El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. Es un extraño vicio la envidia porque, a diferencia de los otros, alguna a quienes lo cultivan, y sin embargo no proporciona ventaja a causa del mismo existe una disposición a sacrificar cualquier cosa. La envidia muestra en qué medida el comportamiento humano no obedece a las leyes de la lógica, ni siquiera aquellas aparentemente obvias del utilitarismo y el hedonismo: aquí el placer, si lo hay, es maligno y no lleva a ningún tipo de satisfacción en la propia vida. La Biblia muestra cómo la envidia nace y se desarrolla dentro de las relaciones íntimas y familiares sin quedar a salvo de la misma las personas más queridas. El libro del Génesis, por ejemplo, asocia con frecuencia la hermandad con la envidia. Pensemos en el episodio de Caín y Abel (Gn 4), en la bendición de Jacob a Esaú, arrebatada a éste con engaño (Gn 27, 1-46), o en la relación resentida de los hermanos de José (Gn 37-50). Estos relatos parecen indicar que la envidia es tanto más intensa cuanto las relaciones entre las personas son más cercanas o estrechas. En el Evangelio, es emblemático todo cuanto ocurre al predilecto del Padre: los prodigios realizados por él provocan hastío y rencor en sus interlocutores, que lo desean muerto (Jn 12, 37-40). Pilato reconoce claramente que Jesús le ha sido entregado por envidia (Mc 15, 10). Para Aristóteles, la envidia se experimenta sobre todo en relación 1 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. con personas con las cuales se puede entrar en competencia, es decir, situadas de alguna manera en el mismo nivel: “Envidiamos a las personas cercanas en el tiempo, el espacio, la edad o la reputación (…) y a aquellas de las cuales somos rivales. Rivalizamos de hecho con ese tipo de personas; nadie rivaliza con personas que han vivido hace diez mil años o vivirán dentro de diez mil años o ya han muerto, ni con personas que vivan cerca de las columnas de Hércules, y tampoco con personas consideradas muy superiores por nosotros u otros o que las hayamos superado en gran medida, sobre todo en relación con las cosas respecto de las cuales esas personas son tales”1. Es necesaria por lo tanto cierta comunidad de situaciones para envidiar a alguien, exactamente como para el amor y para el odio se requiere cierto conocimiento de la persona, una cercanía de algún tipo. También el psicoanálisis ha explorado con esmero este estado de ánimo. Para M. Klein, la envidia surge muy temprano en el niño. De hecho, éste quisiera asimilar completamente a su propio ser el seno de la madre, que constituye para él la fuente de nutrición, seguridad, vida y calor. Cuando la mamá frustra en cambio sus expectativas, surge en el niño una serie de sentimientos destructivos, vinculados con el hecho de no poder poseer lo que considera un derecho propio. Esta raíz de posesividad exasperada muestra cómo la envidia está estrechamente emparentada con la codicia, los celos y más indirectamente con sentimientos 2 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. más complejos y abigarrados, como la rabia y la tristeza. Para Klein, la envidia no puede satisfacerse estructuralmente precisamente a causa de la presencia simultánea de la tríada avidezrabiatristeza. Ciertamente, se alimenta y desarrolla aún más cuando se obtiene el objeto codiciado, porque la rabia que la alimentaba no apuntaba tanto a éste, cuanto a la destrucción del “rival”. Precisamente este elemento destructivo hace ser la envidia un vicio capital y por tanto capaz de generar otras actitudes y comportamientos viciosos en una espiral sin fondo, ya que busca el placer tanto en la destrucción como en la obtención del bien, y esto conduce a la imposibilidad de vivir relaciones afectivas significativas, que requerirían la dedicación al otro y el cuidado del mismo: “El hecho de que la envidia se encuentre en la lista de los siete “vicios capitales” obedece a una razón psicológica muy precisa, y más bien me atrevería a decir que se tiene la sensación inconsciente de que la envidia es el peor de los vicios, porque perjudica y deteriora el objeto bueno que es fuente de vida”2. ¿Qué significa exactamente ser envidiosos? San Cipriano y San Gregorio Magno describieron con precisión la fisonomía típica del envidioso: “Rostro amenazador, aspecto torvo, cara pálida, labios temblorosos, dientes que crujen, mandíbula caída, ceño fruncido, ojos bajos y llenos de lágrimas, manos dispuestas a 3 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. golpear, extremidades