La función “autor” en los discursos hispánicos medievales.

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Resumen: H-006
UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDEST E
Comunicaciones Científicas y Tecnológicas 2006
La función “autor”
en los discursos hispánicos medievales.
Arovich de Bogado, Vilma Haydée
Instituto de Letras, Facultad de Humanidades, UNNE.
Las Heras 727 (3500) Resistencia, Chaco, Argentina.
E-Mail: [email protected]
Antecedentes: La idea fundamental de la que parto y que tiene su origen en conceptos vertidos por Michel Foucault
(1985) es la de que un discurso está determinado o marcado por el modo en el que apunta a su autor. Esta deixis al
autor, confiere a la obra un estatuto válido dentro de una cultura. Esta noción se refuerza con la opinión de Walter
Benjamín (1998) cuando establece que el autor de una narración deja en ella sus huellas de la misma forma en que un
alfarero deja las suyas en la vasija que modela; esta circunstancia le da al relato un carácter artesanal.
Este estatuto, que no es el mismo para todos los géneros ni para todas las épocas, determina el modo de existencia del
discurso, de su circulación y recepción e inclusive, su textura. Así por ejemplo, aquéllos desprovistos de la función
“autor” (anónimos), se organizan en torno a un sujeto al cual es necesario atribuirle existencia real, que pone en acto el
discurso en un tiempo y en un espacio también reales invistiéndolo de gestualidad y de actuación. Tal investidura queda
marcada en la textura discursiva por los deícticos, por los verbos y los apelativos, entre otros. Pero cada nueva puesta en
acto implica una nueva textualización. Este hecho determina la variabilidad de los discursos, la idea pidalina (Ramón
Menéndez Pidal: 1968) de discursos que viven en variantes.
Paralelamente a estas composiciones, la Edad Media castellana también registra discursos que se delinean alrededor de
la función “autor” o “auctor”, la que se complejiza en tanto que se ejerce junto a otras como la del scriptor, la del
commentator y la del compilator (Barthes 1976: 79), y en tanto que a veces se superpone con la del actor, y otras, con la
del personaje que se introduce en la secuencia narrativa como un actante más, tal como ocurre en Cárcel de Amor de
Diego de San Pedro o la Égloga I de Juan del Encina.
Cabe preguntarse entonces, en primer lugar, qué caracteres tienen los discursos de los diversos géneros hispánicos
medievales en relación con la función “autor”/ “auctor”; y en segundo término, de qué recurso se vale este autor para
irrumpir en el discurso, cuando lo hace, o para dejar su impronta en él.
Con respecto a este planteo, es necesario realizar dos señalamientos previos: 1) Desde el punto de vista de las relaciones
de la literatura medieval con la teoría literaria, adhiero a la observación de Alan Deyermond (1995) quien plantea que
por desconocimiento de la producción literaria de la Edad Media, muchos críticos señalan como innovaciones en las
técnicas narrativas del siglo XX cuestiones que ya aparecían en la literatura castellana de finales del XV y principios del
XVI. Entre tales cuestiones aparece justamente la “función autor”. En efecto, los trabajos teóricos sobre la literatura que
se refieren a la función autor, preferentemente se circunscriben a la novela moderna y contemporánea y no traspasan
esta frontera cronológica. Es por ello que esta advertencia me sirve como punto de partida para considerar que el
trabajo propuesto permitiría incorporar la producción medieval, en este caso hispánica, a las reflexiones actuales sobre
un aspecto de la teoría literaria aparentemente desatendido como es la “función autor” en dichas obras.
2) También es necesario precisar qué se designa al hacer referencia a la “función autor” y deslindarla de otras muy
próximas como la de narrador. En este sentido es útil la definición de María Isabel Filinich (nov. 2005) para quien el
autor es una función emergente del texto en tanto que es como una bisagra que articula la vida con la obra; de una lado
queda el escritor que pertenece a otro rango de realidad, y de otro el autor que es tal en tanto cobre vida su discurso; en
esta aseveración coincide con Walter Benjamín (1998) cuando señala que cada relato tiene un autor y un receptor que
restringen su existencia al momento de actualización de la narración. Asimismo no se debe perder de vista a Michel
Foucault (1980 y luego 1985) quien se refiere al autor como “función” en razón de que lo considera como un principio
aglutinador y que da coherencia al discurso.
