolla el tema de la protesta contra el abuso a que son sometidos los trabajadores, y la venganza silenciosa que reivindica esos abusos. El cuento tiene como subtítulo «Sinfonía en acero», que nos remite a la presencia de la metalurgia en la poesía vanguardista, en la de Miguel Hernández y en el poema «Sinfonía de los martillos», del vanguardista Evaristo Ribera Chevremont. La «sinfonía» es el tren, en proceso de construcción en Sabanazo, y es la melodía triunfal de la justicia contra la injusticia, de la justicia de mano propia que pone fin al abuso. El otro elemento importante que se destaca en este cuento es la presencia del cine y de sus técnicas. El primer elemento es la «comparsa», el acompañamiento de obreros que forman la cuadrilla, y cuya presencia silenciosa sirve de marco para la «toma en primer plano» del capataz, el villano de la película. Luego hay un «enfoque» sobre él, que nos permite conocer su fortaleza física, reflejo de su violento carácter. Luego, la toma cinematográfica pasa a una «escena», la paliza que el capataz le propina, injustamente, a Miguel. La siguiente toma es un «plano general», que ilustra a los trabajadores en sus tareas en la vía del tren, para enfocar, en primer plano, al capataz y al obrero que lo ha de ajusticiar. El cuento termina con una toma de «plano general», con las siluetas de los obreros vengadores disipándose en el monte. El cuento «C2D. Caballo Dos Dama» nos introduce en el tema vanguardista de la literaturización del deporte. Es decir, el deporte como materia e instrumento de ficción literaria. El narrador nos relata su participación en un campeonato de ajedrez. El cuento ofrece múltiples lecturas. Por un lado, la partida de ajedrez contra el campeón Alexander Aleckine, en los salones del Hotel Rudolph, en Nueva York, que termina en empate y Aleckine se mantiene como campeón. En segundo plano, el narrador se adentra en el nivel autobiográfico: su deliciosa niñez disfrutando del campo y la naturaleza, el esfuerzo inútil de su padre para proveerle una educación formal a un soñador que gozaba con inventar y disfrutar de vivir su propio mundo, y su éxito académico, basado en su magistral y único dominio del ajedrez. En el tercer plano, presenta al ajedrez como una alegoría de la vida. Él se sentía «Dios» frente al tablero, y con la potestad de mover las fichas a su omnipotente voluntad. Así era la vida. Lo único que más dura, ya que no ofrece alternativas. Ante esta realidad, el narrador tiene «la noción de que soy un pelele en el mundo [...] esperando ver la mano gigantesca que me maneja como hago yo con los peones pequeñitos de mi tablero de estudio» (CC, 76). En el cuarto plano, el autor usa la técnica del doble nivel narrativo, alternando escenas de la realidad con las de su imaginación. Los elementos autobiográficos y su reflexión sobre el sentido de la vida pertenecen al plano de la realidad. La partida de ajedrez se alterna con las «fugas» al plano de la imaginación: la nobleza cubana, su fuga al teatro Payret, donde escucha uno de sus conciertos favoritos, visita que aprovecha para escribir un cuento de corte fáustico, su conflicto amoroso, al no saber entre cuál de las dos mujeres que hay en su vida se decidirá. Otro plano incluye su mordaz crítica. Una de ellas va dirigida contra la falsa pretensión de la burguesía criolla cubana de ostentar títulos y posiciones compradas y las cuales son desdeñadas por la esclavista y opulenta nobleza norteamericana. La otra es una crítica violenta contra el sistema educativo cubano, falto de estímulo, estancado entre los recovecos de la historia, con materiales y equipo obsoletos y con «tanto catedrático mohoso». En el último plano, abundan los elementos de intertextualidad: figuras famosas del ajedrez, héroes de las guerras cubanas de independencia, jugadas de ajedrez, obras literarias y musicales. A esto hay que añadir la alusión que, en varias ocasiones, hace el narrador al uso de la «manera vanguardista». «Una tragedia en el mar» plantea el problema de la autoría y de la autocrítica. El autor se enfrenta al texto para negarlo. Lo niega por ser «un absurdo cuento», «cuyo estilo no es el mío», porque las ideas se presentan con tal libertad, con un descaro que a él le «parece una tremenda cosa vanguardista». El autor piensa que quien le atribuye la autoría de este absurdo cuento debe ser, como diría Don Quijote, «un muy enemigo mío». El relato, narrado en primera y tercera persona, está estructurado sobre un montaje escénico. Las escenas son: el psicópata anónimo, la escena del crimen, su planificación, su ejecución, los resultados del crimen, el enfrentamiento final y la muerte. El relato ha resultado ser una tomadura de pelo para el lector. El narrador ha colocado un espejo frente a una pecera, y ha provocado una tragedia de enfrentamientos violentos entre los peces y sus imágenes. Ha provocado que los peces mueran, mientras él disfruta, como un sádico dios, aquel espectáculo de violencia, dolor y muerte. «Fiebre» es un relato muy breve que nos expone a temas vanguardistas como los estados de inconciencia, las alucinaciones, el desdoblamiento de la realidad, la visión maquinista de esta (que nos remite a Marinetti) y la deformación fantasmagórica de la experiencia humana. «¡Por este argumento sólo me dieron cien pesos! (Dos personajes para una película ingenua)» presenta dos elementos interesantes. Por un lado, la influencia decisiva del cine en la obra literaria de Pablo de la Torriente. El autor era aficionado al cine. Canillita, nombre que los cubanos le dieron a Charlot, el personaje creado por Charles Chaplin, era su favorito. De hecho, en la Cátedra Pablo de la Torriente, de la Universidad de La Habana, hay un manuscrito original de una versión en novela que Pablo de la Torriente escribió, basada en la película «El séptimo cielo». Las pretensiones del personaje-narrador, de convertirse en rico vendiendo su libreto, se estrellan contra la amarga realidad de Hollywood, desde muy temprano, la meca del cine. Desde allí se crearán y desaparecerán las estrellas, y se inmortalizarán o se sepultarán los grandes argumentos. Hollywood determina, con razones numéricas muy precisas y concretas, el valor de los libretos. Por tal razón, al pobre sujeto, que soñaba con su riqueza y su fama, apenas le dieron el uno por ciento de lo que él pedía por su libreto, por lo que regresó a su patria, y a su casa, decepcionado. La razón de tan baja oferta: el guión carecía de argumento amoroso, que Hollywood había determinado como esencial en una película taquillera. Lo que nos lleva al segundo elemento. El libreto propuesto por nuestro personaje tenía ribetes heroicos. Trataba sobre la gesta gloriosa de los héroes de las guerras de independencia de Cuba. El narrador-personaje se desborda en entusiasmo, rescatando del olvido histórico nombres y hazañas. Ante la ignorancia total del director norteamericano que lo entrevista, sobre asuntos que no sean norteamericanos, el narrador-personaje da galas de su conocimiento de la historia patria y de su orgullo nacional. Sin embargo, al final, se tiene que enfrentar a la realidad dolorosa. A Hollywood no le interesan las grandes hazañas ni las gestas heroicas, sobre todo, si no son norteamericanas. Sólo le interesa la banalidad de los argumentos capaces de conmover al gran público. Los recursos onomatopéyicos vanguardistas, el sentido ecléctico del arte visual, ilustrado en la «fotografía onomatopéyica» de un choque de guaguas, sirve de base para el relato de un macabro asesinato en «Asesinato en una casa de huéspedes». La violencia innata en el ser humano es motivo de un tratamiento humorístico-satírico. El autor descarga su ironía contra los asesinos y contra la sociedad violenta, para lo cual nos hace creer que un marido celoso asesinó, en complicidad con su perro, a un vecino. Sin embargo, el final nos sugiere que el «sobrino» víctima era un problemático perro, y no una persona. El tema del asesinato ha sido mencionado ya en varias ocasiones, entre ellas en el Prólogo, en «¡Nosotros solos!», en «Una tragedia en el mar», en «¡Fiebre!», y volverá a aparecer en «A fojas 72». «A fojas 72», que lleva como subtítulo «El misterio de un muerto que nunca estuvo vivo», nos hace recordar narraciones hispanoamericanas posteriores, tales como «El ahogado más hermoso del mundo» y «La historia del muerto que se murió sin anunciar que se moría». La investigación de un asesinato sirve de marco para tratar temas tales como la violencia, los celos, la locura, y la enajenación, recurrentes en la narrativa de Pablo de la Torriente, aun cuando los trate con ironía o con humor. Vemos en este relato la influencia marcada de Edgar Allan Poe en la creación de ambientes de misterio y de terror. Se repite la utilización de elementos que mezclan la realidad con la fantasía, al modo del realismo mágico. El cuento está estructurado en varias partes. Una Introducción en la que se explica la procedencia de la historia. Su fuente es un expediente de una investigación criminal acerca de un asesinato. El narrador intentó convertirlo en cuento, pero lo halló tan interesante que ha decidido narrar los hechos como fueron. El prólogo recoge, según el expediente, la investigación que llevó a las autoridades al autor material del crimen, el maestro de escuela. También los llevó al arma homicida, un martillo, y a la escena del crimen, dos charcos de sangre. «A fojas 72» es la frase que identifica la confesión del asesino, y su aceptación de que mató a su esposa y al amante, por celos y por la deshonra que le representó la acción de infidelidad de su esposa. El monólogo que constituye la confesión denota el estado mental del asesino, así como sus reflexiones sobre los hechos. Es una especie de monólogo interior con rasgos de escritura automática. Esta Foja 72 resulta ser una carta del homicida, dirigida al juez instructor, de quien se despide advirtiéndole que se suicidará si se revela la carta. La última parte está compuesta de tres notas. La segunda plantea una interrogante. En la celda del procesado que se suicidó, el escolta encontró al preso, descansando en un estandarte, y al muerto escarbando tranquilamente el piso con sus uñas. El cuento cierra con la nota enigmática que anunció su subtítulo. Nos deja con la interrogante de quién se murió, si es que murió alguien. La interpretación de la Marcha fúnebre, de Chopin, lleva al narrador a recordar una experiencia que le parecía como sacada de un cuento. Esta experiencia se recoge en «El viento sobre las tumbas». Su curioso epígrafe no es un texto, como habitualmente sucede, sino un fragmento de pentagrama del tiempo final de la Sonata no. 2 de Chopin. Se nos ofrece una narración que mezcla la descripción de una tormenta con elementos macabros, como el descabezamiento de un perro, cuya cabeza, fija e inmóvil, descansa sobre una mesa. La furia de un huracán, que crea en el narrador un estado casi de demencia, y el relato de un cruel asesinato, tan macabro como suelen serlo en los relatos de Pablo de la Torriente, añaden otros elementos de horror a esta narración. Este asesinato está ambientado por una epidemia de cólera. También incluye escenas de necrofilia, de enterramiento de gente viva, elementos de leyenda, como el lamento que sale del nicho vacío y la misteriosa muerte del sepulturero necrófilo. Estos elementos nos remiten a la cuentística de Edgar Allan Poe y sus cuentos de terror y de misterio. El cuento presenta también la técnica del relato dentro del relato. «Páginas de la alegre juventud» es uno de los relatos más eclécticos de Pablo de la Torriente Brau. La presencia del autor-narrador-personaje acentúa el carácter biográfico de este relato y su valor como documento de la realidad. El propio autor así lo ha especificado en una Nota al Calce, que incluye al inicio del cuento. Este texto presenta el relato como si fuera un guión de cine. Las divisiones escénicas describen situaciones y reacciones de los diversos componentes del elenco, en sus variados escenarios. Se usan escenas, secuencias, sintagmas alternantes y sintagmas frecuentativos. Se usa también el recurso de la onomatopeya y el registro de las expresiones del público, como un modo de narración. Abundan los anglicismos, tomados del mundo del deporte, en este caso, del fútbol americano. La voz narrativa se convierte, a veces, en personaje, y la sustituye la voz narrativa de tercera persona. El accidente sufrido por el protagonista, al final del juego, provoca un final feliz, mejor que una película de Hollywood. Según Denia García Ronda, los cuentos de Batey muestran una actitud innovadora, vanguardista, ante el hecho literario (García Ronda, 1998, 17). Pero, aclara la crítica cubana, lo vanguardista reside más en la concepción de la literatura como acto vital, dinámico y polifacético. No obstante, los cuentos de esta colección muestran una actitud nueva, en relación con la tradición cuentística anterior y un cambio en los procedimientos y las técnicas narrativas, muy cercanos a los que produce la vanguardia europea. Algunos de estos procedimientos y técnicas incluirán la intertextualidad, especialmente con el cine, la inclusión de elementos novedosos, como las jugadas de ajedrez («Caballo Dos Dama») y las partituras musicales («El viento sobre las tumbas»), el uso de la onomatopeya («Páginas de la alegre juventud»), las interpolaciones de diversas fuentes («Caballo Dos Dama», «Páginas de la alegre juventud»), el doble plano narrativo («Caballo Dos Dama»), el relato dentro del relato («El viento sobre las tumbas») y otros procedimientos que conformarán una nueva forma de narrar. Señala Denia García Ronda dos elementos importantes en este acercamiento de Pablo de la Torriente a los procedimientos vanguardistas. El primero es la presencia del autor implícito, sin la estrategia de esconderse en otro personaje, sino como creador del relato y, a veces, como protagonista. Esta técnica, según la estudiosa cubana, tiende a suprimir la frontera genérica entre ficción narrativa y testimonio. De esta manera, algunos cuentos están ubicados en la zona intermedia entre el relato autobiográfico y la ficción literaria. Los cuentos «Una aventura de Salgari», «¡Nosotros solos!», «Fiebre», «Páginas de la alegre juventud», «A fojas 72», «El viento sobre las tumbas» son ilustrativos de esta tendencia (García Ronda, 21). Para Pablo de la Torriente Brau, se podía cruzar la frontera entre lo real y lo ficticio, que era muy tenue y moldeable. Se podía mezclar cosas [...] del vivir cotidiano con las propias de la fantasía; personajes reales con otros de vida ficticia [...] con lo que a veces sólo se logra conseguir el que los sucesos de la realidad aparezcan como momentos que nunca existieron, y que panoramas imaginativos y acaso morbosos, tomen relieve vívido en temperamentos sensibles. (CC, 41) Otro elemento recurrente en la narrativa de Batey es la utilización del humor. En el caso de Pablo de la Torriente, más que un recurso literario, el humor es la expresión de su personalidad, así como también la expresión de un conjunto de rasgos de la personalidad nacional cubana, que Pablo de la Torriente conocía y manejaba a la perfección. Este humor está construido sobre la base de giros léxicos, sátiras, la ironía, el absurdo, el equívoco, la burla y el choteo, ese rasgo tan cubano. Según Víctor Casaus, «para Pablo, el humor no existe limitado a un momento preciso; tampoco se prepara en un párrafo para concluirlo en el próximo: para él existe en cada minuto —incluso en los más tristes o los más solemnes— y brota, como su escritura, indeterminable y sorprendente» (Casaus, 1981, 88). Añade Carlos Rafael Rodríguez que el humor de Pablo de la Torriente «era un humor sano, no el humor, digamos, por ejemplo, mexicano, ese humor un poco siniestro, un poco negro de los intelectuales mexicanos. Pablo veía en todo el prisma de lo que podía originar risa» (Rodríguez, 2001, 187). A partir de las experiencias habidas por su participación en los asuntos públicos de Cuba, especialmente en los políticos, el humor de Pablo de la Torriente adquirirá otro matiz, otra intencionalidad. Será un modo de descomponer la realidad para tomar posición frente a ella. A tales efectos, nos dice Carmen Vázquez de Arce, respecto a la toma de conciencia que representa esta visión del humor, que la intención de este no será exclusivamente el movernos a la risa ligera y despreocupada. Será un humor más bien de corte quevedesco. Humor cuya intención será descomponer la realidad y despojarla de sus máscaras, obligándonos a tomar una posición frente a ella. Es también, como la de los grandes escritores del humorismo, como Quevedo, la de invitarnos a descomponer esa realidad que inicialmente nos mueve a risa, para aceptar el compromiso de conciencia de esa realidad. El humor es también una invitación a la acción, acción que debe resultar en transformación de la realidad. (Vázquez Arce, 1994, 17) Entre los cuentos de Batey que representan la utilización del humor, podemos mencionar a «Caballo Dos Dama», «Una tragedia en el mar» y «Asesinato en una casa de huéspedes». Estos cuentos conjugan lo lúdicro, lo macabro, lo onírico, lo misterioso, e inscriben a Pablo de la Torriente entre los precursores de la literatura fantástica moderna en Cuba. No podemos olvidar la influencia decisiva que, según el propio autor, tuvo Edgar Allan Poe en su cuentística. En este aspecto, en la narrativa de Pablo de la Torriente están presentes elementos de la novela gótica, como la violencia, el horror, lo sobrenatural. Estos elementos nos llegan a través de la tradición cuentística de Radcliff, O’Connery, Poe, Quiroga, el esperpento de Valle Inclán, entre otros. Cuentos del presidio El conjunto de «Cuentos del presidio» está compuesto, según mi criterio, por once relatos — la mayoría de carácter testimonial—, que aparecen en Cuentos completos y siete adicionales aparecidos, originalmente, en Presidio Modelo y no seleccionados como tales en C.C. («La justicia», «La venganza», «La obra», «Lo que nos contó Saumell», «La cordillera de Arroyito», «La hecatombe» y «Centella»). Salvo «La noche de los muertos», «El cofre de granadillo» y «Luna de presidio», todos han sido tomados de Presidio Modelo. Estos relatos muestran una mayor madurez en su configuración artística. Se incluyen bajo el título genérico de «Cuentos del presidio», a pesar de que no tienen elementos ficcionales, ni una estructura argumentativa típica, según los postulados de algunos teóricos del género. Sin embargo, una visión no reduccionista del género cuentístico permite considerar muchos de estos textos como cuentos. Cumplen con las características que se les han atribuido, en una visión más amplia, no excluyente ni limitante. Incluso se ha pensado que los textos se ajustan a las dos exigencias establecidas por Quiroga para el cuento: que el autor tenga el poder de trasmitir vivamente y que el texto tenga la soltura, la energía, la brevedad del relato (Quiroga, 1989, 6971). Además, en estos textos se fusiona «el hombre plenamente comprometido con su realidad mundial y nacional» y «el escritor lúcidamente seguro de su oficio», elementos indispensables, según Cortázar, en un escritor revolucionario, como lo fue Pablo de la Torriente (Cortázar, 1989, 97). Según Denia García Ronda, si se toman en cuenta como modelos relatos como «El tiempo», «Las pupilas» y «La mordaza», se comprobará que son semejantes en cuanto a las características temáticas, morfológicas y estructurales atribuibles al cuento (García Ronda, 31). A pesar de su propósito de denuncia, los relatos de referencia no pierden valor literario. Tienen numerosos elementos estéticos, entre los cuales podemos mencionar un relieve narrativo eficaz; un ritmo composicional adecuado a la trama; abundante simbolismo de objetos, sentimientos y estados físicos; un lenguaje impregnado de metáforas y símiles novedosos y sugestivos, de carácter futurista. Los elementos antes mencionados, especialmente el aspecto lingüístico y la estética de lo objetual, colocan a Pablo de la Torriente en el grupo fundador de la narrativa cubana moderna. Estos relatos tienen un elemento común: «¡el mundo de sombras, de pavores, de siniestros estremecimientos que como los élitros trémulos de un escarabajo traspasado por un alfiler, vibra en mi interior al evocar los recuerdos de los relatos de Presidio!» (CC, 153). El presidio formó parte de la dolorosa existencia de Pablo de la Torriente, hermano en las cadenas y el sufrimiento carcelario de Martí y de Miguel Hernández. Durante los años de 1931 al 1933, sufrió encarcelamientos por su participación activa en contra del régimen machadista. El presidio será el hilo conductor que nos llevará a través de escenas dantescas de dolor, de miseria, de humillaciones y de sufrimientos. Las escenas se proyectarán en la pantalla de nuestras conciencias, como una dolorosa película, que no puede ser vista por los ojos de la imaginación, ya que al decir del autor, su palabra «no sirve para transcribir con la fuerza con que las siento vibrar en mi imaginación, las bárbaras escenas del Presidio» (CC, 153). Los relatos adquieren, a partir de la experiencia carcelaria de Pablo de la Torriente, carácter de denuncia. Aunque el autor, por ser prisionero político, no sufrió en toda su intensidad las torturas y la crueldad del sistema carcelario cubano, especialmente del Presidio Modelo, fue testigo doloroso de los abusos y las crueldades de que eran víctimas los presos comunes. El humor de los primeros tiempos cederá el paso a un angustioso compromiso de denuncia, a una urgente necesidad de toma de conciencia de los abusos del presidio, que no eran sino una manifestación viva de los abusos de Machado y su régimen opresor. Dado que las palabras no son suficientes, y el sentimiento de indignación ahoga la expresión, el cine viene en auxilio del narrador. Lo que está por verse trasciende la imaginación. Nada mejor que el testimonio veraz y objetivo del lente que capta, en toda su cruda realidad, las experiencias. Los relatos se convierten en un texto sobre el cine y sus posibilidades literarias, en su función de relato. El narrador asume la función de la cámara subjetiva. A través de sus ojos se presentará la realidad externa al observador. Para Pablo de la Torriente, la vida es un espectáculo, en el sentido cinematográfico: «Yo asisto a la vida con el hambre y la emoción con que voy al cine», ha dicho. Víctor Casaus ha identificado en Presidio Modelo la incorporación de estructuras cinematográficas (Casaus, 1999, 19). Según Fernando Martínez Heredia, Pablo de la Torriente «le pide a menudo su ritmo al cine, un arte que apasiona a los revolucionarios por sus posibilidades expresivas y su impacto sobre las masas» (Martínez Heredia, 2001, 255). Jaime Sarusky ve en los escritos de este autor un homenaje al cine «en el ritmo, el movimiento del relato, y las imágenes en su narración y su descripción» (Sarusky, 2001, 267). El narrador acude, pues, a la técnica cinematográfica para que sus relatos del presidio cobren vida ante los ojos del lector/espectador de la tragedia: «Por eso quiero que el lector venga ahora conmigo al cine; que me lea con los ojos cerrados... con la imaginación dispuesta a esta tiniebla roja, propia para el salón de proyecciones... ¡La función va a comenzar...!» (CC, 153). Estos cuentos, al decir de Denia García Ronda, reflejan mayor madurez, tanto en la estructuración del relato como en el dominio del lenguaje y de lo que ella llama «la cubanía». Se mantienen algunos procedimientos experimentales que el autor había anunciado en sus cuentos anteriores, pero enriquecidos por su experiencia vital, en algunos casos protagónica, de los hechos que relata. Además, la denuncia política y social adquiere una dimensión más explícita, por el propósito de protesta que implican estos relatos. «La noche de los muertos» es el relato que inicia esta serie. El narrador hace patentes dos elementos: la veracidad de lo narrado, veracidad que se confirma con la fecha de los hechos, y el propósito testimonial de denuncia de la ignominia de la cárcel. Cabe señalar que el lugar de desarrollo de este relato no es el Presidio Modelo, sino la fortaleza militar de La Cabaña, primera prisión de Pablo de la Torriente. Pero el nombre no importa. Para el narrador-personaje, la experiencia de la cárcel es igual de denigrante y deshumanizadora, no importa el lugar. Este relato demuestra la influencia de Edgar Allan Poe en la creación de una atmósfera de misterio y expectación: «Otro, al acercarme, abrió los ojos, verdes como un mar sucio, y me miró sin vida: un espanto petrificador me inmovilizó a su lado, ¡y siguió muerto!» (CC, 161). El relato se inserta en la literatura fantástica, por la tensión y el misterio que llega a producir, gracias a su estructuración artística y a los elementos vanguardistas que acentúan este ambiente. La galera sufre una trasformación pavorosa: «La galera parecía un largo nicho blanqueado y las dos lívidas lámparas de la bóveda, semejaban ofrendas votivas suspendidas en lo alto... Sobre las camas alineadas dormían los muertos...» (CC, 159). El narrador se introduce en la conciencia de sus compañeros dormidos. Parecen estar muertos. El relato desarrolla un tema de mayor universalidad, la relación sueño-muerte, que se presenta a través de recursos claramente vanguardistas. La descripción nos permite ver la relación sueño-muerte en oposición a la relación