“el caribe de los “héroes errantes” - PUC-SP

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“EL CARIBE DE LOS “HÉROES ERRANTES”: UNA APROXIMACIÓN DESDE EL ARCHIPIÉLAGO DE SAN ANDRÉS, PROVIDENCIA Y SANTA CATALINA” Por, Francisco Avella Profesor, Instituto de Estudios Caribeños, Universidad Nacional de Colombia, Sede Caribe. San Andrés, Islands, Colombia. Ponencia presentada al IX Congreso Internacional de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC) Santa Marta 25 al 29 de Mayo
…las páginas que siguen están dedicadas a unos héroes “menores”, que vagan desdichados en los confines de la memoria, errantes en vida, errantes después de la muerte. Giorgio Antei, “ Los héroes Errantes. Historia de Agustín Codazzi”. Ed. Planeta (Prólogo) RESUMEN El texto de Giogio Antei (Planeta, 1993) sobre los “Héroes Errantes. Historia de Agustín Codazzi”, permite entender el destino de Louis Aury y otros de sus “corsarios de la libertad”, desde una perspectiva totalmente diferente a la que se les ha dado en las diversas versiones antiguas y recientes de la Historia Patria. En el contexto de las conmemoraciones de la independencia, este capítulo de la historia adquiere importancia, pues el Gran Caribe parece no haber sido un escenario en donde se forjó la independencia, sino solo un telón de fondo en el que la figura de Bolívar ocupa todo el espacio. El resto de actores como estos “héroes errantes” parece no haber tenido ningún sitio dado el carácter de “corsarios, contrabandistas, y bandidos” como se les conoce, con la notable excepción de “Los tres Luises del Caribe” de Duarte Frenc y del “El Caribe, Mar de la Libertad” del capitán Román. La pregunta que se hace este trabajo, es si estas ideas sobre los “héroes errantes” son aún sostenibles, o si es necesario darle otro sentido a la historiografía del Gran Caribe para disipar los malos entendidos de los cuales está plagada la historia de corte patriótico. Palabras claves: Independencia de Colombia, Siglo XIX, Gran Caribe, Héroes Errantes, Aury En el prólogo al texto sobre su compatriota Agustín Codazzi, Giorgio Antei señala con una visión certera que “Hay héroes de héroes, pero todos nacen y se perpetúan al interior de un relato” (Prólogo). Entonces la pregunta que surge es: ¿Son las acciones dignas de un héroe las que construye el relato y le permiten figurar en la historia como tal, o es el relato que hace el historiador el que construye al héroe, así las acciones no hayan sido tan dignas? En otras palabras, es posible hacer relatos de “antihéroes” o lograr a través del relato el estatuto heroico sin las acciones necesarias? Estas preguntas evidentemente son superfluas pues la función del historiador, cual Cancerbero, es la de impedir que se infiltren héroes a los panteones sin merecerlo o que se glorifiquen héroes cuyas acciones a pesar de haber sido 1
heroicas, no son congruentes, con el relato claro está. En este caso es el relato el que hace el problema, pues las verificaciones históricas y documentales hechas por el historiador deben certificar las acciones llevadas a cabo por el héroe, para presentarlo como ejemplo ante las generaciones futuras, de modo que el espíritu que animó esas acciones se mantenga incólume a través de los tiempos. En este sentido es el historiador el que expide el certificado necesario para que los héroes entren al panteón, claro está desde su propia visión pues es el único responsable de su relato, no las acciones de su héroe. Pero el historiador no construye sus relatos en el aire. La escritura de la historia ha estado, en general, al servicio del poder, unas veces para legitimarlo a partir de visiones del pasado que solo buscan justificar el presente. Así se ha escrito la historia de las naciones, sobretodo en su versión oficial, más comúnmente llamada “Historia Patria”. Pero en el caso de Colombia y en vísperas de la celebración del Bicentenario de la Independencia, el panteón que se conmemora digámoslo así, es el de los héroes que lucharon en tierra. Doscientos años después los héroes que lucharon en el mar, no encuentran su sitial. Y es obvio pues un país sin mayor tradición marítima, que solo logró tener una armada hacia 1822, evidentemente compuesta por corsarios en su mayoría, los que pelearon la guerra en el mar, fueron precisamente los corsarios y además por dinero, como lo ha consignado la versión clásica de la historia patria. Por eso no es extraño que existan pocos héroes reconocidos que se forjaron en la lucha en el mar. Eso no quiere decir que no hayan existido. Al contrario, sí los hubo, pero tuvieron la maldición (o el honor?) de ser los “Héroes