Javier Jordán - I Congreso Internacional de Estudios Militares

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Claves de la innovación militar
Javier Jordán
Universidad de Granada
[email protected]
Resumen:
Esta comunicación ofrece una introducción conceptual a la innovación militar, así como una revisión de la literatura sobre los factores que impulsan los
grandes cambios en los ejércitos.
Palabras clave: Innovación militar, Fuerzas Armadas, Política de Defensa.
Sobre el autor: Javier Jordán es Profesor Titular de Ciencia Política y
Director del Máster en Estudios Estratégicos y Seguridad Internacional de la
Universidad de Granada. Ha sido investigador invitado en el Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Oxford (2001), en el Instituto Europeo
de la London School of Economics (2002 y 2004), en el Instituto de Política Internacional del King’s College of London (2003), así como en el Departamento
de Sociología (2006) y en el Leonard Davis Institute for International Relations
(2013) de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Ha sido docente invitado para
impartir seminarios sobre seguridad y defensa en el Instituto de Estudios Políticos de Burdeos y en la Universidad de La Sapienza en Roma. Ha participado
como experto en terrorismo en el Project Interchange (Israel, 2007) y en el International Visitor Leadership Program del Departamento de Estado de Estados
Unidos (2008).
Introducción
Es habitual que las organizaciones ofrezcan resistencia a los grandes cambios. Una resistencia que suele aumentar cuanto mayor es el tamaño de la
organización, más tiempo tiene de existencia y más profundos son los cambios
que se pretende llevar a cabo. Como afirma Stephen Rosen (1991: 2) “casi todo
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lo que conocemos en teoría sobre las grandes burocracias sugiere no sólo que
son difíciles de cambiar, sino que están diseñadas para no hacerlo”.
Los ejércitos no son una excepción a este respecto. Es más, algunas de sus
notas distintivas (lógicas, dada la peculiaridad de su función) como la jerarquía,
la disciplina y la tradición ponen freno a las innovaciones de gran calado. Pero,
sin embargo, la experiencia nos muestra que los ejércitos –como organizaciones
vivas que son– evolucionan, y a veces se transforman de un modo revolucionario.
Lo que nos lleva a preguntarnos por qué y cómo.
La respuesta a ambos interrogantes ha dado cuerpo a una rama de estudios
académicos sobre innovación militar dentro del tronco común de los Estudios
Estratégicos. La importancia de este tipo de estudios trasciende el mero interés
académico. Los objetivos políticos que se pretenden alcanzar con las operaciones
militares, y la vida de quienes participan en ellas, dependen en buena medida
de la capacidad real de los ejércitos. Y dicha capacidad se fundamenta en la
adecuación de su doctrina, orgánica, adiestramiento y materiales a las características del entorno estratégico, operacional y táctico. Un entorno cambiante,
marcado por la incertidumbre y que, en consecuencia, requiere una actitud sensible a la innovación.
1. Hacia una definición de innovación militar
La literatura sobre innovación militar tiene cerca de treinta años de existencia y en ella podemos encontrar varias definiciones de su objeto de estudio. Para
no aburrir al lector mencionaremos exclusivamente algunas de las más citadas
y a partir de ellas haremos un esfuerzo de síntesis para obtener una conceptualización clara que nos permita trabajar con rigor en los siguientes documentos.
Una de las primeras definiciones fue propuesta por Stephen Peter Rosen
(1988: 34) en un artículo publicado en la revista International Security. Rosen
definía una gran innovación militar (major innovation) como:
un cambio que obliga a una de las armas primarias de combate de un
ejército [en el vocabulario castrense español un Arma como infantería, ar-
2
tillería, caballería, etc.] a modificar los conceptos de operaciones y su relación
con otras armas de combate, y a abandonar o pasar a un segundo plano las
misiones que había realizado hasta el momento. Tales innovaciones suponen
un nuevo modo de hacer la guerra, con nuevas ideas en lo que respecta a
las relaciones de los componentes de la organización y en lo que respecta
a la relación con el enemigo, así como nuevos procedimientos operacionales
acordes con dichas ideas. Ello entraña cambios en tareas críticas, en torno a
las cuales giran los planes de guerra.
Según Stephen P. Rosen una gran innovación militar puede llevar aparejada
en ocasiones lacreación una nueva rama dentro de un ejército. Lo que,
de ser así, permite visualizar la magnitud distintiva del cambio. Por ejemplo,
la incorporación de la aviación en algunos buques durante la Primera Guerra
Mundial supuso una mejora en términos de reconocimiento, pero la gran innovación se produjo en el periodo de entreguerras –y fue avalada por los resultados
de la contienda posterior– con el desarrollo de los portaviones, que acabaron
convirtiéndose en los buques principales de la flota.
Lo mismo sucedió con la introducción del helicóptero en las operaciones de
las fuerzas terrestres. Aunque se hizo un uso de él durante la guerra de Corea, fue
en la guerra de Vietnam donde se produjo el salto cuantitativo y cualitativo en
las fuerzas helitransportadas. Ambos ejemplos nos ayudan a comprender mejor
en qué consiste una gran innovación militar, pero lógicamente no es necesario
que la innovación se traduzca en todos los casos en el nacimiento de una nueva
rama. Tres años más tarde Rosen (1991) mantenía sin cambios su definición
en una obra clásica en la materia, Winning the Next War. Innovation and the
Modern Military.