apariencia-realidad. Aunque todos aparentan estar muertos, no lo están, porque, por la mañana, todos los presos regresan a la vida, como de una pesadilla de ultratumba. Sin embargo, el preso que parecía que «había logrado embaucar a la muerte», como había logrado vivir una vida de engaños y astucia, el preso sobre el cual se había posado, según nos cuenta el narrador, «una gran mariposa negra de la luz», al amanecer está realmente muerto. La sombra engañosa del sueño-muerte persigue, a partir de ese momento, al narrador. Este no tiene calma mi reposo, pensando quizás en la advertencia tenebrosa del trágico Segismundo: «¿Quién hay que intente reinar/ viendo que ha de despertar/ en el reino de la muerte?». «El cofre de granadillo» nos inserta también en la literatura fantástica, al igual que «La noche de los muertos», por la tensión y el misterio que produce en nosotros, gracias a su estructuración artística y a sus elementos vanguardistas. Se destaca, además, el elemento autobiográfico. Gustavo Fabal, compañero de prisión de Pablo de la Torriente, nos cuenta en entrevista del periódico Granma (18 de diciembre de 1976) que Pablo de la Torriente era un excelente ebanista en el Presidio Modelo; que se dedicó a confeccionar artesanías, incluyendo prendas, en maderas finas. Dice Fabal que, entre las artesanías que conoció de él, la que más le gustó fue, precisamente, un fino cofre de granadillo. En este cuento utiliza la técnica del relato dentro del relato. Un preso le entrega al narradorpersonaje una tabla de granadillo para que le prepare la tapa a un cofre que el narrador ha tallado. De forma fantástica, la tabla tiene grabada la imagen de un chino que cobraba vida a través de las pupilas que «miraban implacablemente, sin piedad, con cierta burla maligna». El preso le cuenta al narrador su participación en el asesinato del chino Li, al que colgó de un árbol de granadillo. Ante el anuncio de una venganza por parte de los compatriotas del chino, el asesino manda a tumbar el árbol y pide que le envíen las tablas a La Habana. Al recibirlas, descubre que el chino se había quedado vivo dentro del árbol. Desde entonces, la mirada inmisericorde del chino lo persiguió, a través de la tabla, hasta llevarlo a confesar su crimen y volverse loco. Este relato es el punto climático en la técnica de Pablo de la Torriente Brau en el tratamiento de la coexistencia de lo real-cotidiano con situaciones inexplicables que producen una atmósfera fantástica y macabra. «El tiempo» es uno de los relatos que mejor ilustra el principio de transgresión genérica. Contiene una sucesión de acciones que no corresponden al tradicional discurso narrativo. Se narran sucesos habituales, durativos, y las acciones parecen detenerse en el suceder del tiempo, para dar el alienante devenir de la vida de las prisiones. En este relato, el tiempo es motivo de reflexión filosófica; pero también de protesta social, por la injusticias que se cometen contra los hombres que viven al margen del tiempo. En este relato, el Tiempo es dueño tiránico de los seres humanos. Como un imponente rey absolutista, se sirve de una cohorte de colaboradores, tan perversos como él. La persistencia del tiempo, que es el «único sobreviviente de la muerte», como lo categoriza Pablo de la Torriente, nos remite al cuadro de Dalí, «La persistencia de la memoria». La diferencia es que en el relato de referencia, el tiempo no nos remite ni al pasado ni al presente: está detenido y, con él, la existencia humana. El relato es interesante por el elemento de transgresión de la estructura y de los elementos tradicionales del relato, especialmente los personajes. La historia se organiza a partir de la animación de elementos temporales y la personificación de objetos y de animales y conceptos. Diferentes elementos cumplen la función de personajes. El Tiempo, El Almanaque, La Corneta, El Hambre, El Sueño, El Cansancio, El Espanto, Las Fechas, Los Sueños, La Libertad, La Calle, El Presidio. Zabala, idiotizado a causa del maltrato y las vejaciones sufridas en Presidio Modelo, es símbolo, simultáneamente, de la maldad humana y de la crueldad del Tiempo. A cada uno de ellos se le asigna una caracterización y un papel determinado dentro del relato. Entre los personajes se establece una interrelación y una interactuación, cuyo objetivo final es mostrar el sufrimiento y la angustia del preso. La ubicación de estos elementos en un ámbito espacial siniestro y lúgubre nos recuerda nuevamente los relatos de horror del romanticismo. En relación con esta imagen del tiempo que se detiene, conviene recordar las reflexiones de Octavio Paz sobre su manejo en el arte vanguardista: Apenas si vale la pena recordar otra analogía, destacada muchas veces, entre el «simultaneísmo» y el montaje cinematográfico, sobre todo el que fue practicado por Serguei Epstein. Los futuristas, como es sabido, añadieron a esta estética intelectual dos elementos: la sensación y el movimiento [...] Los futuristas italianos, al proclamar una estética de la sensación, abrieron la puerta a la temporalidad. Por la puerta de la sensación entró el tiempo; sólo que fue un tiempo disperso y no sucesivo: el instante. (Paz, 1993, 155) La eliminación del Tiempo como sucesión de eventos, su sentido de suspensión indefinida son, según Octavio Paz, parte de la estética futurista: «Eliminación del tiempo como sucesión y como cambio. La estética futurista del movimiento se resolvió con la abolición del movimiento. Los agentes de la petrificación fueron la sensación y el instante» (Paz, 171). «El Guanche» y «Una fuga» son relatos que se complementan. «El Guanche» es la historia, relatada por un segundo narrador, de un intento de fuga del Presidio Modelo. Se destaca la crueldad de los soldados y custodios. El entorno geográfico, agreste y salvaje —con lugares tan tétricos como Fuente Luminosa y El Cocodrilo—, es enemigo implacable de los presos. La valentía con que El Guanche libró una batalla contra sus perseguidores, matando a seis de ellos, antes de que le dieran muerte, destaca la nota de violencia que representa la experiencia del Presidio Modelo. La fuga, «ráfaga de libertad» que a veces sopla sobre el Presidio Modelo, sirve de tema al relato del mismo nombre. Se inicia con una reflexión sobre la fuga como posibilidad y como esperanza. El narrador resalta su uso como base real —desde la historia del Conde de Montecristo— para la ficcionalidad, tanto en obras literarias como en producciones cinematográficas. El relato no es de segunda fuente, ya que el narrador ha tenido la oportunidad de ser testigo de los hechos que relata: intentos fallidos de fuga, en especial el intento, casi suicida, del barbero Luis Rivero, quien conservaba, aun en el Presidio, «irritada la dignidad de la conciencia humana». El estilo es directo y sencillo y acentúa el propósito de denuncia contra los abusos de Castell, tenebroso director del Presidio Modelo, y de las personas que, como él, sembraron el terror y la muerte en similares instituciones. «Las pupilas» es un breve relato que inicia el conjunto que en Presidio Modelo se agrupa bajo el título general de «Escenas para el cinematógrafo». Este conjunto de relatos evidencia la enorme influencia del cine en la narrativa da Pablo de la Torriente. Su objetivo, recogido en el fragmento que sirve de Prólogo a «Cuentos del presidio», es «narrar con imágenes». Las escenas se proyectan a través de los ojos agigantados, desmesuradamente abiertos, de Daniel Pérez Díaz, el preso número 13 876. Sus ojos se han convertido en una cámara de filmación. Pablo de la Torriente se ha referido antes a la mirada como «la máquina del ojo, por maravillosa tenida desde siempre» (CC, 85). Pero esos ojos se han convertido, a la vez, en una gigantesca pantalla para el lector-espectador: ¡Las pupilas avanzan sobre el espectador... crecen, crecen... crecen... se agigantan... ocupan toda la pantalla los ojos enormes!... No hay más claridad que la que se desprende de ellas...¡ Y en una superposición consecutiva de imágenes, sobre los ojos dilatados, convertidos a su vez en pantalla, se abre el escenario bárbaro y el cruel y angustioso episodio comienza a desarrollarse! (CC, 198) La narración, con su impresionante ilusión de tinte surrealista, se define como un guión de cine, filmable. Esta ilusión se rompe en el desenlace: «Las pupilas se disuelven en la pantalla y Daniel Pérez Díaz, el preso 13 876, está hablando conmigo... ¡Podría estar muerto!... ¡En sus ojos, iluminados por el terror retrospectivo, he reproducido la escena mucho mejor que con sus palabras inolvidables!...». (CC, 200) La mirada ha superado su función estrictamente cognoscitiva y gráfico-visual. La mirada es, ahora, complicidad y denuncia: «La mirada es la operación circular de la metaironía [...] Mirar no es una experiencia neutral: es una complicidad. La mirada sucede al objeto [...] Mirar es una transgresión» (Paz, 157). «El grito», «Un antropófago» y «El negro Arroz Amarillo» recogen, con un realismo brutalmente descarnado, los niveles de deshumanización a que puede llegar la maldad humana, encarnada en Castell y su Presidio Modelo. A pesar de la riqueza de las metáforas y las imágenes, no hay recurso poético que pueda atenuar la realidad dolorosa del Presidio. El estilo narrativo es directo. No hay reflexiones sobre la maldad humana ni sobre el dolor que esta produce. En el primer relato, un anciano padre oye a su hijo gritando como un loco, pidiendo un poco de agua, sin que pueda hacer nada para ayudarlo. El muchacho muere deshidratado, entre agónicos estertores. La imagen de su cuerpo, la lengua por fuera, lamiendo, ya muerto, el suelo duro y seco, es dantesca. Sin embargo, «el íntegro» doctor Santiesteban certificó su muerte por edema pulmonar. En «Un antropófago» la maldad humana alcanza niveles indescriptibles. Usando la técnica de un segundo narrador-testigo de los hechos, la realidad alcanza un intenso dramatismo. El narrador-testigo «ha visto» a un soldado obligar a un preso a comerse sus propios excrementos. También «ha visto» a un preso, capturado en el mangle, transportado atravesado por un mangle, como si fuera un lechón a la vara. «Ha visto» al Negro Jíquima explotar a causa del exceso de agua que le hiciera tragar otro soldado. Finalmente, el testigonarrador se convierte en protagonista de la dolorosa realidad que denuncia. Un preso deja caer un pedazo de pan al suelo y un soldado le vuela los sesos por ello. Los presos tienen que recoger la masa cerebral y colocársela de nuevo en el cráneo. Luego, el testigo-narrador-protagonista tiene que comerse su propio pan, mojado en la sangre del preso asesinado. El tercer relato nos llega también por boca de un narrador testigo, el barbero La Rosa, observador de los más crueles actos de barbarie. La historia de Arroz Amarillo trata de un negro que escondía arroz en su pantalón, para poder sobrevivir al hambre que lo angustiaba. Un día, sobrecargado por el peso de la tina de lodo, cae al suelo. El soldado que lo custodia ordena a otros presos colocarle encima la tina de fango y sobrecargarla. Luego ordena a cuatro presos que se le paren encima. El negro se hundió en el fango, el mismo «fango que se mezcló con toda la porquería verdosa que le salía de la boca en los estertores de la agonía». No hace falta decir más. Reflejadas en estos tres relatos están «las bárbaras, terribles, amorosas verdades» que reclaman gritos de denuncia. Los elementos literarios, que comentaremos más adelante, se subordinan a la grave denuncia social que representan estos relatos testimoniales. «La justicia» y «La venganza» forman parte de la trilogía que incluye «El tiempo». Los primeros dos no fueron recogidos en Cuentos completos. Los tres aparecen en la Quinta Parte de Presidio Modelo bajo el título general de «Divinidades». Una especie de prólogo anuncia estas tres «divinidades», representación del espíritu primitivo y salvaje, feroz e implacable de los dioses ancestrales. «La justicia» se incluye como forma de relato porque el autor hace uso de la transgresión genérica para convertir un expediente en una creación ficticia: «Voy a [...] reproducir, íntegro, uno de los expedientes, para que el lector pueda por él mismo hacer su mundo imaginativo con los datos de la realidad» (De la Torriente, 2000, 268).2 Pero la ficcio-nalidad queda en manos del lector, que transformará la realidad documentada en un mundo imaginativo. Esta propuesta sobre la relación entre ficcionalidad y realidad está a tono con los presupuestos teóricos presentados en la sección «Ficción, realidad y testimonio» del presente texto. Pablo de la Torriente muestra su postura trans-gresora de la tradición literaria cuando le adscribe a la estatua de la Justicia valores que son contrarios a la interpretación habitual. De esta manera, la balanza es símbolo de los mercaderes aprovechados, la espada representa el atropello y la desigualdad y la venda le fue colocada «para que no tuviera que avergonzarse de sus propias decisiones». La reproducción detallada de este expediente sirve al propósito de denuncia que justifica estos relatos del presidio. 2 En lo adelante, las referencias a Presidio Modelo son de esta edición. Sólo se señalarán las páginas, precedidas de PM. «La venganza» contiene más elementos de relato que «La justicia». El narrador es vocero del autor verdadero del relato, el preso Murphy. La narración recoge el conflicto entre Manes, preso con privilegios a cargo de otros presos, y un hombre, cuyo nombre no se menciona. El hombre había abofeteado a Manes en la calle, y ahora los dos se encontraban en la cárcel. Pero Manes, ocupando una posición superior, somete al individuo a un agónico proceso de amenazas explícitas y públicas de venganza. Al final, se las arregla para que el hombre sea asesinado en La Yana. De esta manera, logra su venganza. Conocemos la historia a través del narrador, y a través de él sabemos del terror y la angustia del preso, que sabe que ha de sucumbir a la cruel venganza de Manes. Conocemos la maldad humana, encarnada en este personaje y el dominio de la divinidad de la venganza sobre la vida de los hombres. «La obra» es un relato dedicado a «los hombres azules», los presos. Esta denominación de los presos nos recuerda los versos de Ribera Chevremont : «Los hombres vestidos de azules / El barro caído del cielo». Pablo de la Torriente ha dedicado varias páginas de Presidio Modelo a estos seres humanos (Sexta Parte, «Las víctimas»; Capítulo XXXI, «Los hombres azules»). Este capítulo ha provocado al autor a la piedad y a la lucha, y lo ha llevado a reflexionar sobre la tragedia de quienes, a pesar de haber delinquido, son víctimas del sistema carcelario que los condena a una tortura incomparable. También ha inspirado unos versos del autor: «¡Hombres azules de las cuadrillas, que pasáis lentos bajo la lluvia!... Asesinos, ladrones, tahúres. ¡Carne podrida reivindicada por los tormentos del Presidio!...» (CC, 316). La crueldad de un soldado que obliga a un preso a estar en cuatro patas, comer hierba, respingar y dar patadas como una mula, es la evidencia de la maldad que permea el Presidio. El lenguaje, en boca de los presos que cuentan las anécdotas del presidio es fuerte. Abunda el lenguaje soez, las maldiciones y las imprecaciones. Esto es interesante, porque no habíamos visto su uso, salvo contadas excepciones, en ninguno de los relatos de Pablo de la Torriente. El desfile de los presos, que se marca con referencia a una película titulada «El gran desfile», evoca las descripciones dantescas de El presidio político en Cuba, de José Martí. «Lo que nos contó Saumell» evoca los relatos de un preso político que estuvo encerrado por cuarenta y cinco días en las circulares de los comunes, y el proceso de desgaste físico y moral que tal castigo representaba. «La cordillera de Arroyito» evoca la tragedia de los presos y su llegada a Presidio Modelo. También evoca la leyenda de Arroyito, héroe al estilo Robin Hood, quien robaba a los ricos para repartir lo robado, generosamente, entre los pobres, movido por un profundo sentido de justicia social. Este relato, que el autor hubiera querido dedicar a los presos anónimos del Presidio, está divido en nueve partes. Prevalece el carácter testimonial del relato y la intención de armarlo sobre el testimonio y la evidencia documental. Se han evidenciado las circunstancias reales de la muerte de esta «cordillera», es decir el grupo de presos que iba a ser conducido a Presidio Modelo, pero que nunca llegó, ya que Castells había ordenado, previamente, su muerte. El asesinato se produce en circunstancias en que todo está fríamente concebido para que la ejecución parezca una fuga. Para ello se cuenta con la complicidad, incluso, del juez y de sus ayudantes. «La hecatombe» relata el mayor número de asesinatos que ocurriera en El Cocodrilo en un solo golpe. La intensidad del drama ha perseguido al autor, que lo convierte en un libreto de cine. Así, detalla el reparto, compuesto por los protagonistas, los antagonistas, los actores secundarios, las siluetas, el escenario, la época y el desenlace. A partir de este guión se narra la historia, que incluye los móviles del asesinato, los asesinados, entre ellos los protagonistas, el delator que los llevó hasta la muerte, los testigos, la matanza, y la leyenda en que se convirtió esta hecatombe. El texto intercala narraciones con testimonios y documentos oficiales. «Centella», incluido en la sección «Escenas para el cinematógrafo», es la historia de un negro llamado así. En él prevalece la visión del relato como texto cinematográfico: «¡Pero esto hay que verlo también en la pantalla!». La narración está construida sobre escenas superpuestas. Predomina la violencia, la truculencia y lo macabro: Centella se corta el pie con un golpe de hacha, ante los «ojos del espectador», para huir de la amenaza de muerte que había recibido de un escolta. El final es irónico y estremecedor: el preso enseña triunfal su trofeo, el muñón que le quedó de pierna, mientras exclama. «¡Pero salvé el resto!», es decir, su vida. «La mordaza», relato que cierra los «Cuentos del presidio» es, al decir de Denia García Ronda, «desde el punto de vista composicional, el mejor de los relatos integrados en Presidio Modelo» (García Ronda, 1998, 33). Se apoya en lo onírico y lo macabro, elementos recurrentes en la narrativa de Pablo de la Torriente. El autor se convierte en narrador-personaje y nos presenta un espectáculo digno de la literatura fantástica. Se recurre a la idea de la estética objetual, de Epstein. También a la imagen móvil del cine para ilustrar el horror de las prisiones. Pero el objeto, en este caso la mordaza, no es un elemento estético. Por el contrario, se nos presenta como el instrumento de tortura más temido en todo el Presidio Modelo. Su contemplación provoca en el narrador un desdoblamiento de su personalidad: «Me sucedió entonces que adquirí la convicción absoluta de que quien estaba pensando no era yo, sino otro yo que no era yo mismo» (CC, 209). Lo que sigue a continuación es una escena dantesca y espantosa. La mordaza cobra vida y «los dientes se adhieren a sus maxilares, los maxilares se completaron en las cabezas y las cabezas en las figuras de los presidiarios martirizados» (CC, 209). Los ojos dilatados de las víctimas, sus gritos de justicia y misericordia, sus estertores agónicos desfilan ante los ojos atónitos del narrador. Finalmente, todos se concentran en uno solo y se convirtieron en una macabra procesión ante los ojos del narrador. También desfilaron sus verdugos. Finalmente, la procesión de víctimas y victimarios se disolvió. La pesadilla despertó al narrador con un estremecimiento de la conciencia. No basta con estremecerse, hay que denunciar el crimen, hay que luchar para que se castigue a los culpables. Los relatos incluidos en «Cuentos del presidio» nos hacen recordar las palabras de Julio Cortázar, citadas por Luis Rafael Sánchez, en su estudio sobre la cuentística de Emilio S. Belaval: El elemento significativo del cuento parecería residir, precisamente, en su tema, en el hecho de escoger un acontecimiento, real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo, al punto que un vulgar episodio doméstico se convierta en un examen implacable de una cierta condición humana, o en símbolo quemante de un orden social o histórico. (Sánchez, 1979, 17) Otros cuentos Los cuentos incluidos en esta sección son de variada naturaleza. La mayoría de ellos permaneció inédita hasta la muerte del autor. Incluye algunos basados en episodios reales de la vida del autor, otros al modo de la novela de aventuras, cuentos rurales y de tendencia social, entre otros. «La única hazaña del médico rural» se considera el primer cuento conocido de Pablo de la Torriente. Se ha fijado su fecha en 1923. Evidencia una etapa de aprendizaje, aunque ya se anuncian las preferencias temáticas y de recursos literarios del autor. Uno de los elementos más importantes es el anuncio del impacto decisivo del cine en la narrativa de Pablo de la Torriente, no sólo a través de la influencia del «western», tan patente en este cuento, sino también del elemento intertextual, técnico y temático. El cuento se desarrolla en un pequeño pueblo fundado por colonos norteamericanos en Cuba, a principios del siglo XX, ubicado al norte de Camagüey y Oriente. El ambiente es típico del «western» norteamericano. Su estructura es tradicional: descripción del espacio, presentación (retrato) de los personajes, episodios que ponen de manifiesto la cobardía del protagonista, y un sorpresivo desenlace que echa por el suelo su fama de cobarde. «Diálogo en el mesón» pertenece también a los primeros cuentos de Pablo de la Torriente. Es un «divertimento satírico» en el cual, imitando el habla castellana del siglo XVI, se parodia la polémica sobre el origen de Cristóbal Colón. A través de estos cuentos se destaca el estereotipo de avaros que se les adjudica a los judíos. «Casi una novelita» lleva como subtítulo «Cuento-película». Pertenece también a la etapa inicial de Pablo de la Torriente y refleja, desde el título, la presencia decisiva del cine. Es más informal y más novedoso que otros cuentos iniciales de Pablo de la Torriente. La historia se presenta como un guión cinematográfico, técnica que veremos de manera recurrente en el autor. Los personajes coinciden, en nombres y características, con amigos cercanos de Pablo de la Torriente. La argumentación imbricada presenta las acciones de los protagonistas, intercaladas con escenas de una película que se está filmando. Ambas acciones están estructuradas como una parodia de los novelones melodramáticos con final feliz. El narrador nos informa, en el desenlace, el verdadero título del relato, y nos revela al autor como personaje. Se evidencia la experimentación con recursos novedosos, como la onomatopeya y el juego con los títulos del cuento, que suman cuatro. «¡Muchachos!» fue escrito en 1930. Es uno de los pocos cuentos publicados en vida del autor. Apareció en la revista Social, en 1931. Se ubica en un ambiente juvenil y despreocupado, aunque el final resulta trágico. Se apoya en episodios de la vida real del autor. Tiene como modelo referencial las novelas de aventuras. Es patente su trasfondo autobiográfico. Se destacan, entre otros elementos, la presencia continua del mar, del culto espiritista y la ironía con que cierra la narración, ya que el personaje que muere ahogado es quien más conocía del mar. «Último acto» y «En la sombra» son relatos que adelantan la tendencia criollista de la narrativa cubana de la década de los 40, como ya se dijo. Anticipan temas que pertenecen a la literatura de transgresión, como el adulterio, los celos, la venganza. Pertenecen a los llamados «cuentos rurales» de Pablo de la Torriente. Se destacan por su intenso dramatismo y su final sorpresivo. Tanto «El buey de oro» como «El sermón de la montaña» son relatos de clara tendencia de denuncia social. El Buey de Oro es el apodo dado a un terrateniente avaro y desalmado. Su historia es contada por un personaje que se convierte en un segundo narrador. El final anuncia la esperanza de una revolución social que pondrá fin a la explotación del pobre por parte del rico y que cambiará la relación dominador-dominado. «El sermón de la montaña» apareció publicado en la revista Ruta, en la ciudad de Xalapa, en edición de 1937-38. Igual que «El buey de oro» es un anuncio del triunfo de la justicia sobre la injusticia y de la reivindicación de la clase dominada. La rebeldía del personaje lo lleva a cometer sacrilegio contra la liturgia católica, al desmentir la falsa utopía que predicaba el señor Arzobispo. La figura de Jesucristo se presenta como luchador revolucionario, pero el relato carece del carácter sociologizante de la literatura revolucionaria de América Latina. Parece ser el último cuento escrito por Pablo de la Torriente Brau. «Relatos de guerra» es uno de los cuentos que aparecen como Apéndices en Aventuras del soldado desconocido cubano. Como otros anteriores, es un relato dentro del relato y trata sobre las luchas civiles entre machadistas y antimachadistas. El narrador es co-protagonista de la historia del doctor Alvarado y, a la vez, recipiente del relato. El doctor Alvarado es un abogado que se incorpora a las fuerzas revolucionarias y muere, vilmente traicionado, por un sargento a quien creía uno de los suyos. En este relato abundan los elementos de terror. La muerte a traición del doctor Alvarado