frías, garganta seca: las señales exteriores de la envidia son numerosas, pero todas “débiles” (…). La envidia se manifiesta, pero no se resuelve en la exterioridad: queda un dolor interno que se vislumbra mediante señales que revelan su presencia, pero no constituyen un desahogo”3. Estas características somáticas, todas negativas, reflejan el dinamismo de la envidia, que crece sustrayendo, en una especie de desmentido afectivo del principio de no contradicción. Como un gas, se difunde en el ánimo y lo envenena totalmente, impidiéndole ver y realizar el bien. La envidia presenta como señal inconfundible para su reconocimiento esta mirada de maldad, perversa, pero también ciega por cuanto es incapaz de advertir el bien propio y de los demás: “Envidia es in-videre, mirar con mal de ojo (…): el envidioso es una persona que no puede ver bien, que vive en las tinieblas, que se aleja de la luz buscando la sombra”4. También para Dante la envidia es ante todo una ceguera que impide reconocer el bien. Los envidiosos son representados por él como una masa de gente obligada a apoyarse recíprocamente porque sus ojos han sido cerrados por el alambre de la malignidad rencorosa: Y como el sol no llega hasta los ciegos, /lo mismo aquí a las sombras de las que hablo /no quería llegar la luz del cielo; / pues un alambre a todos les cosía / y 4 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. horadaba los párpados, del modo / que al gavilán que nunca se está quieto5. Bosch, en su famoso cuadro de los vicios capitales, representa el vicio de la envidia mediante una secuencia de miradas llenas de concupiscencia y hastío que los personajes se dirigen recíprocamente, como una cadena de ácido rencor desplegada circularmente, animada por la imaginación. En el cuadro, se ve un hombre que envidia a la mujer de un comerciante, el cual a su vez, lejos de ser feliz, envidia al halcón posado en la mano de un noble, y el noble a su vez lo mira con similar envidia, deseando tal vez a su esposa o su dinero. En todos los personajes está presente la imaginación, el comentario interior que nace de todo lo observado, el motor que atrae la cadena de miradas venenosas. Recordando el título de una película famosa, el envidioso se siente “hijo de un dios menor”; advierte que su condición de fondo es radicalmente injusta, porque a otros se les han concedido favores y bienes negados a él, y esto provoca su indignación y el deseo de vengarse. Por este motivo la envidia no se confunde equivocadamente con el deseo de los bienes de los demás; está más bien dirigida a la destrucción de los mismos. Santo Tomás reconoce esta característica interior de la envidia denominándola tristitia, una consecuencia de la perversión del juicio, debido a la cual el bien ya no produce alegría, sino tristeza, mientras en cambio su desaparición produce alegría: “Por cuanto la envidia es tristeza a causa de la felicidad de otros, en 5 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. cuanto se entiende como un determinado mal, de esto se desprende que por envidia el hombre tiende a hacer desordenadamente algunas cosas contra el prójimo, y sobre esta base la envidia constituye un vicio capital”6. Así, el envidioso goza solamente con el mal de los demás, y no le importa que su propia condición pueda mejorar, porque se ha vuelto incapaz de gozar del bien. Esta característica paradojal de la envidia se puede ilustrar con una sabrosa historieta: “Uno de esos genios que tienen la irrefrenable costumbre de saltar fuera de una botella permite expresar un deseo a un soberbio, un lujurioso y un envidioso. El soberbio dice que un amigo suyo tiene una casa de campo en las colinas de los Costwolds y a él también le gustaría tener una, pero con dos dormitorios más, un segundo baño y un arroyo frente a la misma. El lujurioso dice que un amigo suyo tiene una amante rubia bellísima y él también querría tener una, pero con el pelo colorín, las piernas más largas, un poco más de cultura y más chic. El envidioso habla de un vecino, dueño de una vaca que produce una cantidad enorme de leche excelente, de la cual obtiene la crema más rica y la mantequilla de mejor calidad, y dice al genio: “Quiero esa vaca lechera muerta”7. Esto muestra en qué medida puede resultar perverso el mecanismo de comparación, verdadera razón que impide a la persona estar contenta. El psicólogo Legrenzi, tratando sobre lo que se opone a la felicidad, observa cómo curiosamente el