Otra definición frecuentemente citada es la que aportan Jeffrey A. Isaacson, Christopher Layne y John Arquilla en un trabajo publicado por la RAND
Corporation en 1999, Predicting Military Innovation. Según ellos, la innovación
militar se concretaría:
en el desarrollo de nuevos modos de hacer la guerra y/o de nuevos modos
3
de integrar la tecnología. Estos últimos pueden incluir la revisión de doctrina,
tácticas, adiestramiento o apoyo. Es importante reconocer que innovación
militar e innovación tecnológica no son sinónimos. Seguramente la innovación
militar vaya acompañada del empleo de tecnología avanzada, pero también
es posible que no requiera tal tecnología.
Con el tiempo han ido apareciendo otras definiciones de innovación militar,
algunas de ellas contradictorias. En un trabajo de revisión y síntesis, Adam
Grissom (2007: 907) destaca tres elementos característicos de toda innovación militar:
1. Es un cambio en el modo de operar de las fuerzas militares. Lo cual
excluye las reformas de carácter administrativo, a no ser que tengan un efecto
claro sobre la praxis operacional.
2. Su impacto y alcance es significativo. Las reformas menores o aquellas
cuya efectividad real es ambigua no se entenderían como una auténtica innovación
3. De manera tácita se entiende que toda innovación conlleva un incremento
sustancial en la eficacia de las fuerzas militares. Sólo las reformas que
mejoran el modo de combatir son estudiadas como innovaciones, ya que pocos
prestarán atención a cambios que resultan contraproducentes.
La propuesta de Grissom se ha convertido en referencia de los artículos académicos sobre innovación militar de los últimos años. Haciéndonos eco de ese creciente consensoproponemos como definición de trabajo la siguiente:
Una innovación militar (positiva) es el resultado de un proceso de cambio
integral que afecta sustancialmente a la doctrina, al adiestramiento y, a
menudo, a la orgánica y/o materiales en una o varias ramas de un ejército,
y que supone un aumento considerable de la efectividad al cumplir alguna
o varias de las misiones asignadas.
De entrada, nuestra definición se refiere sólo a aquellas innovaciones que entrañan una mejora, por ello el término de aquí en adelante tendrá un matiz
positivo. Un cambio que tuviera efectos nocivos sobre la efectividad de los
ejércitos sería en puridad un cambio en el modo de operar. Barry R. Posen
(1984: 29-30) pone como ejemplo de innovación contraproducente la línea Maginot francesa. Pero en términos funcionales sería un retroceso y, de acuerdo
con Grissom, no tendría sentido convertirla en objeto principal de este tipo de
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estudios. Al mismo tiempo, hablamos de innovación positiva vs negativa, en
lugar de exitosa vs fallida porque esta segunda dicotomía haría referencia a la
culminación o no del proceso de innovación, no al carácter de sus efectos.
Por otro lado, la innovación es el resultado de un proceso que se puede dividir en tres fases: exploración, experimentación e implementación. Y puede
continuar hasta acabar dando lugar a lo que Rosen denomina una gran innovación. A veces incluso por un ejército diferente al que inició el proceso. Por
ejemplo, los británicos y franceses introdujeron el carro de combate en 1917,
pero realmente fue el ejército alemán quien llevó a cabo una gran innovación en
el siguiente conflicto, al integrar los medios blindados en una nueva doctrina,
orgánica y adiestramiento.
En la definición enfatizamos el carácter integral del cambio. Y, por ello, la
piedra angular del concepto es el cambio doctrinal (que a su vez debe afectar al adiestramiento). La innovación se distingue de la simple mejora técnica
de los equipos militares. Aviones, carros, artillería o buques más avanzados
tecnológicamente no son necesariamente sinónimos de innovación militar.
Es verdad que en ocasiones la innovación se deriva de un salto tecnológico –el
ejemplo que acabamos de poner del carro de combate. Pero ese adelanto no
asegura la innovación, si no va acompañado de cambios en la doctrina y el adiestramiento (ya a veces en la orgánica) que permitan obtener de él un rendimiento
sustantivo en la operatividad del ejército.
A este respecto, Stephen Biddle (2004: 21) demuestra empíricamente que las
mediciones del poder militar basadas exclusivamente en indicadores materiales
(como las que ofrece cada año el Military Balance) son insuficientes por sí solas
a la hora de predecir los resultados de las campañas militares (a no ser que la
desproporción de fuerzas sea gigantesca). Biddle introduce otra variable clave
para determinar el poder militar de los Estados a la que denomina ‘empleo de
la fuerza’. Se refiere con ella al modo como los militares organizan, despliegan
y operan sus recursos. Dicha variable explicaría resultados militares anómalos
desde una perspectiva puramente material, de orden de batalla: desde la derrota
de la marina rusa contra la japonesa en 1904-1905, a la victoria israelí contra
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sus adversarios árabes en junio de 1967. Por ello, el concepto de innovación
militar ha de tener como eje central –aunque no exclusivo– el cambio doctrinal.
Al mismo tiempo, en nuestra propuesta conceptual matizamos que la efectividad se refiere al cumplimiento de las misiones de dicho ejército, no sólo a una
mayor efectividad de éste en el combate (tal como proponen otras definiciones).
Nuestro argumento es el siguiente. La innovación supone una mejora funcional, y lo cierto es que la funcionalidad de los ejércitos se demuestra en otros
cometidos además de la guerra. Un ejemplo evidente son las misiones de
estabilización, pero también lo son las de disuasión. Prueba de ello es que el
ámbito de las fuerzas nucleares ha sido fértil en términos de innovación (por
ejemplo, todo el desarrollo de la triada nuclear) y que afortunadamente no ha
sido necesario recurrir a su empleo desde la primera vez que se utilizaron.