provoca una reflexión sobre la guerra, que sólo trae odio, venganza, destrucción y muerte. El relato titulado «La Nochebuena del año que viene» fue descubierto tardíamente. Es un relato muy sencillo, en el cual la ilusión y la esperanza son los elementos dominantes en una familia que ha perdido a su madre y cuyo padre atraviesa una grave crisis económica, por causa del desempleo, en plena Navidad. En este relato abunda el diálogo, y la narración es, casi toda, indirecta. Según el editor, parece ser un cuento por encargo, ya que fue escrito en la Navidad de 1934. En la sección de Cuentos completos titulada «Apéndices» aparecen tres relatos inconclusos de Pablo de la Torriente Brau. Además de varios proyectos y una versión de «En la sombra». Resultan interesantes para estudiar el proceso creativo de Pablo de la Torriente Brau y su «estética» del relato. Un proyecto literario ambicioso: Presidio Modelo Presidio Modelo fue el proyecto literario más ambicioso de Pablo de la Torriente. Consciente de la tradición ética y estética que representaba El presidio político en Cuba, de José Martí, puso todo su empeño en darle al libro sentido de utilidad social y política, a la vez que aseguraba su calidad estética, en una estructura vanguardista «audazmente transgresora», al decir de Ana Cairo (Cairo, 2000, 19). Además, trató de que se publicara tan pronto fuera posible. De ello son testimonios las veintinueve cartas que escribió desde su exilio en Nueva York, entre abril de 1935 y agosto de 1936, y las dos escritas desde España a escasos dos meses antes de su muerte. En ellas, incluidas en el Apéndice de la edición del Centro Cultural Pablo de la Torriente (2000), se reflejan varias cosas. Primero, la satisfacción del autor por un trabajo de excelencia. En segundo lugar, su convicción de que el libro era una necesidad urgente para denunciar las atrocidades del régimen machadista, encarnado en el Presidio Modelo y la siniestra figura de Castell. En este sentido, Presidio Modelo perseguía un objetivo doble: lograr la reforma del sistema carcelario cubano, mediante la denuncia de las condiciones crueles e inhumanas del sistema, y mantener la memoria colectiva acerca de la tiranía de Machado, representada en el Presidio Modelo. Aun cuando Pablo de la Torriente terminó de escribir el libro para junio de 1935 —cuando ya hacía casi dos años que había caído Machado— comenzó su proyecto estando preso en Presidio Modelo. Allí recopiló información, oyó testimonios y verificó hechos que después aparecerían en su libro. Tomando en cuenta que Presidio Modelo, bajo la cruel tiranía de Castell, era una alegoría de Cuba, bajo la férrea dictadura de Machado, el libro se puede considerar una denuncia tanto de ese régimen carcelario como de la situación cubana durante el machadato. Pablo murió sin ver su esfuerzo convertido en realidad. Presidio Modelo se publicó, finalmente, en 1969. Presidio Modelo representa una etapa culminante en Pablo de la Torriente, el escritor. Se observa en este texto una mayor madurez literaria y un amplio dominio de los recursos expresivos. En este aspecto, se destacan el uso de la ironía y el sarcasmo, una prosa cargada de metáforas, símiles e imágenes sensoriales de todo tipo, recursos cinematográficos, el desdoblamiento del autor como personaje y narrador, entre otros. Ana Cairo comparte el criterio de otros estudiosos en torno al valor literario del texto: «No obstante, Presidio Modelo es un libro novedoso, original, con gran riqueza para los estudios lingüísticos; audaz en el momento de su escritura, en cuanto al montaje de las distintas partes de los cuentos [...] innovador el adecuado manejo de varios tipos de lenguaje» (Cairo, 2001a, 233). Además, refleja una gran seguridad en el dominio de la técnica del relato-testimonio, como un modo de hacer literatura que tuviera, al decir de Martí, «las raíces en la tierra». Conviene recordar que la mayoría de los escritos de Pablo de la Torriente Brau están matizados de un fuerte elemento testimonial. O son relatos de carácter autobiográfico, o de situaciones en las cuales él fue participante o testigo. En otros casos, se hace portavoz de testimonios ajenos. Su importancia en el desarrollo de la literatura testimonial es vital. Aunque el cultivo de esta se ubica a partir de la década de los 60, se ha establecido que Pablo de la Torriente Brau es precursor y, en el caso de la literatura cubana, fundador de este género. Tal es el juicio de Fernández Retamar (Fernández Retamar, 1995, 186) y de Carlos Rafael Rodríguez, quien afirma: «Se ha hablado mucho acerca de que Pablo de la Torriente es el fundador de un nuevo género literario: el testimonio» (Rodríguez, 2001, 186) Al acercarnos a Presidio Modelo como género testimonial, debemos tener presentes los rasgos principales que lo caracterizan. A los enumerados en el capítulo III, podemos añadir los que Juan Duchesne le atribuye (Duchesne, 1992). Según este autor, el género testimonial es más que un reportaje periodístico, por cuanto se trata de un libro, no de un artículo. Por tal razón tiene mayor profundidad y amplitud y exige mayor calidad literaria. También señala que aunque su propósito es relatar hechos objetivos y fieles, sus personajes pueden tener dimensión literaria, es decir ser construidos a través del artificio literario. Otro rasgo caracterizador es que el testimoniante ha estado en contacto con los protagonistas, ya sea porque ha coincidido en tiempo y espacio con ellos, o porque ha indagado sobre ellos. Por último, señala Duchesne, que aun cuando el testimonio contenga elementos autobiográficos, siempre se ubica en un contexto social, tipifica un fenómeno colectivo y una situación determinada dentro de la realidad social. Por medio de las treinta y una cartas mencionadas anteriormente, podemos conocer lo que el autor pensaba de este texto. En primer lugar, se hace claro su objetivo. Le han sugerido que llame al libro Los hombres azules. Pablo de la Torriente, en una carta del 14 de agosto de 1935, rechaza este título, por considerarlo no adecuado para su objetivo: Comprendí que «Los hombres azules» es un título bello, de posibilidades hasta cinematográficas [...] En cambio «Presidio Modelo» es una ironía terrible que quiero conservarle. Además, yo escribí el libro con propósito de denuncia, para que se conociera este antro y debo sacrificar cualquier cosa a este propósito. (PM, 462) En carta posterior (30 de diciembre de 1935), amplía aún más el sentido y propósito del libro. Comenta, con amargura, las dificultades que ha tenido para publicarlo. También se reafirma en su deber de divulgar «muchas de las cosas que observé y los relatos que obtuve», reafirmando el carácter testimonial de Presidio Modelo. Reclama para su obra «calidad dramática» y una superioridad sin competencia al describir «la profundidad insondable y lóbrega de la vida de las prisiones». Se siente, al igual que Martí, comprometido con los pobres de la tierra: «Yo le tomé compasión a la gente humillada y olvidada de este mundo, sometida a todos los terrores y a todas las vejaciones. En Cuba hay Sociedades Protectoras de Animales, pero no hay ninguna que se ocupe de los presos» (PM, 466). Conforme al espíritu martiano en que se educó desde su infancia, Pablo de la Torriente asume su responsabilidad moral con la verdad y la justicia. Toda otra consideración está supeditada al cumplimiento de su deber. Presidio Modelo está construido a partir de diversas fuentes: el testimonio del autor, el de otros presos, de otras personas, discursos de los «malos» (Castells y sus oficiales), comunicaciones oficiales, cartas, expedientes, canciones, poemas, descripciones geográficas, cuentos, reflexiones del narrador, elementos intertextuales como el cine, la literatura, la historia, listas de presos, notas aclaratorias y otros recursos. Estos le dan a Presidio Modelo una riqueza literaria y documental extraordinaria. El texto está dividido en diez partes. Cada parte, identificada con un nombre y una breve presentación, está dividida en capítulos, numerados hasta el cincuenta y tres, y antecedidos por un Prólogo, en el cual el autor reafirma su tesis central: el Presidio Modelo es un reflejo de la situación cubana inmediata y Castell un reflejo de la tiranía de Machado: «El capitán Castells impuso en la penitenciaría de Isla de Pinos el terror que sobre toda la República de Cuba desató el general Gerardo Machado» (PM, 46-47). De manera que denunciar la situación de injusticia y atropellos en el Presidio Modelo era denunciar al mundo la situación cubana bajo la dictadura machadista. La primera parte, «Iniciación», está encabezada por una reflexión sobre la cárcel. Se compone de seis capítulos. En la reflexión, el autor evoca la reacción que la palabra cárcel desataba en él, cuando era niño. Esta evocación reafirma el juicio paterno —confirmado por la dura experiencia carcelaria del hijo— de que «era terrible ir a presidio». La entrada al presidio está marcada por la ironía. Los presos políticos del Castillo del Príncipe celebran una fiesta que no tarda en convertirse en una protesta pública contra el régimen machadista. El viaje hasta el puerto se convierte en una celebración, que incluye desde himnos y canciones socialistas y de protesta hasta canciones deportivas universitarias. El viaje en barco hasta Isla de Pinos está enmarcado en un espíritu de burla y de humor sarcástico contra el comandante de la embarcación. La presencia de Castells y su discurso de bienvenida confirman el poder omnímodo que ejercía este en Presidio Modelo. Los capítulos 5 y 6 sientan la tónica de lo que será la dura vida del presidio: incomunicación y aislamiento, y «disciplina consciente», con todas las lúgubres implicaciones que esta frase tendría para los presos. La segunda parte, titulada «Hombres del presidio», es para el autor «una siniestra galería» compuesta por presos por delitos criminales, y su labor era vigilar a otros presos, incluyendo los políticos. Por esta galería desfila una serie de hombres tenebrosos, oscuros, violentos. La crueldad y la maldad son sus elementos categorizadores. Recipientes del menosprecio y el odio de los presos, representaban uno de los aspectos más oscuros de la vida en el presidio. Digna excepción a esta caterva de hombres fue Cristalito. Este personaje se identificó con los presos a tal punto que les brindaba información de lo que sucedía tanto dentro como fuera del presidio. Además, procuraba cosas para los presos, aun a costa de su seguridad y de su vida. El autor nos dice de él que fue, «por instinto, más revolucionario que muchos que sólo lo fueron por negocio, por conveniencia». La tercera parte está dedicada a Castells. El propio autor nos señala las fuentes que utilizó para pintar el cuadro físico, psicológico e ideológico de quien el autor denomina, sarcásticamente, el Zar de Isla de Pinos. Sus fuentes son documentos, acusaciones, anécdotas, pensamientos, versos, canciones que fue recopilando a través de los años. Castells era un fenómeno digno de estudio por varias razones. Primero, por el terror irracional que infundía en sus subalternos, que se sometían mansamente a sus megalomanías. En segundo lugar, su corpulencia física y su elegancia, junto a su capacidad discursiva e histriónica eran impresionantes. En tercer lugar, porque su comportamiento podía explicarse a la luz de su innata condición de criminal sádico o a la luz de su condición de víctima contaminada por la sed de sangre y de violencia que representó el machadato. Además, al autor le llamaba mucho la atención la condescendencia con que Castells trataba a los presos políticos y su disposición a la negociación con estos. Se destacaba, sobre todo, por su ejemplar sentido de la honradez. Por las muertes que ocasionó en el Presidio Modelo, el autor lo incluye en la lista de «homicidas alucinados» como Torquemada, Marat, Fouquer-Tinville, Czerchinsky y otros. La cuarta parte lleva por título «Bestias». La reflexión que inicia este capítulo compara el comportamiento de los hombres al mando de Castells —encabezados por el «recluso modelo», Goyito Santiesteban—, con los animales salvajes. La reflexión denota indignación ante el cruel comportamiento que estos subalternos mostraban hacia los reclusos, comportamiento que «estaba por encima del tigre en ferocidad y por debajo del buitre en escrúpulos». Goyito Santiesteban era el prototipo de la perversidad que permeaba al régimen carcelario, y, por ende, al machadista. Pederasta, libidinoso, cruel, astuto, inteligente y con una diplomacia diabólica, Goyito encarna todo el mal institucional que el autor quiere denunciar en Presidio Modelo. Este reino del mal incluía médicos, vigilantes, presos que ejercían diversas labores, usando uniformes de colores distintivos. El grupo más temido, irónicamente, era el llamado «de las batas blancas». En este capítulo prevalece la nota de sarcasmo y la técnica documental. La quinta parte, «Divinidades», es la sección más lograda, desde el punto de vista estéticoliterario. Se compone de una tríada de los dioses del presidio, «criminales», como los presos. Estas tres divinidades se encarnan en la Justicia, la Venganza y el Tiempo. El autor comienza haciendo una reinterpretación anticonvencional, cínica y sarcástica de lo que representa la figura de la Justicia, ideada por los griegos. Luego, relata todos los crímenes, vejámenes y abusos que se cometen en la prisión, bajo la inspiración de la diosa Venganza. Finalmente, en la más magistral de sus presentaciones, el autor se dedica a reflexionar sobre el inmisericorde señorío del Tiempo sobre la vida de los presos. Este ejerce su despótico dominio acompañado de una serie de edecanes y ayudantes, los cuales son presentados a través de una impresionante serie de personajes alegóricos. Para construir esta «teogonía» Pablo de la Torriente acude a una prosa poética llena de imágenes sensoriales, de metáforas, de personificaciones de todo tipo. Utiliza este recurso porque necesita de una fuerza poderosa para expresar la dolorosa convivencia de los reclusos, pero también para expresar su dolorosa experiencia de dos años en la cárcel. Desde el punto de vista poético, la quinta parte es una de las secciones más logradas del texto. La sexta parte («Víctimas»), al igual que la séptima («Geografía del pánico») tratan sobre otros dos personajes importantes en el drama del presidio. Uno de ellos está constituido por el colectivo de «los hombres azules». Estos son presos a quienes el autor ha conocido en su experiencia carcelaria, y que ve desfilar, mañana y tarde, en una macabra caravana de dolor y de muerte, que nos hace recordar las dantescas escenas del presidio martiano. La reflexión sobre la naturaleza animal de algunos presos lleva al autor a conjugar su capacidad imaginativa. Y en el amanecer fantástico, propiciador de extrañas imaginerías, a muchos de los que yo conocía bastante, los iba transformando en cerdos, jubos, auras tiñosas, ratones, y cernícalos, repugnante antro de zoológico que venía a desvanecer luego, de momento, la presencia verdadera y servicial de mis «modelos». (PM, 315) Estos modelos eran los presos que no se habían corrompido en aquel sistema de corrupción y depravación. Eran «los hombres azules». Provocaban en el autor una reflexión de corte político: Nosotros nos inclinamos hacia los hombres azules, los infelices abandonados en el bosque de los espantos, sin más armas que su terror, su impotencia y su silencio, por el mismo impulso que nos llevara a muchos a simpatizar con el marxismo militante al lado de los oprimidos del mundo: por ese impulso humano que se siente por el débil, por el esclavizado. (PM, 315) De esta manera, en este texto se conjugan el propósito literario con el de denuncia, que caracterizan la narrativa de Pablo de la Torriente Brau. Se destacan en este grupo los tuberculosos y los locos, dos de los grupos de presos que con mayor intensidad sufren el rigor del presidio. El otro personaje es la geografía, que no es sólo marco escénico, sino participante activa de los crueles sucesos de la cárcel. Este marco geográfico se hace cómplice de las aberraciones de Castells y sus subalternos. Alejada de todo otro contacto humano, la geografía es aniquiladora de hombres y de esperanzas. Las partes octava, titulada «Relatos», y novena, «Escenas para el cinematógrafo», son las de más posibilidades literarias. Esta sección tiene un lema: «Fatiga, angustia, traición, soldados, balas, muertos... ¡Y siempre igual!... ¡Y olvido!», que será el norte de estos relatos. Están antecedidos de una breve historia de «El Guanche» y «La obra». Las peripecias para sacar del presidio los dos cuentos se relatan en este prólogo. Los demás relatos fueron escritos fuera del presidio, sobre la base de memorias y testimonios. Señala el autor que escribir esos cuentos representaba para él «cumplir con el deber de escribir por los que ya ni siquiera pueden hablar». De esta manera, el autor asume la representatividad de los marginados, en este caso por muerte y los abusos de la cárcel, cuya voz se había acallado para siempre. Al asumir esta representatividad y convertirse en portavoz de los excluidos, el texto reafirma su condición testimonial. Los dos primeros relatos, «El Guanche» y «La obra» están incluidos en la edición de Cuentos completos; no así los otros cuatro relatos. Todos fueron comentados ya en el capítulo anterior. «Escenas para el cinematógrafo» recoge los mejores relatos de este texto. Ya el título nos anuncia la preferencia de Pablo de la Torriente por el cine y la influencia decisiva de este en su narrativa, tanto en temas como en técnicas y lenguaje, así como sus posibilidades. Se evidencia también el dominio del autor de las técnicas narrativas, como la del narrador-personaje y los efectos de intensidad dramática. Según Ana Cairo, la escena de la muerte que provoca la mordaza evoca el terror de los cuentos de Edgar Allan Poe, y, sobre todo, la descripción de la muerte del Conde Ugolino, en La divina comedia, de Dante (Cairo, 2001a, 232). El desenlace de este cuento le da carácter circular al texto, ya que cierra con un juramento cuyo cumplimiento se había anunciado en el Prólogo. La visión dantesca de aquellos rostros constituye para el autor un mandato y un compromiso. La combinación de elementos literarios de calidad indiscutible, junto con el propósito de denuncia, le dan al libro un valor muy especial como modelo de literatura de compromiso. El libro cierra con una décima parte, «Estadísticas», cuyo propósito es obvio. Como texto acusatorio, se sustenta en la evidencia. Evidencia que el autor ha usado antes como material literario, lo que da al texto su carácter híbrido tan singular. Los nombres son evidencia de la denuncia; pero también un homenaje a la memoria de aquellos que sucumbieron al presidio y al machadato. Es una forma noble y digna de salvar del olvido a los que fueron víctimas y, en gran medida, héroes anónimos en la lucha contra la injusticia y la maldad. La primera lista incluye a los presos comunes que murieron en el Presidio Modelo. Está organizada por años, nombre y número de identificación de cada preso. Al final se añaden tres presos, desaparecidos misteriosamente. La segunda lista es la de los presos políticos. Esta reviste un valor aún más especial. Si se fueran a nominar todos los presos políticos de todas las cárceles del machadato, se llenaría un libro, dice el autor. En este caso, sólo indican el nombre y la edad de los prisioneros. La mayoría de ellos era joven, lo que convierte la relación en un tributo al heroísmo idealista de la juventud cubana y su compromiso revolucionario. Al final, se anotan aclaraciones de los que murieron durante la revolución contra Machado, y de los que se destacan en la lucha revolucionaria. Terminan las aclaraciones recordando que la caída de Machado no puso fin al uso de Presidio Modelo como lugar de reclusión por parte de los gobiernos que siguieron al dictador Machado. Los dos primeros críticos cubanos en conocer el texto original de Presidio Modelo, José A. Fernández Castro y José María Chacón y Calvo, le auguraron al autor que el libro ocuparía un lugar de primera importancia en las letras cubanas (Cairo, 2001a, 232-233). La mayoría de los estudiosos que se han acercado al texto ha coincidido con esos juicios iniciales, como veremos más adelante. Se le han señalado algunos defectos. Uno de ellos es la abundancia de reiteraciones, lo que hubiese requerido un proceso de «poda». Sin embargo, los editores del texto aclaran que, aun cuando estaban conscientes del problema, prefirieron mantener la integridad del texto, a pesar de la previa autorización del autor para que se eliminaran aquellos episodios que se reiteraban (PM, 8). También se ha señalado como defectos los desbalances estructurales y el desnivel en el empleo de la técnica de testimonio múltiple, ya que algunas narraciones resultan innecesariamente prolijas (Cairo, 2001a, 233). También habría que añadir que puede resultar agobiante la lectura de los informes y los expedientes que se incluyen en el texto. Pero hay que pensar que estos documentos fueron transcritos literalmente con un propósito. Es posible pensar que el deseo de Pablo de la Torriente de ser veraz y exacto lo llevó a cometer estos deslices. Sin embargo, los méritos son mucho mayores que sus posibles defectos. Ana Cairo, una de las más consagradas estudiosas del texto, le atribuye ser un libro novedoso, original, de gran riqueza para los estudios lingüísticos, audaz en el momento de su escritura, en cuanto al montaje en las distintas partes de los cuentos, las poesías, las canciones, las cartas, los documentos, y las listas de estadísticas; innovador en el adecuado manejo de varios tipos de lenguaje (factor de caracterización de los testimoniantes) y en el uso del contraste; efectivo en la ironía y el sarcasmo, en las me-táforas y símiles, así como en la personificación. (Cairo, 2001a, 233) En el estudio introductorio de «Álgebra y política», ensayo medular de Pablo de la Torriente, señala Ana Cairo que «junto a Aventuras del soldado desconocido cubano y Presidio Modelo, integra el canon de sus aportes a la literatura vanguardista» (Cairo, 2001, LXXXIX). La crítica resume las aportaciones así: Transgredió las convenciones del análisis marxista hasta la primera mitad del siglo XX, por el empleo libérrimo de la fantasía, la creación de personajes (al ficcionalizar personalidades reales, como él mismo), el dialogismo, la alta cifra de referencias literarias e históricas, la irreverencia a la convención lingüística de las malas palabras, el gusto por legitimizar expresiones populares y los múltiples usos de las digresiones y de las acotaciones espacio-temporales. (Cairo, 2001, LXXXVII) En relación con la oralidad, el propio autor la reconoce como uno de sus rasgos característicos. Así lo expresa en carta a Gustavo Aldereguía, con fecha del 11 de septiembre de 1935: «Te acompaño tres relatos del libro mío sobre el presidio [...] quiero que se conserve la frase rústica y puerca tal y como está porque mis personajes no hablan como los de Calderón sino tal y como ellos son» (PM, 463). Para Jaime Sarusky, Presidio Modelo, además de ser un texto de «indudable densidad literaria», es «uno de los antecedentes de la llamada literatura testimonial que tan profusamente se ha cultivado en Cuba, sobre todo en los últimos años» (Sarusky, 2001, 266). Añade el estudioso que, en varios pasajes, es excelente la descripción de situaciones de tensión y violencia, que revelan influencias literarias importantes, como las de Edgar Allan Poe, y las del cine. El propio Pablo de la Torriente había expresado su fe inquebrantable en que Presidio Modelo sería un libro de impacto sin igual. Cabe tener presente que el autor pensaba en él como texto de denuncia, y no necesariamente desde el punto de vista literario. Decía él, con fecha de 12 de junio: «Terminé el libro sobre el Presidio. Este ayer por fin salió para México, donde puede ser que lo impriman» (Casaus, 1981, 90). Su ambición era mayor. Aspiraba a que el libro fuera traducido al inglés y a que se hiciera una versión cinematográfica. Así se lo expresa a su amigo Fernández de Castro: «Yo creo que si tuviera las conexiones necesarias, el libro, traducido al inglés, sería un éxito. No conozco nada en la literatura presidial que se pueda comparar al Presidio Modelo. Quisiera, como lo digo en el Prólogo, que se hiciera la película y que se tradujera a todos los idiomas» (Casaus, 2001, 226). Carlos Rafael Rodríguez reitera el valor fundamental de la literatura testimonial de Pablo de la Torriente, al señalar: Se ha hablado mucho de que Pablo es el fundador de un nuevo género literario: el testimonio. Efectivamente, se puede hablar de eso, enfatizando que un buen periodista es siempre un testigo, y en este caso el testigo fue un actor, que es lo que le da su caracterización mayor [...] Sus crónicas de presidio son eso [...] Por eso, siendo el testimonio de un actor, le da un contenido excepcional a toda su literatura de transcripción de la historia [...] porque Pablo ponía en ella su propia imaginación sin quitarle nada a la realidad. (Rodríguez, 2001, 186) El propio autor, en el Prólogo de Presidio Modelo, ha hecho patente su carácter de testigo de las cosas que narra: «Hoy, yo, testigo apasionado, formulo otra vez la denuncia, en nombre de los hombres muertos y en nombre de los vivos, para los que nada he