Materiales y métodos: Analizo la función autor en las obras castellanas medievales (s. XII al XV) en prosa o en verso,
de diversos tipologías y de diferentes modalidades de registro, que resulten adecuadas para estudiar la cuestión
propuesta. Entre las que asumen una perspectiva narrativa puede encontrarse la forma de cantar de gesta, de cuento o
de novela. Es necesario señalar en este punto que, desde la tipología de los textos medievales, la forma “novela” no
tiene una entidad definida (Deyermond, 1989; Prieto, 1975), pero se la diferencia de la épica no sólo por la perspectiva
desde la que se narra sino también por la materia narrativa misma y por la cosmovisión del narrador (Bajtin 1989).
Entre los textos paradigmáticos en este grupo cabe mencionar el Poema de Mio Cid, Libro de Buen Amor y Cárcel de
Amor; este último es el caso del cual más se han ocupado los medievalistas en cuanto a la figura del “auctor”.
En cuanto a las obras dramáticas, los casos más representativos son las Églogas de Juan del Encina y La Celestina en
las cuales también aparece con función destacada la función “auctor”; y en lo que respecta a la producción lírica, es la
poesía cortesana y cancioneril la que podrá integrarse al grupo de textos por trabajar.
El corpus así conformado constituye el objeto de estudio que intentaré ubicar no sólo en las correspondientes
coordenadas espacio temporales sino también en el cruce entre la oralidad y el proceso escritural que considero
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correlativo al de las funciones autor/ no autor; entre la ficción literaria y el rango de realidad al cual pertenece el
escritor.
En este objeto habrá que buscar los indicadores que marquen la presencia de la función autor en el discurso e
interpretarlos en el contexto sincrónico y en la diacronía.
En cuanto a la bibliografía teórica, debo recurrir en primer lugar a los aportes de la teoría literaria en todo lo que se
refiere al autor y a tipos de narrador; en segundo término, a los estudios sobre la oralidad y la escritura en la Edad
Media. Asimismo es necesario tener en cuenta todos los estudios sobre textos de la literatura castellana desde la
temprana Edad Media hasta las primeras manifestaciones de la modernidad, principalmente en tanto desarrollen el tema
del autor(es), del narrador y sus recursos, y de la ficción narrativa.
Discusión de resultados:
Hasta el momento, los resultados son parciales y puedo presentarlos en cuatro apartados que corresponden a algunas de
las obras trabajadas:
1. En los discursos tradicionales, de circulación oral, el texto no apunta a un autor individual porque aunque exista un
sujeto que gesta la composición, esta persona se confunde en el colectivo del cual forma parte y que toma como suya la
producción. El autor real externo al discurso, se desdibuja en el grupo que se encarga de la circulación, la actualización
y la transformación de la obra.
En la épica oral tradicional la función y la figura del transmisor que actualiza la composición en un tiempo y en un
espacio, se apropia de la figura del autor externo a la obra, a quien eclipsa y se transforma en el sujeto visible que
cumple la “función autor” dentro del texto; esta apropiación deja sus marcas en el discurso en los apelativos al
auditorio colectivo con el que establece una relación directa.
Mundo real y mundo ficcional se superponen y confunden en una obra que cobra vida sólo en la performance.
Este juglar que actualiza el ritual de la narración pasa a convertirse en el eje físico y concreto que sostiene la narración y
desplaza al autor como individuo con nombre y apellido. Este modo de circulación de los textos es el que explica la
anonimia como característica esencial de los discursos y no como hecho fortuito.
Para Michel Foucault (1980: 34-35) forma parte de un grupo de poder que domina el secreto de las técnicas de la
transmisión y recreación oral pero no difunde ese conocimiento técnico. Se da la paradoja entonces entre la difusión del
contenido del cantar y preservación del secreto del ejecutor.