Errantes”. Muchos de ellos no pasaron a la historia pues la lucha en el mar se libraba de una manera particular. Los barcos que participaban en la lucha y en el abastecimiento de los ejércitos que luchaban contra España eran armados en corso. Es decir no lo hacían solo por ideales, sino también por dinero. Ofrecían sus servicios a la causa de la libertad, pero los cobraban fuera en metálico o en otros tipos de pago, (honores tierras, casas, derechos de libre comercio), pues sostener un barco, pagar su tripulación, conseguir las mercancías en las islas del Caribe para hacerlas pasar de contrabando, bajo el severo bloqueo naval español al que su marina había sometido al continente, no era una tarea fácil. Corrían el riesgo de ser apresados, sus barcos confiscados y finalmente arruinados. Entonces por qué aceptaban semejante riesgo? En general la lucha en el mar era fue así en todo el Caribe. Estos corsarios especialmente los que luchaban bajo el pabellón de las Provincias Unidas de Buenos Aires, habían producido desde 1806, pero especialmente 1816, una reacción tal en el rey Fernando VII, recién instaurado en el trono por los mismos ingleses, que concedió: “…a todos mis vasallos de unos y otros dominios la facultad y arbitrios de armar para sí los buques que quieran y hacer con ellos la guerra a los rebeldes, con el fin de restituirles a ellos mismos el sosiego y la tranquilidad del que ciegamente se despojan” (Duarte French, 1988:103). Así combatiendo el corso con el corso, esperaba recuperar sus colonias momentáneamente perdidas. Pero los llamados “corsarios de la libertad” no optaron el pabellón español. Optaron por los pabellones de los países que se independizaban como el de las Provincias Unidas de Buenos Aires, que fue el más famoso y llegó a tener corsarios que atacaron el imperio español hasta en Europa misma. Así la guerra en el mar se volvió muy difícil, arriesgada y de cierto 2
modo rentable. Por eso la guerra en el mar tuvo ese carácter que hoy se podría llamar mercenario, punto de vista que fue adoptado prácticamente por las historias patrias de casi todos los países latinoamericanos, pero que en el Caribe Giorgio Antei se ha encargado de restituir a través del estudio de sus “héroes errantes”. Antei muestra como no solo pelearon contra España, que era el enemigo, sino contra la idea expansionista del “destino manifiesto” de las colonias de Estados Unidos de América. Y no solo en las batallas en medio del mar, sino en las duras batallas de la logística. En el transporte y suministro de los armamentos, de la pólvora para los cañones, de la harina para el pan, de los elementos de intendencia por medio del contrabando, pues eran productos que no se producían en una colonia sometida al atraso secular de un imperio que parecía débil. Pero que no se derrumbó en los primeros embates, pues a finales del siglo XIX, 80 largos años después, España abandona al nuevo poder imperial de Estados Unidos, las últimas colonias que tenía en el Caribe. Giorgio Antei hace otra cosa. Busca despojar la historia de esos mitos patrióticos, especialmente de los que han subido a los panteones a “héroes fijos” o atornillados por la historia patria como se diría hoy. Y modestamente con sus lujosos libros, sitúa en la memoria, (ya no en la historia), los relatos de los “héroes errantes” negados, porque no hacían parte de los mitos y de las éticas republicanas creadas por la ortodoxia de la historia patria. Esta olvida que la independencia también se forjó con contrabandistas, corsarios, armadores en busca de altas rentas dentro de los cuales hubo una buena cantidad de norteamericanos, ingleses, jamaiquinos, curazaleños que pusieron sus capitales al servicio de las banderas como la de Buenos Aires, de Cartagena, de Venezuela. Por eso, en el emotivo y poético relato de Antei, cualquiera queda convencido del carácter heroico de las acciones de sus “héroes errantes”, de las buenas intenciones llamémoslo así, “ideológicas”, a pesar de que fueron perdedores en el altar de la patria. En cierta medida lo que hace es deconstruir la Historia Patria construida con la visión de los triunfadores, por haber practicado actividades “non sanctas” como el corso, pero necesarias a la causa. Pero los que fueron vencidos en la historia patria, siguen triunfantes en sus memories que en los trabajos de Antei, se contraponen documentadamente al relato oficial. De lo que se va a hablar en seguida es más bien de los relatos que hacen los hombres del mar, (no de sus acciones heroicas que son de todos conocidos en la historiografía que cualquiera puede consultar). De cómo estos héroes adquieren su