PAU Historia junio 2009 Aragón - Oxford University Press España

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Historia de España
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Historia de España
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ARAGÓN
CONVOCATORIA JUNIO 2009
SOLUCIÓN DE LA PRUEBA DE ACCESO
AUTORA:
Marta Monje Molina
Opción A
 El texto es un fragmento del artículo «El Estado», perteneciente al volumen II de la Enciclopedia de Historia de
España, dirigida por el historiador Miguel Artola. Se trata, por tanto, de una fuente secundaria de carácter historiográfico. En el texto se analiza a grandes rasgos el
sistema político de la Restauración (1875-1902), y se
indican el factor que condicionó su establecimiento (la
experiencia isabelina), sus objetivos (la integración de
las fuerzas políticas del país en dos grandes partidos) y
sus rasgos fundamentales (forma monarquial de gobierno, parlamentarismo dualista, sistema económico capitalista y liberal), además de sus limitaciones (exclusión
de las fuerzas políticas emergentes, republicanos, socialistas y nacionalistas, fraude electoral, desencanto de un
sector importante de la opinión pública).
El pronunciamiento protagonizado por el general Martínez Campos en diciembre de 1874 acabó con el régimen republicano, vigente en España desde febrero de
1873, y permitió el regreso de la dinastía borbónica en la
persona de Alfonso XII. Con el nuevo monarca se instauró un sistema político cuyo artífice fue Antonio Cánovas
del Castillo (1828-1897). El objetivo de Cánovas fue
dotar a la monarquía restaurada de un sistema liberal
que permitiera la alternancia pacífica en el Gobierno de
dos grandes partidos que no se marginaran entre sí ni
recurriesen a la insurrección para acceder el poder. Los
partidos antimonárquicos, antiliberales y antinacionales
quedaron excluidos.
El sistema político de la Restauración
El edificio político canovista se sustentó en la Constitución de 1876, en los partidos Conservador y Liberal, y en
el papel arbitral del rey, quien decidía qué formación
debía controlar el poder ejecutivo. Un elemento indispensable para el funcionamiento de este sistema fue el
fraude electoral.
La Constitución de 1876 se mantuvo en vigor hasta
1931 (con el paréntesis de la dictadura de Primo de
Rivera). Establecía un modelo de Estado centralista en el
que el catolicismo era la religión oficial. El monarca era
el mando supremo del Ejército, elegía el Gobierno y
tenía autoridad para disolver las Cortes, de carácter bicameral. Asimismo, podía vetar los proyectos de ley y ejercer la potestad legislativa.
El Congreso fue elegido por sufragio censitario hasta
1890; a partir de ese año se instauró el sistema de sufragio general masculino. Parte de los miembros del Senado eran elegidos por el rey y el resto por las corporaciones y los mayores contribuyentes mediante un sistema
indirecto.
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El juego de partidos de la Restauración se articuló en
torno al Partido Liberal Conservador, situado en la derecha moderada, y el Partido Liberal, llamado inicialmente
Partido Fusionista. El primero, dirigido por Cánovas,
agrupó a liberales moderados, ex progresistas (Romero
Robledo) y algunos tradicionalistas (Pidal). Práxedes
Mateo Sagasta fue el líder del Partido Liberal, formación
en la que se integraron antiguos progresistas y demócratas del Sexenio Democrático (Montero Ríos, Moret,
Martos). No eran partidos de masas sino organizaciones
de notables. Su fortaleza no dependía tanto de la cohesión interna de sus miembros como de la influencia de
su líder y su capacidad de mantener unidas las distintas
facciones del partido.
Ambas fuerzas se alternaron en el poder, en lo que se
conoció como el turno de partidos, mecanismo que era
activado por el monarca, no por la voluntad popular. El
procedimiento se inauguró en 1881, cuando Alfonso XII
encomendó la formación de Gobierno a Sagasta, en
lugar de a Cánovas, y se oficializó tras la muerte del rey
en 1885. Su esposa, María Cristina de Habsburgo, embarazada de quien sería Alfonso XIII, asumió la regencia.
Cánovas, presidente del Gobierno en ese momento,
acordó con Sagasta cederle el poder durante los primeros años de la regencia. El acuerdo recibió la denominación de Pacto del El Pardo.
El funcionamiento del sistema era el siguiente: el candidato a presidir el Gobierno debía ser designado por el
rey y contar con una mayoría sólida en las Cortes. De no
ser así, obtenía del monarca el decreto de disolución de
las Cortes y promovía la convocatoria de elecciones. En
este momento, se ponían en marcha los mecanismos de
falseamiento del voto a través de las redes de clientes o
«amigos políticos» con que contaban los partidos del
turno: compra del voto o presión a los electores y a los
poderes locales, falseamiento de las listas electorales y
manipulación de los resultados. Estas prácticas fraudulentas recibieron la denominación de «pucherazo». El
proceso se controlaba desde el Ministerio de Gobernación, que administraba el «encasillado», procedimiento
por el que se decidía, antes de las elecciones, qué cargos
debían corresponder al partido del Gobierno y cuáles a
la oposición. Este sistema, conocido como caciquismo,
fue más eficaz en las zonas rurales que en las urbanas,
donde la opinión pública y los votos eran más difíciles
de controlar. Como dice Artola, con el paso del tiempo el
sistema se «hizo extraño a un sector cada vez más
amplio de la opinión pública» y una parte importante
de las clases populares dejó de votar en las elecciones, al
considerarlas una farsa inútil.
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Los elementos opositores
En sus primeros años, el sistema político de la Restauración se benefició de la debilidad de la oposición, compuesta por los seguidores del carlismo y un heterogéneo grupo de formaciones republicanas. A lo largo de
las décadas de 1880 y 1890 surgieron dos movimientos
políticos críticos con el régimen: el movimiento obrero y
los nacionalismos periféricos.
Los carlistas, derrotados en 1876, se dividieron entre
quienes se oponían a participar en el juego político del
régimen y los que creyeron más conveniente formar un
partido político y luchar dentro de la legalidad. El primer
grupo, conocido como corriente integrista, se enfrentó
al pretendiente carlista (1888) y fue expulsado del partido; lo dirigió Ramón Nocedal y se caracterizó por su
intransigencia con el liberalismo. En el otro extremo del
espectro político, los republicanos ejercían una gran
influencia en los núcleos urbanos, pero mantuvieron la
división que les caracterizó durante el Sexenio Democrático entre los radicales de Ruiz Zorrilla, los unitarios
de Salmerón y los federales de Pi i Margall. Los posibilistas de Castelar, por su parte, evolucionaron hacia posiciones próximas al régimen y colaboraron con el partido
de Sagasta.
El movimiento obrero fue cobrando fuerza a medida
que se aproximaba el fin de siglo. Estaba dividido en dos
grandes bloques, el anarquismo y el socialismo. El primero se oponía a la participación política y se escindió
en varios grupos: los catalanes, los andaluces, los partidarios de los sindicatos legales y los que practicaban el
terrorismo individual. Las actividades de estos últimos
provocaron una durísima represión en Andalucía a raíz
de los atentados de la Mano Negra, y también en Cataluña (atentado en el Teatro del Liceo de Barcelona en
1893). En 1897, el propio Cánovas fue asesinado por un
anarquista italiano. En cuanto al socialismo, en 1879
tuvo lugar el nacimiento del PSOE y en 1888 se constituyó
la UGT. Débil inicialmente, el socialismo se fue implantando en las zonas en que se estaba produciendo una
industrialización acelerada (País Vasco) y en los grandes
núcleos urbanos (Madrid).
En el caso de los nacionalismos periféricos, los dos principales focos fueron Cataluña y el País Vasco. Un factor
que explica su aparición fue la existencia de movimientos culturales que impulsaron la recuperación de las lenguas vernáculas y las costumbres autóctonas (Renaixença en Cataluña y Rexurdimento en Galicia). Otras causas
fueron la impopularidad en algunas regiones del proceso de centralización política y el nacionalismo español
impulsados por los gobiernos liberales y la reacción
frente a las transformaciones sociales y económicas provocadas por la industrialización de finales del siglo XIX.
Los contextos variaron de una región a otra. En Cataluña,
que gozaba de un mayor desarrollo industrial, las élites
burguesas defendían el proteccionismo y sus intereses
como productoras frente a las medidas liberales adoptadas por los gobiernos de Madrid; además, exigían un
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mayor peso de Cataluña en la gobernación del Estado.