podido obtener todavía, ni siquiera en el orden personal» (PM, 37). El valor testimonial y revolucionario de Presidio Modelo es confirmado también por el testimonio de la insigne Gabriela Mistral: Las cuentas están hechas con materiales y el libro de la cárcel durará como testimonio de un preso que no sólo supo padecer, sino emplear su congoja en cosa mejor que lamentarse: en ver y constatar. Por encima de la circunstancia política, el libro de Pablo el preso servirá para purificar las cárceles y métodos carcelarios que son verdaderas calamidades de la América nuestra. (Mistral, 2001, 22) Uno de los elementos que más llama la atención de Presidio Modelo es el humor. A pesar de ser un libro «tremendo» y «desesperado», como lo llamó Raúl Roa, el humor que caracterizó la vida de Pablo de la Torriente está presente en muchas páginas del texto. De hecho, Denia García Ronda, una de las más consagradas estudiosas de Pablo de la Torriente dedica un artículo, «Humor vs. Presidio», a su sentido del humor, revelado en sus cartas del presidio (García Ronda, 2001). Sus familiares, sus amigos y las personas que, por una razón u otra compartieron con él, destacan esa vitalidad, esa energía avasallante, esa disposición a la risa que lo caracterizaba. El sentido del humor en Pablo de la Torriente respondía a diversas razones, generalmente relacionadas con la necesidad de sobrevivir emocionalmente en un mundo tan abyecto como el del presidio. Su primera expresión de esta actitud vital, que Marinello llamó «joie de vivre», se manifestó en su decisión de dejarse crecer la barba, usar boina y no utilizar ropa alguna durante todo el tiempo que estuvo en Presidio Modelo. Esta modalidad cubana del «streep tease» fue luego imitada por muchos de sus compañeros. Cabe añadir que se le atribuye a Pablo de la Torriente ser el iniciador del uso de la boina y la barba como símbolo distintivo de los revolucionarios cubanos. Otra expresión de su sentido del humor fueron sus sesiones de observación astronómica, durante largas horas de la noche, con el cielo y el cuerpo en igual estado de desnudez. Ante las presiones psicológicas brutales de Castells, su humor encuentra salida en actividades alternativas: organización del Patio de las Izquierdas, ejercicios físicos, ocupaciones manuales, lectura comentada, academias de enseñanza de diversas materias, en fin, cualquier cosa que les ayudase a mantener el espíritu combativo y la moral en alto. De la misma manera, la alimentación, o la escasez o limitación de ella en el presidio, motivan muchos de los comentarios burlones y sarcásticos de Pablo de la Torriente. Una de las escenas de humor más exquisitas de Presidio Modelo es la que se registra en las páginas de la primera parte. El capítulo I narra el traslado de los presos políticos de la prisión del Príncipe a Presidio Modelo. El viaje al muelle fue acompañado de todo tipo de algarabías, diatribas e insultos contra Machado. Cuando no gritan, cantan himnos socialistas. La nota más jocosa la ponían cuando, en medio de la estrechez de los vehículos que los conducían, los prisioneros cantaban canciones universitarias deportivas, a las cuales les hacían modificaciones añadiéndoles frases vulgares e insolentes. El capítulo III está dedicado a El Comándola, el comandante de la nave que los llevaría a Presidio Modelo. El viaje se inició ridículamente, ya que el barco se hundió en el fango, con el peso de los prisioneros. Estos reaccionaron con hilaridad, ante la furia del comandante. La salida del barco, después de tantos esfuerzos, provocó otra explosión de aplausos, rechiflas y comentarios de doble sentido. Durante el viaje, los comentarios del Comándola sobre la crisis social y política de Cuba despertaba mayor hilaridad y entusiasmo entre los viajeros. El humor de Pablo de la Torriente se hace evidente cuando el Comandante pregunta por «el jodón de Pablo» para suplicarle que no le ponga más sobrenombres. La culminación de este teatro burlesco fueron las historias de cómo el General Machado hacía trampas, durante sus excursiones de pesca, para aparecer siempre como «el campeón del mundo» en la pesca de petos. El presidio político en Cuba y Presidio Modelo Es imposible acercarnos a Presidio Modelo, sin pensar en su principal antecedente, El presidio político en Cuba, de José Martí. Al inicio de este capítulo establecimos el supuesto de que en el ánimo de Pablo de la Torriente Brau, debe haber tenido un peso enorme la tradición ética y estética del texto martiano, aun cuando el autor no lo señala explícitamente. Sí conocemos la influencia enorme que tuvo la vida y el pensamiento de Martí en Pablo de la Torriente. Dicha influencia comenzó en la niñez, cuando su abuelo, el ilustre Salvador Brau, le hizo llegar un valioso ejemplar de La Edad de Oro a quien habría «de ser cubano» como Martí. Y no se equivocó el abuelo en su profecía. Porque Pablo de la Torriente fue cubano al estilo martiano, en sus palabras y en sus acciones. Emilio Roig de Leuchsenring, historiador cubano, destaca el espíritu martiano de Pablo de la Torriente. Su vida ejemplar tiene sus antecedentes «cubanísimos y gloriosos» en José Martí. Y como Martí, en Presidio Modelo se colocó «con la muchedumbre, con el pueblo, con los pobres y oprimidos de la tierra, con quienes Martí echó su suerte e hizo causa común» (Roig de Leuchsenring, 2001, 114). Diana Abad destaca las muchas horas de su corta existencia que Pablo de la Torriente dedicó a la causa martiana: militancia revolucionaria, organización del homenaje a Martí, fundación, en el exilio, del Círculo Cubano José Martí, divulgación del ideal antillano de Martí, y rescate de la obra martiana a través de uno de sus más vehementes escritos, «La voz de Martí» (Abad, 2001, 129-131). «Hombres de la Revolución» es un artículo de Pablo de la Torriente que nos hace recordar, en las ideas y en el manejo de la prosa poética, muchos escritos de José Martí. Raúl Roa, su eterno amigo, nos cuenta anécdotas que confirman el espíritu martiano de Pablo de la Torriente. Recién casado, es invitado a unirse a las luchas antimachadistas, y no vacila en contestar: «Considérenme incorporado. Yo siempre he antepuesto mi deber a todo» (Roa, 2001, 135). Igual que Martí, nos dice el intelectual cubano, Pablo de la Torriente no nació «para contemplar el crimen en calma». Y como el héroe de Dos Ríos, cambió la pluma por el fusil, y, sagrada coincidencia, como Martí, murió víctima de las balas de los enemigos españoles. Se pueden identificar varias semejanzas y diferencias entre El presidio político en Cuba y Presidio Modelo. La primera semejanza es de propósitos. El objetivo de ambos escritores no fue crear una ficcionalización de la cárcel o una construcción metafórica de su experiencia, sino denunciar los abusos y atropellos que esta encarnaba. Sobre todo, ambos coinciden en la visión de que la cárcel, española o cubana, no era sino reflejo del sistema político opresivo del momento: ¿Qué es aquello? Nada. Ser apaleado, ser pisoteado, ser arrastrado, ser abofeteado, en la misma calle, junto a la misma casa [...] ¿qué es? Nada. [...] ¡Horrorosa, terrible, desgarradora nada! Y vosotros los españoles la hicisteis. Y vosotros los españoles la sancionasteis. (Martí, 1965, 45) El capitán Castells impuso en la penitenciaría de Isla de Pinos el terror que sobre toda la República de Cuba desató el General Machado [...] O bien el capitán Castells era sólo un engranaje más, influenciado más por la locura sangrienta que desde el poder desató por toda Cuba Gerardo Machado. (PM, 46-47, 131) En segundo lugar, hay semejanzas en la estructura. Martí organiza su texto en doce partes, marcadas con números romanos. Contrario a Presidio Modelo, estas partes no llevan títulos. La estructura del escrito de Pablo de la Torriente es más esquematizada, ya que se divide en partes, y cada parte en capítulos. Al inicio de cada parte hay una breve introducción. Cada una, como cada capítulo, tiene un nombre. El escrito de Martí se puede dividir en temas: Introducción (I), Qué es el presidio (II), metáfora de la conquista y colonización de Cuba por los españoles (III), metáfora del imperio español, la Roma moderna (IV); el llanto, tema de transición a los abusos de la cárcel (V), experiencia carcelaria de Martí (VI), testimonio de Lino Figueredo (VIII), testimonios de niños condenados a la cárcel (IX, X), preservación de la imagen nacional y el honor de España (XI), denuncia de la situación, metaforizada en una caravana lúgubre que simbóliza los males del presidio (XII). En ambos textos se conjugan los elementos descriptivos, los discursos panfletarios y los elementos narrativos. Pero en El presidio político..., el tránsito entre la exposición y la narración es violento e inesperado. Presidio Modelo tiene una estructura narrativa más delineada y clara, que se refleja en la organización del material narrativo, la concepción de un guión de cine y, como tal, se hacen patentes los diversos elementos del libreto: protagonistas, antagonistas, ámbito espacio-temporal, trama, las acotaciones correspondientes al carácter y naturaleza de los personajes, el reparto distribuido en los diversos papeles, las técnicas del montaje y de las tomas. Ambos textos comparten el propósito de denuncia de los vejámenes y abusos a que son sometidos los presos, a la vez que denuncian los sistemas políticos que provocan tal situación. También comparten su condición de testigo-narrador-protagonista de los hechos. Ambos autores fueron hechos prisioneros por sus ideas políticas, y ambos tuvieron la experiencia de estar en Isla de Pinos, aunque en los tiempos del encarcelamiento de Martí no se había edificado el Presidio Modelo. En ambos casos, el exilio forzado pone punto final a su experiencia de encarcelamiento. Ambos escritores fueron desterrados a España. Sin embargo, Pablo de la Torriente Brau logró, por su condición de ciudadano norteamericano nacido en Puerto Rico, según algunos estudiosos, permanecer en Nueva York. Según Ana Cairo, El presidio político en Cuba ilustra el canon romántico; Presidio Modelo, el vanguardista (Cairo, 2000, 33). Piensa la estudiosa cubana que Pablo de la Torriente tuvo que pensar en más de una ocasión en el desafío que implicaba inscribirse en una tradición literaria e historiográfica tan fascinante como El presidio político..., señala que el texto de Martí funciona como un paradigma de la estética romántica, en su aspecto social. Para Gabriela Mistral, Pablo de la Torriente, gracias a la educación recibida de su padre y a su propia formación intelectual, recibirá, en toda su intensidad, la influencia decisiva del romanticismo martiano, ya que José Martí, según la poetisa chilena, fue «el único romántico digno de sobrevivir en la América criolla» (Mistral, 2001, 22). De ese romanticismo fogoso, como lo llama Gabriela Mistral, surgen las apasionadas e intensas denuncias que permean las páginas martianas. Pero del modernismo, que se anunciaba ya en el horizonte, surgen las imágenes llenas de colorido, de sensaciones, de metáforas y símiles desbordantes. Sin embargo, su verbo está tan marcado por la intensidad con que vivió desde siempre, por la multiplicidad de experiencias y de facetas que alcanzó, que es difícil pensar en que Martí responde a un estilo. Sería más correcto pensar en los estilos que responden a él en sus diversas circunstancias literarias y vivenciales. El proceso de creación estética de El presidio político... se asemeja mucho a un volcán que ha estallado en la furia de la indignación que representan los sucesos que lo motivan. Por otro lado, el carácter testimonial de Presidio Modelo refleja una labor más metódica y organizada de creación. También un universo lingüístico más variado, por la multiplicidad de voces que conforman el texto: del narrador-testigo-protagonista, de los narradores secundarios, de los testimoniantes, de los documentos citados, del hombre encerrado en su furia y en su indignación, del hombre común y corriente. El lenguaje responde, en muchas ocasiones, a propósitos calculados de explicación de conductas, caracteres, comportamientos. Sin embargo, coinciden también en el texto discursos de excelente calidad poética, de sorprendentes y novedosas metáforas, así como también de la más violenta y apasionada indignación. Presidio Modelo y la literatura testimonial Habiendo establecido, desde un principio, el carácter de literatura testimonial de Presidio Modelo, nos resta volver sobre el texto para determinar los rasgos que se encuentran presentes en él. Para facilitar el acercamiento a este tema, enumeraremos las características más comunes del género testimonial, y proveeremos, mediante citas directas o indirectas, según sea el caso, fragmentos ya citados del texto que sustenten dichas características. Atención a los sectores marginados de la sociedad Aparte de su experiencia personal en la cárcel, Pablo de la Torriente se siente comprometido, al igual que Martí, con «echar su suerte con los pobres de la tierra». En carta escrita a José María Chacón y Calvo, con fecha del 30 de diciembre de 1935, expresa: «Yo tomé compasión de la gente humillada y olvidada de este mundo sometida a todos los terrores y a todas las vejaciones. En Cuba hay Sociedades Protectoras de Animales, pero no hay ninguna que se ocupe de los presos» (PM, 466). En el capítulo XXXI de Presidio Modelo, Pablo de la Torriente nos habla de la simpatía que siente por los que él llama «los hombres azules»: Nosotros nos inclinamos hacia los hombres azules, los infelices abandonados en el bosque de los espantos, sin más armas que su terror, su impotencia y su silencio, por el mismo impulso que nos llevara a simpatizar con el marxismo militante al lado de los oprimidos del mundo: por ese impulso humano que se siente por el débil, por el esclavizado. (PM, 315) Desaparición de los límites entre lo literario y lo no literario Presidio Modelo tiene su génesis en una investigación que Pablo de la Torriente inició, a su regreso a Cuba de su primer exilio. En este proceso, recopiló documentos, examinó expedientes, visitó nuevamente los escenarios de los sucesos, oyó testimonios e, incluso, estuvo presente en algunas sesiones del juicio a Castells. En este sentido, el texto es un documento histórico que se basa en una investigación objetiva, sustentada con evidencia testifical y documental. Por otro lado, el manejo del lenguaje, incluso en algunos pasajes que se caracterizan por su objetividad y su veracidad, está siempre enmarcado dentro de un estilo literario pulido, artesanalmente trabajado y con una conciencia muy clara del uso de la lengua como instrumento de creación literaria. Abundan las descripciones cargadas de metáforas, de símiles, de imágenes poéticas, de elementos de intertextualidad. Además, en los relatos, aun en aquellos que se basan en testimonios reales, se destaca el manejo efectivo de los recursos del relato, así como una gran capacidad imaginativa para utilizar la ficcionalización. Algunos relatos, como «El tiempo», «La pupila» y «La mordaza» han sido considerados como muestra contundente de la gran capacidad literaria de Pablo de la Torriente. La precisión de los datos, la exactitud de la información, la confiabilidad de los testimonios, junto con un manejo fecundo de la imaginación y un dominio pleno de los recursos del relato, hacen de este texto un documento testimonial cuya calidad literaria es evidente. Como resultado de ello, se difuminan los límites que separan lo literario de lo no literario. Desaparición del autor como creador En este texto, el autor asume la voz narrativa, pero también la comparte con otros narradores secundarios. A su vez, es testigo y protagonista, uno entre tantos, de los sucesos que narra. Su punto de interés no es el proceso de creación, ni su función como creador. Es la denuncia de los males del presidio. Su función, como narrador-protagonista-testigo de estos hechos es la de cumplir esta función profética. Representatividad de lo individual para el colectivo El texto, aunque contiene elementos autobiográficos, no tiene como punto de atención a Pablo de la Torriente. El autor no hace sino asumir la representatividad de «aquel ejército prisionero, desarmado, roto y macilento» que él veía todas las mañanas, desde su ventana, en un ir y venir de dolor y sufrimiento. En las palabras introductorias a los relatos de la octava parte, dice el autor que tuvo que esperar hasta su salida del presidio, para «cumplir con el deber de escribir por los que ya ni siquiera pueden hablar». Ya en el Prólogo a Presidio Modelo, había anunciado su obligación de asumir la representatividad de los vivos y de los muertos: «Hoy, yo, testigo apasionado, formulo otra vez la denuncia, en nombre de los hombres muertos y en nombre de los vivos, para los que nada he podido obtener todavía, ni siquiera en el orden personal» (PM, 37). Conciencia de voces subalternas Pablo de la Torriente está consciente de que él no es la única voz autorizada del testimonio. Hay otras voces. Están las que él llama de «los hombres del Presidio». Son los presos por delitos criminales, al servicio del capitán Castells, y quienes, con su defensa servil a este, y su comportamiento, no hacen sino añadir datos a la ya contundente evidencia recopilada por el autor. Está la voz del capitán Castells. En sus discursos, en sus conversaciones informales, en sus pensamientos, recogidos en su libreta personal, hay también toda una exposición, en boca del «otro», de los sucesos que motivan este texto. Están «las bestias», es decir los hombres de confianza del temido capitán, y que no son sino reflejo de la personalidad psicopática del director de Presidio Modelo. Están las voces de los presos, cuyos testimonios se dejan oír de forma directa o a través de segundos narradores o del narrador principal. Además, está la voz de los escritos, documentos, expedientes, cartas, que añaden una nota de veracidad y contundencia al testimonio ofrecido. Vocación documental y de comunicación directa Diana Abad nos cuenta que, al regresar de su primer exilio, Pablo de la Torriente se dedicó, entre otras cosas, a la «obtención de las pruebas documentales sobre los crímenes y atropellos cometidos en el Presidio Modelo» (Abad, 128). De esta faena da fe también Carlos Montenegro, al señalar que Pablo, al regreso de su primer exilio, «corrió a la propia madriguera de los crímenes e hizo acopio de documentos que resultaban pruebas irrefutables, y con ellos y con sus recuerdos procedió a la denuncia» (Montenegro, 2001, 105). Su vocación de periodista comprometido con la verdad lo impulsó a esta tarea de recopilación documental. Por otro lado, es evidente la vocación de comunicación directa que manifestó al escribir Presidio Modelo. Primero que todo, se inserta en la tradición del libro como arma de combate y de denuncia. En segundo lugar, su obsesiva preocupación por la publicación confirma su vocación de comunicar la denuncia que el testimonio del Presidio Modelo presentaba de modo explícito. Identificación del autor con los hechos que narra La contundencia de este testimonio sobre Presidio Modelo reside en varias fuentes. Por un lado, en la responsable labor que el autor desarrolló en la recopilación de la evidencia. Por otro, en los testimonios de primera mano que el autor recogió. Pero más que todo, en el hecho de que el autor fue testigo, y protagonista en muchas ocasiones, de los sucesos que relata. En la ya mencionada carta a Chacón y Calvo, dice que tiene la certeza, «después de haber estado dos años en Presidio Modelo», que nadie había sabido antes describir plenamente la vida del presidio. Al final del cuento «La mordaza», el autor describe un macabro desfile de los mandantes que ejecutaban sus torturas con el horroroso instrumento. Pablo de la Torriente los recuerda y los identifica por su nombre. Como también recuerda e identifica a «los infelices atormentados». Los reconoce e identifica porque ha estado allí y ha vivido con ellos la experiencia del presidio. Carlos Rafael Rodríguez piensa que la contundencia de este texto reside, precisamente, en el hecho de que es «el testimonio de un actor», lo que le da «un contenido excepcional a toda su literatura de transcripción de la historia» (Rodríguez, 186). Así lo confirma el propio Pablo en el Prólogo: «En este libro aparecen parte de mis recuerdos del Presidio y parte de las narraciones que escuché de los presos» (PM, 38). Inmediatez con la realidad Pablo de la Torriente estuvo preso durante veintisiete meses exactos, en dos períodos. El primero fue de enero a abril de 1931, y el segundo, de septiembre de 1931 a abril de 1933. Se le permite salir de la cárcel a cambio de un exilio forzado. El 12 de agosto, a la caída de Machado, regresa a Cuba. Ya había publicado varios artículos sobre su primera experiencia carcelaria. También había publicado «La isla de los 500 asesinatos», en el periódico Ahora, entre el 8 y el 24 de enero de 1934. En diciembre de 1934 vuelve a Isla de Pinos a recopilar información para su libro sobre el Presidio Modelo. Al fracasar la huelga de marzo de 1935, tiene que huir y se ubica en Nueva York. En diciembre de ese año anuncia que lo ha terminado. Inmediatamente realiza febriles gestiones para publicarlo. La muerte lo sorprende, en 1936, sin lograr su propósito. Las fechas nos demuestran la inmediatez de los hechos y la cercanía del autor con la realidad que presenta. Propósito de transformación revolucionaria Gabriela Mistral entendió el propósito revolucionario de Presidio Modelo: cambiar la situación calamitosa de las cárceles, no sólo en Cuba, sino en toda la América hispana: «Por encima de las circunstancias políticas, el libro de Pablo, el preso, servirá para purificar las cárceles y métodos carcelarios que son verdaderas calamidades de la América nuestra» (Mistral, 22). Pablo de la Torriente reflexiona que el Presidio Modelo no es un fenómeno exclusivamente cubano o exclusivamente machadista. Es una muestra de cómo el capitalismo ha degradado al ser humano y ha establecido un sistema que privilegia a los ricos y explota y denigra a los pobres. Presidio Modelo es, según el autor, más que una denuncia. Es también un grito urgente de reforma: «La sociedad actual, aunque sea por egoísmo, debe transformar el presidio, de un estercolero en un taller de reparaciones, de donde se pueda extraer hombres para el trabajo» (PM, 45). Si la publicación del libro —pensaba Pablo— lograse la transformación radical del sistema carcelario cubano, representado en el Presidio Modelo, entonces se cumpliría la misión transformadora y revolucionaria de la literatura. Hibridez genérica Como se dijo en el capítulo III, uno de los problemas que presenta la literatura testimonial es el género. Por esta razón, se define el testimonio «como un género poco definible o al menos híbrido» (Nagy-Zemky, 6). Esto es así porque el testimonio comparte rasgos con otras formas, como la etno-historia, la crónica, la autobiografía, el relato y la escritura memorial. El texto de Pablo de la Torriente tiene, como uno de sus elementos característicos, la fusión de varios géneros. Según Hedrika Vidrová, Presidio Modelo se catalogaría como una obra de género híbrido, ya que comparte los rasgos de la prosa narrativa y los de la escritura documental (Vidrová, 1998, 15). En el texto encontramos prosa poética, ensayo de reflexión, narraciones, alegorías, testimonios, guiones cinematográficos y textos documentales. Relación con el habla popular Presidio Modelo está matizado por expresiones del habla popular. No sólo del nivel coloquial, sino también por palabras soeces u obscenas. Este vocabulario responde a la naturaleza social y cultural de los presos por delitos comunes. Pero también a un rasgo de la cubanidad, ya que en el nivel popular se suelen usar interjecciones de esa naturaleza. Ana Cairo destaca, entre los valores del libro, la «gran riqueza para los estudios lingüísticos» y «el adecuado manejo de varios tipos de lenguaje» elemento que, según la estudiosa, sirve para categorizar a los testimoniantes (Cairo, 2001a, 233). Pablo de la Torriente tenía especial interés en preservar este vocabulario, ya que le daría mayor autenticidad a la voz popular representada en el texto. En carta a Gustavo Aldereguía, que citáramos anteriormente, recalca que desea «que se conserve la frase rústica y puerca tal y como está, porque mis personajes no hablan como los de Calderón, sino como ellos son» (PM, 463). Anticipa las dificultades que traerá el vocabulario que usa, pero advierte que no accede «a que se suprima ninguna palabra, por puerca que parezca» (PM, 459). En carta a Joseph Freeman, a quien le interesa publicar algunos de sus relatos, le advierte también que tiene interés en que se conserve el lenguaje de los presidiarios, que se expone con toda crudeza en español y que no encontraría equivalente en inglés (PM, 465). A José María Chacón y Calvo, su apoderado para la publicación, le instruye que haga al libro todas las correcciones pertinentes, «salvo en todo lo que es expresión fiel del lenguaje de los presidiarios, sus costumbres, sus dichos, sus expresiones, etc.» (PM, 467). De esta manera, el texto es un fiel testimonio del habla popular, especialmente de grupos marginados, como los presos. Presencia de testigos auténticos Si hay un elemento que le da validez a Presidio Modelo es la autenticidad de sus testigos. Muchos de estos fueron compañeros de Pablo de la Torriente en sus luchas