estatuto más en lo etéreo de la memoria, que en el duro mármol de la historia. Para evitar confusiones y entender la manera como se construyen los “héroes errantes”, (y claro también se deconstruyen), pongamos un ejemplo, ya no de la historia patriótica, sino de la historia del Caribe: el de los piratas que están muy cerca del de los corsarios, pero que no son lo mismo. Para los españoles, los piratas en sus relatos eran unos bandidos. Sus acciones menoscababan la economía del imperio al asaltar los galeones cargados de plata y oro, que ponían a España en la difícil situación de no honorar sus deudas, precisamente con el producto extraído de las minas de América con trabajo servil y esclavizado (Britto, 1998). 3
Para los ingleses, franceses y holandeses, era todo lo contrario. Los “traders” o “adventurers” que asociados a empresas de colonización en el Nuevo Mundo, terminaron como “raiders” bajo la mirada complaciente se sus monarcas, especialmente cuando sus naciones se encontraban en guerra contra España. Por eso la piratería, era una actividad digna de hombres valerosos y arriesgados que hacían las misiones más difíciles para enriquecer a sus reinos y de paso a ellos también, en lo que no había ningún deshonor. Morgan fue gobernador de Jamaica, después de haber asaltado a Panamá desde San Andrés y Providencia (Exquemelin, 1969). Los franceses extendían las patentes de corso (“lettres de marque”) a empresarios honestos para hacer lo mismo (De la Croix, 1976) y los holandeses llamaban a sus piratas “illicit riches” pues pagaban menos impuestos que los demás (Goslinga, 1983; Klooster, 1998; Arauz, 1984). Por eso en la historia del Caribe, de unas mismas acciones se derivan dos tipos de relatos completamente opuestos, dependiendo de la visión del historiador que lo escriba: como vencedor o como vencido. Según Antei (1993a), estos “héroes errantes” surgen en un momento crucial de la historia universal, cuando el ímpetu de la Revolución Francesa se estancó con el triunfo de Napoleón, pero se mantuvo activo con su derrota. Lo que originó una estampida de militares decepcionados hacia América con el fin de fundar las nuevas repúblicas, sobre los despojos del imperio español en tierras que consideraban más prometedoras que las de Europa, en donde las monarquías seguían triunfantes. Otro ejemplo caro a Antei, es el de su compatriota Agustín Codazzi, (ambos nacieron en Lugo Italia el mismo día 12 de Julio siendo viernes en ambos casos, pero Antei un siglo y medio después). Codazzi sirvió a las órdenes de Aury, fue su amigo y uno de sus colaboradores más próximos. Participó con él en innumerables hechos en el Caribe en plena independencia de España y en gran parte es debido a sus “Memorie”, originalmente escritas en italiano, que se debe el conocimiento que hoy se tiene sobre Aury y especialmente de los héroes errantes como el Coronel Constante Ferrari, su paisano. Y aunque contribuyeron significativamente a la independencia de varios países, no hacen parte del relato de los vencedores y de los que fueron marginados como Aury. Codazzi, como los demás “héroes errantes”, estuvo en México y peleó al lado del español Luis Mina, quien estaba en contra de España, lo mismo que al lado de Aury en la Florida y la isla Amelia frente a la Carolina del Sur en los límites con Florida. Pero Aury que tenía claro que las posesiones españolas en Norteamérica debían ser naciones independientes como las que se formaban en Centro y Suramérica, perdió frente al avance de la armada de los Estados Unidos, que hacia 1816 ya tenía claro, como lo había manifestado el propio Washington, su “destino manifiesto”, o mas conocido posteriormente como la doctrina Monroe, “América para los americanos” o más precisamente, para los norteamericanos. Después de haber participado Codazzi en la disputa entre Bolívar y Aury, en plena campaña libertadora y luego de la muerte de este último prácticamente en desgracia, viaja a Europa. Siendo el ejecutor del testamento de Aury, lo depositó en manos de su hermana en París y gracias a él se conocen en detalle la manera de pensar y de actuar de estos héroes errantes. Regresa a Venezuela en 1826 afectado por el “mal de América”, que Antei define poéticamente así: 4
“…es una afección del espíritu que ataca a ciertos habitantes del Viejo Mundo. Se manifiesta como un anhelo de espacios más allá del océano y de lo conocido, hasta alcanzar un Nuevo mundo: un afán ambiguo, en verdad, negado por el ansia de regresar a Europa y reafirmado por el impulso irresistible y si se quiere fatal, de cruzar el Atlántico, una y otra vez, hasta la eternidad… (Antei, 1993b).