Por último, esta definición es compatible con lo que Rosen entiende como ‘gran
innovación’. Nuestra conceptualización es de mínimos. A partir de ellos la
magnitud de una innovación concreta puede aumentar sustancialmente, traduciéndose en la creación de la nueva rama dentro del ejército a la que alude
Rosen, en modificaciones sustanciales en el reparto y la asignación de prioridades de los presupuestos de Defensa, o incluso cambiando la distribución de
poder relativo y el equilibrio ofensiva-defensiva entre Estados.
1.2. Innovación sostenida e innovación disruptiva
Es importante distinguir entre innovación sostenida e innovación disruptiva. La
diferencia entre una y otra tiene implicaciones prácticas severas, al menos en el
mundo de las grandes empresas que es de donde procede la distinción entre ambas innovaciones. En los últimos años de la década de 1990, Clayton Christensen
(2003) propuso la teoría de la innovación disruptiva para explicar el mecanismo
que se escondía tras un patrón reiterado en el que grandes y prestigiosas empresas acababan fracasando al enfrentarse a productos nuevos (y a veces poco
sofisticados) que se introducían en su mercado. En palabras de Christensen, una
innovación disruptiva sería el proceso mediante el cual un producto o servicio
arraiga inicialmente en aplicaciones simples en los últimos puestos del mercado y
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que progresivamente asciende hasta desplazar a los competidores tradicionales.
Christensen pone como ejemplos de innovaciones disruptivas en el ámbito civil
los teléfonos móviles frente a la telefonía fija y el correo electrónico frente a los
envíos postales.
Therry C. Pierce (2004) ha aplicado extensamente esta diferenciación al ámbito
de la innovación militar. La innovación sostenida da lugar a una mejora
sustancial en el modo de operar de los ejércitos, siguiendo una trayectoria
que tradicionalmente había sido valorada. Pierce (2004: 1) pone como
ejemplo la introducción del fuego puntería continua en los buques de guerra de
principios del siglo XX. Supuso un progreso importante en la artillería naval
pero no cambió el rol que desempeñaban en aquel momento los acorazados.
Por el contrario, la innovación disruptiva entraña una mejora en una trayectoria quetradicionalmente no había sido valorada. Y, en consecuencia,
provoca un cambio profundo en el modo de operar de una de las principales
ramas del ejército o, alternativamente, la creación de una nueva rama. Es decir,
una innovación disruptiva coincidiría con lo que Rosen entiende como una gran
innovación. Por tanto, y recurriendo de nuevo al ejemplo que ofrecía Rosen con
la aviación naval, el protagonismo que adquirió la guerra de portaviones en la
Segunda Guerra Mundial (desplazando en importancia a los acorazados) sería
un ejemplo de innovación disruptiva.
La diferencia entre un tipo y otro de innovación resulta conveniente porque
los ejércitos (al igual que las grandes empresas) suelen prestar atención a la
innovación sostenida, privilegiando las mejoras en las trayectorias y modos de
operar bien establecidos. Al descuidar la aparición de modos de operar o de
combatir alternativos, los ejércitos corren el riesgo de verse superados por rivales
que culminen con éxito procesos de innovaciones disruptiva.
1.3. Innovación militar y adaptación
La innovación militar se encuentra estrechamente asociada a otros conceptos
como son la adaptación militar, la emulación y la difusión militar..
En primer lugar innovación y adaptación. La diferencia entre ambos tér-
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minos depende del autor que consultemos. Para Williamson Murray (2009),
una referencia obligada en la materia, la innovación se referiría a los cambios de
calado que se producen en tiempos de paz, mientras que la adaptación sería
lo propio de los periodos de guerra. Ciertamente la innovación posee rasgos
característicos en función de que el contexto sea bélico o pacífico, tal como señaló
en su momento Rosen (1991: 8-39) y como veremos en próximos documentos,
pero en este análisis no vamos a hacernos eco de la diferenciación terminológica
de Murray.
Más útil en términos analíticos es la diferencia que establece Theo Farrell entre innovación y adaptación. Según Farrell (2010: 569), la adaptación es
un cambio de menor calado que la innovación. La adaptación se refiere
a modificaciones en las tácticas, técnicas y procedimientos (TTPs) para mejorar
el desempeño operativo, que no requieren cambios en la doctrina formal.
Con el tiempo esos cambios adaptativos pueden ser incorporados a la doctrina
provocando la modificación de esta última. También pueden incentivar cambios
importantes en la estructura, en el adiestramiento y/o en los materiales. En
caso de que así fuera, las adaptaciones acabarían dando lugar a auténticas innovaciones militares. Un ejemplo de ello habrían sido las numerosas
adaptaciones realizadas por las fuerzas norteamericanas en Irak y Afganistán
que acabaron siendo incorporadas al Manual de Campo de Contrainsurgencia
del US Army y del US Marine Corps, publicado en 2006, bajo la dirección del
General Petraeus.
Farrell apunta también que el proceso adaptativo tiende a seguir una dirección
abajo-arriba (bottom-up), desde las unidades sobre el terreno hacia los escalones
superiores, y que además suele ser especialmente frecuente cuando los ejércitos
participan en operaciones reales. En este aspecto, las innovaciones que proceden de adaptaciones se diferencian de otro tipo de innovaciones (sobre todo de
las grandes innovaciones) resultado de procesos arriba-abajo (top-down). En
próximos documentos abordaremos esta cuestión con más detalle.