antimachadistas. Otros aparecen consignados en las listas de fallecidos y de presos políticos en el capítulo X. De muchos de estos testigos oiremos posteriormente, a lo largo de las décadas subsiguientes en la historia de la Cuba contemporánea. Unos participaron en los acontecimientos posteriores a la caída del machadato, como en la llamada Pentarquía: Grau San Martín, Guillermo Portela, José Irisarri y Carlos Mendieta. Otros, según el propio autor lo aclara, murieron, por diversas razones, al salir de la prisión. Nombres como los de Juan Marinello, Raúl Roa, Carlos Prío Socarrás, Alfonso Hernández Catá, Eduardo Chibás, Ramiro Valdés Daussá y el propio Pablo de la Torriente Brau seguirán mencionándose en la vida pública de Cuba en los años posteriores al machadato. Posiblemente el testimonio más impactante de todos sea el del elocuente silencio de la muerte, la de aquellos que no sobrevivieron en el Presidio Modelo. El relato de los testimoniantes es material principal Uno de los elementos más atractivos de Presidio Modelo es que se le da importancia primordial a los testimonios. En su afán de darle validez al texto, Pablo de la Torriente Brau les abre espacio a las voces testimoniantes como materia fundamental de su denuncia. Incluso hay espacio para el testimonio de los otros, «los malos». Así, oímos la voz de los que el autor llama «las bestias», los testaferros de Castells, las voces de los mandantes, la voz del propio Castells y de sus principales hombres de confianza. Oímos a los presos comunes contar sus historias y las ajenas, pero igual de válidas. Aun los espacios que se dedican a documentos que pudieran ser extensos o muy prolijos, cumplen una función testifical muy válida. Es el testimonio silencioso de la palabra escrita que cobra igual valor e importancia que la palabra hablada. Sobre todo cuando se trata de cartas personales de los presos o de sus familiares. El relato se atiene a los hechos que representa y le imprime sentido histórico a la realidad Para asegurar la adhesión del relato a los hechos presentados, Pablo de la Torriente Brau se dedicó a recuperar la historia que, aunque cercana, estaba muy lejana en comparación con el dolor no consolado y las injusticias no resueltas que representaba la continuidad del Presidio Modelo y sus prácticas antihumanas. Por eso, el autor se documenta, recupera testimonios, visita el escenario de la tragedia, corrobora fuentes. De esa manera se asegura la veridicción del relato. Pudiera pensarse que hay algo de dramatismo, de exageración, de impresionismo en los relatos. Pero ahí están los testimonios objetivos, dentro de la objetividad que tolera la injusticia. Relatos sobrios dentro de la sobriedad que tolera el abuso. Relatos imparciales dentro de la imparcialidad que tolera el crimen oficial de la máquina de guerra del Estado. Aun cuando, según los teóricos, «verdad» histórica no es elemento sine qua non del relato testimonial, Presidio Modelo tiene un alto compromiso con la veridicción. No hay otra opción. La indignación, el estupor, el sobrecogimiento que producen los sucesos no distorsionarán la voz que se comprometió a dar testimonio del crimen y a denunciarlo. Aventuras del soldado desconocido cubano Aventuras del soldado desconocido cubano es la única novela escrita por Pablo de la Torriente Brau. La obra quedó inconclusa a la muerte del escritor, al inicio de su participación en la Guerra Civil española. Raúl Roa fue la persona responsable de conservar el manuscrito. Lo recibió de manos de José L. Galbe, fiscal del Tribunal Popular de Madrid durante la guerra. En las palabras iniciales a la primera publicación de la novela, Raúl Roa asume la responsabilidad de esta publicación al contarnos que fue designado por el propio Pablo de la Torriente para recoger y publicar sus «papeles», si el autor no regresaba vivo del frente de guerra. Roa detalla el plan que se proponía desarrollar para publicar todos los escritos del autor cubano. El prologuista compara este texto con otras dos obras sobre la Primera Guerra Mundial, famosas desde su publicación: Sin novedad en el frente, de Erich María Remarque, y El fuego, de Henri Barbusse. Ambas serán comentadas brevemente más adelante. Roa reconoce la valía de estas obras, como iniciadoras del género de la novela de guerra, y lo consagran. Sin embargo, establece que ninguna logra «desembarazarse totalmente del virtuosismo profesional que asoma la oreja pulida a cada vuelta de hoja» (Aventuras del soldado desconocido cubano, 2000, 32).1 Destaca el político e intelectual cubano la presencia dominante del personaje, el hombre, el revolucionario, sobre el escritor, el artista, en la novela cubana. Por otra parte, destaca la actualidad de la novela y su pertinencia en los tiempos en que se publica (1940), que responden a la situación de tensión que vive el mundo, a causa de la Segunda Guerra Mundial. Lo que se narra y se denuncia en Aventuras del soldado desconocido cubano «está ahora aconteciendo de nuevo» (ASDC, 32). También compara, quizás para justificar la participación de Pablo de la Torriente en la contienda española, los propósitos de ambas guerras. En Europa se pelea, según Roa, para perpetuar la guerra. En España se peleó para extirparla radicalmente. Define la guerra española como «una pelea en función de la humanidad, una guerra contra la guerra, una guerra por la paz y la justicia» (ASDC, 33). Desde este punto de vista, la muerte del ilustre cubano fue heroica, ya que se produjo en medio de la lucha por cambiar el sistema que la engendró y que la sustenta. Esta postura es la única válida, según Raúl Roa, y debe ser imitada a la luz de la inspiración que nos produce la heroica vida del héroe de Majadahonda. 1 Todas las citas de Aventuras del soldado desconocido cubano corresponden a esta edición. A partir de ahora, se señalará la sigla ASDC y la página. Antinovela y novela de guerra La novela «es una ficción, una reorganización artificial de la materia prima de la vida», según Bree y Guitar. (Langowski, 1982, 136). Según Julio Calviño, en su estudio sobre La novela del dictador en Hispanoamérica, «la novela, como simulacro de la realidad, se hace lectura analítica y creativa de la objetividad y de la sintaxis social, en cuanto respuesta condicionada, estilísticamente considerada, por un proceso determinado sin el cual no puede adecuarse formalmente, ni significar» (Calviño, 1985, 7). Por esta razón, el texto novelístico produce «simultáneamente, un efecto de realidad y un efecto de ficción, y es, simultáneamente, una biografía y una crónica social» (Calviño, 8). Añade el estudioso que, en Hispanoamérica, no hay obra o escritor importante que no se vuelque sobre la realidad social americana, y hasta los más evadidos tienen un instante apologético o crítico frente a las cosas y a los gestos (Calviño, 9). Los surrealistas, en el siglo XX, en su afán de ir más allá de la realidad de la vida racional, querían romper todas las reglas comúnmente aceptadas. Para ellos, el arte constituye una gran parte de la vida, y puesto que consideran la vida como una burla, como un juego absurdo, piensan que se debe tratar el arte del mismo modo. Por esta razón, Cortázar escribe una «novela cómica», lo que no significa «chistosa»: refleja la idea de lo absurdo. En Rayuela, se usa «la ironía, la autocrítica incesante, la incongruencia, la imaginación al servicio de nadie» (Langowski, 139). Cortázar utiliza imágenes contradictorias, ridículas, alucinantes, cómicas. También usa clisés, retruécanos, palabras inventadas. Los juegos en su novela permiten una realidad ideal. Son un medio para enfrentarse a lo absurdo de la vida. Para Langowski, Rayuela es un excelente ejemplo de antinovela. Es conveniente recordar que la antinovela, tan cultivada por los escritores del «boom» hispanoamericano, tiene sus orígenes en la prosa vanguardista. Ramona Lagos ha señalado cómo Borges cultivaba el concepto de «literatura como juego» al escribir El truco. Esta novela se convierte en un juego de adivinanzas para el lector (Lagos, 1986, 87-96). De igual manera, Graciela Maturo ha destacado el carácter paródico y farsesco de este tipo de novela, al analizar Débora, del ecuatoriano Pablo Palacios (Maturo, 1986, 43-52). Merlin Foster en su estudio sobre la narrativa de Vicente Huidobro, destaca la parodia, el humor y la burla de los géneros novelescos tradicionales como los elementos predominantes de esta narrativa (Foster, 1986, 97, 103). Conviene tener en cuenta estos conceptos a la hora de enfrentarnos a la novela que nos ocupa. En ella encontraremos, por un lado, una lectura analítica de la realidad política que enfrenta el mundo, Cuba incluida, por razón de la Primera Guerra Mundial. Aventuras del soldado desconocido cubano se convierte en una crónica de la sociedad mundial de la segunda década del siglo XX. Por otro lado, dicha crónica está enmarcada en una reorganización artificial, vía la ficcionalización. Pero esta no sigue los cánones establecidos por la tradición literaria: responde a las nuevas tendencias de la vanguardia. Especialmente, aquellas que proponen, no sólo un nuevo modo de novelar, sino un nuevo concepto de la novela. Luis Alberto Sánchez define como novela de guerra aquella que «predominantemente se ocupa de los actos y actores bélicos, surgidos de un conflicto internacional» (Sánchez, 1976, 359). Distingue estas como históricas, si tratan de guerras lejanas, y políticas, si lo hacen sobre un pasado inmediato. Según el estudioso de la literatura hispanoamericana, las novelas de guerra tienen rasgos distintivos muy propios. Se caracterizan por narrar hechos externos, escarba en la sensibilidad de los protagonistas, exalta el sentimiento colectivo, suscita el espíritu de revancha, despierta el nacionalismo victorioso; sus finalidades brotan del conflicto bélico y recaen sobre él, o sobre uno similar y futuro (Sánchez, 360). En los comentarios que haremos sobre Aventuras del soldado desconocido cubano, tendremos presentes varias novelas de guerra escritas a partir de la Primera Guerra Mundial, relacionadas con este hecho histórico. Estas son Sin novedad en el frente, del alemán Erich María Remarque; El fuego, del francés Henri Barbusse; Adiós a las armas, del norteamericano Ernest Hemingway; y El blocao, de José Díaz Fernández. Sin novedad en el frente es la más famosa novela sobre la Primera Guerra Mundial que se haya publicado. En su primer año de publicación se vendieron 1,2 millones de copias, lo que habla de su popularidad. La novela trata sobre las peripecias de la guerra en torno a la figura de Paul Braumer, cuya compañía ha sido casi totalmente aniquilada al inicio de la novela. Braumer, al igual que sus compañeros de clase, y un hombre mayor, Katzinsky, fueron influenciados por su maestro para que se incorporaran al ejército y pelearan por Alemania. Una vez en el frente, y ante los infortunios que sufren, Braumer y los suyos cuestionan la racionalidad y la justificación de la guerra. Paul es herido, a su regreso de un pase. Convalece en un hospital militar. Lejos de la retórica patriótica, la historia es contada en primera persona, en un estilo suave, casi lacónico. Las crueldades de la guerra y las muertes injustas e innecesarias producen en Katzinsky la siguiente reflexión: «En la próxima guerra, todos los kaisers, presidentes, generales y diplomáticos deben ir al frente a pelear. Esto nos complacerá y nos permitirá estar en nuestras casas». Al salir del hospital, Paul regresa al frente, donde los soldados alemanes esperan por el fin de la guerra. Pero Paul muere, justo una semana antes de firmarse el armisticio. Sobre la novela, el propio autor declaró que con ella se había convertido «en portavoz de una generación que fue destruida por la guerra, aun cuando hubiese escapado de sus granadas». La novela fue llevada al cine. La mejor escena de la película es aquella en la cual Katzinski regresa a su escuela y les dice a los nuevos estudiantes: «Cuando se trate de pelear por la patria, lo mejor es no ir». Por lo tanto, esta novela no es un discurso patriótico sobre la defensa de la patria, ni sobre el heroísmo bélico. Es un discurso antibélico, antiheroico, antipatriótico. Es el discurso de la nostalgia que produce el dolor y la muerte por la guerra. Es también el discurso de la decepción y la frustración que representa tanto dolor y tanta muerte inútil. Tanto el libro como la película le causaron al autor muchos problemas, especialmente durante el gobierno nazi. Henri Barbusse, al decir de Juan Manuel Olarieta, fue uno de esos escritores «que comenzaron mirándose el ombligo y acabó dirigiéndose a un mundo hambriento, necesitado de pan tanto como de paz» (Olarieta, 2004, 1). Criado en un ambiente culto, sus primeras producciones literarias son «una pesada carga de tristeza y desencanto melancólico». Entonces estalla la Primera Guerra Mundial y Barbusse se incorpora al ejército, respondiendo a la propaganda patriótica del momento. En la guerra es herido y condecorado dos veces. Enferma de disentería y es evacuado a un hospital. Allí comienza a redactar El fuego. La novela fue publicada en 1916, y le mereció el Premio Goncourt. Se publicó en España en 1930. Es la novela de los soldados en cajas de pino, de las extremidades mutiladas y de las bayonetas manchadas de sangre. Barbussse se propone desenmascarar la farsa propagandística de los militaristas galos. La guerra, en realidad, resulta ser una carnicería espantosa y estúpida. Barbusse describe el horror, la brutalidad y el fango que marca la vida de los soldados, cuyo destino es el río de sangre con que se alimenta la guerra. Resulta ser una protesta violenta y rebelde contra esa y contra todas las guerras. El blocao, de José Díaz Fernández, es la aportación española a la novela de la guerra en la década de los años 20. Responde a los grandes temas de la novela antibélica europea de posguerra: la pérdida de la inocencia de los jóvenes que están sujetos a las circunstancias bélicas y la brutalización de los hombres, a quienes la guerra reduce a estados casi inhumanos. Los elementos principales de la novela, la fragmentación del tiempo, del espacio, de los seres humanos, responden al caos y al desorden que impone la guerra. El blocao no sigue los cánones de la novela tradicional. No tiene detalles o descripciones agudas de lugares ni de personajes. La metáfora, que es el recurso preferido de los vanguardistas, se usa con propósitos ideotemáticos. Su objetivo es denunciar la escalofriante imagen de los hombres desprendidos de su humanidad por el tedio y la intensidad de la guerra. Aparte de representar el rechazo del canon novelístico decimonónico, El blocao orienta a la novela española hacia el compromiso social, sin sacrificar sus logros vanguardistas. Ernest Hemingway publicó Adiós a las armas en 1929. Esta novela es una conmovedora historia de amor entre un oficial estadounidense del servicio de ambulancias y una enfermera inglesa. La obra no es sobre la guerra, sino que se ubica en el escenario de la guerra. El propio Hemingway nunca participó en combates, aunque sirvió en la Primera Guerra Mundial como chofer de ambulancias, en Italia. Resultó herido de gravedad, y de esta anécdota vital surge la trama de Adiós a las armas. Como podemos ver, la experiencia de la Primera Guerra Mundial no pasó inadvertida para los escritores de la época. La crisis de valores que provocó este hecho sin precedentes, canalizó la angustia, la inconformidad, el desasosiego por la vía de las letras, respondiendo al compromiso social de la vanguardia. Aventuras del soldado desconocido cubano Aventuras del soldado desconocido cubano, la novela inconclusa de Pablo de la Torriente Brau y su primer y único intento de cultivar el género novelístico, está concebida sobre la base de un falso ambiente de narración testimonial y de ficción esencial. El personaje central cumple la función de sujeto entrevistado por el narrador, y relata los acontecimientos vividos y conocidos, en relación con la Primera Guerra Mundial y otros hechos, con «absoluta certeza». Esta certeza se la brinda su condición de «aparición espírita», venido del trasmundo y con un conocimiento pleno de las cosas, dada su trascendencia espacio-temporal. Con estos dos elementos: el carácter testimonial y el personaje de «ultramundo», Pablo de la Torriente logra conjugar la crítica social con la fabulación humorística. La novela está estructurada en un Prólogo y cinco capítulos, el último de los cuales quedó inconcluso a la muerte del autor. El Prólogo plantea, en primer lugar, que Cuba es la única nación del mundo que no ha producido un literatura de guerra. Hemos de recordar las novelas de Remarque, Barbusse, Hemingway y Díaz Fernández sobre el tema de la Primera Guerra Mundial. Ello, señala el autor, a pesar de que Cuba desempeñó un importantísimo papel en aquella guerra. Se refiere el autor a la declaración de guerra por parte del gobierno cubano, contra Alemania. Aun cuando lo enfoca como una broma, el hecho es que la intervención cubana se limitó, por orientación de los Estados Unidos, a producir azúcar para los aliados. A partir de este planteamiento, el autor comienza a desarrollar uno de sus más estupendos recursos, el humor. La historia adquirirá carácter de parodia, de burla, de desacralización, de desmitificación. Su primera burla tiene que ver con la Enmienda Platt y la «ventaja» que representó para los Estados Unidos el que los cubanos accedieran a «firmarla». La Enmienda Platt ha resultado, según el irónico Prólogo, un estado de seguridad militar y económica para los norteamericanos, frente a la amenaza que representaba que Cuba decidiera hacer pactos con otras naciones y le negara al pueblo de los Estados Unidos la seguridad que le brindaba su «relación» con Cuba. El caso de los pueblos pequeños, tema central de otro de los planteamientos de la novela, se presenta aquí de modo irónico. Los aliados luchan por «la libertad de los pueblos pequeños». Los Estados Unidos tratan de igual a igual a Cuba por virtud de la Enmienda Platt. Aun cuando se les olvida consultar con su socia en la política internacional, y le declara la guerra a Alemania, frustrando las intenciones cubanas. La dolorosa figura del presidente Menocal, paseándose por El Vedado, cuando no por Miami Beach, contrasta con la gloriosa figura del triunfante presidente Wilson. La parodia de la historia sigue con el argumento de la derrota «por control remoto» que los cubanos les infligieron a los alemanes por su condición de pueblo desconocido y escondido. El hecho de ser Cuba un pueblo desconocido, les provocó «un shock moral» a los alemanes. Que los cubanos, por millares, evadieran el servicio militar casándose, no hace sino evidenciar los principios fundamentales de la guerra. El primer principio es: «La guerra, pues, no es sino el arte de ocultarse bien». El segundo principio es semejante: «Pueblo que se esconde, pueblo vencedor es» (ASDC, 41). La siguiente parodia tiene que ver con la historia económica de Cuba, y la industria del azúcar. La compra de azúcar cubano por parte de los aliados, les permitió a estos sustentar a sus soldados con café endulzado. Por el contrario, los alemanes no tenían acceso al azúcar cubano, razón por la cual fueron vencidos, más por el sueño que por las balas de los aliados. De esta manera, el azúcar cubano fue el héroe indiscutible de esta guerra. El último planteamiento del Prólogo es una crítica al estado de abandono e ignorancia en que el pueblo cubano tenía a su literatura, a su arte, a sus prohombres y a su cultura en general. Esta es la razón por la cual Cuba, a pesar de su digna tradición bélica, no posee ni ha cultivado la literatura de guerra. Esta situación valida la novela como la gran aportación cubana a la literatura de guerra, «réplica cubana de Sin novedad en el frente». Sobre todo porque Cuba se mantenía con un retraso proverbial en relación con los movimientos culturales de otros pueblos. La validación de esta obra como la máxima aportación cubana a la literatura mundial está sustentada por la naturaleza espírita de su personaje, su total ignorancia de las famosas novelas de guerra de la época, y por la cubanidad de su protagonista, Hiliodomiro, quien en definitiva encarna la esencia del ser cubano: el relajo o choteo. Todos estos elementos les dan a los cubanos el privilegio de convertirse en «los iniciadores de una nueva corriente literaria» (ASDC, 48). El capítulo I se centra en la figura de Hiliodomiro del Sol, el Soldado Desconocido Cubano, y la intención del narrador de que este personaje sea conocido por todos, así como dar a conocer este relato con un peso determinante de verdad histórica: «Y por eso me he dispuesto a dar a conocer, con la exactitud que demanda la historia, la biografía de un ente» (ASDC, 49). En una nota al calce en la página 58 del texto, el narrador reitera su «compromiso con la verdad histórica»: Yo, al transcribir, con toda la fidelidad que reclama la historia, estas declaraciones, que no dejan de parecerme un tanto cínicas, del Soldado Desconocido, comprendo que me escapo de recibir el día menos pensado la cruz de la Legión de Honor [...] Pero el historiador todo lo debe arrostrar por el esclarecimiento de la verdad. (ASDC, 58) Ya anteriormente nos ha dicho que Aventuras del soldado desconocido cubano es un libro «de rigurosa fundamentación científica y cimentado, principalmente, en revelaciones espíritas, ciencia en la cual los aportes cubanos marchan a la cabeza del mundo» (ASDC, 44). Para acentuar esta «verdad histórica» sobre el Soldado Desconocido Cubano, el autor se encargará de darnos detalles fidedignos de las circunstancias en que lo conoció: 4 de julio, en la ciudad de Nueva York, en el Club Cubano Julio Antonio Mella, en la Quinta Avenida y la 116. Para reforzar más la nota veraz del relato, resulta que el narrador y el personaje se han conocido de antemano. Ambos vivieron en Santiago, cuando el narrador era muy joven y el personaje algo mayor. El vínculo que los ata es la figura de don Félix de la Torriente (referencia al padre de Pablo), que tenía un colegio en Santiago, y la evocación de la niñez y la infancia que produce el encuentro entre narrador y personaje. Ese encuentro pone de relieve dos rasgos importantes de la narrativa de Pablo de la Torriente. Uno es el tratamiento diferenciado de la historia, y su relación con la ficción. No es la historia inventada, sino como material integral del relato ficticio. El otro es la ubicación, como en textos anteriores, de Pablo de la Torriente en la perspectiva múltiple de autor-personaje-narrador de este relato. A partir de este momento, el capítulo está saturado de elementos de humor muy marcados. La comicidad, la ironía y la burla y desacralización de valores y símbolos están presentes en todo momento. Todo adquiere un tinte de disparate cómico. La historia del Soldado Desconocido y su ascenso heroico es una farsa. Aun así, trasciende el propósito aparente de burla y escarnio, para convertirse en una violenta sátira contra la guerra y los valores convencionales que encarna, valores tales como el heroísmo. Podemos anticipar que Hiliodomiro alcanza su «estatura heroica» por los avatares del destino, y su fama es producto de las confusiones que generan, entre otros factores, las diferencias de cultura y de lenguaje entre el «héroe» y los que lo consagran como tal. Hiliodomiro llega a Nueva York huyendo del servicio militar obligatorio impuesto por los norteamericanos, para caer en una redada de hombres aptos para el servicio militar. En el adiestramiento, golpea con violencia a un entrenador, acción que se toma por señal de «temperamento combativo y valeroso», por lo que es enviado al frente de batalla. El desfile hacia el barco que lo llevará a Francia es hilarante. A lo largo del desfile, y en medio de los vítores del público, los gritos del Soldado Desconocido son una galería de insultos: «¡Me cago en Dios!», «¡Muera Francia!», «¡Muera Washington, coño!», «¡Partí’a de cabrones!», (ASDC, 55). El paso frente a la Estatua de la Libertad provoca otro aluvión de obscenidades: «¡Adiós, hija de la gran puta...! ¡Ojalá te destroce un avión, so cabrona!...» (ASDC, 56). A lo largo del texto, encontraremos esta transgresión y desacralización de la historia a través del lenguaje obsceno. El Cid «se caga en Dios», el guardia que vela el Cementerio de Arlington es «un cabrón», el soldado alemán «era un maricón», y otras palabras como puta, carajo, meaba. Las reacciones del público, que no entendía los insultos del «héroe», rayaban en la histeria colectiva y elevaban su estatura heroica ante los ojos de los oficiales y ante el pueblo. «Y así —nos relata Hiliodomiro— comenzó mi carrera de héroe de guerra» (ASDC, 56). Se parodian los grandes héroes representativos de la contienda: Lafayette y Washington. Ante el reclamo de que la intervención de los Estados Unidos en la guerra es una forma de pagarle a Lafayette la deuda contraída durante la guerra de independencia, la reacción del personaje es irreverente: «Yo, para contribuir a pagar la deuda a Lafayette, in mente, me propuse un festín de francesitas» (ASDC, 58). La crítica en torno al prejuicio y la ignorancia de los pueblos grandes sobre la cultura y las tradiciones de los pueblos pequeños es toda una comedia. El personaje canta una popular melodía, «La Chambelona». Al preguntársele sobre ella, responde con desparpajo que esta canción era «el grito de guerra de