Venezuela ya había sido liberada y es enviado a servir a Maracaibo, con su grado, como los demás oficiales y marineros de la armada de Aury que en 1922 se integran a las Campaña Libertadora de Venezuela. Pero Codazzi como lo demuestra Antei, no fue un héroe de mármol, no aseguró su puesto en la historia. Solo lo aseguró en la memoria como cartógrafo y geógrafo. Allí, hasta 1838 por lo menos, tuvo que intervenir en la guerra interna de Venezuela que siguió a su liberación. Pero no fue la espada la que le permitió entrar en la memoria republicana, sino el teodolito como lo señala Antei. Sus primeros trabajos como cartógrafo lo obligaron a rediseñar las defensas de la Guajira y Maracaibo temiendo otra invasión de España. Aplicando sus conocimientos de ingeniería y geografía elabora el Atlas de Venezuela que publica en 1840, contribuyendo a construir lo que serían los futuros países que no tenían ni idea del territorio que les pertenencia y menos aún del que debían gobernar. Nadie sabía hasta donde llegaban los límites y lo que era peor, a pocos les interesaba. Solo cuando los problemas por disputas entre las naciones se agravaban, se entendió claramente el valor del conocimiento geográfico para la construcción de las naciones. De ahí que el libro dedicado por Antei a su compatriota Codazzi, no releve esta circunstancia como una falla, sino por el contrario como un gran mérito por su visión temprana: ninguno de los países recién liberados conocía su geografía. Posteriormente Codazzi termina la Geografía de la Confederación Granadina en sus seis monumentales tomos al que le hicieron falta los Estados de Bolívar y Magdalena, que no pudo concluir pues murió precisamente en esta región cuando apenas la iniciaba. Así que no pasa al relato de la historia patria como prócer, sino como el hombre que le dio forma a una geografía completamente desconocida hasta entonces, salvo por los aporte de la Misión Fidalgo en las costas, como tendrá oportunidad de comunicarlo en una ponencia el profesor Camilo Domínguez en este mismo evento. Así podríamos seguir con los coroneles Agustín Codazzi, Constante Ferrari, Severo Courtois, Marcelino Guillot, Juan B. Faiquère y Marcelin, los Mayores Bernier y Cambessedes, de los capitanes Nicolás Joly, José Parra, August Brochet, Paul Charles, José Langle, el teniente Guillaume Coutin e incluir de paso el de otro corsario ilustre que tuvo un lugar en el panteón de los héroes José Prudencio Padilla, también capitán de corsarios, que como alférez participó en la evacuación de Cartagena en 1815, pero que terminó fusilado por orden del general Urdaneta y del propio Bolívar, el 28 de Octubre de 1828 en Santa Fé.
Todos tenían un denominador común: fueron corsarios y lucharon por la libertad de América. Como señala Roman Bazurto sobre los instructores de lo que sería la primera armada de la República de Colombia, en 1823, “…eran rudos hombres de mar, extranjeros la mayoría de ellos y, un gran número, sin conciencia de patria, sino mas bien mercantil y en varios casos en los límites de la piratería, pero al fin y al 5
cabo contribuyeron a la causa de la independencia con su arrojo y conocimientos…” (1996, 67‐
97). Por eso es necesario contextualizar el término corsario en ese momento histórico, con el tradicional de los piratas como lo señala Gómez (Blog, Frederic Beraud Dufour, 2007): “Los corsarios eran marinos profesionales que actuaban solo en la guerra entre naciones y bajo la llamada patente de corso, extendida por uno de los países en conflicto, saqueaban los barcos que, en este caso, llevaban las riquezas de América a España y viceversa. Con el producido de dichos ataques financiaban el estado que los avalaba y obtenían de este un reconocimiento económico previamente pactado. Adicionalmente actuaban como marina de guerra, enfrentando navío de militares cuando las circunstancias lo exigían o como tropas de asalto en tierra si ello era necesario. Nada más diferente a los piratas que solo buscaban lucro personal y que saqueaban barcos de cualquier nacionalidad incluso de la propia. Las nacientes repúblicas americanas armaron corsarios, pero también España hizo lo propio en circunstancias como la lucha contra el contrabando”. Tomemos otro ejemplo: Louis Michel Aury. Carlos Ferro, lo describe así: “…marino francés ignorado en Francia, Brigadier general de la revolución mexicana, desconocido en México; libertador de la Florida subestimado en esa tierra de sus hazañas, General en Jefe de una escuadrilla Argentina de la que nunca oyeron hablar los argentinos, un Capitán de Navío de Venezuela del que nunca habla el “diccionario de los próceres”. Comodoro de la República de Cartagena, uno de los libertadores de la Nueva Granada y Proclamador de la Independencia de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, negado por los colombianos; libertador de Galveston y gobernador de Texas desconocido por texanos y mexicanos, héroe de la libertad de Honduras, Nicaragua y Guatemala proyectando liberar a Panamá bajo las órdenes de San Martín, sin una página