En el País Vasco, se produjo una rapidísima industrialización en el último cuarto del siglo XIX y una llegada masiva de inmigrantes; desde algunos sectores esto se vivió
como una amenaza a las costumbres e instituciones vascas, que se sumó al trauma provocado por la supresión de
los Fueros tras la conclusión de la Tercera Guerra Carlista.
En Cataluña se produjo un largo proceso de formación
del catalanismo político en el que tuvieron lugar acontecimientos importantes, como la formación del Centre
Catalá de Valentí Almirall (1882) y de la Unión Catalanista (1891), la publicación de las Bases de Manresa (1892)
y la constitución de la Lliga Regionalista (1901). En el
País Vasco, Sabino Arana fundó el Bizkai Buru Batzar en
1895, origen del Partido Nacionalista Vasco (PNV). En
Valencia y Galicia también se desarrollaron movimientos
regionalistas.
A finales de siglo el sistema atravesó una crisis profunda,
tanto por la presión creciente que ejercían estas fuerzas
opositoras como por la pérdida de las últimas colonias
españolas. El desastre del 98 provocó el surgimiento del
regeneracionismo, un movimiento intelectual que rechazaba el sistema de la Restauración por considerarlo una
lacra para el progreso político de España. La oposición,
sin embargo, no logró rentabilizar la derrota y los partidos dinásticos asumieron algunas de las reivindicaciones del movimiento en los primeros años del reinado de
Alfonso XIII (1902-1931).
El sistema político canovista se mantuvo vigente hasta
el golpe de Estado de Primo de Rivera (1923), aunque
lastrado por la división en el seno de los partidos dinásticos y la influencia creciente de nacionalistas, republicanos y las fuerzas del movimiento obrero que o bien exigieron la atención de sus reivindicaciones para poder
integrarse en él (Lliga Regionalista, reformistas de Melquíades Álvarez) o bien lo cuestionaron de raíz (Partido
Radical de Lerroux, PSOE, CNT).
 a) La Guerra Civil española (1936-1939) cobró inmediatamente una dimensión internacional. Al apoyo que
desde el principio recibieron los sublevados por
parte de la Alemania nazi y la Italia fascista, que se
materializó en la ayuda prestada en el traslado a la
Península del ejército de África, se sumaron las adhesiones espontáneas a la causa republicana desde
diferentes lugares del mundo. Ante esa situación,
las potencias democráticas intentaron adoptar una
postura común, que se vio condicionada por los
planteamientos de cada una de ellas ante la expansión del fascismo en Europa, el estado de sus respectivas opiniones públicas, y el signo político de
sus gobiernos.
En principio, se acordó la no injerencia diplomática y
militar en los asuntos españoles y se prohibieron las
exportaciones de armamento a España. En la práctica, esta política provocó que el Gobierno de la
Segunda República no pudiera aprovisionarse libremente de armas en el extranjero. Para que el acuerdo
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de no intervención fuera efectivo, se encargó a un
comité (creado en Londres en septiembre de 1936)
que velara por su cumplimiento. El principal valedor
de esta política fue el Gobierno conservador británico,
que temía las repercusiones de una posible revolución social en España y era partidario de una política
de apaciguamiento frente a Alemania e Italia. En
Francia se permitieron las adhesiones colectivas y los
actos de apoyo al Gobierno republicano, pero se
cerró la frontera para evitar la entrada de armas en
España. En el país galo existía una fuerte polarización, ya que en él gobernaba un Frente Popular desde
1936; además, el Gobierno estaba condicionado por
la postura británica de no provocar a Alemania. Estados Unidos se mantuvo neutral para no favorecer al
comunismo europeo, aunque permitió a Franco
abastecerse de gasolina estadounidense. Hasta cierto
punto, la política de no intervención tuvo éxito, ya que
aisló el conflicto, pese a que tanto Alemania e Italia
como la Unión Soviética apoyaron a uno u otro bando
ignorando el pacto. Sin embargo, el pacto reforzó al
fascismo y no impidió la Segunda Guerra Mundial.
La Italia fascista y la Alemania nazi apoyaron a los
rebeldes desde el primer momento por motivos de
tipo político y estratégico: puesta a punto de sus
ejércitos, simpatía ideológica con los sublevados,
extensión de su ámbito de influencia en el suroeste
de Europa. Este apoyo se concretó en el envío de unidades militares y material bélico. La Corpo di Truppe
Volontarie (CTV) italiana llegó a sumar 40 000 efectivos, y la Legión Cóndor alemana (unos 6 000 hombres) reunía aviación, artillería antiaérea y técnicos
de primera clase. Además de alemanes e italianos, los
sublevados contaron con el apoyo de Portugal,
gobernado por Antonio de Oliveira Salazar. Este país
envío una división de apoyo (los Viriatos), pero su
contribución más valiosa fue el control de la frontera
a favor de los rebeldes. Desde el punto de vista
diplomático, el apoyo más importante de los sublevados procedió del Estado vaticano, que reconoció al
régimen franquista en el verano de 1937.
El Gobierno republicano solo contó con el apoyo de
la Unión Soviética (a partir de septiembre de 1936 y
tras muchas reticencias), empeñada en una política
de acercamiento a las democracias para hacer frente
al nazismo. También recibió una modesta ayuda de
México. El apoyo soviético se materializó a dos niveles: entrega de armamento, que el Gobierno republicano hubo de pagar al contado con las reservas de
oro del Banco de España, y reclutamiento de voluntarios (el Gobierno soviético ordenó a la Internacional
Comunista que organizara el reclutamiento de las
Brigadas Internacionales e impulsó movimientos de
solidaridad antifascista en los países occidentales).
La situación en Europa, una referencia constante
para ambos bandos a lo largo del conflicto, jugó un
importante papel en la crisis que atravesó el Gobierno
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republicano durante la primavera de 1938. Dicha crisis se prolongó en los meses siguientes debido al
enfrentamiento entre quienes daban por perdida
la guerra —con el presidente de la República, Manuel
Azaña, y el socialista Indalecio Prieto al frente— y el
también socialista Juan Negrín, presidente del ejecutivo y partidario de alargar el conflicto para enlazarlo
con una guerra a escala europea que él consideraba
inminente. Los resultados de la Conferencia de Múnich
(septiembre de 1938), en la que británicos y franceses
aceptaron la invasión alemana de Checoslovaquia,
dejaron claro que las potencias democráticas condenaban a este país, e indirectamente también a España,
a sufrir el expansionismo fascista. Pese a ello, Negrín
mantuvo su postura hasta el final de la guerra.
Un último aspecto de la dimensión internacional de
la Guerra Civil es su repercusión en la opinión pública.
La causa republicana atrajo las simpatías de toda la
izquierda mundial y de la mayoría de los intelectuales (André Malraux, George Orwell, Ernest Hemingway,
entre otros). En los países con regímenes fascistas,
pese a que no existía una opinión pública favorable
a los republicanos españoles, sí hubo voluntarios
antifascistas, como los italianos de la Brigada Garibaldi. La opinión de la derecha en los países democráticos fue más variada, pues, aunque parte de los
católicos se inclinaban hacia Franco, muchos eran
contrarios a los nazis. Entre los escritores de la derecha católica destacó el francés George Bernanos, que
denunció el nuevo orden de cosas impuesto por los
militares rebeldes en Los grandes cementerios bajo la
luna (1938).
b) En general, la ideología del franquismo se identificó
con el pensamiento de las derechas conservadoras y
autoritarias de la Europa de entreguerras. Aunque el
régimen evolucionó del filofascismo inicial hacia
posiciones más tibias durante los casi cuarenta años
en que se mantuvo vigente, permaneció siempre fiel
a sus principios básicos, que fueron los siguientes:
쐌 Ensalzamiento de Francisco Franco —generalísimo, caudillo, jefe de Gobierno y del Estado y jefe
nacional del Movimiento, es decir, de FET y de las
JONS—, quien se mantuvo sólidamente instalado
en la cúspide del poder hasta su muerte.
쐌 Rechazo de la sociedad burguesa y nostalgia de
épocas pasadas en las que España triunfaba. Se
añoraba la época de los Reyes Católicos y los Austrias mayores.
쐌 Aversión hacia la ideología liberal y la democracia
parlamentaria, identificadas con la «masonería» y
la «judeomasonería», a las que el franquismo
hacía responsables de la decadencia nacional. A
partir de los años sesenta, el lenguaje se moderó
y se consideró que el liberalismo era simplemente
inadecuado para España, dado el carácter bárbaro
y anarquista que supuestamente distinguía a los
españoles.
