José Ignacio Moreno, "Galileo Galilei y sus jueces", Palabra, IX.97

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José Ignacio Moreno, "Galileo Galilei y sus jueces",
Palabra, IX.97
En octubre de 1992, coincidiendo con el 359 aniversario de la muerte de Galileo
Galilei, presentaba sus conclusiones la Comisión especial de teólogos, científicos
e historiadores, creada por Juan Pablo II en 1981, para examinar los posibles
errores cometidos por el tribunal eclesiástico que condenó (1633) al famoso
astrónomo. Dicho examen tampoco aportó ninguna novedad desconocida: los
teólogos pontificios del siglo XVII traspusieron los límites de la doctrina de la fe
para interferir en una cuestión de ámbito científico. Por su parte, Galileo
presentaba como conclusiones irrefutables unas verdades que no había logrado
demostrar científicamente: sólo se probarían un siglo más tarde. En todo caso,
conviene señalar que el episodio de Galileo no es, en absoluto representativo:
es el único conflicto histórico de ese género.
La primera mitad del siglo XVII supone el inicio de lo que Paul Hazard ha
llamado "la crisis de la conciencia europea", titulo de una de sus más famosas
obras. Un complejo maridaje de factores hace cambiar la mentalidad de los
hombres.
En el ámbito filosófico viven Francis Baton -que consideró la experiencia como
única fuente de conocimiento- y Renato Descartes, que define la verdad como
la claridad de los conceptos; no tanto su adecuación a la realidad. Y es en el
campo científico-astronómico donde Galileo desarrolla su nueva cosmología.
"Su idea básica era la existencia de una armonía en el universo y la aplicación
de la matemática a los fenómenos observados, apartándose de la física
aristotélica. Galileo abrió el camino a la ciencia moderna al afirmar que los
fenómenos materiales obedecen a leyes bien definidas y que el objeto de los
científicos es descubrirlas mediante observaciones cuidadosas y experimentos
controlados. Ciencia y filosofía se separan en el siglo XVII: el objeto de aquella
no será buscar respuestas a los por qués filosóficos, sino hallar el cómo de los
fenómenos naturales" (Valentín Vázquez de Prada). La ciencia busca soluciones
cuantitativas y se separa de la búsqueda por unidades de sentido metafísicas o
existenciales.
LA PARADOJA DEL PROBLEMA
Galileo, profundizando en la cosmovisión de Copérnico, presentó la teoría
heliocéntrica con un acusado matiz polemista frente a las ideas de su época. Su
base científica fue refutada por insuficiente y errónea, como así lo era. Su
intuición genial, más tarde confirmada, no se apoyaba en unas pruebas
correctas. Sin embargo esgrimió, frente a sus jueces teólogos, acertados
razonamientos en el campo que no le era propio: la interpretación de la
Sagrada Escritura.
Apeló a criterios de San Agustín referentes a la interpretación no
necesariamente literal de la Biblia. Algún pasaje de la Biblia -aquél en que
Josué detuvo el sol en su carrera parece corroborar la idea de la tierra como
centro del cosmos. Pero no tendría por qué tratarse de una idea científica sino
metafórica en orden al sentido último del universo al que se accede por la fe.
Esto haría compatible el Antiguo Testamento con la teoría heliocéntrica.
Paradójicamente, el Santo Oficio -en virtud del dictamen de una comisión de
teólogos astrónomos- puso de manifiesto los errores científicos de Galileo.
Según Walter Brandmüller, estudioso del tema, los miembros de la comisión
inquisitorial tenían ideas similares a las del astrónomo italiano, pero no podían
comprobarlas. Sin embargo erraron en su propio terreno: la interpretación de
las Escrituras. El Tribunal, en el aparente dilema, optó por la inviolabilidad del
texto bíblico.
SEPARAR DATOS Y OPINIONES
Para Brandmüller este suceso manifiesta la historicidad de los saberes
humanos. El juicio de la Iglesia sólo está preservado de error cuando se
pronuncia sobre fe y moral. Pero la Iglesia no condenó a Galileo
dogmáticamente. Sólo el que se considere exento de falibilidad -concluye
Brandmüller- podría juzgar a los jueces de Galileo.
Por otra parte, conviene superar opiniones pasadas que mezclan datos con
interpretaciones incoherentes. Por ejemplo, Owen Gingerich (cfr. El caso Galileo
en "Investigación y ciencia" 1982, Il) cita al papa Urbano VIII cuando éste
advierte a Galileo que el movimiento de las mareas podría no deberse al
movimiento de la tierra, como efectivamente ocurre. Sin embargo, Gingerich se
fija más en un pretendido a priori: "tal vez la verdad no sea lo que dices según
tu hipótesis" (interpretando en esta visión una salvaguarda de la doctrina
contra todo logro científico que pueda comprometerla), en vez de subrayar la
prudente observación del Pontífice contra lo que era un error de Galileo, como
reconoce lógicamente el propio Gingerich.