los feroces indios siboneyes, cuyo desayuno consistía en un daiquirí de corazón de español y pólvora de arcabuz» (ASDC, 59). Otros comentarios acentúan su condición de antropófago, y lo envían a servir a los hospitales, lejos del heroísmo del frente de batalla. El último planteamiento de este capítulo tiene que ver con el concepto del honor. Desde su posición de servicio, Hiliodomiro no tenía opciones para el heroísmo bélico. Sucumbe a una epidemia de influenza. Camino al cementerio, su séquito es bombardeado, e Hiliodomiro pierde su identificación. Se hace un paréntesis para reflexionar sobre la Primera Guerra Mundial. Se compara con «un matadero en donde el heroísmo revistió forma negativa [...] la resistencia a rebelarse» (ASDC, 61). Sólo los rusos, que se «rajaron» muy temprano en la guerra, alcanzan, según el personaje, estatura heroica. Los pueblos toleran las guerras porque son recompensados «con la leyenda de los héroes». A falta de héroes reales, se inventa la leyenda del Soldado Desconocido. El proceso de selección del candidato idóneo se dificulta por los destrozos que causaba la artillería en los cementerios, planteando problemas de identificación de los candidatos. Después de haber rechazado esqueletos de negros, Hiliodomiro se convierte en símbolo del Soldado Desconocido norteamericano, en medio de una ceremonia que lo exalta como un héroe más grande que Lafayette y Washington. Después de varios discursos sobre su heroísmo, la ceremonia acaba con el del General Pershing, quien coloca al «héroe» desconocido a la altura de un Lincoln, un Edison o un Ford. A partir del segundo capítulo, la parodia de la historia, de sus hechos y de sus personajes, se convierte en el tema central. El escritor reafirma su intención, tantas veces manifiesta, de mezclar realidad con fantasía, de tal manera que la despedida de los personajes se da en circunstancias en que Hiliodomiro desaparece introduciéndose en el mármol de su estatua en Arlington, como un Convidado de Piedra a la inversa. Luego reaparece en el próximo encuentro que tiene con el narrador. Su salida de la estatua de mármol confirma la validez de la experiencia espírita como «fuente» de realidad histórica, según el narrador. Por eso le advierte Hiliodomiro: «Y que no se te ocurra en tu libro hacer ninguna alusión despectiva al espiritismo, porque entonces le va a quitar verosimilitud a todo esto» (ASDC, 67). Se hace un recuento biográfico de los soldados desconocidos que comparten con Hiliodomiro esa condición tan «honorable». Se enfatiza la forma heroica en que estos «héroes» han alcanzado su sitial. El soldado desconocido alemán era un pacifista francés al que fusilaron por equivocación, al sorprenderlo huyendo con uniforme alemán. Este fue sustituido por un alemán, cuya historia nos recuerda a un personaje de Sin novedad en el frente. El alemán era un cobarde que rehuyó la guerra y murió de disentería, escondido en la retaguardia. El italiano no era italiano, sino tirolés. Era un ladrón que robaba productos médicos de los soldados heridos. Termina envenenándose por error. El verdadero Soldado Desconocido italiano era un mago, que fue sorprendido por el enemigo austriaco en la trinchera, mientras trataba de soltarse las sogas con las que se había amarrado en su último acto de magia. El inglés murió, botando esputo por la boca, a causa de sus aventuras con mujeres francesas e inglesas. El francés fue sorprendido, abandonado por sus compatriotas, huyendo de un hospital bombardeado por los alemanes. Los franceses que habían huido antes que él lo sorprendieron. Llevaba en sus manos un cubo de yodo y una brocha, que los franceses confundieron con una bomba. Alegando que era un traidor, lo mataron. Luego, un bombardeo destrozó su cuerpo, y no hubo manera de identificarlo, salvo por una inscripción en tinta china en sus calzoncillos: la Declaración de los Derechos del Hombre. De esta manera, se retoma el tema del heroísmo, que se había planteado anteriormente. Las muertes «heroicas» de estos soldados desconocidos confirman la realidad de que las guerras no producen héroes, sino víctimas. En segundo lugar, la institucionalización del Soldado Desconocido se ha convertido en un «racket», que sólo ha beneficiado a escultores, pintores, dueños de canteras, periodistas y políticos. Según Hiliodomiro, «La heroicidad, como casi todos los oficios, está en crisis. Hay exceso de producción» (ASDC, 88). La competencia y el hambre de publicidad están en el orden del día. Sobre todo, piensa Hiliodomiro, la crisis mayor de heroísmo la tienen los Estados Unidos. Esto, a pesar de que él representa el Soldado Desconocido norteamericano. La mayoría de los «héroes» norteamericanos están «metidos a estrellas de cine, con Valentino y comparsa» (ASDC, 92). Aun Lafayette, quien, sin ser norteamericano, pudiera ser considerado un héroe para los Estados Unidos, anda huyendo, «y su fama la tiene por lo que no hizo, y no por lo que hizo» (ASDC, 93). El capítulo cuarto es una reunión, de carácter paródico de personajes históricos, en su gran mayoría. Hiliodomiro aprovecha esta reunión para satirizar sin piedad a algunas de las figuras más importantes del canon histórico. Este capítulo es una crítica a la Liga de las Naciones y su fracaso en lograr armonizar acuerdos entre los diversos países y evitar una segunda guerra de carácter mundial. En esta reu-nión, el Cid «se caga en Dios» y amenaza con retirarse de la asamblea de los héroes de guerra, si no prevalece el orden. Aníbal el Cartaginés discute con Alejandro Magno, imputándole ser conquistador de «pueblos pendejos». Julio César es «un maricón» que «tenía por marido al feroz y gigantesco Maximino», y aseguraba «que lo único que le interesa de Napoleón son sus cuerpos de hermosos y gigantes granaderos de la Guardia Imperial». De esta manera desfilan los grandes personajes de la historia antigua, de Grecia, de Roma, de la época medieval, de Francia, de Alemania. Los que peor salen en este inventario, como colectividad, son los españoles, quienes son «una partida de estúpidos incapaces» (ASDC, 93). El capítulo V quedó inconcluso. Es penoso, porque se atenúa la nota humorística y paródica para concentrar la atención en lo que sería, según lo confirmaron los hechos posteriores, una dolorosa profecía del destino de Europa y el mundo en los próximos años. En este capítulo se presentan dos planteamientos importantes. El primero de ellos, la inevitabilidad de un segundo conflicto internacional. Cuestionado Hiliodomiro sobre su apariencia física, ya que se ve desmejorado y enfermizo, respondió que la causa de su estado era la guerra, y la situación de tensión que representaban las amenazas cruzadas entre las potencias europeas y el fracaso de la Liga de las Naciones. La cuestión de una posible nueva guerra mundial, dice Hiliodomiro, «nos tiene a todos nerviosos hace años». Los movimientos políticos y militares de Mussolini y la presencia de Hitler en el panorama europeo despiertan la sospecha de una nueva crisis mundial. El segundo planteamiento es la reflexión sobre la guerra. A pesar de la hilaridad que algunos pasajes provocan y de la parodia continua que el texto exhibe, hay una conciencia social y política muy profunda. No es sólo la percepción de la realidad histórica del momento y su posible desarrollo. Es también la conciencia, presente ya en Sin novedad en el frente, El fuego y El blocao, de que la guerra es un acto inútil. Aunque el análisis se hace desde el argumento del desempleo que provocaría otra guerra a los soldados desconocidos, la realidad es más seria y profunda. La guerra es una carnicería, en la cual no hay héroes, sino ovejas sacrificadas. Las guerras, hasta el momento, no han significado la liberación de los pueblos, sino una puesta en práctica de una «teoría demagógica y endemoniada», que causará estragos a todos por igual. «Por eso —dice Hiliodomiro— nuestra oposición a la guerra; oposición a la muerte». Esta oposición a la guerra, frente a la decisión de su autor de pelear en España, ha sido comentada en las palabras introductorias de este capítulo. Para la crítica cubana María del Carmen Víctori, Aventuras del soldado desconocido cubano es una «novela insólita» (Víctori, 2001, 242). Según la estudiosa cubana, la novela, de singular fuerza expresiva, le imparte un nuevo acento a la narrativa nacional cubana, al elaborar un tema histórico tan importante, con un enfoque nuevo, en el que señorean el humor popular, la jarana, el choteo, todo esto sin menoscabo de la precisión histórica y el detalle veraz (Víctori, 242). La novela está concebida a partir de la contraposición entre el falso ambiente testimonial y la ficción literaria. Sobresale su personaje central, en función de sujeto entrevistado. Se conjugan, de esta manera, la crítica social, el análisis histórico, la parodia de la historia y la fábula humorística. El texto se basa en el contrapunteo entre la realidad y la fantasía, entre un realismo crítico y otro mágico. De esta manera, el autor enlaza nombres reconocidos en el canon histórico, junto con personajes ficticios, hechos relevantes de la historia antigua y moderna con otros ficcionales. Los elementos históricos la acercan a la novela realista española; los paródicos y de farsa, a la antinovela vanguardista. Según Víctori, una de las aportaciones más originales de esta novela es su personaje central. Hiliodomiro «encarna, con soltura y fluidez, un individuo típico dentro del contexto de la jocundia cubana, producto de las difíciles condiciones de vida de las capas populares de la población, que habían de tomar a juego su suerte para poder subsistir» (Víctori, 248). La crítica compara esta novela con La vuelta de Chencho, de Carlos Enríquez, escrita en 1942 y publicada en 1960, que trata sobre los barrios pobres y la vida sórdida y miserable de los personajes, cuyo acontecer violento es aprehendido a través de imágenes cargadas de expresionismo. Aventuras del soldado desconocido cubano aparece en una época cuando en Cuba predominaba el cuento como forma narrativa privilegiada. La novela se aleja de las normas naturalistas prevalecientes en la narrativa cubana de la época. Una de sus mayores aportaciones, según María del Carmen Víctori es su propósito de «enseñar cómo somos y cómo hemos actuado» los cubanos, especialmente frente a los Estados Unidos y sus pretensiones imperialistas con Cuba. En este sentido, la novela es una amplia denuncia al imperialismo norteamericano y a los métodos de dominación que estos emplean en contra de los «pueblos pequeños». El humor que emplea Pablo de la Torriente, y que permea todo el texto no es nuevo en su narrativa, y mucho menos en su personalidad burlona, humorística, satírica. Su humor era espontáneo, parte integral de su personalidad. Jaime Sarusky describe al autor como «siempre listo para la broma y el chascarrillo que, como buen criollo, aparecía en los momentos más duros y tensos. Para él, la personalidad cubana, muy parecida a la suya, era burlona y agresiva» (Sarusky, 2001, 263). El propio Pablo de la Torriente ha confirmado este sentido del humor en carta a Ramiro Valdés Daussá, de junio de 1935, escrita en Nueva York: «Al público de aquí le ha caído en gracia mi habilidad para insultar a los que odio [...] Además, me doy gusto burlándome de todos los cabrones del teatrillo político nuestro» (Sarusky, 263). En su ensayo «Pablo entre la broma y la muerte», el periodista cubano Manuel González Bello analiza la naturaleza y función del humor en Pablo de la Torriente. Nos dice que uno de los matices más sobresalientes de la copiosa personalidad de Pablo era el humor (González Bello, 2001, 309). Añade: «En Pablo, broma no quiere decir choteo e irresponsabilidad, desmesura y superficialidad» (González Bello, 309). De esta manera, explica la profundidad con que Pablo de la Torriente analizará el fracaso de la huelga del 35, o el rumbo incierto de la revolución, o la importancia de la guerra española para el mundo. Esta visión del humor aclara el sentido de los planteamientos del autor en su novela, a pesar de la hilaridad de algunas de las situaciones que presenta y de algunos de los comentarios que hace. Para González Bello, Pablo de la Torriente no era el típico embromador cubano, que no podía ver nada a través de la óptica de la profundidad y la pertinencia. El suyo era un humor «refinado, muchas veces sutil, siempre de una ingeniosidad sorprendente [...] Más dirigido a lo personal, a lo humano, a lo cotidiano» (González Bello, 313). Concluye su ensayo señalando que uno de los legados más importantes de Pablo de la Torriente es «un sentido del humor [...] que incluye el optimismo, la perseverancia, la capacidad para levantarse de la caída y proyectarse hacia el futuro como ente humano y social» (González Bello, 339). Mariana Serra García nos dice: «El discurso político de Pablo entronca, además, con una tradición de humorismo político que se remonta al período colonial en el teatro y en la prensa, y que tuvo como antecesores inmediatos obras de este corte escenificadas en el Alhambra, o las caricaturas de La Política Cómica» (Serra García, 2001, 144). Relacionado con el desarrollo histórico del humor como arma de denuncia política, dice la crítica Serra García que en el discurso político antimperialista de la década de los 20, «los de Raúl Roa y, sobre todo, de Pablo resultaban sui generis por el registro humorístico [...] Es labor amarga que suscita la tragedia republicana, resultado de la frustración del proyecto martiano y la manipulación de su ideario» (Serra García, 143). «Humor, parodia y carnavalización» describen la política como farsa y articulan un discurso de la frustración, pero que a la vez legitimizan el choteo como rasgo idiosincrásico del pueblo cubano: decir en broma las cosas más serias. Para Ana Cairo, Aventuras del soldado desconocido cubano, Presidio Modelo y «Álgebra y política» son las aportaciones de Pablo de la Torriente a la vanguardia cubana (Cairo, 2001, LXXXIX). Al enjuiciar la vida y la obra de Pablo de la Torriente Brau, Carlos Rafael Rodríguez emite varios criterios sobre la única novela del malogrado escritor: «Una vez dije —no sé si por escrito, pero recuerdo haberlo dicho— que Aventuras del soldado desconocido cubano es parte de la picaresca española. Si alguna literatura podemos tener como referencia de las Aventuras... es la picaresca española, por la manera de reaccionar ante los acontecimientos» (Rodríguez, 2001, 188). Al preguntársele cuál de las obras de Pablo de la Torriente le impactó más, coloca en primer lugar a Presidio Modelo, y Aventuras del soldado desconocido cubano como su segunda preferencia: «Después, la novela del soldado desconocido —esa gran «coña» como tú recuerdas que Pablo decía» (Rodríguez, 192). Raúl Roa piensa que esta novela es «una farsa novelesca que es, sin duda, su más acabada realización literaria» (Roa, 1999, 107). Pablo de la Torriente Brau y la vanguardia La obra literaria de Pablo de la Torriente Brau se inicia dentro de los moldes de la vanguardia literaria que ya empezaba a ejercer su influencia en la literatura cubana. Cabe recordar que este fenómeno literario se da en circunstancias en que la situación política cubana hacía crisis. Hemos establecido ya las condiciones políticas que se desarrollaron en Cuba en las primeras décadas del siglo XX. Esta situación se debió, en primer lugar, a la intervención militar de los Estados Unidos en 1898. Aun después de la salida del ejército invasor, la Enmienda Platt propició la intromisión norteamericana cada vez que lo creyeron conveniente y necesario para sus intereses. Luego surgió el fenómeno de la república mediatizada. Durante este período, los gobernantes cubanos estuvieron a merced del control que los Estados Unidos ejercían sobre ellos, so pena de verse desprovistos de su posición de mando. El momento culminante en este proceso fue el surgimiento de la dictadura de Gerardo Machado, quien gobernó férreamente durante los años de 1925 a 1933. La dictadura de Machado provocó la reacción casi unánime de la intelectualidad cubana del momento. Esta se agrupó en torno a líderes como el poeta Martínez Villena, para enfrentar, a través de las armas y de las letras, la tiranía machadista. Esta situación explica la naturaleza particular que tuvo la vanguardia en Cuba, matizada por un fuerte contenido político y de denuncia a la tiranía de Machado. También estuvo matizada por un fuerte contenido ideológico y de denuncia contra el imperialismo norteamericano. Al analizar la vanguardia cubana, algunos estudiosos han planteado su inexistencia, mientras que la mayoría entiende que estuvo mediatizada por la situación política imperante, lo que explica su particular naturaleza. Es por esta razón que, al estudiar los rasgos vanguardistas de la literatura cubana de esta época, encontraremos que o no corresponde en su totalidad a los prevalecientes en otras literaturas coetáneas, o evidencia algunos que le son exclusivos. Al analizar los rasgos que caracterizan la literatura vanguardista en general, vemos que algunos de ellos no están presentes en la literatura cubana de la época, ni en la narrativa de Pablo de la Torriente Brau. Mencionaremos los que sí aparecen en la obra narrativa de este escritor y los sustentaremos con pasajes de sus relatos, así como de Presidio Modelo y Aventuras del soldado desconocido cubano. Demostraremos, de esta manera, la naturaleza vanguardista de la obra de Pablo de la Torriente Brau. Rasgos vanguardistas en la obra narrativa de Pablo de la Torriente Brau Interrelación con las artes plásticas, la música, el cine, la literatura, el deporte y otras actividades humanas. Uno de los elementos vanguardistas en la obra narrativa de Pablo de la Torriente es la presencia de diversos recursos de las artes y el deporte. En el prólogo de Batey, el autor hace alusión a la práctica del deporte de la pelota, circunstancia que le permite conocer a una de las figuras más destacadas de entonces, el poeta Rubén Martínez Villena. De la misma manera, el autor hace alusión a términos deportivos como sports, punch, pelotari y otros. El relato «Caballo Dos Dama» está desarrollado sobre una partida de ajedrez, deporte que practicó el autor, y que en el cuento se convierte en una alegoría de la vida: «el asombroso parecido que hay entre una partida de ajedrez y la vida del hombre sobre el tablero del mundo» (CC, 74). «Páginas de la alegre juventud» (CC, 134-150) es una narración en la cual se usan elementos autobiográficos, y trata de un partido de balompié americano. Abundan en este relato los términos del deporte: gridiron, eleven, touchdown, timekeeper, team, sportmanship, down, quarterback, stand, referee, field judge, lineman, coach, tacklear, blockear, tackles, scrimmage, forward, center, backfield, training, half, cheer, fumble, touch back, time out, fumbleó, side step, straight arm, end run y out side, usados, como se observa, tanto en su forma original como castellanizados. Le dan un sentido de realismo y veracidad muy especial a este relato, el cual, según el autor, no es un cuento, sino pedazos de historia. El mundo del deporte se acentúa con las onomatopeyas de las porristas y las órdenes de formación de las jugadas típicas del fútbol americano. Otro elemento que está presente en la obra narrativa de Pablo de la Torriente es el cine. Como sabemos, este tuvo un impacto enorme en las artes, especialmente en la literatura, durante las primeras décadas del siglo XX. El cine será uno de los elementos más utilizados por el autor en los relatos de Presidio Modelo, como lo hará constar en la Novena Parte, titulada «Escenas para el cinematógrafo»: «Por eso yo quiero que el lector venga conmigo al cine; que me lea con los ojos cerrados... con la imaginación dispuesta a esta tiniebla roja, propia para el salón de proyecciones... ¡La función va a comenzar!» (PM, 412). En el relato «Las pupilas», la fábula nos llega a través de una enorme pupila que se convierte en pantalla de cine: ¡Las pupilas avanzan sobre el espectador... crecen, crecen..., se agigantan... ocupan toda la pantalla con ojos enormes!... No hay más claridad que la que se desprende de ellas... ¡Y en una superposición de imágenes, sobre los ojos dilatados, convertidos a su vez en pantalla, se abre el escenario bárbaro y el cruel y angustioso episodio comienza a desarrollarse! (CC, 199) Por otro lado, la música, una de las aficiones de Pablo de la Torriente, estará presente en su obra narrativa. Servirá de subtítulo al relato «¡Nosotros solos!» (Sinfonía en acero), con sentido literal y metafórico: «Hay en el aire una sinfonía en acero que no conoció Wagner» (CC, 69). El relato «El viento sobre las tumbas» tendrá también un subtítulo musical. Pero se presentará en la transcripción de una partitura musical del Tiempo final de la Sonata no. 2 de Chopin. En «Caballo Dos Dama», se hace alusión a la interpretación de un músico de apellido Orloff, de «La gaviota», de Gluck. A este músico, el público le pide la interpretación de otra pieza musical, «La ronda de los duendes». También se menciona la presencia de un músico de apellido Heifetz, cuya interpretación provoca en el narrador una reacción «vanguardista»: «Hay una lluvia de pizzicatos, dobles, y triples cuerdas, golpes de caja, armónicos y glissandos... Me indigno y le compongo una oda que empieza de esta manera vanguardista: ¡Salve a ti, oh insigne maromero del violín, Paganini sin alma!...» (CC, 78-79). Elementos de intertextualidad, tan vigente en la vanguardia, son la literatura y la historia. De la literatura, haremos mención de la alusión a escritores muy de moda en la época, como Salgari, Julio Verne, Edgar Allan Poe, José Martí, Alejandro Dumas y Mayne Raid. Además, refiere personajes literarios conocidos entonces, como Stoerte Becker, Corsario Negro, Tecumpset, Búffalo Bill y Wenonga. También se usa, como elemento de intertextualidad, la historia, especialmente la de Cuba. Veremos este elemento en varios relatos, como «Caballo Dos Dama» y «Por este argumento sólo me dieron cien pesos». En este último, el argumento que presenta el narrador-personaje al director norteamericano está basado en sucesos de la historia cubana, que, de paso, no tienen ningún atractivo para la industria cinematográfica norteamericana. No podemos pasar por alto el hecho de que es la historia, tanto la cubana como la mundial coetánea a Pablo de la Torriente, el eje central de Aventuras del soldado desconocido cubano. Culto a las metáforas insólitas Los vanguardistas se destacaron, entre otras cosas, por el uso de metáforas novedosas, insólitas. Muchas de ellas estaban relacionadas con la metalurgia, lo mecánico, la técnica y la estética objetual. Encontramos varias en la narrativa de Pablo de la Torriente. De su relato «El héroe», citamos este fragmento: «El viento, como un perro jíbaro, había huido hacia el monte. En el cielo, página fulgurante, el sol semejaba la palabra de fuego de una maldición de luz. Los carriles eran como de plata y fulguraban como relámpagos cautivos» (CC, 43). De «¡Nosotros solos!», citaremos algunas frases metafóricas y símiles, relacionadas, sobre todo, con la admiración a la fuerza física del cuerpo humano, rasgo muy vanguardista. Así, el capataz «Parecía un bisonte entre un rebaño de toros» (CC, 65). Tropezar con él «era lo mismo que dar contra un torpedo» (CC, 66). Al colocar el capataz su rodilla sobre el pecho del indefenso Miguel «crujió el pecho como el costillaje de un buque en la tormenta» (CC, 67). Al finalizar la escena de violencia, llega la noche, y entonces «en su lecho de sombras reposaba el silencio» (CC, 68). En el relato «Caballo Dos Dama», una nota musical, que sale del piano, se va transformando en una sucesión de sinestesias: «tuve la visión de una nota musical que salía del piano, transformada en perfume se esparcía por la sala, luego se fundía en mariposa policromada, y, finalmente, trocada en rayo de luz, empezaba a taladrar, despacio, despacio... el cielo azul, el espacio inmenso» (CC, 78). El lenguaje metafórico abundará en «Cuentos del Presidio» (CC, 155-214). En «Luna de presidio», la luna es «un globo de silencio, transparente y azul (CC, 170). «El tiempo» (CC,175182) está estructurado sobre una serie de juegos metafóricos en los cuales cada elemento tiene un contenido simbólico. La lista sería interminable, por lo que nombramos sólo algunos de estos: la corneta es «perra perseguidora de cimarrones». El reloj es «canciller del día» y también «señor implacable de los veinticuatro pájaros de las veinticuatro canciones perdidas y olvidadas». El espanto es «divinidad negra... buitre de sombrío vuelo... pantera de silenciosa marcha y pupilas fosfóricas...». Para los presos, «la libertad es... como la sombra de los viajeros que proyecta la luna en los caminos blancos, que va siempre delante, que nunca se alcanza». Actitud lúdicra, alimentada por la ironía y la agudeza. Literatura como juego. Ya desde el primer relato de Pablo de la Torriente, «La única hazaña del médico rural», observamos la preferencia por el estilo desenfadado, el gusto por el humor y, sobre todo, la crítica satírica e irónica, especialmente respecto a la situación nacional cubana. «Asesinato en una casa de huéspedes» se enmarca dentro de los parámetros de un relato sobre un asunto tan serio como lo es un asesinato, en un estilo dominado por el humor y la ironía. De hecho, el narrador confiesa ser «un asesino enamorado de su