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쐌 Durísima represión del marxismo y el comunismo,
así como del movimiento obrero. Se consideraba
el responsable al comunismo, junto con la «judeomasonería», de todas las conspiraciones que acechaban al Estado.
쐌 Un intransigente catolicismo conservador, convertido en religión oficial del Estado y considerado parte esencial del «alma» española.
쐌 Un nacionalismo españolista exacerbado y excluyente, que implicó la represión de los nacionalismos periféricos.
El pragmatismo, sin ser propiamente un rasgo ideológico, también caracterizó al franquismo. Le permitió evolucionar desde las posiciones próximas al fascismo hasta las propias de una dictadura de carácter
paternalista que alardeaba de haber traído la paz y el
desarrollo a España.
Las bases sociales del franquismo fueron la clase
media, los obreros sin filiación política, el campesinado
del norte y centro del país, los grandes terratenientes
y la mayor parte de la élite económica y política, además de quienes pertenecían a las instituciones clave
del régimen: la Iglesia, el Ejército y el partido único
(FET y de las JONS).
La Iglesia católica desempeñó un papel de primera
importancia en la legitimación del franquismo. Las
altas jerarquías eclesiásticas participaron activamente
en las instituciones franquistas. La influencia social de
la Iglesia fue enorme, especialmente a través del control de la educación y la vida cotidiana. Además, se
valió de dos organizaciones para extender su control
a las élites políticas: la Asociación Católica Nacional
de Propagandistas (ACNP) y el Opus Dei. Ambas fueron
cobrando poder a medida que el régimen comenzó
a despojarse de su costra fascista cuando la derrota
de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial
se hizo evidente. La ACNP, fundada por el jesuita Ángel
Ayala en 1909 e impulsada por el eclesiástico
Ángel Herrera Oria, preparó a numerosos políticos e
intelectuales para que defendieran los puntos de vista
católicos. El Opus Dei, creado en 1928 por José María
Escrivá de Balaguer, perseguía objetivos similares.
Miembros de esta organización, los llamados tecnócratas, controlaron la política económica española
durante la época de crecimiento de los años sesenta.
El Ejército era clave para el mantenimiento del orden
(controlaba la Policía Armada y la Guardia Civil) y
para garantizar la pervivencia de los principios de la
sublevación, encarnados en la figura del generalísimo, al que el Ejército mostró una adhesión total y
prácticamente sin fisuras durante todo el franquismo. Los militares desempeñaron también durante el
régimen franquista un importante papel político, ya
que fueron titulares de ministerios, gobernadores
civiles, altos cargos del Instituto Nacional de Industria, etcétera.
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En cuanto al partido único, de él dependían una serie
de organizaciones con las que se pretendía mantener
su influencia en diferentes ámbitos de la sociedad
española. El Frente de Juventudes organizaba actividades de ocio para muchachos de entre 15 y 18 años
en las que estos eran adoctrinados en la obediencia
y el respeto a las jerarquías. La Sección Femenina
pretendía relegar a la mujer española a la condición
de buena esposa, madre y ama de casa. El Sindicato
Español Universitario (SEU), al que debían afiliarse
los estudiantes, difundía la ideología falangista en el
ámbito universitario.
Tuvieron gran importancia en el clima social reinante
en el franquismo, y especialmente durante sus primeros años, el trauma y la apatía política que provocaron la Guerra Civil y la miseria de la posguerra en
un amplio sector de la población española, dispuesto a aceptar el régimen a cambio de paz y estabilidad. La expansión económica de los años sesenta
y los cambios sociales y culturales que provocó
—modernización de las mentalidades, aumento de
la oposición al régimen, contacto con otras realidades a través de la emigración y la llegada masiva de
turistas extranjeros— diluyeron en buena medida
las bases sociales del franquismo, aunque este mantuvo un apoyo amplio hasta 1975, año de la muerte
del dictador.
 a) Al-Ándalus es la denominación que recibió el territorio hispano ocupado por los musulmanes desde su
conquista a principios del siglo VIII hasta el siglo XIII.
Desde este último siglo y hasta 1492 solo se mantuvo
bajo dominio musulmán el reino nazarí de Granada.
Del término al-Ándalus tomó su nombre Andalucía,
que se convirtió en el centro político de la España
musulmana. Los ochocientos años de presencia islámica en la Península dejaron un notable legado en
la agricultura, el urbanismo, el pensamiento, la literatura y el arte.
Evolución política
Tras la derrota de los visigodos en la batalla de Guadalete (711), la conquista musulmana de la Península
fue fácil y breve (711-715). Concluida esta, la historia
política de al-Ándalus atravesó diferentes etapas.
Durante el emirato dependiente (711-756), el poder
político fue asumido por un valí (gobernador), sujeto
a la autoridad del califato de Damasco. La capital se
estableció en Córdoba y se ordenó el territorio en
coras. Tras la caída de la dinastía omeya y el exterminio de sus miembros, un superviviente de la familia,
Abd al-Rahman I, huyó a al-Ándalus y estableció un
emirato independiente (756-929) en Córdoba, que
mantuvo la hegemonía sobre la mayor parte de la
Península. Desde 879, el emirato se vio inmerso en
una crisis, pues estallaron revueltas locales y reivindicaciones de independencia (como la de Umar ibn
Hafsun en Andalucía).
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Abd al-Rahman III restauró la unidad del Estado islámico y estableció el Califato de Córdoba (929-1031),
consolidando la hegemonía de al-Ándalus sobre la
Península Ibérica y abriendo una época de esplendor
artístico e intelectual. Durante la minoría de edad del
califa Hisham II (976-1013), el gobierno pasó a manos
del hayib, o valido, Almanzor. Él y sus dos hijos, que le
sucedieron en el poder, son conocidos como los amiríes. Almanzor impuso una dictadura militar y dirigió
expediciones de castigo contra los reinos cristianos
del norte. A su muerte (1002), uno de sus hijos quiso
ser nombrado sucesor de Hisham II. En 1009 estalló
una revolución en Córdoba durante la cual los amiríes
fueron asesinados. La crisis concluyó en 1031, cuando una asamblea de notables decretó el final del
Califato.
Al-Ándalus se disgregó entonces en pequeños reinos
independientes llamados taifas (1031-1090). Las taifas
más importantes fueron las de Badajoz, Toledo, Zaragoza, Valencia, Denia, Murcia y Sevilla. El desarrollo
cultural en estos reinos fue muy elevado, aunque su
debilidad militar y política también fueron considerables, por lo que tuvieron que pagar tributos
(parias) a los reinos cristianos que los amenazaban;
finalmente pidieron ayuda a los almorávides, quienes, en vez de colaborar con ellos, los conquistaron
entre los años 1090 y 1110, abriendo un nuevo período en la historia de al-Ándalus (1090-1145). Los
almorávides, sin embargo, no pudieron contener el
avance cristiano y, tras el desmoronamiento de su
Imperio surgieron las segundas taifas (1145-1156), que
se mantuvieron hasta la conquista de los almohades,
procedentes del actual Marruecos. Hacia 1203 los
almohades ya habían sometido todas las taifas andalusíes; sin embargo, fueron derrotados por los cristianos en la batalla de las Navas de Tolosa (Jaén, 1212).
Tras ellos surgieron las terceras taifas (1212-1236),
conquistadas en el siglo XIII por Castilla y Aragón.
El único Estado heredero de al-Ándalus que perduró
en la Península fue el reino nazarí de Granada. Fundado entre 1237 y 1238 por Muhammad I, se mantuvo
hasta 1492. Era un reino rico y en él se alcanzaron
altas cotas intelectuales y artísticas, en especial durante los reinados de Yusuf I (1333-1354) y Muhammad V
(1354-1391). A finales del siglo XV, debilitado por una
crisis dinástica que desembocó en una guerra civil,
fue conquistado por Castilla en la Guerra de Granada
(1482-1492).