2. Otro estatuto tienen las obras que aunque de difusión preferentemente oral –modalidad que perdurará hasta ya
entrado el siglo XX con la lectura en voz alta en ámbitos públicos- también circulan en un soporte escrito. Un texto de
la alta Edad Media castellana que se nutre tanto de las formas de la oralidad como de la escritura y que se divulga
fragmentariamente por la transmisión boca-oído, es el Libro de Buen Amor; en él se produce una ambigüedad
marcada por la superposición de la función autor, con la del narrador y la del personaje, la cual es explicada por María
Rosa Lida (1973: 210) como la dificultad del autor medieval por objetivar los personajes de la narración ficcional. Se
produce una indeterminación entre el adentro y el afuera de la obra que en el discurso se manifiesta por la inestablidad
en el señalamiento del mismo protagonista, a veces con la primera persona, eventualmente, con la tercera.
3. Un tercer grupo es el conformado por la literatura culta, cortesana y de soporte escrito de fines del siglo XV,
fundamentalmente las obras que adoptan la tipología de novela. En estos textos el autor se introduce en la ficción
novelesca, dialoga con los personajes y aún determina el curso de la acción; conserva la acepción de “auctor” como
creador de sus criaturas (Dios) porque manipula la narración y decide el curso de los acontecimientos; tiene conciencia
de su autoría porque puede evaluar la acción, manifestar sus dudas y sus errores de interpretación; la Cárcel de Amor es
el ejemplo paradigmático del autor que enmarca la ficción narrativa, se instala en un espacio y un tiempo reales y toma
el nombre de Diego de San Pedro y abruptamente se introduce en la ficción borrando las fronteras entre estatuto real,
estatuto ficcional.
Dentro de este grupo de textos cortesanos escritos por autores cultos y destinados también a un público letrado, se
podría ubicar a las obras teatrales en las que el escritor se introduce en la representación para hablar en nombre del
autor y también y de modo superpuesto metamorfoseado en el personaje; el ejemplo por excelencia son las Églogas de
Juan del Encina en las que se registra la misma imprecisión fronteriza entre realidad y ficción, oralidad y escritura ya
que por un lado remite a la performance de los textos orales y por otro vincula al estilo y recursos de la producción
escrita.
4. Reservo un lugar especial para La Celestina porque si bien fuen un éxito de impresión por su edición y reediciones
del último año del siglo XV y primeros del siguiente, también fue difundida preferentemente por la lectura en voz alta y
en espacios públicos; asimismo, se nutre al igual que el Libro de Buen Amor; de la oralidad y de la escritura, comparte
la actitud narrativa de la novela y la puesta en acto del teatro; en ella desaparece la voz del autor que había tomado la
palabra en las tipologías iniciales del prólogo, el incipit y la carta, para multiplicarse en numerosos portavoces de
Fernando de Rojas; cada uno de los personajes narra situaciones y se hace vocero del escritor en una innovación
narrativa que converge con la innovación estilística.
5. No se puede dejar de señalar que lo que he identificado como la “función autor” hará eclosión en el siglo XVII
hispánico y tendrá su máximo exponente en El Quijote de la Mancha en el cual, a la manera del barroco, la figura del
autor se refractará como un espejo en múltiples fragmentos para dar lugar a un primero y un segundo autor, un autor
genuino y un autor apócrifo, un Miguel de Cervantes con estatuto real, un homónimo que aparece en la ficción
narrativa, un transcriptor y un traductor.
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Conclusiones: Como conclusión parcial se puede retomar la idea de María Rosa Lida citada más arriba y plantear que
en esta objetivización de los personajes de la ficción narrativa medieval se recorre un itinerario que arranca desde la
actualización que realiza el autor como una presencia física y objetiva hasta su refracción especular que alcanzará su
máxima expresión en el siglo XVII; en este recorrido sinuoso se detectan diferentes maneras de manifestación de la
función autor en el discurso; cada una de ellas deja sus marcas sensibles en el discurso y encuentra un correlato
contextual en el ámbito sociocultural en que se produce.
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