en la historia oficial de la antigua República Federal Centroamericana” (Ferro, 1976). El caso de Aury tiene un especial interés. Después de haber participado en la evacuación de la plaza fuerte de Cartagena logrando romper el sitio impuesto por Morillo al llegar a Les Cayes (Haití), en donde se refugiaron la mayor parte de los evacuados del sitio de Cartagena en 1816, tuvo una serie de desavenencias con Bolívar quien había abandonado el comando de Cartagena y se había refugiado en Haití bajo el amparo de Pétion. Estas diferencias no solo eran resultado de la manera como Bolívar criticaba la evacuación de Cartagena 1 , en donde muchos de los capitanes corsarios 2 cometieron atropellos contra los evacuados en 13 naves corsarias de Aury, sino sobre la manera de comandar la empresa libertadora como Jefe Supremo, en lo que no estaba de acuerdo Aury. Pero tal vez la única manera de entender las encrucijadas en las que la historia pone a quienes tienen que tomar las decisiones, es oír a sus propios actores. Ellos darán una visión, claro interesada, pero al fin y al cabo esclarecedora, de por qué luchaban estos “héroes errantes”. Las declaraciones del Coronel Ferrari en su “Memorie Postume” pueden ser un ejemplo: 1
Bolívar había salido antes del sitio de Morillo ante la falta de apoyo de Santa Fé a la causa de Cartagena. 2
“…estaban en su mayoría capitaneados por corsarios, más inclinados al negocio que al heroísmo…” (Román Bazurto, 1996:139) 6
“Los méritos de los que Aury se había hecho acreedor ante la república de Venezuela eran incontables, pero su generosidad fue mal recompensada. De nada sirvió que gastara ingentes sumas de dinero que enfrentara tan grandes y tan frecuentes peligros por tierra y por mar. En el mar había comenzado su carrera como simple marinero, logrando ascender hasta el grado de almirante. Era valeroso, arrojado, dotado de conocimientos superiores a los de Bolívar, que no quiso o no supo o no pudo secundar sus sabios y bien ponderados designios (de Aury), y si la historia no habla de él todo lo que se merecería, esto se debe a la deplorable costumbre de las naciones de alabar a sus propios hijos, aunque mediocres, y de callar los méritos de hombres más dignos pero extranjeros” (Antei, 1993ª: 515, nota 146). Ferrari alude a la acción en 1818 luego de su derrota por parte de la armada norteamericana en la isla Amelia, cuando, “Aury se dirigió con su escuadra de 14 naves a Barlovento en Venezuela con la intención de ayudar a Brion quien se veía atacado en la desembocadura del Orinoco por una fuerza muy superior venida de Cádiz para aplastar a la armada republicana. A pesar de la acción exitosa y salvadora de Aury el almirante no profiere ni una palabra de agradecimiento o reconocimiento lo cual lleva al francés, desilusionado, a dirigirse a las islas de San Andrés y Providencia, de habla inglesa y religión protestante, perteneciente a la Nueva Granada, pero abandonadas tiempo atrás por considerarlas heterogéneas. 400 hombres al mando de Agustín Codazzi toman posesión de Santa Catalina el 4 de Julio de 1818“ (Gómez Rodríguez, Blog, Frederic Beraud Dufour). Aury, tomando las islas bajo el control de las Provincias Unidas de Buenos Aires, lanza una proclama y organiza la vida en Old Providence ,de tal modo que fuera una “empresa marítima”, no solo como retaguardia, sino como un punto de ataque móvil que permitiera el control del Caribe Occidental desde las bocas del Atrato,. Así, hostigando a los españoles a partir de Panamá, hasta Guatemala y Belize, podía acudir de manera rápida a través de este corredor, hasta los puntos estratégicos de Cartagena, Tolú, Santa Marta, Riohacha y Maracaibo en poder de los españoles, aprovechando la contracorriente de Urabá que desde Providencia facilitaba la comunicación con la Nueva Granada. También la corriente cálida del Golfo, le permitía el rápido acceso a las líneas de abastecimiento de Estados unidos desde Nueva Orleans y Jamaica. Así garantizaba los suministros para una larga guerra contra España, apenas ganadas las primeras batallas de Boyacá y faltando el resto del país por recuperar, especialmente las costas, punto central de abastecimiento para una república andina enclavada en los Andes Por qué Providencia y Santa Catalina eran importantes? La percepción de Aury, una vez Codazzi reconstruye el fuerte de La Libertad, era clara: “…esta isla que de apostadero naval de la marina de la república debe considerarse por la Nueva Granada como la Margarita de Venezuela… “. Y después de analizar la solidez de sus defensas y la seguridad de su puerto, sigue escribiendo Aury, en una extensa carta dirigida al vicepresidente Santander el 8 de julio de 1820:
“…deduciremos por consecuencia forzosa, la imperiosa necesidad de conservarla a cualquier costa, al menos mientras dure nuestra lucha en el continente. Entretanto puede servirnos de punto de apoyo para todo acontecimiento, y señaladamente a la marina, puede ser depósito general de repuestos y de todo lo demás que las circunstancias nos permitan aventurar; pueden venir a ella los buques neutrales que quieran favorecernos y teman ir a los puertos indefensos de nuestras costas”, (Duarte French, 1988:291‐292). 7