Organización económica y social
La economía de al-Ándalus se basaba fundamentalmente en la agricultura; los musulmanes aportaron
importantes novedades para el aprovechamiento
del agua (acequias, norias), que permitieron aumentar las superficies dedicadas a cultivos de regadío
y la productividad. También se introdujeron nuevos
cultivos (arroz, albaricoque, granada, zanahoria, berenjena, azafrán, morera, etc.). Además, fue relevante la
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cría del ganado ovino y la minería (hierro, cobre y
mercurio). Las mejoras en agricultura permitieron un
aumento de la densidad de población y el crecimiento de las ciudades. En el siglo XII, mientras ninguna ciudad cristiana peninsular alcanzaba los cinco
mil habitantes, Córdoba y Sevilla superaban los cincuenta mil, y Toledo, Badajoz, Granada, Murcia o
Almería rebasaban los quince mil.
En lo que respecta a la sociedad andalusí, existió una
gran diversidad étnica y religiosa. El grupo de los
musulmanes, dominante, estaba integrado por árabes procedentes de Oriente (que constituían la élite
dirigente), bereberes del norte de África y muladíes
(cristianos convertidos al Islam). Los cristianos que
quedaron bajo dominación musulmana recibían el
nombre de mozárabes. El Islam les permitía cierta
autonomía y libertad de culto, aunque debían pagar
impuestos, no podían acceder a los cargos públicos y
tenían prohibido hacer proselitismo. Por su parte, los
judíos se integraron más plenamente que los cristianos en la vida y, sobre todo, en las actividades
comerciales de las ciudades andalusíes. También participaron de forma brillante en la vida cultural, al
contrario que los mozárabes, que terminaron siendo
una minoría marginal y oprimida.
El legado cultural y artístico
La vida cultural y artística en al-Ándalus alcanzó
cotas muy altas. Su ciencia, su literatura y su arte se
inspiraron en modelos árabes de Oriente, y su pensamiento, reflejo de la cultura persa y grecorromana,
alcanzó una gran originalidad. La cultura andalusí
ejerció una fuerte influencia en la Europa cristiana.
En el campo de la literatura destacaron Ibn Hazm e
Ibn Zaydun, y entre los filósofos, Avempace, Averroes
y Maimónides. En cuanto a las manifestaciones artísticas, alcanzaron un extraordinario esplendor las
artes decorativas (artesanía, azulejo, cerámica, orfebrería, marfil) y, especialmente, la arquitectura (la
mezquita de Córdoba y la ciudad palacio de Madinat
al-Zahra, de época Omeya; la Giralda, de época almohade, y el palacio alcazaba de Granada o Alhambra,
de época nazarí).
b) Los mudéjares («islámicos en tierra cristiana») fueron
los musulmanes que permanecieron en la Península
tras la caída del reino de Granada (1492), es decir, los
antiguos habitantes de al-Ándalus. Aunque en un
principio, su vida, posesiones y prácticas religiosas
fueron respetadas, como había sucedido con las
minorías musulmanas residentes en los reinos cristianos peninsulares, la tolerancia hacia ellos duró
poco. En primer lugar, se expulsó a aquellos que
habitaban el antiguo reino de Granada, que se habían
sublevado (1499-1502); se les dio a elegir entre el
bautismo o el destierro. En 1502 se amplió la medida
a toda Castilla. La mayoría se convirtió al cristianismo.
En la Corona de Aragón, donde los mudéjares eran
más numerosos (unos cien mil), se adoptó la misma
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medida en 1526, aunque, como en Castilla, la mayoría aceptó la fe cristiana.
Inquisición se abolió definitivamente en 1820, durante
el Trienio Liberal.
Los musulmanes que decidieron bautizarse fueron
llamados moriscos. Pese a su conversión, mantuvieron buena parte de sus costumbres y constituyeron
una minoría diferenciada, que se dedicó fundamentalmente a la agricultura. A lo largo del siglo XVI, fueron objeto de una presión creciente por parte de las
autoridades y de la Inquisición. Esta presión provocó
el estallido de la revuelta de los moriscos de Granada
(Guerra de las Alpujarras, 1568-1570). Tras su derrota,
la mayoría de los moriscos supervivientes (alrededor
de 80 000) fueron deportados y repartidos por Castilla.
La desconfianza hacia ellos se mantuvo en los años
siguientes —se les consideraba falsos conversos y
difícilmente adaptables a la sociedad cristiana—
y, finalmente, el duque de Lerma, valido de Felipe III,
decidió la expulsión de toda la población morisca
(1609-1614). La medida afectó profundamente a la
economía agraria, sobre todo en Valencia (los moriscos constituían aquí un tercio de la población) y en
Aragón (donde sumaban el 20 % de sus habitantes).
d) La promulgación de los Decretos de Nueva Planta
fue consecuencia directa de la victoria del pretendiente francés, Felipe de Anjou, que accedió al trono
en 1701 con el nombre de Felipe V, sobre Carlos de
Habsburgo en la Guerra de Sucesión española (17011715), que tuvo lugar tras la muerte sin descendencia de Carlos II el Hechizado (1700) y por la cual se
estableció la dinastía de los Borbones en España.
c) El Consejo de la Suprema Inquisición fue constituido
por los Reyes Católicos en los primeros años de su
reinado con el objetivo de que todos sus súbditos
profesaran la misma fe. Isabel y Fernando consideraban una obligación restaurar la unidad religiosa de la
época visigoda y tener por súbditos a buenos y sinceros cristianos. En ese sentido, la existencia de
importantes minorías de judíos y mudéjares constituía un problema. Para solucionarlo crearon una institución que persiguiese a los falsos conversos, es
decir, aquellos que pese a haber abrazado la fe cristiana, persistían en sus antiguos ritos y costumbres
religiosas. La Inquisición constituyó, además, un
importante instrumento político, ya que fue la única
institución que se impuso en todos sus reinos, incluyendo Canarias y, más tarde, las Indias.
En la Corona de Aragón existía un Tribunal de la
Inquisición desde el siglo XIII. Controlado por el papado y los dominicos, su misión original de perseguir
herejes había quedado obsoleta. Isabel y Fernando
decidieron darle un nuevo sentido y crearlo en Castilla,
donde no existía.
Autorizado por el Papa en 1478, el primer Tribunal de
la Inquisición, a cargo de los dominicos, comenzó a
funcionar en Sevilla en 1480. Más tarde, la Inquisición
se implantó en el resto de Castilla y los demás reinos.
En sus primeros años, se empleó con un rigor máximo,
especialmente contra los judeoconversos. En los siglos
siguientes, amplió su campo de acción a moriscos,
protestantes y a todos aquellos cuyas conductas se
consideraban desviaciones morales (blasfemia, brujería, homosexualidad…). La Inquisición se mantuvo
vigente hasta el siglo XIX. Las Cortes de Cádiz abolieron la institución, aunque Fernando VII, a su regreso
del cautiverio de Valençay en 1814, la reinstauró. La
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Durante la Guerra de Sucesión, los reinos españoles
orientales se habían alineado con el pretendiente
austriaco, por lo que Felipe V ordenó la supresión de
sus instituciones y privilegios, vigentes desde hacía
siglos y que los monarcas de la dinastía de los Austrias habían respetado. Se aplicaron para ello los
Decretos de Nueva Planta en los reinos de Valencia y
Aragón (1707), Mallorca (1715) y Cataluña (1716).
Estos decretos eliminaban los fueros, las Cortes y sus
diputaciones, incluida la Generalitat, los tradicionales
concejos municipales, el cargo de Justicia Mayor, el
sistema fiscal y monetario propio de cada reino y
el Consejo de Aragón. En su lugar se impusieron, en
líneas generales, las leyes, instituciones y cargos de
Castilla. Los virreyes fueron suprimidos y la lengua
catalana quedó recluida a la esfera privada. Además,
se eliminaron las aduanas y puertos secos que obstaculizaban el comercio interior.
Los Decretos respondían al deseo de Felipe V de
emprender reformas que condujesen a la uniformidad administrativa de los diferentes territorios de la
monarquía y a una mayor centralización. Sin embargo,
la igualdad entre los reinos no fue total. Los orientales conservaron buena parte de su derecho civil y
costumbres locales, y se renunció a imponerles el sistema fiscal castellano. Por su parte, en el País Vasco y
Navarra se mantuvieron vigentes sus fueros y aduanas. Navarra, además, conservó sus Cortes y su virrey.
e) Con el nombre de señorío se conoce el sistema de
dominio de la tierra y de los campesinos que la trabajaban, nacido en la Edad Media. La sociedad feudal propia de esta época se basaba en las relaciones
de dependencia entre distintos grupos. La generalización de este tipo de relaciones entre los campesinos y un grupo social privilegiado formado por
señores, tanto laicos (nobles) como eclesiásticos, dio
lugar al nacimiento de los señoríos. Según quién fuese su titular, los señoríos se clasificaban en:
쐌 Señoríos nobiliarios: estaban en manos de la nobleza. Inicialmente, eran donaciones reales que tenían
un carácter vitalicio y quedaban sin efecto tras el
fallecimiento del titular del señorío. No obstante, a
lo largo de la Edad Media se hicieron hereditarios.