1.4. Innovación militar y emulación
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Pasemos ahora a la relación entre innovación y emulación. Se emula cuando
se importan instrumentos o modos de operar de otros ejércitos. La emulación
supone un cambio en el ejército, pero puede ser de naturaleza diferente al generado por la innovación. La innovación se produce a través de un proceso de
especulación (donde se debate intelectualmente sobre la necesidad y el tipo de
cambio a adoptar), de experimentación y de implementación. Sin embargo, la
emulación puede ser en ocasiones una imitación acrítica de los cambios
efectuados por otros ejércitos, sin estudiar en profundidad la conveniencia
de asumir tales cambios en el propio ejército.
La emulación suele estar impulsada por una de las tres siguientes razones: responder a los cambios del entorno estratégico tratando de estar a la altura de
eventuales competidores, ser capaz de interoperar con ejércitos aliados, o fortalecer la identidad del ejército.
La emulación puede estar justificada por un cálculo racional en la medida en
que se trata de asumir un cambio que ya ha sido desarrollado y experimentado
con éxito por otros ejércitos extranjeros. Desde esa perspectiva la emulación es
una estrategia eficiente, pues ahorra los costes que conlleva todo proceso de
ensayo y error. Al mismo tiempo, la emulación también es racional si la innovación a importar es necesaria y se cuenta con los recursos necesarios
para asumirla.
Sin embargo, Theo Farrell (2008: 781) advierte que en ocasiones los procesos
de emulación son resultado de impulsos no tan racionales. En esos casos el
afán de imitar estaría relacionado fundamentalmente con el fortalecimiento de
la identidad, con la construcción social de la imagen institucional. Es decir, lo
que movería a ese ejército a innovar no sería tanto un incremento de su eficacia,
como una mejora de su ‘prestigio’ nacional e internacional. Farrell pone como
ejemplo el intento por parte del ejército irlandés de crear una fuerza mecanizada
en la década de 1930. Un proyecto que excedía sus recursos y cuya necesidad
real era más que cuestionable.
1.5. Innovación y difusión militar
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Un tercer concepto relacionado es la difusión militar. Everet Rogers (2003:
11) entiende la difusión –aplicada a la innovación en general, no sólo a la militar–
como el proceso por el cual una innovación se comunica a través de ciertos
canales y a lo largo del tiempo entre los miembros de un sistema social.
Según Michael C. Horowitz (2010) la difusión militar se produce cuando un
proceso de innovación alcanza un nivel de progreso que le permite ‘debutar’
o demostrar su efectividad tanto en la guerra como en tiempo de paz. Es
en ese momento cuando el resto de actores cuentan con información suficiente
para comprender el significado de esa innovación concreta y, en consecuencia,
algunos de ellos se sienten impulsados a emularla. Otros, sin embargo, no
lo hacen porque no lo necesitan, no cuentan con los recursos necesarios para
ello o porque sus organizaciones militares no favorecen el cambio. También
existe la opción de que otros actores innoven militarmente pero no imitando
sino desarrollando capacidades quecontrarresten la innovación del primero.
En algunos casos, el resultado de la emulación puede acabar siendo mejor que
el alcanzado por quien inició el proceso innovador. Horowitz (2010: 1-3)
pone como ejemplo a la Royal Navy de mediados siglo XIX y principios del
XX. La armada británica asumió avances introducidos por la marina francesa,
como fueron los buques con casco de acero, los torpederos o los submarinos, y
prevaleció en ellos. ¿A qué se debió la ventaja británica?
Horowitz apunta dos razones que constituyen el argumento central de su teoría
sobre el modo como se producen las difusiones militares: 1) hay Estados que
disponen de mayor capacidad económica y/o industrial para desarrollar por
cuenta propia las nuevas tecnologías, y 2) sus organizaciones militares son más
eficaces a la hora de integrar los avances tecnológicos en su doctrina, adiestramiento y orgánica.
Cuando se trata de la última razón, lo que suele suceder además es que el país
que inició la innovación lo hizo sólo desde el punto de vista tecnológico, mientras
que el segundo –quien emuló y superó al primero– fue quien realmente culminó
el proceso de una auténtica innovación militar. En el ejemplo que acabamos
de mencionar, Horowitz explica que la resistencia institucional de su marina
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impidió que Francia culminara el proceso. Por su parte, los responsables de
la Royal Navy mostraron un desinterés aparente en las declaraciones públicas,
pero en secreto estudiaron a fondo los avances galos. Una vez convencidos de su
utilidad, los hicieron propios, los mejoraron, adaptaron su doctrina y estructura,
y aprovecharon su superioridad industrial para adelantar a Francia.
Por último, hay dos ideas que ya han salido pero que interesa subrayar al hablar
sobre innovación, emulación y difusión militar.
Primero que innovación militar e invención no son sinónimos. La definición que hemos establecido habla exclusivamente de proceso de cambio. No hay
problema en que el resultado sea un modo de operar que ya se había dado con
anterioridad en la Historia o que ya aplican otros ejércitos. Por ejemplo, el
desarrollo de la doctrina de contrainsurgencia (COIN) por parte del ejército y
de los marines norteamericanos a raíz de sus experiencias en Irak y Afganistán
no es una novedad absoluta para ambas instituciones. Las fuerzas de Estados
Unidos ya habían hecho COIN en Filipinas a principios del siglo XX y décadas
más tarde en la guerra de Vietnam; y, por supuesto, dicha doctrina tenía elementos comunes con lo que habían practicado otros ejércitos del mundo con
anterioridad. Sin embargo, la aplicación de la doctrina COIN por parte del
US Army y de los Marines a mediados de la década de 2000 supuso en aquel
momento un cambio en el modo de operar de ambas fuerzas, y por tanto
puede calificarse de innovación.
