Jazz con estilos únicos

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Espectáculos
Página 12/LA NACION
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Domingo 5 de septiembre de 2010
MUSICA
(Grabaciones)
(La compactera)
La página de los discos
Bom tempo
Jazz con
estilos únicos
Adrián Iaies y Roxana Amed
Los nuevos discos de Delfina Oliver, Roxama Amed con Adrián Iaies, y Paula Shocron con Pablo Puntoriero
¿Qué tienen en común los discos
Cinemateca finlandesa, Camino y El
Enigma? Casi nada. Y casi todo. Porque los flamantes álbumes de Adrián
Iaies & Roxana Amed, de Delfina Oliver y de Paula Shocron y Pablo Puntoriero, respectivamente, contienen
propuestas propias, improntas personales y estilos únicos. Pero se trata de
tres ejemplos concretos y luminosos de
evolución, de madurez, de indagación
de un lenguaje asumiendo riesgos, poniendo en juego el pellejo.
Hace bastante que el jazz argentino
llegó a la mayoría de edad, entendiéndose por ello haber asumido la responsabilidad de que el camino está en dejarse llevar por el corazón y no tanto
por la mirada puesta en los moldes y
en los modelos del género.
Eso lo que entendió hace rato un pianista como Iaies, de un papel cada vez
más decisivo en el jazz nacional, que en
Cinemateca finlandesa se une a la cantante Roxana Amed para emprender
juntos una de esas travesías que vale
la pena compartir. Aquí no hay trucos:
sólo una voz y un piano deshaciendo y
rehaciendo la esencia de clásicos del
Cuchi Leguizamón, de Charly García,
de Carlos Gardel, de Thelonious Monk.
No parece un desafío sencillo, y no lo
es, pero suena austero, minimalista,
aun cuando Amed, en el mejor momento de su carrera, se adueña y expande
las melodías mientras Iaies, como un
imaginativo orfebre, arma filigranadas estructuras sonoras.
Delfina Oliver
Se pone de manifiesto en una “Rasguña las piedras” corrida de su lugar
confortable o en una versión de “Zamba del laurel” que logra hacer erizar
la piel. Pero son 14 ejemplos perfectos
de esa declaración de principios que
figura en el propio booklet del disco y
que revela las intenciones: “Hurgar
esas canciones, abusar de su generosidad, descubrirles la quinta pata, reducirlas a su más mínima expresión
y que, aun así, sigan siendo perfectas”. Iaies y Amed lo consiguieron, y
con creces.
Podría decirse lo mismo de Delfina
Oliver y su segundo disco, “Camino”,
que representa la consolidación de
una de las mejores cantantes locales.
Y simboliza un triunfo en varios sentidos. Por un lado, porque lo editó en
forma independiente, haciendo una
“vaquita” entre sus amigos y ocupándose de la fabricación, la distribución,
la gráfica, las fotos y los aspectos legales. Por otro, porque también desde el
punto de vista artístico asumió riesgos
y alumbró uno de los álbums más recomendables del año.
Claro que en eso no sólo la ayudó su
privilegiada voz, sino varias de sus decisiones: desde los creativos arreglos
del guitarrista Miguel Tarzia, que son
Patagonés
Sergio Mendes
la clave secreta del disco, hasta la compañía de muchos de los más talentosos
músicos del jazz del momento, entre
quienes se destaca el trompetista Juan
Cruz de Urquiza, que cada día toca mejor. Y un repertorio acertado, dominado
por standards que cobran nueva vida
gracias a la mirada de Oliver/Tarzia
(es imposible no sucumbir frente a la
radiante versión de un difícil tema de
Charles Mingus como “Reincarnation
Of A Lovebird)”, pero que también incluye dos perlas de Joni Mitchell: “All
I Want” y “River”.
Finalmente, en El enigma, la pianista rosarina Paula Shocron, una sólida
y creativa artista que ya dejó de ser
una joven promesa, termina aliada
al saxofonista Pablo Puntoriero para
transformar su quinto álbum en el más
acabado símbolo de la libertad. No es
un disco fácil, pero la complejidad no
aleja a nadie de la fascinante exploración sonora de estos dos músicos que,
aun con desniveles, cautivan los oídos
más abiertos.