쐌 Señoríos eclesiásticos: estaban en manos del clero. Además de las tierras otorgadas por los reyes,
el clero recibía donaciones de particulares, que
Historia de España
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ARAGÓN
aumentaban el poder económico y territorial de
la diócesis u orden religiosa.
Los señoríos pueden dividirse, además, en otras dos
categorías según cuáles sean las funciones ejercidas
por su titular:
쐌 El señorío territorial: los señores administraban
una gran extensión de tierras, que dividían para su
explotación. Una parte del señorío (reserva) era
controlada directamente por el señor y trabajada
por siervos, que, además de cultivar las tierras del
señor, no eran libres de abandonarlas. Otra parte
del señorío se dividía en parcelas o mansos que
se arrendaban a campesinos libres, quienes debían
llevar a cabo algunos trabajos para el señor en la
reserva durante ciertas épocas del año o realizar
reparaciones.
쐌 El señorío jurisdiccional: los señores tenían la
potestad de administrar justicia sobre los campesinos del señorío.
CONVOCATORIA JUNIO 2009
Era frecuente que una misma persona ejerciera el
señorío territorial y el jurisdiccional. Los señoríos se
perpetuaron a través del mayorazgo, figura jurídica
por la que el varón primogénito recibía en herencia
una propiedad, que había permanecido en manos
de la misma familia durante generaciones. Esta propiedad estaba vinculada a su persona: no podía dividirla ni venderla.
En las Cortes de Cádiz (1810-1813) se abolieron los
derechos feudales (1811), es decir, la dependencia
personal de los campesinos respecto de sus señores
y, por tanto, los señoríos jurisdiccionales: los señores dejaron de administrar justicia y de percibir rentas
por ejercer esa función. Se mantuvieron los señoríos
territoriales y los antiguos señores feudales se convirtieron en propietarios de las tierras. Cuando Fernando VII regresó a España en 1814, restauró la jurisdicción señorial. En 1836-1837 (reinado de Isabel II)
se decretó la supresión de señoríos y mayorazgos.
Opción B
 El texto forma parte de la primera declaración del
Gobierno provisional, emitida un día después de la proclamación de la Segunda República en España el 14 de
abril de 1931. Se trata de una fuente jurídico-política
de carácter primario. El Gobierno, compuesto casi íntegramente por miembros del Comité Revolucionario formado en 1930 a raíz del Pacto de San Sebastián, describe
su naturaleza (democrático y responsable) y anuncia la
convocatoria de Cortes Constituyentes. A continuación,
anuncia también la adopción de medidas contra los responsables del golpe de Estado de 1923 y de los gobiernos posteriores, además de referirse en términos desfavorables al reinado de Alfonso XIII. Este documento se
publicó en la Gaceta de Madrid, un diario cuyo origen
se remonta al siglo XVII y en el que, desde el siglo XVIII, se
hacían públicas las decisiones del Gobierno. Es el antecedente del Boletín Oficial del Estado.
La Segunda República (1931-1939) fue el primer ensayo
de democracia de masas en la historia de España. Constituyó un proyecto de modernización política con el que
se intentó adecuar el marco legislativo e institucional a
los cambios sociales y económicos que se habían producido entre 1910 y 1930. Nació como consecuencia del
resultado de las elecciones municipales del 12 de abril
de 1931, favorable a la Conjunción Republicano-Socialista en las capitales de provincia y las grandes ciudades, lo
que provocó la renuncia al trono de Alfonso XIII y la proclamación de la República dos días después. El contexto
internacional no era favorable, debido a la crisis de 1929
y el auge del fascismo y el comunismo; pese a ello, el
nuevo régimen fue acogido con entusiasmo por amplios
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sectores de la sociedad. El 14 de abril tomó posesión un
Gobierno provisional formado por antiguos monárquicos, entre ellos, el jefe de Gobierno, Niceto Alcalá-Zamora, republicanos, nacionalistas moderados y socialistas.
Inmediatamente, se convocaron elecciones constituyentes (junio de 1931). El 2 de mayo el cardenal Segura, primado de España, publicó una carta pastoral en contra
del nuevo régimen. Unos días después estalló un motín
popular en Madrid, que derivó en la quema de conventos y edificios religiosos en varias ciudades españolas
(10-13 de mayo). La derecha hizo responsable al Gobierno
de lo sucedido.
En las elecciones de junio vencieron los partidos de la
coalición gobernante. La fuerza mayoritaria fue el PSOE,
seguida por los radicales de Lerroux, los radical-socialistas de Marcelino Domingo y Acción Republicana de
Manuel Azaña. La derecha no republicana constituía
una minoría simbólica. Las Cortes debatieron el texto de
la Constitución entre agosto y diciembre de 1931. La
nueva norma configuraba un régimen democrático parlamentario, laico y descentralizado, en el que se reconocía la función social de la propiedad. Estos meses no
estuvieron exentos de crisis, como la provocada por la
dimisión de Alcalá-Zamora en octubre, debido a la aprobación de los artículos 26 y 27 de la Constitución sobre
la cuestión religiosa —Manuel Azaña ocupó la presidencia del ejecutivo (1931-1933)—, o la que tuvo lugar tras
la salida del Gobierno de los radicales. Aprobada la
Constitución, Alcalá-Zamora fue elegido presidente
de la República (1931-1936). Estos primeros meses de
experiencia republicana forman parte del llamado
Historia de España
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ARAGÓN
Bienio Reformista (1931-1933), durante el cual el Gobierno
desarrolló un importante conjunto de reformas:
쐌 Reforma agraria para redistribuir la propiedad agraria
y así satisfacer la demanda de los jornaleros sin tierras.
La Ley de Reforma Agraria (septiembre de 1932) se
aplicó en todo el país en lugar de ceñirse a los latifundios del sur, molestando a muchos pequeños y
medianos propietarios.
쐌 Reformas laborales, promovidas por el socialista
Francisco Largo Caballero, ministro de Trabajo. Destacan la Ley de Contratos de Trabajo y la Ley de Jurados
Mixtos. De aplicación exclusiva en el campo fueron la
Ley de Términos Municipales, la de Laboreo Forzoso
o la de Accidentes de Trabajo en el Campo. Además,
se impuso la jornada laboral de ocho horas en la agricultura.
쐌 Fortalecimiento del Estado civil y laico. A este ámbito
pertenecen las reformas impulsadas por Azaña como
ministro de la Guerra y las leyes de Divorcio (1932) y
de Congregaciones Religiosas (1933), además de la
secularización de los cementerios.
쐌 Reforma educativa. El objetivo fue crear un sistema
educativo público y laico. Se estableció la coeducación y se prohibió a las asociaciones religiosas que
ejercieran la enseñanza. Además, se mejoró la formación de los docentes y se construyeron nuevas escuelas primarias e institutos. Destacaron, asimismo, las
Misiones Pedagógicas y otros experimentos de socialización de la cultura en medios rurales y obreros.
쐌 Autonomías regionales. La acción del Gobierno se
concentró en la aprobación de un Estatuto de Autonomía para Cataluña, aprobado en septiembre de 1932.
En noviembre se celebraron las primeras elecciones al
parlamento autónomo de Cataluña, que fueron ganadas por Esquerra Republicana. Francesc Macià se convirtió en presidente de la Generalitat hasta su muerte.
Le sucedió Lluís Companys.
El Gobierno Azaña se enfrentó además a numerosas
dificultades. Las más importantes fueron el golpe militar
fallido de agosto de 1932, conocido como la Sanjurjada,
y las insurrecciones anarquistas de enero de 1932 y enero de 1933. Durante la segunda se produjeron los incidentes de Casas Viejas (Cádiz), que provocaron un fuerte
desgaste en el Gobierno y en el propio Azaña. En septiembre de 1933, Alcalá-Zamora encomendó la formación de un nuevo ejecutivo a Lerroux y tras ensayarse
varias fórmulas de gobiernos de coalición republicana
(dirigidos por los radicales) se convocaron elecciones.