profesión» (CC, 110), para añadir luego que «el civismo del cinismo es una virtud mucho más meritoria y noble que el cinismo del civismo falso» (CC, 110). El aspecto irónico de este relato se recoge en al siguiente cita: «Aquí sólo hay lo que yo quiero que haya: unas reflexiones que pueden servir de estímulo al crimen, por los fueros de la libertad individual que tanta sangre costó en la Revolución francesa y tan escarnecida hoy día por la policía y las leyes» (CC, 110). La primera parte de este relato, que lleva por título «Ventajas de ser asesino» confirma la naturaleza irónica y sarcástica de este texto. Esta sección destaca «los beneficios de la profesión» (CC, 112). Además, le da a la narración carácter de divertimento. «Una tragedia en el mar» resulta un juego literario. El narrador crea la sensación de un conflicto propio de seres humanos, y tenemos la impresión de que los personajes lo son. Pero luego nos damos cuenta de que la tragedia ha sido creada por el narrador. El texto de Pablo de la Torriente que mejor ilustra este principio de la literatura como juego es la novela inconclusa Aventuras del soldado desconocido cubano, que pretende ser una novela de guerra al estilo de las de Remarque o Barbusse. Y aunque plantea con profundidad no sólo lo relacionado con la carrera guerrerista, sino también la situación conflictiva del mundo, lo hace en un estilo permeado por el humor, la hipérbole, la deformación de la historia y la burla de los convencionalismos y del canon histórico prevaleciente hasta entonces. La fabulación humorística tiene su base en el personaje central Hiliodomiro del Sol, quien atribuye su «autoridad histórica» a su condición de aparición espírita. Como hemos explicado antes, en esta antinovela, el autor se burla de la Enmienda Platt, de la participación de Cuba en la Primera Guerra, y de su historia económica. Asimismo, del concepto de heroísmo, parodiando y desacralizando los grandes héroes consagrados por la historia. La novela adquiere un tinte de disparate cómico. El juego literario se refuerza con el uso de palabras soeces, especialmente en la confusión que genera la partida de Hiliodomiro al campo de batalla, que él aprovecha para desacralizar e insultar los símbolos de la grandeza norteamericana, como la Estatua de la Libertad. Ruptura con el concepto tradicional del relato Hemos establecido ya los principios teóricos que han regido la consideración del género en la obra narrativa de Pablo de la Torriente. Siguiendo los principios de Barthes, hemos señalado que se ha trascendido la concepción del relato, limitado a la narrativa, para aceptar la definición de Genette de relato como «la representación de un acontecimiento o serie de acontecimientos reales o ficticios, por medio del lenguaje, y más particularmente, del lenguaje escrito» (Genette, 198). Este es el caso de «Caballo Dos Dama». En este relato se conjuga la descripción de una partida de ajedrez con la ficcionalidad que crea en el autor la fantasía. En este caso, la transgresión genérica tiene que ver no sólo con el elemento narrativo, sino con la intertextualidad en la música, el cine y otras manifestaciones, usados dentro de la ficción narrativa. Por esta razón, hemos considerado como relatos todos los textos incluidos en Cuentos completos, aun aquellos de naturaleza autobiográfica o anecdótica. Entre estos podemos mencionar «Una aventura de Salgari» (CC, 46-63) y «Páginas de la alegre juventud» (CC, 134150). También les atribuimos naturaleza de relato a los textos de Presidio Modelo, en donde el concepto tradicional del género narrativo se amplía para incluir cartas, informes oficiales, expedientes, anécdotas, testimonios, y otros textos no tradicionales. Algunos estudiosos de este texto lo han considerado iniciador de un nuevo género literario: el testimonio. Aunque «El tiempo» es, en esencia, una reflexión sobre el efecto devastador que el tiempo ejerce en la vida de los presos, la creación de una estructura de personajes y sus acciones, le dan categoría de relato. Se personifica al tiempo, para atribuirle ser «Señor absoluto» del Presidio. Tiene a su servicio una serie de ayudantes, tan crueles y tiránicos como él: el Reloj, la Corneta, el Hambre, el Cansancio, el Sueño, el Espanto. También en el caso de «Casi una novelita», que lleva por subtítulo «Cuento-película», la estructuración de la narración sigue el formato de un guión de cine, lo que lo acerca a la concepción de Barthes sobre el relato. Además de la acción, en él se incluyen acotaciones en el lenguaje del cine: «Ahora se acerca el cameraman y la misma escena se reproduce con más claridad [...] —hay un close-up de la señorita— [...] Aquí termina la primera parte de la película» (CC, 224). Y más adelante: Se recomienda que las escenas del aula se tomen a distancia media y que se destaquen bien las figuras principales [...] Las escenas del puerto de La Habana han de ser tomadas en día de mucho movimiento [...] La escena del tren marchando sobre las aguas en el puente de Cayo Hueso al continente requiere efectos de luz que reflejen sobre las aguas tonos amarillos. (CC, 230) A lo largo de este relato, observamos continuas expresiones de dirección cinematográfica, que corresponden al lenguaje de acotaciones, y que complementan la historia narrada. El aspecto de la autoría, que brindó a los vanguardistas muchas posibilidades de experimentación narrativa, se plantea en varios relatos, entre ellos «Una tragedia en el mar»: «Alguien, (no he podido averiguar quién), con la evidente intención de perjudicarme en el buen concepto que siempre le he merecido a mis directores espirituales, ha publicado bajo mi firma, el absurdo cuento que sigue a estas líneas» (CC, 84). En «Asesinato en una casa de huéspedes», utiliza el recurso de un segundo escritor, que se intercala en el texto: «(Antes de seguir, como usted lo notará, yo debo confesarle que esta parte me la ha hecho un amigo mío que es medio literato...)» (CC, 112). En el relato «A fojas 72», el texto está construido sobre la utilización del informe de un asesinato doble, que el narrador intentó utilizar como base para un cuento, para luego decidir transcribirlo «como fue», incluyendo la confesión del asesino. Disposición tipográfica que corresponde al contenido La disposición tipográfica del texto corresponde a los caligramas de Apollinaire. Estos se utilizaron sobre todo en la poesía, y posteriormente por los escritores del «boom». En la narrativa de Pablo de la Torriente, este elemento aparece una sola vez, en el Prólogo de Batey (CC, 37), en forma de una copa. Esto nos hace pensar en el carácter deportista del autor, pero también en el sentido del texto. Al ser el autor una figura «destacada» y «reconocida» en tantas actividades diversas, le correspondería, en justicia, el apelativo de campeón. Interés por el subconsciente, los sueños y pesadillas, y por los estados anormales (delirios y alucinaciones) Las teorías freudianas llamaron mucho la atención de los vanguardistas. El deseo de conocer una realidad, más allá de la inmediata y consciente, encontró en las ideas de Freud una posibilidad. De ahí el auge de las obras sobre el inconsciente y la suprarrealidad entre los vanguardistas. El subconsciente no es uno de los temas preferidos por Pablo de la Torriente. Quizá por el alto sentido de compromiso social de su literatura y su apego a la realidad inmediata de Cuba y del mundo. Sin embargo, su narrativa no está exenta de este elemento. «¡Fiebre!» nos relata las alucinaciones provocadas por la fiebre. En «Caballo Dos Dama», el narrador tendrá una continua experiencia de fugas hacia el mundo no consciente, hacia la fantasía y el subconsciente del narrador: «Esto era todo lo que yo había pensado apoyándome en la ciega creencia que profeso del trabajo subterráneo de la mente» (CC, 77). «A fojas 72» es uno de los relatos que mayor atención presta al mundo subconsciente y al análisis de la mente de un criminal. La enajenación en que se sume el personaje, después de haber matado a su esposa y al amante de esta, es clave. Dos elementos llaman la atención. Uno es el análisis de la reacción mental del asesino, una vez descubierta la infidelidad. El segundo elemento interesante es la confesión del asesinato. Esta confesión hace pensar en el uso de la escritura automática, o automatismo psíquico, dada la incoherencia y la transcripción literal de las emociones y las reacciones internas del asesino confeso: Yo no soy asesino, es decir, sí lo soy, aunque no, porque el que mata a una cochina y a un cochino no es asesino [...] Yo soy hombre [...] Es inverosímil [...] Yo sí que soy músico... Daba un martillazo en el cráneo de él y sonaba [...] Luego daba en un seno de ella y hacía juego con el ruido de él [...] Era un buen martillo, sí señor [...] Casi al amanecer cuando yo terminaba [...] Me lavé las manos [...] y me puse a repasar las libretas de los muchachos..., hasta que un problema de multiplicar se me hizo imposible.... 3 x 2... ¿Usted cree que mi mujer tuviera seis amantes? ¡Yo sólo le maté uno!. (CC, 120-121) «El cofre de granadillo» es uno de los textos en los que, con más maestría, Pablo de la Torriente trabaja el tema de las alucinaciones y las pesadillas. En este relato, el personaje se siente perseguido, en horrendas pesadillas y alucinaciones, por la presencia del chino Li, a quien había asesinado. La imagen del chino lo obsesiona a tal grado, que incluso llega a ver su imagen incrustada en un pedazo de madera del árbol donde lo colgó. ¿No te acuerdas de aquella noche, cuando ahorcamos a Li, el chino de la charada, que nos vendía opio? [...] Yo lo estoy viendo aún, pataleando en el aire, sin poder gritar, con la cara espantada [...] Se me hizo insoportable el árbol aquel [...] Entonces decidí que lo tumbaran [...] y me trajeran la tablas [...] Eso fue lo que me perdió. Porque Li estaba adentro del árbol. (CC, 168-169) Otro texto que nos hace pensar en el tema del subconsciente es el titulado «La mordaza». En este relato, el narrador describe este objeto de tortura, uno de los más temidos en el Presidio Modelo. En una escena que nos hace pensar en el cine surrealista de Buñuel, la mordaza cobra vida ante los ojos del narrador: «Y vino lo inaudito: primero pensé en la mordaza —es decir, pensaba el otro yo que no era yo— [...] ¡E inmediatamente después los dientes se adhirieron a sus maxilares, los maxilares se completaron en las cabezas... y las cabezas en las figuras de los presidiarios martirizados!» (CC, 208-209). Contemplando este objeto, que se ha convertido en dientes, luego en bocas, luego en cabezas, luego en figuras de los presos martirizados, el narrador se da cuenta de que era «otro yo que no era yo» el que veía la transformación. En el mundo subconsciente del narrador afloran, entonces, las imágenes amenazantes de los torturadores, y las imágenes desgarradoras de los presos atormentados por la mordaza, representados en los ojos desorbitados que miraban al narrador, espectador de este mundo subconsciente de dolor y tortura. El amor a la libertad, al peligro, a la fuerza física, a la violencia El futurismo de Marinetti aportó a la vanguardia el amor a la velocidad, al dinamismo, a la industria, a la fuerza física, tanto de la máquina como del hombre. En los relatos de Pablo de la Torriente, y a tono con su personalidad, abunda la exaltación a la aventura, a la fuerza física, a la violencia. Su mundo narrativo está poblado por hombres fuertes y saludables. Son deportistas, de superioridad física, de carácter fuerte y de temperamento violento. El relato «Una aventura de Salgari» recoge estos elementos. El protagonista va a Sabanazo, movido por el anhelo de aventura. Tanto el ambiente físico como el carácter de los hombres que trabajaban allí corresponden al mundo agreste y salvaje de Sabanazo. La valentía y la fuerza física eran imprescindibles para sobrevivir en aquel lugar. «¡Nosotros solos!» es un relato sobre la venganza. Los personajes de este cuento, trabajadores en la línea del tren, son seres corpulentos, de enorme fuerza física, de carácter torvo. Se destaca, entre ellos, el capataz, de fuerza extraordinaria y de crueldad repugnante, según se lo describe. Sus abusos llegan a su fin cuando dos de sus empleados le destrozan la cabeza a mandarriazos. Es obvia la atracción que ejerce una vida llena de libertad y de aventuras: ¿No se comprende la fuga descabellada y frenética de mi fantasía a galope sobre los arenales de Arabia, perseguido por los beduinos del desierto; escondido en la jungla, recogido de pavor, sintiendo de cerca el olor del tigre sanguinario y tremendo; amarrado al poste de tortura mientras alrededor danzan y aúllan los comanches; náufrago sobre un balsa en el Pacífico...? (CC, 46) La admiración por la fuerza física es patente en «¡Nosotros solos!»: Todos los de la cuadrilla eran hombres hechos para esta ruda tarea. Casi todos en plenitud de vida, respiraban como bueyes y comían como toros. En sus manos cuadradas la mandarria de veinticinco libras era tan sólo un juguete que volteaban a su antojo. Tenían los brazos y las muñecas como troncos de árboles jóvenes. Cualquiera de ellos hubiera podido ser luchador en Grecia, gladiador en Roma o pugilista en Norteamérica. Y en medio de todos se destacaba un coloso: el capataz. (CC, 65) La muerte de los amantes en «A fojas 72» está enmarcada en un ambiente de violencia inusitada. Los martillazos que el marido burlado daba en las cabezas de los infieles provocan delicia musical: «¡Qué ruido más delicioso!... ¡Eso era música!», decía el marido burlado, mientras se regocijaba en la muerte violenta que dio a los burladores. El relato «Páginas de la alegre juventud» es un himno a la vitalidad desplegada en el deporte. Es una exaltación de la fuerza física y el vigor de los integrantes de los equipos de fútbol. También es una exaltación de la violencia empleada en la práctica de este deporte. El relato «¡Muchachos!», aunque con un final trágico y doloroso, es un canto a la libertad de aquellos jóvenes despreocupados de la vida, a su amor al peligro y a la aventura, y a la glorificación de la fuerza física desplegada por los personajes en sus correrías de juventud. No podemos pasar por alto que en los relatos de Presidio Modelo, por naturaleza propia, abunda la violencia, la fuerza física y la imposición arbitraria del más fuerte sobre el más débil. En este, la fuerza y la superioridad física no se exaltan, sino se denuncian, porque representan violencia arbitraria e injustificada contra los más pobres, indefensos y desposeídos. Literaturización del deporte Los vanguardistas amaban el deporte como una manifestación de la fuerza física y el vigor. Incluso muchos de ellos, como el español Buñuel y el propio Pablo de la Torriente, fueron amantes del deporte, y lo practicaron en varias formas. Aparece en la narrativa de Pablo de la Torriente en varias formas. En «Caballo Dos Dama», el ajedrez no es sólo un deporte, sino que sirve también para presentar una metáfora de la vida y de la forma en que Dios maneja a su antojo las piezas, que son los hombres, en el tablero de la existencia humana. «Páginas de la alegre juventud» recoge una partida de fútbol, como hemos dicho. En este relato se encuentran presentes todos los elementos del deporte: las jugadas, la jerga deportiva, los hombres que participan en él, y una recreación fiel y exacta del ambiente emocional y la atmósfera lingüística que permea un partido de fútbol americano. Agresividad verbal El carácter rebelde y transgresor de la vanguardia se manifestó, entre otras formas, a través del lenguaje. La palabra llegó a tener, para los vanguardistas, no sólo carácter demiúrgico, también llegó a convertirse en arma de combate, en instrumento de lucha. Aun a través del humor, el lenguaje tuvo un efecto inquisitivo y punzante. Por otro lado, la personalidad de Pablo de la Torriente, su desenfado, su profundo sentido del humor y su, más profundo aún, sentido de honestidad, lo llevaron a utilizar el lenguaje con fuerza contundente y demoledora. Desde sus primeros escritos, esta marcada tendencia a la agresividad verbal se manifiesta tanto en su narrativa como, sobre todo, en sus artículos periodísticos y en sus crónicas, que fueron sus principales instrumentos de denuncia y combate. Uno de los relatos que evidencia más la agresividad verbal es «A fojas 72». En este relato, el asesino confeso habla de sus víctimas, a quienes se refiere como «cochino», «cochina», «puerca», «asqueroso». La descripción del asesinato del amante está cargada de violencia verbal: «cuando salió, de un martillazo le clavé toda mi felicidad en el cráneo y no se rió más... Furiosamente seguí martillándolo... da gusto... da gusto...» (CC, 120). Igualmente lo está el asesinato de la mujer infiel: «Le hundí los dientes de un martillazo y quedó como una vieja muerta... Estaba fea...» (CC, 121). Termina de describir el asesinato: «tenían las rótulas sanas y se las astillé [...] y entonces les partí los tobillos», «le di una patada a ella...» (CC, 121). La explotación a que se ven sometidos los peones por parte del Buey de Oro, en el cuento homónimo, se canaliza a través de las expresiones cargadas de ira e indignación de Encarnación. Contando la manera en que el terrateniente ha llegado a enriquecerse, dice: «¡Así es como ha llegado a tener tanto, arrebatándole a la gente lo poquito que tiene!... Y todavía hay gente bruta que le está agradecida!... ¡Yo le digo a usted, compadre!... ¡Bueno, más vale ni hablar!» (CC, 260). Cuando cuenta las razones por las que dejó de trabajar en la casa del terrateniente, Encarnación lanza un furibundo ataque contra el patrono explotador, ataque lleno de epítetos como canalla, bandolero, explotador, y cochino. Otro relato que está lleno de violencia verbal es «El sermón de la montaña». Este relato, de carácter ideológico, presenta a Jesús como el principal revolucionario en la historia de la humanidad, y su mensaje como transgresor y transformador. Al hablar de su poder revolucionario, uno de los personajes pinta a Jesucristo «fuerte como un toro [...] voz poderosa como un tren, y un pecho como tambor para darse trompadas en él con las palabras y las acusaciones violentas» (CC, 271). Luego añade: «Sí, porque esos cabrones lo han falsificado todo hasta tal punto, que lo pintan como si fuera un pobrecito tuberculoso, flaco» (CC, 271). Finalmente, los personajes entran al templo, donde el arzobispo ha de predicar el Sermón de la Montaña. Pedro lo interrumpe violentamente, y lanza un furibundo ataque contra la burguesía, y contra la Iglesia como representante y defensora de los intereses de esta. Invita a la gente a seguir el ejemplo de Jesucristo, a rebelarse, y a hacer de la tierra el cielo prometido. Tanto Pedro como su compañero Miguel Ángel terminan presos. Además de la agresividad que expresan los dos protagonistas en todo momento, la verbal se manifiesta a través del uso de un lenguaje insultante y obsceno: pendejadas, puras pendejadas, cabrones, viejo bribón, etcétera. Los textos que consagran la agresividad verbal son Presidio Modelo y Aventuras del soldado desconocido cubano. En el primer texto, la violencia que representan los abusos que se cometen amerita un lenguaje fuerte, contundente, capaz de estremecer las conciencias más endurecidas. En Presidio Modelo encontramos expresiones de fuerte contenido de violencia, y también abundancia de expresiones vulgares y palabras obscenas. El autor siempre se ocupó de asegurarse que quien editara el texto no le cambiara ni una sola de las expresiones ni las palabras de sus personajes, ya que quería asegurar su autenticidad. Advierte a sus potenciales publicadores que no accede a que «se suprima ninguna palabra, por puerca que parezca». En el caso de Aventuras del soldado desconocido cubano, encontramos violencia verbal, pero esta vez matizada por el carácter humorístico que le imparte el personaje Hiliodomiro del Sol. Sus expresiones de crítica al imperialismo norteamericano están cargadas de rechazo violento a las pretensiones imperialistas de los Estados Unidos. Pero está envuelto en un manto de parodia muy eficaz. De la misma manera, se expresa la violencia contra la guerra y contra las pretensiones armamentistas del mundo en la farsa que escenifica Hiliodomiro a su salida para el frente de guerra. Mientras todos se impresionan por el patriotismo y heroísmo de nuestro personaje, este no hace sino lanzar improperios, insultos y palabras soeces contra los símbolos norteamericanos. Culto a lo grotesco, a lo absurdo, a lo espectacular El mundo de Pablo de la Torriente Brau está poblado de imaginación y fantasía. Las lecturas de Salgari, Dumas, Verne, Poe, alimentaron su imaginación y su preferencia por lo espectacular, lo grotesco, lo absurdo. La fragmentación de la realidad dará lugar también a imágenes grotescas y fantasmagóricas, como lo hará la incursión en el mundo de lo subconsciente. Todos estos elementos estarán presentes en los relatos de Pablo de la Torriente, inclusive en los de Presidio Modelo. A estos elementos corresponde el final de «Una aventura de Salgari». El personaje-narrador es rescatado del ataque de un cocodrilo, pero lleva adherida a su brazo la mitad de un muerto, lo que quedó de él después del ataque. La imagen quedó grabada en el protagonista de la escena: «El caimán se lo comió vivo, mirándome a los ojos» (CC, 62). La violenta muerte del «sobrino», descabezado y su cuerpo picado en pedazos y lanzado al zafacón, deja al protagonista en estado de tranquilidad y paz en el relato «Asesinato en una casa de huéspedes». Cercano a lo patológico es la morbosa descripción de la muerte de los amantes a manos de su marido, autor confeso del crimen, en «A fojas 72». Es grotesco el deleite que expresa el asesino, al comparar los golpes mortales con «un gran concierto», superior a uno de Caruso o Sarasate. El asesino se regocija en la descripción de los asesinatos. «El viento sobre las tumbas» es el cuento más grotesco y absurdo de todos. Nos hace recordar los relatos de Edgar Allan Poe. Todo en este cuento tiene sentido de cosa macabra y lúgubre. La «Marcha fúnebre» de Chopin hace recordar al narrador una experiencia macabra, vivida quince años atrás. Es noche de tormenta. El viento azota inmisericorde. Sultán, el perro, había sido decapitado por una plancha de zinc, y su cabeza ensangrentada descansaba sobre la mesa. Un cementerio con un sepulturero jorobado y tuerto, que robaba a los muertos sus pertenencias. Una epidemia de peste llevó a la muerte a muchos que fueron enterrados vivos. El sepulturero viola a una muchacha muerta, quien reacciona como si estuviera viva. Un nicho vacío donde se suponía que estaba enterrada la joven, un aullido que sale del nicho y recorre todo el cementerio, y un sepulturero que enloquece y muere misteriosamente. Todos estos elementos conforman un mundo de leyenda y terror. Los protagonistas, que han oído la historia por voz de un anciano vecino, enmudecen. Elementos macabros, absurdos y espectaculares encontraremos también en la mordaza que cobra vida y se convierte en una galería de torturadores y torturados («La mordaza»); en las pupilas que registran, inermes al dolor, la tragedia de los presos que luchan por escapar de las ejecuciones arbitrarias en las filas de regreso a la cárcel («Las pupilas»); la angustia de un padre que oye morir a su hijo deshidratado, lamiendo el piso para conseguir un poco de humedad para mojar su lengua, mientras grita desesperado «¡Papá, que me muero de sed!» («El grito»); el soldado que tiene que comerse el pan embarrado en los sesos y la sangre del soldado Raulito, los que tuvo que recoger con sus manos y echar de nuevo en su cráneo («Un antropófago»), o la muerte atroz del negro Arroz Amarillo, hundido en el fango por el peso de las tinas de barro, mientras vomitaba «toda la porquería verde que le salía de la boca en los estertores de la agonía» (CC, 207). Como vemos, este es un mundo deformado, fragmentado, deshumanizado por completo, ajeno al dolor y al sufrimiento, insensible e incapaz de sensibilizarse. Este mundo corresponde a los conceptos de lo grotesco, según Kayser y Bajtin. De manera especial, prevalece la visión de Kayser sobre un grotesco pesimista y un humor satírico y cruel. Detrás de esta concepción de un mundo marcado por la crueldad y la maldad, está la sombra de la Primera Guerra Mundial y su estela de muerte, dolor y destrucción. Los vanguardistas, entre ellos Pablo de la Torriente, no hicieron sino traspasar esta dolorosa realidad a la palabra escrita. Influencia determinante del cine y de las técnicas cinematográficas La aparición del cine tuvo un efecto revolucionario en las artes, especialmente en la literatura, al inicio del siglo XX. Desde muy temprano en el siglo, el cine y la literatura compartirán temas, personajes y técnicas. El cine tomará de la vanguardia muchos de sus temas y de sus conceptos. Esta, por su parte, tomará del cine muchas de sus técnicas. Algunos autores ven el cine como un texto narrativo, y algunos cineastas ven el texto narrativo como un guión cinematográfico. De hecho, uno de los grandes exponentes de la vanguardia hispana fue, precisamente, un cineasta, Luis Buñuel. Pablo de la Torriente era aficionado al cine. Charles Chaplin era su actor preferido. En más de una ocasión, el propio autor señalaba que asistía a la vida como quien asistía al cine. La presencia de este es evidente en su obra narrativa. A veces esa