La segunda es que el éxito en la innovación de un ejército, además de alentar a la
emulación, también puede dar lugar a contra-innovaciones por parte de otros
ejércitos, con el fin de restar eficacia a la innovación del primero. Un ejemplo,
sería el desarrollo de capacidades de denegación de área por parte de China (que
incluye entre otros elementos los novedosos misiles balísticos antibuque) y que
claramente se dirigen contra la innovación que fueron en su día los grupos de
combate de portaviones de Estados Unidos.
Los procesos de contra-innovación son auténticas innovaciones cuando
exigen cambios que se ajustan a la definición antes expuesta. Pero para no
complicar más la terminología no vamos a canonizar este concepto. En la prác11
tica muchas innovaciones son contra-innovaciones (por ejemplo, en el ámbito de
la defensa aérea o de la lucha contra-carro). Simplemente conviene saber que
existe esta dinámica en el origen de algunos procesos de innovación.
Una vez revisada la literatura y aclarados los conceptos, (una fase necesaria pero
que puede resultar ardua al lector) en los siguientes análisis nos centraremos en
cómo y por qué se producen las innovaciones militares.
2. Factores que impulsan la innovación militar
En este epígrafe vamos a ofrecer una visión general de las diversas ‘escuelas’ que
han ido surgiendo para responder al por qué de las innovaciones militares. Para
ello nos basaremos en la magnífica síntesis ofrecida por Adam Grissom (2007:
908-924), a la que añadiremos algunos matices introducidos por otros autores.
En su artículo sobre el ‘estado del arte’ de los estudios de innovación militar,
Grissom distingue cuatro escuelas ‘clásicas’, a la que añade una quinta que a
su juicio merece sobrada atención: la del modelo abajo-arriba y horizontal de
innovación militar. Comencemos por la primera de las escuelas clásicas.
2.1. Integración con los objetivos políticos del gobierno: el modelo
civil-militar
Barry R. Posen (1984: 16) es el autor más destacado de esta corriente con
su libro The Sources of Military Doctrine: France, Britain, and Germany between the World Wars. La premisa que subyace en el trabajo de Posen es que la
doctrina militar ha de ser coherente con los objetivos de la ‘gran estrategia’ del Estado. Lo contrario menoscaba la utilidad de los ejércitos como
herramientas de la acción exterior del gobierno.
Esa necesaria sintonía obliga a realizar ajustes según varía el entorno estratégico. Tales cambios que, afectan a la estrategia internacional del Estado,
pueden derivarse de alteraciones en la distribución de poder en el sistema (declive y aparición de nuevas potencias), mejora de las capacidades militares de
eventuales adversarios, u oportunidades derivadas de ciertos avances tecnológicos. Todo ello plantea la necesidad de innovaciones en los ejércitos, con
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el fin de que éstos mantengan su orientación hacia los objetivos exteriores del
Estado.
De este modo, el motor de la innovación –según Posen– se encontraría situado fuera las organizaciones militares. El empuje principal provendría del nivel
político. Y la innovación, o la falta de ella, sería resultado de las dinámicas
civiles-militares. La influencia ejercida por los políticos y técnicos civiles podría
ser directa (exigiendo los cambios a la cúpula militar) o indirecta, a través de
algunos militares convencidos de la necesidad de la innovación. Posen
denomina a estos militares ‘mavericks’ (un término inglés para referirse a personas que se conducen con iniciativa e independencia). Los oficiales ‘mavericks’
actuarían como aliados de los responsables civiles, les proporcionarían asesoramiento técnico, e impulsarían el cambio dentro de la institución militar.
En su libro Posen compara cómo innovaron las principales potencias europeas
durante el periodo de entreguerras. Según este autor, el régimen nazi –con una
clara orientación ofensiva, y ávido de victorias rápidas que evitasen a Alemania
una nueva guerra de trincheras con enemigos en el Este y en el Oeste– forzó la
innovación en la Wehrmacht y obtuvo la doctrina del Blitzkrieg como resultado.
Por su parte, los líderes británicos, atemorizados por la amenaza del bombardeo
estratégico de su territorio, obligaron a que la RAF innovase mediante el desarrollo del sistema integrado de defensa aérea. Por el contrario, los políticos
franceses no lograron que su ejército innovase y, en consecuencia, sufrieron una
aplastante derrota en la primavera de 1940. Más adelante, cuando profundicemos en esta escuela, veremos que los procesos de innovación a los que alude
Posen fueron algo más complejos.
Grissom (2007: 909-910) menciona los trabajos de diversos autores que han aplicado este modelo explicativo a otros casos de estudio. Por ejemplo, al I+D de
la USAF en misiles balísticos intercontinentales (ICBM); a cómo respondieron
los soviéticos a los cambios en la doctrina de la OTAN (particularmente a la
del Follow-on Forces Attack); y a la mejora de la doctrina de contrainsurgencia (COIN) británica durante la guerra de Sudáfrica en comparación con el
estancamiento teórico que experimentó el COIN en Vietnam durante las admin13
istraciones Kennedy y Johnson. En todos ellos la innovación fue resultado de
las presiones de una coalición de responsables civiles con ‘maveriks’ militares.