Aquí no hay standards, sino temas
de Shocron que justifican ese intercambio virtuoso con Puntoriero, esa
improvisación llevada casi al paroxismo, y dos composiciones de Dollar
Brand, es decir, el pianista Abdullah
Ibrahim, cuya inagotable capacidad
de experimentación marca el sendero de una experiencia inflamable, pero necesaria.
Ricardo Carpena
Angel Hechenleitner
Emoriô, Maracatu atômico, You and I, Ye-Me-Le, Magalenha,
Orpheus (Quiet Carnival), País tropical, y otros (Universal).
Milonga del viento, El patagonés, De las Walas, Atardeciendo,
Wele Ñarque, Milonga por Molina, y otros (B&M).
Si algo no puede decirse de Sergio Mendes es que le falta perseverancia. Durante muchos años, con
su conjunto Brasil
66 (y sus reencarnaciones) ha difundido por el mundo
la música brasileña
adaptándola al lenguaje pop según los
vaivenes del mercado. Lo hizo con
un envidiable oído comercial, y probó que su formato básico, siempre
con la voz (las voces) de Gracinha
Leporace y con abundante percusión, sobrevive a cualquier mezcla
de ritmos y sonoridades surgidas
de su inventiva de arreglador. El
hip hop que agregó últimamente lo
ha revitalizado un poco. Aquí tiene
la ayuda de Carlinhos Brown y Seu
Jorge, entre otros, si bien el álbum
lleva su sello, incluidos el rescate de
viejos temas olvidados y algunos recientes. “Emoriô” (Gil-João Donato)
es un acierto, pero lo mejor está en el
“Maracatu atômico” que se beneficia
con la energía de Seu Jorge.
“Sé hacer de un potro, un caballo; y
de una guasca una soga. Y del silencio
del campo, el tranco de las milongas”.
La frase de Angel
Hechenleitner, guitarrista y cantor maragato (o patagonés,
según su preferencia), puede sonar a
pedantería. Pero no
lo es. Hechenleitner es un apasionado
por los caballos, trenzador de cueros
y cantor de milongas. Es un hombre
de Carmen de Patagones que en éste,
su último disco, pone a la música en
su pleno contexto y entorno geográfico. No canta con la mejor afinación
ni toca la guitarra como concertista
clásico. Tiene manos de soguero, sólida formación musical, facilidad para
la guitarra, fino criterio de composición y un sonido que es ese llano de
horizonte infinito por donde se mueven sus melodías. Milongas, estilos,
triunfos, gatos pampeanos, alguna
polca; todo eso en uno de los más genuinos CD de música surera publicados en los últimos tiempos.
Fernando López
Mauro Apicella
Calamaro regala canciones
para festejar El Salmón
A diez años de la edición del quintúple álbum
Mientras la industria discográfica
sigue debatiendo sobre su futuro, los
músicos siguen haciendo lo que mejor
saben: entregar su música de distintas y “amorosas” maneras.
Calamaro, por ejemplo, ha decidido
festejar los diez años de la edición de
El Salmón, con una nueva entrega de
canciones hechas en aquellas maratónicas sesiones “camboyanas”. Esto,
que sería el sexto álbum del conjunto
y que el músico en su página llama
Ineditoxinas, puede bajarse en forma gratuita de Internet de la página
www.camisetasparatodos.com. Son 18
temas, con el estilo urgente de aquel
disco y, por supuesto, incluye algunos
covers. Allí está la versión acelerada,
“de cancha” y con letra alterada de “11
y 6”, el clásico de Fito Páez y varios
otros homenajes: “Plegaria para un
niño dormido”, de Almendra; “Before They Make Me Run”, de los Stones
y, doblete beatle: “It’s All Too Much”
y “Obladi Oblada chachacha”, que,
tal como dice el título, adquiere ese
ritmo y “Sporting Life”, de Clapton,
a los que se suman inéditos propios,
como “Devuelvánme mi nariz”, “La
Sabol (no poder dormir)” y “El Blues
de don José”, entre otros.