Celebradas en noviembre, dieron el triunfo a las candidaturas de centro y de derecha, con predominio de
la CEDA (liderada por José María Gil Robles) y del Partido Radical. Se abría el Bienio Radical-cedista (19331936). Los rasgos de esta nueva etapa política fueron los
siguientes:
쐌 Inestabilidad de los gobiernos. La ambigüedad de
la CEDA hacia el régimen republicano complicó la
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CONVOCATORIA JUNIO 2009
formación de los gobiernos (se constituyeron diez en
menos de dos años). Hasta octubre de 1934, hubo en
ellos un predominio claro de los radicales, que recibieron el apoyo de la CEDA.
쐌 División interna entre los radicales y corrupción. Diego Martínez Barrio, descontento con la derechización
de Lerroux, le retiró su confianza. Por su parte, la
corrupción (straperlo, asunto Nombela), provocó el
descrédito del Partido Radical.
쐌 Parálisis legislativa. Se frenaron o anularon, según los
casos, las medidas adoptadas durante el bienio anterior y los intentos de reforma como los del democristiano Giménez Fernández sobre el campo o los del
liberal Joaquín Chapaprieta en materia fiscal naufragaron por falta de apoyo.
쐌 Abandono del proceso autonómico. Dejaron de transferirse competencias a Cataluña. Cuando la Generalitat
aprobó una Ley de Contratos de Cultivo (1934) para
permitir el acceso a la propiedad, previo pago, por
parte de los arrendatarios (rabassaires), fue declarada
inconstitucional. También se paralizaron los estatutos
vasco y gallego.
La entrada en el Gobierno de tres ministros de la CEDA
(octubre de 1934) fue interpretada por los socialistas
como una entrega de la República a manos de sus enemigos. Este hecho fue, además, la señal para el estallido
de una revolución que llevaba tiempo preparándose. El
movimiento insurreccional contó con el apoyo de la
Generalitat y de sectores del PSOE, además del PCE y de
la CNT (esta última solo en Asturias) y se redujo a una
huelga general política en las grandes ciudades. En
algunos casos, el conflicto se prolongó hasta una semana y se produjeron conatos de insurrección armada de
las milicias socialistas. Companys proclamó el «estado
catalán dentro de la República federal española», pero
no armó a los revolucionarios. Como consecuencia, se
suspendió la autonomía de Cataluña y Companys fue
encarcelado junto con los miembros de su Gobierno. En
Asturias se produjo una revolución social, y la región
tuvo que ser conquistada por el Ejército, dirigido por
Franco. La represión fue durísima. El episodio abrió una
profunda fractura entre la derecha y las fuerzas de centro-izquierda.
Tras el hundimiento del Partido Radical por los escándalos de corrupción, se convocaron elecciones para febrero de 1936. Un mes antes se formó el Frente Popular,
suscrito por un amplio abanico de fuerzas de izquierda:
Izquierda Republicana, Unión Republicana, PSOE, UGT,
PCE, POUM y los sindicalistas contrarios a la FAI. El Frente
Popular constituyó una plataforma electoral cuyo programa era mínimo y poco revolucionario: amnistía para los
represaliados por los sucesos de la Revolución de octubre de 1934, restablecimiento de la Constitución de
1931 y recuperación de la legislación del primer bienio.
Los partidos de derecha se presentaron a las elecciones
divididos, lo que facilitó la victoria a los candidatos del
Frente Popular.
Historia de España
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ARAGÓN
El traspaso de poderes se produjo en un clima de tensión —Gil Robles, Calvo Sotelo y Franco intentaron que
el Gobierno invalidara los resultados y declarara el estado de guerra— y se hizo de forma precipitada. Azaña
formó un Gobierno exclusivamente republicano; el
PSOE, dividido entre la facción reformista, encabezada
por Prieto, y el ala revolucionaria de Largo Caballero,
decidió no participar en él. En los meses siguientes el
movimiento sindical lanzó una ofensiva —ocupaciones
de tierras, oleada de huelgas en Madrid durante mayo y
julio— y se desató una espiral de violencia protagonizada por los pistoleros falangistas y las milicias armadas
izquierdistas. En mayo las Cortes destituyeron al presidente de la República, Alcalá-Zamora; le sustituyó Azaña,
mientras Santiago Casares Quiroga asumía la jefatura
del Gobierno.
El 12 de julio fue asesinado el teniente de la Guardia de
Asalto José Castillo. Al día siguiente, compañeros de Castillo asesinaron a Calvo Sotelo, líder de la extrema derecha. El 17 de julio, un sector del ejército desencadenó un
golpe de Estado, que venía preparándose desde hacía
meses. Casares Quiroga dimitió y Martínez Barrio intentó constituir, sin resultado, un Gobierno de conciliación
con los rebeldes. Las instituciones republicanas se mantuvieron vigentes hasta marzo de 1939, pero la Guerra
Civil alteró por completo las condiciones en que se
había desarrollado el régimen desde abril de 1931.
 a) La agricultura fue el sector predominante en la economía española a lo largo del siglo XIX, y solo al finalizar el mismo comenzó a perder peso relativo a favor
de la industria. En 1800 presentaba una serie de
características que dificultaban su transformación.
Unas eran de origen geofísico (aridez, altitud y
pobreza de los suelos) y otras de carácter sociocultural (contrastes regionales, desigual distribución de la
propiedad). Resultado de todo ello era una agricultura
que empleaba técnicas ancestrales y tenía una productividad muy baja, lo que condenaba a una pobreza extrema a los campesinos. Se hacía imprescindible la transformación de la actividad agraria a través
de la reforma del régimen de propiedad y la introducción de innovaciones técnicas, y de nuevos cultivos y procedimientos de gestión. Sin embargo, la
implementación de estas reformas se vio lastrada en
la primera mitad del siglo XIX por un contexto desfavorable (guerras de 1808-1814 y 1833-1839, pérdida
de las colonias americanas, inestabilidad política).
La herramienta fundamental para la reforma agraria
fue la desamortización, es decir, la venta en el mercado libre de bienes raíces (edificios, tierras), también
llamados propiedades «de manos muertas», pertenecientes a particulares y corporaciones que las tenían
vinculadas, es decir, no podían comprarlas ni venderlas, aunque sí donarlas y heredarlas. En esta situación
se encontraban los mayorazgos, casi todas las posesiones de la Iglesia y muchas tierras de propiedad
municipal. El proceso de desamortización fue iniciado
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por Godoy y proseguido por Mendizábal (1836-1837)
y Madoz (1855). Sin embargo, al finalizar este se
había consolidado una estructura latifundista de la
propiedad agraria, no se había creado ninguna clase
media en el ámbito rural, como teóricamente era su
objetivo, y, además, sus efectos fueron devastadores
para los campesinos pobres.
Pese a ello, la desamortización influyó en el aumento
de la superficie cultivada, en la mejora de la productividad y en el crecimiento de la producción agraria,
que fue modesto, pero sostenido hasta finales de
siglo. También aumentó la especialización regional:
maíz y patata en el norte, viñedo y cultivos arbustivos
y arbóreos en la costa mediterránea (cuyos productos se exportaban a Europa) y cereal en el resto de la
Península. El aceite, el vino y los cítricos eran los productos más exportados.
A finales de siglo (1875-1900), y debido a la revolución en los transportes, tuvo lugar una crisis provocada por la llegada al país de productos agrícolas,
más baratos que los nacionales, procedentes de Estados Unidos, Canadá, Argentina y Australia, y la extensión de la plaga de la filoxera. Como consecuencia de
estos fenómenos, se produjo un aumento del proteccionismo, se incrementó la emigración a las ciudades
y a ultramar, y se procedió a una progresiva reconversión del sector que duró hasta 1910 y que puso el
acento en la especialización, la reducción de costes,
el incremento de la productividad y el fomento de
nuevos tipos de cultivos, como los hortícolas, los frutales o el alcornoque para la obtención de corcho.
Estos productos se destinaron en gran parte a la
exportación.
La estructura social en el campo era la siguiente:
쐌 Propietarios. A este grupo pertenecen los latifundistas, que se vieron favorecidos por las desamortizaciones y la crisis del último cuarto del siglo XIX,
y los pequeños propietarios. Aunque estos eran
numerosos, la mayoría poseían modestos minifundios, predominantes en el norte de España. Generalmente, debían trabajar como arrendatarios o
asalariados para completar sus ingresos.