Pero esta importancia se derivaba del conocimiento de Aury, (y en general de todos los corsarios), de las condiciones de la lucha en el Caribe contra las potencias imperiales. Aury había conocido y tal vez participado en las guerras de corso desde Guadalupe en los comienzos del siglo XIX, dirigidas por el Gobernador Victor Hughes durante el imperio. El sabía que una isla como Providencia podía servir muy bien a los fines que sirvió la isla de Guadalupe durante largos años, que entre 1794 y 1798 capturó 1.800 barcos de los cuales fueron juzgados por el Tribunal de Point a Pitre, 740 como “buenas presas” (Servant et Rodriguez, 2005:7‐8). En este período la isla dejó de ser el centro de “unos filibusteros hambrientos alimentando poblaciones hambreadas”, para convertirse en centros “de un esplendor nunca visto, una riqueza sin dudas falsa, pues ella no estaba basada en el establecimiento ni en el comercio ni en la agricultura; eran los corsarios los que aportaban el bienestar, el trabajo y la riqueza” (citando a Lacour, Auguste, Histoire de la Guadeloupe…). Lo que Aury sabía, es que era posible para las pequeñas islas dejar de ser las “empresas agrícolas” que siempre habían estado en manos de colonos blancos lucrándose del trabajo esclavo, para convertirlas mediante el corso, en florecientes “empresas marítimas”. Más claro no lo podía manifestar a Santander respecto de Providencia: “Parte de las rentas del erario nacional, que se han recaudado del derecho al impuesto sobre las presas, y de que a su tiempo daré cuenta, ha sido preciso emplearla en proteger la población que se ha hecho para los que han seguido las banderas de la república. Ellos forman ya un vecindario lucido, con magistrados , mercaderías, bodegas y pulperías, y el comercio es más que regular con respecto a sus recientes principios; y esta es otra circunstancia que debe interesar mas a V.E., para acordar la conservación de de esta isla, que puede lograrse solo con la guarnición de 100 hombres” (Duarte French, 1988:292) Como comandante de las fuerzas navales del Caribe bajo la bandera de las Provincias Unidas de Buenos Aires, Aury estaba en la posición de entender la importancia del corso para una pequeña isla como Providencia, ubicada en pleno océano a más de 700 kms. de Cartagena, a menos de 400 de Panamá y a cerca de 500 de Kingston. Es decir lejana a los diferentes puntos en donde se libraban las batallas en tierra, pero cercanas en donde se realizaba el saboteo al comercio, la columna vertebral de las luchas contra España 3 . En esa época los veleros comerciales más grandes que cruzaban el largo no desplazaban más de 200 toneladas. Los buques de guerra podían ser más grandes, pero su movilidad era reducida, no servían para perseguir las naves corsarias más veloces y se dedicaban a la protección de las flotas. El resto eran naves armadas en corso más pequeñas, desde avisos, barcazas, balandras, bombarderas, bricks, goletas, especialmente rápidas, que no desplazaban 50 toneladas, hasta bergantines, corbetas y fragatas que desplazaban más de 200 (Román Bazurto, 1996:89‐143). De modo que lo que importaba no era el tamaño sino la cantidad, para asegurar el tráfico comercial que se distribuía en numerosos barcos, con el fin de evitar precisamente el pillaje de los más grandes, que debían ser escoltados por costosas armadas profesionales a cargo del Estado 4 . 3
Salvo en los períodos de alianza entre Inglaterra y España contra Francia, especialmente en el período napoleónico 4
Hoy la situación es muy diferente pues un barco pequeño como los que abastecen el Archipiélago de San Andrés, puede desplazar de las 1000 a las 5000 toneladas con 400 a 2000 toneladas de carga útil. 8
Así mismo, Aury, conocía el papel cumplido por los corsarios de Baltimore, Nueva Orleans y Filadelfia en apoyo a la independencia de los países del antiguo imperio español, analizados en detalle por el Capitán Román Bazurto (1996, 67‐97), quien muestran como, “Mas de la mitad de los barcos con patente de corso de las nuevas repúblicas del sur, pertenecían a ciudadanos norteamericanos y se supone, además, que la mayoría de estos debían ser de Baltimore pues en la bahía de Chesapeake, tenían su base de operaciones mas o menos 30 buques que izaban bandera de los patriotas se México, Cartagena, Venezuela… y estas embarcaciones se armaron y equiparon con franca violación de la neutralidad”. Román, analiza en un sencillo mapa “el eje logístico del corso” para concluir en que quienes participaron lo hicieron persiguiendo el conjunto “simpatía/beneficio”. En este sentido, la guerra era una empresa, como lo ha seguido siendo hasta nuestros días. Pero lo que precisamente hacía la diferencia, era el lado del cual estaba el empresario, pues como en la realidad muchos cambiaron de causa, vendiéndose al mejor postor y buscando mas ganancia, se volvían corsarios de los españoles, o de otras repúblicas buscando