2.2. Rivalidad inter-servicios
En España hablaríamos más bien de rivalidad inter-ejércitos. Esta escuela se
basa en la premisa de que la escasez de recursos impulsa a competir y,
en consecuencia, a innovar. Por ello centra su estudio en cómo los ejércitos
aceptan y promueven el cambio con el fin de mantener –y en la medida de lo
posible aumentar– su asignación presupuestaria. Es decir, según esta escuela y
el resto de las que siguen los ejércitos innovan por iniciativa propia, sin
necesidad de recibir presiones por parte del poder político, tal como apuntaba
Barry Posen.
En este contexto de disputa por el trozo de tarta presupuestaria, los ejércitos
se mantienen atentos a la aparición de nuevas necesidades y misiones. Y, una
vez identificadas, tratan de asumirlas desarrollando capacidades que requieren
innovación. Otras veces, el nicho a ocupar no será completamente novedoso,
sino más bien el replanteamiento de una antigua misión que sale de nuevo ‘a
concurso’. En cualquier caso, el resultado será el mismo, los ejércitos competirán
por hacerse con ella y de camino surgirá la innovación.
Según esta perspectiva, la inercia interna, que en circunstancias normales ralentiza o impide los procesos de innovación, disminuye cuando cada ejército se enzarza con los demás en batallas burocráticas que acaban decidiendo el reparto
presupuestario.
En una línea similar, esta escuela mantiene que también habría más probabilidades de éxito para las innovaciones cuyos costes fueran asumidos por otro
ejército. Pero en este caso, se trataría de una condición favorable más que un
impulso propiamente dicho.
Grissom (2007: 910-913) menciona varios ejemplos donde ciertamente se aprecia
la importancia de la rivalidad inter-ejércitos como motor de la innovación. Así,
el programa de misiles Polaris (lanzado desde submarinos) gozó de un notable
impulso dentro de la US Navy a finales de la década de 1950, gracias a la
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rivalidad existente con la USAF, que en aquel momento estaba trabajando en
los ICBM Minuteman. Sin embargo, y esto validaría la teoría, el desarrollo
décadas más tarde de los misiles Trident (también para submarinos) resultó
comparativamente menos innovador, ya que en aquel momento la rivalidad interejércitos se había atenuado al aceptarse la existencia de la triada nuclear.
Del mismo modo, la competencia entre el US Army y la USAF por el apoyo
aéreo cercano (CAS en sus iniciales en inglés) impulsó las innovaciones relacionadas con los helicópteros de ataque por parte del ejército de tierra (descontento del CAS prestado por la USAF). Innovaciones que acabaron dando lugar
al helicóptero de ataque AH-64 Apache y a las potentes Brigadas aéreas de las
Divisiones norteamericanas. Por su parte, esta batalla burocrática llevó a que
la USAF desarrollar su primer avión pensado exclusivamente para el CAS, el
A-10 Warthog.
2.3. Rivalidad intra-servicio (o intra-ejército)
Stephen P. Rosen (1991) es el autor que sobresale en esta corriente. Las dinámicas y rivalidades que generan la innovación se producen entre las ramas, (en España las llamaríamos Armas), departamentos, o especializaciones de un mismo
ejército (Tierra, Armada o Aire). Para esta escuela el proceso de innovación se
encuentra marcado por dos etapas.
En la primera algunos oficiales de alta graduación se percatan de la existencia
de nuevas necesidades generadas por el entorno estratégico que requerirían cambios dentro de su propio ejército. El mecanismo sería en cierto modo similar
al de la adecuación entre los objetivos de acción exterior del Estado y la doctrina militar de la que habla Posen en el modelo civil-militar. Sin embargo, en
el modelo de Rosen la iniciativa es interna, surge del seno de las fuerzas
armadas. En esta primera fase esos oficiales senior, apoyados también por
cuadros intermedios, desarrollan lo que Rosen (1991: 20) denomina ’una teoría
de la victoria’, una explicación de las necesidades que se plantearán en la siguiente guerra y como deberá combatirse para vencer en ella.
Rosen aclara que esa nueva teoría deberá traducirse en nuevas tareas y misiones
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críticas a realizar, tanto en tiempo de paz como de guerra. Dichas tareas serán
las que afecten realmente al modo como se conduce la organización militar. De
hecho, lo cierto es que el término ‘teoría de la victoria’, pese a su atractivo formal, resulta excesivamente ambicioso cuando se contrasta con las innovaciones
que resultan de este modelo. No es infrecuente que en la literatura norteamericana de Ciencias Sociales se empleen palabras con una clara orientación al
marketing del término pero que se demuestran pobremente conceptualizadas
cuando se analizan despacio. En realidad lo que Rosen denomina ‘teoría de la
victoria’ sería la argumentación teórica que justifica y fundamenta la innovación.
Y ello a pesar de que, tanto la teoría, como la innovación en sí misma tengan a
veces una repercusión moderada en el conjunto de la efectividad del ejército.
Siguiendo con el proceso, en esta primera fase, además de elaborarse la teoría
que sustenta el cambio, también se produce un debate intelectual dentro
del propio ejército. En dicho debate los promotores del cambio buscan aliados y recursos para conseguir la aceptación de su teoría y consiguiente implementación.
La segunda etapa suele ponerse en marcha cuando aún se está librando la batalla
intelectual de la primera y consiste en crear vías orgánicas que aseguren
la continuidad del cambio operado por la innovación. Según Rosen (1991:
20-21), un aspecto clave a la hora de ejercer influencia dentro de las organizaciones militares es el sistema de ascensos. Durante el debate intelectual los
oficiales senior promotores del cambio tratan de ganarse para su causa a oficiales brillantes de nivel intermedio. Conforme éstos abrazan la nueva teoría,
los oficiales senior van preparando itinerarios específicos para promocionar a los
oficiales más jóvenes. Esos itinerarios específicos están relacionados con el cambio que entraña la innovación e incluso pueden llegar a suponer la creación de
una nueva rama dentro del ejército (como fue en su día la aviación naval o las
unidades de helicópteros de las fuerzas terrestres). Además de conducir a esos
oficiales jóvenes a posiciones de responsabilidad según se vaya produciendo el
relevo generacional, esas trayectorias profesionales garantizan la consolidación
del cambio.