쐌 Arrendatarios y aparceros. Pagaban un alquiler
por cultivar tierras ajenas. Solían estar sujetos a
contratos de corta duración, cuyo precio podía
fijar libremente el propietario. Solo en los casos de
los foros de Galicia o de la rabassa morta en Cataluña pervivían contratos de rentas fijas.
쐌 Jornaleros. Vendían su trabajo a cambio de un
salario y dependían de la periodicidad de las labores del campo. Eran el grupo más numeroso en el
campo español, especialmente en la mitad meridional de la Península y Andalucía occidental.
b) A finales del siglo XIX, España solo mantenía de sus
antiguas posesiones en ultramar Cuba y Puerto Rico
Historia de España
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ARAGÓN
en América, Filipinas en Asia y algunas islas en Oceanía, sometidas a una presión creciente por parte de
otras potencias coloniales. En Cuba se fraguó una
aguda división interna entre los sectores partidarios
de las reformas sociales y de un mayor grado de
independencia con respecto a la metrópoli y los
burócratas, comerciantes y azucareros españoles
residentes en la isla, que se oponían a cualquier tipo
de reforma política, social (como la abolición de la
esclavitud) o económica, que liberase a Cuba del
régimen de monopolio del que se beneficiaba España.
La primera guerra de Cuba (1868-1878) fue un primer
aviso de la gravedad que había alcanzado la situación. Concluyó con la Paz de El Zanjón (1878), que no
resolvió los problemas de fondo planteados en el
conflicto; consecuencia de ello fueron la Guerra Chiquita de 1879 y las rebeliones de 1883 y 1885. La
acción de los gobiernos españoles fue tímida: la abolición de la esclavitud fue tardía (1880-1886) y un proyecto de autonomía para la isla no se llevó a cabo.
En esta época, Estados Unidos se había convertido
en un factor de primer orden en el contexto cubano.
La isla exportaba a este país el 90% de su producción
de azúcar y tabaco y la presión estadounidense para
defender sus intereses fue aumentando progresivamente. En 1892, el Gobierno de Washington logró un
arancel favorable para sus productos, y en años posteriores comenzó a financiar a los independentistas.
Finalmente, la guerra de la independencia cubana
estalló en febrero de 1895, con el Grito de Baire,
nombre con el que se conoce el levantamiento que
tuvo lugar en la zona oriental de la isla. Poco después
se proclamó el Manifiesto de Montecristi, redactado
por José Martí y Máximo Gómez, líderes civil y militar
de la rebelión, respectivamente. A la muerte de Martí, al poco de iniciarse la guerra, Gómez y Antonio
Maceo, un mulato muy popular, asumieron la dirección
militar de los rebeldes.
Un año después estalló la rebelión en Filipinas, encabezada por Emilio Aguinaldo. El general Polavieja, al
mando de las tropas españolas, actuó con extrema
dureza y ejecutó al principal líder independentista
filipino, José Rizal. La rebelión fue sofocada en 1897,
pero rebrotó a principios de 1898.
España envió a Cuba un contingente cada vez
mayor de tropas, cuya actuación se vio condicionada por la falta de medios y la alta incidencia de
enfermedades tropicales. En febrero de 1898 se produjo la voladura del Maine, un acorazado estadounidense que había fondeado en el puerto de La Habana;
en la explosión murieron 250 marinos norteamericanos. La prensa y el Gobierno estadounidense culparon a España del incidente y se ofrecieron a comprar
la isla. El Gobierno español optó por una derrota
honrosa en lugar de una paz comprada, opción que
fue mayoritariamente compartida por la opinión
pública española.
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Estados Unidos declaró la guerra a España en abril
de 1898 y aplastó a las escuadras españolas en Cavite, frente a Manila (mayo de 1898), y en las proximidades de Santiago de Cuba (mayo-julio de 1898).
España apenas pudo ofrecer resistencia y el 10 de
diciembre de 1898 se firmó el Tratado de París, por el
cual España reconocía la independencia de Cuba y
cedía a Estados Unidos Puerto Rico, la isla de Guam,
en las Marianas, y Filipinas. Un año después, vendió al
Imperio alemán el resto de sus posesiones en el Pacífico: las islas Carolinas, las Marianas (excepto Guam)
y Palaos.
La pérdida de las últimas colonias fue conocida en
España como el desastre del 98, y tuvo importantes
repercusiones. Entre ellas destacan las siguientes:
쐌 El resentimiento de los militares hacia la clase
política dirigente, causado por la derrota y el sentimiento de haber sido utilizados.
쐌 El crecimiento de un antimilitarismo popular,
puesto que el reclutamiento para la Guerra de
Cuba afectó a los que no tenían recursos, ya que la
incorporación a filas podía evitarse pagando una
cantidad. Esto, unido a la repatriación de los soldados heridos y mutilados, incrementó el rechazo de
las clases populares al Ejército. El movimiento obrero hizo campaña contra este reclutamiento injusto,
lo que provocó la animadversión de los militares
hacia el pueblo y las organizaciones obreras.
쐌 La aparición del regeneracionismo, un importante
movimiento intelectual y crítico que rechazaba el
sistema de la Restauración al considerarlo una
lacra para el progreso de España o, en el caso de
los regeneracionistas más extremos, un símbolo
de la decadencia moral del país. La oposición política, sin embargo, no rentabilizó la derrota.
 a) La repoblación es el proceso de ocupación y organización administrativa por parte de nuevos pobladores cristianos de las tierras conquistadas al islam en
la Península Ibérica. Entre los siglos VIII y XI tuvo lugar la
repoblación o colonización del norte de la Meseta y
del interior de Cataluña. Inicialmente, fue de carácter
espontáneo; después, estuvo controlada por el rey,
ayudado por los nobles y la Iglesia.
A partir del siglo XI, Castilla-León y Aragón iniciaron un
proceso de expansión territorial que les llevó a triplicar
su extensión. Las tierras situadas al sur eran muy diferentes a las repobladas con anterioridad, ya que contaban con numerosa población musulmana y judía,
ciudades importantes y gran riqueza agrícola en algunas áreas. Como consecuencia, la repoblación de estas
regiones tuvo un carácter menos espontáneo, y en
ella intervinieron muy activamente los monarcas. Los
instrumentos empleados para la colonización de estas
tierras fueron los siguientes:
쐌 Capitulaciones. Eran acuerdos o pactos locales con
las poblaciones sometidas (musulmanes, judíos,
Historia de España
12
ARAGÓN
mozárabes) en los que se respetaban sus leyes,
creencias, costumbres y casi todas sus propiedades;
a cambio, se les imponían contribuciones especiales. Con las capitulaciones también se fomentaba
la salida de los musulmanes o se les obligaba a vivir
en barrios propios (morerías) o a trabajar como
siervos. Este sistema se aplicó en los valles del Tajo
y del Ebro y en Levante.
쐌 Repartimientos. Consistían en la distribución de
lotes de bienes y tierras que efectuaba el monarca
entre los conquistadores. Se aplicaron durante el
siglo XIII en Baleares, el campo levantino, el valle
del Guadalquivir y Murcia. En los repartimientos,
las condiciones impuestas a los musulmanes fueron muy duras, lo que provocó numerosas sublevaciones de mudéjares.
쐌 Privilegios y fueros. Su objetivo era atraer a nuevos colonos. Se otorgaron sobre todo en el área
situada entre el Duero y Sierra Morena (La Mancha, Extremadura…). Entre los privilegios y fueros
se encontraban las cartas puebla o de población
(establecían las condiciones para el cultivo de las
tierras), los fueros locales (determinaban los derechos de una ciudad) y las cartas de franquicia
(concedían privilegios a los colonos).
b) La encomienda fue una institución castellana de origen medieval que se trasplantó a las Indias para controlar su mayor «riqueza»: los nativos. Inicialmente, la
mano de obra indígena se distribuyó de forma
espontánea (repartimientos). A partir de las Leyes de
Burgos (1512) se estableció el sistema de encomiendas: se asignaba un grupo de indígenas a un encomendero, quien, a cambio de su trabajo y del pago
de tributos, se comprometía a alimentarlos, cristianizarlos y respetarlos. Este sistema, prácticamente feudal, convirtió a los colonos españoles en señores de
los indios. A la encomienda siguió el reclutamiento
forzado de mano de obra, por el que se obligaba a
los indios a trabajar en obras, caminos, edificios y
minas por un tiempo y una cantidad estipulados. En
México se llamo régimen de tandas; en Perú, mita.