desagrado por lo que no se 6 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. ha logrado conseguir es mucho más fuerte y duradero que la satisfacción por lo efectivamente obtenido. Esto se manifiesta claramente cuando uno se deja llevar por comparaciones con una actitud mental perversa, pero sumamente común y practicada, de la cual a menudo no se tiene conciencia. Consideremos, por ejemplo, esta situación: “El señor Rossi está en una fila en el cine. Cuando llega a la caja le dicen que es el cliente número cien mil y por lo tanto obtiene cien mil liras en premio. El señor Bianchi está en la fila de otro cine. La persona que está delante de él gana un millón por ser el millonésimo cliente del cine y él obtiene doscientos mil por venir inmediatamente a continuación. ¿Quién es más feliz, según ustedes, el señor Rossi o el señor Bianchi? El dato curioso de esta historieta es que si se la hace leer a los amigos, muy a menudo surge esta consideración: “Rossi será más feliz que Bianchi porque este último sabe que perdió un millón por un pelo”8. Por este motivo, la envidia y la felicidad se excluyen recíprocamente. El envidioso, verdugo de sí mismo Así, la envidia al parecer contradice la visión hedonista de la vida y la idea de que toda acción se lleva a cabo para obtener un placer. Una fábula moral muestra en qué medida el envidioso puede llegar 7 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. a hacerse daño: “Un día Dios dijo a un hombre envidioso que le concedería cualquier cosa que le pidiera, advirtiéndole previamente que en todo caso le otorgaría el doble a su vecino. Después de pensar largo rato, el hombre dijo: “Bueno, quiero que me saques un ojo, así tendrás que sacarle los dos al otro”9. Por este motivo, semejante vicio no encuentra atenuantes de tipo alguno ante los Padres, porque su único objetivo es el mal de los demás, resultando ser pura maldad: “Extraño pecado este pecado de la envidia, que no produce placer y alegría, sino puramente dolor e infelicidad. Los otros pecados implican cierto placer, aun cuando sea temporal e ilusorio: la avaricia tiene en sí misma el placer de la posesión; la ira, el de la venganza; la soberbia, la complacencia en uno mismo; la vanagloria, el elogio de los hombres; la pereza, la recreación del cuerpo y el alma, y la gula y la lujuria pueden ofrecer diversos placeres de la carne. La envidia no, es puro dolor, un pecado sin placer”10. La pena de la envidia reside en esta especie de autocombustión, de movimiento perpetuo de maldad y de dolor. Por este motivo es una pena terrible, sin escapatoria, porque, como la propia sombra, acompaña permanentemente al afectado. Es una auténtica anticipación de la condición infernal. De hecho, la envidia no disminuye, sino que sigue creciendo y atormentando, precisamente como la condenación eterna de la cual habla el Evangelio al destacar, a propósito de quien es condenado, que “su gusano no muere” (Mc 9, 48): el envidioso no 8 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. se percata de que las flechas que lanza contra los demás vuelven como una especie de boomerang afectivo, desgarrándolo sin piedad. La envidia como vicio político y social Es notable el peso de la envidia en las relaciones internacionales: en ella a menudo se ha reconocido la causa principal de las guerras. También otros componentes de la vida pública, aparentemente más inocuos y pacíficos, recurren a los mismos mecanismos emotivos advertidos en la envidia. Pensemos, por ejemplo, en la publicidad: ésta recurre, exactamente como la envidia, a lo que no se tiene y tal vez tampoco se desearía si no se viese concretamente en el amigo, el vecino, el pariente, el conocido, la sociedad o el Estado limítrofe: “Toda la industria publicitaria puede visualizarse como una máquina grande y compleja para generar envidia (…). Yo creo que la envidia comienza en los sueños, a menudo cuando son con los ojos abiertos. Uno de los temas más importantes de nuestros sueños está representado por las cosas que no tenemos, no podemos tener y tal vez además no deberíamos tener. Y ésas son también las cosas que los demás suelen tener. ¿Por qué ellos? ¿Por qué no nosotros?”11. En la sociedad actual, sumamente competitiva, que selecciona sin piedad en la carrera al éxito, la envidia encuentra terreno fácil de 9 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. desarrollo y prosperidad. Así, los medios de comunicación masiva ponen a la vista personajes posibles de envidiar por la edad, la