16
En muchos casos la creación de esos itinerarios no seguirá un camino expedito
y los oficiales senior tendrían que librar arduas batallas burocráticas para
vencer las resistencias e inercias institucionales. La viabilidad última de
la innovación dependerá del resultado de dichas lides.
El modelo propuesto por Rosen combina por tanto la perspectiva del realismo
estructural (innovación como respuesta a los cambios del entorno estratégico)
con elementos de teoría de las organizaciones (dinámicas dentro del ejército para
hacer valer el cambio en los planos teórico y práctico).
Al igual que hace con los otros dos modelos, Grissom señala varios casos de estudio que se explican mejor desde esta tercera perspectiva. Uno de ellos son las
innovaciones experimentadas por las unidades de operaciones especiales de las
fuerzas armadas norteamericanas tras la creación del Mando de Operaciones Especiales (US SOCOM). Gracias a la puesta en marcha de ese Mando se abrieron
vías de promoción profesional de alto nivel a miembros de la comunidad de
operaciones especiales, lo que permitió que ésta ganase influencia dentro del
Departamento de Defensa y asumiera nuevas misiones durante las décadas de
1980 y 1990 como, por ejemplo, antiterrorismo y lucha contra la proliferación
nuclear.
Otro ejemplo sería la innovación relacionada con la integración del misil de
Tomahawk en la US Navy. Los oficiales la flota de superficie de nivel alto, aliados
con oficiales de nivel intermedio, presionaron para lograr la incorporación de
misiles de crucero capaces de atacar objetivos terrestres. Al hacerlo chocaron
con la comunidad de oficiales de la aviación embarcada, que consideraba el
ataque a tierra una misión exclusiva de ellos. Y que a su vez preferían que el I+D
en misiles navales se volcara en misiles antiaéreos que, entre otros cometidos,
mejoraban la protección de los portaviones. La situación se resolvió a favor
de los partidarios del Tomahawk cuando los oficiales de la flota de superficie
consiguieron sumar a su bando a oficiales de la comunidad submarina y a civiles
que ocupaban puestos de responsabilidad en el Pentágono.
2.4. Modelo cultural
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El cuarto modelo presta atención a los factores de índole cultural que afectan
a los procesos de innovación. Según Theo Farrell y Terry Terriff (2002: 7-10),
la cultura –entendida como un conjunto de creencias subjetivas sobre el mundo
social y natural que define los actores, la situación de éstos y las posibilidades de
acción– es un factor clave a la hora de entender por qué un ejército tiene determinados objetivos, estrategias y modos de operar. Es decir, la cultura influye
–a menudo de manera implícita– en la dirección que adoptará la innovación.
Como es fácil de intuir esta corriente hunde sus raíces en el constructivismo y
en su aplicación creciente a las cuestiones de seguridad desde principios de la
década de 1990.
Por ello, las transformaciones culturales –tanto de la cultura estratégica de
la sociedad y sus élites, como la cultura organizacional de la institución militar–pueden convertirse en un potente motor de innovación en los ejércitos. Y
tales procesos de cambio pueden tener a su vez tres orígenes diferentes:
Ψ El primero es un cambio pre-planeado. Se produce porque los líderes del
cambio (según modelo de rivalidad intra-ejército de Rosen) o los responsables
civiles en alianza con militares maverick (según el modelo de Barry Posen) traten
de modelar la cultura estratégica de la sociedad o la cultura organizacional del
ejército con el fin de modificar la doctrina y conducta de éste. Dichos líderes
hacen por tanto un uso instrumental de la cultura en apoyo del cambio previsto
(y en el que habitualmente creen; no es una simple manipulación). Farrell y
Terriff aclaran que este proceso es a menudo lento e incierto, sujeto a las luchas
burocráticas que Rosen señala en su modelo.
Ψ El segundo tipo de origen es a consecuencia de un shock externo. Farrell y
Terriff ponen como ejemplo la cultura estratégica antimilitarista que arraigó en
Japón y Alemania tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo,
el trauma post-Vietnam se tradujo en diversos cambios en el US Army y que uno
de sus resultados indirectos fue la doctrina del AirLand Battle. Los atentados de
Washington y Nueva York en septiembre de 2001 también pusieron en marcha
un proceso de cambio de cultura estratégica y organizacional en Estados Unidos,
y así lo han hecho también las experiencias posteriores de Irak y Afganistán.
Ψ En tercer lugar, el proceso de cambio cultural puede deberse al contacto con
otros ejércitos, poniendo en marcha mecanismos de emulación. Farrell y Terriff
mencionan el caso de la revolución Meiji en Japón. En sentido contrario, la
ausencia de cambios culturales puede obstaculizar los procesos de emulación, a
pesar incluso de que se produzcan shock externos a favor del cambio. Farrell
y Terriff mencionan el fracaso de las reformas militares de Turquía durante los
siglos XVIII y XIX. Aunque habían sido derrotadas por los ejércitos de Rusia y
Austria, las élites otomanas no trataron de emularles pues pensaron que imitar
a los infieles pondría en peligro las bases culturales y religiosas de su imperio.