El régimen de encomiendas provocó tales abusos
que desde ciertos sectores de la Iglesia se alzaron
voces de protesta. Entre las denuncias destacaron las
del dominico andaluz y antiguo encomendero Bartolomé de las Casas. Como consecuencia de las quejas contra la explotación de los indios, la Corona
aprobó las Leyes Nuevas (1542), que suprimían la
encomienda e introducían reformas para evitar abusos. Estas normas fueron recibidas con hostilidad
por los encomenderos; en Perú incluso estalló una
revuelta armada. La Corona se vio obligada a ceder
y se llegó a una solución de compromiso reduciendo la encomienda a un tributo. La encomienda
se abolió, en casi toda la América española, en el
siglo XVIII.
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CONVOCATORIA JUNIO 2009
c) La Paz de Westfalia, firmada en 1648, marcó el final
de la hegemonía española en Europa. Hasta ese
momento los objetivos de los Austrias menores en el
continente europeo habían sido similares a los de
sus predecesores en el siglo anterior: defensa a
ultranza de su patrimonio y protección de la fe católica frente a luteranos y calvinistas. Con Felipe III
(1598-1621) se firmaron la paz con Inglaterra (1604)
y la Tregua de los Doce Años (1609) con las Provincias Unidas. Felipe IV (1621-1665) y su valido, el conde duque de Olivares, sin embargo, reanudaron las
hostilidades con las Provincias Unidas (1621) e involucraron a España en la Guerra de los Treinta Años
(1618-1648), que enfrentó a los católicos Habsburgo
con los príncipes alemanes y sus aliados (primero
Dinamarca, después Suecia).
Pese a los deseos de Olivares de restaurar el prestigio de España como gran potencia, su acción se vio
lastrada por la escasez de recursos financieros, debido a la disminución de las remesas de oro y plata
procedentes de América, y por la crisis demográfica,
que se hizo notar en la pérdida de efectivos militares.
La entrada de Francia en la guerra de los Treinta
Años (1635) fue el detonante de una grave crisis
interna en los dominios de la monarquía hispánica,
provocada por la presión que ejercía la constante
demanda de armas y dinero para afrontar el conflicto armado. Primero estalló la rebelión de Cataluña
(1640), a la que siguieron las de Portugal (1640) y la
del duque de Medina Sidonia en Andalucía (1641).
Además, holandeses e ingleses se mantenían al acecho sobre las Indias y las posesiones lusas en África,
Asia y Brasil. España no pudo atender a tantos frentes al mismo tiempo y en 1643 los tercios españoles
sufrieron una derrota decisiva en Rocroi (Francia).
En 1648 se firmó la Paz de Westfalia, por la que los
Habsburgo reconocían su derrota. España, además,
aceptaba la independencia de las Provincias Unidas
por el Tratado de Münster. Los poderes del emperador de Alemania quedaron limitados y Francia se
consolidó como potencia hegemónica en Europa. No
obstante, España prosiguió la guerra con Francia y
las rebeldes Cataluña y Portugal. Pudo sofocar la
rebelión catalana (1652) pero la entrada en la guerra,
primero de Inglaterra (1655) en apoyo de Portugal, y
después de Francia, fue decisiva. Felipe IV se vio obligado a firmar con Francia la Paz de los Pirineos
(1659), que establecía, entre otros acuerdos, que
España cedía al reino francés varias plazas de Flandes, el Rosellón y la Cerdaña. La guerra con Portugal
concluyó con el Tratado de Lisboa (1668), por el que
España reconoció la independencia del país vecino y
recibió a cambio Ceuta.
d) La Ilustración es una corriente de pensamiento que
se difundió por Europa en el siglo XVIII. En el caso de
España fue la base de las reformas llevadas a cabo
Historia de España
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ARAGÓN
por los primeros Borbones, especialmente Carlos III.
Los rasgos más importantes del pensamiento ilustrado fueron el empleo de la razón para el análisis y la
mejora de la sociedad española, el fomento de la economía nacional (agricultura, industria y comercio), el
impulso del conocimiento científico y la educación y
la creencia en el progreso y la posibilidad de lograr la
felicidad individual.
Los canales de difusión de las ideas ilustradas fueron
las academias —Real Academia Española, 1713-1714;
de la Historia, 1735-1738, y de Bellas Artes de San
Fernando, 1744—; las nuevas instituciones de enseñanza superior —Real Seminario de Nobles de Madrid,
1725; Seminario Patriótico de Vergara, 1767—; los
consulados y las sociedades económicas de amigos
del país —cuyos objetivos eran la difusión de la ciencia, en especial las consideradas útiles, y el fomento
de la economía, y estaban integradas por nobles
terratenientes, clérigos reformistas y funcionarios
locales— y las instituciones culturales y científicas
—Librería Real, 1714-1716; Jardín Botánico de Madrid,
1755; Observatorio Astronómico de la Marina en San
Fernando, 1753—.
Al ámbito de la Ilustración perteneció también un
importante grupo de intelectuales —Gregorio Mayáns
y Siscar, Benito Jerónimo Feijoo, Gaspar Melchor de
Jovellanos—, científicos —José Celestino Mutis— y
literatos —José Cadalso, Juan Meléndez Valdés,
Leandro Fernández Moratín—.
La función social del arte era, según los preceptos de la
Ilustración, educar la moral pública y el buen gusto.
Las manifestaciones artísticas debían atenerse a
unas rígidas normas que dieran medida y orden a los
excesos formales del Barroco. Consecuente con estas
ideas fue el neoclasicismo, estilo artístico que predominó en las reformas urbanísticas llevadas a cabo en
Madrid durante la segunda mitad del siglo XVIII por el
rey Carlos III (fuentes de Neptuno, Apolo y Cibeles,
el Museo del Prado, la Puerta de Alcalá). Mención
aparte merece el pintor Francisco de Goya, que de
retratista ilustrado de aristócratas, intelectuales y
miembros de la familia real pasó a ser un pintor
genial, difícil de clasificar.
e) Con este nombre se designa el sistema político, económico y social existente en Europa y, por tanto, en
España, entre los siglos XV y XVIII. Si desde el punto de
vista político se caracterizaba por el poder absoluto
© Oxford University Press España, S. A.
CONVOCATORIA JUNIO 2009
del rey, su sociedad estaba determinada por un tipo de
organización jerárquica, rígida y estática, llamada
sociedad estamental. Esta estaba compuesta por tres
grupos sociales (también llamados brazos o estados)
diferenciados jurídicamente: clero, nobleza o aristocracia y tercer estado o plebe. Su situación jurídica
y función social eran distintas, pues cada uno tenía
una serie de privilegios, es decir, de leyes privadas y
atribuciones particulares, que solo a ellos afectaba,
generalmente de acuerdo con su función. El clero
y la aristocracia no pagaban tributos, sino que los
cobraban, y estaban exentos de producir alimentos
debido a su función bélica y religiosa. El tercer estado (productores o pecheros) producía alimentos y
pagaba impuestos.
La base económica del Antiguo Régimen era el trabajo de la tierra. Se practicaba una agricultura de
autoconsumo, en la que se empleaban herramientas
y técnicas rudimentarias y se obtenían escasos rendimientos. Esto provocaba continuas crisis de subsistencia, cuando las cosechas eran escasas, que desembocaban con frecuencia en hambrunas y motines
populares.
La artesanía estaba en manos de los gremios, asociaciones de artesanos de un mismo oficio. El trabajo,
manual y con herramientas muy sencillas, se realizaba en pequeños talleres, al frente de los cuales había
un maestro, que contaba con uno o varios oficiales y
aprendices. Los gremios regulaban todos los aspectos de la producción. No obstante, durante el siglo XVII,
en Europa occidental empezó a extenderse en algunos lugares el trabajo a domicilio (el llamado domestic
system): un empresario, generalmente un comerciante, proporcionaba a los trabajadores las materias primas y las herramientas necesarias para elaborar el
producto y una vez realizado se encargaba de su
comercialización. Los trabajadores que trabajaban
en este sistema de producción solían ser campesinos
que elaboraban el producto en su casa y, de este
modo, completaban sus ingresos. Este tipo de manufactura se desarrolló especialmente en el sector textil. El comercio interior de las economías del Antiguo
Régimen estaba limitado a mercados locales y ferias
anuales, debido a la escasa capacidad de compra de
la mayoría de la población. No obstante, se desarrolló
el comercio internacional, preferentemente por vía
marítima, especialmente con los territorios americanos y asiáticos.
Historia de España
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