El vinilo de Conti
En otra punta del amplio espectro
que sólo comienza en las disquerías
de cadenas, Ulises Conti lanzó Posters privados, su disco de solo piano
y grabado en tomas directas sin editar, en el formato habitual de CD, pero también en un preciosa edición en
vinilo que, de paso, ofrece un código
para bajar extras de la Red.
ANDREA KNIGHT
El músico que tocó con Coltrane ofreció un muy buen concierto en Buenos Aires
El héroe que se realza en cuarteto
El pianista McCoy Tyner concibe su instrumento como 88 tambores afinados
Muy bueno
((((
Presentación del McCoy Tyner Trío con Gary Bartz.
Con McCoy Tyner, en piano; Gerald Cannon, en
contrabajo; Eric Kamau Gravatt, en batería; Gary
Bartz, en saxos. El jueves, en el Gran Rex.
A diferencia de muchos pianistas
de jazz, aclimatados al trío, McCoy
Tyner es, sobre todo, un artista del
cuarteto. Seguramente, su colaboración decisiva con John Coltrane en
los años sesenta le dio una lección
definitiva sobre las posibilidades de
esa formación. De hecho, algunos
de sus discos más logrados posteriores al alejamiento de ese grupo
llevan esa marca: The Real McCoy,
Time for Tyner o Sahara, por decir
algunos, fueron en cuarteto. Su presentación en Buenos Aires fue anunciada en trío más un invitado, pero
Gary Bartz completa en realidad un
cuarteto, y es uno de los poquísimos músicos que puede equilibrar
la energía colosal de Tyner.
Después de que la pianista argentina Paula Shocron condensó
en una suite delicadísima, con el
saxofonista Pablo Puntoriero, su último disco, El enigma, Tyner, muy
elegante y con paso algo vacilante,
entró en el escenario después del
resto del grupo y saludó a Bartz
con una palmada en el hombro, como se saludaría a un viejo amigo al
que se conoce tanto que ya no hace
falta decirle nada. Pero la aparente
fragilidad de Tyner desapareció en
cuanto se sentó al piano. Lo primero fue “Fly with the Wind”, que empezó con una introducción en piano
solo que desembocó en el ostinato.
Por otras vías, más sutiles y menos
radicales, Tyner también realiza la
ilusión de Cecil Taylor de concebir
el piano como 88 tambores afinados.
La tensión, en su caso, no es en primera instancia armónica sino dinámica. Para Tyner, la música suele
empezar en mezzoforte, y asciende
desde allí a crescendos monumentales. Esto fue evidente también en
“Walk Spirit, Talk Spirit”, otro tema
propio cuyo motivo parece derivado
del motivo inicial del coltraneano
“A Love Supreme”.
No hay acompañamientos (lo que
en jazz se llaman comping) más reconocibles que los de Tyner. Pero no
todo fue el conocido golpe en seco en
el registro grave. Hacia el final de
la bellísima “Ballad for Aisha”, por
ejemplo, Bartz enunciaba el tema y
Tyner lo reflejaba octavado, como
un eco orquestal. En ese tema fue
asombroso el solo de contrabajo de
Gerald Cannon. Por su lado, el baterista Gravatt no estuvo particularmente inquieto, pero acompañó con
consistencia a lo demás.
Que el punto más alto del concierto se alcanzara con “Moment’s
Notice”, un tema de Coltrane, puede entenderse como un homenaje.
En saxo tenor, Bartz mostró una
imaginación inagotable con la melodía, y el solo de Tyner fue de veras extraño y apasionante: con una
caracterización cambiante, desde el
stride inicial hasta la insistencia en
las escalas, entre las que asomaba,
fantasmal, el tema.
Lo último fue el festivo “Blues On
The Corner”. Hubo un único bis: una
conmovedora versión del standard
“I Should Care” en piano solo. Allí
el héroe mostró que, si quiere, puede también ser humano.
Pablo Gianera
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