Este autor también dice que el Papa Pablo V (anterior a Urbano VIII) era de la
opinión de declarar a Copérnico -punto de partida de Galileo- como contrario a
la fe, aunque no llegó a hacerlo. La fuente en la que se basa para afirmar esto
son, según el propio Gingerich, "los chismes recogidos en el diario de
Giovanfrancesco Buanamici, un secretario de Galileo" (una fuente poco seria).
Por otra parte Gingerich, al hablar de la negación de Galileo respecto a sus
propias ideas por presión de la Inquisición, desvincula a ésta de su
contextuación histórica. No se trata de justificar, o no, una presión del Santo
Oficio sobre Galileo, sino de afirmar que una visión actual -que no tenga en
cuenta el valor, no sólo personal, sino estatal y social que la religión tenla en el
siglo XVII -no puede enjuiciar con acierto una cuestión donde la mentalidad
histórica es fundamental. Gingerich no niega el valor de la Sagrada Escritura
pero no alcanza a entender el carácter armónico y complementario de la
separación del método exegético- escriturístico y el científico astronómico.
Ha sido la propia Santa Sede quien mejor ha puesto todos los puntos sobre las
íes.
JUAN PABLO II: "UN MALENTENDIDO QUE PERTENECE AL PASADO"
Como la mayor parte de sus adversarios, Galileo no hizo distinción entre el
análisis científico de los fenómenos naturales y la reflexión acerca de la
naturaleza, de orden filosófico, que ese análisis por lo general suscita. Por esto
mismo, rechazó la sugerencia que se le hizo de prensentar como una hipótesis
el sistema de Copérnico, hasta que fuera confirmado con pruebas irrefutables.
Ésa era, por lo demás, una exigencia del método experimental, de la que élñ
fue el genial iniciador. (...)
La nueva ciencia, con sus métodos y la libertad de investigación que suponía,
obligaba a los teólogos a interrogarse acerca de sus propios criterios de
interpretación de la Escritura. La mayoría no supo hacerlo. Paradójicamente,
Galileo, creyente sincero, se mostró en este punto más perspicaz que sus
adversarios teólogos (...)
El horizonte cultural de la época de Galileo era unitario y llevaba impresa la
huella de una formación filosófica particular. Ese carácter unitario de la cultura,
que en sí es positivo y desable aún hoy, fue una de las causas de la condena de
Galileo. La mayoría de los teólogos no percibía la distinción formal entre la
Sagrada Escritura y su interpretación, y ello llevó a trasladar indebidamente el
campo de la doctrina de la fe una cuestión que de hecho pertenecía a la
investigación científica (...). A partir del Siglo de las luces y hasta nuestros
días, el caso de Galileo ha constituido una especie de mito, en el que la imagen
de los sucesos que se han creado estaba muy lejos de la realidad (...). Las
aclaraciones aportadas por los estudiosos históricos recientes nos permiten
afirmar que ese doloroso malentendido pertenece ya al pasado. · (Discurso a la
Academaia de Ciencias, 31-X-1992).
LA COMISIÓN PAPAL
Fue el Papa quien deseó zanjar "un contencioso histórico que, amplificado y
mitificado, ha sido el instrumento para difundir una imagen oscurantista de la
Iglesia en relación al progreso científico". En el marco de la reunión anual de la
Academia Pontificia de las Ciencias se dieron a conocer las conclusiones
elaboradas por una comisión interdisciplinar, instituida por Juan Pablo II en
1981, para examinar a fondo las circunstancias de la condena que el Santo
Oficio romano hizo, en 1633, de las teorías del astrónomo italiano.
"Algunos medios de comunicación presentaron este acto como la rehabilitación
de Galileo por parte de la Iglesia, como si ésta reconociera ahora por primera
vez el error de entonces. La realidad es que la teoría heliocéntrica fue
reconocida oficialmente por el Santo Oficio ya en 1741, cuando aparecieron los
instrumentos mecánicos y ópticos que permitieron demostrar que la Tierra gira
en torno al Sol y sobre su propio eje.
Este afán de clarificación debe aún superar ciertos clichés, que olvidan que
tanto Copérnico como Galileo eran sinceros creyentes y que sus teorías se
enseñaban en Universidades de la Iglesia".
CONCLUSIONES DE LA COMISIÓN
Las conclusiones del examen se pueden extractar en el discurso que pronunció
ante el Papa el Cardenal Paul Poupard, coordinador de los trabajos:
"El objetivo de estos grupos de trabajo era responder a las expectativas del
mundo de la ciencia y la cultura en lo que respecta a la cuestión de Galileo,
repensar enteramente la cuestión -con plena fidelidad a los hechos establecidos
históricamente y en conformidad con las doctrinas y la cultura del tiempo- y
reconocer lealmente, en el espíritu del Concilio Ecuménico Vaticano II, los
errores y los aciertos, vinieran de donde vinieran (...)
"La investigación ha sido amplia, exhaustiva,, y ha sido llevada en cada uno de
los campos interesados (...)