intervenir en la guerra en función de sus intereses personales, no de los de la causa de la libertad de América. De lo que también fue acusado Aury, por un supuesto complot con San Martín para invadir Panamá, instigado por su ex secretario personal, Luis Peru de Lacroix. Mientras tanto, Bolívar emprende la Campaña de Venezuela y Aury se dedica al corso en el Caribe bajo la bandera de las República de Buenos Aires, desde su base en Providencia. Allí, junto con Gregor Mac Gregor, un corsario escocés de gran renombre por sus campañas en Venezuela y Colombia entre 1813 y 1815, organiza una expedición contra Panamá que fracasa estruendosamente, pues la flota de Aury es sorprendida por un huracán en Octubre de 1818 y no pudo apoyar a Mac Gregor en su ataque a Portobelo. Luego de recuperar los barcos que le quedaron, Aury ataca Honduras y captura el puerto de San Felipe en donde obtiene un “rico botín” (Antei, 1993b:49). En seguida ataca Trujillo y Omoa, con menos suerte pues debió retirarse con muchas pérdidas después de un sitio de más de tres meses, cuando le llega la noticia de que
“…su escuadra sería incorporada a la flota de la Nueva Granada, con lo cual se realizaría su deseo más ferviente. De hecho, desde que el francés se opusiera al mando unificado de Bolívar (los Cayos, Febrero de 1816), el Libertador no había cesado de manifestarle su resentimiento, marginándolo de la armada neogranadina” (Ibid: 50). En 1820 Aury al comando de una flota importante en Providencia de 12 o 14 barcos de ataque con mas de 100 cañones eran el terror de la flota Española inmovilizada en La Habana, aunque esta fuera superior en poder de fuego, pero inferior en movilidad y osadía. Esta flota era mayor que con la que Bolívar contaba en la Nueva Granada al mando del Almirante Brion, lo que conocía Aury, quien sin embargo le escribe una carta al Libertador, en la que le manifiesta: “No viniendo aquí a piratear en absoluto gracias ni honores, me he limitado en mi informe a relatar la verdad exacta; y si mis débiles talentos y mi amor firme a la causa de Colombia pueden ser de alguna utilidad, yo los ofrezco de toda corazón a la patria y a Vuestra Excelencia, y obedeceré ciegamente a lo que me pueda ordenar, asegurando al mismo tiempo que Vuestra Excelencia y la patria pueden contar con la devoción de un hombre de honor en cualquier circunstancia que pueda acaecer” (Antei 1993a: 492). 9
Y como el mismo Aury lo señala en su texto “Exposición de los hechos que me han excluido del servicio de Venezuela y oferta de unirme al de Colombia, 21 de Enero de 1821 (Duarte French, p.301‐304), aclara su actuación desde los primeros momentos en Les Cayes en Haití: “Es verdad que me opuse a Ud. en la reunión efectuada, pero no fue por enemistad; yo preveía una discordia que debía oponernos y arruinar la expedición… Las condiciones imposibles que Ud. me hiciera después del almuerzo ofrecido por el coronel Poisson, me impidieron seguirle. Como era posible que despidiese a los capitanes de mis embarcaciones 5 , que poseen la mayor parte del navío que comandaban; ellos me hubieran obligado a rembolsarles sus acciones, lo que estaría fuera de mis facultades. Con gusto las habría adquirido en otras circunstancias, aunque ellas fuesen onerosas para mí, teniendo la esperanza de mostrarme capaz de una mejor suerte. Si Ud. ha creído otra cosa está en un error”. Esta situación y otras más que en detalle aclara Aury a Bolívar y que abiertamente somete a su consideración, permiten inferir, por encima de las ambiciones personales de los diferentes actores como Briones 6 , cuales eran las posturas a las que se enfrentaba Aury, incluso con la traición de Louis Peru de la Croix, su secretario personal, quien lo abandona y lo calumnia en el peor momento. Finalmente el desenlace fue fatal para Aury, pues luego de una serie de peticiones y de memoriales, de viajes y de reuniones con el Libertador, buscando ser admitido como jefe de escuadra de la armada de Colombia, Bolívar conocedor de primera mano del espíritu corsario e influido por otro corsario más afortunado, el almirante curazaleño Luis Brion, le contesta brevemente el 18 de Enero de 1821: “Señor capitán Luis Aury: contra los esfuerzos de Ud. y sin necesidad de sus servicios, se ha elevado la república de Colombia al estado de no necesitar de más corsarios que degraden su pabellón en todos los mares del mundo. En consecuencia podrá restituirse Ud. a sus buques y llevárselos fuera de las aguas de Colombia. Con esta orden presentada a S.E. el almirante Brion tendrá Ud. el puerto abierto” (Antei, 1993a: 492) En los testimonios de Codazzi, parece obvio, que se le solicita abandonar a la Nueva Granada para dedicarse a la libertad de Centroamérica, como parece inferirlo Duarte French, pero a Antei le parecen solo una manera de ofrecerle en el relato una salida noble a la gran pena de Aury, al no poder participar en la liberación de lo que él consideraba su patria adoptiva, Colombia. Decepcionado parte para Providencia en donde luego de un accidente muere en Agosto de 1821.