Al igual que sucede con los modelos anteriores, Grissom (2007: 917-919) alude
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a varios ejemplos que emplean esta perspectiva. Elizabeth Kier (1995) explica
cómo el ejército francés se ancló durante el periodo de entreguerras en una doctrina defensiva, y en un concepto de operaciones metódico (bataille conduite) y
alejado de la complejidad que entrañaba la ofensiva y el empleo combinado de
las armas, por el convencimiento de los responsables militares de que un ejército
de reclutas con un servicio militar no suficientemente prolongado sería incapaz
de combatir un modelo de guerra más elaborado. En este caso, más que la
innovación, la cultura influyó en la ausencia de ella.
De modo similar, Eric R. Giordano (2003) argumenta que en la década de 1990
el US Army siguió proporcionando a los soldados y a las unidades tamaño compañía y batallón un adiestramiento exclusivamente pensado para la guerra convencional, a pesar de que el Field Manual 100-5 Operations de 1993 prestaba
una enorme atención a las ‘otras misiones distintas a la guerra’, como por ejemplo, el mantenimiento de la paz. La cultura institucional provocaba un divorcio
fáctico entre el cambio doctrinal y la conducta real del ejército.
2.5. Innovación horizontal y abajo-arriba
Se trata de una perspectiva apenas desarrollada desde el punto de vista teórico.
De hecho, todavía no puede decirse que sea una escuela consolidada en el estudio
de la innovación militar. Adam Grissom (2007: 920-924) rompe una lanza a
favor de ella, al advertir de la existencia de anomalías empíricas que las cuatro
escuelas precedentes no explican de manera satisfactoria. Todas ellas adoptan un
enfoque top-down en el diseño e implementación de los procesos de innovación.
Incluso el modelo cultural. Pues, en buena medida, los valores y creencias
de la organización se generan, mantienen y difunden desde la jerarquía de las
organizaciones militares.
Sin embargo, tal como apunta Grissom, la historia militar ofrece numerosos
ejemplos de innovaciones que han seguido una dirección abajo-arriba y horizontal. Uno de ellos es el que ofrece Robert T. Foley (2012) en su estudio sobre
las innovaciones que llevó a cabo el ejército alemán en el frente occidental entre
19
los años 1916-1918, y que se plasmaron en la defensa en profundidad y en otras
mejoras continuas de su sistema defensivo. Fueron cambios desarrollados por las
propias unidades tácticas; y se diseminaron entre ellas, sin esperar la aprobación
de instancias superiores. De manera tentativa, Foley (2012: 812-820) señala algunos factores que contribuyeron a ese tipo de innovación: doctrina central
abierta; cultura propensa al aprendizaje, unida a un buen sistema de lecciones
aprendidas; un sistema de Estado Mayor donde no se favorecía la ‘apropiación’
de ideas; y, por último, un sistema de adiestramiento descentralizado.
Otro ejemplo, es cómo el cañón antiaéreo Flak 18/36 de 88mm se convirtió
en una de las principales armas contracarro de la Segunda Guerra Mundial.
El episodio es bien conocido por los aficionados a la historia militar española.
El 10 de marzo de 1938 una batería antiaérea de la Legión Cóndor alemana
que acompañaba a la 150 División del bando nacional en la batalla de Belchite
se vio sorprendida por un contrataque de carros BT-5 republicanos. A pesar
de que los Flak no tenían munición anticarro, ni sistema de puntería contra
objetivos terrestres, fueron capaces de repeler el asalto y de destruir varios de
los carros (Proctor, 1983: 190-194). La experiencia se difundió pronto en el
ejército de tierra alemán (la batería pertenecía a la Lutwaffe) y los Flak 18/36
desempeñaron un papel reseñable en la campaña de Francia y, algo más tarde,
un rol fundamental en el Afrika Korps de Rommel.
Asimismo, Grissom (2007: 928-929) pone otro ejemplo más reciente con el empleo innovador del sistema de mando y control digitalizado Force XXI Battle
Command Brigade and Below (FBCB2), que equipaba todos los vehículos de
algunas unidades experimentales desplegadas en Irak durante la invasión y durante el periodo posterior de contrainsurgencia. En la práctica, las fuerzas sobre
el terreno supieron darle usos que no habían previsto inicialmente los desarrolladores del sistema: desde conducir en situaciones de nula visibilidad en medio
de una tormenta de arena (guiándose con los iconos y los obstáculos sobre el
terreno que representaba la pantalla), hasta planificar asaltos contra determinadas casas empleando imágenes proporcionadas por el sistema, pasando por la
coordinación con otras unidades gracias a su herramienta de mensajería y chat
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que en principio había sido pensado para funciones burocráticas.
Pero, como decimos, a pesar de su importancia e interés, este tipo de innovación se encuentra aún por teorizar. No es un asunto fácil. El número de
actores que participa en la innovación horizontal y abajo-arriba suele ser muy
elevado y, además, se trata de procesos que incluyen cadenas causales tácitas.
Por tanto, cuesta encontrar evidencias en los archivos históricos que permitan
desenmarañar la causalidad de los procesos. Especialmente si estos han tenido
lugar en tiempo de paz. Y, a falta de pruebas empíricas, construir un cuerpo
teórico que permita establecer condiciones necesarias y suficientes para que se
den este tipo de innovaciones es una tarea ardua, sino impracticable.
Finalizamos la revisión general del por qué y cómo de los procesos de innovación
militar. A pesar de sus diferencias, estas escuelas no son excluyentes entre sí,
y su valor explicativo depende en buena medida del caso histórico al que se
aplique.
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