belleza, la celebridad, el dinero, el cónyuge, los reconocimientos. Como confiaba un actor: “La envidia es un componente típico del ambiente que frecuento: el del espectáculo. Las clasificaciones del dinero percibido por las películas, así como los indicadores televisivos publicados en todos los diarios, provocan ciertamente grandes rivalidades y envidias terribles entre los actores. He aquí el punto: mi envidia nace únicamente cuando mis colegas logran tener más éxito que yo. De hecho no puedo envidiar a personas que no hacen el mismo trabajo que yo”12. La medida en que la envidia constituye un peligro sutil e inextirpable, incluso en las más esmeradas elaboraciones de la justicia social, se puede observar a partir del análisis llevado a cabo por el filósofo J. Rawls en su obra Teoría de la justicia. En este texto, él describe de manera compleja y brillante una sociedad capaz de conceder a todos sus miembros las mismas oportunidades y una igualdad de tratamiento por cuanto ninguno de los miembros puede conocer su posición efectiva en la sociedad. Es la famosa hipótesis del “velo de ignorancia”, característico del contrato estipulado por cada miembro con la sociedad antes de entrar a formar parte de la misma13. Y sin embargo, al final de la obra, Rawls reconoce cómo la envidia puede vislumbrarse también en el interior de semejante sociedad, porque 10 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. se trata de un sentimiento que no nace de una carencia objetiva, sino más bien de una inadecuada evaluación del (supuesto) bienestar de los demás: “Podemos considerar la envidia como la propensión a visualizar de manera hostil el mayor bien de los demás aun cuando el hecho de que ellos sean más afortunados que nosotros en nada reduce nuestras ventajas. Envidiamos a las personas cuya situación es superior a la nuestra y estamos dispuestos a despojarlos de sus mayores beneficios aun cuando sea necesario para nosotros renunciar a algo”14. Rawls reconoce que la envidia ciertamente no puede extirparse mediante una construcción igualitaria de la sociedad y de los bienes, porque brota del interior de la naturaleza humana y se encuentra en todo tipo de sociedad. Por el contrario, como hemos visto, una concepción igualitaria de la vida puede encontrar su fuente de inspiración precisamente en la envidia: “Sin duda, pueden existir formas de igualdad cuyo origen está en la envidia. El igualitarismo riguroso, la doctrina que insiste en una igual distribución de todos los bienes principales, probablemente proviene de esta propensión”15. Se trata de una objeción notable, especialmente para quienes visualizan la justicia como la virtud fundamental de la vida moral y de la sociedad, y si esto se lleva hasta las últimas consecuencias podría conducir a la disolución del tejido social. “La envidia es desventajosa para la colectividad. Aquel que envidia a otro está dispuesto a proceder de 11 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. tal manera que ambos se encuentren en una situación peor con tal de que se reduzca suficientemente la diferencia entre ellos (…). La envidia representa un problema para cualquier sociedad que desee ser considerada ecuánime, problema que no es exactamente irrefutable y del cual no es fácil defenderse”16. Imaginemos de hecho cómo podría presentarse un mundo constituido puramente por envidiosos centrados únicamente en la destrucción del bien de los demás: ¿en qué se convertiría la vida social? Sería indudablemente muy desgraciada, triste y solitaria: “En un universo puramente de envidiosos nadie aprende nada, nadie se rebaja a admitir la superioridad de un pensamiento, de una técnica. Cada uno habla solamente para autoafirmarse y escucha a los demás únicamente para descubrir cómo valorizarse a sí mismo”17. Para una terapia de la envidia A partir de lo señalado, parece bastante evidente el alcance destructivo de la envidia y el hecho de que es sano ante todo reconocerla con humildad en uno mismo y eliminarla de los criterios propios de evaluación para poder apreciar la belleza de la vida. Es importante reconocer que no hay provecho alguno en ser envidiosos y es una tontería, aun cuando sea espontánea, alimentar la envidia. El “no desear” bíblico significa precisamente “no experimentar envidia”, 12 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. porque ésta matará a quienes la cultiven. No por azar semejante modalidad envidiosa del deseo es recordada claramente dos veces en la lista de las