Sin embargo Bolívar unos años antes de su gloria, decía lo contrario del corso. En una carta dirigida a Brion el 22 de Febrero de 1819 anota: “La experiencia ha probado la utilidad de los corsarios, particularmente en nuestra lucha con España. El gobierno de Buenos Aires, el que mas los ha multiplicado, es también el más reconocido, respetado y temido. Si nosotros hubiéramos adoptado su conducta nuestra marina estuviera cubierta de buques que nos servirían en ocasiones urgentes, que enriquecerían nuestros puertos con sus presas, destruirían el comercio español y le impedirían los socorros que 5
Bolívar, al tanto de los vejámenes cometidos por los corsarios de Aury durante la evacuación de Cartagena en 1815, criticaba los métodos de comando de sus capitanes y solicitaba su inmediato relevo. Sin embargo la mayoría de estos barcos se habían perdido, solo dos llegaron a Los Cayos de San Luis en Haití en terribles condiciones, pues muchos de los evacuados murieron. 6
…quien aspiraba al control total de la flota de Aury que arbolaba el pabellón de la República de Buenos Aires. 10
se prestan los puertos enemigos mutuamente. Tantas ventajas habríamos obtenido sin costo alguno por parte del gobierno, en lugar de que por habernos opuesto a este sistema, y adoptado el de los buques de guerra, no tenemos escuadra por falta de medios ni molestamos el comercio. Lejos pues de recoger las patentes que se han expedido, estoy determinado a librar todas las que pueda” (Antei, 1993a: 513, nota 112).
Para qué? Para asegurar los suministros que llegaban por mar fundamentales para luchar contra ejércitos como el español, lo que Bolívar tenía muy claro, desde antes de cubrirse de gloria en la batalla de Boyacá en 1819. Sin embargo la historia patria solo habla de las batallas en tierra, no del duro trasegar para traer los elementos necesarios para la luchas de la independencia, cuando Bolívar, Páez y Santander estaban aislados en medio de la Orinoquía y que fueron suministrados en general por corsarios que como Brion si lograron entrar en el panteón republicano, aunque es muy seguro que nadie se acuerde de él. En cambio de Aury, Courtois, Faiquere, cubiertos de aventuras (muchas no son verdaderas evidentemente), siguen en la memoria y aún son apellidos corrientes en las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, en donde dejaron descendencia.
Pero independientemente de las razones que le asistieran para seguir luchando por la causa de la libertad de Colombia como lo manifestó hasta la saciedad, Aury
“… se batió por una causa perdida y, como era inevitable, salió derrotado y humillado, descubriendo demasiado tarde que para los perdedores no hay ni pedestales en el panteón de los próceres, ni cupo en la tragedia, ni comprensión entre los hombres. (En fin, todo indica que los héroes errantes no se caracterizan solo por el impulso errático, sino también por un sino errado…) (Antei, 1993a: 491). Un epitafio le adjudica Antei:
“Un breve mármol cuida su memoria, Sobre nosotros crece atroz, la historia” Jorge Luis Borges, La Rosa Profunda, Buenos Aires, 1975 Por qué “atroz la historia”. Pienso, en primer lugar, por que Antei sabe que los poetas no tienen que explicar nada. En segundo lugar por que el estudio de lo “ambiguo”, como en el caso de los “corsarios de la libertad” convertidos por Antei en “héroes errantes”, solo es posible cuando la historia abandona los criterios de verdad que tradicionalmente la hicieron una ciencia. Hoy como Foucault (1978) lo señala “…las ciencias son construcciones sociales y por ello similares al mito o a la ficción”. Y si la ciencia ha perdido su estatus con el posmodernismo, el sentido parece haberlo recuperado, pues en el fondo es lo que esperamos entender con este análisis somero de los “héroes errantes”. No que la historia la hacenlos vencedores, eso lo sabemos de sobra, sino que los relatos los construyen los que tienen capacidad de darle sentido a esos momentos ambiguos que la historia no trata. Este es el caso y la dificultad de construir la historia del Archipiélago de San Andrés, en donde los hechos heroicos ocurridos no son los de los héroes del panteón patrio, sino los de los “héroes errantes”. Los de una guerra en el mar que pronto se olvidó, por magnificar en exceso 11
lo que sucedió en tierra. Lo que una singular poetisa de la isla ilustra, acertadamente, con un ensayo titulado “Por aquí no pasó Bolívar”. De aquí, pienso ahora, la nueva tendencia (no sé si posmoderna), de la “clarividencia retrospectiva” tan corriente por estos días, en boca de los gobernantes y de sus voceros autorizados y sus consejeros detrás del solio. Esta corriente busca justificar las acciones del presente con la historia del pasado, “son guerras de liberación”, son “guerras justas”, son “guerras necesarias”. Así es que se terminan construyendo los mitos y la pluma del historiador cuando escribe en función de esos mitos, se vuelve sospechosa. Como lo señalamos en el comienzo, esto no quiere decir que todo historiador sea un agente del poder, pero como lo afirma Urueña (1995), “... en la medida en que una crítica de los mitos nacionales no permita aclarar este elemento esencial de la escritura de la historia, o que esta persista en asumir la función de ser la representación de la nación, la historiografía, a pesar de su voluntad de independencia, queda sobre la peligrosa pendiente que la conduce a volverse un agente ideológico de legitimación política y a reintroducir lo sagrado por el culto de la Nación y del Estado, lo que ella precisamente creía haber evitado”. 12
BIBLIOGRAFÍA
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