"En una carta del 12 de abril de 1615 dirigida al carmelita Foscarini, el Cardenal
Roberto Bellarmino habla expuesto ya las dos verdaderas cuestiones suscitadas
por el sistema de Copérnico: la astronomía copernicana, ¿es verdadera, en el
sentido de que se funda sobre pruebas rea les y verificables, o al contrario se
basa solamente en conjeturas y apariencias?; las tesis copernicas, ¿son
compatibles con los enunciados de la Sagrada Escritura? Según ¡Roberto
Bellarmino, hasta que no se proporcionaran pruebas de la rotación de la tierra
en torno al sol, era necesario interpretar con mucha circunspección los pasajes
de la Biblia que declaraban que la tierra era inmóvil. Pero si se demostrara que
la rotación de la tierra era cierta, entonces los teólogos debían -según élrevisar
sus interpretaciones de los pasajes de la Biblia aparentemente en contraste con
las nuevas teorías copernicanas, de modo que no se considerasen falsas las
opiniones cuya verdad estuviese demostrada (...)
"De hecho, Galileo no consiguió probar de manera irrefutable el doble
movimiento de la tierra, su órbita anual en torno al Sol y su rotación diaria en
torno al eje polar, mientras que estaba convencido de haber encontrado la
prueba en la mareas oceánicas, cayo verdadero origen solamente habría de
demostrarlo Newton ( ...)
"En 1741, ante la prueba óptica, de la rotación de la tierra en torno al Sol,
Benedicto XIV hizo conceder al Santo Oficio el Imprimatur a la primera edición
de las Obras Completas de Galileo (...)
"La relectura de los documentos del archivo demuestra una vez más que todos
los actores del proceso, sin excepción, tienen el derecho al beneficio de la
buena fe, en ausencia de documentos extraprocesuales contrarios. Las
calificaciones filosóficas y teológicas abusivamente atribuidas a las nuevas
teorías de entonces sobre la centralidad del Sol y la movilidad de la tierra
fueron consecuencia de una situación de transición en el ámbito de los
conocimientos astronómicos, y de una confusión exegética en lo que respecta a
la cosmología. Herederos de la concepción unitaria del mundo que se impuso
universalmente hasta el alba del siglo XVII, algunos teólogos contemporáneos
de Galileo, no supieron interpretar el significado profundo, no literal, de la
Escrituras, cuando éstas describen la estructura física del universo creado,
hecho que les condujo a trasladar indebidamente al campo de la fe una
cuestión de observación fáctica". Prof. JOSÉ IGNACIO MORENO (Madrid)
UN CASO ÚNICO
El Papa no ha llevado a cabo una "rehabilitación" de Galileo, pues la Iglesia ya
reconoció su error en 1741 cuando se dispuso de instrumentos que permitieron
comprobar la verdad del heliocentrismo copernicano. Lo que la Iglesia ha
subrayado es que los jueces de Galileo se equivocaron en el campo de la
explicación de la Sagrada Escritura, la exégesis bíblica, al pensar que la "letra"
de la Biblia defendía el sistema tolemaico, es decir que el Sol gira alrededor de
la tierra (...)
Según la doctrina católica, la infalibilidad de la Iglesia se circunscribe a las
solemnes declaraciones "ex cathedra" del Papa y de los concilios ecuménicos en
comunión en con el Papa. Es evidente, por tanto, que un tribunal eclesiástico se
puede equivocar.
Quisiera subrayar a este propósito que la condena del Santo Oficio a Galileo no
fue nunca firmada por el Papa ni fue una condena del magisterio de la Iglesia
sino de un tribunal. Además, es importante centrar el episodio en sus debidos
límites, porque, al ser un caso único, se ha creado un "mito Galileo" que poco
tiene que ver con la realidad. (...). Prof. JUAN JOSÉ SANGUINETI (Roma)
GALILEO SIGUIÓ TRABAJANDO
Con frecuencia hablo de Galileo en mis clases y conferencias. Muchos oyentes
piensan que Galileo fue quemado por la Inquisición. Por eso suelo recordar que
Galileo murió de muerte natural a los 78 años (...) En 1633 tuvo lugar, en
Roma, el famoso proceso contra Galileo. No fue condenado a muerte, ni nadie
lo pretendió. Nadie le torturó, ni le pegó, ni le puso un dedo encima; no hubo
ninguna clase de malos tratos físicos. Fue condenado a prisión que, teniendo en
cuenta sus buenas disposiciones, fue inmediatamente conmutada por arresto
domiciliario. Desde el proceso hasta que murió, vivió en su casa. Siguió
trabajando con intensidad, y publicó su obra más importante en esa época.
Tres de los diez altos dignatarios del tribunal se negaron a firmar la sentencia.
Desde luego, el proceso no debió producirse, y fue lamentable. Pero los
trabajos de Galileo siguieron adelante.
Prof. MARIANO ARTIGAS (pamplona)
Tags: El caso Galileo,
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