diez palabras de la vida: “Sea como sea, la envidia es sobre todo un enorme derroche de energía mental (…). Cualquiera sea, nadie logra ver con lucidez el objeto de su envidia, ya que ésta oscurece el pensamiento, derrota a la generosidad, impide toda esperanza de serenidad y marchita el corazón, de manera que hay buenos motivos para combatirla y liberarse de ella con todas las fuerzas de la propia mente”18. Es difícil, sin embargo, combatir la envidia sin someter a discusión también sus presupuestos básicos. Una visión de la vida basada en una concepción puramente humanista, caracterizada por el “haz lo que sientes y estarás bien”, se encuentra en situación de impotencia ante este vicio y más bien tiene dificultad ante todo para reconocerlo como un mal desde el punto de vista de la vida psíquica. Es importante, en cambio, prestar atención con esmero al curso de los pensamientos, porque la envidia es una planta que se expande en la medida en que uno tiende a replegarse en sí mismo y a reflexionar y murmurar con maldad sobre los demás. De este modo, esa forma de pensamiento tiende a expandirse hasta constituir una obsesión. Exactamente como en el caso de la ira19, mientras antes se reconozca el veneno que está entrando en el propio ánimo, más fácilmente podrá 13 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. ser combatido. Además, la situación de los otros suele ser mucho más compleja y extraña de lo que querrían hacer creer los juicios apresurados de la envidia. Tal vez esas personas son realmente felices y realizadas como uno piensa o quizás no desean recuperar lo que perdieron en la calle, sobre todo desde el punto de vista de los afectos, de las relaciones, de los intereses, de las posibilidades ofrecidas. Éste es un pensamiento que nada tiene de extraño o visionario. Pensemos, por ejemplo, en el fenómeno conocido con el término downshifting, que surgió hace algunos años en Gran Bretaña y en los Estados Unidos y se difunde cada vez más entre dirigentes y managers que han llegado a la cima en su carrera. Se quisiera proponer esto como una alternativa concreta del arribismo desenfrenado, una forma propiamente tal de anti-hippies. Se trata precisamente de preferir niveles más bajos de empleo, desarrollando profesiones menos remuneradas que antes, pero más humanas, sin esas pesadas cargas que a menudo acompañan a quienes buscan la carrera a cualquier costo, como la depresión, el ansia, el insomnio, la falta de intereses y los conflictos conyugales20. Es como si se reconociese que las cosas realmente importantes para la propia vida estuviesen siempre al alcance de la mano, dejándose de lado para seguir modelos propuestos por la opinión común, por la publicidad, por los medios de comunicación masiva, pero no deseados realmente por la persona. Reconocer lo esencial conduce, al contrario de la envidia, a cultivar 14 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. el sentido de la sobriedad, evitando perder tiempo, energía y afectos en aquello que no se desea. La actitud interior caracterizada por la sobriedad es por consiguiente un ulterior remedio eficaz contra la envidia, un retorno a la verdad del ser: reconocer las cosas esenciales de la vida, distinguiéndolas de lo que es superfluo y sólo sirve para estimular la vanidad. La sobriedad ayuda a derrotar a la envidia porque combate los otros vicios que la alimentan: la envidia muere cuando mueren las otras pasiones de las cuales ella se nutre: cuando ya no estamos apegados a los placeres, al dinero, a las comodidades materiales, desaparece aquello por lo cual litigábamos y experimentábamos avidez y envidia21. El antídoto para la envidia: la gratitud y el agradecimiento Si en el fondo la envidia es una enfermedad de la mirada, es sobre todo en esta dirección que debe proceder su curación, reconociéndose el verdadero punto en cuestión: mejorar uno mismo más que anhelar la ruina de los demás. La envidia de hecho puede transformarse, puede convertirse, como reconocían los autores espirituales, en una santa envidia. Ya Aristóteles, en la Retórica22, distinguiendo entre 15 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. envidia y esmero, hablaba de la emulación, del proceder para hacer más y mejor que el otro como característica propia de la envidia buena, que por lo tanto conduce a salir de uno mismo y apreciar el bien. La emulación, a diferencia de la envidia pura, no paraliza, sino por el contrario se convierte en estímulo para el bien. Santo Tomás