presencia es implícita. En otros casos, el propio Pablo se encargará de señalarla, de forma directa o indirecta. En el relato «¡Nosotros solos!», el autor nos dice que el enfrentamiento entre Miguel y el capataz, fue «una escena de película impresionante». Ya hemos señalado anteriormente las técnicas cinematográficas usadas en este relato. «¡Por este argumento sólo me dieron cien pesos! (Dos personajes para una película ingenua)» es un texto dedicado a la industria del cine, controlada desde el principio por el monstruo corporativo de Hollywood. El relato titulado «Páginas de la alegre juventud» está estructurado como un guión cinematográfico. Inclusive, aparecen las acotaciones para el movimiento de las cámaras y para las tomas. Es en Presidio Modelo en donde se hace más evidente la presencia y la influencia del cine. Desde el Prólogo, el autor subraya la incapacidad de la palabra escrita para trasmitir vívidamente la realidad del presidio. Por esta razón, el cine acudirá en su auxilio: «Por eso yo quiero que el lector venga conmigo al cine, que me lea con los ojos cerrados... con la imaginación dispuesta a esta tiniebla roja, propia para el salón de proyecciones... ¡La función va a comenzar...!» (CC, 153). En «Las pupilas» se usa una técnica muy utilizada en el cine. Las escenas se ven a través del ojo del espectador. En este caso, las pupilas se agigantan y ocupan la pantalla. Luego, «se abre el escenario bárbaro y el cruel episodio comienza a desarrollarse» (CC, 198). A continuación, una serie de escenas, usando distintas técnicas cinematográficas, nos permiten «ver» el doloroso cuadro de la vida en Presidio Modelo. En el relato «La mordaza», la escena en la cual la mordaza adquiere diversos caracteres, y va transformándose, como si fuera un personaje proteico, nos hace recordar algunas escenas del cine vanguardista de Luis Buñuel, especialmente de «El perro andaluz». Otros cuentos de Pablo de la Torriente, como «La única hazaña del médico rural» y «Casi una novelita (Cuentopelícula)», también evidencian la presencia y la influencia incuestionable del cine en su narrativa. La descripción del pequeño pueblo de Omaha, del primer relato citado, es una reproducción perfecta de los pueblos del «western» norteamericano «que el cine nos ha dado a conocer», en palabras del narrador. En el segundo relato, se intercalan escenas narradas con escenas cinematográficas. El autor se toma el cuidado de indicarnos, incluso, los movimientos de las cámaras y la disposición de las escenas y de los personajes. Sentido de compromiso social, especialmente con el ser humano En sus inicios, la vanguardia desató una polémica intensa sobre el compromiso social del artista y del arte. Esta polémica, algo parecida a la que planteó el modernismo en su etapa inicial, se resolvió, finalmente, a favor de la responsabilidad social del artista, y su identificación con los desposeídos y marginados y sus reivindicaciones. En Pablo de la Torriente Brau esta conciencia se manifestó muy temprano en su vida. Fue la que lo llevó a dedicarse, con mayor afán, al periodismo combativo, a los reportajes de denuncia y a la acción viril contra los desmanes de Machado. Fue la conciencia la que lo mantuvo activo, a pesar de todas sus limitaciones económicas, en sus dos exilios. Y la que lo llevó, finalmente, a morir luchando por la libertad, en los campos de España. El mismo autor declara, en su autopresentación, que «se ha permitido [...] envolver con el ropaje de su frondosidad imaginativa las ideas políticas, morales y sociales que sustenta» (CC, 40). Añade, además, que usa sus cuentos como «la tribuna desde donde puede exponer en forma bien moderada muchas de las cosas coléricas que a veces lo exaltan» (CC, 40). En «Una aventura de Salgari», un comentario es suficiente para ver la conciencia social presente en esta narrativa: Y toda aquella gente de pobre educación, partícula mínima de los millares de braceros a los que se explota, igual que a esclavos en los campos de Cuba, jornaleros arrancados de sus países con promesas de un bienestar que, en realidad, sólo ganan para los bribones ocupadores de palcos deslumbrantes en los teatros nocturnos de Broadway, alcanzando aún tan dura explotación para tirarles una miseria de riqueza a los briboncitos sentados en los portales de El Vedado. (CC, 57) Presidio Modelo es el texto emblemático de la conciencia social de Pablo de la Torriente. Esta se expresa en el Prólogo del libro: «Hoy, yo, testigo apasionado, formulo otra vez la denuncia, en nombre de los hombres muertos y en nombre de los vivos, para los que nada he podido obtener todavía, ni siquiera en el orden personal» (PM, 37). Como ya hemos comentado anteriormente, todo el libro es una denuncia, fruto de su conciencia social, sobre el sufrimiento y la explotación del ser humano, y de su experiencia compartida en Presidio Modelo. También es una denuncia concreta, con nombres y apellidos, de los hombres responsables de esta situación. No sólo del responsable directo, sino de los responsables representados en la siniestra figura de Pedro Castells. Una denuncia del sistema político y penal que permite estas aberraciones humanas. Por eso, no escapan a su acusación ni el director del Presido, ni sus ayudantes, ni sus mandantes, ni los jueces, ni los fiscales que formaban este estado de putrefacción social. Al recordar sus experiencias de presidio, aflora su compromiso: «Su aparición fue para mí como un mandato de mí mismo, y haré que la ignominia caiga sobre los asesinos. Es todo cuanto yo puedo hacer» (PM, 428). Finalizaremos señalando otros aspectos vanguardistas presentes en la obra narrativa de Pablo de la Torriente Brau. Uno de ellos es la onomatopeya. El autor se declara a sí mismo «maestro de la onomatopeya» (CC, 40). Sin embargo, la utilización de este recurso en sus textos es muy limitada. «Asesinato en una casa de huéspedes» comienza con un párrafo construido con onomatopeyas, que reproducen los sonidos causados por un choque de guaguas. Es curioso que el autor lo llama «una fotografía onomatopéyica», lo que acentúa el carácter visual de la vanguardia. La onomatopeya aparece también en el relato «Páginas de la alegre juventud». Reproducción de aplausos, de silbidos, de golpes sobre el suelo de las tarimas recrean el ambiente de actividad física y dinamismo propio de un juego de fútbol. Otro elemento vanguardista es la admiración por el progreso, la técnica, la metalurgia y la maquinaria. Este aspecto se ve ilustrado en la presencia del tren, una de las grandes columnas del progreso y la técnica. Mientras espera la salida del tren que lo ha de llevar a Sabanazo, la locomotora le inspira admiración, «tan brillante [...] tan por entero de hierro, y respirando tan fuertemente con su penacho de humo y su “actitud retadora”» (CC, 49). Del tren, dos cosas le llaman la atención: su velocidad y su «ruido tremendo y delicioso». Adquiere sentido musical en la «Sinfonía en acero» de «¡Nosotros solos!». Esto es por el sonido acompasado y rítmico que produce el proceso de instalación de las vías del tren. Nos hace recordar un poema vanguardista de Evaristo Ribera Chevremont, «Sinfonía de los martillos». El último elemento vanguardista que mencionaremos es la actitud revisionista ante la historia. En el caso de la vanguardia cubana, como ya hemos mencionado, no hay una actitud antipasatista, de exaltación idolátrica del futuro. Predomina una revisión de la historia, por un lado para recordar el heroísmo cubano en la manigua, en las luchas por la independencia, tan olvidado por la generación republicana. Es un recordatorio del fracaso de los sueños libertadores de los cubanos del fines de siglo XIX. Pero es también un intento consciente de recuperar ese pasado, y devolverles a sus figuras emblemáticas, Martí el primero, el lugar que les corresponde en la historia patria. Aventuras del soldado desconocido cubano es el texto emblemático de esta preocupación y actitud crítica ante la historia. Conclusiones La irrupción de Pablo de la Torriente Brau en la literatura cubana se produce en uno de los períodos más complejos de la historia de Cuba. Nos referimos al que va de 1920 a 1935. La intervención, en 1898, de los Estados Unidos en la guerra de independencia que Cuba libraba contra España, alteró por completo el rumbo histórico cubano y retrasó el proceso de liberación nacional. El surgimiento de la «república mediatizada» no permitió la consecución total del proyecto martiano de una Cuba «con todos y para el bien de todos». En 1925, tomó la presidencia la siniestra figura de Gerardo Machado, cuya dictadura marcó la historia política, y también la literaria hasta 1933. A la caída de Machado, la situación no se resolvió, como era de esperarse. Por el contrario, surgió el oscuro sargento Fulgencio Batista Zaldívar. Este, de hecho, ejercería desde el ejército el control político del país. Los sueños y las esperanzas de la generación que arriesgó su vida para lograr el triunfo de la revolución que los llevaría a la verdadera soberanía y libertad, se fueron al piso. «La revolución del 30 se fue a bolina», diría con amargura Raúl Roa. Hasta la época de Machado, la juventud cubana no tomaría conciencia de su poder político y de su influencia moral sobre el pueblo. La muerte del joven líder estudiantil Julio Antonio Mella despierta en esta generación la conciencia de su obligación patriótica de rescatar a Cuba de manos del «Mussolini tropical», como llamó Mella a Machado. A este movimiento estudiantil, aglutinado bajo el nombre de Directorio Estudiantil Universitario, se incorporó el joven Pablo de la Torriente Brau. Con el tiempo, junto a otros jóvenes cubanos, se convertiría en la voz de la conciencia antimachadista y libertaria de su época. La fuerza obrera cubana, que había permanecido silente ante la situación política prevaleciente, despierta y se une a la militancia popular de oposición a Machado. En 1930, el movimiento obrero decide estremecer el país con una huelga general. Machado promete a sus «señores» norteamericanos terminarla en quince minutos. Esos quince minutos nunca se dieron, ya que la fuerza obrera logró paros simultáneos en las principales provincias del país. Inspirados en esta huelga, y entusiasmados con la exhortación del maestro Varona de asumir una actitud más afirmativa de compromiso con la patria, los jóvenes deciden ofrecerle un homenaje. Este planificado homenaje sucumbió ante el despiadado ataque de la policía machadista contra los estudiantes, reu-nidos en la escalinata de la Universidad. Hubo muertos, como el joven Rafael Trejo. Y también muchos heridos. Entre ellos, Pablo de la Torriente, quien permaneció recluido en un hospital, a causa de los severos golpes que recibió en la cabeza. Pocos días después, experimenta el primero de sus dos encarcelamientos. Del segundo, pasa al exilio forzado. No llega a España, su destino final, sino que se las arregla para quedar en Nueva York. Desde allí trabaja —como su maestro Martí lo había hecho—, febrilmente, en contra de la tiranía. También trabaja para mantener viva la memoria y el pensamiento del Apóstol. A la caída de Machado, regresa a Cuba, pensando que ya todo ha pasado y que el sueño anhelado está a las puertas. Nada más lejos de la verdad. Batista gobierna, tras bastidores, con más siniestra fuerza que Machado. La combatividad de Pablo de la Torriente se hace más intensa. La prensa será su trinchera, y su «pluma en ristre» su incansable arma de combate. Surge un asesinato a manos de la fuerza del Estado. Pablo de la Torriente, fiel a su sentido ético y patriótico, descubre a los asesinos, y los denuncia públicamente. El día del juicio, el único testigo de los hechos, «perdió la memoria» súbitamente y se negó a declarar. El crimen quedó impune. Pablo está en la mirilla del sistema. Un intento de huelga contra Batista fracasa estrepitosamente. Los organizadores y los cabecillas de la oposición al gobierno, entre ellos, Pablo de la Torriente, tienen su vida pendiendo de un hilo. Nuevamente el exilio y una profunda decepción. Pero nunca la pérdida de los ideales. Si se trata de luchar por la libertad de los hombres, ahí está España. En España se pelea por el derecho de los hombres a ser honrados, y a decir lo que piensan y lo que creen sin hipocresías, según el código martiano. A España va Pablo de la Torriente. Aquel, a quien desde niño su madre llamó Quijote, honrará el mote del legendario héroe de los sueños imposibles, e irá a pelear por lo que cree. Y allá, en la España del Quijote, dejará su sangre, derramada sobre la nieve de Majadahonda. Pablo de la Torriente Brau ha sido una de las figuras más atractivas de la historia política y literaria de Cuba. Fiel seguidor de los principios martianos, que aprendió de niño, de manos de su abuelo, don Salvador Brau, encarnó la fusión del hombre de acción y el hombre de palabra. Combatiente, por principios políticos y éticos, contra la tiranía, fuese Machado, o Batista, o Franco, llevó en su cuerpo, como su homónimo bíblico, «las marcas» de su evangelio. Se expuso en más de una ocasión a la muerte. Padeció cárcel, persecuciones, exilio, defendiendo el derecho de los hombres a ser libres. Finalmente, ofrendó su vida, aunque en tierra lejana, por la causa de la libertad; en España, que para Pablo era símbolo de la libertad en todo el mundo. En el campo literario, Pablo está considerado una de las figuras más valiosas de la narrativa y el periodismo cubanos. Esto, a pesar de que su militancia política lo inclinó más al periodismo combativo que a la creación literaria. Sin embargo, los estudiosos de la obra de Pablo de la Torriente son consistentes en afirmar su importancia en el mundo de las letras cubanas. Fornet dice: «Pablo de la Torriente Brau —el único escritor cubano que tiene una leyenda— fue el primero que se atrevió a escribir al ritmo de su respiración: transformó así de golpe nuestra literatura [...] sus cuentos no podrían suprimirse de ninguna antología» (Fornet, 1987, 35). Para Víctor Casaus, uno de los hombres más dedicados al rescate de la memoria de Pablo de la Torriente para las generaciones modernas en Cuba, su obra narrativa es «representativa de la vanguardia cubana» (Casaus, 1997, 5). Para Salvador Bueno, en la obra narrativa de Pablo de la Torriente «se observa el germinar de un verdadero y capaz creador de cuentos» (Bueno, 1975, 21). Esto, señala Bueno, a pesar de que su obra literaria no llegó a cuajar totalmente, por la muerte prematura del autor en la Guerra Civil española. El juicio de Denia García Ronda sobre la obra narrativa de Pablo de la Torriente y su aportación a las letras cubanas es contundente: Entre los narradores que inician la vanguardia en Cuba, tiene un lugar especial Pablo de la Torriente Brau (1901-1936), quien a pesar de su escasa obra narrativa, constituye, según mi criterio, uno de los más audaces y con mayor potencialidad de escritor de todo el grupo de narradores en los años 30. Aunque no pudo desarrollarla en toda su magnitud, por su temprana muerte en defensa de la República española, lo que dejó escrito lo revela como un innovador en la narrativa cubana. (García Ronda, 1998, 18) La cita de Denia García Ronda nos lleva a recordar que la obra narrativa de Pablo de la Torriente, sus cuentos, su obra testimonial y su antinovela se desarrollan en el ambiente de renovación literaria que significó la vanguardia. La vanguardia cubana tuvo, según Langowsky, dos propósitos fundamentales. Uno era la renovación de la empobrecida vida cultural cubana (Langowsky, 33). El otro tenía que ver con la oposición a Machado, que la Generación del 27 adoptó como su proyecto fundamental. Para Carlos Ripoll, esta generación, uno de cuyos miembros más destacados fue Pablo de la Torriente, estaba compuesta por un grupo de intelectuales jóvenes, de izquierda, que se pronunciaron [...] por una radical y completa renovación formal e ideológica, en las letras y en las artes, pero sin olvidar estos propósitos, por encima de ellos se interesaban por los problemas políticos y sociales de Cuba, de América, de la Humanidad, y por ellos laboraban en sentido radical y progresista. (Ripoll, 50) Diferencias, por matices ideológicos, caracterizaban a este grupo de intelectuales cubanos. No obstante, tenían varios factores aglutinadores. El primero de ellos, como ya hemos mencionado, era su tenaz oposición a la dictadura de Machado. Muchos de estos intelectuales eran periodistas; compartían la conciencia de la responsabilidad del intelectual cubano para con la sociedad, y su obligación de poner su cultura y su talento al servicio del país. Graziella Pogolotti reafirma este juicio, al señalar que: Muchos participantes de aquel debate [la lucha contra la dictadura] sufrieron un profundo desgarramiento, una amarga fractura de sus ilusiones. Más allá de su trabajo individual, los intelectuales sintieron el apremio de proyectarse socialmente, de formular y difundir un programa de acción. Para la cultura cubana, el punto de giro se había situado en los años veinte, la década crítica, según la precisa definición de Juan Marinello. Se configura la personalidad de intelectuales entregados a una acción política transformadora, como el pensador Julio Antonio Mella, el poeta Rubén Martínez Villena o el prosista Pablo de la Torriente Brau. (Pogolotti, 3) Martí sería también elemento aglutinador de esta generación. El rescate de su obra, pero sobre todo de su pensamiento y de su ética revolucionaria, formaban parte de la agenda de estos intelectuales. Habían aprendido de Martí: «La justicia primero, y el arte después». Y eso fue lo que hicieron. Se ubicaron en dos cauces, el de la Reforma y el de la Revolución. Fue una generación de denunciantes. No se consideraban parte de la deformada «realidad de la república mediatizada». Habían abandonado la función mentora de la generación anterior. Ejercerían una tarea revolucionaria. Como buenos martianos, se proponían rescatar su ética, usando para ello el arte; pero el que marchaba de la mano de la revolución. Es desde esta perspectiva que podemos valorar, con justicia, la obra literaria, especialmente la narrativa, de Pablo de la Torriente Brau. En ella podemos identificar una serie de rasgos caracterizadores, que evidencian la existencia de una clara vocación literaria. También evidencian un claro compromiso social y político, expresado a través de cuentos, testimonio y novela. Entre los aspectos más sobresalientes de la narrativa de Pablo de la Torriente mencionaremos, en primer lugar, el afán de introducir y de experimentar con nuevas formas del relato. En este sentido, su narrativa responde a los presupuestos teóricos que plantean Barthes, Genette, Booth, Gritti, Segre, Todorov y otros. También se destaca en ella el cultivo de una imaginación fabulosa y desbordante, que lo lleva a manejar la realidad como si fuera una «invención». En relación con el estilo, podemos mencionar el cultivo de una prosa desenfadada y ligera. Este rasgo se evidencia, sobre todo, en los relatos de carácter autobiográfico o anecdótico. Otro elemento es el cultivo de un estilo serio, intenso, dramático, en aquellos textos de denuncia, como lo son los «Cuentos del presidio» y su obra testimonial, Presidio Modelo. El uso de los recursos vanguardistas, tales como la onomatopeya, la intertextualidad con las artes, los deportes, la música, y con fuentes no literarias e históricas, uso de caligramas, metáforas insólitas y otros recursos innovadores y experimentales, son las aportaciones más importantes de la prosa narrativa de Pablo de la Torriente Brau. Consecuente con su tendencia vanguardista es el uso indiscriminado del humor. El humor tendrá dos vertientes: una, la de una actividad lúdicra, cuyo propósito principal es el de crear un ambiente ligero, festivo, de «divertimento». Otra, como vehículo para obligar a la reflexión y a la toma de conciencia, como en el caso de Aventuras del soldado desconocido cubano. En esta novela se conjugará el concepto de la literatura como juego, para crear una antinovela, pero juego que invita a la reflexión y al análisis. En relación con la ficcionalidad, la prosa narrativa de Pablo de la Torriente se destaca como vehículo para exponer ideas políticas, morales y sociales. Esta actitud responde a una alta conciencia de la relación estrecha entre realidad y ficción, entre ficcionalidad y veridicción. Los elementos autobiográficos y testimoniales, como entrevistas, expedientes, informes oficiales, etc., son, entre otras, una de sus fuentes de ficcionalidad. La ruptura con las tendencias de la narrativa criollista de fines del siglo XIX y principios del se evidencian por el propósito de transgredir los valores convencionales y representativos de la clase dominante, y de destruir los estereotipos. Uno de los objetivos de esa será la historia. Ante esta, el autor asume una postura desacralizadora y desmitificadora, que tendrá dos vertientes. En primer lugar, la intención de rescatar la historia que representa los verdaderos anhelos de concretar un proyecto de cubanía, tal y como lo concibieron los grandes luchadores por la independencia, y tal y como lo concibió Martí, el Apóstol. Por otro lado, la intención de desacralizar la historia y destruir los estereotipos consagrados en la historia oficial, tales como el concepto de «héroe» y la participación de Cuba en la marcha de los acontecimientos mundiales. Otros elementos caracterizadores de la narrativa de Pablo de la Torriente son la influencia decisiva del cine, y el uso de sus técnicas y lenguaje como recursos narrativos; el replanteamiento de conceptos literarios como la autoría, el narrador-personaje y la autocrítica del texto; el uso de diversos recursos, tales como el relato dentro del relato; el guión de cine como texto narrativo; la exploración de temas marginados como la cárcel, el adulterio, el espiritismo; la oralidad, el habla de nivel popular, incluyendo el lenguaje obsceno como elemento caracterizador, y de identidad. Este nivel de oralidad popular es compartido con el nivel culto del lenguaje. A los anteriores elementos debemos añadir la experimentación con temas y formas, que resultó antecedente del «realismo mágico» y «la literatura fantástica»; la estética de lo objetual y el tratamiento de objetos, animales, lugares y conceptos como personajes; presencia de lo grotesco, lo morboso, lo deleznable; y un interés por el mundo del subconsciente, los delirios, la pesadillas, las alucinaciones, el automatismo psíquico, entre otros. Los rasgos anteriormente mencionados son pruebas fehacientes del interés que tenía Pablo de la Torriente en colocar la literatura cubana a la par de la europea, especialmente de las corrientes experimentales y novedosas, de moda en Europa en el momento en que se dedica al quehacer literario. Nos reafirmamos en los planteamientos que hemos hecho a lo largo de este libro. Pablo de la Torriente Brau es un escritor de múltiples facetas. Su obra literaria, especialmente su narrativa, nos ofrece varias dimensiones. El dominio del lenguaje, de las técnicas narrativas, muchas de las cuales estaban en etapa experimental o de innovación en su época, su capacidad imaginativa, su maestría para fundir lo anecdótico, lo histórico, lo autobiográfico, con lo ficcional, lo convirtieron en un escritor de enormes potencialidades. También reiteramos el hecho de que Pablo de la Torriente Brau merece un lugar prominente en la historia de la literatura cubana, en particular, y de la hispanoamericana en general. La riqueza de su obra literaria, su aportación como precursor de la literatura testimonial, sus aportaciones al cultivo de la prosa narrativa vanguardista, lo justifican. XX Bibliografia Obras de Pablo de la Torriente Brau Batey, La Habana, Ediciones Nuevo Mundo, 1930. Pluma en ristre, La Habana, Publicaciones del Ministerio de Educación, 1949. La última sonrisa de Rafael Trejo, La Habana, Publicación de la Delegación del Gobierno en el Capitolio Nacional, 1959. Aventuras del soldado desconocido cubano, La Habana, Ediciones Nuevo Mundo, 1962. Cuentos de Batey, La Habana, Ediciones Nuevo Mundo, 1962. La isla de los 500 asesinatos, La Habana, Ediciones Nuevo Mundo, 1962. Peleando con los milicianos, La Habana, Ediciones Nuevo Mundo, 1962. Realengo 18. Mella, Rubén y Machado, La Habana, Ediciones Nuevo Mundo, 1962. ¡Muchachos!, La Habana, Editorial Letras Cubanas, Colección Narrativa, n. 20, 1978. Realengo 18, La Habana, Editorial Gente Nueva, 1979. Cartas cruzadas (selección, prólogo y notas de Víctor Casaus), La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1981. Humor y pólvora (selección, notas y prólogo de Mercedes Santos Moray), La Habana, Editorial Orbe, 1984. El periodista Pablo. Crónicas y otros textos (1920-1936) (selección, prólogo y notas de Víctor Casaus), La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1989. Papeles de Pablo, La Habana, Ediciones Unión, Colección Papeles de Pablo, 1993. Vengo de América. 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Índice 9 / Reconocimientos 11 / Introducción 29 / Trasfondo histórico, literario y biográfico 52 / Conceptos sobre el relato, ficción y género testimonial 76 / Aproximación a la vanguardia 124 / La obra narrativa de Pablo de la Torriente Brau: Cuentos completos 157 / Un proyecto literario ambicioso: Presidio Modelo 186 / Aventuras del soldado desconocido cubano 205 / Pablo de la Torriente Brau y la vanguardia 229 / Conclusiones 238 / Bibliografía