Hacia dentro de la comunidad

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HACIA DENTRO DE LA COMUNIDAD
REF. BIBLIOGRÁFICA:
Enrique Martínez Lozano, SABIDURÍA PARA DESPERTAR
Una lectura transpersonal del evangelio de Marcos
Ed. Desclée de Brouwer 2011
Mc 7,17-23
Cuando dejó a la gente y entró en casa, sus discípulos le
preguntaron por el sentido de la comparación. Jesús les dijo:
¿De modo que tampoco vosotros entendéis? ¿No
comprendéis que nada de lo que entra en el hombre puede
mancharlo, puesto que no entra en su corazón, sino en el
vientre, y va a parar al estercolero?
Así declaraba puros todos los alimentos. Y añadió:
Lo que sale del hombre, eso es lo que mancha al hombre.
Porque es de dentro, del corazón del hombre, de donde salen
los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios,
adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia,
difamación, soberbia e insensatez. Todas esas maldades salen
de dentro y manchan al hombre.
Es probable que estas discusiones reflejen lo vivido en la propia
comunidad de Marcos, en aquel tremendo enfrentamiento que vivió la
primitiva Iglesia, sobre el cumplimiento o no cumplimiento de la Ley
mosaica. Basta recordar el conflicto de Pablo con los judeo-cristianos a
propósito de esta cuestión.
Marcos estaría escribiendo, como en otras ocasiones, en un "doble
nivel histórico": a partir de una polémica de Jesús con los fariseos -que
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pudo ser histórica- extrae conclusiones aplicables a su propia
comunidad, tomando partido por quienes creían superadas las normas
de pureza que establecía la ley de Moisés.
A este segundo nivel pertenecería esta parte de la polémica, la
explicación hacia el grupo de discípulos, que gira en torno a otro
principio básico, que habría de sonar como una declaración tajante en
las discusiones comunitarias: "Declaraba puros todos los alimentos". Y,
siguiendo con el contraste exterior/interior, termina enumerando una
lista de acciones y de actitudes -quizás una de las "listas de pecados"
que circulaban por las comunidades o incluso, más ampliamente, por
ciertos ámbitos del mundo griego que quieren abarcar los
comportamientos que hacen daño a las personas.
En cualquier caso, el mensaje es claro y apunta a una doble dirección:
1) las llamadas "cuestiones de pureza", a pesar de lo que diga la
religión, tienen poco que ver con Dios; 2) la autoridad religiosa, desde
el comienzo, tiende a dominar las conciencias a través de los
"principios morales" por ella establecidos.
Venimos a nuestra tradición. También entre nosotros, la pureza,
particularmente en todo lo que se refería al campo sexual, llegó a
convertirse en el centro de la moral, con la consiguiente carga de
culpabilidad y de angustia para muchas personas. Se llegó a demonizar
el cuerpo y la sexualidad, en nombre de una mentalidad puritana, y se
hacían depender de Dios principios que nada tenían que ver con él.
También entre nosotros, por otra parte, la autoridad religiosa se aferra
desesperadamente a mantener el control en el campo de la moral,
quizás porque intuye -aunque no lo haga conscientemente-que es el
único reducto que le queda donde mantener su poder.
Venimos de un pasado en el que el poder de la autoridad eclesiástica
había llegado a ser completo, por encima incluso de emperadores.
Poco a poco, los diferentes sectores de la realidad fueron
independizándose de su tutela, en el largo y doloroso proceso de
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secularización. Así, las ciencias naturales (a partir de Copérnico y
Galileo), la sociología, la política, la psicología... empezaron a funcionar
como realidades autónomas. Únicamente quedó la moral como el
campo que la Iglesia considera "suyo". Esto explica su oposición a todo
lo que suene a "ética civil" o laica, a la vez que se arroga el derecho a
tener la palabra última y definitiva sobre todo lo concerniente a la
moral.
Tal actitud es vista por gran parte de nuestra sociedad como arcaica y
prepotente, y es interpretada como expresión de una voluntad de
poder, por parte de quien no se resigna a dejar de ser la "voz"
autorizada de la sociedad. En último término, pareciera que no son
sino reminiscencias de lo que ha sido una larga historia de predominio
religioso, en el que la autoridad eclesiástica se ha visto a sí misma
como la "conciencia normativa" de la sociedad.
Esa actitud, sin embargo, oscurece el mensaje de la Buena Noticia de
Jesús. A los ojos de muchos, la Iglesia aparece prioritariamente
preocupada por "tener razón" en las orientaciones -discutibles, como
todo lo humano- que propone, y excesivamente centrada en ella
misma. Se pueden escuchar homilías o leer mensajes de eclesiásticos
en los que únicamente se habla de la Iglesia. ¿Qué es una institución
tan volcada sobre ella misma, cuando su razón de ser no es sino el
bien de los otros? ¿Dónde queda el gozo de comunicar y ayudar a vivir
la experiencia de Dios? ¿Dónde, el compromiso de favorecer la vida de
los más necesitados?
Sabemos todos por experiencia que el miedo es uno de los factores
que más nos llevan a replegarnos sobre nosotros mismos. Y quizás es
eso lo que le ocurre a la Iglesia en estos momentos. Pero eso no
disculpa cualquier comportamiento.
De otro modo, aun sin darse cuenta de ello, la jerarquía puede caer
fácilmente en la trampa en que habían caído los fariseos y los letrados,
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contemporáneos de Jesús. Y hacerse merecedora de sus mismos
reproches.
Somos portadores de una Buena Noticia. Y una buena noticia no se
anuncia con caras amargadas ni con tonos inquisitoriales; tampoco
desde una pretendida superioridad. Nuestros contemporáneos no
aceptan ya el "principio de autoridad", como argumento último, sino la
búsqueda compartida de solución para los problemas difíciles que nos
toca afrontar. Bajar de cualquier tipo de pedestal es la primera
condición para poder hablar creíblemente del mensaje de Jesús.
Anunciar la Buena Noticia no es "dar doctrina" -esto podría valer para
el periodo mítico o "mental"-, sino compartir lo que, vital y
gozosamente, se ha experimentado; no es transmitir creencias, sino
ofrecer vivencias y señalar indicaciones que permitan experimentarlas.
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