retoma en el mismo sentido la distinción de Aristóteles: quien está animado por el esmero, se prepara a sí mismo para la emulación, para obtener cosas buenas; el envidioso, en cambio, se esfuerza para que el prójimo no las posea, a causa de la envidia. Ciertamente hay envidia cuando alguien se entristece por el hecho de que el prójimo posee bienes que él mismo no tiene; hay emulación, en cambio, cuando alguien se entristece por el hecho de carecer él mismo de bienes que posee el prójimo23. Así, esta observación es importante también desde el punto de vista terapéutico: la cercanía entre ambos sentimientos dice que pueden transformarse uno en el otro, convirtiéndose en un aliado precioso y una ayuda positiva. Para llevar a cabo este paso es de indudable ayuda una perspectiva espiritual y religiosa. En la relación con Dios, uno es ante todo invitado a reconocer que los bienes esenciales que garantizan la calidad de la vida nos han sido asegurados gratuitamente y que la estimación de los mismos no se busca en el reconocimiento de los demás, sino en el testimonio de confianza que Él siempre ha mostrado tener en nosotros en virtud del mero hecho de habernos creado. Al afirmar 16 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. esto, ciertamente no se pretende sostener que la envidia está ausente en las personas religiosas (pensemos en lo señalado anteriormente en materia bíblica), sino que éstas tienen una posibilidad ulterior de reconocerla como un veneno destructivo y sobre todo que reciben una ayuda adicional para contrarrestarla. Retomando lo observado por Dante en el Paraíso, cuando se ha encontrado el propio lugar en la vida no se experimenta la necesidad de envidiar el modo de vida de los demás porque uno está satisfecho con lo que es y lo que hace, y ayuda a los demás a estar satisfechos. Mientras la envidia surge de un corazón vacío, que insinúa a quienes afecta ser hijos de un dios menor, al responder, en cambio, a la propia vocación se alcanza lo deseado, lográndose el objetivo de la propia vida: como advierte Dante, se llega a ser como una flecha que ha dado en el blanco24. Hablar de vocación significa reconocer que la propia existencia no es fruto del azar, del infortunio ni del capricho de los acontecimientos, sino que a cada ser humano le es dado encontrar aquello que busca, rescatando así la armonía entre sus disposiciones naturales y lo que el ambiente le ha ofrecido en bienes y posibilidades; pero si falta esta respuesta, de nada sirve esto porque dichos bienes y posibilidades pasan a ser como una semilla arrojada fuera de su terreno: Si la naturaleza encuentra un hado / adverso, como todas las simientes / fuera de su región, da malos frutos. / Y si el mundo de abajo se atuviera / al fundamento que natura pone, / siguiendo a éste habría gente buena25. 17 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. También a nivel psicológico se reconoce cómo la gratitud es una actitud estructuralmente abierta a la vida. Para M. Klein, la gratitud está de hecho estrechamente emparentada con el amor y el reconocimiento de la bondad de las cosas, con una mirada gratuita y de satisfacción hacia ellas sin desear forzosamente apropiarse de las mismas. Gratuidad y gratitud, emparentadas entre sí por una similitud incluso etimológica, enseñan a gozar de las cosas, ayudan a vivir relaciones estables y profundas, porque presentan una actitud de benevolencia en relación con las mismas26. La gratitud efectivamente afina la capacidad de amar, de apreciar por tanto la belleza y la bondad de una cosa en sí misma, en una actitud opuesta a la envidia: El amor es ciertamente la medicina que expulsa del corazón el veneno de la envidia27. Bonum diffusivum sui, decían los escolásticos, el bien no puede permanecer solo, su característica esencial es quererse comunicar al mayor número posible de personas, y mientras más se difunde, en mayor medida experimenta deleite. En el reino de los cielos, se gozará por la alegría de los otros, no tanto por la propia, de manera que no tiene sentido envidiar lo que en sí mismo ya nos pertenece puesto que la verdadera alegría consiste en ver al otro feliz. Por este motivo, semejante alegría será infinita porque se participará de la bienaventuranza misma de Dios: La vida eterna consiste en la alegre fraternidad de todos los santos. Será una comunión de espíritus sumamente deliciosa, porque cada uno tendrá todos los bienes de 18 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. todos los otros bienaventurados. Cada uno amará al otro como a sí mismo y por eso gozará del bien de los demás como algo propio. Así, el gozo de uno solo será tanto mayor cuanto más grande sea la alegría de todos los otros bienaventurados28. El único remedio eficaz para la envidia es por consiguiente dado por el amor y por el compartir, que nacen de la gratitud. Éstos, como un colirio, pueden sanar la mirada enferma y distorsionada, recordando el poder de bien otorgado a cada uno, un poder capaz de curar del veneno de la confrontación y devolver al corazón herido el color de la vida. Bibliografía: 1 ARISTÓTELES, Retorica, Bari, Laterza, 1983, 1. II, 10, 1388 a, 5-15. 2 M. KLEIN, Invidia e gratitudine, Florencia, Martinelli, 1985, 32. 3 C. CASAGRANDE S. VECCHIO, I sette vizi capitali: Storia dei peccati nel Medioevo, Turín, Einaudi, 2000, 39; ver CIPRIANO, 19 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. S., De zelo et livore (CCL III A, 8); GREGORIO MAGNO, S., Moralia, Roma, Città Nuova, 2001, 1. V, 46, 84. En la antigüedad pagana, los rasgos del envidioso están bien descritos por OViDIO (ver Metamorfosi, Milán, Garzanti, 2008, 1. II, 775-782, 796). 4 C. CASAGRANDE S. VECCHIO, I sette vizi capitali..., op. cit., 38. 5 DANTE, Purgatorio, XIII, 67-72. 6 TOMÁS DE AQUINO, S., De malo, q. 10, a. 3; ver Summa Theol., II-II, q. 32, a. 1. 7 J. EPSTEIN, Invidia, Milán, Cortina, 2006, 38. Texto ligeramente modificado. 8 P. LEGRENZI, Felicità, Bolonia, Il Mulino, 1998, 28. 9 Ver GIOVANNI DI SALISBURY, Policraticus, Milán, Jaca Book, 1985, 1. VII, 24. 20 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. 10 C. CASAGRANDE S. VECCHIO, I sette vizi capitali..., cit., 38. 11 J. EPSTEIN, Invidia, op. cit., 15 s. 12 P. VILLAGGIO, en Gente Mese, n. 5, mayo de 1988. 13 Ver J. Rawls , Una teoria della giustizia, Milán, Feltrinelli, 1984, 125-129. 14 Ibid., 436. 15 Ibid., 439; ver también 438. 16 J. EPSTEIN, Invidia, op. cit., 71 s. 17 F. ALBERONI, Gli invidiosi, Milán, Garzanti, 2000, 44. 18 J. EPSTEIN, Invidia, op. cit., 119 s. 19 Ver G. CUCCI, La ira, una exigencia pasional de justicia, en Civ. Catt. 2010, IV, 48-58. 20 El término downshifting fue empleado por primera vez en 1994 por el Trends Research Institute de Nueva York para 21 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. indicar el comportamiento de personas que aceptaban una reducción incluso consistente de sus ingresos a cambio de disponer de más tiempo. Hoy es incluso una voz del New Oxford Dictionary, para el cual downshifting significa cambiar una carrera económicamente satisfactoria, pero estresante, por un estilo de vida menos fatigoso y menos retribuido, pero más gratificante desde el punto de vista personal (…). Para el downshifter, el tiempo es más importante que el dinero y el ocio es un momento creativo que no se desperdicia en consumos inútiles (M. CAVALIERI, « Downshifting , la carrera puede esperar» en la Repubblica, 23 de abril de 2007, 25). Sobre esta temática existe una literatura de referencia cada vez más numerosa: 22 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. ver, entre los diversos títulos, V. FORRESTER, L’orrore economico. Lavoro, economia, disoccupazione: la grande truffa del nostro tempo, Milán, Ponte alle Grazie, 1997; T. HODGKINSON, L’ozio como stile di vita, Milán, Rizzoli, 2006; P. SANSOT, Sul buon uso della lentezza, Milán, Bur, 2002. 21 D. TESSORE, I vizi capitali, Roma, Città Nuova, 2007, 53. 22 ARISTÓTELES, Retórica, op. cit., 1. II, 11, 1388 a, 33 s. 23 TOMÁS DE AQUINO, S., De malo, Milán, Bompiani, 2001, q. 10, a. 1, ad 11. 24 El bien que todo el reino que tú asciendes / alegra y mueve, con su providencia / hace que influyan estos grandes cuerpos. / Y no sólo provistas las naturas 23 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. / son en la mente que por sí es perfecta, / mas su conservación a un tiempo mismo: / por lo que todo aquello que dispara / este arco a su fin previsto llega, / cual se clava la flecha en su diana (DANTE, Paraíso, VIII, 97-105). 25 Ibid., VIII, 139-144. 26 M. KLEIN, Invidia e gratitudine, op. cit., 29. Ver E. EMMONS M. E. McCULLOUGH (eds.), The Psychology of Gratitude, Nueva York, Oxford University Press, 2004. 27 G. CHAUCER, I racconti di Canterbur y, Milán, Mondadori, 2000, 360. 28 TOMÁS DE AQUINO, S., Conf. sul Credo, em Id., Opuscola theologica 2, Turín, Marietti, 1954, 217; ver Summa Theol., II-II, q. 36, a. 2 24 / 25 El envidioso, hijo de un dios menor - Giovanni Cucci S.J. 25 / 25